tecnicas de bonsai

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TECNICAS Y CUIDADOS DE BONSAI ALAMBRADO DE BONSAI ¿Por qué debemos, si es que debemos, utilizar alambre para formar un bonsai? El por qué es más fácil de responder: por motivos de salud para la planta y por motivos estéticos. Decidir si se debe hacer o no ya es algo sobre lo que se puede discutir. Hay aficionados, e incluso profesionales del bonsai, que sencillamente no alambran. Prefieren formar los árboles exclusivamente mediante poda por motivos legítimos a los que no les falta validez; formar por el proceso de cortar, dejar crecer, cortar, etc... suele dar un resultado de aspecto más natural que mediante el uso del alambre, a menos que pongamos algo de cuidado al colocarlo, y además, no usar alambre elimina el riesgo de que éste se clave en la corteza cuando por descuido se deja demasiado tiempo en la planta. El árbol crece y engorda, pero el alambre no cambia; si éste no se retira a tiempo dejará marcas en la corteza del árbol que, dependiendo de la especie, pueden no desaparecer jamás. Por otro lado, el uso de alambre tiene sus ventajas: en primer lugar es un método mucho más rápido para aproximarnos al diseño que tenemos en mente pues no necesitamos esperar a que brote una rama en el punto preciso en que la necesitamos sino que simplemente giramos una próxima. En segundo lugar, desarrollar una rama también es más rápido; se deja crecer libremente, lo que dependiendo del árbol puede ser cosa de unas semanas, y luego con alambre se le da la forma deseada. Finalmente el alambre nos da la oportunidad de aprovechar un mayor número de ramas en, por ejemplo, materiales de vivero que de otra forma deberían sufrir una fuerte poda inicial. En resumen, el alambre nos ayuda a formar el árbol a una mayor velocidad. En ocasiones es recomendable usar alambre tras la primera poda de formación para más tarde refinar el bonsai únicamente mediante poda; esto sobre todo es válido para caducifolios. En otras, el uso de alambre es casi imprescindible si es que pretendemos que el bonsai mantenga una forma más o menos definida como por ejemplo en el caso de los juníperos. A parte de motivos estéticos, alambrar puede ser necesario para mejorar la salud del árbol. Por ejemplo, en árboles de follaje muy tupido apartar alguna rama situada en una posición poco afortunada puede permitir una mayor circulación de aire en las zonas del interior del ramaje, además de contribuir a que estas reciban una mayor cantidad de luz evitando su debilitamiento e incluso su muerte. Sólo debemos fijarnos en los grandes árboles de la naturaleza: normalmente en las zonas más próximas al tronco las ramas se encuentran peladas, sin una sola hoja o pequeña rama. En un bonsai se debe conseguir una buena ramificación interior para dar el aspecto de “árbol en miniatura” que buscamos. Capítulos: Tipos de alambre Cuando alambrar ¿Cómo colocar el alambre? (I) Algunos ejemplos de colocación ¿Cómo colocar el alambre? (II) Retirar el alambre Autor: Sergio Yagüe

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este manual es una recopilacion de multiples manuales que podra ayudar a los interesados a obtener la gratificacion de tener un arbol sano adentro de su casa

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Page 1: Tecnicas de Bonsai

TECNICAS Y CUIDADOS DE BONSAI

ALAMBRADO DE BONSAI

¿Por qué debemos, si es que debemos, utilizar alambre para formar un bonsai? El por qué es más fácil de responder: por motivos de salud para la planta y por motivos estéticos. Decidir si se debe hacer o no ya es algo sobre lo que se puede discutir. Hay aficionados, e incluso profesionales del bonsai, que sencillamente no alambran. Prefieren formar los árboles exclusivamente mediante poda por motivos legítimos a los que no les falta validez; formar por el proceso de cortar, dejar crecer, cortar, etc... suele dar un resultado de aspecto más natural que mediante el uso del alambre, a menos que pongamos algo de cuidado al colocarlo, y además, no usar alambre elimina el riesgo de que éste se clave en la corteza cuando por descuido se deja demasiado tiempo en la planta. El árbol crece y engorda, pero el alambre no cambia; si éste no se retira a tiempo dejará marcas en la corteza del árbol que, dependiendo de la especie, pueden no desaparecer jamás. Por otro lado, el uso de alambre tiene sus ventajas: en primer lugar es un método mucho más rápido para aproximarnos al diseño que tenemos en mente pues no necesitamos esperar a que brote una rama en el punto preciso en que la necesitamos sino que simplemente giramos una próxima. En segundo lugar, desarrollar una rama también es más rápido; se deja crecer libremente, lo que dependiendo del árbol puede ser cosa de unas semanas, y luego con alambre se le da la forma deseada. Finalmente el alambre nos da la oportunidad de aprovechar un mayor número de ramas en, por ejemplo, materiales de vivero que de otra forma deberían sufrir una fuerte poda inicial. En resumen, el alambre nos ayuda a formar el árbol a una mayor velocidad. En ocasiones es recomendable usar alambre tras la primera poda de formación para más tarde refinar el bonsai únicamente mediante poda; esto sobre todo es válido para caducifolios. En otras, el uso de alambre es casi imprescindible si es que pretendemos que el bonsai mantenga una forma más o menos definida como por ejemplo en el caso de los juníperos. A parte de motivos estéticos, alambrar puede ser necesario para mejorar la salud del árbol. Por ejemplo, en árboles de follaje muy tupido apartar alguna rama situada en una posición poco afortunada puede permitir una mayor circulación de aire en las zonas del interior del ramaje, además de contribuir a que estas reciban una mayor cantidad de luz evitando su debilitamiento e incluso su muerte. Sólo debemos fijarnos en los grandes árboles de la naturaleza: normalmente en las zonas más próximas al tronco las ramas se encuentran peladas, sin una sola hoja o pequeña rama. En un bonsai se debe conseguir una buena ramificación interior para dar el aspecto de “árbol en miniatura” que buscamos.

Capítulos: Tipos de alambre Cuando alambrar ¿Cómo colocar el alambre? (I) Algunos ejemplos de colocación ¿Cómo colocar el alambre? (II) Retirar el alambre

Autor: Sergio Yagüe

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Tipos de alambre Fundamentalmente se usan dos tipos distintos, de cobre y de aluminio. Los alambres de hierro no se usan por que al permanecer en la intemperie se acaban oxidando y este óxido dejará unas feas manchas en la corteza además de resultar tóxico para la planta en muchas ocasiones. Alambres recubiertos de plástico tampoco se suelen usar a causa del precio y de sus llamativos colores que los hacen demasiado visibles. En cuanto a los dos tipos usados comúnmente, cada uno presenta ventajas e inconvenientes por lo que cada aficionado tiene sus preferencias. El aluminio tiene el gran inconveniente de un inalterable color plateado brillante que destaca demasiado sobre la planta a menos que se haya recubierto de un barniz, normalmente de color bronce. Otro inconveniente que tiene frente al cobre es su mayor maleabilidad, cosa que obliga a utilizar calibres mayores para conseguir un mismo efecto y por tanto resulta más visible. Por otra parte las grandes ventajas del aluminio son su precio considerablemente más bajo y que precisamente por ser más maleable que el cobre es mas sencillo de colocar. El alambre de cobre recocido tiene un aspecto brillante pero tras unos días situado a la intemperie adquiere un tono mate que se confunde perfectamente con la rama en que se encuentra. El hecho de que sea “recocido” produce un alambre un tanto más blando, que al ser colocado en la rama y permanecer a la intemperie se endurece en poco tiempo fijando aun más la forma. Por ser menos maleable que el aluminio se necesitan grosores considerablemente menores para ejercer la misma fuerza, resultando mucho más discreto una vez colocado. Su gran desventaja es sin lugar a dudas el precio. En cuanto al calibre que debemos usar, como norma general es el mínimo necesario para que la rama aguante en su posición. Ni más, ni menos. Si el calibre es demasiado pequeño la rama no mantendrá su forma y puede que acabemos dañándola con repetidos intentos de cambiar su posición. Seguramente acabaremos viéndonos obligados a utilizar dos alambres con lo que el resultado final será poco discreto. Si por el contrario usamos un calibre excesivo, el conjunto resultará más visible de lo necesario y como nos costará un mayor esfuerzo colocar el alambre, el riesgo de dañar la rama en el proceso también será mayor. EL calibre adecuado nos lo dirá la experiencia ya que es algo que depende fundamentalmente del tipo de madera de cada especie.

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Cuando alambrar En principio, y con el debido cuidado, es factible alambrar en cualquier época del año, aunque según la especie hay épocas menos recomendables que otras. En invierno, cuando los caducifolios se quedan sin hojas, es el momento en que resulta más fácil su alambrado ya que no hay hojas que dificulten la tarea. Además, tanto en caducifolios como en perennes, como la circulación de savia es menor las ramas se encuentran algo más blandas y es más fácil doblarlas. Pero hay que tener cuidado porque también se encuentran más quebradizas. Una vez llega la primavera y las yemas se empiezan a abrir, es mejor esperar hasta que las hojas hayan madurado. La nueva brotación es muy frágil y resulta muy sencillo romperla inadvertidamente al colocar el nuevo alambre. Una vez colocado el alambre conviene vigilarlo atentamente para evitar que se “clave” en la corteza cuando la rama empieza a engordar. La planta empieza a desarrollarse en cuanto llega la primavera, pero será con la llegada del otoño, cuando la planta empiece a acumular reservas para la siguiente brotación, el momento en que las ramas y el tronco engordan a una mayor velocidad. Si también se ha trasplantar el árbol, el alambrado deberá realizarse primero ya que es un proceso durante el cual se mueve bastante la planta, lo que resulta perjudicial para un bonsai recién trasplantado que debe volver a desarrollar sus raíces.

 

 

 

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¿Cómo colocar el alambre? Siempre se ha de anclar el alambre en algún punto para que este pueda ejercer fuerza. Si se alambra el tronco o una rama baja es posible anclarlo clavándolo en el suelo, en caso contrario se debe fijar enrollándolo entorno a otra rama. Se debe alambrar el árbol de abajo a arriba, empezando por las ramas más bajas, y de la parte interior de la rama a la exterior; se trata del método más seguro para no dañar las ramas en le proceso. El alambre debe colocarse en espiras equidistantes, con un ángulo de unos 45 grados. En esta posición el alambre ejerce su máxima fuerza y resulta menos visible.

Para colocar el alambre se deben usar las dos manos; con una de ellas vamos doblando el alambre mientras que con la otra acabamos de apretar al tiempo que sujetamos la rama para evitar que se mueva en exceso.

Algunos ejemplos de colocación

El alambre no debe quedar muy apretado ya que enseguida dañaría la corteza, pero tampoco debe quedar suelto ya que no ejercería toda su fuerza y resultaría bastante más fácil dañar la rama al doblarla. Siempre que se pase el alambre de una rama a otra se debería dar como mínimo una

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vuelta al tronco para asegurarlo. Si el alambre viene de abajo, es mejor que entre en la rama por la parte de arriba ya que de este modo ejerce una mayor fuerza; si por el contrario el alambre llega por arriba debería entrar por la parte de abajo. Tampoco hay que apretar demasiado las espiras en la axila de la rama ya que resulta más fácil dañarla al doblar la rama.

NUNCA se deben cruzar los alambres cuando hay más de uno en la misma rama: a parte de resultar demasiado visibles pueden llegar a cortar el flujo de savia si por descuido permitimos que se claven. Si esto llegase a ocurrir la rama podría morir.

Si no se va a alambrar el tronco y no hay otra rama cercana a la cual fijar el alambre podemos dar una vuelta al tronco para asegurarlo.

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Al doblar una rama hay que procurar que el alambre quede en el exterior de la curva ya que de esta forma el mismo alambre protege el “codo” de roturas en la parte externa.

Siempre que sea posible se deben pasar los alambres por la parte de atrás del tronco para que resulten menos visibles.

Una vez se ha alambrado la rama se debe proceder a colocarla en su nueva posición doblándola despacio pero firmemente donde haga falta. Es importante tener previamente una idea clara del diseño, hacer un dibujo de la forma deseada ayuda, para no andar probando distintas opciones sobre la marcha; doblar una y otra vez la rama buscando su posición satisfactoria es la mejor manera de conseguir que esta muera. Si a pesar de todo notamos como la rama se quiebra deberemos dejarla tal y como está. Normalmente habrá cedido en el exterior de la curva que estemos formando en ese momento pero es muy posible que todavía queden los suficientes vasos conductores en la parte interior como para que la rama continúe viviendo y cierre la herida. Si nos empeñamos en continuar doblando muy posiblemente la rama se acabará partiendo completamente, mientras que si tratamos de devolver la rama a su posición original con toda probabilidad romperemos también los vasos conductores de savia del interior de la curva y la rama morirá. Doblar ramas o troncos muy gruesos requiere de técnicas especiales como enrafiados, cortes, etc, merecedoras de un apartado propio. Finalmente, tras el alambrado conviene proteger la planta del sol durante 2 o 3 semanas ya que al colocar el alambre y doblar la rama pueden haber quedado multitud de hojas giradas. Con el tiempo la planta las irá reorientando hacia la luz pero de momento presentan su delicado reverso hacia el sol y pueden quemarse.

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Retirar el alambre Mas tarde o más temprano nos encontraremos con la necesidad de retirar el alambre colocado, ya que la rama ha ido engordando y éste empieza a clavarse. Para retirarlo se puede ir desenrollando empezando por la parte más alta del árbol y por el exterior de las ramas para ir bajando progresivamente. Para desenrollar es importante usar las dos manos: una maneja el alambre y la otra sujeta la rama justo por detrás del punto en que lo estamos retirando. Al desdoblar el alambre hemos de ser cuidadosos de no retorcerlo ya que con él retorceríamos también la rama, ni de ejercer fuerza sobre ésta; toda la presión debe ejercerse sobre el alambre. Idealmente éste debería quedar más o menos recto al ser retirado. Como no todos podemos ser lo suficientemente habilidosos una forma segura de quitar el alambre es ir cortando cada espira con un corta alambres con cuidado de no dañar la corteza. Aunque en caso de encontrar un punto en que la rama se ha “tragado” parte del alambre por haber tardado demasiado en retirarlo no nos quedará más remedio que hacerlo a mano y con sumo cuidado ya que el uso de una herramienta dañaría la rama. Incluso es posible que si hemos sido lo suficientemente descuidados nos resulte imposible retirarlo, ya que éste ha desaparecido por completo en la rama. En ese caso no nos queda más remedio, si no queremos causar un estropicio mayor al sacarlo, que cortar los extremos todavía visibles del alambre dejando el resto definitivamente dentro de la rama bajo una fea cicatriz que nos recordará durante mucho tiempo nuestro error.

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RIEGO DE BONSAI El riego es sin lugar a dudas uno de los aspectos más importantes del cultivo del bonsai, hasta el punto de que el trabajo de años puede perderse con su descuido. Conseguir una buena ramificación fina es algo que requiere de muchísimas horas de trabajo y dedicación a lo largo de bastantes temporadas, perderla totalmente a causa de un mal riego puede ser cosa de semanas o incluso días. Es evidente pues que merece la pena dedicar algún tiempo a considerar este tema.

Capítulos: El agua (I) El agua (II) El agua (III) ¿Cuándo regar? Puntos a tener en cuenta La vida real

El agua Lo mejor es utilizar agua, pura y simplemente agua. Y ahí radica la dificultad del asunto: encontrar agua que sea sólo eso, agua. Todo el agua que nos rodea contiene una cierta cantidad de sales y demás elementos disueltos que algunos, y en determinadas concentraciones, son beneficiosos para la planta pero la mayoría no. Interesa utilizar aguas con un contenido en sustancias disueltas lo más bajo posible idealmente cero, aunque esto nunca se de, ni tan siquiera en el agua destilada como ya veremos. ¿Por qué utilizar este tipo de aguas? Pues sencillamente por las especiales condiciones en viven los bonsais. En primer lugar un bonsai debe crecer en el espacio bastante limitado de la maceta y en segundo lugar los procesos naturales que ayudan a renovar / limpiar el suelo en plena naturaleza en la maceta no tienen lugar. En la maceta el exceso de sales y desechos se acumula hasta que uno cambia la tierra, por este motivo se debe evitar en lo posible precisamente que lleguen a acumularse. Se trata de un principio válido para cualquier tipo de planta que viva en una maceta, pero sobretodo para aquellas como los bonsais que vivan en macetas particularmente pequeñas. En resumidas cuentas: cuanto menor sea el contenido en sales disueltas del agua menor será la cantidad que quede como residuo en el sustrato, y puesto que a fin de cuentas los elementos nutritivos que necesita el árbol ya se los proporcionamos con el abono tampoco resulta de vital importancia que el agua contenga “nutrientes”. Hay que tener siempre en mente que cualquier planta en una maceta vive en un ambiente totalmente controlado con las ventajas e inconvenientes que ello conlleva.

Una forma de conocer el contenido en sales del agua utilizada es midiendo la conductividad de ésta. A mayor conductividad mayor contenido en sales y por lo tanto peor es el agua. Existen aparatos portátiles del tamaño de un bolígrafo un tanto rechoncho que nos proporcionan una

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lectura sobre la conductividad bastante precisa por el simple método de sumergir un extremo en un recipiente con agua y esperar unos segundos. Las lecturas suelen venir en la unidad Partes Por Millón (ppm). Como referencia se podría decir que una conductividad de alrededor de 100ppm o menos indica un agua realmente buena para regar, sobre las 150ppm el agua es buena, entre 150 y 200ppm el agua empieza a ser regular y por encima de 250ppm mejor no utilizarla. Podemos hacernos una idea de la calidad del agua corriente que tenemos en muchas de nuestras ciudades con solo decir que conductividades de hasta 2500ppm no son nada raras. Otra forma de saber si el agua empleada es aceptable consiste en fijarse en la propia planta. Si el agua no es la adecuada el árbol enseguida dará muestras de debilidad; las hojas amarillearán y se caerán. Pero mucho antes de eso surgirán otros síntomas: El primero es la presencia de musgo. Un musgo verde y sano es un claro indicativo de una buena calidad del agua, si éste amarillea, adquiere textura acartonada o aparece recubierto por una costra blanquecina sabremos que el agua no es buena y que seguramente acabará afectando al árbol. Otro síntoma de un exceso de sales aparecerá en la propia maceta que acabará con los bordes recubiertos de esa misma costra blanquecina (que no es otra cosa que un depósito de sales minerales) e incluso las patas si somos lo suficientemente descuidados como para permitir que el agua forme un charquito semi permanente bajo la maceta.

¿Qué agua utilizar entonces? Pues así de entrada el agua corriente queda descartada de inmediato casi en la mayoría de casos. En zonas rurales es otra historia, por supuesto. Se debería comprobar en cada caso. Un punto importante es que no basta con recoger agua corriente en un recipiente y dejarla reposar para que se evapore el cloro. Este es el menor de nuestros problemas pues se trata de un elemento volátil que permanece poco tiempo en el agua. Con esto no solo no ganamos nada (las sales permanecen), sino que además empeoramos aun más la calidad del agua ya que parte de ésta se evapora junto al cloro provocando que la densidad de sales se incremente: Queda la misma cantidad de sales disueltas en menos agua. En teoría el agua ideal para regar es el agua de lluvia. Pero desgraciadamente eso es en sólo en teoría. La gran actividad industrial que rodea la mayor parte de los núcleos urbanos hace la atmósfera sobre nuestras ciudades contenga un buen número de sustancias contaminantes que son arrastradas por la lluvia, llegando a producirse en casos extremos el fenómeno de la lluvia ácida. En situaciones normales lo que acaba sucediendo es que el agua caída durante los primeros 15 o 20 minutos literalmente “limpia” la atmósfera sobre nuestras ciudades arrastrando consigo los contaminantes por lo que no es nada recomendable recogerla para regar. En zonas más alejadas de grandes núcleos urbanos los cielos suelen estar más limpios y el agua de lluvia es entonces sumamente adecuada, el problema ahora es que en la zona en cuestión quizá no llueva lo suficiente como para acumular el agua necesaria para todos nuestros bonsais. El agua de pozos, manantiales y ríos puede ser adecuada dependiendo de su contenido en sales y / o contaminación. El agua mineral embotellada puede ser una solución, a ser posible que sea de baja mineralización, pero tiene el inconveniente de que hay que transportarla y si el número de bonsais es elevado

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resulta impracticable. El agua destilada debe ser descartada. En principio el proceso de destilación comúnmente empleado elimina la mayor parte de las sales disueltas en el agua como por ejemplo la cal, lo cual es bueno para nosotros ( y para nuestros electrodomésticos ), pero a costa de sustituirla por sodio lo cual resulta nefasto para la planta. Otra posible solución es emplear filtros de osmosis inversa. Este tipo de filtros elimina alrededor del 90% de los elementos disueltos en el agua sin añadir nada en el proceso resultando un agua realmente buena. Por ejemplo si el agua corriente de que se dispone ronda los 1500ppm, tras pasarla por el filtro quedaría en unos 150ppm lo que resulta plenamente satisfactorio para regar. Los inconvenientes, alguno debería tener, son el precio relativamente elevado de este tipo de filtros y el hecho de que desperdicie una cierta cantidad de agua en el proceso de filtrado.

¿Cuándo regar? Básicamente cuando notemos la superficie de la tierra seca. Si se han utilizado capas de tierra con granos de grosores crecientes cuanto más profundo en el tiesto se encuentren, para cuando la superficie (granos de menor grosor) está seca, las capas inferiores(granos más gruesos) también lo están: la tierra se seca uniformemente. Si por el contrario se ha utilizado el mismo grosor de grano en todo el tiesto para cuando la superficie está seca en las capas inferiores todavía hay humedad: Si se espera para regar las raíces mas superficiales pueden secarse y morir, si no se espera se corre el riesgo de que las raíces más profundas se pudran. El periodo entre riegos, tomando como referencia el secado de la superficie de la tierra, depende mucho de la época del año, de la situación del árbol y del tipo de árbol en cuestión. Pudiendo oscilar entre varias veces al día durante el verano para plantas situadas a pleno sol, hasta una vez por semana o menos durante el invierno. No se puede dar un patrón fijo, cada uno deberá observar sus árboles y decidir cuando es el momento oportuno, pero es importante no descuidarse puesto que un bonsai plantado en una maceta pequeña y situado a pleno sol de verano en una zona de clima cálido puede llegar a morir únicamente con saltarnos el riego de un día. Igualmente un bonsai que pase el invierno a la intemperie en una zona montañosa puede quedar completamente cubierto de nieve durante semanas sin que necesite mayores cuidados.

Algunos puntos a tener en cuenta son, por ejemplo: - No es conveniente regar durante una helada ya que se corre el riesgo de dañar las raíces o incluso el mismo tiesto. - Suele ser mejor regar menos pero con mayor frecuencia (algunos maestros japoneses riegan unas siete u ocho veces al día) - No conviene regar de noche, en ese momento la planta tampoco necesita el agua y además estamos facilitando la vida a los hongos.

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- No conviene dejar que el agua se encharque bajo la maceta ya que se favorece la podredumbre de raíces, además de resultar poco estético y atraer mosquitos. - Al regar hay que asegurarse de que el agua empapa totalmente la tierra. - Respetar las necesidades de cada árbol: Por ejemplo, no requiere la misma cantidad de agua un Arce que un Junípero. - El mito de que no se debe regar a pleno sol es solo eso, un mito. En ese momento es cuando la planta necesita una mayor cantidad de agua y se le debe proporcionar. No será el agua quien queme las hojas, sino el Sol si la planta anda escasa de ésta. - Es mas fácil conseguir que la planta se recupere de los efectos de la falta de agua que del exceso.

La vida real En los puntos anteriores se comentan las cosas tal y como deberían ser en un mundo utópico, la vida real suele ser distinta. En ocasiones uno debe hacer concesiones, aunque no demasiadas en este caso si se quiere conservar el bonsai, en cuanto a la calidad del agua y aceptar una peor calidad a cambio de tener que trasplantar más a menudo. No todos podemos disponer de un jardín espacioso, muchos aficionados debemos conformarnos con terrazas o azoteas y en este caso hay que tener en cuenta el factor “vecino de abajo”. Si bien lo ideal es que el agua que escurre de la maceta durante el riego circule libremente y no se acumule, quizá nuestro inefable vecino de abajo sea de distinta opinión. En este caso se debe evitar que el agua gotee hasta él. La solución de poner una bandeja bajo la maceta puede ser aceptable siempre que nos aseguremos que ésta se encuentra un tanto elevada por ejemplo sobre tacos de madera para que nunca toque el agua acumulada. Un bonsai situado en una maceta semi sumergida en un charquito casi permanentemente tiene pocas esperanzas de vida a largo plazo. En cualquier caso un poco de imaginación siempre es bienvenida. No todos, salvo los profesionales, disponemos del tiempo necesario para regar nuestros árboles 4 veces al día así que hay salvar el obstáculo de alguna forma. En muchas ocasiones un bonsai puede aguantar con un riego diario en verano, aun a pleno sol, dependiendo del tamaño de la maceta y la especie en cuestión. No saldrá musgo pero el árbol sobrevivirá, que a fin de cuentas es lo que interesa. El aficionado deberá ser consecuente y cultivar especies que se adapten a sus posibilidades de riego. En todo caso se encuentran a la venta toda una serie de sistemas de riego automático más o menos complejos que afortunadamente nos simplifican mucho la vida.

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TRASPLANTE DE BONSAI El trasplante de un bonsai, o de cualquier planta en general, suele tener dos motivos básicos: por estética o por salud. Por cuestiones estéticas puede resultar conveniente el cambio de la maceta, ya que ésta se ha quedado algo pequeña, se ha reformado el árbol y resulta más atractivo otro estilo de maceta, o simplemente se desea cambiar la posición de la planta. En cualquier caso por buenas que sean las razones estéticas que avalen un trasplante, deben quedar completamente subordinadas a la salud de la planta.

Capítulos: ¿Por qué trasplantar? ¿Cuándo trasplantar? Puntos a tener en cuenta antes de trasplantar Mezcla de tierras Pasos a seguir en un trasplante

Introducción: ¿Por qué trasplantar? El trasplante de un bonsai, o de cualquier planta en general, suele tener dos motivos básicos: por estética o por salud. Por cuestiones estéticas puede resultar conveniente el cambio de la maceta, ya que ésta se ha quedado algo pequeña, se ha reformado el árbol y resulta más atractivo otro estilo de maceta, o simplemente se desea cambiar la posición de la planta. En cualquier caso por buenas que sean las razones estéticas que avalen un trasplante, deben quedar completamente subordinadas a la salud de la planta. Uno se puede preguntar por qué resulta necesario el trasplante cuando en la naturaleza éste no se produce. La respuesta se encuentra en la diferencia del medio en que viven unas y otras plantas. Una planta como cualquier ser vivo genera residuos propios de su actividad biológica, una parte de ellos se expulsan en forma gaseosa pero el resto se excreta a través de las raíces hacia el suelo que las rodea. En plena naturaleza cuando con el paso del tiempo estos residuos se van acumulando hasta el punto en que el suelo se vuelve algo tóxico, la planta simplemente extiende sus raíces mas allá a la búsqueda de sustratos limpios. Hay que tener en cuenta que una raíz no deja de ser una simple conducción de agua y sales, una tubería, en su mayor parte: Sólo unos pocos milímetros finales en las raíces más finas son activos y capaces de intercambiar elementos. El resto es una mera conducción con la función secundaria de anclar la planta a la tierra. De esta forma las raíces van creciendo con el paso de los años hasta un punto en que la planta ya no puede extenderlas más sin que dejen de ser capaces de trasladar el agua recogida hacia el cuerpo principal. Usando una analogía sería una situación parecida (aunque en sentido inverso) a una bomba eléctrica de agua que ha de alimentar desde un pozo a una red cada vez mayor de conducciones, al final simplemente no puede mantener al caudal. La gran ventaja de la planta situada en plena naturaleza es que para cuando se llega a este punto

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de máxima extensión de las raíces, las lluvias de varios años se han encargado de ir limpiando el suelo más cercano al tronco de modo que vuelve a ser utilizable. Así que sencillamente descarta sus raíces más largas y emite otras mucho menores. Se ha completado un ciclo que en maceta, por cuestiones obvias, no es posible. En una maceta las raíces disponen de un espacio limitado para desarrollarse, por lo que los residuos se acumulan siempre en el mismo sitio y allí permanecen hasta que se cambia el sustrato. Además de estos residuos generados por la propia planta, no debemos olvidar que en la maceta también se va acumulando el exceso de sales disueltas en el agua de riego ( si su contenido en sales es demasiado elevado es fácil de detectar pues el manto de musgo que pudiera rodear al bonsai se deteriora rápidamente llegando incluso a quedar cubierto por una fina costra blanquecina; un musgo sano es indicativo de una buena calidad en el agua empleada para regar los bonsais). Incluso el abono resulta a la larga un factor contaminante del suelo; ya sea orgánico o inorgánico, deja residuos no aprovechables que incrementan el contenido salino de la tierra. Si la tierra de una maceta no se renovara periódicamente, la presencia de sales minerales iría aumentando progresivamente hasta hacer imposible el proceso de osmosis por el que la planta toma el agua. Mediante este proceso de osmosis, el agua se filtra a través de las paredes celulares desde un suelo con bajo contenido en sales minerales hasta el interior de las raíces con un contenido mucho mayor, tratando de igualar densidades. Si la cantidad de sales disueltas es similar a ambos lados de la pared celular, el agua no circula. Se llega a una situación en que por mucho que se riegue la planta ésta acabará muriendo de sed. Otro problema importante que nos encontramos en el cultivo en maceta es el desarrollo de las raíces. Dependiendo de la especie de árbol con la que se trabaje sus raíces pueden crecer dentro de la maceta hasta varios metros cada temporada, enrollándose en torno a la pared interior del tiesto. De todos esos metros los únicamente útiles son los escasos milímetros finales, el resto es un tubo que únicamente ocupa espacio vital dentro de las pequeñas macetas de bonsai dificultando el drenaje. En bonsai las raíces ni siquiera deben cumplir una función de anclaje propiamente dicha pues normalmente se ata el árbol al tiesto en cada transplante así que lo que realmente interesa es que nuestro bonsai desarrolle una abundante “cabellera” de raíces cortas y finas para mantener una buena salud: Con cada transplante a parte de cambiar el sustrato, total o parcialmente, se debe recortar el “pan de raíces”. Finalmente, otro motivo que pudiera requerir de un trasplante es la calidad del sustrato. En demasiadas ocasiones tras adquirir un bonsai o pre-bonsai nos damos cuenta que en el comercio se le ha mantenido con una tierra poco apta para el cultivo, apelmazada y con un aspecto arcilloso poco prometedor que incluso puede que ni siquiera drene bien. En este caso es mejor cambiar esa tierra cuanto antes, pues en breve la salud del árbol se verá seriamente afectada.

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¿Cuándo trasplantar? Como norma general se debe trasplantar cuando aparezcan síntomas de daños en las raíces, brotaciones débiles, mal drenaje, etc. Pero es posible establecer una cierta periodicidad en función de la especie:

Árbol caducifolio joven Cada 1 ó 2 añosÁrbol caducifolio viejo Cada 2 ó 3 añosÁrbol perenne joven Cada 2 ó 3 añosÁrbol perenne viejo Cada 3 ó 4 añosConífera joven Cada 3 años aproximadamenteConífera vieja Cada 4 ó 6 años

En realidad lo que esta tabla nos está indicando es que hay que trasplantar más a menudo cuanto más activo y vigoroso es el árbol: un árbol joven crece mucho más rápidamente que otro que haya alcanzado la madurez al igual que un caducifolio es más activo que por ejemplo una conífera y por tanto requerirán una mayor frecuencia de trasplantado. Uno de los primeros síntomas que indican la necesidad de un trasplante es el mal drenaje del sustrato; el agua se encharca en la maceta y tarda demasiado en ser absorbida por el suelo. Esto suele ser una clara señal de que la maceta se encuentra repleta de raíces, o en su defecto de que la calidad de la tierra no es demasiado adecuada para un bonsai. En ambos casos es recomendable trasplantar cuanto antes. Si tardamos demasiado en trasplantar un árbol, su pan de raíces se desarrollará en exceso, con lo que la capacidad de retener agua del sustrato disminuye notablemente y deberemos regar con mayor frecuencia. Si lo posponemos lo suficiente en ocasiones podemos ver como el árbol se va “levantando” de la maceta a causa del gran cúmulo de raíces que hay debajo. La época ideal para trasplantar es la primavera del árbol, es decir aquel periodo en que las yemas comienzan a hincharse para brotar. Es un periodo que varía de especie en especie, casi de árbol a árbol. En este momento las raíces llevarán unas 2 ó 3 semanas de crecimiento tras la pausa invernal y las cicatrices cerrarán rápido. trasplantar en invierno tiene el inconveniente de que cualquier cicatriz tardará semanas o meses en cerrar con el peligro de infección que ello conlleva.

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Puntos a tener en cuenta antes de trasplantar: 1- En un bonsai conviene que las raíces sean cortas, ya que únicamente los milímetros finales de cada una son activos; el resto es una mera conducción que ni tan siquiera ha de servir de sostén a la planta puesto que ésta suele estar atada al tiesto, como se verá más adelante. Cuanto más cortas y ramificadas sean las raíces, más eficientes serán, y menor será el esfuerzo de la planta para transportar el agua. 2- Se llama Nebari a la base del tronco, el punto en el que las raíces se unen a éste. Y Tachiagari a la zona del tronco que va desde el nebari hasta la primera rama. En un bonsai ambas son zonas de gran interés tanto estético como de cultivo. Es allí donde la planta almacena buena parte de las reservas acumuladas para la siguiente brotación y por tanto son de las zonas del árbol que engordan con mayor rapidez. Estéticamente resulta más atractivo un tachiagari que adelgace uniformemente conforme se asciende por el tronco al igual que lo haría el tronco de un árbol maduro en la naturaleza. Un tronco de grosor uniforme en toda su longitud no suele trasmitir una sensación de edad, es más propio de plantas jóvenes.

Para conseguir un nebari de grosor y forma adecuado interesa tener 4 ó 5 raíces gruesas que nazcan a la misma altura y distribuidas uniformemente, ya que serán éstas las encargadas de ensanchar la base del tronco y proporcionarle la fuerza visual que debe tener. Se debe evitar una mayor concentración de raíces en un solo lado, pues ello implicaría un desarrollo más intenso de las ramas de ese lado dificultando el equilibrio del conjunto. De igual modo una raíz excesivamente gruesa suele implicar la presencia de una rama igualmente grande en el mismo lado a la cual alimenta. Es importante tener en cuenta que, si bien es el grosor de estas raíces el que acabará trasmitiéndonos la deseada sensación de árbol centenario a base de ensanchar el nebari para crear las contundentes bases que vemos en los viejos árboles de la naturaleza, de nuevo las especiales condiciones de cultivo de un bonsai hacen que una vez éstas desaparezcan bajo la superficie convenga que se subdividan en una miríada de raicillas finas que realmente son las que realizarán el trabajo de obtener nutrientes.

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3- Una raíz viva suele tener color marrón, es resistente y con una punta blanquecina. Una raíz muerta es de color negro, blanda y muy frágil. Al trasplantar hay que estar atento y eliminar en lo posible las raíces muertas que podamos encontrar. 4- El tiesto debe tener dos o más agujeros de drenaje y no debe estar esmaltado en el interior. Los tiestos de plástico tampoco son muy adecuados ya que protegen muy poco a las raíces de los cambios de temperatura. El fondo del tiesto debe ser plano y se deben evitar aquellos tiestos hechos con molde en los que las patas se han formado como una protuberancia del fondo dejando un hueco por la parte interior. En este hueco se acumulará el agua y puede provocar podredumbre de raíces. Los agujeros de drenaje deberían quedar cubiertos con una rejilla de plástico o similar, de una apertura de unos 4mm (también se puede usar un pedazo curvo de cerámica procedente, por ejemplo, de otro tiesto roto). Esto es necesario para evitar que la tierra atasque los agujeros de drenaje. Suelen emplearse un par de modos de sujetar la rejilla:

El método 1 se puede utilizar cuando la maceta dispone de dos o más agujeros de drenaje, mientras que el método 2 es necesario cuando la maceta tiene un único agujero de drenaje. Si la maceta tiene varios agujeros, los alambres con los que se atará el árbol pueden fijarse entre ellos, mientras que si únicamente dispone de un único agujero de drenaje, hemos de ingeniárnoslas de alguna forma para engancharlo, de ahí el segundo método.

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5- En general, un árbol plantado sobre una losa de piedra vive mejor que en una maceta, aunque sólo sea por el simple hecho de que las raíces no se enmarañan como en el interior de un tiesto a base de dar vueltas en torno a las paredes. En una losa, cuando una raíz asoma por entre el musgo al exterior, deja de crecer y empieza a ramificarse. Como contrapartida, en una losa se evapora más agua y por lo tanto se necesita regar más a menudo. 6- Antes de trasplantar un árbol de vivero SIEMPRE hay que localizar el nebari primero, aunque tengamos que escarbar un poco en la superficie hasta llegar a él. Este nos dará una idea de la longitud de las raíces antes de recortarlas y evitaremos cortar demasiado por accidente.

Mezcla de tierras: Para un bonsai la tierra debe cumplir una serie de funciones como pueden ser: sostener físicamente la planta, ser una fuente de oligoelementos (por ejemplo: hierro, magnesio, boro, manganeso, zinc, cobre, molibdeno, etc.) y proporcionar agua al mismo tiempo que permite la aireación de las raíces. Debe ser el cuidador quien se encargue de proporcionar el abono en las dosis adecuadas a cada momento del año por lo que generalmente se usan sustratos bastante pobres y de grano grueso para facilitar el drenaje. Como afirma el dicho popular, “cada maestrillo tiene su librillo”, y para el caso de las mezclas de tierra sucede lo mismo. Cada profesional o aficionado tendrá sus preferencias ajustadas a la propia experiencia, condiciones locales e incluso a cada especie de árbol. Como en casi todo lo referente al bonsai, tampoco hay una fórmula fija y por tanto podemos jugar sin muchos problemas con las mezclas, buscando suelos más o menos ácidos, más o menos porosos, o incluso no utilizar mezcla en absoluto y plantar por ejemplo en akadama pura y dura, hasta conseguir aquella solución que más nos satisfaga. A pesar de todo, comúnmente suele usarse una tierra formada por una mezcla de tres elementos: - Tierra volcánica: Facilita el drenaje - Arcillas (Por ejemplo arena para gatos no perfumada): Retiene humedad y nutrientes orgánicos. - Turba: Materia orgánica necesaria para que se desarrollen hongos y bacterias beneficiosos en el pan de raíces. Las proporciones más adecuadas variarán según la especie de árbol que nos ocupe, pero una mezcla en partes iguales de volcánica, arcillas y turba (2/3 de materia inorgánica más 1/3 de materia orgánica) suele dar buen resultado en la mayoría de los casos. Para lograr un secado uniforme de toda la tierra es conveniente colocarla en capas de distintos grosores; más gruesa hacia el fondo del tiesto y más fina en la superficie. Dependiendo del tamaño, profundidad, del tiesto se usarán entre 3 y 4 capas de distintos grosores.

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El siguiente esquema ilustra una distribución típica en tres capas y los diferentes grosores de los granos que forman cada una:

El tamaño de cada capa, y número de estas, dependerá bastante de la profundidad del tiesto, pero la capa de plantado siempre ha de ser la más abundante mientras que la capa superior de decoración puede consistir únicamente unos pocos milímetros de tierra, o no existir en absoluto. Granos con un diámetro de 1mm o menos se consideran simple polvo, y mejor no usarlos, ya que acabarían dificultando el drenaje.

Pasos a seguir en un trasplante: 1- Asegurarse de que se dispone de la tierra suficiente. ANTES de iniciar el proceso uno debe verificar que dispone de la cantidad necesaria de tierra para la nueva maceta, así como de que la mezcla es la adecuada. Las raíces son notablemente sensibles a la pérdida de humedad cuando quedan expuestas al aire libre, así que una vez se ha sacado el árbol de su maceta no es momento para meditar sobre el tipo de tierra que se va a usar, ni sobre el estilo de la nueva maceta. Esas tareas deben haberse llevado a cabo con antelación. 2- Preparar la nueva maceta. Colocar las rejillas protectoras de los agujeros de drenaje más los alambres de sujeción (dos como mínimo), tal y como se comentó en apartados anteriores. Seguidamente se coloca la capa de drenaje y se acumula un pequeño montoncito de tierra de la capa de plantado en la zona en que se va a colocar el árbol.

3- Para sacar el árbol de su antiguo tiesto, un método bastante seguro es agarrar la planta por el tronco mientras se golpea el borde del tiesto con la mano o con un martillo de goma si el tiesto es grande: si se hace con cuidado saldrá el pan de raíces al completo. No se deben usar cuchillos en lo posible, ya que existe el peligro de dañar las raíces, excepto en macetas con forma de marmita donde no suele quedar otro remedio. Nunca hay que forzar la salida tirando del tronco hacia arriba

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ya que es una forma segura de destrozar una buena cantidad de raíces. IMPORTANTE: Hay que asegurarse antes de que se han cortado los antiguos alambres de sujeción que ataban el árbol. También es necesario cortar los alambres que sujetan la rejilla a los agujeros de drenaje ya que las raíces posiblemente se hayan enredado con ésta. 4- Una vez se ha sacado la planta de su tiesto se ha de retirar aproximadamente 2/3 de la tierra que rodea las raíces. Dejando este tercio de tierra cerca del tronco protegemos una parte de las raíces que no quedan expuestas al aire facilitando la recuperación de la planta. Con árboles de hoja perenne es importante dejar este margen de seguridad, pero si se trata de caducifolios y se trasplanta en primavera justo antes de brotar se puede dejar la raíz desnuda, de hecho incluso se lavan con agua las raíces. Por supuesto todo esto dependerá de la buena salud del árbol. Para retirar toda esta tierra conviene usar un bastoncillo afilado, una buena idea es usar uno de esos palillos de bambú que sirven en restaurantes chinos o japoneses. Cuanto más afilado se encuentre, con mayor facilidad se colará entre las raíces para desenmarañarlas y menos daños causará. El bambú es especialmente bueno para esta tarea ya que se trata de una madera blanda que se desgasta con facilidad causando aun menos daños si cabe que otras. 5- Una vez se ha sacado la tierra y se han desenmarañado las raíces se debe cortar aproximadamente la mitad de la longitud que quede al aire, sobre todo en la parte de abajo (interesa que crezcan hacia los lados) dejando una forma más o menos cóncava en el pan de raíces.

6- Respecto al tercio de tierra que conservamos, hay que tener en cuenta que se deberá ir cambiando poco a poco ya que con el tiempo se irá apelmazando y las raíces en su interior acabarán muriendo. Una forma sencilla de hacerlo es ir cortando secciones triangulares en esta zona, de forma que con cada transplante solo se renueve uno o dos de estos segmentos, dejando el resto de las raíces protegidas.

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7- Se coloca el bonsai sobre el montículo de tierra preparado anteriormente en la nueva maceta de forma que no queden huecos bajo el árbol. Se utilizan los alambres de sujeción previamente colocados para fijar la planta en la posición deseada y se rellena el tiesto con tierra.

Hay asegurarse de que los alambres que sujetan la planta queden tensos para evitar que esta se mueva pero vigilando no dañar las raíces al apretarlos. 8- Es de vital importancia que no queden huecos ni burbujas de aire entre las raíces, así que con el mismo palillo de antes vamos pinchando la tierra para que ésta se deslice entre las raíces rellenando todos los huecos. Seguramente deberemos añadir más tierra a la maceta para acabar de completarla. 9- Finalmente, se presiona ligeramente el suelo con una espátula para acabar de compactarlo y aplanarlo. 10- Por cuestiones estéticas puede sembrase musgo, o trasplantarse de la maceta anterior si se ha conservado. De cualquier forma, un correcto cuidado del bonsai provoca que en no demasiado tiempo brote una nueva capa. 11- Tras el trasplante es necesario regar a fondo de inmediato para que el nuevo suelo no reseque las raíces.

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ABONADO DE UN BONSAI Un primer punto a tener en cuenta es que el abono no es el alimento de la planta propiamente dicho; el abono no es más que el conjunto de materiales necesarios para la elaboración de éste. De hecho no es más que un 10% del total, el otro 90% se obtiene directamente del aire. Serán las hojas las encargadas de transformar dichos materiales en algo aprovechable por la totalidad de la planta; la savia elaborada. No es que sea necesario para el aficionado conocer con exactitud los procesos químicos que tienen lugar en la hoja, pero sí debería tener claro que de nada sirve el abono si la hoja no puede realizar su trabajo. Esto quiere decir que una planta enferma que ha perdido la mayor parte de sus hojas será incapaz de aprovecharlo, por más abono que se añada, ya que sencillamente carece de las “factorías” encargadas de su proceso. De igual forma es inútil tratar de fortalecer una planta débil por falta de luz a base de añadir abono pues sin luz la clorofila de las hojas no puede funcionar. En resumidas cuentas, lo que hay que tener claro es que ese primer impulso de abonar una planta aparentemente enferma o débil como receta mágica para sanarla no siempre es buena idea. Es más, incluso puede llegar a ser contraproducente, ya que al no poder ser aprovechados los elementos que forman el abono se van acumulando en el sustrato. La planta primero ha de haber desarrollado hojas por si misma antes de pensar en el abono.

Capítulos: Elementos del abono Tipos de abono ¿Cuándo abonar?

Elementos del abono El abono de una planta debe estar formado por sales minerales solubles en agua, ya que éstas son las únicas asimilables a través de las raíces. Según las cantidades consumidas por la planta, los diferentes elementos se dividen en dos grupos: Microelementos y Macroelementos. Los Microelementos no son necesarios en grandes cantidades, pero su falta puede llegar a causar problemas a la larga. Algunos de estos elementos son: hierro, cinc, calcio, magnesio, azufre, manganeso, molibdeno, boro, cloro, cobre, etc. Los Macroelementos son un grupo formado por aquellas sustancias que la planta consume en grandes cantidades, y que por tanto su carencia resulta evidente mucho antes. Son el nitrógeno (N), el fósforo (P) y el potasio (K). El nitrógeno favorece un rápido crecimiento en la planta, una mayor producción de flores o frutos y el desarrollo de unas hojas más grandes y verdes. Una de las diferencias entre los compuestos usados como abono en jardinería convencional y en bonsái es precisamente el porcentaje de nitrógeno presente: en el primer caso interesa obtener grandes y brillantes hojas verdes que atraigan al potencial cliente por su aspecto, por lo que el contenido de nitrógeno es muy elevado (cosa que en ocasiones acaba matando a la planta a las pocas semanas de haberla adquirido, pero claro la tienda ya ha realizado la venta); en el caso de un bonsái hay que controlar el tamaño de las hojas para mantener una cierta proporción en el árbol, así que se reduce el nivel de nitrógeno. El fósforo interviene en gran cantidad de procesos vitales de la planta aumentando su

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resistencia en general. El potasio, entre otras cosas, interviene en los procesos de transformación del nitrógeno y al igual que el fósforo acelera los procesos de floración y fructificación.

Tipos de abono En centros de jardinería se pueden encontrar dos categorías principales de abonos. Los abonos orgánicos y los abonos inorgánicos. Los abonos de tipo inorgánico son un mezcla más o menos compleja de compuestos químicos diseñada para proporcionar a la planta aquellos nutrientes que precisa, pero a pesar de ser perfectamente aptos no son los más adecuados para un bonsái, o para cualquier plantan en una maceta ya puestos. Su gran problema radica en que lo que muestra la composición del producto es lo que hay, esto es: si abonamos con un compuesto de nitrógeno, potasio, fósforo, hierro y cinc, por ejemplo, la planta acabará desarrollando carencias del resto de elementos necesarios. Por ello antes de elegir un producto es necesario repasar su composición y asegurarse de que aporta la mayor cantidad posible de sustancias. En bonsái, como ya se ha comentado, se suelen usar mezclas pobres en nitrógeno por lo que unas proporciones adecuadas para los tres elementos principales podrían ser 5-10-10, o incluso 2-10-10, donde la primera cifra hace referencia a la proporción de nitrógeno, la segunda a la de fósforo y la última a la de potasio. Estos abonos químicos los podemos encontrar en dos formatos: Sólido o líquido. Los de tipo sólido suelen ser de liberación más lenta actuando durante un periodo de tiempo más o menos largo según el producto, mientras que los de tipo líquido son de absorción casi inmediata. Y es con estos últimos que debemos ser muy cuidadosos respetando las dosis marcadas por el fabricante pues la planta no suele limitarse a tomar la cantidad de elementos que precisa, por ejemplo nitrógeno, sino que tiende a absorber todo lo que puede encontrar. Si las cantidades son excesivas en una misma dosis la planta simplemente se muere. Los abonos orgánicos por el contrario no presentan este problema pues al ser mezclas de diferentes tipos de materias orgánicas primero necesitan ser descompuestos por microorganismos antes de poder ser asimilados. Las grandes ventajas de los orgánicos frente a los químicos son: por un lado, esta lentitud en la asimilación que hace que sea casi imposible matar a la planta por sobredosis (hay que tener en cuenta que el abono orgánico necesitará unas dos semanas tras haber sido colocado para empezar a ser asimilable por las raíces, y no terminará su descomposición en otras tres o cuatro), por otro favorece el desarrollo de bacterias y hongos beneficiosos para la planta (algo casi imposible en suelos estériles cargados de abonos químicos) y finalmente la cantidad de elementos que proporciona es mucho más variada que un abono inorgánico dificultando que la planta desarrolle carencias. En este sentido actúan como correctores del suelo aportando aquellos elementos que los abonos químicos no contienen en su composición. En general se suele recomendar no utilizar abonos inorgánicos, pero también es cierto que son más cómodos y fáciles de obtener que los de tipo orgánico (pese a que estos son comunes en tiendas especializadas). En cualquier caso una buena medida si se va a utilizar un abono químico es alternarlo de tanto en tanto con otros de origen orgánico.

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¿Cuándo abonar? Un calendario general sería el siguiente (hemisferio norte):

Enero Febrero Marzo Abril Mayo Junio Julio Agosto Sept. Octubre Nov. Dic.

Periodo de Reposo

Abonado Suave

Abonado Intenso

Quelatos

Para el hemisferio sur, habría que aplicar un decalaje de seis meses. Durante la época invernal y los meses más calurosos de verano la actividad de la planta disminuye en gran manera por lo que es aconsejable un Periodo de Reposo en el abonado. En primavera conviene un abonado suave que se deberá intensificar en los meses de otoño para permitir a la planta que acumule las reservas a partir de las cuales brotará al año siguiente. Los meses de Abril y Agosto aparecen sombreados tanto como Periodos de Reposo como Periodos de Abonado; en estos casos el abonado dependerá de que las temperaturas se hayan suavizado lo suficiente durante esos meses. Los Quelatos son una serie de compuestos químicos destinados a incrementar el contenido de microelementos como por ejemplo el hierro, el magnesio, el molibdeno o el cobalto y así fortalecer plantas débiles. Aplicados justo antes de la brotación se consigue que esta sea más fuerte y de un verde más intenso. Otro punto a tener en cuenta es que, como ya se ha dicho con anterioridad, el abono de nada sirve sin hojas por lo que es inútil, o incluso perjudicial, comenzar el abonado antes de que las primeras hojas la nueva brotación hayan madurado. Esto es igualmente válido para árboles de hoja perenne pues una hoja de la temporada anterior a penas trabaja en invierno, y las nuevas no empezarán a hacerlo hasta la primavera. También es importante recordar que el abono orgánico comercial distribuido en bolitas o pequeñas pastillas no conviene dejarlo eternamente en la maceta. Su ciclo de descomposición durará alrededor de un mes y medio, mas o menos dependiendo del clima, tras el cual quedará agotado y únicamente contribuirá a ensuciar el suelo de la maceta, por lo que se deberán retirar las pastillas pasado ese tiempo sustituyéndolas por otras nuevas si todavía es época de abonado. Nunca se debe fertilizar inmediatamente después de un trasplantado, primero se deben dejar pasar unas semanas para permitir recuperarse a las raíces.

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ENFERMEDADES Y PLAGAS Como cualquier otra planta un bonsái se encuentra sujeto exactamente a las mismas plagas que aquejan a sus parientes de mayor tamaño, de hecho la única diferencia se encuentra precisamente ahí, en los distintos tamaños. Por poner un ejemplo podríamos pensar en una oruga; comerá exactamente lo mismo se trate de un bonsái o de un árbol en el bosque, pero proporcionalmente el daño que realizará en el bonsái será mucho mayor, sobretodo en los bonsáis más pequeños en que el número de hojas es reducido. En el fondo lo que esto quiere decir es que deberemos mantener un ojo atento sobre nuestros arbolitos para actuar con el tratamiento adecuado al aparecer los primeros síntomas.

Capítulos: Introducción Parásitos Orugas Cochinillas Pulgones Barrenillos Nemátodos Enfermedades Enfermedades II Enfermedades III Miscelánea

Introducción: Hay multitud de productos disponibles en tiendas de jardinería para casi cada una de las posibles plagas siendo en la mayor parte de los casos de gran eficacia. Pero hay una serie de puntos a tener en cuenta al tratar con estos productos químicos: -En primer lugar es completamente falso que se necesiten productos especiales para bonsái. Las plagas se comportarán exactamente igual que en la naturaleza por lo que el agente químico ha de ser el normal para un árbol de porte grande. Comprar los productos que se distribuyen específicamente para bonsái normalmente supone pagar más por una cantidad inferior de un producto exactamente igual de eficaz que cualquiera que se vende para agricultura o jardinería. -Se deben respetar escrupulosamente las cantidades especificadas en el prospecto del producto. Una proporción inferior a la indicada puede no afectar en absoluto a la plaga, mientras que una superior puede acabar con el árbol al mismo tiempo que con la plaga. -No conviene fumigar a pleno sol. Mejor hacerlo a primera hora de la mañana o última de la tarde para conseguir la máxima eficacia. -Evitar todo contacto con el producto. Alguno de estos agentes químicos resultan notablemente tóxicos. -Ante una plaga repetir el tratamiento un mínimo de tres veces con unas dos semanas de intervalo entre cada uno. Normalmente el producto químico eliminará al molesto inquilino pero no así a sus huevos que eclosionarán días después volviendo a infestar la planta a menos que

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se insista con el fumigado. -Siempre es mejor aplicar suaves tratamientos preventivos de forma regular que otros más intensos ante una plaga. A continuación se listarán algunos de los parásitos y enfermedades más comunes. La lista completa realmente sería enorme y dependerá en gran medida de la “fauna” local, por lo que ante una plaga que tengamos problemas para identificar lo mejor es ponerse en contacto con el centro de jardinería más cercano, llevarles una muestra y solicitar el remedio más adecuado. De cualquier forma la siguiente lista puede servir como orientación.

Parásitos Araña Roja y Amarilla: Son dos tipos de ácaro bastante similares que se pueden diferenciar claramente por el color que presentan; rojizo una variedad, amarillenta la otra, de ahí su nombre. Son tan minúsculos que resulta poco menos que imposible distinguirlos sobre el envés de las hojas en el que suelen concentrarse. En realidad la mejor forma de apreciarlos es colocar una hoja de papel blanco bajo las ramas y sacudirlas ligeramente con la mano, si el árbol se encontrara atacado por estos parásitos se podrían apreciar unos diminutos puntitos rojos, o amarillos, moviéndose sobre el papel. Pero aun así son tan pequeños que incluso correteando sobre un fondo blanco cuesta distinguirlos. Sólo si la plaga se encontrase muy avanzada se podrían detectar sin dificultad a causa de la fina tela que estos ácaros van tejiendo entre las ramas, aunque llegado este punto el bonsái es más que probable que se hallara en serios problemas. Síntomas: En general estos ácaros provocan una progresiva pérdida de color en las hojas hasta que éstas acaban por caer. Si se trata de coníferas las hojas amarillean para luego tomar tonos pardos justo antes de desprenderse, mientras que en árboles de hoja caduca aparecen picaduras en el limbo de la hoja y pequeñas manchas en el envés, finalmente la hoja toma un color grisáceo y cae. Si la infestación es masiva aparecerán en ambos casos finas telas sedosas cubriendo el follaje dificultando así el paso de la luz y por tanto la función clorofílica, aunque la acción más grave de estos parásitos es el debilitamiento general de la planta a causa de la succión de la savia que les sirve de alimento. Remedios: Una vez se ha detectado la plaga hay que tener claro que los ácaros prefieren ambientes secos y cálidos, así que una forma de prevención y llegado el caso de control de la plaga, es elevar el grado de humedad en la planta pulverizando las hojas con regularidad. Podar y destruir las ramas afectadas es una ayuda pero no suele ser una buena idea en caso de un bonsái pues uno acaba perdiendo el trabajo de varios años. Justo antes de primavera es conveniente rociar con aceites amarillos, ovicidas, para eliminar en lo posible los restos de plaga del año anterior antes de que las larvas salgan de sus huevos. Y durante primavera y verano fumigar con acaricidas específicos.

Orugas:

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En este grupo se engloban al conjunto de larvas de mariposas que se alimentan de los tejidos del árbol debilitándolo. En general, y dada la naturaleza del parásito, tomada a tiempo se puede acabar con este tipo de plagas simplemente eliminando a mano las distintas orugas. Algunas de las más comunes son: Taladros: Son mariposas nocturnas con orugas de color rojo o amarillo que roen la corteza del tronco abriendo galerías en ella. A la entrada de cada una de ellas se aprecia un montoncillo de serrín. Remedios: Podar las partes afectadas. Hundir alambre en las galerías para matar a la oruga y cerrar el orificio con pasta selladora. Lagarta peluda: Aparecen unos hilos de seda entre las hojas y en ocasiones algunos nidos de aspecto esponjoso. Remedios: Pulverizar con insecticidas adecuados. Enrolladoras: Aparecen roídos los brotes tiernos, flores y yemas. Además aparecen multitud de hojas enrolladas como si de cigarros se trataran con finos hilos sedosos. Es una oruga con hábitos nocturnos bastante difícil de localizar. Remedios: Pulverizar con insecticidas adecuados (paratión). Minadoras: Las hojas aparecen atravesadas por galerías y el limbo perforado. Estas cavidades se encuentran rodeadas de granos negruzcos. Remedios: Pulverizar con insecticidas adecuados (fósforo orgánico). Geometras: El follaje aparece roído y las yemas perforadas, además se pueden apreciar hilos de seda que van desde las hojas hasta el suelo siendo utilizados por las orugas para descender. Remedios: Utilizar aceites ovicidas a finales de invierno. En primavera usar insecticidas (líndano o paratión) Hiponomeutas: Aparecen numerosos hilos de seda entre las hojas, algunas de las cuales se encuentran completamente envueltas, y en ocasiones se puede observar algún capullo. Las orugas suelen encontrarse en el envés de las hojas. Remedios: Podar las partes adectadas. Utilizar aceites ovicidas a finales de invierno. En primavera usar insecticidas (fósforo orgánico).

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Cochinillas: Bajo este nombre se engloban varios parásitos de características similares: Cochinillas Diaspinas, Lecaninas y Cochinillas harinosas o algodonosas. Cochinillas Diaspinas: Son insectos inmóviles que forman colonias sobre las hojas, frutos y ramas. Se encuentran protegidos por un escudo de unos 3mm de color marrón grisáceo o pardo de forma redondeada y abombada. Cochinillas Lecaninas: Al igual que el caso anterior se trata de un insecto inmóvil protegido por un escudo, pero que en este caso, con un tamaño que oscila entre 2 y 6 mm, es individual para cada insecto. Síntomas: En ambos casos se pueden apreciar multitud de bultitos en hojas, ramas y tronco. Bultitos que no son más que los escudos antes mencionados encargados de ocultar y proteger al parásito en sí. Se pueden apreciar igualmente daños similares a quemaduras en la corteza y en ocasiones un hongo negro, la fumagina, acaba asentándose en las partes recubiertas por las secreciones de estos parásitos. Como resultado de todo esto el tronco se va deformando, las hojas caen y la planta en general se debilita en gran medida. Remedios: Podar y destruir las partes más afectadas, limpiar el resto con una esponja empapada de alcohol. Las mariquitas son unos depredadores muy eficaces en este caso por lo que depositar algunas sobre el bonsái no es mala idea. Al final del invierno utilizar aceites ovicidas para eliminar la mayor cantidad de huevos posible antes de que estos eclosionen. Posteriormente pulverizar con productos específicos. De cualquier forma acabar con esta plaga en cuestión es complicado a causa del escudo protector y en no pocas ocasiones la lucha se prolonga varios años. Cochinilla harinosa o algodonosa: En este caso se pueden apreciar escudos blancos, harinosos y móviles. También es posible que aparezca le fumagina. En general la función clorofílica disminuye mientras las hojas amarillean y caen. Remedios: Usar igualmente aceites ovicidas y desde los primeros síntomas pulverizar con insecticidas fosforados orgánicos.

 

Cochinillas: Bajo este nombre se engloban varios parásitos de características similares: Cochinillas Diaspinas, Lecaninas y Cochinillas harinosas o algodonosas. Cochinillas Diaspinas: Son insectos inmóviles que forman colonias sobre las hojas, frutos y ramas. Se encuentran protegidos por un escudo de unos 3mm de color marrón grisáceo o pardo de forma redondeada y abombada.

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Cochinillas Lecaninas: Al igual que el caso anterior se trata de un insecto inmóvil protegido por un escudo, pero que en este caso, con un tamaño que oscila entre 2 y 6 mm, es individual para cada insecto. Síntomas: En ambos casos se pueden apreciar multitud de bultitos en hojas, ramas y tronco. Bultitos que no son más que los escudos antes mencionados encargados de ocultar y proteger al parásito en sí. Se pueden apreciar igualmente daños similares a quemaduras en la corteza y en ocasiones un hongo negro, la fumagina, acaba asentándose en las partes recubiertas por las secreciones de estos parásitos. Como resultado de todo esto el tronco se va deformando, las hojas caen y la planta en general se debilita en gran medida. Remedios: Podar y destruir las partes más afectadas, limpiar el resto con una esponja empapada de alcohol. Las mariquitas son unos depredadores muy eficaces en este caso por lo que depositar algunas sobre el bonsái no es mala idea. Al final del invierno utilizar aceites ovicidas para eliminar la mayor cantidad de huevos posible antes de que estos eclosionen. Posteriormente pulverizar con productos específicos. De cualquier forma acabar con esta plaga en cuestión es complicado a causa del escudo protector y en no pocas ocasiones la lucha se prolonga varios años. Cochinilla harinosa o algodonosa: En este caso se pueden apreciar escudos blancos, harinosos y móviles. También es posible que aparezca le fumagina. En general la función clorofílica disminuye mientras las hojas amarillean y caen. Remedios: Usar igualmente aceites ovicidas y desde los primeros síntomas pulverizar con insecticidas fosforados orgánicos.

Barrenillos: Se trata de insectos coleópteros de forma más o menos cilíndrica, de color negro o pardo y de un tamaño que oscila entre 1 y 5 mm. Viven en la madera o bajo la corteza en la que excavan sus galerías resultando extremadamente perjudiciales. Tienen una cierta preferencia por las coníferas. Síntomas: Los huevos se depositan en una galería situada entre las corteza y la albura y en el momento que las larvas eclosionan retoman la perforación de nuevas galerías partiendo de ésta. Una vez el insecto alcanza la etapa adulta perfora la corteza para salir volando en busca de otro árbol en el que depositar sus huevos y reiniciar el ciclo. En ocasiones la corteza llega desprenderse a causa de todas estas galerías que como poco dificultan la circulación de la savia debilitando la planta. En las galerías es común que se desarrollen hongos, y de hecho esto insectos son responsables de la difusión por Europa de la enfermedad que ha diezmado las poblaciones de Olmos por todo el continente (grafiosis) Remedios: Cortar y quemar las ramas afectadas. Enriquecer el suelo con potasio y fósforo, y en primavera

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pulverizar el tronco y las ramas con insecticidas a base de paratión y líndano para eliminar los adultos sobre la corteza. Para las larvas utilizar aceites ovicidas a finales de invierno.

Nemátodos: Se trata de unos gusanos microscópicos que pican las raíces dificultando el crecimiento de la planta. Síntomas: Dependiendo de la variedad de nematodo los síntomas serán algo distintos pero en general causan malformaciones en las raíces en forma de abultamientos o quistes en las raíces más finas, que son las más importantes para la planta. Estos abultamientos en ocasiones adquieren forma de rosario todo a lo largo de la raíz. Con el tiempo aparecen podredumbres en el pan de raíces y el follaje comienza a amarillear. Remedios: Eliminar las hojas amarillas e incorporar nematicidas a la tierra. Los nematodos gustan de suelos húmedos cuando la temperatura ronda los 20 grados, así que conviene evitar la excesiva humedad del sustrato.

Enfermedades: Oidio (o ceniza): Se trata de una enfermedad causada por un hongo. Síntomas: En hoyas, brotes y botones de flores aparecen manchas con un aspecto harinoso blanquecino (de ahí el sobrenombre de “ceniza”). Si no se hace nada para evitarlo la mancha crece tomando un aspecto aterciopelado. La hoja se deforma y acaba secándose, en ocasiones acaba cubierta de unas granulaciones negras. En general el árbol pierde mucho vigor. Este hongo aparece cuando la temperatura es elevada y el ambiente está muy seco. Remedios: Podar y quemar las ramas afectadas. Utilizar funguicidas sistémicos, siempre que la planta lo permita, y compuestos de azufre como prevención en primavera. Mal blanco de las raíces: Se trata de una grave enfermedad causada por la aparición de hongo a través de picaduras de insectos o heridas de poda. Síntomas: Las raíces se vuelven pardas y bajo la corteza se pueden apreciar placas blancas (el micelio del hongo) con tiras de color negro. La brotación se vuelve muy débil y las ramas acaban muriendo. En

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otoño pueden surgir setas de sombrero amarillo en la base del árbol con escamas pardas y láminas blancas. Remedios: Utilizar funguicidas sistémicos desde los primeros síntomas pero con frecuencia suele ser inútil y la planta acaba muriendo.

Podredumbre: Síntomas: Las raíces y la base del árbol muestran podredumbre y heridas chancrosas que acabarán reduciendo drásticamente la masa de raíces. Las partes afectadas de podredumbre se vuelven marronosas con una textura esponjosa. El follaje pierde su color cayendo seguidamente; la planta se marchita con gran rapidez. Remedios: Evitar que el agua encharque la tierra. Evitar heridas en la base del árbol. Utilizar funguicidas sistémicos y en caso de que todavía no se encuentre muy extendida podar las raíces afectadas. En cualquier caso al igual que antes es difícil de superar. Royas: Se trata de una enfermedad causada por un hongo. Síntomas: En primavera aparecen manchas amarillentas sobre la corteza de los brotes tiernos, también es frecuente la presencia de unos bultos de los que, al reventar, surge una materia anaranjada. Por la herida abierta manará abundante savia. Los brotes llegan a secarse y las ramas se acaban deformando. Sobre las hojas aparecerán multitud de manchas amarillas hasta que estas se sequen y se desprendan. En coníferas pueden aparecer pequeñas vesículas que revientan liberando un polvillo anaranjado para luego cicatrizar. Remedios: Podar y quemar las partes afectadas. Pulverizar diversas en diversas ocasiones, con un intervalo de unas 2 semanas, utilizando funguicidas específicos. Se trata de un tratamiento delicado pues el funguicida puede acabar dañando la planta.

Verticliosis: Enfermedad causada por un hongo que penetra en el árbol a través de lesiones. Síntomas: Las hojas se doblan en su base mientras el limbo va amarilleando. Finalmente acaban arrugándose.

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Como consecuencia de esto la savia circula con dificultad y la planta pierde su vigor. Remedios: Evitar exceso de abonos nitrogenados. Eliminar malas hierbas y hojas muertas. Pero sobretodo cuidar y proteger las heridas con pasta selladora. Una vez se ha producido el ataque utilizar funguicidas sistémicos. Bacterias y virus: Aunque puede que no tan abundantes como en el reino animal, existen bacterias y virus que atacan a especies vegetales. Los síntomas son muy variados pero resultan comunes las malformaciones diversas y los crecimientos anormales (por ejemplo una enorme profusión de nuevos brotes en una rama concreta). Ante estas situaciones normalmente no queda más remedio que cortar la parte afectada, quemarla para evitar contagios y cruzar los dedos para que la infección no se repita en otra parte del árbol.

Miscelánea: Puede que no sean parásitos o enfermedades propiamente dichos pero no por ello dejan de ser un problema, en ocasiones grave, para nuestros bonsáis. Seguramente cada aficionado podría aportar varios apartados a esta lista fruto de su experiencia personal, pero hay unos cuantos bastante comunes que conviene tener en cuenta. Caracoles y babosas: No habitan la planta en sí pero aprovechan las frescas horas nocturnas para abandonar sus escondrijos en busca de hojas y brotes tiernos de los que alimentarse. Sus daños son erráticos aunque pueden ser muy extensos si hemos de convivir con una colonia de caracoles importante. Existen productos químicos eficaces contra estos molestos visitantes en caso de que su número vuelva impracticable eliminarlos a mano, uno a uno, y también contamos con un remedio casero realmente curioso. Resulta sorprendente pero tanto caracoles como babosas son extraordinariamente aficionados a la cerveza, así que colocar algunos platos con cerveza todo a lo largo del jardín (una marca barata servirá; les gusta la cerveza pero su paladar no es demasiado exigente) es garantía de que a la mañana siguiente se encontrarán repletos de caracoles descansando tras una larga noche de libaciones. Después simplemente nos deshacemos de ellos y repetimos el proceso tantas noches como haga falta para disminuir el número de visitantes no deseados al jardín. Pájaros: No presentan ningún problema en si mismos pues habitualmente poco les interesa la planta, e incluso en ocasiones son beneficiosos ya que eliminan insectos y parásitos como por ejemplo orugas, aunque en ocasiones pueden llegar a ser un verdadero fastidio. Pájaros como por ejemplo el mirlo revolverán completamente el musgo de las macetas en busca de lombrices y larvas. No daña en nada al bonsái pero resulta exasperante encontrarte cada mañana con el suelo cubierto de trozos de musgo que se suponía que debían estar en la maceta.

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Los gorriones, por poner un ejemplo, parecen sentir atracción por los brotes tiernos de algunas plantas lo que resulta un problema si da la casualidad de que se aficionan a los plantones recién salidos de semilla que uno está tratando de cultivar. Palomas, mirlos e incluso gaviotas se pasean alegremente entre los bonsáis sin hacerles demasiado caso buscando tal vez humedad e insectos, pero resultan un tanto torpes en el suelo y cuanto más grande sea el pájaro que se pasee entre la colección de bonsáis, más posibilidades hay de que algún tiesto aparezca volcado en el suelo. Y finalmente están los omnipresentes “regalitos” que antes de irse todos nos dejan alegremente para recordarnos su visita. No es que sean especialmente dañinos, a fin de cuentas de ellos se saca el abono a base de guano, pero resulta un engorro ir limpiando las macetas cada día. Cuando han llegado a convertirse en un problema conseguir que los pájaros busquen otro jardín en el que jugar es una tarea harto complicada en la que cada uno ha de usar su imaginación como buenamente pueda. Tiras de plástico de brillantes colores agitadas por el viento dan buenos resultados en ocasiones, en otras los aficionados han recurrido a una especie de fina red de pesca para recubrir el lugar. No hay una solución universal, ni universalmente buena. Gatos: Los gatos raramente se interesarán por un bonsái, y serán capaces de caminar o saltar entre ellos sin el más mínimo contacto. De hecho, y como tributo a su agilidad, en una ocasión pude comprobar como dos de ellos se perseguían a toda carrera sobre un banco lleno de bonsáis de tamaño pequeño (mames y shohin) sin tan siquiera llegar a rozarlos mientras zigzagueaban entre los tiestos. Pero pobre del árbol que tenga una corteza al gusto de alguno de los mininos del vecindario. En cuanto encuentren al árbol adecuado no dejarán de afilarse las uñas en su corteza hasta que ésta se desprenda a tiras. En cuestión de minutos son capaces de destrozar el trabajo de un montón de años como el que no quiere la cosa mientras se liman las uñas. La mejor solución: NUNCA dejar que se acerquen a un bonsái.