tailandia. un cierto equilibrio del universo

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TAILANDIA Un cierto equilibrio del universo josé antonio sáinz díez jose manuel pérez cortijo

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Libro mixto de relatos de viaje, poemas, collages y dibujos

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TAILANDIAUn cierto equilibrio del universo

josé antonio sáinz díez

jose manuel pérez cortijo

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LOS POLLOS DE BANKAPI

Bankapi es una barriada inmensa, de unos 500.000 habitantes, que se extiende por las afueras de Bangkok. Real-mente es, en sí misma, bastante más grande que muchas capitales españolas. Nosotros solemos pasear casi todas lastardes, al anochecer, por algunas de sus calles. El ambiente es, para los occidentales, exótico y sorprendente; llenode motos de baja cilindrada que se cruzan sin miramientos en cualquier dirección. Hay una calle que nos gustamucho; se llama Soi Prao, es larga, y une la zona de nuestro hotel con una universidad para gente desfavorecidaeconómicamente: Ratana Bundit University. Ratana es el nombre de una mujer muy rica, que al morir decidió donartoda su fortuna para la construcción de una universidad destinada a acoger a estudiantes con pocos recursos econó-micos, pero con un futuro intelectual esperanzador.

La calle suele estar llena de gente, en una gran mayoría jóvenes, a casi todas las horas del día, pero no hay escapara-tes, ni nada similar a lo que podríamos ver en nuestras ciudades europeas. Más bien son casas molineras, o edifica-ciones de tipo colonial, con un sabor antiguo, de uno o dos pisos, todas ellas con jardines, a medias cuidados, amedias salvajes. Allí en Bangkok, el clima tropical, el calor constante y la cantidad de humedad que hay todo eltiempo hacen que los jardines, cuidados o no, sean exuberantes y de hojas inmensas.

Una de las costumbres más sorprendentes de Bankapi es la presencia constante de puestos callejeros de venta de co-mida. A todas horas, incluida la noche, y por todas partes, incluso en los rincones más extraños, podemos encontrartodo tipo de comida eso sí, siempre con el clásico sabor picante tailandés. “More spice or less spice?” dicen siemprea los extranjeros que les compran comida.

Días atrás habíamos echado el ojo a uno de los puestos de Soi Prao que estaba especializado en el pollo asado o frito,tanto entero como en trozos. Al acercarnos, el dueño, de baja estatura, tez morena y ojos orientales, y que estaba enpleno acto de guisar, nos sonríe ampliamente, y, en un inglés-tailandés bastante oscuro, nos invita a probar algo delo que tiene expuesto. Lo probamos. Está realmente sabroso, y le indicamos que queremos un pollo asado a la parri-lla. Nos contesta que no tiene preparado ningún pollo entero para poder cocinarlo, porque los había vendido todospor la mañana; que si queremos podemos coger los trozos sueltos que aún le quedan. En nuestra cara se esboza unleve rictus de frustración, y durante unos instantes no sabemos qué hacer. Enseguida nos indica que no hay pro-blema, porque puede conseguir un pollo ahora mismo.

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Ante nuestros ojos y con gran sorpresa, cruza la calle, dejando el guiso en el fuego y la caja del dinero abierta.Vemos que enfrente hay otro puesto de un hombre que vende pollos vivos para granja o corral. Hablan y gesticulanun instante, y acto seguido nuestro vendedor abre una jaula, agarra por el cuello un pollo de plumaje agrisado ycruza la calle con él en el brazo. El pollo: pooooh! poh! poh! pooooh! Al llegar nos muestra el animal, suponemosque es para ver si es de nuestro agrado. Asentimos con la cabeza. Y él, con una maniobra rapidísima de su muñeca,le quiebra el cuello. La respiración se nos queda suspendida un instante por la rapidez y la naturalidad de toda la es-cena.

El vendedor nos indica que tiene que desplumarlo, trocearlo y pasarlo por la parrilla. Total unos 15 minutos. Y quepodemos dar un paseo mientras tanto o esperar allí. Optamos por recorrer un tramo de la calle y disfrutar del ex-traño bullicio de Bankapi.

Soi Prao tiene innumerables calles adyacentes, más estrechas, que dan acceso a otras tantas casas, jardines, talleres ygarajes de los habitantes de Bankapi. Ni que decir tiene que estas adyacentes tienen a su vez callejuelas, por las queapenas caben dos personas paseando, y en las que la vegetación parece querer adueñarse, un poco maléficamente,del espeso y húmedo aire que se respira. La sensación de tela de araña es evidente en nuestra piel y un leve regustode incertidumbre nos recorre la espalda. Y aunque hemos venido a conocer la realidad y no queremos amedrentar-nos por una simple diferencia de organización arquitectónica y urbanística, decidimos, sin palabras entre nosotros,abandonar los estrechos e ignotos vericuetos, y mantenernos en la zona más concurrida.

Al salir de nuevo a Soi Prao observamos a dos mujeres que se encuentran en cuclillas en el bordillo justo de laacera. No están paradas, o a la espera de nada, sino como preparando algo. Nuestra curiosidad de occidentales de-tiene nuestros pies, y a una cierta distancia observamos el ritual. Han preparado unas cestitas de fruta y verduras, ylas están posando con extremo cuidado sobre el borde justo de la acera. Los transeúntes pasan por detrás de ellas,pero no parece importarles, ni a unos ni a otras. Las dos mujeres, una de bastantes años, otra más joven, ambas conel pelo largo, lacio y liso, y recogido levemente a la altura de la nuca, toman un puñado de barritas de sándalo, y lasprenden en una especie de luminaria de aceite con una mecha encendida que habían depositado junto a los cestitosde frutas. Se arrodillan en el suelo y permanecen en silencio un instante con las manos juntas a la altura del corazóny las barritas de sándalo humeantes entre sus dedos. Nosotros nos quedamos atónitos porque mientras tanto, dece-nas de coches, furgonetas, motos y viejos carromatos agrícolas a motor pasan por delante de ellas. Las mujeres no seinmutan, tienen la mirada como perdida hacia el infinito. ¿Qué tipo de imagen, o deidad, o devoción verán ahoramismo en sus mentes? Al instante comienzan a hacer inclinaciones de medio cuerpo, aún de rodillas, y de modoacompasado giran las barritas de incienso en el aire. Ambos movimientos provocan que el humo de las barritas di-buje una espiral que se agranda progresivamente mientras asciende. La imagen es hipnótica, y nos descubrimos a

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nosotros mismos con la boca semiabierta observando la precisión del ritual en medio de esta vorágine semiurbanamientras el olor a sándalo llega hasta nosotros, y una especie de rara plenitud nos invade por un momento. Y enton-ces descubrimos que somos extranjeros, y que nuestra mente es muy limitada, y que hay muchas cosas que no en-tendemos.

Al cabo de unos instantes, las mujeres acaban el ritual, se ponen de pie, y dejan los sándalos, aun humeantes, coloca-dos entre las frutas. La más mayor de repente nos mira en la distancia. Habíamos creído inicialmente que no se ha-bían dado cuenta de nuestra presencia detenida y expectante, pero nos habíamos equivocado. Con un gesto de mediocuerpo se inclina hacia delante y hacia nosotros en señal de saludo. Nos sentimos incómodos por haber sido descu-biertos en una actitud claramente voyerista, y no sabemos qué debemos hacer o qué es lo cortés o lo adecuado enese momento. ¿Nos damos la vuelta, nos disculpamos, saludamos? La zozobra de la situación nos impulsa a hacer lomás natural, casi sin pensar, que es devolver el saludo de la misma forma, con una inclinación. ¡La primera vez enmi vida que saludo así! ¡Siento que para mí resulta a la vez artificial, comprometido, un poco ridículo, y casi necesa-rio! Al terminar el saludo la mujer que aún seguía mirándonos, como recibiendo con agrado nuestra respuesta, nosdevuelve un sonrisa inmensa y nos hace un gesto de afirmación con la cabeza que repite varias veces. Por un mo-mento desaparece la calle y su ajetreo en nuestra mente, y vivimos la mirada de alguien que no conocemos ni nosconoce, pero que acepta completamente y con naturalidad, nuestra atrevida intromisión en su ritual. Y también porun momento, sentimos que ya no somos extranjeros, que nuestros pies están tocando alguna raíz antigua de esta tie-rra, y que la realidad nos zarandea las ideas y los sentimientos por encima de nuestro control.

El leve paseo y el ritual han agotado casi los 15 minutos de espera para la comida, así que decidimos regresar. A lavuelta, y conforme nos acercamos al puesto de venta, vemos con cierto desagrado que justo por detrás del tenderetehay una zona de basura acumulada, normal, por otra parte, en Bankapi, y por encima de la basura rondan variasratas. Enormes, confiadas y hurgando con sus hocicos en la materia compostada por la humedad y los días.

Al juntarnos al mostrador, el vendedor nos vuelve a sonreír, y nos ofrece las piezas de carne asada que ha preparadopara nosotros. Por un momento, en nuestra mente se vincula la imagen de las ratas y el olor del asado que emanadel puesto. No podemos distinguir por la forma si aquello es pollo u otra cosa. El encargo ya estaba hecho. Cogemosla carne, caliente, jugosa, humeante, servida pinchada en ramitas de bambú, pagamos y la probamos. Está exquisita,aunque no sabe a pollo. La suerte está echada, así que continuamos nuestro paseo por la calle, comiéndonos con in-credulidad y un montón de dudas aquella carne agridulce y tierna, de rebordes tostados, color pardo y aroma irre-sistible mientras nos acercamos poco a poco a las puertas de la Ratana Bundit University, donde decenas demuchachos y muchachas jóvenes con los ojos rasgados, charlando de pie o sentados, nos miran y se sonríen con ungesto a medio camino entre la sorpresa y la complicidad.

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VOLÚMENES

DE DIFÍCIL

EQUILIBRIO

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El templo verdadero quizá sea la montañacobijo de un relámpagode estrellas huidizas

O el verdadero templopodría ser en realidadel mismo cielo transparenteque nos cobijabajo su vértice inamoviblesalpicado de ojos vivos

Miras a la cámaray sonríes

Comprendo entoncesque el verdadero temploes la humildad de tu alegría

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el peso del cielodescansa sobre tus hombros

recorres cada díalas curvas que ciñen el mundo

y todo pasa por la encrucijadadonde el futuro

hace tiempo que ha quedado atráslos gestos te asimilan

a un tiempo que no transcurreque desde siempre

ha habitado en este mismo lugar

cargas con un peso excesivoahora te correspondería a ti

cambiar el trazado de los astrosy a cada paso sientes

que desde tus hombrosse construye el cielo

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Colores superpuestos imposibleslíneas de geometría i

ne

st

able

caídotodo

como la masade madera ladrillos y cablesque debieron dar lugar a una catedral asombrosao a la r e t i c u l a de una ciudad reconocibleEs el tópico que suelda vida y caos

Sí es cierto

Pero entre el estruendode las motocicletas y los volúmenes de difícil e q u i l i b r i o

los días reproducenel amor el odiola necesidad el empuje

la ilusión de que en todo ellogermina

el brote de una esperanzacualquiera

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El nombre de los barcostiene el temblor de una hazañala rúbrica confusa de una historiasobre el desahucio de una sombra de herrumbreel humo del gasoil empapa el cielolos marinos asoman sus sonrisas

suciosacodados

en las barandillas desconchadasy a pesar de todo el nombre escrito en el costado

empequeñece la tierra en la que piso

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¿puede una espada

ser otra cosaque el filo

deslumbrantedel podero la herida

que restituyeun ciertoequilibrio

del universo?

nadie contemplalos ojos protegidosbajo el templete

de la diosa

las miradas se vanimantadas

al fulgor en equilibriode su mano

no es posible confiar demasiadoen los dioses

a fin de cuentasson los hombres

quienesles prestan

sus atributos

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si pudiera tocar esa otra ciudad

la barcaza rompe a su pasoel cristal de los canales

su velocidad me arrastraa la conciencia de mí mismode prontonadie al otro lado de la balaustrada

si se hiciera el silencio

si se detuviera el instante

pero la ciudad se me escurrepor los resquicios de la mirada

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TAXI-TAI

Habíamos ido, a mediodía, a comprar a unos gigantescos almacenes. “B.M.K.”, en rótulo de tres metros de altura,marcaba el pórtico del edificio. Una manzana entera de casas, con siete pisos, y otras tantas puertas de entrada y sa-lida a los cuatro costados. El bullicio, por dentro, era inmenso; y el laberinto de escaleras fijas y mecánicas, pasillos,departamentos, tiendas, mesas llenas de objetos minúsculos, vitrinas, plazas internas a diferentes alturas, restauran-tes, reclamos comerciales, colores, músicas y olores de una variedad de mareo resultaba sobrecogedor, trágico y la-cerante en igual medida. Nuestra intención inicial era mirar sin más, y disfrutar durante un par de horas, sin prisas,del espectáculo hiper-capitalista y exótico del Bangkok más moderno, tecnológico y líder del consumo 100% del cen-tro de Tailandia.

Conforme avanzábamos frente a los expositores de productos en venta, y jóvenes dependientas en patines se desliza-ban velozmente entre el gentío, yendo y viniendo de una tienda a otra, fuimos reconociendo que la tentación decomprar nos iba venciendo inexorablemente, y que BMK, el gigante de los hiper-mercados, nos engullía y se comía,paso a paso y con satisfacción, nuestra voluntad.

Cuando al final de la tarde nuestros ojos no veían nada y eran ya como ruedas que giraban de un lado a otro y nopodían descansar en ningún punto fijo decidimos salir por fin a la calle los pies doloridos, las rodillas presas de unaextraña rigidez, y las manos ¡ah, las manos!!, curiosamente repletas de bolsas de plástico llenas de paquetes que tira-ban sin piedad de nuestros brazos y hombros hacia el suelo, después de más de 5 horas de recorrer el interior. Sindarnos cuenta los regalos, las compras, los paquetes se habían ido adhiriendo a nosotros y ahora salíamos por una delas puertas principales, cargados hasta las cejas. Un sentimiento de culpa y arrepentimiento nos recorrió la espinadorsal cuando nos miramos a los ojos ya afuera, mientras decenas de personas seguían saliendo y entrando felices,tal vez engañadas o ilusionadas, o despistadas, como autómatas, como nosotros.

Al mirar al reloj, comprobamos que eran más de las seis y media, y que el cielo se estaba oscureciendo. ¡Peligro! Elcorazón se nos puso en guardia. Por la mañana, en el hotel, nos habían dicho: “No vuelvan ustedes más tarde de las6. A partir de esa hora Bangkok anochece, cambia de rostro, y se vuelve peligroso para los turistas”. Efectivamente lanoche se estaba imponiendo por momentos y para más INRI estaba empezando a lloviznar. No sabíamos práctica-mente nada de inglés, y absolutamente nada de Tai, el idioma nativo de Tailandia, y a partir de esa hora los autobu-ses urbanos empezaban a escasear. ¡BMK estaba a varias decenas de kilómetros de nuestro hotel! Una punzada deansiedad se instaló en nuestro pecho.

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Bangkok es una mega-ciudad de 12 millones de almas. Los edificios más altos están sólo en el centro, pero la mayorparte de la ciudad es una extensión inabarcable de casas de uno, dos o tres pisos a lo sumo, y miles de casas moline-ras que constituyen la vivienda más habitual en las barriadas de los alrededores. Nuestro hotel se encontraba en unade esas barriadas, y la forma de desplazamiento habitual hacia el centro, o a la zona turística y comercial, o a la zonade los templos budistas, era en autobús o en taxi, siendo lo normal echar unos tres cuartos de hora en el trayectocompleto.

Hay dos tipos de taxis. Vamos a decir los “legales” y los “fuera de control”. Los primeros se llaman taxi-meter, esdecir que disponen de taxímetro para calibrar la tarifa del recorrido, tienen licencia y son conducidos por personasque han pasado el examen reglamentario. En la parte superior tienen un letrero luminoso que así lo indica. Los otrosse llaman taxi-tai, no llevan taxímetro, no tienen licencia, y su conducción es salvaje y temeraria por el laberinto deBangkok. Por cada un taxi-meter hay 2 o 3 taxi-tai. Estos acuerdan con el cliente el precio del recorrido una vez oídoel destino a llegar por boca del cliente. Si el cliente es tailandés no suele haber problemas, pero si es extranjero, eltaxista aprovecha su desconocimiento de Bangkok para multiplicar por 5 o por 6 la tarifa normal. El problema es que,a partir del momento en que anochece, los autobuses urbanos empiezan a retirarse, el control policial disminuye ylas calles se llenan de taxi-tais dispuestos a sacar el mejor partido posible de las suculentas carteras extranjeras.

Y en esas estábamos justo ahí, a las puertas de BMK, anocheciendo, comenzando a llover y con las manos llenas debolsas. Éramos el blanco perfecto. Nuestra mirada recorría todos los puntos de las dos avenidas que confluían allí, enbusca de algún taxi legal, pero nada. Todo eran taxi-tais, haciendo cola a las puertas del mastodonte, y la lluvia co-menzaba a arreciar.

Nos miramos, nos encogimos de hombros, y con la cara ya empapada nos entregamos en los brazos de la Providen-cia. Nos acercamos a la puerta del primer taxista, abrimos y entramos, con una cálida sensación de protección frentea la lluvia, que ya era un chaparrón. Le enseñamos la tarjeta del hotel para indicarle el destino la miró con atenciónle dio la vuelta varias veces emitió un leve ¡mh, mh! de asentimiento ¡y comenzó el ritual del regateo! Nos dijo, conuna voz impositiva: “¡Six hundred, six hundred!” ¡Nos pedía 600 bats (el bat es la moneda oficial de Tailandia)! ¡¡600bats por un recorrido que el día anterior habíamos hecho en un taxi-meter, con taxímetro legal, y que nos había cos-tado 80 bats!! No podía creerlo. Así que le dije: “One hundred”, que me pareció lo justo. El negaba con la cabezamientras decía: “¡Nain, nain, nain, nain! ¡Five hundred!” A mí todo aquello me pareció absurdo, yo sabía lo que cos-taba el trayecto. Era extranjero, sí, pero llevaba ya 10 días en Bangkok, y sabía que él me quería estafar. Así que alcéla voz y le dije en una mezcla de castellano e inglés: “No, no, no nada de six hundred, ni five hundred ¡one hun-dred!” Él hizo gesto de ofenderse mucho y dijo: “Exit, exit!!!” mientras con la mano nos indicaba violentamente quesaliéramos del taxi. El corazón se nos llenó de estupor. (Aquí estaba su punto fuerte en el regateo, que yo pensé sehabía terminado ahí mismo, pero no).

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Salimos del vehículo, afuera llovía a mares, nos quedamos en el bordillo, el corazón nos latía rápidamente, el taxistaarrancó su coche y, delante de nuestra narices, comenzó a avanzar hacia delante toda la demás gente tomaba sustaxis con total normalidad, el “nuestro” se incorporaba ya a la avenida, infectada de coches el agua mojaba nuestrosbrazos, piernas, manos, bolsas y regalos todos los taxi-tais que hace un momento estaban allí, habían ido desapare-ciendo la gente que aún había en el BMK nos miraba desde dentro de las puertas con indiferencia y jocosidad ¡nonos podía pasar esto! ¡cómo íbamos a volver a casa! ¡ya era noche completa! ¡la mente se atoraba, como dificultándosede modo natural el poder pensar con claridad!

De repente, en la distancia, y en plena avenida, el taxista de antes paró el taxi de un frenazo, sacó el brazo por laventana para llamarnos y nos gritó desde lejos: “¡¡Come here, come here!!” Nosotros sentimos que éramos marionetasde las circunstancias. Corrimos como corderitos empapados hacia el taxi, las bolsas crepitaban su plástico contra laspiernas mojadas. Al llegar allí, en una situación en la que éramos vulnerables a tope, en plena avenida, con otros co-ches que iban y venían a nuestro lado, y sin entrar en el taxi, el conductor asomó su cara y dijo: “¡Four hundred!”acompañado de un gesto rotundo y horizontal de su brazo. Yo dije, con total inseguridad: “Three hundred!!” (máspor dignidad que otra cosa). Él ya nos tenía vencidos. No podíamos luchar contra tanto: el cansancio, la lluvia, lascompras, la noche, la distancia al hotel, el idioma extraño, el miedo, la sensación de estupidez, la vergüenza, el rugirde los coches a nuestro lado BMK nos miraba satisfecho a unos 20-30 metros de distancia, era su última victoriasobre los turistas extranjeros que vienen a consumir.

El taxista repitió: “¡Nain, nain. Four hundred!” Me sentí derrotado. El monzón tailandés era un enemigo extremo ynos venció. Dije: “Ok, ok, four hundred”, con resignación absoluta. Nos montamos en el taxi, calados hasta los hue-sos, y fuimos todo el viaje en silencio, mientras una tremenda sensación de vergüenza y hermosura mezcladas se co-laba en nuestra conciencia. Las luces de la noche de Bangkok pasaban rápidamente por la ventanilla. Volvíamos acasa. Nuestra soberbia había sido derrotada. Todo estaba bien, todo estaba bien. La ropa comenzaba a secarse, y el ta-xista a ratos nos miraba por el retrovisor, satisfecho, tranquilo, tal vez comprensivo, pero seguro de su inteligencia.El ritual del regateo había cumplido perfectamente sus expectativas.

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