superhéroes: mitologia moderna
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Superhéroes: Mitología Moderna (Primera Parte: Mitos y Viñetas)
LA PRIMERA ENTREGA DE LA SERIE QUE EXPLORA LA REAPARICIÓN DE LOS ARQUETIPOS, SURGIENDO DESDE EL
INCONSCIENTE COLECTIVO, EN LA FIGURA DE LOS SUPERHÉROES. MITOS MODERNOS, DIOSES QUE HABITAN LA PSIQUE Y
QUE AHORA SON PARTE DE LA CULTURA POP.
POR: CHRISTIAN BRONSTEIN - 21/02/2012 A LAS 00:02:48
La psicología analítica nos ha enseñado que los mitos son las historias del alma. Si queremos comprender la psique
occidental, tenemos que estudiar sus mitos.
Patrick Harpur, El Fuego Secreto de los Filósofos.
¿Quién no ha sentido nunca una emoción profunda al participar como lector o espectador (a través de la literatura, el cine,
el teatro o la televisión) de un relato heroico? ¿Quién, ante esas dramáticas representaciones épicas, no se ha sentido
nunca transportado por su eco reverberante hacia las ondas distancias del mito y de los ideales más altos? ¿Quién no se ha
identificado nunca con ese héroe, multifacético y perseverante, que bajo todas las formas de la realidad y la ficción, vuelve
una y otra vez para inspirarnos?
La figura del héroe, ese individuo extraordinario y semi-divino que lleva a cabo extraordinarias hazañas dotado de virtudes
y poderes superiores a los de los simples mortales, es una constante histórica en todas las culturas. Sus primeras historias
vivientes, los registros extraordinarios de sus hechos, se remontan a la era mitológica. Zeus, Heracles, Sanson, Aquiles y
Lancelot son algunos de los nombres más conocidos que este héroe universal ha llevado desde la lejana era del mito y la
leyenda.
Para la mentalidad mítica, pre-lógica y pre-filosófica, el mito no era concebido como una expresión artística del
pensamiento o el sentimiento humano ni como una fábula ni como un género de la literatura oral. Como señaló el
psicólogo analítico Wolfgang Giegerich: “el hombre no se había vuelto aún un hombre psicológico, no había sitio para la
creencia o la fe en lo que los mitos cuentan. El mito era inmediatamente la verdad de la naturaleza y la vida, era el
conocimiento de la naturaleza.” En tanto el hombre de las culturas orales no consideraba a su psique como separada de la
naturaleza, el mito no era considerado una creación humana y subjetiva, era objetivamente la voz de la naturaleza
expresándose a través de los hombres. Porque, en las poéticas palabras del mitólogo Joseph Campbell: “los símbolos de la
mitología no son fabricados, no pueden encargarse, inventarse o suprimirse permanentemente. Son productos
espontáneos de la psique y cada uno lleva dentro de sí mismo la fuerza germinal de su fuente.”
No fue hasta la invención de la escritura que las mitologías orales comenzaron a “registrarse” y sistematizarse,
convirtiéndose en obras narrativas definidas, propias de un autor. Los mitos siguieron recreándose a partir de la épica y el
teatro, pero su estatus de “verdad” objetiva fue siendo gradualmente sustituido por la filosofía racional. La introducción del
nuevo medio de comunicación basado en el ordenamiento y la abstracción (la escritura), favoreció el surgimiento paulatino
de una nueva forma de pensar: el Logos. La escritura daría lugar a la lógica, las matemáticas y la ciencia empírica,
desplazando poco a poco al mito como sistema de significación colectiva.
Para la antropología clásica del siglo XIX, el “mito” como tal se extinguió cuando la mentalidad mítica de las culturas orales
fue reemplazada por la mentalidad filosófico/racional de las culturas basadas en la escritura. Sin embargo, los estudios
sobre hermenéutica simbólica encabezados principalmente por Carl Gustav Jung y Mircea Eliade durante la primera mitad
del siglo XX comenzaron a revelar un enfoque muy diferente sobre el mito. La razón de que los relatos míticos e
imaginativos nunca hayan dejado de representarse a la consciencia humana a pesar del desarrollo de la filosofía y de la
ciencia, comprendió Jung, residía en que existe en estos relatos un valor simbólico – no literal – que constituye un alimento
indispensable para la cultura. Fundamentalmente, la psicología junguiana había puesto al descubierto como los motivos
esenciales de los mitos ancestrales constituían una serie de núcleos de sentido recurrentes que de ningún modo habían
agotado sus representaciones en el mito primordial, sino que han seguido manifestándose como motivos esenciales de
todas las expresiones humanas, de todas las culturas y de todos los tiempos, tanto en la religión, como en la literatura,
tanto en la filosofía como en los sueños del hombre moderno. A estos motivos esenciales, Jung denominó arquetipos, las
estructuras o moldes simbólicos fundamentales de la psique.
Aunque los arquetipos en si mismos son irrepresentables, se manifiestan en la cultura a través de símbolos (imágenes y
mitos) cambiantes, vistiéndose con la imagineria de la época y de la psique individual en la que emergen. El mito es, así, la
versión narrativa de un símbolo arquetípico. Esto es, todo relato que posea una profunda significación simbólica para la
consciencia. El poder del mito reside precisamente en la significación simbólica que contiene, en su capacidad de resonar
en nosotros emocionalmente, de dar sentido a nivel colectivo. Un mito es, diría Jung, el resplandeciente disfraz de un
arquetipo.
A través de sus imaginativas fantasías, el mito está expresando metafóricamente las realidades arquetipales de la psique,
así como las dramáticas relaciones arquetipales que son significativas para la cultura y el momento histórico en que este se
manifiesta y cobra forma. Pues es la existencia de estos arquetipos lo que hace que las fantasías más inverosímiles del mito
sean sin embargo significativas para nuestra consciencia, ya que el arquetipo convierte a todo mito y a toda mitología en
símbolos de una realidad interior, metáforas de una realidad psíquica. La psicoterapeuta junguiana Francis Vaughan definió
a los mitos como “sueños colectivos que reflejan la condición humana” (Sombras de lo Sagrado, 1996). En otras palabras,
imágenes del alma.
Por esta razón, como explicó Campbell, estos sistemas míticos de significación colectiva que antes se manifestaban en la
consciencia, al ser reemplazados por la forma lógica de ver el mundo, no fueron, de hecho, anulados, sino que siguieron
manifestándose en el inconsciente, que es su matriz y su fuente, tomando forma en los sueños del ser humano, y
manifestándose en su vida consciente a través de su expresión estética y simbólica: el arte. El surgimiento de conceptos
seculares tales como “poesía”, “literatura” y “ficción” serían metáforas sociales aceptables para seguir expresando y
recreando simbólicamente los motivos arquetipales del inconsciente de una forma que fuera admisible para el literalismo
de la consciencia racional, al que tan difícil le es comprender y aceptar las realidades simbólicas de la psique. Vistos bajo
esta luz, los mitos dejan de ser, como los imaginó la antropología clásica, esos relatos de tiempos primitivos y
supersticiosos que hoy en día consumimos raramente como piezas de ficción para revivir en nuestra consciencia como un
autentico y resplandeciente panteón de símbolos.
Uno de los arquetipos principales descubiertos por Jung es el del Héroe, y una de sus manifestaciones mitológicas más
populares de los últimos setenta años es la de los superhéroes. Las historias de superhéroes no han dejado de multiplicarse
desde que el primero de ellos, Superman, viera su aparición en Action Comics en 1938. Desde entonces, los héroes
enfundados en llamativas vestimentas, dotados de poderes celestiales y armados de elevadas virtudes morales, no han
dejado de vivir aventuras interminables tanto en la imaginación de la sociedad moderna como en prácticamente todas las
formas de representación estética: historieta, animación, cine, radio, televisión, teatro, incluso literatura, y su notable
influencia como fenómeno cultural no parece estar disminuyendo con el tiempo, sino por el contrario, parece estar
creciendo. Hoy en día, los superhéroes parecen estar más vivos que nunca, sino tanto en las clásicas viñetas que los vieron
nacer como en el cine, cuyas adaptaciones se han convertido, en los últimos años, en la mayoría de los estrenos
cinematográficos más taquilleros del mundo, convocando al público de todas las edades para presenciar sus aventuras
durante múltiples secuelas.
Chris Claremont, el clásico guionista de los X-Men de los 80, fue el primero en decirlo: “los superhéroes quizá son la
mitología de Estados Unidos, cuyos héroes -David Crokett, Buffalo Bili, G. A. Custer- y gestas más antiguas no tienen mas de
200 o 300 años. Estados Unidos no tiene una mitología propia. Escandinavia tiene sus sagas y leyendas, Germania su épica,
España tiene al Cid. Nosotros no tenemos héroes mitológicos, nuestros héroes son muy jóvenes aún”.
Sin embargo, si los superhéroes tuvieron sus cunas en el gran país del norte, su influencia pronto se trasladaría con fuerza
prácticamente a todo Occidente, sin perder su poder de fascinación en otras regiones y contextos. ¿Podemos afirmar que
semejante influencia se explique meramente por el imperialismo cultural norteamericano o por los rasgos actuales de la
cultura moderna, enajenada por el consumo de productos visuales sorprendentes, y por el escape al mundo de la fantasía y
del espectáculo sin sentido? ¿O deberíamos suponer que la relevancia de estos personajes y estas figuras es tal porque
tienen un sentido para nuestra cultura, porque, pese a todos sus simbolismos locales, parecen resonar en una universalidad
de contextos?
Guillermo del Toro, responsable de las dos adaptaciones cinematográficas de Hellboy, sostiene algo muy similar a esto: “El
mundo necesita una nueva mitología, y ésa es la de los superhéroes… Hay una demanda de una mitología fresca y
aceptable para los jóvenes. El superhéroe representa al Aquiles, al Héctor de nuestros días”. El hecho de que aparezcan
cada vez más películas de superhéroes no se debe, sostiene del Toro, a una falta de imaginación, sino a “la necesidad de
crear ficción en un mundo que progresivamente se olvida del aspecto espiritual, que no cree en la magia ni en las cosas
abstractas y sólo en lo material y en lo inmediato… Este es un período política y humanamente muy desconcertante, en el
que se ha producido un serio retroceso en la línea ética de la humanidad como especie y se requiere de un
replanteamiento de la existencia en términos heroicos”.
A los ojos de la psicología arquetipal, podríamos decir que el mito del superhéroe, con una subjetividad cultural en parte
norteamericana y en parte intrínsecamente posmoderna y transcultural, se presenta actualmente como el símbolo más
fuerte del arquetipo del héroe. No es una audacia suponer que el simbolismo arquetípico de los superhéroes es a fin de
cuentas lo que hizo que lleguen a ser tan populares y que de a poco hayan ido abriéndose camino más allá de las páginas
de las historietas y convertido, en el mundo de la imagen y de los productos culturales, en una forma colectiva de mitología
moderna.
Al igual que el mito, que se va constituyendo con diferentes versiones contadas de la misma historia, que va mutando y
cambiando pero siempre manteniendo su motivos esenciales, esto ha tenido lugar también en los personajes del comics,
muchos de los cuales han ido desarrollándose y adquiriendo el carácter de cada época, llegando a redescubrirse y
reinventarse a si mismos, como si, en palabras del mitólogo Joseph Campbell, “la fuerza germinal de su fuente” fuera
inagotable. Desde sus versiones más sencillas, ingenuas o infantiles hasta las que han expresado temas de gran
complejidad y profundidad humanos, los superhéroes han desafiado los prejuicios de su género y se han abierto camino a
la consciencia popular por la propia fuerza de su valor simbólico. La última película de Batman, The Dark Knight, de
Christopher Nolan, ha entrado en la lista de films que más dinero han recaudado en la historia del cine, y ha sido aclamada
de manera general tanto por el público como por la crítica como una autentica “tragedia moderna”, elevando el listón para
las futuras representaciones de estos personajes, demostrando que sus elementos esenciales siguen siendo tan
significativos hoy para nosotros como lo fueron ayer y como probablemente lo serán siempre.
En la segunda parte de este ensayo exploraremos la estructura simbólica del arquetipo del héroe, y veremos cuan
plenamente esta se actualiza en los modernos relatos de superhéroes partiendo del primero de todos ellos, padre y
modelo de la extensa cadena de héroes y heroínas que vendrían detrás de él: Superman, el Hombre de Acero.
Superhéroes: Mitología Moderna (Segunda Parte: El Nacimiento del
Superhombre)
SEGUNDA PARTE DE LA SERIE QUE ANALIZA LOS COMICS Y LOS SUPERHÉROES DESDE LA PERSPECTIVA DE LOS AQUETIPOS
JUNGIANOS: SUPERMAN COMO UNA NUEVA ENCARNACIÓN DEL HÉROE (Y DIOS) SOLAR, AHORA BAJO UN USO
(MITO)POLÍTICO
POR: CHRISTIAN BRONSTEIN - 08/03/2012 A LAS 03:03:18
El arquetipo del héroe, nos dice el psicólogo analítico Eric Neumann, es el arquetipo de la consciencia, y uno de sus
mitemas o manifestaciones históricas fundamentales es el del llamado “héroe solar”.
El mito del héroe solar, aquel que enfrenta y vence al dragón (la Gran Madre mítica), trayendo orden al mundo, es análogo
al desarrollo de la consciencia, ya que describe el pasaje de las culturas matriarcales al orden patriarcal del mundo. En las
culturas matriarcales, cuando la individualidad estaba fundida y subsumida con su grupo social, con su propio cuerpo y con
su entorno, la figura del héroe mítico aparece como el impulso auto-trascendente de la psique por conquistar la
consciencia de si misma. El mito del héroe solar es, de este modo, el mito de la consciencia colectiva abriéndose camino
frente a las fuerzas regresivas de lo inconsciente, objetivándose del tejido de la naturaleza y del cuerpo, y constituyéndose
como un yo (ego). Esta la razón de que su apelativo sea “héroe solar”, ya que su presencia trae la luz (la consciencia, el
orden, los valores sociales, “el bien”) de las sombras de la noche (lo inconsciente, el caos, “el mal”), de la cual emerge
triunfante. En períodos de confusión social, crisis y oscuridad, el héroe solar emerge como salvador del grupo colectivo.
La figura mítica del superhéroe también surgió, como una nueva síntesis imaginativa de elementos simbólicos, de un
profundo período de crisis cultural. En el año 1929 la caída del sistema bancario estadounidense golpeó los mercados
mundiales sumiendo a la sociedad moderna en una profunda crisis financiera. Desempleo, hambre, caos e incertidumbre
serían los signos de un extenso período que fue denominado “Gran Depresión” y se extendería durante una década, hasta
finales de los años 30. Una profunda desesperanza y una ruptura del optimismo económico que predominaba hasta
entonces parecieron apoderarse del mundo occidental.
Durante esta misma época, sin embargo, la historieta popular comenzó a crecer en EE.UU. a pasos agigantados. Los
llamados “comic-books”, plagados de historias fantásticas de aventuras, misterio y ciencia ficción, comienzaron a
multiplicarse. Deudores, por su temática, de las revistas pulp del primer tercio del siglo XX, los comic-books se convirtieron
pronto en un importante fenómeno comercial, acaso como una respuesta a la necesidad colectiva de fantasía y de símbolos
heroicos frente a la oscura perspectiva que el mundo real presentaba. “No es casual que el período que va desde el “crash”
de 1930, pasando por los años sangrientos de la revolución española, hasta el comienzo de la segunda guerra mundial,
coincida con la aparición de Superman, Batman, Capitán Marvel” (Masotta, La Historieta en el Mundo Moderno, 1970).
Como una suerte de continuidad y transformación de los personajes heroicos del pulp, el comic fue dando origen a sus
propios héroes: el clásico detective Dick Tracy, el héroe espacial Buck Rogers y, posteriormente, Flash Gordon, fueron los
primeros personajes más populares del medio, y que sirvieron como modelo para posteriores tipos heroicos. La aparición
de “El Fantasma” en 1936, justiciero enmascarado dedicado a combatir la piratería en una isla paradisíaca, disfrazado con
un vistoso uniforme distintivo (una mezcla entre Tarzán y el Zorro) fue sin lugar a dudas la principal influencia estética de
todo un genero que nacería solo dos años después con la aparición de su personaje más emblemático: “Superman”.
Como personaje, Superman sin duda ha trascendido los límites del comic-book y su lugar como icono de la cultura popular
estadounidense para pasar a ser una figura arquetípica de la imaginación moderna. A más de 70 años de su primer
aparición en el histórico Action Comics Nº1, puede afirmarse, sin temor a equivocarse, que prácticamente no hay nadie, al
menos en la cultura occidental, que no reconozca siquiera su imagen. Hoy en día, Superman es un personaje tan universal
como Zeus, El Quijote, Frankenstein o Blancanieves. Sin duda alguna, y más allá de su explotación visual y comercial,
tenemos que admitir que son en gran medida las características propias del personaje, su resonancia simbólica, lo que han
impactado profundamente en la consciencia del hombre moderno, instalándolo plenamente en el imaginario colectivo de
la cultura de masas.
El propio nombre del personaje, “Super-man”, no es casual, sino más bien paradigmático de todo un momento histórico.
En realidad, el apelativo no sería inventado por Jerry Siegel y Joe Shuster en 1938 (los creadores del personaje), sino que ya
existía desde mucho antes. En 1885, el filosofo Friedrich Nietzsche escribió su famosa obra Así hablo Zarathustra, en donde
popularizó el concepto de un “übersmench”, un super-hombre. Criticando la sumisión del hombre a los dogmas religiosos y
a los autoritarismos del Estado, Nietzche afirmaba que el hombre debía ser superado, dando lugar a un “super-hombre”,
un hombre constituido ante sí mismo como el único ser supremo, un hombre ideal y revolucionario que atestigüe su
condición heroica afirmando en toda su grandeza su individualidad frente a las creencias paralizantes y caducas del mundo
colectivo.
En la década de 1930, bajo una particular lectura de Nietzsche, Adolf Hitler anunciaba la llegada del übersmensch a través
de la “pureza aria guerrera” del pueblo Alemán, declarándose el mismo la última manifestación de los héroes teutónicos de
antaño y fundando un movimiento político ideológico que es considerado como una de las mayores aberraciones de la
historia humana: el nazismo o nacionalsocialismo.
Más o menos por esta época, dos jóvenes adolescentes de EE.UU. vendían a la compañía editorial DC Comics por 150
dólares los derechos de un personaje particular que pasaría a formar parte de la historia de la ficción universal: Superman.
Podemos decir que este “súper-hombre” norteamericano, este dechado de fuerza y virtudes, este héroe ideal que
representa a la nación americana, fue la respuesta ficcional del capitalismo democrático liberal estadounidense frente al
ideal hegemónico de Hitler.
Tal como su nombre lo indica, Superman es “super”, un personaje hinchado de poder y capacidades sobrehumanas
exageradamente invencibles. No sería aventurado considerar que, inconscientemente, el personaje fue la encarnación de la
idea de potencia o poder en que EE.UU., superada la crisis mundial, comenzaba a posicionarse en la consciencia global.
Como señala el sociólogo Guillermo Sly: “A partir de 1930, hablamos de superhéroes con características muy particulares
que si bien son espíritu de época, son también producto de una potencia mundial en ascenso, que es Estados Unidos”
(citado en Sorondo, “Sobre el Héroe y sus Mascaras”, 2006).
Como hemos visto, cuando el héroe arquetípico asume un rol fundacional o salvífico de la cultura que le da origen, estamos
ante lo que la mitología comparada llama un héroe solar. Asumiendo un carácter sobrehumano y divino, el héroe solar es
siempre un salvador del mundo, así como una representación simbólica idealizada de su cultura, y esto es lo que la
aparición de Superman significó originalmente para la cultura norteamericana. Frente a la oscuridad de la crisis económica
y de un mundo atravesado por la guerra y el terror de los estados comunistas autoritaristas, Superman se presentaba como
el poderoso y brillante símbolo del triunfo de la democracia liberal americana.
“Muertos están todos los dioses, ahora queremos que viva el superhombre[“, pronuncia Zarathustra, el profeta de Nietzche
en 1885. En un mundo moderno regido por la industrialización tecnológica y la razón, en que el que los antiguos mitos
parecían haber perdido ya todo significado y valor colectivo, nuevos mitos estaban ya emergiendo en su hora más oscura.
Sin sospecharlo ni lejanamente, Nietzche estaba vaticinando con esas palabras no solo el alzamiento del régimen fascista
alemán, sino al mismo tiempo, el surgimiento de los superhéroes.
Superhéroes: Mitología Moderna (Tercera Parte: El Héroe Solar)
SIGUIENDO CON LA SERIE QUE EXPLORA LA DIMENSIÓN ARQUETÍPICA DE LOS SUPERHÉROES NOS ENCONTRAMOS CON LA
FIGURA DE SUPERMAN, UNA ESPECIE DE JESUCRISTO DE LA CULTURA POP
POR: CHRISTIAN BRONSTEIN - 06/04/2012 A LAS 15:04:12
ARTE-CULTURA
En la segunda parte de este ensayo hicimos referencia a la relación entre el nacimiento de los superhéroes (encarnado en
la figura de Superman) y la crisis y renacimiento de Norteamérica como poder político y como símbolo cultural para
Occidente. Pero, como hemos visto, desde la perspectiva arquetipal nos equivocaríamos si redujéramos el sentido de un
símbolo a sus meras dimensiones sociológicas. Los símbolos, como ha mostrado la psicología junguiana, son
multidimensionales, lo que significa que tienen siempre una dimensión social (condicionada por la cultura y el momento
histórico en la que aparecen), una dimensión personal (condicionada por la imaginería inconsciente de su “autor”) y una
dimensión universal, arquetípica o cósmica, según la perspectiva con que se miren. La resonancia de estos personajes -
Superman en particular y los superhéroes en general- en multitud de contextos nos habla de esa dimensión del símbolo
que trasciende los factores sociopolíticos e históricos y que muy posiblemente está en la esencia que hace a estos
personajes tan universales. Esa esencia arquetípica en el mito de Superman es lo que intentaremos revelar ahora.
El relato del héroe solar presenta su propia estructura arquetípica, la cual podríamos sintetizar en 3 fases:
1) Nacimiento y Exilio: El nacimiento del héroe solar es siempre un suceso milagroso, afirmando su naturaleza divina,
sobrehumana. Este origen milagroso involucra comúnmente el nacimiento por parte de una madre virgen, encinta por un
procreador espiritual (un dios, padre divino del héroe).
Al principio del relato, el niño héroe corre peligro de ser aniquilado (generalmente por su padre terrenal, un rey despótico
que teme ser destronado). Para evitar su aniquilación, las fuerzas que favorecen el destino del pequeño (su madre, aliados
cercanos, hadas, dioses), se ven forzadas a alejarlo para mantenerlo oculto, en secreto. En casi todas las versiones más
antiguas, el niño héroe es depositado en una canasta o en un reciente similar y abandonado a su suerte en la corriente de
un río o la orilla de un océano. Despojado así de su condición real/divina pero favorecido por su destino heroico, el niño
héroe sobrevivirá a la oscuridad de las aguas y llegará eventualmente a una costa segura. Allí será encontrado por personas
de categoría humilde y conducta bondadosa (generalmente campesinos) quienes, considerando el suceso un milagro, lo
criarán como su propio hijo.
2) Iniciación: El héroe pasará por una etapa de aprendizaje y a lo largo de su crecimiento irá dando cuenta de virtudes
sobrenaturales. Al llegar a la mayoría de edad, comenzará a descubrir los signos de su herencia secreta y divina. Esto lo
llevará a asumir su condición de héroe, debiendo atravesar determinadas pruebas (las cuales involucran comúnmente la
lucha contra monstruos y búsquedas extraordinarias) de las cuales saldrá transformado. Esta etapa constituye el llamado
arquetipo de la Iniciación, e involucra siempre un activo descenso del héroe al inframundo (averno, caverna, Hades) para
enfrentar al monstruo que guarda a la doncella o conquistar el tesoro escondido, símbolo de su propia transformación. Este
descenso se configura como una muerte, literal o simbólica, que el héroe debe atravesar para poder emerger renacido
(deificado).
El termino héroe solar proviene, en parte, de los antiguos rituales cíclicos de la fertilidad asociados a estos personajes como
figuras de culto. En estos, la muerte y el renacimiento del héroe coinciden con los ciclos estacionales y con la “muerte” y el
“renacimiento” (solsticios y equinoccios) del Sol a lo largo del ciclo anual.
3) Apoteosis o Deificación: Finalmente, el héroe asumirá su condición divina, cumpliendo su destino de salvador del
mundo. Por regla general, en muchas mitologías, esta consagración supone la ascensión del héroe regional en dios solar,
convirtiéndolo así en una figura religiosa. Las deidades solares del mundo antiguo eran, de esta forma, “héroes
ascendidos”.
Ejemplos de esta estructura arquetípica se encuentran en prácticamente todas las culturas conocidas: Perseo en la
mitología griega, Sargón El Grande en la mitología caldea, Mitra en Persia, Krishná en la India, Abraham y Moisés en el
Antiguo Testamento, Starkadr en la mitología escandinava, Rustam en la mitología iraní, Chandragupta en la mitología
hindú, Lugh en la mitología celta… son solo algunos de los tantos y diversos ejemplos que la mitología registra.
Como explicábamos en la segunda parte, según la psicología junguiana, el héroe solar es el representante arquetípico de la
consciencia colectiva abriéndose camino frente a las fuerzas regresivas de lo inconsciente. En los relatos antes
mencionados, las fuerzas regresivas y devoradoras del inconsciente que el héroe debe enfrentar están simbolizadas por las
aguas, el océano y los clásicos monstruos terribles que constituyen sus pruebas. Las aguas que acosan al pequeño héroe al
principio y lo llevan a la deriva simbolizan la inconsciencia colectiva de la que el héroe debe emerger para poder afirmar su
individualidad.
Contemplemos entonces a Superman, nuestro moderno héroe solar, y veamos como está estructura arquetípica vuelve a
aparecer, refundida en simbolismos modernos. En la historia de Superman, el “mar del inconsciente” que el niño-héroe
debe atravesar ya no es el océano, sino que aparece simbolizado como el espacio exterior. Esto, desde el punto de vista de
la psicología junguiana, tiene gran coherencia: en la antigüedad, el hombre proyectaba sobre el mar todo lo desconocido,
convirtiéndolo en el símbolo principal de lo inconsciente colectivo. En la modernidad lo desconocido (lo inconsciente
colectivo) ya no está proyectado sobre el mar, que para el hombre moderno es más o menos conocido, sino sobre el
espacio exterior. En esta versión moderna del héroe solar, los elementos milagrosos/divinos son sustituidos por una
explicación de ciencia ficción: el héroe proviene no ya del mundo de los dioses celestiales, sino de otro planeta. La “cuna”
del héroe en la que este es exiliado se convierte en nave espacial: la nave en la que Jor-El, padre del héroe, envía a la Tierra
al pequeño Kal-El para salvarlo de la inminente destrucción de su planeta natal, Kripton. No será casual que el guionista
John Byrne, al volver a contar la historia del origen de Superman para los lectores de 1986, convierta la nave del pequeño
Kal-El en una matriz de gestación.
Al llegar a la tierra, el último hijo de Kripton será, como todo héroe solar, criado por una bondadosa familia de granjeros,
los cuales le enseñarán el valor de la humildad, la generosidad y la responsabilidad. Al descubrir su legado cósmico
(divino/celestial), su origen y sus poderes, Clark Kent pondrá estos al servicio de la humanidad, convirtiéndose en
Superman. A diferencia del übersmench de Nietzsche, que se encuentra más allá del bien y el mal, el código de conducta de
Superman estará implícitamente anclado en una moralidad judeocristiana y un sistema de valores liberal-democrático
norteamericano.
Antes de Superman, el último de los héroes solares de la cultura occidental fue Jesucristo. La historia de Cristo, en el Nuevo
Testamento, repite la misma arquetípica estructura solar: el nacimiento de virgen, el exilio, el descenso al infierno y
finalmente, la consagración, reformulándose en nuevos motivos.
Como Cristo, al final de su propia consagración, Superman se elevará por encima de nuestras ciudades, todopoderoso,
iluminado por nuestro sol (el cual Byrne, más tarde y apropiadamente, convertirá en el origen de los poderes del héroe),
transformándose en nuestro salvador, la bondadosa divinidad celestial que desde los cielos vela por nosotros, castigando al
culpable y protegiendo al inocente.
Incluso los padres terrenales del héroe, Martha y Jonathan Kent remitirán directamente a aquellos pastores bíblicos del
Nuevo Testamento que cuidaron a Jesús, el hijo celestial entregado a nuestro mundo por su padre para salvar a la
humanidad. Acaso las iniciales de los nombres de Martha (madre de un hijo sin pecado concebido) y Jonathan Kent (un
padre trabajador, humilde y granjero), idénticas a las de María y José, padres terrenales de Jesucristo, no sea casuales.
En 1978, conscientes de esta simbólica analogía, los guionistas de la primera película de Superman ponen en boca de Jor-El,
el “padre cósmico” del Superman: “Pueden ser un gran pueblo, Kal-El, desean serlo. Sólo necesitan la luz que les muestre el
camino. Por eso especialmente, por su capacidad para el bien… te he enviado a ellos, a ti… mi único hijo.”. Su director,
Richard Donner, diseñaría la nave de Superman como una estrella de Cristal, aludiendo claramente a la Estrella de Belén,
signo de la llegada del salvador a nuestro mundo.
Superman Returns, la reciente película de Brian Singer que homenajea y sigue los pasos de los films originales, profundiza
esta analogía cristiana, creando una película de superhéroes llena de alusiones religiosas. Singer nos muestra a Superman
como un ser superior que vela por nosotros desde los cielos, pero a la vez tiene prohibido, por orden de su padre de
Kripton, alterar con sus poderes la historia de los hombres, dejándolos a su libre albedrío para que elijan entre el bien y el
mal. “El hijo se convierte en padre y el padre en hijo”, pronuncia Jor-El al principio de la película, haciendo referencia a la
Santísima Trinidad.
Semejanzas similares entre Superman y Jesucristo (así como otros héroes solares divinizados de la antigüedad) podemos
encontrar entre la muerte y la resurrección de Superman y las resonancias sociales que causaron en su momento. Como los
héroes solares del mito, que morían cada invierno para renacer con el nacimiento del verano, Superman morirá solo para
volver a la vida resucitado y nutrido por la matriz solar conservada en su fortaleza en el Polo Norte.
En Superman Returns, Superman atraviesa su propia pasión crística: despojado de sus poderes, es apaleado por los
hombres de Lex Luthor, recibiendo una puñalada de kriptonita en el costado. Finalmente sacrificándose para salvar el
mundo, Superman atraviesa una especie de muerte. Su caída desde el espacio asume la postura del Cristo crucificado, con
los brazos en cruz y las piernas unidas. Luego del despertar/resurrección de Superman, Singer culmina el film con el
personaje asegurándole a Lois Lane: “siempre estaré por aquí”, resonando con la promesa de Jesús a sus apóstoles “estaré
con vosotros hasta el fin de los tiempos”.
Vemos así como las semblanzas entre las figuras de Cristo y de Superman, los héroes solares más representativos de la
cultura judeocristiana, a través de la propia imagineria colectiva, se enriquecen y se van tornando más evidentes. Podemos
entender, finalmente, que quiso decir el visionario escritor de comics Grant Morrison cuando con brillantez definió a
Superman como “un Jesús pagano y tecnológico de ciencia ficción”.
Como otra identificación explicita de Superman con los héroes solares de la mitología clásica, Morrison nos presentó en el
2009 la que ya es considerada, a juicio de muchos, una de las mejores historias de Superman de todos los tiempos, llevada
también al campo de la animación: All Star Superman. En ella, Morrison asume sin rodeos el carácter mítico-divino del
personaje poniéndolo en la tarea de realizar sus 12 trabajos o pruebas definitivos, en clara referencia a los 12 trabajos de
Hércules. Hércules, héroe solar por antonomasia, y sus 12 trabajos no son otra cosa que una versión simbólica del camino
que realiza el Sol a lo largo de su ciclo anual, pasando por las 12 constelaciones zodiacales, las doce pruebas de la
consciencia en su camino trascendental hacia si misma.
Las vestiduras cambian, el arquetipo permanece. Alimentándose con el bagaje subterráneo de los símbolos y valores
sociales de las culturas que los conforman, los símbolos arquetípicos emergen del crisol ardiente de sus épocas, y las
reflejan.
A partir de la aparición de la figura de Superman en las páginas de los comics, un nuevo tipo de mito heroico se hace
presente en la psique colectiva. En la cuarta parte analizaremos los elementos que conforman este nuevo mito que ha
llegado hasta nuestros días con una enorme fuerza vital: el mito del superhéroe.
Superhéroes: Mitología Moderna (Cuarta Parte: El Camino del Héroe)
EN LA CUARTA PARTE DE LA SERIE QUE RELACIONA A LOS SUPERHÉROES CON MITOS Y ARQUETIPOS JUNGIANOS,
RECORREMOS EL CAMINO CIRCULAR (QUE ACELERA LA MODERNIDAD) DEL HÉROE CON TODAS SUS CARACTERÍSTICAS,
VARIACIONES POP DE UN TEMA ETERNO.
POR: CHRISTIAN BRONSTEIN - 17/05/2012 A LAS 13:05:12
En su clásica obra El héroe de las mil caras, el mitólogo Joseph Campbell realizó una exhaustiva comparación entre los
mitos heroicos del mundo entero y describió la dinámica del arquetipo del héroe en un patrón narrativo que llamo “El
Camino del Héroe”. Este camino es el de un viaje circular, iniciado por una perdida, una tragedia, un paraíso perdido. El
héroe será llamado a emprender el camino para recuperarlo. Abandonando el mundo conocido, ingresará en “otro
mundo”, un más allá salvaje y simbólico (un bosque, el mar, una caverna) en donde deberá superar determinadas pruebas,
las cuales involucran comúnmente la lucha contra monstruos y búsquedas extraordinarias en las cuales deberá poner a
prueba sus virtudes heroicas, contando para ello con un auxilio mágico o poder especial. Finalmente el héroe triunfará en
su búsqueda, restituyendo lo perdido, e iniciará el regreso, cerrando el viaje circular.
En la posmodernidad, los tiempos y los espacios de ese viaje heroico se han acelerado y reducido. Despojados de la
tradicional geografía mágica y de la sacralidad de un “tiempo mítico” que caracterizaba a la mitología antigua, los
superhéroes residirán en un presente histórico reglado por la lógica del mundo moderno. El llamado “súper-villano”,
contraparte necesaria del superhéroe, constituirá el enemigo a la altura sin el cual este no podría atravesar su camino
heroico. Lex Luthor, el Duende Verde, el Joker, Dr. Doom y tantos otros, serán las modernas versiones del monstruo
arquetípico, de las pruebas que el superhéroe deberá vencer en su camino heroico.
Como primer eslabón y modelo de la extensa cadena de héroes y heroínas que vendrán detrás de él, Superman reúne en si
mismo todos los elementos característicos que constituirán esta moderna manifestación del arquetipo del héroe:
I. Superpoderes.
En cierta forma, podría decirse que los superhéroes pueden reconocerse por sus superpoderes. Al igual que los héroes de
la mitología, todos los superhéroes cuentan con poderes o habilidades especiales que los distinguen, elevándolos sobre el
resto de los meros mortales: super-fuerza, super-velocidad, poder de vuelo, invulnerabilidad, lanzar rayos energéticos,
telequinesia… son algunos de los poderes más comunes entre los superhéroes.
Como señaló el filosofo y semiólogo francés Roland Barthes, en estos mitos modernos las explicaciones sobrenaturales se
ven desplazadas por las tecnológicas: “a pesar del aparato científico de esta nueva mitología, hubo simple desplazamiento
de lo sagrado: el elemento religioso ha sido sustituido por la ciencia ficción.” (Barthes, Mitologías, 1957).En esta nueva
mitología, la mayoría de los poderes de los superhéroes, como los de Superman, serán de naturaleza explicable en
términos científicos, en concordancia con la lógica de la ciencia ficción: naturaleza extraterrestre, mutaciones (como los X-
Men), experimentos científicos (como Spider-Man, Hulk, Flash o el Capitán América) o artefactos avanzados (como Linterna
Verde o Iron Man). Sin embargo, con el tiempo, elementos maravillosos, e incluso provenientes directamente de los mitos
antiguos, pasaran a ser campo de cultivo en la abundante proliferación de nuevos personajes, fusionándose con las
características más típicamente ci-fi del género. Tal es el caso de personajes mítico-mágicos como Wonder Woman, Thor,
Dr. Destino y muchos otros.
En la primera fase del Camino del Héroe descripta por Campbell hay una situación a la que se refiere como “el llamado a la
aventura”, en donde el héroe debe tomar la decisión crucial que lo llevará a aceptar o rechazar su camino heroico. En el
superhéroe, será la adquisición de estos dones sobrehumanos lo que lo conducirán a la decisión moral de aceptar este
destino.
II. Identidad secreta: el arquetipo de La Máscara.
La dualidad entre una identidad civil y una heroica está presente prácticamente en todos los relatos de superhéroes. La
máscara y el escondite secreto serán elementos habituales a fin de preservar el secreto de esta doble identidad.
Lo notable de los superhéroes es que su máscara heroica parece revelar en realidad su verdadero rostro, su identidad
genuina. Su verdadera mascara pasa a ser entonces la de la cotidianeidad, la que oculta sus poderes y su identidad heroica.
Esto se literaliza en Superman, el cual lleva su rostro desnudo cuando porta su identidad heroica, mientras que, como Clark
Kent, disfraza su rostro con gafas, haciéndose pasar por un humano mediocre y llevando su traje de superhéroe bajo el
disfraz de hombre corriente.
Volviendo a situarnos en el Camino del Héroe, el pasaje al “otro mundo”, menos geográfico ahora que psicológico, será el
pasaje de hombre cotidiano a superhéroe que este realiza al vestirse con su traje heroico. Ponerse el traje y la máscara será
para el héroe pasar del mundo cotidiano al otro mundo, el mundo de la aventura superheróica.
En la psicología junguiana, la máscara es un arquetipo virtualmente reciente en la historia del desarrollo de la consciencia,
el cual refiere a nuestra capacidad adaptativa de asumir diversos roles sociales en distintos contextos en los cuales no
siempre podemos mostrarnos como somos realmente. El hecho de que en las mitologías antiguas los héroes no tengan
una segunda identidad puede entenderse justamente como parte de este desarrollo cultural de la consciencia, en el cual el
lugar del individuo ha ido cambiando radicalmente dentro del orden social: en la antigüedad, en la que el concepto de
individuo es más bien vacuo cuando no inexistente, el héroe mítico encarna la figura del líder o rey, asumiendo la
individualidad por el grupo colectivo. En los tiempos democráticos de la modernidad, los individuos se han multiplicado. De
esta manera, la máscara del superhéroe porta, como señala el sociólogo Guillermo Sly un mensaje simbólico: “La
traducción es que el hombre individual, el self made man americano o cualquiera puede llegar a ser un superhéroe” (Sly,
“Sobre el héroe y sus mascaras”, 2006).
III. Uniforme distintivo y perfección anatómica.
Como uno de los rasgos más distintivos del género, el alter-ego del superhéroe está vinculado siempre a un disfraz que lo
distingue como tal, ocultando su identidad secreta, siendo generalmente un traje ajustado de colores llamativos y una
capa. En tanto encarnación simbólica de un ideal social, el héroe (o heroína) debe ser integralmente perfecto, no solo en
sus valores, sino también en su fisonomía. El físico del superhéroe, en el fondo, no se alejará tanto de los cánones
grecolatinos. En la historia del arte, el héroe clásico se representa prácticamente siempre desnudo o semidesnudo, a fin de
resaltar su esplendor físico. La función del uniforme del superhéroe pegado al cuerpo parece ser la de representar la clásica
fisonomía apolínea del héroe, preservando la “decencia” de las vestimentas.
IV. Sentido de Justicia y Sistema de Valores:
“Batman, Superman o Spiderman son justos y hacen justicia. Son capaces de superar sus inclinaciones y sus deseos y
entregar sus vidas al servicio de la sociedad (…) en eso consiste ser superhéroe: no bastan poderes especiales para serlo,
sino que también hay que saber cómo usarlos, y esto es, probablemente, lo que atrae la atención (y la identificación) del
público de este género. Superman no es Superman por poder volar sino porque vuela para hacer el bien.” (Miguel Tovar,
“Superhéroes, psicoanálisis y moralidad”, 2007).
Como veíamos en la tercera parte, el código de conducta del superhéroe, a diferencia de los héroes míticos de la
antigüedad, se encuentra implícitamente anclado en una moralidad judeocristiana, emparentándolo nuevamente con el
caballero andante medieval: altruismo, sacrificio, piedad, sentido de justicia y autocontrol serán los valores centrales de los
superhéroes, convirtiéndolos en verdaderos ejemplos de rectitud moral, resplandecientes símbolos de inspiración
colectiva.
Desde otro punto de vista crítico, sin embargo, la búsqueda de justicia del superhéroe clásico puede ser considerada como
política e ideológicamente ingenua. A diferencia de los héroes prometeicos, revolucionarios, que se proponen cambiar el
status quo y modificar para mejor el orden existente, el superhéroe clásico es el primer defensor del orden establecido. Al
sustentarse su accionar en un sistema de valores democrático liberales, el superhéroe debe apegarse a la ley como modelo
de conducta. El propio accionar al margen de la ley del superhéroe suele estar apoyado por las autoridades o el consenso
social, funcionando como una especie de para-policía legitimado socialmente. Aun en los casos en que la opinión pública o
las autoridades no apoyen sus andanzas (como es el caso de Batman o Spider-Man), puede afirmarse que sus acciones
siguen estando en función del sistema.
Y en este sentido podría objetarse, como lo hace Pedro Granoni en su artículo “Justicieros del Imperio” (2010), que el
superhéroe “defiende un orden económico capitalista, donde rige la propiedad privada de los medios de producción y la
distribución desigual de la riqueza (…) sus poderes garantizan la reproducción de dicho orden burgués”. La legalidad del
sistema siempre triunfa al final, significando una restitución del orden social alterado al inicio del relato, convirtiendo al
género, desde esta lectura, en literatura tranquilizadora, socialmente integradora, que no deja espacio para el
cuestionamiento de las estructuras sociales. O como señala Umberto Eco: “Superman es prácticamente omnipotente (…)
un hombre que puede producir trabajo y riqueza en dimensiones astronómicas y en unos segundos, se podría esperar la
más asombrosa alteración en el orden político, económico, tecnológico, del mundo. Desde la solución al problema del
hambre, hasta la roturación de todas las zonas actualmente inhabitables del planeta. Sin embargo, cuando no debe
defender al planeta de amenazas exteriores, la acción heroica de Superman se limita solo a actuar como agente de la ley”.
(Eco, Apocalípticos e Integrados, 1965).
En sus formas más claramente norteamericanas, el superhéroe se presenta como el defensor del american way life (caso
explicito en las versiones más clásicas de Superman y en el Capitán América). Durante los años de la segunda guerra, la
identidad patriótica de los superhéroes estuvo claramente evidenciada, cuando sus principales enemigos eran los nazis.
Posteriormente serían rusos, japoneses o terroristas de algún país ficticio ubicado en medio oriente. No será casual que
algunos de los superhéroes más icónicos lleven los colores de la bandera estadounidense: Wonder Woman, Superman,
Spider-Man y, obviamente, el Capitán América.
Sin embargo, con la exportación cada vez más sistemática de estos personajes, especialmente a través del cine y la
televisión, y la necesidad de que encarnen ideales de moralidad más globales que meramente locales, los superhéroes se
han ido tornando con el paso del tiempo gradualmente más universales, como podemos ver reflejado en el número 900 de
Action Comics (publicado este año) en el que Superman toma la decisión de abandonar su ciudadanía estadounidense para
convertirse en ciudadano del mundo.
Desde los años 80 hasta nuestros días, tomando la publicación del Watchmen de Alan Moore como punto de quiebre
paradigmático en los relatos de superhéroes, los conflictos morales e ideológicos de estos se han complejizado, acaso como
sus propios lectores y como la cosmovisión social en general se han ido complejizando psicológicamente con el correr de
las últimas décadas. Incluso podría hablarse de un cierto despertar de la inocencia política de los superhéroes clásicos, con
historias como Kindome Come de DC o Civil War de Marvel, en las cuales se trata el problema de la libertad de acción de los
superhéroes en relación al estado democrático en el cual funcionan.
Por otra parte, no podemos dejar de tener en cuenta que la lectura crítico-política de los relatos de superhéroes si bien
puede constituir un valioso acercamiento que ponga en evidencia cuestiones implícitas de profunda relevancia ideológica,
puede también convertirse fácilmente en mero reduccionismo cultural cuando se propone como la única lectura posible.
En muchos casos, quizás sería más adecuado hablar de una ingenuidad ideológica subyacente en los relatos de superhéroes
(inconsciente incluso para sus propios autores) antes que de una intención de filtrar deliberadamente contenidos políticos
en relatos que se presentan como ideológicamente inocentes. Pero condenar la totalidad del valor simbólico de un relato
de superhéroes por estas ingenuidades (como parecen haber tratado de hacer algunos) significa soslayar todas las
dimensiones de la obra a una sola, mutilando en el proceso su propio sentido. Sin ignorar esta aproximación crítica,
deberíamos tratar de ir más allá de ella, destacando precisamente el valor en el que este género presta especial atención:
el tema del héroe. Veríamos entonces que los relatos de superhéroes han funcionado (y aún funcionan) maravillosamente
como una legítima forma moderna de ese mismo mito que ha fascinado e inspirado la imaginación humana desde los
tiempos más antiguos: el del arquetipo del héroe.
Dentro de esta nueva forma del mito, existe un tipo heroico que por su particularidad y complejidad, merece una
distinción especial: el superhéroe sombrío, también llamado antihéroe. En la próxima parte exploraremos este particular
mitema, partiendo de su ejemplo más popular y representativo: Batman, el Caballero Oscuro.
Superhéroes: Mitología Moderna (Quinta Parte: Batman, El Héroe en la
Sombra)
A DIFERENCIA DE SUPERMAN, ARQUETIPO DE LA LUZ, BATMAN ESTÁ LIGADO A LA OSCURIDAD Y AL PROCESO CHAMÁNICO
DE ASIMILAR LA SOMBRA Y EL DOLOR PARA CURAR, ASI COMO LA INCORPORACIÓN DE UN ESPÍRITU ANIMAL, FUENTE DE
UNA FUERZA EXCEPCIONAL
POR: CHRISTIAN BRONSTEIN - 16/07/2012 A LAS 23:07:57
“Como hombre de carne y hueso puedo ser ignorado o destruido, pero como símbolo… como símbolo puedo ser
incorruptible, puedo perdurar.”
Bruce Wayne, Batman Begins.
I. La luz y la sombra
“Son como el ying y el yang. Uno es oscuro y misterioso, el otro es brillante y aventurero”. Casi de la misma manera en que
un junguiano habría descrito metafóricamente la esencia arquetípica de la tendencias a la introversión y a la extroversión
en el psiquismo humano, el dibujante Dave Gibbons definía con estas palabras la relación entre Batman y Superman, los
dos icónicos superhéroes por antonomasia. Al igual que Superman, la aparición de Batman en los comic-books significó un
quiebre total en la historieta norteamericana, específicamente en la historieta clásica de detectives, a la que paso a
desplazar casi por completo, y, al igual que el kriptoniano, influyó en la gestación de toda una nueva generación de héroes.
Mezcla de Drácula y El Zorro, pero con claras influencias de “La Sombra” (su predecesor directo), Batman sintetiza los
elementos esenciales de estos tres, incorporando su propia y significativa particularidad. Al igual que Lamont Cranston (La
Sombra) y Diego de la Vega (El Zorro), Bruce Wayne (Batman) es un millonario que se dedica a combatir el crimen por sus
propios medios, actuando fuera de la ley y utilizando para ello una doble identidad. Los tres personajes utilizan sus grandes
recursos económicos, elevada inteligencia y habilidades atléticas, de subterfugio y de combate (El Zorro el esgrima, La
Sombra las armas de fuego y Batman las artes marciales) para luchar contra sus enemigos, ocultando su identidad por
medio de un antifaz, disfraz o una máscara. Pero la máscara no es simple ocultamiento, sino que es el rostro de la identidad
heroica del personaje, una identidad que habitualmente el mismo considera más real que su identidad pública.
Estos elementos (la máscara, el subterfugio y el actuar fuera de la ley y del reconocimiento público) convierten a estos
personajes en “antihéroes”, termino bastante impreciso que refiere a un tipo de héroes que es menos representativo de la
moralidad pública que de un propio sentido de justicia. Este llamado antihéroe, que aquí llamaremos superhéroe sombrío,
se acerca más en realidad a los héroes del policial negro, hombres justos que actúan en un sistema legal, político y social
que no funciona, y se ven obligados a regirse por un código ético personal.
Desde una lectura sociopolítica, Superman y Batman pueden verse como las dos caras del Norteamérica: “Superman actúa
generalmente de día, sus colores son los de la bandera estadounidense, no tiene nada que esconder, aparece con el rostro
descubierto y representa a EEUU tal cual se piensa a sí mismo, fuerte, poderoso e invencible. Batman en cambio actúa de
noche, con el rostro enmascarado, representa a su país tal cual es en la realidad, sus sombras y dudas nos permitirán
conocer la psiquis de los superhéroes.” (Granori, “Justicieros del Imperio”, 2010).
II. El superhéroe trágico
Casi todos los superhéroes sombríos comparten dos rasgos que los distinguen aún más del resto de los superhéroes del
comic. El primero es su humanidad. La mayoría de ellos no poseen fuerza sobrehumana ni poderes especiales sino que son
hombres de carne y hueso que se distinguen del resto de los hombres comunes por su extraordinario valor, determinación
y voluntad.
El segundo rasgo es que todos ellos se han convertido en héroes a partir de un hecho traumático que torció el rumbo de su
existencia. Batman, cuyos padres fueron asesinados frente a sus ojos siendo niño, convertirá este acontecimiento en el
sentido de toda su existencia, y actuará el resto de su vida movido por este. Análogamente, Punisher/Frank Castle padecerá
el asesinato de toda su familia; Daredevil perderá la vista en un accidente (que lo dotará al mismo tiempo de sentidos
aumentados); Rorschach habrá crecido arrastrando profundos traumas infantiles.
Todos ellos han asumido su identidad heroica como un destino fatal que no han elegido, sino que les ha sido impuesto.
Como el héroe de las antiguas tragedias griegas, el cual ya no era un dios o un semi-dios sino un extraordinario hombre
condenado a un destino funesto, el superhéroe sombrío se diferenciará del clásico superhéroe solar por su humanidad, su
dolor y su complejidad psicológica.
III. El arquetipo de La Sombra
“¿Sabes quién soy, basura? Soy la peor pesadilla que has tenido jamás, de las que te hacen llamar a gritos a tu madre.” Así
se presentaba a sí mismo Batman ante un criminal desesperado en la obra maestra de Frank Miller, El Retorno del
Caballero Oscuro.
Una característica que define tanto a Batman como a todos los superhéroes sombríos que surgirán posteriormente, como
Punisher, Daredevil o El Espectro, es la de encarnar una figura de terror que causa miedo en el corazón de sus enemigos.
Todos ellos pueden asociarse simbólicamente a un elemento terrorífico: la noche (Batman), lo diabólico (Daredevil), la
muerte (Punisher), lo fantasmagórico (El Espectro).
En la mitología griega existían unas figuras llamadas Erinias o Furias, las cuales tenían la función de impartir justicia
persiguiendo a los autores de un crimen (generalmente asesinato), y cuyo horroroso aspecto incluía cabellos de serpiente,
grandes alas negras y gritos aterradores, que causaban espanto a los perseguidos. El terror ante la persecución de estas
figuras espantosas constituía simbólicamente el sufrimiento y la tortura del alma del culpable frente a la consciencia de sus
propios crímenes o errores morales. Este motivo mítico es también arquetípico.
En la interpretación analítica de los símbolos existe un arquetipo llamado La Sombra. Jung lo considera una estructura
arquetipal formada por todos los contenidos reprimidos de la psique consciente. La Sombra en general se presenta en
sueños (o en narraciones ficcionales) con la forma de un monstruo horrendo o una figura oscura vestida de negro que
persigue y acecha al culpable (la consciencia), obligándolo a enfrentarse a ella. En términos poéticos, La Sombra es el
espejo en donde se reflejan los aspectos más oscuros de nosotros mismos.
IV – La Transformación Chamánica:
Una de las formas más antiguas del arquetipo del héroe es la del chamán. En todas las culturas tradicionales, el chamán es
aquel que ha llevado a cabo el viaje heroico a los otros mundos y ha vuelto transformado portando un conocimiento y un
poder esencial para el bien de la tribu. Para convertirse en chamán, el iniciado debe pasar por una serie de pruebas muy
difíciles que involucran descender hacia las sombras más oscuras de su propio ser y atravesar profundas crisis internas, en
las cuales está siempre presente el peligro de la desintegración del alma (o lo que es lo mismo, la locura y la muerte).
El chamán ha sido también llamado tradicionalmente “el sanador herido”, ya que solo a través del conocimiento de sus
propias heridas podía este tener el conocimiento para sanar a los otros y el poder para hacer el bien. Como señala el
investigador de chamanismo José María “El contacto con el dolor y la muerte constituyen un modo poderoso de exposición
al conocimiento o a la necesidad de saber acerca de situaciones críticas… sus cicatrices son señales de su transformación en
el camino del conocimiento para sanar” (Poveda, Chamanismo, el arte natural de curar 1997).
Otro aspecto de la dimensión chamanica en el superhéroe en general, y en el héroe sombrío en particular, lo constituye el
arquetipo de lo teriomorfico, el cual está en la fuente de los poderes (literales o simbólicos) de muchos de estos
personajes, así como de sus antítesis, los supervillanos. Lo teriomorfico hace referencia a una fusión entre lo humano y lo
animal, y puede rastrearse hasta las mitologías más antiguas de la humanidad. En las eras prehistóricas, el héroe
chamánico buscaba la conexión con las fuerzas telúricas (instintivas) de los poderes animales. Al colocarse la máscara de su
animal de poder, el chamán asumía los poderes de este. Al respecto, el mitólogo Esteban Ierardo menciona: “El héroe se
identifica con lo animal, y de ahí le viene su fuerza excepcional. Hay que ver en esta posible identificación un proceso por el
cual el héroe es capaz de trascender los límites de lo humano y recuperar su relación con fuerzas más arcaicas que
trascienden a la razón”. Batman, Wolverine, Wolverine, Aquaman, Hawkman y Catwoman son algunos ejemplos de este
arquetipo presente en la imaginación heroica posmoderna.
En el mito del superhéroe trágico, vemos como esta dimensión chamanica y autotrascendente constituye la diferencia
substancial entre este y el héroe trágico de la antigüedad. Si la historia del héroe trágico culmina en su ineludible condena,
la del superhéroe sombrío nace con esta. La particularidad del superhéroe sombrío radica en que a partir de su tragedia
personal él ha constituido su virtud. En lugar de ser consumido por ella, el superhéroe sombrío se convierte en un héroe
por la propia fuerza de la tragedia que traza su destino. Asumiendo su Sombra (su obsesión, su ira, sus temores, su locura),
se convertirá el mismo en una furia, en un monstruo, en un ser mitológico. Se transformará, como el chamán al ponerse la
máscara de su animal totémico, en algo más que humano, en un símbolo arquetípico. En términos junguianos: “Un jefe
primitivo no solo se disfraza de animal; cuando se aparece con su disfraz completo de animal “es” el animal. Aún más, es un
espíritu animal, un demonio terrible (…) La función de la máscara es la misma que la del originario disfraz animal. La
expresión humana individual queda sumergida, pero, en su lugar, el enmascarado asume la dignidad y la belleza (y también
la expresión horrible) de un demonio animal. En lenguaje psicológico, la máscara transforma a su portador en una imagen
arquetípica” (Jung, El Hombre y sus Símbolos, 1961).
Podemos imaginar así, como Alan Moore imaginó, a este oscuro héroe repetir para si mismo las terribles palabras de
Nietzche: “No luches contra monstruos, conviértete en monstruo. Si miras al abismo, el abismo te devuelve la mirada.”
Llegados a este punto, creemos que puede hablarse sin dudas de una continuidad arquetípica entre la mitología antigua y
el mundo imaginativo de los superhéroes de la posmodernidad. En la última parte utilizaremos este enfoque simbólico
como plataforma para dar un salto cualitativo, de la ficción al mito, y del mito… al reino de los dioses.
Superhéroes: Mitología Moderna (Última Parte: El Retorno de los Dioses)
LA ENTREGA FINAL DE LA SERIE QUE ANALIZA SOS SUPERHÉROES DE LA CULTURA POP DESDE LA PSICOLOGÍA ARQUETIPAL
DE JUNG, CIERRA ABRIENDO LAS PUERTAS DEL PANTEÓN: LOS ANTIGUOS DIOSES PERSISTEN EN NOSOTROS, SON PARTE DE
NUESTRA PROPIA, PSIQUE, PUENTE CON EL ORIGEN.
POR: CHRISTIAN BRONSTEIN - 31/08/2012 A LAS 15:08:57
Superhéroes. Hoy en día, todavía. ¿Para qué necesitamos esta fantasía?
Hombres y mujeres con poderes sobrenaturales y estrambóticas vestimentas… ¿no nos hemos elevado ya, o deberíamos
elevarnos de una vez, por encima de estos ingenuos sueños infantiles? ¿No son acaso símbolos del imperialismo mítico con
el que el gran país del norte, luego de colonizar nuestras economías, quiere colonizar nuestra imaginación, importándonos
sus ídolos? ¿No hemos madurado o deberíamos madurar de una vez para afrontar nuestras condiciones existenciales sin la
necesidad de seguir bebiendo de iconos extranjeros de capas y colores gastados? ¿No son acaso más que productos en la
estantería del mercado, numerosos ejemplos de la decadencia de nuestra propia cultura? ¿Tenemos derecho aún de
disfrutar, identificarnos, sentirnos enriquecidos o conmovidos por cualquier cosa que salga de una mitología como esta?
Las cinco partes precedentes que componen este análisis constituyen un intento de pensar estas producciones culturales
desde una perspectiva diferente de la que han sido pensadas habitualmente. De pensarlas no sólo en su traducción –a
veces forzada, casi siempre reduccionista- en términos políticos e imperialistas. Considerarlas no sólo en sus rasgos
meramente locales (norteamericanos) ni como producciones meramente personales de sus autores, ni tampoco como
mecanismos meramente deliberados de control ideológico o imposición cultural. Sin negar la realidad e importancia de
estas lecturas, plantear, de ser posible, una perspectiva más profunda. Verlas, más bien, como manifestaciones
paradigmáticas de una época (la posmodernidad despojada de mitos) y de una cultura colectiva que, trascendiendo los
límites de EEUU y de America, podríamos identificar más ampliamente como la de las sociedades industriales
contemporáneas. La concepción jungiana de los arquetipos universales y el concepto de símbolo -en tanto representación
surgida de un inconsciente personal y colectivo- nos ha servido de lámpara hermética para recorrer este camino, y creemos
haber abierto un paisaje de su expresión en esta particular manifestación popular de la imaginación de nuestra época.
Desde el punto de vista de la psicología arquetipal, podría decirse que toda la historia de la especie humana puede ser
pensada a partir de las relaciones que esta ha establecido con sus fantasías. Es decir, con sus símbolos arquetípicos, con sus
dioses. Desde la antigüedad más remota la humanidad ha contemplado el mundo como poblado de dioses: figuras
sobrehumanas que personifican fuerzas o atributos universales. Esas manifestaciones del folklore universal que la
modernidad ha llamado “mitos” no son otra cosa que sus historias vivientes, el registro extraordinario de sus hechos. Y
como hemos visto, desde el punto de vista de la psicología arquetipal, existe en estos relatos míticos un valor simbólico –
no literal – que constituye un alimento indispensable para la cultura. “Para nosotros es difícil creer en la realidad de los
dioses, héroes y heroínas del mito porque damos muy poco crédito a la realidad metafórica. Al llamar a los dioses
“arquetipos” Jung confiaba en volverlos aceptables para la mentalidad científica. De este modo, corría el riesgo de
hacernos olvidar que los dioses no se manifiestan en abstracciones. Llegan a nosotros en imágenes concretas de sueños e
imaginaciones, como personas o símbolos personificados. Todo lo que sabemos, dirá Jung “es que sin ellos parecemos
incapaces de imaginar… Si nosotros los inventamos, lo hacemos según los modelos que ellos nos dictan” (Harpur, El Fuego
Secreto de los Filósofos, 2002).
En sus Olimpos posmodernos, los superhéroes o nuevos dioses kyrbinianos reencarnan a los inagotables arquetipos de lo
inconsciente en una nueva y compleja mitología. Pues es en los imaginarios e inagotables territorios de la fantasía en
donde la psique revela simbólicamente su multifacética naturaleza arquetipal. Como Jung señaló: “Si usted está en busca
del alma, vaya en primer lugar a las imágenes de su fantasía, pues así es como la psique se presenta directamente”. No
debemos ver nuestras ficciones fantásticas simplemente como recreaciones conscientes de los mitos clásicos ni relatos
posmodernos que beben de la nostalgia de las viejas mitologías, son de hecho nuestros mitos, están hablando de nuestro
mundo interior colectivo, son expresiones vitales del alma de nuestra cultura. Los mundos simbólicos de la ficción
fantástica, lo más cercano a los sueños que nuestra imaginación consciente es capaz de producir, son el reino en el que los
arquetipos se representan ante nuestra consciencia de manera más clara, en el que los dioses asumen personalidades y
expresan sus dramáticas relaciones en todo su esplendor numinoso. A través de nuestras fantasías, los arquetipos
emergen.
En todas las mitologías patriarcales, que tienen al héroe y al soberano como centro de la cultura, los dioses son héroes
deificados, héroes que han sido elevados a una condición divina, y habitan, en su consagrada majestad, sobre el reino
secular de los hombres. Con una nueva lógica, nuevos valores, pero manteniendo el fecundo y prolífico politeísmo de la
psique, las nuevas formas arquetipales de los dioses están presentes en la polifacética mitología de los superhéroes.
Nuestros superhéroes no son otra cosa que los héroes divinizados de la última mitología de Occidente. Apolo aún se eleva,
brillante con el Sol, y esparce la justicia desde las alturas celestiales, o protege nuestra galaxia con la “llama verde” de su
luminosa voluntad. Hades sigue reinando sobre su inframundo, oscuro y solitario, desde las entradas cavernosas de la
tierra, esparciendo la venganza de las Erinias sobre calles sombrías y sin esperanza. Thor aún golpea con su trueno y
desintegra con un rayo las sombras enemigas de la noche. Hefesto sigue creando maravillosos artefactos, y vuela sobre los
cielos en una armadura invulnerable: su poder divino se ha convertido en el inagotable poder de la tecnología. Poseidón es
aún es el señor de los océanos, y su imperio se extiende por los siete mares. La sabiduría y la fortaleza femenina de Atenea
vive ahora en una poderosa guerrera amazona. Váli, el del arco perfecto, aún dispara sus miles de flechas. Ares y los
poderosos titanes habitan en la furia brutal y en la violencia telúrica e incontenible de un científico mutado por rayos
gamma. Hermes sigue siendo el más veloz de entre los dioses…
Estos llamativos ejemplos ilustran menos como las divinidades de las antiguas mitologías de Occidente viven disfrazadas en
nuestras fantasías postmodernas antes que como nuestra imaginación colectiva trabaja desde lo profundo reimaginando y
reelaborando sus símbolos arquetipales. Si algo nos enseñó la psicología junguiana ha sido a no confundir los símbolos con
los arquetipos. Porque los dioses que podemos imaginar y representarnos no son los arquetipos en sí mismos, sino sus
imágenes. Imágenes simbólicas, representaciones culturales de las estructuras arquetipales de la psique fraguadas en el
espíritu de nuestro tiempo sobre el espíritu de todos los tiempos que lo precedieron. Son, de hecho, una imagen viva de
nuestra psique colectiva, en el sentido más profundo de la expresión. Pero, en fin, ¿qué puede decirnos está mitología de
nuestra cultura, de nuestro tiempo, de nuestra alma contemporánea?
En primer lugar, nos dice que los héroes no están muertos. Que el arquetipo del héroe aún es relevante para nosotros. Nos
dice que su numinosa luz aún está viva en nuestra imaginación, que su idealismo resuena todavía en nuestra consciencia
posmoderna y sigue siendo significativo para nosotros. Aún ahora, en esta era de desconcierto y desorientación moral y
filosófica, carente de ideales absolutos, en crisis con todos sus valores y estructuras sociales, tambaleante entre un cinismo
pesimista y un individualismo superficial elevado a los cielos, en fragmentación (o vertiginoso redescubrimiento) de su
propio suelo ontológico, y en carencia de una causa o motivo común y colectivo que la unifique en una dirección
trascendente más allá del narcisismo consumista e insaciable en el que ha colapsado y que rápidamente la devora a si
misma, precipitándola a su propia extinción. Aún ahora.
O especialmente ahora. Justamente ahora.
A la luz de esta exploración simbólica que hemos realizado, podríamos entonces volver a pensar en las intuitivas palabras
del cineasta Guillermo del Toro: “El mundo necesita la mitología de los superhéroes… El péndulo de la fantasía va muy
ligado al de la realidad. En los tiempos más duros, con las realidades sociales más brutales, surgen nuevas fantasías, y éste
es uno de esos momentos. Este es un período política y humanamente muy desconcertante, en el que se ha producido un
serio retroceso en la línea ética de la humanidad como especie y se requiere de un replanteamiento de la existencia en
términos heroicos… la necesidad de crear ficción en un mundo que progresivamente se olvida del aspecto espiritual, que
no cree en la magia ni en las cosas abstractas y sólo en lo material y en lo inmediato”.
Existen dos modos principales, a mi parecer, de entender estas mitologías superheróicas, que pueden verse en realidad
como la cara pesimista u optimista del mismo fenómeno. El primero es como compensación: los héroes de nuestras
fantasías representan la falta de heroísmo e ideales de nuestra actitud consciente. Consumimos héroes para vivir en
nuestras fantasías lo que no nos atrevemos a llevar a cabo en la vida “real”.
Pero el segundo modo de entenderlas es opuesto y a la vez complementario al primero. Radica en contemplar las
imágenes de nuestra fantasía como símbolos necesarios que resuenan en nuestra consciencia para inspirarnos hacia
nuestro futuro desarrollo. “Las imágenes idealistas pueden ser útiles si se utilizan adecuadamente… Una manera adecuada
de utilizar los ideales es verlos no sólo como metas que deben ser alcanzadas sino cómo imágenes que nos guían o visiones
que proporcionan señales y direcciones para nuestras vidas y decisiones. Tales símbolos nos atraen para actualizarlos y
actualizarnos a nosotros mismos… Satisfacer esta demanda puede ser profundamente gratificante. No responder a ella
puede resultar no solo en una falta de crecimiento, sino en una especie particular de sufrimiento psicológico, una especie
de sufrimiento que a veces sigue sin ser reconocido… El psicólogo humanista Abraham Maslow las llamó “metapatologías”,
describiendo ejemplos como la enajenación, la falta de sentido y el cinismo, así como diversas crisis existenciales,
filosóficas, religiosas. Estos constituyen los mismos síntomas que han infestado de manera creciente a las sociedades
occidentales en las últimas décadas.” (Roger Walsh, “Human Survival & Consciousness Evolution”, 1994).
A lo largo de los artículos precedentes he intentado introducir una mirada sobre los relatos de superhéroes que sea capaz
de tender un puente entre estos y todas mitologías heroicas de la antigüedad. La psicología arquetipal, a mi parecer, nos
provee de una llave hermenéutica que permite explorar nuestras fantasías imaginativas desde un punto de vista más
profundo y más amplio, ayudándonos a tender ese puente hacia el otro lado. Porque es ese puente el que vincula los
sueños y las fantasías fascinantes de nuestra imaginación posmoderna con los sueños y las fantasías que fascinaron la
imaginación de todas las humanidades que nos precedieron. Es el puente que nos une al reconocimiento de la importancia
simbólica que estos sueños y fantasías han tenido y tienen todavía hoy para nosotros. En otras palabras, es el puente que
nos une a nuestra propia alma.