spivak 1988 - puede hablar el subalterno

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¿PUEDE HABLAR EL SUBALTERNO?* GAYATRI CHAKRAVORTY SPIVAK NOTA INTRODUCTORIA, por Santiago Giraldo ** ESTA BREVE INTRODUCCIÓN AL TEXTO DE SPIVAK TIENE EL OBJETIVO DE aclarar algunos puntos que pueden facilitar la lectura de “¿Puede hablar el subalterno?”. Gayatri Spivak nació en Calcuta, Bengal occidental, el 24 de febrero de 1942, en el seno de una familia “de clase media me- tropolitana” (Spivak, 1990) y hace parte de la primera generación de in- telectuales indios del periodo pos-in- dependencia. Hoy en día es profesora de la Fundación Avalon en Humanidades en la Universidad de Columbia, Estados Unidos, aunque ha sido profesora también en Fran- cia, Alemania, Arabia Saudita e In- dia, además de ser una activista política feminista y de participar en varios movimientos sociales. Su carrera académica ha estado marcada por una proclividad a tras- pasar las barreras disciplinarias, por lo que es ampliamente citada por académicos pertenecientes a una variedad de disciplinas. Sin embargo, considera que no es lo “suficientemente erudita para ser interdisciplinaria, pero puedo romper reglas” (Spivak, 1999) y sostiene que su posición suele ser “una de reacción. Soy vista por los marxistas como demasiado codificada, por las feministas como demasiado identificada con lo masculino y por los teóricos indí- genas como demasiado comprometida con la teoría occidental. Estoy inquietamente complacida por esto” (Spivak, 1990). Hizo * Este artículo fue publicado originalmen- te en Cary Nelson y Larry Grossberg (eds.). Marxism and the interpretation of Culture. University of Illinois Press. Chicago. 1988. Además, en el libro, A critique of poscolonial reason. Toward a history of vanishing present. Harvard University Press. Cambridge. Exis- te otra traducción al castellano publicada en Orbis Tertius. VI. 1998: 175-235 (Argentina). Traducción del inglés de Antonio Díaz G., estudiante de antropología de la Universi- dad Nacional de Colombia. Revisada por Santiago Giraldo y María Teresa Salcedo, investigadores del ICANH ** Instituto Colombiano de Antropología e Historia. Revista Colombiana Revista Colombiana Revista Colombiana Revista Colombiana Revista Colombiana de Antropología de Antropología de Antropología de Antropología de Antropología Volumen 39, enero-diciembre 2003, pp.297-364

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Page 1: Spivak 1988 - Puede Hablar El Subalterno

¿PUEDE HABLAR EL SUBALTERNO?*

GAYATRI CHAKRAVORTY SPIVAK

NOTA INTRODUCTORIA,

por Santiago Giraldo**

ESTA BREVE INTRODUCCIÓN AL TEXTO DE SPIVAK TIENE EL OBJETIVO DE

aclarar algunos puntos que pueden facilitar la lectura de “¿Puedehablar el subalterno?”.

Gayatri Spivak nació en Calcuta, Bengal occidental, el 24 defebrero de 1942, en el seno de una familia “de clase media me-tropolitana” (Spivak, 1990) y haceparte de la primera generación de in-telectuales indios del periodo pos-in-dependencia. Hoy en día esprofesora de la Fundación Avalon enHumanidades en la Universidad deColumbia, Estados Unidos, aunqueha sido profesora también en Fran-cia, Alemania, Arabia Saudita e In-dia, además de ser una activistapolítica feminista y de participar envarios movimientos sociales.

Su carrera académica ha estadomarcada por una proclividad a tras-pasar las barreras disciplinarias, por lo que es ampliamente citadapor académicos pertenecientes a una variedad de disciplinas. Sinembargo, considera que no es lo “suficientemente erudita paraser interdisciplinaria, pero puedo romper reglas” (Spivak, 1999) ysostiene que su posición suele ser “una de reacción. Soy vista porlos marxistas como demasiado codificada, por las feministas comodemasiado identificada con lo masculino y por los teóricos indí-genas como demasiado comprometida con la teoría occidental.Estoy inquietamente complacida por esto” (Spivak, 1990). Hizo

* Este artículo fue publicado originalmen-te en Cary Nelson y Larry Grossberg (eds.).Marxism and the interpretation of Culture.University of Illinois Press. Chicago. 1988.Además, en el libro, A critique of poscolonialreason. Toward a history of vanishing present.Harvard University Press. Cambridge. Exis-te otra traducción al castellano publicadaen Orbis Tertius. VI. 1998: 175-235 (Argentina).Traducción del inglés de Antonio Díaz G.,estudiante de antropología de la Universi-dad Nacional de Colombia. Revisada porSantiago Giraldo y María Teresa Salcedo,investigadores del ICANH

** Instituto Colombiano de Antropologíae Historia.

R e v i s t a C o l o m b i a n aR e v i s t a C o l o m b i a n aR e v i s t a C o l o m b i a n aR e v i s t a C o l o m b i a n aR e v i s t a C o l o m b i a n a d e A n t r o p o l o g í a d e A n t r o p o l o g í a d e A n t r o p o l o g í a d e A n t r o p o l o g í a d e A n t r o p o l o g í a

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¿Puede hablar el subalterno?

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sus estudios de pregrado en la Universidad de Calcuta (1959) y sudoctorado en la Universidad de Cornell, produciendo una diserta-ción sobre la obra de Yeats bajo la dirección del crítico literario yteórico de la deconstrucción Paul de Man.

Desde su traducción al inglés de De la gramatología de JacquesDerrida (1974) en la que escribió el prefacio introduciendo la obrade Derrida al mundo académico anglófono, su prosa ha sido cali-ficada como “ilegible”, “incomprensible”, “densa” y “opaca”, re-saltando en todo caso su brillantez teórica y rigor analítico. Sutrabajo posterior ha estado enmarcado dentro de la crítica litera-ria posestructuralista, empleando de manera deconstructiva el fe-minismo, el marxismo, y el poscolonialismo, incluyendo su trabajodentro del Subaltern Studies Group (Grupo de estudios subalter-nos) y varias traducciones de poesía y literatura bengalí al inglés.Puede decirse que su ensayo de 1985, “¿Puede hablar el subalter-no?” es un clásico dentro de la teoría social contemporánea.

La pregunta y su consiguiente respuesta no deben ser tomadasde manera literal, ya que el argumento en general apunta al silen-ciamiento estructural del subalterno dentro de la narrativa históri-ca capitalista. Es claro que el subalterno “habla” físicamente; sinembargo, su “habla” no adquiere estatus dialógico –en el sentidoen que lo plantea Bakhtin–, esto es, el subalterno no es un sujetoque ocupa una posición discursiva desde la que puede hablar oresponder. Como indica Spivak, es el espacio en blanco entre laspalabras, aunque el que se le silencie no significa que no exista. En

su ensayo, Spivak critica y elogia almismo tiempo el proyecto del Grupode estudios subalternos de la India,creado por un grupo de historiadoresindios en la década de 19801.

Fuertemente influenciados por eltrabajo del historiador E. P. Thomp-son, el Grupo de estudios subalter-

nos surge en respuesta a lo que ellos consideran como lapreponderancia de una historiografía nacionalista en la que lasluchas de los pobres y desposeídos son vistas como una exten-sión de la agenda propuesta por la elite nacionalista y subordi-nadas a una propuesta nacional específica que surge a partir deGandhi. En este sentido adoptan el concepto de “subalterno”propuesto por Gramsci, volviéndolo un sujeto histórico que res-ponde también a las categorías de género y etnicidad –a dife-

1. Ranajit Guha, Partha Chatterjee, GayatriSpivak y Dipesh Chakrabarty son algunos delos miembros más conocidos de este grupo,el cual influenció la creación del Grupo lati-noamericano de estudios subalternos con-formado, entre muchos otros, por FlorenciaMallon, Ileana Rodríguez, José Rabasa y JohnBeverley (véase Rodríguez, 2001).

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rencia de “clase”–, adoptando, además, las propuestas analíti-cas posmodernas y posestructurales en su historiografía. El “sub-alterno” como tal es visto como poseedor de una política deoposición auténtica que no depende de y se diferencia de maneraradical del movimiento nacionalista. Para este grupo, “subalter-no” se refiere específicamente a los grupos oprimidos y sin voz;el proletariado, las mujeres, los campesinos, aquellos que perte-necen a grupos tribales. Y es sobre este punto en especial queSpivak monta una parte de su crítica al deconstruir “subalterno”como categoría monolítica en la que se presume una identidad yconciencia unitaria del sujeto.

Por último, otro aspecto importante es su crítica al trabajo delos intelectuales poscoloniales –y los intelectuales y académicosen general–, en el que terminan reproduciéndose los esquemas dedominación política, económica y cultural neo-coloniales. Debetenerse en cuenta que “poscolonial” hace referencia a una épocahistórica que comienza con la “descolonización” de la India en1947, y aún no termina, y a una orientación crítica hacia el pasado(Bhabha y Comaroff, 1998 [2002]). La crítica de Spivak resalta lospeligros del trabajo intelectual que actúa, consciente o incons-cientemente, a favor de la dominación del subalterno, mante-niéndolo en silencio sin darle un espacio o una posición desde laque pueda “hablar”. De esto se desprende que el intelectual nodebe –ni puede–, en su opinión, hablar “por” el subalterno, yaque esto implica proteger y reforzar la “subalternidad” y la opre-sión sobre ellos. Claro ejemplo de este problema ha sido la rela-ción problemática entre la antropología y los estados y gobiernoscoloniales, y el trabajo de antropólogos a favor de entidades comola CIA (cf. Asad, 1973) o el de las historias universales en las que“Europa” ocupa el papel protagónico como único sujeto válidopara la historia (cf. Chakrabarty, 1992).

Como indica Ortner (1995: 183) su proyecto está enmarcado demanera general en el análisis del problema de la relación de lapersona individual o sujeto, y la dominación, especialmente enlo que tiene que ver con la conciencia, la subjetividad, la inten-cionalidad y la identidad que emergen de esta relación. Comoparte de una corriente analítica posestructuralista, uno de susobjetivos centrales es des-centrar el sujeto, resaltando cómo laidea del individuo –usualmente masculino– dotado de libre albe-drío es una construcción ideológica que responde a una situacióncultural, política, histórica y social específica que no es aplicable

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en todos los tiempos, todas las sociedades y todos los lugares (Ibid:185). Es por esta razón que la pregunta de Spivak en “¿Puede hablarel subalterno?” sigue teniendo tanta vigencia hoy día como hacedieciséis años cuando fue publicado por primera vez, en inglés yaque nos fuerza a repensar nuestras presuposiciones analíticas ynuestra posición política como intelectuales y académicos.

BIBLIOGRAFÍA ADICIONAL

DE GAYATRI CHAKRAVORTY SPIVAK

GUHA, RANAJIT Y SPIVAK, GAYATRI CHAKRAVORTY (eds.). 1988. SelectedSubaltern studies. Oxford University Press.

SPIVAK, GAYATRI CHAKRAVORTY. 2003. Death of a discipline. ColumbiaUniversity Press. Nueva York.

–––––––––. 1999. A critique of postcolonial reason. Toward a history ofthe vanishing present. Harvard University Press. Cambridge, Mass.

–––––––––. 1993. Outside in the teaching machine. Routledge. Nueva York.

–––––––––. 1992. Thinking academic freedom in gendered post-coloniality. University of Cape Town. Cape Town.

–––––––––. 1988. In other worlds, essays in cultural politics.Routledge. Nueva York. c1987.

SPIVAK, GAYATRI CHAKRAVORTY, DONNA LANDRY, GERALD M. MACLEAN.1996. The Spivak reader, selected works of Gayatri ChakravortySpivak. Routledge. Nueva York.

SPIVAK, GAYATRI CHAKRAVORTY, SARAH HARASYM. 1990. The post-colonialcritic, interviews, strategies, dialogues. Routledge. Nueva York.

DERRIDA, JACQUES. 1976. Of Grammatology. Traducción de Gayatri ChakravortySpivak. Johns Hopkins University Press. Baltimore. 1997.

BIBLIOGRAFÍA CITADA

ASAD, TALAL. 1973. “Introduction”. Anthropology & the ColonialEncounter. Humanity Books. Amherst.

BHABHA, HOMI Y JOHN COMAROFF. 1998. “Speaking of Postcoloniality, inthe Continuous Present: a Conversation”. En RelocatingPostcolonialism. David T. Goldberg y Ato Quayson. Blackwell.Malden y Oxford. 2002.

CHAKRABARTY, DIPESH. 1992. “Postcoloniality and the Artifice of History:

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Who Speaks for ‘Indian Pasts’”. Representations. 37. Winter. SpecialIssue: Imperial Fantasies and Postcolonial Histories.

ORTNER, SHERRY B. 1995. “Resistance and the Problem of EthnographicRefusal”. Comparative Studies in Society and History. 37 (1).

RODRÍGUEZ, ILEANA (ed.). 2001. The Latin American Subaltern StudiesReader. Duke University Press. Durham y Londres.

***

E L TÍTULO ORIGINAL DE ESTE ENSAYO ERA “PODER, DESEO, INTERÉS”1. EN

efecto, cualquier poder que puedan tener estas meditacionesha sido ganado por medio de la negación políticamente intere-

sada de empujar hasta el límite laspresuposiciones fundamentales demis deseos, hasta el punto hasta don-de están a mi alcance. Esta fórmula vulgar de tres golpes, aplica-da igualmente al discurso más comprometido y al más irónico,sigue lo que Althusser (1971: 66) de manera apropiada ha llamado“filosofías de la negación”. He invocado mi posicionalidad de estamanera incómoda para así acentuar el hecho que el cuestionar ellugar del investigador es un acto de piedad sin sentido en muchasde las críticas recientes al sujeto soberano. Así, aunque trataré dehacer obvia la precariedad de mi posición a lo largo del texto, séque tales gestos nunca son suficientes.

Este texto se moverá, a lo largo de una ruta necesariamentedilatada, de una crítica a los actuales esfuerzos en Occidente deproblematizar al sujeto hacia la pregunta de cómo es represen-tado en el discurso occidental el sujeto del tercer mundo. A lolargo del camino tendré la oportunidad de sugerir que un des-centramiento aún más radical del sujeto está, de hecho, implíci-to en Marx y Derrida. Y recurriré, quizá de manera sorprendente,al argumento que la producción intelectual occidental es, demuchas formas, cómplice de los intereses económicos interna-cionales occidentales. Al final, ofreceré un análisis alternativode las relaciones entre los discursos de Occidente y la posibili-dad de hablar de (o por) la mujer subalterna. Usaré ejemplosespecíficos del caso de la India, discutiendo detalladamente elestatus extraordinariamente paradójico de la abolición británicadel sacrificio de la viuda.

1. Estoy agradecida con Khachig Tololyan porsu detallada primera lectura a este ensayo.

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I

P ARTE DE LA CRÍTICA MÁS RADICAL QUE PROVIENE HOY DE OCCIDENTE

es el resultado de un deseo interesado en conservar al sujetode Occidente, o al Occidente como Sujeto. La teoría de “su-

jetos-efectos” pluralizados da la ilusión de socavar la soberaníasubjetiva mientras con frecuencia provee una cubierta para estesujeto de conocimiento. Aunque la historia de Europa comoSujeto es narrativizada por la ley, la economía política y la ideo-logía de Occidente, este Sujeto encubierto pretende “no tenerdeterminaciones geopolíticas”. Y así, la muy publicitada críticadel sujeto soberano inaugura en efecto un Sujeto. Argumentaréesta conclusión considerando un texto de dos grandes practi-

cantes de la crítica: “Intelectuales ypoder: conversación entre MichelFoucault y Gilles Deleuze”2.

He escogido este intercambioamigable entre dos filósofos activis-tas de la historia porque deshace laoposición entre producción teóricaautoritaria y la práctica despreveni-da de la conversación, permitiendovislumbrar el rumbo de la ideología.Los participantes de esta conversa-ción enfatizan las contribucionesmás importantes de la teoría poses-tructuralista francesa: primero, quelas redes de poder/deseo/interés sontan heterogéneas, que su reduccióna una narrativa coherente es contra-producente –se necesita una críticapersistente–; y segundo, que los in-

telectuales deben tratar de dejar al descubierto y conocer el dis-curso del Otro de la sociedad. No obstante, los dos ignoransistemáticamente la cuestión de la ideología y su propia impli-cación en la historia intelectual y económica.

Aunque uno de sus presupuestos principales es la crítica delsujeto soberano, la conversación entre Foucault y Deleuze estáenmarcada por dos sujetos-en-revolución monolíticos y anónimos:“Un maoísta” (FD: 205) y “la lucha obrera” (FD: 217). Los intelec-tuales, sin embargo, son nombrados y diferenciados; además, un

2. Michel Foucault. Language, Counter-Memory, Practice: Selected essays andinterviews. Traducción de Donald F. Bouchardy Sherry Simon. Cornell University Press.Ithaca, N.Y. 1977: 205-17 (de aquí en adelantecitado como FD). He modificado la versióninglesa de estas y otras traducciones, dondelo demanda la fidelidad al original.

Es importante observar que la “influencia”más importante de los intelectuales de Eu-ropa occidental sobre profesores y estu-diantes de Estados Unidos se da más pormedio de colecciones de ensayos quemediante libros extensos traducidos. Y, enestas colecciones, es comprensible que lostrabajos de interés actual sean los que máscirculan –es el caso de “Structure, sign andplay” de Derrida–. En consecuencia, desdela perspectiva de la producción teórica y dela reproducción ideológica, la conversa-ción considerada no ha sido necesariamen-te sustituida.

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maoísmo chino no es operativo en ninguna parte. El maoísmoaquí simplemente crea un aura de especificidad narrativa, la quesería una trivialidad retórica inofensiva si no fuera por la apro-piación inocente del nombre propio “maoísmo” por parte delexcéntrico fenómeno del “maoísmo” intelectual francés y laconsecutiva creación sintomática de una imagen transparentede “Asia” por parte de la “Nueva Filosofía”3.

La referencia de Deleuze sobre la lucha obrera es igualmenteproblemática; es, obviamente, una genuflexión: “Somos inca-paces de tocar (el poder) en cualquier punto de su aplicaciónsin encontrarnos nosotros mismos confrontados por esta masadifusa, así que somos llevados necesariamente... al deseo dehacerla explotar completamente. Cada ataque o defensa parcialde carácter revolucionario está ligado de esta forma a la luchaobrera” (FD: 217). La aparente trivialidad señala una negación.El enunciado ignora la división internacional del trabajo, un gestoque marca frecuentemente la teoría política posestructuralista4.La invocación de la lucha de los trabajadores es funesta en supropia inocencia; es incapaz de tratar con el capitalismo global:el sujeto-producción del obrero y eldesempleado dentro de las ideolo-gías del estado-nación en su centro;con la creciente disminución de laclase trabajadora en la periferia apartir de la realización de exceden-tes y de la domesticación “humanis-ta” en el consumismo; y con lapresencia a gran escala de trabajoparacapitalista así como también elheterogéneo estatus estructural dela agricultura en la periferia. Ignoratambién la división internacionaldel trabajo; creando una imagentransparente –a menos que el suje-to sea ostensiblemente el “tercer mundo”– de “Asia” –y en oca-siones de “África”–; restableciendo el sujeto legal del capitalsocializado –estos son problemas comunes para muchas teoríastanto posestructuralistas como estructuralistas–. ¿Por qué de-berían ser aprobadas tales oclusiones precisamente en aquellosintelectuales que son nuestros mejores profetas de la heteroge-neidad y del Otro?

3. Aquí hay una referencia implícita a la olade maoísmo pos-1968 en Francia. VéaseMichel Foucault. “On popular Justice: adiscussion with Maoists”. En Power/Knowledge: Selected interviews and otherwritings 1972-77. Traducción de ColinGordon et al. Panteon. Nueva York.134 (deaquí en adelante citado como PK). La expli-cación de la referencia fortalece mi puntodejando expuestas las mecánicas de apro-piación. El estatus de China en esta discu-sión es ejemplar. Si Foucault se aclara a símismo persistentemente diciendo: “No sénada sobre China”, su interlocutor muestrahacia China lo que Derrida llama “el prejui-cio chino”.

4. Esto es parte de un síntoma mucho másamplio, como lo discute Eric Wolf, 1982.

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El vínculo con la lucha obrera está localizado en el deseo dehacer volar el poder en cualquier punto de su aplicación. Estepunto está basado aparentemente sobre una valoración simplede cualquier deseo destructivo de cualquier poder. Walter Ben-jamin (1983: 12) comenta sobre la política comparable de Baude-laire por medio de citas de Marx:

Marx continúa su descripción de los conspirateurs de proffesioncomo sigue: “... No tienen otro objetivo sino el derrocamientoinmediato del gobierno existente, y desprecian profundamente lasiluminaciones más teóricas de los trabajadores en lo que se refiere asus intereses de clase. De esta manera su ira –no proletaria sinoplebeya– hacia los habits noirs (chaquetas negras), la gente más omenos educada que representa [vertreten] ese lado del movimientode quienes nunca pueden llegar a ser enteramente independientes,como ellos tampoco pueden llegar a serlo de los representantesoficiales [Repräsentanten] del partido”. Las perspicacias políticasde Baudelaire fundamentalmente no van más allá de lascomprensiones de estos conspiradores profesionales... Él tal vezpodría haber hecho propia la frase de Flaubert, ‘De política lo únicoque entiendo es una cosa: la revuelta’.

El vínculo con la lucha obrera está localizado, simplemente,en el deseo. En otra parte, Deleuze y Guattari han tratado unadefinición alternativa de deseo revisando la ofrecida por el psi-coanálisis:

El deseo no carece de nada; no carece de su objeto. Es, más bien, elsujeto carente de deseo, o el deseo que carece de un sujeto fijo; no haysujeto fijo excepto por la represión. El deseo y su objeto son unaunidad: es la máquina, como una máquina de una máquina. El deseoes máquina, el objeto de deseo adicionalmente es una máquinaconectada, así que el producto es cambiado desde el proceso deproducción y algo lo pasa a sí mismo de productor a producto y da unresiduo al vagabundo, sujeto nómada.

Esta definición no altera la especificidad del sujeto que desea–o sujeto-efecto residuo– adhiriéndose a instancias específicasdel deseo o a la producción de la máquina deseante. Mas aún,cuando la conexión entre el deseo y el sujeto es tomada comoirrelevante o meramente invertida, el sujeto-efecto que emerge su-brepticiamente es más parecido al sujeto ideológico generalizadodel teórico. Este puede ser el sujeto legal del capital socializado, ni

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trabajo ni administración, manteniendo un pasaporte “fuerte”,usando un circulante “fuerte” o “duro”, con acceso supuesta-mente incuestionable al debido proceso. Ciertamente no es elsujeto que desea como Otro.

La falla de Deleuze y Guattari al considerar las relacionesentre deseo, poder y subjetividad los hace incapaces de articu-lar una teoría de los intereses. En este contexto, su indiferenciapor la ideología –una teoría de lo que es necesario para una com-prensión de los intereses– es notable pero consistente. El com-promiso de Foucault hacia la especulación “genealógica” lopreviene de ubicar, en “grandes nombres como Marx y Freud,vertientes en algunas corrientes continuas de la historia intelec-tual”5. Este compromiso ha creado una resistencia desafortuna-da en el trabajo de Foucault a la “mera” ideología crítica. Lasespeculaciones occidentales sobre lareproducción ideológica de las rela-ciones sociales pertenecen a esacorriente principal, y es dentro deesta tradición que Althusser escribe: “La reproducción de la fuer-za de trabajo no requiere únicamente una reproducción de sushabilidades, sino también y al mismo tiempo, una reproducciónde su sumisión a la ideología dominante por parte de los traba-jadores, y una reproducción de la habilidad para manipular laideología dominante por parte de los agentes de explotación yrepresión, así que ellos, también, aportarán al dominio de la cla-se dirigente ‘en y por palabras’” [par la parole] (1971: 132-133).

Cuando Foucault considera la heterogeneidad persistente delpoder no ignora la inmensa heterogeneidad institucional queAlthusser trata de esquematizar aquí. Igualmente, al hablar dealianzas y sistemas de signos, el estado y las máquinas-de-gue-rra (mille plateaux), Deleuze y Guattari están abriendo ese mis-mo campo. Foucault no puede, sin embargo, admitir que unateoría desarrollada de la ideología reconozca su propia produc-ción material en la institucionalidad, así como también en los“instrumentos efectivos para la formación y acumulación delconocimiento” (PK: 102). Ya que estos filósofos se vieron obliga-dos a rechazar todo argumento denominando el concepto deideología como únicamente esquemático antes que textual, es-tán igualmente obligados a producir una oposición mecánica-mente esquemática entre interés y deseo. De esta manera sealinean ellos mismos con los sociólogos burgueses que llenan el

5. El intercambio con Jacques-Alain Milleren PK (“The Confession of the Flesh”) esrevelador en este aspecto.

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lugar de la ideología con un “inconsciente” continuista o una“cultura” parasubjetiva. La relación mecánica entre deseo e in-terés es clara en frases tales como: “Nunca deseamos contranuestros intereses, porque el interés siempre se sigue y se en-cuentra a sí mismo donde el deseo lo ha puesto” (FD: 215). Undeseo indiferenciado es el agente, y el poder se desliza en lacreación de efectos de deseo: “el poder... produce efectos posi-tivos en el deseo –y también en el conocimiento” (PK: 59).

Esta matriz parasubjetiva, entramada con heterogeneidad,anuncia al Sujeto innombrado, al menos para aquellos trabaja-dores intelectuales influenciados por la nueva hegemonía deldeseo. La carrera por “la última instancia” es ahora entre la eco-nomía y el poder. Ya que el deseo es tácitamente definido sobreun modelo ortodoxo, está opuesto unitariamente a “ser engaña-do”. La ideología como falsa conciencia –ser engañado– ha sidocuestionada por Althusser. Incluso Reich sugería nociones devoluntad colectiva antes que una dicotomía de decepción y de-

seo desengañado: “Debemos aceptarel grito de Reich: no, las masas nofueron engañadas; en un momentoparticular realmente desearon un ré-gimen fascista” (FD: 215).

Estos filósofos no admiten la ideade la contradicción constitutiva –quees donde se separan de buen gradode la compañía de la izquierda–. Ennombre del deseo reintroducen el su-jeto indivisible en el discurso del po-der. Foucault a menudo parecefusionar “individuo” y “sujeto”6; y elimpacto sobre sus propias metáforases tal vez intensificado en sus segui-dores. Debido al poder de la palabra“poder”, Foucault admite usar “lametáfora del punto que progresiva-mente irradia sus alrededores”. Talesdeslices se convierten en la regla másque en la excepción, en manos me-

nos cuidadosas. Y ese punto radiante, que anima un discurso efi-cazmente heliocéntrico, llena el espacio vacío del agente con elsol histórico de la teoría, el Sujeto de Europa7.

6. Para un ejemplo entre muchos, véasePK: 98.

7. No es sorprendente, entonces, que eltrabajo de Foucault, temprano y avanzado,sea apoyado por una noción muy simplede represión. Aquí el antagonista es Freud,no Marx. “Tengo la impresión de que [lanoción de represión] es totalmente inade-cuada para el análisis de los mecanismosy efectos de poder que es tan penetrante-mente usado hoy para categorizar” (PK:92). La delicadeza y sutileza de la sugeren-cia de Freud –que bajo represión la desco-munal identidad de los afectos esindeterminada porque algo desagradablepuede ser deseado como placer, de estemodo se reinscribe radicalmente la rela-ción entre deseo e “interés”– se ve aquítotalmente desvalorizada. Para una elabo-ración de esta noción de represión, véaseJacques Derrida. 1988. Of Grammatology.Traducción de Gayatri Chakravorty Spivak.Johns Hopkins University Press. Baltimore,MD: 88 (de aquí en adelante citado comoOG); y Derrida. 1977. Limited inc.: abc. Tra-ducción de Samuel Weber. Glyph. 2: 215.

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Foucault articula otro corolario de la negación del rol de laideología en la reproducción de las relaciones sociales de pro-ducción: una valoración incuestionable del oprimido como su-jeto, el “ser objeto”, como Deleuze subraya admirablemente,“establecer condiciones donde los prisioneros serían capaces dehablar por sí mismos”. Foucault añade que “las masas sabenperfectamente bien, claramente” –una vez más la temática delser desengañado– “saben mejor que [el intelectual] y ciertamen-te lo dicen muy bien” (FD: 206, 207).

¿Qué le sucede a la crítica del sujeto soberano en estos pro-nunciamientos? Llegamos a los límites de este realismo repre-sentacionalista con Deleuze: “La realidad es lo que de verdadsucede en una fábrica, en una escuela, en las barracas, en unaprisión, en una estación de policía” (FD: 212). Esta exclusión dela necesidad de la difícil tarea de hacer producción ideológicacontrahegemónica no ha sido saludable. Ha ayudado al empiris-mo positivista –el principio justificante del neocolonialismocapitalista avanzado– a definir su propia arena como “experien-cia concreta”, “lo que ocurre realmente”. Por supuesto, la expe-riencia concreta que es la garante de la apelación política deprisioneros, soldados y escolares es revelada por medio de laexperiencia concreta del intelectual,que diagnostica la episteme8. Ni De-leuze ni Foucault parecen conscien-tes de que el intelectual dentro delcapital socializado, esgrimiendo laexperiencia concreta, pueda ayudara consolidar la división internacio-nal del trabajo.

La contradicción no es reconoci-da dentro de una posición que va-lora la experiencia concreta deloprimido, mientras que siendo tan acríticos sobre el rol históri-co de los intelectuales, es mantenida por medio de un deslizverbal. De esta manera Deleuze hace este pronunciamiento no-table: “Una teoría es como una caja de herramientas. Nada quehacer con el significante” (FD: 208). Considerando que el verba-lismo del mundo teórico y su acceso a cualquier mundo defini-do contra sí como “práctico” es irreducible, tal declaración sóloayuda al intelectual ansioso de probar que el trabajo intelectuales tal como el trabajo manual. El desliz verbal ocurre cuando los

8. La visión de Althusser sobre esta situaciónparticular puede ser muy esquemática, perosin embargo se ve más cauto en su programaque el argumento estudiado. “El instinto declase”, escribe Althusser, “es subjetivo y es-pontáneo. La posición de clase es objetiva yracional. Para llegar a las posiciones de claseproletarias, el instinto de clase de los proleta-rios sólo necesita ser educado; el instinto declase del pequeño burgués, y consecuente-mente de los intelectuales, tiene, por el contra-rio, que ser revolucionalizado” (Op. cit.: 13).

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significantes son dejados de lado cuidándose a sí mismos. Elsignificante “representación” es un caso claro. En el mismo tonodescalificante que rompe el lazo entre la teoría y el significante,Deleuze declara, “No hay más representación; no hay nada sinoacción” (...) “acción de la teoría y acción de la práctica que rela-ciona a cada una con la otra como relevos y forman sistemas deredes” (FD: 206-207). Sin embargo, aquí se está estableciendo unpunto importante: la producción de teoría es también una prác-tica; la oposición entre teoría “pura” abstracta y práctica “apli-cada” concreta es demasiado fácil y rápida9.

Si este es, de hecho, el argumento de Deleuze, su articula-ción de este es problemática. Dos significados de representa-ción están operando al mismo tiempo: representación como“hablar en favor de”, como en la política, y representación como“re-presentación”, como en arte o en filosofía. Dado que la teo-ría es así mismo sólo “acción”, el teórico no representa (“hablaen favor de”) al grupo oprimido. Por supuesto, el sujeto no esvisto como una conciencia representativa –un re-presentar larealidad adecuadamente–. Estos dos significados de representa-ción –dentro de la formación estatal y de la ley, por un lado, yen sujeto-predicación, por otro– están relacionados pero son irre-ductiblemente discontinuos. Encubrir la discontinuidad con unaanalogía que es presentada como una prueba refleja otra vez unparadójico sujeto-privilegiado10. Puesto que “la persona que ha-bla y actúa... es siempre una multiplicidad”, ningún “teorizante

intelectual... [o] partido o... unión”puede representar “a aquellos quie-nes actúan y luchan” (FD: 206). ¿Sonmudos quienes actúan y luchan, enoposición a quienes actúan y hablan(FD: 206)? Estos problemas inmensosestán sepultados en las diferenciasentre las “mismas” palabras: concio-usness y conscience –ambas conscienceen francés y conciencia en español–,representación y re-presentación. Lacrítica de la constitución ideológicadel sujeto dentro de las formacionesestatales y los sistemas de economíapolítica puede borrarse ahora, de lamisma manera que la práctica teórica

9. La explicación posterior de Foucault(PK: 145) sobre este enunciado deleuzianoestá más cerca de la noción de Derrida deque la teoría no puede ser una taxonomíaexhaustiva y está siempre formada por lapráctica.

10. Cf. Las nociones de representaciónsorprendentemente acríticas recreadas enPK: 141, 188. Mis comentarios en la conclu-sión de este párrafo, criticando las repre-sentaciones de grupos subalternos de losintelectuales, deben ser distinguidos riguro-samente de una coalición política que tieneen cuenta su encuadre dentro del capitalsocializado y une a la gente no porque ellossean oprimidos sino porque son explota-dos. Este modelo trabaja mejor dentro deuna democracia parlamentaria, donde larepresentación no sólo no es proscrita sinoque es elaboradamente escenificada.

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activa de la “transformación de la conciencia”. Queda reveladaentonces la banalidad de las listas producidas por intelectualesde izquierda nombrando subalternos políticamente astutos que seconocen a sí mismos; representándolos, los intelectuales se re-presentan a sí mismos como transparentes.

Si tal crítica y tal proyecto no han de ser abandonados, lasdistinciones cambiantes entre representación en la economía po-lítica y estatal, por un lado, y dentro de la teoría del Sujeto, por elotro, no deben ser erradicadas. Consideremos el desempeño devertreten (“representar” en el primer significado) y darstellen (“re-presentar” en el segundo significado) en un pasaje famoso delDieciocho de Brumario de Luis Bonaparte, donde Marx se refierea “clase” como un concepto descriptivo y transformador de unamanera un poco más compleja que lo que permitiría la distinciónde Althusser entre instinto de clase y posición de clase.

La argumentación de Marx es que la definición descriptivade clase puede ser diferencial –su separación y diferencia detodas las otras clases–: “en cuanto millones de familias vivenbajo condiciones económicas de existencia que separan su modode vida, sus intereses, y su formación de aquellas de otras cla-ses y las ubican en confrontación antagónica [feindlich gegenü-berstellen], ellas forman una clase” (Marx: 1974: 239). No hay talcosa como un “instinto de clase” trabajando aquí. De hecho, lacolectividad de la existencia doméstica, la cual puede ser consi-derada la arena del “instinto” es discontinua con, aunque opera-da por, el aislamiento diferencial de clases. En este contexto,uno mucho más pertinente para la Francia de la década de 1970que lo que puede ser para la periferia internacional, la forma-ción de una clase es artificial y económica, y el organismo eco-nómico o interés es impersonal porque es sistemático yheterogéneo. Este organismo o interés está ligado a la críticahegeliana del sujeto individual, ya que marca el lugar vacío delsujeto en ese proceso sin sujeto que es la historia y la economíapolítica. Aquí el capitalista es definido como el portador cons-ciente [Träger] del ilimitado movimiento de capital (Marx, 1977:254). Mi punto es que Marx no trabaja para crear un sujeto indi-visible donde deseo e interés coinciden. La conciencia de claseno opera con ese fin. Tanto en el área económica –capitalista–como en la política –agente histórico-mundial–, Marx está obli-gado a construir modelos de un sujeto dividido y dislocado cu-yas partes no son continuas o coherentes unas con otras. Un

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pasaje célebre tal como la descripción del capital como el mons-truo faustiano trae esto a colación lúcidamente (Marx, 1977: 302).

El siguiente pasaje, continuando la cita del Dieciocho de Bru-mario, trabaja también sobre el principio estructural de un suje-to de clase disperso y dislocado: la conciencia –colectivaausente– de clase del pequeño propietario campesino encuentrasu “portador” en un “representante”, quien aparenta trabajar eninterés de otros. Aquí la palabra “representante’” no es “darste-llen”; esto agudiza el contraste que Foucault y Deleuze dejan delado, el contraste, supongamos, entre un apoderado y un retra-to. Hay, claro, una relación entre ellos, una que ha recibido unaexacerbación política e ideológica en la tradición europea almenos desde que el poeta y el sofista, el actor y el orador hansido vistos como nocivos. Bajo la apariencia de una descripciónposmarxista de la escena del poder, encontramos de esta mane-ra un debate mucho más antiguo: entre representación o retóri-ca como tropología y como persuasión. La darstellen pertenecea la primera constelación, la vertreten –con sugestiones más fuer-tes de sustitución– a la segunda. De nuevo, ambas están relacio-nadas, pero operarlas conjuntamente, en especial con elpropósito de decir que más allá de ambas es donde los sujetosoprimidos hablan, actúan y conocen por sí mismos, conducehacia una política utópica y esencialista.

Aquí hay un pasaje de Marx, usando “vertreten” donde elinglés usa “representar”, discutiendo un “sujeto” social cuyaconciencia y Vertretung –usado como sustitución y como repre-sentación– son dislocados e incoherentes: los pequeños propie-tarios campesinos

no pueden representarse ellos mismos; deben ser representados. Surepresentante debe aparecer simultáneamente como su señor, comouna autoridad sobre ellos, y como irrestricto poder gubernamentalque los protege de las otras clases y que les envía el sol y la lluvia desdelo alto. La influencia política [en lugar del interés de clase, toda vezque no hay un sujeto de clase unificado] de los pequeños propietarioscampesinos por consiguiente encuentra su última expresión [laconsecuencia de una cadena de sustituciones –Vertretungen– es fuerteaquí] en la fuerza ejecutiva [Exekutivegewalt –personal inferior enalemán–] subordinando la sociedad a sí misma.

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Tal modelo de oblicuidad social –brechas necesarias entre lafuente de la “influencia” (en este caso los pequeños propieta-rios campesinos), el “representante” (Luis Napoleón), y el fenó-meno histórico-político (control ejecutivo)– no solo implica unacrítica del sujeto como agente individual sino una crítica inclu-so de la subjetividad de una agencia colectiva. La máquina de lahistoria necesariamente dislocada se mueve porque “la identi-dad de los intereses” de esos propietarios “falla al producir unsentimiento de comunidad, de lazos nacionales, o de organiza-ción política”. El caso de representación como Vertretung –en laconstelación de la retórica-como-persuasión– se comporta comoun Darstellung –o retórica como-tropo–, tomando su lugar en labrecha entre la formación de una clase (descriptiva) y la no-formación de una clase (transformativa): “En cuanto millonesde familias viven bajo condiciones económicas de existenciaque separan su modo de vida... ellas forman una clase. En cuan-to... la identidad de sus intereses falla en producir un sentimien-to de comunidad... ellas no forman una clase”. La complicidadentre Vertreten y Darstellen, su identidad-en-diferencia como sulugar de práctica –puesto que esta complicidad es precisamentelo que los marxistas deben exponer, como lo hace Marx en ElDieciocho de Brumario– solo puede ser apreciada si no es desdi-bujada por un artificio de la palabra.

Sería meramente tendencioso argumentar que esto textuali-za mucho a Marx, haciéndolo inaccesible al “hombre” común,quien, víctima del sentido común, está tan profundamente arrai-gado en una herencia positivista que el énfasis irreductible deMarx en el trabajo de lo negativo, en la necesidad de des-feti-chizar lo concreto, le es arrebatado persistentemente por unadversario más fuerte, la incierta “tradición histórica”11. He es-tado tratando de señalar que el“hombre” no común, el filósofo con-temporáneo de la práctica, a vecesexhibe el mismo positivismo.

La gravedad del problema es evi-dente si uno está de acuerdo en queel desarrollo de una “conciencia” transformativa de clase a par-tir de una “posición” descriptiva de clase no es en Marx unatarea que empeñe el nivel básico de conciencia. La concienciade clase permanece con el sentimiento de comunidad que per-tenece a lazos políticos y organizaciones políticas, no a esos

11. Véase la excelente definición corta y ladiscusión de sentido común en ErrolLawrence.1982. “Just plain common sense:the “roots” of racism”. En Hazel V. Carby.The Empire Strikes Back: Race and racism in70s Britain. Hutchinson. Londres: 48.

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otros sentimientos de comunidad cuyo modelo estructural es lafamilia. Aunque no identificada con la naturaleza, la familia aquíestá constelada en lo que Marx llama “intercambio natural”, locual es, filosóficamente hablando, un “asidero” para el valor deuso12. El “intercambio natural” contrasta con el “trato con la so-ciedad”, donde la palabra “trato” (Verkehr) es la palabra usualde Marx para “comercio”. Este “trato” mantiene el lugar del in-tercambio dirigiéndolo a la producción de valores excedentes, yes en el área de este intercambio que el sentimiento de comuni-dad dirigido a la agencia de clase debe ser desarrollado. La agen-cia plena de clase –si hubiera tal cosa– no es una transformaciónideológica al nivel básico de la conciencia, una identidad de-seante de los agentes y su interés –la identidad cuya ausenciaangustia a Foucault y Deleuze–. Es un reemplazo contestatariotanto como una apropiación –un suplemento– de algo que es“artificial” para comenzar –“condiciones económicas de exis-tencia que separan su modo de vida”–. Las formulaciones deMarx muestran un cauto respeto por la naciente crítica de la agen-cia subjetiva individual y colectiva. Los proyectos de concienciade clase y de transformación de la conciencia son asuntos dis-continuos para él. Inversamente, invocaciones contemporáneasde la “economía libidinal” y el deseo como los intereses determi-nantes, combinados con la práctica política de los oprimidos –bajo capital socializado– “hablando por ellos mismos”, restablecenla categoría del sujeto soberano dentro de la teoría que parececuestionarla más.

Sin duda la exclusión de la familia, a pesar de una familiaperteneciente a una formación de clase específica, es parte delmarco masculino dentro del cual se enmarca el nacimiento del

marxismo13. Históricamente y aligual que en la política global dehoy, el papel de la familia en las re-laciones sociales patriarcales es tanheterogéneo y controvertido quesimplemente reemplazando a la fa-milia en esta problemática no se vaa romper ese marco. Ni lo hará lasolución situada en la inclusión po-sitivista de una colectividad mono-lítica de “mujeres” en la lista de losoprimidos cuya inquebrantable

12. El “valor de uso” en Marx puede sermostrado como una “ficción teórica” –tantode un oximoron potencial como de “inter-cambio natural”–. He tratado de desarrollaresto en “Scattered speculations on the questionof value”, un manuscrito puesto a considera-ción de Diacritics.

13. El “Linguistic circle of Geneva” de Derrida,especialmente pp.143 y siguientes, puede ofre-cer un método para evaluar el irreductiblelugar de la familia en la morfología de laformación de clase de Marx. En Margins ofPhilosophy. Traducción de Allan Bass.University of Chicago Press. Chicago. 1982.

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subjetividad les permite hablar por ellas mismas contra un igual-mente monolítico “mismo sistema”.

En el contexto del tipo de desarrollo de una “conciencia” desegundo nivel, estratégica y artificial, Marx usa el concepto delpatronímico, siempre dentro del concepto más amplio de repre-sentación como Vertretung: “los pequeños propietarios campe-sinos son por consiguiente incapaces de hacer válido su interésde clase a nombre propio [im eigenen Namen], tanto como pormedio de un parlamento o de una convención”. La ausencia delnombre propio colectivo, artificial y no familiar, es suplida porel único nombre propio que la “tradición histórica” puede ofre-cer –el patronímico mismo– el Nombre del Padre: “la tradiciónhistórica produjo que los campesinos franceses creyeran que unmilagro podría ocurrir, que un hombre llamado Napoleón res-tauraría toda su gloria. Y un individuo apareció” –el intraduci-ble ‘es fand sich’ (¿se encontró un individuo allí?) demuele todaslas cuestiones de agencia o la conexión de los agentes con suinterés– “quien se proclamó a sí mismo para ser ese hombre”–esta pretensión es por contraste, su única agencia propia– “por-que portaba [trägt, la palabra usada para la relación del capita-lista con el capital] el Código napoleónico, el cual mandaba que“investigar la paternidad es prohibido”. Mientras aquí Marx pa-recería estar trabajando dentro de una metafórica patriarcal, unodebería notar la sutileza textual del pasaje. Es la Ley del Padre–el Código napoleónico– la que paradójicamente prohíbe la bús-queda del padre natural. De este modo, es conforme a la estrictaobservancia de la Ley histórica del Padre que la formada peroinmadura fe de la clase en el padre natural es contradicha.

Si me he demorado tanto en este pasaje de Marx es porqueaclara las dinámicas internas de la Vertretung, o representación enel contexto político. Representación en el contexto económico esDarstellung, el concepto filosófico de representación como esceni-ficación o, en efecto, significación, lo cual se relaciona con el suje-to dividido de una forma indirecta. El pasaje más obvio es bienconocido: “En la relación de intercambio [Austauschverhältnis] demercancías su valor de cambio se nos muestra totalmente inde-pendiente de su valor de uso. Pero si sustraemos su valor de usodel producto del trabajo, obtenemos su valor, como si fuera deter-minado [bestimmt]. El elemento común que se representa a sí mis-mo [sich darstellt] en la relación de intercambio, o el valor de cambiode la mercancía, es de tal manera su valor” (Marx, 1977: 128).

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De acuerdo con Marx, bajo el capitalismo, el valor, como pro-ducido por trabajo necesario y excedente, es computado como larepresentación/signo del trabajo objetivado –el cual se diferenciarigurosamente de la actividad humana–. Inversamente, en ausen-cia de una teoría de la explotación como la extracción –produc-ción–, apropiación y realización del valor –excedente– comorepresentación de la fuerza de trabajo, la explotación capitalistadebe ser vista como una variedad de dominación –la mecánicadel poder como tal–. “El empuje del marxismo”, sugiere Deleuze,“fue determinar el problema [que el poder es más difuso que laestructura de explotación y la formación estatal] esencialmenteen términos de intereses –el poder está sustentado por una clasedominante definida por sus intereses–“ (FD: 214).

Uno no puede objetar este sumario minimalista del proyecto deMarx, tal como uno no puede ignorar que, en partes del Anti-Edi-po, Deleuze y Guattari construyen su caso sobre una brillante aun-que “poética” comprensión de la teoría de Marx de la forma deldinero. Sin embargo, debemos consolidar nuestra crítica en el si-guiente sentido: la relación entre capitalismo global –explotaciónen lo económico– y las alianzas de los estados-nación –domina-ción en lo geopolítico– es tan macrológica que no puede derivarsede ella la textura micrológica del poder. Para moverse hacia talexplicación uno debe moverse hacia las teorías de la ideología –deformaciones del sujeto que micrológica y a menudo erráticamenteoperan los intereses que solidifican las macrologias–. Tales teoríasno pueden facilitar el pasar por alto la categoría de la representa-ción en sus dos sentidos. Ellas deben notar cómo la escenificacióndel mundo en representación –su escena de escritura, su Darste-llung– disimula la escogencia y la necesidad de “héroes”, de dele-gados paternales, agentes de poder – Vertretung–.

Mi perspectiva es que la práctica radical debería atender a estadoble sesión de representaciones más que reintroducir al sujeto

individual mediante conceptos tota-lizantes de poder y deseo. Mi puntode vista también es que, al mantenerel área de ejercicio de clase en unsegundo nivel de abstracción, Marxestaba en efecto manteniendo abier-ta la crítica –kantiana y– hegelianadel sujeto individual como agente14.Esta visión no me obliga a ignorar

14. Soy consciente de que la relación entremarxismo y neokantismo está políticamentecargada. Yo misma no veo cómo puede es-tablecerse una línea entre los propios textosde Marx y la ética kantiana del momento. Meparece, sin embargo, que el cuestionamientode Marx del individuo como agente de la histo-ria debería ser leído en el contexto de la des-integración del sujeto individual inauguradapor la crítica de Kant a Descartes.

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que, por definir implícitamente la familia y la lengua maternacomo el nivel básico donde cultura y convención parecen comola propia forma de la naturaleza de organizar “su” propia sub-versión, Marx mismo practica un antiguo subterfugio (Marx, 1973:162-163). En el contexto del clamor posestructuralista por unacrítica práctica, esto parece más recuperable que la restaura-ción clandestina del esencialismo subjetivo.

La reducción de Marx a una figura benevolente pero vetustasirve más frecuentemente al interés de lanzar una nueva teoría dela interpretación. En la conversación entre Foucault y Deleuze, eltema parece ser que no hay representación, ni significante –¿espresumible que el significante haya sido ya despachado? ¿No hay,entonces, un signo/estructura operando la experiencia, y de esemodo puede uno mandar la semiótica a descansar?–; la teoría esun relevo de la práctica –mandando así los problemas de teoríapráctica a descansar– y los oprimidos pueden conocer y hablarpor sí mismos. Esto reintroduce al sujeto constitutivo en al me-nos dos niveles: el Sujeto de deseo y poder como una presuposi-ción metodológica; y el yo-próximo, si no auto-idéntico, sujetode los oprimidos. Aún más, los intelectuales, quienes no son nin-guno de estos S/sujetos, se vuelven transparentes en la compe-tencia de relevos, ellos simplemente se informan sobre el sujetono representado y analizan –sin analizar– los trabajos del –Sujetoinnombrado irreductiblemente presupuesto por– el poder y eldeseo. La “transparencia” producida marca el lugar de “interés”;se mantiene por la negación vehemente: “Ahora este rol de árbi-tro, juez y testigo universal es uno que me rehúso absolutamentea adoptar”. Una responsabilidad del crítico puede ser leer y escri-bir a fin de que la imposibilidad de tales negativas interesadasindividualistas de los privilegios institucionales de poder otorga-dos al sujeto se tomen seriamente. El rechazo del signo-sistemabloquea el camino para el desarrollo de una teoría de la ideología.Aquí, también, se escucha el tono peculiar de la negación. A lasugerencia de Jacques-Alain Miller de que “la institución es dis-cursiva en sí misma”, Foucault responde, “Sí, si usted quiere, perono tiene mucha importancia para mi noción del aparato el sercapaz de decir que este es discursivo y ese no lo es... dado que miproblema no es lingüístico” (PK: 198). ¿Por qué esta fusión de len-guaje y discurso por parte del maestro del análisis del discurso?

La crítica de Edward Said al poder en Foucault como unacategoría cautivante y mistificante que le permite “obliterar el

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rol de las clases, el rol de la economía, el rol de la insurgencia yla rebelión”, es más pertinente aquí (Said, 1983: 243). Yo añado alanálisis de Said la noción de sujeto subrepticio de poder y de-seo marcado por la transparencia del intelectual. Curiosamente,Paul Bové le echa en cara a Said el enfatizar la importancia delintelectual, toda vez que el proyecto de Foucault es un desafíoal rol destacado de los intelectuales tanto hegemónicos comoopositores (Bové, 1983: 44). Yo he sugerido que este “desafío” esengañoso precisamente porque ignora lo que Said enfatiza –laresponsabilidad institucional de la crítica–.

Este S/sujeto, zurcido conjuntamente a una transparenciamediante negaciones, pertenece al lado de los explotadores dela división internacional del trabajo. Es imposible para los in-telectuales franceses contemporáneos imaginar la clase de Po-der y Deseo que habitaría el sujeto innombrado del Otro deEuropa. No es sólo que todo lo que leen, crítico o acrítico, estéatrapado dentro del debate de la producción del Otro, apoyan-do o criticando la constitución del Sujeto como Europa. Estambién que, en la constitución de tal Otro de Europa, se hatenido mucho cuidado en obliterar los ingredientes textualescon los que tal sujeto pudiera categorizar, pudiera ocupar–¿invertir?– su itinerario –no sólo mediante producción cientí-fica e ideológica, sino también por medio de la institución dela ley–. No importa cuán reduccionista pueda verse un análisiseconómico, los intelectuales franceses se arriesgan a olvidarque esta iniciativa sobredeterminada era del interés de una si-tuación económica dinámica que requirió que los intereses,motivos –deseos– y poder –de conocimiento– fueran despia-dadamente dislocados. Invocar ahora esa dislocación como undescubrimiento radical que debería hacernos diagnosticar laeconomía –condiciones de existencia que separan nuestras “cla-ses” descriptivamente– como una pieza vetusta de maquinariaanalítica, puede bien ser el continuar el trabajo de esa disloca-ción e involuntariamente ayudar a asegurar “un nuevo balancede relaciones hegemónicas” (Carby et al., 1982: 48). Regresaréen breve sobre este argumento. De cara a la posibilidad de queel intelectual sea cómplice en la persistente constitución delOtro como la sombra del Yo, una posibilidad de práctica polí-tica para el intelectual sería poner la economía “bajo borrón”,para ver el factor económico tan irreductible como se reinscri-be en el texto social, e incluso aún como es borrado, sin em-

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bargo de manera imperfecta, cuando se clama que es el deter-minante final o el significado trascendental15.

II

E L MÁS CLARO EJEMPLO DISPONIBLE DE TAL VIOLENCIA EPISTÉMICA ES

el remotamente orquestado, extendido, y heterogéneo proyec-to de constituir el sujeto colonial como Otro. Este proyecto

es también la obliteración asimétrica de la huella de ese Otro ensu precaria Subje-tividad. Es bien sabido que Foucault localizala violencia epistémica, una completa revisión de la episteme,en la redefinición de la salud mental a finales del siglo diecio-cho (véase Foucault, 1965: 251, 262, 269). ¿Pero qué si esa redefini-ción particular era únicamente una parte de la narrativa de lahistoria en Europa al igual que en las colonias? ¿Qué si los dosproyectos de revisión epistémica trabajaban como partes dislo-cadas y desconocidas de una vasta máquina operada a dos ma-nos? Tal vez no es más que pedir que el subtexto de la narrativapalimpséstica del imperialismo sea reconocido como “conoci-miento subyugado”, un conjunto total de conocimientos quehan sido descalificados como inadecuados para su tarea o insu-ficientemente elaborados: conocimientos ingenuos, localizadosen la parte baja de la jerarquía, por debajo del nivel requeridode cognición o cientificidad (PK: 82).

Esto no es describir “la forma enque realmente fueron las cosas” oprivilegiar la narrativa de la historiacomo imperialismo como la mejorversión de la historia16. Es, más bien,ofrecer una relación de cómo unaexplicación y una narrativa de la rea-lidad fueron establecidas como lasnormativas. Sobre esto, considere-mos brevemente los apuntalamien-tos de la codificación británica dela ley hindú.

Primero, unas cuantas aclaracio-nes: en los Estados Unidos el tercer-mundismo circulante actualmente

15. Este argumento es desarrollado más ade-lante en Spivak, “Scattered speculations”. Unavez más, el Anti-Oedipus no ignora el textoeconómico, aunque el tratamiento fue tal vezmuy alegórico. A este respecto, el movimien-to de esquizo- a rizo-análisis en Mille Plateaux.Seuil. París. 1980, no ha sido saludable.

16. Aunque considero que Political Unconscious:Narrative as a socially simbolic act, de FredricJameson, Cornell University Press. Nueva York.1981, es un texto de gran peso crítico, o tal vezporque yo lo pienso, me gustaría que mi pro-grama aquí se distinguiera de una restauraciónde las reliquias de una narrativa privilegiada: “Esen la detección de las huellas de esas narrati-vas ininterrumpidas, en el reabrir a la superficiedel texto la realidad reprimida y enterrada de estahistoria fundamental, que la doctrina de unapolítica inconsciente encuentra su función y sunecesidad” (p. 20).

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en las disciplinas humanistas es a menudo abiertamente étnico.Yo nací en la India y recibí allí mi educación primaria, secunda-ria y universitaria, incluidos dos años de trabajo de grado. Demodo que mi ejemplo indio puede ser visto como una nostálgi-ca investigación de las raíces perdidas de mi propia identidad.Aunque incluso yo sé que uno no puede adentrarse librementeen la maleza de las “motivaciones”, mantendría que mi proyec-to principal es hacer destacar la variedad positivista-idealistade tal nostalgia. Recurro al material indio porque, en ausenciade un entrenamiento disciplinario avanzado, ese accidente denacimiento y educación me ha provisto con un sentido del tras-fondo histórico, cierta competencia en los lenguajes pertinen-tes que son herramientas útiles para un bricoleur, especialmentecuando se está armado con el escepticismo marxista de la expe-riencia concreta como árbitro final y con una crítica a las for-maciones disciplinarias. A pesar de que el caso hindú no puedeser tomado como representativo de todos los países, naciones yculturas y del parecido que se le pueda invocar con el Otro deEuropa como Yo.

Aquí, entonces, está un resumen esquemático de la violenciaepistémica de la codificación de la ley hindú. Si esto clarifica lanoción de violencia epistémica, mi discusión final sobre el sa-crificio de viudas puede ganar un significado adicional.

Al final del siglo dieciocho, la ley hindú, al grado que puedeser descrita como un sistema unitario, operaba en términos decuatro textos que “escenificaban” una episteme de cuatro par-tes definida por el uso de la memoria del sujeto: sruti (lo escu-chado), smriti (lo recordado), sastra (lo-aprendido-de-otro) yvyavahara (lo realizado-a-cambio). Los orígenes de lo que ha-bía sido escuchado y lo que era recordado no eran necesaria-mente continuos o idénticos. Cada invocación de sruti recitabatécnicamente –o reabría– el evento de “escucha” o la revelaciónoriginaria. Los siguientes dos textos –lo aprendido y lo realiza-do– eran vistos como dialécticamente continuos. Los teóricos ypracticantes legales no estaban seguros en ningún caso dado desi esta estructura describía el cuerpo de la ley o cuatro formasde resolver una disputa. La legitimación de la estructura poli-morfa del funcionamiento legal, “internamente” no coherente yabierto a ambos extremos, por medio de una visión binaria, esla narrativa de codificación que ofrezco como un ejemplo deviolencia epistémica.

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La narrativa de la estabilización y codificación de la ley hin-dú es menos conocida que la historia de la educación en la In-dia, así que bien puedo empezar por aquí17. Consideremos lasfrecuentemente citadas líneas programáticas de la infame “Mi-nute on Indian Education” de Macaulay (1835):

Debemos al presente hacer nuestro mejor esfuerzo para formar unaclase que pueda ser intérprete entre nosotros y los millones a quienesgobernamos; una clase de personas, indios de sangre y color, peroingleses en gusto, en opiniones, en moral, y en intelecto. A esa clasepodemos dejarle refinar los dialectos vernáculos del país, paraenriquecer estos dialectos con términos de ciencia prestados de lanomenclatura occidental, y para suministrarles por grados vehículosadecuados para conducir el conocimiento a la gran masa de población(Macaulay, 1979: 359).

La educación de sujetos coloniales complementa su produc-ción dentro de la ley. Un efecto de establecer una versión delsistema británico fue el desarrollo de una difícil separación en-tre formación disciplinaria en estudios sánscritos y la nativa,ahora alternativa, tradición de la “alta cultura” sánscrita. Den-tro de la anterior, las explicaciones culturales generadas por es-tudiosos autorizados correspondieron a la violencia epistémicadel proyecto legal.

Ubico aquí la fundación de la Sociedad Asiática de Bengala en1784, el Instituto Indio en Oxford en 1883, y el trabajo analítico ytaxonómico de eruditos como Arthur Macdonell y Arthur Berrie-dale Keith, quienes fueron administradores coloniales y organi-zadores de la materia del sánscrito.A partir de sus confiados planes uti-litarios-hegemónicos para alumnos yestudiosos de sánscrito, es imposi-ble para cualquiera adivinar la repre-sión agresiva del sánscrito en elencuadramiento educacional generalo la creciente “feudalización” del usopráctico del sánscrito en la vida dia-ria de la India brahmánica-hegemó-nica18. Una versión de la historia fuegradualmente establecida en la quese mostraba a los brahmanes comosi tuvieran las mismas intenciones

17. Entre muchos libros disponibles, cito elde Bruse Tiebout McCully.1940. EnglishEducation and the Origin of Indian Nationalism.Columbia University Press. Nueva York.

18. Keith, uno de los compiladores del VedicIndex, autor de Sanskrit Drama in its Origin,Development, Theory and Practice, y cultoeditor del Krsanayajurveda para la HarvardUniversity Press, fue también el editor decuatro volúmenes de Selected Speeches andDocuments of British Colonial Policy (1763 a1937), de International Affairs (1918 a 1937), yde British Dominions (1918 a 1931). Escribiólibros sobre la soberanía de los dominiosbritánicos y sobre la teoría de la sucesiónestatal, con especial referencia a la ley in-glesa y colonial.

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que –así se proveyó la legitimación para– la codificación britá-nica: “Con el fin de preservar intacta la sociedad hindú [los]sucesores [de los brahmanes originales] han reducido todo aescritos y los han hecho más y más rígidos. Y eso es lo que hapreservado la sociedad hindú a pesar de una sucesión de insu-rrecciones políticas e invasiones extranjeras” (Mahamahopadh-yaya, 1925: VIII). Este es el veredicto de MahamahopadhyayaHaraprasad Shastri, bien informado sanscritista indio, un repre-sentante brillante de la elite indígena de producción colonial, aquien se le pidió escribir varios capítulos de una “Historia deBengala” proyectada por el secretario privado del gobernadorgeneral de Bengala en 1916 (Sena, 1925: 6). Para señalar la asime-tría en la relación entre autoridad y explicación –dependiendode la raza-clase de la autoridad–, comparémoslo a este comen-tario de 1928 de Edward Thompson, intelectual inglés: “El hin-duismo fue lo que parecía ser... fue una alta civilización queganó [contra ella] con Akbar y con los ingleses” (1928: 130, 147).Y añádase a esto, de la carta de un erudito soldado inglés en ladécada de 1890: “El estudio del sánscrito, “el lenguaje de losdioses”, me ha ofrecido intenso regocijo durante los últimos vein-ticinco años de mi vida en la India, pero no me ha llevado, es-toy agradecido de decirlo, como a algunos, a renunciar a unafuerte creencia en nuestra propia gran religión”19.

Estas autoridades son lo mejor de lo mejor de las fuentes parala entrada de los intelectuales franceses no especialistas en lacivilización del Otro20. Sin embargo, no me estoy refiriendo a losintelectuales y estudiosos de producción poscolonial, como Shastri,

cuando digo que el Otro como Suje-to es inaccesible para Foucault yDeleuze. Estoy pensando en la ge-neralidad de los no especialistas, lapoblación no académica a través delespectro de clase, para quienes laepisteme opera su silenciosa funciónprogramadora. ¿Sin considerar elmapa de la explotación, sobre cualmatriz de “opresión” podrían ellosubicar esta abigarrada multitud?

Vamos a pasar ahora a considerarlas márgenes –uno también podríadecir el centro silente, silenciado–

19. Carta escrita a mano –de G. A. Jacob aun corresponsal no nombrado– adherida a lacubierta interior de la Sterling Memorial Library(Yale University) copia del coronel G. A. Jacob(ed.). 1888. Mahanarayana-Upanishad of theAtharva-Veda with the Dipika of Narayana. TheGovernment Central Books Departament.Bombay, la cursiva es mía. La oscura invoca-ción de los peligros de este aprendizaje pormedio de anónimos aberrantes consolida laasimetría.

20. He discutido este tema con más detalleen referencia a la obra de Julia Kristeva.1977. About Chinese Women. Traducción deAnita Barrows. Marion Boyards. Londres, en“French feminism in an international frame”,Yale French Studies. 62. 1981.

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del circuito marcado por esta violencia epistémica, hombres ymujeres entre el campesinado iletrado, las tribus, y los más ba-jos estratos del subproletariado urbano. De acuerdo con Foucaulty Deleuze –en el primer mundo, bajo la estandarización y regla-mentación del capital socializado, sin embargo ellos no parecenreconocer esto– los oprimidos, si se les da la oportunidad –elproblema de la representación no puede ser bordeado aquí–, yen camino de solidarizarse por medio de alianzas políticas –unatemática marxista opera aquí–, pueden hablar y conocer sus con-diciones. Ahora debemos confrontar la siguiente cuestión: al otrolado de la división internacional del trabajo a partir del capitalsocializado, dentro y fuera del circuito de la violencia epistémi-ca de la ley y la educación imperialistas complementando unadelantado texto económico, ¿puede hablar el subalterno?

El trabajo de Antonio Gramsci sobre las “clases subalternas”extiende el argumento posición-clase/conciencia-clase aislado enel Dieciocho de Brumario. Tal vez porque Gramsci critica la posi-ción vanguardista del intelectual leninista, se preocupa por el pa-pel del intelectual en el movimiento cultural y político delsubalterno dentro de la hegemonía. Este paso debe ser dado paradeterminar la producción de la historia como narrativa –de la ver-dad–. En textos como “La cuestión sureña”, Gramsci considera elmovimiento de la economía histórico-política en Italia que puedeser visto como una alegoría de la lectura tomada de o prefiguradapor una división internacional del trabajo21. A pesar de eso, el rela-to del desarrollo de las etapas del subalterno es arrojado de la co-yuntura cuando se opera su macrología cultural, no obstanteremotamente, por la interferencia epistémica en las definicioneslegales y disciplinarias que escoltan al proyecto imperialista. Cuandopase, al final de este ensayo, a la cuestión de la mujer como subal-terna, sugeriré la posibilidad que la existencia de la colectividad ensí misma es persistentemente exclui-da mediante la manipulación de laagencia femenina.

La primera parte de mi propues-ta –que el desarrollo por fases delsubalterno se ve complicado por elproyecto imperialista– es confron-tada por un colectivo de intelectua-les que pueden ser llamados elgrupo de “Estudios subalternos”22.

21. Antonio Gramsci. 1978. “Some aspectsof the southern question”. Selections fromPolitical Writing: 1921-1926. Traducción deQuintin Hoare. International Publishers. Nue-va York. Estoy usando “alegoría de lectura”en el sentido desarrollado por Paul De Man.1979. Allegories of Reading: Figural languagein Rousseau, Nietzsche, Rilke and Proust. YaleUniversity Press. New Haven.

22. Sus publicaciones son: Guha (ed.) 1982,1983 y 1983a.

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Ellos tienen que preguntar, ¿puede hablar el subalterno? Estamosaquí dentro de la propia disciplina de la historia de Foucault ycon personas que reconocen su influencia. Su proyecto es repen-sar la historiografía colonial india desde la perspectiva de la cade-na discontinua de insurgencias campesinas durante la ocupacióncolonial. Este es en efecto el problema de “el permiso para narrar”discutido por Said (1984). Como sostiene Ranajit Guha,

La historiografía del colonialismo indio ha sido dominada por largotiempo por el elitismo –elitismo colonialista y elitismo burgués-nacionalista–... compar[tiendo] el prejuicio que ha hecho de la naciónindia y del desarrollo de la conciencia –nacionalismo– que confirmóque este proceso era exclusiva o predominantemente logros de la elites.En las historiografías colonialistas y neocolonialistas estos logros sonacreditados a los gobernantes coloniales británicos, los administradores,las políticas, las instituciones y la cultura; en los escritos nacionalistas yneo-nacionalistas a las personalidades de las elites indias, susinstituciones, actividades e ideas (Guha, 1982: 1).

Ciertas variedades de la elite india son, en el mejor de loscasos, informantes nativos para los intelectuales del primermundo interesados en la voz del Otro. No obstante, uno debeinsistir que el sujeto colonizado subalterno es irremediablemen-te heterogéneo.

Contra la elite india podemos proponer lo que Guha llama “lapolítica del pueblo”, tanto al exterior –“Este era un dominio au-tónomo, que ni era originado por la política de la elite ni depen-día de esta para su existencia”– como al interior –“seguíaoperando vigorosamente a pesar [del colonialismo], ajustándo-se a sí misma a las condiciones prevalecientes bajo el Raj y enmuchos aspectos desarrollando variantes enteramente nuevastanto en forma como en contenido”– del circuito de produccióncolonial (Guha, 1982: 4). No puedo apoyar enteramente esta in-sistencia en determinar el vigor y la plena autonomía, pues lasexigencias historiográficas prácticas no permitirán tales apoyosal privilegio de la conciencia subalterna. Contra la posible acu-sación de que su aproximación es esencialista, Guha construyeuna definición del pueblo –el lugar de esa esencia– que puedeser únicamente una identidad-en-diferencia. Él propone una redde estratificación dinámica describiendo la producción socialcolonial en general. Incluso el tercer grupo de la lista, el grupoamortiguador, como lo fue, entre el pueblo y los grandes grupos

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macroestructurales dominantes, se define a sí mismo comoun lugar de intermediación, que Derrida (1981) ha descrito como un“antre”:

Elite

1. Grupos dominantes extranjeros.

2. Grupos dominantes indígenas en toda la India.

3. Grupos dominantes indígenas regionales y locales.

4. Los términos “pueblo” y “clases subalternas” han sido usadoscomo sinónimos a lo largo de este trabajo. Los grupos sociales yelementos incluidos en esta categoría representan la diferenciademográfica entre la totalidad de la población india y todosaquellos a quienes hemos descrito como la “elite”.

Consideremos el tercer punto de la lista –el antre de indeter-minación situacional que estos cuidadosos historiadores presu-ponen en tanto afrontan la pregunta–, ¿Puede hablar el subalterno?

Tomado como una totalidad y en lo abstracto esta... categoría... eraheterogénea en su composición y, gracias al carácter asimétrico de laeconomía regional y los desarrollos sociales, difería de un área a otra.La misma clase o elemento que era dominante en un área... podíaestar entre los dominados en otra. Esto podía y creaba ambigüedadesy contradicciones en actitudes y alianzas, especialmente entre losestratos más bajos de la población rural, propietarios de tierraempobrecidos, campesinos ricos y campesinos medio-altos todos loscuales pertenecían, idealmente hablando, a la categoría de “pueblo”o “clases subalternas” (Guha, 1982: 8. Todas las cursivas, excepto lasdel primer bloque, son del autor).

“El trabajo de investigación” proyectado aquí es “indagar, iden-tificar y medir el grado natural específico de desviación de [los]elementos [constituyentes del punto 3] a partir de lo ideal y si-tuarlos históricamente”. “Investigar, identificar y medir lo espe-cífico’” un programa que difícilmente puede ser más esencialistay taxonómico. Sin embargo, opera un curioso imperativo meto-dológico. He sostenido que en la conversación entre Foucault yDeleuze un vocabulario posrepresentacionalista esconde unaagenda esencialista. En los estudios subalternos, por causa de laviolencia de una inscripción epistémica imperialista, social ydisciplinaria, un proyecto entendido en términos esencialistas

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debe traficar en una práctica textual radical de diferencias. Elobjeto de la investigación del grupo, en este caso no del pueblocomo tal sino de la zona amortiguadora flotante de la elite-sub-alterna regional es una desviación de un ideal –el pueblo o sub-alterno– definida en sí misma como una diferencia de la elite. Eshacia esa estructura que se orienta la investigación, un proble-ma más bien diferente de la transparencia auto-diagnosticadadel intelectual radical del primer mundo. ¿Qué taxonomía pue-de fijar tal espacio? Tanto si lo perciben ellos mismos como sino –de hecho Guha ve su definición de “el pueblo” dentro de ladialéctica del amo y el esclavo– sus textos articulan la difíciltarea de reescribir sus propias condiciones de imposibilidad comolas condiciones de su posibilidad.

“En los niveles regional y local [los grupos dominantes in-dios]... si pertenecen al estrato social jerárquicamente inferioral de los dominantes de todos los grupos de la India siguen ac-tuando por los intereses de los últimos y no de conformidad conlos intereses correspondientes verdaderamente a su propio sersocial”. Cuando estos escritores hablan, en su lenguaje esencia-lizante, de una brecha entre interés y acción en el grupo inter-medio, sus conclusiones están más cerca de Marx que de laingenuidad auto-consciente del pronunciamiento de Deleuzesobre el tema. Guha, como Marx, habla del interés en términosde lo social más que del ser libidinal. El imaginario del Nombre-del-Padre en El Dieciocho de Brumario puede ayudar a enfatizarque la acción de clase o grupo, “verdaderamente correspondienteal propio ser” es tan artificial o social como el patronímico.

Terminamos entonces con el grupo intermedio señalado en elpunto 3. Para el “verdadero” grupo subalterno, cuya identidad essu diferencia, no hay sujeto subalterno irrepresentable que pue-da conocer y hablar por sí mismo; la solución del intelectual noes abstenerse de la representación. El problema es que el itine-rario del sujeto no ha sido trazado como para ofrecer un objetode seducción al intelectual representante. En el levemente ar-caico lenguaje del grupo indio, la cuestión se torna, ¿cómo po-demos tocar la conciencia del pueblo, aun si investigamos supolítica? ¿Con qué voz de la conciencia puede hablar el subal-terno? Su proyecto, después de todo, es reescribir el desarrollode la conciencia de la nación india. La planeada discontinuidaddel imperialismo diferencia rigurosamente este proyecto, a pe-sar de lo anticuado de su articulación, a partir de “hacer visible

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los mecanismos médicos y jurídicos que rodean la historia [dePierre Rivière]”. Foucault está en lo cierto al sugerir que “hacervisible lo nunca visto puede significar también un cambio denivel, dirigiéndolo a uno a un estrato de material que hasta aho-ra no había sido pertinente para la historia y que no había sidoreconocido como poseedor de algún valor moral, estético o his-tórico”. Es el transcurso entre hacer visible el mecanismo y ha-cer vocal lo individual, evitando por igual “cualquier clase deanálisis de [el sujeto] tanto psicológico, psicoanalítico o lingüís-tico”, que es consistentemente problemático (PK: 49-50).

La crítica de Ajit K. Chaudhury, un bengalí occidental marxis-ta, de la búsqueda de Guha de una conciencia subalterna puedeser vista como un momento del proceso de producción que in-cluye al subalterno. La percepción de Chaudhury de que la visiónmarxista de la transformación de la conciencia involucra el cono-cimiento de las relaciones sociales me parece astuta, en principio.No obstante, la herencia de la ideología positivista que se ha apro-piado el marxismo ortodoxo lo obliga a añadir este anexo: “Estono minimiza la importancia de la comprensión de la concienciade los campesinos o la conciencia de los trabajadores en su formapura. Esto enriquece nuestro conocimiento del campesino y deltrabajador y posiblemente ilumine cómo un modo particular tomaformas diferentes en distintas regiones, lo cual es considerado unproblema de segundo orden de importancia en el marxismo clási-co” (Chaudhury, 1984: 10. La cursiva es mía).

Esta variedad de marxismo “internacionalista”, el cual cree enuna forma pura, recuperable de conciencia sólo para descartarla,cerrando lo que queda en Marx de momentos de desconcierto pro-ductivo, puede ser directamente el objeto del rechazo del marxis-mo por Foucault y Deleuze y la fuente de la motivación crítica delGrupo de estudios subalternos. Los tres están unidos en la suposi-ción de que hay una forma pura de conciencia. En la escena france-sa hay una baraja de significantes: “el inconsciente” o “elsujeto-en-opresión” que llena clandestinamente el espacio de la“forma pura de conciencia”. En el marxismo intelectual “interna-cionalista” ortodoxo, tanto en el primer mundo como en el tercero,la forma pura de la conciencia permanece como un fundamentoidealista que, descartado como un problema de segundo orden,frecuentemente se gana la reputación de ser racista y sexista. En elGrupo de estudios subalternos necesita desarrollo de acuerdo conlos términos no reconocidos de su propia articulación.

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Para tal articulación, un desarrollo de la teoría de la ideologíapuede ser útil una vez más. En una crítica tal como la de Chau-dhury, la asociación de “conciencia” con “conocimiento” omiteel término medio crucial de “producción ideológica”:

La conciencia, de acuerdo con Lenin, está asociada con unconocimiento de las interrelaciones entre diferentes clases y grupos;por ejemplo, un conocimiento de los materiales que constituyen lasociedad... Estas definiciones adquieren un significado sólo en laproblemática dentro de un objeto de conocimiento definido –paraentender un cambio en la historia, o específicamente el cambio deun modo a otro–, manteniendo la especificidad de un modo particularfuera de foco (Chaudhury, 1984: 10).

Pierre Macherey provee la siguiente fórmula para la inter-pretación de la ideología:

Lo que es importante en un trabajo es lo que no se dice. Esto no es lomismo que la indiferente noción de “lo que se rehúsa a decir”, aunquepodría ser interesante en sí mismo: un método puede ser construidosobre esto con la tarea de medir silencios, tanto los conocidos comolos no conocidos. Pero más que esto, lo que el trabajo no puede decires importante, porque allí la elaboración de la declaración es llevadaa cabo en una suerte de jornada al silencio (Macherey, 1978: 87).

Las ideas de Macherey pueden ser desarrolladas en direccio-nes que a él no le gustaría seguir. Aun cuando él escribe, osten-siblemente, sobre la literalidad de la literatura de origen europeo,articula un método aplicable al texto social del imperialismoque se mueve parcialmente en contra de su propio argumento.Aunque la noción de “lo que se rehúsa a decir” puede ser indife-rente para un trabajo literario, algo que una ideología colectivarehúsa puede ser diagnosticado por la práctica legal codificantedel imperialismo. Esto abriría el campo para una reinscripciónideológica político-económica y multidisciplinaria del terreno.Puesto que esta es una “mundialización del mundo” en un se-gundo nivel de abstracción, un concepto de rehusar es plausibleaquí. El trabajo de archivo, historiográfico, crítico-disciplinarioe inevitablemente, intervencionista, involucrado aquí es cierta-mente una tarea de “medir silencios”. Esto puede ser una des-cripción de “investigar, identificar y medir... la desviación” deun ideal que es irreductiblemente diferencial.

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Cuando pasamos a la cuestión concomitante de la concienciadel subalterno la noción de lo que el trabajo no puede decir sevuelve importante. En la semiosis del texto social, las elaboracio-nes de insurgencia permanecen en el lugar de “la declaración”. Elemisor –“el campesino”– está marcado solamente como algo queseñala hacia una conciencia irrecuperable. En tanto al receptor,debemos preguntarnos, ¿quién es el “receptor real” de una “insur-gencia”? El historiador, transformando la “insurgencia” en un “textopara el conocimiento”, es únicamente un “receptor” de algún actosocial pretendidamente colectivo. Sin posibilidad de nostalgia porese origen perdido, el historiador debe suspender –hasta dondesea posible– el clamor de su propia conciencia –o conciencia-efecto en tanto es operada por el entrenamiento disciplinario–,para que la elaboración de la insurgencia, empacada con una con-ciencia-insurgente, no quede congelada como un “objeto de in-vestigación” o, peor todavía, como un modelo para la imitación.“El sujeto” implicado por los textos de insurgencia puede servirsólo como una contraposibilidad para las sanciones narrativasconferidas al sujeto colonial en los grupos dominantes. Los inte-lectuales poscoloniales aprenden que su privilegio es su menos-cabo. En esto son un paradigma entre los intelectuales.

Es bien sabido que la noción de lo femenino –más que elsubalterno del imperialismo– ha sido usada de forma similar en lacrítica deconstructiva y dentro de ciertas variedades de críticafeminista23. En el caso anterior, un figura de “mujer” está en cues-tión, una cuya mínima predicación como indeterminada está yadisponible para la tradición falocén-trica. La historiografía subalternaconstruye preguntas de método quela prevendrían del uso de tal truco.Para la “figura” de la mujer, la rela-ción entre mujer y silencio puede sertramada por las mujeres mismas; lasdiferencias de raza y clase son incor-poradas en tal cargo. La historiogra-fía subalterna debe confrontar laimposibilidad de tales gestos. La es-trecha violencia epistémica del impe-rialismo nos da una alegoríaimperfecta de la violencia general quees la posibilidad de una episteme24.

23. He discutido este tema en “Displacementand the discourse of woman”. En MarkKrupnick (ed.). 1983. Displacement: Derridaand after. Indiana University Press.Bloomington, y en “Love me, love my ombre,elle: Derrida’s ‘La carte postale’”. Diacritics.14 (4). 1984: 19-36.

24. Esta violencia en sentido general quees la posibilidad de una episteme es lo queDerrida llama “escritura” en sentido gene-ral. La relación entre escritura y el sentidogeneral y la escritura y el sentido estrecho –semarca sobre una superficie– no puede serarticulada limpiamente. La tarea de lagramatología –deconstrucción– es proveeruna anotación sobre esta relación cambian-te. En cierta forma, entonces, la crítica delimperialismo es deconstrucción como tal.

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Dentro del itinerario suprimido del sujeto subalterno, la pistade la diferencia sexual está doblemente suprimida. La cuestiónno es la de la participación femenina en la insurgencia, o lasreglas básicas de la división sexual del trabajo para cada caso delos cuales hay “evidencia”. Es más que ambos en tanto objetode la historiografía colonialista y como sujeto de insurgencia, laconstrucción ideológica del género mantiene lo masculino do-minante. Si en el contexto de la producción colonial el subalter-no no tiene historia y no puede hablar, el subalterno comofemenino está aún más profundamente en tinieblas.

La división internacional del trabajo contemporánea es un des-plazamiento del campo dividido del imperialismo territorial delsiglo diecinueve. Puesto de manera sencilla, es un grupo de paí-ses, generalmente del primer mundo, que están en la posición deinversión de capital; otro grupo, generalmente tercermundista,provee el campo para la inversión, ambos por medio de los com-pradores capitalistas nativos y mediante su malamente protegiday cambiante fuerza de trabajo. En interés de mantener la circula-ción y el crecimiento del capital industrial –y de la tarea conco-mitante de administración dentro del imperialismo territorial delsiglo veinte–, el transporte, la ley y los sistemas estandarizadosde educación fueron desarrollados –lo mismo que las industriaslocales fueron destruidas, la distribución de la tierra reconfigura-da y la materia prima transferida al país colonizador–. Con la asíllamada descolonización, el crecimiento del capital multinacio-nal, y el alivio de la carga administrativa, el “desarrollo” no invo-lucra ahora la legislación al por mayor ni el establecimiento desistemas educativos de una forma comparable. Esto impide elcrecimiento del consumismo en los países compradores. Con lastelecomunicaciones modernas y la emergencia de economías ca-pitalistas avanzadas en los dos extremos de Asia, conservar ladivisión internacional del trabajo sirve para mantener el suminis-tro de trabajo barato en los países compradores.

El trabajo humano no es, por supuesto, intrínsecamente “ba-rato” o “caro”. Una ausencia de leyes laborales –o una ejecu-ción discriminatoria de estas–, un estado totalitario –a menudoobligado por el desarrollo y modernización en la periferia–, yunos requisitos mínimos de subsistencia por parte del trabaja-dor lo garantizarán. Para mantener intacto este crucial artículo,el proletariado urbano en los países compradores no debe sersistemáticamente entrenado en la ideología del consumismo

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–desfilando como la filosofía de una sociedad sin clases– que,contra toda probabilidad, prepara el terreno para la resistenciapor medio de las coaliciones políticas que menciona Foucault(FD: 216). Esta separación de la ideología del consumismo es exa-cerbada crecientemente por la proliferación del fenómeno de lasubcontratación internacional. “Bajo esta estrategia, los fabri-cantes establecidos en países subdesarrollados subcontratan lamayoría de las etapas intensivas de la producción, por ejemplo,costura o ensamblaje, a países del tercer mundo donde el traba-jo es barato. Una vez ensamblados, la multinacional re-importalos bienes –bajo generosas exenciones tarifarias– a los paísesdesarrollados en vez de venderlos en el mercado local”. Aquícasi se rompe la conexión con el adiestramiento en consumo.“Mientras que la recesión global ha desacelerado marcadamen-te el comercio y las inversiones en el mundo entero desde 1979,la subcontratación internacional ha experimentado un boom...En estos casos, las multinacionales están exentas de resistir tra-bajadores militantes, levantamientos revolucionarios e inclusodepresiones económicas”25.

La movilidad de clase es cada vez más letárgica en los teatroscompradores. No es sorprendente que algunos miembros de losgrupos nativos dominantes en los países compradores, miem-bros de la burguesía local, encuentren atractivo el lenguaje delas alianzas políticas. La identificación con formas de resisten-cia plausible en países capitalistas avanzados concuerda conaquel sesgo elitista en la historiografía burguesa descrita porRanajit Guha.

La creencia en la factibilidad de las alianzas políticas globa-les es generalizada entre las mujeres de los grupos sociales do-minantes interesados en el “feminismo internacional” en lospaíses compradores. En el otro extremo de la escala, aquellosmás separados de cualquier posibilidad de alianza entre “muje-res, prisioneros, soldados reclutas, pacientes de hospital y ho-mosexuales” (FD: 216), están las mujeres del subproletariadourbano. En su caso, la negación y la salvaguardia del consumis-mo y la estructura de explotaciónestán ajustadas a las relaciones so-ciales patriarcales. Al otro lado dela división internacional del traba-jo, el sujeto de explotación no pue-de conocer ni hablar el texto de la

25. “Contracting poverty”. Multinational Mo-nitor. 4, 8. Agosto de 1983: 8. Este reporte fueuna colaboración entre John Cavanagh yJoy Hackel, quienes trabajan en elInternational Corporations Project en el Institutefor Policy Studies –las cursivas son mías–.

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explotación femenina incluso si el absurdo de hacerle un espa-cio a la mujer para que pueda hablar por parte del intelectualque-no-representa es alcanzado.

Aunque aún esto no abarca al Otro heterogéneo. Por fuera–aunque ni así completamente– del circuito de la división inter-nacional del trabajo, hay personas cuyas conciencias no pode-mos asir si cerramos nuestra benevolencia construyendo un Otrohomogéneo referido sólo a nuestro propio lugar en la silla delMismo o del Yo. Aquí hay granjeros de subsistencia, trabajado-res campesinos desorganizados, tribus y las comunidades de tra-bajadores nulos en las calles o en el campo. Confrontarlos no esrepresentarlos (vertreten) sino aprender a representarnos (dars-tellen) a nosotros mismos. Este argumento nos llevaría a unacrítica de una antropología disciplinaria y las relaciones entrepedagogía elemental y formación disciplinaria. Eso cuestionaríala demanda implícita, hecha por intelectuales que optan por unsujeto de opresión “naturalmente elocuente”, de que un sujetotal aparezca a través de la historia como una narrativa de unreducido modo-de-producción.

El que Deleuze y Foucault ignoren la violencia epistémica delimperialismo y la división internacional del trabajo importaríamenos si ellos no tocaran, de cerca, temas del tercer mundo.Pero en Francia es imposible ignorar el problema de los tiersmonde, los habitantes de las antiguas colonias francesas africa-nas. Deleuze limita su consideración del tercer mundo a estasviejas elites nativas locales y regionales quienes son, idealmen-te, subalternos. En este contexto, las referencias al mantenimientodel ejército de trabajo excedente caen en un sentimentalismoétnico-revertido. Puesto que está hablando de la herencia delimperialismo territorial del siglo diecinueve, su referencia es alestado-nación más que al centro globalizante:

El capitalismo francés necesita mucho un significante flotante deldesempleo. En esta perspectiva empezamos a ver la unidad de lasformas de represión: restricciones sobre la inmigración, una vezque se reconoce que los trabajos más duros y desagradecidos sonpara los trabajadores inmigrantes; represión en las fábricas, porquelos franceses deben readquirir el “gusto” por el trabajo cada vezmás duro; la lucha contra la juventud y la represión del sistemaeducativo (FD: 211-212).

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Este es un análisis aceptable. A pesar de eso muestra otra vezque el tercer mundo puede entrar al programa de resistencia deuna política de alianzas dirigida contra una “represión unifica-da” sólo cuando se le confina a grupos del tercer mundo queson directamente accesibles al primer mundo26. Esta benevolen-te apropiación primer mundista yreinscripción del tercer mundocomo Otro es la característica fun-dacional de muchos tercermundis-mos en las ciencias humanas deEstados Unidos hoy en día.

Foucault continúa la crítica del marxismo invocando la dis-continuidad geográfica. La marca real de la “discontinuidad geo-gráfica –geopolítica–” es la división internacional del trabajo. PeroFoucault usa el término para distinguir entre explotación –ex-tracción y apropiación de plusvalía; léase, el campo de análisismarxista– y dominación –estudios de “poder”– y para sugerir queel más grande potencial de la última está basado en una políticade alianzas. Él no puede admitir que un acceso tan monista yunificado a una concepción de “poder” –presuponiendo metodo-lógicamente un Sujeto-de-poder– se hace posible por un ciertonivel de explotación, porque su visión de discontinuidad geográ-fica es geopolíticamente específica para el primer mundo:

Esta discontinuidad geográfica de la cual usted habla puede significartal vez lo siguiente: tan pronto como luchamos contra la explotación,el proletariado no sólo lidera la lucha sino que define sus blancos, susmétodos, sus lugares y sus instrumentos; y aliarse uno mismo con elproletariado es consolidarse con sus posiciones, su ideología, es retomarlos motivos para su combate. Esto significa una inmersión total [en elproyecto marxista]. Pero si es contra el poder que se lucha, entoncestodos aquellos quienes lo reconocen como intolerable pueden empezarla lucha donde quiera que se encuentren y en los términos de suactividad –o pasividad–. Al meterse en esta lucha que es su propialucha, cuyos objetivos comprenden claramente y cuyos métodospueden determinar, entran en el proceso revolucionario. Como aliadosdel proletariado, de seguro, porque el poder es ejercido en la forma enque se hace para mantener la explotación del capitalismo. Ellosservirían genuinamente a la causa del proletariado luchando en estoslugares donde se encuentran oprimidos. Mujeres, prisioneros, soldadosreclutas, pacientes de hospital y homosexuales han empezado ahorauna lucha específica contra la forma particular del poder, lascoacciones y controles, que son ejercidos sobre ellos (FD: 216).

26. Las mecánicas de la invención del ter-cer mundo como significante son suscepti-bles del tipo de análisis dirigido a laconstitución de raza como un significanteen Carby et al. Op. cit.

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Este es un programa admirable de resistencia localizada. Don-de es posible, este modelo de resistencia no es una alternativaa, pero puede complementar, las luchas macrológicas a lo largode las líneas “marxistas”. Pero si su situación es universalizada,acomoda un privilegio no reconocido del sujeto. Sin una teoríade la ideología, puede conducir a utopismos peligrosos.

Foucault es un pensador brillante del poder-entre-líneas, perola conciencia de la reinscripción topográfica del imperialismono informa sus presuposiciones. Es cooptado por la versión res-tringida del Occidente producida por esa reinscripción y así ayu-da a consolidar sus efectos. Nótese la omisión sobre el hecho,en el siguiente pasaje, de que el nuevo mecanismo de poder enlos siglos diecisiete y dieciocho –la extracción de plusvalía va-lor sin coerción extraeconómica es su descripción marxista– estáasegurado por medio del imperialismo territorial –la Tierra y susproductos– “en algún otro sitio”. La representación de la sobe-ranía es crucial en estos teatros:

En los siglos XVII y XVIII, tenemos la producción de un importantefenómeno, la emergencia, o más bien la invención, de un nuevomecanismo de poder poseído de procedimientos técnicos altamenteespecíficos... lo cual es también, creo yo, absolutamente incompatiblecon las relaciones de soberanía. Este nuevo mecanismo de poder esmás dependiente sobre los cuerpos y lo que ellos hacen que sobre laTierra y sus productos (PK: 104).

Por causa de un punto ciego relativo a la primera ola de “dis-continuidad geográfica”, Foucault puede mantenerse insensiblea su segunda ola en las décadas medias de nuestro siglo, identi-ficándola simplemente “con el colapso del fascismo y el declivedel estalinismo” (PK: 87). Aquí está el punto de vista alternativode Mike Davis: “Fue más la lógica de la violencia contrarrevolu-cionaria lo que creó las condiciones para la pacífica interdepen-dencia económica de un castigado imperialismo Atlántico bajoel liderazgo americano... Fue la integración militar multinacio-nal bajo el eslogan de la seguridad colectiva contra la URSS laque precedió y precipitó la interpenetración de las mayores eco-nomías capitalistas, haciendo posible la nueva era de liberalis-mo comercial que floreció entre 1958 y 1973” (Davis, 1984: 9).

Es dentro de la emergencia de este “nuevo mecanismo depoder” que debemos leer la fijación en las escenas nacionales,

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la resistencia a la economía, y el énfasis sobre conceptos comopoder y deseo que privilegia la micrología. Davis continúa: “Estacentralización cuasi-absolutista del poder estratégico militar porlos Estados Unidos fue lo que permitió una subordinación ilu-minada y flexible para sus principales sátrapas. En particular,demostró ser altamente acomodaticia para las pretensiones im-perialistas residuales de franceses y británicos... con cada unomanteniendo una estridente movilización ideológica contra elcomunismo todo el tiempo”. Mientras se tomaban precaucionescontra nociones unitarias tales como “Francia”, se debe decirque nociones unitarias tales como “la lucha obrera”, o pronun-ciamientos unitarios como “igual que el poder la resistencia esmúltiple y puede ser integrada en estrategias globales” (PK: 142),parecen interpretables por medio de la narrativa de Davis. Noestoy sugiriendo, como lo hace Paul Bové, que “para un pueblodesplazado y sin hogar [los palestinos] asaltado militar y cultu-ralmente... una pregunta [tal como la de Foucault que dice queel participar en la política… es tratar de conocer con la honesti-dad más grande posible si la revolución es deseable] es un lujotonto de la riqueza de Occidente” (Bové, 1983: 51). Yo sugiero,más bien, que comprar una versión auto-contenida de Occiden-te es ignorar su producción por parte del proyecto imperialista.

A veces parece como si el muy brillante análisis de Foucault delos siglos de imperialismo europeo produjera una versión miniatu-ra de ese fenómeno heterogéneo: el manejo del espacio –pero pordoctores; desarrollo de administraciones– pero en asilos; conside-raciones de la periferia –pero en términos de locura, prisioneros yniños–. La clínica, el asilo, la prisión, la universidad –todo pareceser una pantalla-alegoría que oscurece la lectura de las narrativasmás amplias del imperialismo. (Uno podría abrir una discusión si-milar del feroz motivo de “desterritorialización” en Deleuze yGuattari). “Uno puede perfectamente bien no hablar sobre algoporque no conoce sobre ese algo”, podría murmurar Foucault (PK:66). A pesar de eso ya hemos hablado de la ignorancia sancionadaque cada crítico del imperialismo debe trazar.

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III

A L NIVEL GENERAL EN EL QUE LOS ACADÉMICOS Y ESTUDIANTES DE ESTA-dos Unidos toman la “influencia” de Francia, uno encuentrala siguiente comprensión: Foucault trata con la historia real,

con política real y problemas sociales reales; Derrida es inaccesi-ble, esotérico y textualista. El lector probablemente está bien fa-miliarizado con esta idea. “Que el trabajo personal (de Derrida)”,escribe Terry Eagleton, “ha sido bastante ahistórico, políticamen-te evasivo y no se puede negar que en la práctica, inconscientedel lenguaje como “discurso” [lenguaje en función]” (Eagleton,1983: 205). Eagleton continúa recomendando el estudio de Foucaultsobre las “prácticas discursivas”. Perry Anderson construye unahistoria parecida: “Con Derrida, la auto-cancelación del estructu-ralismo latente en el recurso a la música o a la locura en Lévi-Strauss o Foucault es consumado. Sin ningún compromiso con laexploración de las realidades sociales, Derrida tuvo poco remor-dimiento al deshacer las construcciones de estos dos, condenán-dolos a ambos de una “nostalgia de los orígenes” –rousseaunianao pre-socrática, respectivamente– y preguntando qué derecho tie-ne cualquiera de los dos para asumir, en sus propias premisas, lavalidez de sus discursos” (Anderson, 1983: 53).

Este artículo está comprometido con la noción de que, tantoen defensa de Derrida como no, una nostalgia por los orígenesperdidos puede estar en detrimento de la exploración de las rea-lidades sociales dentro de la crítica del imperialismo. Ciertamen-te, la brillantez de la mala lectura de Anderson no lo previenede ver precisamente el problema que yo enfatizo en Foucault:“Foucault pulsó la nota característicamente profética cuandodeclaró en 1966: ‘El hombre está en proceso de sucumbir mien-tras que el ser del lenguaje continúa fulgurando con más brilloaún sobre nuestro horizonte’. ¿Pero quiénes son los “nosotros”que perciben o poseen tal horizonte?”. Anderson no ve la usur-pación del Sujeto no reconocido de Occidente en el últimoFoucault, un Sujeto que preside por desaprobación. Él ve la ac-titud de Foucault de la forma usual, como la desaparición delSujeto conocedor como tal; y además ve en Derrida el desarro-llo final de esa tendencia: ‘”En la oquedad del pronombre [noso-tros] yace la aporía del programa” (Anderson, 1983: 52).Consideremos, finalmente, el aforismo plañidero de Said, el cualdelata un profundo malentendido de la noción de “textualidad”:

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“La crítica de Derrida nos mueve hacia el interior del texto, lade Foucault en y hacia afuera de él” (Said, 1983: 183).

He tratado de argumentar que la preocupación sustantiva porla política de los oprimidos que a menudo cuenta para la apela-ción de Foucault puede esconder el privilegiar al intelectual y elsujeto “concreto” de opresión que, de hecho, acrecientan la ape-lación. Inversamente, aunque no es mi intención contradecir elpunto de vista específico de Derrida promovido por estos influ-yentes escritores, discutiré unos pocos aspectos del trabajo deDerrida que guardan una utilidad a largo plazo para la gentefuera del primer mundo. Esto no es una apología. Derrida esdifícil de leer, su objeto real de investigación es la filosofía clá-sica. No obstante es menos peligroso cuando lo entendemosque el intelectual del primer mundo disfraza de no-representan-te ausente que permite que los oprimidos hablen por sí mismos.

Consideraré un capítulo que Derrida compuso hace veinteaños: “De la gramatología como una ciencia positiva” (OG: 74-93). En este capítulo Derrida confronta el asunto de si la “de-construcción” puede conducir a una práctica adecuada, sea críticao política. La cuestión es cómo impedirle al Sujeto etnocéntricoque se establezca a sí mismo al definir selectivamente un Otro.Este no es un programa para el Sujeto como tal; es, más bien, unprograma para el benevolente intelectual occidental. Para aque-llos de nosotros que sentimos que el “sujeto” tiene una historiay que la tarea del sujeto de conocimiento del primer mundo ennuestro momento histórico es resistir y criticar el “reconoci-miento” del tercer mundo por medio de la “asimilación”, estaespecificidad es crucial. Con el fin de adelantar una crítica másfáctica que patética del impulso etnocéntrico del intelectualeuropeo, Derrida admite que no puede hacer las “primeras” pre-guntas que deben ser respondidas para establecer las bases desu argumento. Él no declara que la gramatología puede “sobre-ponerse” –frase de Frank Lentricchia– al mero empirismo; pues,como el empirismo, no puede hacer las primeras preguntas. De-rrida alinea de esa manera el conocimiento “gramatológico” conlos mismos problemas de la investigación empírica. “Decons-trucción” no es, por tanto, una nueva palabra para “desmistifi-cación ideológica”. Igual que “la investigación empírica... quese refugia en el campo del conocimiento gramatológico” obligaa operar por medio de “ejemplos” (OG: 75).

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Los ejemplos que Derrida plantea –para mostrar los límites de lagramatología como ciencia positiva– vienen de la auto-justifica-ción ideológica apropiada de un proyecto imperialista. En el siglodiecisiete europeo, escribe él, hubo tres clases de prejuicios ope-rando en historias de la escritura los cuales constituían “un sínto-ma de la crisis de la conciencia europea” (OG: 75): el “prejuicioteológico”, el “prejuicio chino” y el “prejuicio jeroglífico”. El pri-mero puede ser indexado como: Dios hizo una escritura primitivao natural: el hebreo o el griego. El segundo: el chino es un planoperfecto para la escritura filosófica, pero es sólo un plano. La ver-dadera escritura filosófica es “independiente con respecto a la his-toria” (OG: p.79) y someterá a los chinos a una escriturafácil-de-aprender que reemplazará al chino actual. El tercero: quela escritura egipcia es muy sublime para ser descifrada. El primerprejuicio preserva la “actualidad” del hebreo o el griego, los dosúltimos –el “racional” y el “místico” respectivamente– operan encolusión para sostener al primero, donde el centro del logos esvisto como el Dios judeocristiano –la apropiación del Otro heléni-co por medio de la asimilación es una historia más temprana– un“prejuicio” todavía sustentado en los esfuerzos de darle a la carto-grafía del mito judeocristiano el estatus de historia geopolítica:

El concepto de la escritura china funcionaba como una especie dealucinación europea. ...Este funcionamiento obedecía a una rigurosanecesidad... no se inquietaba por el conocimiento de la escriturachina... la cual estaba disponible entonces... Un “prejuicio jeroglifista”había producido el mismo efecto de ceguera interesada. Lejos deproceder... del desprecio etnocéntrico, la ocultación toma la forma deuna admiración hiperbólica. No hemos terminado de demostrar lanecesidad de este patrón. Nuestro siglo no está libre de el; cada vezque el etnocentrismo es precipitado y ostentosamente echado atrás,algún esfuerzo se esconde silenciosamente detrás de todos losespectaculares efectos de consolidar un interior y dibujar desde élalgún beneficio doméstico (OG: 80; Derrida pone en cursiva sólo“prejuicio jeroglifista”).

Derrida procede a ofrecer dos posibilidades característicaspara solucionar el problema del Sujeto europeo, el cual preten-de producir un Otro que consolidaría un interior, su propio esta-tus de sujeto. Lo que sigue es una relación de la complicidadentre la escritura, la apertura de la sociedad doméstica y civil, ylas estructuras del deseo, poder y capitalización. Derrida revela

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entonces la vulnerabilidad de su propio deseo de conservar algoque es, paradójicamente, a la vez inefable y no trascendental.Al criticar la producción del sujeto colonial, este lugar inefable,no trascendental –“histórico”– es provisto de carga afectiva porel sujeto subalterno.

Derrida cierra el capítulo mostrando otra vez que el proyectode la gramatología está obligado a desarrollarse al interior eldiscurso de la presencia. No es solo una crítica de la presenciasino un reconocimiento del itinerario del discurso de la presen-cia en la propia crítica, precisamente una vigilancia contra undemasiado grande clamor por transparencia. La palabra “escri-tura” como nombre del objeto y modelo de la gramatología esuna práctica “sólo al interior de la clausura histórica, es decir alinterior de los límites de la ciencia y de la filosofía” (OG: 93).

Derrida hace aquí elecciones nietzscheanas, filosóficas y psi-coanalíticas, más que específicamente políticas, para sugerir unacrítica al etnocentrismo europeo en la constitución del Otro.Como intelectual poscolonial, no me preocupa que él no medirija –como los europeos parecen hacerlo inevitablemente– aun camino que tal crítica hace necesario. Para mí es más impor-tante que, como filósofo europeo, él articula la tendencia delSujeto europeo a constituir al Otro como marginal al etnocen-trismo y localiza ese como el problema de todos los empeñoslogocéntricos y por consiguiente también todos los gramatoló-gicos –pues la tesis principal del capítulo es la complicidad en-tre los dos–. No un problema general, sino un problema europeo.Es desde el contexto de este etnocentrismo que trata tan deses-peradamente de degradar al Sujeto de pensamiento o conoci-miento para decir que “pensamiento es... la parte en blanco deltexto” (OG: 93); aquello que sea pensamiento, aunque en blanco,sigue estando en el texto y debe ser confiado al Otro de la histo-ria. Ese espacio en blanco inaccesible circunscrito por un textointerpretable es lo que a la crítica poscolonial del imperialismole gustaría ver desarrollado dentro del vallado europeo como ellugar de la producción de la teoría. Los críticos poscoloniales ylos intelectuales pueden tratar de desplazar su propia produc-ción sólo presuponiendo ese espacio en blanco inscrito en eltexto. Crear el pensamiento o el sujeto pensante transparente oinvisible parece, por contraste, esconder el implacable recono-cimiento del Otro por asimilación. Es en interés de tales precau-ciones que Derrida no apela a “permitir al otro(s) hablar por sí

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mismo” sino que más bien acude a un “recurso” o “llama” al“cuasi-otro” –tout-autre como opuesto al otro auto-consolidan-te–, a “volver delirante esa voz interior que es la voz del otro ennosotros”27.

Derrida llama al etnocentrismo de la escritura de la ciencia eu-ropea en el siglo diecisiete y principios del dieciocho un síntomade la crisis general de la conciencia europea. Este es, por supuesto,parte de un síntoma más grande, o tal vez la crisis misma, el lento

vuelco del feudalismo al capitalismopor medio de las primeras olas deimperialismo capitalista. El itinerariode reconocimiento mediante la asi-

milación del Otro puede ser trazado de manera más interesante,me parece, en la constitución imperialista del sujeto colonial queen repetidas incursiones en el psicoanálisis o de la “figura” de lamujer, aunque la importancia de estas dos intervenciones dentrode la deconstrucción no pueda ser minimizada. Derrida no se hamovido –o tal vez no puede moverse– dentro de ese terreno.

Cualesquiera que sean las razones para esta ausencia específica,lo que yo encuentro útil es el trabajo sostenido y desarrollado so-bre las mecánicas de la constitución del Otro; podemos usarlascomo una ventaja intervencionista y analíticamente más grandeque las invocaciones de la autenticidad del Otro. A este nivel, loque continúa siendo útil de Foucault son las mecánicas de discipli-namiento e institucionalización, la constitución, como tal, del co-lonizador. Foucault no las relaciona con ninguna versión, tempranao tardía, proto- o pos-, del imperialismo. Ellas son de gran utilidadpara los intelectuales preocupados por la decadencia de Occiden-te. Su seducción para ellos, y horror para nosotros, es lo que quizápermita la complicidad del sujeto que investiga –hombre o mujerprofesional– para disfrazarse a sí mismo de transparencia.

IV

¿ PUEDE HABLAR EL SUBALTERNO? ¿QUÉ DEBE HACER LA ELITE PARA TE-ner cuidado de la continua construcción del subalterno? Lacuestión de “la mujer” parece más problemática en este con-

texto. Claramente, si usted es pobre, negra y mujer está metidaen el problema en tres formas. Si, no obstante, esta formulación

27. Jacques Derrida. “Of an apocalyptictone recently adapted in philosophy”. Tra-ducción de John P. Leavy, Jr. Semia: 71.

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es trasladada desde el contexto del primer mundo al contextoposcolonial –que no es idéntico al del tercer mundo–, la des-cripción “negra” o “de color” pierde significado persuasivo. Laestratificación necesaria de la constitución-del-sujeto colonialen la primera fase del imperialismo capitalista vuelve inútil el“color” como significante emancipatorio. Confrontada por laferoz benevolencia estandarizante del radicalismo de la mayorparte de científicos-humanos norteamericanos y europeo-occi-dentales –reconocimiento por asimilación–, la progresiva aun-que heterogénea retirada del consumismo en la periferiacompradora, y la exclusión de los márgenes incluso de la arti-culación centro periférica –el “subalterno verdadero y diferencial”–,la analogía de conciencia de clase más que de conciencia deraza en esta área parece histórica, disciplinaria y prácticamenteprohibida por la derecha y la izquierda al mismo tiempo. No essólo cuestión de un doble desplazamiento, como no es simple-mente el problema de encontrar una analogía psicoanalítica quepueda acomodar a la mujer del tercer mundo con el primero.

Las advertencias que he expresado son válidas sólo si hablamosde la conciencia de la mujer o, más aceptable, sujeto, subalterno.Denunciar, o mejor aún, participar en,el trabajo antisexista entre mujeres decolor o mujeres bajo opresión de cla-se en el primer o en el tercer mundoes innegablemente lo que está en laagenda. Debemos acoger tambiéntoda la recuperación de informaciónen estas áreas silenciadas que está te-niendo lugar en la antropología, laciencia política, la historia y la socio-logía. Aunque la presunción y la cons-trucción de una conciencia o sujetosustente tal trabajo y lo hará, a largoplazo, coherente con el trabajo deconstitución-del-sujeto imperialistamezclando violencia epistémica conel avance del conocimiento y la civi-lización. Y la mujer subalterna conti-nuará siendo tan muda comosiempre28.

28. Incluso en esos excelentes textos dereportaje y análisis como lo es el de GailOmvedt.1980. We Will Smash This Prison!Indian women in struggle. Zed Press. Lon-dres, la presunción de que un grupo demujeres maharashtias en una situación pro-letaria urbana, reaccionando a una mujerblanca radical que había “compartido susuerte con el destino indio”, es representa-tivo de “las mujeres indias” o toca la cues-tión de “la conciencia femenina en la India”no es inofensivo cuando se ocupa de unaformación social del primer mundo dondela proliferación de comunicación en un len-guaje internacionalmente hegemónico hacealternativos relatos y testimonios instantá-neamente accesibles aún para estudiantesuniversitarias no graduadas.La observación de Norma Chinchilla, he-cha en el panel sobre Feminismos del ter-cer mundo: diferencias de forma ycontenido (UCLA, 8 de marzo de 1983), acer-ca de que el trabajo antisexista en el contex-to indio no es genuinamente antisexista sinoantifeudal, es otro caso para señalar. Estopermite que las definiciones de sexismoemerjan sólo después de que una

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En un campo tan cargado, no esfácil hacer la pregunta de la con-ciencia de la mujer subalterna; deeste modo es aún más necesariopermanecer en la radicalidad prag-mática de que tal cuestión no esun elefante blanco idealista. Si bienno todos los proyectos feministaso antisexistas pueden ser reducidosa esto, ignorarlo es un gesto de des-conocimiento político que tieneuna larga historia y colabora conel radicalismo masculino que vuel-ve al lugar del investigador trans-parente. En busca de aprender ahablar –más que escuchar a o ha-blar por– al sujeto históricamenteenmudecido de la mujer subalter-na, el intelectual poscolonial siste-máticamente “desaprende” elprivilegio femenino. Este desapren-dizaje sistemático implica aprendera criticar el discurso poscolonialcon las mejores herramientas queeste pueda proveer y no simple-mente sustituyendo la figura per-dida del colonizado. De este modo,el cuestionar la incuestionada mu-dez de la mujer subalterna inclusodentro del proyecto antiimperialis-ta de los estudios subalternos noes, como Jonathan Culler sugiere,“producir diferencia difiriendo” o“apelar... a una identidad sexual de-finida como esencial y privilegiarlas experiencias asociadas con esaidentidad” (Culler, 1982: 48).

La versión de Culler del proyectofeminista es posible dentro de lo queElizabeth Fox-Genovese ha llamado“la contribución de las revoluciones

sociedad ha entrado en el modo capitalistade producción, haciendo así capitalismo ypatriarcado convenientemente continuos. Tam-bién invoca las molestas cuestiones del rol del“modo de producción ‘asiático”’ en apoyo alpoder explicativo de la narrativización normati-va de la historia por medio de la relación de losmodos de producción, en la no obstantesofisticada manera en que la historia es inter-pretada.El curioso papel del nombre propio “Asia” eneste asunto no queda confinado a la prueba orefutación de la existencia empírica del modoactual –un problema que se vuelve objeto de unmanejo intenso dentro del comunismo interna-cional– sino permanece crucial incluso en tra-bajos de tal sutileza teórica e importancia comolos de Barry Hindess y Paul Hist. Pre-CapitalistsModes of Production. 1975. Routledge. Londres,y el de Fredric Jameson. Political Unconscious.Especialmente en el de Jameson, donde la mor-fología de los modos de producción es salva-da de toda sospecha de determinismo históricoy anclada a la teoría postestructuralista del suje-to, el modo “asiático” de producción, en suapariencia de “despotismo oriental” como laformación concomitante del estado, sigue sir-viendo. También cumple un papel significanteen el modo de producción narrativa transfor-mado en el Anti-Oedipus de Deleuze y Guattari,en el debate soviético, en el lejano cambio desitio, efectivamente, desde estos proyectos teó-ricos contemporáneos, la suficiencia doctrinaldel modo “asiático” de producción fue másfrecuentemente puesto en duda por sus variasversiones y nomenclaturas de feudal, esclavistay comunal como modos de producción. Eldebate es presentado en detalle en Stephen F.Dunn. 1982. The Fall and Rise of the Asiatic Modeof Production. Routledge. Londres. Sería intere-sante relacionar esto con el “momento” derepresión imperialista en la mayoría de los de-bates sobre la transición del feudalismo al capi-talismo que tan largamente ha ejercitado laizquierda occidental. Lo que es importante aquíes que una observación como la de Chinchillarepresenta una jerarquización ampliamente di-fundida dentro del feminismo del tercer mundo–más que en el marxismo occidental–, lo cualla sitúa dentro del tráfico existente desde hacemucho con el concepto-metáfora imperialistade “Asia”.Debo añadir que todavía no he leído de MadhuKishwar y Ruth Vanita (eds.). 1984. In Search ofAnswers: Indian women’s voices from Manushi.Zed Press. Londres.

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burguesas-demócratas al individualismo social y político de lamujer” (Fox-Genovese, 1982: 21). Muchas de nosotras estuvimosobligadas a entender el proyecto feminista como Culler lo des-cribe ahora cuando estábamos agitando la opinión pública comoacadémicas de Estados Unidos29. Fue ciertamente una etapa ne-cesaria en mi propia educación en “desaprendizaje” y ha conso-lidado la creencia de que la corrienteprincipal del proyecto del feminis-mo occidental continúa y desplazala batalla sobre el derecho al indivi-dualismo tanto entre mujeres comoentre hombres en situación de mo-vilidad ascendente de clase. Unosospecha que el debate entre feminismo norteamericano y “teo-ría” europea –como es representada generalmente la teoría pormujeres de Estados Unidos o Inglaterra– ocupa un rincón signi-ficativo de ese mismo terreno. Yo simpatizo generalmente conel llamado a hacer más “teórico” el feminismo norteamericano.Parece, sin embargo, que el problema del sujeto enmudecido dela mujer subalterna, aunque no resuelto por una búsqueda “esen-cialista” de los orígenes perdidos, tampoco puede ser despacha-do por la exigencia de más teoría en cualquier extremo deanglo-América.

Ese llamamiento es hecho frecuentemente en nombre de unacrítica al “positivismo”, el cual es visto aquí igual que el “esen-cialismo”. Aun Hegel, el inaugurador moderno del “trabajo de lonegativo”, no fue extraño a la noción de las esencias. Para Marx,la curiosa persistencia del esencialismo en la dialéctica fue unproblema profundo y productivo. Así, la rigurosa oposición bi-naria entre positivismo/esencialismo –léase Estados Unidos– y“teoría” –léase, francesa o franco-germana por conducto anglo-americano– puede ser espuria. Aparte de reprimir la ambiguacomplicidad entre esencialismo y críticas del positivismo –re-conocida por Derrida en Of grammatology as a positive science–,también yerra al implicar que el positivismo no es una teoría.Este movimiento permite la emergencia de un nombre propio,una esencia positiva, la Teoría. Una vez más, la posición delinvestigador permanece incuestionada. Y si este debate territo-rial gira hacia el tercer mundo no se discierne ningún cambio enla cuestión del método. Este debate no puede tener en cuentaque, en el caso de la mujer como subalterna, no se pueden

29. He tratado de desarrollar esta idea enuna forma un poco autobiográfica en“Finding feminists readings: Dante – Yeats”.En Ira Konisberg (ed.). 1981. AmericanCriticism in the Postructuralist Age. Universityof Michigan Press. Ann Arbor.

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recolectar ingredientes para la constitución del itinerario del rastrode un sujeto sexuado para ubicar la posibilidad de diseminación.

Aun así, generalmente simpatizo con el lineamiento feminis-ta que critica al positivismo y la desfetichización de lo concre-to. También estoy lejos de ser reacia al aprendizaje del trabajode los teóricos occidentales; sin embargo, he aprendido a insis-tir en marcar su postura como sujetos investigadores. Dadas es-tas condiciones, y como una crítica literaria, confrontabatácticamente el inmenso problema de la conciencia de la mujercomo subalterna. Reinventaba el problema en una oración y latransformaba en el objeto de una simple semiosis. ¿Qué signifi-ca esta oración? La analogía aquí es entre la victimización ideo-lógica de un Freud y la postura del intelectual poscolonial comosujeto investigador.

Como Sarah Kofman ha mostrado, la profunda ambigüedaddel uso que hace Freud de las mujeres como víctima propiciatoriaes una reacción-formación de un deseo inicial y continuo de dara la histérica una voz, de transformarla en el sujeto de la histeria(Kofman, 1980). La formación ideológica masculino-imperialistaque le dio la forma de la “seducción de la hija” a ese deseo esparte de la misma formación que construye a la monolítica “mu-jer del tercer mundo”. Como intelectual poscolonial estoy igual-mente influenciada por esa formación. Parte de nuestro proyectode “desaprendizaje” es articular esa formación ideológica –mi-diendo silencios si fuese necesario– dentro del objeto de investi-gación. De este modo, cuando enfrentemos las preguntas, ¿puedehablar el subalterno?, y ¿puede hablar el subalterno –como mu-jer–?, nuestros esfuerzos para darle al subalterno una voz en lahistoria estarán doblemente abiertos a los peligros generados porel discurso de Freud. Como un producto de estas consideracioneshe propuesto conjuntamente la frase “Los hombres blancos estánsalvando a las mujeres cafés30 de los hombres cafés” en un espíri-tu no disímil del que es encontrado en las investigaciones de Freud

con la frase “Un niño está siendo gol-peado” (Freud, 1955, vol. 17).

El uso de Freud aquí no implicauna analogía isomorfa entre forma-ción-de-sujeto y la conducta de co-lectivos sociales, una práctica

frecuente, a menudo acompañada por una referencia a Reich,en la conversación entre Deleuze y Foucault. De esta manera no

30. Spivak hace referencia aquí al color depiel de los hombres y mujeres de la India,lo cual tiene múltiples connotaciones en elcontexto colonial y poscolonial de la Indiay el imperio británico. N del t.

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estoy sugiriendo que “Los hombres blancos están salvando a lasmujeres cafés de los hombres cafés” sea una frase que esté indi-cando una fantasía colectiva sintomática de un itinerario colecti-vo de represión sadomasoquista en una empresa imperialistacolectiva. Hay una simetría satisfactoria en tal alegoría, pero invi-taría al lector a considerarlo más bien un problema de “psicoaná-lisis salvaje” que una solución final (Freud, 1955, vol. 11). Tal comola insistencia de Freud en hacer de la mujer una víctima propicia-toria en “Un niño está siendo golpeado” evidencia sus interesespolíticos, aunque imperfectamente, así mismo mi insistencia so-bre la producción-del-sujeto imperialista como ocasión para estafrase manifiesta mi política.

Aún más, estoy tratando de tomar prestada el aura metodo-lógica general de la estrategia de Freud hacia la frase que él in-terpretó como una frase fuera de los muchos relatos sustantivossimilares que sus pacientes le dieron. Esto no significa que ofre-ceré un caso de transferencia-en-análisis como un modelo iso-morfo para la transacción entre el lector y el texto –mi frase–.La analogía entre transferencia y crítica literaria o historiografíano es más que una productiva catacresis. Decir que el sujeto esun texto no autoriza el pronunciamiento inverso: el texto ver-bal es un sujeto.

Estoy fascinada, más que todo, por como Freud predica unahistoria de represión que produce la frase final. Es una historiacon un doble origen, uno escondido en la amnesia del infante,el otro alojado en nuestro pasado arcaico, asumiendo por impli-cación un espacio preoriginario donde lo humano y lo animalno estaban diferenciados todavía (Freud, 1955, vol. 17). Somosconducidos a imponer un homólogo de esta estrategia freudianasobre la narrativa marxista para explicar el disimulo ideológicode la economía política imperialista y perfilar una historia derepresión que produce una frase como la que he esbozado. Estahistoria también tiene un doble origen, uno oculto en las mani-pulaciones tras la abolición británi-ca del sacrificio de viudas en 182931,el otro alojado en el pasado clásicoy védico de la India hindú, el Rig-Veda y el Dharmasâstra. No dudoque hay también un espacio preori-ginario indiferenciado que sustentaesta historia.

31. Para una brillante relación de cómo la“realidad” del sacrificio de viudas fue cons-tituida o “textualizada” durante el periodocolonial, véase Lata Mani. “The productionof colonial discourse: sati in early nineteenth-century Bengal”. Tesis de maestría, Universityof California at Santa Cruz. 1983. Me benefi-cié de la discusión con la señorita Mani alprincipio de este proyecto.

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La frase que he construido es una entre los muchos desplaza-mientos que describen la relación entre hombres blancos y ca-fés –a veces incluye a mujeres blancas y cafés–. Toma su lugarentre algunas frases de “admiración hiperbólica” o de culpa pia-dosa que Derrida menciona sobre la conexión con el “prejuiciojeroglifista”. La relación entre el sujeto imperialista y el sujetode imperialismo es por lo menos ambigua.

La viuda hindú asciende a la pira del esposo muerto y seinmola a sí misma sobre ella. Este es el sacrificio de la viuda. (Latranscripción convencional de la palabra sánscrita para viudapodría ser sati. Los británicos coloniales tempranos la transcri-bieron como suttee). El rito no era practicado universalmente yno tenía una fijación de casta o de clase. La abolición de esterito por los británicos ha sido entendida como un caso de “Hom-bres blancos salvando mujeres cafés de hombres cafés”. Lasmujeres blancas –desde los registros misioneros británicos delsiglo diecinueve hasta Mary Daly– no han producido una inter-pretación alternativa. Contra esto está el argumento indio nati-vo, una parodia de la nostalgia por los orígenes perdidos: “Lasmujeres realmente deseaban morir”.

Las dos frases hacen un largo trabajo para legitimarse mutua-mente. Uno nunca encuentra el testimonio de la voz-concienciade las mujeres. Tal testimonio no sería ideología-trascendente o“plenamente” subjetiva, por supuesto, pero habría constituidolos ingredientes para la producción de una contrafrase. Mien-tras uno va revisando los nombres grotescamente mal transcritosde estas mujeres, las viudas sacrificadas, en los informes depolicía incluidos en los registros de la Compañía de las IndiasOrientales, uno no puede poner en conjunto una “voz”. Lo másque uno puede sentir es la inmensa heterogeneidad atravesandotal relación esquelética e ignorante –las castas, por ejemplo, sondescritas regularmente como tribus–. Enfrentada a las frasesdialécticamente entrelazadas que son construibles tales como“Hombres blancos están salvando mujeres cafés de hombrescafés” y “Las mujeres deseaban morir”, la mujer intelectual pos-colonial hace una pregunta de simple semiosis, ¿qué significaesto?, y empieza a trazar una historia.

Al marcar el momento en el que una sociedad no sólo civilsino una buena sociedad nace de la confusión doméstica, se in-voca con frecuencia eventos singulares que infringen el códigode la ley para impartir su espíritu. La protección de las mujeres

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por los hombres a menudo provee tal evento. Si recordamosque los británicos se jactaban de su absoluta equidad y de su nointerferencia con la costumbre/ley nativa, una invocación deesta transgresión sancionada del código por el bien del espíritupuede ser leída en el comentario de J. D. M. Derrett: “La primeralegislación sobre la ley hindú fue llevada a cabo sin la aproba-ción de un solo hindú”. La legislación no es nombrada aquí. Lasiguiente frase, donde la medida es nombrada, es igualmenteinteresante si se consideran las implicaciones de la superviven-cia de una “buena” sociedad establecida colonialmente despuésde la descolonización: “La recurrencia del sati en la India inde-pendiente es probablemente un reavivamiento oscurantista elcual no puede sobrevivir por mucho tiempo incluso en la partemás atrasada del país” (Derret, 1957: 68).

Tanto si esta afirmación es correcta como si no, lo que meinteresa es que la protección de la mujer –hoy la mujer del tercermundo– se convierte en un significante para el establecimientode una buena sociedad que debe, en tales momentos inaugurales,transgredir la mera legalidad, o la equidad de la política legal. Eneste caso en particular, el proceso también permitió la redefini-ción como crimen de lo que había sido tolerado, conocido o adu-lado como ritual. En otras palabras, este artículo en la ley hindúsaltó la frontera entre el dominio privado y el público.

A pesar de que la narrativa histórica de Foucault, enfocándosesolamente en Europa occidental, ve solamente una tolerancia porel criminal precediendo el desarrollo de la criminología a finalesdel siglo dieciocho (PK: 41), su descripción teórica de la “episte-me” es pertinente aquí: “La episteme es el “mecanismo político”que hace posible separar no lo verdadero de lo falso, sino de loque no puede ser caracterizado como científico” (PK: 197) –el ri-tual como opuesto al crimen, el uno resuelto por la superstición,el otro por la ciencia legal–.

El salto del suttee de lo privado a lo público tiene una relaciónclara y compleja con la conversión de una presencia británicamercantil y comercial a una presencia territorial y administrativa;puede ser rastreada en la correspondencia entre estaciones depolicía, las más bajas y las más altas cortes, las cortes de directo-res, la corte del príncipe regente y gente por el estilo. Es intere-sante notar que, desde el punto de vista del “sujeto colonial”nativo, también emergente de la transición feudalismo-capitalis-mo, sati es un significante con carga social inversa: “Los grupos

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se volvían psicológicamente marginales por su exposición alimpacto occidental... habían llegado a demostrar bajo presión,a otros tan bien como a ellos mismos, su pureza ritual y lealtadpor la alta cultura tradicional. Para muchos de ellos el sati seconvertía en una importante prueba de conformidad a normasantiguas en un tiempo en que estas normas se habían vueltoinestables” (Nandy, 1975: 68).

Si este es el primer origen histórico de mi frase, está evidente-mente perdido en la historia de la humanidad como trabajo, lahistoria de la expansión del capitalismo, la lenta liberación de lafuerza de trabajo como mercancía, esa narrativa de los modos deproducción, la transición del feudalismo a través del mercantilis-mo hacia el capitalismo. A pesar de eso, la precaria normativa deesta narrativa es apoyada por el substituto supuestamente inmu-table del modo de producción “asiático”, el cual interviene paramantener cuando quiera que se pueda volver evidente que la his-toria de la lógica del capital es la historia de Occidente, que elimperialismo establece la universalidad de la narrativa del modode producción, que ignorar al subalterno hoy es, por fuerza, con-tinuar el proyecto imperialista. El origen de mi frase está por lotanto perdido en la baraja entre otros discursos más poderosos.Dado que la abolición del sati fue admirable en sí misma, ¿estodavía posible preguntarse si una percepción del origen de mifrase puede contener posibilidades intervencionistas?

La imagen del imperialismo como el fundador de una buenasociedad está marcada por la adopción de la mujer como objetode protección de su propia especie. ¿Cómo se debería examinarel disimulo de la estrategia patriarcal, que por lo visto le otorga ala mujer libre elección como sujeto? En otras palabras, ¿cómo sehace para pasar de lo “británico” al “hinduismo”? Incluso el in-tento muestra que el imperialismo no es lo mismo que cromatis-mo, o mero prejuicio contra la gente de color. Para abordar estacuestión, me ocuparé brevemente del Dharmasâstra –las escritu-ras sagradas de soporte– y el Rig-Veda –doctrina de la alabanza–.Ellas representan el origen arcaico en mi homología de Freud. Porsupuesto, mi tratamiento no es exhaustivo. Mis lecturas son, másque todo, un examen interesado e inexperto, de una mujer pos-colonial, sobre la fabricación de la represión, una contranarrativaconstruida de la conciencia de la mujer, del ser de la mujer, de esemodo del ser bueno de la mujer, del deseo de la mujer buena, yasí, del deseo de la mujer. Paradójicamente, al mismo tiempo

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atestiguamos el lugar variable de la mujer como significante enla inscripción del individuo social.

Los dos momentos que me interesan del Dharmasâstra son eldiscurso sobre suicidios aprobados y la naturaleza de los ritos dela muerte32. Enmarcada en estos dos discursos, la autoinmolaciónde viudas parece una excepción a laregla. La doctrina general de las es-crituras es que el suicidio es repren-sible. Se da cabida, sin embargo, aciertas formas de suicidio las cuales,como representación formulista,pierden la identidad del fenómenoque es el suicidio. La primera categoría de suicidios aprobadossurge del tatvajnâna, o el conocimiento de la verdad. Aquí elsujeto conocedor abarca la insubstancialidad o mera fenomenali-dad –que puede ser la misma cosa que la no fenomenalidad– desu identidad. En cierto momento, el tat tva fue interpretado como“ese usted”, pero incluso sin ese, tatva es aquello o su naturalezaverdadera, su esencia. Así mismo, este ser ilustrado en verdadconoce el “aquello” de su identidad. Su demolición de esa identi-dad no es âtmaghâta –un asesinato del yo–. La paradoja de cono-cer los límites del conocimiento es que la aseveración más fuertede la capacidad de acción, negar esa capacidad, no puede ser unejemplo por sí misma. Curiosamente, el auto-sacrificio de los dio-ses es aprobado por la ecología natural, útil para la labor de laeconomía de la naturaleza y el universo, más que para el autoco-nocimiento. En esta etapa lógicamente anterior, habitada por dio-ses más que por seres humanos, de esta cadena particular dedesplazamientos, suicidio y sacrificio (âtmaghâta y âtmadâna)parecen tan poco distintas como una aprobación “interior” (auto-conocimiento) y una “exterior” (ecología).

Este espacio filosófico, sin embargo, no admite a la autoin-molación de la mujer. A ella la vemos dónde se hace espaciopara suicidios aprobados que no pueden reclamar conocimien-to-verdadero como un estado que es, de todos modos, fácil-mente verificable y pertenece al área del sruti (lo que es oído)en vez de smirti (lo que es recordado). Esta excepción a la reglageneral sobre el suicidio anula la identidad fenomenal de la au-toinmolación si se ejecuta en ciertos lugares más que si se eje-cuta en un cierto estado de ilustración. De este modo, pasamosde una aprobación interior –conocimiento-verdadero– a una

32. La siguiente relación se apoya fuertemen-te sobre la obra de Pandurang Varman Kane.1963. History of Dharmasastra. BhandarkarOriental Research Institute. Poona (de aquí enadelante citado como HD, con volumen, nú-mero de la parte y de las páginas).

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exterior –lugar de peregrinaje–. Es posible para una mujer ejecu-tar este tipo de (no) suicidio33.

Incluso este no es el lugar correcto para que la mujer anule elnombre propio del suicidio mediante la destrucción del propio

yo. Para ella sola es aprobada la au-toinmolación sobre la pira del es-poso muerto. (Los pocos ejemplosmasculinos citados en la antigüedadhindú de autoinmolación sobre lapira de alguien más, en tanto prue-bas de entusiasmo y devoción a unamo o superior, revelan la estructu-ra de dominación dentro del rito).

Este suicidio que no es suicidio puede ser leído como un simu-lacro tanto de conocimiento-verdadero como de devoción delugar. Si es lo primero, es como si el conocimiento en un sujetode su propia insubstancialidad y pura fenomenalidad fuera dra-matizado a fin de que el esposo muerto se convirtiera en ejem-plo exteriorizado y lugar del sujeto extinguido y la viuda seconvirtiera en el (no) agente que “lo actúa”. Si es lo segundo, escomo si la metonimia para todos los lugares sagrados fuera aho-ra la ardiente cama de madera, construida por un elaborado ri-tual, donde el sujeto de la mujer, legalmente desplazado de ellamisma, es consumido. Es en términos de esta profunda ideolo-gía del lugar desplazado del sujeto femenino que la paradoja delibre elección entra en juego. Para el sujeto masculino, es la di-cha del suicidio; una dicha que anulará más que establecer suestatus como tal, que será advertida. Para el sujeto femenino,una autoinmolación aprobada, incluso si hace a un lado el efec-to de “caída” (pâtaka) asociada a un suicidio no aprobado, con-duce a alabanza por el acto de elegir sobre otro registro. Por lainexorable producción ideológica del sujeto sexuado, tal muer-te puede ser entendida por el sujeto femenino como un signifi-cante excepcional de su propio deseo, excediendo la regla generalde conducta de una viuda.

En ciertos periodos y áreas esta regla excepcional se convir-tió en la regla general de una forma específica de clase. AshisNandy conecta su marcado predominio en el siglo dieciocho yprincipios del diecinueve en Bengala con factores que van delcontrol de la población a la misoginia comunal (Nandy, 1975).Ciertamente su predominio allí en los siglos previos se debió a

33. Upendra Thakur. 1963. The History of Sui-cide in India: An introduction. Munshi RamManohan Lal. Nueva Delhi: 9, tiene una listade útiles fuentes primarias sánscritas sobrelugares sagrados. Este libro laboriosamentedecente deja traslucir todos los signos de laesquizofrenia del sujeto colonial, tal comoel nacionalismo burgués, el comunalismopatriarcal y una “sensatez iluminada”.

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que en Bengala, a diferencia del resto de la India, las viudaspodían heredar propiedades. De este modo, lo que los británi-cos ven como pobres mujeres hechas víctimas yendo al mata-dero es de hecho un campo de batalla ideológico. Como P. V.Kane, el gran historiador del Dharmasâstra, ha observado co-rrectamente. “En Bengala [el hecho de que] la viuda de un miem-bro sin hijos aún, de una familia hindú colectiva tuviera derechoa prácticamente los mismos derechos sobre la propiedad de lafamilia colectiva que su difunto esposo habría tenido... debehaber inducido con frecuencia a los miembros sobrevivientes adesembarazarse de la viuda recurriendo en la hora más angus-tiosa a su devoción y amor por su esposo” (HD, II. 2: 635).

Incluso hombres benévolos y brillantes fueron y son simpa-tizantes del “valor” de la libre elección de la mujer en esta mate-ria. Ellos aceptan de este modo la producción del sujetosubalterno sexuado: “La India moderna no justifica la prácticadel sati, pero es una mentalidad deformada la que reprende a losindios modernos de expresar admiración y reverencia por el frescoy decidido valor de las mujeres indias que se convertían en satiso que ejecutaban el jahuar para valorar sus ideales de conductafemenina” (HD, II. 2: 636). Lo que Jean-François Lyotard ha llama-do le différend, la inaccesibilidad de,o intraducibilidad de, un modo dediscurso en disputa con otro es ví-vidamente ilustrado aquí (Lyotard,1984). Así como el discurso de lo quelos británicos perciben como un ri-tual pagano es transformado34

–pero no traducido, habría dichoLyotard– en lo que los británicos per-ciben como crimen, un diagnósticodel libre albedrío femenino es susti-tuido por otro.

Por supuesto, la autoinmolaciónde viudas no era una prescripciónritual invariable. Si, a pesar de todo,la viuda decide propasar el códigodel ritual, retroceder es una trans-gresión para la que es prescrita untipo particular de penitencia35. Conel oficial de policía británico local

34. Sublated en el original, probablementehaciendo referencia al aufheben de Hegel:los significados opuestos de “destruir” y “pre-servar”. La unión con un opuesto. N. del t.

35. HD, II, 2: 633. Hay sugerencias de queeste “castigo prescrito” fue muy excedidopor la práctica social. En el siguiente pasa-je, publicado en 1938, nótense los supuestospatrísticos sobre la libertad de la mujer tra-bajando en términos como “valor” y “fuer-za de carácter”. Puede suponerse que lacompleta objetivación de la viuda concubi-na era el castigo justo por la abdicación delderecho al valor, significando sujeto deestatus. “Algunas viudas, sin embargo, notenían el coraje para pasar la llameante prue-ba; ni tenían la suficiente fuerza mental y decarácter para vivir el alto ideal ascético pres-crito para ellas [brahmacarya]. Es triste re-gistrar que ellas debieron llevar la vida deuna concubina o avarudda stri [esposa en-carcelada]”. A. S. Altekar. 1938. The Positionof Women in Hindu Civilization: Fromprehistoric times to present day. MotilalBanarsidass. Nueva Delhi: 156.

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supervisando la inmolación, ser disuadida después de haber to-mado la decisión era, por contraste, una marca de verdaderolibre albedrío, una elección de libertad. La ambigüedad de laposición de la elite colonial indígena se manifiesta en la roman-tización nacionalista de la pureza, la fuerza y el amor de estasmujeres auto-sacrificadas. Los dos retratos típicos son el himnode Rabindranath Tagore a las “autorenunciantes abuelas pater-nas de Bengala” y el elogio del suttee de Ananda Coomaraswamycomo “esta última prueba de perfecta unidad de cuerpo y alma”(citado en Sena, 1925, vol, 2: 913-914).

Obviamente no estoy apoyando el matar viudas. Estoy sugi-riendo que, dentro de las dos versiones en pugna de libertad, laconstitución del sujeto femenino en vida es el lugar del diffé-rend. En el caso de la autoinmolación de la viuda, el ritual noestá siendo redefinido como superstición sino como crimen. Lagravedad del sati era la de estar ideológicamente cargado como“recompensa”, tal y como la gravedad del imperialismo era elestar ideológicamente cargado como “misión social”. La com-prensión de Thompson sobre el sati como “castigo” está lejosde lo señalado:

Puede parecer injusto e ilógico que los mongoles, quienes empalabanlibremente y desollaban vivas a sus víctimas, o los nacionales deEuropa, cuyos países tienen tan feroces códigos penales y que habíanconocido, escasamente un siglo antes de que el suttee impresionarala conciencia de los ingleses, orgías de quema de brujas y persecuciónreligiosa, se hubieran sentido como lo hicieron acerca del suttee.Pero las diferencias vistas por éstos serían que las víctimas de suscrueldades eran torturadas por una ley que las veía comotransgresores, mientras que las víctimas del suttee no eran castigadaspor una transgresión sino por la debilidad física que las había puestoa merced del hombre. El rito parecía probar una depravación y unaarrogancia tales que ninguna otra ofensa había traído a la luz(Thompson, 1928: 132).

A lo largo de la mitad y al final del siglo dieciocho, en el espí-ritu de la codificación de la ley, los británicos en la India colabo-raron y consultaron con brahmanes eruditos para juzgar si el sutteeera legal bajo su versión homogeneizada de la ley hindú. La cola-boración fue a menudo idiosincrásica, como en el caso del signi-ficado de ser disuadida. A veces, como en la prohibición Sâstricacontra la inmolación de viudas con hijos pequeños, la colaboración

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británica parece confusa36. Al comienzo del siglo diecinueve, lasautoridades británicas, y especialmente los británicos en Ingla-terra, sugirieron repetidamente que la colaboración hacía pare-cer como si los británicos excusaranesta práctica. Cuando la ley fue es-crita finalmente, la historia del lar-go periodo de colaboración fue borrada, y el lenguaje celebró alhindú noble que estaba en contra del hindú malo, a quien se leatribuían atrocidades salvajes:

La práctica del Suttee... es repugnante para el sentimiento de lanaturaleza humana... En muchas instancias, actos de atrocidad han sidoperpetrados, los cuales han sido estremecedores para los hindúesmismos... Motivado por estas consideraciones el Gobernador Generalen el Concejo, sin pretender apartarse de uno de los primeros y másimportantes principios del sistema de gobierno británico en la India deque todas las clases del pueblo estén seguras en la observancia de suscostumbres religiosas, con la condición de que el sistema pueda seradherido sin violar los dictados supremos de la justicia y la humanidad,ha estimado establecer las siguientes normas (HD, II, 2: 624-625).

Por supuesto no fue comprendido que esta era una ideologíaalternativa de la aprobación clasificada del suicidio como excep-ción, más que su inscripción como pecado. Tal vez el sati debióhaber sido leído como martirio, con el difunto esposo ocupando ellugar del Uno trascendental; o como guerra, con el esposo ocupan-do el lugar del soberano o del estado, por cuya causa una ideologíaintoxicante de auto-sacrificio puede ser implementada. En reali-dad, fue categorizada como asesinato, infanticidio y el abandonoletal de los más viejos. El dudoso lugar del libre albedrío del sujetosexuado constituido como mujer fue exitosamente borrado. Nohay itinerario que podamos trazar de nuevo aquí. Puesto que losotros suicidios aprobados no implicaban la escena de esta consti-tución, no formaban parte ni del campo de batalla ideológico deorigen arcaico –la tradición del Dramas– ni de la escena de la reins-cripción del ritual como crimen –la abolición británica–. La únicatransformación relacionada fue la reinscripción de Mahatma Gan-dhi de la noción de satyâgraha, o huelga de hambre como resisten-cia. Pero este no es el lugar para discutir los detalles de ese mar decambios. Simplemente invitaría al lector a comparar las auras delsacrificio de viudas y la resistencia gandhiana. La raíz en la primeraparte de satyâgraha y de sati es la misma.

36. Aquí, tanto como para el debate brahmansobre el sati, véase Mani. Op. cit.: 71f.

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Desde el principio de la era puránica (400 d. C. aproximada-mente) los brahmanes cultos debatían el buen uso doctrinal delsati como suicidios aprobados en lugares sagrados en general.(Este debate continúa en forma académica). A veces el origende casta con respecto a la práctica estaba en cuestión. La leygeneral para viudas, que ellas debieran observar, brahmacarya,fue, sin embargo, a duras penas debatida. No es suficiente tra-ducir brahmacarya como “celibato”. Debe reconocerse que, delas cuatro edades del ser en la psicobiografía regulativa hindú–o brahmánica–, brahmacarya es la práctica social anterior a lainscripción de parentesco del matrimonio. En el hombre –viudoo casado–se gradúa del vânaprastha (vida en el bosque) y pasaal celibato maduro y renunciación de samnyâsa (dejar a unlado)37. La mujer como esposa es indispensable para gârhasth-ya, o domesticidad y puede acompañar a su esposo en la vidaen el bosque. Ella no tiene acceso –de acuerdo con la aproba-ción brahmánica– al celibato final del ascetismo, o samnyâsa.La mujer como viuda, por la ley general de la doctrina sagrada,debe retroceder a una anterioridad transformada en estaticidad.Los males institucionales que acompañan esta ley son bien co-nocidos; estoy considerando su efecto asimétrico sobre la for-mación ideológica del sujeto sexuado. Es más significativo,entonces, que no hubiera debate sobre este destino no-excep-cional de las viudas –entre los hindúes o entre los hindúes y losbritánicos– que aquello de la prescripción excepcional de la au-toinmolación fuera condenado activamente38. La posibilidad derecuperar aquí un sujeto subalterno –sexualmente– se pierde y

está decidido una vez más.Esta asimetría legalmente progra-

mada en el estatus del sujeto quedefine efectivamente a la mujercomo objeto de un esposo, operaobviamente a favor del sujeto-esta-tus legalmente simétrico del hombre.Consecuentemente, la autoinmola-ción de la viuda convierte el casoextremo en ley general más que enuna excepción de esta. No es sor-prendente, entonces, leer sobre re-compensas celestiales para el sati,donde la cualidad de ser el objeto

37. Estamos hablando aquí de las normasreguladoras del brahmanismo, más que de“como eran las cosas”. Véase Robert Lingat.1973. The Classical Law of India. Traducción deJ. D. M. Derret. University of California Press.Berkeley: 46.

38. Tanto la rudimentaria posibilidad de laviuda de volver a casarse en la India antiguacomo la institución legal del nuevo casa-miento de la viuda en 1856 son transaccionesentre hombres. Las segundas nupcias de unaviuda son una gran excepción, tal vez por-que dejan inexplorado el programa de for-mación del sujeto. En toda la “doctrina” delas segundas nupcias de una viuda, son elpadre y el esposo quienes son aplaudidospor su valor reformista y desinterés.

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de un único poseedor es enfatizada por medio de la rivalidad conotras mujeres, extáticas bailarinas celestiales éstas, parangonesde belleza femenina y placer masculino quienes cantan en su ala-banza: “En el paraíso ella, devota única a su marido, y alabadapor grupos de apsarâs [bailarinas celestiales], juega con su mari-do mientras que gobiernen catorce Indras” (HD, II. 2: 631).

La profunda ironía de ubicar el libre albedrío de la mujer en laautoinmolación es revelada una vez más en un verso que acom-paña al anterior: “Mientras que la mujer [como esposa: stri] noarda ella misma sobre el fuego de la muerte de su esposo, ellanunca es liberada [mucyate] de su cuerpo femenino [strisarîr, porejemplo, en el ciclo de nacimientos]”. Incluso en tanto opera laliberación general más sutil de la capacidad de acción individual,el suicidio aprobado peculiar para la mujer traza su fuerza ideoló-gica identificando la agencia individual con la supraindividual:mátate tú misma en la pira de tu esposo ahora, y podrás matar tucuerpo femenino en el ciclo entero de nacimientos.

En un giro adicional de la paradoja, este énfasis sobre el librealbedrío establece el infortunio peculiar de tener un cuerpo fe-menino. La palabra para el yo que es realmente quemado es lapalabra estándar para espíritu en el más noble sentido (atman),mientras que el verbo “liberar”, por medio de la raíz para salva-ción en el más noble sentido (muc moska) está en el pasivo (mo-cyate), y la palabra para aquello que es anulado en el ciclo denacimiento es la palabra usual para cuerpo. El mensaje ideológi-co se escribe a sí mismo en la benevolente admiración de loshistoriadores masculinos del siglo veinte: “El Jahuar [autoinmo-lación en grupo de viudas de guerra Rajput aristocráticas o deinminentes viudas de guerra] practicado por las damas Rajput deChitor y otros lugares para salvarse ellas mismas de indeciblesatrocidades a manos de los musulmanes victoriosos es bien co-nocido para necesitar cualquier otra explicación” (HD, II, 2: 629).

Aunque jahuar no es, estrictamente hablando, un acto desati, y aunque no deseo hablar a favor de la violencia sexualaceptada de los ejércitos masculinos conquistadores, “musul-manes” o cualquier otro, la autoinmolación femenina ante estaposibilidad es una legitimación de la violación como “natural” yfunciona, a largo plazo, a favor de la exclusiva posesión genitalde la mujer. La violación en grupo perpetrada por los conquista-dores es una celebración metonímica de la adquisición territo-rial. Tal como la ley general para las viudas no fue cuestionada,

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así este acto de heroísmo femenino persiste entre las historiaspatrióticas contadas a los niños, operando así sobre el nivel másnatural de reproducción ideológica. Esto también cumple un tre-mendo papel, precisamente como significante sobredetermina-do, actuando en el comunalismo hindú. Simultáneamente, lacuestión más amplia del sujeto sexuado es ocultada poniendoen primer plano la violencia del sati. La tarea de recuperar unsujeto –sexualmente– subalterno se pierde en una textualidadinstitucional en su origen arcaico.

Como mencioné arriba, cuando el estatus de sujeto legal comopropietario podía ser temporalmente otorgado al sobrevivientefemenino, la autoinmolación de viudas fue rigurosamente forza-da. Raghunandana, el último legalista de los siglos quince-dieci-séis, cuya interpretación le presta supuestamente la más grandeautoridad a tal ejecución, toma como su texto un curioso pasajedel Rig-Veda, el más antiguo de los textos sagrados hindúes, elprimero de los Srutis. Haciendo esto está siguiendo una tradi-ción centenaria, conmemorando una mala interpretación pecu-liar y transparente en el preciso lugar de aprobación. Aquí estáel verso bosquejando ciertos pasos dentro de los ritos para losmuertos. Incluso para una lectura sencilla es claro que “no estádirigido a viudas del todo, sino a las esposas de la casa del hom-bre muerto, cuyos maridos estaban vivos”. ¿Por qué entoncesfue tomado como una interpretación importante? Esta, no mar-cada transposición del marido muerto por el vivo, está en unorden diferente de misterio en el origen arcaico de los casos quehemos estado discutiendo: “Dejen que aquellas cuyos espososson dignos y que viven entren a la casa con mantequilla clarifi-cada en sus ojos. Dejen que aquellas esposas pasen primero a lacasa, sin lágrimas, lozanas y bien adornadas” (HD, II, 2: 634). Peroesta crucial transposición no es el único error aquí. La autoridadse aloja en un pasaje discutido y en una lectura alterna. En lasegunda línea, traducida aquí “Dejen que aquellas esposas pa-sen primero a la casa”, la palabra para primero es agré. Algunosla han leído como agné, “Oh Fuego”. Como Kane aclara, no obs-tante, “incluso sin este cambio Apararka y otros confían para lapráctica del sati en este verso” (HD, IV, 2: 199). Aquí está otrapantalla alrededor de un origen de la historia del sujeto femeni-no subalterno. Es una onirocrítica histórica que uno debería rea-lizar a una declaración como: “¿Debe admitirse por consiguienteque bien los MSS son corruptos o que Raghunandana cometió

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un error inocente” (HD, II, 2: 634)? Debería mencionarse que elresto del poema es bien acerca de la ley general de brahmacar-ya-en-estaticidad para viudas, con respecto a la cual sati es unaexcepción, o bien acerca del niyoga – “señalar a un hermano oalgún pariente cercano para ocupar el lugar del esposo fallecidocasándose con su viuda”39.

Si P. V. Kane es la autoridad sobre la historia del Dharmasâs-tra, el texto de Mulla Principios de la ley hindú es la guía prácti-ca. Es parte del texto histórico de lo que Freud llamó “lógica delhervidor” que estamos desenredando aquí, a lo que aduce eltrabajo de Mulla, de manera tan definitiva, que el verso del Rig-Veda bajo consideración era prueba de que “las segundas nup-cias de las viudas y el divorcio eran reconocidos en algunos delos antiguos textos” (Mulla, 1982: 184).

Uno no puede sino preguntarse acerca del papel de la palabrayonî. En contexto, con el adverbio de lugar agré (enfrente), lapalabra significa “lugar para vivir”. Pero eso no desvanece susentido primario de “genital” –tal vez todavía no específicamentegenital femenino–. ¿Cómo podemostomar como autoridad para la elec-ción de la autoinmolación de unaviuda un pasaje que celebra la en-trada de esposas adornadas a un lu-gar para vivir invocado en estaocasión por su nombre-yonî, a talgrado que el icono extracontextuales casi una entrada en la produccióncívica o nacimiento? Paradójicamen-te, la relación imaginaria de vaginay fuego presta una clase de fuerza ala autoridad atribuida40. Esta para-doja es reforzada por la modifica-ción de Raghunandana del versopara leer, “Déjenlas primero ascen-der la morada fluida [u origen, con,por supuesto, el nombre-yonî –unrôhantu jalayônimagné], Oh fuego[o de fuego]”. ¿Por qué se deberíaaceptar que esto “probablementesignifica” “el fuego puede ser paraellas tan fresco como el agua” (HD,

39. Sir Monier Monier-Williams. 1899.Sanskrit-English Dictionary. Clarendon Press.Oxford: 552. Los historiadores a menudoson impacientes si los modernistas parecentratar de importar juicios “feministas” a anti-guos patriarcados. La cuestión real es, porsupuesto, ¿por qué las estructuras de domi-nación patriarcal deben ser registradasincuestionablemente? Las aprobaciones his-tóricas para la acción colectiva frente a lajusticia social sólo pueden ser desarrolla-das si la gente por fuera de la disciplinacuestiona los estándares de “objetividad”preservada como tal por la tradiciónhegemónica. No parece inapropiado ob-servar que un instrumento tan “objetivo”como un diccionario pueda usar la expre-sión explicativa profundamente sexista yprosélita: “plantear el problema del esposomuerto”.

40. Estoy agradecida a la profesora AlisonFinley del Trinity College (Hartford, CT) pordiscutir el pasaje conmigo. La profesoraFinley es una experta en el Rig-Veda. Meapresuro a señalar que ella encontraría mislecturas como irresponsablemente “críticas-literarias” como los antiguos historiadoreslas encontrarían “modernistas” (véase,Sunderlal T. Desai. 1982).

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II, 2: 634)? El fluido genital de fuego, una fraseología corrupta,puede representar una indeterminación sexual proporcionandoun simulacro para la indeterminación intelectual de tattvajnâna–conocimiento verdadero–.

He escrito arriba acerca de la contranarrativa construida dela conciencia de la mujer, y así, del ser mujer, y así, el que lamujer sea buena, y así, el deseo de la mujer buena, y así, deldeseo de la mujer. Este deslizamiento puede ser visto en la frac-tura inscrita en la propia palabra sati, la forma femenina de sat.El sat trasciende cualquier noción específica de género de mas-culinidad y asciende no sólo a universalidad humana sino tam-bién a la espiritual. Es el participio presente del verbo “ser” ycomo tal no sólo significa ser sino la Verdad, lo Bueno, lo Justo.Esta es su esencia en los textos sagrados, espíritu universal. In-cluso como prefijo indica apropiado, feliz, adecuado. Es lo sufi-cientemente noble para haber entrado al discurso másprivilegiado de la filosofía occidental moderna: la meditaciónde Heidegger sobre el Ser (Heidegger, 1961: 58). Sati, el femeninode esta palabra, significa simplemente “buena esposa”.

Este es el momento para anunciar que sati o suttee como nom-bre propio del rito de autoinmolación de viudas conmemora unerror gramático de parte de los británicos, casi igual que la no-menclatura “indio americano” conmemora un error fáctico deColón. La palabra en los distintos lenguajes de la India es “laquema de la sati” o de la buena esposa, quien de ese modo esca-pa la estaticidad regresiva de la viuda en brahmacarya. Estoejemplifica las sobredeterminaciones de la situación de raza,clase, género. Esto tal vez puede ser comprendido aun cuandose la aplana: hombres blancos, buscando salvar mujeres cafésde hombres cafés, imponen sobre estas mujeres una constric-ción ideológica más grande identificando absolutamente, den-tro de la práctica discursiva, buena esposa con autoinmolaciónen la pira del esposo. Sobre el costado de esta forma de consti-tuir el objeto, la abolición –o remoción– de lo que podía proveerla ocasión para establecer una buena sociedad, distinguida de lameramente civil, es la manipulación hindú de la constitucióndel sujeto femenino que he tratado de discutir.

(Ya he mencionado el Suttee de Edward Thompson, publica-do en 1928. No puedo hacer justicia aquí a este especímen per-fecto de verdadera justificación del imperialismo como misióncivilizadora. En ninguna parte de su libro, escrito por alguien

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que declaradamente “ama a la India”, hay algún cuestionamien-to de la “beneficiosa crueldad” de los británicos en la Indiamotivados por el expansionismo territorial o por el manejo delcapital industrial (Thompson, 1928: 37). El problema con su libroes, ciertamente, un problema de representación, la construcciónde una “India” continua y homogénea en términos de cabezasde estado y administradores británicos, desde la perspectiva de“un hombre de buen sentido” que sería la transparente voz ra-zonable de la humanidad. “India” puede ser representada en otrosentido, por sus amos imperiales. La razón para referirse aquí alsuttee es el astuto aprovechamiento de Thompson de la palabrasati como “fiel” en la primera frase de su libro, una traduccióninexacta que es, sin embargo, unpermiso inglés para la inserción delsujeto femenino en el discurso delsiglo veinte)41.

Considérese la alabanza de Thompson de la apreciación delgeneral Charles Hervey del problema del sati:

Hervey tiene un pasaje en el que manifiesta la piedad de un sistemaque buscaba sólo la hermosura y la constancia en la mujer. Él obtuvolos nombres de satis que habían muerto en las piras de los Rajaes deBikanir; ellas tenían nombres como “Reina Radiante, Rayo de Sol,Delicia de Amor, Guirnalda, Virtud Encontrada, Eco, Ojo Suave,Comodidad, Rayo de Luna, Despecho de Amor, Corazón Amado,Juego de Ojos, Nacida entre los Árboles, Sonrisa, Capullo de Amor,Buen Augurio, Vestida de Niebla, o Brote de Nube” –el último es elnombre de una favorita–.

Imponiendo, una vez más, las demandas típicas de la clasealta victoriana sobre “su mujer” –su frase preferida–, Thompsonse apropia de la mujer hindú como suya para salvarla del “siste-ma”. Bikaner queda en Rajastán; y cualquier discusión sobrequema de viudas de Rajastán, especialmente dentro de la clasedirigente, estaba íntimamente ligada a la construcción positivao negativa del comunalismo hindú –o ario–.

Una mirada a los nombres patéticamente mal escritos de lassatis de los artesanos, campesinos, prestamistas, clérigos y gru-pos sociales comparables en Bengala, donde las satis fueron máscomunes, no habría producido tal cosecha –el adjetivo preferi-do de Thompson para los bengalíes es “imbéciles”–. O talvez sí.

41. Ibid.: 15. Para el estatus del nombre pro-pio como “marca”, véase Derrida, “TakingChances”.

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No hay pasatiempo más peligroso que cambiar nombres propiosa nominales comunes, traduciéndolos y usándolos como eviden-cia sociológica. Yo traté de reconstruir los nombres de esa lista yempecé a sentir la arrogancia de Hervey-Thompson. Por ejemplo,¿qué pudo haber sido “Comodidad”? ¿Era Shanti? Los lectoresrecordarán la última línea de La tierra baldía de T. S. Eliot. Allí lapalabra soporta la marca de una clase de estereotipo de la India–la grandeza de los ecuménicos Upanishads. ¿O era swasti? Loslectores se acordarán de la swastica, la marca ritual brahmánicade la comodidad doméstica –como en “Dios bendiga nuestro ho-gar”– estereotipada en una parodia criminal de hegemonía aria.Entre estas dos apropiaciones, ¿dónde está nuestra bella y cons-tante viuda ardiente? El aura de los nombres le debe más a escri-tores como Edward Fitzgerald, el “traductor” de los Rubayyat deOmar Khayyam quien ayudó a construir una cierta imagen de lamujer oriental por medio de la supuesta “objetividad” de la tra-ducción, más que por la exactitud sociológica –el Orientalismode Said, 1978, sigue siendo aquí el texto autorizado–. De acuerdocon este tipo de consideración, la traducción de los nombres pro-pios de un conjunto aleatorio de filósofos franceses contemporá-neos o de directores de prestigiosas corporaciones del sur deEstados Unidos daría evidencia de una feroz inversión en unateocracia arcangélica y hagiocéntrica. Tales trucos de la plumapueden ser perpetuados también sobre los “sustantivos comu-nes”, pero el nombre propio es más susceptible al truco. Y es eltruco británico con el sati lo que estamos discutiendo. Despuésde tal domesticación del sujeto, Thompson puede escribir, bajoel encabezamiento “La sicología del ‘Sati”: “He pretendido tratarde examinar esto; pero lo cierto es que ya no me genera perpleji-dad” (Thompson, 1928: 137).

Entre patriarcado e imperialismo, constitución del sujeto yformación del objeto, desaparece la figura de la mujer, no dentrode una nada prístina, sino dentro de un violento ir y venir que esla figuración desplazada de la “mujer del tercer mundo” atrapadaentre la tradición y la modernización. Estas consideraciones revi-sarían cada detalle de los juicios que parecen válidos para unahistoria de la sexualidad en Occidente: “Tal sería la característicade la represión, la que la distinguiría de las prohibiciones sosteni-das por la ley penal simple: la represión funciona bien como unasentencia a desaparecer, pero también como un mandato al silen-cio, afirmación de no-existencia; y consecuentemente establece

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que de todo esto no hay nada que decir, que ver o conocer” (Foucault,1980: 4). El caso del suttee como ejemplo de la mujer-en-el-impe-rialismo podría desafiar y reconstruir esta oposición entre sujeto–ley– y objeto de conocimiento –represión– y marcar el lugar de la“desaparición” con algo más que el silencio y la no-existencia, unaviolenta aporía entre el estatus del sujeto y del objeto.

Sati como nombre propio de mujer es de uso muy extendidohoy en la India. Llamar a una niña “una buena esposa” tiene supropia ironía profética, y la ironía se hace más grande porqueeste sentido de sustantivo común no es el operador primario enel nombre propio42. Tras el nombramiento de la niña está el Satide la mitología hindú, Durga en su manifestación como buenaesposa43. En una parte de la historia, Sati –ya es llamada así–llega a la corte de su padre sin ser invitada, en ausencia, incluso,de una invitación para su divino es-poso Siva. Su padre empieza a ul-trajar a Siva y Sati muere de dolor.Siva llega furioso y baila sobre el uni-verso con el cuerpo de Sati sobre suhombro. Vishnu descuartiza el cuer-po y las partes son esparcidas sobrela tierra. Alrededor de cada partecomo reliquia hay un gran lugar de peregrinación.

Figuras como la diosa Atenea –“hijas del padre auto-declara-damente no contaminadas por el útero”– son útiles para esta-blecer el autoenvilecimiento ideológico de las mujeres, lo cualdebe ser diferenciado de una actitud deconstructiva hacia elsujeto esencialista. La historia de la mítica Sati, invirtiendo cadanarratema del rito, realiza una función similar: el esposo vivien-te venga la muerte de la esposa, una transacción entre grandesdioses masculinos ejecuta la destrucción del cuerpo femenino ylo inscribe así a la tierra como una geografía sagrada. Ver estocomo una prueba de feminismo del hinduismo clásico o de unacultura india centrada en diosas y por lo tanto feminista es unaposición tan ideológicamente contaminada de nativismo o et-nocentrismo inverso como fue imperialista borrar la imagen dela luminosa luchadora Madre Durga y revestir el nombre propioSati sin otro significado distinto que el del ardiente ritual de laindefensa viuda como ofrenda de sacrificio que puede entoncesser salvada. No hay espacio desde el cual pueda hablar el sujetosubalterno sexuado.

42. El hecho de que la palabra también fueusada como forma de señalar a una mujerde buena cuna –”una dama”– complica elasunto.

43. Debería recordarse que esta relaciónno agota sus muchas manifestaciones den-tro del panteón.

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Si los oprimidos por el capital socializado no necesariamentetienen acceso sin mediación a la resistencia “correcta”, ¿puede laideología del sati, viniendo de la historia de la periferia, ser ab-sorbido44 dentro de algún modelo de práctica intervencionista?Puesto que este ensayo opera sobre la noción de que todas aque-llas nostalgias bien definidas por los orígenes perdidos son sospe-chosas, especialmente como base para la producción ideológicacontrahegemónica, debo proceder por la vía del ejemplo45.

(El ejemplo que ofrezco aquí no es una súplica por algunaviolenta hermandad india de autodestrucción. La definición de

la India británica como hindú en laley hindú es una de las marcas de laguerra ideológica de los británicoscontra los gobernantes Mughales is-lámicos en la India; una escaramuzasignificante en esa guerra todavía sinterminar fue la división del subcon-tinente. Además, desde mi punto devista, los ejemplos individuales deesta clase fallan trágicamente comomodelos de práctica intervencionis-ta, puesto que cuestiono la produc-ción de tales modelos. Por otro lado,como objetos de análisis de discur-so para el intelectual no autorenun-ciante, pueden iluminar una seccióndel texto social, no obstante en unaforma fortuita).

Una joven de dieciséis o diecisie-te años, Bhuvaneswari Bhaduri, se

colgó en el modesto apartamento de su padre en el norte de Cal-cuta en 1926. El suicidio era un rompecabezas puesto que, comoBhuvaneswari estaba menstruando en ese momento, claramenteno era un caso de embarazo ilícito. Cerca de una década después,se descubrió que ella era miembro de uno de los muchos gruposimplicados en la lucha armada por la independencia de la India.Finalmente se le había confiado un asesinato político. Incapaz deafrontar la tarea y sin embargo consciente de la necesidad prácti-ca de lo que se le había confiado, ella se mató.

Bhuvaneswari sabía que su muerte sería diagnosticada comoel resultado de una pasión ilegítima. Por lo tanto había esperado

44. Sublated en el original. N. del t.

45. Una posición contra la nostalgia comobase de la producción ideológicacontrahegemónica no justifica su uso ne-gativo. Dentro de la complejidad de la eco-nomía política contemporánea podría ser,por ejemplo, altamente cuestionable pro-pugnar por que el actual crimen de la clasetrabajadora india de quemar a las noviasque llevan dotes insuficientes y disfrazarsubsecuentemente el asesinato como sui-cidio es tanto un uso o un abuso de la tradi-ción del suicidio sati. Lo máximo que sepuede afirmar es que ese es un desplaza-miento en una cadena de semiosis con elsujeto femenino como significante, lo cualnos haría retroceder a la narrativa que he-mos estado desenmarañando. Claramen-te, uno debe trabajar para detener el crimende quema de novias en cualquier forma. Si,sin embargo, ese trabajo es cumplido poruna nostalgia no examinada o su opuesto,se ayudaría activamente a la sustitución delo étnico o de la pura genitalidad comosignificante en el lugar del sujeto femenino.

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la llegada de la menstruación. Mientras esperaba, Bhuvaneswari,la brahmacârini que estaba sin duda buscando un papel de bue-na esposa, tal vez reescribió el texto social del suicidio sati deuna forma intervencionista. (Una explicación tentativa de suinexplicable acto habría sido una posible melancolía favorecidapor las continuas burlas de su cuñado sobre que ella era dema-siado vieja para no estar casada todavía). Ella generalizó el mo-tivo aprobado para el suicidio femenino quedándose con elinmenso problema de desplazar –no simplemente negar– en lainscripción fisiológica de su cuerpo, su confinamiento dentrode la pasión legítima por un solo hombre. En el contexto in-mediato, su acto se convirtió en un absurdo, un caso de deliriomás que de sanidad. El gesto de desplazamiento –esperando lamenstruación– es en principio una inversión de la prohibicióncontra el derecho de las viudas menstruantes de inmolarse ellasmismas; la viuda impura debía esperar, públicamente, hasta elbaño purificador del cuarto día, cuando ella ya no está mens-truando, para reclamar su dudoso privilegio.

En esta lectura, el suicidio de Bhuvaneswari Bhaduri es unareescritura no enfática, ad hoc, subalterna del texto social delsati tanto como el recuento hegemónico de la resplandeciente,luchadora y familiar Durga. Las emergentes posibilidades dis-crepantes de esa relación hegemónica de la madre luchadoraestán bien documentadas y son popularmente bien recordadaspor medio del discurso de los líderes masculinos participantesen el movimiento independentista. El subalterno como femeni-no no puede ser escuchado o leído.

Sé de la vida y muerte de Bhuvaneswari por medio de co-nexiones familiares. Antes de investigarlas más profundamente,le pedí a una mujer bengalí, filósofa y sanscritista cuya principalproducción intelectual es casi idéntica a la mía, que empezara elproceso. Dos réplicas: 1) ¿Por qué, si sus dos hermanas, Saileswariy Râseswari, llevaron vidas tan plenas y maravillosas, usted estáinteresada en la desventurada Bhuvaneswari? 2) Le pregunté asus sobrinas. Parece que fue un caso de amor ilícito.

He tratado de usar y de ir más allá de la deconstrucción derri-deana, la cual no celebro como feminismo como tal. Sin embar-go, en el contexto de la problemática que he señalado, encuentrosu morfología mucho más concienzuda y útil que el apremiante,compromiso sustantivo con temas más “políticos” de Foucaulty de Deleuze –la más reciente invitación a “hacerse mujer”– que

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puede hacer la influencia de ellos máspeligrosa para la academia de EstadosUnidos como entusiasta radical. De-rrida marca la crítica radical con el pe-ligro de apropiarse del otro porasimilación. Él lee la catacresis en elorigen. Él reclama una reescritura delutópico impulso estructural como “re-producir delirante esa voz interior quees la voz del otro en nosotros”. Deboreconocer aquí la utilidad a largo pla-zo en Jacques Derrida que ya no en-cuentro en los autores de La historiade la sexualidad y Mil mesetas46.

El subalterno no puede hablar. Nohay virtud en las listas globales de la-vandería con “mujer” como un artí-culo piadoso. La representación no seha marchitado. La intelectual feme-nina como intelectual tiene una tareacircunscrita que no debe rechazar conuna rúbrica.

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