sylvia aguilar zéleny - señorita ansiedad y otras manías

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Incluye tres cuentos de la autora mexicana Sylvia Aguilar Zéleny / Three short stories from Mexican writer Sylvia Aguilar Zéleny.

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Señorita anSiedady otras manías

Sylvia Aguilar Zéleny

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Señorita ansiedad y otras manías

Colección Emergencias

Primera edición

Esta obra resultó ganadora por unanimidad en la 1a Convocato-ria de Narrativa Emergencias. El jurado estuvo conformado por Gidi Loza, Joaquín Guillén Márquez y Davo Valdés de la Campa.

(CC) Sylvia Aguilar Zéleny

(CC) 2014, Kodama CartoneraTijuana, B.C., México

http://kodamacartonera.tumblr.comhttp://www.facebook.com/kodama.cartoneraTwitter: @KodamaCartonera

Diseño de la colección: MexaEdición: Mexa, Jhonnatan Curiel y la autoraDiseño de portada: Talia PérezIlustraciones: Luis Eduardo Álvarez MarínLogo Kodama: Careli Rojo, a partir de un personaje de Mononoke Hime creado por Hayao Miyazaki (Studio Ghibli, 1997).

Los kodama son espíritus del bosque en la mitología japonesa. Su nombre puede signi car “eco”, “espíritu de árbol”, “bola pequeña” o “pequeño es-píritu”. En la película de Miyazaki, los kodama sólo se mani estan cuando el bosque es puro y, al ser contaminado por el hombre, mueren y caen de los árboles como hojas fantasmas.

Esta obra está protegida bajo una licencia Creative Commons Atribución-No Comercial-Licenciamiento Recíproco 2.5 Mé-xico. Algunos derechos reservados.

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Índice

Señorita ansiedad • 7

Conversación con Val Cervera • 15

La casa en la playa • 27

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To venture causes anxiety, but not to venture is to lose one's self.

Søren Kierkegaard

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Señorita ansiedad

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Sylvia aguilar Zéleny

1. Soy una niña. No duermo. Comparto la habita-ción con mi hermana mayor. Ella duerme y duerme. Yo, tan despierta como si el sol: un destello. Me mue-vo para acá, me muevo para allá. Un lado, el otro. Dormir bocarriba, dormir bocabajo. Nada: no puedo dormir.

2. Una, otra, otra, otra noche.

3. Una, otra, otra noche, otra almohada, luego dos, luego tres… cero almohadas y no concilio el sueño.

4. Cuento borregos, cuento perros, gatos y hasta bar-bies. Me cuento historias y nada. Me ocurre todo el tiempo.

5. En algún momento entre los ocho y los nueve años Mamá me mete a natación. Aprendo a nadar y a dormir. Duermo lo que no he dormido en siglos.

6. Despierto y de pronto tengo doce años. Sueño to-doeltiempo: dormida o despierta. Sueño y sueño. El mundo no es realidad.

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Señorita anSiedad

7. El insomnio vuelve con la primer gotita de san-gre entre las piernas. Ya era hora, dice mi Mamá. No quiero saber, dice mi Papá.

8. Le llaman a mi Mamá de la escuela. Su hija se duerme en Historia. Es que por las noches tiene un Señor Insomnio, explica ella.

9. Hola, Señor Insomnio.

10. Para poder dormir comienzo a contar. Eso pare-ce entretenerle al Señor Insomnio.

11. De pronto ya no sólo cuento en la cama, lo hago siempreysiempre. Mis pasos, los carros blancos en la calle, las letras de la sopa, los números en la placa de un auto. Mi mente nunca descansa, cuenta y cuenta.

12. 13. 14. 15. 16. 17. 18. 19. 20.

21. Yo pienso que es normal. Le platico a mi mejor amiga de la secundaria que conté algo increíble y ja-másvisto: catorce vochos blancos en un lapso de tres horas y veinticinco minutos. Ella dice qué raro, yo sólo cuento cuando hay que contar. Yo siempre ten-go que contar, le digo. ¿Quieres saladitos de tamarin-do? Me regala siete.

22. Yo siempre tengo que contar. Yo siempre tengo que contar. Yo siempre tengo que contar.

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Sylvia aguilar Zéleny

23. Entre los veinte y los veintitrés años ya no sólo vivo con el Señor Insomnio. Se ha acercado también el Joven Cosquilleo. Un hormigueo, un calambre, un noséqué en las piernas.

24. Mi Hermana dice que imagino cosas, que no ten-go nada. Mi Papá me dice que soy nerviositaporna-turaleza. Mi Mamá dice: tienes que ver a Alguien.

25. La Terapeuta me dice que escriba lo que siento. Escribo hasta la madrugada. Trato de llevarle ventaja al Señor Insomnio.

26. Y así pasan tres, cinco, ¿cuántos años?

27. Deja el café, dicen mis amigas mientras en cada reunión de los martes en la cafetería del centro. Pues vamos a vernos en una cervecería, les digo. La cerve-za engorda. Mejor insomne que gorda, ¿acaso?

28. La Secretaria del Trabajo me recomienda bañar-me antes de dormir y untarme aceite de lavanda, de almendra o de ajonjolí antes de vestirme. ¿De ajon-joli, cómo se exprime un ajonjolí? Deja ya de pensar, Señorita Ansiedad. Si eso fuera posible.

29. La Señora de Intendencia me receta té de siete azahares, pastillas de pasi orina y valeriana.

30. La Terapeuta me manda a hacer ejercicio. ¡Cansa tu cuerpo! Mi cuerpo está cansado, pero no sabe dor-mir, no sabe estarse quieto.

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Señorita anSiedad

31. Mis dedos teclean como el viento. Noche a no-che, sólo un tac tac tac tac en la habitación.

32. Tac tac tac tac tac.

33. A los veintinueve años: Me enamoro y duermo.

34. A los treinta: Me caso y descanso.

35. Se va mi esposo y su lugar en la cama lo ocupa el Señor Insomnio, ¿creías que podías escapar?

36. Ésta es la vida de una Mujer Adulta, tengo una casa de interés social, un gato tuerto, deudas muchas y dos empleos: uno de 7:00 a.m. a 5:00 p.m. de lunes a viernes y uno de tres horas los sábados. Soy mi pro-pia Ama de Casa y por la noche estudio una maestría en línea. El cosquilleo, el insomnio, se vuelven la for-ma de hacerlo todotodo sin parar. Pero los domingos siempre me siento mal, me cuesta dejar la cama, me cuesta dejar de llorar, cualquier pequeñacosa se vuel-ve en cualquier grancosa. Preparar un té, la comida o tender la cama se vuelven una tortura, mi cuerpo es un animal entumecido que vuelve a la vida cada lunes.

37. ¿Cuándo comenzaron los días con personalidad de domingo? De pronto, todos los días se sienten como el domingo. Me cuesta moverme, me siento lenta, me siento triste. Me siento y siento. Todo-el-tiempo. El problema ya no es el Señor Insomnio, el problema es la Señora Somnolencia. El pesar en el

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alma. Soy un derrumbe.

38. Tengo sueño. Tengo sueño. Tengo sueño.

39. Termino sentada frente a una Psiquiatra. Tiene cara de Maestra de Primaria, es dulce, es amable. Me sonríe después de revisar sus notas y me dice que no hay nada peor que no saber qué es lo que se tie-ne. Pero lo tuyo es claro, qué extraño que nadie te lo haya dicho. Tú tienes ansiedad, el efecto secundario es esta depresión.

40. Llego a casa y googleo la palabra. Ansiedad (del latín anxietas, “angustia, a icción”) es una respuesta emocional o conjunto de respuestas que engloba: as-pectos subjetivos o cognitivos de carácter displacen-tero, aspectos corporales o siológicos caracterizados por un alto grado de activación del sistema periféri-co, aspectos observables o motores que suelen impli-car comportamientos poco ajustados y escasamente adaptativos.

41. Señorita Ansiedad, diagnosticada primero por una Secretaria que de día teclea y por la noche da clases de zumba a señoras de su edad, y después por una Psiquiatra que colecciona elefantitos.

42. En mi tercera cita le cuento a la Psiquiatra que no me gusta abrir las puertas con las manos moja-das, dormir en medio de la cama, hablar por teléfo-no, usar más de un mes el mismo cepillo de dientes... ¿esto también es por la ansiedad? le pregunto. No,

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Señorita anSiedad

esas son otras manías, contesta sólida.

43. Salgo del consultorio hecha pedazos. La Señorita Ansiedad nos modela su nerviosismo y unas elegan-tes ojeras en negro casi morado.

44. Brinco de tratamiento en tratamiento.

45. Neuril. Xanax. Clonazepam. Diazepam. Paroxe-tina.

46. Neuril is the winner. Finalmente, el adecuado para mí, me deja funcionar durante el día, no me qui-ta ni me exagera el apetito, me permite dormir, deja mis piernas en paz.

47. Neuril: Derivado benzodiazepínico con propie-dades anticonvulsivantes, ansiolíticas y antipánico. El 15% de personas a rman que da buenos resulta-dos y no causa dependencia.

48. Señorita Neuril y Señorita Ansiedad, al n jun-tas.

49. Escribo de ello, escribo de lo que ha sido dormir y no dormir, sentir y no sentir. Derrumbarse y cons-truirse. Señorita Ansiedad 2013, sería un buen título.

50. Comienzo: “Soy una niña. No duermo”.

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Conversación con Val Cervera

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CONVERSACIÓN CON VAL CERVERA:La petri cación del esferismo1

El tránsito rompe las formas urdamos la esfera

el choque del tiempo la circularidad.

Tomado del Mani esto del Arte Esferista

Val C. Autorretrato, 2007. Acrílico sobre lienzo.

1 La exposición La petri cación de la esfera estará al alcance del público a partir de hoy y hasta el 23 de marzo en Serdán 109 (galería y departamento propiedad de la familia Cervera). Para visitarla es necesario concertar una cita al 215 23 18.

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ConversaCión Con val Cervera

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Cuando en 1991 Val Cervera (Los Mochis, 1973) terminó sus estudios en el Centro de Bachillera-

to Tecnológico e Industrial, ella sabía ya que su des-tino nada tenía que ver con la tecnología o la indus-tria. Lo suyo era el arte.

Si bien su propuesta plástica no fue secunda-da en 1994 —y hasta la fecha ni un solo artista se ha unido al Movimiento Esferista liderado por Cer-vera— están a punto de cumplirse diez años de la publicación de su Mani esto del Arte Esferista e ini-cia la celebración inaugurando su primer retrospec-tiva individual titulada La petri cación de la esfera, exhibición compuesta por veinticinco obras de arte esférico.

Val Cervera, única representante y defensora incesante de la ideología esferista, explica que su propuesta nació accidentalmente: “Después de lo ocurrido [Cervera perdió el ojo derecho en un per-cance automovilístico] me fue difícil crear guras complejas, sólo podía hacer bolitas. Luego, la me-moria me llevó a las canicas y poco a poco, después de mucha experimentación, nació mi arte esferista; descubrí que para lograr el éxito debía esferarme[sonríe], ¿me entiendes? Esferarme”. La artista co-menzó, como dice ella misma, a dibujar como loca.

“Lo de las canicas es importante, mi infancia y adolescencia siempre se vieron afectadas por las crisis [no desea abundar en ello]; con frecuencia me evadía de esa realidad a través de las canicas. Jugar

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La esfera le dijo a la olla, 1997. Lápiz.

con ellas era lo que más me gustaba. Mamá decía que las canicas eran para niños y las muñecas para niñas. Yo odiaba las muñecas, le contestaba que las canicas eran para todos, para quien las necesitara. Y yo, por ejemplo, las necesitaba”. Cervera toma una canica y juega con ella mientras explica cómo las canicas la hacían estar contenta consigo misma. “Obviamente después del accidente yo quería sentirme bien, en especial cuando me dijeron que no había nada más qué hacer. No sé, de alguna manera el regreso a las canicas fue lo mejor que pudo ocurrirme, pero yo ya no era una niña; o sea, no era momento ya de jugar canicas [cuando ocurrió el accidente Cervera tenía dieciocho años] era la hora de hacer arte con ellas”. Así comenzó la aventura artística de Val Cervera.

“Un tiempo después redacté el Mani esto del Arte Esferista. Debo admitir que tomé unas ideas

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ConversaCión Con val Cervera

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prestadas del Primer Mani esto Surrealista de, de, de este, ¿cómo se llama? Breton, André Breton. Bue-no en el suyo él inicia: ‘Tanta fe se tiene en la vida’... El mío dice: ‘Tanta esfera se tiene en la vida’... Re-partí ejemplares de mi mani esto junto con una cani-ca a cada uno de mis compañeros y maestros de la Academia [se re ere a la Academia de Artes Plásti-cas del Centro Cultural Universitario Sinaloense, donde fue alumna por ocho años]. Pero a nadie le interesó. Supongo que es a lo que se refería Breton cuando decía que todavía vivimos bajo el imperio de la lógica, en estos tiempos también vivimos bajo el imperio de la lógica, la lógica del cuadrado”.

Val Cervera nos muestra algunas de las obras que el público habrá de obsevar en su exposición mientras cuenta que, en ocasión de la visita de Ol-medo, ella aprovechó la oportunidad para entrevis-tarse con una de las más importantes artistas y cu-radoras en México. “Sí, hablé con ella, la mismísima maestra Olmedo. Le di el mani esto y no una, sino una bolsa entera de canicas. Se sorprendió mucho, le dije que yo quería llevar las esferas a la esfera del arte nacional. Sonrió y me dijo que mi ingenuidad era genuina. Eso me motivó muchísimo, después de todo, era ¡La Olmedo! quien hablaba”.

La obra de Val Cervera se caracteriza por rom-per ciertos principios armónicos; plantea que el ser humano está equilibrado a partir de la simetría y la cuadratura y que eso es una contradicción con su medio: “Nosotros, los seres humanos, somos simé-

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tricos: ojos, nariz y labios en perfecto equilibrio, sin embargo nuestra sociedad dista mucho de la armo-nía o el equilibrio... Mi pieza titulada Abrí las puertas de la percepción y pasé hasta otra esfera habla de eso, en ella usted encontrará dos esferas separadas por una puerta, todo está en total asintonía con rela-ción al marco, la esfera del interior es asimétrica, es otra esfera. Todo tiene un alcance metafórico en mi obra”.

Abrí las puertas de la percepción y pasé hasta otra esfera, 2002. Acuarela.

La propuesta de Val Cervera es una experi-mentación de la forma, sus primeras piezas se in-clinan hacia el uso de lápiz o carbón, también se observan acrílicos y sus piezas más recientes van de la fotografía digital a la instalación. El nombre de esta artista, sin embargo, es casi desconocido en el medio, “aunque mi nombre aparece en dos de los asientos que forman parte del Auditorio del Centro Cultural Universitario Sinaloense, por las donacio-nes que he hecho en repetidas ocasiones al Centro”.

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La artista cree en la importancia de aportar granitos de arena para el arte y la cultura. “Por eso apoyé al Auditorio, también mis obras han formado parte de subastas silenciosas realizadas por la sociedad de alumnos de Ingeniería y por el Club Rotario... Es una forma de colaborar”.

Esferita, Esferita, ¿quién es la más bonita?, 2000. Instalación.

Cervera piensa que tal vez su obra no ha sido aceptada del todo por los coleccionistas “cuyo con-servadurismo no les permite ver más allá de su mun-do so sticado”. Una de sus primeras obras “La esfe-ra le dijo a la olla” fue terriblemente criticada: “decían que eso no era una olla sino un jarrón pero hágame el favor, eso es una nimiedad comparado con el jue-go metafórico que yo estaba buscando”. Más recien-temente una escultura de Cervera fue rechazada de

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la colección de Empresarios de Sinaloa sin ningún argumento válido. “Sólo admiten a Ross, a Faz o a Guerrero en sus salas, pero la crítica ha habla-do muy bien de mi trabajo; alguien escribió que era demasiado ambiciosa por mi ‘carencia de sentido’ o algo así. Por otro lado, también está la cuestión de género, pero ya estoy cansada de hablar de ello, de repetir que estamos en una sociedad machista que sigue pensando que las canicas son sólo para va-rones. Si para ser reconocida tengo que colgar mis cuadros en hoteles de paso, lo haré”.

Teoría y praxis del rechazo esférico, 2004. Lápiz.

La obra de Val Cervera difícilmente puede centrarse dentro de una corriente o escuela artísti-ca; esto, admite la autora, la pone en una posición desventajosa: “Ahora resulta que si no viene uno de

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una escuela o corriente rechazan tus obras. Los ga-leristas no se entusiasman con las nuevas propues-tas, alegan la di cultad de cuidar una obra con tantas pinches canicas, de no tener espacio para las dimen-siones de mis cuadros [uno de ellos mide tres metros de largo] y pre eren promover a otros artistas. Yo los entiendo, pero también sé que están perdiendo la oportunidad de estar a la altura de las mejores gale-rías del mundo, que no temen acercar al público con un lenguaje plástico original y redondo”.

Ahora presenta una muestra curada por ella. Cervera admite que “no hay mejor curador que uno mismo, una sabe qué exploró y qué busca comuni-car y además nadie más sabría cómo cuidar a mis canicas”. En esta colección el espectador observará el uso de esmaltes sobre diversos materiales y, por supuesto, canicas; se explora lo que la autora llama “la esfera de lo mexicano”, donde se analizan e idea-lizan nuestras tradiciones de forma abstracta.

“En el cuadro México no puede esferar traté de introducirme en la veta de nuestra mexicanidad a través de las canicas y el rebozo [aprendió a tejer en telar]. Para esta colección eché mano de colores contrastantes y en vez de pinceles utilicé diversos tipos de goteros: las gotas de pintura ofrecen a mis obras una textura distinta, tridimensional. Es mi ver-sión del puntillismo, del drooping de Jackson Pol-lock. En cuanto a las esculturas, hice ensamblajes con esferas, canicas [elemento básico en su obra] y

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otras formas circulares [como pelotas]. La fusión de esto con los rebozos y las gotas hace una esta de color y gura”.

Esférame, 2005. Fotografía digital.

Val Cervera está a punto de viajar por Europa: “Bueno, es un tour vacacional de Europa en quince días, sin embargo me parece una buena oportunidad para mostrar mi obra en algunas galerías. He prepa-rado un portafolio con lo más representativo de mi trabajo esférico. Tengo grandes expectativas”.

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La petri cación de la esfera es, quizá, la obra incomprendida de una artista incomprendida; quizá sólo el tiempo nos demuestre lo contrario.

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Me prometí que el 21 de agosto me iba a deshacer de mi Padre y así lo haré. Es la única forma de crearle un rumbo a mi vida. No hay de qué asustarse, no voy a asesinarlo, se trata más bien de que a pesar de estar muerto se ha mantenido vivo o, en todo caso, lo he mantenido vivo. Y es que a Papá lo traigo al presente a diario: hablo con él, comparto con él, dis-cuto con él... Me guía todo el tiempo: “¿Cómo hago con esto, Papá?”, “Dime, ¿cómo resolverías tú esto?” Papá también es mi catarsis: “¿Por qué carajos no nos enseñaste que amar no es lo mismo que amor?” Mis respuestas, mis soluciones son las de Papá. Donde otros escuchan silencio, yo oigo a mi padre con el mar de fondo.

Es como si hubiera tomado posesión de mí.O yo de él.

No sé.

Entro a su casa un mes después del funeral. Antes, simplemente no pude. Trato de no electrocu-tarme con la cochera eléctrica. Bonita cosa hubiera sido. Dos muertes en la familia en un mismo año. Me doy toques. “Sólo a ti, Papá, se te ocurre 1) comprar

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La casa en La pLaya

una cochera eléctrica usada y 2) colocarla justo en una casa frente al mar más rabioso”. A las reuniones siempre llegaba un invitado quejándose por culpa de la reja. “O sea, no sólo había que manejar más de cua-renta minutos para venir a visitarte, Papá, además tenía uno que correr el riesgo de recibir choques eléc-tricos como bienvenida”.

Entro ilesa. La cochera es, como siempre, un al-macén. Cajas y más cajas. El auto que siempre prome-tió arreglar y el auto que siempre prometió vender. Ambos son, también, almacén de las locuras de mi Padre. Me pregunto si vale la pena venderlos. “Una bicoca, eso, una bicoca te van a dar”, hubiera dicho él. Ay, Papá, que de ganar unos cuantos pesos a se-guir con estas hojalatas aquí... Me acerco al Datsun; en este carro Papá me enseñó a manejar. Claro, si a eso se le llama enseñar a manejar: “Mira, aquí están las llaves. La primera es para acá, la segunda para acá. Para meter cambio...”

Al entrar a su casa me recibe un tufo horrible, marea de moscas que zumban y vuelan y zumban y vuelan. Sobre la mesa descubro la última cena de Papá: una sopa de mariscos a medio acabar, galletas saladas, una cerveza negra y un par de Delicados en el cenicero. En el fregadero encuentro una olla sin la-var, platos cuyos restos de comida han sido el aperi-tivo de cientos de insectos a los cuales, por cierto, hoy no temo. Bastante es el terror de estar aquí. Lo prime-ro que hago es tirar la comida. Luego lavo los platos. Supongo que en ello quiero lavarme la conciencia de lo que estoy a punto de hacer o de todo lo que nunca hice por él. “Lo que nunca hice por ti, viejo”. Lo que

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en realidad no sé si hubiera querido que hiciera por él.Limpiar la cocina no es labor incómoda, la ven-

tana de frente se vuelve la pantalla de ese espectácu-lo que es el mar. “¿Por qué pusiste la cocina aquí en vez de colocar una sala?” El estudio, por ejemplo, da a una calle fea donde lo único que pasan son los ven-dedores de cocos, los artesanos y la masa de spring-breakers cada semana santa. Esos son los tipos de misterios que nunca habré de resolver sobre la vida de mi Padre, como este otro “¿por qué tantas ollas y platos sucios si vivías solo en esta casa?” Nunca nada está de más, me hubiera dicho. Nosotras casi nunca veníamos, su esposa menos. Mientras lavo, pienso: ¿quién habrá sido el primer hombre en disponer que las mujeres limpiemos los restos de todo?

“Estoy aquí, Papá, limpiando los restos de tu todo”. Me siento obligada a decir: “Vine sola, Papá, vine sin mis hermanas y sin tu esposa porque ellas ya han tenido bastante de ti”. Su silencio es, como siempre, mucho más. Y es que Papá no era tarea fácil, entre sus idas y salidas de la clínica, entre sus asaltos de sinrazón y los insultos y necedades de viejito alco-hólico, no sin mencionar su dramática muerte, ellas ya no pueden más. “¿Por qué lo hago yo? ¿Por qué crees? Porque quiero evitarles este escenario. Tus bo-tellas de cerveza, vino, vodka, las sondas en el piso, manchas por todos lados, objetos sin ton ni son que se vuelven el arte-objeto de tu vida, el desorden de tu locura, Papá”. Además, es más fácil limpiar el caos de un hombre muerto que el propio. Es más fácil orga-nizar la vida de los otros, es más fácil salirse de sí. “Y ya déjame en paz que tengo mucho qué organizar”.

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Entro a la sala y me doy cuenta de todo lo que debo hacer: repartir sus cuadros, sus sillas, sus ca-jas de madera, sus muebles de bambú, su colección de discos de vinilo, vaya, hasta los libros y revistas. Tal vez pueda donar algunas cosas. “Me vas a decir que a mí no me corresponde decidirlo, pero ¿sabes? Por qué no tomas tu bronceador y te vas a jugar a la playa. Sólo déjame en paz”. El silencio es su respues-ta. “Déjame, anda, voy a hacer, como siempre, todo lo que te correspondía hacer a ti. Ahora vete, vete al fondo del mar y déjame terminar”.

Abro los ventanales y las moscas comienzan a salir, se van, huyen. Ellas las que pueden. ¿”Y aho-ra?”, me pregunto. No sé ni por dónde seguir, me doy vuelta y veo la casa como un estado de sitio. Todo tal cual lo vi en mi última visita. Papá en de -nitiva no tenía interés alguno en tener orden en esta casa, ni siquiera sé si la disfrutaba, la hizo simple-mente el almacén de sus pesares, y por pesares me re ero al cuantimadral de cosas que siempre tuvo. Papá el coleccionista. Papá el acumulador. Papá el guardalotodo. Un reality show se daría un festín con este universo que Papá sembró en sus pasillos, en sus paredes, en cada uno de sus pinches muebles.

Se mudó aquí porque decía: “un hombre que nació cerca del mar, que vivió dentro del mar, tiene que morir cerca del mar”. Su esposa: “¿ahora resul-ta que sabes cuándo te vas a morir?, no esperes que me mude contigo...” Papá: “no espero nada si tú no esperas nada”. Fin. Un mes después, mi Papá remo-delaba la vieja casa del abuelo frente a la playa. No lo detuvimos: “no te detuvimos, Papá, porque era más

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fácil vivir sin ti”. Era bonito extrañarte, era lindo que nos extrañaras. Verte, entonces, era un carnaval de diversión. “Tu risa, Papá, tu risa y tus bromas. Tus regalos. Tus historias”. Todo lo que tú eras antes de la primera copa, antes de la primera botella, antes del primer portazo. “Porque siempre, ay, siempre Papá, había una botella y luego un portazo”.

Sigo limpiando. Me llama una nota, la leo: “No te has aparecido para el dominó”. Es de Aguirre, otro loco que al jubilarse dejó la ciudad para venirse a la playa. Me doy cuenta entonces que Aguirre nunca fue al hospital ni estaba en el funeral. “¿Será que no se enteró?” Levanto el teléfono y lo llamo, se lo digo sin mucho artilugio, “Papá murió”. Aguirre ya lo sabía, alguien le avisó. Se apena conmigo, “no tuve valor de ir, Gloria, a esta edad a uno sólo lo invitan a bodas y a funerales y ninguno de los dos me gus-ta”. Le pregunto si de casualidad Papá no le quedó debiendo dinero. Eso es lo único que nos dejó: gran-des, pequeñas y medianas deudas. “Nada, nada, no importa”. Decido invitarlo: “venga al rato, aquí voy a estar, seguro hay cosas que a él le gustaría que usted tuviera”. Cuando cuelgo le digo a papá: “Aguirre no va a venir”.

Mi plan era estar sólo unas horas y regresarme a media tarde, pero se me metió en la cabeza que es mejor acabarlo todo para ya no volver. He armado siete bolsas de objetos, ropa, zapatos y cosas incom-prensibles. Primero pensé en tirarlo todo en el conte-nedor y dejar que se lo llevaran. Luego pensé en que podía manejar al pueblo y dejárselo a alguien por ahí, siempre hay niños caminando descalzos y sin

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camiseta a pesar del pinche calorón. Pero ¿qué ha-cer con lo demás? Papá coleccionaba botellas, bolsas de supermercado y cajas de madera. Su sueño eco-lógico. Todo lo reciclaba. Papá coleccionaba motores y piezas de lanchas, redes, tuercas, herramientas de todo tipo, cañas, mafufadas que nunca usó para pes-car. La casa en la playa era el almacén de su mundo. Ah, y no he mencionado las llaves, llaves de todos los tamaños. Llaves que no abren nada y que uno se en-cuentra en cada rincón de la casa. De niña me decía: “con esta llavecita abres corazones”. Pero mi llaveci-ta nunca abrió un corazón.

Trabajar en el segundo piso es otra faena. Papá no usaba ganchos, colgaba la ropa con un sistema de sogas de barco instaladas en las escaleras. Con so-gas más pequeñas hizo unos colgantes para los he-lechos que se han ido muriendo después de un mes sin agua. “¿Me los debería llevar?” le pregunté. “Se te van a morir, a ti todo se te muere, hasta tú, Papá”. Decidí que no le haría caso y me los llevaría a casa, los regaría tres veces por semana y estarían más boni-tos que nunca. Él quería mucho a sus plantas, quizás más que a sus hijas. Es probable que esté exagerando, Papá nos quería mucho, es sólo que con seguridad le hablaba más a sus plantas que a nosotras.

Se hace tarde y estoy cansada. Preparo una ha-bitación para mí, de milagro encuentro un par de sá-banas limpias. No me da miedo quedarme, total y qué, el fantasma ya me persigue. Necesito un baño, voy por una toalla para darme un regaderazo, desde la ventana de la cocina veo y escucho al mar. “¿Hace cuánto que no te metes?” Me quito los zapatos, cam-

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bio mis pantalones por un shorts y mi blusa por una de sus camisetas.

Me voy a la playa.

Pienso en la primera vez que vi el mar. No es que lo recuerde, es que me pregunto qué habré pen-sado, qué habré dicho. “¿Lo señalé con el dedo y dije abua-abua-abua, Papá?” Imagino que me trajeron aquí los dos, Papá y Mamá. Me tenían de la mano, yo en medio de ellos, el lazo que los tuvo juntos hasta que ella murió. Apenas la recuerdo. “¿La recuerdas tú, Papá? ¿Pensaste en ella cuando sentías que te ibas a morir?”

El mar, extrañamente, está tibio y tranquilo; apenas entro, mi cuerpo comienza a ceder, como si el peso de todo lo ocurrido en el último mes, en el último año, se desmontara al n de mis hombros. Soy ligera, soy ligera. Me dejo otar, me dejo arras-trar por las pequeñas olas que de cuando en cuando aparecen. Minutos que parecen horas, el mar tiene eso supongo, un tiempo distinto al nuestro. Un mun-do distinto al nuestro. Recuerdo, eso sí lo recuerdo como si hubiera sido ayer, el día que Papá me enseñó a nadar. El día que me dijo: “así mueves los brazos, así las piernas, así respiras. ¿Viste? Es tu turno”. Papá y su bigote y su barba y su mata de cabello remo-jada en esa alberca. Papá y su bigote y su barba y su mata de cabello remojadas siempre. Papá. Cuan-do menos lo imagino es de noche pero no importa,

me quedo aquí:siendo.

Al sentir que vuelvo a la orilla, me paro y cami-

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La casa en La pLaya

no mar adentro. Es entonces que la descubro, la luz, la luz del mar. Había oído hablar de ella, es proba-ble que de niña la hubiera experimentado pero esta, sin duda, se siente como la primera vez. Le llaman la chispa de mar, pero no es una chispa, es algo mucho mayor. Esas pequeñas algas que se encienden con el movimiento, dejan una estela de ti, tras de ti. Qué maravilla, las luces me siguen, alumbran mi cuerpo. Me quito la ropa, la aviento a la orilla y me permito abrazar por el destello del mar.

Yo necesito el destello del mar.

“Ah, disfrutando la noctiluca”. Por un instante pienso que es mi padre que ahora sí me habla en serio, que nalmente he caído en su propia locura. “No te encontré en la casa y me imaginé que estarías aquí”. Levanto la cabeza y descubro en la orilla a Aguirre. Se ve mejor que antes, la playa le ha hecho bien. Me avergüenzo y sumerjo mi cuerpo. Supongo que se da cuenta porque me dice: “Nada de apenarse, que lo más delicioso es desnudarse en el mar”. Asentí. “Tie-nes suerte, es la primera noctiluca del año”. Noctilu-ca, claro, ¿cómo olvidar esa palabra? Aguirre saca un cigarrillo y lo enciende, se sienta en la orilla. Estoy segura de que me va a preguntar por Papá, usará ese tono de lástima que todos usan cuando hablan de él y de su muerte. “Un hombre tan brillante, cómo pudo morir así”. “Un ejemplo para la Naval”.

“¿Sabes?”, me dice Aguirre, “una vez en televi-sión vi una chica contando la historia de su naufra-gio. Pasó más de cinco días en el mar. Habían muerto

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Sylvia aguilar Zéleny

sus amigos. Quedaban dos personas y su lancha co-menzaba a ceder. Estaba a punto de rendirse cuando se dio cuenta de que había noctiluca. Empezó a reír, a reír como loca. Dice que eso la salvó por unas horas hasta el rescate que ocurrió justo en la madrugada. Curioso, ¿verdad?”.

Quiero hablarle de Papá.Quiero preguntarle de Papá.

Pero en cambio, guardo silencio.Floto.

Después de unos minutos de silencio Aguirre apagó el cigarrillo, se levantó y me dijo: “Te dejo sola, dis-

fruta el mar, es tuyo. La herencia de tu Padre”.

“El mar es mío. La herencia de mi Padre”.Me quedo otando un rato más.

Una luz, una nueva luz me rodea. Me envuelvo en ella y, nalmente, lloro. Lloro por la vida de Papá. Por la muerte de Papá. Lloro por todo lo que Papá fue para nosotros: un misterio, un accidente constan-te, un insulto largo, una risa loca. Un peligro, Papá era un peligro.

No sé cuánto tiempo pasa. El cielo se viste de la misma luz del mar. Mi piel está completamente arru-gada. Decido salir, vestirme. Camino por la orilla. Me encuentro con el amanecer. La playa se acaba. Es hora de volver, camino de regreso a casa y el sol me toca la espalda, me abraza.

Voy a quedarme aquí en la casa en la playa, la casa de papá será mi casa. “Tu casa será mi casa,

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Papá”. Yo, de todos modos, no sé qué hacer con mi vida, la mía –como su casa– también es un caos. Que-darme ahí es quedarme con Papá, él me dirá qué ha-cer, cómo y dónde. “Y si no lo haces, no importa”. Pondré su butaca de mimbre afuera y me sentaré to-dos los días en ella a mirar el mar, a leer, a pensar, a encontrar. Por las noches me meteré al mar.

Prometí que el 21 de agosto me iba a deshacer de mi padre.

No me deshice de él, me hice de él. Me hice de una casa en la playa.

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A la memoria de Gerardo Aguilar Zéleny,nuestro Príncipe Húngaro.

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Estas manías se cocinaron y perfeccionaron has-ta transformarse en un libro, en julio de 2014. Se utilizaron las familias tipográ cas Arial y Book Antiqua. Los espíritus kodamas darán prueba

de ello

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