“El planeta es el patrimonio que las nuevas generaciones esperan recibir.”

Hablar sobre cuestiones medioambientales, se ha convertido en la actualidad en un tema constante en el discurso social. Pugnar por frenar el deterioro de nuestra planeta, es hoy el referente de lo políticamente correcto de la década en la que nos encontramos.

Esta nueva lógica del discurso, que paradójicamente choca con la cosmovisión postmoderna de la sociedad consumista a la que pertenecemos y que pugna por la búsqueda constante de la libertad individual basada en la riqueza material acumulada y obtenida a través del uso y disfrute de los recursos naturales; nos exige a todos reflexionar con seriedad los grandes dilemas que genera el cambio climático.

Quisiera comenzar mi intervención aclarando a la audiencia que no estamos ya en una posición donde se nos permita buscar culpables de los deterioros en el medio ambiente; todos lo hemos sido. Buscar quien tiene más culpa, si las empresas o los consumidores, es una acción que sinceramente me parece irresponsable e innecesaria, y prefiero dejársela a esos que se dicen defensores de la naturaleza, y se jactan de ser ecologistas simple y llanamente para ganar simpatías que les permitan seguir viviendo del erario público.

En cambio prefiero apostar por que el mensaje que hoy quisiera compartir, este lleno de información útil y de propuestas significativas, que aunque pequeñas, si las realizamos entre todos, estoy segura que tendrán un impacto positivo en frenar esta situación cada vez más alarmante.

Para poder entender su impacto, comencemos entendido el concepto de cambio climático. Lo que conocemos por clima, es en realidad una medida promedio que describe una serie de condiciones presentes en un área geográfica. Dichas condiciones están así mismo, determinadas por una serie de factores que varían en cuanto al tiempo, produciendo cambios perceptibles en cuanto a la temperatura, presión atmosférica, vientos, humedad y precipitación de un lugar.

Cuando esta medida promedio sufre una variación que sale de los parámetros normales dentro de un rango, y dicha variación puede ser atribuida directa o indirectamente a la actividad humana, alterando con ello la composición de la atmósfera mundial, entonces hablamos de cambio climático. 1

En la actualidad, la principal consecuencia de los cambios climáticos alrededor del mundo, es el calentamiento global, es decir, el aumento continuo de las temperaturas a lo largo de los continentes y de los polos de la Tierra. En los últimos 15 años, los registros han evidenciado un acrecentamiento de la temperatura en escalas de tiempo cada vez más cortas, y de acuerdo a varios expertos, seguirán amplificándose.

En la misma proporción que el planeta se calienta, el hielo de las montañas y de los glaciares se derrite, aumentando con ello los niveles de los océanos. Por el mismo calor de la tierra, esta agua 1 Artículo I párrafo II Convención marco de la ONU sobre cambio climático. http://www.un.org/es/climatechange/kyoto.shtml

se evapora, produciendo gases que a su vez generan el famoso efecto invernadero: la subida de la temperatura de la atmósfera como resultado de la concentración de gases, principalmente el dióxido de carbono. ¡Un verdadero ciclo sin fin!

En nuestro país, el cambio climático es una realidad observable por todos nosotros. En los últimos años México ha sufrido dos extremos de las consecuencias del cambio climático: en 2010 se registró un temporal inusual, fue el segundo año de más precipitaciones por lluvia en la historia moderna del país y se le consideró como el sexto mayor desastre natural del mundo ese año, y en el 2011 se registró una sequía excepcional, especialmente en los estados del norte.

Tanto el aumento de las precipitaciones como la falta de las mismas, azotan con mayor crudeza a las poblaciones que de por sí ya son consideradas vulnerables: los campesinos y los pueblos indígenas.

Pero la economía global del país también se ve afectada: México tiene que gastar de 0.7 a 2.21% de su Producto Interno Bruto anual, es decir, hasta 224,000 millones de pesos al año, en reducir 50% sus emisiones para no perder 6.2% del PIB por los impactos medioambientales, lo que representa un costo de 630,000 millones de pesos por año.2

Y aquí es donde encontramos el primer gran dilema a resolver: ¿qué debemos hacer, qué hay que modificar? ¿Qué conducta o conductas debemos erradicar?

De acuerdo a un informe redactado por Luis Galindo, economista de la Universidad Nacional Autónoma de México, y que lleva por título “La economía del cambio climático”, para el país, el costo de no hacer nada contra el cambio climático equivale a tres veces lo que costaría mitigarlo.

Por desgracia, este coste incluye la introducción de medidas que no a todos agradan, especialmente a los grandes industriales petroleros y automotrices.

La industria petroquímica en México, por año, desecha 31,800 toneladas de residuos. En 2013, la misma anunciaba con orgullo haber reducido 15 millones de toneladas de CO2. Aunque esta cifra podría parecer interesante, y sin duda varios podrían tomarla como un referente de que se están emprendiendo acciones para mejorar el trato de esta industria con el medio ambiente, la realidad es que mientras se siga produciendo el mismo tipo de energía con los mismos recursos, las emisiones continuaran contribuyendo al cambio climático.3

El parque vehicular en México es otro gran problema. Hoy contamos con un robustecido parque que cuenta con más de 30 millones de unidades en circulación, lo cual se traduce en una contribución del 72% de los compuestos orgánicos volátiles contaminantes por parte de los mismos.

2 http://mexico.cnn.com/planetacnn/2010/10/19/el-impacto-del-cambio-climatico-en-mexico3 http://www.lavanguardia.com/economia/20140624/54410245746/pemex-supera-el-50-su-meta-de-reduccion-de-emisiones-de-co2-dice-director.html

La Reforma Energética que con tantas palmas y rimbombancias nos han venido anunciando en los medios de comunicación, más allá de ser un tema que se preste al nacionalismo o la politiquería de alquiler, debería haber servido como una oportunidad para encarar con responsabilidad el daño que le hemos hecho a nuestra madre tierra.

Pero el dinero le ganó una vez más a los argumentos, y la reforma, con todo y sus contratos privados y su deuda estatal injustificable, se aprobó sin tomar en cuenta el impacto ecológico perjudicial de la misma.

Y como al principio sostenía, todos somos los causantes del cambio climático con nuestras acciones terriblemente infantiles. Porque no se puede juzgar como un acto de madurez, el habernos convertido en seres cuya valía se encuentra en lo que consumimos.

Una sociedad consumista como la nuestra, que compra más que por necesidad real, por la necesidad de aparentar, desarrolla tras de sí un mundo lleno de contaminación.

Para fabricar una camiseta de algodón se ocupan 4,100 litros de agua, para fabricar una hoja de papel tamaño carta, 10. ¿Imaginémonos cuantos litros de agua se gastan para fabricar los electrónicos que en menos de tres meses hemos de desechar porque “ya han pasado de moda”. Y esos mismos objetos además, consumen gasolina para su transporte, y si consideramos que el outsorcing es el sistema de producción de nuestro siglo, las distancias se expanden, los litros de gasolina aumentan y las emisiones de gases contaminantes se disparan.

Pensar en una solución a corto plazo es engañarnos solos. El deterioro es evidente y muy profundo, pero no por ello debemos quedarnos a esperar como el cambio climático nos da una lección por nuestro comportamiento.

Es momento de emprender acciones pequeñas pero concretas y en comunidad. La primera de ellas es disminuir nuestra huella de carbono, una medida que estima cuánto y en qué medida contribuimos con la contaminación. Debemos apostar al reciclaje, a la reutilización de las cosas. El fomento al mercado local acorta las distancias de transporte entre lo que se produce y lo que se consume.

Pensemos asertivamente cuando compremos, algunas preguntas que podemos realizarnos antes de adquirir algún bien material son: ¿realmente necesito lo que estoy a punto de comprar? ¿Qué beneficios obtengo al adquirirlo? ¿Qué perjuicios podría tener si no lo compro?

Apostemos también al transporte verde. Alguna vez Jose Luis Urzúa, un escritor web colaborador de Pedro Ferriz afirmaba que el gobierno federal se empeñaba en tener un “pueblo bicicletero”, hoy yo les puedo decir con absoluta sinceridad ¡que yo también quiero un pueblo bicicletero, un pueblo que deje de ver en el automóvil un fetiche donde trastornar sus vacíos existenciales! ¡Prefiero un pueblo lleno de bicicletas, de transportes colectivos, de programas que propicien la disminución del parque vehicular a uno plagado de gases que envenen a mis hijos y a mis nietos!

Sin duda estos cambios serán difíciles al principio. La rutina de vida a la que estamos acostumbrados, muchas veces nos deja con poco tiempo para dedicarle a la ecología. ¡Pero es necesario que entendamos que estos pequeños sacrificios tienen como recompensa, entregarle a las futuras generaciones un planeta menos enfermo del que nos tocó a nosotros!