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TEMA 1. LA PREHISTORIA Y LA EDAD ANTIGUA HISTORIA DE ESPAÑA –2º BACHILLERATO – IES STA. Mª. LA REAL – J.GUERRERO 1 TEMA 1: LA PREHISTORIA Y LA EDAD ANTIGUA I.- RASGOS GENERALES DE LA PREHISTORIA EN LA PENÍNSULA IBÉRICA. ATAPUERCA La Prehistoria se ha dividido tradicionalmente en diferentes periodos cuyos nombres se refieren al proceso de avance tecnológico del utillaje empleado por los primeros grupos humanos: paleolítico, mesolítico, neolítico, calcolítico, edad del bronce y edad del hierro. Pero este criterio, prioritariamente tecnológico, debe integrarse en el proceso más amplio de la evolución socioeconómica: así el paleolítico y el mesolítico se corresponden con sociedades nómadas que vivían de la caza y la recolección (economía depredadora); el neolítico comenzó con la adopción de la agricultura (economía de producción), que impuso la sedentarización y una creciente complejidad social; la metalurgia, aplicada a la fabricación de armas, estableció la superioridad militar y la guerra como factores de dominación social y política. Por otra parte, la datación absoluta de la Prehistoria es imprecisa y varía necesariamente de unos lugares a otros, incluso dentro de la misma península Ibérica, ya que, en sentido estricto, se inicia con la llegada de los primeros grupos humanos y finaliza con la aparición de la escritura. Igual ocurre con cada uno de los periodos en que la Prehistoria se divide: en cada zona comienzan en momentos distintos, cuando se producen los cambios que los caracterizan. Por tanto, las fechas proporcionadas en los epígrafes siguientes son aproximadas. I.1. EL PALEOLÍTICO (hasta 9.000 a. de C.). I.1.1.LAS ETAPAS DEL PALEOLÍTICO El Paleolítico Inferior (1.000.000 al 90.000 a.C.) ocupa la mayor parte del Paleolítico. A este período pertenecen, lógicamente, los primeros homínidos, los primeros seres con inteligencia y con capacidad para fabricar útiles: hachas de mano de piedra tallada. Vivían de la caza en campamentos al aire libre y tardaron mucho tiempo en saber conservar el fuego, que aprovechaban especialmente para defenderse de los animales, endurecer la madera y asar la carne. Aunque hay importantes yacimientos del Paleolítico Inferior en la Península (terrazas del río Manzanares, desembocadura del Tajo, zona de Torralba-Ambrona en Soria, en las terrazas del río Guadalimar, en la laguna de la Janda), se han encontrado escasos restos humanos; los más antiguos son los hallados en el yacimiento de Atapuerca (Burgos), que al parecer tienen una antigüedad de más 800.000 años, y la mandíbula de Bañolas (Girona).

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TEMA 1. LA PREHISTORIA Y LA EDAD ANTIGUA

HISTORIA DE ESPAÑA –2º BACHILLERATO – IES STA. Mª. LA REAL – J.GUERRERO

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TEMA 1: LA PREHISTORIA Y LA EDAD ANTIGUA

I.- RASGOS GENERALES DE LA PREHISTORIA EN LA PENÍNSULA IBÉRICA. ATAPUERCA

La Prehistoria se ha dividido tradicionalmente en diferentes periodos cuyos nombres se refieren al proceso de avance tecnológico del utillaje empleado por los primeros grupos humanos: paleolítico, mesolítico, neolítico, calcolítico, edad del bronce y edad del hierro. Pero este criterio, prioritariamente tecnológico, debe integrarse en el proceso más amplio de la evolución socioeconómica: así el paleolítico y el mesolítico se corresponden con sociedades nómadas que vivían de la caza y la recolección (economía depredadora); el neolítico comenzó con la adopción de la agricultura (economía de producción), que impuso la sedentarización y una creciente complejidad social; la metalurgia, aplicada a la fabricación de armas, estableció la superioridad militar y la guerra como factores de dominación social y política. Por otra parte, la datación absoluta de la Prehistoria es imprecisa y varía necesariamente de unos lugares a otros, incluso dentro de la misma península Ibérica, ya que, en sentido estricto, se inicia con la llegada de los primeros grupos humanos y finaliza con la aparición de la escritura. Igual ocurre con cada uno de los periodos en que la Prehistoria se divide: en cada zona comienzan en momentos distintos, cuando se producen los cambios que los caracterizan. Por tanto, las fechas proporcionadas en los epígrafes siguientes son aproximadas. I.1. EL PALEOLÍTICO (hasta 9.000 a. de C.).

I.1.1.LAS ETAPAS DEL PALEOLÍTICO

El Paleolítico Inferior (1.000.000 al 90.000 a.C.) ocupa la mayor parte del Paleolítico. A este período pertenecen, lógicamente, los primeros homínidos, los primeros seres con inteligencia y con capacidad para fabricar útiles: hachas de mano de piedra tallada. Vivían de la caza en campamentos al aire libre y tardaron mucho tiempo en saber conservar el fuego, que aprovechaban especialmente para defenderse de los animales, endurecer la madera y asar la carne. Aunque hay importantes yacimientos del Paleolítico Inferior en la Península (terrazas del río Manzanares, desembocadura del Tajo, zona de Torralba-Ambrona en Soria, en las terrazas del río Guadalimar, en la laguna de la Janda), se han encontrado escasos restos humanos; los más antiguos son los hallados en el yacimiento de Atapuerca (Burgos), que al parecer tienen una antigüedad de más 800.000 años, y la mandíbula de Bañolas (Girona).

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El paleolítico Medio (90.000-35.000 a.C.). Hacia unos 90.000 años a.C. se impuso en Europa, Asia y África una nueva especie de homínido, el llamado hombre de Neanderthal, que vivió en la etapa denominada Paleolítico Medio (100.000-35.000 a.C.) y del cual se han hallado bastantes restos en la Península: Cueva Morín (Santander), Cova Negra (Valencia), Gibraltar. Paleolítico Superior (35.000-9.000 a.C.). Hacia el año 35.000 a.C., coincidiendo con la última glaciación, se inició el Paleolítico Superior (35 .000-10.000 a.C.), que es la etapa mejor conocida, porque de ella se han conservado más restos de todo tipo: fósiles humanos, utensilios e incluso obras de arte. El hombre del Paleolítico Superior se denomina homo sapiens sapiens y pertenece a diversos tipos, entre ellos el hombre de Cro-Magnon. Era seminómada, vivía en cuevas o en campamentos y cazaba animales propios del período glaciar en Europa (reno, bisonte, elefante lanudo). Conocía ya la flecha y el arco y sabía fabricar utensilios de hueso y asta. Este período se subdivide en otras etapas menores: Auriñaciense, Perigordiense, Solutrense y Magdaleniense. Es en el período Magdaleniense (15.000-9.000 a.C.) en el que se desarrolla el arte paleolítico. I.1.2.EL PROCESO DE HOMINIZACIÓN EN LA PENÍNSULA IBÉRICA. ATAPUERCA La evolución humana ha sido un largo proceso que se inició en África hace unos cinco millones de años. Pero habría de pasar mucho tiempo antes de que unos grupos de la especie homo ergaster ('hombre trabajador') salieran por primera vez de Africa —hace un millón y medio de años—, para extenderse por Próximo Oriente y Asia, donde evolucionarían al homo erectus ('hombre erguido'). En Europa, el primer hombre apareció hace aproximadamente un millón de años. Según algunos científicos, este poblamiento inicial se habría limitado a las zonas meridionales del continente —entre ellas la península Ibérica—, ya que sería muy difícil la colonización de las tierras más al norte por el frío intenso y la escasez de recursos de los periodos glaciares. Según los hallazgos más recientes, el proceso evolutivo de la población europea siguió estas fases (en una línea de descendencia directa):

• El horno antecessor. Los restos más antiguos de hombres europeos se han encontrado en la Sierra de Atapuerca (Burgos) y tienen una antigüedad de unos 800.000 años. Aunque son descendientes del africano homo ergaster, presentan rasgos lo suficientemente diferenciados como para adscribirlos a un nuevo tipo, denominado homo antecessor ('hombre predecesor') por los propios descubridores. Según parece, practicaban el canibalismo, eran altos y fuertes, con un cerebro pequeño y una cara semejante a la del hombre actual.

• El horno heidelbergensis. A este tipo pertenecen los hallazgos del que es, sin duda, el mayor yacimiento de fósiles humanos del mundo: la Sima de los Huesos, también en la Sierra de Atapuerca. Se trata de restos de unos 300.000 años de antigüedad.

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• El homo neanderthalensis u hombre de Neanderthal. Esta especie presenta ya muchas

similitudes con el hombre actual, aunque no somos descendientes de ella. Su grado de desarrollo era alto: construían instrumentos de piedra muy elaborados, eran capaces de hacer fuego y enterraban a los muertos. Entre hace 80.000 y 50.000 años vivieron su momento de máxima expansión: se distribuyeron por toda Europa, Próximo Oriente y Asia central.

• Esta evolución se vio truncada con la llegada a Europa de una especie nueva: el homo

sapiens, nuestro antepasado directo, también conocido como hombre de Cromañón, cuya presencia en Próximo Oriente se remonta a unos 100.000 años y en la península Ibérica a 40.000 años aproximadamente.

El hombre de Cromañón y el hombre de Neanderthal parecen ser dos ramas independientes de un tronco evolutivo común: el citado homo antecessor, que en Europa evolucionó al hombre de Neanderthal y en Africa al hombre de Cromañón u horno sapiens.

Durante algún tiempo, ambas especies coexistieron en unas mismas zonas, pero el homo sapiens acabó reemplazando al homo neanderthalensis, que se extinguió definitivamente hace unos 30.000 años. Dado que ambas especies, aun siendo diferentes, habían alcanzado un nivel similar de evolución, resulta difícil explicar las causas de la desaparición de esta última. En cualquier caso, no se mezclaron —aunque tal vez se diera algún cruce ocasional—, por lo que el hombre actual desciende genéticamente sólo del horno sapiens. ATAPUERCA

La Sierra de Atapuerca es un pequeño conjunto montañoso situado al norte de Ibeas de Juarros, en la provincia de Burgos (Castilla y León, España), que se extiende de noroeste a sudeste, entre los sistemas montañosos de la Cordillera Cantábrica y el Sistema Ibérico. Ha sido declarado Espacio de Interés Natural, Bien de Interés Cultural y Patrimonio de la Humanidad como consecuencia de los excepcionales hallazgos arqueológicos y paleontológicos que alberga en su interior, entre los cuales destacan los testimonios fósiles de, al menos, tres especies distintas de homínidos: Homo antecessor, Homo heidelbergensis y Homo sapiens.

No sólo ha sido el ser humano, en cualquiera de sus especies, quien lo ha utilizado: la fauna y la flora también lo han elegido en sus expansiones. Esto ha dado lugar a una importante presencia de fauna y flora diversa y a la ocupación humana continuada desde hace más de 800.000 años, ayudada por la fertilidad de las tierras y la abundancia de recursos.

La sierra está compuesta de una pequeña colina formada por calizas, arenas y areniscas de origen marino; las cuales están cubiertas por los materiales aportados por el río Arlanzón, que ha formado numerosas terrazas aluviales.

La subidas de las aguas del río y la estructura caliza han dado lugar a un complejo kárstico

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con multitud de cuevas, muchas de ellas abiertas al exterior por diversas causas (derrumbes, cortes...). Por estas aberturas se han ido depositando diferentes sedimentos a los largo de los años: tierra, polvo, polen, restos animales, excrementos..., hasta llegar, en muchos casos, a colmatar las entradas y, en otros, éstas han quedado cegadas por derrumbes posteriores, preservando el interior intacto hasta que surgieron nuevas aberturas.

En la segunda mitad del siglo XIX se realizaron algunos hallazgos que indicaban la riqueza arqueológica de la zona. A finales del siglo XIX se construyó un trazado de ferrocarril minero desde la Sierra de la Demanda hasta Burgos. El trazado del ferrocarril atravesaba la Sierra de Atapuerca mediante una profunda trinchera de medio kilómetro de longitud y una profundidad que, en su mayor cota, supera los 20 metros. Esta trinchera, a su paso, atravesó numerosas cuevas colmatadas con sedimentos exponiéndolos a la luz y mostrando claramente su estratificación. Pero no sería hasta el último cuarto del siglo XX cuando se realizaran estudios profundos y sistemáticos que determinaron a este conjunto de yacimientos prehistóricos como uno de los más importantes de Europa y de los más relevantes del mundo, donde se han hecho hallazgos que han cambiado la historia registrada de la humanidad. Se han encontrado restos desde una cronología perteneciente al Pleistoceno Inferior (con una antigüedad superior al millón de años) hasta el Holoceno (época actual), con datos sobre la fauna, flora y clima. Este complejo arqueológico está declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO (2000).

Los yacimientos son excepcionales por la abundancia de registro fósil, su buena conservación e importancia científica. Los útiles líticos que se han encontrado abarcan todos las etapas tecnológicas, desde las formas más primitivas del tallado de piedra hasta aquellas que pertenecen a la Edad del Bronce.

Las primeras campañas arqueológicas se inician en los años 60 y 70, junto a exploraciones de un grupo de espeleólogos, el Grupo Espeleológico Edelweiss, que descubre la llamada Galería del Sílex que contiene restos de rituales funerarios y de pinturas de la Edad del Bronce.

En los años 80 se inician las excavaciones sistemáticas en la Sima de los Huesos. Toman un gran impulso en los años 90 con el equipo formado por Juan Luis Arsuaga, José María Bermúdez de Castro y Eduald Carbonell Roura. Desde entonces se han encontrado instrumentos líticos, los más primitivos, en la base de la Gran Dolina (datados hace unos 900.000 años) y al poco tiempo, en 1992, se encuentran varios cráneos en la Sima de los Huesos, entre ellos el famoso cráneo número 5, bautizado como Miguelón en honor a Miguel Indurain, lo que da relevancia internacional y científica al yacimiento haciéndolo imprescindible en los estudios de la evolución humana.

Los años 1994 y 1995 dejarían un rico registro de herramientas Junto con restos humanos, todos ellos datados en 800.000 años lo que confirma una presencia humana muy antigua en Europa. Al año siguiente se confirma, mediante el estudio de las marcas en los huesos, que se practicaba un canibalismo ritual, esta es la referencia sobre canibalismo más antigua de Europa. Se inician las excavaciones de la Sima del Elefante.

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El año 1997 es de gran importancia para el yacimiento ya que se define una nueva especie humana, el Homo antecessor.

El año 1998 dejaría la constancia de que los restos hallados en la Sima de los Huesos, asignados a Homo heidelbergensis, pertenecen a seres humanos, que además de tener capacidad de abstracción y simbología se plantean los problemas místicos inherentes al ser humano. Esto se confirma por el hallazgo de una herramienta bifaz sin utilizar y realizada con un material muy apreciado, el llamado Excalibur, depositada como homenaje a algún miembro del grupo allí enterrado.

En el 99 en la Sima del Elefante se encuentran restos de utensilios líticos que se datan en un millón de años.

En cuanto a la fauna se ha hallado una nueva especie de oso de la cavernas, bautizado como Ursus dolinensis. El hallazgo más importante es el de los restos humanos. Los hay en varios yacimientos, algo que no suele ser habitual. Entre ellos se han encontrado los restos del antepasado más antiguo de Europa, el Homo antecessor, última especie común entre los neandertales, los Homo sapiens, y los del pre-neandertal Homo heidelbergensis.

Los yacimientos más relevantes y que más información nos han aportado para entender la prehistoria son los que se ubican en la Trinchera del Ferrocarril (como la Sima del Elefante, Galería y Gran Dolina), y aquellos pertenecientes al sistema kárstico de Cueva Mayor/Cueva del Silo (como Portalón, Galería del Sílex y Sima de los Huesos).

I.1.3. UNA SOCIEDAD DE CAZADORES Durante el paleolítico se produjeron las cuatro últimas glaciaciones (Günz, Mindel, Riss y Würm). Por entonces, las condiciones climáticas de la península Ibérica eran distintas de la actualidad: hacía más frío y las lluvias eran abundantes; asimismo, grandes herbívoros de clima frío habitaban la zona: bisontes, uros, caballos, ciervos, renos... La economía era depredadora, basada en la caza y la recolección, lo que requería como condición necesaria grupos humanos reducidos que pudieran moverse por amplios lugares. En consecuencia, la forma de vida era nómada —había que seguir a la caza— y se realizaban asentamientos estacionales junto a ríos y en cuevas. Es presumible que no existieran, en los propios grupos, diferencias sociales de importancia, ya que su reducido tamaño y la necesidad de cooperación en la caza reforzarían la cohesión interna y la igualdad entre sus miembros. Por último, la evolución tecnológica experimentó a lo largo del tiempo un progreso en tres direcciones: se perfeccionaron las técnicas de fabricación, se diversificaron los útiles para adaptarlos a funciones cada vez más específicas y se ampliaron los tipos de materiales

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(piedra, marfil, hueso).

I.1.4. EL ARTE PALEOLÍTICO. LA PINTURA CANTÁBRICA

Las primeras muestras de pintura rupestre son obra del homo sapiens (final del paleolítico) y se concentran en el suroeste de Francia y en la región cantábrica. Las cuevas de Altamira (Cantabria) resultan uno de sus máximos exponentes. Ciertas zonas de las cuevas presentan pinturas poco visibles, por lo que podrían ser santuarios. Los motivos predominantes son animales —entre los que sobresalen los grandes herbívoros, como bisontes, ciervos, etc.—, figuras humanas —a menudo con marcados atributos sexuales o con rasgos de animales— y signos abstractos de difícil interpretación.

Las principales características técnicas y formales de estas pinturas son las siguientes:

• La representación naturalista de los animales, cuya perfección es sorprendente.

• El empleo abundante del color, con preferencia del rojo y el negro.

• El aprovechamiento de los entrantes y salientes de la pared para dotar de volumen a las figuras representadas.

• La ausencia de composición: no se representan escenas, sino figuras aisladas o indepen-

dientes entre sí, a menudo superpuestas y siempre desordenadas. El significado de estas obras es controvertido y se han elaborado diferentes teorías, aunque es muy difícil demostrar la validez de alguna de ellas. La más clásica y tradicional es la que considera la realización de estas pinturas como parte de un ritual mágico cuyo objetivo sería propiciar la fertilidad y la caza de los animales representados. I.2. MESOLITICO (9.000-5.000 a. de C.) Y NEOLÍTICO (5.000-2.500 a.C.)

I.2.1. CAMBIO CLIMÁTICO Y PRESIÓN DEMOGRÁFICA Hacia el 9.000 a. de C., finalizó la última glaciación (Würm) y se inició la fase climática actual. Los hielos permanentes se retiraron hacia el norte y en la península Ibérica, al igual que en todo el Mediterráneo, el clima se volvió más cálido y seco. Este cambio climático dio comienzo al mesolítico o epipaleolítico que se caracterizó por la pervivencia de la economía depredadora del paleolítico, pero en un escenario de creciente presión demográfica (aumento de población superior al de alimentos disponibles): al desaparecer los grandes herbívoros de clima frío —salvo en las zonas montañosas—, la forma de vida cazadora resultaba cada vez más difícil para una población en aumento.

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I.2.2. LA REVOLUCIÓN NEOLÍTICA: EL ORIGEN DE LA AGRICULTURA

El crecimiento de población y la disminución de la caza obligaron a pasar de una economía depre-dadora a otra de producción, basada en la agricultura y la domesticación de animales. La gran ventaja de la agricultura, respecto a la caza, es que permite producir más cantidad de alimentos por unidad de superficie y, por tanto, posibilita mantener a poblaciones más densas y en crecimiento. Sin embargo, tiene también sus inconvenientes: requiere invertir más esfuerzo y tiempo de trabajo que la caza-recolección y proporciona una dieta alimenticia más pobre. Por ello, frente a la teoría tradicional, según la cual la agricultura se descubrió en Próximo Oriente hacia el 8.000 a. de C. y su conocimiento se fue difundiendo a lo largo de milenios por Europa y el norte de África, otras teorías sostienen que la agricultura no se adoptó en los distintos territorios según se conoció, sino sólo cuando la presión demográfica impidió proseguir la forma de vida asociada a la caza. En cualquier caso, la agricultura condujo a la sedentarización. Los grupos fueron adquiriendo una complejidad creciente y la división social del trabajo -jefes, sacerdotes, guerreros, agricultores, pastores— originó diferencias de riqueza y de poder entre sus miembros. Los principales cambios tecnológicos fueron el pulimento de la piedra y, sobre todo, la aparición de la cerámica, necesaria para el almacenaje y transporte de los nuevos alimentos. El neolítico no comenzó al mismo tiempo en toda la península Ibérica:

• El levante y el sur fueron los núcleos iniciales, ya que en ellos era mayor la presión demográfica tras el cambio climático del mesolítico.

• En el resto de la Península, la presión demográfica era menor y el paso al neolítico fue más

tardío, con cierto predominio de la ganadería sobre la agricultura.

I.2.3. LA PINTURA LEVANTINA Las pinturas rupestres descubiertas en el levante peninsular se han datado tradicionalmente en el mesolítico, pero en la actualidad algunos especialistas las retrasan hasta el neolítico. Muchas de estas pinturas no se encuentran en cuevas, sino al aire libre —en abrigos u oquedades de acantilados—, lo que demuestra unas condiciones climáticas más favorables. Uno de los ejemplos más interesantes se halla en Cogull (Lérida). Los temas predominantes difieren de los de la pintura cantábrica del paleolítico: escenas de caza, luchas de guerreros, danzas rituales de mujeres en torno a un jefe, recolección de la miel, etc.

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Más distintas aún son las características técnicas y formales: figuras esquemáticas, utilización muy escasa de los colores, y composiciones narrativas que describen una actividad; todo ello frente al naturalismo, la policromía y la ausencia de composición de la pintura cantábrica.

I.3. LA EDAD DE LOS METALES: CALCOLÍTiCO Y EDAD DEL BRONCE (2.500-700 a. de C.)

El primer conocimiento del metal tuvo lugar en Próximo Oriente en el quinto milenio, pero tardó dos mil años en llegar a Europa. La metalurgia se orientó, en principio, a la fabricación de armas (espadas, escudos, etc.), con el objetivo de alcanzar la supremacía militar; después, se elaboraron joyas, adornos e instrumentos de trabajo. Su evolución fue un largo proceso cuyo propósito era la obtención de objetos cada vez más resistentes y abundantes, lo que exigía el desarrollo de una tecnología progresivamente más compleja. La edad de los metales se divide en tres periodos en función del nuevo material que se utilizaba en cada uno de ellos:

EDAD DEL COBRE O CALCOLÍTICO (2.500-1.800 a.C.), del griego kalkós, `cobre'. Sobre los pueblos neolíticos más avanzados se asentaron pequeños grupos de nuevos emigrantes, buscadores del cobre y del estaño, relacionados también con los pueblos costeros del Mediterráneo oriental. En estos pueblos se había producido la revolución de la metalurgia (desde el 3500 a.C.), propia ya de unas civilizaciones urbanas desarrolladas, únicas capaces de crear y mantener una industria metalúrgica importante.

En la Península, a partir de la zona minera de Almería y Cartagena, estos pueblos se extendieron hacia las zonas mineras de Huelva y Sur de Portugal. Y luego hacia las costas gallegas y atlánticas (Bretaña, Cornualles), en busca del estaño.

Estos pueblos premetalúrgicos difundieron una forma arquitectónica muy característica: las construcciones megalíticas de tumbas colectivas, que han hecho pensar en una arquitectura de tipo religioso.

Estas construcciones se basan en el dolmen (mesa, en bretón), que es la forma inicial más sencilla y consta de un espacio o cámara cubierta con una gran losa. Más tarde, solía añadírsele un pasadizo-entrada (sepulcro de corredor) o la cámara llegaba a cubrirse con una falsa cúpula. Los ejemplares más perfectos son los del Romeral y Menga (Antequera).

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El poblado más importante del Calcolítico hispano es el de Los Millares (que da nombre a esta cultura) en la provincia de Almería. Dicho poblado, que se sitúa cronológica-mente hacia el 2340 a.C., está formado por una pequeña ciudad con capacidad para unos 2.000 habitantes, fuerte-mente amurallada y con una necrópolis, formada a su vez por grandes tumbas megalíticas de distintos tipos, en las que se han encontrado objetos de origen oriental (del Egeo, egipcios). Su base económica era preferentemente ganadera, pero la agricultura estaba también muy desarrollada.

Durante la cultura de Los Millares se desarrolló y extendió por la Península Ibérica y por gran parte del continente europeo la cultura del llamado pueblo portador del vaso campaniforme, nombre derivado de su principal forma cerámica.

EDAD DEL BRONCE (1.800-750 a.C.). El bronce es una aleación de cobre y estaño, de mayor dureza que el cobre solo. Del Mediterráneo oriental llegaron también las técnicas del bronce. En el ámbito hispano dieron lugar a dos culturas muy importantes en Baleares y Almería. La cultura ciclópea de las Baleares, con construcciones de gran originalidad (talayots, navetas y taulas) se relaciona con las culturas del Próximo Oriente a través de las islas de Córcega y Malta.

La cultura de El Argar (1700-1100 a.C.), en la zona de Almería, se considera la primera cultura auténticamente urbana de Occidente, lo que representaría la existencia de clases sociales y de un poder centralizado en la figura de un rey o jefe militar. El desarrollo de su metalurgia, que se muestra en las armas y objetos de adorno hallados en las necrópolis, está relacionado especialmente con la riqueza cuprífera del área de Andalucía. EDAD DEL HIERRO (750-500 a.C.); el hierro es un material más duro y abundante, cuyo trabajo requiere una tecnología mucho más avanzada. Este periodo coincide en España con la protohistoria (período de transición de la Prehistoria a la Historia, que se caracteriza por documentos escritos aislados e insuficientes). II. LOS PUEBLOS PRERROMANOS. LAS COLONIZACIONES HISTÓRICAS DE FENICIOS, GRIEGOS Y CARTAGINESES La primera mitad del primer milenio antes de Cristo representa un momento fundamental en la historia de España. De forma casi simultánea —en un sentido amplio del tiempo, como corresponde a la Edad Antigua—, surgió el reino indígena de Tartesos, penetraron en la Península oleadas de pueblos indoeuropeos, y colonizadores griegos y fenicios establecieron enclaves comerciales en la costa levantina y meridional. A este periodo se le conoce como edad del hierro, ya que los nuevos pobladores introdujeron la técnica de este metal; o también protohistoria, pues aparecen los primeros escritos sobre

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la Península. A partir de mediados del primer milenio, es decir desde el 500 a. de C. aproximadamente, se han ido conformando una serie de pueblos denominados pueblos prerromanos debido a que serán los que entren en contacto con Roma. II.1.EL REINO DE TARTESOS El reino de Tartesos es el primer estado de la península Ibérica de cuya existencia histórica se tiene noticia; se extendía desde Huelva hasta la región de Cartagena. Las fuentes griegas llamaron Tartesos a un río —probablemente el Guadalquivir—, a un extenso territorio situado en el sur de la Península y a una ciudad que, si existió, no ha sido localizada. Dichas fuentes afirman que sus leyes estaban escritas en verso y que sus habitantes eran muy longevos, lo que, según la mentalidad de los griegos, eran signos de una civilización adelantada.

Por otra parte, el reino de Tartesos gozó de una gran fama de prosperidad en el mundo antiguo por sus riquezas agrícolas, ganaderas y minerales, así como por su activo comercio, que llegaba hasta las islas Británicas. El origen de esta monarquía es incierto en su cronología —hacia el 750 a. de C., probablemen-te— y también lo son las causas de su extinción. A partir del siglo V a. de C. desparecen las referencias a la zona de Tartesos como reino, y los textos empiezan a denominarla Turdetania.

II.2.LAS OLEADAS DE INDOEUROPEOS

El término indoeuropeo obedece a criterios de clasificación lingüística y se utilizó para designar el origen común de casi todas las lenguas europeas modernas —y del sánscrito en la India—, que proceden de la región de las estepas euroasiáticas. Por extensión, se denomina indoeuropeos a los diversos pueblos originarios de esas estepas que, acuciados por la presión demográfica, protagonizaron masivos movimientos de población hacia el sur de Europa, Próximo Oriente, Irán y la India. La presencia de indoeuropeos en la península Ibérica se puede constatar, al menos, desde finales del segundo milenio; a partir del siglo VIII a. de C. penetraron, a través de los Pirineos, nuevas oleadas —en esta ocasión de celtas procedentes de Europa central y occidental— que se asentaron, sobre todo, en el interior y el oeste peninsulares. Por eso, a esta zona se la llama área celta. Estos nuevos pobladores conocían la metalurgia e introdujeron el hierro. Sin embargo, su economía y su organización social y política estaban poco evolucionadas.

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II.3. LAS COLONIZACIONES FENICIA, GRIEGA Y CARTAGINESA Los colonizadores fenicios y griegos llegaron a la península Ibérica atraídos por su riqueza de oro, plata y cobre.

1. Los fenicios —pueblo mercantil muy desarrollado procedente del actual Líbano— establecieron enclaves comerciales por todo el sur del Mediterráneo. La colonia más antigua que fundaron en la península fue Gadir (Cádiz), cuyo origen pare-ce remontarse como máximo al año 800 a. de C., según los testimonios arqueológicos, y no al 1.100 a. de C., como se desprendía de las fuentes literarias. A esta fundación inicial siguieron otras en la costa andaluza, como Malaka (Málaga), Sexi (Almuñécar) o Abdera (Adra).

2. Cierto tiempo después llegaron los griegos por la vertiente septentrional del

Mediterráneo. La fundación de Massalia (Marsella, en el sur de Francia) constituyó el punto de partida para el establecimiento de colonias en la costa catalana, como Rhode (Rosas) y Emporion (Ampurias, fundada hacia el 600 a. de C.). Aunque se conocen referencias a otras fundaciones más meridionales, como Hemeroskopeion (Denia) o Mainake (junto a la Malaka fenicia), no existe confirmación arqueológica de su existencia. Tanto los griegos como los fenicios fundaron sus colonias con la intención de comerciar con los nativos y en especial con el reino de Tartesos.

3. En el siglo VI a. de C. se produjo en Próximo Oriente un acontecimiento que repercutió en la península Ibérica: la caída de Tiro —la última ciudad fenicia que permanecía independiente— en poder de los babilonios. A partir de ese momento, Cartago —colonia fundada por los. tirios a finales del siglo IX a. de C. en el norte de África—tomó el relevo de los fenicios y controló el comercio del Mediterráneo occidental.Los cartagineses siguieron una política de colonización más hostil que condujo a la ocupación militar del sur y del sudeste de la península Ibérica. Ésta puede ser, quizá, la causa de la desaparición del reino de Tartesos.

II.4.LOS PUEBLOS PRERROMANOS

En el siglo III a. de C., en vísperas de la conquista romana, la península Ibérica constituía un mosaico de pueblos que se agrupan en dos áreas: II.4.1. PUEBLOS PRERROMANOS DEL ÁREA IBÉRICA (sur y levante). LOS IBEROS Los iberos eran descendientes de los pobladores neolíticos de la costa mediterránea. Agrupados en tribus independientes unas de otras, hablaban variantes de una lengua pre-indoeuropea y desarrollaron una misma cultura desde Andalucía a Cataluña, que también llegaba a Aragón y al Sur de Francia. Conocían la escritura, pero los documentos escritos que se han hallado aún no han podido descifrarse, por lo que todo lo que sabemos de ellos procede de la ar-queología y de fuentes escritas clásicas, ya que los iberos convivieron con los romanos a partir del siglo III a.C.

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Por Andalucía se extendían los turdetanos, a los que se puede considerar descendientes de los tartesios. Entre el Ebro y Cartago Nova el pueblo más importante era el de los edetanos, que habían desarrollado una civilización muy avanzada, a consecuencia de sus frecuentes contactos con los pueblos colonizadores.

Al Norte del Ebro se diferenciaban los pueblos del interior, ilergetes, de los de la costa, indigetes, laietanos. Además, la zona montañosa de los Pirineos también estaba ocupada por pueblos, como los ceretanos, que al parecer conservaban formas de vida más arcaicas. Su organización política era ya de tipo estatal, según el modelo griego o fenicio de la ciudad-estado. Los diferentes Estados nativos comprendían una o varias ciudades que controlaban el territorio circundante, con formas de gobierno monárquicas –bajo el gobierno de régulos– o democráticas –con asamblea, senado y magistrados. La economía de estos pueblos era de base agrícola, aunque en algunas zonas del Sur peninsular era muy importante la minería, como en la región de Cartago Nova, en cuyas minas trabajaban en el siglo II d.C., según Polibio, 40.000 hombres, la mayor parte de los cuales serían esclavos.

La agricultura estaba basada en el cultivo de los cereales, la vid y el olivo, productos de los que en algún caso debía haber excedente, pues Avieno relata que los griegos compraban cereales y vino en la zona de la desembocadura del Ebro. Es posible que existieran ya cultivos de regadío, porque en los primeros tiempos de la época romana se tiene noticia del cultivo del lino en la región de Tarragona y en Sagunto y Játiva. Tenemos pocas noticias sobre las formas de propiedad y de organización social, pero parece ser que había diferencias entre las ciudades de la costa y las del interior. Las ciudades costeras debían tener una clase dirigente, formada por propietarios de tierras, industriales y merca-deres, para quienes trabajaban hombres libres y esclavos. Este poder económico les daba el poder político, por lo que algunos historiadores comparan la estructura de estas ciudades con las ciudades-estado de la antigua Grecia y creen que se gobernaban con asambleas y magistraturas.

Los pueblos del interior ocupaban territorios más extensos y conservaban estructuras de gobierno similares a la monarquía, que ostentaba el poder político y militar. Aunque hubo muchos poblados de poca importancia, los iberos también construyeron ciudades extensas, por lo general amuralladas y situadas en zonas altas. Las calles eran rectas, paralelas entre sí, y las casas, adosadas unas a otras, estaban construidas de piedra y adobe, con vigas de madera para el techo. Eran de planta cuadrangular y podían tener una o varias habitaciones, para distintos usos.

Los iberos conocían la moneda y se han hallado muchas con el nombre de la ciudad donde se habían acuñado, como Saiti (Játiva) y Cosse (Tarragona). Algunas ciudades ibéricas se conocen bastante bien, gracias a las excavaciones que se han llevado a cabo, como Azaila (Teruel), Ullastret (Girona), Cástulo (Jaén). No se han encontrado templos, pero sí santuarios, a veces alejados del núcleo de población, con gran cantidad de figuras de bronce, barro cocido o piedra, como en el Cerro de los Santos (Jaén) y Llano de Nuestra Señora de la Consolación (Albacete), entre otros.

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Las figurillas de bronce son de pequeño tamaño y suelen representar figuras de guerreros, a pie o a caballo, con sus armas (falcata, lanzas o jabalinas) y casco. Son representaciones esquemáticas de movimiento vivo y realista.

Las figuras de piedra son de mayor tamaño, de formas artísticas muy variadas y de gran belleza, por la influencia fenicia y griega. Además de algunos relieves y de figuras de animales, como la llamada Bicha de Balazote (Albacete), descuellan dos representaciones femeninas muy bellas: la Dama de Elche y la Dama de Baza. II.4.2. PUEBLOS PRERROMANOS DEL ÁREA CELTA (norte, centro y oeste) Los pueblos que vivían en la Meseta y en la parte occidental de la Península eran en su mayoría de origen celta. Los celtas, que eran indoeuropeos y procedían de Centroeuropa, llegaron a la Península en dos grandes oleadas, en los siglos IX y VI a.C. Los celtas, que conocían el arado, aportaron su lengua, una agricultura de cereales de secano, una ganadería bastante desarrollada y extendieron el uso del hierro.

Los primeros inmigrantes celtas se establecieron en Cataluña, en los valles del Duero, el Jalón y el Ebro, principalmente. Entre los poblados mejor excavados y conocidos de esta zona se encuentra el de Cortes de Navarra, cerca de Tudela. Aunque alejados de la influencia de los colonizadores, los pueblos situados en la zona más oriental de la Meseta estuvieron influidos por la cultura ibérica.

Entre los pueblos más numerosos estaban los lusitanos, que ocupaban las regiones del Oeste, y los vacceos, que se asentaron en las llanuras centrales de la Meseta Norte, mientras que la Meseta Sur se hallaba ocupada, entre otros pueblos, por los carpetanos. También existían núcleos de población celta en el Noroeste.

Los celtíberos. La superposición de las culturas celta e ibérica dio lugar, en la zona oriental de la Meseta Norte, a los pueblos llamados celtíberos, entre cuyas ciudades se hizo famosa Numancia, tanto por su resistencia frente a los romanos como por la belleza de su cerámica pintada.

Las regiones del Norte peninsular estaban habitadas por pueblos con un nivel de vida poco desarrollado. Desde el Noroeste hasta los Pirineos occidentales se hallaban los galaicos, los astures, los cántabros y los vascones, todos ellos, según Estrabón, con formas económicas muy primitivas, hasta el punto de que estaba extendida la recolección de alimentos y también practicaban el pillaje. Los celtas establecidos en la Meseta se dedicaban preferentemente a la ganadería, aunque las tierras del Duero, de la tribu de los vacceos, fueron un importante núcleo cerealista.

Todos estos pueblos estaban organizados en tribus y clanes, lo que suponía que los lazos de parentesco eran muy amplios, superiores al pequeño núcleo de la familia. Se cree que la propiedad de la tierra era comunal e incluso, en algunos casos, también eran comunales el trabajo y la producción. La división del trabajo sería mínima, no parece que existiera la

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esclavitud y el uso de la moneda era casi desconocido.

De todos modos, con el paso del tiempo se fue creando una concentración de riqueza, sobre todo ganadera, en manos de una cierta aristocracia que se había ido formando dentro de las tribus. De la misma manera, la organización política a base de asambleas populares debió ir dejando paso a consejos de ancianos y magistrados, y también a reyes o jefes militares elegidos.

Su organización política era de tipo preestatal, propia de bandas y aldeas. No existían gobernantes que dictaran leyes, sino tan sólo cabecillas o consejos de ancianos, cuyo poder se basaba en el prestigio personal; las normas se habían establecido según la costumbre, que todos respetaban. Asimismo, el orden se mantenía debido al reducido tamaño de dichos grupos, a la inexistencia de grandes desigualdades de riqueza y a la importancia central del parentesco: cada clan o linaje defendía y controlaba a sus miembros como un Estado lo hace con el conjunto de los ciudadanos. En general, la cultura de las tribus del interior de la Península no alcanzó el desarrollo de la cultura ibérica, a causa del escaso contacto con los pueblos colonizadores. Los restos artísticos son por lo tanto escasos, aunque se conserva cerámica decorada con motivos geométricos y esculturas de animales toscamente labradas. Los poblados, llamados castros, fuertemente amurallados, apenas tenían calles.

III. LA HISPANIA ROMANA (218 a.C. – 476 d.C.). CONQUISTA Y ROMANIZACIÓN. LA PERVIVENCIA DEL LEGADO CULTURAL ROMANO EN LA CULTURA HISPÁNICA

III.1. LA CONQUISTA ROMANA DE LA PENÍNSULA (218-19 a de C.) III.1.1. ANTECEDENTES. LAS GUERRAS PÚNICAS La política exterior de Roma en el siglo iii a. de C. se había orientado a la expansión por el Mediterráneo occidental. Esto le Llevó al enfrentamiento con Cartago en la primera guerra púnica (264-241 a. de C.), en la que Roma ocupó las posesiones cartaginesas de Sicilia, Córcega y Cerdeña, que se convirtieron en las primeras provincias romanas. Para compensar estas pérdidas y afrontar los pagos a Roma por reparaciones de guerra, los cartagineses, bajo la dirección sucesiva de tres grandes dirigentes militares de la familia Barca –Amílcar Barca, Asdrúbal y Aníbal– extendieron su conquista de la península Ibérica hacia el norte, y fundaron Akra Leuke (Alicante) y Cartago Nova (Cartagena), donde establecieron su capital.

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Pero la victoria sobre Cartago en la primera guerra púnica había despertado en las clases dominantes romanas la ambición de continuar la expansión territorial y conquistar la península Ibérica, por lo que aprovecharon el ataque de Aníbal a Sagunto, (ciudad aliada de Roma) como pretexto para declarar de nuevo la guerra a los cartagineses. Se inició, así, la segunda guerra púnica (218-201 a. de C.) y, con ella, la ocupación romana de la Península.

III.1.2. ETAPAS DE LA CONQUISTA (218-19 A. DE C.)

La conquista romana de la Península fue un proceso discontinuo de doscientos años, en el que se alternaron etapas de grandes avances y largos periodos de estabilización. Cronológicamente, se pueden señalar cinco etapas:

1. La segunda guerra púnica y la ocupación del área ibérica (218-197 a. de C.). En esta etapa, los romanos ocuparon el sur y el levante peninsular en su Lucha contra Cartago.

2. Desde el 197 al 154 a. de C. La política romana, en estos años, se orientó, más que a

la conquista de nuevos territorios, a la consolidación del dominio sobre los ya ocupados y al afianzamiento de las nuevas fronteras. El incumplimiento de los pactos contraídos con los pueblos indígenas y los abusos cometidos contra ellos, en especial los excesivos tributos exigidos, provocaron revueltas generalizadas de tal magnitud, que en el 195 a. de C. Roma tuvo que enviar un poderoso ejército para reprimirlas. Al mando estaba el cónsul Catón, quien sentó las bases de lo que seria la estrategia romana en lo sucesivo: la dominación por la fuerza.

3. Las guerras celtíbero-lusitanas (154-133 a. de C.). Representaron la segunda fase de avance conquistador, dirigido a los pueblos del centro y el oeste, quienes, con formas de organización social y política arcaicas, veían con gran hostilidad el modelo de civilización representa-do por los romanos. Fueron, por tanto, durísimas guerras, que ofrecieron símbolos tan permanentes en la memoria histórica como el jefe lusitano Viriato, con su táctica de guerrilla, y la heroica resistencia de la población celtíbera de Numancia. Para Roma el esfuerzo merecía la pena, ya que la conquista de estos pueblos acababa con la amenaza que representaban para los pueblos más civilizados del sur y levante, y además facilitaba el acceso a los recursos metalíferos del noroeste peninsular.

4. Desde el 133 al 29 a. de C. Repesentó una nueva etapa de estabilización del avance

conquistador, con una escasa incorporación de nuevos territorios. Coincidió con las guerras civiles que sacudieron a Roma al final de la república. La Península se convirtió en un escenario más de tales enfrentamientos, con la movilización de poblaciones indígenas en uno u otro bando.

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5. Las guerras cántabro-astures (29-19 a. de C.). Dirigidas por el emperador Augusto, culminaron la conquista romana de la Península. Las campañas fueron duras y la resistencia fuerte, dado el escaso grado de civilización de estas poblaciones del norte, que en su mayoría fueron sometidas a esclavitud. Los objetivos de Roma eran varios: el pleno control de la Península, la erradicación del pillaje constante sobre los pueblos de la meseta y la explotación de la riqueza mineral del noroeste con el trabajo forzado de la población esclavizada.

III.2. EL PROCESO DE ROMANIZACIÓN

Por romanización se entiende la asimilación de la cultura y las formas de vida romanas por parte de los pueblos conquistados. Al igual que la conquista, fue un proceso discontinuo con resulta-dos desiguales:

• En el área ibérica (sur y levante), más urbanizada y con formas de organización no muy diferentes de las de Roma, no sólo fue más fácil la conquista, sino también su inserción en la civilización romana.

• En el centro y oeste la romanización fue tanto más difícil cuanto menor era su grado de urbanización y desarrollo.

• En el norte, la zona más atrasada y la última en conquistarse, la vida urbana era inexistente y los romanos no consiguieron desarrollarla ni imponer del todo su modelo de vida.

En cualquier caso, los romanos utilizaron en todas partes los mismos cauces para imponer su poder y sus modelos de vida:

a) La extensión de la vida urbana. En el sur y levante aprovecharon la amplia red de ciudades preexistentes y se limitaron a transformar sus órganos de gobierno autónomos en órganos dependientes de la administración general romana. En cambio, en el resto de la Península se crearon nuevas ciudades, según el modelo romano, para romper las primitivas formas indígenas de organización económica, social y política.

b) El papel del ejército. El ejército fue uno de los más importantes vehículos de difusión

de la civilización romana. Se reclutaron tropas auxiliares entre los pueblos indígenas, lo que facilitaba su contacto con los romanos, y, además, al término de su servicio militar, podían obtener el privilegio de la ciudadanía romana y recibir lotes de tierras. A veces, junto a los campamentos de las legiones, se formaron canabae —núcleos urbanos habitados por mercaderes, soldados licenciados, mujeres e hijos de soldados, etc.—, que se convirtieron con el tiempo en municipios romanos. Es el caso, por ejemplo, de León, cuyo nombre deriva de legio, ya que allí estuvo asentada la Legio VII Gemina.

c) La fundación de colonias. El asentamiento de ciudadanos romanos en colonias de nueva

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creación o en tierras confiscadas a los indígenas también extendió el modelo de vida roma-no. Generalmente, se trataba de soldados veteranos, a los que se entregaban tierras en pago por su servicio militar. Mérida (Emérita Augusta), por ejemplo, fue fundada por orden del emperador Augusto para asentar a los veteranos de las guerras cántabras.

d) La concesión de la ciudadanía romana a los indígenas. La obtención del título de ciu-

dadano romano suponía gozar de numerosos derechos y privilegios, por lo que se utilizaba su concesión como reclamo para imponer la dominación romana. Fue un proceso progresivo que se inició con la aristocracia indígena, para asegurarse su apoyo y colaboración.

III.3.HISPANIA ROMANA DURANTE EL ALTO IMPERIO (SIGLOS I-II-III d. de C.)

III.3.1. LA ADMINISTRACIÓN TERRITORIAL: PROVINCIAS, CONVENTOS Y CIUDADES

Tras la segunda guerra púnica y la ocupación del levante y el sur peninsulares, Roma dividió Hispania en dos provincias: la Ulterior, al sur, y la Citerior, al norte. El límite entre una y otra estaba al sur de Cartagena, y su frontera occidental se fue modificando según avanzaba la conquista de nuevos territorios. Cuando casi toda la Península estaba ya conquistada, la reforma administrativa de Augusto (27 a. de C.) estableció dos tipos de provincias en todo el Imperio, según su grado de asimilación a Roma: Las plenamente pacificadas y que, por tanto, no necesitaban la presencia permanente de legiones, se convirtieron en provincias senatoriales, bajo la administración del Senado de Roma. En cambio, las de más reciente conquista, en las que las legiones seguían siendo necesarias, quedaban bajo la administración y control directo del emperador, en su calidad de jefe supremo del ejército, por lo que tenían el rango de provincias imperiales.

Como resultado de esta reforma, Hispania fue dividida en tres provincias, dos imperiales y una senatorial:

• Tarraconensis, imperial —aunque la zona levantina estaba plenamente romanizada, esta provincia incluía también todo el norte peninsular, cuya escasa romanización requería la presencia de legiones—, con capital en Tarraco (Tarragona).

• Lusitania, imperial, con capital en Emérita (Mérida). • Bética, senatorial —era la zona más romanizada de la península—, con capital en

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Corduba (Córdoba).

Cada provincia, a su vez, estaba dividida, a efectos de administración de justicia, en varios conventos jurídicos. Su origen estaba en las reuniones (conventus) que se convocaban en días y lugares fijos dentro de cada provincia, para que el gobernador provincial administrara justicia. Con el tiempo, estas reuniones adquirieron carácter permanente en el Imperio y se transformaron en distritos provinciales para impartir justicia, con capitales fijas —la Tarraconensis tenía siete conventos jurídicos; la Bética, cuatro; y la Lusitania, tres. Por último, las células básicas y fundamentales de la administración territorial romana eran las ciudades —civitates—. La ciudad romana estaba formada por un amplio territorio rural —el territorium, dividido en tierras de propiedad privada y tierras de aprovechamiento comu-nal—, regido por un núcleo urbano —urbs—, que actuaba como centro económico (mercado), político (órganos de gobierno), religioso (templos) y de ocio (teatro, anfiteatro, termas, etc.). La autonomía de cada ciudad dependía de su grado de integración y aceptación de la domi-nación romana: en general, a mayor grado de romanización, mayor autonomía y más privilegios.

III.3.2. CARACTERÍSTICAS GENERALES DE LA ECONOMÍA

Hispania quedó integrada en el sistema de producción esclavista, característico del mundo clásico: la política romana de conquistas milita-res proporcionó abundante y barata mano de obra esclava, que se obtenía de las poblaciones sometidas. Por tanto, los esclavos, como fuerza de trabajo, fueron una pieza fundamental del Imperio romano. Por otra parte, Roma propició una economía de tipo colonial, en la que Hispania exportaba fundamentalmente materias primas a Roma e importaba de ésta productos manufacturados. Con esta finalidad, se organizó el territorio mediante una adecuada red de comunicaciones, que unía los centros de producción con los puertos de exportación.

La producción principal de Hispania era trigo, vino y aceite (la trilogía mediterránea), que se exportaba a Roma.

La minería era otro de los sectores económicos esenciales: se obtenía oro (noroeste y Sierra Morena), plata (Sierra Morena) y cobre (Sierra Morena y Río Tinto), que también se exportaban a Roma.

En cambio, a diferencia de lo que ocurría en otras partes del Imperio, en Hispania no había zonas especializadas en una producción artesanal concreta orientada a la exportación, salvo algunas industrias textiles (lino de Levante) y los deriva-dos del pescado (la famosa salsa de pescado conocida como garum y las salazones de la Bética).

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III.3.3. LA ESTRUCTURA SOCIAL

La posición social en el mundo romano estaba determinada por la categoría jurídica del indivi-duo, heredada en principio, pero modificable a lo largo de la vida.

Existía una división fundamental entre hombres libres y esclavos, con una situación intermedia representada por los libertos. Pero dentro de los hombres libres existía también una diferenciación entre ciudadanos romanos y no ciudadanos.

De arriba abajo en la jerarquía social, existían las siguientes categorías:

1. Los ciudadanos pertenecientes a órdenes. Se trataba de una minoría privilegiada y

dominante, que desempeñaba los más altos cargos políticos, financieros, militares y religiosos. Formaban un cuerpo social cerrado (oligarquía) en el que la fortuna era condición necesaria, pero no suficiente. Existían tres órdenes, con notables diferencias de poder y riqueza, y para pertenecer a ellos había que cumplir ciertos requisitos que limitaban el acceso:

a) Orden senatorial, integrado por los miembros del Senado romano, para los cuales

estaban reservadas las más altas magistraturas (cónsules, pretores...), y cuya riqueza económica se basaba en la posesión de tierras en todo el Imperio.

b) Orden ecuestre, compuesto por quienes desempeñaban cargos inferiores a los senatoriales: procuradores (responsables de las finanzas), prefectos de caballería, etc.; los negocios y las finanzas eran generalmente la fuente de su riqueza.

c) Orden decurional, integrado por los miembros de los senados municipales (decuriones) de las diferentes ciudades del Imperio; desempeñaban las magistraturas municipales.

2. Los ciudadanos romanos (no pertenecientes a órdenes). Al tener el estatuto de

ciudadanos romanos, gozaban de privilegios políticos –participaban y votaban en las asambleas políticas–, militares –podían integrarse en las legiones– y sociales –tenían derecho a la beneficencia pública y privada, como el reparto gratuito de trigo, por ejemplo–. Sin embargo, existían grandes diferencias de fortuna en el conjunto de los ciudadanos romanos, desde los más pobres, que vivían casi en exclusiva de la beneficencia, hasta los más ricos.

3. Los hombres libres, pero no ciudadanos. Carecían de derechos políticos –a diferencia

de los ciudadanos–, pero tenían derechos civiles –a diferencia de los esclavos–, como el de con-traer matrimonio, tener propiedades, heredar, etc. También había entre ellos grandes diferencias de fortuna y una vía fácil de promoción social era enrolarse en las tropas auxiliares del ejército, ya que al licenciarse obtenían la ciudadanía romana.

4. Los libertos. Eran antiguos esclavos manumitidos (manumisión: concesión de la

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libertad a un esclavo). El antiguo dueño pasaba a convertirse en su patrono y podía exigir al liberto ciertas obligaciones. Tenían derechos civiles, como los libres, pero el estatuto de liberto no se borraba normalmente hasta la tercera generación, que adquiría ya la libertad plena.

5. Los esclavos. No tenían ni derechos políticos ni civiles; constituían simplemente una

pro-piedad de su dueño. La condición de esclavo se tenía de nacimiento —por ser hijo de una esclava— o se podía adquirir por varias circunstancias: ser prisionero de guerra —o de piratas—, ser condenado a la esclavitud por los tribunales, ser vendido por el padre o, incluso, por autoventa —por ejemplo, para saldar una deuda que no se había podido pagar.

III.4. LA CRISIS DEL SIGLO III Y EL BAJO IMPERIO (SIGLOS IV-V d. de C.) III.4.1.LA CRISIS DEL SIGLO III A finales del siglo II, Roma había alcanzado su máxima expansión territorial y las fronteras del Imperio estaban amenazadas por el empuje de los pueblos bárbaros. Esta situación confirió un gran protagonismo al ejército, como pieza imprescindible para la defensa del imperio romano. Pero el protagonismo del ejército se extendió también a la vida política y degeneró en un periodo de anarquía militar (235-284): los genera-les se apoyaban en sus legiones para erigirse en emperadores por la fuerza, lo que desembocaba en guerras civiles y en una continua sucesión de emperadores. El resultado final fue el caos político y económico, y el aumento de la amenaza exterior, cada vez más fuerte ante la debilidad interna del Imperio.

III.4.2. EL DECLIVE DE LAS CIUDADES Y DEL ESCLAVISMO

El sistema económico del Alto Imperio se había sustentado en la actividad comercial de las ciudades y en la mano de obra esclava. Pero ambos soportes empezaron a derrumbarse a partir del siglo III. La creciente inseguridad en el interior del Imperio y en las fronteras impidió el habitual desarrollo del comercio entre las ciudades, que se fueron empobreciendo y despoblando. Por otra parte, con el cese de las guerras de conquista, la mano de obra esclava comenzó a escasear y se encareció —ya no había tantos prisioneros de guerra—. Desde entonces, la esclavitud dejó de desempeñar un papel económico importante. A ello contribuyó también el declive de las ciudades, que eran las que habían empleado un mayor número de esclavos durante el Alto Imperio.

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III.4.3. EL PROCESO DE RURALIZACIÓN Y POLARIZACIÓN SOCIAL

La economía del Bajo Imperio entró en un pro-ceso continuo de ruralización: Los poderosos trataban de adquirir grandes latifundios y abandonaban las ciudades para retirarse a vivir en las lujosas villas que se hacían construir en ellos. Económicamente, esos latifundios tendían a la autosuficiencia, no sólo de productos agrícolas sino también artesanales, para lo cual albergaban sus propios talleres. Por con-siguiente, en gran parte del Imperio se volvía a una economía cerrada (la que produce para el autoconsumo). Por otra parte, la división esencial del Alto Imperio entre libres y esclavos tendió a desapare-cer, así como la esclavitud misma, que cada vez resultaba más cara y escasa. En cambio, surgió una nueva estructura social polarizada en dos grupos principales, que refleja-ban la nueva situación económica:

• Los grandes propietarios de tierras (latifundistas), entre los cuales debe incluirse a la Iglesia cristiana, cuyo patrimonio creció de forma espectacular —por las donaciones de los fieles—, desde que fue legalizada por el emperador Constantino en el año 313.

• Los colonos, antiguos hombres libres sin recursos, que trabajaban parcelas de los

grandes propietarios en beneficio propio, a cambio de ciertos pagos y servicios al latifundista. En algunos casos, el colono quedaba adscrito forzosamente a la tierra que trabajaba y esta situación la transmitía a sus herederos.

Por último, la crisis y debilidad del Estado, inca-paz de garantizar la seguridad de los individuos y el cumplimiento de las leyes, propició las relaciones de dependencia personal. Así, los humildes, indefensos y sin recursos, buscaban la protección de los poderosos, que con frecuencia les ofrecían, además, un medio de vida. Algunos campesinos incluso decidieron trabajar como colonos sus propias tierras, cediendo la propiedad a un poderoso latifundista a cambio de protección. En otros casos, se establecía una relación de patrocinio entre un poderoso y un hombre libre, mediante la cual el primero se erigía en patrón y el segundo se convertía en su cliente: el patrón protegía al cliente y éste, en contrapartida, se comprometía a serle fiel y a cumplir con ciertas obligaciones.

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III.4.4. LAS REFORMAS DEL SIGLO IV Y LA NUEVA DIVISIÓN

ADMINISTRATIVA

El emperador Diocleciano (284-305) terminó con el periodo de anarquía militar y, para acabar con la crisis del Imperio, emprendió una serie de reformas que continuó Constantino (324-337). Sin embargo, no consiguieron frenar las tendencias socioeconómicas apuntadas anteriormente. La reforma administrativa fue una de las más importantes y pretendía una reorganización más eficaz del maltrecho Imperio: Se duplicó prácticamente el número de provincias, que fueron distribuidas en trece diócesis, y éstas, a su vez, en tres prefecturas. En consecuencia, Hispania se convirtió en una diócesis de la prefectura de las Galias, formada por siete provincias: cinco en la Península —Baetica, Lusitania, Carthaginensis, Gallaecia y Tarraconensis—, una en el norte de Afríca —la Mauritania Tingitana— y otra que integraba las islas Baleares —la Baleárica.

III.4.5. LA DIFUSIÓN DEL CRISTIANISMO

El proceso de romanización de los pueblos peninsulares implicó también, como es lógico, la difusión de la religión romana, aunque los cultos indígenas no desaparecieron del todo. Por otra parte, durante el Alto Imperio, se habían extendido por Hispania, como por todo el mundo romano, diversos cultos orientales, entre ellos el cristianismo. Como religión intimista y con un mensaje de salvación, el cristianismo resultaba muy atractivo para la gente humilde de los medios urbanos. Si se prescinde de las tradicionales explicaciones proporcionadas por la Iglesia sobre el origen del cristianismo en Hispania, difícilmente verificables —la predicación del apóstol Santiago, la de san Pablo o la de los varones apostólicos—, el primer testimonio seguro sobre la existencia de cristianos en la Península es de mediados del siglo III. A partir de ese momento, la nueva religión se fue extendiendo, y cuando el emperador Constantino la legalizó en el año 313 —finalizando así la etapa de persecuciones y clandestinidad—, estaba ya organizada en numerosas zonas, en especial en la Bética. III.5. EL LEGADO CULTURAL DE LA HISPANIA ROMANA III.5.1. CREACIÓN LITERARIA Y PENSAMIENTO Como ya hemos estudiado, la zona más romanizada de la península fue el área ibérica (levante y sur de la Península), donde el latín se fue imponiendo, sobre todo desde comienzos de

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nuestra era, hasta desplazar completamente a las lenguas indígenas. El siglo I d. de C. representó un momento culminante en cuanto a la aportación de grandes figuras hispanas al mundo de la cultura latina, con dos focos principales:

• La Bética, provincia de la que eran originarios Séneca, uno de los grandes maestros de la filosofía estoica, el poeta Lucano, sobrino del anterior, Columela, autor del más famoso tratado de agronomía de la Antigüedad, y el geógrafo Pomponio Mela.

• El valle del Ebro, de donde procedían el retórico Quintiliano, natural de Calahorra, y el

poeta satírico Marcial, nacido en Calatayud. En contraste con estas zonas, los pueblos del oeste y norte de la Península, los menos romanizados, mantuvieron por más tiempo sus costumbres y sus lenguas, de las cuales sólo el vasco ha sobrevivido hasta nuestros días. III.5.2. ARTQUITECTURA Y OBRAS PÚBLICAS El arte romano fue heredero y transmisor de la tradición artística griega, aunque introdujo importantes novedades respecto a Grecia, en especial en la arquitectura: empleo del hormigón y del ladrillo, utilización del arco y la bóveda, etc. La arquitectura romana perseguía tres objetivos esenciales: la utilidad del edificio, su perfección técnica y la propaganda del patrocinador de la obra. Por tanto, es la manifestación artística que mejor refleja el espíritu práctico de los romanos, considerados tradicionalmente mejores ingenieros que artistas.

• El tipo del templo más característico era el de planta rectangular, con un pórtico de entrada y cella —pequeña sala interior que albergaba la imagen de la divinidad—; se elevaba sobre un podio y tenía un acceso único y frontal con escalinata. En España, no se ha conservado ninguno completo.

• El teatro romano derivaba del griego y, como éste, tenía gradas semicirculares y en pendiente (cavea), pero se diferenciaba del griego en varios aspectos: solía estar construido sobre galerías abovedadas —el griego sobre un desnivel del terreno—, por lo que se accedía a las gradas a través de vomitoria; la orchestra o espacio central era semicircular —en el griego, circular—; y tenía una grandiosa arquitectura al fondo de la escena, de la que carecía el teatro griego. Un ejemplo destacable, por su calidad y estado de conservación, es el teatro de Mérida.

• El Anfiteatro inspirado en la unión de dos teatros, era un edificio destinado al espectáculo preferido de los romanos: las luchas de gladiadores y fieras. Constaba de la arena —espacio central abierto, de planta elíptica, donde se actuaba—, la cavea o gradas, los vomitoria y las construcciones subterráneas, bajo la arena, para luchadores y fieras. Son representativos los de Tarragona, Mérida o Itálica.

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• Pero en lo que destacaron los romanos como maestros indiscutibles fue en las obras de Ingeniería, que respondían a las necesidades militares y urbanas del Imperio, al tiempo que cumplían una función de propaganda de su poder:

o Las vías militares cubrían en una red todo el Imperio, para facilitar y agilizar el desplazamiento de las tropas y el comercio entre ciudades.

o Los puentes e construían con sillares de piedra y constaban de un número variable de ojos con arcos de medio punto, como en el puente de Alcántara (Cáceres).

o Los acueductos eran conducciones de agua desde los pantanos a las ciudades y presenta-ban un aspecto semejante al de los puentes, con varios pisos de arquerías de medio punto, de los cuales el inferior variaba en altura según los desniveles del terreno; un conducto en la parte superior servía para transportar el agua. Destacan los de Segovia, Mérida y Tarragona.

IV. LAS INVASIONES BÁRBARAS (409). EL REINO VISIGODO (476-711): INSTITUCINES Y CULTURA IV.1. LAS INVASIONES DE SUEVOS, VÁNDALOS Y ALANOS (409) En el año 409 irrumpieron por la fuerza en la Península tres pueblos germánicos originarios del norte del Rin:

• Los suevos se instalaron en la Península y formaron un reino que comprendía Galicia y el norte de Portugal, y que pervivió hasta el año 585.

• Los vándalos atravesaron la Península y se dirigieron al norte de África. • Los alanos se instalaron en el sur; después, se perdió su rastro.

Estas invasiones tuvieron consecuencias desastrosas -de ahí el término vandálico- y supusieron una violación del territorio romano, lo que justificó la intervención de los visigodos. IV.2. EL REINO VISIGODO (476-711) Los visigodos estaban muy romanizados, ya que llevaban mucho tiempo asentados en el Imperio, en la zona del Danubio. Su presencia en Hispania se debió a un pacto (foedus) suscrito con Roma, por el que ésta les concedía tierras en el sur de Francia y la Península a cambio de combatir y expulsar a los suevos, vándalos y alanos. Cuando fue depuesto el último emperador roma-no de Occidente a manos de los ostrogodos en el año 476, en la Península Ibérica no había más entidad política que el reino suevo de Galicia y el territorio independiente de los vascones. Con elpaso del tiempo, ese vacío de poder dejado por la caída del Imperio romano fue cubierto por la monarquía visigoda.

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En un principio, su núcleo estaba en Tolosa (actual ciudad francesa de Toulouse), punto central del territorio que ocupaban, hasta que la presión de los francos —derrota de Vouillé en el año 507— les obligó a desplazarse al sur, por lo que se asentaron definitivamente en la península Ibérica y establecieron su capital en Toledo. Sus efectivos eran reducidos, entre ochenta mil y trescientas mil personas, frente a unos cuatro millones de hispanorromanos. Las zonas principales de asentamiento fueron la meseta central y septentrional, donde la densidad demográfica era escasa y, como grupo reducido, podían mantener mejor su cohesión interna, sin entrar en demasiados conflictos con la población hispana.

IV.2.1. LA EVOLUCIÓN ECONÓMICA Y SOCIAL

Con los visigodos se acentuaron las tendencias económicas iniciadas en el Bajo Imperio: ruralización, latifundismo y economía cerrada. En el plano social, se reforzaron las relaciones de tipo personal, pues a las relaciones de dependencia de origen romano (patrocinio) se añadió la ancestral costumbre germánica del juramento de fidelidad del guerrero a su jefe (comitatus). Se originó, por tanto, una situación muy próxima al feudalismo, mediante el siguiente proceso: En un principio, los reyes se rodearon de gar-dingos o guerreros fieles a su persona, a los que mantenían en palacio. Posteriormente, tendieron a recompensar sus servicios militares mediante la entrega de tie-rras en usufructo vitalicio (no en propiedad). Con el tiempo, los gardingos usurparon esas tierras y las convirtieron en hereditarias. Se fue formando, pues, una nobleza territorial que aspiraba, además, a convertir sus hereda-des en autónomas respecto al poder del rey. De este modo, en vez de asistir militarmente al monarca —motivo por el que sus antepasa-dos habían recibido las tierras—, le usurpaban incluso su autoridad política. Por su parte, los nobles latifundistas se rodearon también de hombres fieles, conocidos como bucelarios. Éstos, ante las dificultades, optaron por vincularse a un poderoso señor, del que recibían protección y tierras a cambio de un compromiso de fidelidad y obediencia. IV.2.2. INSTITUCIONES POLÍTICAS Y ADMINISTRACIÓN TERRITORIAL La monarquía visigoda era electiva y la designación del rey dependía de los magnates, a los que con el tiempo se añadieron los prelados. Las competencias del rey eran amplias, pero en la práctica estaban muy limitadas por los poderosos. Para la labor de gobierno, el monarca se

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ser-vía fundamentalmente de dos instituciones: El Aula Regia, organismo heredero del tradicional consejo de ancianos visigodo, era una asamblea de carácter consultivo, integrada por magnates que asesoraban al rey en asuntos políticos y militares y en la elaboración de leyes. El Officium Palatinum era el núcleo principal del Aula Regia y formaban parte de él los magnates de mayor confianza del rey, encarga-dos de diversos servicios, canto de la administración central como domésticos. En cuanto a la administración territorial, los visigodos respetaron la división provincial roma-na del Bajo Imperio y pusieron a la cabeza de cada provincia a un gobernador o duque con amplias funciones civiles y militares. Posteriormente, dentro del marco de la provincia, se establecieron nuevas circunscripciones más pequeñas, los territorios, bajo la autoridad de un conde o un juez. IV.2.3. LOS GRANDES PROBLEMAS DE LA MONARQUIA VISIGODA

1. LA UNIDAD RELIGIOSA.

Los visigodos eran arrianos; los hispanorromanos, católicos. Como no se consiguió atraer al arrianismo a la población mayoritaria, Recaredo se convirtió al catolicismo en el tercer Concilio de Toledo (589), más como medida política que religiosa: consiguió, de este modo, para la monarquía el apoyo tanto de la aristocracia hispanorromana como de la cada vez más poderosa Iglesia. A partir de ese momento, los Concilios de Toledo (hasta entonces asambleas eclesiásticas) integra-ron al rey, la nobleza y la Iglesia, y tuvieron carácter de asamblea legislativa, por lo que se convocaron cada vez que había un asunto importante que afectaba a la monarquía.

2. LA UNIFICACIÓN SOCIAL Y JURÍDICA

Las poblaciones visigoda e hispanorromana tardaron en fusionarse por existir entre ellas importantes diferencias, acentuadas por la legislación discriminatoria que impusieron inicialmente los visigodos: distintas leyes para godos e hispanorromanos, prohibición de matrimonios mixtos, etc. Si bien la primera medida encaminada a la fusión de las dos poblaciones fue la unificación religiosa, la segunda y definitiva fue la unificación jurídica, realizada por Recesvinto en el 654 con la recopilación de toda la legislación previa en el Liber Iudiciorum o Fuero Juzgo, y su posterior aplicación a ambas poblaciones. Los únicos que quedaron discriminados y que sufrieron numerosas disposiciones represivas durante todo el periodo visigodo fueron los judíos.

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3. LA UNIDAD TERRITORIAL

El territorio controlado por los visigodos, en un principio, no abarcaba toda la Península. Tres ámbitos escapaban a su dominio: § El noroeste, en poder de los suevos.

§ El norte, territorio independiente de los vascon e s .

§ El sur, bajo el dominio del Imperio bizantino, que había ocupado la zona en tiempos del emperador Justiniano (554) aprovechando una de las frecuentes disensiones internas de la monarquía visigoda.

Sin embargo, con el tiempo consiguieron recuperar estos territorios —Leovigildo (571-586) aisló a los vascones y acabó con el reino suevo de Galicia, Suintila (621-631) expulsó a los bizantinos y sometió por completo a los vascones—, por lo que la monarquía visigoda, a partir del siglo vii, se convirtió en el primer Estado independiente que integraba toda la península Ibérica.

4. EL PODER DE LA IGLESIA Y LA NOBLEZA

Cuando en el tercer Concilio de Toledo (589) Recaredo reconoció el catolicismo como reli-gión oficial, obtuvo para la monarquía el apoyo fundamental de la Iglesia.

Pero ésta, en contrapartida, se convirtió en el nuevo árbitro de la situación política: en lo sucesivo apoyaría al monarca siempre que actuara de acuerdo con sus intereses.

Por otra parte, la Iglesia católica, desde su legalización por Constantino (313), había acumulado un gran patrimonio territorial, por lo que sus intereses coincidían con los de la nobleza. Iglesia y nobleza, por tanto, pretendían impedir el establecimiento de una monarquía fuerte y centralizada, que pudiera limitar su poder.

La debilidad de la corona se veía agravada aún más por su carácter electivo, que propiciaba las ambiciones políticas, las rivalidades por la sucesión al trono e incluso las guerras entre bandos nobiliarios —de treinta y cuatro reyes visigodos, sólo quince terminaron sus días de muerte natural o en la guerra; diez fueron asesinados; siete, destronados, y muchos accedieron al trono mediante la traición o la rebelión. Fue, precisa-mente, una disputa sucesoria el pretexto para la irrupción musulmana en el año 711, que acabó con la monarquía visigoda.

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IV.2.4. ARTE Y CULTURA VISIGÓTICOS

EL ARTE Los visigodos habían permanecido largo tiempo dentro de las fronteras del Imperio romano y cuando penetraron en la Galia y más tarde en Hispania se habían convertido en el pueblo bárbaro más romanizado. No les resultó difícil asimilar las técnicas constructivas anteriores y, al convertirse al catolicismo Recaredo en el III Concilio de Toledo (año 587), construyeron iglesias que en muchos aspectos continuaban la sólida arquitectura de los romanos.

Sus rasgos son muy claros: muros de sillería, planta basílica/ o de cruz griega; arco de herradura, bóveda de medio cañón o, menos frecuentemente, de arista.

Muchos de estos elementos habían sido tomados de los romanos: sillería, planta basilical (en la que no se marcaba el crucero), importancia de la columna en los interiores. Otro elemento, el arco de herradura, sería heredado por los árabes. Los monumentos visigóticos más notables corresponden al siglo VII, a la fase posterior a la conversión al catolicismo. Las iglesias de San Juan de Baños (Palencia), Santa Comba de Bande (Ourense) y San Pedro de la Nave (Zamora) son las de mayor valor artístico.

Las creaciones de la orfebrería visigoda son más importantes y originales, siendo las coronas votivas las obras más bellas por su policromía y suntuosidad.

La corona de Recesvinto hallada en el tesoro de Guarrazar es la más rica y mejor conservada.

LA CULTURA

El nivel cultural del Estado visigodo fue muy pobre, como en general el de todos los Estados germánicos. El núcleo cultural más importante fue Híspalis, que contó con las figuras de los hermanos religiosos Leandro e Isidoro (autor éste, de las Etimologías, obra en la que recopilaba algunos aspectos de la cultura grecorromana); ambos tuvieron una gran influencia en la cultura visigoda.