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No hay nada peor en esta vida que enamorarse cuando aún se es niño… Sobre todo, si la elegida por Cupido es alguien que ya hace tiempo que dejó de serlo.A mí me pasó con una mujer de la que aún hoy – varias décadas después – guardo su aroma y su nombre.Susana Sánchez Catejo se llamaba, y ese nombre fue el que marcó el inicio de una vida amorosa que, aunque nunca ha dejado de ser placentera, aún no ha conseguido hacerme sentir pleno. Jamás podré sentirme así. Lo sé porque yo no soy como los demás…¡Y yo quiero ser como el resto de los mortales! A Susana, a quien llamábamos “la suiza” por sus rasgos casi helvéticos, la conocí cuando apenas tenía doce años. Para muchos podría parecer una edad precoz para semejante estado de enamoramiento, pero es que mi corta vida había sido muy diferente a la del resto.Ya te he dicho que yo no era mas que un crío imberbe, y ella era la mujer más hermosa que jamás han presenciado estos ojos que leen lo que aquí escribo. Su pelo olía y brillaba como la misma cerveza recién derramada, esa que tanto ansiaba beber pero que me prohibían por culpa de una edad que volvía a estar alejada de mis ganas de experimentar, que eran muchas.Su pelo parecía también un campo de trigo mecido por el viento, esparciendo a su paso miles de espigas doradas que brillaban tanto como el sol que las iluminaba, y que se perdían a través de mi atmósfera vital.Todo él parecía de oro, y siempre que pasabas a su lado, o la observabas de lejos, tenías la tentación de acercarte disimuladamente para robarle uno y guardarlo para siempre.Y ese manto de arena dorada terminaba en una playa rojiza, con dunas suaves de pómulos de seda donde cinco lunares bailaban al compás de una canción interpretada por dos labios afrutados que guardaban un cálido instrumento en su funda de terciopelo rojizo.

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Sus largos mechones dorados ondulaban a ambos lados de una cara de piel tostada adornada por unas pestañas larguísimas y rubias, que deslumbraban, acentuando el color de toda su persona. Al verla – daba igual si de cerca o de lejos – toda ella recordaba un luminoso atardecer... Y ante él permanecía inmóvil, sosegado y alejado de todos esos pensamientos funestos que la vida fue dejando a mi paso para que los recogiera e hiciera míos.Y se convirtió Susana en la flor que no podían dejar de mirar mis ojos. Y se convirtió también en la jugosa fruta que ansiaba morder para que su jugo recorriera mis labios y se adentrara en mi será para nunca salir.No podía dejar de observarla, siempre desde una prudente distancia, emocionándome con sus movimientos antinaturales, nada humanos – casi animales – y grabando cada uno de sus sonidos para reproducirlo después en la soledad de una cama nada cómoda que hacía de la noche algo interminable.Ese era mi primer año en el campamento de verano, y reconozco que fui aterrado, temeroso por tener que mezclarme entre una multitud desconocida. Al bajar del viejo coche de Don Juan – ¡qué calor pasamos durante el trayecto! – me encontré con ella, que nos daba la bienvenida… y allí mismo me enamoré.Ella era, sin duda alguna, la monitora más guapa de todo el campamento, a la que todos perseguían, a la que todos querían invitar, y a la que, algún que otro afortunado, consiguió besar.Yo no podía aspirar mas que a amarla en silencio, alejado de esa triste realidad que me imponía una edad tan alejada de su recién estrenada veintena.Además de ser un crío para ella, yo estaba en el otro sector, en el de los niños invitados por Don Juan, el párroco de nuestro barrio, que era quien me cuidaba desde la muerte de esa a la que por entonces llamaba madre.

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El bueno de Don Juan nos llevaba allí unas semanas para disfrutar del lago. Como no teníamos familia, ni medios posibles, no dejaba allí a cambio de ayudar en la cocina, arreglar las cabañas o limpiar los bosques y el lago donde los otros niños – los afortunados – realizarían las pruebas y los juegos.Los “proscritos” – así nos llamaban – éramos un grupo de diez jóvenes marginales que estábamos allí para disfrutar del verano, unos; y para cumplir condena, otros.Tan solo Jaime “el perlas”, al que llamaban así por una dentadura que nada tenía que ver con el brillo de estas, “el culebra”, y yo, éramos los únicos que teníamos régimen libre, y podíamos salir y entrar por todo el campamento.Estábamos allí porque Don Juan se iba ese mes de vacaciones al pueblo que le vio nacer, y no tenía donde dejarnos.Los otros siete – todos rozando la mayoría de edad – solo estaban allí para trabajar y reducir condena, y cuando terminaba el turno tenían que volver a sus cabañas, de cuyo perímetro no podían salir para no relacionarse con los demás. Esa era su condena.Unos eran simples rateros, ocupados en robar en tiendas o dando tirones por las calles, como “el rata”, “el oreja”, o “el búho”. Otros dos – “el rami” y “el maría” - eran jóvenes que ya habían jugado con el trapicheo de drogas y con algún que otro hurto sin importancia.Finalmente estaba “el verruga”, un joven que estaba a punto de cumplir los dieciocho y que estaba allí por obra y gracia de Don Juan, empeñado en darle mil y una oportunidades a pesar de sus continuos ingresos en reformatorios de toda la provincia.Decían de él que había robado más que nadie a su edad, que había probado ya todas las drogas, y que incluso había llegado a violar a alguna que otra joven. De eso no había pruebas, pero él alardeaba continuamente de ello delante de nosotros, sin importarle que los guardias que custodiaban pudieran escucharle.

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Era un chico guapo, muy fuerte – siempre estaba haciendo pesas – y tenía muy mal carácter. A pesar de ese rudo aspecto tenía un rostro varonil que parecía volverlas locas. No hace falta decir que era él quien mandaba en todos nosotros, y que se “escaqueaba” del trabajo todo lo que podía.Nunca supimos el porqué de su mote ya que no parecía tener ninguna verruga… Al menos visibles.Susana era la jefa de las monitoras jóvenes, y ayudaba a todos los chavales, siempre con una sonrisa dibujada en su cada – y en la de los demás - incluyéndonos a nosotros, esos chicos que estábamos allí para trabajar y con los que nadie contaba para nada, y con los que apenas nadie hablaba.Siempre tenía una sonrisa preparada para nosotros, y era la única que nos llegó a tratar como a personas normales... como si fuéramos otros niños más.A pesar de ser siempre correcta, nosotros no correspondíamos… Al menos, no todos.- Menudo repasito te daba yo, cariño – le decía siempre “el verruga”, haciéndola sonrojar, y, de paso, haciéndome sonrojar también a mí, temeroso de que dejara de sonreírme como siempre hacía al pasar junto a mí.- Muñeca… cuando te canses de niñatos y quieras un macho de verdad…- Chotillo, cordera… ven con papá que te voy a dar lo tuyo y lo de tu hermana.Cada día que pasaba más asco me daba ese tipo que se había erigido en líder de nuestra cabaña, y al que nadie era capaz de rechistar.Todos los días nos levantábamos a las siete, ayudábamos a preparar y a servir el desayuno – allí era donde podía tenerla cerca de mí. Después recogíamos todo y arreglábamos las cabañas que ya habían quedado vacías porque sus dueños disfrutaban de las excursiones o de los juegos.

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Hacíamos las camas y barríamos el suelo con viejas escobas hechas con ramas.Disponíamos de veinte minutos para comer porque después teníamos que servir las mesas de los demás, y recogerlas… Y al fin, a eso de las cinco de la tarde, teníamos el resto del día libre.Lo ocupábamos en juegos, bañándonos en el lago, o, como yo, disfrutando de esa muchacha más hermosa que el verano, siempre observándola desde la distancia.Verla en el lago, o en la piscina, era como ver más allá del alma, y podía permanecer oculto tras los árboles, o subido a ellos, toda una tarde entera, sin otro motivo que disfrutar de ese cuerpo perfecto capaz, como así había sido, de enamorarme por primera vez en mi corta vida.Con el paso de los días ella pareció dedicarme un cariño especial, y no dejaba de hablar conmigo, darme alguna que otra chuchería, y animarme. Eso me enamoró más aún.Un día, para mi sorpresa, “el verruga” me dio una carta para que se la entregara a “la suiza” .- Enano – me dijo - tú que la ves todas las tardes, dale esto- ¿por qué yo? – le pregunté- Porque si no lo haces te daré una paliza que no olvidarás en tu vida – me respondió, acompañando sus palabras con un manotazo en mi mejilla izquierda.Tengo que reconocer que el motivo fue más que suficiente para convencerme. Además, para terminar de convencerme, me dio un pequeño adelante del premio que podría conseguir en caso de no hacerle caso… ¡Otro meco!Conociendo al personaje en cuestión supe que no podía darle esa nota sin leerla antes. Al leerla comprendí que no podía darle semejante colección de abruptos a esa princesa de la elegancia. ¿Y si ella me situaba en la misma escala intelectual y moral de ese tipo?

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En ese mismo momento dejaría de tratarme como lo hacía hasta ese momento, y eso tenía más fuerza que el miedo a unos golpes de ese matón que tan mal me caía.

“Preciosa. Te espero esta noche en el lago, devao de la farola. Llo la apagare pa que naide nos pueda ver. No tardes muncho porque tengo que vorver pronto a mi litera.Te aseguro que te vi acer disfrutar como nunca. Te la vi a meter entera como acen los machotes y te vas a correr de gustazo como una perra. Vi acer que te olvides de tos esos moñas que te rodean y que sepas lo que es un tio de verda.Jaime Heredia”

Para evitar un más que seguro disgusto para conmigo, y el consiguiente del “verruga”, preferí no darle esa abominable carta, tirándola en el juncal cercano al lago.Como mi ortografía tampoco era notable preferí decirle de viva voz que él quería verla esa misma noche. Así, aproveché para acercarme a ella y volver a estar a su lado.No pareció muy sorprendida por la invitación – seguramente tampoco sería la primera que recibía ya que todos los monitores la perseguían día y noche – y hubo un momento en que pareció incluso alegrarse.- ¿Con que Jaime quiere verme? – dijo, sonriendo, mostrando una extraña mirada que le hizo parecer halagada - ¿y para qué?- pues no lo sé, pero conociéndole… no le hagas caso. Es peligroso- ya, ya, ya… gracias majo – me dijo, acariciando mi flequillo, igual que se hace con un perro que resulta simpático.Como había imaginado su voz era más bella aún al escucharla para uno solo, y me dijo que no me preocupara porque jamás acudiría a una cita con ese tiparraco. Aun creyéndola vi algo en su mirada que me dijo que me estaba engañando.En sus preciosos ojos vi una muesca de deseo incontrolado, incluso de ilusión enamoradiza. Después, sus labios se humedecieron antes

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de sonreír pícaramente, y se alejó de mí cantando la cancioncilla de moda que hablaba de una colegiala coqueta.Parecía como si le hubiera gustado la proposición de ese tiparraco sin modales, y eso me desconcertó.Toda la tarde la pasé observándolos ya que ella nos ayudó a servir las mesas, a pesar de que nunca solía hacerlo. Allí pude ver cómo se miraban disimuladamente y sin descanso. Mientras el resto comía ellos parecían estar devorándose con la mirada, y solo yo era capaz de verlo.Él no dejaba de lanzarle guiños absurdos, y besos que se perdían por el aire, y ella, aunque no respondía a ninguno de sus juegos, no dejaba de mirarle y de sonreír tímidamente.A esa mujer le gustaba “el verruga” y yo no podía terminar de creer el porqué. Toda la tarde la pasé devorado por un nuevo sentimiento, hasta entonces desconocido, pero que hacía más daño en mi interior que una indigestión.Por la noche no pude dormir, y no era solo el calor el que lo impedía. “El verruga” estaba inquieto en su cama, y es que la hora convenida estaba a punto de cumplirse.Yo estaba asustado porque, seguramente, sería yo quien terminaría pagando los platos rotos una vez que “Susana” no acudiera a su encuentro.Antes de salir de la cabaña se acicaló, cogiendo incluso la colonia del rata, y cuando salió de la cabaña yo le seguí escondiéndome tras los árboles.Cuando me acerqué lo suficiente no pude creerlo. Ella estaba ya allí esperándole, completamente desnuda y bañándose en el lago.Su rostro era inmaculado, casi perfecto, sublime... con dos ojos perfectamente alineados y una boca diseñada por un Dios caprichoso que, quizás, quiso saldar así una deuda con el resto de la humanidad.Su rubia cabellera, larga y perfectamente mojada, caía sobre sus hombros de seda como la noche caía sobre el lago que la ocultaba.

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Sus senos, turgentes, hermosos y sonrosados aparecieron entre la oscuridad, mojados en el vino más dulce. Y se elevó toda desnuda. Tenía una cintura tan fina que la luz que la iluminaba no lograba alargar su sombra sobre el suelo que la sostenía, y su vientre, blanco y elástico, deslumbraba por sus exquisitas curvas y su apacible blancura. Bajo éste la piel de un biquini invisible me hizo avanzar en el tiempo, corriendo hacia una edad desconocida pero que quería vivir cuanto antes para poder gozar mejor del regalo que me ofrecía.Como dos torres gemelas, se alzaban sus muslos, unos muslos construidos en el molde de la perfección. No había allí un atisbo de celulitis, ni un gramo de carne de más, ni una curva que no fuera en consonancia con en esas piernas contorneadas por el mismo creador de todo lo visible.Durante unos segundos parecí estar flotando dentro de una extraña atmósfera que me hacía sentir feliz y desdichado al mismo tiempo. Aun así mi felicidad era momentánea y sincera, pero no completa. Necesitaba algo más, aunque no supiera bien el qué.Para nada necesitaba acercarme a ella, ni siquiera ansiaba acariciar lentamente esa piel fresca y viva, ni besar cada parte de ese cuerpo que acaba de florecer como si yo fuera su primavera… Me conformaba con aspirar todo el aroma que desprendía por medio de invisibles ráfagas de artificio, comprobando así que el cielo del que tanto hablaba Don Juan existía realmente. Los cinco metros que nos separaban habían desaparecido, y creí estar bajo ese cálido agua que cubría cada rincón de su cuerpo y que lo hacía relucir como las estrellas que bañaban ese nuestro cielo.Y ahí comprendí que el sabor de las mujeres viene envuelto en un clamor de olas y caracolas, mezclado con el salitre de su piel convertida en agua de mar.Lo que allí descansaba, desnudo para mí, era un auténtico banquete capaz de saciar al mayor hambriento y al mayor de los sedientos.

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Solo con esa visión que me estaba regalando, podría sentirme capaz de sobrevivir durante lo que me quedara de vida.Observar el exceso de vaivenes de caderas ondulantes, de curvas voluptuosas y exuberantes, de senos pletóricos, enérgicos y exagerados, y de muslos relucientes y brillantes, me hacía vivir en el más feliz de los cuentos de hadas, un cuento que no debería tener fin y que siempre querría releer.Esas letras entrecruzadas que nacían invisibles en un aire manchado de hembra, parecían voces celestiales retumbando en mis aún vírgenes oídos, y me hicieron vivir y creer cada una de las palabras que allí descansaban. Y esa historia que comenzó a escribirse sin pluma alguna se convirtió en un sueño del que nunca querría despertar, y con él apareció una nueva sensación, un nuevo hombre que se despedía allí mismo de una niñez a la que no echaría de menos.Mis sueños, a partir de ese momento, ya no serían los mismos. En ellos había aparecido ella, la reina de la magia, la única que me había hecho sentir verdadero placer físico y no sólo espiritual.Su desnudo salió del lienzo donde yo lo imaginaba, y despojándose de la pintura que la cubría se hizo carne. Esa mujer era una descarga brutal de sensualidad. Era un castigo para quien, como yo, pudiera observarla pero no tocarla. Era todo y era más que todo... y finalmente comprendí que la perfección tenía forma de mujer y que nada podría comparársele jamás.Me sentí hipnotizado y excitado, aunque puedo asegurar que no era mi deseo juvenil el que estaba sintiéndose complacido en esos momentos… Era mi corazón el que luchaba para escapar del cuerpo que le mantenía cautivo, y el que se sentía feliz y dichoso por poder contemplar a través de sus ojos tanta belleza junta. Verla completamente desnuda, algo prohibido y que nunca había imaginado, me hizo sentir inmortal, importante, y hombre por primera vez en mi corta vida.

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En esos momentos no podía saber lo que sentía, tampoco quería saberlo. Tan sólo me conformaba con saber que lo que estaba viendo era aun mejor que lo imaginado.Cada movimiento de sus manos, cada roce de cualquier parte de su cuerpo parecía un canto a la alegría, un tributo a los dioses, un poema de amor que yo – casi analfabeto entonces - estaba escribiendo con palabras que no reconocía y que escapaban de mi subconsciente.Ante mí tenía la más auténtica de las perfecciones y me conformaba con estar allí, siendo un espectador de lujo. Pero el encantamiento no duró todo lo que hubiera deseado, que hubiera sido la eternidad, porque “el verruga” apareció dentro del cuento en el que me encontraba, como el estridente sonido del despertador que le devolvía del sueño en el que había estado inmerso.Tan desnudo como ella la abrazó, la besó y... la nube donde parecía flotar desapareció para hacerle descender de nuevo a la tierra, mezclándose en el lodo. Verlos besándose y tocándose me hizo daño… Más del que hubiera imaginado –aún hoy duele – y decidí alejarme para no sufrir más.Llorando en mi cama podía verla despojada de ropa, frotando su tierno cuerpo con esos dedos aterciopelados, podía ver claramente el agua que salía de su cabeza, recorriendo su fino cuello, pasando después por sus turgentes senos para terminar desapareciendo en sus sedosos y rosados muslos.Por primera vez, sentí el deseo en mis propias carnes... y eso me hizo sentir incómodo... incluso avergonzado ante mí mismo. Fue allí donde supe que mi cuerpo aún no estaba preparado para alguien como ella…Y en la cama luché contra el insomnio y ese nuevo sentimiento que había despertado en mí con tanta violencia.Pero no podía conciliar el sueño porque esa noche solo parecían estar ellos en mi pequeño universo caluroso… Hasta mí llegaban sus olores,

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sus gemidos, el sonido de sus salivas alcalinas entremezclándose en sus bocas…Por primera vez dejaba de oír a los incómodos insectos en sus mil rituales amorosos nocturnos. En sus oídos solo había lugar para ella y sus sonidos primigenios.Y unos monstruosos seres invisibles aparecieron ante mí, riéndose, lanzándome cuchillas que no cortaban, pero que sí dolían, y diciéndome que nunca yo podría hacer con ella lo que estaba haciendo “el verruga”.No sé cómo ni cuando, pero finalmente conseguí quedarme dormido.

Cuando desperté el sonido de la mañana no era el mismo de otros días. Aún no había despuntado el sol cuando un aterrador grito nos hizo despertar a todos.Todos salimos de la cabaña donde estábamos recluidos y nos acercamos al lago. Todo resultaba confuso pues hasta los “niños bien” estaban ya levantados.En el lago, junto a la plataforma de madera donde esa misma noche Susana había dejado de ser etérea, dos guardias sujetaban a la señora directora, que parecía haber visto un fantasma.No podía controlar su nerviosismo y parecía como ida, alejada de la realidad que vivía. Uno de los guardias se acercó a donde señalaba, y, entre los juncos, apareció el cuerpo medio desnudo de “la suiza” , que había sido violentamente golpeada en la cabeza con algo muy consistente.Nadie podía creer lo que allí estaba pasando, pero Susana , la mujer más hermosa y amable del campamento había sido violentamente asesinada por un ser sin escrúpulos.¿Quién habría podido hacer algo así a alguien como ella?

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El revuelo en el campamento fue colosal. La policía acordonó la zona esa misma tarde, y buscaron por todos lados, intentando encontrar una pista que diera con el asesino.La joven parecía haber sido violada, y los agentes sospechaban de alguien del interior del campamento.Encerrados en las cabañas noté que “el verrugas” estaba muy nervioso.No dejaba de moverse – de un lado a otro, subiendo y bajando de la litera, mirando por la ventana – y su estado de nervios le convertía en un volcán en erupción del que había que mantenerse alejado.Yo le miraba muy serio, y él a mí. Yo era el único que sabía que había quedado con ella esa misma noche. Rápidamente comprendí que no era así.- Si alguien dice algo de lo de mi cita con “la suiza” me lo como. ¿Habéis entendido?Todos callamos, temerosos como siempre.- El que diga algo lo mato – nos dijo con más miedo que fuerza – yo no salí de aquí ayer- vale – le dije yo, sabedor de que podíamos convertirnos en sus cómplices – pero ¿no crees que encontrarán huellas tuyas a su lado?- te he dicho que yo no la maté, niñato de los cojones – me gritó, abalanzándose hacia mí, asiéndome del pecho y elevándome del suelo, pegando mi espalda a la pared.Estaba fuera de sí, tembloroso como nunca antes lo habíamos visto, y eso no hizo sino convencer al resto de su más que posible culpabilidad.Aprovechando que salió a fumar, “el rata” nos preguntó qué íbamos a hacer en caso de que nos interrogaran. Fue “el maría” quien dijo que lo mejor sería decir la verdad.- Podemos convertirnos en sus cómplices… Y yo no pienso cargar con un asesinato- ni yo – pensamos todos, aunque ninguno fuera capaz de decirlo.

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El resto de la tarde lo pasamos encerrados, cada uno tumbado en su catre, y pensando en lo que hacer en caso de que la policía nos interrogara. Todos los del campamento eran sospechosos pero nosotros, por nuestro historial, más que ninguno.Yo dejé de pensar en Susana, y solo tenía ojos para “el verruga”, a quien empecé a odiar de una manera casi animal.Estábamos inmersos en el silencio de la cabaña, oyendo los ruidos de la policía en el exterior, cuando entró “el oreja”, que era el único que estuvo ese día en las cocinas.- ¡Han encontrado una carta… Han encontrado una carta! – gritaba “el oreja” mientras entraba en la cabaña y cerraba con rapidez- ¿de qué coño hablas? – preguntó “el verruga”- han encontrado la carta del asesino en el juncal donde apareció el cuerpo de la “Suiza” La policía dice que seguramente será la carta que escribió el asesino para reunirse allí con ella. Por lo visto en esa carta el asesino se citó con ella, y ella la tiró allí antes de que él llegara.- ¡Joder! – exclamó “el verruga”, sabedor que esa carta era la suya. Después de dar varias vueltas alrededor de la mesa de la cabaña donde estaban todos sentados, me miró muy serio, como si en mí pudiera descargar toda la ira que escapaba de él. Por suerte no volvió a golpearme, ni hizo nada porque supuso que fue la propia Susana quien la tiró después de leerla.- Tengo que marcharme de aquí. Esa carta es mía, pero os juro que yo no la maté- ¡Vete “verruga”, huye! – le gritamos todos, y él no lo pensó dos veces, salió por la ventana y se fue alejando aprovechando que no había policía por allí cerca.Verle huir de esa manera, arrastrándose por el suelo, y escondiéndose por entre los arbustos, fue tan lamentable como verle después gritando como un niño al ser apresado.Desde la ventana lo vimos todo.

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Estaba ya casi en la verja, escondido tras unos matorrales, cuando uno de los muchos agentes que allí había le dio el alto, apuntándole con su pistola.“El verruga” corrió todo y cuanto pudo, pero al oír el primero de los dos disparos que el agente lanzó al aire, se tiró al suelo y empezó a llorar y a retorcerse como una culebra.Él gritó que no había hecho nada, que era inocente, pero los agentes lo esposaron y se lo llevaron de muy malas maneras.Nunca más volvimos a verle, y dos meses después fue condenado a cien años de cárcel por la violación y muerte de la joven monitora.En el juncal encontraron la carta, muchas pisadas del “verruga” y hasta el preservativo que usó con ella y que fue la prueba concluyente. A pesar de los rastreos no pudieron encontrar el objeto con el que la golpeó – se suponía que una piedra gigante – pero había tantas pruebas que lo incriminaban, y tenía tantos antecedentes, que el juez no dudó en encarcelarle.Aun llegando a reconocer que esa noche hizo el amor con la joven, él seguía gritando su inocencia. Nadie le creyó, ni siquiera su familia.Solo yo sabía que “el verruga” decía la verdad.Esa noche no pude conciliar el sueño porque no podía dejar de pensar en ella y en como había mancillado su propia figura.Intenté tapar mis oídos para no oír sus ruidos carnales, pero esa noche solo existían ellos, haciendo que hasta las chicharras, las ranas y los grillos callasen para oírles.Y volvieron a adentrarse en mi cama y en mi mente esos seres monstruosos que me gritaban para que fuera hasta ellos. Sin saber cómo sucedió corrí hasta ellos y les observé en silencio. Ella no dejaba de besarle y de amarle salvajemente, sometiéndose a su extraño poder y anulando su propia persona, sucumbiendo al desorden de sus deleites carnales.Era él quien mandaba – como siempre – y ella su más dócil y sumisa esclava, capaz de hacer todo tipo de actos animales solo por complacerle.

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Yo no podía creer lo que veía – incluso no llegaba a entenderlo – y lloré en silencio, lastimado y doblegado.Y él se levantó, y sin besarla siquiera, cogió su ropa y se marchó mientras ella le suplicaba para que no la dejara aún.- Vete a cagar, tía enferma – fue lo último que le dijo, alejándose de allí mientras se colocaba su ropa y caminaba torpemente entre la oscuridad.Ella permaneció allí, desnuda sobre esa tarima de maderas que flotaba sobre el juncal, y lloró desconsoladamente mientras yo me iba acercando en silencio, observando las dunas que nacían en el desierto húmedo que era su cuerpo.Y allí supe que esa mujer no había hecho otra cosa que utilizar el cuerpo varonil de aquel hombre para hacer el amor conmigo… solo conmigo. Y volvió a pintarse de verde el bosque de su cuerpo, y volvió a llenar de vino las copas que eran sus senos pletóricos, y hasta su pelo comenzó a brillar de nuevo, luchando con la oscuridad que se empeñaba en ocultarlo.

Y entonces comprendí que esa mujer me pertenecía, y que ya sería mía para siempre… aunque ella misma no supiera que acababa de convertirse en la primera de esas mis futuras esposas.Y la vi eterna para mí, guardada eternamente como la vivía en ese momento, y me asusté… Me asusté mucho.Durante unos instantes quise huir, y dejarla libre, pero no pude hacerlo. Además estaba esa piedra, que ya estaba entre mis manos, sin yo haberla cogido… Y me hablaba, y me decía cosas horribles que no quise hacer.Pero lo hice.Nunca supe bien cómo pasó. Solo me recuerdo vagamente en el lago, lejos de allí, lavando una piedra manchada de sangre y tirándola con todas mis fuerzas hasta que las ondas provocadas se deshicieron y el lago recuperó su calma.

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Entonces, volví a la cabaña y, por fin, pude conciliar el sueño.

El último de los románticos.

Josa.