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Liturgia y compromiso Marc VILARASSAU ALSINA, SJ . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Para sentir y gustar internamente la liturgia Abel TORAÑO FERNÁNDEZ, SJ . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Celebrar lo que vivimos, vivir lo que celebramos. Cuando la eucaristía y la vida se encuentran y apoyan mutuamente Severino LÁZARO PÉREZ, SJ . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Cantando vienen con alegría Maite LÓPEZ . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Marzo 2010 Tomo 98/3 (n. 1.143) sal terrae SUMARIO ST 98 (2010) ESTUDIOS RINCÓN DE LA SOLIDARIDAD 205 219 233 247 «Sintió compasión de ellos, porque estaban como ovejas que no tienen pastor, y comenzó a enseñarles muchas cosas» (Mc 6,34) Delegación de Acción Social. Provincia de Castilla, SJ . 259 «EL SACERDOTE Y...» ¿Funcionario de una sociedad perfecta o servidor de la comunión? El sacerdote y el poder Pablo GUERRERO, SJ . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 263 279 LOS LIBROS Recensiones . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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• Liturgia y compromisoMarc VILARASSAU ALSINA, SJ . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

• Para sentir y gustar internamente la liturgiaAbel TORAÑO FERNÁNDEZ, SJ . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

• Celebrar lo que vivimos, vivir lo que celebramos.Cuando la eucaristía y la vidase encuentran y apoyan mutuamenteSeverino LÁZARO PÉREZ, SJ . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

• Cantando vienen con alegríaMaite LÓPEZ . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

Marzo 2010 Tomo 98/3 (n. 1.143)sal terrae

SUMARIOST

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ESTUDIOS

RINCÓN DE LA SOLIDARIDAD

205

219

233

247

• «Sintió compasión de ellos,porque estaban como ovejas que no tienen pastor,y comenzó a enseñarles muchas cosas» (Mc 6,34)Delegación de Acción Social. Provincia de Castilla, SJ . 259

«EL SACERDOTE Y...»

• ¿Funcionario de una sociedad perfectao servidor de la comunión? El sacerdote y el poderPablo GUERRERO, SJ . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 263

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LOS LIBROS

• Recensiones . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

Se ha dicho en más de una ocasión que la liturgia es –junto a la evan-gelización, la actividad caritativa y la apostólica– una de las grandesacciones que realiza la Iglesia. La Constitución Sacrosantum Conci-lium, promulgada en 1963 durante el Concilio Vaticano II, afirma que«toda celebración litúrgica, por ser obra de Cristo sacerdote y de suCuerpo, que es la Iglesia, es acción sagrada por excelencia, cuya efi-cacia, con el mismo título y en el mismo grado, no la iguala ningunaotra acción de la Iglesia». Y se ha dicho también que la liturgia quierecontinuar la obra de Cristo mediante los signos que lo hacen presentehasta su venida.

Tal y como puede desprenderse de las líneas anteriores, son nume-rosos los elementos que caracterizan a la liturgia, A uno de ellos –la si-tuación litúrgica en nuestras comunidades desde la perspectiva de laconexión intrínseca entre liturgia y compromiso– pretende acercarseeste número de Sal Terrae.

Es probable que para ello ayude tener muy en cuenta la reflexiónde la postmodernidad de que el tiempo y la historia que toca vivir re-sultan relativos no sólo para la teología de la liturgia, sino también pa-ra la praxis celebrativa, en la que el compromiso es o debería ser unelemento fundamental de la celebración litúrgica.

Una aclaración antes de continuar: al hablar de celebración litúrgi-ca, vamos a referimos sobre todo a la celebración de la Eucaristía. Nohabría, sin embargo, que perder de vista la posible apertura de las re-flexiones ofrecidas a otras, como la celebración de la penitencia, la li-turgia matrimonial, la celebración de un funeral, etc.

PRESENTACIÓN

LITURGIA Y COMPROMISOEN TIEMPOS DE POSMODERNIDAD

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«Liturgia y compromiso» es la primera de las cuatro colaboracio-nes. Para Marc Vilarassau, «la buena noticia no es que nosotros nos ha-yamos comprometido, sino que Dios se ha comprometido primero connosotros... a venir». Desde este presupuesto, el autor explora el senti-do de la liturgia comprometida con la justicia y con la fe, y el de la fecomprometida con la justicia, y trata así de dar respuesta a la preguntaque cierra su colaboración: ¿tiene sentido aún la liturgia?

Abel Toraño se detiene de modo particular en una primera dimen-sión de la liturgia y el compromiso: la capacidad de las celebracioneslitúrgicas para expresar la presencia de Dios y la relación con él. Trasdestacar tres presupuestos para que dicha dimensión se dé (el valor deconocer la tradición, el pertenecer a una comunidad viva y el vivir per-sonalmente la fe), el autor ofrece diversas pistas para vivir con hondu-ra las celebraciones litúrgicas: importancia del espacio y del tiempo,papel del ministro y de la comunidad, el arte, la creatividad, la delica-deza, etc.

No parece que la vida diaria y la liturgia deban recorrer caminosopuestos. Otra dimensión del binomio liturgia/compromiso es: «¿Quéliturgia necesitamos hoy en nuestras comunidades, cuáles deberían sersus rasgos y qué aspectos habría que cuidar especialmente para que li-turgia y compromiso caminen de la mano, para que nuestra vida ynuestro culto no sean realidades aisladas o separadas?» De esta otra di-mensión del binomio liturgia/compromiso se ocupa Severino Lázaro,quien se plantea las preguntas anteriores y otras similares, a las que in-tenta responder desde una pedagogía «que vuelva a hacer de la euca-ristía la “cumbre y fuente” de toda nuestra vida».

Musical es la última meta de nuestro recorrido por el binomio li-turgia/compromiso. ¿Qué se puede decir sobre la música litúrgica enEspaña después del Concilio Vaticano II? En palabras de Maite López,«en este largo tiempo se ha hecho poca música litúrgica, se componelo imprescindible, y se edita con cuentagotas». La autora acerca tam-bién a nuestros/as lectores/as al mundo de la música religiosa, «cuyavariedad, riqueza y oferta han crecido de manera impresionante en lascinco últimas décadas».

203LITURGIA Y COMPROMISO EN TIEMPOS DE POSMODERNIDAD

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Introducción

Voy a hacer la confesión de unos ciertos escrúpulos al inicio de este ar-tículo. Quizá se esperaba que fuese escrito pensando en los que estánen la frontera, en los dudosos, en los que se acercan o en los que se es-tán alejando. De hecho, a mí me gusta transitar teológicamente los ves-tíbulos, los espacios preambulares, el terreno donde todavía es inciertala acogida o la despedida, donde la una se convierte en la otra y la otraen la una cuando menos te lo esperas1.

Pero no sé si este artículo puede ser leído desde ese lugar. Necesi-taba escribir esto para «los de dentro», para los que salen para volvercon hambre y entran para salir con más fuerzas. Es un artículo sobre laliturgia, y entiendo que la liturgia es para los convencidos, para los quecelebran algo, para los que se encuentran a gusto y con ganas de más

ESTUDIOSLiturgia y compromiso

Marc VILARASSAU ALSINA, SJ*ST 9

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* Trabaja en pastoral. Lleida. <[email protected]>.1. Aplaudo con entusiasmo las palabras de Benedicto XVI en su último mensaje

de Navidad a los miembros de la Curia romana: «Pienso que la Iglesia deberíaabrir también hoy una especie de “patio de los gentiles” donde los hombrespuedan de algún modo engancharse con Dios, sin conocerle y antes de que ha-yan encontrado el acceso a su misterio, a cuyo servicio se encuentra la vida in-terior de la Iglesia. Al diálogo con las religiones hay que añadir hoy, sobre to-do, el diálogo con aquellos para quienes la religión es algo extraño, para quie-nes Dios es desconocido y que, sin embargo, no querrían quedarse simplemen-te sin Dios, sino acercarse a él al menos como Desconocido».

todavía. Y aunque me habría gustado escribir de nuevo en un banco delvestíbulo, esta vez lo he hecho desde el altar. El consuelo que me que-da es poder mostrar todavía que tal vez uno y otro no estén tan lejos,cuando se toman mutuamente en serio.

Contra una concepción «antilitúrgica» de la liturgia

Así pues, este artículo no será un alegato voluntarista en favor de unaliturgia adaptada a nuestros tiempos; no porque no esté de acuerdo, si-no porque este postulado esconde generalmente una concepción «anti-litúrgica» de la liturgia con la que sí que estoy en desacuerdo. ¿Qué ca-racteriza esa concepción? El convencimiento de que la liturgia ha dedejar de ser litúrgica para legitimarse; la identificación de lo litúrgicocon lo lejano, lo incomprensible, lo oscuro, lo aburrido, lo «carca»; laconvicción de que la misión de la liturgia es legitimar el orden presen-te, confiriéndole una capa de barniz sacramental; la creencia de que laliturgia ha de expresar lo que ya sabemos, más que expresar lo que es-peramos. Con esta concepción no puedo estar de acuerdo, y esperomostrar por qué.

La liturgia pide un compromiso

Lo que legitima la liturgia no es que yo la entienda, sino que diga real-mente algo, aunque yo todavía no lo entienda o no lo entienda del todo.Si no entiendes la música de Beethoven, no es culpa de Beethoven, si-no, por decirlo así, culpa tuya. Hace falta mucho amor por la música,mucha dedicación, mucha práctica... para entender y disfrutar la músi-ca de Beethoven. Hay cosas que están por encima de mi capacidad y ti-ran de mí hacia ellas, y es bueno que así sea. Hay cosas que piden com-promiso y que, sin compromiso, se me escapan del todo. Ya es hora deque nos vayamos desprendiendo de ese complejo típico del adolescen-te que se cree medida de todas las cosas y criterio de su valor objetivo.

Si no estoy comprometido con lo que la liturgia celebra, es lógicoque me parezca lejana, aburrida, incomprensible. En la medida en queme voy comprometiendo con la música clásica, voy entendiendo y va-lorando la versión que de ella nos ofrece Beethoven, aunque algunasinterpretaciones dejen mucho que desear. Del mismo modo, en la me-dida en que me voy comprometiendo con la fe cristiana, voy enten-

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diendo y valorando la liturgia en la que esa fe cristiana se comparte yse celebra, aunque la interpretación que de ella se hace pueda ser, enalgunos casos, lamentable.

Una liturgia comprometida con la justicia

La segunda mitad del siglo XX fue tiempo fecundo de renovación li-túrgica, comandada exquisitamente por los franceses, que para estascosas tienen una sensibilidad especial. Ellos han sabido mostrarnosque se puede aliar la tradición con la creatividad, la fidelidad a los con-tenidos con la libertad de los gestos. Se descubrió entonces que la li-turgia debería estar más en contacto con la vida y que, a menudo, el hu-mo del incienso, más que para honrar a Dios, servía para que éste noviera nuestras flagrantes incoherencias.

Da de comer al hambriento

Nadie como San Juan Crisóstomo ha explicado mejor esta relación ín-tima entre liturgia y justicia: «¿Deseas honrar el cuerpo de Cristo? Nolo desprecies, pues, cuando lo encuentres desnudo en los pobres; ni lohonres aquí en el templo con lienzos de seda, si al salir lo abandonasen su frío y desnudez. [...] ¿De qué serviría adornar la mesa de Cristocon vasos de oro si el mismo Cristo muere de hambre? Da primero decomer al hambriento, y luego, con lo que sobre, adornarás la mesa deCristo».

Frente al sobrepeso doctrinal de la «lex orandi, lex credendi», consu insistencia en la ortodoxia, surgió el contrapunto de la «lex orandi,lex operandi», que ponía el acento principal en la ortopraxis. La Teo-logía de la Liberación y el vigor de la Iglesia Latinoamericana fuerondurante varias décadas los paladines de este giro de la liturgia hacia lapraxis, que tanto inspiró a nuestras adormecidas liturgias europeas. Enmuchas de sus canciones y plegarias resonaban aquellas inspiradoraspalabras de San Agustín: «¿Cantas al Señor? Vigila que la vida no va-ya contra la lengua... Cantad con la voz, con el corazón, con la boca,con las costumbres... La alabanza de la canción es el mismo que can-ta. ¿Queréis dirigir vuestra alabanza a Dios? Sed vosotros mismos laalabanza que proclaméis».

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El compromiso que engulle la liturgia

Durante los años noventa, se empezaron a percibir algunos signos decansancio producidos por los excesos de ese giro. Uno de ellos fue lasobresaturación del compromiso. Todos nos teníamos que comprome-ter más, siempre un poco más. El compromiso se convirtió en un agu-jero negro que todo se lo tragaba y nunca era suficiente. Para esa fe vo-luntarista del post-concilio, siempre estabas en falso, nunca dabas loque podías, siempre había un compromiso al que estabas fallando. Lamala conciencia por la falta de compromiso y de radicalidad, suplió ala mala conciencia por el pecado y la infracción moral. Pero las carastristes y arrugadas por el superego religioso eran muy parecidas.

Conozco a más de un cristiano muy comprometido que dejó de ira la misa de una comunidad, porque el único mensaje que recibía delevangelio era que tenía que comprometerse más; mensaje que llovíasiempre sobre mojado, es decir, sobre los que ya estaban archicompro-metidos. No es que sobrara compromiso, pero faltaba la buena noticiaque sostiene y anima ese compromiso. Y la buena noticia no es que no-sotros nos hayamos comprometido, sino que Dios se ha comprometidocon nosotros primero.

Cristianismo esenio

En esa misma época, proliferó también una liturgia adaptada al indivi-duo y a los grupos de afines. Se celebraban misas para los grupos dematrimonios, para los monitores del centro excursionista, para losmiembros del colegio de arquitectos, para los socios de la cofradía... Sepretendía una liturgia «cercana» que compensara la lejanía de una li-turgia «oficial» que no acababa de conectar con la gente y sus preocu-paciones. Tuvo sus virtudes, pero también sus defectos. Un defecto in-directo de esas liturgias «adaptadas» fue que contribuyeron, sin saber-lo, a generar colectivos de inadaptados a cualquier otra liturgia que nofuera la suya, de tal manera que, cuando se acabó la pertenencia al gru-po de afines, se acabó también la fe y su celebración eclesial. No sé sipodemos hablar del defecto de un cierto cristianismo «esenio» queproponía una liturgia adaptada a los «cercanos» frente a los extraños;cuando no una liturgia de los «puros» frente a la Iglesia «oficial» y suliturgia «encorsetada». En todo caso, considero que es honesto plan-tearse críticamente la cuestión a la vista de sus resultados.

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Una liturgia comprometida con la fe

Él viene, aunque yo no vayaÉl entra, aunque yo no salgaÉl llama, aunque yo no abraÉl ama, aunque yo no entienda.

Dios se compromete

Cabe concebir aquí la liturgia como la expresión más pura del com-promiso: me comprometo porque alguien se ha comprometido antesconmigo. No celebro lo que yo ofrezco, sino lo que recibo... y por esopuedo ofrecerlo. En este sentido, «cuando vayas a colocar tu ofren-da...» es decir, cuando vayas con tu justicia aparente por delante, contu mérito... y te des cuenta de lo que en realidad tienes pendiente..., de-ja tu ofrenda y ve a reconciliarte, ve a reconstruir el compromiso rotocon el hermano. Sólo así tu ofrenda será respuesta humilde y sincera alcompromiso que Dios ha hecho contigo.

Cuando somos capaces de adoptar esta nueva perspectiva, cuandoreconocemos que la liturgia es la expresión sacramental del compro-miso que Dios hace con nosotros, entonces recibimos la fuerza para re-hacer nuestros compromisos rotos con el hermano, para aportar la úni-ca ofrenda «agradable» a Dios, la única libación que no repugna y pro-voca las arcadas divinas: «Ya estoy harto de vuestros holocaustos decarneros y de la grasa de los terneros; me repugna la sangre de los to-ros, carneros y cabritos» (Is 1,11).

¿A qué se compromete Dios, entonces? Dios se compromete a ve-nir. La liturgia celebra a un Dios que viene en la fe para suscitar entrenosotros la práctica de la justicia como signo precursor de su reinado:«Id y contadle a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven, loscojos andan, los leprosos quedan limpios de su enfermedad, los sordosoyen, los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia la buena no-ticia» (Mt 11,4-5). Dios viene «ya», aunque «todavía no» del todo.

Liturgias del «ya» y del «todavía no»

Hay liturgias que ponen el acento en el «ya», en la acción de gracias yla celebración gozosa del tiempo presente. En la medida en que olvi-dan el polo del «todavía no», caen fácilmente en la complacencia y en

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2. A los unos y a los otros cabría recomendarles las palabras de J. Moltmann: «elser humano no vive únicamente de tradiciones sino también de anticipaciones»(El Camino de Jesucristo, Sígueme, Salamanca 1993, p. 459)

el conformismo. Son las eucaristías del «ya está aquí, ya llegó, TrinaPiña Colada: del Caribe la traigo yo». Se trata de celebrar lo bien queestamos y lo mucho que nos queremos... y la pereza que nos da que serompa el encanto. Somos nosotros, la comunidad «ideal», los que tra-emos el Reino y lo sentamos a nuestra mesa. Es aquella deliciosa in-genuidad de la misa nicaragüense: «Cristo, Cristo Jesús, identifícatecon nosotros». Cuando este acento del «ya» se sobredimensiona, noscargamos de un plumazo la tensión escatológica que nos abre esperan-zadamente al Dios que viene sin que nosotros lo hayamos traído.

Otras liturgias ponen el acento en el «todavía no», en esta esperaanhelante del Reino que viene. Esperamos a Aquel que está viniendo ynos disponemos a recibirlo. Es Él quien nos invita a su mesa, quien noshace pasar al banquete que nos ha preparado. No somos nosotros, sinoél, quien confecciona la lista de invitados, en la que salen mis amigosy mis enemigos, los de mi cuerda ideológica y los de la contraria, losde la guitarra y los del órgano... Porque todos estamos igual de lejos eigual de cerca de ese Reino que viene. La liturgia debe disponernos ala espera y la acogida de aquello que podemos celebrar ya, aunque to-davía no sea una realidad plena.

Aunque el exceso de humo y de espera escatológica desencarnadapuede también obnubilarnos. Eso sucede cuando convertimos el altaren trinchera, y la sacristía en búnker a prueba de las bombas que noslanza el «laicismo beligerante» del enemigo2.

Con marcado acento escatológico

Dicho esto, la liturgia no debería ser tanto la consagración sacramen-tal del tiempo presente, que también, cuanto la anticipación escatoló-gica del tiempo futuro. Pienso que la situación presente de la Iglesia enOccidente nos invita a revisar esa reducción de la liturgia a los sacra-mentos que se fraguó a partir del giro constantiniano, marcando esaprogresiva identificación entre la Iglesia y el Imperio. La idea milena-rista que va asociada a esa identificación concibe el régimen de cris-

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3. Véase, a este respecto, lo que dice la Comisión Bíblica Pontificia en el docu-mento El Pueblo Judío y sus Escrituras Sagradas en la Biblia Cristiana: «Laespera mesiánica de los judíos no es vana. Puede convertirse para nosotros, loscristianos, en un poderoso estímulo para mantener viva la dimensión escatoló-gica de nuestra fe. Nosotros como ellos vivimos en la espera. La diferencia es-tá en que, para nosotros, Aquel que vendrá tendrá los rasgos del Jesús que yavino y está ya presente y activo entre nosotros».

tiandad como la instauración del Reino de Cristo en la tierra por milaños. Los sacramentos debían consagrar el tiempo de ese Reino, sa-cralizando sus ritmos y ritos de paso. Por mucho que la cristiandad ha-ya sido uno de los constructos sociales más fecundos y longevos de lahistoria, Occidente parece decidido a pasar página.

Aunque todavía hay quien lo vive como una tragedia, lo cierto esque, en la medida en que esa identificación milenaria entre la Iglesia yel Imperio se quiebra, podemos recuperar esa dimensión escatológicaque había caracterizado la liturgia cristiana de los primeros siglos. Haymuchos signos que nos indican la fecundidad de este camino, siendouno de los más esperanzadores la progresiva y decidida regeneraciónde las raíces judías de nuestra fe, de las cuales se alimenta muy abun-dantemente la liturgia3. Eso nos invita a recuperar el marcado acentoescatológico que ha tenido siempre la liturgia como anticipación sa-cramental del reino que viene. La comunidad de los creyentes-espe-rantes se congrega, en solidaridad con el mundo expectante, para reci-bir sacramentalmente el reino de Dios.

En solidaridad con otros

Un mundo que también acoge a su manera ese reino en la medida enque el Espíritu suscita en los «paganos» o en los fieles de otras tradi-ciones religiosas una acción de amor desinteresado y de compromisopor la justicia. Y en solidaridad, muy especialmente, con el pueblo ju-dío como pueblo custodio de la esperanza mesiánica, también para elcristianismo (Rm 9,4-5).

Hay que recordar que la espera escatológica que la liturgia pone ensolfa se da también extra-ecclesiam, ya que el mundo, teológicamentehablando, no es lo que hay fuera de la Iglesia, sino lo que se opone alReino. Por eso podemos afirmar que también hay mucho «mundo» in-

tra-ecclesiam. La liturgia es, entonces, la expresión comunitaria de esecombate «contra el mundo» que se da intra y extra-ecclesiam. En esalucha necesitamos aliados, sean estos paganos o judíos, que nos pue-dan señalar proféticamente el «mundo» que tenemos dentro y que nosmuestren también a nosotros los signos precursores de ese Reino queviene para todos.

Una fe comprometida con la liturgia

No todo en la liturgia es claro, fácil, evidente..., como no todo en la fees transparente. Cuando Salomón acaba la construcción del Templo delSeñor y los sacerdotes se disponen a oficiar el culto divino por vez pri-mera, resulta que «la nube llenó el templo de manera que los sacerdo-tes no podían oficiar». Entonces Salomón recordó que «Tú, Señor, hasdicho que quieres habitar en la oscuridad» (1 Re 8,10-12). El «secre-to» también tiene un papel en la liturgia: habla de lo escondido deDios, de lo que todavía no está disponible, de lo que nos queda aún pordescubrir. La liturgia no tiene que ponernos a Dios al abasto, sino quedebe poner nos a nosotros al abasto de Dios.

Oscuridad luminosa

Hay un texto de San Efrén, referido a la Palabra de Dios, que nos de-bería animar y que tiene mucho que ver con la actitud que pide tam-bién de nosotros la liturgia:

«Da gracias por las riquezas que posee la Palabra, aunque no lasllegues a entender todas. Alégrate de esta derrota y no te entristez-ca que hayas sido superado. El sediento disfruta de la bebida y nose entristece por no poder agotar la Fuente. Que la fuente triunfesobre tu sed y no la sed sobre la fuente, porque si tu sed se satisfa-ce y la fuente no se agota, cuando vuelvas a estar sediento podrásbeber otra vez. Pero si, una vez satisfecha tu sed, la fuente ya nomanara más, tu misma victoria te sería perjudicial. Agradece lo quehas recibido y no te entristezcas por la abundancia de las cosas quehan sobrado. Lo que has recibido es tu parte ahora; lo que ha so-brado, lo tienes como herencia. Lo que por tu incapacidad no pue-des recibir en una hora, lo podrás recibir en otras, si perseveras»(Comentario al Diatessaron).

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4. La Segunda Carta de Pedro se refiere a las palabras de los Profetas como aque-lla «luz que brilla en un lugar oscuro». En ese sentido, la Iglesia se acerca a laluz de la palabra y de la eucaristía, caminando en medio de un lugar oscuro,«hasta que el día amanezca y la estrella de la mañana salga para alumbraros elcorazón» (1 Pe 1,19).

5. La Encíclica sobre la Eucaristía, Sacramentum Caritatis, habla profusamentede la necesidad de una catequesis mistagógica: «...una catequesis de caráctermistagógico que lleve a los fieles a adentrarse cada vez más en los misterios ce-lebrados» (SC, 64).

La liturgia expresa precisamente eso que no comprendo, que nopuedo adaptar a mi «nivel», sino que exige de mi una adaptación, uncambio de nivel, eso que «recibiré más adelante si persevero». Por esola liturgia pide una iniciación, una propedéutica, una mistagogía..., uncompromiso, en definitiva.

Pero tendría que quedar claro que Dios no es oscuro; lo que es os-curo es la fe. Dios es luz, pero nuestro camino hacia él transita por lassombras, la oscuridad y las tinieblas. Vamos hacia la luz, pero avanza-mos a tientas4. Buscamos a un Dios que se esconde, porque es un Diossalvador (Is 45,15). Para salvar tiene que esconderse, porque, si se de-ja agarrar, acabamos pareciéndonos a esos insensatos que «se ponen aorar a un ídolo (un dios visible) que no puede salvarlos» (Is 45,20).

Un cierto «arcano»

Nos planteamos, entonces, la necesidad de recuperar un cierto arcanolitúrgico, una cierta prevención ante lo sagrado, para evitar su banali-zación en aras del folklore cultural. La liturgia dice algo concreto conlo que nos comprometemos. De lo contrario, mentimos. No podemosutilizar el lenguaje de la liturgia para decir otras cosas, ya que eso esuna fútil instrumentalización de lo sagrado, aparte de ser una muestrade ignorancia y falta de respeto. No podemos pretender una liturgiacomprometida con la vida si nuestra fe no se compromete simultánea-mente con la liturgia.

Antiguamente, los cristianos pasaban por un largo y exigente pro-ceso de iniciación a lo sagrado, una progresiva introducción al arcanode la fe, a los misterios y a sus expresiones litúrgicas5. Hay un peligroclaro de deriva hacia el gnosticismo si se exagera la dimensión esoté-rica del proceso, un peligro de caer en el elitismo de los perfectos y los

iniciados frente a los paganos e ignorantes. El cristianismo ha estadosiempre atento a evitar esas derivas gnostizantes que acaban separandola fe de la gente y de la vida. Pero de ahí a la actual banalización e ins-trumentalización de algunos de los sacramentos de marcado tinte so-ciológico, hay una frontera que deberíamos volver a delimitar.

La sociedad cada vez necesita menos a la Iglesia para estructurar-se: si la necesita cada vez menos para lo normativo-moral, quizá es ho-ra entonces de que vayamos dejando de ser también imprescindiblespara lo celebrativo-sacramental. Yo no lo vería como un proceso depérdida o como una fuga a taponar urgentemente, sino como una opor-tunidad para recuperar creativamente aspectos olvidados o trivializa-dos de la liturgia y de la potencia celebrativa de nuestra fe.

«Utilización» pastoral de la liturgia

Algo que choca frontalmente contra eso que proponemos es la «ins-trumentalización» pastoral de la liturgia. Con toda la buena voluntad,hemos acabado convirtiendo la eucaristía en la guinda religiosa de to-dos los encuentros, excursiones, evaluaciones, conmemoraciones yeventos diversos. La misa no debería ser un ornamento festivo, sino lacelebración eclesial del domingo.

Hasta ayer, esta utilización «decorativa» de la misa podía quedarmás o menos justificada por la identidad cristiana de los grupos. Perocada vez resulta más llamativo el abismo que separa la celebración li-túrgica de la fe de la gente que integra esos grupos. De manera que tepuedes encontrar fácilmente celebrando cosas con las que la mayoríade la asamblea no está, ni de lejos, comprometida. ¿Quién no ha vivi-do alguno de esos bautizos donde la mitad de los asistentes masca chi-cle mientras la otra mitad comenta la jugada en directo? ¿O bien esasmisas «forzadas», con un grupo de monitores que se declara mayorita-riamente ateo? Hay algo ahí que no funciona.

La eucaristía la celebra la comunidad el domingo, y las puertas es-tán siempre abiertas para los que la deseen de veras. La pastoral es to-da aquella actividad encaminada a acompañar a la gente desde la con-versión hasta la participación plena en la liturgia. Antes lo llamaban«catecumenado», y no está nada mal que estemos recuperando estanomenclatura. Y, mientras tanto, se dispone de un amplio y coloridoabanico de actos sacramentales, oraciones, cantos, actos de devo-

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6. «Donde se den situaciones en las que no sea posible garantizar la debida clari-dad sobre el sentido de la Eucaristía, se ha de considerar la conveniencia desustituir la Eucaristía por una celebración de la Palabra de Dios» (SacramentumCaritatis, 50)

ción... que se pueden adaptar al grupo y a la ocasión y que puedenocupar con gran dignidad e imaginación el amplio espacio preambu-lar de la liturgia6.

¿Tiene sentido aún la liturgia?

¿Qué sentido tiene, entonces, la liturgia en un contexto post-cristianoy post-religioso como el nuestro? Para responder a esa pregunta, par-tamos de los síntomas incómodos. Uno de ellos es el hecho de que vi-vimos una incómoda esquizofrenia que nos desgasta y nos desconcier-ta. Por un lado, la gente mantiene contacto con los actos litúrgicos entanto que ritos de paso: bautismo, primera comunión, boda y funeral;así como, en un segundo plano, la confirmación. Y, por otro lado, haymucha gente que asiste a los sacramentos, e incluso los recibe, y queno cree nada (o cree muy poco) de lo que celebra. Se trata de ritos sinfe, puro envoltorio.

Complejo de la mujer maltratada

En su momento, la liturgia cristiana se vistió del ritualismo que le ofre-cía la cultura en la que nació. Hoy va quedando sólo el vestido, sin nin-gún contenido dentro. Y eso incomoda cada vez más, tanto a los quecreen lo que celebran como a los que celebran sin necesidad de creer.¿Quién no ha topado con el enfado sincero de mucha gente a la que sele niega el acceso a los sacramentos «a bajo precio»? ¿Quién no ha es-cuchado, cuando se le exige a la gente un cierto compromiso con el sa-cramento que se solicita, comentarios de este estilo: «¡Con la pocagente que se acerca a la Iglesia, encima lo ponéis difícil!»?

¿Qué hacer? ¿Hasta cuándo puede la Iglesia seguir manteniendoese andamiaje institucional, vacío por dentro? ¿Hasta cuándo seguirápidiéndole la sociedad a la Iglesia que lo haga? Nos da vértigo pensar

qué pasará cuando dejemos definitivamente de ser útiles a la sociedadtambién en este terreno, en el que parece que todavía conservamos unacierta preponderancia. Preferimos que nos utilicen a que nos abando-nen. A veces nos parecemos a aquella mujer maltratada por el maridoque prefiere seguir siéndolo antes que arriesgarse a la aventura incier-ta de una vida autónoma: «al menos mi marido me necesita, aunquesea para pegarme».

Una liturgia que hable de Dios hablándole a Él

¿Qué papel desempeña la liturgia en nuestra fe cuando ya no estructu-ra los ritmos sociales? ¿No se nos está invitando a pasar de una litur-gia sincrónica, que acompaña armónicamente el tiempo presente, a unaliturgia diacrónica, como su contrapunto profético y escatológico? ¿Auna liturgia, ya no principalmente como estructuradora del chronos, eltiempo social, sino, sobre todo, como suscitadora del kairós, el tiempoescatológico?

No propongo un alejamiento gnostizante de la liturgia, a base deoscurecerla innecesariamente y convertirla en algo exclusivo de con-vencidos. La liturgia debe expresar, eso sí, el núcleo de la fe. Es más,se habla de la liturgia como de la «teologia prima», es decir, de la pri-mera elaboración conceptual de la fe cristiana. Los cristianos piensansu fe al tiempo que la celebran; aprenden a hablar de Dios hablándolea Él. ¿Qué sentido tendría una liturgia que ya no le hablase a Dios?

Una liturgia que sólo hablara de Dios sería una conferencia, que esen lo que se han convertido muchas de las liturgias contemporizadorasque buscan, con toda su buena intención, acercar la liturgia a la gente.Pero es que una liturgia que sólo hablara de lo nuestro, utilizando aDios como excusa, sería un espectáculo de ventriloquia, que es en loque se han convertido muchas de las bodas y bautizos que todavía secelebran en nuestras iglesias.

Una minoría creativa

Hay quien teme que la Iglesia se convierta en una minoría. Pero ¿quéotra cosa puede ser honestamente el catolicismo en nuestra sociedadglobal, sino una minoría? El problema no es ser una minoría, sino quétipo de minoría y qué es lo que aporta esa minoría al resto de la socie-

216 MARC VILARASSAU ALSINA, SJ

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217LITURGIA Y COMPROMISO

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7. Recientemente, el Papa Benedicto XVI nos ha animado en esa dirección: «Yodiría que, normalmente, las minorías creativas determinan el futuro y, en estesentido, la Iglesia católica debe comprenderse como minoría creativa que tieneuna herencia de valores que no son algo del pasado, sino una realidad muy vi-va y actual». Véase: «Encuentro del Papa con los periodistas durante el vuelohacia la República Checa, sábado 26 de septiembre de 2009», en línea, http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/speeches/2009/september/documents/hf_ben-xvi_spe_20090926_interview_sp.html (consultado el 1 de febrero de 2010).

8. Cabría considerar aquí una liturgia que incorpore más creativamente la partici-pación «corporal» de los fieles, la utilización de los medios que la moderna tec-nología pone a nuestro alcance, etc. Siempre que no se caiga por ello en el an-tiguo error de poner la liturgia al servicio de esos medios, sino al revés. Peroeso ya es harina de otro costal...

dad. Podemos ser una minoría nostálgica, con las ínfulas insufribles deun protagonismo sobredimensionado; o bien ser una minoría creativa7,consciente de su gran riqueza patrimonial, centrada en Cristo y suBuena Noticia. Y una de las riquezas patrimoniales más importantesque tiene la Iglesia es, precisamente, su liturgia.

Pero una minoría creativa nos está hablando también de una litur-gia creativa, una liturgia capaz de expresar con toda la fuerza esta nue-va situación. Una iglesia comprometida con la liturgia debe ser unaiglesia comprometida con su renovación, precisamente para que losgestos y las palabras no pierdan su potencia y su eficacia. Una iglesiaque quiera seguir hablándole a Dios del mundo y hablándole al mun-do de Dios, debe recuperar toda la fuerza ancestral de su liturgia, almismo tiempo que trata de renovar los gestos y las palabras que pue-dan hacerla aún más significativa en nuestros días8.

Como advierte Jean Corbon, un gran especialista en liturgia: «Sincelebración, la fe volvería a ser un teísmo, la esperanza quedaría sepa-rada de su ancla, y la caridad se diluiría en filantropía. Si la Iglesia nocelebrase más la Liturgia, dejaría de ser la Iglesia y no constituiría otracosa que un cuerpo sociológico, una apariencia residual del Cuerpo deCristo». Me gustaría apuntarme, sinceramente, a que esto no suceda.

El Concilio Vaticano II, en su decreto sobre ecumenismo, singulariza larestauración de la unidad de todos los cristianos como una de sus prin-cipales preocupaciones. La división de las Iglesias es piedra de escán-dalo para el mundo y obstáculo para la causa más sagrada, la predica-ción del Evangelio a toda criatura. En este nuevo libro, el cardenalKasper se centra en los principales argumentos de diálogo ecuménico(Jesucristo, la Santísima Trinidad, la justificación, la Iglesia y los sa-cramentos del bautismo y la eucaristía), explica los temas fundamenta-les que están en juego y ofrece indicadores para el camino que tenemosante nosotros, de suerte que pueda cumplirse el deseo de Jesús: que to-dos sean uno.

WALTER KASPER

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Para sentir y gustarinternamente la liturgia

Abel TORAÑO FERNÁNDEZ, SJ*

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* Trabaja en pastoral juvenil y universitaria. Madrid. <[email protected]>.1. Sacrosanctum Concilium, n. 7.

«...Cristo está siempre en su Iglesia, sobre todo en la acción litúrgi-ca. Está presente en el sacrificio de la Misa [...]. Está presente con suvirtud en los sacramentos [...]. Está presente en su palabra [...]. Estápresente, por último, cuando la Iglesia suplica y canta salmos [...].

Con razón, pues, se considera la liturgia como el ejercicio delsacerdocio de Jesucristo [...]. En consecuencia, toda celebración li-túrgica, por ser obra de Cristo sacerdote y de su Cuerpo, que es laIglesia, es acción sagrada por excelencia, cuya eficacia, con el mis-mo título y en el mismo grado, no la iguala ninguna otra acción dela Iglesia»1.

Hace unos tres años, Arancha, una joven que pertenecía a una co-munidad cristiana universitaria, me preguntó si podía decirle en muypocas palabras en qué consistía para mí la pertenencia a una comuni-dad cristiana. Ella percibía que su propia comunidad vivía un momen-to de cambio, de transformación, y la pregunta que le brotaba era ur-gente y sincera. Yo le respondí de manera directa: «Seremos comuni-dad cristiana si somos comunidad de mesa». Mi respuesta; aunque noestaba preparada, era sincera, de esas que se dicen desde una convic-ción profunda. Ella me miró y se sonrió, diciendo algo así como: «Ya,vamos, que lo importante es ir a misa...».

Prácticamente, todos los años de mi actividad apostólica los he de-dicado a la pastoral con jóvenes, principalmente con jóvenes en edaduniversitaria. Las líneas que aquí ofrezco son reflexiones, no conclu-siones, que brotan del trabajo pastoral directo con estos jóvenes. Si es

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2. Cf. S. MADRIGAL, Tradición jesuítica en materia eclesiológica, Discurso pro-nunciado en el acto de su toma de posesión como académico de número de laReal Academia de Doctores, Madrid 2010, pp.65-68.

cierto, como así lo afirmé ante Arancha, que somos fundamentalmen-te comunidad de mesa, me pregunto qué nos hace verdaderamente talcomunidad y cómo podemos aprovechar nuestras liturgias para que enellas se dé lo que se ha de dar: una auténtica celebración personal y co-munitaria de la presencia del Dios que nos salva en Jesucristo y quenos constituye ante el mundo, por su presencia, en sacramento univer-sal de salvación2. Intentaré no dar recetas, pues no se trata de eso, pe-ro sí concretar mi reflexión de manera que pueda ofrecer algunas pis-tas que sirvan de ayuda.

Dos consideraciones teológicas

No es el objetivo de estas líneas ofrecer una reflexión teológica, sinopastoral, sobre la liturgia. No obstante, quiero subrayar dos aspectosteológicos que pueden ayudarnos a realizar esta reflexión.

Una vertical con dos direcciones

En los extremos de esa vertical están el ser humano y Dios. La liturgiaacerca a Dios al hombre. Este acercamiento ocurre en virtud de una ac-ción propiciada por nuestro mismo Dios. Suya es la iniciativa en la ac-ción litúrgica, no nuestra. Es el mismo Jesucristo que dijo: «Con ansiahe deseado comer esta Pascua con vosotros» (Lc 22,15) quien nos en-comendó: «Haced esto en recuerdo mío» (Lc 22,19). Es decir, la ac-ción litúrgica, en cuanto acción humana, no es sino respuesta a unmandato, resultado de una gracia recibida.

Esta iniciativa divina nos pone ya sobre aviso sobre lo que aconte-ce en la liturgia: no es una mera acción humana de recuerdo. No se tra-ta de querer dar densidad existencial a determinados momentos im-portantes de la propia vida, como el nacimiento o la muerte. Tampocose trata de cumplir con la letra de una tradición y unos rituales que ex-presan nuestra pertenencia a un determinado grupo. La liturgia pone en

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3. C. DEL VALLE, «Celebrar la salvación»: Sal Terrae 1.129 (diciembre 2008)p. 916.

4. Sacrosanctum Concilium, n. 10.

juego «un ritual que permite la vivencia corporal y comunitaria de unMisterio que es historia de salvación, es decir, que sigue realizandonuestra salvación en la historia»3.

La presencia del Misterio nos advierte sobre ciertos cuidados quedebemos observar en la liturgia. Si la iniciativa es de Dios, si Jesucristomismo está actuando en la liturgia, debemos favorecer de nuestra par-te todo lo que suponga aceptación, acogida, adoración, escucha de esaPalabra de Dios.

Ahora bien, la vertical tiene dos direcciones. La comunidad cris-tiana desempeña un papel importante en la liturgia. No sólo es que enla liturgia el creyente exprese sus anhelos más profundos, su oración,su petición a Dios, el ofrecimiento de su vida o su gratitud, sino quetodo lo que acontece en la liturgia acontece en forma y lenguaje hu-manos. Forma y lenguaje que, en primer lugar, hemos recibido de otrosa lo largo de una larga tradición creyente e histórica: no partimos decero (nunca partimos de cero). Forma y lenguaje, por otra parte, sus-ceptibles de cambio, de transformación, de acomodación a diferenteslugares y circunstancias. Las diferentes opciones que se tomen podránayudar o entorpecer a la comunidad cristiana en la vivencia y celebra-ción de Cristo presente en la acción litúrgica.

La liturgia como fuente y culmen

Lo señala el Concilio Vaticano II: «La liturgia es la cumbre a la cualtiende la actividad de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de don-de mana toda su fuerza»4.

Dos reflexiones sencillas. En primer lugar, si la liturgia es cumbre,podemos inferir que culmina algo. En otras palabras, la liturgia, y demodo particular la Eucaristía, es la cima a la que tiende toda la vida defe de la Iglesia. Si nos acogemos al símil con la montaña –aun cuandosea inexacta esta comparación–, sólo es posible llegar a la cumbre deuna montaña tras un proceso más o menos largo de caminata o de es-calada. Como comunidad cristiana, pueblo peregrino, celebramos ya elfinal de esa travesía, de ese proceso; aun cuando todavía estemos ca-

minando. En el camino, unos estarán comenzando, y otros madurando;unos llevarán pocos años y escasas experiencias a sus espaldas, mien-tras que otros se erigirán en guías de la comunidad por su ministerio opor el testimonio de sus vidas y la coherencia de su fe. Todos, al fin yal cabo, celebramos la Alianza de Dios con la humanidad, sellada en lavida, pasión y resurrección de Jesucristo. De acuerdo con el momentodel camino, la liturgia se adaptará a los más niños, como lo hace conlos adultos; se hará más juvenil o más creativa; más sencilla o más aus-tera en sus signos externos; pero siempre celebrando lo mismo y te-niendo en cuenta que los convocados son creyentes en camino hacia lacumbre. De ninguna manera está justificado el uso instrumental de laliturgia. Esto sucede, en pocas palabras, cuando entramos en la diná-mica de «misa para todo». Que se inaugura un centro deportivo: misa.Que queremos celebrar el final de curso: misa. Y así parece que todolo que tenemos que celebrar en la vida tiene que pasar por la celebra-ción litúrgica, sin pararnos a pensar si los convocados para tal celebra-ción son, de hecho, una comunidad en camino, independientemente delmomento en que se encuentren. No hace mucho, asistí a la celebraciónde un matrimonio cristiano. Poco antes de comenzar la celebración,uno de los novios me comunicó que no iban a comulgar ni él ni la ma-drina. No era momento de hacer preguntas; pero uno se queda con lasensación de que, si no nos andamos con cuidado, podemos convertirlo más sagrado que tenemos en puro elemento decorativo y funcional.Esto me lleva a la segunda reflexión.

Decir que la liturgia es fuente de la vida de la Iglesia puede pare-cer «palabras bonitas» (que lo son); pero son verdad. No son pocos lostestimonios de hombres y mujeres que han sentido su llamada voca-cional en una liturgia eucarística; o que han reconducido su vida gra-cias a la gracia de la reconciliación. Muchos han vivido la preparaciónpara el matrimonio como la ocasión de reconducir con mayor cohe-rencia su vida de fe. Todos podemos poner nombre a esas personas;quizá nosotros mismos tengamos que hacer alusión a alguna celebra-ción litúrgica para que se pueda entender nuestra vida de fe. Es tareade todos que nuestras liturgias estén bien preparadas: la creación de unambiente oracional adecuado, la plegaria común vivida por la comuni-dad, unas palabras bien preparadas para la homilía... pueden ser eselenguaje humano mediante el cual nuestro Dios se hace presente y ac-túa en medio de nosotros5.

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5. «La capacidad para la liturgia es la capacidad para lo primordialmente huma-no: la admiración, el trascendimiento sobre sí, la gratuidad, el servicio, la con-templación, el sentido, el futuro absoluto, Dios, el hombre en su nuda desnu-dez creatural y en su destinación al prójimo para acogerlo y ser su guardián»:J. RATZINGER, El espíritu de la liturgia. Una introducción, Cristiandad, Madrid2002, p. 27.

Presupuestos personales para dotar de sentido a la liturgia

Lo señala sabiamente el Concilio Vaticano II: no sólo actúa Cristo enla liturgia; también actúa su Cuerpo, la Iglesia. ¿Qué podríamos pediro desear de las personas que asisten y participan en las distintas litur-gias para que éstas se vivan con sentido pleno? Señalo tres aspectosque considero importantes.

Conocimiento de la tradición

Conocer ayuda a gustar y vivir con mayor profundidad la fe. Recuerdola catequesis que, hace siete años, un compañero jesuita dio a un gru-po de jóvenes que estábamos pasando la Semana Santa en Rabanal delCamino. Nos explicó con verdadera unción y conocimiento lo que esamisma noche íbamos a celebrar en la Vigilia Pascual. El comentario delos jóvenes, al día siguiente, es que la charla de Francisco nos habíaayudado a saborear las lecturas, a apreciar los diferentes momentos dela liturgia, a sacarle su jugo a los gestos; en definitiva, nos había ayu-dado a gozar con mayor intensidad de la presencia viva de Cristo en lacelebración.

Se hace hoy día muy necesario que la comunidad cristiana recibala instrucción suficiente que le ayude a participar más plenamente enla acción litúrgica. Esta enseñanza debe ser, ante todo, enseñanza de latradición creyente, tal como está recogida en los textos bíblicos delAntiguo y del Nuevo Testamento. Es también enseñanza de la historiade la Iglesia, desde sus orígenes postpascuales hasta nuestros días. Esteconocimiento nos ayudará a entender en profundidad y, al mismo tiem-po, amar aquello que conocemos, desterrando prejuicios estériles y de-safecciones basadas en la ignorancia.

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6. «El culto, considerado en toda su amplitud y profundidad, va más allá de la ac-ción litúrgica. Abarca, en última instancia, el orden de toda la vida humana enel sentido de las palabras de Ireneo: el hombre se convierte en glorificación deDios y queda, por así decirlo, iluminado por la mirada que Dios pone en él: es-to es el culto»: J. RATZINGER, op. cit., p. 41.

Inserción en una comunidad viva

He asistido en los últimos meses a la creación de una nueva comuni-dad cristiana, formada por un grupo de unos cuarenta jóvenes mayoresde 25 años. En la gran mayoría de los casos, son jóvenes que ya hanpertenecido a alguna comunidad cristiana, ya sea colegial, parroquial ouniversitaria. Al cabo de un tiempo, se encontraron desvinculados decualquier comunidad y caminando solos. Su experiencia les ha dado,como resultado, que necesitaban de otros para vivir su fe. Ese «otros»no era una mera cuestión formal: sin duda, cada uno de ellos podría de-cir que tenía su parroquia; pero eso no les era suficiente. ¿Qué más leshacía falta? Lo definían con lucidez: alguien con quien rezar y com-partir la vida; otras personas con las que vincularse y poder realizaruna misión común. Por último, y a esto le dieron suma importancia,compañeros con quienes celebrar la eucaristía semanal.

Esta experiencia puede servir de ejemplo de una verdad con la quenos topamos: es cierto que, si se pierde la eucaristía, se pierde la comu-nidad; pero no es menos cierto que, si no se pertenece a una comunidadcristiana viva, difícilmente se acude a la eucaristía semanal. Y esto, enlos tiempos invernales que nos toca vivir, se torna incuestionable.

Vida personal de fe

La acción litúrgica no abarca toda la vida de fe; porque nada hay aje-no en la vida humana a la fe en el Dios encarnado6. Aquellas personasque no hacen cortes en su vida de fe entre lo profano y lo sagrado, si-no que entienden que toda acción humana puede estar inspirada y vi-vida desde la gracia, integrarán mejor liturgia y vida. De este modo, laliturgia recoge la vida e impulsa hacia la vida.

Es cierto que no todos los asistentes a la liturgia cristiana son per-sonas comprometidas con la fe. En estos casos, la liturgia puede serfuente que inspire el compromiso de fe del creyente. Cuentan de San

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7. Sobre la finalidad de la liturgia, y cómo ésta no tiene un fin utilitario, se puedeleer «La liturgia como juego», en R. GUARDINI, El espíritu de la liturgia, Cua-dernos Phase (n. 100), Barcelona 1999, pp. 59-72.

Antonio Abad cómo, siendo joven, durante una celebración eucarísticaescuchó las Palabras de Jesús: «Si quieres ser perfecto, ve y vende to-do lo que tienes y dalo a los pobres» (Mt 19,21). Estas palabras toca-ron su corazón. Al morir sus padres, repartió su herencia entre los po-bres y se retiró al desierto.

Pistas para ayudar a vivir con honduralas celebraciones litúrgicas

La liturgia es mediación de la acción de Dios y, como tal, hace uso delas mediaciones humanas para su realización. Si queremos celebrar li-turgias que expresen y faciliten esa dimensión esencial que es la pre-sencia y la relación con Dios, debemos entrar en el «juego» de las me-diaciones7. Cuanto mejor conozcamos y usemos las reglas del juego,tanto más nos meteremos en el juego mismo y tanto más disfrutaremos.

Espacios adecuados para la celebración

Hace cuatro años, tuve que tomar una decisión sobre el lugar donde ce-lebrar la eucaristía semanal con una comunidad universitaria. En losaños anteriores habíamos celebrado la misa en un local de una comu-nidad de vecinos. La sala utilizada no era la capilla del local, sino unasala amplia que nos servía de salón para múltiples actividades. Pocoantes de la misa, intentábamos adecuar el lugar para la celebración: co-locábamos una mesa como altar, disponíamos las sillas alrededor de lamesa, preparábamos los cantos, etc. Se nos presentó la alternativa demudar de lugar para ir a un templo eclesial. La decisión no fue fácil;aunque finalmente nos mudamos. No quito valor a las misas celebra-das en el salón comunitario; sin duda, ello nos aportaba cercanía y ca-lidez. La nueva iglesia nos quitaba algo de eso, o mucho, aunque nosdaba otras cosas: mayor sentido de eclesialidad, de apertura a otros quequisieran asistir a la celebración; mayor sentido de «lo sagrado», ex-

presado en la disposición de los elementos en la Iglesia: el sagrario, lasede de la Palabra y la amplitud de unos espacios que invitan a la ora-ción, entre otros.

Es cierto que no se puede dogmatizar sobre qué espacios son, apriori, mejores que otros. La Historia de la Iglesia nos enseña cómo,desde los orígenes, la comunidad cristiana ha celebrado sus liturgias enubicaciones muy diferentes: desde domicilios particulares hasta gran-des basílicas de origen profano; desde humildes ermitas hasta grandestemplos catedralicios... Con todo, debemos buscar espacios que invitenal recogimiento, a la plegaria, a la comunión personal y comunitariacon Dios. Espacios específicamente cultuales y percibidos por la co-munidad como tales.

Es muy fácil explicarlo con un ejemplo. Personalmente, no megusta ver cine en cualquier sala. Vivo en una ciudad grande, con abun-dante número de salas de cine. Cuando quiero ir a ver una película conlos amigos, presto mucha atención a la sala que vamos a elegir. De he-cho, de toda la oferta de cines de la ciudad, me muevo en un númeromuy reducido de posibilidades, dos o tres. Sin duda, la película que meinteresa se proyecta en más salas, pero yo sé cuáles son los espaciosque me pueden hacer gustar más la película que quiero ver.

Correcta disposición de los elementos litúrgicos

A veces no sabemos explicar por qué, pero todos tenemos la experien-cia de que algunos lugares nos invitan a la oración, y otros no. Cuandouno entra en la Catedral Vieja de Salamanca, si tiene la suerte de estara solas y poder sentarse en silencio en un banco, contempla el hermo-so retablo con las 53 tablas de la vida de Cristo. La visión de esas ta-blas es una invitación al recogimiento y a la oración, dejando que lavista ayude a la imaginación a discurrir por la vida de Cristo.

Hace pocos días, una mujer me comentaba cómo se sentía rezandoen una hermosa capilla recién estrenada. Sin dudar de su belleza, mehacía un comentario interesante: cuando estoy rezando y levanto la vis-ta, no sé adónde mirar. El sagrario está un poquito tapado por una co-lumna, la cruz, extremada a un lado del frontal; la imagen de la Virgen,en el otro extremo, casi en un lateral; y la talla del santo, a la espalda,justo a la entrada de la capilla. Jamás había caído en la cuenta de estaverdad. La disposición de los elementos en la capilla no ayudaba a re-

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8. Sin entrar en la controversia sobre si es más adecuado o no el modo de celebrar

zar a esta mujer, que deseaba la presencia de una imagen sagrada co-mo mediación en su oración.

Cuando disponemos los lugares de culto, debemos hacernos pre-guntas muy sencillas: ¿Qué cruz quiero poner y en qué lugar quiero si-tuarla? ¿Dónde voy a colocar el sagrario y qué ambiente quiero crear asu alrededor? ¿Cómo voy a reflejar la importancia que tiene la Palabrade Dios en la celebración? La liturgia es presencia activa de Jesucristoen medio de la Asamblea. La Cruz, la Palabra y la reserva eucarísticaexpresan y realizan, a su modo, esta presencia del Señor entre nosotros.

El ministro como mediación en la acción litúrgica

La misa duró hora y media, porque el sacerdote se alargó 45 minutoscon la homilía. Como yo era su amigo, me acerqué después de la misapara comentarle que había sido excesivamente prolijo. Para mi sorpre-sa, me respondió: «Mira, para una vez que vienen a misa, que escucheny que aprendan algo, que mal no les vendrá».

Somos humanos, y no nos vale con el «ex opere operato» comomotivación para asistir y vivir con hondura nuestras liturgias. La figu-ra del sacerdote o ministro de la celebración puede servir de ayuda oser un estorbo importante para el fiel que se dispone a participar de lossacramentos. ¿Qué le podemos pedir al ministro de la liturgia para quesu acción sirva más bien de ayuda que de lo contrario?

En primer lugar, que se prepare bien. Se nota a la legua cuándo unsacerdote ha preparado bien su homilía; cuándo ha rezado las lecturas,cómo las siente, lo que le han dado que pensar. Se percibe el orden queha querido dar a sus palabras y lo que quiere transmitir. No es de reci-bo que en la celebración central de la comunidad cristiana asistamos acelebraciones sin preparar, a homilías planas e improvisadas que, lejosde acercar la Palabra al pueblo, la alejan.

En segundo lugar, que tome conciencia de su papel mediador.Dicho de otro modo: el ministro no es el protagonista de la liturgia; esuno más de la asamblea, con un papel específico; pero el único centroal que deben dirigirse las miradas es Cristo. En ocasiones, asistimos acelebraciones en las que el ministro tiene un papel estelar, asumiendoun protagonismo excesivo y estéril8.

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la eucaristía versus populum son interesantes las reflexiones de nuestro Papaactual sobre la orientación de la celebración litúrgica hacia Dios y solo haciaÉl. La comunidad no mira al sacerdote ni se mira a sí misma, sino que prestatoda su atención a Dios: todos miran hacia el Señor. Cf. J. RATZINGER, op. cit.,pp. 96-106.

Por último, que tome todas sus decisiones «ad aedificationem», nobuscando otra cosa sino ayudar al Pueblo a salir al encuentro de Jesu-cristo. Desde esta óptica, el ministro preparará las palabras de la ho-milía, medirá los tiempos, controlará la dinámica propia de la celebra-ción, estimulará a la participación. También, desde este espíritu de edi-ficación, decidirá qué vestiduras llevará o de cuáles podrá prescindir,siempre con el debido respeto a la tradición y a las normas de laIglesia, de la que es servidor.

Papel activo de la comunidad

Buena parte de lo dicho para el ministro de la liturgia sirve también pa-ra el resto de la comunidad cristiana. Cierto es que la comunidad no esla protagonista de la liturgia, no es su centro. Pero es también ciertoque la comunidad no puede conformarse con ser mera espectadora deunos acontecimientos que le son lejanos. ¿Cómo se puede invitar a lacomunidad a tener un papel activo en la liturgia que le ayude a vivirmás hondamente lo que se celebra? Señalo algunas ayudas.

Participación en la proclamación de la Palabra. En ocasiones, secuenta con ministros de la Palabra; pero en otras ocasiones no. En cual-quier caso, ayuda mucho que quien proclame lo haga bien, con voz cla-ra y evitando la teatralidad. Ayuda mucho que quien vaya a leer hayaensayado previamente, a ser posible desde el lugar donde va a leer. Loensayado, llegado el momento, suena más natural.

La comunidad participa de la celebración con el canto. ¡Qué dis-tinto es asistir a una celebración donde toda la asamblea canta e ir aotra donde, o no se canta, o sólo cantan unos pocos! El canto ha de en-sayarse y conocerse. El uso de cancioneros u hojas de cánticos es unaayuda práctica para la participación en el canto, no dejándolo todo fia-do a la memoria. Junto al canto, está el silencio.

El silencio no es un valor en sí mismo, pero tiene su lugar y su sen-tido cuando quiere expresar escucha, interiorización, respeto, adora-

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9. Cf. C. DEL VALLE, op.cit., pp. 916-917.10. E. HILLESUM, Una vida conmocionada. Diario 1941-1943, Anthropos, Barcelo-

na 2007, pp. 71, 74.

ción. No debemos provocar silencios innecesarios y pesados, pero sífavorecer esa comunicación con Dios que es «música callada».

La persona se expresa en la liturgia mediante su cuerpo9. Con elcuerpo damos la paz, con el cuerpo expresamos la ofrenda de nuestravida, con el cuerpo podemos expresar arrepentimiento. El cuerpo, deforma natural, adopta posturas que expresan su relación con Dios, co-mo el arrodillarse. La joven judía Etty Hillesum, en los albores del na-cimiento de su fe, expresa así su necesidad de arrodillarse; gesto anteel que siempre había sentido una instintiva resistencia:

«Ayer por la noche, antes de irme a la cama, me arrodillé de pron-to en medio de esta gran habitación entre las sillas de acero, sobrela alfombra clara. Muy espontáneamente. Me sentía como obligadaa llegar hasta el suelo por algo más fuerte que yo.

Hoy, de madrugada, en el grisáceo crepúsculo matutino, en unacceso de desánimo, me encontré de pronto en el suelo, arrodilladaentre la cama desecha de Han y mi máquina de escribir, encorvada,tocando el suelo con la cabeza. Un gesto con el que pretendía lo-grar algo de paz»10.

Los tiempos y la liturgia

La liturgia no es sólo una acción en el espacio, sino también en el tiem-po. Podemos entender el tiempo como duración o el tiempo como unmomento especial de gracia, como Kairós.

Si atendemos al tiempo como duración, consideraremos la dura-ción y el ritmo de nuestras liturgias. Es común asistir al comentario trasuna boda en la que se equipara celebración buena con celebración bre-ve. Las celebraciones importantes han de llevar su tiempo, y debemoscontar, cuando asistimos, con que lo importante también lleva su tiem-po. Otra cosa es que la comunidad, y en ella sus responsables, prestenla debida atención al ritmo de las celebraciones. La liturgia ha de tenerun ritmo, una cadencia, un compás que ayude a los asistentes a pene-trar armoniosamente en el misterio que celebran.

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11. Cf. P.-H. KOLVENBACH, «Imágenes e imaginación en los Ejercicios Espiritua-les», en Decir... al Indecible. Estudios sobre los Ejercicios Espirituales de SanIgnacio, Mensajero / Sal Terrae, Bilbao / Maliaño (Cantabria) 1999, pp. 59-61.

Más importante aún es la comprensión del tiempo como tiempo degracia. En mi experiencia con los jóvenes contemplo lo difícil que leses marcar una pauta por la que decidir sus prioridades. ¿Quién marcael ritmo de vida de los jóvenes? ¿Quién marca sus tiempos? Difícil-mente se dan los compromisos estables: se puede perder fácilmente elsentido de la eucaristía semanal, de las sanas rutinas de la vida de feque ayudan a acompasar el tiempo humano a la acción de Dios. Me pa-rece importante ayudar a los jóvenes en su compromiso con los tiem-pos litúrgicos, acomodando en lo posible nuestros tiempos a sus tiem-pos (por ejemplo, la hora de la eucaristía semanal). A la vez, tendre-mos que insistir en la importancia de ciertos tiempos fuertes, especial-mente la Semana Santa, para que puedan formar parte de las priorida-des de sus vidas. La generosidad y el compromiso de los cristianos dehoy pasa también por ser un compromiso con los tiempos celebrativos.

Delicadeza, arte y creatividad en la liturgia

No es necesario ser un artista para crear ambientes litúrgicos acogedo-res. Se puede entrar en una iglesia con una luz tenue, cálida; con unamúsica de fondo que invite al recogimiento; con unas velas que atrai-gan la mirada hacia algún punto concreto. Se puede, ya en el seno deuna celebración, cuidar de elementos tan triviales como la megafonía.No es de recibo que en celebraciones litúrgicas que tienen como cen-tro la Palabra se regule mal o no se invierta nada en la megafonía, co-mo si fuera intrascendente que la Palabra se escuche de manera ade-cuada o de manera deficiente. Es cuestión de tacto, de delicadeza.

Tiene su importancia el uso del arte en las imágenes. En un mun-do de exceso de imágenes, no podemos quedarnos al margen. La ima-gen puede servir como espejo en el que reflejar nuestra vida; pero pue-de incluso llegar a convertirse en icono de la presencia de Cristo querefleja nuestra vida en la suya11.

Lejos de querer abusar de las imágenes, la tradición eclesial es sa-bia al mostrarnos ciertas imágenes primordiales: un Cristo, una Virgen,una escena concreta del evangelio... Soy testigo de la fuerza que tiene

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12. Algo parecido se puede decir de la música, tema sobre el que no me detengo.Remito a la colaboración de Maite López en este mismo número de Sal Terrae.

para muchos jóvenes que han peregrinado a Javier la talla del Cristosonriente: en ella ven el icono de la presencia de Cristo entregado enla cruz y, a la vez, victorioso; en ella sienten reflejado el sufrimientode su peregrinación, de su vida, y la satisfacción por todo lo entrega-do. Contamos hoy con nuevos medios de imagen. Sin duda, se puedenutilizar como recursos litúrgicos; pero debemos evitar su abuso. Abu-samos de las imágenes cuando no nos ayudan a centrar la atención yaquietarnos; cuando no ensalzan lo que queremos destacar ni subrayanlo verdaderamente importante, sino que nos abocan a un cúmulo ince-sante de sensaciones, sentimientos y afectos que, aun siendo impor-tantes, resultan del todo inmanejables12.

Contamos con una rica tradición de música litúrgica, antigua y mo-derna. La música ha de estar al servicio de la liturgia, independiente-mente de su estilo. No cualquier música, por bella que sea, debe utili-zarse en la liturgia. La música debe ensalzar la Palabra, nunca suplan-tarla. Sigo sin encontrar sentido a las consagraciones eucarísticas enque no se escuchan las palabras de la consagración, al quedar tapadaspor el solo instrumental de algún virtuoso suelto. Habrá música litúr-gica y música sacra (no entro aquí en la distinción y el lugar que de-ben ocupar una y otra). En ambos casos deben ayudar a expresar la fede una Iglesia que se encuentra con su Salvador en la acción litúrgica.

El arte, la creatividad, la belleza son importantes para rescatar elsentido profundo de la liturgia. Esto no significa estar abocados a la ar-bitrariedad del artista. El arte entra a formar parte de la liturgia cuan-do está inspirado por la Palabra, cuando está a la escucha y se deja in-terpelar por Aquel que es fuente de toda belleza. Así lo expresa el San-to Padre en su Discurso a los Artistas de 21 de noviembre de 2009:

«¡Y no tengáis miedo de relacionaros con la fuente primera y últi-ma de la belleza, de dialogar con los creyentes, con quienes, comovosotros, se sienten peregrinos en el mundo y en la historia hacia laBelleza infinita! La fe no quita nada a vuestro genio, a vuestro arte;es más, los exalta y los nutre, los anima a atravesar el umbral y acontemplar con ojos fascinados y conmovidos la meta última y de-finitiva, el sol sin crepúsculo que ilumina y hace bello el presente».

¿Soberbios o humildes? ¿Distantes o cercanos? ¿Cultos o elitistas?¿Fieles o díscolos? ¿Conservadores o progresistas? Sobre los jesuitashay muchas etiquetas, imágenes e impresiones. Y, como ocurre concualquier institución compleja, ninguna de esas imágenes agota o defi-ne completamente la realidad. Esta obra trata de presentar, con realis-mo y con un lenguaje coloquial y cercano, un recorrido vivo por su ori-gen, su historia y, sobre todo, su presente. Una presentación que ayudaa conocer a los jesuitas y a quienes se relacionan con ellos, pero tam-bién a reflexionar sobre el sentido de la vida religiosa hoy.

J.Mª RODRÍGUEZ OLAIZOLA, SJ

En Compañía de Jesús.Los jesuitas

144 págs.P.V.P. (IVA incl.): 12,00 €

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Celebrar lo que vivimos,vivir lo que celebramos.Cuando la eucaristía y la vida

se encuentran y apoyan mutuamenteSeverino LÁZARO PÉREZ, SJ*ST

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* Trabaja en pastoral juvenil y universitaria. Valladolid.<[email protected]>.

1. Cf. A. CAMERON-MOWAT, «Polarisation and liturgy», en línea, http://www.thepastoralreview.org/cgi-bin/archive_db.cgi?priestsppl-00101(consultado el 26 de noviembre de 2009).

No vivimos tiempos de paz y consenso en el plano litúrgico, sino deuna cierta «polarización»1. Polarización de dos formas de entenderlacada vez más distanciadas: la de quienes desean seguir profundizandoen la línea de inculturación de la liturgia y de participación de las co-munidades en ésta, abierta por el Vaticano II; y la de quienes, fieles alos últimos documentos de la Iglesia, quieren «corregir» y «frenar» es-te aire de renovación volviendo a la «auténtica liturgia».

Con todo, distinta es la percepción cuando uno se asoma a ella des-de el celebrar diario de la Iglesia. A mi rica experiencia de estos últi-mos cinco años, celebrando la eucaristía y compartiendo la fe en treslugares muy distintos (una iglesia, un colegio y la cárcel de Valladolid,ciudad donde estuve trabajando) se ha venido a sumar en los últimosmeses, por mi estancia en estos lugares, lo visto y vivido en países tandispares como Kenia, Tanzania y las comunidades indígenas de Chia-pas, en México.

¿Qué quieren que les diga...? El sentimiento que todo este devenirme deja es muy distinto. La liturgia, en concreto la eucaristía, que se-rá a la que nos refiramos en este artículo, sigue teniendo un tremendopoder de convocación, comunión y transformación en toda clase de

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2. Cf. G. LUDWIG MÜLLER, «¿Puede comprender el hombre de hoy el espíritu dela liturgia?», en línea, http://www.zenit.org/article-20771?l=spanish (consultado el 27 de noviembrede 2009); G. CARDINAL DANNEELS, «Liturgy Forty Years After the SecondVatican Council: High Point or Recession» en (K. Pecklers [ed.]) Liturgy in aPostmodern World, Continuum, New York 2003, pp. 7-26.

personas de las más distintas culturas, edad y condición... ¿De dóndele viene a la liturgia ese poder? De la presencia de Dios que en ellaacontece. Una presencia misteriosa, capaz de saltar por encima de to-dos los parámetros culturales o sociales y adentrarse en lo más íntimode la vida de cada uno, abriéndola a nuevos escenarios de fe, esperan-za y amor.

Y, no obstante, que esto acontezca no es fácil. Nadie puede negarque las posibilidades del hombre moderno o postmoderno para accedera ese misterio de vida se han mermado no poco2. La crisis de Dios semanifiesta en todos los ámbitos de la fe cristiana, y la liturgia y la eu-caristía no quedan al margen de ella. Citemos tan sólo tres de los retosmás desafiantes en este ámbito:

– Se observa en nuestra cultura una dificultad aguda para el si-lencio y la interioridad, cauces privilegiados de la liturgia, parael encuentro con Dios.

– La falta de cultura religiosa que se vive es tan grande que difi-culta cada vez más una participación activa y una comprensiónprofunda de lo que acontece en una eucaristía, a pesar de todoel esfuerzo creativo y catequético que se hace.

– La fragmentación o parcialización que le impone la sociedad anuestra vida provoca que la dimensión celebrativa de nuestra fese reduzca a algo aislado o puntual, separado de nuestro hacery vivir diario.

Conscientes de la magnitud del asunto y del poco espacio de quedisponemos, nos vamos a centrar en este último reto. Si algo amenazaseriamente la coherencia de nuestra vida y nuestro culto cristianos esel problema de «fontanería» que entre ambos se da. ¿Qué posibilida-des existen todavía de volver a conectar estas dos tuberías de maneraque cada una de ellas siga alimentando a la otra?; ¿qué pedagogía se-

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3. Cf. Sacrosanctum Concilium, n. 10, en Documentos del Vaticano II. Constitu-ciones, decretos, declaraciones, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid197320, pp. 142-143.

guir para volver a hacer de la eucaristía esa «cumbre y fuente» de todanuestra vida3, ese corazón en el que toda la existencia del hombre vuel-va a palpitar como vida nueva, se regenere y se extienda, a partir de él,a todo el tejido personal, social y mundial?

1. El «antes» de la eucaristía

1.1. En el fondo del asunto:ni una vida sin la eucaristía ni una eucaristía sin la vida

Ni una vida sin la eucaristía...

Creo que a nadie se le escapa el dato. Nuestra vida y la de nuestro mun-do, a pesar de las grandes mejoras que haya experimentado en los úl-timos cincuenta o sesenta años, igual ahora que antes, sigue sin ajus-tarse a los parámetros o raíles sobre los que nos gustaría que avanzara.Aquellos que disfrutamos de todos los recursos para una «vida buena»,lo cierto es que vivimos un déficit de felicidad no comparable con épo-cas pasadas de mayor escasez y menos posibilidades. Prueba de ello esla plural oferta de caminos que diariamente se nos brinda para alcan-zarla, sin que ninguno logre satisfacernos. Nada de bondad y felicidadle queda a esa propuesta de vida si, abriendo los ojos, vemos el egoís-mo, la exclusión, la destrucción y la muerte que el vivir de esa mane-ra exige y demanda.

¿Cuál sería la aportación que la liturgia puede hacer en esta situa-ción? Me parece a mí que tiene que ver de lleno con esa plenitud de vi-da o felicidad que no encontramos (Jn 10,10). Esa vida en «abundan-cia» que todos buscamos quizás es algo diferente de lo que el consu-mismo nos vende. Tal vez guarda mayor relación con eso que la euca-ristía nos ofrece: el encuentro personal con Dios y la identificación to-tal con la persona y la vida de Jesús.

...ni una eucaristía sin la vida

Analizado el asunto desde la otra vertiente, sabido es que una liturgiaque vuelva la espalda a la vida se torna, sin remedio, vacía e ineficaz.El Dios en el que creemos es un Dios encarnado. Si la eucaristía es laactualización por excelencia del ser de Dios y de su presencia entre no-sotros, no podrá nunca ignorar la vida humana que un día fue abraza-da por Él.

¿Qué vida es la que deben asumir nuestras eucaristías? Pues la vi-da real de todos y cada uno de los hombres, y tomada ésta en un sen-tido pleno: en sus gozos, esperanzas, tristezas y angustias, como biennos recordó el Concilio Vaticano II. Es decir, todos y cada uno de losacontecimientos y momentos de nuestra vida tienen que poder encon-trar lugar en nuestra celebración. El rito de la eucaristía siempre nos re-mite a una dimensión existencial o vital previa. Es decir, tiene que te-ner un enlace con algo de lo que el hombre busca, añora, logra, sufreo pierde. De lo contrario, se volverá para éste incomprensible, y en-tonces no podrá ser Buena noticia para él.

Dos serían las variables de enlace que la eucaristía puede mostrarcon la vida:

– O bien aparecer como «respuesta» de sentido al desajuste queel hombre sufre en muchas de las experiencias que le toca vivir(lo que la eucaristía aporta a todas estas experiencias es unanueva gramática en la que expresarse y entenderse; al ser na-rradas y simbolizadas de forma ritual y religiosa, son abiertas aun horizonte de comprensión mayor y más profundo).

– O bien aparecer como «pregunta» que pretende despertarnosdel letargo que la vida ordinaria nos genera (por debajo del ca-lendario de fiestas, santoral y de la palabra de Dios que laIglesia nos ofrece en el año litúrgico, se esconde una propuesta[la de Jesús y sus seguidores más fieles] capaz de contrastar ysacudir al hombre en la mediocridad de su vida, abriéndole anuevas posibilidades de vivirla con mayor plenitud o más cris-tiana aceptación).

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1.2. ¿Qué pedagogía utilizar para alcanzarlo?

Podríamos apuntar muchas pistas, me ciño a las cuatro que desde nues-tra experiencia con gente adulta en Valladolid hemos visto como másimportantes.

– Creo que la primera apunta al modo de acoger a los que llegane invitar a los indecisos. Lo cuidamos poco, pero lo cierto esque el simple hecho de ir a la eucaristía representa para muchagente un escalón bastante difícil de subir. De ahí el incalculablevalor de esa labor de mediación que mucha gente realiza y que,desde luego, todo el equipo responsable (desde los curas hastalos lectores, el coro, los catequistas, etc.) debería emprender.Sea antes o después de la eucaristía, se trata de ponerse a tiro enlas inmediaciones de la iglesia y gastar tiempo en saludar, es-cuchar, proponer. Eso sí, siempre con cariño y con respeto.

– La eucaristía tiene que ser evangelio, es decir, Buena Noticia,para todo el que asiste a ella. Lo cual no es sinónimo de que setenga que ocultar lo malo o doloroso de la vida o rebajar la exi-gencia que el evangelio trata de contagiarla. Es una cuestión detacto o de estilo. Si la vida es siempre para el hombre un cami-no abierto, nunca concluido hasta la muerte, hagamos que la eu-caristía sea luz y empuje en los momentos de mayor encrucija-da, y punzón o despertador en los de mayor somnolencia. Dí-gase lo mismo del Dios que predicamos en la celebración. A versi de una vez abandonamos al Dios viejo, barbudo y todopode-roso que hace y deshace a su antojo, que juzga y condena, y alque le cuesta no poco perdonar, y nos pasamos definitivamenteal Dios Padre «compasivo y misericordioso» de Jesús, que es elque de verdad toca y sana la vida de la gente.

– Algunos elementos estéticos (música, símbolos, iluminación,poemas...) ayudan más que otras muchas cosas a entrar en laexperiencia de Dios, así que utilicemos música bien seleccio-nada y de buen gusto, que diga y sugiera para la vida. No valela fácil disculpa de que a la gente no le gusta cantar. Pregunté-monos antes si las canciones tienen buena música y mejor men-saje. Dígase lo mismo de los símbolos que en ciertos momen-tos podemos usar. Escojamos imágenes u objetos que, forman-

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do parte de nuestra vida, al usarlos en la liturgia nos abran a lotrascendente. Cuidemos la iluminación, pues su contribución esno pequeña a la hora de que el encuentro con lo sagrado sea másíntimo y personal. Sobre los poemas, la experiencia de estosaños nos dice que, cuando se escogen bien, ayudan no poco amirar con más profundidad la vida y el misterio que la habita.

– Fomentar la participación de la comunidad. Ella es la protago-nista de la celebración, así que animemos y cuidemos su parti-cipación en los cantos, lecturas, peticiones, acciones de gracias,ofrendas, colecta, administración de la comunión, símbolos ogestos de cualquier tipo que haya, elaboración de la hoja de laeucaristía... y tantas otras oportunidades que el celebrar juntosofrece. Toda esta participación ha de atender a dos criterios: unacierta previsión (la improvisación como amiga siempre acabatraicionándonos) y una verdadera delegación, en la medida enque cada uno pueda ir asumiendo responsablemente la tarea quele toca.

2. La eucaristía en acción

2.1. En el fondo del asunto:vamos a la mesa del encuentro y del amor

Mesa del encuentro

Todo el primer bloque de la eucaristía, el rito de entrada y la liturgia dela palabra, tiene que ser un «fascinante encuentro». El intento repetidode Dios por reencontrarnos. En el rito de entrada, Dios aparece comoquien nos convoca y perdona para disponernos a la eucaristía como hi-jos suyos, como su pueblo. Late de fondo la vuelta del hijo pródigo (Lc15,11-32). Todos, al comienzo de la eucaristía, deberíamos sentirnosese hijo abrazado y perdonado, tendríamos que revivir en nuestras car-nes la ternura entrañable de ese encuentro: frente a un hijo confundidoy avergonzado en lo más profundo de su ser, su filiación (Lc 15,18b-19), aparece un Padre apresurado por rearmar en él la confianza y laidentidad perdidas (Lc 15,22-24).

238 SEVERINO LÁZARO PÉREZ, SJ

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La liturgia de la palabra tan sólo pretende alargar y profundizarese encuentro inicial, en la esperanza de llegar a crear de nuevo, entreDios y la comunidad, la comunión rota o adelgazada en el ejercicio li-bre de vivir. En las culturas orales, como la judía, la palabra es algo vi-vo que va y viene, que se va y vuelve. Es decir, la palabra –también lade Dios– camina con el hombre y siempre va en conversación con él.Late de fondo el relato de Emaús (Lc 24,1-35). Lo que en ese caminoy conversación puede acontecer es clave: ya sea fortalecer los lazos,curar y aclarar malentendidos o intercambiar deseos y sueños... hastaencender un fuego en el corazón. Es un proceso lento, desigual entreunos y otros, con avances y retrocesos; pero la experiencia de los deEmaús prueba que ese reconocimiento del Otro es posible si nos po-nemos en camino y aceptamos su compañía.

Mesa del amor

Cuando el reconocimiento mutuo entre dos personas se logra, el restoes una comunicación sin límites, continua y total, donde cada unoaporta al otro todo cuanto tiene y es. En esto consiste el verdaderoamor, dirá San Ignacio de Loyola en el libro de los Ejercicios Espiri-tuales (EE 231). Y ésa es la mesa a la que nos sentamos con Dios des-de el ofertorio.

La pedagogía litúrgica, al anteponer el ofertorio a la consagración,puede llegar a ocultarnos que la eucaristía, como mesa del amor, antesde tener su iniciativa en nosotros, nos la encontramos preparada. Ten-dríamos que recuperar para todo este segundo bloque la actitud de sor-presa y profunda admiración de aquellos primeros discípulos que, des-pués de la muerte de Jesús y de estar toda la noche pescando, al llegara la orilla se encuentran con que el que un momento antes les habíapreguntado si tenían algo para comer les tiene preparado pan y pesca-do sobre unas brasas (Jn 21,9). Así continúa haciendo con nosotros.Ocurre que Jesús quiere que la eucaristía, como mesa del amor, sea un«don o comunicación recíproca», y así les dice: «traed algunos de lospeces que acabáis de pescar» (Jn 21,10).

La respuesta de Jesús a nuestra ofrenda, en la consagración, sevuelve sorprendente e inaudita: transforma o convierte esa pequeñaaportación nuestra en su Cuerpo y en su Sangre; es decir, nos asocia a

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la pretensión salvadora de su vida y de su muerte. Ésa no es una tareaconcluida, sino que sigue haciéndose en el tiempo; ni es tampoco fá-cil, pues la siguen acompañando la misma incomprensión y el mismorechazo que sufriera Él. Pero no le tengamos miedo, pues ahí la pre-sencia del Señor se hace más real que nunca en el poder de su resu-rrección, para empujarnos a continuar viviendo en esa senda del amory el perdón que Él abrió: «Haced esto en conmemoración mía». Es de-cir, en la consagración somos asociados a continuar su pasión salvado-ra, pero con la luz y el poder de su resurrección, que nos confirma quecon una vida así vivida y gastada no podrá ni el poder de la muerte.

El círculo de la comunicación del amor llega a su fin en la comu-nión, en la decisión libre, por parte nuestra, de comer su Cuerpo y be-ber su Sangre. Lo que había comenzado como un reencuentro, a travésdel intercambio mutuo de dos voluntades que se aman, se cierra en unpacto o firme compromiso de empujar nuestra vida diaria y la de nues-tro mundo hacia una profunda identificación con ese Jesús que ya estádentro de mí.

2.2. ¿Qué pedagogía utilizar para alcanzarlo?

Diría que, para sentarnos a esas dos mesas descritas, tenemos que con-vertir la eucaristía en escuela de cuatro aprendizajes que sirven para elculto y para la vida:

El aprendizaje del silencio

La esfera de ruido y egocentrismo en que el consumismo nos educa nonos deja atisbar el misterio de alteridad que nos habita, ni mucho me-nos pensar que Dios pueda hablarnos en ese más adentro de nosotrosmismos. Nos sobran palabras y faltan silencios. Creo que la eucaristíatendría que ser escuela para aprender este nuevo lenguaje, ayudando adescifrar el sonido o eco que el paso de Dios deja. La experiencia deestos años me dice que breves tiempos de silencio como los que acon-tecen en el momento de la consagración, en el acto penitencial, o el quepodemos crear después de la homilía, de la comunión o del final mis-mo de la eucaristía, representan el clímax de ese intercambio o comu-nicación entre Dios y el hombre.

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El aprendizaje del agradecimiento

No digo que no esté presente en nuestras eucaristías, pero sí afirmo quetenemos que darle más protagonismo e importancia. Si algo tiene queser la eucaristía, es acción de gracias a Dios, «siempre y en todo lu-gar». No ya sólo por la vida o los dones recibidos, sino porque en ca-da celebración es Dios mismo el que se nos da personalmente «del to-do», «en cuerpo y sangre». Así pues, ¡menos pedir y más dar gracias!Cada eucaristía debería ser un recordatorio de que Su presencia y elamor que nos tiene son el tesoro más grande, y que eso, al decir de lossantos, nos ha de bastar. El momento más sentido de la eucaristía quecelebrábamos estos años en la cárcel era el que dedicábamos a dar gra-cias por cualquier pequeño detalle vivido en la semana (¡quién lo diría,tratándose de una vida entre rejas...!). Jesús mismo nos enseña estoconvirtiendo el momento más dramático de su vida (la última cena) enla ofrenda más radical y salvadora de amor. A eso es a lo que estamosllamados como cristianos; ¡y cuánto ayuda a ello el encontrar en la eu-caristía momentos para un compartir de este tipo, bien a partir de la pa-labra de Dios escuchada, bien al comienzo de la eucaristía o en lasofrendas, poniendo delante de Dios y de la comunidad aquello que nospesa o desborda, bien en el momento de acción de gracias, después dela comunión, etcétera...!

El aprendizaje de una mistagogía

La eucaristía, antes que púlpito de un mensaje moral, es una comida ala que Dios nos invita para recobrar nuestra identidad de hijos amados.No sé si tanta rúbrica y normativa litúrgica sobre ella y el acento mo-ral de muchas homilías no dificultan, más que facilitar, el descubri-miento de esa experiencia. Las palabras, símbolos y gestos de la cele-bración están en orden a facilitar y actuar un encuentro: el de Dios enmedio de nosotros. ¡Con qué frialdad hablamos algunas veces...! ¡Conqué rapidez, monotonía y rigidez celebramos otras...! ¡Con qué auto-matismo contestamos a menudo...! Sin perder la sobriedad que el en-cuentro con el misterio requiere, la posibilidad de que ése acontezca sítendría que despertar en nosotros la devoción perdida, gustando inte-riormente cada palabra, cada gesto, cada silencio.

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El aprendizaje de lo comunitario-universal

El sentido de filiación que reencontramos en la eucaristía tiene queabrirnos a una fraternidad sin fronteras. No olvidemos que en ella re-zamos el «Padre nuestro», de todos, no el «Padre mío». Los reunidosen la eucaristía no somos mercenarios o individuos que se construyeny realizan autárquicamente, sino miembros de una familia o comuni-dad que llegamos a ser personas desde la aportación gratuita que reci-bimos y que unos a otros nos damos. Es lo más deficitario de nuestrascelebraciones, pero son muchos los elementos y símbolos que puedenayudar a ensancharnos por dentro y por fuera en esa nueva identidadde hijos y hermanos. Éste tiene que ser el sentido y la orientación denuestras colectas, destinadas a tantos fines humanitarios y solidarios,de nuestra oración universal y acciones de gracias, en las que tenemosque hacer nuestra la suerte de la humanidad entera; ésta tiene que serla orientación de nuestras ofrendas en el altar, de muchas de las inten-ciones que llevamos a la eucaristía, etc.

3. El «después» de la eucaristía

3.1. En el fondo del asunto: la vida en un compromiso

El imperativo misionero

El «podéis ir en paz», la bendición que Dios nos da al final de la eu-caristía, no es la paz de los cementerios, sino que somos enviados a al-go. La dinámica de una vida en el Espíritu de ese Jesús con el que seha comulgado no deja lugar a la pena y la morriña juvenil después deuna eucaristía preciosa; ni al «ya escuché misa» de nuestros mayores.La comunidad recibe el encargo de dispersarse y llevar a sus ambien-tes lo que allí ha acontecido de una manera sacramental o germinal.

¿Cómo hemos de hacerlo? Sin disolvernos entre los afanes de lamultitud, pues somos enviados a ser «reflejo» de una nueva forma devivir, y sin encerrarnos en guetos, pues todos son destinatarios de esaBuena Noticia, todos son llamados por Dios a tomar conciencia de sucondición de hijos amados.

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El imperativo ético-político

El universo individualista siempre ha sido peligroso y tramposo para elorden de la espiritualidad y de la fe. Si en el pasado pre-moderno y mo-derno se asoció el camino espiritual con la «perfección individual»,ahora, en la postmodernidad, lo religioso camina de la mano del «bie-nestar personal».

Ahora bien, que nadie se engañe... Si a la religión cristiana le qui-tamos la dimensión ético-política, la falseamos en su raíz fundamental.«Nadie puede amar a Dios, a quien no ve, si no ama al hermano, aquien ve» (1 Jn 4,20). Pero lo mismo le pasa a la eucaristía. No en va-no, y en paralelo con los textos fundacionales de este sacramento, elevangelio de Juan coloca en el ámbito de esa última cena el lavatoriode pies llevado a cabo por Jesús. Y lo hace con el mandato de que esomismo que Él ha hecho con sus discípulos es lo que ellos tienen quehacer unos con otros (Jn 13,1-15). He ahí la raíz ética y política de to-da eucaristía.

3.2. ¿Qué pedagogía utilizar para alcanzarlo?

La comunidad fraterna prefigurada en la mesa de la eucaristía es unatarea nunca acabada, sino siempre por hacer y retomar. ¿En qué térmi-nos se puede concretar el compromiso derivado de esos dos imperati-vos? ¿A qué ámbitos se debe extender? Expongo brevemente cuatro delos que he sido testigo en Valladolid, en torno a la eucaristía de nuevey cuarto de la iglesia de los jesuitas de la calle Ruiz Hernández.

El acompañamiento personal

Nos sigue sonando raro y únicamente indicado, si acaso, para religio-sos o jóvenes que se están planteando la vocación. Pero tendría que seralgo más habitual y a lo que toda comunidad dedicara más efectivos.Igual que en otros muchos campos de la vida necesitamos el asesora-miento y acompañamiento de una determinada persona o profesional,también para quien se quiere tomar la vida en serio, a nivel cristiano,es necesario contar con un guía o acompañante. Y es que en la euca-ristía uno recibe impactos y mociones o llamadas de Dios que necesi-tan ir concretándose y contrastándose en la maraña de la vida diaria.Cuando esta actividad del acompañamiento se hace en serio y bien, es

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la base y sostén de todos los demás compromisos que la persona pue-da adquirir a otros niveles.

La formación de grupos de vida y oración

Es buen síntoma que, como resultado de la eucaristía, surja o se re-fuerce en las personas que a ella asisten el deseo de juntarse con otrasa compartir u orar la vida. Ahora bien, no conviene olvidar que el gru-po siempre tiene que ser «medio» al servicio del crecimiento de la per-sona, en orden a que ésta pueda adoptar, con el tiempo, un compromi-so de carácter personal.

La incidencia en el entorno más inmediato(familia, amigos, estudio, trabajo)

El carácter plural y secularizado de la sociedad en la que vivimos ha-ce que estos lugares sean en toda regla un lugar de compromiso cris-tiano. No se trata de imponer, sino de visibilizar lo que celebramos endos campos fundamentales de nuestra vida: nuestro modo de relacio-narnos con otros y el cumplimiento fiel de nuestras pequeñas o gran-des responsabilidades. ¡Cuánto evangelio y cuánta eucaristía podemoshacer correr por esos dos raíles en un mundo de tanta indiferencia odesconfianza frente al otro y de tanta dejadez o corrupción con respec-to a nuestra obligación primera de hacer bien hecho lo que tenemosque hacer cada día...!

La participación o voluntariadoen alguna acción u organización de tipo socio-político

Para levantarnos del desaliento, desánimo y desconfianza con que mi-ramos este tipo de compromiso cristiano desde hace unos años, creoque tenemos que actuar desde varios frentes:

– Primero, urge reconciliar de nuevo la fe con la política. La fe,el evangelio y la eucaristía tienen claras implicaciones de eseorden, por más que no puedan encarnarse en una propuesta po-lítica concreta. La liberación por la que Jesús vivió y murió notoca sólo a la dimensión religiosa del hombre, sino también ala vida digna de éste en todas las demás. El silencio que sobre

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este tema se está dando a nivel de educación religiosa y de lapredicación en las eucaristías le hace el juego al capitalismoactual en su afán por dejar la política en manos de tecnócrataso profesionales y reducir la fe al ámbito privado del culto y dela conciencia.

– Segundo, urge devolver el apellido «políticas» a muchas de lasacciones que realizamos o podemos realizar como ciudadanos:nuestro trabajo, nuestra filiación o participación en cualquiercolectivo de tipo social, el sumarnos a una campaña o manifes-tación a favor de cualquier derecho conculcado, nuestra media-ción en cualquier tipo de conflicto, nuestra acción de volunta-riado en favor de personas necesitadas o marginadas, etc. En to-das ellas contribuimos a que el «bien común» se extienda a to-dos. Ahí es donde eucaristía y política se encuentran. Es ahí, enel interés que tenemos o dejamos de tener por que todos puedanalcanzar el bien-estar básico del que muchos disfrutamos, don-de está el termómetro de la verdad o hipocresía de nuestra ce-lebración eucarística y de nuestra acción política.

– Tercero, dada la complejidad y tecnificación que muestran losproblemas a nivel social y político, es más necesario que nuncaque nuestra acción sea una acción en común o en red, sumán-donos o juntándonos unos a otros, saltando por encima de es-trecheces de carácter ideológico o religioso.

245CELEBRAR LO QUE VIVIMOS, VIVIR LO QUE CELEBRAMOS

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Vivir es como trazar un camino personal a lo largo de un territorio in-cierto que ha de transcurrir entre brumas de angustia, quebradas de de-presión y pantanos de apatía. Con frecuencia, el miedo y la impotenciase instalan en nuestro ánimo y nos impiden dar un paso hacia nuestrasmetas más deseadas; el viaje se nos antoja imposible, y entonces bus-camos una «cura» para nuestros males vitales antes de seguir adelante.Pero la vida no es una enfermedad. Se trata de vivirla «tal como la vi-da es, no como nuestra mente nos dice que es». Conviene, pues, tener amano un mapa fiable, una guía que pueda conducirnos a través de esosparajes temibles, hasta volver a tener a la vista nuestros objetivos másvaliosos.

RAMIRO J. ÁLVAREZ

Vivir.Una guía de viaje

216 págs.P.V.P. (IVA incl.): 10,50 €

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Cantando vienen con alegríaMaite LÓPEZ*

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* Licenciada en comunicación social y cantautora. Madrid. <[email protected]>.

Abriendo puertas y ventanas

Han pasado casi cincuenta años desde aquel 1965 en que terminara elConcilio Vaticano II, el cual dio, indudablemente, un giro importante alas formas de expresar la liturgia. El campo musical fue uno de los másafectados, por la notoriedad dentro de la propia liturgia, pero, sobre to-do, por su significatividad. Ya desde el principio se decantaron dos cla-ras líneas de desarrollo de la pastoral de la música: una más depen-diente de los textos litúrgicos y otra más independiente de los mismos.Pero en ambos casos buscando la fidelidad a la Iglesia y al sacramen-to que se celebraba. Esta tensión ha permanecido desde entonces demanera constante, ha vivido momentos de distinta intensidad y se man-tiene en nuestros días. Se trata de una dinámica sana, que no hace da-ño mientras posibilite la libertad y la creatividad de los autores cristia-nos. Ciertamente, el avance más importante y el que más afectó a estadimensión de la liturgia fue pasar del uso del latín a las lenguas verná-culas. Este cambio fue acogido mayoritariamente con alegría, pues su-puso para las comunidades comenzar a entender lo que estaba pasan-do en la celebración y, gracias en parte a la música, empezar a expre-sarse personal y comunitariamente con más sentido e intensidad. Can-tar en la eucaristía comprendiendo lo que se pronunciaba y utilizandoun lenguaje sencillo era una necesidad urgente que, finalmente, se diode manera plena a finales de los años sesenta, gracias a una serie de au-tores bien conocidos. Se inició con fuerza lo que se dio en llamar en-tonces «pastoral del canto».

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1. Son interesantes y, sin duda, constituyen un material de excepción las muchasintroducciones que acompañaron las publicaciones de partituras en esos años.Son testimonios de la época de gran valor y que convendría recuperar. Comomuestra, reproduzco un fragmento de uno de ellos que considero de especial re-levancia para el tema que nos ocupa: «Con el fin sincero de abrir paso en elnuevo campo que nos brinda la presente reforma litúrgica, en orden a una nue-va pastoral del canto, aparecen estos ensayos y fórmulas melódicas aplicadasa unos esquemas de Vísperas y Laudes. [...] Ligarse excesivamente a las fór-mulas tradicionales y gregorianas no parece un camino práctico y seguro. Nopermitiría reflejar toda la riqueza poética, narrativa y rítmica, así como los di-versos sentimientos y estados de ánimo que en distintas formas contienen lossalmos en español. Por otra parte, abrirse de lleno a toda esa riqueza que apa-rece en español, oculta por diversas razones en el texto latino, y servirla conmelodías muy distintas y desligadas de cierta tradición aprovechable, nos lle-varía a tratar de poner en práctica un ideal maravilloso, muy difícil de lograren las primeras experiencias. Creo sinceramente que la pastoral del canto ne-cesita un campo de experimentación donde aparezcan diversos caminos a se-guir. La experiencia se hará cargo de consagrar algunos y rechazar otros. Deahí que, en mi pobre opinión, se deba seguir hoy por hoy un camino interme-dio, en el que nos liguemos a lo antiguo, recogiendo y aprovechando lo que sepueda aprovechar, y al mismo tiempo ir introduciendo ciertas fórmulas musi-cales más al día, que necesitan ser consagradas y que puedan presentar unanovedad seria y artística. De esta manera llegaremos a saber qué es lo que ne-cesita nuestro pueblo para entusiasmarse con el canto litúrgico» (José Mª ÁL-VAREZ [Maestro de Capilla de la S.A.I. Catedral de Astorga], Introducción a«Laudes y vísperas en castellano», Paulinas, Madrid 1967.

Esos primeros años del postconcilio estuvieron caracterizados eneste campo por una cierta euforia. Es lógico. Se estaba explorando uncampo nuevo, y se abría claramente un camino de mayor compromisopara hacer más inteligible el rico pero complejo mundo del lenguaje li-túrgico, lleno de símbolos, palabras, belleza y misterio. En una pala-bra, se trataba de acercar a la gente a Dios a través de la liturgia de laIglesia, que comenzaba a ser accesible al pueblo de Dios (un términoque, por conciliar, se recuperó con fuerza entonces y que ahora parecehaber pasado de moda). La dimensión comunitaria de la liturgia (muyespecialmente la de la celebración eucarística) fue el gran descubri-miento de aquellos años y, sin duda alguna, el tema de fondo y la guíade los compositores de la época. Los primeros autores tuvieron el mé-rito de abrir caminos, de experimentar, de lanzarse a la aventura decomponer música nueva para una liturgia que se estaba renovando1.

Durante todo este tiempo hay que contar, como en prácticamentetodas las dimensiones de la vida cristiana, con un sector (heterogéneo

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2. Los integrantes de Universa Laus son mayoritariamente de la Iglesia CatólicaRomana, aunque un pequeño grupo proviene de otras iglesias cristianas. Entresus miembros más destacados en estos años, se encuentran Joseph Gelineau,Erhard Quack, Luigi Agustoni, Helmut Hucke, Bernard Huijbers, David Julien,René Reboud o Giovanni Maria Rossi. El último congreso tuvo lugar en Gazzada(República Checa), y el próximo será del 23 al 27 de agosto de 2010 enKirchhundem-Rahrbach (Alemania) y abordará la música litúrgica para jóvenes.

y de distintas procedencias) de rechazo sistemático a todo lo que, sim-plemente «huela» a reforma, modernidad o avance dentro de la Iglesia.Desde esta facción, las críticas a la evolución y desarrollo de la músi-ca cristiana son despiadadas e irracionales. Es imposible entrar en diá-logo con quien se niega a evolucionar, y no queda más remedio, des-graciadamente, que resignarse a convivir con estos grupos que defien-den una hipotética y retrógrada restauración de la Iglesia, intentandoamortiguar sus envites en sus diferentes manifestaciones (morales, in-telectuales, artísticas, teológicas, eclesiológicas, etc.). Sus argumentos,generalmente, llegan enmarañados con otros intereses que poco tienenque ver con el bien común y que brotan, sobre todo, del miedo (a lapérdida de poder, identidad, seguridades o privilegios). Es mucho másfácil y cómodo ser freno que impulsor de cambios. Las puertas y ven-tanas que se abrieron con el Concilio Vaticano II, que trajeron airesnuevos y que ahora muchos desean cerrar, han generado en el campomusical un peculiar y fecundo desarrollo.

La música en las liturgias cristianas

A diferencia de otros países, pocas son en España las referencias en es-te campo, a nivel teórico o de estudio, con un peso específico. En estesentido, cabe mencionar que desde 1962 cierto número de musicólo-gos, liturgistas y pastores de diversos países llevan reuniéndose cadaaño para estudiar la evolución de la música en las liturgias cristianas.En 1966 constituyeron formalmente el grupo Universa Laus2, y en1980 elaboraron un documento que fue la columna vertebral de mu-chas conferencias episcopales a la hora de orientar el uso y desarrollode la música para la liturgia. Se trata de «La música en las liturgiascristianas», un texto en el que vale la pena detenerse, por su impor-

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3. J. ALDAZÁBAL, La música en la liturgia, Dossiers CPL, Barcelona 1988,pp. 52-64.

4. «La música que se produce en una asamblea es el signo simbólico de lo que es-tá celebrando. La música, en cuanto rito, es también una tarea a ejecutar. Paraque pueda cumplir su cometido, esta música debe ser accesible al conjunto delos participantes, tanto si la interpretan ellos mismos como si la escuchan. [...]La música ritual corriente pertenece casi siempre a la “práctica común” de lasociedad que la rodea, en el sentido de que no exige competencias musicalesespeciales y de que es, por tanto, accesible al conjunto de los participantes.Normalmente, se da este caso cuando la asamblea canta. También sucede asícuando los ministros, sin que deban ser precisamente ellos los responsables dela música –sacerdote, diácono, lector, animador– tienen que cantar solos en lacelebración. Sin embargo, la celebración puede enriquecerse con diversas prác-ticas musicales más o menos “especializadas” si se asegura la presencia de in-térpretes capaces de producirlas (solistas, corales, instrumentistas) y si el pro-yecto global de la celebración lo prevé. Esta música va destinada a ser escu-chada por los participantes. Ella les influye de modo diferente, según les seapropuesta con palabras o sin ellas, según sea producida para ser escuchada (sinotra acción concurrente) o para dar a los ritos una cobertura sonora o, final-mente, según sea más o menos próxima a la competencia musical de los oyen-tes. De todos modos, se espera de ella que constituya para la asamblea unaaportación que ésta juzga positiva. Esto es posible incluso cuando la músicapresenta una excepción con respecto a lo que los oyentes tienen por costumbreescuchar. En las sociedades que gozan de una cultura musical tradicional siem-pre viva, es fácil recurrir a ella para la práctica ritual, común o especializada.Por el contrario, en las situaciones de cultura mixta o en evolución aparece amenudo cierto pluralismo, hoy necesario si no se quiere favorecer a unos me-dios sociales particulares o a ciertas categorías de personas en detrimento deotras» (Documento «Universa Laus», 1980, p. 4).

tancia y claridad, y que consta de dos partes. En la primera expone deforma orgánica lo esencial de la relación entre la música y la liturgiacristiana (tal como se presentaba entonces). La segunda parte, titulada«convicciones», toma de nuevo y prolonga el contenido de los puntosde coincidencia bajo la forma de una serie de proposiciones breves queno tienen desperdicio. El texto íntegro en castellano se puede encontraren el libro «La música en la liturgia»3.

Resulta también significativo que la primera edición del «CantoralLitúrgico Nacional», que se editó veinte años después de finalizar elConcilio, cite abundantemente dicho documento y transcriba íntegra-mente el cuarto número4. No sería completo el tema de la música reli-giosa en España (más concretamente, en la liturgia) sin detenerse pre-cisamente en esta publicación, elaborada por la Comisión Episcopal de

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5. «El acompañamiento instrumental es imprescindible en toda música moderna.Únicamente puede cantarse sin acompañamiento la monodia gregoriana y lamúsica a capella. El resto de las composiciones requiere un acompañamientoinstrumental para que la música sea completa. De ahí la necesidad de potenciarla labor de los organistas y otros instrumentistas en nuestras comunidades» (dela «Introducción» al Cantoral Litúrgico Nacional, Coeditores Litúrgicos, Ma-drid 1982).

6. «Esta diversidad se manifiesta también en los estilos de los cantos selecciona-dos. Aunque en los últimos quince años las casas editoriales hayan publicadocasi exclusivamente cantos de estilo juvenil (hecho que se refleja en la propor-ción de cantos incluidos en este libro), no por ello hemos prescindido de otrosestilos que, históricamente, se han utilizado y que, creemos, pueden y deben se-guir utilizándose» (de la «Introducción» al Cantoral Litúrgico Nacional, cit.).

7. Como lo demuestra la reedición de abril de 2009 del mencionado CantoralLitúrgico Nacional, editado ya directamente por la Conferencia Episcopal, que

Liturgia y editada por los Coeditores Litúrgicos, ya que constituye laúnica referencia oficial al respecto. Ciertamente, es un elemento nece-sario y útil que se planteó con una triple finalidad: orientar una másapropiada elección de cantos, intentar fijar un repertorio-base comúnpara todo el territorio nacional y contribuir a elevar el nivel de culturamusical del pueblo. En prácticamente todos los países ha habido ini-ciativas y publicaciones similares que buscaban concretar en cada rea-lidad social y cultural las orientaciones generales del Concilio en estecampo. Lamentablemente, en España el repertorio incluido ha queda-do un tanto obsoleto, pero los criterios generales siguen siendo válidosy actuales. Se afirmó entonces con claridad la importancia del acom-pañamiento musical y la valía de distintos instrumentos5 y se buscó in-tegrar los distintos estilos de aquel momento6. La segunda edición(1994) supuso un loable intento de renovación, con la incorporación denuevos textos y variadas formas musicales en orden a ampliar las po-sibilidades de evangelización e inculturación en la fe.

Hay que decir que en este tiempo se ha hecho poca música litúrgi-ca. Se compone la imprescindible y se edita con cuentagotas. Por va-rias razones. Una de ellas es que, para que pueda considerarse así, lostextos deben ser (casi milimétricamente) los de la liturgia. En ese sen-tido, hay poco que aportar. Se trata, por tanto, de musicar los textos ofi-ciales. Y ésta es una labor a la que no muchos parecen sentirse llama-dos. Otra razón es que los autores de música litúrgica no tienen el re-conocimiento y la relevancia que sería deseable7. No cabe duda de que,

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ha publicado una edición popular con sólo los textos (sin partituras) y en la que,a pesar de apelar a los derechos de autor, se omiten incluso las referencias a losautores de las obras (que sí aparecen, al menos, en las otras ediciones).

8. Refresquemos nuestra memoria colectiva con algunas referencias bastante co-nocidas. La canción «Resucitó», de Kiko Argüello, es del año 1966 aproxima-damente; «Hombres nuevos», de Juan Antonio Espinosa, de 1971 (del discoCanciones del hombre nuevo); «La sal y la luz», de Brotes de Olivo, de 1974(del disco Jesús. I: Los pasos y las huellas de Cristo); «Tú has venido a la oril-la», de Cesáreo Gabaráin, de 1979 (del disco Dios con nosotros); «Somos unPueblo que camina», de Vicente Mateu, de 1982 (del disco Un pueblo que ca-mina); «No sé cómo alabarte», de Kairoi, de 1992 (del disco Jesús es el Señor).

aunque la mayoría de los compositores cristianos trabajan por amor aDios y a la Iglesia, el factor humano desempeña un papel importante,y ese vacío puede llegar a ser frustrante. Ya que no hay compensacio-nes económicas (imposible que las haya en los tiempos que corren),tiene que haberlas en algún otro ámbito, más allá del placer por com-poner. No olvidemos que la publicación de una obra (que abarca des-de la intimidad del momento de inspiración hasta los ensayos, arreglos,interpretación, grabación, edición, fabricación y distribución, pasandopor las innumerables horas de trabajo, esfuerzo y dedicación) es unbien social. Hoy por hoy, no existe reconocimiento social para este ti-po de actividad, más allá del beneplácito de los amigos, conocidos ypequeños grupos de aficionados. Una tercera razón –estrechamente li-gada a la anterior, pero ciertamente distinta– es que se compone «paranada» o para poco. Los repertorios de los coros, comunidades y gru-pos, de la gente que frecuenta nuestras iglesias, están bastante marca-dos y delimitados, con un alto porcentaje de canciones de hace veinteo treinta años, cuando no cuarenta8. Existe poca difusión de este tipode cantos, y se vuelve a lo de siempre, a lo conocido, a lo seguro. Esfrancamente difícil dar a conocer y abrir paso a lo nuevo.

Brotes y rebrotes de música

Pero la realidad discreta y algo desafortunada en cuestión de música li-túrgica no es tal cuando nos referimos al conjunto de la música reli-giosa. En estas cuatro décadas (a medio camino de la quinta), la varie-dad, riqueza y oferta de música cristiana ha crecido de manera impre-

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9. ¿Quién no conoce Acuérdate de Jesucristo, Como brotes de olivo o Un soloSeñor...?

sionante. En los años sesenta se comienza tímidamente a desarrollar laproducción discográfica de música litúrgica (como expresión única demúsica religiosa), pero poco a poco el abanico de la oferta se va am-pliando, pues se diversifican también las funciones que la música rea-liza en la vida de la Iglesia. En estos años habría que hacer, sin duda,mención especial de grupos y personas que han brillado con luz propiay por diversas razones: porque han abierto camino, marcado estilo, se-ñalado nuestras celebraciones o tocado especialmente nuestros corazo-nes. Hablamos, por ejemplo, de Cesáreo Gabaráin (admirado por mu-chos y criticado por algunos), con pocos pero prolijos años de dedica-ción plena a la composición musical que nos han dejado nada más ynada menos que diecinueve discos repletos de canciones (unas exce-lentes y otras mediocres, pero todas aprovechables). Otro gran autor esJuan Antonio Espinosa, con quince trabajos discográficos, entre losque se encuentran canciones tan conocidas como Alegre la mañana,Caminaré, Danos un corazón, El Señor es mi fuerza, Tu palabra me davida, Un pueblo camina, Llegará la libertad o Santa María del Cami-no, y que ha representado a toda una generación (muy vinculada, porcierto, a la teología de la liberación). Carmelo Erdozáin, Francisco Pa-lazón, Joaquín Madurga, Vicente Mateu, Kiko Argüello, Antonio Al-calde o Ignacio Yepes constituyen excelentes y diferentes referenciasen el campo de la música litúrgica de estos años, cuyas discografías re-sultan imprescindibles. Otro autor bastante popular en nuestro país, apesar de ser de origen francés, ha sido Lucien Deiss, miembro de laCongregación del Espíritu Santo, sacerdote, liturgista y conferencian-te, cuyas composiciones fueron traducidas al español y ampliamentedifundidas9. También desde Francia, y muy cercana a la música litúr-gica, hay que resaltar una influencia importantísima para nuestro con-texto: la de la comunidad de Taizé, que ha marcado un estilo musicalpropio, novedoso en su momento y con una capacidad de convocatoriapoco común.

Adentrándonos en otros estilos, los años setenta supusieron el au-ge definitivo y la expansión de grupos, autores, cantautores y compo-sitores que habían comenzado a despuntar en la década anterior y que

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10. No olvidemos que la «ópera-rock» Jesucristo Superstar y el musical Gospel tu-vieron, como en el resto del mundo, un impacto social y eclesial que afectó mu-cho al ambiente y al desarrollo de la música cristiana en España.

ahondaron en la relación entre liturgia y compromiso. «Brotes de Oli-vo», fundado por Vicente Morales y su mujer, Rosi, se inició precisa-mente en esos años (concretamente, en 1971). Sus trece hijos ibanuniéndose espontáneamente a un grupo que fue fecundo no sólo por elnúmero de miembros ni por su exuberante producción musical (diezdiscos en la década de los setenta, ocho en los ochenta, cinco en los no-venta, y otros cinco en lo que llevamos de siglo), sino por la frescura,espontaneidad, belleza y hondura de todas sus canciones. Ellos han si-do (y siguen siendo) referencia indiscutible, a muchos niveles, de quie-nes han venido detrás. En los años ochenta se lanzan al escenario y seconsolidan autores y grupos (juveniles, sobre todo) que expresan su fea través de la música. Empieza a valorarse al solista o grupo tambiénpor su valía interpretativa (no sólo por el contenido de las letras), loque propicia la multiplicación de recitales y conciertos de distinta ín-dole. En el campo de los cantautores, el primero que despuntó en Es-paña y se dio a conocer como tal fue precisamente el uruguayo LuisAlfredo Díaz, que estaba en contacto con los primeros grupos cristia-nos de «rock» de los Estados Unidos y la música carismática, y que lle-ga a nuestro país en el momento del «boom» del «movimiento de Je-sús» y los musicales tipo Gospel10. Fue el creador del «MultifestivalDavid» en 1986, que tuvo su momento de oro en los años noventa yque, aunque sigue celebrándose, ha dejado de tener la repercusión deentonces. Poco después, comienza a despuntar Migueli, cuyo despeguetuvo mucho que ver con este y otros festivales del estilo (Greenbelt, enNorthampton, o VIVAC en Sevilla) y cuyo primer disco salió en 1993(«¡Qué escándalo!»). Sus primeros conciertos fueron acompañados degran éxito de público y crítica, y él es, hoy por hoy, nuestro primer ex-ponente a nivel internacional. Su estilo informal y provocador, así co-mo su capacidad de comunicarse con la gente y su compromiso socialy eclesial, siguen siendo sus señas de identidad. Muy distintos han si-do los grupos nacidos en el entorno de la vida religiosa. Quizá los prin-cipales sean «Kairoi» y, más recientemente, «Ain Karen». El primero,formado por maristas, es el más popular y comenzó su andadura en los

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11. Para un elenco más detallando de autores y grupos, así como para un análisismás extenso del panorama de la música cristiana actual, ver mi artículo: MaiteLÓPEZ, La música cristiana en la pastoral (Imágenes de la fe, n. 436, PPC,Madrid, Octubre 2009).

ochenta. En estos años ha habido cambios importantes entre sus com-ponentes, lo cual le ha hecho también evolucionar en su estilo. Sus pri-meras canciones son conocidas y cantadas aún hoy por muchas comu-nidades cristianas (no solo juveniles). El segundo es fruto de un pro-yecto de las HH. Carmelitas de la Caridad Vedruna, que nació en el año2000 con el deseo de anunciar el Evangelio a través, sobre todo, de lamúsica. En su caso, ésta siempre va acompañada de la oración y la es-cucha de la Palabra, combinación que es, sin duda, el secreto de su éxi-to. Los años noventa están marcados por la revolución digital y el CD,mientras que en el 2000 la música cristiana está claramente condicio-nada por Internet, que, como en todos los ámbitos, se consolida comoel espacio público imprescindible. La última década ha sido una espe-cie de gran «big-bang» en este campo, donde ha brotado de todo11.

Formación y desarrollo

La realidad editorial y discográfica ha cambiado radicalmente. En losaños sesenta, setenta y ochenta, despuntaban pocos autores, que traba-jaban con dos o tres editoriales fuertes. El ritmo de producción era asu-mible por el público. Había interés por las novedades, y éstas se reci-bían, cuando menos, con curiosidad. La difusión (de cassettes, vinilosy folletos de partituras) era impresionante. Se vendían miles de ejem-plares que llegaban a cientos de miles de personas que, finalmente,confluían en un cierto repertorio común. Los autores e intérpretes dedicho repertorio eran conocidos y reconocidos, valorados y respetados.La realidad actual tiene muy poco que ver. Aquellos prósperos tiemposno volverán para nadie, pues la crisis del mercado discográfico tradi-cional está haciendo estragos no sólo en las pequeñas productoras cris-tianas, sino incluso en las grandes compañías internacionales. En estepunto, conviene apuntarse al famoso «renovarse o morir», ya que deja

de ser un refrán popular para convertirse en una amenaza real. Hoy lamúsica se mueve en Internet y en los dispositivos electrónicos. La mú-sica, utilizando el símil de la energía, sí se crea, pero no se destruye, setransforma. Hay infinitas posibilidades para componer y formas de di-fundir (no siempre ilegales) todo tipo de música, incluyendo la nues-tra. La sociedad y la cultura nos piden, una vez más, adaptarnos a ellas,pero en este campo lo hace de una forma imperiosa.

Junto con la pastoral del canto, y unida muy estrechamente a ella,está (o debería estar) la formación en el campo de la pastoral de la mú-sica. No es posible poner límites a la creatividad de los artistas paraque se ajusten siempre y en todo a las necesidades litúrgicas de laIglesia. Cada cual compone como puede o como quiere. Por eso, no sepuede descargar en los compositores y cantautores toda la responsabi-lidad en relación con la precariedad, la confusión, los eventuales exce-sos o los abusos musicales en el campo litúrgico. La responsabilidadde la animación litúrgica (en toda su extensión y manifestaciones) co-rresponde, en primer lugar, a los pastores y, por ende (en cuanto dele-gados), a los animadores de la comunidad (bien sea parroquial, reli-giosa, educativa, laical, misionera, movimiento juvenil, asociación delaicos, etc.). No olvidemos que se trata de un servicio o, mejor, de unauténtico ministerio cuyo objetivo es ayudar a integrar la celebración(liturgia) y la vida (compromiso). La Iglesia, consciente de esta nece-sidad real, durante años (esos primeros y frescos años del postconcilio)ha facilitado un espacio en los planes de formación en casi todos losestamentos: seminarios, noviciados, comunidades religiosas, comuni-dades parroquiales... y hasta en los colegios. Esta práctica (muchas ve-ces limitada al ensayo de cantos, pero otras muchas enriquecida porotros elementos teóricos y prácticos) ha sido abandonada poco a pocoen muchos (demasiados) ámbitos. Las razones son muy variadas. Y lasconsecuencias se concretan en un evidente descuido en la animación yun abandono gradual de la participación musical en las celebraciones.El tiempo no pasa en balde para nadie, y muchas de las personas queimpulsaron localmente este tipo de formación han ido envejeciendo.Los entusiasmos por la pastoral del canto han ido abriendo paso a unacierta desgana y resignación comunitaria. Hay quien ha tomado el re-levo, pero asumiendo no pocas dificultades: laicos que no encuentraneco en los miembros de la comunidad; sacerdotes que tienen que lu-char por mantener una mínima regularidad en el compromiso de los

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laicos; religiosos que se ven aislados o incomprendidos; jóvenes queno cuentan con presencia o que padecen una importante falta de con-fianza de sus pastores; etc.

Conclusiones

Es frecuente escuchar críticas a la música cristiana desde muy distin-tas ópticas. Y, sin embargo, hay que decir que la música religiosa sim-plemente ha reflejado (y con bastante fidelidad) la realidad eclesial ysocial de cada momento. La dimensión comunitaria de la fe, el sentidode fiesta compartida, el gozo de celebrar juntos, de escuchar la Palabra,de partir el pan o de asumir el envío testimonial fueron vividos en laIglesia española del inmediato postconcilio casi como el descubri-miento de un nuevo mundo. La música de entonces lo manifestaba cla-ramente: se popularizó el repertorio de autores que se han consagradocomo «clásicos», aunque fueran realmente modernos en su momento ymuy distintos entre sí. En todo este tiempo, y tal como hemos mostra-do en estas pinceladas, se observan distintas tendencias que se muevenentre esos dos polos que mencionábamos al principio. Quizás el error(muy común por parte de todos) ha sido contraponerlas como si fueranopuestos y no complementarios. Es decir, que lo que vienen a reclamaresas tendencias es atender a las distintas dimensiones de la vida cris-tiana. No se puede llamar «intimistas» a quienes, por vocación o porintención, desean comunicar su propia experiencia de fe o facilitar elencuentro personal con Dios. No se debe tachar de «superficiales» alos grupos o cantautores que, con estilos musicales más actuales, bus-can traducir el hecho cristiano en un lenguaje contemporáneo y, sin du-da, más inteligible. No conviene rechazar por «utópicos» o «ilusos» alos autores o intérpretes que desean hacerse voz de los sin voz o de-nuncia profética (dentro de la iglesia y de la sociedad). No es justo ta-char de «poco comprometidos» a quienes reinterpretan textos bíblicos,parafrasean, desmenuzan o hacen propia la Palabra de Dios. Todas sondimensiones que necesitamos cultivar, y para todo la música puedeayudar.

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La oración constituye el vínculo con una vida que está más allá de lomundano, de lo cotidiano, de la rutina; en suma, de las dimensionesinmediatas de la vida. La oración es el comienzo de una relación con elDios más íntimo que nuestra propia intimidad. Pero la oración auténti-ca exige algo de nosotros... y del Dios al que buscamos. Y lo que exigees que vayamos a ella con un corazón abierto, un buen conocimientopersonal, constancia en las tinieblas y voluntad de esperar la Luz, auncuando no veamos más que oscuridad. Este libro es una espléndida lec-tura espiritual para cuantos anhelan que la oración sea el aliento mismode su alma.

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«Sintió compasión de ellos,porque estaban como ovejas

que no tienen pastor,y comenzó a enseñarles

muchas cosas» (Mc 6,34)Delegación de Acción Social.

Provincia de Castilla, SJST 9

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RINCÓN DE LA SOLIDARIDAD

Con frecuencia, el apostolado social nos recuerda con enorme vivezaesta mirada compasiva de Jesús al bajar de la barca y ver a las muche-dumbres. Al verlos desorientados, Jesús siente compasión, se acerca ycomienza a atender y acompañar algunas de sus carencias. A lo largode este año 2010 quisiéramos ofrecer en nuestras colaboraciones cua-tro reflexiones a propósito de otros tantos espacios privilegiados decompasión ante realidades que nos desbordan por su magnitud. Alabandonar nuestras seguras barcas, distanciadas unos metros de las ori-llas, nos encontramos en medio de la realidad del fracaso escolar queaflige el futuro de muchos jóvenes; en medio de los inmigrantes inter-nados en centros, sin derechos y donde esperan su expulsión arbitraria;en medio de las muchedumbres desorientadas que llegan a nuestrasfronteras con la pregunta reflejada en el rostro de quién les acogerá oqué pueden esperar y temer; o, finalmente, en medio de los enormesocéanos de infortunio que se instalan gratuitamente fuera de nuestrasfronteras. De cada una ellas tendremos en Sal Terrae una breve refle-xión acerca de los impactos que supone para nuestra fe el estar inmer-sos en estas situaciones.

Instituciones, comunidades religiosas, asociaciones y empresas deservicios sociales dedican gran parte de su presencia y recursos en eltrabajo con niños y adolescentes en los barrios de la periferia de lasciudades, tratando de mitigar y acompañar los procesos que desembo-can en el fracaso escolar. En España, según datos del año 2008, se su-pera el 32% de incidencia. Afecta más a los chicos que a las chicas yestá centrado casi totalmente en la escuela pública. Es un crecimientode más de diez puntos desde el año 2000, y no se prevén soluciones pa-ra el futuro.

El fracaso escolar no sólo afecta a la dimensión intelectual de lapersona, sino que tiene repercusión en otros muchos ámbitos de la vi-da. Las personas que lo sufren no han adquirido los conocimientos y lasdestrezas que se consideran suficientes para afrontar con responsabili-dad la autonomía individual. El fracaso escolar afecta a los alumnos queabandonan las aulas sin haber obtenido ningún título académico. Trasestos números y definiciones, nos encontramos con las realidades de ab-sentismo, el alejamiento del centro escolar y la socialización en la ca-lle, las expulsiones, las violencias explícitas e implícitas, la incapacidadpara socializarse y, en definitiva, la imposibilidad de alcanzar alguna es-tructura personal que ayude a entrar en el mercado laboral, incluso ensus estadios más bajos y en los niveles peor remunerados. En el adoles-cente y en el entorno familiar se instalan estructuras permanentes queles impiden la mínima organización, la imposibilidad de cumplir hora-rios o la dependencia crónica de la asistencia social. Las consecuenciassobre la precaria socialización se concreta en las dificultades para con-vivir en el mundo laboral con compañeros y jefes, las mismas que tie-nen en el mundo escolar con alumnos y profesores.

La presencia en medio de estas realidades, no en los datos fríos delas estadísticas sociológicas, sino entre las personas, en las familias yen los jóvenes, plantea a educadores, voluntarios, animadores... la po-sibilidad de profundizar en sus propias experiencias de fe. Ante lamagnitud del problema se experimenta la confianza en Dios, únicoprotector de estas bolsas de futura marginalidad, la confianza y la es-peranza en el futuro y la fuerza para resistir en medio de la desolación,como promesa de justicia que está por llegar y que se realizará

Esta realidad social, muchas veces desasistida por las estructurassociales y asistenciales de los gobiernos, produce arraigadas marcas dedeterioro y marginalidad que nos invitan a mirar el encuentro de Jesús

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con el endemoniado de Gerasa (Lc 8,26-39), que está en el margen so-cial, agresivo y violento, y vive en las penumbras y en los lugares de-siertos, y sus vecinos le tienen miedo. Pero Jesús se acerca, le pregun-ta por su nombre, lo reconoce, no lo condena a los abismos. La cerca-nía de Jesús es con la persona, y no se deja contaminar por lo que es-te hombre significa para sus vecinos. Invita a acercarse, a superar jui-cios previos, a buscar a la persona en medio de tanto endemoniado y atener un trato personal: ¿cómo te llamas?

La presencia en medio de este infortunio, que es el fracaso escolar,pide un trabajo a largo plazo de constancia y permanencia. Porque losavances y progresos no se ven a corto plazo, no son consecuencia inme-diata de intervenciones determinadas, y las mejoras son lentas y paulati-nas. Permanencia para poder encontrarse con la sorpresa del que vuelvea contar las bondades de una situación vital mejor que la anterior.

En el largo tiempo del desierto del Sinaí, el Pueblo de Israel apren-de a encontrarse con la promesa de Dios. Tiempos largos, áridos, dedudas y de enfrentamientos. Tiempo para aprender a confiar en que lapromesa de Dios se fundamenta en él mismo y no en nuestras capaci-dades. Nos enfrenta a nuestros deseos de éxitos, a los resultados con-tables y medibles frente a la necesidad de las presencias de larga dura-ción, que se encuentra puntualmente con las historias largas de los cha-vales. En los cuarenta años de desierto, Israel encuentra en la promesade Dios una esperanza que no es para ellos, que no verán, sino que se-rá para su descendencia. Fortalecidos con esta confianza, es posible se-guir caminando por el desierto del fracaso escolar, con la esperanzapuesta en la constante presencia protectora de Dios, incluso en los tra-yectos más adversos.

El joven amenazado de fracaso es muy sensible a toda presenciaexterna y desconocida que le muestre sus debilidades. Necesita saberel porqué de nuestras motivaciones, qué sentido le damos y, en uncontexto marcado por la sospecha, cuáles son nuestros posibles bene-ficios. Preguntas que nos interrogan sobre nuestras propias motiva-ciones y nuestra capacidad de ser gratuitos. «...un hombre de Samaríaque viajaba por el mismo camino le vio y sintió compasión de él. Sele acercó, le curó las heridas...» (Lc 10,33). ¿Por qué se acercó el Sa-maritano? Sintió compasión y se acercó al ver a un desconocido alborde del camino. El encuentro con niños y jóvenes amenazados defracaso escolar nos aproxima a una necesidad que nos acerca a quien

261«SINTIÓ COMPASIÓN DE ELLOS, PORQUE ESTABAN COMO OVEJAS... »

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262 DELEGACIÓN DE ACCIÓN SOCIAL. PROVINCIA DE CASTILLA, SJ

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Avda Moncloa, 6 / 28003 MADRIDTlf. 915 344 810 / Fax. 915 358 243

E-mail: [email protected]

la padece. Nos invita a descubrir en ese encuentro el sentimiento com-pasivo que se hace eficaz. Necesidad que nos grita. No demos un ro-deo, sino dejemos que la contemplación de la mirada compasiva deJesús nos haga a nosotros acercarnos compasivamente, para curar,acompañar y aliviar.

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¿Funcionario de una sociedad perfecta

o servidor de la comunión?El sacerdote y el poder

Pablo GUERRERO, SJ*ST 9

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«EL SACERDOTE Y...»

* Provincial de Rumanía. Cluj-Napoca (Rumanía). <[email protected]>.

«Yo me quedo aquí, en mi país, para compartir el des-tino de mis hermanos, de mis sacerdotes y de mis fie-les. No les puedo abandonar».

– IULIU HOSSU

Antes de comenzar a leer estas páginas les invito a que entren en la sec-ción de Google dedicada a imágenes y que introduzcan, entre comillas,el nombre «Iuliu Hossu». Verán una serie de fotografías correspon-dientes a sus retratos oficiales como obispo de la Eparquia de Cluj-Gherla. Verán también una instantánea tomada el 1 de diciembre de1918, momento en que Iuliu Hossu, en calidad de senador y vice-pre-sidente del Gran Consejo Nacional Rumano (Marele Sfat Nat,ionalRomân), lee en Alba Iulia, ante decenas de miles de personas, la De-claración de la Unión de Transilvania con Rumanía (días después en-tregaría dicha Declaración al rey Ferdinand, en Bucarest). Y verán, sinduda, una foto que les recordará a los prisioneros en los campos de ex-terminio nazi durante la Segunda Guerra Mundial. En realidad, no co-rresponde a ese periodo, aunque Iuliu Hossu podría haber sido inter-nado en un campo de concentración nazi, ya que durante la SegundaGuerra Mundial, cuando Rumanía estaba ocupada, se convirtió en el lí-

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1. Se trataba de reunir a todos los creyentes de lengua rumana en una estructuramás fácil de controlar. La Iglesia Greco-católica suponía un inconveniente eneste deseo de control. El 1 de diciembre de 1948, el régimen rumano emitió eltristemente famoso decreto 358, por el que extinguía la Biserica Rumana Unitacu Roma y la incorporaba a la Iglesia Ortodoxa Rumana. Todos los obispos yun gran número de laicos y de sacerdotes fueron arrestados por permanecer fie-les a Roma, acusados de actividades antidemocráticas. Gran parte de ellos mo-rirían de frío y de hambre en las cárceles esparcidas por el territorio deRumanía.

der espiritual de los rumanos de Transilvania, denunciando pública-mente los crímenes cometidos por los ocupantes y saliendo en defensade la población judía.

Se trata de la foto de su ficha de la cárcel de Sighet, uno de los lu-gares en los que fue recluido por el régimen comunista rumano. IuliuHossu fue arrestado el 28 de octubre de 1948, y durante 22 años (has-ta su muerte en 1970) sufrió residencia forzosa, arresto domiciliario,prisión y aislamiento en campos de concentración, prisiones y monas-terios. Su delito, compartido con la Iglesia Greco-católica de Rumanía,no fue otro que permanecer fiel a Roma («siervos del Vaticano y ene-migos del comunismo, una amenaza para la felicidad del pueblo») yrehusar la unión forzosa con la Iglesia Ortodoxa que propugnaba el go-bierno comunista según las directrices que le llegaban de la UniónSoviética1. Durante su cautiverio, Hossu rechazo la oferta del gobiernode convertirse en Metropolita de una Eparquía de la Iglesia Ortodoxa.Un cargo que, de hecho, habría hecho su vida mucho más fácil y có-moda. Al final de su largo cautiverio le ofrecieron la posibilidad de exi-liarse en Roma, pero él también rechazó esta oferta. A ese periodo per-tenece la cita con la que comienzo este artículo.

Unos meses antes de su muerte, fue creado cardenal in pectore porPablo VI. Se convertía así en el primer cardenal de la historia de Ruma-nía. En su lecho de muerte confió sus últimas palabras a Alexandru To-dea, otra gran figura de la Iglesia Greco-católica rumana, que sería tam-bién creado cardenal unos años más tarde: «mi lucha ha terminado, aho-ra comienza la vuestra» («lupta mea s-a sfârs,it, a voastra continua»).

Estos hechos, estas situaciones de «lucha», forman parte de nues-tra historia y, para sano orgullo de la Iglesia, no son fenómenos aisla-dos. Europa oriental, Latinoamérica, África, Asia han sido, y son, tes-tigos de situaciones similares. Situaciones que nos muestran y ayudan

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2. Al no tratarse de un artículo de filosofía política ni de psicología social, no medetendré en la discusión sobre el concepto mismo de «poder». Baste señalarque me moveré en torno al segundo grupo de acepciones de la palabra «poder»en el diccionario de la RAE: «Dominio, imperio, facultad y jurisdicción que al-guien tiene para mandar o ejecutar algo / Fuerza, vigor, capacidad, posibili-dad, poderío». En mi opinión, gran parte del problema que nos ocupa surge dela dialéctica que existe entre «poder» entendido como «dominio e imperio» y«poder» entendido como «fuerza, vigor».

3. Antonio Machado sabía muy bien lo que decía al escribir La Saeta: «¡No pue-do cantar, ni quiero, / a ese Jesús del madero, / sino al que anduvo en el mar!».

a entender cuál es el verdadero poder de un sacerdote: identificarse conJesús y compartir la suerte de su pueblo. Son momentos que nos hacendescubrir la verdad que esconde el viejo proverbio inglés: «un mar cal-mado no hace buenos marineros».

El sacerdote y el poder de la cruz2

«Uds. lo esperan todo del sacerdote, excepto laúnica cosa que fue ordenado para darles: Cristocrucificado».

– KARL RAHNER

Estas palabras, pronunciadas por Rahner en la homilía de la primera mi-sa de un joven sacerdote mexicano, resumen, creo que con precisión, laesencia del poder presente en el ministerio sacerdotal. El poder del sa-cerdote (no nos engañemos: el sacerdote tiene y ejerce un cierto tipo depoder) no puede separarse del poder que se manifiesta en la cruz. En es-ta línea, hace unos años, el obispo Gordon Bennett recordaba a unos je-suitas en el día de su ordenación de diáconos que «un sacerdote que nohaya experimentado su propio Getsemaní o su propio calvario, o quebusque refugios que no sean la sombra de la cruz del Señor, no mereceel pan que come». A muchos, sacerdotes y laicos, «se nos llena la bo-ca» diciendo que queremos seguir al Señor. Ahora bien, se trata de se-guirle adonde va. El problema es que el Señor tiene la «mala costum-bre» de dirigirse hacia la cruz, y el seguimiento que lleva en esa direc-ción no es un camino tan gratificante3. Y es que el poder del sacerdotetiene que ver más con el «madero» que con «andar en el mar».

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4. Alicia Partnoy (quien fuera vicepresidenta de Amnistía internacional en USA yvíctima de la guerra sucia en Argentina, tres meses «desaparecida», año y me-

Una pregunta importante para todo cristiano, pero imprescindiblepara toda persona que ostente algún tipo de responsabilidad en laIglesia, es la siguiente: ¿a qué poder se nos invita desde la cruz? Y, co-rrelativamente: ¿de qué manera debe un sacerdote ejercer el poder pa-ra transparentar el estilo del Señor? Creo que las respuestas a estas pre-guntas no deben darse por supuestas ni deben ser pronunciadas porinercia. Evidentemente, surgirán dos teologías diferentes si entende-mos que el poder de la cruz es dominio/imperio o si entendemos queel poder de la cruz es fuerza/vigor. Me detengo en tres elementos.

En primer lugar, creo que descubrir el poder de la cruz nos revelaque el amor auténtico es pasión. La cruz nos da un lugar desde el quemirar apasionadamente a la realidad. Es muy importante (¿qué dudacabe?) contemplar la cruz (más importante aún es contemplar al Cru-cificado), pero es imprescindible contemplar el mundo desde la cruz ymirar en la misma dirección afectiva y efectiva que el Crucificado.Primer poder de la cruz: el poder de la mirada.

En segundo lugar, creo que descubrir el poder de la cruz lleva a es-forzarse seriamente para que no haya cruces en este mundo. Ésa es laauténtica compasión. A veces pensamos que compadecerse es, simple-mente, «padecer con». Nuestras homilías están llenas de este «lugarcomún». Pero, en realidad, ésa es sólo la mitad de la compasión. Lacompasión tiene un segundo momento, y es el de luchar para terminarcon las causas del dolor. Si no, no es compasión cristiana. La compa-sión cristiana es padecer con el que sufre y trabajar para que el que su-fre ya no sufra más. Steve Privett sugiere que la metáfora más adecua-da para designar lo que es la compasión no es la simpatía llorosa, sinola reacción de una osa cuando sus cachorros están en peligro. Es la me-táfora que aplica el profeta Oseas a Yahvé: «caeré sobre ellos comouna osa privada de sus cachorros» (Os 13,8); porque la compasiónevoca no sólo ternura, sino también la voluntad de enderezar lo torci-do, de trabajar por la justicia4. Dicho de otra manera: ahondar en elmisterio de la cruz nos hace considerar la entrega de la vida para queno haya cruces, es decir, dar la vida por los crucificados de este mun-

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dio encarcelada, torturada, amenazada de muerte y finalmente expulsada de supaís), decía hace unos años, en la universidad de Stanford, que muy a menudose confunde y malinterpreta lo que es la compasión, reduciéndola a sentir o su-frir con el otro, reduciéndola a mostrar lástima... Decía que había aprendido porpropia experiencia que simplemente sentir el dolor del otro deja a la víctima enuna situación de impotencia e indefensión. Según ella, lo que las víctimas quie-ren no es gente que simplemente sufra con ellas, sino personas que trabajen conellas codo con codo para conseguir justicia, que es la necesidad más profundade todas las víctimas. Cf. S. PRIVETT, «Like a Bear Robbed of Her Cubs»:Issues in Ethics 9 (Summer, 1998), 2-5.

do. Es experiencia recibida y transmitida por la Iglesia que difícilmen-te podremos dar vida sin entregar la propia vida. Segundo poder de lacruz: el poder de la compasión.

En tercer lugar, creo que descubrir el poder de la cruz nos desvelalo inhumanas que pueden llegar a ser determinadas maneras de enten-der la vida, la religión, la política y la sociedad. «Los sumos sacerdo-tes decidieron dar muerte también a Lázaro, porque a causa de él mu-chos judíos se les iban y creían en Jesús» (Jn 12,10-11); «Sin embar-go, aun entre los magistrados, muchos creyeron en él; pero por los fa-riseos no lo confesaban, para no ser excluidos de la sinagoga» (Jn12,42); «...convenía que muriera un solo hombre por el pueblo» (Jn18,14); «“Pequé entregando sangre inocente”. [...] “¿Y a nosotros,qué? Tú verás”» (Mt 27,4); «“Inocente soy de la sangre de este justo,vosotros veréis”. Y todo el pueblo respondió: “¡Su sangre sobre noso-tros y sobre nuestros hijos!”» (Mt 27,24-25). La cruz nos desenmas-cara que las ideologías pueden (y lo hacen, de hecho) matar al justo.Para el ámbito que nos ocupa, no toda práctica ni toda creencia reli-giosa es automáticamente humana y humanizadora. Tercer poder de lacruz: el poder reconocer lo humanizador.

Mirar como Cristo, compadecer como Cristo, humanizar comoCristo (evidentemente, no están todos los elementos que son, pero creoque sí son todos los que están). Me pregunto si es posible «presidir la eu-caristía en la caridad» de otra manera. Me pregunto si es posible unaexistencia sacerdotal auténtica (es decir, real, fecunda, plena) sin identi-ficarse con Aquel que nos envía. ¿Qué se desprende de esto? ¿No seráque sólo es cristiano el poder de un sacerdote si éste actúa como Cristo?

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5. Evidentemente los sacerdotes también somos personas receptoras de informa-ción y, a la vez, somos influidos por otros. Aquí, sin embargo, me centraré enlas características de los sacerdotes en tanto que «consejeros», «fuentes de in-formación» e «inductores de cambio» y en los procesos que pueden tener lugaren las personas que nos escuchan y sobre las que tenemos influencia.

Credibilidad, atractivo y poder sacerdotales

«...precisamente para que su ministerio sea lo más hu-manamente creíble y aceptable, es necesario que el sa-cerdote plasme su personalidad humana de maneraque sirva de puente y no de obstáculo a los demás enel encuentro con Jesucristo Redentor del hombre».

– PASTORES DABO VOBIS, n.43

Sería de una ingenuidad peligrosa pretender pensar que los sacerdotes,incluso en las sociedades más secularizadas, no tienen poder (o que laambición y el ánimo de medrar nos son ajenos). El tema es cómo seejerce dicho poder: como servicio (a través del diálogo, de la vida com-partida, del respeto auténtico, del amor vulnerable, del riesgo, etc.) ocomo privilegio (desde la distancia –sobre todo afectiva, aunque no só-lo–, desde la prepotencia «sacral», desde el dogmatismo, desde la «su-perioridad esencial», desde el control de las conciencias o desde el «yosoy el cura, y se hace lo que yo digo»). Poder como servicio y podercomo dominio. En definitiva, poder para liberar o poder para dominar.

A comienzos de la década de los sesenta, H.C. Kelman, un desta-cado psicólogo social, estudió las características que presentaban lossujetos que pueden influir en otros (como fuentes de información, co-mo inductores de cambio, como personas de consejo), así como losprocesos que tienen lugar en el interior de la persona receptora de lainformación y objeto de dicho influjo. Creo que los sacerdotes tambiénpodemos ser «analizados» desde esta perspectiva5.

La primera característica a la que Kelman hace referencia es la cre-dibilidad. Una persona tiene credibilidad si es percibida como experta,como «sabia». Pero también es necesario que sea considerada comodigna de confianza, honrada y sin prejuicios ni motivaciones ocultas.Se trata de alguien que es percibido como sincero y fiable. La credibi-lidad provoca «en el otro» el proceso que Kelman llama internaliza-ción. Quien nos escucha, si nos considera creíbles, integra nuestro

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6. Es claro que en la concepción de poder que tiene Kelman está presente tambiénel establecimiento de relaciones de poder.

7. No obstante, puede desembocar en un cambio profundo y estable ante situa-ciones más o menos extremas. El llamado «Síndrome de Estocolmo», la reac-ción de determinadas personas ante sus antiguos verdugos, la adopción de lasactitudes del amo por parte del esclavo... son ejemplos de cambio profundo ba-sado en la sumisión.

mensaje en su sistema de valores y creencias. En estos casos, la asimi-lación del mensaje suele ser profunda y estable. Puede permanecer, in-cluso, aunque el comunicante original cambie de postura (o se le des-tine a otra parroquia). No creo que se trate de algo muy diferente de loque sintieron aquellos que dijeron en su día: «éste habla con autori-dad, y no como los fariseos».

La segunda característica es el atractivo. Así, una persona tiene(y/o ejerce) atractivo cuando provoca en otros el deseo de ser comoella, de ser aceptado por sí misma, de formar parte de su «equipo», etc.El motivo radica en que esta aceptación «mejora» el autoconcepto, au-menta la propia autoestima. Normalmente, esta atracción se basa en lafamiliaridad, la semejanza, la simpatía, el afecto, el atractivo físico,etc. (Kelman defiende que la semejanza más decisiva es la del sistemade creencias y valores). El atractivo provoca «en el otro» el procesoque Kelman denomina identificación. El «receptor» desarrolla su con-ducta y elabora sus actitudes de tal modo que le ayuden a definir suidentidad en función de su relación con el «emisor» (para poder defi-nirse como un buen «compañero», «colega», «amigo», «discípulo»,etc.). Cuando se da el proceso de identificación, el mensaje no se in-ternaliza. Si el «emisor» cambia de opinión, también lo hace el «re-ceptor», para que no sufra la relación con él, para que no cambie su es-tatus en relación con la persona «admirada».

La última característica es el poder. Tener poder, en la terminolo-gía de Kelman, consiste en controlar premios y castigos6. Básicamen-te, tiene poder quien controla los recursos disponibles y puede propor-cionar placer y dolor. El poder provoca «en el otro» un proceso llama-do sumisión. En realidad, no es un verdadero proceso de cambio inter-no7. Cuando se trata de sumisión al poder, el cambio suele durar lo quedura el control de los recursos y el potencial de administrar premios ycastigos de quien ejerce el poder. En ocasiones, tan sólo dura lo quedura la presencia del «poderoso».

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8. «Los presbíteros, por tanto, deben presidir de forma que buscando, no sus in-tereses, sino los de Jesucristo, trabajen juntamente con los fieles seglares y seporten entre ellos a imitación del Maestro, que entre los hombres “no vino a serservido, sino a servir y dar su vida en redención de muchos” (Mt 20,28). Re-conozcan y promuevan sinceramente los presbíteros la dignidad de los seglares

Es claro que no es indiferente desde qué característica se relacionaun sacerdote en su ministerio. Evidentemente, lo ideal sería que el sa-cerdote tuviera, ante todo, credibilidad. Sin embargo, los sacerdotes noestamos exentos de la tentación de funcionar desde el atractivo y, loque es aún peor, desde el poder (entendido, como ya está dicho, comoestablecimiento de relaciones de poder).

Patologías del poder y tentaciones del sacerdote

«[...] el que quiera llegar a ser grande entre vosotrosserá vuestro servidor, y el que quiera ser el primero en-tre vosotros será vuestro servidor».

– MT 20,26-27

«¿Renunciáis a todas sus seducciones, como puedenser: el creeros los mejores; el veros superiores; el es-tar muy seguros de vosotros mismos; el creer que yaestáis convertidos del todo; el quedaros en las cosas,medios, instituciones, métodos, reglamentos, y no ir aDios?».

– RENOVACIÓN DE LAS PROMESAS BAUTISMALES

Tengo que reconocer que soy optimista y que veo a mi alrededor, en laIglesia, muchos «buenos sacerdotes». Abundan, gracias a Dios, los sa-cerdotes auténticamente servidores, testigos de Aquel que da sentido atodo ministerio eclesial. Abundan los sacerdotes que no establecen suestatus a través de relaciones de poder y que ponen su vida al serviciode la comunión, al servicio de los predilectos del Señor. Abundan lossacerdotes que no se apoderan del mensaje cristiano ni lo utilizan co-mo arma arrojadiza. Abundan los sacerdotes que no se consideran co-mo los intérpretes únicos de la voluntad de Dios, que no se creen quelos escalones que separan el presbiterio del Pueblo en las celebracio-nes significan superioridad alguna8. Abundan los sacerdotes que saben

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y la suya propia, y el papel que desempeñan los seglares en la misión de laIglesia. Respeten asimismo cuidadosamente la justa libertad que todos tienenen la ciudad terrestre. Escuchen con gusto a los seglares, considerando frater-nalmente sus deseos y aceptando su experiencia y competencia en los diversoscampos de la actividad humana, a fin de poder reconocer juntamente con elloslos signos de los tiempos. Examinando los espíritus para ver si son de Dios,descubran con el sentido de la fe los multiformes carismas de los seglares, tan-to los humildes como los más elevados; reconociéndolos con gozo y fomen-tándolos con diligencia. Entre los otros dones de Dios, que se hallan abundan-temente en los fieles, merecen especial cuidado aquellos por los que no pocosson atraídos a una vida espiritual más elevada. Encomienden también confia-damente a los seglares trabajos en servicio de la Iglesia, dejándoles libertad yradio de acción, invitándolos incluso oportunamente a que emprendan susobras por propia iniciativa» (Presbyterorum Ordinis, n. 9).

9. Podríamos aplicar al sacerdote las mismas palabras pronunciadas por el judíoShylock en el Mercader de Venecia: «¿No tenemos manos, órganos, dimensio-nes, sentidos, afectos, pasiones? ¿No comemos lo mismo? ¿No nos hieren lasmismas armas? ¿No sufrimos las mismas dolencias y nos curan los mismos re-medios? ¿No sufrimos en invierno y en verano el mismo frío y el mismo ca-lor que los cristianos? Y si nos pincháis, ¿no sangramos? Si nos hacéis cos-quillas, ¿no reímos? Si nos envenenáis, ¿no perecemos? Y si nos ultrajáis, ¿nonos vengaremos?».

10. «Por ello, la eclesiología de comunión resulta decisiva para descubrir la iden-tidad del presbítero, su dignidad original, su vocación y su misión en el Pueblode Dios y en el mundo» (Pastores dabo vobis, n. 12). «Una definición de«Iglesia» debe incluir el componente de relación entre personas, ya que aqué-lla es una comunidad de salvación. De este modo, la comunidad que es laIglesia puede ser definida como la comunión de personas convocadas por elEspíritu del Señor. El concepto de comunión, junto con el de Pueblo de Dios,subraya la corresponsabilidad de todos los creyentes. Será en esa comunión co-mo la Iglesia realice un significado y un valor comunes: fe, esperanza, amor.Así, se puede afirmar que «lo que hace que un grupo de hombres y mujeressean iglesia en un determinado lugar es exactamente lo que hace que otro gru-po lo sea en un lugar distinto: una misma comunión de vida, amor y verdad queen todas partes se hace realidad en virtud de una sola Palabra, un solo Bautis-mo, una sola Eucaristía, un solo Espíritu, bajo el único Dios y Padre de todos.Esta comunión permite al cristiano descubrir “una fraternidad de respuesta co-mún” no sólo a través de los siglos, sino también por encima de todas las cul-turas»: J. KOMONCHAK, «La Iglesia universal como comunión de iglesias loca-les»: Concilium 166 (1981), 375.

que han sido «separados» para estar en medio del Pueblo, pueblo delque forman parte y con el que comparten todo9. Abundan, en suma, lossacerdotes que, animados por el Concilio, miran a la Iglesia, no comoquien mira a una sociedad perfecta, sino como quien mira a un Pueblode Dios en marcha10. Dicho esto, sería ingenuo (en el mejor de los ca-

sos) y prepotente (en el peor de ellos) pensar que los sacerdotes per-manecen inmunes a las patologías y tentaciones que surgen del ejerci-cio del poder.

Con respecto a las patologías que pueden afectar al poder (y a suejercicio), la Filosofía y la Historia nos han ido abriendo los ojos du-rante siglos. En tiempos más recientes, tanto el análisis del mundo dela política como el del mundo de la empresa han contribuido a profun-dizar nuestro conocimiento en este ámbito. Sin ánimo de ser exhausti-vo, señalaría que las principales patologías en el ejercicio del poder(también el del sacerdote) serían: manipulación (y creación de depen-dencia), corrupción, abuso de la autoridad, entrada en el juego de alian-zas y coaliciones (cuando únicamente se busca el beneficio propio o«el de los míos») y, finalmente, «seducción» por los símbolos del po-der (lo que origina una «necesidad» de estar cerca de los centros de po-der y una, más o menos implícita, «política del halago» a los que os-tentan más poder que yo). Y es que los sacerdotes, como todo hijo devecino, nos podemos engañar mucho «bajo especie de bien», y creoque nuestro principal engaño es olvidar que el sacerdocio es ministe-rio, es decir, servicio. ¡Y qué lejos está el servicio de los «escenarios»que acabo de señalar...!

Pero también sabemos por experiencia que existen antídotos paraestas patologías. Señalo los que, a mi juicio, son más importantes y efi-caces: transparencia, rendición de cuentas, consultas, toma de decisio-nes de manera colegiada, no olvidar el «amor primero», una vida apos-tólica rica, mantener una cierta disciplina física y mental, madurezafectiva en el ámbito de las relaciones personales, una dirección espi-ritual seria y sincera, visitar periódicamente las periferias (afectivas,socio-económicas, religiosas, geográficas, etc.) y, finalmente, en lamedida de lo posible, ser fuerte con los fuertes y débil con los débiles(y nunca al revés).

Pero no sólo hay patologías. En el ejercicio diario de su ministerio,el sacerdote también se encuentra con tentaciones. Señalo algunas deellas, acompañadas de preguntas «amables»:

– Tentación de ejercer el liderazgo en solitario. Es posible la confu-sión entre «presidir en la caridad la eucaristía» y «ser la última ins-tancia de decisión en todo lo que afecta a la vida eclesial diaria denuestras comunidades». Caemos en esta confusión cuando olvida-

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11. «[...] los presbíteros se encuentran en relación positiva y animadora con los lai-cos, ya que su figura y su misión en la Iglesia no sustituye, sino que más bienpromueve, el sacerdocio bautismal de todo el Pueblo de Dios, conduciéndolo asu plena realización eclesial. Están al servicio de su fe, de su esperanza y de sucaridad. Reconocen y defienden, como hermanos y amigos, su dignidad de hi-jos de Dios y les ayudan a ejercitar en plenitud su misión específica en el ám-bito de la misión de la Iglesia» (Pastores dabo vobis, n. 17).

mos que cuantos más servicios ayudemos a hacer surgir en la co-munidad, mejor habremos realizado la «presidencia» como servi-cio a la comunión y a la participación. Porque creo que quien ejer-ce su ministerio en el horizonte de la participación y corresponsa-bilidad es mejor «presidente» de la asamblea11. La pregunta que de-beríamos hacernos es si nuestro servicio al Pueblo de Dios es el deun jefe o el de un acompañante.

– Tentación de utilizar un lenguaje de dogma y de moral. Entiendoesta tentación como la «comodidad» de mantener nuestro discurso(también el homilético) en este plano, rehuyendo, conscientemen-te o no, el uso de un lenguaje de experiencia de Dios. Sin duda,movernos en el ámbito de compartir nuestra experiencia de Diosnos hace vulnerables, pero también nos hace más creíbles. La pre-gunta que deberíamos hacernos es si tenemos experiencia de Dios.

– Tentación de entender la vocación sacerdotal como predilección.Hay una manera de entender la vocación sacerdotal y la vocaciónreligiosa como una especie de predilección de Dios por la personaa la que llama a ser sacerdote o religioso/a. Nadie se atrevería a for-mularlo tan crudamente, pero respondería a una especie de: «Diosquiere más al que llama al sacerdocio». La pregunta que podríamoshacernos es si nos creemos de verdad que Dios está enamorado. Yclaro que lo está..., pero de su Pueblo y, especialmente, de los máspobres. Así entendida, la vocación sacerdotal y religiosa no es unprivilegio para un grupo de «selectos», sino un servicio para elPueblo de Dios. Un pueblo que, a imagen de Cristo, es un pueblode sacerdotes, profetas y reyes.

– Tentación de hablar en lugar de escuchar. Todos debemos escu-char, pero especialmente los que tienen la misión de hablar (los sa-cerdotes, por ejemplo). Nuestros contemporáneos quieren ser y te-ner palabra en la Iglesia, pero es bastante evidente que en la Iglesia

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12. Existen al menos cuatro talantes de escucha, cuatro maneras de escuchar.Aunque, en mi opinión, sólo la última, la escucha vulnerable, es merecedora detal nombre:

a) Escucha fundamentalista: es la del que tiene la respuesta a todas las pre-guntas. Su esquema mental está cerrado y es el único válido. Lo diferentees peligroso, malo, inútil... No puede haber lugar para el cambio. Aunqueaparentemente el otro pudiera tener razón, se trata sólo de apariencias y depseudo-verdades...

b) Escucha acrítica: es la del discípulo hacia su gurú, o la del «pelota» quequiere medrar. Se «disuelve» la personalidad del que escucha en la del quehabla. Se acata... La única actividad es incorporar el pensamiento de otro.

c) Escucha ideológica: no estamos realmente interesados en la opinión delotro, sino en lo que le vamos a contestar. No recibimos verdaderamente loque está diciendo. No dejamos «terminar». Ya tenemos la respuesta antesdel final de la pregunta...

d) Escucha vulnerable: es dejarse «afectar» por lo que la otra persona dice...No es tanto una comunicación de «cabeza a cabeza», sino también de «co-razón a corazón». Intento ponerme en su piel. Dejo que «me llegue».

esos hombres y mujeres se sienten mucho más invitados a escuchary a obedecer que a opinar y proponer (E. Biser). No es esa la di-rección que nos marca el Concilio Vaticano II, que insistía en que«se promueva en el seno de la Iglesia la mutua estima, respeto yconcordia, reconociendo todas las legítimas diversidades, paraabrir, con fecundidad siempre creciente, el diálogo entre todos losque integran el único Pueblo de Dios, tanto los pastores como losdemás fieles» (GS 92). A este respecto, la pregunta «amable» po-dría ser si nos creemos de verdad que merece la pena escuchar, ycon qué talante lo hacemos12.

– Tentación del dogmatismo. Muy parecida a la anterior. A todo dog-matismo, sobre todo en el tema de las creencias religiosas, le co-rresponde la sensación de estar en y de poseer la verdad. Se expre-sa en fórmulas claras y taxativas en el seno de instituciones fuertesy suficientemente herméticas y cerradas. Los «otros», los que pien-san distinto, se constituyen en rivales, en sujetos sospechosos y pe-ligrosos. Evidentemente, la personalidad dogmática queda inutili-zada para el diálogo o la colaboración. En este sentido, el dogma-tismo abre la puerta que conduce al tristemente actual fundamen-talismo, que llega a hacer de la intolerancia persecución. Asimis-mo, quien se cree en posesión de la verdad, quien se siente «segu-

ro» en la verdad, prescinde de lo que sea progreso o cambio, ya queno son necesarios ni deseables. La pregunta que necesitamos ha-cernos es: ¿cómo es nuestra acogida a los que piensan distinto?Cuando hablamos con otros sobre la fe, ¿nos sentimos «creyentesen camino» o «campeones de la fe»?

No tienen que ver con el tema de este artículo, pero existen al me-nos otras tres tentaciones que pueden atacar (y, de hecho, lo hacen) alsacerdote en el momento histórico actual, aunque alguna de ellas ya es«añeja». Simplemente, las cito: tentación de buscar identidad «a todacosta»; tentación de compensar un cierto sentimiento de insignifican-cia social; y, finalmente, la omnipresente tentación de demonizar elmundo y los tiempos presentes, que es la tentación de los que JuanXXIII llamaba «profetas de calamidades».

Pero estas tentaciones, estas amenazas, más o menos permanentes,no tienen la última palabra, porque hay terapias, hay pedagogías quenos ayudan a ser servidores de la comunión. A ellas estará dedicada lasección final.

¿Qué sacerdotes necesita hoy la Iglesia?

«Además, precisamente porque dentro de la Iglesia esel hombre de la comunión, el presbítero debe ser, en surelación con todos los hombres, el hombre de la misióny del diálogo. Enraizado profundamente en la verdady en la caridad de Cristo, y animado por el deseo y elmandato de anunciar a todos su salvación, está llama-do a establecer con todos los hombres relaciones defraternidad, de servicio, de búsqueda común de la ver-dad, de promoción de la justicia y la paz».

– PASTORES DABO VOBIS, n. 18

¿Qué rasgos presentarán los sacerdotes que han descubierto el poderde la cruz, que suscitan credibilidad, que son lúcidos sobre los proble-mas y tentaciones inherentes al poder, que intentan identificarse conJesús y quieren compartir la suerte de su pueblo? Dicho de otra for-ma, ¿qué sacerdotes necesita hoy la Iglesia? Yo señalaría, al menos,cinco rasgos (recojo algún elemento de la homilía del obispo GordonBennett a la que he hecho referencia con anterioridad):

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1. Personas que irradien alegría y esperanza. No cualquier alegría, si-no aquel sentimiento que brota de una confianza total en Dios. Ha-cen falta sacerdotes que tengan sentido del humor, porque nos va aayudar a comprender cómo trabaja Dios y porque, además, nos vaa hacer más resistentes...

2. Personas que irradien ternura, amabilidad y compasión. Porque, enel fondo, el mismo trabajo lleva ser modelo de dogmatismo, de fal-ta de comprensión o de dureza que ser modelo de reconciliación,de paciencia, de comprensión, de confianza... Y esto segundo, sinduda, se acerca más al sueño de Dios.

3. Personas capaces de colaborar con otros; personas que, siendoconscientes de sus virtudes y seguras de ellas, puedan reconocerlas virtudes de todos aquellos que se sientan en torno a la mismamesa. Personas que saben que no tienen todas las respuestas.

4. Personas que presten especial atención a la predicación y a la pa-labra de Dios. Que sean, en expresión de Rahner, «oyentes de laPalabra». A veces aburrimos tanto..., ¡y de qué manera...! Contes-tamos a preguntas que no tiene el Pueblo de Dios y no nos plan-teamos las preguntas que le acucian. Se necesitan sacerdotes queayuden a las personas con sus problemas reales, con sus obstácu-los reales en su búsqueda de Dios. La Iglesia necesita personas quepiensen en los hombres y mujeres que tienen delante, que los co-nozcan, que sepan lo que la gente necesita escuchar y cómo lo pue-den escuchar.

¡Qué pocas veces hablamos los sacerdotes de nuestra propia ex-periencia de Dios...! Y eso que, probablemente, es lo mejor de no-sotros mismos. Pocas veces tenemos el coraje de compartir con laspersonas a las que servimos nuestro camino en la fe, nuestras cer-tezas, nuestras dudas, nuestro pecado. Más veces de lo que seríadeseable, no acertamos a comunicar el regalo de un Dios que quie-re a sus hijos e hijas como sólo una madre puede querer...

5. Finalmente, la Iglesia necesita sacerdotes que sean personas deoración. Esto no lo sustituye nada. No importa las carreras que ha-yamos estudiado, ni lo bien que hablemos en público, ni lo auste-ros, ni lo obedientes, ni lo «insertos» que seamos. Es en la oracióndonde las cualidades del sacerdote se unen y encuentran su raíz, su

276 PABLO GUERRERO, SJ

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base más profunda. La vida de un sacerdote no tiene sentido sin laoración. Ni nuestra educación, ni nuestros títulos académicos, ninuestras cualidades, ni nuestra personalidad pueden sustituir al há-bito de ponernos diariamente en presencia de Dios.

Esa existencia sacerdotal, tan antigua y tan nueva, se caracterizarapor ser más mística que ascética; más apostólica que individual; máscercana que distante; más disponible que asentada; más radical quecalculada; y, finalmente, más despojada que recompensada (otra vez lacruz).

* * *

«Lo que hacemos por nosotros muere con nosotros. Loque hacemos por los demás y por el mundo permane-ce y es inmortal».

– ALBERT PINE

Quisiera terminar este artículo proponiendo otro ejercicio en Internet.Invito al lector a realizar una visita virtual al Museo-Memorial deSighet (www.memorialsighet.ro). Recorra las diferentes salas y detén-gase en la sala numero 13, en las historias que cuentan las fotografíasagolpadas en esas cuatro paredes. Ese es el resumen de lo que debe serel poder de un sacerdote. Identificarse con Jesús y compartir la suertede su pueblo...

Escribo estas páginas en tiempo de Navidad, y quisiera terminarlascon la letra de un villancico de José Luis Blanco Vega, SJ. Como en tan-tas ocasiones, el lenguaje poético puede expresar en profundidad laverdad de las cosas:

«Cuando llegaron los reyes,Les ha dicho San José:Pasen señores y veanLo que es un reino y un rey.Dejen coronas y cetros,Dejen orgullo y poder.Sólo quien sirve a su puebloPuede ser rey en Belén».

277¿FUNCIONARIO DE UNA SOCIEDAD PERFECTA O SERVIDOR DE LA COMUNIÓN?

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La «ventana» es la ventana de la Web en Internet, y «asomarse» es dar-le al teclado y entrar en pantalla con el horizonte entero del universo an-te los ojos. Una página web cada quince días va recogiendo, como estaen diez años, instantáneas de vida, anécdotas del día, reflexiones al vue-lo, intuiciones tanto pasajeras como profundas, y muchas de ellas tie-nen solo el valor del instante, mientras algunas dejan en su vuelo unaestela, un recuerdo, una lección, una luz que puede iluminar situacionesy alegrar la existencia. Esas merecen recogerse. Experiencias y pensa-mientos, encuentros y soledades que han brillado por un momento yhan quedado en la memoria de quien las escribió y de quienes las leye-ron con presencia permanente y bienhechora.

CARLOS G. VALLÉS

Asómate a mi ventana.10 años en la Web

176 págs.P.V.P. (IVA incl.): 10,50 €

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LOS LIBROSRecensionesST

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SERVAIS, Jacques, Hans Urs von Balthasar. Textos de Ejercicios Es-pirituales, Mensajero-Sal Terrae, Bilbao-Santander 2009, 292 pp.

Cuando uno toma este libro entre lasmanos, le llama la atención el que enla portada no sólo aparezca el nom-bre de Hans Urs Von Balthasar, sinoque aparezcan los de Jacques Ser-vais, SJ y Nurya Martínez-Gayol, ACI.Pero esa interrogante persiste cuan-do, al ir leyendo el libro, uno se per-cata, de que más de una tercera par-te del libro está escrito por esos dosautores secundarios.

No olvidemos, sin embargo, queen todo museo o edificio de arte im-portante existen siempre los «guías»,que nos adiestran en una mejor com-prensión de lo que ven nuestros ojoso entiende nuestra mente.

La densidad y profundidad delpensamiento de Hans Urs Von Bal-thasar, hacían casi necesarios los«guías». Y entre Jacques y Nuryanos dan una serie de coordenadas(biográficas, teológicas y de su espiri-tualidad) que hacen luego más accesi-ble la lectura de los textos. Son pin-celadas sobre el autor, sobre su obra,sobre los presupuestos ignacianos de

su teología, sobre conceptos explíci-tamente ignacianos, sobre la maneraque él tiene de entender el libro de losEjercicios Espirituales... que, al final,uno no puede sino agradecer a esosdos «guías» experimentados.

Este libro no es propiamente unlibro teológico sobre los Ejercicios,como lo hicieran Erich Przywara,Gastón Fessard o Karl Rahner, sinouna antología de textos selecciona-dos por Jacques Servais, SJ. Porque,si bien es cierto que Balthasar no lle-gó a redactar nunca el libro que teníaintención de escribir sobre san Ig-nacio, en realidad nos dejó muchomás. En su ingente obra y en laigualmente gigantesca de Adrienne,estrechamente vinculada a Baltha-sar, bien puede decirse que, en elfondo, no se ha hecho otra cosa quemeditar y profundizar en el conteni-do doctrinal de los Ejercicios, sobreel que Balthasar dice que: «la explo-tación de la sustancia teológica deesta mina inagotable no está sino ensus puros comienzos». Ya Werner

Löser decía de Balthasar que «confi-guró su propio proyecto teológico apartir del espíritu de los Ejercicios».

Balthasar podrá afirmar que «elencuentro con Adrienne confirió atodo esto una especial profanidad.Lo que en Ignacio quedaba teológi-camente implícito comenzó desdeentonces, con plena fidelidad al espí-ritu de la iniciativa ignaciana, a ha-cerse explícito en los comentariosbíblicos que me dictaba. [...] La teo-logía de los Ejercicios adquirió unadmirable trasfondo cristológico-tri-nitario y al mismo tiempo, evidente-mente, un trasfondo mariológico-eclesial».

Para Jacques Servais, los textosque se presentan en el libro, entresa-cados de la obra de Hans Urs vonBalthasar, tienen como objetivo ofre-cer, tanto al que hace los Ejercicioscomo al que los da, una guía paracomprender con más profundidad yaplicar mejor el método ignaciano.

Lo que guía a Balthasar a travésde todos estos textos es una idea di-rectriz que él retoma una y otra vezy, como un concierto de Mozart, de-sarrolla en múltiples variaciones.

Lo que hace Servais al escogeresos textos es para formar una anto-logía que pueda tener la forma exter-na de un comentario, pero siguiendopaso a paso la estructura general delmétodo ignaciano. Pero no podemosolvidar que esos textos han sido sa-cados de su contexto más inmediato,con lo cual, para integrarlos en uncomentario más orgánico posible,han sido precisas, aquí y allí, ciertaspequeñas adaptaciones. Pero esostextos seleccionados sí que indican

puntos centrales que permiten al lec-tor una visión del núcleo oculto queles da unidad interna.

Lo que sí es cierto es que al leeresos textos, con una palabra o fraseBalthasar señala el camino a veceslargamente buscado. Balthasar noshace entrar mejor en el secreto de losEjercicios. Nos hace penetrar en lahondura siempre mayor del Misterio.

Al leer estos Textos de EjerciciosEspirituales nos damos cuenta deque en pocos teólogos encontrare-mos cómo los Ejercicios y la espiri-tualidad ignaciana dan tan hondofundamento a una teología.

Es de agradecer a Servais que, através de toda la vasta obra de vonBalthasar, haya sabido seleccionardichos textos. Toda la tarea de Bal-thasar está como imbuida por la pre-sencia de Ignacio.

El libro, traducido y presentadoen español, nos abre las puertas a lainterpretación teológica de un granteólogo del siglo XX que, desde suconocimiento experiencial, y no sólodesde el teológico, ha realizado unaobra cuya inabarcable riqueza nuncallegaremos a agotar. Balthasar es, así,uno de los grandes «guías» para elconocimiento del libro de los Ejerci-cios y de la espiritualidad ignaciana.

Sus textos no nacen principal-mente de una reflexión teológica,sino de una experiencia interior.Cuando Balthasar habla de su voca-ción, todo lo refiere a lo ocurrido enlos senderos de la Selva Negra.Había concluido su tesis doctoral.Hace unos Ejercicios de mes con ungrupo de estudiantes seglares. Perosiempre recordará lo acontecido en

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281RECENSIONES

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CHITTISTER, Joan, Los diez mandamientos. Leyes del corazón, SalTerrae, Santander 2007, 168 pp.

Joan Chittister, benedictina, tiene unnombre y una palabra propios, espe-cialmente a partir de obras como Elfuego en estas cenizas, Odres nue-vos, Ser mujer en la Iglesia... De vo-cación contemplativa, se ha hechopresente en múltiples jornadas, en-cuentros y congresos siendo porta-dora de un mensaje de los que «danque pensar», como diría el filósofo.

«Necesitamos reflexionar denuevo sobre la fibra moral de nuestrasociedad [...], urgentemente» (p. 7).Con estas palabras inicia Chittistersu comentario al Decálogo, «docu-mento que –observa lúcidamente la

autora– ha formado a la gente y cre-ado una ética que ha impreso su ca-rácter en todo el mundo occidental»(p. 136). Buena parte del comentarioque realiza puede leerse con profun-do asenso por las personas «de bue-na voluntad», más allá incluso de lasdiferentes confesiones religiosas odel hecho mismo de ser creyente.Esto se debe a que la perspectiva deanálisis elegida –antropológica, hu-manista, integradora, dialogante...–profundiza y desentraña la secularsabiduría concentrada en el Decálo-go: humana y humanizadora, avanceincreíble en la regulación de la con-

aquella vereda de un bosque, en laSelva Negra, cerca de Basilea. Re-cuerda el árbol junto al cual sintiócomo un relámpago. «Pero no fue lateología ni el sacerdocio lo que meentró por los ojos, sino simplementeesto: no tienes nada que elegir, hassido elegido; no necesitas nada, sete necesita; no tienes que hacer pla-nes, eres una piedrecita en un mo-saico ya existente. Sólo tenía que de-jarlo todo y seguir, sin intenciones,deseos ni expectativas; sencillamen-te, quedarme quieto, esperando a veren qué tendría que servir (para quépodría necesitarme alguien). Y así hasido desde entonces».

En esa experiencia está contenidatoda su vida y obra, que desde enton-ces quedaron atravesadas por la con-vicción profunda de que la existenciacristiana consiste en una radical dis-

ponibilidad, vivida en la santa indife-rencia ignaciana, para la misión.

Pienso que los textos de Baltha-sar seleccionados en este libro sirvenpara reformular y actualizar el librode los Ejercicios. Son términos yaconocidos de los que trata: indife-rencia, elección..., pero con un signi-ficado nuevo. Este libro es una fuen-te inagotable de intuiciones.

Este libro que recensionamos esmuy recomendable que lo lean nosólo las personas que dan Ejercicios,sino también aquellas que quierancomprender mejor la espiritualidadignaciana.

Libro no sólo para ser leído, sinoorado. Después de leerlo, llega a seruno de esos libros cuya amistad noquerrías perder.

Federico Elorriaga, SJ

vivencia entre las personas y lospueblos, afirmación radical de ladignidad de la persona humana, «po-co inferior a los ángeles».

La obra que presentamos respetala estructura que se indica en el mis-mo título. Así, tras una Introducciónque no es mera preparación al desa-rrollo del tema, siguen los diez capí-tulos dedicados a cada uno de los«diez mandamientos» o de las «diezpalabras», como la autora –fiel al es-píritu bíblico– prefiere denominar.La formulación del catecismo con-cluía el enunciado de los manda-mientos con aquella expresión de«estos diez mandamientos se resu-men en dos...», por lo que se añadendos capítulos más a esta sugerentepresentación de la Ley entregada porDios a su Pueblo.

Además de grato, sería enorme-mente ilustrativo presentar una sínte-sis del tratamiento y la interpreta-ción que la autora realiza de cadauna de las «Palabras», pero eso ex-cede el espacio de que habitualmen-te disponemos para este tipo de pre-sentaciones. De ahí que nos ciñamosa la enumeración de los títulos de loscapítulos, ya de por sí un auténticoejercicio de sabia traducción delDecálogo: Primero: La ley de la re-flexión. Segundo: La ley del respeto.Tercero: La ley del recuerdo. Cuar-to: La ley de la solicitud. Quinto: Laley de la vida. Sexto: La ley del com-promiso. Séptimo: La ley del com-partir. Octavo: La ley de la palabra.Noveno: La ley del autocontrol.Décimo: La ley de la seguridad. Elprimer gran mandamiento: La pri-mera ley del amor. El segundo gran

mandamiento: La segunda ley delamor. Denominaciones que sólo seentienden adecuadamente adentrán-dose en su lectura, a lo que invita-mos encarecidamente.

Cada uno de los mandamientosse presenta desde tres puntos de vis-ta distintos. En primer lugar, se ocu-pa de la interpretación histórica de la«Palabra» tratada, analizando su sig-nificado en el contexto de la primiti-va comunidad judía; después exami-na las situaciones en que cabe apli-carlo en la actualidad y, finalmente,presenta unas reflexionas para laconsideración personal, con el obje-to de ampliar la perspectiva y susci-tar una reflexión acerca de lo que re-almente significa cumplir esos man-damientos y vivir de acuerdo con susprincipios en el tiempo en el que he-mos sido llamados a vivir (cf. p. 13).

Concluida la –por otra parteamena– lectura, queda confirmada lasensación de que el Decálogo siguesiendo tarea pendiente: en la vidapersonal y en la social, a nivel reli-gioso y a nivel ético. La autora inter-pela al lector y refleja lo que tantasveces preferiríamos no ver: nuestraparticipación responsable en las mássutiles manipulaciones de Dios, la«deshonra» a nuestros orígenes, lamentira, el robo, el matar, la codicia,etc., cuánto más en el «resumen» delas Palabras: el mandamiento supre-mo del amor.

Terminamos esta presentación va-lorando la aportación de Chittister, laposibilidad de que su obra ayude adescubrir el Decálogo como «lugarde encuentro» entre Dios y la perso-na, entre los hombres y mujeres pre-

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283RECENSIONES

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CASTRO MIRAMONTES, Francisco J., Alter Christus, San Pablo,Madrid 2008, 182 pp.

«Sólo el corazón que ama podrá des-brozar nuevos caminos»: así co-mienza el autor, presentando a Fran-cisco de Asís, retomando una deno-minación clásica, como Alter Chris-tus, un signo del amor, ante el VIIICentenario de la fundación de laOrden Franciscana.

Presentar cualquiera de los librosde Francisco J. Castro (La vida esbella [2005], La vida es amable[2005], Al encuentro de la vida[2005], La sabiduría de la humildad[2006], La vida en palabras [2007] yEl canto del mirlo ]2008]) suponetambién «desbrozar nuevos cami-nos» que nacen de la grandeza y pe-queñez de la vida pasada por el cora-zón. El autor es, ante todo, un her-mano sencillo, trovador de la vidacomo el Pobre de Asís. Todo cuantovive se hace encuentro afectivo conla Vida, por ello narración hecha po-esía que contagia y empuja a experi-mentar en carne propia. De ahí quecualquiera de sus libros, especial-mente Alter Christus, invite al lectora sumergirse en su propia verdad pa-ra vivir intensamente su sentirsecriatura amada de Dios de la manode Francisco de Asís.

La obra que comentamos trata deser un pequeño esfuerzo de acerca-miento a la figura real de San Fran-cisco; por eso supone para el autorun ejercicio de humanización delpersonaje, descubriéndolo frágil, fe-liz y sufriente a un tiempo. Se trata,en cierto modo, de un libro-sem-blanza donde delinea el perfil histó-rico y espiritual de quien él mismodenomina su «amigo del alma», dealguien que ha cambiado su vidadesde el afecto de corazón. No setrata de una biografía sin más, me-nos aún de una hagiografía. El autortrata de redescubrir al hombre, al serhumano Francisco, que trata de tran-sitar por el camino de la felicidad,que es el amor.

Por una parte, aborda los capítu-los más importantes de la vida de esehombre medieval, lo más destacadode su vida personal; por otra, trata dehumanizarlo para hacerlo más cerca-no a nuestra sensibilidad. Recorre lavida del Hermano de Asís como unser de hondas raíces, donde se fraguasu vinculación existencial con Jesúsde Nazaret y su experiencia de con-versión. La vida va fluyendo en élcomo un manantial, vivida como re-

ocupados por construir una vida yuna sociedad más éticas.

Uno de los «sumarios» con quela autora resume el contenido de es-tas Diez Palabras nos sirve para po-ner punto final a esta presentación:«Son palabras acerca de la alabanza,la responsabilidad humana, la justi-

cia, la creación, el valor de la vida, lanaturaleza de las relaciones, la hon-radez, la veracidad, el deseo y la sen-cillez de vida. [...] Son, pues, unaaventura del crecimiento humano»(p. 17). Adentrémonos, pues.

Mª Ángeles Gómez-Limón

Esta obra es una colección de cincoartículos sobre el testimonio de mu-jeres que tuvieron un papel destaca-do en el cristianismo antiguo, ad in-tra y ad extra de las fronteras comu-nitarias. Esta ordenado de forma cro-nológica y es una lectura amena delpasado que puede abrir nuevos espa-cios dentro de los ámbitos religio-sos. Su objetivo es mostrar la autori-dad femenina en la Antigüedad, unafunción casi desconocida en laHistoria de la Iglesia.

Carmen Bernabé escribe MaríaMagdalena: la autoridad de la testi-go enviada. La autora explica la au-toridad apostólica de María Magda-lena basándose en los textos canóni-cos y en otros documentos extra-bí-blicos. En ningún momento pretendelegitimar la figura de María dentrode la Traditio, sino que su interésconsiste en advertir la unanimidadde los cuatro evangelistas al descri-

bir a María Magdalena visitando latumba del Señor. Este dato nos hacecomprender el panorama plural so-bre las diferentes maiores en la fun-dación de la Iglesia.

Elisa Estévez estudia El poder designificar de las mujeres en las co-munidades de Pablo. Estudia a mu-jeres reales que tuvieron un papel vi-sible en la misión paulina (María,Trifosa, Trifena y Péfide), las cualesdesafían el orden establecido, la es-tructura patriarcal, y encuentran enel cristianismo un lugar donde refor-mular su identidad femenina, su sis-tema de creencias y valores. Ellasson colaboradoras («hermanas»,«apóstoles», «matronas») en la Igle-sia primitiva.

Carmen Soto va a analizar la fi-gura de Macrina, maestra y ascetadel siglo IV, una mujer que va a «vi-vir por sí misma». Hermana de dosgrandes Padres Capadocios, Basilio

BERNABÉ UBIETA, Carmen (ed.), Mujeres con autoridad en el cris-tianismo antiguo, Verbo Divino, Estella (Navarra) 2007, 214 pp.

to y aventura constante. La resonan-cia que le provoca la miseria de losmarginados se haría brecha abiertaen su corazón por la que Dios se leacabaría colando. Será la experien-cia del beso al leproso la que le con-duzca a la aventura de transitar lasenda de su propio corazón, a con-quistar su propia vida, renacido enDios. Por lo tanto, esta experienciade «desandar el camino» le conduci-rá a vivir «como el viento», en unavocación compartida por hombres y,en poco tiempo, también mujeres,

dispuestos a vivir el Evangelio ensencillez y con puro corazón «sineglosa».

Recomendamos este libro parasu uso divulgativo y de acción pasto-ral en clave de proceso. El lector po-drá fácilmente identificarse y sumer-girse, a través de la experiencia –nopor lejana en el tiempo menos ac-tual– de Francisco de Asís, en elDios desconcertante y siempre ama-ble, incitador de encuentros y reen-cuentros a fuerza de corazón.

Sofía Quintáns Bouzada

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LOS LIBROS284

y Gregorio de Nisa. Este último va aescribir la biografía de una mujerque está «por encima de la naturale-za», «digna de ser recordada» y mo-delo de ascetismo femenino por sudedicación a los pobres, su oracióncontinúa y su actividad magisterial.

Fernando Rivas escribe Vidasparalelas: Olimpia (ca. 360-410) yPulqueria (399-453): auctoritas ver-sus potestas, mostrando cómo la au-toridad que las mujeres tienen es unacapacidad interior que la persona vi-ve. En un contexto histórico-socialde transición, ellas recogen el testi-monio del depósito de la fe cristianaen diferentes ámbitos. Olimpia, des-cubriendo la vida monástica comocamino para seguir a Cristo; Pulque-ria va a ser una cristiana comprome-

tida en el ámbito social y político.Ambas van a establecer un nuevomodelo ideal de «mujer noble y vir-gen» en la sociedad pre-industrial,androcéntrica y patriarcal en la queviven.

Carolyn Osiek escribe Marcela,Paula, Melania la anciana y Mela-nia la joven. La autora estudia cómoestas mujeres contribuyeron a fundarla vida monástica en Occidente.Ellas tienen que hacer frente a dife-rentes imperativos legales. Estasmujeres van a ejercer una autoridadbasada en el consentimiento comúnde hombres como San Jerónimo.Ellas van a ejercer un liderazgo insó-lito en su día e iluminador para todala Iglesia.

Marta Sánchez

LANCELOT, Jacques, El Padrenuestro. Reflexionado y meditado, SalTerrae, Santander 2007, 120 pp.

Este libro nace, como el mismo au-tor expresa, «en esos fragmentos detiempo» donde uno rumia y ora lasfrases del Padre Nuestro. Desde ahíse intenta animar la vida de aquelloshombres y mujeres comprometidoscon el mundo y con la Iglesia.

Jacques Lancelot, sacerdote de ladiócesis de Bayeaux y Lisieux, espárroco en la periferia de Caen y,además, ha vivido seis años en Chile(de donde fue expulsado en tiemposde Pinochet) y siete años en los ba-rrios marginales de México. Conse-cuentemente, y como reflejo de unavida, podemos constatar fácilmenteque Latinoamérica está muy presen-te en las páginas de este libro; y lospobres tienen un lugar en el mismo

porque, como afirma el escritor, «lospobres son cada vez más numerososen el mundo».

La obra va desentrañando cadafrase del Padre Nuestro, y así nosdescubre un Dios que no es sino elPadre y Madre de toda la creación,no sintiendo nunca más la tentaciónde darle otro título que no sea éste,como un niño cuya confianza es pro-porcional a su fragilidad, de la quees consciente, pero que no le da mie-do, porque «su nombre está inscritoen la palma de la mano de su Padre».

El principal objetivo de la refle-xión y meditación del Padre Nuestroque nos transmite J. Lancelot es ha-cernos reaccionar y provocar ante unDios que no es lo que nosotros pen-

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SALTO SÁNCHEZ DEL CORRAL, Ana, La dignidad humana. Dignidadde la mujer, PPC, Madrid 2007, 172 pp.

samos. Insistentemente se afirma aun Dios que no es todopoderoso enhacer y deshacer a su antojo, sino aun Dios que es alianza de vida con lahumanidad; un Dios todopoderosode bondad, amor, ternura, misericor-dia y benevolencia; y, desde ahí, unDios que ayuda a elegir la vida uni-do a los hombres. Ciertamente, J.Lancelot nos lo expresa constante-mente de una manera bonita: la pre-sencia del Señor es todo gracia.Entonces es así como se destierra to-do temor, dejamos que Dios ame en

nosotros y nos hacemos hermano/ade cada ser humano.

Al recorrer las páginas descubri-mos poemas que van salpicando to-do el libro. Es otro lenguaje, otra mi-rada que intenta llevar también a lareflexión y a la oración. Por eso, es-te libro no es para devorarlo, sino pa-ra saborearlo, retomarlo una y otravez y encontrarnos en cada ocasióncon el Dios Padre y Madre que nosayuda a creer en la vida.

Laura Steegmann

La primera parte quiere fundamentarla dignidad humana de la mano deHannah Arendt, buscando explicitar ladimensión creyente de esa dignidad.

La segunda parte se centra en ladignidad de la mujer, de la mano deotras dos grandes mujeres del sigloXX, Simone de Beauvoir y EdithStein, en un intento de escuchar vo-ces femeninas altamente cualifica-das que reclaman el debido lugar dela dignidad femenina.

La autora, Ana Salto, se presentaa sí misma «desde su experiencia deesposa y ex-esposa, de madre y dedocente». Licenciada en FilologíaSemítica y en Ciencias Religiosas,ejerce su profesión docente en unInstituto de Enseñanza Media deMadrid, desde el que anima la aso-ciación «Somos Mediterráneo», paratender puentes de unión entre alum-nos de las culturas cristiana y árabe.

Para Hannah Arendt, filósofa ypolitóloga judía (1906-1975), «nada

hay más grande que ser verdadera-mente humanos». Ella intervino des-de la teoría y desde la praxis en losproblemas de su tiempo: la realidadnunca la dejó indiferente. Su denun-cia del mal y la llamada urgente asalvaguardar la dignidad humana, ladignidad de la mujer, recuerda lavoz de los profetas del pueblo judío,al que ella pertenecía. Con la crea-ción del hombre se creó el principiode la libertad; que el hombre sea ca-paz de acción significa que cabe es-perar de él lo inesperado; el error delmaterialismo consiste en pasar poralto la revelación que los hombreshacen de sí mismos como distintas yúnicas personas. Para Arendt el pen-samiento es la quintaesencia del es-tar vivo, de manera que una vida sinpensamiento no logra desarrollar suesencia.

Hannah Arendt es un magníficoejemplo de cómo la vida y su defen-sa pertenece a toda conciencia hu-

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mana que aspire a la verdad y estéatenta y preocupada por la suerte dela humanidad. Ella quiso reconci-liar al ser humano con la vida yquiere, desde su palabra profética,contribuir a una cultura de la vida.Ésta es su aportación fundamental ala humanidad.

Simone de Beauvoir, filósofaexistencialista y escritora (1908-1986). Su obra El segundo sexo esconsiderada un hito en el proceso dereivindicación de la dignidad huma-na y de los derechos inherentes a lamisma por y para las mujeres. Susprincipios han sido incorporados alas políticas de igualdad europeas, ylas diversas corrientes del feminismose consideran deudoras de esta filó-sofa del siglo XX. El libro marca elrumbo del feminismo, pues abordael problema de la condición femeni-na en la sociedad occidental desdeuna perspectiva totalizadora: históri-ca, cultural, antropológica, psicoló-gica, biológica y metafísica.

Sostiene que la mayoría de lasmujeres han estado privadas de unaexistencia autónoma, siendo así quela mujer puede, si ella quiere, avan-zar por el camino de la liberación.Sostiene que el lugar de la mujer esel punto de vista idóneo para tratar lacondición femenina. Hay que reivin-dicar para la mujer todos los dere-chos y oportunidades propios decualquier ser humano, con indepen-dencia de su condición de mujer.Beauvoir mostró auténtica admira-ción por Teresa de Jesús, Catalinade Siena y Juana de Arco, por la fir-meza viril que pocos hombres hanalcanzado.

Edith Stein, filósofa, teóloga ypedagoga (1891-1942). Desde su ju-ventud fue defensora de los derechosde la mujer, y en el ambiente univer-sitario formó parte de grupos feme-ninos para reivindicar tales dere-chos. No tuvo posibilidad alguna deacceder a una cátedra, debido a sucondición femenina, pero gracias asu petición a favor de las mujeres seconsiguió «abrir» la puerta a las mu-jeres en las universidades (1919).Desde 1929 desplegó una intensa ac-tividad como conferenciante sobre lacuestión de la mujer. No se puedehablar de un dominio del hombre so-bre la mujer, que es denominadacompañera del hombre, con el quese unirá para formar una sola carne,en plena armonía, sin predominiodel uno sobre el otro. A la mujer lecorresponden los mismos bienes queal varón. Estos dones son la capaci-dad de conocer/saber, de poseer/go-zar, de crear/configurar. Mantieneque el valor propio de la mujer sefundamenta en la especificidad fe-menina, y reclama el valor de la mu-jer para la comunidad desde su sen-sibilidad social. Edith es feministaen cuanto pionera en la lucha por ladefensa de la dignidad humana de lamujer y en la reivindicación de laigualdad de sus derechos respectodel varón.

Desde su conversión se mantuvomuy fiel al Magisterio de la Iglesia,aunque introdujo una perspectiva fe-minista innovadora de reivindica-ción de la igualdad fundamental dela mujer con el varón. Inauguró unahermosa teología feminista del laica-do, acción genuinamente femenina

de la solicitud por lo humano con-creto. Para ella la actividad en mediodel mundo exige un anclaje en el co-nocimiento y amor a Dios a través deuna relación íntima y constante conÉl. Juan Pablo II consideró ejemplarla contribución de Edith a la promo-ción de la mujer, en lo cual desem-peñó un papel muy significativo. Co-mo religiosa, abrió nuevos caminospara la vida contemplativa femenina,que no debe identificarse sólo con eltrabajo manual, y no se puede equi-parar la humildad con el no saber: laignorancia, la no realización de unapersona, supone un hueco insustitui-ble en la historia de la humanidad.

***

En síntesis, estas tres mujeres han si-do muy representativas en la defensade la dignidad de la mujer, contribu-yendo desde sus intuiciones a unacultura de la vida donde se sitúan enparidad de condiciones los hombresy las mujeres, conservando la espe-cificidad de los géneros. El recono-cimiento y realización de la dignidadde las mujeres debe traducirse en ellibre ejercicio de aquellas virtudes yvalores propios, adquiridos a lo lar-go de la historia, que pueden y deben

ser sus mejores aportaciones almundo contemporáneo. Se trata,pues, de feminizar la sociedad, ha-ciendo más públicos y prevalecien-tes en una nueva humanidad los va-lores de las mujeres. La inteligenciacordial que han desarrollado las mu-jeres tiene mucho que aportar al dis-curso de la dignidad humana, por-que llega a descubrir lo que da sen-tido y valor al ser humano. Reinter-pretar la feminidad supone reinter-pretar la masculinidad y permitedesplegar lo que se ha reprimido enella, es decir, liberarla.

La teología feminista refleja nosólo el acceso de las mujeres al co-nocimiento de la teología, sino tam-bién la conversión de éstas en suje-tos activos del quehacer teológico.En el discipulado de iguales suscita-do por Jesús, María desempeña unpapel primordial, ofrece una visióndignificante de lo femenino y un mo-delo de discipulado válido parahombres y mujeres. La figura deMaría no debe presentarse comomodelo de sumisión, sino, por elcontrario, como arquetipo de mujery de creyente en la Iglesia, que pideel respeto y la valoración de lo fe-menino dentro de la misma.

Rosario Paniagua Fernández

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