spinoza y la libertad (acosta, 2004)

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Versiones 2, ene-jun 2004, Medellín, ISSN 1794-127X (pp. 93-102) Spinoza y la libertad* Juliana Acosta López de Mesa Filosofía Universidad de Antioquia [email protected] Observo que le gustaría tener voluntad libre. A mí no me apetece tenerla 1 Más de una persona ha querido ver en la ética spinoziana algo que hable de otra libertad que pueda encontrarse más allá de la auto conservación, la cual propone nuestro filósofo como fin ético y que, en consecuencia, parece ubicar su propuesta ética en un determinismo. Bastante desasosiego ha incitado en algunos lectores la libertad espinocista, tal cual nos lo muestra Lessing con su réplica a Jacobi, en la cita con la cual he dado comienzo a esta reflexión. De este modo, mientras algunos como Jacobi han expresado dicho descontento ante el determinismo, otros, en cambio, han preferido leer a Spinoza bajo la expectativa de encontrar sustento al sentimiento de una libertad como fruto del libre arbitrio, lo cual se ha traducido en una interpretación viciada que ha cerrado sus ojos a los postulados de la Ética. En el trayecto del presente escrito, trataremos de observar, detalladamente, cómo la exposición que hace Spinoza de la libertad en su Ética muestra argumentos que nos convencen de la necesidad de restringir las pretensiones de aquellos que adjudican al autor aspiraciones que rebasan el terreno de un posible determinismo. Para ello, realizaremos la exposición conforme a los siguientes pasos. Primero, haremos una distinción del tipo de libertad al que hace referencia Spinoza en su máxima obra ética, con el objetivo de evidenciar el contenido determinista de la libertad que este autor nos propone; en segundo término, realizaremos una investigación de la libertad espinosista más a fondo, desde sus primeros principios, con lo cual daremos paso a los argumentos que emplea nuestro autor para concebir una libertad distinta a la que normalmente admitimos. Con este fin, habremos de recurrir a una breve exposición de la segunda parte de la Ética, en donde Spinoza distingue las clases de conocimiento * El presente artículo fue presentado como ponencia en el I Foro Regional de Estudiantes de Filosofía, Instituto de Filosofía de la Universidad de Antioquia y Facultad de Filosofía de la Universidad Pontificia Bolivariana. Medellín, octubre de 2002. 1 De las conversaciones entre Lessing y F. H. Jacobi. Respuesta de Lessing a Jacobi, que se consideraba antípoda del spinozismo.

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Page 1: Spinoza y La Libertad (Acosta, 2004)

Versiones 2, ene-jun 2004, Medellín, ISSN 1794-127X (pp. 93-102)

Spinoza y la libertad*

Juliana Acosta López de MesaFilosofía

Universidad de [email protected]

Observo que le gustaría tener voluntad libre.A mí no me apetece tenerla1

Más de una persona ha querido ver en la ética spinoziana algo que hable de otralibertad que pueda encontrarse más allá de la auto conservación, la cual propone nuestrofilósofo como fin ético y que, en consecuencia, parece ubicar su propuesta ética en undeterminismo. Bastante desasosiego ha incitado en algunos lectores la libertadespinocista, tal cual nos lo muestra Lessing con su réplica a Jacobi, en la cita con lacual he dado comienzo a esta reflexión. De este modo, mientras algunos como Jacobihan expresado dicho descontento ante el determinismo, otros, en cambio, han preferidoleer a Spinoza bajo la expectativa de encontrar sustento al sentimiento de una libertadcomo fruto del libre arbitrio, lo cual se ha traducido en una interpretación viciada queha cerrado sus ojos a los postulados de la Ética. En el trayecto del presente escrito,trataremos de observar, detalladamente, cómo la exposición que hace Spinoza de lalibertad en su Ética muestra argumentos que nos convencen de la necesidad de restringirlas pretensiones de aquellos que adjudican al autor aspiraciones que rebasan el terrenode un posible determinismo.

Para ello, realizaremos la exposición conforme a los siguientes pasos. Primero,haremos una distinción del tipo de libertad al que hace referencia Spinoza en su máximaobra ética, con el objetivo de evidenciar el contenido determinista de la libertad queeste autor nos propone; en segundo término, realizaremos una investigación de lalibertad espinosista más a fondo, desde sus primeros principios, con lo cual daremospaso a los argumentos que emplea nuestro autor para concebir una libertad distinta a laque normalmente admitimos. Con este fin, habremos de recurrir a una breve exposiciónde la segunda parte de la Ética, en donde Spinoza distingue las clases de conocimiento

* El presente artículo fue presentado como ponencia en el I Foro Regional de Estudiantes deFilosofía, Instituto de Filosofía de la Universidad de Antioquia y Facultad de Filosofía de laUniversidad Pontificia Bolivariana. Medellín, octubre de 2002.

1 De las conversaciones entre Lessing y F. H. Jacobi. Respuesta de Lessing a Jacobi, que se considerabaantípoda del spinozismo.

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existentes y por medio de las cuales el hombre podrá hacerse a la libertad que predicael holandés, ya que esta última será posible merced al tipo de conocimiento del quehaga uso el hombre; en tercer y último lugar, mostraremos las consecuencias prácticasde la libertad spinoziana, por un lado, partiendo del mismo análisis del autor y, por otrolado, procurando poner de manifiesto la aplicabilidad de la misma (la libertad spinoziana),para concluir que tal libertad determinista no permite plantear una “verdadera” ética enla medida en que omite cualquier tipo de responsabilidad en el actuar humano.

I

En la obra anteriormente mencionada del autor holandés (La Ética demostradasegún el orden geométrico), podemos observar los conceptos que enlazan todo elsistema spinoziano en su forma más fundamental y pura, característica que denotagran interés para nosotros, pues la tarea que hemos de llevar a cabo será, en granmedida, la de exponer los puntos sobre los cuales se articula el concepto de libertad.En dicho contexto, el problema de la libertad se trata bajo la perspectiva de dos sentidosterminológicos distintos. El primero de ellos se encuentra relacionado con la maneraen que comúnmente nos apercibimos de la libertad y el modo en que ésta hace parte denuestro sentimiento más íntimo y familiar. Según este sentimiento, en nuestra condiciónde hombres nos pensamos libres porque consideramos que somos causa eficiente denuestras acciones, es decir, porque pensamos poseer libre arbitrio a la hora de actuar.Y el segundo, que sería en sentido estricto el que se ha de acuñar a la luz de esta ética,se erige en contravía del anterior, poniéndose, como diría el mismo Spinoza, “no en ellibre decreto sino en la libre necesidad”.

En la definición séptima de la primera parte de su obra, Spinoza nos da sudefinición de libertad. Dice allí: “Se llamará libre aquella cosa que existe por la solanecesidad de su naturaleza y se determina por sí sola a obrar. Necesaria, en cambio, omás bien coaccionada, aquella que es determinada por otra a existir y a obrar segúnuna razón cierta y determinada”.2

Se hacen, entonces, más que evidentes los sentidos tan contrarios que sustentana ambos términos. El uno, desde el libre arbitrio, y el otro, desde la libre necesidad, quees el lugar último desde el cual Spinoza considera nuestro habitual sentimiento delibertad como un prejuicio innato a los hombres, del cual éstos deben liberarse pormedio de la razón.

Detengámonos un poco más en las características concernientes a esta libertad,que, según Spinoza, los hombres suelen imaginar.

2 B. Spinoza, Ética demostrada según el orden geométrico. Primera parte, definición VII. Ediciónde Atilano Domínguez, Editorial Trotta.

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A la luz del apéndice a la primera parte de su Ética, Spinoza procura allanar elterreno de los prejuicios que en algún momento pudiesen obstaculizar la adecuadacomprensión de su sistema, prejuicios que, según él, se remontan a uno solo, a saber,que los hombres piensan que tanto la naturaleza como Dios actúan con la mismadisposición conforme a fines bajo la cual ellos actúan, siendo así que “[…] todos loshombres nacen ignorantes de las causas de las cosas, y que todos los hombres poseenapetito de buscar lo que les es útil, y de ello son conscientes. De ahí se sigue, […] quelos hombres se imaginan ser libres, puesto que son conscientes de sus voliciones y desu apetito, y ni soñando piensan en las causas que les disponen a apetecer y querer,porque las ignoran”.3

Con ello, Spinoza lanza su crítica no solamente a la manera como la tradición haconcebido a Dios, en el sentido de verle cual providencia que rige el curso de lanaturaleza para beneficio y provecho del hombre, sino también, lo cual adquiere unacrucial importancia para el caso que nos ocupa, al hecho de que habitualmente loshombres imaginan ser libres en tanto ignoran y desconocen las causas reales que losdeterminan a actuar. De este modo, imaginamos que somos libres al considerar quemás allá de los designios necesarios, acorde con los cuales se han establecido las leyesde la naturaleza, el hombre posee una voluntad o potestad que está en capacidad detrascender tal acontecer necesario.

Para ilustrar el modo según el cual los hombres solemos imaginar la libertad o,mejor, como habíamos dicho anteriormente, que actuamos no determinados por unacausa externa a nosotros mismos, sino por libre arbitrio, Spinoza, en la carta 58 de sucorrespondencia, fechada en octubre de 1674, hace referencia al siguiente ejemplo.Supone, en primera instancia, que una piedra recibe un impulso por una causa externadebido a la cual se mueve y luego concibe que, mientras la piedra se encuentra enmovimiento, piensa y cree que tal movimiento es causado por sí misma y que es ella laque se esfuerza por realizar dicha acción, lo cual ocurre en virtud a que la piedra no esconsciente de la causa externa que la determinó a moverse.

Así, igual a la piedra que se mueve necesariamente bajo el impulso de una causaexterna y que, al tener la capacidad de pensar, se concibe como causa libre de laacción, nos dirá el filósofo en esta misma carta que “[…] el niño cree apetecer librementela leche, el chico irritado querer la venganza, y el tímido la fuga. Por su parte, elborracho cree decir por libre decisión de su alma lo que después, ya sobrio, quisierahaber callado. Igualmente el delirante, el charlatán y otros muchos de la misma calaña

3 Ibíd., apéndice de la primera parte, p. 68. En la edición citada, dice: “los hombres opinan que sonlibres”. Lo he cambiado por “imaginan”, tal y como aparece en el original. Además, esto resultamás acorde con la diferencia entre los distintos tipos de conocimientos que establece Spinoza enla segunda parte.

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creen obrar por libre decreto de su alma y no que son llevados por el impulso. Y comoeste prejuicio es innato a todos los Hombres, no se liberan tan fácilmente de él”.4

II

En consecuencia, si bien el hombre no es libre según el libre arbitrio, sí existepara Spinoza una forma a través de la cual el hombre puede hacerse libre, entendiendoesto en el sentido de liberarse de aquel prejuicio que viene a nosotros de forma innatay con respecto al cual hemos de entender que no somos realmente libres por naturaleza,sino que tal libertad se nos presenta como el resultado de un proceso que, pese a nodarse en todos los hombres, sí puede ser llevado a cabo. Este proceso, que tiene portarea y fin exponer y demostrar Spinoza en su Ética, consiste, entonces, como sehabía indicado, en que el hombre, por medio de un conocimiento adecuado de lascausas que le determinan a actuar, actúe conscientemente en coherencia con lo queesta causa le determina.

En este punto, tenemos un eje de enlace conceptual merced al cual debehacérsenos más claro el contexto de la libertad tal y como lo entiende Spinoza en susistema: esto es, el conocimiento, ya que es por medio de este aspecto que podremoscomprender la manera en que el hombre puede adquirir conciencia de su naturalezacon relación a la causa que lo determina a actuar.

Debemos advertir de antemano que esta cuestión del conocimiento, la cual ensí misma podría abarcar el desarrollo de un texto dedicado a ella de forma exclusiva,solamente será elucidada teniendo en cuenta sus características más generales. Porconsiguiente, haremos cierta salvedad al intentar dar cuenta de detalles que no nosrepresentan demasiada utilidad o pertinencia, en procura de sostener la relevancia delproblema que nos concierne y de no oscurecer innecesariamente el texto.

Esta cuestión tiene dos posibles enfoques, uno desde el terreno de la ontologíay el otro desde el terreno propio de una teoría del conocimiento. Desde el panoramaontológico, podemos afirmar, con Spinoza, que Dios comprende y concibe todo cuantoes de forma indistinta e inmanente en su misma unidad, inmanente en el sentido enque se expresa en la proposición 18 de la primera parte de su Ética, a saber, que porfuera de Dios no hay nada, que todo es en él y que, como resultado, nos es imposibleconcebir un Dios trascendente o por fuera del mundo, al modo como ha sido pensadoen la tradición cristiana. Por contraste, la circunstancia bajo la cual los hombrespercibimos el mundo es fragmentaria, ya que sólo percibimos este o aquel objeto demanera singular y ello debido a que el conocimiento humano es finito y no goza de laperfección divina. Finalmente, es a partir de la percepción de singulares y por lacomparación de éstos que los hombres obtienen como resultado los contrarios bueno

4 B. Spinoza, Correspondencia. Carta 58.

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y malo, bello y feo, etc., según sean útiles o no para su conservación. Lo cual quieredecir que estos juicios de valor son emitidos en tanto los objetos sirven para laconservación de la naturaleza humana y no, como algunos han creído, en tanto existenel bien y el mal predeterminados universalmente por Dios.

Ya en la segunda parte de la Ética, “De la naturaleza y origen del alma”, seencuentra consignado lo que podría llamarse la teoría del conocimiento de Spinoza,que comprende el segundo enfoque que hemos indicado con relación al conocimiento.Spinoza hace uso del Escolio 2 de la proposición 40 para exponer los tres géneros deconocimiento posibles en el hombre. No obstante, para la ocasión nos será más útilabordar el problema del conocimiento en dos esferas generales, a saber, el conocimientopor imaginación y el conocimiento por razón. Por una parte, debido a que la diferenciaentre las tres clases de conocimiento aludidas en este escolio radica, al fin de cuentas,en la posibilidad de discernir entre un conocimiento adecuado y otro inadecuado y, porotra parte, teniendo en cuenta que realmente Spinoza no muestra una posición muyclara frente a su tercer género de conocimiento: la ciencia intuitiva,5 pues parecieraque dicho género de conocimiento es más propio de Dios, que tiene un conocimientoinfinito, y no de los hombres, que, como es sabido, son finitos y mortales. En razón deesto, los hombres podrían, a lo sumo, aspirar a un conocimiento adecuado de lascosas de tipo racional. Por lo dicho, bástenos los dos géneros del conocimiento aquíindicados.

La opinión o, mejor, la imaginación,6 como comúnmente llama Spinoza en suÉtica a este primer género de conocimiento, es entendida como la forma de acuerdo conla cual el hombre percibe, por medio de la particular constitución de su cuerpo, las cosasexternas a él a partir de las cuales se forma una idea en el alma. Ideas que no son clarasy distintas, como acontece con las ideas provenientes de la razón, sino confusas einadecuadas. Así, cuando los hombres juzgan las cosas en atención a cómo las imaginan,varían en su juicio según su parecer particular, pues la manera como un objeto afecta elcuerpo de un hombre cambia de acuerdo con la constitución de cada uno.

5 Que, según el escolio anteriormente mencionado, proviene de la idea adecuada de la esencia formalde algunos atributos de Dios y que tiene como fin el conocimiento adecuado de la esencia de lascosas. (Véase la siguiente nota al pie.)

6 Es importante anotar que es el mismo Spinoza quien trata de manera indistintamente estos dostérminos de imaginación y opinión en el Escolio de la Proposición 40 de la segunda parte de laÉtica, punto en el cual, como se anotó, nuestro autor procura establecer la diferencia entre losdistintos tipos de conocimiento. Citaré en extenso para aquellos que deseen corroborar algunas delas afirmaciones realizadas en el escrito: “[…] resulta claro que percibimos muchas cosas yformamos nociones universales: 1°) a partir de cosas singulares que nos son representadas por lossentidos de forma mutilada, confusa y sin orden al entendimiento: y por eso he solido calificartales percepciones de conocimiento por experiencia vaga. 2°) A partir de signos, como, porejemplo, que al oír o leer ciertas palabras, recordamos las cosas y formamos de ellas algunas ideas

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El segundo género de conocimiento, conforme a la razón y el entendimiento,representa, entonces, aquel género por medio del cual nos hacemos ideas adecuadasde las cosas en el alma. Esto sucede en el momento en que el hombre capta lasnociones comunes o ideas afines que existen tanto en los objetos como en su propiaconstitución, nociones comunes que reconoce gracias a las afecciones de alegría queen él causan tales objetos, pues sólo lo que es causante de alegría es afín y no contrarioa nuestra naturaleza, de modo tal que, por contraste, lo contrario a nuestra naturalezaes reconocido en aquello que causa dolor y tristeza.

Para Spinoza, el hombre obra en correspondencia con una de estas dos clasesde conocimiento, de forma tal que cuando el hombre es determinado por la imaginación,actúa de una manera, y cuando lo es por ideas adecuadas, de otra. La manera en queel hombre actúa determinado por ideas inadecuadas y confusas Spinoza la llama pasión,y a la que ocurre a raíz de las ideas adecuadas, acción. En otras palabras, el hombrepadece en tanto obra sin un conocimiento adecuado de las causas de su acción y, porel contrario, actúa realmente cuando es consciente de estas causas.

Apoyados en lo anterior, tendremos presente la siguiente afirmación hecha porSpinoza en la cuarta parte de la Ética, la cual nos puede aclarar mejor en qué sentidose ha de entender que el hombre no sea libre por naturaleza. Dice allí: “Nosotrospadecemos en cuanto que somos una parte de la Naturaleza, que no puede ser concebidapor sí misma o sin otras”.7 Según esta afirmación, el conocimiento de los objetosexternos, de los cuales tenemos noticia gracias a la mediación de nuestro cuerpo, esdecir, conforme a la imaginación, sucede necesariamente. Esto ocurre comoconsecuencia del hecho de que somos parte de la naturaleza y de que no estamos solosen el mundo, en consideración a lo cual necesariamente existen otros objetos de losque somos partícipes y tenemos aviso.

Habíamos indicado que, de ordinario, el hombre es determinado a actuar segúnla manera como es afectado por las cosas externas o, grosso modo, por sus afecciones.En Spinoza, el hombre que es determinado a actuar bajo estas circunstancias es unhombre esclavo de la fortuna, ya que si bien es consciente de su apetito, no es conscientede las causas que lo determinan y, por ello, es llevado de un lado para otro en su juicioy actúa de acuerdo con las afecciones que suelen ser tan adversas como contrarias.

semejantes a aquellas con que solemos imaginarlas. A estos dos modos de contemplar las cosas losllamaré en adelante conocimiento del primer género, opinión o imaginación. 3°) A partir, en fin, deque tenemos nociones comunes e ideas adecuadas de las propiedades de las cosas; y a éste lellamaré razón y conocimiento de segundo género. Además de estos dos géneros de conocimientoexiste, como mostraré a continuación, un tercero, al que llamaremos ciencia intuitiva. Y éste génerode conocimiento procede de la idea adecuada de la esencia formal de algunos atributos de Dios alconocimiento adecuado de la esencia de las cosas” (cursivas en el original).

7 B. Spinoza, Ética demostrada según el orden geométrico. Proposición II de la cuarta parte.Edición citada.

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No obstante, y pese a que el hombre no es libre por naturaleza, es menesteranotar de paso que Spinoza ve en este primer estado de la relación del hombre con elmundo externo, es decir, en el estado en que el hombre es determinado a actuar envirtud de sus afecciones, las condiciones de posibilidad necesarias para que éste seconozca a sí mismo, de modo que luego pueda llegar finalmente a un conocimientoadecuado regido por la razón, pues, en sentido estricto, el hombre no sabe de símismo sino por medio del cuerpo, siendo así que “el alma humana percibe la naturalezade muchísimos cuerpos junto con la naturaleza de su cuerpo, [pero] las ideas quetenemos de los cuerpos exteriores, indican más la constitución de nuestro cuerpo quela naturaleza de los cuerpos exteriores”.8

III

Veamos, ahora, cómo estas clases de conocimiento, el uno originado por lasafecciones y el otro originado por la razón, se implican en las relaciones que el hombrepuede establecer con sus congéneres, punto crucial para nuestro autor, en la medidaen que considera al hombre como lo más provechoso y útil para el hombre mismo,dado que es lo más afín a su naturaleza y a que, por experiencia, se nos ha mostradoque difícilmente el hombre puede preservar su vida en soledad.

A modo de síntesis, podemos afirmar que para Spinoza existen tres causas porlas que un hombre puede odiar y ser contrario a la naturaleza de otro hombre. Laprimera de ellas ocurre por accidente, es decir, porque en un hombre hay algo que seasemeja a una cosa que otro hombre odia; la segunda sucede cuando un hombre poseealgo que otro hombre desea y ambos no pueden poseer a un mismo tiempo; y latercera circunstancia se presenta cuando alguien odia a una persona que es amada porotra, de manera tal que esta última odia a quien odia la persona amada. Empero, elverdadero eje de estas tres circunstancias, sobre el cual apuntan las causas de malestarentre los seres humanos, es el momento en el que el objeto que desean los hombressolamente puede ser poseído por uno de ellos.

Tal cual nos lo plantea la Ética, la tendencia del hombre a amar lo que susemejante ama es connatural. Cuando el hombre actúa determinado por la imaginacióny las afecciones, esta tendencia natural se dirige a amar precisamente aquello que,pese a que únicamente puede ser poseído por uno solo de los mortales, es a un mismotiempo objeto de deseo de todos los demás e, incluso, de manera paradójica, el hombrese esfuerza en hacer que los demás congéneres amen este mismo objeto de deseo yactúen según su propio ingenio, mostrándose egoísta y envidioso para los otros.

En contraposición a esto, Spinoza propone que cuando el hombre logra serdeterminado adecuadamente por la razón y el entendimiento, “se esfuerza en guiar a

8 Ibíd., corolarios I y II de la proposición XVI de la segunda parte.

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los demás por la razón, no obra por impulso, sino humana y benignamente”.9 De estemodo, el hombre determinado por la razón se esfuerza también por que todos sussemejantes tiendan hacia un mismo objeto como bien supremo, pero, en esta ocasión,dicho bien supremo representa un bien común acorde con el cual los hombres sonafines entre sí y desean unirse unos a otros con lazos de amistad. Este bien supremoconsiste en “el amor intelectual” de Dios (Amor Dei intellectualis), en consideracióncon lo cual mientras más conozca el hombre a Dios, más deseará que los demáshombres gocen de esta virtud, sumo bien y conocimiento.

Pero el que el hombre actúe de cierta manera, dependiendo del conocimientopor el cual es determinado en el acto, sea la imaginación, sea la razón, debe ser matizado,pues no podemos perder de vista el hecho de que en Spinoza siempre que hagamosuna afirmación debemos precisar en qué orden del discurso estamos hablando, esdecir, si es en el contexto ontológico, con relación al conocimiento en Dios, o en elcontexto de la comparación, por medio de la cual comprende nuestra razón humana,contextos que, como vimos, guardan entre sí una amplia diferencia.10

Si hablamos desde el punto de vista del conocimiento humano, podemosdiferenciar los dos modos de actuar en el Hombre, anteriormente explicados, pero sihemos de hablar en un contexto ontológico o más cercano a éste existe algo másfundamental que determina la acción humana, esto es, el deseo. Una de las primerasdefiniciones que Spinoza hace del deseo se desprende de la siguiente proposición, quecitaré en extenso.

Tanto si tiene ideas claras y distintas como si las tiene confusas, el alma se esfuerza enperseverar en su ser por una duración indefinida, y tiene conciencia de ese esfuerzosuyo.

Demostración: La esencia del alma está constituida por ideas adecuadas e inadecua-das. Por tanto, se esfuerza en perseverar en su ser lo mismo en cuanto que tiene éstascomo en cuanto que tiene aquellas, y ello por cierta duración indefinida.

[…]

9 Ibíd., Escolio 1, proposición XXXVII de la cuarta parte.

10 Esta distinción en lo que respecta a los distintos planos del discurso del conocimiento, seaontológico, sea del entendimiento racional, se puede justificar en un primer término a partir de loque Vidal Peña, en su traducción de la Ética, nombra como el hiato existente entre el orden causaleterno que tiene como causa directa a Dios y el orden causal de las cosas particulares y finitas, queno tienen en Dios una causa directa, sino que, tal cual aparece en una de las proposiciones de laprimera parte del libro: “Ninguna cosa singular, o sea, ninguna cosa que es finita y tiene unaexistencia determinada, puede existir, ni ser determinada a obrar, si no es determinada a existir yobrar por otra, que también es finita y tiene una existencia determinada”. B. Spinoza, Ética,edición de Vidal Peña García, Editora Nacional. Proposición XXVIII de la primera parte, cursivasen el original.

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Escolio. [El apetito] no es otra cosa que la misma esencia del hombre, de cuya natura-leza se sigue necesariamente aquello que contribuye a su conservación y que el hombreestá por tanto, determinado a realizar. Por lo demás, entre apetito y deseo no haydiferencia alguna, excepto que el deseo suele atribuirse a los hombres en cuanto queson conscientes de su apetito, y por tanto puede definirse así: el deseo es el apetito conla conciencia del mismo.11

Cuando empezamos hablando de la imaginación y de la razón como las dosclases de conocimiento conforme a las cuales actúa el hombre, no estábamos en todocaso muy lejos del asunto que ahora tomamos en consideración, pues, en efecto, eldeseo les subyace estructuralmente a ambos. Nótese lo dicho en la proposición: pesea que el hombre tenga ideas adecuadas (conforme a la razón) e inadecuadas (conformea las afecciones o la imaginación), éste actuará siempre con el fin de perseverar en suser, es decir, de conservarse, lo cual representa, en sentido estricto, el significado,contenido y fin del deseo en esta ética.12

Spinoza, entonces, es consciente del hecho de que los hombres obramosconforme al deseo de perseverar en el ser, tanto bajo el conocimiento de las causasque nos determinan, como cuando somos ignorantes de ellas. Prácticamente, del mismomodo como lo haría cualquier otro ser viviente, ya que si bien los hombres nosdiferenciamos de los demás seres animados en la medida en que somos conscientes denuestro apetito —tal y como muestra Spinoza en su Escolio—, empero, hemos vistocon el ejemplo de la piedra que tal conciencia no nos ha servido más que para creererróneamente que somos autores de nuestras acciones, mientras que, en realidad,aquello que es causa y fin de lo que realizamos es el deseo mismo de perseverar en elser y conservar nuestra existencia.

En último término, podemos decir que la libertad en Spinoza equivale a hablarde un determinismo con conciencia, de forma tal que el hombre, por medio delconocimiento adecuado de las cosas que adquiere a través de la razón, tenga la capacidadde actuar conscientemente acorde con aquello que lo determina esencialmente, a saber,el deseo o la auto conservación. En otras palabras, concluimos de esta obra que elhombre tiene, ante todo, el deber ético de perseverar en su ser, perspectiva bajo la cual

11 Ibíd., proposición IX de la tercera parte, cursivas en el original.

12 La interpretación que aquí ofrezco del deseo espinocista, con causa y fin en la auto conservación,adquiere consistencia al contrastarse con las proposiciones 4 a 13 de la tercera parte de la Ética. Enlo corrido de estas diez proposiciones, Spinoza trata de argumentar cómo todas las cosas seesfuerzan naturalmente en perseverar en su ser, de modo tal que las causas de la corrupción y ladestrucción son necesariamente externas a la naturaleza de las cosas. Véanse especialmente laproposición 7 y el Escolio a la proposición 9 de la misma parte, donde dicho esfuerzo natural delas cosas a la auto conservación es nombrado como conato, el cual pasa a ser finalmente el apetitoo deseo que determina esencialmente al hombre y, en su acepción más general, a los demás seresvivientes.

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el concepto de libertad evidencia tener un semblante problemático, pues teniendo encuenta la relación predeterminante del deseo en el actuar humano, no parece mostrarseque nada en la naturaleza, incluido el hombre, goce de un verdadero poder de elección.

Con lo expuesto hasta el momento, considero que hemos argumentado de manerasuficiente cómo el sentido de la libertad en La Ética de Spinoza se establece con mirasa un determinismo que rompe radicalmente con nuestro sentimiento más convencionale íntimo de la libertad, sentimiento según el cual pensamos que cada uno de nuestrosactos, si bien pueden conllevar a consecuencias insospechadas, son efectuados graciasa nuestra propia determinación, por lo cual deliberamos antes de actuar y nos sentimosresponsables de las consecuencias que dichos actos acarrean consigo. A la luz dedicho sentimiento, es comprensible, entonces, que algunas personas hayan procuradover en el gran filósofo algo más allá de lo que el sistema mismo les ofrecía. No obstante,debemos ser conscientes de que dicha apreciación no nos permite admitir una éticaspinoziana que rebase el horizonte determinado por la necesidad inmanente a Dios o lanaturaleza, pese a que parezca ir en contravía del sentido mismo de postular una éticapara el hombre.

Bibliografía

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___________, Correspondencia. Introducción, traducción, notas e índices de AtilanoDomínguez. Madrid, Alianza Editorial, 1988.

___________, Ética demostrada según el orden geométrico. Edición y traducción deAtilano Domínguez. Madrid, Editorial Trotta, 2000.

Lessing, Gotthold Ephraim. “Spinoza: conversaciones entre Lessing y Jacobi.” En:Gotthold Ephraim Lessing. Escritos teológicos y filosóficos. Madrid, EditorialAlfaguara, 1991.