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donde la idea de España fungió como
una suerte de galvanizador resulta extre- madamente difícil, pues todos ellos se
alimentan y confunden entre sí. Proba-
blemente la derrota del proyecto nacio- nal hispánico de los conservadores se
debió parcialmente a que éste se asocia- ría irremediablemente con un proyecto
político y un lenguaje, que para resumir
llamaré "antirrepublicano", a contraco-
rriente del espíritu de los tiempos.
El libro de Pérez Vejo toca, de ma- nera tangencial, otros temas extremada-
mente interesantes. Menciono uno de pasada: el papel de la prensa decimonó-
nica en la configuración de un espacio
público y en la difusión de imaginarios
conservadores y liberales. El libro rese-
ñado constituye una sugerente invita- ción a pensar aquellos imaginarios, así
como otros que nos son más familiares y que definen no pocas filias y fobias.
Reflexionar acerca de la relación entre nuestra idea de nación y las fracturas po-
líticas, económicas o sociales que la sur-
can, es una tarea imperiosa sobre la cual, me gustaría creer, esta lectura arrojara no
poca luz, al tiempo que quizás ordene
algunos de nuestros más estridentes y
acuciantes dilemas.
Stuart B. Schwart2, All Can Be Saved. Reli-
gious Tolerance and Salvation in the Iberian
Atlantic World. New Haven/Londres: Yaie
University Press, 2008.
Jean Meyer
Lidiamos, aquí, con un libro espléndido,
origina! y atrevido que descansa sobre la
propuesta de un dicho tradicional espa- ñol: "Cada uno se puede salvar en su
ley". Sí, la de Moisés, Jesucristo, Maho-
ma, Lutero, Calvino...
Tal postulado fue sostenido por suje-
tos adeptos a los monarcas de España y
Portugal del siglo x\ i al x\ iii: hombres
y mujeres, ricos y pobres, cultos, autodi-
dactas y rústicos, libres y esclavos. To- dos, estudiados por el autor en un libro
generoso y divertido que vale la pena leer por gusto. Es posible que levante
polémica, pero está llamado a convertir-
se en un gran clásico. Descansa en una
inmensa literatura, pero principalmente
en un amplio cgrpus elaborado,a partir de
los archivos de los tribunales de la Inqui-
sición, tanto en España como en Portu- gal, y las posesiones de ambas naciones
en América.
Lo que Stuart B. Schwartz persigue
es la "tolerancia" en materia de religión
entre la gente común y corriente (una
sola excepción: el famoso P. Antonio
Vieira S.J.). ¡Pero cuidado con la palabra
tolerancia! Porque el español y el francés
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RESEÑAS
tienen este solo vocablo para traducir dos
del inglés: tokration, que sería la tole-
rancia como política -cuando el rey de
Francia otorga o clausura un Edicto de
Tolerancia, digamos-; y tolerance, que se
podría traducir como actitud o sentimien- to de tolerancia, como el ser tolerante.
Buscando en los archivos de la Inqui-
sición datos sobre la sexualidad en Espa- ña y su imperio, S.B.S. encontró casos de
"tolerancia" en el segundo sentido del
término. Su presencia relativamente fre-
cuente en tierras iberoamericanas, consi- deradas como baluartes de la ortodoxia y
de la intransigencia católica, lo llevó a preguntarse quiénes eran estas personas
"tolerantes" y de dónde les habían naci-
do tales ideas o sentimientos. Así empe- zó una investigación trasatlántica que
abarca de 1500 a 1820 y cubre España, Portugal y sus tierras americanas.
Es un cliché considerar a la toleran-
cia como eminente privilegio de las éli-
tes cultas. De ser así, sería sinónimo de cultura y por lo tanto en el pueblo, en-
tre las masas incultas, no podría prospe-
rar. La bibliografía sobre el tema es ge- neralmente política -cuando aborda a
los Estados-, y biográfica -pensemos en John Wyclif, Cristina de Pisan, Ni-
colás de Cusa o Erasmo, o la enuncia-
ción que reza "la tolerancia en el pensa- miento de"-.
Schwartz da marcha atrás: su análisis
no va de arriba hacia abajo. Se sitúa aba-
jo, no en el campo de la historia de las
ideas o de la doctrina religiosa, sino en lo
que Marc Bloch y Lucien Febvre llama-
ban "historia de las mentalidades".
Segunda originalidad: su campo es-
pacial comprende la doble Iberia con
sus Américas, cuando la "leyenda ne-
gra" no da espacio para pensar que la
tolerancia haya existido en esos reinos
de la intolerancia por definición, de la Inquisición. Henry Kamen le abrió la
vía pero el mito parece indestructible. Tercer factor único: el autor no limita el
Otro, la otra Ley, a católicos y protestan-
tes, sino que abraza a judíos, musulma-
nes, indios y africanos aún no cristiani-
zados, o en el marco de una síntesis
religiosa. Estas tres decisiones han per-
mitido al investigador escapar a otro cli-
ché, el de una historia Whig del progre-
so sostenido y fatal de la tolerancia,
debido a la necesidad del desarrollo co- mercial y económico, del interés bien
entendido y del progreso de las Luces. "Cada uno se puede salvar en su
ley". El punto de partida que S. B. S.
toma muy en serio, como sus sujetos, es
el de la redención, porque es inseparable de la tolerancia. Su libro arranca en el siglo
x\ I, era de una Reforma, primero protes-
tante, luego católica, que no hubiera
ocurrido sin la sincera preocupación de
Martín Lutero por su salvación y la de
todos los hombres. El siglo w I, y luego
el x\ II con el jansenismo, resucitó los de-
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bates de los Padres de la Iglesia con Orí-
genes, Irineo y Pelagio, por un lado, y
Agustín, padre espiritual de Calvino, y
Jansenio, del otro. Además, en la "globalización" del
siglo \Ti que se dio con la conquista de
América, las relaciones con Oriente y la
explosión del esfuerzo misionero cristia- no, todo se conjugaba para poner en
duda la afirmación de cada institución
cristiana: "Fuera de la Iglesia, no hay sal- vación". Casi todos los multitudinarios
casos personales de "tolerancia" presen-
tados en el libro responden a una expe-
riencia personal, a una historia de vida
que aguijonea al lector hasta que se
plantea la pregunta de "sentido común":
¿si Dios es bueno, si Cristo murió para redimir al género humano, por qué no se
salvarían los buenos chinos, japoneses,
indios de las Indias y de América, y sus antepasados, y los justos que vivieron y
murieron antes de Cristo, y los que son
fieles a la ley de Moisés o de Mahoma.''
Antes de (¡ue Agustín condenara de
manera implacable a los niños muertos sin bautismo, el buen Irineo había afir-
mado: "Cristo no vino únicamente para
los que, a partir del emperador Tiberio,
han creído en él. Y el Padre no ha ejerci-
do su providencia a favor de los solos
hombres de ahora, sino en favor de todos
los hombres sin excepción, que desde el
principio, según sus capacidades y en su
tiempo, han temido y amado a Dios,
practicado la justicia y la bondad con el
prójimo".'
David Brading le preguntó a su ami-
go S.B.S. qué tan representativos eran
sus disidentes. Efectivamente, el histo-
riador los encuentra como "disidentes"
atrapados en las redes de la Inc|uisición.
Algunos caen en la categoría de "here-
jes" definidos, otros pocos son claramen- te trastornados o rayan en el comporta-
miento patológico, pero la mayoría son
hombres y mujeres "normales", y son va-
rios cientos cuyas motivaciones van des-
de la exclusiva caridad cristiana, hasta el
escepticismo, pasando por el relativismo y un generoso universalismo.
Cito: "Tomando en cuenta lo peli-
groso que era hacer tales declaraciones y
la firme intolerancia de la Corona y de la
Iglesia, creo que se vale asumir que ha-
bían muchas personas en aquellas socie-
dades que compartían dichas ideas, pero
tenían el sentido común o la prudencia
de no expresarlas en voz alta. Pero, in-
cluso si fuesen relativamente pocos, diría
que de todos modos importa escribir su
historia. Escribir la historia de la cultura
'popular' no significa que 'el común' en
el pasado tiene importancia sólo si repre-
senta a todos [...] Erasmo, Lutero, Spi-
noza y Locke son interesantes porque
no son como todo el mundo [...] quiero
- (jtado por Daniel Pézeril.- l^Christétonné, Paris.Favard, 1997:242.
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(Jar el mismo privilegio a las mujeres y a
los hombres obscuros que aparecen en
estas páginas [...] De cierta manera fue-
ron los precursores de nuestro mundo.
Sus dudas y su tolerancia crearon el sue-
lo sobre el cual crecieron eventualmente
los conceptos modernos de libertad de
conciencia y tolerancia, y sus vistas disi-
dentes de una salvación posible para to-
dos eran más cercanas a la posición de
X'aticano II que a la de la Inquisición ([ue intentaba corregirlos".'
Posición ésta del concilio Vaticano
II, ciertamente, y de un .San Irineo tam-
bién. Ya dije que S. B. Schwartz no escri-
bió una historia Whig. Tampoco sufrió el síndrome de "la lista de Schindler": a
saber, encontrar en la buena conducta
de unos pocos un motivo para confiar
en la bondad de la humanidad. El autor
presenta a sus "héroes" inmersos en
sus contextos, con todo y sus miedos, dudas y contradicciones. Presenta, tam-
bién, a los que denunciaron, juzgaron o
castigaron. Al hablar de juicios y condenas, hay
que precisar que si bien los archivos de
la Inquisición de España y Portugal pro-
porcionan lo esencial de la documenta-
ción, el libro no pretende tratar el tema de esta institución. Pero, como lo saben
Henry Kamen, .Solange Alberro y Serge
Círuzinski, sus archivos son una de las
' .Stuan B. .Schwanz: 6-7.
pocas fuentes que conservan la voz del
común de los mortales en el pasado.
Schwartz es un coyote con muchas horas
de desierto y sabe bien que esa voz es
distorsionada por las condiciones de su
emisión: el diálogo es asimétrico entre la
debilidad y el poder, la amenaza y la
aplicación de la tortura, las estrategias
del acusado, de los testigos, del juez...
El autor no pretende haber agotado
el material producido por los más de 20
tribunales españoles y los tres portugue-
ses, pero su banco de datos es impresio-
nante; sin embargo, no abruma al lector
con una historia cuantitativa, más bien
ofrece, en forma ordenada, una micro-
historia serial. O, mejor dicho, estudios
de casos que permiten sacar a luz el con- texto {"'lemilku\ como decía el historia-
dor jesuíta Joseph Lecier en su Histoire
de la tolérame au temps de la Reforme) y la
lógica de los pensamientos y acciones de estos hombres. Son muchos los casos
presentados en toda su rica complejidad,
lo que permite al autor y al lector evitar las generalizaciones o los determinismos.
Dije "microhistoria", pero la multitud de personas, la inmensidad del espacio
trasatlántico y una larga duración de 320 años, rebasan por mucho los límites de la
microhistoria.
Uno tiene la tentación de regresar a
Clifford Geertz, pero también al Marc Bloch de Los reyes taumaturgos, al finalizar
la lectura de este gran libro. Stuart B.
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RESENAS
Schwaitz nos envuelve en su concepción
de la cultura, actitudes, creencias, ritua-
les, y cultura material, además de darle
toda su importancia a la conducta simbó-
lica. Sabe que las culturas se ajustan y
reajustan constantemente, que los signi-
ficados son inestables: la herejía, por ejemplo, es un problema de definición y
como bien lo dice Schwartz, los disiden-
tes de la Iglesia Católica dejaron de ser
tales posterior al concilio de Vaticano II.
Finalmente, el libro hace una valiosa
aportación al intrincado tema de las rela-
ciones entre alta y baja cultura, entre éli-
te y pueblo. Schwartz deja bien claro
que no cree en una circulación en senti-
do único, desde arriba hacia abajo. "Sus rústicos discípulos de Pelagio" -y de San
Irineo-encuentran en su propia vida, al
contacto del otro -judío, converso y ma-
hometano, pero también indio y africa-
no-, la "curiosidad" que los lleva a con-
cluir que cada uno se puede salvar en su
ley. En el noveno capítulo los llama "pe-
lagianos" precisamente porque recupe-
ran una idea, un sentir presente en las
profundidades del cristianismo.
El tema sigue siendo de actualidad,
como lo manifiestan las pulsiones con-
temporáneas de fanadsmo e intolerancia en varios credos, y en las ideologías que
Raymond Aron calificó de "religiones
seculares".
r Varios autores, colección Para entender.
México: Nostra ediciones, de 2005 a la fecha.
David Mikios
Fue en 1941, durante la infame ocupa-
ción nazi, cuando el editor Paul Angoul- vent, fundador de las Presses Universi-
taires de France (Pl F), lanzó al mercado Les étapes de la biologie, de Maurice Ca-
llery, libro que sería el primero de la hoy
famosa colección Que sais-je?^ cuyo nom-
bre proviene del medallón que el escép-
tico Michel de Montaigne mandó grabar con dichas palabras allende 1576. Hoy,
la recon(K'ida "enciclopedia de bolsillo" -cuyos breves tomos, de 128 páginas
cada uno, son escritos, bajo pedido, por
especialistas y para los lectores de a pie-
cuenta con más de 3800 títulos, signados
por 2500 autores y vertidos a 43 idiomas,
que en Francia ha superado los 160 mi-
llones de ejemplares, en una empresa
que bien puede ser llamada de ilustra-
ción para las masas.
Siete años después de que Angoul-
vent llevara a cabo su notable iniciativa
editorial, Arnaldo Orfila Reynal, enton-
ces director del Fondo de Cultura Eco-
nómica -ocupó el puesto entre 1948 y
1965-, ofreció a los lectores la Historia de
la literatura griega, de C. M. Bowra -en
traducción de Alfonso Reyes y bajo el
cuidado editorial de Antonio Alatorre-,
primera entrega de los Breviarios que el
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