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UNIVERSIDAD NACIONAL DE INGENIERIA FACULTAD DE INGENIERIA QUIMICA SOCIOLOGIA Y ETICA SUICIDIO ASISTIDO: ARGUMENTOS A FAVOR. Presentado Por: Katherine Centeno Keren López Anielka Mendez Docente: Argentina

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Suicidio Asistido

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UNIVERSIDAD NACIONAL DE INGENIERIA

FACULTAD DE INGENIERIA QUIMICA

SOCIOLOGIA Y ETICA

SUICIDIO ASISTIDO: ARGUMENTOS A FAVOR.

Presentado Por:

Katherine Centeno

Keren López

Anielka Mendez

Docente:

Argentina

Managua, 23 de septiembre del 2015

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Suicidio Asistido:Argumentos A Favor.

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Es importante reconocer que si se han desatado tantos pedidos por suicidios voluntarios asistidos es porque hay serios problemas en nuestro sistema de salud. En los últimos treinta años, más o menos, la noche oscura del progreso de la medicina ha infundido entre muchas personas el temor a una muerte solitaria e inhumana. Se preocupan por que vayan a ser entubados en contra de su propia voluntad en nombre de una tecnología médica que no les beneficiaría, y que solamente serviría para prolongarles el sufrimiento. Se preocupan por un gran número de personas encargadas de su cuidado que son indiferentes, y también se sienten angustiados por llegar a padecer dolores que estarían fuera de su control. Se preocupan igualmente por llegar a encontrarse en una cama de hospital, separados de sus familiares y seres queridos, cuyas muestras de cariño y apoyo necesitan desesperadamente. Pero el suicidio asistido y la eutanasia son las respuestas equivocadas a estas preocupaciones tan realmente palpables.

El proceso de morir puede ser una gran experiencia de gracia santificante, no solamente para las personas que pasan por esta experiencia, sino también para todos cuantos han sido llamados a ofrecerles cuido y cariño. La tradición católica siempre ha considerado la práctica del cuido de los enfermos y los moribundos una obra de misericordia corporal, así como también lo son el ofrecerle alimento a los hambrientos y el visitar a los presidiarios. Es una expresión de nuestra solidaridad con los seres más vulnerables que se encuentran a nuestro alrededor, y es también una intensa revelación de que ni siquiera su dignidad fundamental ni la nuestra, dependen del poder ni de la independencia de los hombres. La dignidad de cada uno de nosotros radica en el hecho de que hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios.

El punto central del argumento sobre la prohibición moral del suicidio asistido y la eutanasia se basa en la intención o el propósito del agente. La intención que tenemos al llevar a cabo dicha acción revela la naturaleza fundamental de nuestros actos, y el papel que dicha intención juega en ayudar a formar nuestro carácter. Un médico puede recetarle narcóticos a un paciente incurable con el propósito de arrestarle la respiración y así acelerarle la muerte –o puede hacerlo con el propósito de aliviarle un dolor insoportable en la única forma posible de hacerlo. El primer acto es un caso de eutanasia, incompatible con el verdadero significado de lo que constituye ser médico, y el segundo, es un ejemplo de su verdadera misión.

El suicidio asistido y la eutanasia son moralmente incompatibles con la visión de una buena muerte que nos presenta la tradición católica. Pero en una sociedad pluralista como la que tenemos en Estados Unidos, ¿habrá razones sólidas y no-sectarias que se opongan a la legalización del suicidio asistido? Seguramente que sí. En el año 1994, el Equipo de Trabajo Investigativo sobre la Vida y la Ley, en el estado de Nueva York, compuesto por expertos con diferentes puntos de vista sobre la moralidad del suicidio asistido y la eutanasia, unánimemente llegó a la conclusión de que estas prácticas deberían permanecer prohibidas legalmente. El Informe del Equipo de Investigación concluyó: "Creemos que dichas prácticas llegarían a convertirse en un gran peligro para grandes segmentos de la población.... Los riesgos se extenderían a todos los individuos que se encuentran enfermos. Y serían más graves para aquellos cuya autonomía y bienestar están ya comprometidos por la pobreza, la falta de acceso a buenos cuidados médicos, o a aquellos que pertenecen a un grupo social que ya se encuentra estigmatizado".

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Hay una gran preocupación es que el suicidio asistido por un médico se utilice para disminuir el costo de los tratamientos médicos. En la última década hemos visto crecer los esfuerzos por controlar el costo de los cuidados médicos, ya que éstos actualmente consumen un catorce por ciento del producto bruto doméstico. El costo del cuidado de los pacientes incurables se ha estimado en una cantidad de alrededor del diez por ciento de los gastos de seguro médico de la nación. Esto llega a ser un consumo estimado del veinte y siete por ciento del presupuesto del programa de Medicare. Cuarenta por ciento de esa cantidad se incurre en gastos durante el último mes de vida de un paciente de edad avanzada. Y, por consiguiente, se ha llegado a argumentar, que una decisión tomada a favor del suicidio asistido, podría economizarle a los programas federales y a los programas privados de salud, una cantidad substanciosa de dinero.

Hay dos problemas relacionados con el análisis de Emanuel/Battin. Primero, ellos predicen el número de personas que buscarán el suicidio asistido basado en datos procedentes de Holanda, donde la práctica de la eutanasia es muy común aunque técnicamente ilegal. También usan estadísticas que predicen el momento de la decisión de terminar con la vida de un paciente. Pero se duda que el suicidio asistido en Estados Unidos seguirá el curso que ha tomado en Holanda, simplemente porque ambas sociedades son muy diferentes. La sociedad holandesa se caracteriza por su población homogénea; sus ciudadanos son los beneficiarios de una gran cantidad de servicios sociales, incluyendo cuidados de la salud completos, educación universitaria y concesiones muy generosas para las ausencias a causa de necesidades familiares. Además, su sistema médico todavía protege la relación estable del médico con sus pacientes; muchos doctores en Holanda todavía hacen visitas médicas a las casas. En Estados Unidos , sin embargo, muchas personas no tienen seguro médico adecuado. Ni ellas ni sus familias pueden depender de la extensa red de servicios sociales para que las ayude a enfrentarse a las dificultades de una enfermedad incurable.

En definitiva, los pacientes incurables puede que tengan una variedad de razones para buscar el suicidio asistido o la eutanasia y de planificar su decisión según esas razones. En Holanda, se da el caso de que las consideraciones financieras tienen poco o ningún efecto ya sea en elegir o en planificar la decisión del paciente para terminar con su vida, porque el costo de proporcionarle los cuidados médicos no son causa de bancarrota, ni tampoco ponen en peligro la posibilidad de proporcionar a la familia y a sus hijos educación universitaria u otros beneficios. En Estados Unidos, sin embargo, consideraciones de financiamiento, como también otras consideraciones puedan ser las que motiven la opción del suicidio asistido.

Muchos proponentes del suicidio asistido también asumen que los médicos animarán a sus pacientes a posponer el suicidio hasta que no haya otra alternativa. Pero en el creciente mundo de los cuidados de salud administrados, esto puede ser una presunción con consecuencias letales. En los cuidados de salud administrados, muchos proveedores de cuidados de la salud pierden dinero en vez de beneficiarse de los pacientes que requieren tratamientos extensos. Aunque algunos estudios han mostrado que los jóvenes generalmente en buena salud pueden beneficiarse con los cuidados administrados, los que están al margen de la sociedad no tienen la misma suerte. Los pobres y los que sufren de problemas de salud complicados, tales como los ancianos incurables, los pobres y las minorías, y personas discapacitadas, tienen mucha dificultad en tener acceso a las HMO.

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¿Qué sucedería si le añadimos el suicidio asistido a esta larga lista de problemas? Especialmente para aquéllos que ya son víctimas vulnerables, el efecto sería lo mismo que tirar una antorcha en un barril de aceite. Bajo los programas de salud administrados, los médicos y los proveedores de servicios de salud podrían encontrar incentivos financieros para alentar a los pacientes incurables a que lleguen a considerar darle fin a su vida antes de incurrir enormes gastos en su plan de salud. Esta consideración se puede llevar a cabo en formas muy sutiles, incluyendo la preparación de un paquete normal de beneficios. Un plan de salud en el estado de Oregon, por ejemplo, cubre el suicidio asistido para pacientes incurables ($35-$75 por dosis), pero establece un límite de $1000 para sufragar los gastos de servicios hospitalarios. A los pacientes se les puede igualmente aconsejar terminar su vida de forma indirecta ya sea por el tono de voz del médico, o por la forma en que él o ella escoja para dialogar con el paciente sobre las diferentes opciones que tiene en cuanto al tratamiento necesario. ¿Cómo responderíamos la mayoría de nosotros, por ejemplo, si escucháramos al médico decirnos: "Te quedan solamente seis meses de vida, y no necesariamente van a ser los mejores. Solamente quiero dejarte saber que tienes la opción de evitarte todos esos problemas por medio del suicidio con asistencia médica. Es un proceso sin dolor, y es un derecho que tienes ante la ley?" A menos que no estemos dispuestos a supervisar todas y cada una de las conversaciones entre los pacientes con enfermedades incurables y sus proveedores de servicios de salud, no hay ninguna forma de evitar que se den tales consecuencias.

Además, la sociedad puede ejercer una continua presión sobre los pacientes con enfermedades incurables para que terminen su vida, llegando así a evitarles gastos "innecesarios" tanto a la sociedad como a sus familiares. Es probable que estas presiones vayan en aumento en los próximos años, ya que los "baby boomers" irán acercándose a la "tercera edad". La idea de utilizar el suicidio asistido como medio para controlar los gastos, cosa que anteriormente solía mencionarse en voz baja, se viene ahora expresando más abiertamente. En su libro más reciente, Derek Humphry, fundador de la Sociedad Hemlock, identifica el control de gastos como el "argumento silencioso" más usado para abogar por la causa del suicidio con asistencia médica. No será muy difícil para los proveedores de beneficios tener este argumento en mente y racionalizar así la manera en que lleguen a facilitarle al paciente la forma de escoger el suicidio asistido. Llegarán a reconocerla como una decisión beneficiosa tanto para el plan médico como para ellos mismos. El mismo Humphry sugiere que "El suicidio con asistencia médica es una situación que beneficia a todos".

El deseo de economizar dinero podría hasta eclipsar la preocupación de darle al paciente la opción para considerar un suicidio asistido. Humphry nos señala esta dirección: "¿No se emplearía mejor el dinero en tratamientos preventivos, en la medicina para los jóvenes, en la educación de la juventud de la nación, o mejor todavía, en los niños de la familia del propio paciente? ¿No debería existir, en realidad, un derecho a morir –una responsabilidad dentro del seno familiar– que aunque sea algo voluntario sea lo esperado?" No nos dejemos engañar: Un paciente de edad avanzada, vulnerable, con una enfermedad incurable, que toma la decisión de terminar su vida con un suicidio asistido, que se le ha presentado como un "deber," como "algo que se espera de él o de ella", y que constituye una "responsabilidad", NO ha hecho una decisión voluntaria. Prácticamente a él o a ella no se le ha dado la oportunidad de escoger.

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En conclusión, la motivación de controlar los gastos podría muy bien ejercer presión para multiplicar el número de pacientes elegibles para una muerte asistida. En primer lugar, ¿por qué no se permite la eutanasia voluntaria al igual que se permite el suicidio asistido de tal manera que las personas incapacitadas para tomar una dosis letal, podrían por lo menos ejercer su "derecho a morir". En segundo lugar, ¿por qué se les limita el derecho a los pacientes incurables, cuando hay muchos otros pacientes con enfermedades crónicas que tienen un historial por delante de un tiempo más largo de sufrimiento y de unos tratamientos costosos que tienen que sufragar? Y en tercer lugar, por qué se ha de limitar tal derecho solamente a los pacientes competentes? ¿No deberían las personas delegadas para tal propósito tener el derecho de escoger en nombre de los pacientes incompetentes que se encuentran sufriendo? Ha habido ya un caso de eutanasia en el estado de Oregon, en el que se encontraba envuelto un paciente que estaba físicamente incapacitado para cometer suicidio. Los oficiales del estado de Oregon aseguran que tienen que permitir una situación como ésta para asegurarle a las personas gravemente incapacitadas el poder tener "acceso" al suicidio asistido. Al extenderse así el "derecho a morir", igualmente se extienden las posibilidades de economizar dinero. Aquellos quienes abogan por los derechos de las personas con incapacidades, se encuentran alarmados y con razón, por el prospecto de una nueva ampliación al significado del derecho a morir. Ellos temen que esta nueva definición se convertirá en la obligación de morir, a la manera indicada por Derek Humphry. El barranco es muy hondo y resbaladizo. Y la tentación de economizar dinero le irá engrasando la caída pulgada a pulgada.

El camino a seguir

Nadie puede ignorar que nuestra sociedad necesita confrontar los retos que se van imponiendo a medida que los costos de los cuidados de salud siguen en aumento. Pero legalizando el suicidio asistido y la eutanasia, especialmente en el contexto de unos servicios de salud sin reglamentación, no es la forma correcta de resolver este problema. Esta forma de proceder radicalmente amenaza la dignidad equitativa de todo ser humano. Y ésta es una premisa básica de todo gobierno democrático. De igual manera, dicha determinación equivocadamente asume que el proceso de llegar a morir no puede jamás convertirse en una importante experiencia de vida tanto para las personas con enfermedades incurables como para todos sus seres queridos.

Por el contrario, nuestro deber reside en poner todos nuestros esfuerzos para asegurar que todos los miembros de nuestra sociedad tengan acceso a todos los cuidados básicos de salud. Dichos cuidados siempre deben incluir el proveerle alivio y controlar el dolor de todos los pacientes incurables. Los retos que imponen los costos ascendentes de los cuidados de salud no se pueden enfrentar de manera que le neguemos la dignidad fundamental a todo ser humano. No se pueden resolver de manera que se nos arranque la capacidad de responder a las necesidades de aquellos que más necesitan de nuestro cuidado. Este es un asunto tanto de justicia como de caridad. Como el Papa Juan Pablo II nos dice en su encíclica Evangelium vitae (EV): "El servicio de la caridad a la vida debe ser profundamente unitario: no se pueden tolerar unilateralismos y discriminaciones, porque la vida humana es sagrada e inviolable en todas sus fases y situaciones.... Por tanto, se trata de 'hacerse cargo' de toda la vida y de la vida de todos" (EV, 87). Este es el reto más fundamental de todos: el reto de vivir el Evangelio de la vida.

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Suicidio asistido: Ventajas: Para la sensibilidad moderna, el suicidio asistido ofrece una triple ventaja sobre la eutanasia tradicional, es decir: a) la acción letal aparece como una elección libre del paciente; b) la presencia del médico proporciona las adecuadas garantías de una asistencia profesional; pero c) sobre todo, poner fin a la vida se traslada a un plano éticamente menos comprometedor, parecido al de la renuncia a los tratamientos inútiles.

Ventajas * El fin del sufrimiento del paciente (aunque el dolor pueda controlarse mediante medicamentos dependiendo el caso) * No más sufrimiento familia al ver que el paciente está sufriendo * Las personas tienen el derecho de elegir libremente lo que desean * Es una forma de ayudar a los pacientes que solo viven conectados a una maquina, sin expectativas de vida, que han pasado por muchos procesos de recuperación, y solo quieren descansar. * Conservan su dignidad humana. * Que estará en paz el paciente Desventajas * Conflicto de culpabilidad * Conflicto religioso ya que la iglesia piensa que “Dios da la vida y por lo tanto solo a Él corresponde la potestad de quitarla” * que se va a extrañar a la persona * que uno sabe que la muerte no será natural * Decisión tomada por alguien que probablemente no está en completo uso de sus facultades * que te equivoques y esa persona logre vivir % ¿Acuerdo o desacuerdo de parte de los médicos? Un grupo de investigadores (entre los que se encuentran dos integrantes del Colegio de Bioética) realizaron el año pasado una encuesta en una muestra de 2097 médicos de diferentes especialidades, empleados por el Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado (ISSSTE).Los resultados de esta investigación serán publicados por la revista Archives of Medical Research. Las preguntas que respondieron los médicos indagaban sobre dos situaciones en que se puede considerar la muerte médicamente asistida: 1) Cuando un paciente tiene un sufrimiento intolerable a causa de una enfermedad y solicita a su médico ayuda para morir. 2) Cuando un paciente se encuentra en estado vegetativo persistente y sus familiares solicitan al médico que retire el o los tratamientos para que el paciente muera.

Brittany Maynard, la joven con cáncer terminal, se suicidó| RPP

El caso de la estadounidense Brittany Maynard, la joven con cáncer terminal que le puso fecha a su muerte a través del suicidio asistido, ha reavivado el debate sobre esta práctica que, pacientes en su condición, llaman una “muerte digna”.

En Estados Unidos (EE.UU.) esta práctica es legal solo en cinco estados: Oregón, Washington, Montana, Nuevo México y Vermont.

La joven, residente de Oakland (California), se trasladó junto a su familia al vecino estado de Oregón para cumplir su deseo de morir el 1 de noviembre, la fecha que ella había decidido.

¿QUÉ ES EL SUICIDIO ASISTIDO?

Consiste en la ayuda o asistencia a otra persona que desea terminar con su vida, habitualmente mediante medicamentos. La ayuda puede ser facilitada por profesionales médicos, enfermeras u otras personas.

Algunos países europeos como los Países Bajos y Bélgica han regulado al suicidio asistido como una atribución de los profesionales de la medicina y la enfermería. En cambio, Suiza permite tanto el

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suicidio médicamente asistido como el auxilio al suicidio, es decir, cualquier persona puede ayudar a otra a suicidarse sin consecuencias jurídicas.

DIFERENTE A LA EUTANASIA

La diferencia entre eutanasia y suicidio asistido no radica en el medio que se emplea para lograr la muerte, sino en el sujeto que la lleva a cabo. En la primera, otra persona es el agente activo respecto de quien la solicita; en el segundo, el paciente es el sujeto activo, asistido y aconsejado por un médico.

Tampoco debe confundirse con la inducción al suicidio, que consiste en quebrar la voluntad de la persona, que no deseaba suicidarse, para que lo haga.

1. Introducción. Sobre los criterios de autonomía y daño.

Una cuestión tan compleja como la regulación jurídica (ante todo, jurídico-penal) de la eutanasia, requiere una argumentación atenta a los matices, es decir, que no caben afirmaciones simplistas. Y, sin embargo, creo que se pueden avanzar dos tesis básicas, antes incluso de entrar en el terreno de las razones de justificación de la existencia de un derecho a la eutanasia y al suicidio asistido (y no sólo de la despenalización de lo que sigue calificándose como “auxilio al suicidio”), que es el propósito de estas páginas.

La primera tesis sostiene que el núcleo del debate es la cuestión de la autonomía. En un sentido doble: ante todo, porque ese de la autonomía (y no el abstracto y tantas veces retórico principio de “dignidad”) es el valor central que el Derecho debe tener en cuenta; máxime si hablamos de la intervención del Derecho en una sociedad pluralista. Esto es, que la insistencia en el valor de autonomía no sólo no se opone a la dignidad (conectada a su vez con la <santidad> o carácter <sagrado> de la vida), sino que, por el contrario es la autonomía la que permite hablar de dignidad. Por eso, en segundo término, la regulación de la eutanasia (y del suicidio asistido) que el Derecho puede y, a mi juicio, debe hacer, encuentra su sentido y límite en el ámbito de la capacidad de ejercicio de tal autonomía individual. A mi juicio, tienen razón quienes subrayan que precisamente es una consecuencia del avance desde la práctica de la medicina que considera al enfermo como sujeto pasivo, “objeto del quehacer médico”, a una concepción respetuosa con el carácter de sujeto de derechos que debe ser reconocido al enfermo.

La segunda, que el único límite a la disposición de este derecho viene dado por la muy conocida tesis de Mill acerca del daño. Es la idea de daño y muy específicamente el daño a tercero, la sola justificación aceptable de la interferencia en el ámbito de la autonomía individual, de la libertad.

Parto de esas tesis para sostener que el derecho a la vida implica una libertad en el sentido fuerte que el término tiene como uno de los status deónticos con los que se precisa la noción de derecho subjetivo: afirmo que el derecho al suicidio es una libertad de todo individuo, en ese sentido fuerte. Precisamente por eso, a fortiori, como trataré de argumentar, tanto la eutanasia como el auxilio al suicidio, demandados libremente por el individuo al que se prestará tal ayuda, no sólo no son un mal punible, sino que forman parte del ejercicio de ese derecho. O, dicho en los términos que sostiene precisamente el ideario de la Asociación DMD, “no se puede hablar de dignidad en la muerte –ni en la vida- si no se tiene la libertad de decidir.

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2. El derecho a la vida no es un derecho sagrado, ni absoluto, ni un deber.

En todo caso, para fundamentar la conclusión que acabo de proponer, hay un argumento previo que presentaré en los conocidos términos en los que lo formula. Me refiero a la tesis que insiste en que el derecho a la vida, ese que se asegura es el primer derecho y del que somos titulares todos los seres humanos, no es un derecho sagrado, no es un derecho absoluto y tampoco es un deber. Y ello porque me sumo a las razones expuestas por quienes sostienen que el primer y más valioso de nuestros derechos, de los que somos titulares todos los seres humanos, es el de autonomía, el de libertad y que ese es a su vez el verdadero fundamento de lo que, de forma más o menos retórica, denominamos dignidad.

Por lo que se refiere al derecho a la vida (que, cronológicamente, claro, es la pre-condición de todos los derechos, porque si no hay sujeto difícilmente puede haber atribución, titularidad de derechos) propongo aceptar que se trata, en efecto, de un bien del que somos titulares y, por tanto, del que podemos disponer siempre y cuando ese acto de disposición no cause daño a terceros. Por tanto, conforme al derecho de libertad o autonomía, entra en nuestra capacidad de disposición de ese derecho a la vida el decidir ponerle fin, si no causamos daño a tercero. Lo enunciaré así: porque tenemos derecho a la vida, tenemos un derecho al suicidio y a fortiori un derecho a la eutanasia y al suicidio asistido. Comparto, según es evidente, los argumentos de Hume sobre el derecho al suicidio y los de Camus, que lo consideraba el único problema serio filosóficamente hablando y al que dedicó páginas imprescindibles en Le Malentendu y en El Mito de Sísifo, para concluir que el suicidio es también el mayor acto de libertad digno de ese nombre.

Así entendido, me parece evidente que el derecho a la vida no puede ser entendido como un derecho sagrado en el sentido religioso-trascendente y por tanto indisponible por parte de los individuos, sino sólo quizá analógicamente, en el sentido en el que por ejemplo habla Ronald Dworkin del valor sagrado de la vida, tal y como lo explica Manuel Atienza.

Me parece claro que sólo hay dos argumentos desde los cuales sostener ese carácter indisponible. El primero y más frecuente atribuye la condición de sagrado (insisto, en el sentido religioso-trascendente) al derecho a la vida porque arranca de la creencia en concepciones teológicas o religioso-trascendentales conforme a las cuales el derecho a la vida es un don sagrado que nos ha concedido la divinidad y, por tanto, es indisponible porque sólo Dios tiene esa titularidad, mientras que su criatura, el hombre, debe limitarse a vivirla, mientras Dios decida que siga con ese don. De ahí también que se utilice con tanta frecuencia el miedo como argumento en defensa de estos principios asegurando, por ejemplo, que el reconocimiento de la eutanasia o del suicidio asistido abriría la pendiente resbaladiza que llevaría a legalizar el asesinato masivo de enfermos, ancianos y discapacitados. Sin embargo, como sostiene Singer, jurídica y políticamente hablando, máxime en una sociedad plural en la que coexisten muy diferentes visiones del mundo, el Derecho no puede ni debe exigir con apoyo de la coacción ninguna de esas concepciones religiosas, que serán válidas e incluso vinculantes para la comunidad de los fieles de esas tradiciones religiosas, para sus creyentes, pero que no se pueden imponer a todos los ciudadanos precisamente porque su fundamento está más derechos no son absolutos, sino que deben un error frecuente en quienes hablan de derechos prescindiendo de la precisiones a todo allá de lo que todos podemos compartir, es decir, de lo razonable, lo que se puede argumentar racional y jurídicamente.

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Insisto en recordar que quienes como Dworkin, siguen utilizando el calificativo de <sagrado> para enfatizar la relevancia del derecho a la vida lo hacen sin aceptar necesariamente el sentido religioso-trascendente. Como interpreta Atienza, para el filósofo del derecho norteamericano se trata más bien de destacar que el derecho a la vida entra en la categoría de lo “intrínsecamente valioso” y por eso sostiene que precisamente el ejercicio de la autonomía es la condición para respetar y ser coherente con la santidad de la vida[. Dworkin no afirma, sin embargo, que la eutanasia sea siempre una consecuencia de ese planteamiento, luego habrá que juzgar cuándo ese acto de eutanasia (y el de suicidio asistido) lo es, en cuyo caso no hay razón para no reconocerlo como un derecho

Hecha esa matización, añadiré que tampoco me parece razonable la segunda posibilidad, esto es, la que sostiene que el derecho a la vida es indisponible porque el individuo debe la vida a la especie, al grupo social, si se prefiere. De acuerdo con este segundo argumento, más que un derecho sagrado, nos encontraríamos ante un deber: los individuos tendrían el deber de mantener la vida, de no atentar contra ella dándose muerte a sí mismos, porque se debe ese don a los demás. Es más, se argumenta, si disponemos de él, perjudicaríamos a los demás y por tanto les causaríamos un daño, que, como ya señalamos, es la justificación para suspender o limitar un derecho.

Pero aquí nos encontramos ante un argumento que es un error frecuente en quienes hablan de derechos prescindiendo de la precisión jurídica. Ni derechos ni deberes son absolutos, sino que deben ajustarse a los límites que impone el hecho de que con-vivimos con otros sujetos y, por tanto, a los límites que derivan de la inevitabilidad de los conflictos de derechos. Es evidente que, como los demás derechos, el derecho a la vida no es absoluto y debe ser conjugado con el resto, comenzando por lo que me parece que es el derecho más valioso, el derecho a la libertad. No creo que sea ese el caso. Al contrario, aquí es donde entra en juego lo que solemos denominar ponderación, esto es, el cálculo racional que nos permite argumentar cuál de los derechos en conflicto debe prevalecer. Eso es más fácil cuando existe una suerte de catálogo jerarquizado y positivizado de derechos. Pero, en todo caso, nuevamente se revela de gran utilidad el criterio del daño: ¿cuál es el peor de los daños, que resulta de postergar uno u otro derecho, el de la vida o el de libertad? Por eso, más allá de que podamos o no justificar racionalmente la existencia de un daño a los otros (ínsita en el hecho de disponer de nuestra propia vida), no me parece que se pueda justificar racionalmente que ese teórico daño sea mayor que el de impedir la libertad, que es el derecho más valioso. No. La libertad es el bien más valioso y por eso, a mi juicio, el derecho a la vida tampoco es un deber, una obligación. No hay una obligación de vivir, en el sentido de un deber exigible por un tercero y cuya infracción comporta sanción.

Por eso me parece suficientemente justificado alegar que el derecho a la vida es un derecho y que eso comporta que la decisión libre de disponer de ese derecho forma parte del núcleo mismo del derecho a la libertad que, jerárquicamente, es el derecho más importante (la vida es condición previa y, por tanto, cronológicamente el primer derecho, pero no el más valioso). Por tanto, eso significa que el derecho a decidir poner fin a la vida, el derecho al suicido, supone, a fortiori, a que existe un derecho a la asistencia al suicido. Esto es, que existe un derecho a pedir la eutanasia, que nace de la necesidad de garantizar la libertad del sujeto para decidir sobre su propia muerte, un derecho que comporta el de tener los medios para decidir y hacer posible esa elección. Más aún, se trata de un derecho a la eutanasia en sentido estricto del término, porque aparece como corolario de esa expresión de la dignidad que es la libertad, la autonomía. Si tengo dignidad es precisamente porque tengo libertad, autonomía. Es consecuente con esa dignidad el disponer de una muerte

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digna. Y no hay muerte más digna que aquella que es libremente elegida. Vuelvo a insistir: hablamos de un derecho que debe estar garantizado porque es un corolario del derecho a la libertad, ya que es un acto de libertad escoger el momento en que poner fin a la vida. Con las garantías necesarias, claro, para que sea un acto libre, no un engaño.

3. La lucha por el derecho a la autonomía: ¿Despenalizar o constitucionalizar la eutanasia y el suicidio asistido?

Coherentemente con cuanto he sostenido antes, me parece una reforma obligatoria la de despenalizar la conducta de terceros que colaboran o auxilian a quienes manifiestan libre y expresamente que desean la muerte –mediante la eutanasia o el suicidio asistido-, con todas las garantías para que podamos constatar que se trata, efectivamente, de un acto libre del sujeto, que decide optar por esa muerte decente, digna, una buena muerte. Eso supone, a mi juicio, reconocer el derecho a la eutanasia y al suicidio asistido.

La persona ya no sufrira mas, depende el caso si es un enfermo condenado a sentir dolor pues esta mas justificado, es como la eutanasia que es un suicidio consentido.

Cada persona es libre de hacer lo que se le venga en gana (es libre albedrio dicen algunos), cada persona tendra sus motivos, aunque algunos nos parezcan tontos o incluso vanales o superficiales como lo de "nadie me quiere" etc etc, pero como te digo ,es su derecho a hacer lo que quieran con su vida. Asi que nada de mensajes pseudomoralistas y nada de eso de que "son cobardes" y demas patrañas, seran cobardes ante la vida pero no lo son ante la muerte, siendo que hay personas que tienen miedo de morir.

La muerte bilogicamente hablando ayuda a la evolucion de la humanidad y a tener un equilibrio (se escucha algo raro y viajado) pero piensa que por cada persona que muere, nace otra y asi se mantiene el ciclo vida muerte, ya que si no existiera la muerte ya no cabriamos en el planeta, quiza por eso ahora la perspectiva de vida haya disminuido.