tema 1 la lucha contra la pobreza en el origen del trabajo ... · na voluntad, como los...

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1.  Discursos de lucha contra la pobreza  1.1.  Voces con impacto: de Malthus a Simmel 1.2.  De la pobreza a la exclusión social 1.3.    De  la  teoría  a  la  investigación  sociológica  aplicada:  la  Fundación  FOESSA 2.  Cuando los debates en torno a la pobreza se hacen realidad  3.  Agentes protagonistas de la intervención social OBJETIVOS Comprender que en el origen del Trabajo Social se encuentran realidades  sociales complejas que suscitaron debates y conformaron discursos políticos.  En concreto, la pobreza será el motor del desarrollo de profesionales como  los asistentes sociales y el objetivo prioritario del Trabajo Social hasta hoy.  Analizar el carácter dinámico, la complejidad y la multiplicación de formas  que ha ido adquiriendo la pobreza en la historia. Resumir el papel desempe- ñado por los diferentes actores y agentes de la intervención social. Facilitar la  reflexión sobre una profesión ligada a las relaciones humanas. GLOSARIO DE CONCEPTOS Pobreza, exclusión social, control social, asistencia social, agentes de in- tervención social, política social, Trabajo Social. Tema 1 La lucha contra la pobreza en el origen del Trabajo Social Sagrario Anaut-Bravo

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1.  Discursos de lucha contra la pobreza 1.1.  Voces con impacto: de Malthus a Simmel1.2.  De la pobreza a la exclusión social1.3.   De  la  teoría  a  la  investigación  sociológica  aplicada:  la  Fundación 

FOESSA2.  Cuando los debates en torno a la pobreza se hacen realidad 3.  Agentes protagonistas de la intervención social

ObjetivOs

Comprender que en el origen del Trabajo Social se encuentran realidades sociales complejas que suscitaron debates y conformaron discursos políticos. En concreto, la pobreza será el motor del desarrollo de profesionales como los asistentes sociales y el objetivo prioritario del Trabajo Social hasta hoy. Analizar el carácter dinámico, la complejidad y la multiplicación de formas que ha ido adquiriendo la pobreza en la historia. Resumir el papel desempe-ñado por los diferentes actores y agentes de la intervención social. Facilitar la reflexión sobre una profesión ligada a las relaciones humanas.

GlOsariO de cOnceptOs

Pobreza, exclusión social, control social, asistencia social, agentes de in-tervención social, política social, Trabajo Social.

Tema 1

La lucha contra la pobreza en el origen del Trabajo Social

Sagrario Anaut-Bravo

24  TRABAJO SOCIAL ORÍGENES Y DESARROLLO

intrOducción

La pregunta sobre qué es el Trabajo Social no solo nos remite a las res-puestas que se han dado en los últimos sesenta años, cuando se ha constituido en profesión y disciplina, sino también a la historia. Una historia de hechos, procesos, personalidades, ideas, valores, etc., que nos ayudan a entender tan-to el pasado como el presente. Aporta explicaciones a un presente no siempre descifrable en claves actuales. Como J. Aróstegui afirma, la historia “no es meramente el tiempo pasado de las cosas humanas, sino que es el cambio de las cosas humanas”1.

El Trabajo Social “al igual que todo fenómeno o acontecimiento histórico, está incrustado en un sistema y contexto socio-histórico que le da significado y le condiciona, asignándole una herencia de la que le es difícil sustraerse”2. No se trata de hacer un planteamiento lineal sobre los orígenes y desarrollo del Trabajo Social, sino de rastrear en el pasado algunos hitos, problemáticas, situaciones y colectividades susceptibles de ayuda o atención, tipos de inter-vención desde iniciativas diversas, mecanismos de respuesta social e institu-cional, etc., que hablan de cambios y continuidades. Unas claves explicativas que han dejado su legado empírico como teórico en instituciones, estrategias y prácticas de actuación, y en el plano de legitimación y justificación de un modo de hacer y pensar que apuntan hacia la constitución del Trabajo Social como profesión y como disciplina.

Existen estudios generales, regionales y locales sobre la historia de la Asis-tencia Social o del Trabajo Social. Quizá no tan sistemáticos ni tan completos como nos gustaría pero, a nuestro juicio, resultan de gran interés. Por citar solo algunos ejemplos, destacaremos los de J. Álvarez Junco (1990) y C. Ló-pez Alonso (1988) sobre la acción social; los de F. Santolaria (1997, 2003), B. Gemerek (1989), P. Carasa (1987), D. Casado (1990), L. Montiel (1997) o S. Anaut sobre pobreza, marginación, caridad y asistencia3.

Son más numerosas las monografías sobre instituciones que dan asilo como inclusas, misericordias, cárceles u hospitales. Sus aportaciones sobre su fun-cionamiento, organización, asistentes y asistidos han permitido reconstruir la evolución de una acción individual o social sobre determinados colectivos o 

1  Aróstegui, J. (2001): La investigación histórica: teoría y método, Crítica, Madrid.2  Zamanillo, T. (1990): “Lo viejo se renueva. Un perfil del trabajador social actual”, en Documentación

Social, nº 79.3  Santolaria, F. (1997): Marginación y educación. Historia de la educación social en la España moder-

na y contemporánea, Edit. Ariel Educación, Barcelona; (2003): El gran debate de los pobres en el siglo XVI. Domingo de Soto y Juan de Robles, 1545, Ariel Historia, Madrid. Carasa, P. (1987), Pauperismo y revolución burguesa (Burgos, 1750-1900),  Biblioteca  de  Castilla  y  León, Valladolid; Anaut  Bravo,  S. (2001), Luces y sombras de una ciudad. Los límites del Reformismo social y del higienismo en Pamplona, Ayuntamiento Pamplona-UPNA, Pamplona.

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grupos sociales. Asimismo, se cuenta con publicaciones sobre diferentes ser-vicios y programas sociales en etapas previas a la configuración del Estado de Bienestar, sin olvidar las referidas al propio Estado de Bienestar, aunque su orientación sea más sociológica o político-económica que histórica4.

La producción bibliográfica  sobre  todos estos y otros  temas comenzó a proliferar a partir de la segunda mitad de la década de los ochenta del siglo XX, cuando ya se contaba con un diseño más o menos claro del Estado de Bienestar en España y cuando la historia social encuentra espacio en el mun-do académico español. Una historia social que incorpora la historia de la po-breza, de las instituciones hospitalarias, punitivas y benéficas, de la legisla-ción social, laboral y socio-sanitaria, y la progresiva presencia e intervención de las autoridades político-administrativas en las vidas privadas, a unas líneas de investigación centradas en la organización social y el movimiento obrero.

Como resultado de esta trayectoria historiográfica, podemos afirmar que resulta difícil concretar el momento en el que se hace realidad la profesión de asistente social/trabajador social en España. Lo cierto es que se ha ido deli-mitando de forma gradual, casi sin hacer ruido, sin dejarse notar. Ha seguido el ritmo de unas actividades que, en principio, tuvieron un impulso cristiano y humanitario hacia unas actividades más especializadas y profesionales. Ese paso requirió el surgimiento de grupos ocupacionales comprometidos en un trabajo y dedicados a unas problemáticas que se fueron concretando de forma paulatina. Este recorrido exigió, de igual forma, que los asistentes sociales demostraran que su labor no podía ser ejercida por cualquier persona de bue-na voluntad, como los reformadores sociales y visitadores voluntarios.

Los esfuerzos realizados hasta el presente no han evitado que todavía sea un rasgo del Trabajo Social su indefinición o ambigüedad múltiple, posicio-nal y funcional, como lo define Álvarez-Uría. Esta debilidad parece quedar mediatizada cuando se entiende que la trayectoria de la profesión ha girado en torno a la intervención como respuesta a las necesidades sociales, inten-tando servir a cada persona y a la sociedad y promocionando el cambio o la mejora humana a través de diversos mecanismos, entre los que se encuentran la cooperación y la ayuda mutua.

De todo ello se desprende que el Trabajo Social nació en tierra de nadie, en el denominado espacio social. Ese espacio que no es ni política ni economía. Su intervención se dirigió a reparar las fracturas sociales sin alterar sus fac-tores causales ni los modelos político-económicos imperantes. Es compren-

4  Como referencias: Rodríguez Ocaña, E., et al. (1985): “Los consultorios de lactantes y gotas de leche en España”, en Revista Jano, vol. 29, nº 663; Muñoz de Bustillo, R. (1989), Crisis y futuro del Estado de Bienestar, Alianza, Madrid; Carasa Soto, P. (1997), “La revolución nacional-asistencial durante el primer franquismo (1936-1940)”, en Historia Contemporánea, nº 16; Rodríguez Cabrero, G. (2004), El Estado de Bienestar en España: debates, desarrollo y retos, Edit. Fundamentos, Madrid.

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sible entonces que en el origen de toda intervención social esté la pobreza y el carácter paliativo, temporal, exiguo e intermitente de toda acción social sin límites bien definidos, como se constatará a lo largo de este libro.

1. discursOs de lucha cOntra la pObreza

En el origen y desarrollo de lo que hoy definimos como Trabajo Social se encuentra, como se ha indicado, la preocupación por la pobreza. Una pobreza cuyas formas e imágenes irán variando a lo largo de la historia, siguiendo el devenir político, económico, social y cultural del marco geopolítico en el que se desarrolla. Es así como aparecen diferencias y similitudes entre localida-des, regiones y países a la hora de dar respuestas a las necesidades sociales que se van detectando y en el momento de formular explicaciones, tanto re-feridas a las situaciones de necesidad como a las propuestas de intervención.

El  interés por  la pobreza, por  sus causas, manifestaciones, efectos y di-mensiones,  se  presenta  como un  continuum en  la  documentación política, religiosa,  económica, médica, urbanística y  académica. A medida que nos acercamos al siglo XX, la producción literaria al respecto ha ido en aumento al  suscitar  análisis  desde  nuevos  enfoques. Trabajos  de  relevancia  política como los de los médicos P.F. Monlau, A. Pulido, M. Tolosa Latour y F. Rubio Gali, o los de C. Arenal en el siglo XIX, responden a una larga tradición de humanistas, arbitristas y tratadistas de gran talla. En el siglo XVI han de men-cionarse las figuras de J. L. Vives, D. de Soto, J. de Medina, M. de Giginta o C. Pérez de Herrera, representantes del humanismo y de la doctrina católica. En  la  siguiente centuria,  sobresalieron  los discursos de  los arbitristas que, con su análisis parcial de la realidad, expusieron soluciones a corto, medio y largo plazo a las autoridades. Han de nombrase, al menos, a González de Ce-llorigo, Martínez de Mata, Álvarez Osorio, Sancho de Moncada y Fernández Navarrete. Su posicionamiento se desvinculará del discurso teológico y de la caridad cristiana, muy presente en el siglo anterior, para centrarse más en el análisis económico y financiero.

En el siglo XVIII seguimos encontrando figuras señeras como Campoma-nes, Floridablanca o Jovellanos, quienes accedieron a altos cargos de la admi-nistración regia. Pero otro paso no menos importante fue el desarrollo de las Sociedades Económicas de Amigos del País. En ellas se agruparon arbitristas e ilustrados con la intención de hacer propuestas conjuntas a los gobernantes y de movilizar las conciencias en torno a la pobreza.

En  líneas  generales,  en  los  discursos  de  teólogos,  tratadistas,  políticos, responsables  económicos  y  arbitristas/ilustrados  se  recogió  una  profunda preocupación por  la pobreza como  fenómeno multidimensional, pero muy 

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ligado a una concepción de un estado individual o familiar. A lo  largo del siglo XIX se mantendrá este posicionamiento, si bien se entiende que se llega a ella por falta de trabajo. Los cambios profundos que se fueron viviendo a golpe de guerras, pronunciamientos militares, temporalidad de los gobiernos, competencia económica internacional y debilidad financiera, abrieron deba-tes en torno a cuestiones como:

—   La responsabilidad de las administraciones públicas en materia laboral, de asistencia social y de higiene pública.

—   La  definición  de  pobreza,  miseria  y  pauperismo,  y  su  relación  con desviaciones sociomorales como la prostitución, delincuencia, locura, abandono y violencia.

—   Las enfermedades evitables, las enfermedades sociales y las desigual-dades ante la muerte.

En los siglos XIX y XX higienistas, reformistas, médicos, tratadistas, fi-lósofos y primeros economistas y sociólogos analizarán, con preocupación, la complejidad, el carácter dinámico y la multiplicación de formas que va a ir adquiriendo la pobreza. Los esfuerzos se dirigirán a controlar, paliar, hacer retroceder e incluso erradicar esa pobreza. Para ello, se fueron poniendo en marcha políticas intervencionistas y reformistas en lo social, centradas en las situaciones más urgentes y en mejorar la vida de las clases más vulnerables, a la vez que “peligrosas”. Estas políticas, no siempre coordinadas, contarán con el  respaldo de  los grupos de poder económico,  social y  religioso, por cuanto entendían que velaban por el bien común y se encaminaban a lograr la paz social rota por el proceso industrializador.

Estos pasos paulatinos nos adentrarán en la necesidad de profesionalizar la atención e  intervención social directa como medio o  recurso de control social. El Trabajo Social profesional, por tanto, no ha de ser un fenómeno ais-lado y abstracto, sino que está relacionado con las situaciones sociopolíticas en las que se implanta, con las inquietudes e interés de quienes lo potencian y lo lleva a cabo, así como con la delimitación de objetivos encaminados a dar respuesta a las necesidades sociales que surgen en cada momento histórico. 

1.1. voces con impacto: de Malthus a simmel

Hace ya unas décadas D. Casado afirmaba como “en las sociedades an-tiguas,  la pobreza se revelaba como una situación de penuria extrema”, de modo que había que ofrecer ayuda para alcanzar la mera supervivencia; en las “sociedades modernas, en cambio, la pobreza es la sombra de la riqueza, 

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y en la actualidad viene a ser algo así como el negativo del desarrollo”5. La ayuda  frente  a  la pobreza  comienza  a  conformarse  fuera de  los  cauces de apoyo informal en un contexto en el que no se cuestiona la existencia de ricos y pobres. La riqueza y la pobreza se consideraban estados connaturales a la sociedad. La doctrina cristiana dará protagonismo a quienes se encuentren en situación de pobreza, de tal manera que con la caridad se adquiere el derecho y el deber de socorrer, de amparar o ayudar al más débil. Pero este ordena-miento ricos-pobres no cuestionaba el orden socioeconómico establecido en tanto se fueran creando diferentes cauces de ayuda en forma de instituciones y de ayudas en dinero o especie. Había propiciado una interdependencia que daba la  impresión de alcanzar los resultados esperados, aunque también la aparición de voces críticas como las de R. Malthus, A. Smith o D. Ricardo en el siglo XVIII, y como J. Bentham, A. de Tocqueville, H. Spencer o K. Marx en el siglo XIX.

Pensadores como los enumerados comparten la idea de que la ayuda a la población pobre era inútil, por cuanto la pobreza resultaba inevitable e incluso conveniente. Según R. Malthus, las leyes de la naturaleza exigían no ayudar a quienes no tenían posibilidad de salir de su pobreza, por la escasez de los recursos disponibles. Se comenzaba a diseñar una nueva relación entre clases sociales que se asentará sobre la competencia, un referente ideológico básico en el nuevo orden industrial liberal. En este sentido, A. Smith o D. Ricardo, entre otros, formularon argumentos bastante sólidos como la conocida “ley de bronce del salario”, según la cual los salarios tienden, de forma natural, hacia un nivel mínimo capaz de cubrir solo las necesidades más básicas de subsistencia. Cualquier incremento en los salarios sobre este nivel animaría el crecimiento de la población, aumentando así la competencia por obtener un empleo y llevando a la reducción de nuevo de los salarios a ese mínimo.

Las leyes naturales, como se desprende del pensamiento de estos ilustra-dos, serán las encargadas de poner en marcha mecanismos reguladores que conduzcan al equilibrio, la estabilidad y el progreso, entre los que se apun-taban la pobreza, el hambre, la enfermedad y la muerte. Casi un siglo más tarde, encontramos el discurso de H. Spencer. Para él la pobreza se produce por una menor capacidad inherente de cada individuo y una limitada adapta-ción por parte de ciertos sujetos. Es decir, la responsabilidad de la pobreza es del individuo y las posibilidades de supervivencia se concentran en los me-jores, no en la totalidad de la sociedad. De esta forma, la pobreza carece de justificación moral y religiosa, liberando de toda responsabilidad de ayuda o socorro a los poderosos y a los responsables políticos, así como de intervenir para paliar los desajustes que habían conducido a las situaciones de pobreza.

5  Casado, D. (1970): Introducción a la sociología de la pobreza, FOESSA, Madrid.

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La  filosofía  de  los  derechos  naturales  convivirá  durante  décadas  con  el liberalismo del siglo XIX, si bien se irán distanciando sus postulados. Una de las figuras centrales en ese proceso de transición fue J. Bentham. Estaba con-vencido de que el derecho debe tender a una distribución comparativamente equitativa de la propiedad o, al menos, no debe crear desigualdades arbitra-rias. Es así como la legislación, no la costumbre, tenía que tratar de lograr un equilibrio funcional entre la seguridad y la igualdad, y el legislador debía “fabricar el tejido de la felicidad a través de la razón y el derecho”. Alcanzar el principio de “la mayor felicidad del mayor número” implicaba la búsqueda de orden y eficacia desde la razón, no desde sentimientos humanitarios, así como aceptar como premisas que “un hombre vale lo mismo que cualquier otro hombre” y cada persona “debe contar por uno y nadie por más que uno”.

La apuesta por la individualidad del pensamiento liberal trasladaba la cul-pabilidad de la situación vivida a cada individuo. J. Stuart Mill introducirá la idea de que la conciencia de la sociedad y el sentido de la conducta individual están, en cierto sentido, socializadas6. El mismo se cuestiona si no hay medios para combatir la pobreza y los bajos salarios, y si solo se puede demostrar desde la economía política que no se puede hacer nada. K. Marx propondrá como alternativa construir una nueva sociedad sin pobres, sin clases, tras la supresión de las estructuras liberal-capitalistas que estaban conduciendo la sociedad hacia su progresiva pauperización.

Como  sus  coetáneos,  K.  Marx  consideraba  inevitable  la  pobreza  dentro del orden social establecido, pero rechazaba que fuera el orden natural de la sociedad. Un orden que se alimentaba a través de las diferentes formas de ayuda concedidas a los pobres y de un sistema de producción que permite a una clase social monopolizar  los medios de producción y establecer una división del trabajo desigual. Por eso, Marx plantea la revolución social que destierre definitivamente las raíces de la explotación y la desigualdad social, al socializar la producción e identificar al hombre con el ciudadano.

El pauperismo ocupará un lugar central en la obra de K. Marx. Una de sus aportaciones se centra en la reflexión sobre las causas de la pobreza, diferen-ciando entre el pobre tradicional o sin trabajo, y el pobre industrial o pobre emergente de la revolución industrial que, teniendo trabajo, vive en una si-tuación de pobreza por la “sobrepoblación obrera”, la cual facilita contar con un “ejército de reserva a disposición del capital”, proveedor de unos salarios de mera  supervivencia. Diferencia,  además,  entre  trabajadores  industriales ocupados y desocupados. Estos últimos formarían el ejército de reserva com-puesto por los excedentes del sector agrario, trabajadores irregulares o a do-micilio, y por aquellos  trabajadores que expulsa  temporalmente el  sistema 

6  Sabine, G. (1994): Historia de la teoría política, F.C.E., México.

30  TRABAJO SOCIAL ORÍGENES Y DESARROLLO

productivo industrial. Para Marx esta población es una necesidad económica y una realidad social que “está al margen, pero en ningún caso fuera del modo de producción capitalista; pertenece al capital”. Es decir, esta sobrepoblación obrera es un “discontinuo del sistema productivo cuya subsistencia no está garantizada por una relación de intercambio salarial sino por distintos recur-sos, como los subsidios aportados por la colectividad”7. Por debajo de estas capas en situación de pobreza, estima que se encuentran prostitutas, crimi-nales y vagabundos,  junto a viudas, huérfanos, personas con discapacidad, fracasadas o inadaptadas, de manera que este pauperismo es, para Marx, “el hospicio de inválidos del ejército obrero activo y el peso muerto del ejército industrial de reserva”.

Así es como una parte importante de la población pasaba a una situación vulnerable y desvalorizada como consecuencia de un exceso de mano de obra desempleada  que  instaura  la  rivalidad  entre  asalariados.  Si  bien  el  pensa-miento de Marx reconoce que las causas de la pauperización progresiva de la sociedad están en la acumulación capitalista basada en la desigualdad de la propiedad y de la explotación ilimitada de la clase obrera por los propietarios de los medios de producción, deja sin resolver sus efectos a largo plazo. En-tre ellos destacaremos la dependencia creciente de los poderes públicos por parte de la población pobre, aceptando aquellos la obligación de ayudarlos en nombre de la democracia y la ciudadanía.

Con un menor alcance en la historia de la segunda mitad del siglo XIX y el siglo XX que el pensamiento elaborado por K. Marx y F. Engels, pero no por ello menos importante en el tema que nos ocupa, destacamos el trabajo titulado Memoria sobre el pauperismo de A. de Tocqueville (1835). Puede considerarse un primer intento de formulación de la cuestión social que plan-tea la pobreza. No le interesó tanto cuestionar los malos hábitos y costumbres de  la población  indigente  (suciedad, hacinamiento, alcoholismo, violencia, incultura y analfabetismo, entre otros) para explicar la necesidad de interve-nir concediendo ayudas ligadas al ejercicio de la beneficencia y la moralidad, como indagar en las causas generales del fenómeno de la pobreza. Recurrió entonces  a profundizar  en  la noción de  la necesidad,  concluyendo que  las necesidades variarán en función del momento histórico y de cada sociedad. 

Percibe que en las primeras décadas del siglo XIX se desarrollan de forma simultánea la riqueza y la pobreza. La distancia entre ambas hablará del nivel de desarrollo de esa sociedad. En otras palabras, la miseria quedaba vincula-da inevitablemente al proceso de civilización que condena a una parte de sus miembros a una situación de inferioridad y dependencia y que corre el riesgo de cuestionar la idea de democracia. Subestima, por tanto, la lógica econó-

7  Paugam, S. (2007): Las formas elementales de la pobreza, Alianza Editorial, Madrid.

LA LUCHA CONTRA LA POBREZA EN EL ORIGEN DEL TRABAJO SOCIAL  31

mica de la reproducción de las desigualdades, para aportar como idea central que la pobreza no existe como tal, sino respecto a un estado de una sociedad considerada como un todo.

Estas ideas le llevan a identificar a los pobres con aquellas personas que reciben asistencia, apoyo de sus semejantes, e incluso, viven a sus expensas, porque no tienen trabajo, ni ingresos ni pueden recibir ayuda de su entorno. Esta nueva forma de pobreza identificada por Tocqueville se identifica con el estatus social de asistido.

Encontramos más desarrolladas algunas de estas ideas en la obra de G. Si-mmel, casi un siglo más tarde. Para Simmel, lo más terrible de la pobreza es ser pobre y nada más que pobre. A partir del momento en que la colectividad se hace cargo del pobre, éste solo podrá alcanzar el estatus social de asistido, puesto que la asistencia llega a alterar la identidad de la persona asistida y le confiere un estigma que marcará todas sus relaciones con el resto de miem-bros de la sociedad.

Los pobres solo pueden acceder a un estatus social que  los desvaloriza, descalifica, en la medida que la sociedad combate la pobreza por definirla como intolerable. Como él mismo afirma, el grupo de pobres no permanece unido  por  la  interacción  entre  sus  miembros,  sino  por  la  actitud  colectiva que la sociedad adopta frente a él. Este análisis posibilita hablar de pobreza institucional u oficial como una dimensión de la pobreza que es medible y reconocible. Sin embargo, existe otra pobreza no declarada, temerosa de su deshonor  o  reacia  a  entrar  en  unos  cauces  que  limitan.  La  pobreza  queda identificada como una construcción social.

En su opinión, la asistencia tiene una función de regulación del sistema social en su conjunto, ya que los pobres siguen siendo miembros de pleno derecho de la sociedad en la que se encuentran. Es decir, los pobres están dentro de la sociedad, no fuera, y ligados a los objetivos de esa sociedad por su propia situación de dependencia respecto de la colectividad. A pesar de su crítica a  la beneficencia y  la filantropía privada y pública, Simmel entiende que son un medio para conseguir la cohesión social y garantizar el vínculo social y la autoprotección de la misma sociedad. El Estado asume la obligación de auxiliar a los pobres, pero ello no se traduce en un derecho para los pobres. Están en disposición de recibir asistencia, no de reivindi-carla. Para compensar  los  fallos en  la protección social de  la solidaridad familiar, el Estado se hace social. La pobreza pasa a ser, de esta forma, un asunto familiar y una cuestión de Estado. Se traspasa la atención de la po-breza desde el ámbito privado (familia y asistencia privada) al Estado que establece leyes sociales y determinados modos de intervención social. La interdependencia que se mantiene entonces entre los pobres y el resto de la sociedad se vuelve más compleja.

32  TRABAJO SOCIAL ORÍGENES Y DESARROLLO

Las reflexiones sobre la pobreza que se han recogido hasta aquí son una muestra representativa del  interés suscitado por ésta entre quienes miraron de otra forma la realidad social que les rodeaba. Descubrir, analizar y com-prender la complejidad de la misma podía colaborar en la puesta en marcha de medidas encaminadas a su modificación e incluso erradicación. Tanto A. de Tocqueville como G. Simmel apuntan al ejercicio de la asistencia pública y privada hacia las personas pobres. Una atención que responderá a aquella finalidad determinada por quienes  la provean y que va a  requerir del con-curso de una  serie de personas  implicadas que,  en determinado momento, habrán de convertirse en profesionales. Será en ese momento también cuando se vaya atisbando, lo que décadas más tarde, supondrá la comprensión de la pobreza como un proceso y no como un estado.

1.2. de la pobreza a la exclusión social

A lo largo del siglo XX han sido numerosos los estudios que han tratado el tema de la pobreza y sus implicaciones. Desde la economía y la estadísti-ca se ha medido su dimensión y su impacto en ámbitos como el laboral o el gasto social público. Desde la historia como desde la sociología el interés se ha centrado en la dimensión social de la pobreza, sus representaciones so-ciales, sus tipologías, así como sus relaciones con los modelos de asistencia y represión, con las instituciones del Estado y los organismos privados que prestan ayuda. Mientras la historiografía ha hecho especial hincapié en las transformaciones de las relaciones sociales con la pobreza a lo largo del tiem-po, la sociología ha tendido a centrarse más en demostrar los cambios de las funciones explícitas atribuidas al sistema asistencial dirigido a la población pobre durante el siglo XX, atendiendo a la coyuntura económica y nivel de desarrollo de la sociedad industrial y postindustrial.

Este amplio bagaje permite entender que la pobreza se va a ir definien-do, cada vez de forma más nítida, por su ambivalencia y dinamismo. A ello se suma la percepción de la heterogeneidad de la población pobre y el  carácter  evolutivo de  la pobreza. Las variaciones  sociohistóricas han afectado  a  la  representación  social  de  la  pobreza  y  a  la  elaboración  de las categorías que se consideran como pobres, por cuanto las formas de intervención social responden a la importancia que las sociedades dan a la cuestión social de la pobreza, a la percepción social de la misma y a la forma en que se la quiere tratar. Pero también han incidido en la vivencia personal o colectiva de la pobreza, los comportamientos adoptados frente a quienes les definen como pobres y sus formas de adaptación a las dife-rentes situaciones a las que se enfrentan.

LA LUCHA CONTRA LA POBREZA EN EL ORIGEN DEL TRABAJO SOCIAL  33

De especial relevancia en esta materia son los trabajos del francés S. Pau-gam8 que, tomando la propuesta de G. Simmel, concluye que se pueden es-tablecer tres formas elementales de pobreza atendiendo a una configuración social concreta: integrada, marginal y descalificadora. La pobreza integrada nos sitúa ante un problema generalizado en una sociedad (no muy industria-lizada), por lo que resulta más reproducible de generación en generación y se muestra más persistente. Pero esta pobreza no implica exclusión social por la importante presencia de la solidaridad familiar, así como por la inserción en la economía sumergida/informal y en las redes de asistencia social.

La pobreza marginal está diferenciada del  resto de grupos sociales y es bastante minoritaria. Suelen considerarse personas inadaptadas a las nuevas realidades socioeconómicas, por lo que están estigmatizadas. A pesar de su carácter  residual,  recibe  mucha  atención  de  las  instituciones  asistenciales, interesadas en que  lo sigan siendo. Su persistencia dentro de contextos de progreso y bienestar social habla de su negación institucional como realidad social y de su valoración como situación individual que requiere un tipo de asistencia individual y psicologizante. De esta forma, conviven la asistencia de casos concretos con una protección social de carácter universal dirigida al resto de la sociedad, garantizando así la invisibilidad de la pobreza.

En cuanto a la pobreza descalificadora se refiere a un proceso que puede afectar a capas de la población integradas en el mercado de trabajo hasta un determinado momento. Su salida de la actividad laboral lleva a estas personas a la precariedad en ingresos, condiciones de la vivienda, salud y participa-ción social. Pero la precariedad no es exclusiva de estas personas, sino que afecta al conjunto de la sociedad por la inseguridad y la angustia que se gene-ralizan. Así, la pobreza se corresponde con una acumulación de desventajas, a las que se ha ido dando respuestas desde los servicios de acción social con soluciones de inserción y acompañamiento social, cada vez más generaliza-das entre quienes están en situación de pobreza descalificadora y quienes son susceptibles de estarlo.

Otra de las principales aportaciones de S. Paugam se centra en analizar la experiencia de la pobreza. Una experiencia que se presenta en relación al nivel de desarrollo económico, a la importancia que adquieren los vín-culos sociales y, en tercer  lugar, a  los modos de intervención social y el desarrollo de  los sistemas de protección social. Sobre este último punto delimita  tres  tipos de  relación de asistencia en correspondencia con  tres fases diferentes del proceso de descalificación social, concepto que hace 

8  Paugam, S. (2007): Las formas elementales de la pobreza, Alianza Editorial, Madrid; (1999): Europe face à la pauvreté: les expériences nationales de revenu minimum, Ministère de l’Emploi et de la Solida-rité, París; (1997): La disqualification sociale. Essai sur la nouvelle pauvreté, PUF, París.

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referencia a la pobreza como proceso y no como estado. Como él afirma, “la descalificación social pone el acento en el carácter multidimensional, dinámico y evolutivo de la pobreza”9. Los tres tipos de relación son: fragi-lidad, dependencia y ruptura.

La fragilidad corresponde a la primera fase en la que la persona, tras un fracaso profesional o ante la dificultad para acceder a un puesto de trabajo, adquiere conciencia de la distancia que la separa de la mayoría de la pobla-ción. Mientras puede, va a mantener distancias con el sistema de atención social, por cuanto el  contacto con profesionales como  las  trabajadoras  so-ciales supondría la renuncia a un estatus alcanzado y una pérdida progresiva de  dignidad.  La  fragilidad  puede  llevar  a  la  dependencia  de  los  Servicios Sociales que pasan a hacerse cargo, de forma habitual, de las dificultades de estas personas. Estas personas han aceptado la idea de depender y mantener relaciones regulares con tales servicios para obtener una garantía de ingresos y diversas ayudas para mantener unos mínimos. Desde ese momento comien-zan a justificar y racionalizar la asistencia de la que se benefician por cuanto ven imposible su incorporación al mercado de trabajo.

Puede suceder que las ayudas cesen y se debiliten más las redes de apoyo informales. Se pasaría de la dependencia a la ruptura de relaciones con los Servicios Sociales y otros modos de intervención social. Es entonces cuando se detecta una acumulación de fracasos que conducen a la marginación. Al no tener esperanzas reales de salir de su situación, sienten que han perdido el sentido de su vida y optan por vías que ahondan más su fracaso (alcohol y drogas, sobre todo).

Centrando  el  análisis  en  el  caso  de  España,  sobre  todo  desde  los  años ochenta, es posible encontrar estudios sobre  la pobreza que han permitido cuantificar  la  evolución de  su  incidencia y de  su  intensidad,  así  como co-nocer su composición y características. Se ha detectado, de igual forma, un progresivo interés por realizar análisis dinámicos de este fenómeno con los que se ha constatado una importante movilidad tanto hacia dentro como hacia fuera de la pobreza. Será en esa década cuando la Comisión Europea (1989) comience a emplear el término exclusión en sustitución del de pobreza, con el fin de superar la orientación economicista de la pobreza. Este cambio con-ceptual va a suponer también un cambio de perspectiva en la línea de lo apun-tado en páginas anteriores: se ha de dar el salto definitivo de una concepción estática de la pobreza a una dinámica, de proceso.

Para responder mejor al carácter multidimensional, dinámico y heterogé-neo de la pobreza, el concepto de exclusión social permitía un mayor consen-so teórico. No se ha logrado establecer una definición compartida, aunque 

9  Paugam, S. (2007): Las formas elementales de la pobreza, Alianza Editorial, Madrid.

LA LUCHA CONTRA LA POBREZA EN EL ORIGEN DEL TRABAJO SOCIAL  35

se comparten como aspectos claves de  la exclusión social:  tiene un origen estructural, un carácter multidimensional y una naturaleza procesual10.

El tránsito del concepto de pobreza al de exclusión social no significa que se haya descartado el concepto de pobreza. Como hemos expuesto al tratar las aportaciones de S. Paugam, conviven ambos conceptos en los discursos que tratan de entender el fenómeno de la pobreza. Cuando se habla de pobre-za, se ha generalizado la referencia a la carencia de recursos para satisfacer necesidades consideradas básicas, que influyen en la calidad de vida de las personas. Sus connotaciones son, sobre todo, económicas al aludir a los me-dios con los que cuenta una persona para alcanzar unos estándares mínimos y participar con normalidad en la sociedad. Pero también conlleva una cate-gorización social. La línea de la pobreza se ubica de forma diferente según la persona o institución

En cambio, la exclusión social no solo se define en términos puramente económicos, sino desde un tipo más amplio de participación en la sociedad. Es decir, hace referencia a un proceso de pérdida de  integración o partici-pación  del  individuo  en  la  sociedad  en  uno  o  varios  ámbitos  (económico, político, social-relacional), siempre en términos relativos a su situación con respecto al conjunto de la población. 

Para valorar en su justa medida lo que aporta este cambio conceptual en el desarrollo del Trabajo Social más contemporáneo, habrá que matizar los tres aspectos claves que introduce. En cuanto a la exclusión como fenómeno estructural, se entiende que las transformaciones producidas desde los años setenta en el mercado laboral, en las formas de convivencia y la institución familiar, así como en la acción del Estado de bienestar, han sido las causas de  la exclusión de  individuos, hogares, comunidades, grupos sociales, etc. Frente a las propuestas que culpan a cada individuo de su propia situación de exclusión, se pone énfasis en los factores estructurales. Ello no invalida la presencia de ciertos factores individuales relacionados con la subjetividad. Así las reacciones de los individuos se manifiestan heterogéneas, de manera que habrá que distinguir entre los factores de riesgo/protección y las reaccio-nes de los individuos al tratar la exclusión social.

Por su parte, el carácter multidimensional incluye dificultades y barreras en aspectos como la participación económica (empleo, ingresos, bienes y ser-vicios), social, política y en los sistemas de protección social (vivienda, salud y educación). Este carácter está íntimamente relacionado con la complejidad y la naturaleza dinámica del fenómeno de la exclusión social. La concepción procesual de la exclusión permite diferenciar distintas situaciones e intensi-

10  Laparra, M., Pérez, B. (2008): Exclusión social en España. Un espacio diverso y disperso en intensa transformación, Col. Estudios, Fundación FOESSA, Madrid.

36  TRABAJO SOCIAL ORÍGENES Y DESARROLLO

dades, como son el espacio de integración, la situación de vulnerabilidad y la situación de fragilidad/exclusión social.

Desde esta perspectiva la exclusión social facilita definir la situación de pobreza permanente de una minoría de hogares que, además, acumulan otras problemáticas graves en materia educativa,  laboral, relacional o de salud y cuenta con escasas posibilidades de salir de esta situación sin ayudas. Pero estos apoyos o ayudas han de valorar la heterogeneidad de los espacios so-ciales de la exclusión: diversidad de problemáticas, distinta intensidad por la gravedad de los problemas y la especificidad étnica o de nacionalidad. Solo así se podrá estar en disposición de diseñar programas sociales diversificados y flexibles capaces de luchar contra la exclusión.

Al entender la exclusión social como un proceso de alejamiento progresivo de una situación de integración social en el marco del Estado de bienestar, se pueden distinguir diversos estadios en función de la intensidad: desde la precariedad o vulnerabilidad, hasta las situaciones de exclusión más graves. Cada uno de tales estadios responderá a diversos procesos de acumulación de barreras o riegos en distintos ámbitos (laboral, formativo, sociosanitario, económico, relacional y habitacional), y de limitación de oportunidades de acceso a los mecanismos de protección. Es por ello que no todas las situacio-nes de exclusión comportan situaciones de pobreza y viceversa.

De especial interés resulta también la propuesta que hace J. Subirats11. En-tiende la exclusión social desde una perspectiva integral lo que se traduce en que es una situación resultante de un proceso de acumulación, superposición y/o combinación de diversos factores de desventaja o vulnerabilidad social. Puede afectar  tanto a  individuos como a grupos que experimentan una  si-tuación de  imposibilidad o dificultad  intensa de acceder a mecanismos de desarrollo personal, de inserción socio-comunitaria y a los sistemas preesta-blecidos de protección social. Es decir, el desarrollo humano pleno no será posible por las condiciones de vida, materiales y psíquicas. En el marco de las políticas sociales europeas se concreta en crecientes procesos de vulnera-bilidad, de desconexión social, de pérdida de lazos sociales y familiares que, junto con una combinación variable de causas de desigualdad y marginación, acaban  generando  situaciones  de  exclusión  social.  Serán  estas  situaciones objeto de atención prioritario del Trabajo Social, como lo había sido la po-breza en épocas anteriores.

11  Subirats, J. (2004): Pobreza y exclusión social. Un análisis de la realidad española y europea, La Caixa, Barcelona.

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1.3. de la teoría a la investigación sociológica aplicada: la Fundación FOessa12

Los debates, discursos y actuaciones expuestos no siempre se sustentaron en análisis previos. Será Cáritas quien asuma la responsabilidad de completar su acción  social  con  la  investigación empírica,  contando desde ese primer momento con una importante implicación de las asistentes sociales, más tar-de,  trabajadoras  sociales. Recordemos que  su andadura comienza en 1941 dentro de la Acción Católica del régimen franquista. De esta forma, se con-vertía en la organización oficial de las actividades externas de la caridad en la Iglesia y en el órgano de la beneficencia pública y la asistencia social. Su estrecha colaboración con el Estado no le impidió desplegar actividades con cierta  independencia,  sobre  todo,  desde  1950,  cuando  se  perfila  como  “la conciencia crítica de la Iglesia”.

En 1951 comienza a llegar la Ayuda Social Americana (ASA) que debía gestionarse desde una institución sin ánimo de lucro, de una religión y con carácter benéfico. Esta fue Cáritas. Desde ese momento se vio en la obliga-ción de ser rigurosa, organizada, con cierto método de trabajo y abierta a la colaboración con otras entidades. También se pudo percibir que la limosna no resolvía el problema de la pobreza, que ni la Iglesia con todas las institu-ciones y asociaciones, ni Acción Católica estaban en disposición de atender y promocionar a las personas en situación de pobreza y que, por último, era preciso desarrollar un Estado-Providencia ante el desinterés de la sociedad por las problemáticas vividas por amplias capas sociales.

Es así como en 1957 surge la Sección Social de Cáritas. Tenía como ob-jetivos  orientar,  investigar  y  planificar  la  acción  social.  Para  esta  tarea  se crea el Centro de Estudios de Sociología Aplicada (CESA) que capacitará al personal profesional (asistentes sociales y voluntariado), fomentará obras y Servicios Sociales e iniciará estudios sobre la sociedad española para poder planificar actuaciones dirigidas a los sectores más desfavorecidos y vulnera-bles. Todo ello se concretará en el llamado Plan de Beneficencia o Plan CCB (Comunicación Cristiana de Bienes). Con él  se pretendía paliar  las conse-cuencias de  los cambios estructurales de  la sociedad a  través de una  labor profesional y programada de promoción y asistencia benéfica, por cuanto se iba a remolque de los problemas sociales que se estaban detectando.

Al desaparecer el ASA, activarse el Plan de Estabilización e iniciarse los fuertes flujos migratorios (éxodo rural y emigración internacional), se hacía necesario contar con información precisa sobre el alcance de la pobreza en 

12  Un estudio en profundidad sobre la materia es: Gutiérrez Resa, A. (1993): Cáritas española en la sociedad del bienestar, 1942-1990, Ediciones Hacer, Barcelona.

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España y con nuevas fuentes de financiación. En 1965 comienza su andadura la Fundación FOESSA (Fomento de Estudios Sociales y Sociología Aplica-da) como institución benéfico-docente de carácter privado con el impulso de Cáritas Española, pero siendo la vertiente secular del Plan CCB.

Desde la sección social de Cáritas se habían puesto en marcha, por tanto, los mecanismos de intervención social y de desarrollo teórico para impulsar una acción que van a liderar, entre otros,  los profesionales de la asistencia social. Tan solo quedaba por activar la tarea de divulgación. Para ello se creó la revista Documentación Social que ha llegado a nuestros días. Su finalidad será realizar estudios de planificación y orientación de la acción social.

Con las nuevas políticas de desarrollo socieconómico, se detectó la nece-sidad de conocer en profundidad la situación social real de España en aque-llos momentos, no como una fotografía estática sino dinámica en el tiempo, para evaluar la implementación de las diferentes políticas encaminadas a la modernización del país. El resultado fue la publicación por FOESSA de di-versos estudios sociológicos y cinco informes sobre la situación y el cambio social  experimentado  (1967,  1970,  1975,  1980-83  y  1994).  Estos  trabajos convertirán a la Fundación FOESSA en referente de la sociología aplicada y la pobreza-exclusión social en España.

A partir de 2005 la Fundación FOESSA centrará sus publicaciones e in-formes en tres ejes: estructura social, desigualdad y pobreza-exclusión, re-laciones sociales y cooperación internacional. Esta reorientación ha querido desvelar los desequilibrios latentes y existentes en las estructuras socio-eco-nómicas para poder avanzar hacia una sociedad más comunitaria y accesible.

La Encuesta FOESSA 2007  abordó  a nivel  estatal,  por  primera vez,  un análisis multidimensional de la exclusión social. A partir de una amplia ba-tería de indicadores, se elaboró un diagnóstico de situación de los sectores afectados por los distintos procesos de exclusión social. Con el impacto de la nueva crisis económica, han aflorado las principales debilidades del modelo socioeconómico en España, cuyos efectos sobre los sectores más desfavore-cidos de la sociedad están siendo objeto de atención por parte de entidades como la Fundación FOESSA.

2. cuandO lOs debates en tOrnO a la pObreza se hacen realidad

Este apartado no pretende ser exhaustivo, por cuanto en los siguientes ca-pítulos se podrá constatar que los discursos en torno a la pobreza van a res-ponder no solo a presupuestos  ideológicos y  teóricos, sino también a unas realidades sociales que reclaman atención a través de fórmulas y modelos en 

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permanente adaptación y debate. La interacción entre asistentes y asistidos, entre asistencia y pobreza, reflexión teórica y praxis, se producirá en el mar-co de los diferentes análisis sobre el fenómeno de la pobreza, en el que no faltaron referencias a quienes ejecutaban o intermediaban.

La pobreza ha sido y es parte integrante de la realidad social. Como tal ha sido objeto de reflexión e intervención. En cada etapa histórica la mirada se ha dirigido con especial interés hacia aquellas manifestaciones consideradas más preocupantes por motivos políticos, morales, económicos o sanitarios. Estados de pobreza, permanentes o temporales, que han afectado de forma desigual por regiones o localidades, por variables como el sexo, la edad, el estado civil, la etnia, el nivel cultural o de ingresos, así como por condiciones ligadas a las trayectorias vitales.

La acción social, en un sentido amplio del término, se ha orientado a mi-tigar, más que a suprimir, aquellas manifestaciones más visibles, porque son éstas  las  que  hacen  aflorar  problemáticas  y  tensiones  que  pueden  llegar  a cuestionar el modelo de sociedad y gobierno. Sobre este particular, un mo-mento especialmente sensible de la historia fue el período que media entre el último tercio del siglo XVIII y el primer tercio del siglo XX.

Concepción Arenal sintetiza lo más novedoso de la creciente sensibilidad social hacia la pobreza cuando afirma que “lo que hay de nuevo en el asunto es que se estudia; que pensadores y filántropos, academias, tribunas, libros, periódicos, revistas, asociaciones o individuos, por cientos, por miles, medi-tan y buscan y proponen medios de combatir la miseria; lo que hay de nuevo es que no se resignan con ella los que sufren; que la sienten aún los que no la padecen; que muchos, muchísimos, en situación de aprovecharse de  las ventajas del que oprime, se ponen de parte de los oprimidos; lo que hay de nuevo es que acuden las inteligencias y los corazones a los grandes dolores sociales”13.

Sin negar que los diferentes grupos de poder y presión se habían ido pre-ocupando por la dignidad, la razón y el bienestar de la población, este interés no  era  reflejo  de  la  sustitución  de  las  prácticas  nobiliarias  y  estamentales por  las burguesas y de clase. Los cambios político-económicos fueron por delante de una  sociedad que  seguía arraigada en el pasado,  en  los valores preindustriales y tradicionales. Es cierto que desde mediados del siglo XIX el progreso científico, tecnológico y material estrechará lazos cada vez más fuertes con el ideario liberal de libertad política, tolerancia religiosa y orden y paz, de tal manera que liberalismo y progreso terminarán por confundirse. Pero su simbiosis no logró consenso más allá de ciertos círculos burgueses y de intelectuales. La realidad habla de un liberalismo débil, dividido inter-

13  Arenal, C. (1897): El pauperismo, Victoriano Suárez, Madrid.

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namente y sometido a constantes envites. En unas ocasiones, las presiones procedían de los antiguos estamentos privilegiados, muy ligados a la produc-ción agrícola; en otras del incipiente movimiento obrero y de una Iglesia que navegaba en diferentes aguas según el momento.

Como en el resto de Europa, las ideas y valores imperantes a comienzos del  siglo XX seguían  teniendo una clara orientación conservadora, antide-mocrática  y  jerárquica.  La  asociación  entre  liberalismo  e  igualdad  tardará varias décadas en comenzar a aflorar. La crisis colonial de 1898 introdujo en España una revisión crítica o replanteamiento de todo cuanto era parte de la realidad sociopolítica del momento14. En esa revisión, muestra una profunda crisis  de  confianza,  encontramos  un  regeneracionismo  que  propondrá  una serie de remedios pragmáticos a los denominados “males de la patria”; el ins-titucionalismo (krausismo y positivismo) y su interés por la reforma a través de la educación y la pedagogía; el movimiento obrero reivindicativo ligado al socialismo y anarquismo; y una intelectualidad heterogénea (Generación del 98) opuesta a todo cuanto condujo a la crisis15.

Los discursos y debates en torno a las diversas formas que va adquirien-do  la pobreza en ese  largo período podrán materializarse a medida que se detecten y diagnostiquen  los problemas más acuciantes en cada momento. Se coincide, en general, en enunciar como tales el mantenimiento de los ci-clos estacionales de pobreza, asociados a  los económicos, y el  incremento cuantitativo de la misma, con el consiguiente aumento de la mendicidad y el desorden social; la incultura generalizada en la población obrera; la escasez y carestía de la vivienda; la falta de higiene y de infraestructuras urbanas; la elevada mortalidad general y, en concreto, la infanto-juvenil por enfermeda-des evitables y altamente contagiosas; y el importante atraso en materia de asistencia social pública y en el modelo de beneficencia.

Al interés por explicar la nueva realidad social e identificar los principa-les problemas sociales, se unió la elaboración de propuestas de resolución, adoptando nuevos planteamientos científicos y herramientas estadísticas. Se entendía que la mejora de las condiciones de vida de sectores amplios de la población pasaba por la instrucción, la salud pública y los servicios asistenciales. Soluciones que reabrían interrogantes que volvían la mirada al pasado: ¿qué recursos y en qué cantidad ha de destinarse para  la apli-cación de las propuestas de lucha contra la pobreza? ¿quiénes han de ser 

14  Tuñón de Lara, M. (1986): España: la quiebra de 1898 (Costa y Unamuno, en la crisis de fin de siglo), Edit. Sarpe, Madrid.

15  “¿Está todo moribundo? No, el porvenir de la sociedad española espera dentro de nuestra sociedad histórica, en la intrahistoria, en el pueblo desconocido, y no surgirá potente hasta que le despierten vientos y ventarrones del ambiente europeo” (M. de Unamuno, citado en M. Tuñón de Lara (1986).

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beneficiarios, por qué y para qué? ¿quiénes han de ser los proveedores de tales recursos, por qué y para qué?

La divulgación de los conocimientos aportados, en concreto, desde la edu-cación social y la medicina social encontrará en la prensa, en las aulas de las escuelas  infantiles, en conferencias para mujeres adultas y en  las Escuelas normales de maestras/os, unos cauces idóneos para lograr la divulgación de los conocimientos científicos y la mejora de las condiciones de vida, sobre todo allí donde no alcanzaba la intervención de las administraciones públicas o de la iglesia.

Resultará cada vez más visible la referencia a los grupos más afectados por la pobreza, la ignorancia, la exclusión, la enfermedad y la muerte en los dis-cursos de médicos, políticos, filántropos, miembros de la iglesia, maestros/as. Estos grupos, heterogéneos en sí mismos, eran el de las mujeres, los ni-ños/as, las personas mayores y las enfermas. Cada uno presentaba diferentes formas de marginalidad que requerían un tratamiento diferenciado y desde un nuevo modelo de atención que se definirá como bio-pedagógico. En él, las  administraciones públicas  asumían una  labor de  coordinación,  orienta-ción y reglamentación destinada a una efectiva “profilaxis social”16. Desde ahí se preveía atajar la pobreza, el desempleo, la violencia, la ignorancia, los abusos en la familia, el  trabajo o los alquileres, y los desequilibrios socio-económicos.

En ese esfuerzo contra la vulnerabilidad individual y social van perdiendo relevancia los factores de riesgo endógenos (herencia y condiciones fisioló-gicas de cada individuo) en favor de los exógenos, lo cual no supone inhibir al individuo de responsabilidad sobre la mejora de su estado de salud, del que dependerá para realizar un trabajo y mantener a su familia al margen de la pobreza. La formación profesional y moral resultaban ser, por tanto, piezas claves en la lucha contra la pobreza. La responsabilidad de prevenir el empo-brecimiento pasa a ser tanto individual como social. 

El desarrollo de formas organizadas de ayuda desde la iniciativa privada como desde la pública cuenta con una larga trayectoria de carácter paliativo de la pobreza. Como afirma S. Sarasa, la asistencia va a ser una acción que va dirigida más a mitigar las consecuencias de las situaciones más graves de desigualdad que a buscar o lograr la igualdad y la cohesión social. G. Sim-

16  “La Instrucción,  la Higiene (que se deriva de  la  Instrucción) y  la Beneficencia, son  las primeras obligaciones que debe cumplir toda organización social” “Si el caudal de salud y de entendimiento que uno tiene es pequeño o disminuye o se pierde por enfermedad, hasta el punto de que el individuo no puede dar satisfacción a sus necesidades, los demás están obligados a satisfacérselas; tal es el objeto de la benefi-cencia: el niño abandonado, el enfermo, la obrera embarazada, el viejo pobre, no deben ser socorridos por caridad, sino atendidos por ser ineludible. Nada de tómbolas, ni bailes, ni limosnas, sino tributos y leyes” (Juaristi, V. (1922): Por la salud, Pamplona).

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mel, por su parte, considera que “si la asistencia se apoyara en el interés hacia el pobre individual, no habría límite alguno para los impuestos destinados al traspaso de bienes a favor de los pobres”, logrando así “la equiparación de todos”, pero al buscar el interés de la totalidad no hay motivos “para socorrer al sujeto más de lo que exige el mantenimiento del estatus”17.

Las actuaciones desplegadas aparecerán en relación al doble sentimiento que genera la pobreza: compasión y miedo18. Las situaciones de pobreza se confundirán, en muchas ocasiones, con comportamientos considerados des-viados de la normalidad social. En esos casos, ambos sentimientos afloraban con más fuerza reclamando una intervención más intensa. Desde finales del siglo XIX es posible encontrar la analogía entre el loco, el obrero y el crimi-nal, basada en su peligrosidad social, por lo que se reclamó un mayor control social con medios más contundentes y, a la vez, más científicos (médicos, en particular).

Las diferentes formas de organización asistencial personalizada ofrecían tanto ayuda como adoctrinamiento. En las primeras fue un adoctrinamiento moral cristiano en el que la figura del religioso adquiría protagonismo como predicador. Pronto se le incorporan contenidos socio-políticos en los que el pobre pasa a ser un súbdito, pero de rango inferior. Se rechazaba, asimismo, la supervivencia por medio de la atención caritativa, lo cual activaba sistemas diversos de detección, control y represión de los que se consideraban “pará-sitos” de una sociedad productiva, trabajadora y útil.

Desde el siglo XVI y hasta la contemporaneidad, la persecución de la men-dicidad, el vagabundeo y la ociosidad ha sido una constante por ser formas de vida no ejemplarizantes. Era preciso inculcar la moral del trabajo en todas las capas de la sociedad y proteger a la familia como reproductora y proveedora. La mujer irá a adquirir cada vez más protagonismo como proveedora de cui-dados y promotora de moral en el espacio doméstico, y como responsable del sostenimiento de la familia al ser el referente del orden social, la estabilidad y la laboriosidad.

Para quienes  se  quedaban  fuera de  tal  orden  se  abrieron hospitales,  co-rreccionales,  inclusas,  misericordias,  manicomios,  cárceles,  asilos  y  otros establecimientos a  los que se podía acudir para recibir, sobre  todo, cobijo, protección y formación. No tardaron en aparecer otros instrumentos dirigi-dos a los espacios privados, como la visita o ayuda domiciliaria. La selección de beneficiarios de tales servicios, ante la escasez de recursos para cubrir las 

17  Simmel, G. (1977): “Sociología: estudio sobre  las formas de socialización”, en Revista de Occi-dente.

18  El doctor V. Juaristi escribió: “Poderosos: Educad, dignificad, considerad al hombre humilde como hermano vuestro si no queréis veros envueltos en una tempestad de odio y de miserias. Así, el vicio en vez de ser una temible plaga, será una enfermedad limitada” (1922: Por la salud, Pamplona).

LA LUCHA CONTRA LA POBREZA EN EL ORIGEN DEL TRABAJO SOCIAL  43

necesidades existentes, discriminaba entre quienes eran pobres por razones “objetivas” y quienes podían calificarse de falsos pobres. La aplicación de criterios de selección, cada vez más restrictivos, se entendía como un medio adecuado de  racionalización de  los  recursos disponibles,  de  cumplimiento con la caridad cristiana y de protección de quienes se merecían dicha ayuda.

De esta forma la asistencia ha estado organizada para mantener la dis-ciplina y la moral. Ha evitado revueltas y ha facilitado la subordinación a un  orden  social,  político  y  económico  preestablecido.  En  otras  palabras, el control social ejercido por las diferentes formas de ayuda instituciona-lizadas ha contribuido a la legitimación de un orden y unas estructuras de poder.  Pero  para  alcanzar  los  objetivos  marcados  ha  sido  preciso  contar con unos grupos de personas dispuestas  a  entablar  relaciones personales con quienes se hallaban en situación de pobreza, para asistirlos, establecer sus verdaderas necesidades y asegurarse que las ayudas recibidas estaban teniendo efecto sobre sus hábitos, sus formas de pensar y sus intenciones. Esta figura mediadora entre el donante o benefactor (persona concreta, en-tidad pública o institución privada) y el asistido o beneficiario ha respon-dido  a diversos perfiles,  desde miembros del  clero y personas  altruistas, ligadas o no a la iglesia, a visitadores con formación sanitaria y asistentes sociales, hoy trabajadores sociales.

Moralizar y disciplinar, utilizando la opción de una ayuda selectiva y dis-criminatoria, son dos rasgos que se incorporaron al Trabajo Social desde su origen y que, todavía hoy, le acompañan. Esta constatación supone entender que en el curso de la historia moderna y contemporánea han variado los mé-todos e instrumentos adoptados para asistir a los pobres, pero no lo ha hecho su finalidad última: educar, moralizar y disciplinar a quienes se encuentran en situación de pobreza o exclusión social.

La población pobre o en riesgo de estarlo no ha sido pasiva. La violencia, la transgresión de las normas o el apoyo a revueltas, ideologías o utopías sal-vadoras han sido algunas de sus reacciones ante las actuaciones de los grupos de poder. Incluso en instituciones asilares, como los manicomios, quienes se encuentran en ellas han intentado mantener una cierta distancia entre lo que quieren hacer y ser, y lo que “otros” quieren que hagan y sean. Son muchos los ejemplos en la historia en los que se perciben respuestas activas frente a las diversas formas de asistencia, caridad y solidaridad por parte de sus bene-ficiarios como por parte de quienes se quedaron excluidos.

Como efecto de  las acciones de este signo,  filántropos, médicos, damas de la caridad, asociaciones benéficas, empresarios paternalistas, sectores so-cialistas, entre otros,  impulsarán diversos cambios dirigidos a sustituir una modalidad de actuación defensiva, de control de riesgos ante el peligro social que emanaba de las manifestaciones de la pobreza, por otra más ofensiva que 

44  TRABAJO SOCIAL ORÍGENES Y DESARROLLO

punitiva y de intencionalidad previsora y preventiva19. Este camino se abría durante el siglo XIX, pero todavía hoy el proceso no se ha concluido. No se ha logrado consolidar este giro en materia de control de una parte de la socie-dad a través de medidas y políticas sociales.

Es cierto que se ha ido moldeando una nueva sociabilidad por medio de la administración de los cuerpos a través del modelo médico, la moralización de las conciencias a través del modelo pedagógico y la gestión de la vida desde las políticas sociales. Pero han ido apareciendo otros modelos de sociabili-dad a medida que aumentaba el conocimiento de las realidades sociales. El acceso  a  la  realidad  social  en  su  complejidad y  carácter multidimensional exigía un estudio desde la proximidad, “desde dentro”, para lo cual ciertas profesiones se hallaban en un lugar privilegiado, al mismo tiempo que desde la distancia o “desde fuera” para poder objetivar y tomar decisiones.

3. aGentes prOtaGOnistas de la intervención sOcial

Las dificultades para acotar los contornos que definen la pobreza en las diversas etapas históricas se traslada a los agentes que protagonizan toda in-tervención en materia socioasistencial. En primera instancia podrían quedar acotados a la Iglesia y al Estado con todas sus ramificaciones (instituciones, personalidades, establecimientos, etc.). Esta afirmación resulta reduccionis-ta, aunque muy útil desde el punto de vista analítico. Más ajustado a la reali-dad sería afirmar que el principal agente de toda intervención social es la fa-milia, en cualquiera de sus modalidades. No solo ha experimentado cambios en su estructura, composición y finalidad, sino también en lo que aporta a sus miembros y a la sociedad y en lo que se espera de ella hacia sus miembros como hacia la comunidad.

La  familia no solo nos sitúa ante  la privacidad de  la atención sino  tam-bién ante la construcción de interacciones sociales que apuntan al altruismo. Un altruismo que se presentará cada vez más y mejor organizado según nos acercamos al presente. En este sentido no siempre ha sido sencillo establecer agentes concretos que actúan sobre las diversas formas de pobrezas. El pro-tagonismo ha recaído en actores múltiples que han compartido la función de suministrar ayuda al “otro” individual o colectivo. Tales actores se agrupan, básicamente, en tres: asistido, donante y mediador.

19  El doctor P. F. Monlau afirmará, en 1846, que remediar el pauperismo es “remediar las muertes de hambre, los suicidios, la emigración, la mendicidad, la prostitución, la degradación, el delito y el crimen; remediar el pauperismo equivale a proponer el mejor sistema de gobierno”.

LA LUCHA CONTRA LA POBREZA EN EL ORIGEN DEL TRABAJO SOCIAL  45

La persona asistida es aquella nombrada como vagabunda, pordiosera, po-bre, maleante, mendiga,  loca,  enferma,  transeúnte, marginada, delincuente o prostituta. Queda reconocida desde el momento en que se la nombra, pero quedan situaciones que carecen de un nombre, de una concreción, que facili-ta la detección y posterior satisfacción de necesidades. En todos los casos, se espera que la persona o grupo asistido sea sumiso y muestre subordinación hacia los otros dos actores, en particular hacia quien ejerce de mediador.

La figura mediadora ha de dar cuenta de sus actuaciones a quienes ejercen de donantes como a las personas asistidas que esperan ver cubiertas sus nece-sidades. Asimismo requiere que tenga en consideración los intereses y obje-tivos de ambos actores. Religiosos, voluntariado y profesionales han ejercido esta función de ayuda social. A partir del siglo XX, la profesionalización se irá convirtiendo en la seña de identidad de esta tarea de intermediación que tiende a inculcar modelos de conducta, de carácter, y a inculcar valores que intentan recomponer a los sujetos asistidos dentro de los parámetros general-mente aceptados.

El tercer actor, el donante, establece la cuantía y modalidad de las acciones de ayuda, los sujetos perceptores de las mismas y la finalidad y objetivos que justifican su decisión. Al igual que los actores anteriores, busca obtener al-gún tipo de compensación, provecho, personal o social. Puede esperar desde el perdón de sus faltas, el reconocimiento personal o social, mayor control sobre los beneficiarios de su donación hasta orden y paz social.

La interacción y la  interdependencia de los tres actores colaborará en la configuración de unos sistemas de protección social que pasarán por dife-rentes etapas hasta quedar bastante definidos con el Estado de Bienestar. No significa esto que el proceso haya sido lineal. Tampoco que las interacciones hayan sido constantes e  idénticas. Sin embargo, es posible detectar ciertas continuidades  que  se  materializan  en  algunas  situaciones  recurrentes  a  lo largo de la historia. Así, los actores donantes han tendido a presionar a los mediadores para que solo sirvan a sus intereses, por medio de su disciplina-miento y recompensa, en tanto que éstos se han mostrado más sensibles a las situaciones carenciales y problemáticas de  los actores asistidos, generando tensiones resueltas unas veces con legislación, otras con políticas concretas de intervención social, otras con un adoctrinamiento excluyente. Es decir, la interacción entre donantes, asistidos y mediadores ha de ser, necesariamente, dinámica e inestable por estar sujeta a contextos políticos y socioeconómicos que trascienden su propia interdependencia.

Los actores de  la  intervención social  conducen nuestra mirada a  los  tres sectores que han canalizado las diversas actuaciones sociales: las administra-ciones públicas, la iglesia y otras iniciativas privadas. A estos sectores se ha sumado en las últimas décadas la iniciativa social o Tercer Sector, reagrupán-

46  TRABAJO SOCIAL ORÍGENES Y DESARROLLO

dose así la iniciativa privada dentro del segundo sector (iniciativa mercantil, iglesia y otras  iniciativas particulares). Sus  relaciones han estado mediati-zadas por la concepción, la actitud y los objetivos establecidos con respecto a las problemáticas sociales que van aflorando en el transcurso del tiempo. Problemáticas que hablan de pobreza y, más tarde, de marginación y exclu-sión social.

Mirando al pasado, el siglo XVIII marca un punto de inflexión en la defini-ción de los diferentes sectores que intervienen en las problemáticas sociales. Durante esa centuria se siguió un proceso de transferencia desde la idea de la pobreza y el pobre a la idea de desigualdad y pauperismo; desde la concep-ción individualista del fracaso, de la derrota moral y personal, bajo la frágil protección de unos “señores distantes”, hacia la actuación colectiva y social. En este recorrido lento y costoso hacia el siglo XX, los principales agentes que se fueron perfilando en el tratamiento de diversas situaciones carenciales pueden quedar reducidos a tres en España: Estado, ayuntamientos e Iglesia. Su creciente protagonismo convivió con formas de solidaridad familiar, co-munitaria  o  de  grupo  no  organizadas,  pero  de  importante  impacto  para  el desarrollo tanto individual como social.

Las relaciones entre estos tres agentes vertebradores de lo que se irá con-formando como un sistema asistencial, han sido muy diversas. En unos pe-ríodos pueden calificarse de desequilibradas, tensas e, incluso, turbulentas. En otros la armonía ha sido resultado de la confluencia de intereses. Tanto unos como otros reproducirán los idearios, las preferencias, las dinámicas so-ciales, culturales y político-económicas predominantes en su época. Resulta-rán visibles, aunque en muchas ocasiones con poca claridad, unas corrientes defensoras del reconocimiento de los derechos individuales por el Estado y que, más tarde, propiciarán que el interés común, los derechos sociales, sean competencia última del Estado. Este recorrido nos lleva hasta la actualidad, como se comprobará en los siguientes capítulos.

La solución de los problemas sociales, las diversas desventuras, los des-ajustes sociales o las enfermedades se ha encontrado, al menos hasta comien-zos del siglo XX, con una iniciativa particular tan influyente que retrasó el desarrollo de propuestas secularizadoras y emanadas de las administraciones públicas. De manera sintética este largo proceso se expresa y concreta desde la ayuda mutua, enraizada en  la  sociedad y nacida de  las exigencias de  la cooperación por vencer necesidades de una vida precaria, se pasa a una se-rie de servicios asistenciales de caridad, beneficencia, filantropía y bienestar institucional. Ello significó el deslizamiento de la ayuda de carácter paliati-vo asistencial, al complejo sistema tecnificado del Estado, suministrador de bienes y servicios con el objeto de proporcionar determinadas condiciones, niveles y calidad de vida.

LA LUCHA CONTRA LA POBREZA EN EL ORIGEN DEL TRABAJO SOCIAL  47

La caridad particular representa la principal manifestación de la actuación social feudal. En la sociedad estamental de la Edad Media, la caridad reforza-ba el prestigio y la autoridad de la nobleza, el clero y la corona, así como era el camino para la salvación de su alma. Por su parte, la persona perceptora de la limosna tan solo percibía dicha donación con resignación, ya que no había interés por actuar sobre las razones de su pobreza. La caridad estamental se mantendrá como particular y privada en tanto no se cree una red o sistema mínimamente ordenado de intervención social.

Ni la monarquía feudal ni el Estado moderno llevaron a cabo una redis-tribución social de los impuestos recaudados a sus súbditos, tan solo ciertas distribuciones de recursos en momentos de crisis de subsistencia. Esta op-ción explica  la contradicción en  la que se encontró este  incipiente sistema caritativo-asistencial. Se detectaba que, al mismo tiempo que se reducía  la riqueza del país por  las guerras, el hambre y  la escasez de mano de obra, aumentaba la pobreza de forma significativa, ya que se obtenía la riqueza o los impuestos de aquello que generaba pobreza, es decir, de los pecheros (es-tamento no privilegiado) y del sistema de agricultura de subsistencia. En pa-labras de P. Carasa, si los recursos asistenciales y de la pobreza hubieran sido diversos, quedaba la posibilidad de complementarse, pero al ser idénticas las causas de la riqueza y pobreza solo se potenciaban disminuyendo recursos y aumentando necesidades.

Las  limitaciones del Estado en materia asistencial quedaron patentes en el siglo XVIII, cuando afloran propuestas de abrir espacios más allá de  lo privado, hacia unos poderes locales y estatales que superen la realidad de un entramado asistencial dependiente de la Iglesia, de una élite administrativa (nobles en su mayoría) y de una monarquía personalista. El rey, como “padre de pobres”, tomará decisiones que refuerzan su figura como asistente o do-nante privilegiado, movido por el paternalismo y la filantropía más que por una nueva concepción del Estado separado de la Iglesia. No resulta extraño este proceder, por cuanto se necesitará de la organización y del personal de ésta para iniciar cualquier actuación de reforma.

Se produjeron, no obstante, algunos avances en la diversificación y, a la vez, concreción de  los agentes centrales de  la  intervención social. Uno de ellos fue la introducción de principios y valores como el trabajo, la produc-ción, la vecindad y la utilidad. Consecuentemente se pusieron en relación la asistencia con la represión de la ociosidad, con la reclusión de la mendicidad y con el desarrollo de centros de formación artesanal, algunos en institucio-nes tradicionales como las casas de misericordia. Un segundo avance se cen-tró en la lucha contra la dispersión de la asistencia en hospitales, cofradías, obras pías o gremios, entre otros, y que llevó a que corregidores (administra-ciones locales) y párrocos “ilustrados” asumieran la gestión de los recursos 

48  TRABAJO SOCIAL ORÍGENES Y DESARROLLO

asistenciales por medio, sobre todo, de las Juntas de Caridad. Es así como se inicia, lentamente, la transferencia del encargo asistencial de la Iglesia a los ayuntamientos.

En  el  siglo  XIX  la  Iglesia  seguirá  controlando  el  espacio  religioso  y  el benéfico-asistencial. Mantuvo sus reticencias a la hora de incorporar y asimi-lar innovaciones asistenciales. El poder de la Corona, por su parte, encontró cauces para incrementar su control social por medio de la intervención pú-blica desplegada por los alcaldes y diputaciones de barrio. Ni las desamor-tizaciones de sus bienes en la primera mitad del siglo XIX, ni las juntas de beneficencia provinciales y nacionales de  la Ley de Beneficencia de 1822 lograron que la Iglesia perdiera su liderazgo. No resulta extraño, puesto que las élites locales presentes en los ayuntamientos actuaron como grupos so-ciales interesados en mantener la cultura de la pobreza, con una mendicidad regulada y no visible en las calles, y con unas relaciones asistente-asistido menos personales y más institucionales.

La crisis profunda en la que entraron instituciones centrales como los hos-pitales, hospicios o misericordias como consecuencia de las guerras civiles y de Ultramar, las epidemias, las crisis de subsistencia y la inestabilidad po-lítica, facilitó la política municipal de los socorros a domicilio (comisario de pobres). Tales  socorros habían  sido demandados por  las  incipientes  clases medias, muy críticas ante la ineficacia de los establecimientos benefico-sa-nitarios. La Ley de Beneficencia de 1849 intentó impulsar las diputaciones provinciales con la finalidad de ir conformando un sistema asistencial menos privado, mejor organizado y menos religioso. En la práctica, la beneficencia municipal seguirá siendo coprotagonista de segundo orden en materia asis-tencial. No obstante, cada vez fueron más tensas las relaciones entre bene-ficencia municipal, preocupada por configurar ciudades burguesas  (orden, propiedad, trabajo y familia), e Iglesia, castigada mucho más en su patrimo-nio económico que en el moral y social. 

De cualquier forma, las autoridades civiles no fueron capaces de contra-rrestar las diferentes iniciativas educativas, asistenciales y caritativas de las nuevas órdenes religiosas que fueron viendo la luz en la segunda mitad de la centuria. A ello también contribuyó la firma del Concordato con el Vaticano de 1851, que colaboró en el posterior apoyo de la Iglesia al liberalismo con-servador. No hemos de olvidar que el liberalismo, progresista o conservador, miraba con recelo los riesgos sociales asociados a los cambios en el sistema productivo  y  cuya  principal  manifestación  era  el  pauperismo  de  capas  de población cada vez más amplias de las ciudades. Ese temor exigía medidas apaciguadoras, estabilizadoras de la situación que fueran próximas y fácil-mente reconocibles. La intervención municipal se irá desplegando por medio de socorros en dinero y en especie, de servicios puntuales para las madres y 

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sus hijos, o de puestos de trabajo temporales. Los recursos movilizados eran un “don gracioso”, no un derecho de cada ciudadano, por lo que se pusieron al servicio de la captación de fidelidades y voluntades.

La estructura de poder desplegada durante la Restauración, reinando Al-fonso XII y Alfonso XIII, necesitaba de la Iglesia. Igualmente, ésta necesita-ba del Estado para alcanzar la recatolización de una España que parecía haber perdido hacía tiempo el centralismo alcanzado en Trento. Se sirvió para ello del despliegue de sus funciones pastorales, educativas y asistenciales. El ca-tolicismo social llegó con retraso a España por las reticencias que levantaba entre diversos  sectores  liberales y  entre  los ultraconservadores,  pero  en  la década de los ochenta encontrará respaldo con la publicación de la encíclica De Rerum Novarum y el despertar de una sociedad civil que se organizará en  asociaciones  confesionales  antiliberales.  En  sus  trazos  gruesos  se  va  a reproducir esa estrecha relación entre Estado e Iglesia durante el gobierno de Franco.

A pesar de los esfuerzos por lograr una mayor racionalidad en los medios empleados por las incipientes políticas sociales liberales, siguieron predomi-nando las acciones no sistematizadas y destinadas a atender las situaciones de necesidad y desamparo. Predominio que se explica, entre otras razones, por el limitado despegue urbano e industrial de España, así como por las impor-tantes dificultades económicas y financieras que se atravesaron en diversos períodos del siglo XIX y el primer tercio del siglo XX.

Con el  nuevo  siglo  se  abre una  etapa  con continuidades y  con cambios profundos que apuntan hacia la necesidad de profesionalizar las actuaciones sociales sobre amplias capas de la sociedad muy vulnerables a  la pobreza. Durante las primeras décadas del siglo XX se gesta el inicio de la enseñanza formal del Trabajo Social y la formación teórico-práctica de quienes aspiran a ser sus profesionales. La educación y la formación de los trabajadores so-ciales ha sido, desde entonces, uno de los aspectos que más ha preocupado de la profesión. Las Escuelas han recogido esta inquietud y han optado por ir elevando su nivel científico y profesional. Como resultado, se ha conseguido diseñar un perfil profesional genérico y, a la vez, específico. Es decir, la ac-tualización de las líneas maestras de profesionales y futuros profesionales del Trabajo Social ha sido una constante a lo largo del siglo XX.

En España, la iniciativa de la asistencia social y de su profesionalización la han llevado, con retraso respecto a otros países europeos y norteamericanos, el catolicismo social y ciertos profesionales como los médicos. En suma, el origen del Trabajo Social se halla en los orígenes de unas políticas sociales contemporáneas que han intentado lograr la estabilidad política y, con ella, la económica, el aumento de la fuerza de trabajo y una socialización que repro-duzca los valores y los rasgos distintivos de la burguesía.

50  TRABAJO SOCIAL ORÍGENES Y DESARROLLO

resuMen

Para entender el origen y desarrollo de lo que hoy definimos como Trabajo Social conviene acercarse a su devenir histórico. Pero en ese largo proceso es posible encontrar una serie de continuidades que han  ido dando  forma, contenido y significado a una profesión, primero, y a una disciplina después. La lucha contra la pobreza es uno de estos continuum. Tales esfuerzos han reformulado a la propia pobreza hasta superar su significado de estado en fa-vor del de proceso. Las formas e imágenes que irá adoptando la vinculan a las desigualdades, desviaciones sociomorales, enfermedad, muerte, marginación y exclusión. La complejidad, el carácter dinámico y la multiplicación de for-mas que va a ir adquiriendo la pobreza explicarán una creciente intervención social directa y el proceso de profesionalización de la atención social.

Las inquietudes y temores que fue suscitando la pobreza en cada momento histórico, por sus características y dimensiones, han servido de acicate para implicar a las autoridades públicas estatales, regionales y locales, a las ini-ciativas privadas civiles y eclesiásticas como a personas concretas en la tarea de darle respuestas. Respuestas paliativas y asistencialistas en la mayor parte de las ocasiones, pero también de amplio alcance social y político. Ambas modalidades de actuación conformaron el embrión de las primeras políticas sociales aplicadas desde el Estado social del cambio del siglo XIX al XX, al igual que el origen del Trabajo Social. La interrelación entre políticas so-ciales contemporáneas y Trabajo Social será constante desde entonces, por cuanto han coincidido en el objeto de intervención (personas vulnerables o en  situación de pobreza,  exclusión) y en  la  finalidad de  lograr  estabilidad política, social y económica.

textO/reFerencia a cOnsultar pOr el aluMnO

actividad

Leer y sintetizar los capítulos 3 y 4 de Sarasa, S. (1993): El servicio de lo social, Inserso-MTAS, Madrid, pp. 73-129.

bibliOGraFía básica

SaraSa, S. (1993), El servicio de lo social, Inserso-MTAS, Madrid.Paugam, S. (2007): Las formas elementales de la pobreza, Alianza Editorial, 

Madrid.

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bibliOGraFía recOMendada

Álvarez Junco, J. (coord.), (1990): Historia de la acción social pública en España. Beneficencia y previsión, Ministerio de Trabajo y Seguridad So-cial, Madrid.

caraSa Soto, P.  (2007): “Lo privado y  lo público en el sistema asitencial: el triángulo Iglesia-ayuntamiento-Estado en la beneficencia española” en Historia Contemporánea, UPV.

caSado, d. (1990): Sobre la pobreza en España, Barcelona.gemerek, B. (1989): La piedad y la horca. Historia de la miseria y la caridad

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