· sofás de cuero viejos, alfombras verdes desgastadas, una foto del rey algo torcida, una mesa...
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Índice
PortadillaÍndiceDedicatoriaCapítulo1Capítulo2Capítulo3Capítulo4Capítulo5Capítulo6Capítulo7
Capítulo8Capítulo9Capítulo10Capítulo11Capítulo12Capítulo13Capítulo14Capítulo15Capítulo16Capítulo17Capítulo18Capítulo19Capítulo20
Capítulo21Capítulo22Capítulo23Capítulo24Capítulo25Capítulo26Capítulo27Capítulo28AgradecimientosSobrelaautoraCréditos
ParamamáymishermanasSusanaySofía
1
Que el poder es solitario,sobre todo para una mujer,siempre lo he sabido; dehecho, mucho mejor de loque yo quisiera. Pero nuncahabía sospechado que la
soledaddelpoderpudierasertandolorosamentecruelcomola sentí aquella noche, y aesas alturas de la vida, condos décadas de experiencia amis espaldas y en unaposición sin dudaprivilegiada.Aquella noche, más que
nunca, todo estaba quieto ysilencioso.Demasiado.Desdela ventana de mi espaciosodespacho observaba el ir y
venir de coches y peatonespor la calleAlcalá.Lanocheera fría y oscura, casiinvernal. La gente se dirigíahacia el metro, seguramentepara ir a sus casas o a cenarcon sus amigos. Qué suertetenían. Yo hacía tiempo quehabía dejado de ser normal,básicamentedesdequedecidídedicarme a la política, perosobre todo desde hacía dosaños,cuandoelpresidentedel
gobiernomehabíanombradoministra de Economía, laprimera mujer en ocupar talcargo en la historia deEspaña.Había conseguido mucho
endos años, pero ¿paraqué?Otros podrían llegar esemismo domingo y deshacertodo cuanto habíaconseguido, borrando porcompleto mi labor, mis añosde esfuerzo. Mi despacho
podríavolverasertanoficialy decadente como cuandoentré en él por primera vez:sofás de cuero viejos,alfombrasverdesdesgastadas,una fotodel reyalgo torcida,unamesagrande,pesada,conun ordenador de los añosnoventa,unassillasdemuseomásquedetrabajoyunsinfínde jarros y jarrones conmotivos florales de lo máshorteras. Todo ello buen
reflejo del grado demodernidad y frescura denuestrademocracia.Gracias a Ingeborg, mi
homólogadanesayconquienhice buenas migas enBruselas, conseguí dos sillasJacobsen, las famosas«orejudas», queinmediatamente le dieron aldespacho un aire mássofisticado. Hice quitar lasalfombras para rescatar el
precioso parqué antiguo quehabía debajo y colguéréplicas de un cuadro dePicasso y otro de Miró queempequeñecieron el retratodel rey, que nunca pudedescolgar por cuestiones deprotocolo,peroquealmenoslogré esconder en unaesquina, detrás de un ficusenorme que casi llegaba altecho. Había llenado laestanciadeplantasparadarle
más vida y para recordarmeen todo momento que laeconomía de un paísprecisaba las mismasatencionesycuidadosquelasorquídeas, violetas, cintas ydrácenas que había dispuestojunto a las ventanas y entodos los rincones. Mi mesadetrabajocambiódeunestiloLuis XIV a otro más propiode Steve Jobs e hice quemeinstalaran dos pantallas
BloombergyunApplelomásgrande posible; siempre meha gustado ver las cosasclaras. Yo estaba allí paratrabajar y no para perder eltiempo, pasarlo bien oimpulsar mis proyectospersonalesfuturos.Ilusa.Esa noche, agotada, me
senté en el sofá que tenía eneldespachoyacariciéeltomoque me había acompañadodurante mis dos años de
ministra.EranunasmemoriasinéditasdeVictoriaKentqueel director del Ateneo, unrepublicanodealmaypecho,mehabíaregaladoundíaquefui allí adaruna conferenciasobre mujeres y economía.No acudieron más de veintepersonas y todasmujeres, yaque para muchos elfeminismo está pasado demoda y ha dejado deinteresar. El acto no estuvo
mal, pero lo mejor de lanoche fueron esas memoriasque el viejo director meentregó con tanto cariño.Mirándome a los ojos, measeguró que aquel volumenme serviría de inspiraciónporque la Kent, como se laconocía en tiempos de laRepública, había sido laprimera mujer en ocupar uncargo ejecutivo en ungobierno español. La
andaluza con nombre inglés—su bisabuelo, un marinobritánico,sehabíacasadoconuna malagueña— no le hizoascos a Alcalá-Zamoracuando la nombró directorageneraldeprisiones,elpuestomenos glamuroso delgabineteperoqueellaaceptócon tanta elegancia comoentusiasmo. En tan solo dosaños la Kent dignificó lamayoría de cárceles del país,
quehastaentoncesteníanmásde cuadra que de centropenitenciario. Por másrufianes que fueran losdelincuentes, la Kent fue laprimera en reconocerloscomo personas y luchar porsusderechos.Empecé el libro nada más
volver delAteneo y desde laprimera página meimpresionó.Todavíarecuerdoun pasaje sobre la etapa del
exilio francés, cuandocoincidió con un grupo deobreros españoles en unafábrica en Toulouse. Alreconocerla, uno de ellos lecontó que un primo suyohabía estado en la prisión deTeruel a finales de laRepública y que le habíahablado de la biblioteca a laque tenía acceso, de loscampos de fútbol que habíanconstruido, del hecho de que
sumujerlepudieravisitarlosfines de semana y hasta delbuzón de sugerencias que ladirectorageneralhabíapuestoa disposición de todos. Elprimo en cuestión habíaentendidolaideaqueVictoriasiempre promulgó sobrecorresponsabilizaralpresodesu propia recuperación yhabíasalidodelacárceljustoantesdeempezarlaguerra.Yo siempre había soñado
con algo parecido.AdmiradoradelbritánicoJ.S.Mill,queríaserrecordadaporayudar de manera real yconcretaalmayornúmerodepersonasposible.Por esomedediquéalapolíticayporesoacepté la cartera deEconomía,pormásquetodaslas hienas de la prensa másconservadora y recalcitrantedel país se me echaranencima justo después de mi
nombramiento. Me acusabandenotenernipreparación,niexperiencia,nitalento,niquésé yo cuántas cosas más.Siempre he intentado ignorara la prensa al máximo, perotodos sabemos que eso esimposible.Unirme al gobierno a los
dos años de empezada lalegislatura tampoco fue fácil.Ademásmetocabasustituiraun ministro que, sin haber
hechomucho,sellevababiencon todos los estamentosrelevantes, comopresidencia,banca, sindicatos y prensa.Precisamente por no habertomado decisionesimportantes, ninguna de esasfuerzas sociales le pudoatacar. También tuvo toda lasuerte que a mí me faltó; sumandato coincidió con losdos últimos años antes de lacrisis,elfinaldeunaburbuja
donde todo parecía subir: lossalarios, el precio de lascasas, la producción…, todo.El país estaba lleno de grúasy el paro no hacía más quebajar,aunquefueraacostadecontratosbasura,peroesonolodecíanadie.Algunasvocessensatas empezaban ainsinuar que aquello no erasostenible y él, que no teníaunpelodetonto,debiódeverlo que se avecinaba.Dejó su
puesto en cuanto pudo, o encuanto le surgió laoportunidad de presidir elFondo MonetarioInternacional, un glamurosopuesto en Washingtonesplendorosamente pagado yque encima implicabamúltiples viajes por todo elmundo, un bonus irresistiblepara hombres con ganas depasaralgunasnochesfueradecasa.
Nada más llegar alMinisterio, la burbujafinanciera explotó yme tocóa mí lidiar con lasconsecuencias: desde ladrástica subida del paro o elrescateonorescateporpartede la Unión Europea, hastavilesacusacionesporpartedela prensa y la oposición, eincluso de algunoscompañeros de gabinete, deseryolacausantedelacrisis
y de la pérdida depopularidaddelgobierno.Sermujer tambiénme hacíamásvisible y vulnerable comoblancodecríticas;lavidaesaveces tan mezquina que losataques suelendirigirsehacialas personas o grupos que seperciben como más débiles,empezandoporlasmujeres.Pero yo siempre intenté
remar hacia delante,respaldada y animada por
colegas extranjeras comoIngeborgyporcuantoleíaenel libro de la Kent sobre lainfatigable determinación delastresprimerasdiputadasdeEspaña: Clara Campoamor,MargaritaNelkeny lapropiaVictoria. Qué fuerza tenían.Pero cómo acabaron las tres:tristes, solas y exiliadas. Avecesmepreguntosiseráesoloqueelfuturomedepararáamítambién.
En esos pensamientosestaba ese viernes por lanoche cuando Estrella, lasecretaria que me haacompañado en los últimosdoce años, entró en eldespachoconelgin-tonicquelehabíapedido.Enprincipio,el alcohol está prohibido entodas las estancias oficiales,peroelpodervienecontantoestrés y responsabilidad quees de humanos hacer alguna
excepción en ocasionesespeciales y esa era una deellas. Mi criterio siempre hasidoquesialgoesbuenoparamíymeayudaarelajarmeyapensarmejor,tambiénloserápara el país.Así queEstrellaaprendió a prepararme losmejores gin-tonics que heprobadoenmivida—encopagrande, hielo del que no sedeshace, eneldo, tónica de laqueengordayunchorritode
Gin Mare—. Son muchomejores que los que me hanservidoenlascocteleríasmásfamosas del mundo, aquí enMadrid, enNuevaYorko enKualaLumpur.Esa noche, además, lo
necesitaba más que nunca.Estaba nerviosa y exhausta ytenía un fin de semana muylargo por delante. Un gin-tonic era lo que mejor mepodíasentarenesemomento.
—Aquí tienes, Isabel —dijo Estrella, quien con losaños por fin había aprendidoa tutearme. Con sudesenvoltura y delicadezanatural, la jovendejó el vasosobrelamesadecristal juntoal sofá, para lo que tuvo queapartarel sinfínde revistasyperiódicos que, como decostumbre, yo teníaamontonados.Siempre me ha gustado
leer prensa internacional ynadamás llegar pedí quemesuscribieran al TheEconomist, al Wall StreetJournal,alFinancialTimesya Barrons. Tuve que insistirloindecibleparaconseguirlo,porque el encargado desuscripciones de la casanunca entendió para quénecesitaba prensa extranjerasi mi labor era mejorar laeconomía del país. Me
sorprendió que mi antecesorno recibiera ya esaspublicaciones tan necesariaspara una persona en esecargo, pero todavía mesorprendió más tener quecancelar las suyas: InterviúyViajar.Poco a poco fui
amontonando pilas de libros,carpetas y blocs de notassobrelastresmesasqueteníaeneldespacho, ladecafé, la
de reuniones y la mía. Megusta eldesordencontrolado,que me ayuda a pensarlibremente, sin ataduras; locontrario, el vacíoy el ordenextremo, me pone un tantonerviosa pues no lo veonatural. Lamentablemente,eso fue lo que encontré alllegar:mesasvacías,carpetaspolvorientas, estanterías sinlibros, por no mencionar losjuegos de café de plata que
enseguida pasaron a mejorvida.Yo yame traía un cafédel Starbucks todas lasmañanas y prefería no tomarcafeína a partir de las once.Después, bebía tés herbalestodo el día hasta la hora delgin-tonic,yaporlanoche.—Muchasgracias,Estrella,
no necesito nada más; porfavor,veteacasaqueestarde—dijemientrasmeesforzabaporsonreír.Estabaagotada.
Eran más de las diez yapenas hacía una hora quehabía vuelto de un tensodebate en la televisiónpública. Eso, después de unamañana repleta de reunionesy de atender multitud dellamadas de última horadurantetodalajornada.—¿Seguroquenonecesitas
nadamás?¿Quévasacenar?—No te preocupes —
contesté—, si tengo hambre,
pediréunapizza.—De acuerdo,Wuri—me
respondió con una sonrisasocarrona.Wuri era el gato que mi
marido y yo teníamos enLondres,dondevivimosunosaños después de acabar lacarrera. El nombre es enrealidad el de un remotopueblo etíope nada conocidoenEspañaycasi tampocoenlapropiaEtiopía.Metraíatan
buenosrecuerdosqueloelegícomo clave de seguridadinformática y como consignacuando necesitaba queEstrella interrumpiera algunareunión. Si tenía que hablarcon algún miembro de miequipo o compañero degobierno que estaba reunidocon personas ajenas aMoncloa o al Ministerio,Estrella decía que tenía alseñor Wuri al teléfono para
así mantener laconfidencialidad y ladiscreción. La consignatambién me ayudaba paraasuntos más prosaicos: elpersonal de seguridad a laentrada del Ministerio sabíaquesi llegabaunapizzaounpaquete para el señor Wuri,eraparamí.Tambiénusabaelnombre para reservarrestaurantesuhotelesa títuloprivado, pues nunca se me
ocurrió pedir a Estrella quededicara a mis asuntospersonales un tiempo quepertenecía a loscontribuyentes.De la misma manera he
intentadonoinvadireltiempolibre de los miembros de miequipo o, si lo he hecho, heprocurado que se les paguentodasycadaunadelashorasextras. Creo en tratar alpersonal lomejor posible, ya
que mi objetivo siempre hasido gobernar más quemandar.Paramandarbastaelpalo, mientras que elgobierno es cuestión depensamiento, tacto y acción.Siempre he creído en losegundo, por más que a mialrededor sobre todo hayavistoloprimero.Por fin me quedé sola,
sentada en la silla danesa yseguro que con la misma
expresión que esas mujerestristes y solitarias de loscuadros de Hopper. Mismanos, asidas al gin-tonic,temblaban ligeramente. Lastenía frías. Cerré los ojos ysentíelpesodelmundosobremis espaldas. Respiré hondo,muy hondo.Mi destino y—sin ánimo de ser egocéntrica— el del país estarían enjuego en tan solo dos días.Esedomingohabíaelecciones
generalesyyoera laprimeramujer candidata a lapresidenciadelgobiernodelahistoriadeEspaña.
2
Paséfríoytuvetemblorestoda la noche, en la queapenas pegué ojo. ElMinisterio es un edificioenormeconestanciasampliasy techos altos, por lo que el
anticuadísimo sistema decalefacción no llega, nimucho menos, a todos losrincones.Pormásquehubieracambiado casi la mitad detuberías y puesto dobleventana en el despacho, esteera un lugar gélido, sobretododenoche.Nohabíaquerido ir a casa
porque Gabi, mi marido,había volado a Santiago paraver a su madre, que estaba
muy enferma. No entendíacómo podía dejarme solajusto entonces, pero supuseque si yo hubiese tenido unamadre a punto de morirtambién habría acudido a sulado.Estaba tan cansada que al
final me medio dormí en elsofádecuero, incomodísima,tapada con la manta queguardaba siempre en elarmario para estas ocasiones.
La crisis financiera habíallegado a tales extremos quedurante los últimos meseshabíapasadovariasnochesenel despacho pegada a laspantallas siguiendo lacotización de nuestra deudaenAmérica (cuyosmercadoscierran cuando aquí son lasdiez de la noche) y en Asia(que arranca dos horas mástarde). Los mercados nicomen,niduermen,nisevan
de vacaciones, y pordescontado que no tienencorazón. Por eso siempreganan. Es una lección queaprendípronto.Acurrucada en el sofá, esa
fue quizá la única nochedurantetodomimandatoquenomiréelpreciodenuestrosbonosantesdeirmeadormir.Supongo que por lo agotadaque estaba, y también portener la cabeza totalmente
centrada en la campaña y eneldomingo.Mevinierona lacabeza un sinfín deflashbacks del último mes,que me había dejado seca.Durante cuatro semanas medesperté a diario en unaciudad diferente, donde solíadesayunar con la prensa,reunirme con asociacioneslocales y luego comer con elestablishment de turno:encuentros agotadores con
café,copaypuro,queodiaba.Por la tarde nos reuníamospara analizar la campaña ypor las noches siempre habíaunmitinparaelqueteníaqueprepararme, vestirme y sobretodo sonreír, inspirarconfianza y mostrar unaenergía desbordante, que aesashorasdeldíayanotenía.La parte positiva era quenunca veía una silla vacía,porquelaasistenciaamítines
hoyendíaescomocasitodo:se compra y ya está. Si noteníamos suficientessimpatizantesenunpuebloociudad, no había más quellamar a las dos o tresmayoresasociacioneslocales,prometerles algo (pequeño)yasunto resuelto. En lasgrandes capitales no habíaproblema, pues siempre haysuficientes afiliados a lospartidos mayoritarios, como
eraentonceselmío.Aunasí,lacampañaexigía
casi más de lo que yo podíadar,sindejarmeporsupuestoni un segundo para mí.Durante esas interminablescuatrosemanastansolopudesalir a correr un día, despuésde una reunión que acabó alas once de la noche, lo queenfureció al servicio deseguridad que meacompañaba. Era tarde, pero
mucho más temprano de loquesolíanacabar lascenasymítines nocturnos. El poderpermite emprender grandesacciones,perosiempreconunaltocostepersonalyaqueunopierde toda su independenciay, como descubrí después,posiblementemuchomás.Acabé la campaña
exhausta, débil. Habíaperdido la forma física queconseguí pocos meses
despuésdeminombramiento,cuando Estrella me encontrópor internet un entrenadorpersonal que me acribillabados veces por semana en elgimnasio del Ministerio. Yomisma hice instalar eseespacioparausoexclusivodelos empleados, empezandopor mí, nada más llegar. Eldeporte siempre había sidouna de mis prioridades, yaque un país no puede
prosperar económicamente sisu población no está sana yen forma. De hecho, una delas estadísticas que más meimpresionó al principio,cuando me pasé dos mesesenteros revisando datos ynúmeros para conocer mejornuestra economía, fue elnúmerodepersonasque ibancorriendo al trabajo: aunquetodavía muy bajo, se habíacasi doblado en apenas doce
meses. Siempre había creídoen los medios de transportesostenibles, y no digamos yaen reducir la contaminación,así que al poco de llegarintroduje un programa paraincentivar a los corredores.Fueun éxito rotundo,unademis primeras victorias y quemás tarde me ayudó aconseguir el liderazgo delpartido. Un partido que, pormuy socialista que fuera, era
unbastióndemasculinidadydedesigualdad.Soloporcitarunejemplo,el comitéquedefacto gobernaba el colectivose autollamaba, y lesllamaban, «los barones»,dejando poco espacio paramujeresaspirantescomoyo.Por fortuna nuestro
presidente, GR, era másmoderno y justo, e inclusoalgo democrático. Siemprenos habíamos llevado bien,
aunquelaverdadesqueantesde mi nombramiento nosconocíamos poco. Fue, quiénlo iba a decir, un exministrode la oposición, un amigoahora reconvertido enconsultor político, quien lealertó de mi trabajo en elMinisterio deAdministraciones Públicas,donde empecé. Allí, comosecretaria general, hice ydeshice a mi antojo, pues el
ministro estaba tan ocupadoen labrarse su propio futuroque apenas sabía lo queocurría puertas adentro.Mientras él se dedicaba acomer (dedoceacincode latarde) con banqueros y lospresidentes de las principalesempresas telefónicas yeléctricasdelpaís,yotomabalas decisiones que siemprehabía soñado: cambiar loshorarios del Ministerio para
hacerlos más europeos,acortar la hora de comer,ponerunaguarderíaosubirelnivel al que pudieran llegarlos técnicos del Estado, paraasí evitar que absolutamentetodos los altos cargospúblicos fuerannombramientos a dedo.También instalé un nuevosistema de control de costesque enseguida notificaba losexcesos. Como me esperaba,
fueron los gastos del propioministro los que másproblemas me dieron. Nuncaentendí por qué tenía queorganizar reuniones en ElBulli,enlaCostaBrava,oenArzakdeSanSebastián,paralo que también había quepagarcochesychóferes.No tuve el valor de
alertarle, por loque él siguiócomiendo, cenando yviajando con los políticos,
empresarios y magnatesmediáticosmáspoderososdelpaís por adonde quería,pidiendo los vinosmás carosy las carnes o los pescadosmás exóticos. Creo queaprobarlafacturadelbacalaonegrodedoscientoseurosquesetomóenBilbaoeslafirmaquemásmehacostadohaceren toda mi vida. Para élaquellas reuniones eran unainversióny,efectivamente,ya
las ha rentabilizado: ahoraforma parte del consejo deadministracióndelaprincipalpetrolera española y de otrasempresas cuasipúblicas, loque le permite vivir enPozuelo, una de las zonasmáscarasdeMadrid,rodeadode futbolistas y otrosfolclóricos.Todos hacen lo mismo.
Hasta mi amigo Manolo, elconsultor político, que
después de ser ministro semontó una empresa denetworking, una manera finade decir «abrepuertas» o,sencillamente, «enchufes».Conlaagendallena,élcobracantidades ingentes aempresas internacionales porpresentarles a los políticos yempresarios que lesfacilitaránunaentradaalpaísrápida y eficiente. Losinversores están dispuestos a
pagar porque este fast trackles evita el riesgo de toparsecon la Administración o dededicarmesesaobtenerunospermisos que igual nuncallegan.Todoejecutadodeunamanera elegante, en palcos osobre manteles de hilo, o enfiestas exclusivas. Mi amigoes un tipo listísimo, un granestratega. Una vez me contóque fue precisamente él, unconservador de toda la vida,
quien una noche le trazó aGRlaestrategiaparallegaralapresidencia,inclusocuandolos conservadores teníantodas las de ganar en lassiguientes elecciones. Encuatro trazos mal escritossobreuna servilletadepapel,Manolo le había aconsejadotejer tan solo cuatro alianzasy en un orden muydeterminado, que setradujeron en el apoyo de
cuantos estamentosnecesitaba: los barones delpartido, la prensa, lossindicatos y la banca. A losdemás, incluidos los propiosciudadanos, le aconsejó queno les prestara ni un minutode atención, ya que solo leconsumirían tiempo yenergía, sin transmitirleningún poder, porque enrealidadnotienenninguno.GR también tuvo suerte.
Rencillas internas en elpartidoconservador,entoncesen el poder, hicieron quealguien con ganas derevancha filtrara a la prensaun escándalo de corrupciónquesalpicóamediogobierno.Dos ministros habíanaceptadodinero ilegaldedosmultinacionales para reducirsu tasa impositiva,queacabósiendo menor que la de unasalariadoderangomedio.Al
pocotiemposedescubrióquelaprácticanoeramásque latapaderadeuna tramamayory que el partido en elgobierno se había financiadocon grandes cantidades queempresas y particularesdonabanacambiodefavores:terrenos que de pronto seconvertían en edificables,contratos de exportación aChina y a Oriente Medio,concesiones de concursos
públicos, además desuculentos contratos con laAdministración a precio deoro.GR capitalizó el escándalo
y, también gracias a laestrategia de Manolo, ganóunas elecciones contra todopronóstico.Fue precisamente Manolo
quien primero le habló aGRde mí. Hacía dos días quePedro, mi predecesor, había
dimitido para irse aWashington, con lo que elpresidente había citado aManolo para hablar deposibles sucesores. Comosiempre, quedaron en elManduca, un pequeñorestauranteenlacalleSagastafrecuentado por políticos,escritores, cantantes oactores, todos cercanos anuestro partido. Según mecontó, allí, entre alubias y
pochasnavarras,ledijo:—Oye, hay una tía en
Administraciones Públicasquetevendríamuybien.(Talcual).El presidente ni le miró,
concentrado como estaba enun Matarromera del 2006,uno de sus tintos preferidos,segúnhesabidodespués.—Que te lo digo en serio
—insistió Manolo, sin dudainteresado en mi éxito pero
también en el favor querecibiría de GR si yoresultabaunbuenfichaje.—Dime —contestó el
presidente, más pendiente delaspochasodenoensuciarselacamisaquedeotracosa.Manolo me había contado
que GR siempre se ponía laservilletabienasidaal cuellode la camisa para mantenerimpecable su apariencia. Yluego dicen de las mujeres,
pero meses más tarde meenteré de que el presidentepasabamáshorasenelsastreque yo en la modista y quetambién gastaba mucho másen trajes de lo que yo heosado jamás. Mientrassiempre he procurado ir deZara o de alguna marcapopularespañola,GRviajabaaSavilleRow,enLondres,unpar de veces al año parahacerse a medida los trajes
quetantaplantayautoridadledaban.Igual,amímehabríanidomejor las cosas de haberintentado parecerme más aCarla Sarkozy que a HillaryClintonoAngelaMerkel.—Trabaja como una mula
—le dijo Manolo a GR esedíaenelManduca.—Como todas las mujeres
—intercedió el presidente,todavíasinmirarle.—Peroesta,adiferenciade
lasdemás,lohacebienyconsentidoyestrategia—insistióManolo,segúnmecontó.—Ah —musitó GR
levantandoporfinlamiradayexpresandointerés.Manoloeraunartista.—En tres años se ha
metido al personal deAdministracionesPúblicasenel bolsillo y creo que podríahacerlomismoconelpúblicogeneral, creando
oportunidades para conseguirmedallasdelasquelucen;delasquegananvotos.—Cuenta—respondióGR,
masticandolaúltimapochaymirando con impaciencia alcamarero, pues esperaba susolomillohabitual.Manolo, que siempre tuvo
el don de la oportunidad,esperó a que llegara elsegundo plato para dar mássaboralapropuesta.Siempre
me recordaba lo que ya dijoCervantes hace siglos:«Negociante necio,negociante mentecato, no teapresures: espera sazón ycoyuntura para negociar; novengasa lahoradecomernialadeldormir,quelosjuecessondecarneydehuesoyhande dar a la naturaleza lo quelanaturalezalespide».Esunconsejoquesiempre
he seguido y que Manolo
aplicó ese día, esperando aqueGRsehubieracomidoalmenosmedio solomillo antesdecontinuar.—La tía ha cambiado
horarios, puesto unaguardería, introducido unflexitiempo para madres, hafijadounmáximodeunahorapara reuniones, ha dado unasemanasabáticacomopremioa un aumento deproductividad y hasta ha
lanzado un programa debonus…—lereplicó.—Algunas cosas son
interesantes, pero lo de losbonus… —enseguida objetóGR—. Un presidente deizquierdasnopuedeponerseadarbonus,porDios.—Pues ella ha podido —
respondióManolo bajando lavoz, apoyando las manossobre la mesa, dejando delado el solomillo que él
también había pedido—. Seha reunido con todo quisqui,leshapreguntadoquéqueríany necesitaban para ser másproductivos,leshadadolistasde objetivos bienconsensuadas y si losalcanzan pueden coger o unasemanamás de vacaciones omedio mes de paga extra.¡Lostieneatodosasuspies!GRseguíaenfrascadoenel
solomillo. Aun así y con la
bocallena,preguntósindejardemiraralplato:—¿Esguapa?—Lo suficiente—remarcó
Manolo,rápido,neutral.(Esa nunca se la he
perdonado).—Y¿quéquieresquehaga
conella,queledéunbonus?Manolosonrió.Esasonrisa
con luz quemeha cautivadodesdequeleconocícuandoéleraministroycoincidimosen
una reunión enAdministraciones Públicas,cuando yo acababa de entrarysoloteníaunpuestotécnicoeneldepartamentodegastos.Según me contó mesesdespués,estafuesurespuestaalpresidente:—Te vienen tiempos
difíciles,GR. Se nos avecinauna bien gorda y enEconomía vas a necesitaralguienconmuchofuelle,con
don de gentes.Y conmuchacomprensión y empatía,alguienqueconectebienconelpúblico.Sino,loquevienesetepuedellevarpordelante.Ati,alpartidoyatodos.El presidente aparcó el
solomillo y miró a Manolo.El consultor no solíaequivocarseyGRlosabía.—¿Aquéterefieres?Manolo esperó a que el
camarero rellenara las copas
devinoyluegocontinuó,casisusurrando.—Estamos en plena
burbuja y la cosa va a petarmuy pronto, y muy fuerte.Malasunto.GRdejóeltenedorsobreel
plato y le miró durante unossegundos. Casiinmediatamente volvió a asirel tenedor para pinchar untrozo de solomillo yllevárselo a la boca como si
nada.—Perosinohaycasiparo,
bueno, lodecostumbre,perono más —dijo el presidente,tranquilo,mientrasmasticaba—.Laeconomíavabienyelconsumo y la industria vantirando.—Sí, a base de deuda,
deudaymásdeuda—replicóManolo—. Eso durará hastaquelosbancosnodenmásdesí, empiecen a perder sus
propias líneas de crédito ycierren el grifo a los demás.No es broma. Ya pasa enotros países; habrás visto elbanco inglés que quebró elotro día y que tuvieron quenacionalizaratodaprisa.GR asintió, pero no tardó
enresponder.—Nuestros bancos y cajas
tienen una salud envidiable—dijoentonodefensivoydenuevo dejando el tenedor
sobreelplato.Manolo guardó un breve
silencio.—Tú sabes tan bien como
yoqueesonoesverdad—ledijo sosteniéndole la mirada—. La Caixa gallega, porejemplo, ha cuadriplicado suvolumendepréstamosen tansolodosaños.Lagentesehavueltoloca.—¿Cómolosabes?—Porque lo sigo; soy
consultor y tengo contactos,poresomepagan.GR miró a su alrededor.
Estaban en un espaciopúblico nada adecuado parauna discusión de ese nivel yel presidente parecía máspreocupado por la falta dediscreción del lugar que porlo que Manolo le estabacontando. No dejaba demirar,ansioso,aamboslados.Su pelo, negro azabache
cuandohabíallegadoalpodertan solo hacía dos años,estaba ahora medio cubiertode canas. La cara exhibíagrandes ojeras y parecía queel traje de Saville Road leviniera hasta grande. Encuestión de pocos meseshabía perdido peso y muchocolor.Hacíatiempoquenosele veía esa sonrisa tansugerente que habíaconquistado a la mayoría
femeninaquelevotó,dándolela victoria en las elecciones.Los hombres fueron másindulgentesconlacorrupcióny, según las encuestas,muchosconservadoreshabíanvuelto a votar a su partido.No así las mujeres, que engranmedidasecambiarondechaqueta al estallar elescándalo de financiaciónilegal.Algunas,esosí,solosepasaron al socialismo por el
encantopersonaly lassutilesmanerasdelcandidato.Lejos de ese embeleso
inicial,esedíaenelManducaGRparecíaabrumadoporlosproblemas, incapaz deabsorber uno más,especialmente el queManololeestabaapuntando.—Lamayorpruebadeque
la cosa se pone fea es lamarcha de Pedro aWashington —dijo el
consultor—.Pedro, ya sabes,siempre se lava las manos yestos tiempos son muybuenos para escaparse.Estamos en la cima de lamontañay, apartir de ahora,todo lo que viene es cuestaabajo.Ponaunamujerqueteamortigüe la caída. O, si esposible,quetesalveelculosilas cosas se ponenverdaderamente feas.Créemequeséloquetedigo.
—Y ¿si la cosa empeoraconellaporquenodalatalla?¿Qué experiencia tiene? —preguntóelpresidente,porfininteresado.—La misma que Pedro
teníaalllegar:ninguna.—Pedro tenía…, no sé
cómodecirlo…, planta…, uncierto aire que inspirabaconfianza—refutóGRantelasorpresadeManolo.—Unpresidentedecentro-
izquierda no debería hablarasí…—leadvirtióManolo—.Recuerda que las mujeressiempre se quejan de que aellas solo se las promocionauna vez demostrada su valía,mientras que los hombressolo tienen que «aparentar»potencial para subir. Y noolvidesloquelasmujereshanhecho por ti; te hicieronpresidente.—Sí, lo sé—contestó GR
con cierta displicencia, comosiaquelhechofuerauna losade la que no se podíadesprender—. Pero Pedrohabía presidido el InstitutoNacional de Hidrocarburosantes.—Yyamedirástúparalo
quesirveeso.¿Cuándofuelaúltimavezqueeseorganismohizoalgoderelevancia?GRbajólamirada.—Además, Pedro nunca
toma decisiones —continuóManolo—. Al menos esta esexpeditiva, seria y estálimpia, no tiene antecedentesde corrupción; es buenachica, la conozco bien. Yjoven.GRalzóunaceja.—¿Cuántosañostiene?—Acaba de cumplir
cuarentaydos.—¿Familia?—Casada con un chico
normal. No hay divorcios,aunquetampocohijos.—Me van mejor con
familia, sobre todo si tienenque promulgar medidassociales.—Pues ella ha hecho más
por las familias de suMinisterio que todos losgobiernos de la democraciajuntos. Además, así podrádedicarmáshoras.—Cierto —dijo GR,
levantandounaceja—.Estoyhartode trabajarconmujeresquedesaparecena lasseisdela tarde o que llaman cadados por tres diciendo queestán enfermas cuando enrealidad solo buscan mástiempo para estar con sushijos. Es un verdaderoproblema —dijo elpresidente, dando un buentragodelMatarromera.Manolo no supo cómo
responder a tan brutalcomentario, por lo quepermanecióensilencio.GR suspiró y le miró
directamentealosojos.—¿Cómosellama?—IsabelSanMartín.Manolo siempre me
recuerda cómo al presidentelebrillaron losojos aloírminombre.—La conozco. ¿Una
morena de ojos negros, no
muy alta pero con un buencuerpo, un poco como unamozarronadelnorte,conunavoz grave y muchaseguridad?—Esa misma, de
Pamplona, como yo. ¿Laconoces?El presidente pareció
animarse.—¡Sí! —exclamó
quitándose la servilleta quetodavía le colgaba del cuello
—.Ahoraquelodices,estuvehace un año o así en unareunión de trabajo enAdministraciones Públicas yme impresionó. Detecté unambiente sano, participativo,muy buenas vibraciones.Ostras… —dijo pasándosesus gruesas manos por lacabeza—. Según recuerdo,personalidad no le falta, esoestá claro. —GR se quedópensativo durante unos
instantes; luego continuó—:Sí, es buena chica, sí—dijo—.Igualdemasiado.¿Ysiselacomen?Manolo recobró la frialdad
delconsultor.—Pues te la cargas y la
culpasaellade lacrisis—lecontestó.(Otrocomentarioquenole
heperdonadonunca,pormásque me haya aseguradorepetidamente que lo dijo
paraayudarme).—Hombre, pero cómo
eres… —respondió GR, quesiempre había vendido muybiensuladohumano.—En la política y en el
amor…GRmiróalsueloyluegoa
Manolo, sonriendoconciertacomplicidad.—Es una gran mujer, no
mecabelamenorduda—dijoel presidente—.Me recuerda
mucho a esa tía de Ochoapellidos vascos con elflequillo cortado con unhacha…Muydirecta;conunbuenpardecojones—añadióconvencido.Los dos hombres se
echaron a reír, según meexplicó Manolo, quien notardó en cerrar laconversaciónalverque teníaaGRcasienelbolsillo.—Si quieres, organizo una
pequeñareunión.GR accedió con un suave
movimientodecabeza.—¿El lunesa lasnuevede
la mañana en Moncloa? —sugirióManolo,decididoanoperderlaoportunidad.—Hecho.Y así fue como llegué al
poder hace dos años, graciasal encanto de mi flequillo,aparentemente cortado ahachazos,peroquemenegué
a cambiar durante muchotiempo por más que losasesores de prensa e imagendelMinisteriosehorrorizaranalverme.La historia, que Manolo
repite a menudo porconsiderarla una de susmejores victorias, todavía nosésimehacereíro llorar.Símehizoacordarme,esanochepreelectoral, de VictoriaKent, a quienAlcalá-Zamora
también nombró para darcolor a su gobierno y, sobretodo, para absorber críticas.¿Quémejorqueunaandaluzavistosa ymoderna con ganasdemejorarelpaísparaatraerlaatenciónylosataquesdelaprensa y la oposición?Centrar la atención en elladejaba libres a los demásmiembros del gobiernorepublicano, permitiéndolesesconder su propia
inactividad o hastanegligencia. Minombramiento obedecía arazonessimilares.No nos engañemos: en los
gobiernos, sobre tododeestepaís, lasmujeressiemprehanejercido el papel de floreros(notas de color para distraer)o bien de espantapájaros(dianas fáciles para lascríticas). Siempreinstrumentalizadas, siempre
conlasdeperder.Yomisma estuve a punto,
muy pero que muy cerca deperder,nosoloelpoder,sinotambién todo lo que siempresoñé, todo por lo que tantotrabajé y me sacrifiquédurante tantos años. Peroahora, con un poco más deperspectiva,medoycuentadeque la única responsable dehaberme encontrado en unaposicióntanvulnerablefuiyo
misma. Había centrado mivida única y exclusivamenteen mi trabajo como ministray, luego, en las elecciones,había dejado de ladocualquier alternativa a lapolítica,ademásdenoprestarninguna atención a mimatrimonio. Me lo habíajugadotodoaunaúnicabaza:esaselecciones.
3
Solo el hecho depresentarme a unos comiciosme llenaba de orgullo y deesperanza. España habíaavanzado mucho desde lamuertedeFranco,sobre todo
encuanto a adquirir unnivelde vida más próximo al denuestros vecinos europeos,pero todavía quedaba muchopor hacer, sobre todo encuanto al paro y en cuanto ala igualdad de las mujeres.Por eso mi equipo y yocentramos en esos dos temasla campaña, no solo laelectoral sino también la querealizamosdentrodelpartido.Conseguir el liderazgo del
principal grupo de izquierdahabía costado menos de loque yo me esperaba, quizáporquetantoelpaíscomolosmiembrosde laEjecutivadelpartido tenían hambre decambioydevercarasnuevas,una propuesta diferente.Estaba ya todo el mundoharto de tanto varón demediana edad, provinciano ysuperior.Yo enseguida puse las
cartas sobre la mesa e hiceuna apuesta clara por laeducación como auténticomotor de riqueza y por laigualdad de todas lasminorías, sobre todo de lasmujeres. La propuestaconectó bien con todo elpúblicoquenoesunhombreentre cuarenta y cincuentaaños, es decir, lamayoría depersonas, algo increíble sipensamos que el país está
precisamenteconstruidoporyparaellos.Losmiembrosmásjóvenes
y mayores de la Ejecutiva,con GR a la cabeza, sesumaron enseguida a la ideademodernidadqueabanderé,dejando en minoría aMario,mi contrincante, ministro deIndustria en el gabinete deGR. Aunque al principionunca creí que le pudieraarrebatar el liderazgo del
partido, por personificar elcandidatoclásicodesiempre,coneltiempomedicuentadeque tan solo se tratabadeuncuarentón mediocre desonrisa de plástico, sin ideasnuevas y a quien solo lefaltabaelrosetóndepapelenla solapa en plan eleccionesamericanas: mucho globo ypapelitode colorespero, a lahora de la verdad, pocasustancia.
Durante la campañaexperimenté un procesosimilar. Al principio,entusiasmada como estabapor haber logrado lacandidatura,creíaquesoloelhecho de presentarme erasuficiente. La ambición deganarnomehervíapordentroy, además, nunca pensé quealguien como yo, con todosmis defectos, pudiera, oincluso debiera, llegar a la
presidencia del gobierno.¿Quién? ¿Yo? ¡Imposible!Desgraciadamente así piensala mayoría de mujeres antelosgrandesretos.Pero a medida que
avanzabaelmesdecampaña,me di cuenta de que mioponente conservador, JesúsAguado, era tan mediocrecomo yo e incluso teníamenos ideas—o si las tenía,se las callaba—. Al final
entendí lo que Einstein tanacertadamente acuñó hacemás de medio siglo: todo esrelativo.Nadie es tan grandeni tan genial (salvo losescasísimosgenios y esosnosededicanalapolítica,sinoaganardinero,alamúsicaoaldeporte). Para los terrenalesbasta con ser un poquitomejor o tenermás ganas quelos demás. En las reuniones,por ejemplo, cuando no
aportar ideas originales osoluciones creativas mepreocupaba, aprendí aobservar el nivel decomentarios de los demásparadarmecuentadequenotenían nada de espectacular.Aprendíaponermeelmismobaremo que ponía a losdemás. Sin duda, una de lasdecisiones más acertadas demivida.Una vez me di cuenta, a
mediacampaña,dequeganarno era totalmente imposible,pedí a Manolo que meayudara a diseñar unaestrategia para la recta final.Él accedió encantado y meorganizó reuniones deemergencia con empresas,asociaciones, sindicatos,periodistas,artistas,maestros,pensionistas, amas de casa,catalanes, vascos, andaluces,prostitutas, hasta top models.
Escuché más que hablé,apuntándolo todo en uncentenardepequeñas libretas(que luego se hicieronfamosas), por lo que estosagentes sociales merecibieron con los brazosabiertos.Paraquesesintieranmás importantes, y parademostrar que les queríaayudar y estaba de su parte,nolesrecibíenmidespacho,sino que fui a visitarles
adonde fuera.Mepersoné enmercados, escuelas, centroscomerciales, fábricas, torresde cristal, campos decultivo… de todo. Y porsupuesto no solo en Madrid,sino que en apenas dossemanas me recorrí mediopaís, desde las rías gallegashasta los pueblos másrecónditos de los Pirineos,pasando por los abrasadorescampos extremeños, el
Levante agradable o el fríoperoacogedornorte.Lestratéatodosdelmismomodo,consumointerésy,sobretodo,deigual a igual, algo que, tal ycomo no dejaban derepetirme, no habían vistonuncaenningúnpolítico.Ese apoyo y la publicidad
quemeofrecierondespuésdecada reuniónme dieron granconfianza, sobre todo en losúltimos días de la campaña,
cuando por primera vezempecé a creerme que podíaganar. Algunas nochesincluso soñé con la victoria,algoquenomehabíapasadonunca, pero que, en el fondoy en secreto, empecé adisfrutar. Nunca había sidocompetitiva,peroelhechodehaberdejadoatrásaMarioenla batalla por la candidaturadel partido y a mi rivalconservador en las encuestas
meproducíaunplacerquesibien al principio me parecióalgo egoísta, se convirtiódespués poco a poco en unsentimiento más natural quedejó de incomodarme.Al finy al cabo, la idea de ganarreforzaba el sentido de mitrabajo y en el fondo mehacía sentir más importante.Yeso,claro,megustaba.Con esa seguridad
creciente llegué al últimodía
de campaña, ese viernes,dispuesta a rematar unintensísimo mes de trabajocon un buen debatetelevisivo, que seguramenteserviría para decidir el votode los miles de españolestodavíaindecisos.ConManolo y el resto del
equipo habíamos dedicadohoras a preparar bien lostemas y mensajes quequeríamos transmitir durante
la emisión.Aesas alturas, lomás importante era nometerlapata,decirdosotrescosasclaras, y sobre todoaprovechar cualquier ocasiónpara desmontar losargumentos de mis doscontrincantes.Miapuesta erapresentarme como la opcióndel cambio y del sentidocomún,ycomo laalternativamáscercanaalagenteyasusproblemasdiarios.
Todo parecía estar enorden hasta que pocas horasantes de acudir al debaterecibí una llamada que noesperaba.Estrellame la pasóporque se trataba de JoséAntonioVillegas,mi antiguodirector general. Nohabíamos hablado desde quehacía un mes había decididono renovarle el contrato conel Ministerio ya que habíavetadolaentradadeunfondo
de inversión extranjero aEspaña a mis espaldas,aprovechando uno de misviajes a Bruselas. Aquelloterminó con la paciencia quehabía tenido con él durantelos casi dos años quetrabajamos juntos. Pero lejosde que su precipitada salidadel Ministerio le causaraningún daño, elmuy listo yase había colocado comoconsejero de HSC, el mayor
banco del país, con lo cualsupuse que ese cargo ya lotenía apalabrado desde hacíatiempo. Estrella le conocíabien, por lo que sin pensarmásmepasólallamada.—Candidata, ¿cómo está?
—dijo en su tono grave,educadoysuperiorhabitual.—Qué sorpresa—contesté
intentando disimular mispocasganasdehablar.Nuncame había fiado de José
Antonioyahora,unavezquehabía conseguido quitármelode encima, quería pococontactoconél.—Como supongo que
estará muy ocupada, iré algrano —dijo. No contesté yaprovechando mi silencio élse apresuró en continuar—.Comosabe,presidounafilialdel banco HSC que ofreceservicios de telefonía porinternet.—Nolosabía.Creía
que había conseguido unpuesto en el consejo, o igualcombinaba las dosactividades. Guardé silenciomientras, resignada, pensabacuán rápido siempre secolocan los hombres. Siguióhablando—.Conlaconfianzaque me da haber trabajadocon usted —empezó,mientrasyoponíalosojosenblanco—, me gustaríaproponerle un acuerdo entre
nosotrosyelnuevogobiernoparadarconexiónrápidaalasniñas con mejores notas delpaís, el diez por ciento conmejor rendimientoescolar—propuso.Penséuninstante.—Me parece una buena
idea, y en caso de ganar, laestudiaremos —respondí,convencida de que lo mejorera darle largas.Sencillamentenoqueríanada
conél.Pero al cabo de unos
segundos me dije que serpresidenta, del mismo modoqueministra, implicaba dejarlo personal a un lado ycentrarse únicamente en loque era mejor para el país.Además, cualquier paso porparte de un banco tanimportante como HSC porayudar a los escolaresmerecía como mínimo una
consideración.Solohabíaunacosaquenomecuadraba.—Pero¿porquésoloa las
niñas y no a todos losalumnos con mejores notas?—José Antonio respondiórápido.—Despuésdeunacampaña
tan profeminista como lasuya, creímos que un planpara ayudar a las futurasmujeres líderes, ya desdepequeñas, sería de su agrado
—dijoenun tono falsamentesimpático.—Me parece estupendo
ayudar a las niñas pero yatenemos proyectos deprogramas escolares deliderazgo para ellas, gracias—respondí—.Como le digo,me parece una buena idea,perosindiscriminar.JoséAntonioinsistió.—Nos encantaría poder
ofrecérselo a todos, pero
también queremos participaren esta oleada de igualdadque parece haber invadido elpaís, así que nos encantaríallegar a un acuerdo —dijo,sorprendiéndome porque lainsistencianoerapropiadesuestilo—. Desgraciadamenteno podemos ofrecer esedescuento a todos y hemospensado que su potencialgobierno siempre favoreceríaa las niñas antes que a los
niños,¿no?—Por supuesto —afirmé
—. Las niñas parten condesventajayhayque intentarayudarlas.Peroinsistoenqueeso no significa en absolutodiscriminar a los niños deningúnprograma.—Bueno —concluyó
repentinamente en un tonomás alegre—. Entiendo suposición y gracias por sutiempo. Mucha suerte el
domingoysigana,lavolveréallamarparaintentarllegaraunacuerdo.Después de una fría y
breve despedida, colgué elteléfonoymiréporlaventanadel despacho. Aquellallamada me había parecidoalgoextraña,peroteníatantascosas que preparar antes deldebate que decidí, comosiempre me repetía a mímisma, solo mirar hacia
delante.Loentendítodounashorasmástarde.Llegué a los estudios de
Televisión Española antesque mis rivales, pues lapuntualidad siempre me haparecido una manera deempezar con ventaja, o almenos sin desventaja. Alpoco tiempo llegaron losotros dos candidatos, aquienes saludé sobriamentecon un flojo apretón de
manos y sin mirarles a losojos. Ellos tampoco memiraron de manera directa.Supongoque en el fondo lostres queríamos marcar lasdistancias,porloquepudierapasar después.No estábamosallí para hacer amigos, sinopara ganar unas eleccionesvenciendoalaoposición.Porsuerte,esaseranyalas
séptimaseleccionesgeneralesdesdeladictadura,conloque
labienvenidaylosprotocoloscon los tres candidatos antesde arrancar el debate fueronmásbiendiscretos.Muylejosquedaban ya esas entrevistastan acartonadas,cronometradas y predeciblesdelosañosnoventa.Nos condujeron enseguida
al plató principal y noscolocaron a cada uno detrásde los atriles altos yminimalistas que habían
dispuesto.Amiderechateníaa Jesús Aguado, líderconservador, trajeadodeazulpero con una corbatahorriblemente rosa,yalotro,aMelchorGarriga,candidatode un partido alternativoradical, vistiendo vaqueros,camisa de cuello de payés,chaleco que parecía hecho amano, y su habitual cresta,esedíamenospuntiagudaquede costumbre. Yo había
elegido un traje de chaquetaverde oscuro, sobre unacamiseta blanca, después deque mis asesores me dijeranque el verde siempre daesperanza.Respiré hondo y me sentí
fuerte, llena de confianza. Aun lado teníaaundinosauriopolítico sin nada nuevo queaportar y al otro, a un críoque estaba allí gracias aFacebookyqueniélsecreía
hasta dónde había llegado.Claroquelespodíaganar.En silencio escuchamos la
cuenta atrás, la música debienvenidayyo,siguiendoalpiedelaletralasindicacionesrecibidas,miré sonriente a lacámara nadamás encenderseelpilotorojo.Como esperaba, el
moderador dio primero lapalabra a Jesús, supongoqueporque los conservadores le
ficharon como estrella de latelevisión pública antes deque GR llegara al poder (yqueextrañamentemantuvoelpuestoduranteunmandatodeizquierdas. Supongo quedebidoamásfavores).—Nosotros proponemos
una España para todos y nosoloparaunoscuantos—dijoAguadomirandoalacámara.De repente, y ante misorpresa, se volvió hacia mí
—. El partido conservadorcree enunpaís plural que secentre en los hombres y lasmujeres, no solo en lasmujeres como el PartidoSocialista.Ysino,escuchen.Ante la estupefacción de
todos, Aguado se sacó delbolsillo interior de laamericanaunmóvildeúltimageneración. Pulsó una teclapara que todo el mundopudieraoír,altoyclaro,parte
demi conversación con JoséAntonio tan solo unas horasantes, y por supuestototalmente sacada decontexto: «Hemos pensadoqueungobiernosuyosiemprefavorecería a las niñas sobrelosniños,¿no?»,decíalavozde José Antonio, a la quesiguió lamía: «Por supuesto.Las niñas parten endesventajayhayque intentarayudarlas».
Se quedó mirando a lacámaraconunasonrisacínicaquemerevolvióelestómago.Empecé a inquietarme, perointenténoperderun segundopensando en la maldad deJosé Antonio para centrarmeen una respuesta. Justocuando me disponía acontestar,elmoderadorsemeadelantó,diciendoquenoeramiturno,sinoeldeMelchor.—Pero… —fue cuanto
pudedecir.—SeñoraSanMartín,nose
impaciente —me cortó elmoderador,paternalista.Por educación, respeté su
palabra ya que lo últimoqueme convenía era enfadarmedelante de las cámaras dosdías antes de las elecciones.Habíaquemantenerlacalma.Melchor, no tan solidario
conmigo como con losmilesde personas a quienes
prometía ayudar, quisobeneficiarse de ese golpe yapuntó que solo la extremaizquierda había abanderadosiempre la lucha por laigualdad,nosoloentreclasessino también entre sexos. Elcomentario no debió deagradar a Aguado, quienenseguida alzó la mano paraindicar al moderador quedeseabareplicar,loquelefueconcedido. Eso implicaba
saltar mi turno. Ya casillevábamos cincominutos enantenayyo todavíanohabíaabiertolaboca.Habíallegadoel momento de tomar lapalabra, aunque no me ladieran.—Disculpen,perocreoque
me toca hablar —dijeintentando mantener lasbuenas formas,pero supongoque sin poder esconder elhecho de que aquel
ostracismo me habíaincomodado. Me estabajugandounaseleccionesynomeibaadejarpisotear.—Tranquila, señora San
Martín, justo ahora le iba adar lapalabra—meindicóelmoderador.—Yo estoy muy tranquila
—repliqué—. Pero es miturno,¿ono?—No hace falta ponerse
agresiva. Pero hable, señora
SanMartín,hable…—dijoelpresentadorcondisplicencia.Intenté no caer en la
provocación y expliqué laconversación con JoséAntonio, la falta de contextode la grabación, e insistí queenmigobierno,niñosyniñastendrían las mismasoportunidades.—¿Conoce usted bien a
JoséAntonioVillegas?—mepreguntóelmoderador.
—Por supuesto, fue micolaborador durantemi etapacomo ministra —dije,esforzándome por ser neutraly por disimular mimonumental cabreo con JoséAntonio. Menuda jugarretame había hecho el muy hijodeputa.Melaspagaría.—¿Cómo describiría su
relaciónprofesionalconél?—Correcta.—Mentí, ¿qué
más podía decir en público?
—. Durante su etapa en elMinisterio siempre se portóde manera muy profesional;fue un buen miembro de unequipoqueconsiguiómuchascosas—afirmé.—Muchas gracias,
candidata —me interrumpióel moderador, justo en unmomento en el que parecíaque yo adoraba a JoséAntonio, lo quepor supuestomemolestó.
El debate pasó a un planomás personal en el que nospreguntaron por nuestrainfancia y nuestrasaspiraciones. Aguado yMelchor contaron historiasparecidas de liderazgo yrepresentación ya durante suinfancia,mientras queyomecentré en el ascenso y laadquisición deresponsabilidades comoconsecuencia de haber
logrado proyectos yobjetivos.—O sea, que usted ha
subidopeldañosbasándoseenla ambición —resumió elmoderador antes de dar pasoa la siguiente pregunta. Estavezlecortéyo,hartayadesutrato.—¿Ambición? —le
pregunté—. La misma, oquizá menor, que la de miscontrincantes aquí presentes
—dije, mirándoles a los tres—. ¿O está usted sugiriendoquemi presencia aquí es porambición mientras que paraellosesalgomásnatural?Elmoderadormemirócon
fuegoenlosojos,comosinopudiera creer que meestuvieraplantando.—No se ponga así, señora
San Martín, no se lo tomecomo algo personal —dijo,intentandodesdeñarme.
—¿Personal? —respondícon rapidez—.¿Lode«subirpeldaños basándose en laambición»noeraenalusiónamí?Puesentoncesesbastantepersonal,¿no?Melchor intercedió, seguro
que pensando que habíallegado el momento deeliminar a uno de loscontrincantes.—La señora San Martín
siempre es muy clara y
directa —dijo en tonoresabidoygirándosehaciaelmoderador.Le miré seguramente con
los ojos encendidos. ¿Qué sehabía pensado ese críotreintañero para quien lapolítica no era más que unjuego?—Y ¿eso es malo? —le
espeté. ¿Qué sabía él de lavida? Me sonrió condisplicencia y sentí un
revoltijoenelestómago,perono me iba a acobardar, ymucho menos delante deaquellos tres representantesde un mundo que no existíamásqueensusmentes.Asíelatrilconlasmanos,levantélacabeza y miré a Melchorfijamente—.Paralosquenoshemos labrado el caminonosotrosmismossinlaayudade nadie, la únicamanera deavanzareshaciendo,diciendo
ypidiendolascosasclaras—continuésindejardemirarle.Pormucha cresta y vaquerosque llevara,Melchor era hijode un inspector fiscal deValladolid más que bienacomodado y nieto de undelegado del gobierno enCastilla y León durante lostiempos de Franco.Dehippyteníapoco.Sin darme tiempo a
continuar, Aguado tomó la
palabra, supongo que porsolidaridad de género haciaMelchor y por supuesto paraneutralizarmeamí.—Sí, sí, ya hemos visto
cómo usted se ha sabidobuscar apoyos a la velocidadde la luz—dijo a la cámara,sin dirigirse a mí—. Laseñora San Martín se hapasado las semanaspreviasaestas elecciones reuniéndosecon casi todas las
asociaciones de España,como si ganarse la confianzade las personas fuese solocuestión de apuntarproblemas en una li-bre-ti-ta—recalcóempleandoun tonosarcástico en la últimapalabra, lo que me hizofruncir el ceño. Continuó—:LaseñoraSanMartínsiemprequiere ir muy deprisa, comosi gobernar fuera tan simplecomo comprar ladrillos y
ponerlos unos encima deotros a toda celeridad. —Sedetuvo para aumentar laatencióndelpúblicoylevantóel dedo índice consuperioridad, como siestuviera a punto de hablardesdeunpúlpito—.Nosotros,los partidosmás establecidosque proponemos programasmás sensatos —continuó—,sabemos que la política esmás compleja de lo que
parece y por eso llevamosdécadas trabajando pormejorarnuestraconexiónconel público, a quienconocemos sustancialmentemejor que la señora SanMartín, que apenas lleva dosaños en un cargo derelevancia pública. —Denuevosedetuvoparamiraralacámara,ynoamí—.Yesono es suficiente para liderarunpaís.
Le miré con los ojosachinados; era difícilesconder la rabia que sentíadentro, pero solo pordeterminación lo conseguí.Había que centrarse en laréplica.—Siento decirle, señor
Aguado—empecémirándolea él y no a la cámara—,quele han asesorado mal, puesllevo quince años en laAdministración,
introduciendocambiosdentroy fuera de ella que hanafectadoamilesdepersonas.Nolosvoyamencionarahoraporqueestoyaquíparahablardel futuroynodelpasado,yporque la audiencia no tienela culpa de que usted no sehaya preparado bien suintervención.Solo le remitiréami páginaweb, donde estátodo explicado.—Medetuveparahacerunabrevepausade
efecto, ahora símirando a lacámara.Sonriendo.Continué,segura—: En cuanto a losapoyos,claroquelospido,sí,y sin ninguna vergüenza —añadí muy seria—. Los pidoporquenomeloshandadodemanera automática, como austedesdos—dijemirandoamis rivales a los ojos—.Porquesoyunamujerycomoatalnomehaneducadopararecibir sino para dar; porque
nomehanenseñadoaliderarniaganar,sinoaobedecerensilencio;porqueheaprendidoaconsensuarynoaimponer;porque me han dicho quecallary aceptar es lonatural.Yesopesacomounalosaenla conciencia de millones demujeres de todo el mundo yes eso precisamente lo quetodavía lasmantiene un pasopordetrás,sinoportunidaddemejorar su posición. —Hice
otra pausa—. Y sí, apuntotodo en li-bre-tas —remaché—porqueescucho,porquenoquiero olvidar, porque tengoun compromiso con laspersonas con las que hablopara ayudarlas si tengo laoportunidad.Porquecreoquela política y el gobierno sonacción, y no mera palabreríaen el Parlamento. —Volví amirar a la cámara conconvencimiento, con ojos
centelleantes, pues creía encada una de esas palabras yestaba dispuesta a luchar porellas.—Eso que dice respecto a
las mujeres —respondióAguado volviendo alfeminismo, que eramás fácildeatacarquemiúltimopunto— es un discurso de haceveinte años. Y estoytotalmente de acuerdo. Lasituación de la mujer al
principio de la transición noera de igualdad. Pero hoy endía, ¿no ve que eso ya estápasado? Ahora, lasoportunidadessonmúltiplesylas mujeres que no lleganlejosesporquenoquieren.Melchor asintió. No me
llevé las manos a la cabezasolo porque mi asesor deimagen me lo teníaabsolutamenteprohibido.—Pero, ustedes, ¿se puede
saber en qué mundo viven?—les pregunté, inclinándomehacia delante, apoyando loscodosenelatrilymirándolesalosojos,aunqueellosteníanla mirada fija y sonriente enla cámara—. ¿Cuántasmujeres banqueras hay? Tansolo una. ¿Cuántas mujeresdirectivas hay en el sectorfinanciero, no en losconsejos, sino en losdespachos ejecutivos, donde
realmente se corta el bacalaoen este país? Cero. ¿Cuántasdiplomáticas y embajadorastenemos en nuestro cuerpoexterior? Muy pocas yencima las mandan a lospaísesmásremotos,creoquetenemos a una enBelice y aotra en Botsuana. ¿Ymagistradas?Nolleganiaundos por ciento del total.¿Propietarias de grandesempresas? No recuerdo
ninguna. ¿Y que hayan sidopresidentas del gobierno?—Me detuve para realizar otrapausadeefecto—.¿Porqué?—Contuve la respiraciónunos instantes para crear unsilencio dramático—. Porquelas mujeres no tenemos niapoyos, ni mentores, nitradición, ni facilidades, ninadie que nos hayaincentivado, enseñado oanimadoaponernosobjetivos
altos.Lo tenemosmuchísimomás difícil—dije,mirando amis oponentes—.Ustedes notienen más que sermínimamente capaces ysimpáticos para lograr eléxito. Nosotras, en cambio,también tenemos que serguapas, dulces, amables,ganar una fortuna para poderpagar a una niñera y encimaestar delgadas, ¿o no esverdad? En cambio, ustedes
pueden ser serios, feos ygordos, y llegar a presidentesin ningún problema.Nosotras, no. Sencillamenteno podemos ser agresivas,masculinas o feas. ¿Seimaginanaunaseñoragorda,vieja y con cara de malaspulgasenelpoder?¿PorquéChurchill oAzaña eran así ytodos los respetaban? —Medetuve otra vez, sintiendo yomisma el dramatismo demis
palabras. Iba bien—. Y sihacemos lo contrario, lo quese nos pide, ser dulces,comprensivas, simpáticas yno molestamos a nadie,entonces somos débiles,vulnerables y carecemos decapacidad de liderazgo. Poreso la sociedad cree queconviene más un hombre enel poder, ya que este tienemás fuerza y personalidadpara afrontar los momentos
duros. Y eso excluye deforma automática a la mujerporque los cánones nosobliganaserdulcesytiernas,cualidadesincuestionablemente buenas,pero poco prácticas en lalucha por el poder. —Otrosilencio teatral, dejandotiempo a la audiencia parapensar.Miréalacámaraparaconcluir, con una dulcesonrisa (me habían explicado
que los hombres no teníanque sonreír, pero el mensajedeunamujercalabamejor siiba acompañado de unasonrisa. Feminista o no, allíse trataba de ganar votos)—.Losespañolestienenahoralaoportunidaddeporfinacabarcontantainjusticiayelegirungobiernodiferenteymodernopara todos. Sin dejar a nadieatrás. Todos juntos, todosiguales, con optimismo y
mirandohaciadelante—dije,serena,segura,feliz.Erguílaespaldaymecallé.
Al fondo del plató vi por elrabillo del ojo a Manolo, elgran estratega de micandidatura, brazos y puñosen alto.Aquello hizo quemicara, todavía fija en lacámara,parecieratodavíamásradiante. Los ojos relucíanporque brillaba por dentro.Conté de diez a cero para
contener la emoción, lamirada siempre fija en elpilotorojo.El soliloquio dejó a mis
contrincantes más biensorprendidos. No sabían quéresponder,másque repetir loque ya habían dicho antes,que tampocoeranadanuevo,ni ilusionante ni rompedor.Dejé que continuaran y queaburrieran al público cuantoquisieran.Permanecíelegante
durante el resto del debate,hablando más bien poco yclaro. Estaba segura de queya había jugadomi baza y apartir de ese momento elobjetivo era no cometerningún fallo. Creo que loconseguí.Al acabar, intenté dar
ejemplo de deportividad,sonriendo y estrechando lamano a mis rivales que casituvequedetener,puesseiban
disparados, y supongo quebastante preocupados, devuelta a la antesala del platófuerayadelascámaras.Notécómomemiraban con ciertodisgustoyexclusión,queporsupuesto interpreté como loque realmente era: exclusiónporserdiferenteyenvidiademiactuación.Mequedédepie,solapero
orgullosa, sin ningúncomplejo.
4
Como suele pasar, esaadrenalina se transformó enun anticlímax horrible tansolo dos horas más tarde.Sola en el despacho, denoche, sentí un profundo
horrorvacui,unoscurovacíointerior, además de una graninseguridad. Después de dosañosde intensísimo trabajoydeunacampañaagotadora,yano podía hacer más, el díasiguiente era jornada dereflexión y estaba prohibidohablar en público, y eldomingo, las elecciones.Después de tanta vertiginosaactividad, todo se habíaparado súbitamente, pero lo
únicoqueyoqueríaeraseguirtrabajando para poderalcanzar el objetivo. Esahabía sido mi vida en losúltimos tiempos y de repentesentí como sime lahubieranquitado. Pero ya no podíahacer más; me sentí inútil eimpotente. Quisiera o no, elreloj había dado la hora; lasuerteestabaechada.El perturbador silencio
hizo que de pronto me
asaltarandudasquehastaesemomento ni me habíaplanteado.¿Quéibaahacersiperdía? ¿Si laderrota era tangrande y humillante queacabara con mi carrerapolítica y dos décadas deilusión y esfuerzos? ¿Cómome podría sentar en elCongreso como diputadadespuésdehaberarrastradoamipartidoaunadebacle?Aunquejustoantesdeunas
eleccionesno fueramomentodepensar enunamisma, ¿dequé iba a vivir si tenía quedejarlapolítica?Apenasteníamás experiencia de la quehabíaacumuladoenel sectorpúblico.El país atravesaba una
fortísimacrisisylasempresasde mi campo profesional, laingeniería, estaban cerrandodía sí, día no. Solo lasgrandes constructoras
contrataban a ingenieros o aconsultores, pero estabancontroladas precisamente porlas personas a quienes habíasubido los impuestosocuyasextraordinariasredesdepoderhabía intentado amilanar.Soloporhacermitrabajomehabía ganado múltiplesenemigos, y ellos eran losúnicos que me podíancontratar terminada micarrera política, algo que en
ese momento de bajón meparecía cada vez máspróximo.Lamenté no haber
aprovechado los dos años enelpoderparaasegurarmeunasalida tan digna y lucrativacomo la que siempre se hanprocuradoungrannúmerodeministros,detodaslasépocasy colores. De una manera uotra, esos hombres demedianaedadsiemprerecalan
en el consejo deadministracióndealgunagranempresa, donde reciben unsueldode seiscifras soloporasistir a cuatro reuniones alaño y preparar un par deinformes que, por lo general,nodicennada.ElmismoJoséAntonio, por ejemplo,consiguió ese excelentepuesto en HSC al pocotiempo de salir de miequipo…, por la puerta de
atrás.En cambio, allí estaba yo,
más solaque launay con lamisma estrategia de salidaque cuando llegué al poder,es decir, ninguna. Mientrasmuchos de mis colegashabíanentradoysalidodelasaltas esferas siguiendo unplan muy bien trazado, yohabía ingresado en esa éliteporcasualidadyseguramenteestaba a punto de salir por
razones hasta cierto puntoajenas a mi intención oinclusoamitalento.Pensé que acabaría en el
extranjero, todavía más sola,igualqueVictoriaKent.Peroella al menos contó con elapoyo de su pareja, LouiseCrane, lamillonaria herederade un imperio industrialestadounidense que financióla revista Ibérica deVictoriadurantedosdécadasparaque
esta pudiera centrarse en suluchacontraFranco.Desde Nueva York, y con
gran tesón, laKent reunióensu publicación a los grandesintelectuales españoles,europeos y estadounidensesde la época para criticar ydebilitar al régimenfranquista.PormáspisoenlaQuinta Avenida, casa decampo enMartha’sVineyardodespachoenGramercyPark
que tuviera, la Kent no sehabía procurado el mismoexilio que sus colegas degobierno republicano, máscentrados en conseguirpuestos en prestigiosasuniversidades extranjeras queen ayudar a los pobresexiliadosdeapie,comohizoVictoria.Yo me sentía igual. De
hecho, un antiguocolaborador me había escrito
poco antes de las eleccionespidiéndome que, por favor,nunca hiciera pública suoposición a las centralesnucleares,puesestabaapuntode firmar un acuerdo deconsultoría con una granempresa francesa de energíaatómica. La petición merecordó a una misiva deSalvador de Madariaga aVictoria Kent que leí en lasmemoriasde esta.Enella, el
intelectual español yembajador en época de laRepública le pedía que no lepublicitase como abanderadode la lucha antifranquistaantes de que firmara uncontrato de intercambio conla Universidad de Princeton,donde enseñó durante tresmeses. La carta tenía elmembrete del Algonquin, unlujoso hotel cerca de TimesSquare que en su día había
acogido las reuniones del«Círculovicioso»,unclubdedebate al que habíanpertenecido desde HarpoMarx hasta Dorothy Parker.VictoriayLouisesesumabana menudo a las reuniones,siempre alegres, rebeldes yricas, igualquelosmiembrosdel exclusivo club. En lossuntuosos sillones deterciopelo azul del famosobar en pleno corazón de
Manhattan,estosintelectualesdebatíanentrebellinisuotroscócteles sobre cuestionesgeneralmente pocorelevantes,perosiemprehastaaltashorasdelamadrugada.Pormásadmiraciónque le
tuviera,cuandomeimaginabaa laKent en esos ambientes,laverdadesquetampocomedaba ninguna pena. Ya mehabríagustadoamíretirarmede la política y continuar mi
laborenunáticoenlaQuintaAvenida con vistas a CentralPark, apoyada financiera yemocionalmente por unapareja estable eincondicional.EnmicasoteníaaGabi,un
poco más joven que yo, conquien por entonces llevabaveinte años, desde launiversidad, a excepción deuna pequeña ruptura deapenas un mes hacia el
principio de la relación. Nosllevábamos bien, habíamosviajado juntos mochila alhombro por todo el mundo,como nos gustaba y, lo másimportante, compartíamosvalores. Los dos, supongo,queríamos un mundo mejor,pero nos habíamos adaptadobien a los cambios, lastendenciasya lasmodasdosdécadas después de tenerveinte años. Ya no
soñábamos con utopías, peroen nuestros trabajosejecutábamos proyectos quecontribuían a crear unasociedad mejor. Yo en elMinisterio y él comoinformático, dando acceso ainternet y diseñandoprogramas de eficiencia paraempresas, colegios einstitutosdetodoelpaís.Desdequeleconocíenuna
fiesta universitaria a
principios de los noventa,Gabi (o Gabino, su nombrereal y como le llamaban suscompañerosdeclase)siemprehabía llevado gadgetsencima.Dehecho,laprimeravezquemeinvitóasaliryledije que sí, se apuntó la citaen una agenda electrónicamucho antes de que estas sepusieran de moda. Me dijoque la había comprado enLondres, una ciudad que le
encantaba y donde iba, enautobús, siempre que podíapara estar al corriente de lasnuevastendencias.Leadmirédesde ese primer momento,pero más por el espíritu deviajar a Londres en bus enbuscademodernidadqueporlaagendaelectrónicaensí.Suaspectoeraoriginal,con
pelo largo y liso, camisasanchas y floreadas, y undistintivo sombrero Panamá
muy poco visto en España;eraunaspectoprehipsterquehuía de las omnipresentescamisas a rayas o jerséis dealgodón de cuello redondoque triunfaban por aquelentonces. Su personalidadtambién era interesante. Eratan de ciencias comoyo, poreso le entendíaintelectualmente, pero supinta de bohemio de letras(pornodecirdecolgado) fue
lo que me enamoró, sobretodo sus formas suaves, casifemeninas, su amor por laliteratura, el arte, la música.Gabi me enseñó que elmundo iba más allá de lossistemas cerrados deingenieríaquehasta entonceshabían dominado mi vidaacadémica, y tambiénpersonal.Tardamospocoenempezar
asalir,despuésdeenrollarnos
enlamacrofiestaqueTelecosorganizaba justo antes de losexámenes finales. Comotodos los años, me cogí unpedalimpresionantecontantacerveza y bebidas a las queno dejaban de invitarme. Noporque fuera atractiva, sinoporque el ratio de chicos achicas en las facultades deciencias en esa época era dealrededordecincuentaauno.Siempre había alguien
dispuesto a venir a darmeconversación.Pero Gabi era muy
diferente al típico pijomadrileño que abarrotaba lasaulas de Industriales yenseguida comenzamos unarelaciónquepocoapoco fuehaciéndose más seria. Yocreíaqueterminaríapordejarlainformáticaysededicaríaatocar la guitarra y acomponer, que era lo que
realmente le gustaba y a loque dedicaba todo su tiempolibre. Le había dicho enmuchas ocasiones que algúndía podríamos viajar yrecorrer el mundo con laguitarra y una mochila, unproyecto que mediorealizamos (tan solo tresmeses) antes de mudarnos aLondres, donde me instalépara hacer un máster en laLondonSchoolofEconomics
dosañosdespuésdeacabarlacarrera. En un gesto muyavanzadoparalaépoca,élmeacompañó sin pensarlo unsegundo.Vivíamos en un pequeño
estudio enCamden, entoncessucio y alternativo, lleno depunks porreros y con crestas,pero no muy lejos de misclases y donde Gabi prontoentró en una banda comobajo.Duranteeldíatrabajaba
en el departamento deTecnologíadeunbancodelaCity,cobrandomásquebien,y por las noches o ensayabacon la banda o tocaban enalgún tugurio al este de laciudad, aunque una vezllegaronaactuarenelRoundHouse. Aquellos fuerontiemposfelices.El grupo se acabó
rompiendo por un asunto defaldas y no encontró otro
igual.Le aburría pasar tantashoras en laoficinay empezóa ponerse negativo con elclima y la comida. Ya noparecía tan interesado enbuscarnuevastendencias;eracomosiderepentesehubieracansadodelesfuerzoquetodagranciudadimplica,comolaslargas colas, losdesplazamientos o lasaglomeraciones. Empezó allegar a casa cada vez más
tarde, hasta que al final unanoche no se presentó yapareció a las doce de lamañana completamenteborracho. No me costóaveriguarquehabíatenidounrollo con una fan de suantiguabandademúsica(olora perfume, excusas que nocuadraban, etcétera). Eldisgusto fue considerable,peroGabisedisculpótodoloque pudo, diciendo que se
sentíadeprimido.Entendíqueaquello había sido un deslizdeunanocheyleperdoné.Volvimos a Madrid
pensando que en casa, ennuestropaís,conbuentiempoy cerca de los amigos de launiversidadsesentiríamejor.Tuvequedecir queno a unabuena oferta deldepartamento del Tesorobritánico y, lo que fue peor,abandonaraWuri,elgatoque
habíamos cuidado durantecasi tres años, que dejamoscon una amiga. Aprendíentonces que en la vida nohaypasohaciadelantequenoimplique otro hacia atrás.Todotieneunprecio.Nos instalamos en un
pequeño piso en Malasaña,donde nos encantaba salir alcine, al teatro y a los cafésantiguos que todavíasobreviven. Animé a Gabi a
que encontrara otro grupo,pero nunca quiso. Decía queningunoseríatanbuenocomoel de Londres y que preferíadedicarse a su carreraprofesional. Sus compañerosde facultad habíanprosperado, muchos eranjefes de tecnología deempresas importantes; eraunaépocamuyfavorableparalos informáticos porque poraquelentonces lamayoríade
empresas españolas vivían,tecnológicamente,en laEdadMedia,asíquelonecesitabantodo y estaban dispuestos apagar por ello. Con tan solotreinta años, muchos de susamigosvivíanalasafuerasdeMadrid en grandes casas conpiscina, conduciendocochazos que nunca medejarondesorprender.Me costó entender que el
chico con camisas hawaianas
y pelo largo de quien mehabía enamorado pudierallegar a envidiar a unoscompañeros que siempredespreció por pijos yconvencionales. Pero cadavez que volvíamos de esasfiestas en Puerta de Hierro,Gabisacabasupeorhumoryal llegar al pisito deMalasaña, sin calefacción,siempre se quejaba. Ni sutrabajo en la sede madrileña
de una pequeña caja deahorros andaluza, ni mipuesto de recién llegada a laAdministración nos dabanpara más. Aun así, yo erafeliz, con mi trabajo, misamigos,mivida,michico.Fueronpasando losañosy
mi carrera seguía más omenos igual, yendo de unMinisterioaotrohastaacabarde nuevo enAdministraciones Públicas,
donde por fin empecé aavanzar. Con treinta y ochoaños, tambiénveíacómomisamigas empezaban a formarsus propias familias, y estome daba cierta envidia.Aunque nunca he tenido uninstinto maternal acuciante,siempre he fantaseado con laidea de tener mi propiafamilia para crear un hogarmás cálido y alegre que lacasatristeysolitariaenlaque
crecí. Así que un día leplanteéeltemaaGabideunamaneratranquilaynatural.Este no pareció
entusiasmarse con la idea,aunque tampoco se opuso.Sin grandes aspavientos,decidimos ir a por ello y asíseguimosunassemanashastaqueélperdiósutrabajo.Aquello trastocó nuestros
planesy,vistoenperspectiva,también nuestras vidas. El
paro, más prolongado de loque nos imaginábamos, secomió el entusiasmo queGabihabíarecobradoporsusaficiones,comoloslibrosolamúsica, y poco a pocotambién le fue minando laconfianza. Aunque elgobierno, y sobre todo GR,alardeaban de una economíaque iba viento en popa, lasempresas le decían a Gabi,cuando este les enviaba su
currículo,queveíanunfuturomuy incierto. La industriasiemprevapordelantedelosgobiernos.Poco a poco Gabi fue
cayendo en una desazón queinfectó nuestro día a día.Cada vez hablábamosmenosy yo llegaba cada vez mástardedelaoficina,yaquefuejusto entonces cuando micarrera empezó a despegar.Nos veíamos tan poco que
apenas teníamosningún temao proyecto común. Y elmásgrande de todos, el de lafamilia, había quedadosumidoenelsilencio.La cosa empeoró cuando
me nombraron ministra, yaque por más que meresistiera, tenía actos casitodaslasnoches.Cenarjuntoseracasiunmilagroporquelamitadde losdíasestabaoenotra ciudad española o en el
extranjero.LosviajesaSeúl,América, Oriente Medio oChinasesucedíansinfin,yelpoco tiempo que pasaba encasa lo necesitaba paradescansar.La situación doméstica
empeoró, pero era fácilignorarlo porque tampocodiscutíamos;prácticamenteninos veíamos. Él habíaempezado a trabajar comofreelance y parecía cada vez
más ocupado en proyectosque a veces también lellevaban al extranjero. Segúnme explicaba, programabasoftware para todo tipo declientes, ayudándoles en susprocesos de ventas uorganización.En un momento
determinado pensé que eseincremento en su actividadpodríarevivirnuestrosplanesfamiliares y, a los cuarenta
años,volvíaplanteareltemajusto antes de salir para unareunión de ministros deEconomía europeos, elfamoso Ecofin. No mepreocupaba quedarme enestadosiendoministraporqueGRsehabíaportadobienconlas embarazadas en puestosde responsabilidad delpartido, y en alguna ocasiónme había dicho que élsiempre me apoyaría si
decidía formar una familia.Lástima que Gabi no fueraigualdecomprensivo.Hablamos en la cocina de
la casa nueva, en la plaza deOlavide, un piso enorme ysoleado donde nos mudamospoco antes de minombramiento, cuando lascosasme habían empezado airbienynos(me)podía(mos)costearunamayorhipoteca.—Mientras seas ministra
nopodemostenerhijos;seríainjusto para ellos crecer conunamadrequesepasaeldíafueradecasa—medijo,frío,mientrassepreparabauncafésin ofrecerme otro a mí.Hacía mucho que no nospreparábamos un café el unoalotro.Me enfadé hasta tal punto
que casi le tiré un jarrónchino precioso que teníamosen la cocina, peromedetuve
atiempo.—Y¿porquénoeres túel
que cuida de los niñosmientras soy ministra? —respondí—. Estos cargosduran poco, enseguida meecharán.—Pues hablaremos
entonces —fue cuantocontestó.—Tengounaedadyyano
puedo esperar. Es ahora oahora.
—En estas circunstancias,no —insistió Gabi, sinninguna voluntad denegociación—. Además, yotampoco puedo.Ahora tengoqueviajaryverclientesenelextranjero y para que miempresa funcione losnecesito.EraverdadqueGabihabía
mencionado unos clientes enItalia y en Polonia que lehabían reportado ciertos
ingresos, pero no lossuficientes como para que sediera tanta importancia, creoyo, y mucho menos parabloquear un proyectofamiliar.A fin de cuentas yoera la que seguía pagando lahipotecatodoslosmeses.—Tengo contactos en
muchas empresas, estoysegura de que te podríaayudar a encontrar algo másestable—lepropuseun tanto
desesperada.Lamiradalarga,durayfría
que me dirigió entoncestodavía me deja helada cadavezquelarecuerdo.—La ministra de
Economía, ¿cogida en uncaso de nepotismo paraayudaralloserdesumaridoaencontrar trabajo?—dijoconuncinismoensusojosquenohabíavistoantes.Intenté mantener la calma
y centrarme en el objetivo,queeratenerunafamilia.—Recomendar a alguien
tan bueno como tú no esnepotismo —intentéreconducirlasituación.—Entuposición,síloes.Sentí como si Gabi me
estuviera cerrando todas laspuertas,unaauna.—Estásbuscandoexcusas.No respondió. Se fue a la
habitaciónycasinovolvimos
ahablardeltema.Larelaciónno empeoró, pero entró enuna especie de impasse, unestado como deencefalograma plano.Seguíamos sin vernos apenasy las pocas veces quesalíamos a cenar con amigoslos dos sabíamos fingir bien.Era una situación un pocoincómoda, pero tampoco nosmolestamos en solucionarlo;supongo que llegar a casa y
verle era mejor que llegar aun hogar vacío. O al menoseso era lo que entoncespensaba. También era difícildesprenderse del encanto desu sonrisa, por poco que laprodigara. Al fin y al cabo,esasonrisaysushoyuelosmehabían conquistado elcorazón como nunca nadie,aunquedeesohicieracasidosdécadas.Lo que sí me quedó muy
claro después de aquellaúltima conversación fue quela mayoría de hombres nosoporta a las mujeres conpoder. Por muy buenaspersonasquesean.Unamujercon poder les intimida, leshacesacarsusmecanismosdedefensa más primarios y lesvuelve capaces de sabotearlas aspiraciones más íntimasdelaspersonasaquienesmásquieren. En mi caso, el
proyecto de formar unafamilia.
5
Todavía recostada en elsofá ese viernes preelectoral,con el estómago encogido ylacabezaenplenaebullición,mesobresaltólallamadadelaúnica mujer que, en mi
opinión, había combinadocon éxito una vidaprofesional de primera filacon una situación familiar yemocionalestable.—Ingeborg, querida, qué
alegría me das —dije a mihomóloga danesa, con quienhablaba a menudo o bien enBruselas,oporteléfonooporSkype. Oír su voz en esanoche solitaria me arrancóunasonrisa.
—Hola, futura presidenta,¿yahaspreparadotudiscursodevictoria?Cerrélosojosysonreí.—Ay, Ingeborg —le dije
con voz pesarosa—. No loveonadaclaro…—Puestúcomosilovieras
—atajó rápida—.Mihijomelo dice todos los días: sicuando chuta a la porteríacreequevaasergol,lomete;si no está convencido, el
balónnoentranunca.—Sí, en el mundo del
fútbol juvenil me lo creo,peroestosonunaseleccionesgenerales y dependo demillonesdeelectores.—Yaveráscómoconfiarán
en ti más que en ese idiotaconservador,¿cómosellama?—De idiota no tiene un
pelo —respondí algocondescendiente—. Se llamaJesúsAguado.
Ingeborgseechóareír.—Ay, perdona queme ría
—dijo—, pero es que«Jesús»…Menudos nombreslos españoles. En los paísesprotestantes suena tan…redentor, tan mesiánico. EnDinamarca nadie votaría aalguien llamado «Jesús»porque suena demasiadocómico. ¡Es como si tellamaras«Dios»!—Ingeborg, mujer,
entiende que no es más queunnombre.—Ay, perdona, perdona,
noquieromofarme—dijosinpodercontenerlarisa.—No,no,tranquila,tómate
tutiempo…Nos reímos las dos hasta
que Ingeborg pareciócalmarse.—Oye,tellamabaparaver
cómo lo llevabas y paradecirtequeyo también tengo
buenasnoticias.—¡Ah! ¡Estupendo! Dime
—exclamé,aliviadadenoserelcentrodeatención,algodeloquenomehabíalibradoentoda la campaña y de lo queestaba ya francamente harta.Tener el foco encima resultaagotadorporquehayqueestarmuy atento a todo, no sepuede perder la composturani un segundo y encima unodebe sonreír y ser amable
incluso cuando no lo siente.Extenuante.—¿Estás preparada? —
Ingeborgpreguntó,aunquenoesperó mi respuesta paracontinuar—. El primerministrodeDinamarcamevaa proponer como comisariaeuropea de Competencia —dijo,solemne.—¡Eso sí que son
excelentes noticias! —exclamé levantándome del
sofá de golpe. Llegar aministra de Economía deDinamarca era ya un granlogro, pero el país esrealmente pequeño, con loque un puesto comunitariodaba más prestigio,responsabilidad y,seguramente,tambiéndinero.—Estoy alucinando—dijo
entusiasmada.—No es para menos —la
animé.
—Ya sabes que quiero aDinamarcamásqueanadaenelmundo—siguió—,peroesque me conozco cadaindustria, negocio y hastapequeña tienda de este paíscomo la palma de la mano.Tenía muchas ganas de unpuesto internacional que meabrieraunpocolasmiras.Losdanesesavecesnosmiramosmuchoelombligo.—Comoentodaspartes…
—Pero todavía no estáhecho,¿eh?—meadvirtió—.Nos han dicho que en laComisiónquierenaundanésporque nunca ha habidoninguno, y también paracompensar nuestra enormecontribuciónaEuropa.—Y que recibimos en
España; ya os tocaba —apunté,rápida.Siempre me había
mostrado agradecida a los
países contribuyentes a laUnión Europea en lugar decriticarlos por no dar más,como hacían algunos de miscolegas, algo queme parecíaque estaba fuera de lugar,además de brutalmenteinjusto.—Los daneses estarán
encantados de por fin contarcon una representaciónrelevante, ¡y conmigo alfrente!—dijoconorgullo.
—Será una excelenteoportunidad, enhorabuena—le contesté intentandocompartir su alegría—.Pero… ¿cómo soportarásvivirenBruselas?Las dos nos reímos, pues
siempre comentábamos logris, oscura y aburrida quenosparecíaesaciudad.—¡Siempre puedo ir al
Joe’s!Solté una carcajada al
recordar lanocheque trasunEcofinmaratoniano Ingeborgy yo terminamos bailandodesmelenadas en unadiscoteca, el Joe’s,camufladasbajounaspelucasyconunosvestidoslargosenplanhippyquecompramosenunmercadillo por dos euros.Nadienosreconoció.—Y¿tumarido,tambiénte
lo vas a llevar al Joe’s?—lepreguntétodavíariéndome.
Guardóunbrevesilencio.—Todavía no se lo he
dicho, esperaba hacerlomañana —dijo en un tonorepentinamente serio que mesorprendió—. Una decisiónasí hay que tomarla concalma. Tenemos a los chicosenuncampamentoscoutyhepensado preparar una buenacena para hablarlo contranquilidad.Yasabesqueespiloto y hay que aprovechar
bien los pocos momentos enlosqueestáencasasinestrésnijetlag.—Me parece una buena
idea —dije, recordando quelos nórdicos son másracionales que emocionales.Yo nunca podría haberesperado para dar a Gabisemejantenoticia.¡Lehubierallamado de inmediato!Ingeborg estaba cargada desentido común. Detrás de su
imagen externa de rubiaatractiva y sin pelos en lalengua había una mujerracionalydiscretaquenuncaseprecipitabayqueeracapazde ver con antelación lasconsecuencias de cualquierdecisión o acto. Para mí eraunejemplo—.Paraloschicostambién será una buenaoportunidad, ¿no? —lepregunté pensando en sushijos, los tres en edad
adolescente.—Seguro —respondió
rápida—. Aquí están muycómodos y, aunque ya lesmando todos los veranos alextranjero, creo que vivirfuera algunos años lesespabilará, lesdaráconfianzaenellosmismosylesayudaráacomprenderqueno todoestan bonito y próspero comoDinamarca.—En España no tenemos
esosproblemas…—Todos tenemos
problemas…Le di la enhorabuena de
nuevoynosdespedimospuesalguien la estaba esperando.Comoyo,todavíaestabaeneldespacho a esas horas tanintempestivas de un viernes,algoquemecostabaimaginaren el caso de nuestroshomólogosmasculinos.Volví al sofá, me
acurruqué bajo la manta ypensé en Ingeborg instaladacon sumaridoy sus hijos enuna magnífica casaunifamiliar en Bruselas.Todos ellos nórdicos, rubios,felices, cenando alrededor dela flamante nueva comisaria.Me sentí muy contenta porella, pero un poco triste alpensar que aquella nuncaseríamisituación.Tenía ya cuarenta y dos
años y el tema de los hijosparecía más que zanjado.Hacíamuchoquenopensabaen ello, seguramente por locentrada que había estado enla campaña electoral. Denuevo, me sentí decaída alpensarqueduranteelrestodemis días no tendría máscompañíaqueladeGabiylamía. Nada más. Esepensamiento no solo meentristeció, también me
produjo cierto temor.Supongo que en el fondoseríamiedoalasoledad.Cerré losojosy repasé los
pasosquehabíaseguidohastaconvertirme en candidata,preguntándome por qué enese momento tan especial eimportante, la realidad eraque me encontraba más solaquenunca.Apesardeléxito,esenoeraelfuturoquehabíasoñado, pues yo siempre
había querido una familiaparacompensar laquenuncatuve.Mi madre, andaluza deorigen, acabó en Pamplona,dondevivíaunhermanosuyoque se quedó en Navarradespuésdeacabarlamili.EnJaén,dedonde son,nohabíaoportunidades y al morir suspadres —mis abuelos, a losquenolleguéaconocer—mimadre se fue al norte, dondecompartióunpisoconmi tío
hastaqueestesecasó.Después de múltiples
trabajos como camarera osirvienta, por fin entró en elservicio de limpieza de laUniversidad de Navarra,donde al menos la hicieronfija y no le pagaban mal. Aella nunca le importó quefueran del Opus y siempredefendió que, a pesar de sermadre soltera, nunca lehicieron preguntas y siempre
lepagaronconpuntualidad.No conocí a mi padre
porque mi propia existenciaesunerror,unaaventuraquemi madre tuvo con alguienquenosdejóinclusoantesdeque yo naciera. Mi madreapenasmehahabladodeélycuando le he preguntadosiempre ha respondido conevasivas, diciendo que no esimportante. Dice que la vidanos va bien a las dos y que
eso esmás que suficiente.Avecespiensoque razónno lefalta; yonomepuedoquejary ella ha vuelto a casa de suhermanodespuésdequeestesequedaraviudo.Losdosyamayores, viven tranquilosrodeados de amigos y gozande buena salud.Hace un añoles ayudé a comprar un pisonuevo, amplio y soleado enMendebaldea, un barrioseguro y relativamente
céntrico donde tienen todoslos servicios necesarios. Noles veomucho, pero siempreque puedo me escapo avisitarles algún fin desemana, sobre todo porqueaprovecho el domingo parahacer senderismo por elPirineo navarro, que es unamaravilla. Aunque me llevebien con ellos, la verdad esque solo pasamos juntos elsábado y la visita a menudo
se reduce a una comida, yaque nuestra relación es másbien fría. Aparte depreguntarmesiestoycontentay si como lo suficiente,tampocosabenmuybienquémás decirme. Pero son laúnicafamiliaquetengoyporesolavaloro.Tampoco es que de
pequeña pasara tanto tiempoconellos.Mimadreteníadostrabajos para poder pagar
nuestro pequeño piso en unbarrioobreroalasafuerasdePamplona, casi junto alaeropuerto. Por la mañanalimpiaba en la universidad ypor la tarde servía en una delas casas del Opus cerca delcampus. Yo iba sola alcolegio, algo impensableestos días, pero nunca mepasónada.Pamplonaeraunaciudad segura, pequeña; elúnico problema era el frío y
mi abrigo lleno de agujerosmalremendadospordondesecolaba el viento helado delinvierno.No me estoy quejando de
mi infancia en absoluto. Esverdad que las circunstanciasno eran fáciles, pero mimadremeenseñóacompartiry asumir responsabilidades,lo que a la larga me haayudado. Al llegar por latarde del colegio tenía que
ponerme a preparar la cena,calentarelagua,pelarpatataso ir a la compra, apuntandotodos los gastos en unapequeña libreta roja que meregaló para que aprendiera aadministrarme (supongo quela manía de las libretas meviene de ahí). Eso hizo queme sintiera mayor, lo quetodoslosniñosmásdesean,ymás cerca de la vida de miídolo Pipi Calzaslargas que
de la de mis compañeros declase, que me parecía másbien aburrida y siempre bajoelcontrolpaterno.Supongo que esas
circunstancias me hicieronsentirdiferenteytambiénmedieron confianza en mímisma.Pasabamuchotiemposola en casa y no me quedóotro remedio que aprender asolucionar problemas, desdecambiarbombillasoentender
los plomos eléctricos hastaarreglarunescapedeaguadelalavadora.Para lo que no estaba
preparada era paraencontrarme amimadre unatarde en el salón tumbada enel suelo con los ojos enblanco, inconsciente. A misocho años, no sabía qué eraun ataque al corazón ni lagravedadquerevestía,peroapesar del susto monumental
que me llevé, enseguida medicuentadequeestabavivayllamé aUrgencias tan rápidocomopude.Siemprepráctica,mi madre guardaba losnúmeros de la ambulancia,bomberos y policía, ademásdel de su hermano, en elcajón de la mesita delteléfono y me recordaba devez en cuando qué debíahacerencasodenecesidad.El poco tiempoque los de
Urgenciastardaronenllegaracasa se me hizo eterno,impresionada como estabaporveramimadretendidaenel suelo, inerte. Todo estabaen silencio, una quietudaterradora que me oprimía.Me sentí sola y asustada,como si de repente todo elmundo dependiera de mí.Hice esfuerzos por contenerlaslágrimas,apretandofuertelos puños; tenía todo el
cuerpo en tensión. Noté unvacío tan grande y tanimposible de controlar queentendí que mi única opciónera pensar, solo porque eramenos doloroso que sentir.Esomequedómuyclaro.Cada vez que mi madre
movía alguna parte de sucuerpo, de manera porcompleto aleatoria, el sustoera mayor porque no podíaentender esas convulsiones
sin ton ni son. Nada teníasentido. Aguardé todo loquietaycalladaquepude,porunos instantes pensando quenunca vendría nadie. Elmiedo me dominaba. ¿Quéiba a hacer yo sinmimadre,sola por completo en elmundo? Creo que entoncesaprendí a levantar la cabeza,respirar hondo y apretar losdientes. También aprendí acontrolar las emociones. O
quizásoloasuprimirlas.Porfinllamaronalapuerta
y el cuerpo de mi madre seempezó a destensar. Salícorriendo a abrir y ya todofuecuestióndesegundos.Tansolo dos minutos despuésestábamosenunaambulanciaydeinmediatoenelhospital.Mi tío Miguel vino
corriendocasienseguida,consu traje de camarero todosudado, y me dio un abrazo
fortísimo.Cuandonosdijeronquemimadreestabayafuerade peligro, mi tío, unosvecinosquehabíanvenido,elmédico y dos enfermeras,todos se volcaron conmigo,dándome las gracias porhaberle salvado la vida. Medijeron que me habíacomportado como un adultoresponsable yme aseguraronque de seguir así, de mayorpodríaresolverbiencualquier
dificultad. Menudas mentirasle dicen a uno cuando espequeño. El caso es queobedecí y así he seguido:pendiente de los demás, másincluso que de mí misma, ysin supeditar la cabeza alcorazón.Peronosé siesoesbuenoomalo.Mantuveesamismaactitud
en el colegio, lo que meayudó a ganarme el respetodeloscompañeros,aunqueen
cierta manera también medistanció de ellos. No sé sipor madurez precoz o porfalta de sensibilidad, pero noentendía por qué se peleabanpor una pelota perdida, unatrampa en un juego o unaamistadvenidaamenos.Paramí, todo aquello eransituaciones normales queformaban parte de la vida,problemasminúsculosporlosque no valía la pena
molestarse. Eso hizo quemedistanciaradeellosysolomeacercaba cuando debía ocuando me necesitaban. Esecontrol y esa discreción medieron una imagen deimparcialidad que hizo quemuchos de mis compañerosme buscaran cuando teníanproblemas porque sabían quemi respuesta sería racional yseria. Sabían lo que podíanesperardemíyqueyonunca
les fallaría. Año tras añomeelegían delegada de clase, loquemeacercóaprofesoresya otros adultos, e impulsómásmiprontaemancipación,o tal vez acortó mi niñez,segúnsemire.Tampocosésiesoesbuenoomalo.Así, sinpretenderlo, asumí
pronto posiciones deliderazgo, aunque en esaépoca nadie hablaba de esacualidad y mucho menos en
una chica de provincias. Loúnico que se esperaba denosotras era que fuéramosdecentes, responsables yformáramosunafamilia.Nadieme habló del futuro
ni de la posibilidad deplanificarlo, pero siempresentí que quería una vidamejor que la de mi madre yqueparaellodebíaestudiaryno seguir más consejos quelos que me dictara mi
conciencia. Siempre escuchémi voz interna alta y clara yraravezme intimidó ladudao el conflicto. Cuando en elcolegio había que organizaruna excursión o decidir quéhacer con la fiesta de fin decurso, a mí me gustabaescuchar a mis compañerospara luego proponer un planque incluyera un poco de lasideas de todos, una soluciónfácil que solía funcionar. Lo
únicoquenoentendíaeraporqué los demás no hacían lomismo.Loquenomeresultónitan
asequiblenitannaturalfuelallegada a la universidad,donde me encontré unambientemuydistintodeldemi colegio público, mixto yobrerodePamplona.En Madrid la escuela de
ingeniería industrial estabarepleta de chicos —solo
éramos dos alumnas en miclase—, la mayoría teníacoche y casas de veraneo enlacosta,Baqueirao lasierra.Pronto entendí que no eracomo ellos, pero no porqueme viera con cierta ventaja,como en el colegio, sinoporque me sentí inferior,quizá por primera vez en mivida. Aquellos chicospertenecían a un mundototalmente desconocido para
mí, además de inaccesible,pero que a todas luces eramejor:viajabanalextranjero,comían en restaurantes,tocaban instrumentos ojugaban al tenis. Una vidamucho más fácil y divertidaque la que yo había llevadohasta entonces sin salir dePamplonayprácticamentesindespegar la nariz de loslibros.Apesardelchoque inicial,
intenté seguir con la actitudseria, práctica, disciplinada ysin miedos que tanto mehabíaayudadoyquedehechome había llevado hasta lacapital. Con ese espíritu, ypocas semanas después dehaber empezado las clases,les propuse a los de mi filallegar a un acuerdo comogrupo para cambiar una horasueltadeclasequenoshabíanpuesto los viernes por la
tarde.—¡Anda con la navarrica!
—dijeron los cabecillas—.Acabadellegaryyaloquierecambiartodo.Nopodíaentenderporqué
no estaban interesados en uncambio que supondríaempezar el fin de semanacuatro horas antes, peropronto me di cuenta de quenoeracuestióndeinsistir.Memiraban de una manera que
denotaba cierta sospecha,como si no se acabaran defiar demí por no ser una deellos. No me dolió porque,unavezmás,medijequeeramejor pensar con la cabezaque con el corazón (de nohaber sido así, claro queaquello me habríamolestado). Pero tenía laconciencia tranquila ytambién la confianza de queantesodespuésmeacabarían
aceptando. Estabaacostumbrada a guardarmemis pensamientos muydentro, así que nadie notónada. La discreción siempremehaayudado.Eso no significa que no
tuviera días malos. Al cabode unas semanas, un rubiobastante atractivo —por quéno reconocerlo— que sehabía convertido en el líderde la clase propuso
exactamente el mismocambio que había sugeridoyo, pero esta vez no a ungrupo reducido decompañeros, sino delante detodosytambiéndeltutor.—Hemos analizado el
sistemadeclasesycalculadolas horas que necesitamos deestudio —dijo consolemnidad,depie,mirandoala cara alprofesoryunpocopor encima del hombro al
resto de la clase—. Enconsecuencia, proponemospasar la única clase quetenemos el viernes por latardealahoradecomer,justodespués de la última de lamañana, así tendremos elviernesporlatardelibreparaestudiar. —Después de dejarunbrevesilencio,algoteatral,apuntó—: Esperamos queestapequeñainiciativacuenteconsuapoyo—dijoconfalsa
modestia.Después de un breve
silencio, nuestro tutor yprofesor de Sistemascontestó:—Buena iniciativa,
señores, aquí estamosprecisamente para mejorarsistemas. Cuenten con miapoyoyempecemoslaclase.Siempre recordaré la pose
del rubito en cuestión—hoypresidente de una importante
empresa informáticaestadounidense en nuestropaís—despuésdesuvictoria:pecho hinchado, cejasligeramente levantadas,mirada de falsa modestia alsuelo seguida de un gestosuave para echarse elflequillo hacia atrás. Puraprepotencia.Que algún compañero me
robara ideas era algo que nome sorprendía. Siempre he
sido realista. Desde la épocade los romanos las personasse ponen la zancadilla o seapuñalan por la espalda, y lanaturaleza humana no va acambiar después de veintesiglos de práctica. Para estoscasosteníamicaparazónbiencurtido ya a los dieciochoaños, para esconderme yprotegerme.Con loqueno contaba era
con que los profesores
legitimaran esecomportamiento. En laprimera clase de Mecánica,que se retrasó dos semanas,no di crédito cuando elprofesor se volvió de lapizarra para preguntar algrupo:—¿Mesiguen,señores?Hubo un runruneo general
y algún que otro «sí»más omenosclaro.—¿Hasta ustedes dos,
señoritas?Miré a la otra chica de
claseylasdostardamosunossegundos en contestar de loestupefactasqueestábamos.—No se preocupe, le
seguimos perfectamente —respondí,porfin,seria.Lasituaciónse repitióa lo
largo de todo el curso. Unavez, otro profesor hasta nospidióquesaliéramosdelaulaporque —dijo— le
coartábamos la libertad deexpresión. Afortunadamente,estos incidentes acabaronconvirtiéndose casi en unchiste puesto que, al final, ypor fin, mis compañeros sedieron cuenta de que ni laotra chica ni yo teníamos unpelodetontas.Hastaelrubitome tiró los tejos en la fiestade fin de curso del segundoañoyyo,pordescontado,nolehicenicaso.
Poco a poco me fuiganando a los compañeros yacabé el último año comodelegada de clase, poniendoen práctica múltiplespropuestas: conseguí que labibliotecanocerraraalahorade comer, creé un nuevosistemadepréstamodelibrosque reducía el tiempo deentrega a la mitad y, cómono, conseguí que todos losaños tuviéramos los viernes
por la tarde libre. Hasta yoacabé pasando fines desemana en los chalés de lasierra.Ganarme a mi clase de
ingenieros pijos y machistas(es la verdad) me dioconfianza para continuar conmis iniciativas en cuantoentré en la Administración.Enelprimerpuestoque tuveexperimenté un rechazosimilaraldelprimerañoenla
universidad, pero una vezmás pensé que lo mejor eracomportarme como siempre:observar, pensar y actuar.Todo conpaciencia, fuerzaycontrol.Y así llegué al Ministerio
deEconomía,dondehicemásdelomismo,aunqueestavezcon efectos de mucha másrepercusión.El mayor éxito, sin duda,
fue la reducción del paro, un
problema capital pero queningún gobierno habíalogrado resolver, ni de unamaneraparcial,comohicimosnosotros.Investigué el asunto a
fondo y encargué estudios aconsultores sobre la creaciónde empleo en los veintepaíses más industrializadosdel mundo. No tenía unavarita mágica y tampocopodía invertir un dinero del
quecarecía,asíquedebíamosser creativos a la hora deelegir un plan de acción.Entre los informesque recibíme llamó la atención unprograma danés que, segúnme explicó Ingeborg,tampoco era tan difícil deimplementar. Lo queprecisaba era poder depersuasión.El proyecto consistía no
tanto en crear nuevos
empleos aumentando laproducción, sino en repartirlosqueyateníamos.SiemprehabíapensadoqueenEspaña,con estos horarios locos quepor desgracia todavíatenemos, resulta muy difícilcombinar la vida personal yprofesional.Trabajandohastalas ocho de la tarde nadietiene tiempo para ningunaactividadlúdica,porquenodamás que para salir a cenar y
llegar a casa a dormir. Unasencuestas que encargué meconfirmaron que miles depersonasestaríandispuestasarenunciar a un veinte porcientode su sueldoacambiode tiempo libre.¿Contradicción? La medidaafecta al empleo de otrossectores, y los trabajadoressiguen sin tiempo para lolúdico ya que tienen quecuidaralosniñosytambiéna
losfamiliaresdependientes.Propuse unos incentivos
fiscales a quienes seadscribieran al proyecto y alas empresas con másempleados en el programa,que llamé «Compartir». Eléxito fue inmediato. En dosaños redujimos el paro delveinte al quince por ciento,algoque,aunque lejosde serperfecto, almenos resultó unalivioparamilesdepersonas,
además de ahorrar unacantidad considerable a laAdministración en cuestióndesubsidios.La efectividad del
programa ha quedadoreducida a esa estadística,pero a mí, lo que realmenteme hizo y todavía me hacefeliz es hablar con personasque me cuentan con unasonrisacómohamejoradosucalidad de vida o cómo han
encontrado trabajo. Miobjetivo siempre ha sido queelpaísseafeliz,másquerico,ya que creo que estamos eneste mundo para ser y hacerfelices a los demás,más quepara acumular riquezas. Perotambiénestáclaroqueunonopuede ser feliz si no tieneparacomer.El programa, además, es
sostenible, ya que el empleose está convirtiendo en un
lujo a medida que latecnología reemplazaungrannúmero de puestos. Así quepara tirar hacia delante ocreamosvalorocompartimosel que tenemos. Ya sé quecompartir es más fácil quecrear, algo de lo que meacusó la oposición, pero aveces,ysobretodocuandoesurgente, la vía fácil y directapuederesultarlamejor.La bajada del paromedio
credibilidadyrespeto,peroloque me hizo ganar lapopularidad necesaria parapresentarmeaunaseleccionesgenerales fue el programa delos corredores, mucho máspequeñoysimpático.Y eso que la cosa empezó
casicomounchiste:tantomipropio gabinete como laoposición semofaroncuandopresenté el plan «Corre-al-Curro», o CAC. El nombre
me sonaba tan tonto a mícomo a todos, pero susimplicidad fue una parteimportante del éxito. Enpocos meses, todo el mundohablaba de la idea, queadoptaronmiles de personas,yelnúmeronohaparadodesubirdesdeentonces.Madridestabainsufriblede
tráfico, por lo que el chóferme recogía todos los días alas seis de la mañana en
Olavide para evitar atascos.Aun así, más de una vezlleguétardeaeventosporlosdichosos embotellamientos.En Barcelona, Valencia yBilbao tenían problemassimilares, así que me pusemanosalaobra.Nosoloeraunacuestiónde
tráfico,tambiéndesalud.Loscostesde laSeguridadSocialse estaban disparando, notantopor el tabaquismo, sino
por la obesidad. La dietanacional había cambiado;habíamos pasado del pollo ylaverduraalashamburguesasy precocinados, lo que nosestabaconvirtiendoenloquenuncahabíamossido,unpaísdegordos.PropuseaCarmen,ministradeSanidadylaúnicaotra mujer en el gobierno,impulsar el programa demaneraconjunta,peroellasenegó,alegandoqueelnombre
era ridículo y que habríamilesdeaccidentessilagentese ponía de repente a correrpor las calles. Lo que nosahorraríamos en Sanidad logastaríamosenseguros,dijo.Laignoréyempecéelplan
llamando a quienes más lopodrían necesitar, como lasasociaciones para perderpeso. Me reuní con los deWeight Watchers en casitodas las capitales de
provincia, por las que salí acorrer para liderar con elejemplo. Todavía hoy todoslosmiércolesyviernesporlamañanasalgoacorrerporlascalles de Madrid, y meencanta, por lo libre que mesiento.El éxito del CAC fue
inmediato, sobre todoporquedevolvíamos el IVA delmaterial deportivo siempreque la persona estuviera
inscritaenelprograma.Hubounboomsinprecedentesenelconsumo de ropa deportiva,quedepasotambiénanimólaeconomía.Seguimosconunacampañapublicitariaquecalóbien en el público y al cabode un año el número depersonas que corrían altrabajo había pasado de dosmilaveintemil.Unéxitosinprecedentes que GRcapitalizó al máximo. Él, a
quiennuncahevistoconunaszapatillas de deporte, noparaba de hablar de un país«en marcha». Carmen, enSanidad, también intentóaprovecharse del tirón,aunqueconmenos suerte.Laoposición inmediatamente lerecordó su falta de apoyoinicial.Esas medallas, o de qué
cuello colgaban, apenas meimportaban en esa noche
preelectoral.Tansolorecordéel programa mientras mirabalas carpetas que guardaba enlas estanterías del despacho,cada una con uno de losproyectos que habíacompletado. Había más dedoscientas. Mis dos años enel Ministerio habían sido deactividadfrenética,amenudocon jornadasdemásdedocehoras los siete días de lasemana.
Todavíaenelsofá,acariciédenuevoellibrodelaKentypensé que el mismo orgulloque tenía al mirar miscarpetas lo debió de sentirella también porque ambasnos habíamos labrado elfuturo a base de esfuerzo.Procedentedeuna familiadeclase media de Málaga, laKent se había convertidocontra todo pronóstico nosolo en la primera mujer
abogada de España, sino enunaprofesionaldenotoriedadenelMadriddefinalesdelosañosveinte.Como ella, yo también
había recorrido Españaimpulsando proyectos, medijemientrasmesentabaenlasilla orejuda de Ingeborg,contemplando las carpetasbienalineadasenlaestanteríaprincipaldeldespacho.Yonohabía abierto ni mejorado
prisiones; tampoco habíareconvertido a presos enciudadanos de bien, pero elprograma «Emprendedores»me había llevado por unsinfín de pueblos y ciudadesparadarunpremioalamejoriniciativa empresarial localdel año. Las facilidadesfiscales que dimos y lapublicidad a los premiadosayudaron a crear más detreintamilpequeñasempresas
en apenas dos años. Derepente salieron costureras,cocineros, jardineros oinventores con proyectosinteresantes por todas partes.¿Quién había dicho queEspaña no era un país deemprendedores?Lo que le daba a unos,
claro, se lo quitaba a otros:los impuestos que rebajé adeportistas o pequeñosempresarios se los cargué a
las empresas cuasipúblicasque llevaban décadasgozando de oligopoliosobscenamente lucrativos.Estomecostóalgunasdemisgrandes batallas, me cerrópuertas yme creó enemigos,sobre todo en la banca, elsector que en realidad —ytodavía— gobierna nuestropaís.Pero yo seguía a lo mío.
ComolaKent,mepasabalas
noches escribiendo cartas adecenas de asociacionespromoviendo intercambiosconelexterior.Atravésdelaembajada en Londres, porejemplo, logramos hermanartodas las escuelas públicasespañolas con un colegioinglés, fomentandointercambios. Cuando fueposible se realizaron viajes,pero cuando no, los alumnosse comunicaron mediante
cartas,vídeosoe-mailsconelfin demejorar el aprendizajedel idioma, uno de misprincipales objetivos.También logramos que sedejaran de doblar laspelículas en los canalespúblicos, algo queincomprensiblemente todavíasehacíaenEspaña.Viajéportodoelmundoen
busca de inversiones. Vestíun quimono en Tokio, me
puse un hiyab en Kuwait,navegué por el MediterráneoconlafamiliarealdeQatarypasésemanasenAméricadelNorte y del Sur vendiendonuestra más que cualificadamano de obra. En dos añosaumentamos la inversiónextranjera enmás de un diezporciento.En esas estaba esa noche,
pensando en mi legado,cuando de nuevo sonó el
móvil. Corrí a la mesita delcafé para cogerlo. EraManolo.—¡Hombre,quésorpresa!—¿Cómo está la futura
presidenta?Me eché a reír. Una risa
muynerviosa.Mesentéenelsofá.—Sabes mejor que nadie
que aquí no hay nadaasegurado —le dije—. Estaspueden ser mis últimas
cuarenta y ocho horas en ungobierno.—Pues se presentan
interesantes…Fruncí el ceño, pues
Manolo no es de los quegastanbromasdemalgusto.—¿Porquélodices?—Mira las pantallas. Ha
pasadoalgoraroconladeudapúblicaenNuevaYork.Melevantédegolpe.—¿Quéhapasado?
—Seestáhundiendo—dijoen tono grave—. Todo ibanormal hasta diez minutosantesdecerrar,peroentonceslosbonossehanempezadoadesplomar.—¿Qué me dices? —
pregunté alarmada, corriendohaciamimesa para encenderelBloomberg a todaprisa—.¿Ha habido algún atentado,bomba, el precio delpetróleo?
—Nada, solo nosotros.WallStreethacerradobienylosbonosdelosdemáspaísesapenassehanmovido.—Noesposible…—Pues sí —dijo—. Te
dejo, que supongo quetendrásqueponerteatrabajar.Solo tequeríaalertar.¿Nadiete ha avisado? ¿Para quétienesaJoséAntonio?—Ya sabes que le eché
hará cosa de un mes, era un
boicoteador y actuaba a misespaldas.—Así me gusta; cortar
cabezas es sano —apuntóManolo, sarcástico como decostumbre—. Un beso ymucha suerte, presidenta —dijoantesdecolgar.Inmediatamente y con las
manos casi temblando saquédel Bloomberg la página denuestrosbonosyallíestabaelrojoquetantoestrésmehabía
generado unos meses antes.El interés de nuestra deudacotizaba al ocho por ciento,una subida descomunalcomparada con el tres porcientoalquehabíacerradoeldía anterior.Se tratabadeunincrementosinprecedentesniexplicaciones. Lo nuncavisto. Leí los titulares quesaltaron de inmediato en laterminal, aunque ningunoexplicaba el porqué de tan
estrepitosa caída. Tan solohabía algún apunte a lahistoria de siempre: el frágilestadodenuestraeconomía.Asustada, me dirigí hacia
el rincóndel ficus, juntoa laventana. Sentí el mismomiedoquecuandoalosochoañosviamimadretendidaenel suelo, soloqueestavez lasolución quedaba muy lejosdemismanos.Losmercadosson un monstruo
impredeciblequeencualquiermomento puede jugártela demanera fulminante y conconsecuencias catastróficaspara millones de personasinocentes.Apreté los puños y
conseguídominarlarabiatanfuertequesentía.Despuésdetanto trabajo para convenceral mundo de que nuestradeuda era segura y no teníariesgos, allí estaba el
fantasma de los mercadosembistiendo otra vez,echando por tierra meses deesfuerzo.Medité mucho qué hacer.
Lo más importante era noprecipitarme y no sembrar elpánico. Lo primero que hicefue llamar a Martin Moore,un inglés a quien habíafichadocomodirectorgeneraldel Tesoro tan solo unosmeses antes para que
establecierabuenasrelacionescon los inversores y nosayudara a defender laestabilidad de nuestra deudaen los mercados. Enseguidadi con él, pero Martintampoco sabía nada. Le pedíquemovilizaraa suequipoyempezaran a investigar. Yopor mi parte decidí llamar aunadelaspocaspersonasquepodía saber qué había detrásde aquello. Se trataba del
presidentedelsegundomayorbancodelpaís,quienademásme debía un favor, y de losgrandes.
6
Supuse que un viernes alas diez de la nocheencontraría a AntonioGoicoechea cenando ostras ydisfrutando de lasimpresionantes vistas al
Atlánticoqueteníasucasadeverano en Bayona. Laconocía, pues había tenidoquedesplazarmehastaallítansolo hacía unos meses, yprocedente de Kuwait, parafirmarelacuerdoquerescatóasubancodelabancarrota.Impaciente, y después de
insistir varias veces, le dejéun mensaje para que mellamaraurgentemente.Todavía con lamirada fija
en el Bloomberg, que seguíasin aportar nada nuevo, tuvela tentación de llamar aWalter Fürst, presidente delHSC,elprimerbancodelpaís(hijo de un renombradomédicoalemán,peronacidoycriado en Madrid). Desistícuando estaba a punto depulsarelprimerdígitopornodarle el placer de repetirmeuna vez más eso de que lospolíticos no tenemos ni idea
de mercados. Siempre me lodecía,elmuymiserable.Aunque solo fuera por su
propio interés, pensé queAntonioGoicoecheamedabamás garantías, así que mesenté en mi sillón y decidíesperar unos minutos más,hasta las diez y cuarto, antesde volver a insistir. Conmanos temblorosas volví alBloomberg para sacar másgráficos de nuestra deuda,
que efectivamente se habíahundido en los últimos diezminutos de la sesión. Losbonos alemanes, franceses,ingleses o hasta griegos yportugueses no habíanexperimentado la mismavolatilidad. ¿Por quénosotros? No lo podíaentender ya que esa semanano habíamos tenido ningúndato negativo ni ningunanoticia espectacular. Por una
vez, la semana había sidotranquila.Sí había salido una
encuestaeseviernesdándomea mí como vencedora de laselecciones,perocreíaqueesoel mercado ya lo teníadescontado, negativamente,claro: el mundo financierosiempre prefiere un gobiernoconservador que rebaje losimpuestos a los ricos y a lasempresasaunodeizquierdas
que se dedique a distribuirriqueza entre los másnecesitados.Detodosmodos,el descuento había sidomínimo porque a fin decuentas, bajomimandato, elparo había mejorado yteníamos el déficit más omenos bajo control.No dabacrédito. Semejante desplome,tan repentino y de talmagnitud, solo se podíaexplicar con una noticia
devastadora.Me eché las manos a la
cabeza y emití un largosuspiro. Aquel era unproblema mayúsculo que mepodríacostarlaseleccionesycuya solución parecía muylejosdemialcance.Tambiénpodía arruinar a medio paísya que bancos y empresasverían sus costes definanciación más queduplicarse, mientras que
miles de asalariados nopodrían pagar una hipotecaque se encareceríasustancialmentedelanochealamañana.Me sentímuy pequeña. El
poder, ya lo he dicho, es avecesdolorosoyesanocheelmiedo y la soledad meinvadieron como nunca. Erala responsable económicadelpaís y aquella jugada nospodía costar años o incluso
décadas de progreso. ¿Eraculpa mía? ¿Era el resultadodeunamalagestión?Estaba repasando
mentalmente las grandesdecisionesde losúltimosdosañoscuandosonóel teléfonooficial, el del despachoymesobresalté. Convencida deque se trataría de Antonio,descolguéenseguida.—Dime —dije escueta, la
espalda bien erguida. No
habíatiempoqueperder.Hubo un silencio que me
extrañó. La línea tenía másruido del usual, como sillamaran desde el otro ladodelplaneta.—¿Sí? —pregunté
sorprendida.—Isabel, soy yo —dijo
Gabidespacio.—¡Gabi! —exclamé
incrédula—. Pero ¿por quéllamas al número del
despacho y no al móvil? Tehe dicho mil veces que nopuedo ocupar las líneasoficiales por si hay algunaemergencia.—Tenemos que hablar —
dijosecamente.Alertado por su hermano,
Gabi había ido a Santiago aprincipios de semana paraatender a su madre, enfermacasi terminal. Con grantristezapenséqueigualyase
habría muerto, e intenté sercomprensiva. Yo me jugabaunaselecciones,peroalfinyalcabosetratabadelamadrede mi marido, una señoramuyamablequeamísiempreme había tratado bien, igualque a su hijo. Procurémantenerlacalmayofrecerleapoyo.—¿Cómo estás, cariño?
¿Cómo está tu madre? —pregunté, arrepintiéndome de
inmediato por si la pobreseñora ya hubiera pasado amejorvida.—Mejorando, parece que
todohaquedadoenunsusto.—Ah,québuenanoticia—
dije aliviada por la buenamujer pero sorprendida porque me llamara. Dejé pasarunos segundos—. Gabi,cariño,esquehapasadoalgoy estoy esperando unallamadaimportante…
Nomedejócontinuar.—¿Más importante que tu
marido? —me interrumpióconbrusquedad.Cerré los ojos e intenté
concentrarmeen la situación.Eramimarido.—Claro que no hay nada
más importanteque tú—dijerecostándome en el sillón,quizáporprimeravezentodoeldía—.Dime,¿cómoestás?Te he echado de menos esta
semana,semehahechomuylarga.—¿Larga?¿Porqué?Silas
encuestas te dan comoganadora… —respondiócomosifueraunextraño,sinconectar en absoluto con loqueleacababadedecir.Respiré hondo e intenté
dulcificar la voz. En esemomentonecesitabatodoslosapoyos o, como mínimo,evitarpeleas.
—Ya sabes que esto esagotador…Parecequenuncase va a acabar —contestébuscando un poco decomprensión.—Tú lo has elegido—me
cortó.Suspiré.—Gabi, por favor, ahora
no,estoyagotada.—Tenemosquehablar.Empecé a impacientarme.
Esa llamada era francamente
inoportuna y me estabaempezandoaponernerviosa.—¿De qué quieres que
hablemos?—Estonoesparamí.—¿Elqué?Gabi guardó un breve
silencioquedenuevopusodemanifiesto el ruido en laslíneas. Moví un poco elauricular, por si fuera unproblema de mi teléfono.Algo que resultaba extraño,
pues tenía un Samsung dehasta diez líneas que nuncame había dado ningúnproblema.—¿Desde dónde llamas?
—pregunté intrigada—. Haymuchoruido.—Desdeelhospital.—Pues hay un ruido
horribleenlalínea,¿looyes?—No.—Bueno, en fin —
continué sin darle más
importancia—. No quieromolestarte, pero de verdadque tengo un problema ynecesitohacerunasllamadas.Peroclaroquetúeres lomásimportante.Dime,¿quénoesparati?—Nocreoquepuedaestar
atuladosiganaseldomingo—dijo con una voz muchomásseguradelohabitual.Mequedéblanca.Detodas
las cosas que me podía
esperar esa era la última,sobre todo porque nada mehabía hecho pensar quenuestros problemas fueranrealmente tan grandes. Ysobre todo porque nuncaimaginé que un esposopudiera abandonar a unafutura presidenta, o almenospotencial presidenta, tan solodos días antes de unaselecciones generales. Lasparejasdebenapoyarseenlos
momentos de máximatensión, aunque solo sea porrespetoycompañerismo.Bajé la cabeza yme cubrí
los ojos con la mano; contéhasta diez, como siemprehacía en las negociacionesmástensas.—Pero qué me dices,
hombre…, ¿ha pasado algo?—Empecé a considerar laposibilidaddequecontemplarde cerca la muerte de su
madre le hubiera trastocado.O que unos días en Santiagole hubieran hechocuestionarse lo de vivir enMadrid.Oquehubieratenidootra aventura, como tuvo enLondrescuandoestabamediodeprimido.—Isabel —contestó, con
una voz sorprendentementefirme—.Síquehapasado.Abrí los ojos almáximoy
notécómosemeacelerabael
corazón.—Estos días en Santiago,
con los míos —continuó—,me he dado cuenta de queGaliciaesmisitio,dequemivida está muy lejos delmundo de poder e interesesenelquetútemueves.Sabía que Gabi no era
amigo de protocolos y quenunca renunciaría a suespíritu libre y algo rebelde(tampoco tanto), por más
escondido que lo hubieratenido durante los últimosaños. Pero a mí eso no meimportaba; es más, eraprecisamente ese aireinteligente-bohemio el quemehabíaenamoradoyelquetanto esfuerzo me habíacostado ayudarle a recobrar.Había comprado entradaspara conciertos, le habíaregalado una guitarra porNavidad,hastahabíahablado
con el bajo de un grupofamoso que conocí en unarecepción en Moncloa paraque le hicieran una prueba,que él rechazó porque, dijo,noqueríaenchufes.Esverdadque yo a eso no podíaresponder nada yseguramente en su lugarhabría hecho lomismo, perotambién habría buscadoalternativas, cosa que él nohizo.
Pero en ese momento lomejor era mostrarmeconciliadora.—Gabi, cariño, todo tiene
solución —dije con toda ladulzura que pude—. Sinecesitas una época enSantiago, no pasa nada,puedesquedarte allí y tevoyaverlosfinesdesemana;otúvienes a Madrid, o loalternamos.—No, no, Isabel —
respondió rápido, casi sinpensar—. Llevo dándolevueltas a la cabeza muchotiempoyesloquequiero.Deverdad, esto no es paramí ytesupondríaunproblema.Túahoranecesitascentrarteenlapresidencia, que es unaoportunidad brutal y yo soloteresultaríaunestorbo.Siempre he odiado las
excusas puestas en campocontrario.Purocinismo.
—Perdona, pero déjamedecidiramíloquemesuponeun estorbo y lo que no —repliqué—.Yenestecaso,túeres mi marido y de estorbonotienesnada.Pasaronunossegundosyel
nivel de ruido de la líneatelefónica se incrementó,empezandoairritarme,porloque intenté poner fin aaquella conversación. En esemomento, esa discusión no
tenía ningún sentido. Mehabría gustado explicarle lascircunstancias que tanto meestresaban, pero por motivosde seguridad no podíadesvelarle el problema conlos bonos. Me esforcé enserenarme.—Querido, ¿por qué no
descansamos los dos y nosvemosmañanaparahablar?—Mañana todavía estaré
enSantiago.
—Pues cojo un avión yvoy; podemos comer juntos—apunté, con demasiadavelocidad pues teníacompromisos en Madrid aldíasiguiente.—No, Isabel, lo he
pensado muy bien; quieroterminarlonuestro.Nomelopodíacreer.—Pero ¿qué me estás
diciendo? —exclamé, ahoraen voz alta e irritada—. ¿Me
llamasaestahoradelanochepara decirme una cosa así,encima por teléfono y justoantes de unas eleccionesdondemelojuegotodo?—Lo siento, ya sé que no
esoportuno—dijo,seco.Se me ocurrió que igual
estaba deprimido, o inclusodrogado.—¿Seguroqueestásbien?—Nunca he estado mejor,
mesientolibre.
Cerré los ojos. ¿Seríaposible? Noté cómo la rabiase apoderaba de mí; meempecé a poner roja. Esallamada en aquelmomento yaquellas circunstancias eraverdaderamentecruel.—Y ¿no se te ha ocurrido
mejor momento paradecírmelo?—Yatelohedicho,séque
no es muy oportuno ahoramismo —dijo,
inexplicablemente sereno—.Pero túeresunamujer fuertey estoy seguro de que terepondrás antes de lo quepiensas. De hecho, eres unade las mujeres másimpresionantes que heconocido. Consigues todo loque te propones. Ya veráscómoenseguidalosuperas.No pude soportar la
condescendencia. Apreté losdientes y los puños con
fuerza;nomepudecontener.—¡Vete a la mierda! —le
espetéylecolguéelteléfono.Me levanté de golpe yme
dirigíalrincóndelficus,casitropezándomeconunade lasorquídeas, que no perdió lasflores de milagro. Continuéhasta la ventana para vercómo la gente seguíapaseando o esperando elautobús, o de fiesta con susparejas o amigos. Y yo allí
encerrada como una presaaterrorizada.PenséenGabiyrepasé todo cuanto habíamoshablado en el último mes,perono encontrénada rarooinusual. Enfrascada comohabíaestadocon lacampaña,apenas nos habíamos visto,pero estaba claro que no mehabía dado cuenta de lomucho que en realidadocurríaencasa.Miré a mi alrededor,
sintiendo un gran vacío; eracomosiderepentenosupieraqué estaba haciendo allí.Entonces reparé en elBloomberg, lo que me hizoreaccionar, y corrí a ver sidabaninformaciónnueva.Noeraasí.Elpreciodelosbonosseguía al nivel del cierre, loque confirmaba que aquellacaída no era un error decálculodeúltimahorasinoundesplome colosal en toda
regla.Peguéunpuñetazosobrela
mesa y me tapé la cara conlas manos. Al cabo de unossegundos intenté relajar loshombros,que teníasubidosyencogidos,yvolvía llamaraAntonio,elbanquero,aunquede nuevo me salió elcontestador.Teníaquecuidarmucho cualquier paso; unaministra de Economía, ymuchomenosunacandidataa
la presidencia del gobierno,nopodíaparecerdesesperada.Me senté a la mesa para
dartiempoaqueAntoniomedevolviera la llamada. Penséen Victoria Kent. Tenía lasensacióndequeeramiúnicaamigaenaquellosmomentos.Imaginéloquehabríasufridosola en el exilio, cargandocon la responsabilidad deayudaramilesdepersonas,yrecordé el tesón de su lucha
antifranquista durantecuarenta larguísimos años deexilio sin desfallecer ni caeren victimismos nilamentaciones.Me dije que ese era el
ejemplo a seguir, sobre todoen situaciones delicadas. Enbuscade inspiraciónmemetíen internet, enunapáginadela Universidad de Yalededicada a las mujeres másprominentes de nuestra
SegundaRepública.Graciasauna profesora especializadaen el tema, la página era, ytodavía es, una mina deinformación, fotografías yvídeos de la época, lamayoría inéditos en España.Estudiantes graduados odoctorandos actualizaban laweb a menudo, colgandoensayosomaterialnuevoquetodavíamegusta leercuandodispongo de un poco de
tiempo.EsunapenaqueYalededique más atención yrecursos a esas mujeresrepublicanas que nuestraspropiasuniversidades.Es el caso de la Kent, a
quienlapáginadabaentoncesgrannotoriedad,seguramenteporque esa universidadtodavía alberga el archivopersonal de la prominenteandaluza, donado por lafamilia Crane. Rebusqué
entre los enlaces, miré fotosdeVictoriaconsusamigosyconocidos, pensando que enel fondo tuvo suerte decompartir generación conotros grandes personajes,apoyándose los unos a losotros, luchando por losmismosobjetivos.En nuestra época parece
que el concepto degeneración se ha perdido,igual porque estamos tan
individualizados ydigitalizados que ya nonecesitamos a nadie, o bienporqueahoratodolomaterialcuenta más que las ideas, ymientras estas cobran másnotoriedadsisecomparten,laacumulación de riqueza esuna cuestión puramenteindividual.Nosé.Hice clic en un álbum de
fotografías sacadas delarchivodeVictoriayallílavi
con su incondicional amigoMadariaga y hasta con elescritor estadounidense JohnSteinbeck, tambiéncomprometido con la luchaantifranquista… desde sulujoso apartamento en elUpper East Side. Mesorprendió que hubierantenido contacto hasta con elmismísimoJFK,queantesdellegar a Washington habíasido gobernador de
Massachusetts, igual que elpadre de Louise Crane. EstaconexiónabrióaVictoriayaLouise laspuertasde laCasaBlanca, donde se reunieroncon el flamante jovenpresidente para pedirle queEstados Unidos dejara dereconocer el gobierno deFranco.JFKlasescuchó,perola política respecto a Españasiguióigual.Con la cabeza
absolutamente inmersa en laépoca, seguí un enlace haciaun nuevo estudio sobre laetapa parisina de Victoria,queyoapenasconocíaporquesus memorias eran más bienpolíticas y poco personales.Unaomisióngrave,porquelafuerzayelespíritudelqueseimpregnó en París y elcontacto con la increíblegeneración de mujeres queallí coincidió resultaron
crucialesensuvida.Victoria llegó a Francia
cumplidos los treinta años yanimada por María deMaeztu, directora de laResidencia de Señoritas deMadrid. La diputada habíavivido diez años en esaversión femenina de laResidencia de Estudiantes,desde que llegara deMálagaparaentraren launiversidad.Allí residió hasta que, ya
abogada, se compró undespacho-viviendaen lacalleMarqués delRiscal, cerca dela Residencia y de susamigos.Maeztu,quesiemprehabía
animado a Victoria a subirpeldaños profesionales, lehabía hablado de lasmujeresrevolucionariasquesehabíanmudado a París, la mayoríaestadounidenses cultas eindependientes que la propia
Maeztu había conocido en elVassar College, enMassachusetts,uncentroconel que la directora habíaestablecido programas deintercambio. Maeztu siempreintentó que las mujeresespañolas más inteligentes yemprendedoras, comoVictoria, se relacionaran conla élite intelectual femeninadel momento. Fue unaauténtica pionera del
networking.Según leí, y siguiendo el
consejo de su directora, laKent pasó un año deintercambio en París,complementandosusestudiosdederechoenlaSorbona.Enesas aulas en la riberaizquierdadelSenaoyóhablarde Shakespeare & Co., unapequeña librería que vendíalibroseninglésyerapuntodeencuentro de intelectuales
anglosajonesquepasabanporParís. El establecimientoestaba regentado por laestadounidense Sylvia Beachy la francesa AdrienneMonnier,parejaenelnegocioytambiénsentimental.En ese estudio de Yale la
propia Victoria explicabacómo pasó largas horascharlando sobre política yliteratura en esa pequeñalibrería.SolaenParísypoco
interesada en mezclarse conlos estudiantes másconservadoresde laSorbona,laKentpasabalamayorpartedelosfinesdesemanaeneseestablecimiento, donde aveces también se quedaba adormir en alguna de lascamas que había en el ático.Fue precisamente en uno delos actos que organizaba lalibrería —una lectura deHemingway— donde
Victoria conoció a LouiseCrane. Enseguida entablaronamistad, aunque la relaciónnofuemásalláporqueLousieestabaentoncesconElizabethBishop, la poetaestadounidense que añosdespués ganaría un premioPulitzer.Según el estudio, Crane
habíallegadoaParísunpocoantes que Victoria. La ricaherederahabíadejadosupiso
en el Greenwich Village deNueva York para seguir lospasosdeJanetFlanner,quienescribía crónicas parisinaspara el New Yorker sobremujeres profesionalesprominentes, comofotógrafas, escritoras,cantantes o arquitectas.Louise también acudió aFrancia inspirada por labritánicaVitaSackville-West,aunque la famadeestanose
debía tanto a sus poemas ynovelas, como al hechoampliamenteconocidodequeera la amante de VirginiaWoolf, que tambiénfrecuentaba el París de laépoca.AtravésdeSylviaBeachy
de la Shakespeare & Co.Victoria conoció a GertrudeStein y a su pareja Alice B.Toklas,quieneslainvitabanasus soirées literarias de los
sábados por la noche en sucasa de la rue de Fleurus,muy cerca de los jardines deLuxemburgo. En un salónrepletodecuadrosylibros,laKent conocería también aMatisseyaPicasso,quienes,entusiasmados por lascompras que Stein hacía desus obras e intrigados por laambigüedad sexual de todasaquellasmujeres, no faltabanaunavelada.
Victoria contaba cómofrecuentaba la casa deBeachyMonnier en la cercana ruede l’Odeon, justo encima dedondeMonnier había abiertootra librería, años antes, paraprestar libros a mujeres sinapenas cultura. Fueprecisamenteese localelqueinspiró a Beach a la hora deabrir la Shakespeare & Co.añosmástarde.Entrelibrerías,salasdearte
y cenas en bistrós como elCoupole o el Dome, losintelectuales de la época serelacionaron en París comonunca antes había hecho otrageneracióndeartistas.Elvinoy la buena comida corrían araudales y a preciosasequibles,loqueatrajosobretodoaestadounidenses,comoHemingway,deseososdehuirde la depresión y la ley secaque imperaban en su país en
plena década de 1920. Latambién rica heredera PeggyGuggenheimnofaltóalacitade intelectuales de la capitalfrancesa, aunque acabóasentándose en Venecia parafundarunpreciosomuseoquetodavía existe junto al GranCanal.Me interesó leer que ese
ParíslibreabriólosojosdelaKent a supreferenciapor lasmujeres, algo que enMadrid
siempre escondió, por másque todo el mundo losospechara, sobre todocuandovivióvariosañosconsu amiga Julia y el hijo deestaensupisodeMarquésdeRiscal.Laburguesíaespañolade esa época, sobre tododurantelaRepública,eramuyeducadaeinclusomásabiertacasi que la de ahora, así quelas respetaronaunquefueraabasedesilencio.
A orillas del Sena la Kentse contagió del entusiasmo yla fuerza de Gertrude Stein,delavalentíadeSylviaBeachy se hizo amiga de Picasso.Todo ello le dio confianza ylaayudóanosentirmiedodeser diferente. La Kentsiempre pareció sentirsecómodaconsuspreferencias,aunque no las publicitara;pero tampoco mintió yreconoció en público no
haber deseado nunca a unhombre.Con los años, y trasun largo exilio en México,acabaría con Louise Crane,conquiensereencontraríaenel Nueva York de los añoscincuenta. Allí empezaronuna relación que duraríamásde treinta años, hasta lamuertedeambas,yqueseríauna de las bases del éxito ytenacidad de Victoria en elúltimotramodesuvida.
Me recliné en el sillónpensando, no sin algo deautocompasión,queyonomehabía formado rodeada deintelectuales bohemios ycreativos, sino de ingenierospijos de la Castellana. Solome consoló pensar queaquellas mujeres a quienestanto admiraba, seguramentehabrían tenido los mismosproblemas que yo.O inclusopeores. Precisamente hacía
poco había leído que SylviaBeachsearruinóporpublicarlaprimeraedicióndelUlises,de James Joyce. La pobre segastómásdeloquepodíaenpromocionarle y en traducirel libro al francés paradespués editarlo ella misma.Pero en cuanto una graneditorial inglesa ofreció alautor cuarenta y cinco mildólarespor losderechos,unaauténtica fortuna en aquella
época, Joyce no dudó unsegundo en firmar y nocompartió nada de esa sumaconBeachnivolvió ahablarcon ella después deconvertirse en un escritorfamoso. La estadounidenseacabó teniendo que cerrar sulibrería.Me arrepentí de no haber
usado mis años en el poderpara crear una sociedadfemeninapotente,demujeres
verdaderamente influyentes,para dar ejemplo y tambiénparaqueestasseapoyaranensituaciones críticas. Meprometí que ese sería uno demisprimerosproyectoscomopresidenta,siganaba,peroenesemomentosentíquenuncatendríataloportunidad.Nadievotaría a una ministra quehabíadejado losbonosde supaísaunnivelqueprecisabaun rescate económico por
parte de la Unión Europea odel Fondo MonetarioInternacional.Lopeoreraqueyo tampoco tenía ningunasolución.El teléfono del despacho
por fin sonó y de inmediatoreconocí el número deAntonio.Descolguéansiosa.—¿Has visto qué ha
pasado? —pregunté sinpreámbulos.—Sí—respondiórápido—.
Estaba cenando, pero alacabar he escuchado losmensajes. Aparte del tuyo,había otros de mis jefes demercado,alertándome.—¿Se puede saber qué ha
pasado?—No sabemos nada —
dijo,grave.—¿Estás seguro? Esto es
muyserio.—Ya sabes que nunca te
mentiría en una cosa así.
Aquí nos la jugamos todos.Esto nos pone la soga alcuelloanosotrostambién.Alargué la mano para
coger la pequeña bolaantiestrés que guardaba juntoa las pantallas, y que apenashabíausadoenelúltimomes.Teníalaformadeunbalónderugby y llevaba inscrito elnombre de una importantegestora de fondos deinversión americana. La
apreté despacio, con fuerza.Nosabíaquéhacer,apartedeintentarnoperder la calmaydarunaimagendeseguridad.—¿Puedes llamar, por
favor, a tus contactos en elmercado? Fondosespeculativos, los bancos deinversióndeLondres…Notelo pediría si realmente no lonecesitara.—Me hago cargo de la
situación —dijo con
seguridad—.Estoesunagranputada.Asentíconlacabeza.—Además, ya está la
prensa indagando—continuó—.El director deLa Verdadme ha dejado un par demensajes, que ni hecontestadonivoyacontestar.Peroestatepreparada,porqueyahanhincadoeldiente.—Lo que faltaba… —
musité cerrando los ojos y
apoyando la frente en unamano.—Tellamoencuantosepa
más —dijo—. Cuídate yllamaparaloquenecesites.—Lomismodigo.Colgué el teléfono y dejé
caer el torso sobre la mesa,apartando las dichosaspantallas. ¿Qué iba a decir?¿Quérespuestaibaadaralosespañoles?Sentí que elmundo seme
caía encima. Aquelloposiblementeseríamifinylaruinademilesdeempresasypersonas.
7
Todavíanosésiquereruodiar a Antonio. Aunque aveces nos ayudáramos, amenudo pienso que fue élquien me puso al borde delabismo.
Había oído hablar de éltodalavida,peronoleconocíen persona hasta llegar alMinisterio. Tampoco sabíamuchodeélnidelosavataresde su banco, que la prensaprefería ignorar para, por supropio interés, no indagardemasiado en los asuntos deuno de los principalesanunciantesdelpaís.Antoniollevaba más de veinte añospresidiendo el Banco
Nacional, la segunda entidadfinancieradeEspaña,fundadapor su bisabuelo y siempregestionada por miembros dela familia Goicoechea, deorigen vasco. Aunqueentonceselclansoloteníaundos por ciento del capital,todavía eran los accionistasmayoritarios y formaban unnúcleodepoderalquenuncanadie se había opuesto. Nosolo controlaban buena parte
del crédito que fluía en elpaís, también eran patronosde fundaciones benéficas,hospitales o clubesdeportivos, por lo quesiempre convenía llevarsebien con ellos. Como todaslassagasbancariasespañolas,erandiscretosyvivíandetrásde grandes muros en zonaspoco accesibles, protegidospor fuertes medidas deseguridad. Nunca concedían
entrevistas.Conocí a Antonio en una
comida que GR organizó enMoncloa para presentarme ala cúpula económico-financiera del país pocodespuésdeminombramiento.El presidente habíaconvocado a los máximosrepresentantes de lasprincipales empresas ybancos del país, pero sinincluir ni a un solo
mandatario de las muchas ymuy poderosasmultinacionalesque teníamosy que controlaban algunossectoresestratégicos,comolaenergíaolainformática.Peroasí era GR, de la viejaescuela, y en parte por ellodestinado a convertirse enuno de los barones queregentaban el partido cuandodejara la presidencia. Concerca de setenta años, GR
había dicho que no se queríapresentar a unas nuevaselecciones por cuestiones desalud,queteníaalgodelicada.A pesar de sus métodos yhábitos anticuados, elpresidente había advertidoque su sucesor y el propiopartido debían modernizarsey que su delfín tendría quehablar inglés a la perfecciónparamanejarse en unmundotan internacionalizado. El
déficit lingüísticodenuestrosrepresentantes, empezandoporelpropioGR,siempremeha llamado la atención,además de provocarme amenudo una abrumadoravergüenza ajena. Lo peor esqueesacarenciahahechoqueEspaña pierda importantesoportunidadesdeimportacióny exportación solo porquetodavía muchos de nuestroslíderes son incapaces de
comunicarse en el exterior.Por eso yo siempre hecuidadomuchoel inglés,quepude aprender bien durantemisañosenLondres.Supongo que eso influiría
en ladecisióndeGR,queyadesdeesaprimerareuniónenMoncloametratócomoaunaposible sucesora. Tambiénpensaría que nombrarme ledaría una imagen moderna yrompedoraydepartidariode
las mujeres. Fueron enconcreto las mujeres quienesle votaron masivamente enlas anteriores elecciones, asíque igual les quería devolverelfavor.Losconsejosylaconfianza
que GR me dio y sumanifiesto apoyo públicosiempre fueron la envidia demis compañeros de gabinete,quienes unas veces por celosyotraspornegligenciadeGR
hacia ellos, siempre medesdeñaron como laenchufada del jefe. En elfondo, razón no les faltaba yese día quedómuy claro. Almenosamí.Eraunamañanade abril y
los jardines de Moncloarebosaban de un ambientelozano y primaveral máspropiodelosPirineosquedelcentro de Madrid. Lasencinas,losolivosylospinos
relucían bajo un sol tenue,mientras que los espléndidosrosales empezaban a abrirse,sanosyfrescos.Olíaacampomojado, ese olor que todo elmundoasociaa lacalmaylaserenidad.Todos los presentes —por
supuesto todos hombres demediana edad, excepto yo—parecían conocerse entreellos. Había muchaspalmaditas en el hombro,
apretones de manos,preguntas por las respectivasfamilias y comentarios sobrequién había jugado en quécampo de golf el domingoanterior o en qué palco defútbolsehabíaestado.Todo eran risas y sonrisas
y a nadie parecía importarleestar de pie en tierra degravilla excepto a mí, puesera la única con zapatos detacón, que enseguida me
empezaron a molestar.Tampoconadieobjetócuandoempezaron a circularbandejas de jamón, tortilla,cecina y vino tinto, todo ellocalificado de «tóxico» en midietadeministra.Noesqueamí me costara especialmentemantener la línea, pero alllegar a mi cargo me habíaprometido no pasarme de unmáximo,puessiunaministrasiempre iba a recibir más
críticas que un hombre, noquería ni imaginarme lo queseríasiademásestabagorda.Rehuí como pude las
tentaciones culinarias, parasorpresade todos,ypasamosal comedor de las grandesocasiones ya dentro delpalacio, con toda laparafernalia que hastaentonces solohabíavistoportelevisión:camarerosdefrac,bandejas doradas, bajoplatos
deplatamaciza,copasymáscopas. No había ni unmilímetro para poner milibreta de notas y ya nodigamosparaescribirenella.De todos modos, nadie másparecía interesado en tomarapuntes, a pesar de queaquelloera,enprincipio,unareunión de trabajo.Inmediatamente pensé que siiba a relacionarme conaquellas personas, más les
valía irse acostumbrando averme trabajar con menosceremonias; devolví todasmis copas al camarero, sologuardandoelvasodeagua,ysaquémilibretitadepiel,quedejé junto a un bolígrafo allado de mi plato. A mísiempre me ha gustado estarpreparada.GRmehabíasentadocerca
deél,flanqueadaporAntonioy Walter Fürst, los dos
principales banqueros delpaís,quienesal finy al cabolo controlaban todo, o casitodo, en España. Llevarmebien con ellos haría mientrada a ese reducto depoderinfinitamentemásfácil.—Bienvenida, señora
ministra—medijeron ambospresidentesconesagalanteríaobsoleta que en realidadescondeungranpaternalismomachista.
Lessonreíehiceun ligeroademán. Noté que mientrasAntonio me miraba consimpatía, los ojos de Walterfueron directos a mi escote,quizá más largo de lo quedebiera,peroeracuantoteníaen el armario para ocasionesespeciales. Como pude, leaguanté la mirada, pensandoque tenía que salir decomprasinmediatamente.El gesto me molestó
porque no se trataba dealguien sin modales que nosupiera cómo comportarse,sino de un hombre muycalculador y con sobradosconocimientos protocolarios.Másquesexual—Waltereraun hombre chato, pocoagraciado y medio calvo—aquella era una mirada depoder: me estaba marcandolos límites y demostrandoquiénmandaba allí. Le volví
a mirar y me encontré denuevo con sus ojos fijos yatentos; unos ojos grandes ynegros que dominaban sucararedonda.Me sentí empequeñecida.
Menos mal que Antoniopareció percatarse e intentóestablecerunabuenarelacióndesdeelprincipio.—Enhorabuena por el
nombramiento, ministra,estamos encantados de que
nos acompañe —dijo,sirviéndomeunacopadevino—. Además, llega en unexcelentemomento,lascosasnunca han ido mejor ennuestro país —añadióreclinando la espalda en lasilla,seguro,orgulloso.—Parece que por fin ha
llegado nuestro momento —leapoyóWalter,cruzandolosbrazos y parpadeandorepetidamente con
prepotencia.—No sé, no sé —dije
dubitativa mientras misalarmas internas se activabanconrapidez.Los triunfalismos y las
euforias son la madre detodas las crisis, algo queaprendí en el máster deLondres y que nunca heolvidado.—Usted no se preocupe,
ministra —añadió Walter
extendiendo los brazos—,que nosotros ya lo tenemostodobajocontrol.El banquero me miró con
unasonrisafalsaysinmoverunmúsculodelacaraduranteunos largos instantes. Intentéesconder mi estupor antesemejante menosprecio y medijequeeraprecisomarcarelterrenocuantoantesparaqueno se fueran aquel día conuna impresión equivocada de
mí.Laqueibaa tenerlo todobajocontrolerayo.—Permítanme recordarles
que todavía tenemos unproblema de paro crónico;queda mucho por hacer —respondí mirándoles a losojosparaquesupierancuantoantes cuáles eran misprioridades. Con todos misrespetos, yo estaba allí paratrabajar y no para lamerle elculoalabanca.
Los dos hombres seecharon hacia atrás,tranquilos, como si nohubieradichonadarelevante.Waltercruzó laspiernasy seencendió un puro, supongoque en ausencia del primerplato. Nadie me preguntó sime molestaba el humo, quesiemprehedetestado,peronoosédecirnada.—Es cierto que tenemos
paro —afirmó Walter
acariciando el habanosuavemente—. Pero todossabemos que existe muchaeconomía sumergida y quelos datos no son del todoreales. Ese sí que es unproblemaporresolver.Me sorprendió recibir un
encargo tan pronto, como siyofueralaquetrabajaraparaél. Aquella iba a ser unaarduapelea.—Esoesverdad—concedí
—. Pero solo hasta ciertopunto.Todavíatenemosmilesy miles de personas quesufrenloindecibleparallegara findemesoquedependende familiares para comer opagarseelalquiler.Los dos hombres callaron,
mirandounohacialaspuertasdelasalayelotrobajandolavista hacia la mesa. Al cabodeunossegundos,enlosqueno tuve respuesta, Walter
dijo:—Señora San Martín, una
delasventajasdeesteclubeslobienque se come;yaverácómo le encanta el chef deMoncloa.Mequedépasmada.¡Como
siestuvieraallíparapegarmecomilonas! Distraer laatención tampoco era unatécnica a la que yosucumbiera, así que no medejéamilanar.
—Volviendo al paro —insistí—,quelascosasnovantan bien ya se nota hasta enlos mercados. La bolsa hadejadodetiraryeldiferencialde nuestros bonos con elalemánhasubido,poco,perolatendenciaesalalza.Esaesuna de mis mayorespreocupaciones.Los dos hombres
parecieron sorprenderse. Semiraron el uno al otro hasta
queWalterdijo:—No se preocupe, señora
ministra,quedelosmercadosyanosencargamosnosotros.Elbanquerodiounacalada
larga a su puro sin dejar demirarme,estavezalosojosyno al escote. Más quehumillación, sentí cómo larabia me subía desde elestómago. Estaba a punto deresponderle cuando Antonio,pacificador,semeadelantó.
—En este club intentamostrabajar en equipo —dijo,conscientedequesiempreerabueno llevarse bien con elgobierno—. Este foro, dehecho, está concebido paraintercambiar impresiones ygenerar ideas que ayuden alpaís.—Me parece una idea
estupenda—añadí intentandoaparentar calma y control—.Díganme entonces,
caballeros, —apunté conintención—, ¿qué ideas hantenidoustedesparareducirelparo?Walter parpadeó varias
veces,comosimipreguntaleofendiera. Con falsacaballerosidadrespondió:—Másqueenelparo,aquí
nos centramos en lasempresas —dijo en tono deprofesor, lo que todavía meirritó más—. Y lo hacemos
porque los beneficiosempresarialessonlosmotoresde la economía, con lo queprimero hay que asegurarsede que las empresas ganendineroyesoyacrearáempleodeporsí.Me miró con una sonrisa
paternalistainsufrible.—No siempre —repliqué
de inmediato, de nuevoesforzándomeporesconderlarabia que sentía ante tanta
displicencia—. A veces losbeneficios se quedan en laempresa o se reparten entresuspropietarios.Dígame,donWalter, su banco siemprereporta un aumento debeneficios, ¿en cuánto haincrementado usted sunúmerodeempleados?(Yoyasabíaque,dehecho,
laplantillahabíadisminuido).Como esperaba, no
respondió.
—Esos detalles los llevami jefe de gabinete —fuecuantodijo.Antonio, de nuevo en un
intentodereconducirlatensasituación que sin duda seestabacreando,intercedió:—Son muchos frentes los
que se necesitan para reducirel paro, aunque la saludempresarial por supuesto esunodeellos.Lesmiréalosojos.
—Y¿cómoestálasaluddela banca? —pregunté paraque supieran con quiénestaban hablando—. Losnúmerosdicenquebien,peromeresultadifícilcomprendercómo el sector no refleja lacaída de producción queestamos viendo. Pequeña,perocaídaalfinyalcabo.—Nosotros no hemos
notado nada —dijo Walter,rápido.
Me quedé callada y sobretodo preocupada porquenegar un problema suele serla mejor manera de hacerlomásgrande.Los tres tuvimos la suerte
de que en ese momentoempezaron a servir el primerplato,con loqueGRseunióa la conversación y todo fuemásfluido.Sobretodoayudóelapoyodelpresidente,quienrepitió hasta tres veces a los
banquerossuconvencimientode que iba a ser la mejorministra de Economía deEspaña, y quizá llegara máslejos. Me sorprendió que niAntonio ni Walter seinteresaran por prenguntarlequé había querido decir,aunque fuera solo porcuriosidad,loquesupusequeeraunamaneradeexpresarsurechazo a la idea. GRtampoco insistió más y la
conversación enseguidaretomó el aire distendido delinicio.El presidente y los
banqueros,segúnobservéesedía, solo hablaban de fútbol,golf y cacerías. Únicamentedurante el postreintercambiaron informaciónsobre contratos públicos oalgúnplandecompraoventade entidades semipúblicas,pero sin hacer ninguna
referencia a cómo esastransacciones afectarían alespañolito de a pie. Soloparecía interesarles quiénpagaría a quién y cuánto.Ante mi sorpresa ydesilusión, la comida quereunióa laéliteeconómicayfinancieradelpaísnodiomásdesí.Las semanasque siguieron
a aquel encuentro en el queen principio todo iba sobre
ruedasfueronunchoquemuyduro con la realidad, sobretodo para mí. Claro que nopensabaquetodoibaaserdecolor de rosa, pero tampocoesperaba encontrarme, nadamás aterrizar, con la peorcrisisdesdelaposguerra.Paraeso sí que no estabapreparada.Niyoninadie.La banca fue el primer
sector en sufrir la debacle, apesar de que Walter dijera
que atravesaban unmomentoexcelente. Una decena decajas casi quebraron tan solounos meses después. Losdatos económicos, a su vez,fueronempeorando, algoqueyo veía antes que nadieporqueelserviciodeestudiosdel Ministerio es uno de lospocos departamentos quefunciona de maravilla en laAdministración,apesardeloque dijera Walter, que por
supuesto hablaba sinconocimiento de causa.Existe un equipo de unasveinticinco personas que nosolo sigue y produce datos,sino que también realizaencuestas a empresas yconsumidoresparadetectarelgrado de confianza einversión. Ese fue el mejorlegadodemipredecesor,quesi bien no tomó ningunadecisiónimportante,almenos
había sido un profesoruniversitario a quien legustaba estar bien informadoyorganizóbienesasección.Poco a pocome fui dando
cuentadeque lasituaciónnosolo no mejoraba, sino quepodía empeorar de manerapeligrosa. Un bancoestadounidense habíaquebrado, causando unatormentafinancierade laquenosotros extrañamente nos
salvamos con el cuento dequeno teníamosnihipotecasbasuranibancade inversión.Desconfiédeaquelloporque,aunque nuestros bancos nohabían vendido hipotecassuperiores al valor de laspropiedades, sí habíanfacilitado dinero a personascontrabajostemporalesoconsueldos tan bajos que nopodrían absorber una subidadetipos.Todosconocíamoso
sabíamos de algún paleta oadministrativo que de prontoconducía unAudi o se habíacomprado un chalé conpiscina.Aun así, nada me pudo
preparar para la crisis que seavecinaba y que estalló tansolo unosmeses antes de laselecciones. Recuerdoperfectamente la noche enqueAntoniollamóamilíneadirecta cuando estaba
cerrando todas las pantallas,hacia lasnueveo lasdiez.Aesas horas, y procedente delsegundo banco del país, solopodíansermalasnoticias.—Ministra,soyAntonio—
dijoconunagravedadquemealarmó desde el primermomento—. No sé cómoexplicarme… —continuó,balbuceante.—Por el principio y claro,
por favor —apunté. De
inmediato tiré del cable delteléfono y me desplacé untanto nerviosa hacia laventana.Cogí un extremo delacortinaconlamano.—Es una desgracia y
sentimos mucho lo ocurrido,pero ha habido dosinversiones de dos milmillonescadaunaquenohansalidobien.Calculé lo que cuatro mil
millones representaban para
el banco. Ese nivel depérdidas podría hundir laentidad.—¿Quéinversiones?Antonio se aclaró la
gargantaantesdecontinuar.—Son dos torres, que
compramos,unaenLondresyotra en Nueva York, condeuda sin recurso —dijo—.Al no haber suficientesinquilinos, no hemos podidopagarelpréstamo,conloque
lo hemos perdido todo. Losotros acreedores han tenidoderecho al poco valor quequedaba,peronosotros,no.—Y ¿ahora me lo dices?
—exclamé enfurecida. ¿Paraquéestán losgobiernos sinopara negociar en situacionesasí?—Hemos estado hasta el
último momento buscandouna solución, pero me temoque no ha sido posible. No
sabe cuánto lo siento, señoraministra. Esto es horrible —dijo,claramenteconsternado.—Y ¿qué pensáis hacer?
—pregunté intentandomantener la calma. Aquellasituación podía generarmuchainestabilidad.—Mañana por la mañana
emitiremos un comunicadoanunciandoque lospróximosresultados incluirán unaspérdidas de cinco mil
millones.—Lasaccionessehundirán
yosiréisalabancarrota.—Yalosé.Dejé pasar unos segundos
para poner en orden misideas, pero el enfado seempezabaaapoderardemí.—¿Por qué no me has
avisadoantes,porelamordeDios?—casigrité—.Siempreoshedejadolapuertaabiertaprecisamenteparasituaciones
como esta. ¿Qué quieres quehaga ahora en apenas nuevehoras, lo que falta para queabranlosmercados?Antonioguardósilencio.—Ya lo sé, no hay
solución.Suspiré.—¿Cómo no te has dado
cuentadeestoantes?—Todo ha sido muy
rápido;conlacaídadelbancoestadounidense, el interés de
parte de nuestra deuda se hadisparado en apenas dossemanas. En circunstanciasnormales,habríasidoungrannegocio…—Hace unos meses ya te
dijequelascosasnoibantanbiencomoparecía,ocomooscreíais vosotros —leinterrumpí,seca.—Laeconomíarealsídaba
muestrasdedebilidad,perolafinancieraibavientoenpopa,
ministra.Estuveapuntodecolgarle
el teléfono. No teníasuficiente con intentarresolver la tormentafinanciera doméstica queseguro se avecinaba enapenas unas horas, ahoratambién debía soportar quequien precisamente la habíacausado me diera leccionesdeeconomía.—Pero, tú, ¿con quién te
crees que estás hablando?—legrité.Guardó un breve silencio,
antesdedisculparse.—Lo siento, estoy muy
nervioso.Estoeselfin.—No —dije segundos
después—. Nos queda uncartucho.—¿Quétieneenmente?—Eligealascincomejores
personas de tu equipo y yocogeré a lasmías. Os quiero
aquí en una hora.Encontraremos una soluciónantes de las nueve de lamañana.Y así pasamos la noche,
planeando la primera de lascuatro nacionalizacionesbancarias que tuve queejecutar en tres meses. Laprimera llamada, claro, fue aGR, quien se apuntó a lareunión y se quedó hasta lastresde lamadrugada,cuando
yanopudoaguantarmásysefue a dormir. El presidentehablóporteléfonoesamismanoche con el resto delgabinete, que apoyó lamedida pormayoría. Solo seopusieronMario,ministro deIndustria y también aspirantea sucesor de GR en ladireccióndelpartido,ycómono, Carmen. La ministra deSanidaddijoquenosepodíagastar dinero público para
ayudara labancamientras leestábamosrecortandoaellaelpresupuesto. De nuevo, unalástima que las dos únicasmujeres en el gobiernono seapoyaran.La noche de ese primer
rescateEstrellafuelaprimeraen llegar al Ministerio y esoqueeralaquevivíamáslejos,en Vallecas. Se encargó detoda la logística de maneraimpecable. Trajo a mi
despacho la mesa de JoséAntonio, a quien todavía nohabía echado, donde sesentarían los seis delNacional con todos losportátiles y pilas de papelesque trajeron. Mis cincocolaboradores y yo,incluyendoaldirectorgeneraldelTesoro,MartinMoore,yaJoséAntonio, nos instalamosen la mesa de reuniones;todos en mi despacho.
Estrella pidió pizzas anombre de Wuri y estuvotodalanochesirviendocaféyagua. Ninguno pegamos ojo,calculando modelos yvalores, activos y pasivosdesde todos los ángulosposibles.A las ocho en punto de la
mañana emitimos uncomunicado, que yo mismaredacté, anunciando unaampliación de capital. El
Estado compraba un millóndeaccionesnuevasdelBancoNacional, inyectando cincomil millones de capital paraabsorber las pérdidas que seesperabanpor las inversionesen las dos torres. Lasacciones se desplomaron,peroelbancosobrevivió.Elprimercorreoquerecibí
fue del secretario del Tesoroestadounidense. Tim, unhombre joven a quien había
conocido en el G20 y conquien me llevaba muy bien,sobre todo desde que meprestara su chaqueta en unareunión en Nova Scotia,Canadá, en pleno invierno,cuandocasinosmorimosdelfrío.Hastaelprimerministrojaponés se negó a asistir contraje a las reuniones y sepersonaba en todas conpantalones de pana y jerséisde lanagruesa.Justodespués
de nuestro anuncio y a pesardequefueranlascuatrodelamañana enWashington, Timfue el primero en felicitarmepor el rescate y me recordóque el mal causado por labancarrota del bancoestadounidense habíasuperado sus peoresexpectativas.Labancaeraunsector que lo basaba todo enla confianza y si losinversores veían que un
banco quebraba, empezaríana retirar su dinero de losdemás bancos y eso podíahundir todo el sistema.Le dilasgraciaspor suapoyo,quehizo público al cabo de unashoras a través de uncomunicado.Recibí un sinfín de
felicitaciones,salvoporpartedemihomólogoalemán,queme envió un e-mail pidiendoexplicaciones. ¿Por qué
alimentara losbuitresquesehabíanaprovechado tantodelsistema?¿Porquéfinanciaralos banqueros desalmadoscondineropúblico?¿Porquélas inversiones de los bancosespañoles estaban fuera decontrol? ¿No teníamosmecanismos para calcular elriesgo?Razón no le faltaba, pero
¿qué habría hecho él en milugar?¿Dejarqueelbancose
hunda, como hicieron losestadounidenses, yencontrarse con un problemadiezvecespeor?Unacosaeshablaryotragobernar.Lascríticasdelaoposición
nosehicieronesperaryenlaprensa se nos acusó de todo:debailarleelaguaalabanca,de vendernos, de malgastardinero público o de noconocer los riesgos delsistema bancario, como si
nosotros fuéramos losresponsablesdequeelBancoNacional hubiera compradoesos dos rascacielos por unprecio irrisoriamentesuperiora su valor real.Hasta se dijoque yo había estado a puntode dimitir, o de serdespachada, para coger unpuestobienremuneradoenelsector bancario, un favor acambiodelrescate.Aquellas calumnias
dolieronpero, comosiempre,intenté centrarme en buscaruna solución más que endejarme abatir por elproblema. Necesitabaencontrar un comprador parael paquete accionarial delEstadosinoqueríarecortarelpresupuesto público en cincomil millones, lo que segurohabría provocado unarevuelta social. Acudí a losúnicos que parecían disponer
de fondos en aquellosmomentos: los jeques deOriente Medio, que llevabanya unos meses acechandoEuropa como buitres,comprando activos a preciode ganga a gobiernos localeso empresas en apuros.Ya sehabían hecho con un par deislas griegas y en Inglaterrahasta habían comprado losgrandes almacenes Harrods,aparte de algunos clubes de
fútbol, todos ahogados endeudas.Tenía la tarjeta de uno de
los emires más prominentesde Kuwait, quien me habíahecho una visita de cortesíatan solo unos meses antesmanifestándome su interéspor invertir. Le propuseproyectos de transporte puestodavía quedaban muchoskilómetros de AVE porconstruir, pero él quería
activos con rentabilidad másacortoplazo.Lesugeríalgúnpuerto de los muchos quequeríamos revitalizar y alfinal se decidió por el deTarragona.Laproximidaddeesa ciudad a una granrefinería encajaba a laperfección con sus planes deexportacióndegasypetróleoa España. Cerramos elacuerdo en cuestión desemanas.
El emir al-Surdhaagradeció mi llamada pocassemanas después para hablardel Banco Nacional. LaoperacióndeTarragonahabíafuncionado bien y él y suequipo estaban dispuestos aconsiderar nuevas ideas.Nosinvitaron a reunirnos conellosensuyate,precisamenteatracado en la ciudadcatalana, donde ya estabantrabajando en sus proyectos
portuarios.Martinnopudovenirpues
le había enviado a Asia adefender la nacionalizaciónantelosinversores,porloquemepersonéenTarragona tansolo con Estrella y Antonio.Ninguno de los tres pudimoscontenerlaimpresiónquenoscausó el navío dedimensiones monstruosas.Eran diez plantas habitablesde casi doscientos metros de
eslora, todo de un blancobrillante, impecable, sin unamota de polvo ni un míseroarañazo.Elhelipuertodelqueel yate disponía estabapreparado para nuestroaterrizaje pues al emir nuncase le ocurrió que pudiéramosllegar en tren. Pero yo lopreferí porque, aparte de notenerdificultadesdeaccesoainternetoalBloomberg,eneltren no había riesgo de
turbulencias,quecadavezmegustaban menos, y tambiénpodía reservar una sala enprimera clase para reunirmecon mi equipo alrededor deunamesaestable.Elviajefueespecialmente productivo yentrelostrespreparamosbienla reunión. Estrella, que eraperiodista de profesiónaunque nunca había ejercido,retocó las presentaciones enPowerPoint hasta dejarlas
perfectas y luego lasimprimióenpapeldecalidad(todo ello imposible en unhelicóptero peroperfectamente realizable enun tren). Desde mi llegadasiempre insistí en llevar unaoficina móvil a todas partespara cuestiones urgentes,precisamente como aquella.Siemprehepensadoquesielmundo y los mercados semueven rápido, los
gobernantes deben respondercon igual celeridad oarriesgarseaperdercomba,loque para mí nunca ha sidouna opción. He visto aalgunos políticos hundirse enla miseria, y a sus paísestambién,poresperaraquelosmercados se adapten a suritmo.Tienequeseralrevés.Elviajetambiénsirviópara
limaralgunasdelasasperezasque habían surgido con
Antonio justo después de lanacionalización, cuandoimpusimos unas condicionesa nuestro rescate que él y suconsejo de administración notuvieron más remedio queaceptar: les quitamos losbonusdeeseaño,cambiamosal director general ydespedimos a la mitad delconsejo de administraciónpara poner a nuestraspersonas de confianza.
Mantuve a Antonio en lapresidencia porque siempreme había parecido unapersona ecuánime con la queal menos se podía dialogar.Todo hubiera sido muchomás difícil con otropresidente, porque cada pasohubiera supuesto una batalla.Antonio, en cambio, bajó lacabezaacambiodemantenerel puesto, lo que meconvenía.
Y allí estábamos, de piefrente al yate, los tressintiéndonos ínfimos,diminutos en una soleadamañana de sábado enTarragona. El Mercedesnegro,eleganteyamplio,quenos acompañó desde laestación del AVE al puertoparecía casi de juguete juntoal gigantesco navío.Estábamosdecididosavendera loskuwaitíesunbancoque
seguramente valdría menosque aquella embarcación yque algunos de los negociosqueallísefirmaban.Elemirnosrecibióapiede
escalera. Iba vestido deblanco impecable, con unamedalladeoroalfrentedelakufiyyadecuadritosblancosyrojos que le cubríaelegantemente la cabeza;llevaba un fajín negro en lacinturayunachaquetadetres
cuartos con botones doradosenelcentroabrochadoshastael cuello. Estaba flanqueadopor sus dos secretarios, losmismos que le acompañaronel día que me visitó enMadrid y cuyo nombretodavía hoy me resultaimposiblerecordar.—Bienvenida, querida —
me dijo en su inglés conmarcado acentoestadounidense adquirido en
Harvard.Con su gentileza y
suavidad habituales saludó aEstrella y aAntonio, quienesle sonrieron y se relajaronante su presencia, pues al-Surdha siempre emanaba pazy tranquilidad; o al menossiemprequeyolehabíavisto.Entramos en el barco, por
llamarlodealgunamanera,ynos costó hasta diezminutosllegar a la sala de reuniones,
donde todoestabapreparado.Subimos en ascensor,cruzamos dos cubiertas,atravesamos dos túneles…,así de grande era el sitio.Todo relucía y los detallesestaban cuidadísimos. Ladecoración era exquisita, unamezcla de mueble clásicoinglés pero con confortamericano. Muy acogedor yalgo sorprendente dadas lascircunstancias, nada
intimidatorio.Nossentamosalrededorde
una mesa redonda en unassillas danesas que ya habíavisto en El Corte Inglés, decasisietemileuroscadauna.Todos teníamos una carpetadepieldelante,ademásdeunbolígrafo y un lápizMontblanc.Sirvieronagua,téy café, todo en juego Alessideplatareluciente.Antonio repartió la
presentación del BancoNacional y antes que nadareconoció los falloscometidos en el pasado. Acontinuación explicó elpotencial de inversión yrehabilitación que laspropiedades del bancoofrecían: se podían construirparquestemáticosenterrenosde Castilla-La Mancha,explotarmáspuertoscomoelde Tarragona, reconvertir
algunos edificios antiguos deMadrid y Barcelona enhoteles de lujo, o hasta crearestaciones de esquí tanlujosas como Val d’Isère oZermatenlosPirineos.Añadíqueelcostedelatransacciónera muy atractivo, pues elvendedor de las acciones delbancoeraelpropiogobierno,yyonoestabaallíparaganardinero sino para fomentar lainiciativa privada y la
inversiónennuestropaís.Tansolo queríamos recuperar lacantidad invertida, ni uncéntimo más. Les enseñé mibook, una presentación muygráficasobrelosatractivosdeinvertir en España, queincluía detalles sobre lasventajas fiscales queestábamos dispuestos anegociar.El emir y su equipo nos
hicieron un sinfín de
preguntas técnicas,especialmentesobrepermisosycostesdeinversiónoaccesoa mano de obra cualificada,que nosotros respondimosbien. Yo me tenía muyestudiadanuestraeconomíaypude dar ejemplos de cuantomepreguntaban.Después de tres horas de
discusión e intercambiosalimos a cubierta, donde senos sirvió una copa de
champán, aunque solo anosotros porque ellos nobeben.Elemirseapoyóenlabarandilla ami lado, los doscon la vista perdida en elprecioso atardecer delMediterráneo.Medijo:—A la hora de prestar o
invertir, tan importante comolos números es mirar a losojos de la persona en la otrapartedelanegociación—dijoapretándome la mano de
manera muy gentil—. Y yome fío de usted.Compraremos el paquete deacciones del Banco Nacionalalgobiernoespañol.Aquellas palabras me
impresionaron y siempre quelas recuerdo se me pone lapiel de gallina. Sobre todocuandopiensocómosecriticaa los musulmanes y se lesacusa de machistas, a todossin distinción. Yo no puedo
por menos que admirar ydefender cómo me trataronsiempreloskuwaitíes,aunquetambiénesciertoquesufríuntrato muy diferente en otroslugares próximos a Kuwait.Pero la gentileza y laconfianzadeal-Surdhanuncasemeolvidarán.Por eso se me rompe el
corazón cada vez que piensoen todo el problema que esainversiónlecausó,apesarde
queanosotrosnos salvara elcuello (momentáneamente).Ese apoyo al final les costóuna cantidad monumental dedinero, con lo que tuve quevenderles una parte delcorazón de Barcelona paraintentar compensarlo. Eso, asu vez, provocó que se meecharalaciudadencimajustoeldíadelaselecciones.Ese rescate y esa venta al
emirfueronunerror,quecon
eltiemposoloempeoró.Igualtendría que haber dejado queel Banco Nacional sehundiera y que fueran susaccionistasybonistasquienespagaran el pato, y no losespañoles, por más que elsecretario del Tesoroestadounidense aplaudieramiacción. Los alemanes teníanrazón,comodecostumbre.Me costó mucho tiempo
reconciliarme con mi
desacierto, cuya magnitudreal no conocería hasta mástarde.Enmishorasmásbajasen el despacho, sola, denoche,siemprehabíapensadoque lo mejor ante los fallosera reconocerlos y no hacercomoVictoriaKent,quienenplena República se opuso alvoto femenino y nunca seretractó. Su error fue tanincomprensible como elmío,pues ambos parecían un
boicot a todo aquello por loquehabíamos luchado.Ensucaso, ella negó el voto a lasmujeres después dedefenderlas más que nadie.Como diputada, Victoriapropuso y consiguióenmiendas a la Constituciónque equiparaban el salariomínimo de las mujeres al deloshombres,oquepermitíana las primeras divorciarse oviajar solas. Pero se opuso a
su voto alegando que,influenciadas por curas ymaridos, lasmujeresvotaríanmasivamente a la derecha,como de hecho ocurrió. LaKent defendió esa posiciónhastasusúltimosdías,inclusocuando ya anciana volvió aEspaña después de cuatrodécadasdeexilio.En cuanto a mí, había
cogidocincomilmillonesdelos bolsillos de los españoles
para dárselos a la banca, conlo que me costaba a mírecaudar ese dinero paradistribuirlo luego enservicios. Aun así, no queríaacabar igual de obcecada enmis propias miras como laKent y, si bien nuncareconocími fallo en público,sínegociéunasoluciónquealmenos dejó al contribuyenteespañol sin tener quefinanciar otro agujero
bancario.Dicha solución —la venta
apreciodegangadepartedelpuerto lúdicodeBarcelona—también me creó otroproblema con Carmen, laministra de Sanidad, unanuevabrechaentrelasúnicasdos mujeres del gabinete.Igual que la Kent, que nohacía más que pelearse conClara Campoamor yMargarita Nelken.
Lamentablemente la historiade las mujeres en el podersiempre ha sido la misma:pocas y mal avenidas. Tardéun tiempo en entender porqué.
8
La inversión de loskuwaitíes en el BancoNacionalnosdiounrespiroyunassemanasdetranquilidad,ya que se trataba de unainyección de confianza en
nuestraeconomía,unmensajepositivoa losmercados.Aunasí, yo sabía que algunascajas de ahorros atravesabanproblemas graves, pero erandemasiado pequeñas paraponer en jaque todo elsistema, algo que sí podíahacerelBancoNacional.Aproveché esa calma
relativaparaponermealdíaycuidarunpocodemímisma,ya que la actividad frenética
de los meses anteriores mehabíadejadocondoskilosdemás —demasiada comida adomicilio y nada de deporte—, las ojeras me llegaban alospies,elpeloparecíaeldeuna hippy y mis trajesdenotaban el desgaste. Másque una ministra deEconomía,parecíaunaradicaldeGreenpeace.Estrella, quién si no, me
llevó a El Corte Inglés de
Castellana y allí, en tan solotres horas, renovamos mivestuario casi al completo,comprandolostrajesyblusasque luego ella, con muchoacierto, guardó en el armariodeldespacho.Pasamosporlapeluquería, dondepor finmedejé cortar el flequillode loshachazos para salir con unamedia melena sencilla yelegante y, además, sin unasola cana (antes de llegar al
Ministerio tampoco teníaninguna, pero en cuestión dequince meses me salierontodas). Acabamos la mañanaen la perfumería, donde melancé a la cosmética paraesconderlasojeras,arrugasycansancio acumulados en losúltimosmeses.Lástimaqueelmaquillaje no pudieradisimular la incipienteinquietud que me ibacreciendoenelcorazón.
Mi relación con Gabiempeoraba,yno solopor lasdesavenencias en cuanto atenerhijos.Lasvacacionesdeverano anteriores, enMallorca, habían sido unadecepción, aunque no tantocomo para alarmarse ojustificargrandescambios.Habíamos reservado un
hotel de lujo en Deiàmonísimo, en la montañapero muy cerquita de unas
calaspreciosas.Lahabitaciónera más cara que la que«Wuri»habíareservado,puespor mucho que intentaraevitarlo, en la gran mayoríade hoteles o restaurantes deEspañaomeinvitabanaalgoome subían la categoría. Esunasituaciónquesiempremehaincomodado,peroalaque,supongo, ya me heacostumbrado. Como alhecho de que a una la
reconozcan por la calle; noquedamásremedio.Vieneenel lote y lo mejor esacostumbrarse, entender quela gente lo hace con buenaintención y no darle másimportancia.Mi cumpleaños era esa
semana de verano—por esola elegimos— y a mí meparecía perfecto unacelebración en plenasvacaciones,solaconGabi,sin
alardesnifiestas.Cuandounoestá enelojodelhuracán, latranquilidadesoro.Pero eso tampoco quiere
decir que no quisiera unaocasiónespecial,queGabinose preocupó de preparar.Hace mucho tiempo queaprendíqueelquerernodebeesperarrecompensa,perounacenadecumpleaños tampocoes tanto pedir. Acabamos enel aburridísimo restaurante
delhotel.Si al menos hubiéramos
estado enamorados, o tenidomuchoquedecirnoselunoalotro, tampoco me hubieraimportado, pero nuestrasconversacionescadavezeranmás banales, si no tensas. Ala mañana siguiente hicimosel amor todo lo rápido quepudimos,ynosquedamoslosdos satisfechos, supongo,porque así ya no tendríamos
que volver a hacerlo duranteel resto de las vacaciones.Dedicamoslosúltimosdíasaleerjuntoalapiscina,losdosenfrascados en nuestrasnovelas o pegados al iPad.Solomeconsolabaverquenoéramos la única pareja queactuaba de esa manera.Alguienmedijounavezqueese era el sino de todas lasrelacionesa largoplazo,algoqueyosiempremehenegado
aaceptar.Nuestra relación nunca
había sido de las que echanchispas, ni explosiva nidramática.Creoquenuncahederramadounalágrimaporél.Pero sí fue durante años unarelación que al menos nossatisfacía a los dos, con lasdosis suficientes de pasión yconuncompañerismoamablequehacíalaconvivenciafácilyagradable.
Con vistas a recuperar esadinámica, decidí usar mipuesta a punto de El CorteIngléspararevitalizarmividadepareja,y esverdadque lanueva ropa interior le dio unpoco de vida a nuestrodormitorio, almenos duranteunpardesemanas.Conesaenergíarenovaday
aprovechando el tirón de lainversiónkuwaitíenelBancoNacional, me lancé a
convocar una granconferencia, de un día,invitando a los máximosrepresentantesdelasmayoresempresas extranjeras enEspaña. La prensainternacionalsehacíaecocasia diario de nuestro parocreciente, nuestra pérdida decompetitividad, el rescatebancario y demáscalamidades, así quedebíamos cuidar bien a
quienes habían invertido ennuestro país y, sobre todo,evitar que se fueran a otroslugares más baratos. China,Europa del Este y hastaPortugal ya nos habíanquitado algunas fábricas. Enel consejo de ministrosconseguí que el gobiernoapoyaraunaseriedemedidaspara estimular la inversión,incluyendo nuevosdescuentos fiscales y la
creación de permisos exprésparaproyectosqueimplicaranla contratación de personallocal.Estrella creó una lista de
unos trescientosdirectivosdemultinacionales, aquien JoséAntonio y yo invitamospersonalmente, llamándolesuno a uno. Convencimos alMuseo del Prado (pagando,claro) de que nos dejara elatrio del nuevo edificio,
donde instalamos trescientassillas y una tarima con unapantalla gigante. Mi jefe deprensa, Lucas, se encargó depublicitarelencuentrocuantofue posible, aunque yohubiera preferido másdiscreción porque lo quequería eran inversiones y nofotos.Lamitaddelalistaalaque
me tocó llamar conteníanombres interesantes, viejos
conocidos o personas de lasque había oído hablar pero aquienes no conocíapersonalmente. Disfruté deesas conversaciones ya quelas empresas extranjerastienen más variedad en sucúpula directiva que lasespañolas,comopercibíeldíaqueGRmepresentóalaéliteeconómico-financieradelpaísen Moncloa: de losveinticinco presentes,
absolutamente todos eranhombres de mediana edad,que encima vestían igual (deaburrido) y compartían lasmismas aficiones (fútbol,golf, toros…, nada que meinteresara a mí). Losextranjeros,encambio,teníanen el poder a más mujeres,gays,gentedelospaísesmásvariopintos, jóvenes,mayores… Era muyrefrescante. También me
alegró ver que todosdisponían de líneastelefónicas directas, nada dela martilleante musiquitaautomatizada que uno debesufrirenEspañacadavezquenecesita hablar con alguienimportante. Pero había unnombre en la lista que mehizo especial ilusión, por esofue a quien primero saludé alas ocho de lamañana el díade la conferencia, cuando ya
llevabatiempoasegurándomedequetodoestabaenreglayél llegó de los primeros. EraAndrés del Soto, antiguocompañerode industriales—el rubitoquemehabía tiradolos tejos—, ahora presidenteenEspañadeSoft,unadelasmayores empresasinformáticas del mundo.Había sido muy amable porteléfono, de hecho me habíadevueltoenseguidalallamada
desde Nueva York, cuandoallíeranlascincoolasseisdela mañana. La charla fuebreve, pero me dijo que sinecesitaba a alguien para darun discurso de apoyo anuestro gobierno, él lo haríaencantado.Accedí.—Como si hubieras salido
del congelador, estásabsolutamenteigualqueenlauniversidad —me dijo nadamásvermeconesagalantería
anticuada que hoy en díasuena más paternalista queelegante.Le agradecí el esfuerzo de
ser amable y de venir a unacto que con tanta ilusiónhabía preparado. Ningúnministro de Economía habíaorganizado una reunión deese tipo, puestradicionalmente siemprehabían estado encerrados ensu despacho o en Moncloa
loando a la banca y a loscuatro industriales desiempre. Pero las empresasextranjeras generaban unveinte por ciento de nuestraeconomía y debíamoscomunicarnos con ellas paraalgo más que recaudarimpuestos. Crear foros oprogramas que sentaranprecedente y se pudieranrepetir periódicamente erauno de los motivos que me
hacía creer enmi trabajo, enla oportunidad que tenía demejorarelpaís.Me había vestido para la
ocasiónconminuevolookdeEl Corte Inglés: taconazospara estar a la altura,literalmente, de los muchoshombres con los que teníaque hablar, medias de sedatodo lo lujosas y brillantesque encontré y un vestidorojo conel escote justo, pero
provocador, que sin dudallamaría la atención, perotambién daría un toqueinformal al ambiente serio eintelectual del Museo delPrado. Aquello no era unaconvención académica ni unacto faraónico para presumiro salir en la prensa; lo quepretendía era firmar acuerdosycrearempleo,asíquedecidídar al acto un aire ante todopráctico.Si un escoteme iba
a ayudar, para qué pensarlo.Me puse unos pendientesrojos,ajuegoconelvestidoymásbienpocodiscretos,ymerecogí el pelo en un moñogracioso que Estrella meapañó en el baño delMinisterioaprimerahora.Mesentíafuerte,poderosa,guapay, por una vez, incluso alta.Los tacones, funcionan. Meiba ameter a losguiris en elbolsilloylesibaasacarhasta
elúltimocéntimo.Yo también vi a Andrés
casi igual que en launiversidad,oalmenosigualde rubio (me pregunté si éltambién habría pasado por lapeluquería e imaginé que sí,solo que a los hombres lescuesta más reconocerlo).Parecía en forma, y sus ojosazulesdeniñopijomadrileñoseguían tan astutos como losrecordaba. Le había visto
poco desde que acabamos lacarrera, tan solo en cuatro ocinco de las reunionesanuales de clase queorganizabantodoslosañosenlaCasadeCampo.Elnúcleoduroqueno se perdía ni unacita eran los mismos quedominaban la clase cuandoéramos estudiantes. Nuncaformé parte de ese clan, queademásnomeaceptóhastaelúltimo curso. Aun así, no
quiseperderel contactopuesalgunas personas valían lapena y además, con los añosuno empieza a recordar sololas cosas buenas. A medidaquenoshacemosmayores, lacompetitividad se transformaen cooperación, ya queentendemos que todosnecesitamos ayuda en algúnmomento u otro. Instinto desupervivencia,supongo.—Tú también estás igual
—le dije a Andrés—. ¿Es elgolf? —le pregunté casi sinpensar y recuperando esetono pasivo-agresivo de launiversidad; esa envidiaescondida de la chica deprovincias contra lostodopoderosos pijos-madrileños.Andrés bajó la mirada,
seguramente desilusionadopor mi comentario, tandesafortunado. Pocos
segundos después volvió amirarme, con una sonrisagenuina.—Pues no, ya no juego a
golf —me dijo, ante misorpresa—. Ahora ¡corro-al-curro!Nosechamosareír.—Y ¿te desgravas el
material deportivo? —lepregunté,jocosa.—Por supuesto, señora
ministra —me dijo—. Es
más, ya que está usted aquí,¿podría desgravarme tambiénel vuelo en business class aNueva York que cogí lasemana pasada para correr lamaratóndeldomingo?No pude contener la risa,
pues en mi año y medio deministra me habían pedidomuchas cosas descabelladas,peronadacomoaquello.—Iré al infierno socialista
si me pillan financiando
viajes de ejecutivos a NuevaYorkenbusiness…Él también se rio,
ensanchando sus ampliasespaldas, bien marcadas porun traje oscuro, moderno, ypor una camisa blancaimpecablemente planchadacon cuello pequeño, bienmarcado por dos pequeñosbotones de color rojo, uno acada lado, que daban un aireoriginal y simpático a su
apariencia. Llevaba unacorbata negra, fina.Ni rastrode los trajes azules cruzadoscon botones dorados con losque le había visto en lasreuniones de la Casa deCampo.—¿De verdad que corriste
la maratón de Nueva Yorkhace dos días? —preguntéimpresionada, puesestábamosamartes.—¿Qué te crees? —me
dijo, ahora sí adoptando esapose chulesca que lerecordaba.Sacóunmóvilespectacular
del bolsillo interior de laamericana, casi parecía unordenador, pero mucho máspequeño. Enseguida memostróunafotodeélmismo,efectivamente corriendo porla Quinta Avenida con elEmpire State Building alfondo. La calidad de la
imageneraperfecta,mejordelo que yo nunca había visto;al fin y al cabo era elpresidenteenEspañadeSoft.—Pero ¡bueno! —dije
cogiendo el móvil para vermejoreldetalle.Medicuentade que la camiseta quellevaba era la de Corre-al-Curro,lasqueregalamosparafomentarelprograma.—¡Nomepuedocreerque
tepusieraslacamisetaverde!
—exclamé, gratamentesorprendida.Andrésguardóelmóvilde
nuevo en su americana ymemirófijamente.—Siempre pensé que ese
programa era una gran idea—dijo, serio—. Inscribí aSoftyyadesdeelprimerdíaempecé a correr para darejemplo.Dupliquéelnúmerode duchas en la fábrica y dipremios a los empleados que
se inscribían. De hecho, doshan venido a Nueva Yorkpara correr la maratónconmigoyotroscincoestaránenladeBarcelonalasemanaqueviene.—Dejópasarunossegundos,enlosquememiródiscretamentedearribaabajo—. ¿Y tú, cómo llevas elfooting?Reínerviosa.—Buenoo… Empecé para
dar ejemplo, pero ya sabes
quelacosasehapuestofeayhe tenido que estar muycentrada…Andrés asintió con la
cabeza.—Sí, lo veo, y me hago
cargo —dijo—. Por esto lajornadadehoymepareceunaidea excelente y estoyencantado de participar. Lotengotodoapunto.Ladeélacabeza,sonreí.Un
apoyo así en esos momentos
delicadoseradeagradecer.Elpoder es solitario y yo yahabía visto que las flechaspodían venir de todas partes;poder confiar en alguien queunoconocedesdehacetantosañosresultabareconfortante.—¿Todo listo? ¿Sabes
cuándotetocahablar?—Estrella, tu secre, ha
estado en contacto; lotenemostodobajocontrol.—Fantástico —dije, justo
cuando vi aparecer al emirkuwaití,aquiendebíasaludar—. Andrés, disculpa, tengoqueatenderalemir.—Por supuesto —asintió
haciéndoseaunladoparaquepudiera pasar—. Nos vemosluego.—Gracias —le respondí,
mirándolealosojos.Al-Surdha apareció
sonriente, con un traje de unblanco imperial, un fajín
dorado marcando su atléticacintura y una kufiyyaprotegiéndole la cabeza, bienrecogidaporunagalnegroybrillante. No le había vistodesde el encuentro enTarragona, aunque habíamoshablado por teléfono paracerrar los detalles delacuerdo. Me saludó con elfuerte apretón de manos decostumbre, seguramente sindarsecuentadequesuanillo
de diamantes y rubíespuntiagudos se me estabaclavandoenlosdedos.—Mi queridísimo emir,
bienvenido —saludé, contoda la elegancia yamabilidadquepude, apesardel pinchazo que sufría—.Qué honor tenerle entrenosotros.—Elhonoresmío.Le cogí del brazo y
entramosaledificioconpaso
decidido pero lento pues elemirnoquitabaelojode losVelázquez y Goyasdispuestosasualrededor.—Siempre he sido un
amantedeGoya—confesababoquiabierto.Consciente del agujero en
las cuentas del Prado,intervine,rápida.—No se vaya con prisas
después del acto, emir —ledije—,quecuandoacabemos
lepuedopresentaraldirectordel museo para queintercambie impresiones conél.Al-Surdhameguiñóelojo
yconunasonrisadesaparecióentreelrestodelosinvitados,lamayoríayasentadosensussillas.Elmundodelapolíticay de los negocios esabsolutamente cuestión derelacionespersonalesyyonoempezaba más que a
entenderlo… y hasta adisfrutarlo. Sin malosresultados:elemirsemarchóaquel día con un par deGoyasdebajodelbrazo—noliteralmente, claro—, peropagó una fortuna por dosobras menores que el museoguardabaenel sótanopornoconsiderarlas relevantes. Sépor el emir que esos cuadrosestánahoraenelyate.Unavezacomodadostodos
a la hora en punto —losextranjeros, siempre tanpuntuales—, subí al estradopara dar una muy brevebienvenida. Les informé deque en el pack que leshabíamos preparado en cadauna de las sillas encontraríanuna presentación sobre lasoportunidadesdeinversiónennuestro país, un resumen delasventajasqueofrecíamossicontrataban a españoles,
además de una lista deasistentes al acto para queellostambiénpudieranusareleventoparaampliarsureddenetworking. Atrás quedabanlos años de despilfarro,cuando regalábamos vino oaceite de oliva a losextranjeros. No, allíestábamos para recibirinversión y no para regalarnada.GR, que llegó justísimo,
tambiénlesdiolabienvenida,más fríade loquemehabríagustado, pero para entoncesyoya le conocía.Élvivía enlasesferasde losbaronesdelpartidoydelgruposelectodeindustriales y banqueros quese reunía de forma periódicaen Moncloa, donde todo lodecidían entre puros, risas ycopas. Mi época, y ya nodigamos mi estilo, eran muydiferentes. Nosotros ya
éramos una generacióninternacional, en la que losvaivenes de la economía nodependían de los decretazosen el Boletín Oficial deEstado, sino del preciointernacional de muchosactivos o de la rentabilidaddelbonoestadounidense.De nuevo tomé la palabra,
y en un inglés creo queaceptable presenté mismedidas, que según observé
tuvieronunabuenaacogida,ycontesté a cuantas preguntasse me formularon, todastécnicas y directas.Seguidamente presenté aAndrés, quien habíapreparado un pequeñodiscurso.Con su seguridad y
confianza,quenoarrogancia,ya habituales en los tiemposde universidad, mi antiguocompañerosubióalestradoy
se aclaró la garganta.Dirigiósu mirada primero a mí yluegoalrestodeinvitados.—Señorasyseñores,ladies
and gentlemen —dijo,sosteniendounpequeñopapelque solo consultó en muybreves ocasiones—. Es unhonor para mí representar alas empresas extranjeras enEspaña. Soy presidente deSoft. Empezamos aquí tansolohacecincoaños,peroen
ese breve espacio de tiempohemos doblado nuestro nivelde ventas y construido unaplantaenAlcorcón,queahoraemplea a dos mil trescientaspersonas.Todo loquehemoshecho ha contado con elincondicional apoyo de estegobierno, que solo nos hapuesto facilidades. Ni unatraba.Volvióamirarme.Por fin,
pensé,empezabaaverlacara
humana y satisfactoria delpoder. Hasta entonces solohabía encontrado luchas ypuñaladas, por lo quediscursos como aquel hacíanque todo el esfuerzomereciera la pena. Cuandome disponía a aplaudir,pensando que Andrés habíaconcluido,estecontinuó.—Y, muy especialmente,
me gustaría contarles unahistoriaquerepresenta,quizá,
lo mejor, lo peor y laesperanzapresentedenuestropaís.Aquello me extrañó pero,
por laconfianzaque le tenía,esa historia que proponíameintrigaba más quepreocupaba.—Megustaríahablarlesde
nuestra ministra deEconomía,IsabelSanMartín,a quien debemos agradecerleel acto de hoy. —En ese
momento me empecé apreocupar, además desonrojar—.Graciasaellayasu tesón —continuó—, estepaíshasobrevividoaalgunasdesushorasmásdifíciles.LaseñoraSanMartíntambiénhacreadoprogramasque sehanexportadoalrestodeEuropa,como Corre-al-Curro, queseguro que todos ustedesconocen.—Antemisorpresa,y mientras explicaba su
apoyopersonalyeldeSoftala iniciativa, puso en lapantallagigante su fotoen laMaratón de Nueva York conlacamisetadelprogramabienvisible.Tambiénmostróotrasfotografías de corredorescamino de sus trabajos enMadrid, Barcelona, Sevilla,Bilbaoyhastaenelpueblodesu madre, según contó, unpequeñoyrecóndito lugarenla provincia de Segovia.
Aquello empezaba a serdemasiado para mí, pero lacosafueapeor—.Yotuveelhonor de conocer a nuestraministraen launiversidad—prosiguió, ahora poniéndomerealmente nerviosa. Todavíadepiealotroladodelestrado,no sabía hacia dónde mirar.Junté las manos y puse carade circunstancia. Andréscontinuó—: La conocí justoelprimerdíadeclase—decía
—, porque éramos cienchicos y dos chicas, así queellas no tenían ningunaposibilidad de pasarinadvertidas. Pero yo sí, loque me permitió observarlacon atención durante lasprimeras semanas y llevarmeuna gran sorpresa.Acostumbradocomoestabaami colegio de chicos, nuncahabía visto a una mujermostrar una capacidad
académica superior a la demuchos de nosotros, yo elprimero, o tomar iniciativasque nosotros ni nosatrevíamos. —Noté que meempezaban a flojear laspiernasy semeponía lapielde gallina. Estaba quietacomo un palo. Encogí elestómago y tragué saliva.Andrés,conlavistafijaenelpúblico, prosiguió—: En unaocasión, nuestra ministra, en
su versión estudiantil,propuso un cambio dehorarios que mejoraba lasemanaysobretodoelfindesemana de toda la clase —dijo, antes de hacer unapausa. Siguió en un tonograve—. Pues entre todos laboicoteamos,nolaapoyamos,simplemente porque no nosatrevíamos a reconocer queunachicanoshabíasuperadoyhabíatenidolaideaalaque
todos aspirábamos y el valorde proponerla. —Guardó unbreve silencio que para míduróunaeternidad.Nerviosa,fijé por unmomento la vistaen una lámpara del techo,para luego cerrar apenas uninstante los ojos de lavergüenza que sentía—. Yofui especialmente necio —continuó Andrés—. No solono la apoyé, sino que pocodespués le robé la idea,
exponiéndosela a nuestrotutorcomomíayganándomeelaplausodetodalaclase—dijo girándose hacia amí, loquemeaceleróloslatidosdelcorazón—. Éramos jóvenes,machistasyantidemocráticos,tal y como se comportabanuestro país; es la purarealidad—dijo, volviendo lamirada al público, que leescuchaba con mucha másatencióndelaquemehabían
prestado amí—. Por fortuna—siguió—, las cosas hancambiado en España ymujeres fuertes e inteligentescomo Isabel San Martín hanllegadoyocupadopuestosderesponsabilidad,yhoyvemoslas más que positivasconsecuenciasdeello.Esperoqueustedesasíloperciban—añadió antes de concluir—.Solo he querido contarlesmiexperiencia comoejemplode
la confianza que tenemos enestegobierno,quenosquiereayudar para que nosotrosinvirtamosycreemosempleo.—Mevolvióamirarantesdedespedirse—. A todos, y enespecial a Isabel, muchasgracias.Sinmás,bajódelestradoy
se sentó en su asiento en lacuartafila.Con el corazón a mil,
apenas reaccioné hasta que
Estrellaselevantóydeformadiscreta se dirigio haciadonde me encontraba pararecordarme que me tocabaclausurarelacto.Centradaenevitar cualquiersentimentalismo y rematarbien la faena, me dirigí alpequeño púlpito al otro ladodelatarimayencadenétresocuatro frases deagradecimiento, prometiendocrearunfororegularparalos
asistentes de manera queentre todos pudiéramosgenerar iniciativas o hacerinversiones conjuntas. Di lasgraciasymefuialbañotodolo rápido que pude, casi sinoír el aplauso monumentalquemededicaron.Sola frente al espejo, tuve
que hacer esfuerzos para queno se me saltaran laslágrimas. En ese ambientepolítico-bélico al que me
había acostumbrado, nuncanadie se había comportadocontantoseñoríocomoaquelantiguo compañero de clase.La vida, es verdad, te dasorpresas.Estrella acudió al rescate
después de verme correr albañoporquemeconocíabienysabíaqueaquellomehabríaafectado.Sinhacerpreguntas,me ayudó a retocarme elmoño y el maquillaje y me
recompuse.Yamás calmada,salíadespediralosinvitados,que tampoco se quedarondemasiado tiempo amerodear. Allí todos teníantrabajos de mucharesponsabilidad y no habíatiempoqueperder.Después de despedir
personalmente a cuantosdelegadospude,meacerquéaAndrés, que parecíaesperarme en una esquina
mientras tecleaba en sumóvil.—Me has sorprendido,
muchacho —le dije con unasonrisa.No pude evitar darle un
abrazo largo y fuerte, comolos que se dan los hombresentreellos.—Solo he dicho lo que te
debía —contestó conelegancia.—Pero ¿por qué ahora,
después de tantos años? Nohacía falta hacerlo tanpúblico. También podríamoshabernosidoatomaruncafé,¡ounascañas!—También —concedió—,
peroelcafé,sipuedes,noslotomamos ahora. ¿Qué teparece?—Me parece una idea
fantástica.Cuando ya solo quedaban
el emir y el director del
Prado,encantadoselunoconel otro, Andrés y yo fuimosen el coche oficial hacia elcafé Gijón. Era una mañanasoleada, otoñal, preciosa. Elaire de la Castellana merecordaba al de cuandoestudiábamosenlaescueladeingenieros, tan solo un pocomás arriba de dondeestábamos.Losárbolesteníanlos mismos colores tenues ytambién se respiraba ese
ambientefrescodevueltaalaactividad después del parónestival.Porunmomentosentílamismalibertadquecuandoteníaveinteañoseibadeaquípara allá, libros en mano,mochilaalhombro.Al llegar, nos sentamos
junto a uno de los grandesventanales y pedimos doscafés.—Bueno,túyasabesdemí
porlaprensa,perodime¿qué
es de tu vida? —pregunté,interesada—. La última vezque te vi me enseñaste fotosdetusdosniños,monísimos.Andrés bajó la mirada,
pero le brillaron los ojos encuanto empezó a hablar desusretoños.—Sí, los niños son
maravillosos. —Y sacó elmóvil de la chaqueta paraenseñarme fotos—. Esta esAlicia.—Yseñaló la imagen
de una niña rubia de rostrocasi angelical—. Tiene sieteaños,yesteesBorja,dediez—dijo enseñándome la fotode un crío pelirrojo con carade ser un verdadero trastojugando al fútbol vestido delRealMadrid.—Buuuu, ¡que yo soy del
Barça!—dijeparaprovocar.Amíelfútbolfrancamente
siempremehadadoigual.Esmás, tanta atenciónme suele
irritar sobremanera. Con losproblemas que tenemos ytodos pendientes de ladichosa pelota; es algo quenuncahelogradoentender.—Son buenos chicos —
dijoorgulloso—.Estánsanosyvanbienenelcolegio,¿quémáspuedopedir?—¿Dónde los llevas? —
pregunté por curiosidad,imaginando algún pequeño yexclusivo colegio privado a
lasafuerasdeMadrid.—Van los dos a laVirgen
deGredos—dijo,mirándomedefrente.Intenté disimular mi
sorpresa. No esperaba queAndrés llevara a sus niños aun colegio del Opus, puesnunca le había ni visto niescuchado ningún interés porla religión. Además, algunavez había oído rumores,seguramente
malintencionados, comotodos,dequeselehabíavistoporalgunodelosburdelesdelujo de la ciudad. Pero comoel tema del Opus es siempredelicadoy susmiembros sontan especiales, decidí pasarloporaltoynometermeenesejardín. A pesar de que elOpus siempre trató a mimadrecondignidad,yoleshetenidoreticenciapuesalgunasde sus prácticas me parecen
deleznables. Sobre todo,cuando tratandeconvenceralosmenoresdeedaddequeelcelibatoesunaopción.—¿Estás contento? —
pregunté, intentando simularnormalidad.—Puessí,laverdadesque
sí—dijo,comosinoquisierareconocerlo—.Ledanmuchaimportancia al deporte yBorjasiemprenoshabíadadomucho trabajo, era tremendo,
muyinquieto…—Se le ve… —le
interrumpí.Andréssonrió.—El caso es que tanto
deporte le viene fenomenal;hacanalizado toda laenergíaextraqueteníayesohahechoque se centre en todo: enclase,encasa…Estamosmuycontentos.Intenté recordara lamujer
de Andrés, a quien tan solo
había visto en una o dosocasiones, y que siempremepareció más biendespampanante: alta, rubia ynodemasiado intelectual,pordecirlodealgunamanera.Nomelapodíaimaginar,consustaconazos y escotesprovocativos, en una reuniónde padres de un centro delOpus. Ni tampoco veía enuna novena a Andrés, quientambién tuvo sus días de
conquistador fatal, algode loque además se vanagloriabaen nuestra época estudiantil.Pero de eso hacía ya veinteaños y la vida ya me habíaenseñado que lo blanco sevuelve negro, y viceversa.Sobre todo cuando a uno leconviene.—Me parece que he
conocido a tu mujer algunavez en la Casa de Campo,pero,perdona,norecuerdosu
nombre…—Alicia, como la niña—
dijo mirando a la mesa,removiendonerviosamente elcafé con la cucharilla—. Nome puedo quejar, tenemossalud, una casa bonita, unpisoenBaqueira;enfin todoloquenecesitamos—añadió,comosiquisiera convencersea sí mismo. Miré por laventana hacia la Castellana,ahorayaenplenobullicio—.
Yatiyateveo,triunfando—dijoconuna sonrisacariñosa—.Nuncamehasorprendidoque hayas llegado tan lejossiendo tan joven —añadió,asintiendo—. Aunque no tehubiera imaginado en lapolítica… —Se detuvo paradedicarme una mirada másbien socarrona—. Con lamala leche que tenías, másbien te veía pilotando unanave industrial, con cientos
depersonasbienaraya.Losdosnosreímos.—Intenté entrar en un par
de empresas, pero siemprefavorecíanaloschicos,nadiequería ingenieras por aquelentonces—dije.—No saben lo que se
perdieron.—Estoymuy contenta con
la política, tiene fasesodiosas, como todas lasprofesiones, supongo, pero
uno puede contribuir amejorar algunas cosas, comoesta mañana. Entre todos sepueden conseguir objetivosimportantes —continué seriay convencida, porque loestaba, y todavía lo sigoestando.—Siemprefuisteunahippy
—dijo con paternalismo,aunquetambiénconunpuntodeadmiración.—La suma del total
siempreessuperioralasumade las partes. Ya nos lodecíanenlafacultad…—Efectivamente—asintió.
Guardamosunossegundosdesilencio—.Y¿todavía siguescon el informático, cómo sellama?—mepreguntó.—Gabi. Sí, nos casamos
poco después de acabar lacarrera.—¿Niños? —preguntó sin
mirarme.
—No—contesté,seca.La pregunta, como
siempre, me violentaba,porque decir «no» siempreimplica más preguntas querespuestas. Todos te mirancon cara de interrogación,como si esperaran que derepente y en ese mismoinstante empezaras acontarlestusintimidades.Porsuerte, en ese instante sonómi móvil. Lo cogí, por
obligación, pero tambiénaliviada.EraEstrelladiciendoque tenía un sinfín dellamadasdespuésdelactoquedebía atender. Había sido unéxitoyyahabíanllegadounadocenadepeticionesparalospermisos exprés quehabíamosanunciado.—Lo siento —le dije a
Andrés—.Eldebermellama.—Lo entiendo, no pasa
nada —comentó—. Espero
que también encuentrestiempoparaladiversión.Yomereí.—Ya nime acuerdo de lo
queeseso—dijeconunarisaalgonerviosa.—Pues eso hay que
remediarlo.Levantéunacejaymefui.
9
Eran casi las once de esanochedeviernesantesde laselecciones y seguía sentadaenmisilladanesa,notandolablusa y la chaqueta del trajebien pegadas al cuerpo, la
mirada perdida en el vacío.Estaba incómoda, tensa.Hacía ya un buen rato quehabía enviado a Gabi a lamierda, pero todavía metemblaban ligeramente lasmanos. Estaba abrumada porlo que el muy bruto meacababa de decir. ¿A quécandidato a presidente leabandonan dos días antes deunas elecciones generales?Seguro que eso nunca le
pasaríaaunhombre.Sentía la cabeza pesada,
repletadeunsinfíndebonosennúmerosrojos, talycomolos había visto en elBloomberg. Ni Antonio, delBanco Nacional, ni MartinMoore, mi director delTesoro,sabíannada,mientrasque yo no quitaba ojo delcorreo electrónico por sialguien me decía algo, perotodo seguía igual. La
tentación de llamar a misprincipalescontactosexternosera grande, pero me contuveporqueunaministranopuedeempezar a llamarpreguntando qué ha pasadocon la deuda de su país.Menuda imagen máslamentable. Miré a mialrededor yme acerqué a lastresorquídeasquehabíajuntoa la mesita del café, perovolvíasentarmedenuevosin
prestarles atención. No sabíaquéhacer.Los nervios empezaban a
consumirme y llamé aseguridad para que mesubierantabaco.Solofumabaen bodas o en situaciones demáximo estrés, que estabansiendo aquellos últimosmeses cada vez másfrecuentes. Sentí un agujeroen el estómago, no sé si denerviosodehambre,ycomo
no había comido nada enhoras volví a llamar aseguridad para que mesubieran también una pizza.Lanochesepresentabalarga.Fuialbañoqueteníaenel
despachoymemiréalespejo.Measusté.Estabablanca,conunas ojeras que, de tanoscuras y largas, parecía queme habían pegado unpuñetazo en cada ojo. Melavé la cara y me puse el
corrector de ojeras de YvesSaint Laurent que, aunquemejoró mi aspecto, tampocopodía hacer milagros. Merecogí el pelo en una coleta,corta,puesnodabaparamás,pero al menos me sentí unpocomásaseada.Por fin vino Paco, uno de
los agentes de seguridadnocturnos,conunpaquetedeMarlboro y la pizza, queempecé a devorar con la
mano en cuanto se fue. AllíestabalaministradeCorre-al-Curro, sentada de cualquiermanera en el sofá, fumando,comiendopizzaybebiéndoseun gin-tonic sin casiacordarsedecuándosecalzóunaszapatillasdeportivasporúltimavez.Menudoejemplo.Intentéordenarmisideasa
medida que le dabamordiscos a la napolitana. 1)Temabonos,2)temaGabi,3)
tema actos mañana, 4) temaelecciones. Analicé la peorsalida de cada uno de esosproblemas e intenté calcularlas consecuencias y elesfuerzo que implicaba unaposible solución. Tracé unplan.Primero, llamar a Gabi y
disculparme.Ladiscusiónmehabía dejado trastocada, conun vacío que no solo meimpedía concentrarme en mi
trabajo, sino que me habíaabocado al tabaco, a la pizzay al alcohol. Suspiré tresveces y justo cuando alarguéla mano para coger el móvilde la mesita, este sonó. EraLucas,mi jefe de prensa. ¿Aesashoras?Recordélaúltimafrase de Antonio, quien mehabía advertido que losmedios ya iban detrás deltema de los bonos. Volví amirar el reloj, esperando que
fuerayademasiadotardeparacambiarlaprimeraedicióndelos periódicos. Apreté loslabios.Todavíapodían.—Dime,Lucas—dijenada
másdescolgar.—Ministra,disculpequela
interrumpa a estas horas; yasé que es muy tarde y quesobretodoestefindesemananecesita descansar de cara aldomingo.Lucaseraunencanto,pero
tardaba mucho en decir lascosas. Lo había heredado demiantecesorque,supongo,lehabría llevado al Ministeriopara devolverle algún favor.Así funcionan las cosas. Detodosmodos, tampoco es tandifícil atraer periodistas algobierno, ya que cobran tanpoco que cualquierincremento es suficiente paramotivaruncambio.Lucas,demedianaedad,teníadosniños
pequeños y su mujer eramaestra,porloquenuncameatrevíarelevarle.—No te preocupes, debe
ser algo importante —letranquilicé—.¿Quépasa?Leoísuspirar.—Estaba cenando en un
restauranteyalsalirteníatresmensajes de Mauro Marcos,el director de La Verdad —dijo algo nervioso—. Quierehablar contigo urgentemente
de la caída de los bonos aúltima hora en Nueva York,supongo que sabrá a lo quemerefiero.—Sí, claro —dije—. Y
¿quéandabuscando?—Dice que tiene unas
declaraciones explosivas deJoséAntonio,denuestroJoséAntonio, diciendo que loskuwaitíes se han puesto avenderporquesehanhartadodeltemadelBancoNacional.
—¿¡Villegas!? —exclamé,recordando la traición de miexdirector general esamismatarde, justo antes del debatetelevisivo. Inclinada haciadelante, todo el cuerpo entensión, me quedé pensativaunosmomentos.¿Quéquerríaahora ese infame?—. ¿Hasvisto u oído esasdeclaraciones? —le preguntéaLucas.—No, pero afirma que las
tienegrabadas.—Pues está mintiendo —
dije, convencida, y segúnrecordaba mi últimaconversación con el emir—.Hacesolounpardesemanasintercambiéunose-mails conloskuwaitíesytodoestabaenregla.Los dos guardamos
silencio.—¿Por qué se pondrá
Villegas a hablar ahora? —
mepreguntéenvozalta.—Solo se me ocurre una
cosa —respondió Lucas—.Igual quiere que usted sehunda el domingo para asípoder promocionarse dentrodelpartido.—Nooo… —dije,
sentándomeenelextremodela silla, la espalda erguidacomo un palo, los ojosabiertos al máximo. El muyhijo de puta ya me había
hecho la pascua ese día yduranteloscasidosañosquetrabajamos juntos, a pesar dequeéleramidirectorgeneralyme reportaba amí y no alrevés,comoélpretendía.PorsuerteestabaenelMinisteriocon un contrato de asesoría,asíqueloúnicoquetuvequehacer fue no renovarlocuandoesteexpiróhacíacosade un mes. El muy listo sefraguó enseguida una salida
muy digna y seguro queincreíblementeremuneradaenel HSC, que ya quisiera yopara mí. No quise perdermeen viejas batallas y decidíatacar el problema deinmediato. Había queresolverlo. Como ya habíacomprobado aquella mismatarde, JoséAntoniopodía sermás peligroso de lo que meparecía. Y yo que creía queme lo había quitado de en
medio—. Lucas —dije conautoridad—, llama a Mauro,venid los dos ahora mismo,quemepongaesagrabaciónyhablaremos.Nomecreonadahastaquenolovea.—Como quiera, doña
Isabel —contestó siempreobediente—. Ahora mismomepongoenmarcha.Alargué el brazo en busca
delapelotaantiestrés,quedenuevoapretéconfuerzaenun
intento por serenarme.Cuanto más lo pensaba, másclaro veía que esasdeclaraciones me podíancostar muy caras. Volví amirar nerviosa el reloj ypenséqueel tiempo jugabaami favor. La prensa, y sobretodo La Verdad, sufría engran medida la caída de lapublicidad y por más noticiabomba que tuviera, parar lasmáquinas,cambiarlaprimera
página y volver a imprimirtodo el periódico resultabacarísimo. Para algunosperiódicos, los costes y lapublicidad sonmuchas vecestan importantes como lapropiaverdadsinomás.Decidí prepararme bien la
reunión. Volví al baño aretocarme, escondí la caja dela pizza, todavía a mediocomer, en un cajón y(¡cielos!) tiré las colillas por
la ventana, que dejé abiertapara que no oliera a humo.Como cuando tenía quinceaños… También perfumé lahabitación con medio frascode JoMalone, una pijada deperfume que siempre mecomprabaenelaeropuerto.Elcigarrillo me había costadocincuenta euros solo enfragancias.Me senté de nuevo ante el
Bloomberg para sacar
gráficos que demostraran laestabilidad de nuestra deudadespués de la inversiónkuwaití. Yo misma habíaconseguido ese apoyo enplena tormenta financiera,evitando un rescate por partede la Unión Europea y elFondo MonetarioInternacionalquenoshubierarestado independencia ytambién desplumado, dadoslos altísimos tipos de interés
que se cobran estosorganismos. De eso hacía yaunas semanas y, desdeentonces,nuestradeudahabíasido un mar de calma encomparación con lavolatilidad y los azotes quesufrieron las de otros paísesdel sur de Europa. Losmercados ejercieron unapresión insufrible sobreGrecia y Portugal, queresistieron todo lo posible
hastaqueyanopudieronmásy acabaron en manos deBruselas y Washington.Nosotros, afortunadamente,nos salvamos, gracias a loskuwaitíes.Estaba fresca y
concentrada cuando llamaronalapuerta.—Adelante —dije,
levantándomeparasaludarles.Entró Lucas primero, con
cara de susto. Tenía casi
cuarenta años y ampliaexperiencia, pero no le ibanestos trasiegos. Anunció aMauroMarcos,directordeLaVerdad, y se refugió en unrincón, de pie, junto al ficus.Lehiceungestopara que sesentara en el sofá, unaindicación que cumplió deinmediato, después dechocarse con dos maceterosdevioletas.Lamacetadeunade ellas se rompió, pero eso
no fue motivo para que niMauro ni él se detuvieran arecoger la tierraquesehabíadesparramado por el suelo, opara intentar recomponeraquella maravillosa planta(que yo con tanto cariñohabía cuidado durante casidosaños).Lesmiréalosdos,expectante, pero al ver queningunoreaccionaba,medijequecualquiermujer,pormásimportante que fuera, se
hubiera parado a recoger elestropicio. No me imaginabani a la Merkel ni a HillaryClintonignorandolafatalidadde una planta, especialmenteencasodehaberlaprovocadoellasmismas.Decidí centrarme en lo
mío, extendiendo la mano aMauro, quien me sostuvo lamirada. Vestía unospantalones rojos chillones,una camisa blanca, sin
corbata, y una trenca azulmarino que enseguida sequitó. Esa pinta un tantoexcéntrica era algo comúnentre la clase alta madrileña(o entre quienes la servían,comoMauro);eseintentotanobvio de parecer original ycreativo, en lugar delconservador aburrido querealmenteera,enelfondonohacíamásquereforzarlafaltade autenticidad de la imagen
que precisamente queríapropagar. Por sus canasdeduje que debía superar loscincuentaaños.Noshabíamosconocidoen
algunodelosmuchosactosopresentaciones a los que metocaba acudir. En su calidaddedirectordelperiódicodelaoposición, no habíamantenido grandesconversaciones con él puesmi objetivo principal era no
meter la pata y darles así unmotivoparaquemeatacaran.Hay que reconocer que éltampoco había sidoespecialmente duro conmigo,más allá de algún chiste porelprogramadeloscorredoreso lasmismas críticas que losdemás cuando el rescate delos kuwaitíes al BancoNacional.De todosmodos,ycomo cabía esperar, tampocodieron ningún titular positivo
sobre el acuerdo con loskuwaitíes que nos salvó delrescate.—Gracias por atenderme
—medijo,amable.—Por favor, siéntate —le
respondí tan neutral comopude, dirigiéndome hacia mimesa y señalando la silladonde podía hacerlo. Yo mesenté en la mía, percibiendotoda la seguridad que esta(altayopulenta)ymipuesto
me confiaban. El poder sellevasobretodoenlacabeza,pero también es cosa desímbolos. Me sentí poderosay quise liquidar el asuntocuantoantes.—Me dice Lucas que
tienes unas declaraciones alas que quieres que responda—dije,seria.Mauro asintió y, sin más
preámbulos, se sacó de lacartera de mano que llevaba
una pequeña grabadora, quedejó con cuidado sobre lamesa.Noletemblabaelpulsoni un ápice. Su pelo casiblanco,peinadohaciaatrás,ledabaunairedeexperienciaycontrol que ni Lucas ni yo,mucho más jóvenes,teníamos.Peroyolesuperabaen poder, así que me reclinéen el respaldo, crucé laspiernas y miré la grabadoracon todami atención.Mauro
ledioalplay.De inmediato salió la voz
de Villegas, exactamente lamisma voz grave y resabidaque tantas veces me habíairritado en ese mismodespacho. Era una grabaciónde una conversacióntelefónica: «La caída de losbonos es muy extraña y elsilencio del gobierno meinquieta. Al tratarse de unmovimiento tan fuerte, no
descartaríaque los inversoreskuwaitíes estuvieranreduciendo su posición, quees sustancial. Deben de estarmuy decepcionados con suinversión en el BancoNacional: el gobierno lesvendiósupaqueteaccionariala cinco euros la acción y encuestión de semanas lostítulos cotizan a tres. Si yofueraellos,mereplantearíaelapoyo a España y a este
gobierno, porque ¿qué lesaporta?».No podía comprender que
una persona de su categoríaintelectual y profesionalpudiera emitir esasespeculaciones sinfundamento de manera tanpública. Además, meresultaba imposible creerqueel emir al-Surdha se hubierapuestoavendernuestradeudasin avisarme antes, por más
decepcionado que estuviese;y seguro que lo estaba. Perodesdeelapretóndemanosenel yate enTarragona, nuestrarelación siempre se habíabasadoenlaconfianza.Intenté mostrarme
impasiblemientrasmadurabala respuesta. Pero antes deque pudiera decir nada,Mauro se inclinó haciadelanteydijo:—Haymás.
Apretó algunos botones ycuando encontró lo quebuscaba se echó hacia atrás,cruzando piernas y brazos yme miró desafiante. Le diootra vez al play: «Tengorecuerdos buenos y no tanbuenos de mi etapa en elMinisterio. Lo mejor, quizá,fue cómo redujimos el parode una manera tansignificativa.Eraunproyectoqueyoya lehabíapropuesto
al anterior ministro, perocomo mi idea surgió justoantes de su nombramientocomo director del FMI, tuveque esperar. Fue una pena,porquesentíaenmisentrañaslo que estaba sufriendo elpueblo español. Así que alllegar San Martín, enseguidale planteé mi idea y deboreconocer que ella la aceptóde inmediato y me dejó víalibreparaimplementarla.Fue,
yasabemos,ungranéxitodelquemesientomuyorgulloso.Quizá es lo mejor que hehechoenmividaprofesional.No hay nada como poderayudar a tantas personas; esfrancamenteunorgullo».Se me revolvieron las
tripasalescuchar tal sartadementiras.Laideadeimpulsaruna campaña para compartirhoras de trabajo, lo queredujoelparodeunamanera
considerable, fue mía. Obueno, mi versión españolade un proyecto similar enDinamarca, que conocígraciasaIngeborg.No pude, o no quise,
esconder mi sorpresa. Neguéconlacabezarepetidasveces.—Mauro —dije—, tú
sabes tan bien como yo queeso no es verdad.Ese era unproyecto danés y hasta en tuperiódico nos
caricaturizasteis a mí y a laministra danesa llamándonoselcomplothippy-feministadeEuropa, dibujándonos en unafurgonetaVolkswagen de losaños setenta camino aBruselas,fumandomarihuanay qué sé yo quémás…—lerecordé—. Tú sabes que esano es la verdad —reiterémirándole fijamente a losojos.—Yo no quiero la verdad;
quiero vender—dijo antemiestupor.—Eres un director de
periódico, por Dios —respondídemanerainstintiva.—Sí, y por eso voy a ser
práctico. —Mauro se inclinóhacia delante, apoyando loscodos en las rodillas, lavistafija en la grabadora—. Nopuedo estar tres horas aquídiscutiendo lo que es verdady lo que no. Solo quiero un
comentario y marcharmeenseguida a cambiar laportada.De golpe, se reclinó en la
sillaymemiró.—He tenido la
consideración de venir aquíenbuscadeunarespuestaporparte del gobierno, porcortesía, por respeto a miprofesión.Noté cómo las pupilas se
me dilataban ante tan alto
gradodecinismo.—Yo creía que en tu
profesión os dedicabais abuscar la verdad y no aimprimir lo primero quealguien alega sin pruebaalguna.—Estaríadeacuerdosiesa
persona no hubiera sido elnúmero dos de esteMinisterio hasta hace pocomásdeunmes.—Eso tampoco le da
crédito para especular sobrelos bonos o mentir sobre lareducción del paro —dijeintentando alargar laconversación para que no lediera tiempo a reeditar elperiódico. Continué, segurade mí misma—. Te voy ademostrar por qué esimposible que los kuwaitíessehayanpuesto avender.—Con cierto aire desuperioridad, me enderecé,
acerquéelcuerpoalamesayentré en el Bloomberg,tecleando despacio. Poco apocosaquéunosgráficosquedehechoyateníapreparados.Giré lapantallahaciaMauro,que miraba de reojo su reloj—.Mira—le dije señalandola pantalla—. Esto es antesdelacuerdoenKuwait;comoves, la situación era muytensa y volátil —comentéseñalando una parte del
gráfico quemás bien parecíauna montaña rusa—. Y aquíestá mi viaje al emirato —apunté dirigiendo el lápizhaciaun extremode la línea,que aparecía mucho másplana—. Desde entoncesapenas ha habidomovimientos exagerados,porquelamayoríadenuestrosbonos están enmanos de loskuwaitíes,denuestrosbancoso delEstado, que también se
ha puesto a comprar deudaparaevitarqueentrenfondosespeculativos u otrosinversores cortoplacistas. —Mauro miraba las pantallascon atención, por lo que medije que aquello estabafuncionando. La informaciónsin duda otorga poder, poreso nunca he cancelado misuscripción al Bloomberg;son veinte mil dólaresanuales, pero están más que
justificados,yesaocasiónnoeramásqueunejemplo—.Siquieres, te los envío porcorreo, por si deseáisreproducirlos —dije ahora síabusandodelpoderpuesélosuperiódiconuncasepodríancostear una suscripción.Seguí sacando los distintivosgráficos, elegantementediseñados, y que seactualizaban en las pantallasentiemporeal.Mauromiraba
esaspantallasquenodejabande destellar con ojos bienabiertos y cierto recelo.Guardaba silencio, y yo loaproveché para mostrarle unpequeñorepuntealalzadeladeuda pública durante elúltimo periodo, el de máscalma. Le miré—. Inclusodespués de la tensión elmespasado—continué,ahoraconciertopaternalismo—,cuandoelBancoNacionalanuncióla
segunda tanda de pérdidas,nuestros bonos resistieronbien, precisamente por laestabilidad de nuestra baseinversora.Mauro cruzó las piernas y
se ajustó el cuello de lacamisa. Parecía que lequedaban pocas respuestas,penséparamisadentros.—Aunque no vendieran,
seguro que los kuwaitíesmontarían en cólera cuando
esasaccionessehundierondenuevo—espetó.—Claro que estarán
decepcionados, ¿quién no loiba a estar? —respondí,consciente de que laconciliacióneslabasedeunabuena negociación—. Atodosnossorprendióyenfadócuando anunciaron máspérdidas multimillonarias ypor eso el gobierno lesimpuso más sanciones y
medidas de control. Pero loskuwaitíesnuncavenderían:siyahanrecibidoun tiroenunpie, ¡no se van a disparar alotro! Si empiezan a venderbonos como locos, losprimeros perjudicados van aser ellos mismos porque elprecionoharámásquebajar.—También se dice que no
les gusta negociar con unamujer —dijo de sopetón—.Ya sabes, es una cultura
distinta…—Eso no tiene ningún
sentido —le corté, irritada.Era casimedia noche, estabaallí jugándome unaselecciones generales y teníalos bonos del país por lossuelos. Ya solo me faltabanmachistas en mi propiodespacho.Intentémantenerlacalma para no caer en susprovocaciones. En Inglaterraaprendíqueutilizarel insulto
o la desacreditación comoarmanegociadorasueleserelprimerindiciodeunaderrota.Conté hasta diez—. Al-Surdha es un buen amigo,hemos negociado variosacuerdos juntos —dije conunacalmaquenotenía—.Dehecho, se ha convertido enuno de los principalesinversoresenEspaña.Kuwaites uno de los Estados másabiertos de Oriente Medio y
sus líderes, como al-Surdha,han estudiado enuniversidades inglesas oamericanas, están todos muyoccidentalizados y más queacostumbrados a tratar conmujeresaestosniveles.—¿Cómolosabes?Le miré desafiante. Si
queríauna respuesta, la ibaatener.—Porquecadavezquenos
hemos sentado y yo llevaba
una falda corta nunca me hamirado las piernas; ni unasola vez, algo que no puedodecir de las decenas dehombres españoles con losquemehesentadoanegociar.El emir, en cambio, siempreme trata con respeto yamabilidad. Y siempre,siempre, hemos llegado a unacuerdo que ha satisfecho aambaspartes,loquetampocopuedo decir de muchos
negociantes españoles, quevan como toros bravos aconseguir lo que quierenellos, sin pensar en la otraparte.MesatisfizoverqueMauro
tardabaencontestar.Lehabíapegado una buena cornada,pensé, con cierta dosis demalaleche.—Entonces—dijo al fin y
volviendo al tema que nosocupaba—¿cómoexplicas lo
quehapasadoconlosbonos?Me recliné sobre el
respaldodemisillón.Esaerala respuesta que no tenía yese era el problema. Maurosonrió con ligera malicia alverme dudar: sabía que untitular diciendo que elgobiernonosabíaquépasabacon sus propios bonos eracarnazapura.—¿Puedo fumar? —me
dijo, como si empezara a
disfrutardelasituación.Miré a mi alrededor y, al
no ver ningún cenicero,recordédóndehabíaguardado(escondido)elqueacababadeusar.Sinpensarmás,ledije:—Creo que hay uno en el
cajóndelamesaredonda.No reparé en sus
movimientos, concentradacomoestaba,estrujándomeelcerebro para encontrar unarespuesta que no tenía. De
repenteMaurosegiró.—¡Ministra! —exclamó
sosteniendountrozodepizzaa medio comer—.¿Escondiendo pizza en eldespacho?—Traguésaliva—.Bueno es saber que nuestrasautoridades trabajan duro,pero tampoco hay queesconderlo… —dijo consorna—. Siento muchohaberle interrumpido la cena,ministra, por favor, siga
comiendo…Aquello ya me estaba
empezandoahartar.—Deja la pizza donde la
has encontrado y vamos aacabar con esto —dije, muyseria, sin dejar de mirarle.Despuésdeunossegundosdetensión,Mauro dejó la pizzaenelcajónysesentófrenteamí. Le miré de nuevo, estavez con los ojosentrecerrados, llenosde rabia
—. Tú verás si quierespublicarunaespeculacióntanmayúscula sin ningunaprueba,pormásquevengadeJosé Antonio Villegas —ledije—.Peropuedesdecirqueelgobiernonocomentasobreespeculacionesdelmercadoyque está investigando elmovimiento de los bonos enWall Street. Aunque nodescartamosunerror técnico,elgobierno,enestemomento,
desconoce cuáles son lascausasexactasdelacaída.Laeconomía española hamejorado de maneraconsiderableyunapartemuyimportante de nuestra deudaestá en manos de inversoresestables, como el fondosoberano kuwaití. —DejépasarunossegundosymiréaLucas, que diligente comosiempre estaba tomandonotas.Enseguidameencontró
lamirada.—Enviaremos un
comunicado en breve —afirmó.Con el tiempo habíamos
aprendidoaentendernosbien.—Muy bien —añadió
Mauro levantándose ycogiendosu trencade lasillay colocándosela lenta ydelicadamentesobreelbrazo.Hinchó el pecho e irguió laespalda, apretando los labios,
cabeza bien alta, cejaselevadas,unamásquelaotra.Me quedé mirando sus
formas altivas y suspantalones rojos, todosímbolos inconfundibles dearistócrata decadente. Mehizo una ligera reverencia,quemedio repelús,ymiróaLucas, que se levantaba paraacompañarlealapuerta.Dudé en decirlo, pero no
pude resistirme. Los golpes
bajos están para cuando senecesitan y un titularmalicioso después de esaconversación podía hacermemucho daño. Afrontaba unaselecciones generales enmenos de cuarenta y ochohoras y un ataque así porparte de un ex directorgeneral podía quitarmemilesde votos, por más que ni eldesgraciadode JoséAntonio,niMauro,ninadietuvieranni
idea de lo que había pasadoconlosdichososbonos.Cuando los dos hombres
me miraron con ademán dedespedirse, la que cogió delbolso un cigarro y se loencendió fui yo. Le di unacalada larga y me recliné enmi sillón, crucé las piernas yluego expulsé el humo conlos ojos fijos en sus caras.Lucas y Mauro me mirabandesconcertados.
—Ya me habría gustadover,Mauro—le dije, usandoconscientemente todo mipoder—, que hubierasmostrado el mismo interéspor la bancarrota del SevillaFútbol Club cuando estabasde director del Diario deSevilla, un tema tan local,¿no?—Lemiréfijamente.—No entiendo a qué te
refieres—dijoaladefensiva.Echéunpocodecenizaen
lapapelera,vacíaydemetal,como si quisiera quitarleimportancia al tema. Conarrogancia, crucé de nuevolas piernas, primero, y luegolos brazos. Allí, la quemandabaerayo,porsinoleshabíaquedadoclaro.—Sí, hombre —añadí,
como un machote—. Mesorprendió que siendo elperiódicolocalnoescribieraisni una línea sobre la
bancarrota del Sevilla, sobretodo después de laimpresionante campaña quemontasteis para apoyar laconstrucción del nuevoestadio,queibaafinanciarelbancoHSC.—ObservécómoMauro poco a poco ibafrunciendo el ceño, aunquesin perder la compostura enningún momento. Continué—: No entiendo cómopasasteisporaltoelhechode
que ese campo nuevo lereportaragrandesbeneficiosaHSC y a su constructora, acostade lasdébiles arcasdelSevilla, que nunca se pudopermitir semejante obrafaraónica.—La bancarrota era un
detalle técnico que no tuvoconsecuenciasdeportivas,queesloquerealmenteleimportaalagente—respondiósinlasagallas suficientes comopara
mirarmealacara.Dejé pasar unos segundos.
Me incliné hacia delante yapoyé las manos sobre lamesa. Le miré de frente, sinmiedo.—Detalle técnico…
Extraña coincidencia que elclubnohayafichadoaningúnjugador desde entonces —leclavé—. Pero lo que todavíame sorprendió más, y enconsecuencia de lo anterior,
fue tu nombramiento pocodespués como director deLaVerdad, cuyo principalaccionista y anunciante esprecisamente HSC. —Mauromiró al suelo. Mi estocada,aunque no sabía si suficientepara parar una rotativa, sí almenoslehabíametidomiedosuficiente en el cuerpo yfuncionó como aviso de queconmigo tenía que andarsecon cuidado. Había
demasiado en juego. Aqueldesgraciado no me la iba ajugar. Me levanté, abrí elcajón de la mesa redonda ycogí la pizza—. Gracias porla visita —les dije, pizza enmano—. Y ahora, si medisculpáis, tengo muchotrabajopordelante.Se fueron inmediatamente,
loqueaprovechéparapegarleunbocadoalapizza, todavíade pie. Estaba muerta de
hambre y harta de la prensa.Si me querían ver gorda ycomiendo, que me vieran.Siempre igual, los ministrosgordos podían aparecer enfotos pegándose las grandescomilonas, mientras quenosotras siempre éramosesclavasdelalínea,bebiendoaguaycomiendoensaladasatodas horas. Y siempre bajolalupadeloscomentaristas,atodas horas pendientes de
cómo vestimos o de nuestraaparienciaengeneral.Mientrassemedeshacíala
mozzarella en el paladar,recordé a Victoria Kent, quese quejaba de lo mismo ensus memorias. Ella,Campoamor y Nelkensufrieronataquessimilaresdela prensa, que las tachaba de«histéricas»,ocomentabaque«se ponen como fieras» o«visten de manera
provocativa» por llevar unvestido sin mangas en plenoagosto deMadrid. Pensar enla Kent me calmó, aunqueseguí pegándole grandesbocados a la pizza. Losmordiscos rebosaban rabia ynervios.Unavezvacíalacaja(tamaño grande, ¿por quéno?), me senté en la silladanesa unos minutos paracalmarme y para ordenar miplan de acción. Había tanto
por hacer que me fui almueble-bar (herencia de miantecesor) yme preparé otrogin-tonic. Volví a la silla,sobre la que giré un par deveces, hasta que me calmé.Mequité loszapatosyapoyélos pies en el taburete queveníaajuegoconlasilla.Mi cabeza estaba en plena
ebullición:Tema1)LlamaraGabi. Tema 2) Emitircomunicado bonos. Tema 3)
Llamar a los kuwaitíesaunque allí fueran las cuatrode la mañana. Tema 4)Volver a llamar a Antonioparaverquécoñopasa.Tema5)PediraLucasqueestuvieratoda la noche vigilandointernet. Pobre. Bueno, paraesocobra,pensé.Empecé porGabi, pero no
contestó. Insistí varias vecesy dejé un par de mensajesesperando que me
respondiera al instante, perono fue así. Empecé amosquearme de verdad.Estaba segura de que era laúnica candidata a unapresidencia de un país a laque la abandona su maridodos noches antes de unaselecciones.Mandabahuevos.Intenté no dejar que
aquello me ofuscara. En elfondo estaba segura de queera envidia o un ataque de
nerviosismo por no sabermanejarlasituación.Pensé(oquise pensar) que todo searreglaríaaldíasiguienteoelmismodomingo.Meimaginéque si ganaba, Gabi merecibiría en casa con unenorme ramo de flores amodo de disculpa. Esepensamientomeanimó.Continué con al-Surdha,
aunque me imaginé que nocontestaría por tratarse de su
día de descanso, aparte deque allí eramadrugada y losjequestampocotienenningúnproblema tan grave que nopueda esperar a la mañanasiguiente. Tienen demasiadodinero como para atender elteléfono a ciertas horas. Paraellos nada es urgente y todotienearreglo.Claro.Recordé la semana que
paséenKuwaitconelemirysu séquito de colaboradores.
Fui solo acompañada deEstrella, Martin Moore y suayudante,PatricioZoilo,paramantener el viaje en secreto.Habría sido una calamidadque el encuentro saliera a laluz pública, ya que habríaimpulsado el precio denuestros bonos y suprimidode cuajo la oportunidad deinversión que queríamosofrecer a los kuwaitíes.Nosotros necesitábamos su
apoyomásquenuncaporquela comunidad internacionalestaba convencida de quedespués de los rescates aGrecia y Portugal, nosotroséramoslossiguientes.Había que ir con sumo
cuidado para que nada ninadie torpedeara lanegociación. El miedo quetenía era tal que hasta habíavisto en mi cabeza lostitularesdel fracaso:«España
naufraga en su intento devender deuda a Kuwait», o«Kuwait echa pestes de ladeuda española», o «PortazodeKuwaitaSanMartín».Pero todofuesobreruedas
y los kuwaitíes nos trataronperfectamente. Muyprofesionales, amables yatentos, mucho másmediterráneos de lo que mehabía esperado. De hecho, aquiennosoportabaneraalos
inversores anglosajones, quesegún ellos solopensaban enbeberyencerraracuerdos loantes posible. Nosotrosteníamos a un británico ennuestrasfilas,peroporsuerteMartinerapocobebedor.Nostrataron con todo tipo deatenciones, y yo hasta creoqueelhechodesermujermeayudó. Personalmente, ycomoequipo,nopensábamosmás que en el bien común y
enunadecisiónporconsenso,cosa que les agradó. Me diola impresión de que están yacansados de la retahíla debanqueros de todo el mundoquelesvisitaadiario,sinmásmiras que las comisionesindividuales que ese tipo deacuerdos suele generar.Nosotros, en cambio, ni nosreferimosaellasyaquecomogobierno no las podíamosaceptar y tampoco habíamos
fichado a ningún banco deinversión como intermediarioa cambio de una comisión.Esa relación la llevaba yomisma, sin necesidad derecurrir o pagar a alguien.Eso, creo que también lesgustó. Lo que nuncasospecharon,paramifortuna,esqueamímegustaunbuentrago tanto como a losingleses a quien tantodespreciaban por no saber
cómo celebrar los acuerdossin cantidades ingentes dealcohol.Nuncasabráncuántoañoré esa semana en Kuwaitun buen Matarromera o ungin-tonic de los de Estrella.Ni siquiera en el hotel, degranlujo,teníamosminibar.Pero a base de agua y
zumo las negociaciones conlos kuwaitíes fueron siempreamenas y agradables. Ellosiban bien preparados y
nosotros también, con lo queno fue difícil llegar a unacuerdo. Nuestra deuda erabuena para ellos porque, apesar de no tener el buencrédito de la americana o laalemana, sí da másrentabilidad, justo lo queandabanbuscando.Compraron tres mil
millones de euros de deudaespañola, salvándonos elcuello enBruselas, ya que el
resto de ministros deEconomía me estabanpresionando para quepidiéramosunrescate.Decíanqueunrescateacabaríaconlavolatilidad que azotaba losmercados internacionales,como si toda la culpa de lacrisis global fuera nuestra.Amí esa postura me parecíamuy cínica. Si a ellos lascosas les iban tan bien, ¿porquénonospodíanayudar?Si
pudiera haberles hecho uncorte de mangas, lo habríahecho de buen gusto. Enplena hecatombe de nuestrosbonos había encontradomucho más apoyo en plenodesierto kuwaití que ennuestra querida y vecinaFrancia, cuya frialdad y faltadeapoyosentíenmispropioshuesos. Por no hablar de losalemanes.Por eso, esa noche
preelectoralestabasegurísimade que los kuwaitíes nohabían vendido nuestradeuda.Habríapuestolamanoenelfuego.En esas estaba cuando
finalmentellaméaLucas.Eraun buen chico yme fiaba deél. Quizá era lo mejor decuanto me había dejado miantecesor (aparte delminibar). Comentamos lavisita de Mauro y no
tardamos en ponernos deacuerdo: él pasaría toda lanoche pendiente de losmedios en internet y meprepararía el comunicadosobre los bonos para que loaprobara antes de enviarlo alaprensa.Había llegado el momento
de llamar a GR paraexplicarle cuanto habíasucedido y pedirle que no sealarmara si La Verdad
publicaba las declaracionesde José Antonio al díasiguiente. Fue el único quecontestó el teléfono esanoche. Los demás, cobardes,seescondierontodos.—Presidente, buenas
noches —le dije cuandocogió rápidamente elteléfono, por supuestosabiendo que era yo—.Perdone que le moleste aestashoras.
Erancasilasdoce.—Esperaba esta llamada
—me dijo con su voz grave,senil, cargada de experienciay también de afecto. Él mehabía apoyado desde quemenombró ministra y muchosdicen que siempre creyó enmí como su sucesora. Sin surespaldo, claro, yo nuncapodría haberme presentado aunas elecciones. Le teníamuchísimo respeto, aunque
más por su pasado y susmaneras, siempre tanelegantesydiplomáticas,queporloquelehabíavistohacercomo presidente, que, deboconfesar,nofuemucho—.Elpoder es solitario —me dijo—. Es algo que ya has vistoperoquetodavíasentirásmásentupropiapielydemaneramuchomás cruel a partir deldomingo. Arrasarás, querida.—Cerré los ojos y me sentí
culpable, pues lo último quedeseaba era dar problemas aese septuagenario que tantome había ayudado y tantaconfianza teníapuestaenmí.Le expliqué como pude lasituación,queélescuchóconpaciencia y respeto—. Vaya,vaya —dijo cuando concluí—.Creoqueesbuenaidealodel comunicado y me gustaver que te defiendes bien,porque La Verdad hace
tiempoquete tieneganas;yasabes lo conservadores ymachosqueson.—Sí,losémuybien,sí—
afirmépensandoqueyateníatoda la aprobación quenecesitaba—. Esperemos queeso les haga replantearse lareedición y que todo salgamañana y el domingo comohemosplaneado.GR guardó unos segundos
de silencio, cosa que me
alertó.—Puessí, loespero—dijo
porfin,ahoraconuntonodepreocupación en su voz—.Confíoenqueestonovayaamás, porque minombramiento comoconsejero de HSC estáprogramado justo alcumplirse los dieciochomeses de veda que tenemosdespuésdeterminaruncargopúblico. Aunque también
habíamos acordado unosproyectos freelance a travésde unas filiales enSudamérica…Cerrélosojos.Elmundose
me cayó encima. Y no soloporque mi presidentesocialista, maestro y mentor,se hubiera asegurado unpuestodeorocomoconsejerode una de las empresas másagresivasyconservadorasdelpaís,símbolodetodoaquello
contraloqueluchamosdesdeel gobierno, sino porqueencimaahoraerayolaquelepodía sabotear elnombramiento si realmenteLaVerdad (yHSCdetrás) latomaban contra nuestropartido. Eso podía tensarmucho las relaciones entreGRysufuturoempleador.Pedirle que usara sus
contactosenHSCparafrenaresa rotativa, que de facto el
banco controlaba, no era unaopción. De hecho, era másfácil queGRme saboteara amí para salvar su cuello conel banco, asegurándose lujosyconfortparael restodesusdías.En esa encrucijada, estaba
claroquién tenía todas lasdeperder: yo. Colgada alteléfono, no sabía dóndemeterme ni qué decir. Sabiocomoera,aGRmisilenciole
debiódehablaragritos.—No te preocupes, Isabel
—me dijo—. Tu defensa hasido buena. Esperemos queno lo publiquen y que esteasunto quede ente Mauro ytú,yquenovayaamás.Guardósilencio.—Esperemos—respondí.
10
Elfríosecolabaportodoslos rincones del despacho,que empezó a parecermeinmenso, como sime vinieragrande. Si tan solo unosminutos antes me había
sentido poderosa dandolatigazosa laprensapizzaenmano, después de esaconversación con GR me viinfinitamente pequeña, conuna responsabilidadabrumadora, metida en unlaberinto del que no sabíasalir.Mássolaquenunca.Lohubieradadotodoporverunacara amiga, por recibir unabrazo sincero, incluso unapretóndemanoscomoeldel
emir.Pensé en Gabi. ¿Qué le
podíamotivaradejarmejustoantes del díamás importantede mi carrera profesional?Consideré de nuevo laenvidia, pero él nunca habíadadomuestrasdealgoasí,y,en cualquier caso, me lopodría haber dicho antes. Escierto que durante los mesesprevios a mi elección comocandidata y durante la
campaña no nos habíamosvisto demasiado, pero másque envidioso, le había vistocansado, deprimido incluso,por su situación laboral.Había intentado dejarleespacio, sin presionarle,precisamente para que no sesintiera pequeño a mi lado,paraqueestuvieratranquiloyfuera a su ritmo. No pasabanadaporestarenelparo,algoque, al fin y al cabo, erami
mayor preocupación comoministra. ¿Cómo no iba aempatizarconmimarido?Había intentado que mi
ascenso no impactara en elfuncionamiento de nuestrohogar. Aunque hacía muchoque no cenábamos juntos yque teníamos una asistentaque venía tres veces porsemana,continuévaciandoellavaplatos y limpiando lacocinatanamenudocomoal
principio de nuestrarelación…Es decir, siempre.Gabi se encargaba de lainstalación de música, delvídeo y de los cuatroordenadores que teníamos encasayyo,delasvacacionesydelacomida.Aunqueeraunadivisión sumamente sexista,elacuerdonossatisfacíaalosdos.Funcionaba.En la quietud de la noche,
sola en el despacho y con la
cabezaapoyadaenlasmanos,recordé el piso de Olavideque con tanta ilusióncompramos (aunque fuera yoquien lo pagara casi todo).Nunca pensé que fuera solomíoysiempreloconsideréelhogar de los dos, pero ahoramedoycuentadequeesofueunerroryaqueGabisiemprehablabade«tupiso»ynodel«nuestro». Quizá debimoshaber comprado algo más
pequeño a medias para tenerunarelaciónmásequilibrada,aunque nunca pensé que élera ese tipo de hombre.Confiaba en que siempremeapoyaría,fuerancualesfuerannuestrascircunstancias.Sentada frente al
Bloomberg, miré a mialrededor y me detuve en lafoto que tenía en el extremode la mesa de los dostumbados en un parque de
Londres, en pleno picnic,felices. Era justo después delacarrera,cuandoyocursabaelmáster y él tocaba por lasnoches en pubs de Camden.Sentí una gran nostalgia deaquellos años que, al menoshasta entonces, e incluyendomi etapa de ministra, habíansido los más felices de mivida. Nos sentíamos libres,con ilusiones y con toda lavidapordelante.
Formar parte de ungobierno y tener capacidadejecutiva me había dado unbuen número desatisfacciones, pero losdisgustosqueelcargoacarrea—y esto lo decimos yo ycuantos ministros yexministros conozco— mehicieron cuestionar sirealmente valía la pena. Paraalgunoscompañeros,lomejorde trabajar para el gobierno
llega cuando uno deja elpuestoypuedehacercajaconla famay los contactos, todocon un grado mucho menorde responsabilidad. Además,hablar y asesorar siempre esmás fácil que gobernar. Peroyomehabíacentradotantoenmilaboryenlacampañaalapresidencia que nunca habíapensadoeneldespués.Esanochemepreguntépor
qué había permitido que mi
carrera perjudicara tanto mivida personal. ¿Para qué?Para nada. Después de loocurrido con los bonos, ¿notenía la obligación moral dedimitir como responsable denuestro programaeconómico? No procedíapresentarme a presidenta conun fracaso tanmonumental amis espaldas, por más paroque hubiera reducido ocorredores que hubiera por
lascallesdelpaís.Elesfuerzodedosdécadas,porelqueyahabía renunciado a unafamilia y arruinado unmatrimonio, iba ahora aquedarse en nada. Estaba apuntodemorirenlaorilla.Noté que se me
humedecían los ojos, porprimera vez en muchosmeses, quizá años. No sé sifueagotamiento,rabia,dolor,o una combinación de todo,
pero fui incapaz de controlaralgunalágrima.Cerrélosojosylevantélacabezaapretandolosdientes.Necesitaba a Gabi.
Necesitaba sentir el calor desucuerpoenlasnochesfrías,verle esos hoyuelos tangraciosos en las mejillas,escuchar su voz grave yserena, ver su guitarraapoyadaenlapareddelsalón,sus pantalones deshilachados
dejados de cualquier maneraencima de una silla. Lapolítica es a menudo unmundo frío y desalmadodondeunono sabemuybienni dónde pisa ni dónde está.Gabi,con todossusdefectos,había permanecido ami ladomás de veinte años. Lohabíamos vivido todo juntos.Esa situación era quizá lapeor que habíamosatravesado, pero pensé que
sería temporal. Ahora lenecesitabamásquenunca.Mesequélosojosyvolvía
mirar el móvil. No habíallamadonienviadounmíseromensajedetexto.Despuésdepensarlo dos veces volví allamarle, apesadumbrada.Estavez, yparami sorpresa,contestó. Me recliné en elsillón, respiré hondo y relajéloshombros.Conélamiladotodoresultabamásfácil.
—Cariño, soy yo —dijecon voz trémula. Debí sonartan patética que me parecióquesepreocupaba.—¿Estásbien?—preguntó,
seco.—Pues, como te he dicho
antes,hasurgidounproblema—empecé, deteniéndome atiempo porque no podíadiscutir asuntosconfidenciales ni con él nicon cualquier persona ajena
alMinisterio,ymuchomenosporteléfono.—¿Quéhapasado?—Nada, nada importante
—mentí—.Perotellamoparareconducir lasituación,Gabi,Gabino,cariño…—balbuceé.Hubounsilencio.—Ya sé que en los dos
últimos años casi no heestado en casa y que durantelacampañaapenasnoshemosvisto —dije con un hilo de
voz—. De verdad, lo sientomuchísimo.Estoestemporal,ya lo sabes, y se irá comollegó. Pero lo nuestro no estemporal, llevamos muchotiempo juntos, desde elprincipio... —Él seguíacallado,dejándomeamítodoelpesodelaconversación—.Solo quería pedirte que, porfavor,reconsideresloquehasdicho; que nos demos unpoco de tiempo antes de
tomar una decisión tandrástica. —Me detuve unosinstantes para respirar hondo—.Yasabesquetequiero—ledijeconungranesfuerzoydándomecuentadequeeralaprimera vez que se lo decíaen mucho tiempo. Quizá erademasiadotarde.Élsiguiósindecirnada—.Gabi,porfavor,dialgo…—supliqué,porfin,jugando nerviosamente conunlápizquehabíaencimade
lamesa.—Isabel—empezó—,esto
es muy duro para mí.También son veinte años demivida…—Pues entonces
reconsideremos —dijeesperanzada, irguiendo laespalda—.Voyasacarahoramismo los billetes paraSantiago y nos vamosmañana a comer al sitio esedetapasquetantotegusta.Y
luegodamosunavueltaporlacosta. ¿Qué te parece? —pregunté por un momentoilusionada.—No es eso, Isabel —
respondió—.Además,seguroque tienes un sinfín deeventos mañana y no lospuedes dejar. ¡Puedes serpresidenta en menos decuarenta y ocho horas!Siempre he sabido que erasunacrack…
Nunca me ha gustado laadulación como mecanismopara quitarse de encima laatenciónolaresponsabilidad,y mucho menos en boca demimarido.—Pues si soy tan crack,
¿porquénomeapoyasahoraquelonecesito?—solté,paraenseguidaarrepentirme.Hubo un silencio tenso,
que él alargó todo lo quepudo. Sentí que se estaba
apuntandountanto.—Perdona, estoy muy
nerviosa…—Yaveo.—Gabi, por Dios, ¿no te
dascuentadequetenecesito?Dejó pasar unos
segundos…crueles.—Isabel, no es eso—dijo
—. Y siento muchísimo nopoder estar contigo ahora.Pero la realidad es que estoyen Santiago, tú en Madrid y
llevamos vidas muydiferentes.—Esto acabará y todo
volverá a la normalidad,aunqueganelaselecciones—insistí.—No, ya verás como no.
Túyapertenecesaunmundodel que nunca saldrás. Elmundodelpoderydelaélite;delafama,delasrevistas,delosperiódicos.—Pero ¿qué estás
diciendo?—dije,ofendida—.Precisamentesoyyoquienhaintentado mantener lanormalidadentodomomento,casi más que tú. Eres tú elque te escondes y actúas demanera un poco rara. ¿Porqué no estás conmigo ahora?—De nuevo me arrepentí.Otro silencio. 2-0—.Perdóname —le pedírenunciando a la pocadignidad que me quedaba.
QueríaaGabi,lenecesitabayharía todo lo posible paraestar en sus brazos otra vez,aunque fuera a costa deanularme a mí misma.Necesitaba su calor; o,simplemente,necesitabacalorhumano.—Yosoyasí;soyhumilde
y quiero una existenciadiscreta —dijo—. Nuestrasvidas han tomado caminosdispares, irreconciliables.
Vivimos en mundosdiferentes Isabel, nosguste ono.Hayqueaceptarlo.Me quedé seca. Ya no
sabía qué decir, más allá deponertodaslascartassobrelamesa.—Gabi, ¿todavía me
quieres?—Susilenciofuetanalto que casi me ensordeció.Suspiré tres veces, empecé anotar un sudor frío.Me pasélamanoporlafrentemientras
empezabaarecordaralgoquesiempremehabíamerodeadopor la cabeza, aunque nuncale había dado la importanciaque, entonces comprendí,revestía—. ¿Hay otrapersona?—pregunté casi sinrespirar, con el estómagoapretadohaciadentro.Pasaba tanto tiempo fuera
de casa que mi marido nohabría tenido ningúnproblema para verse con una
amante.Denuevo,otrosilencioque
semehizoeterno.Elcorazónme iba latiendomás fuerte amedida que recordaba unviaje repentino que hizo aBarcelona, por trabajo, nohacía mucho. Me sorprendióque pasara la noche allí,puesto que Barcelona estáahoramuycercaconelAVEy el cliente tampoco parecíatanimportante,oalmenosno
había hablado de él conanterioridad. Empecé asospechar. Pero la suerteestabayaechada.—Cuando te fuiste a
Barcelona hace poco, ¿deverdad era para ver uncliente? —pregunté, con elcorazónenunpuño.Esta vez no tardó en
contestar.—No.Mequedé helada, inmóvil.
Cerré los ojos y dejé caer elteléfono sobre la mesa. Nosabía adónde mirar ni quéhacer,aunqueenseguidaoíeltonodelalínea,señaldequeél había colgado o de que sehabía cortado. La crueldaddel momento erainsoportable; sentí que elcorazón me daba un vuelcosúbitoydoloroso.Mereclinéen el asiento emitiendo unlargo y sonoro suspiro.
¿Cómo me podía estarpasando eso a mí, yprecisamenteesanoche?Me levanté, fui hacia la
ventana yme puse amirar alapocagentequequedabaenla calle: borrachos de edadavanzada, jóvenes tambiénebriosoparejasquesalíandelcine o del teatro. ¿Habríansentido alguna vez lomismoque yo en esos momentos?¿Eran esas sonrisas solo una
máscara que nos ponemosporque,enelfondo,lavidaesigualdecruelparatodos?Me temblaban las piernas.
Mesenté,rendidaydegolpe,en la silla danesa y apoyé lacabezaenelrespaldo,lospiessobre el taburete. Solo oía elrunrún del Bloomberg, lamáquina que nunca descansapues late al son de losmercados. Mis pulsaciones,encambio,erancadavezeran
más tenues y distanciadas.¿Eraaquellomifin?Mesentícomocuandoteníaochoaños,con mi madre —mi mundopor aquel entonces— en elsuelo. Solo que esta vez nohabíaambulanciaque llamar.No tenía a nadie que mepudierasocorrer.Elvacíoerainfinito.Debídequedarmedormida
o medio desmayada cuandollamó Manolo. Sería casi la
una de la mañana cuando suinsistenciamedespertó.—¡Porfin!—casimegritó
cuandocontesté.Tardé un par de segundos
en darme cuenta de queestaba en el despacho y queera de noche. Lo único quemevino a lamente fueGabien lasRamblas deBarcelonacon una amante. Enseguidame di cuenta de que aquellono había sido una pesadilla,
por lo que tuve que tragarsaliva tres veces antes depoderhablar.—¡Querida! —Manolo de
nuevo casi me chilló—.¿Dónde andas? Está todo elmundo revolucionado con eltemade losbonos, ¿sabesyaalgo? Porque si lo sabes,tenéisquehablarantesdequeeltemaexplote.—¿Qué has oído? ¿Quién
se ha revolucionado? —
pregunté alarmada mientrasme dirigía hacia la mesa deldespacho para ver si habíatitulares nuevos en elBloomberg.Nada.Resignada,mesenté.—Pueslaoposición—dijo
Manolo—, que ya andapensandocómosacarjugodeltema para dar un giro a laselecciones. Piensan que seríalo justo, después de cómovosotros les arrebatasteis la
victoria hace cuatro añoscuandonadieseloesperaba.Cogí labolaantiestrésyla
apreté una y otra vez confuerza.—Y¿quépiensanhacer?—Puesimagínatelo:llamar
a la prensa, enviar uncomunicado,daralacaídadelosbonos todoelbomboquepuedan y cargarle elmochuelo a la candidata a lapresidencia. Se lo hemos
puestoenbandeja.—Pues estamos buenos—
fue cuanto pude decir,cubriéndome la cara con unamano.—Pero ¿sabes algo ya?
Habrás llamado a todoquisque, digo yo… —dijo,claramentepreocupado.—Pues sí, claro que he
llamado a todo el que hecreído que me podía ayudar,pero o no saben o no
contestan.Todavíame tienenque devolver algunasllamadas, incluyendo loskuwaitíes.—¿Los kuwaitíes? —dijo,
extrañado.Aquello empezaba a
complicarseymesentíaenelojo del huracán. Pero a faltade Gabi, pensé, bueno eraManoloparacompartirpenas.Al finyalcabo,eraélquienmehabíapuestoallí.
—LosdeLaVerdadtienenuna grabación del idiota deJoséAntonio,yasabesmiexdirectorgeneral,diciendoquelos kuwaitíes han vendidodeudayqueporesocae.—¿Loskuwaitíes?Pero¡si
esosnovendenniaunquelesapuntes con una pistola! —exclamó sorprendido—. Lesconozco bien; son inversoresalarguísimoplazoporquelessalen lospetrodólarespor las
orejas, no tienen ningunaprisa.¡Sinotienennisalademercados!—Yalosé—dijeconpesar
—. Lo suyo son los yates ylos apretones de manos másqueventas adestiempoy sinavisar. No me puedo creerque sean ellos; les he dejadoun mensaje, pero todavía nohancontestado.—Pues claro, allí son las
tantas de la madrugada —
repuso Manolo, pensativo—.¿Conquiénhashabladodelaredacción de La Verdad?—preguntó.—Mauro Marcos, el
director —respondí sinimaginar las consecuenciasqueaquelloacarrearía.Manolo guardó silencio
unosinstantes.—Esunavíbora—dijopor
fin.—¿Quémedices?
Leoísuspirarunascuantasveces,algoinusualenél.—Séloquemedigo.—Noteentiendo.Denuevo, dejópasar unos
segundos.—¿Nunca te has
preguntado por qué despuésde ser ministro de Industriaduranteunosañostanbuenos—hayquereconocerquetuvesuerte—, dejé la política tanderepente?
Pensé tan rápido comopude.Solosemeocurríaunacosa.—Porque como consultor
te estás forrando, y eso yasabemos que con la políticano se consigue —dejé pasarunos instantes antes de deciralgo que nunca imaginépudierasalirdemiboca—.Ehicistebien.Lapolíticaesunasco.—Puessíloes,peroesano
es la razón por la queabandoné —dijo en tonograve.Empecé a alarmarme. Ya
no sabía qué más podíadepararaquellanoche.—Noséaquéterefieres…Enseguidameinterrumpió.—Isabel, ya sabes que
siempre te he consideradocasi como a una hija —empezó, algo paternalista—.Aunque tengamos ideas
diferentes,somosdelamismaciudad y compartimosvalores. No tengo ni familianihijosysiemprehevistoenti,entuánimo,entusvaloresy tu espíritu de lucha, unreflejodemímismo.Callóunosinstantes.—Las personas, supongo,
somos así de narcisistas —continuó—. Nos juntamosconquienespercibimoscomoiguales, me imagino que no
solo por amor propio, sinotambién porque así todoresulta más fácil. Para quénegarlo.—Asentí—. El casoesquedesdequeteconocíenAdministraciones Públicassiempre pensé que allí habíacandidato, perdón, candidata,a la presidencia. Tienesmaderadelíder,ytúlosabes.Me di cuenta pronto porque,comodicen, hay que ser unode ellos para poderlos
identificar, y yo fui durantemucho tiempo el delfín delanterior presidente delgobierno.Mepreparódurantedosañosparasustituirle.Aquellonomeloesperaba.—¿Qué pasó? —pregunté,
por un segundo casi sinacordarme de los bonos.Tendría que haber sido algomuy grave para que Manoloabandonara una carrera haciala presidencia—. No quiero
ser indiscreta… —añadí porsi mi pregunta le hubieramolestado.—No, tranquila—me dijo
cariñosamente—. Si te locuentoesporalgo.Noquieroque esa serpiente te hagadaño.Yamelohizoamíynoquiero ahora recibir porpartidadoble.Se detuvo un momento.
Jadeaba ligeramente.Respirabahondo,rápido.
—Ya sabes que he puestotodo mi empeño en estacampaña,tengotodalafedelmundo en ti, Isabel —continuó con una vozdelicada; quizá el tono máshumanoquehastaentonceslehabía escuchado—. Soyconservadorperomuyabiertoen ciertas cosas y ya es horadequeenestepaís tengamosa una mujer presidenta. Ytodavía más si es de tu
calibre.—Tu confianza me honra,
Manolo, ya sabes lo que teaprecio —dije tancomprensiva como pude, alintuir que el pobre estabapasandounmaltrago.Guardé silencio para darle
tiempo y aproveché paraencenderme un cigarrillo. Alcabo de unos segundos,continuó:—No sé si nunca te has
preguntado por qué no tengoo no he tenido familia, ni seme ha visto jamás con unamujer. —Más sorpresas. Pormás que alguna vez se mehubiera pasado por la cabezaque Manolo fuera gay, a mímeparecíamásbieneltípicosoltero de oro, uno de esosricachones de mediana edadquevantresocuatrovecesalaño a Tailandia parasatisfacer sus necesidades y
luegovuelvenasutrabajo,enel que están plenamentecentrados—. Soy gay—dijo.Mesorprendí,notantoporlaconfesión como por elmomentoelegido.Sergayyano era noticia, aunque en suépoca la cosa hubiera sidodiferente. Manolo era unhombre completo y maduro,peroderepentesentíunagranlástima por él, por lanecesidadqueparecíatener,a
su edad, de abrir su corazóncomo un adolescente a unamujer mucho más joven queél.Ypor teléfonoyenmitadde la noche. Esperé a quecontinuara—. Cuando menombraronministroteníasolocuarenta años —siguió— ynadiemepresionódemasiadopara que me casara. Pero lasituación cambió unosmesesdespués,cuandoelpresidenteempezó a insistirme, primero
con indirectas y luegoya sintapujos. Decía que tenía quesentar la cabeza y casarmeparadarbuena imagendemíy del partido. Yo, claro,nunca dije que era gay ymerefugiéenel trabajoque,porsuerte o por talento, me ibafenomenal. Fueron añosdorados para nuestraindustria, con japoneses yestadounidenses haciendocola para invertir en España
justo antes de entrar enEuropa, cuando todavíaéramosbaratos.Yasabesqueen solo cuatro añosindustrializamos medio país.De repente teníamos fábricasy máquinas en todas partes,tan soloquince añosdespuésde ser un país que iba casi alomosdeunamula.—Si todos los ministros
hubieran sido como tú… —apunté, seria. Era verdad.
Manolohabíasidounpioneroy su labor e inversionestodavíadabanfrutosytrabajoacentenaresdecomunidades.Una parte importante de milabor como ministra habíasido cuidar y mantener sulegado—. Sigue, perdona —lepedí.—Estaba enamorado, tenía
una pareja—continuó, ahoracon un hilo de voz—. Noshabíamos conocido en una
fiesta literaria enMadrid, enuna de esas veladasdesenfrenadas de los añosochenta cuando se repartíadrogacasi como loscanapés.Pronto nos dimos cuenta deque queríamos más o menoslo mismo y no tardamos enempezarunarelaciónestable.—Suspiró varias veces—.Pero aquellos eran tiemposlocos —siguió—. Ya sabesque tengo una casa en Ibiza,
preciosa,fueentoncescuandolacompré;estáalnortede laisla, en la colina de NaXamena, a más de veinteminutos del pueblo máscercano.Allí,conunasvistasimpresionantes al mar yrodeadosdepinosypalmeras,paséquizálosmomentosmásfelices de mi vida. Habíaestado años escondiendomisdeseos, sin poder ser lapersonaque realmentequería
ser; viviendo en secreto, conmiedo. Pero por fin habíasalido a la luz, aunque demanera privada, pero con elorgulloytodalafuerzaqueelamorteda.Aquellas palabras me
dolieron, por él y por mí.Pensé en Gabi, en nuestrospicnicsalasombradeunodeesosárboles tanmayestáticosde los parques de Londres.Entonces todavía estábamos
enamorados, lo que me diofuerzae ilusiónparavolveraEspañayempezarunacarreraen la Administración,impulsando cambios aquí yallá. Ahora sentía todo locontrario; el amor habíadejadodeserunimpulsoparaconvertirseenunalosa.Igualque paraManolo, imaginé, oparatantosotros.—¿Qué pasó? —pregunté,
consciente de que aquella
historia tenía toda lapintadeacabar mal. Me dije quedespués le contaría lo mío.Los problemas, compartidos,siempreparecenmenores.—La borrachera de poder,
famaydineroqueteníamosletrastocó.Cuandoleconocí,éltenía un trabajo estable,aunque también escribíaficción, como hobby. Yohabía leído algunas cosas y,francamente, no estabanmal.
Le animé a que continuara yle propuse que si lonecesitaba,pasaratemporadasen Ibiza, por si allí seconcentraba más. Yo teníasueldo de ministro y el cashde algunas inversiones quemehabíansalidobien,asíqueno era cuestión de dinero.Además,enIbiza,escribiendotodo el día alejado delmundanal ruido tampoco sepodíagastar tanto.Enunpar
de meses dejó su trabajo enMadridyseinstalóenlaisla.—Manolo hizo otra pausa.Estavezoícómoseencendíaun cigarrillo, aunque sabíaque apenas fumaba; solo enocasiones especiales, igualyo. Por desgracia, lo de«especiales» en nuestro casoera más bien sinónimo deestrés y problemas gordosque de fiestas o romances.Continuó—:Fuevivirsoloen
Ibizayempezaradeprimirse.Al menos terminó el libro,pero luego no le fuedemasiado bien, lerechazaron unas veinteeditoriales, que era más omenos las que había enEspañaenesemomento.Dejóde llamarme entre semana, ycreoquefueentoncescuandotomó más drogas que decostumbre.—Lo siento,Manolo…—
interrumpí para demostrarlemisolidaridad.—Es la vida —dijo con
tanta razón como decostumbre—. Y luego yaperdió el control. Le veíacada vez más delgado,chupado,porsupuestoinfeliz.También llegaban paquetesextraños, traídos pormensajerosqueamí siempreme parecieron sospechosos.Hasta que un día le dio un
ataquedeansiedadyentoncesmequedótodomuyclaro.Ladependencia era descomunaly necesitaba tratamiento. Selo quise proporcionar porquelequeríadeverdad,peroélsenegó. —Manolo se detuvomientrasexhalabadespacioelhumodelcigarro.Penséensuedad y me empecé apreocupar por él. Ya habíavividounataquealcorazónynoqueríaotro.
—¿Dónde estás, querido?—pregunté.—En Ibiza, precisamente
—contestó—. No he venidomucho por aquí desde todoaquello, pero ahora tenía quearreglarunpardecosasantesde alquilar la casa otra vez.No sabes lo bien que paganlosguiris…—¡Ay, si yo tuviera tu
olfatoparalosnegocios!Pareció que le había
arrancadounasonrisa.—Bueno, no te quiero dar
más la tabarra, acaboenseguida—dijo.—Hablar contigo siempre
esunplacer—apuntérápida.—Élsenegóunayotravez
a que le ayudara, inclusocuando ya le tenía reservadala plaza en un centro derehabilitación.Losataquesdeansiedad cada vez eran másfrecuentes y violentos: una
vez se rompíaun jarrón,otraunplato;enunaocasiónhastaunasilla salióvolandopor laventana.Tepuedesimaginar.—Me hago cargo —dije
congranpesar.Ladroga,afortunadamente,
no era un tema que hubieravivido de cerca, pero habíaescuchado casoshorripilantes.—El dinero empezó a ser
unproblemaporquecadavez
necesitaba más. Le enviabacash a una cuenta de Ibiza,queéldilapidabaencuestiónde horas, todo en droga.Cuandoporfinledijequenopodía financiar aquello,empezó con el chantaje. —Los dos suspiramos a la vez—. Él sabía, claro, que elpresidente me habíapreparado para sucederle enel partido de cara a lassiguientes elecciones, por lo
que no podía meterme enningún atolladero. Me pidiólacasadeIbiza, todaparaél,seguramente con la intencióndevenderlaygastárselo todoen heroína. Dije que nihablar. Él insistió e insistióhastaqueundíamedijoquesinoselatraspasabairíaalaprensa y a mi partido confotoscomprometedoras.—No...Elmundo,menudonidode
águilas.—Pues dicho y hecho —
dijo Manolo con unaserenidadquemedejóhelada—. No le costó ponerse encontacto directo conMoncloa, pues yo siempredejabamiagendaymiscosasportodalacasa,sinescondernada. Se personó ante elpresidente con fotos nuestrasen Ibiza, de viaje o haciendovida normal de pareja. No
había manera de negar queaquello era una relaciónsentimental. Al cabo de dosdías, el presidente me citó yme dijo que era imposiblecontinuar bajo esascircunstancias. Estabadispuesto a darme unasegunda oportunidad si mecasaba con una mujer peroque tampoco podía correr elriesgo de que aquellas fotosen manos de un majareta
vieranlaluzpública.Eranlosochenta y resultabaimpensable tener unministroo un presidente gay. Loshomosexuales eran la pestede la sociedad y muchos losasociaban con drogas,camisetasdetirantes,tatuajes,vidas descontroladas ytugurios de mala muerte.Imposibleserdecenteygayalavez.Se me humedecieron los
ojos.—Manolo, lo siento…,
habrías sido el mejorpresidente…—¡Hasta que llegaste tú!
—exclamóycontinuó—:Meteníapilladoporloscojonesyno tuve más remedio queponer la casa en venta parahacerle callar para siempre.Pero justounosdíasantesdevender, tuvo un ataquemayúsculo.Lafamiliaacudió
asocorrerleyselollevaronauna clínica, donde estuvointernocasidosaños.Alfinalserecuperó.No daba crédito. Intenté
recordar cómo Manolo saliódelgobierno.—Ytúdimitiste,¿no?—Sí, nome quedaba otra.
Melopidióelpresidenteynotuve otro remedio queobedecer. Me habíaconvertido en un elemento
peligroso, alguien condemasiadoriesgodecrearunescándalo. El presidentenecesitaba un sucesor másconvencional y estable.Aquellos fueron momentosmuy duros… Pensar que nopude presentarme a unaselecciones generales soloporque amaba a otrohombre…Hoyendíaestoesimpensable.—Afortunadamente —
apuntérápidayconvencida.—Bueno—señalóManolo
—, tampoco es que hayamosvistoningúnpresidentegay.—Yasaldrán.Pasarácomo
con lasmujeres, ya verás—dije—.Vinouna,laThatcher,y cuando la gente se diocuentadequeeraalgonormalempezaron a salir más y yatenemos a casi una docenaportodoelmundo.Manolo guardó un breve
silencio.—En España tan solo nos
quedancuarentayochohoras—dijo. Cerré los ojos ytragué saliva. Por dentropensé: No. Tenía un pésimopresentimiento. No sé porqué, pero estaba convencidade que nunca ganaría unaselecciones generales.Manolosuspiró y siguió. Noté quetenía ganas de hablar, quizápor estar solo en una casa
grande y medio perdida enIbiza.Oigualcreíaquelaquenecesitaba sus palabras erayo. No se equivocaba—. Elpresidente, de todas formas,se portó muy bien conmigo—añadió—. Fue él mismoquien me propuso laconsultoría como nuevacarrera, prometiéndomecontactos en España yLatinoamérica que mepodrían generar contratos
suculentos. No faltó a supalabra.Asífuncionaelmundo,me
dijeparamisadentros.—Y tu amigo, ¿no llegó a
ir a la prensa? Podría habercontinuado con el chantajedespuésderehabilitado.—Podría —dijo—, pero
una vez sano volvió a sucampo profesional y a otrosnegocios y ganó muchodinero, así que tampoco lo
necesitaba. Además, yotampoco voy para presidentede nada y estos son otrostiempos, ¿a quién le importahoy en día que sea gay? —Manolo dejó pasar unosinstantes—.Nosé,igualtienemiedoporqueyosécómohaganado parte de su dinero, yen algunos casos no es deltodo limpio. No sé si pormoral o por miedo, pero lacuestión es que lo tengo a
raya.—¿Sigues en contacto con
él?—No directo, pero es
imposiblenoseguirle;esunafigura semipública—Manologuardó un segundo desilencio—. Lo que no voy adejaresquetehagadañoatitambién. Ya se cargó micandidatura, no voy a dejarquesecarguelatuya.Notardéenatarloscables.
—¡MauroMarcos!—Elmismo.Me costó unos segundos
poner mis pensamientos ysentimientos en orden. Laposibilidad de que fuerahomosexual se me habíapasado por la cabeza algunavez, pero tampoco meimportaba porque,afortunadamente, los gaysestabanyamásqueaceptadosen la sociedad española,
aunque no en los núcleos depoder. Lo que sí me habíaparecidoeraquesuspalabrassolían esconder algo más,como si siempre tuvierasegundas intenciones. Nuncamehabíafiadodeél.—Menudo carrerón el de
don Mauro… —dije—.Supongoqueestahistoriatanhorrible también te servirápara pararle los pies cuandolonecesites—añadí.
No pude evitar pensar queconocer ese lado oscuro deMauromepodríaayudaramítambién, aunque nuncapediríaaManoloquehurgaraenunpasadotantrágicosoloparasocorrerme.—Esperemos —dijo
Manolo, quien al cabo deunos segundos sentenció—:No dejes nunca que lopersonal manche tu carrerapolítica, porque en este
mundo donde se espera queseamos perfectos, cualquierfallopuederepresentarelfin.Tú tienes suerte, tienes unapareja estable.Cuídala, sobretodoahora.Lavasanecesitarmásquenunca.No sabía qué decir. Más
quelaverdad.—Pues entonces estoy
apañada —dije sintiéndomehastaciertopuntoliberada.Esbuenocompartir.
—¿Quémedices?Le conté tan sucintamente
como pude lo de Gabi, quepareció preocuparle a él casimásqueamí.—Puesvayanochecitaque
llevas…—Eslavida.Los dos reímos, por no
llorar.—Oye —me dijo en tono
muy serio—. Ya puedesponerte las pilas y amanecer
en Santiago con unhelicóptero o en paracaídas,pero tienes que solucionaresto, porque si ser mujer yava a resultar difícil en lapresidencia, imagínatesoltera. La prensa se cebarácontigo. Serás carnaza pura.Soluciónalo rápido, aunquetengas que prometeresclavitudfinancieraysexualdeporvida,¿meentiendes?—¡Ya me gustaría! —Me
reí,contandolosmesesdesdeque Gabi y yo no teníamosrelacionessexuales.—No está la cosa para
bromas, Isabel —me riñó,casicontonopaternal.—¡Qué te voy a decir!—
apunté desfallecida,abrumada por todo. Pasaronunos instantes. Me sentíacomo si estuviera en uncuartooscuroenelquetodaslas puertas y ventanas se
fuerancerrando,unaauna—.No puedo volver con Gabi,Manolo…—empecé.—¿Por qué? —preguntó,
extrañamentesorprendido.—¡Porque tiene una
amante!—¡Puesquelatenga!—Pero¿quédices?—Ytú,¿sepuedesaberen
quémundovives?Nolopodíacreer.Yasabía
que la mitad de las parejas
tienen aventuras alguna vez—precisamente por eso lamitad de matrimonios sedivorcian—perounacosaestenerundesliz,solucionarloyvolver a la vida de pareja, yotramuy distinta es tolerarlocomosinada.—Nopuedohacerunacosa
así —dije más serena de loquemecreíacapaz—.Tengounmínimoderespetopormímisma y lo que desde luego
le pido a una pareja es que,comomínimo,mequiera.—Deja el amor para los
quinceañeros —me aconsejóManolo.Aquello me horrorizó, no
tanto por estar en profundodesacuerdo, sino porqueentonces comprendí lodesencantadoqueestaba.—Manolo…, por favor—
dije.—Escúchame —me
interrumpió—: tú eres unamujer fuerte e impecable —dijo con fuerza y seguridad,ese tono que le hacía ganartantos contratos—. Siemprehas podido con todo ytambién podrás con esto. Nodejes que un hippy depacotilla como Gabi manchetucarrerayhagaquecuarentamillonesdeespañolespierdanla posibilidad de tener unbuen presidente del gobierno
por fin —no dije nada.Manolo continuó—: Si no lohacesporti,hazloportodalagente que ha depositado suconfianza en ti, y tambiénhazlo por mí —dijo,deteniéndose para tragarsalivadosveces—.Recuerda,Isabel, que tú y yo tenemosun compromiso; elcompromiso de Davos. —Cerré losojos solodepensaren los dos días que pasé en
ese pequeño pueblo alpino,dondemividadiounvuelco,no sé si para siempre—.¿Recuerdasloqueacordamosconunasolamirada,ono?—Sí—respondípor fin—.
Claroquemeacuerdo.—Pues ya sabes lo que te
toca.
11
Davos supusoparamíundespertar no solo político,sinotambiéndemuchasotrascosas. Fue en ese recónditopueblosuizodonderealmenteentendí qué era el poder,
cómo se forma y cómo semantiene, siempre entre lamismagente,claro.En el primer año como
ministra no me invitaron,supongo porque en el fondo,este tan renombrado,prestigiosoypublicitadoforointernacional no es más queuna reunión pública demiembrosdeunclubprivado.Allí solo se accede porinvitación, y ni ser ministra
de Economía del cuarto paísde Europa es suficiente paraqueaunaleabranlapuerta.Cuandocreíaqueyanunca
formaría parte de esa élitepolítica, financiera,intelectualymediáticaglobalque se reúne en ese lugartodos los años, me llegó laoportunidad de la mano deManolo, que me invitó a undebatesobremujeresypoder.Manolo les conocía bien
porque había prestadoservicios de consultoría a losorganizadores, sobre todoestudios sobre el impactomediáticode la reunión.Paraél, Davos era la fecha másimportante del año, pues allíencontraba y mantenía aclientes del más alto nivelpara su negocio. En lasantesalasde las conferencias,en las pistas de esquí o encenasycócteles, el consultor
alternaba con la flor y natamundial, a quien luegovendería sus informes aprecio de oro. Supongo quecon la misma visiónestratégica me invitó a mí aparticipar unos siete mesesantes de las elecciones,aunque al llegar al famosoenclavealpinoyonimepodíaimaginar cuáles eranrealmentesusintenciones.Me instalé en el mismo
hotel que él, que habíallegadodosdíasantesparanoperderseniunasesión.Erauncuatro estrellas con spabastante céntrico, donde nosacomodábamos losparticipantes de, digamos,segunda fila. Los másfamosos, y sobre todo ricos—como presidentes debancosodegrandesempresas— se alojaban en uno de lostrescincoestrellasdelpueblo
juntoalosdelaorganización,que, cómo no, se reservabanlasmejoreshabitacionesparaellos mismos. Losmegacracks, comopresidentes de gobierno(relevantes) omultimillonarios consejerosde multinacionales, esos sehospedaban en chalésprivados por cuestiones deseguridad, o de fanfarroneo.Porsuerteeseañonovinoel
presidentedeEstadosUnidos,pues las medidas deseguridadqueprecisasontandesproporcionadas que elpueblo, sencillamente, no laspuede asumir. Ya heescuchadoenotraspartesqueen realidad invitar alpresidente americano nomerece la pena, por máspublicidad que garantice. Eltrabajoqueimplicaestantoylas condiciones tan exigentes
que el tiempo y los recursosinvertidos en recibirle sonincluso mayores que losbeneficios directos eindirectosdesupresencia.Manolo y yo, mucho más
tranquilos y discretos,quedamosenelvestíbulodelhotelalassietedelatardedeldíaquelleguéparairacenar.Hacíacasiunañoquenonosveíamos aunque habíamosestado en contacto por
teléfonoycorreoelectrónico.Mediomuchaalegríaverle.—¡Manolito,querido!—le
dijedándoleunfuerteabrazo—. Pero ¡qué bien se te ve!—exclamé, mirándole dearribaabajo.Había perdido peso, pero
no estaba delgaducho sinomusculoso y fuerte. Ibaimpecablemente afeitado y,sobre todo, lucía su típicasonrisa ancha y natural que
tanrelajadayagustosiempremehacíasentir.Él también me miró de
arribaabajoydesuexpresióndeduje que había pasado elexamen.—¡Para ti el reloj avanza
en dirección contraria! —exclamó.Me reí y le volví aabrazar. En el fondo, meencantaban sus formasanticuadas—. Anda, vamos—me dijo, asiéndome del
brazo—,que tenemosmuchoquehablar.Bienequipadoslosdoscon
esos peludos que tancómodos y calentitos son,avanzamos por la nievecogidosdelbrazoyenpocosminutos ya estábamos en unbonito restaurante dondeManolo había reservado unamesa.Eraunchalé alpinodemadera clara, tranquilo, nodemasiado formal pero con
los detalles bien cuidados.Nos sentamos a una mesa alfondo, junto a la ventana,después de quitarnos gorros,guantes, anoraks y toda laparafernalia que uno se llevaalanieve.Nos sirvieron un vino
caliente enseguida, que losdosagradecimos.—Bueno,bueno,bueno—
me dijo, repasándome con lamirada—. ¿Cómo está la
señoraministra?El paro estábajando tanto que casi hayquereconstruirlagráfica…—Sehace loquesepuede
—respondí,cogiendo lacartaquenosacababandetraer.—Pedimos y me cuentas
—dijo, tomando la carta devinos.Decidimos compartir una
fondue de carne, sobre tododespués de oler la que seestabancomiendoen lamesa
de al lado. Manolo, en sufrancésimpecable,pidió.Nos pusimos al día
mientras nos sirvieron unpoco de pan y el vino, unBurdeos suave que nosencantó.Alpocotiempollególafondue,ytodosloscuencosque la acompañan, quedisfrutamos entre cotilleos ycríticas no demasiadomalintencionadas. Siempreme ha encantado hablar con
Manolo, y todavía másdescubrir su versión de«hombre Davos», ya que escomo escuchar en audio unaedición económico-financieradel ¡Hola! Mientrasesperábamos a que secocieranlostrocitosdecarne,Manolomeexplicóqueenelfondo, Davos consistía en lomismo que todas deconferencias: la gente iba adejarse ver, pero
principalmente el tema eraquién se acostaba con quién.Cuántos problemas en elmundosehabíanresueltoporesavíatanrápida,medijo.Entre risasycuchicheos,y
cuando ya habíamos casiterminado la fondue,Manolose inclinó hacia delante ycruzó las manos sobre lamesa.—Te he invitado aquí
porquetengounapropuesta.
Hacía tiempo que ya nadame sorprendía de Manolo.Genio y figura, era capaz detodo, pero sus propuestassiempreeraninteresantes.Eraun gran estratega y no solíaperder el tiempo enpequeñeces, o en accionesque carecían de sentido.Siempre había una intencióndetrásdesusacciones.—Soy toda oídos —dije,
másdivertidaqueotracosay
pensando que se trataría deunajugadamenordurantelosdías del foro. Tomé unsorbitodevino.—Españatenecesita.Solté una carcajada tan
grandequecasisemeescapaelvinoporlaboca.—Pues yo no necesito a
España —respondí jovial—.¡Yya tengosuficienteconelMinisterio! —Puse los ojosen blanco, sin prestar casi
atención a lo que Manolorealmente había queridodecir, y le di, ahora sí, unsorbomáslargoalvino.—Escucha —insistió
poniendo su servilleta sobrela mesa, apartando el platohaciaunladoycolocandosusgruesas manos en la base desucopa.Comosiempre,lucíaunamanicuraperfecta.—Te escucho —dije con
cierta displicencia, pensando
queamíyahabíapocascosasquemepodíansorprender.—GR duda entre Mario y
tú como posibles sucesores—dijo.Meechéhaciaatráscaside
golpe,asiendocon lasmanosel extremo de la mesa.Contuve la respiracióndurante unos segundos. Medebíquedarblanca.—Como lo oyes —
continuó Manolo—. Los dos
estáis haciendo un excelentetrabajo en vuestrosrespectivos Ministerios, perotú eres mucho mejor ytendríasmásposibilidades enunas elecciones, no solo porlo buena que eres, sino porser mujer. Sería una idearompedora y original que elpaís necesita en estosmomentos.Negué una y otra vez con
vaivenesdecabeza.
—Nosabesloquedices—contesté—. Te has vueltoloco.—De loco nada —
respondió rápido—. Y tú losabesmejorquenadie.Me quedé unos segundos
en silencio, en los quetambién aparté el plato haciaunlado.—Hay gente muchísimo
mejorpreparada—dije.—¿Quién? —Pensé, pero
nosupequéresponder—.¿Tedascuenta?Estodoparati.—Seguro que los hay.
Mariomismo,esunlinceysellevabiencontodos.Despuésde ti, es quizá el mejorministro de Industria quenuncahemostenido.—Túeresmejor.Cerré los ojos con fuerza.
Aquella conversación no meparecía ni interesante nipertinente, pues que yo
llegara a candidata delprincipal partido deizquierdas no iba a pasarnunca, por más que lointentáramos.—Que noManolo, que no
—insistí jugando con eltenedor—.Quesoyunamujery estepaísno estápreparadopara tener una presidenta.Todavía es un paísrampantementemachista.—Sí,poresoprecisamente
necesitamosqueunamujersepresente, para que la genteentiendadeunavezportodasque es absolutamente normal—dijo.—Puesquelopruebe,yse
humilleotraenelintento.Noquiero ser conejillo de indias—respondí, convencida—.Lo único que me faltaba,abocarme al suicidioprofesional.Manolo suspiró un tanto
exasperado.—Isabel —dijo,
cogiéndome de lamano, queatrajo hacia sí.Me la apretó,fuerte—. Si tú no entiendesesto, ya, apaga y vámonos.Pero tú sabes tan bien comoyo que el país necesita unavuelta de tuerca, un giro deciento ochenta grados; unailusión, un borrón y cuentanueva ilusionante, lideradopor una persona diferente:
unamujercapaz,inteligenteycurtida, con principios yexperiencia, que sea prácticaa la hora de lidiar con lacrisis. La gente está harta detanta verborrea que nunca setraduce en acciones; quierenalguienconmaña,comotú.Yel partido quiere a alguiencon ideas propias, pero ensintoníaconelgrupo;alguienexactamente como tú. —Sedetuvo durante unos
segundos. Sus ojos memirabanirradiandoesperanza,ilusión.Mevolvióaapretarlamano, que luego que luegomesoltócondelicadeza.—No—dije,contundente.—Tienes la obligación
moral.Portupaísyporti.—De ninguna manera, yo
no tengo la obligación denada —respondí, tajante—.Con el cargo deministramesobra.
—Es una oportunidadúnica, piénsalo. Además, elrivaldeladerechaesdébil;túledasmilvueltasaAguado.—No.—¿Porqué?—Porque no tengo ni idea
demuchas cosas; no sé nadade defensa, no sabría ni pordónde empezar si hay unaguerra—respondí—,yyanodigamos la poca pacienciaque tendría con la prensa y
con los sindicatos, la Iglesia,las AsociacionesNacionales… Sería lapresidentamenosdiplomáticade la historia y enseguida seme echarían encima. Soydemasiado honesta o pocodisimulada para serpresidenta.Queno.Manolo se reclinó hacia
atrás y repicó con los dedosencima de la mesa duranteunos instantes. Esperó a que
un camarero recogiera losplatosantesdecontinuar.—Nadie, absolutamente
nadie, llega a la presidenciacon ese tipo deconocimientos. Nadie —enfatizó—.Yencuantoa lasguerras, es muy fácil. ¡Séneutral y no te metas enninguna! Escoge a un buenequipoyfíatedetusasesores;nadie sabe de todo. La claveconsiste en estar bien
asesorada,queloestarás.Se detuvo para mirarme a
los ojos, buscándome con lamirada, y al final, porinsistencia, me encontró. Lesonreí, algo que él debióinterpretar como un primerpasohacialavictoria.—Esunagranoportunidad
para ti y creo que podríaponeraGRdetuparte—medijo. Volvió a mirarmefijamente—. Y no me creo
quealguiencomotúnotengainterés en un reto como este.Paranada.Aquellome silenció.Amí
siempre me habían gustadolos grandes retos; sobre todoaquellos que me parecíaninalcanzables. Pero no porambición,sinoporsuperaciónpersonal, por sentirmerealizada, porque con misobrassentíaquepodíaaportarsoluciones.
—Sí o sí —dijo con caraentusiasmada.Desvié la mirada hacia
todas partes menos haciaManolo. Jugueteénerviosamente con laservilletaycogí labasedelacopa.Metemblabalamano.—La propuesta es un
honor—comenté.—No te desvíes del tema,
¿síosí?Suspiré. En el máster me
habían enseñado que cuandounonosabequéresponderenuna negociación, lomejor esdecir, «depende» o pedirtiempo,queesloquehice.—Dame unos días —dije
porfin—.TengoquepensaryhablarloconGabino.—Tu marido te apoyará
seguro—afirmóconvencido.GabiyManolo tan solo se
habían visto en una ocasión,con lo que la confianza de
Manolo en el apoyo deGabieramásbienespeculativa.Detodosmodos,yopensabaquesí me apoyaría, como habíahecho hasta entonces, peromás por no entrometerse queporapoyarmerealmente.—Sí, creo que en ese
sentido no habría problema—concedí—. Pero aun asídéjamequelopiense.—Muy bien —respondió
Manolo, algo resignado,
aunquesupongoquealmenossatisfecho por no haberrecibido una negativa—.Mientrastelopiensas,yomepongomanosalaobra.—¡Tranquilo!—No, que aquí no hay
tiempo que perder —dijo—.No pasa nada, si al final esqueno,loquetehepreparadoteserviráigual.Mañanaalasnueve te recojo en el lobby,con los esquís y las botas y
todo, que he organizado unaesquiada con un grupo decontactos; gente que teconviene conocer para queapoyentucandidatura.Meechéhaciaatrás.—Pero, calma, Manolo,
calma; si yo casi no séesquiar.—Vengaya, que te vi una
vezenBaqueira,¿teacuerdasde esas Navidades, hace unmontón de años? Sabes
esquiarperfectamente.—No tengo botas, ni
esquís,nipantalones,ninada—dije—.Hevenidoadarunaconferenciaynoaesquiar—comenté algo alarmada yaque no tenía aquelloprogramado.—No te preocupes —
añadió con resolución—.Mañana a las ocho te traentodo el equipo, ya lo heorganizado. Solo tienes que
bajar a probarte las botas,justoalladoderecepción,yaque te fijen los esquís. Unapersona te esperará; notendrásquehacercola.Hizo un ademán al
camarero, quien enseguidatrajolacuenta;pagóél.Le miré con admiración.
Manolo, en acción, eraimplacable. Por eso le iba, yle va, tan bien comoconsultor.
—Vamos que tienes quedescansar —dijo—. Mañanate necesito fresca para elesquí, y por la tarde, en laconferencia.Sonreí, casi sin creerme lo
que acababa de suceder. Pormás que me hubiera negadohastatresveces,lainsistenciay laspalabrasdeManolomehalagaban y me llenaban desatisfacción. Por un ladosentía un gran orgullo, pero
porotroestabaconvencidadeque aquello tan solo era unsueño alpino que se acabaríanadamásvolveraMadrid.Me desperté al día
siguiente con una energíarenovada y efectivamente alasochoenpuntosepresentóunayudantequeenunabrirycerrardeojosmesolucionóelcomplicadísimo tema delequipodeesquiar.A las nueve y cuarto
Manolo y yo ya estábamosjunto al primer arrastreesperando a los demás, quefueron llegandopocoapoco.Uno a uno, Manolo me fuepresentando a ese grupo tanselecto que en un futuro mepodríaayudar,segúnmedijo.A Frank Gilliot, director
general de NorthStar, ya loconocíaporqueeraunodelosprincipalesgestoresdefondosde Europa. También conocía
bien a Franz Leisser, elcomisario europeo paraasuntos económicos, quepresidía todas las reunionesdelEcofin. Pero nunca habíahablado personalmente conRalph,elpresidentedelgrupomediático más grande deEuropa, ni con Thomas,presidente europeo deOneWorld, una ONG queimpulsa la sostenibilidad entodos los aspectos. Me
sorprendióymealegróqueseuniera Pedro Salavert, miantecesor en Economía yahora presidente del FondoMonetario Internacional enWashington. Tal y como seestabanponiendolascosasdefeas en los mercadosinternacionales, hacer buenasmigasconelFMIsiempremevendría bien. Sabía por mihomólogo griego que en supaís se estaba hablando en
secreto con el organismo porsi las cosas empeoraban y elpaístuvieraproblemasconelpago de su deuda. Porsupuestoestonohabíasalidoa la luz pública ya que desaberse los bonos griegos sehubieranhundido(algoquealfinal tampoco pudieronevitar).La última en llegar fue la
única otra mujer del grupo,Gillian, una periodista
freelance que colaboraba enel Financial Times. Erajovencita, dulce y educada,como si estuviera reciénsalidadeOxford.Estrechélamanoatodosy
les saludé de maneraanglosajona y amable, tal ycomomehabíanenseñadoenelmásterenLondres:apretónfuerte, mirada directa y unafrase para quedar bien. Más(incluyendo bromas o besos
en las mejillas) habría sido«demasiado»paraellos.Justoantesdeponernosen
movimiento, Franz, elcomisario, seme acercóparapreguntarmedirectamenteporla salud de nuestro sectorbancario, pues decía estarpreocupado. Le dije que nohabía problemas graves puesenelfondoasílocreía.Sabíaque algunos de nuestrosbancos atravesaban
dificultades, pero nuncaimaginé que estas pudieranser tangravescomoparaqueel Estado no las pudierasolucionar sin la ayuda deEuropa. Con Pedro tambiénintercambié algunasimpresiones algosuperficiales sobre Davos,cita a la que él, según medijo, acudía todos los años.Pensé que su nombramientocomo presidente del FMI se
habría fraguadoposiblementeenesasmismaspistas.Nossubimosal telesillade
cuatro en cuatro. Elcomisario, Pedro, FrankRalph y el magnate de latelevisión por cable subieronal primero casi sin pensar,dejandoalosdemásatrás.Yome estaba acabando deabrochar el anorak y cuandome quise dar cuenta soloquedábamos Gillian, la
periodista, Manolo y yo.Subimos juntos. Manolo lehabló a Gillian de mireduccióndelparoenEspaña,y ella escuchaba con interéspero sin decir gran cosa.Apenasabríboca,centradaenlo mucho que me apretabanlas botas y en intentarrecordar las técnicas delesquí, que hacía tiempo quenopracticaba.Llegamosarribayfuimosa
reunirnos con los demás queya estaban preparados parabajar. No esperaron ni unsegundo a que nosotros lesalcanzáramosyempezaroneldescenso liderados porGilliot,quenosoloeraelmáspoderosodelosallípresentes,sino también, por lo que vienseguida, el mejoresquiador. Tardé unossegundosenreaccionaryparacuando empecé a moverme,
los demás ya habían bajadocasi media montaña.Esquiabancasidibujandounalínea recta, mientras que yobajaba dando amplísimascurvasdeunladoalotrodelapista pues no tenía ni elaguante ni la técnica paradescender dando suaves ycortos giros de cintura, conlas piernas bien juntas yencima a toda velocidad.Gillian, que había salido
detrásdemí,supongoquepordeferencia, enseguida mepasó. Tan solo Manolo sequedóatrás,aunqueteníaquepararse pues su velocidadnatural era como de diezveceslamía.Estabaclaroqueallí todos habían recibidoclases de esquí desdepequeños, amparados porunos padres seguramentedeseososdequesushijos,demayores, pudieran
relacionarse de esa exclusivamanera —un modo tan fácilde dejar atrás a la granmayoría de personas—. Lasélites siempre encuentran lamanera de aislarse yapoyarse.Hacía mucho que había
aprendido que el mundo eraasí de injusto, así que mecentré en lo mío, intentandomantener la dignidad.Lentamente y con mucho
esfuerzoibaavanzandoporlapistaycuandopudelevantélacabeza para ver dóndeestaban. Enseguida les vi, enfila, esperándome junto almismoarrastrequehabíamoscogidoal inicio.Me dije quetambién podrían habermeesperado a medio camino,peroyamehabíadadocuentade que ese no era su estilo.Intenté apresurarme para queno tuvieranqueesperar tanto
y aceleré cuanto pude.Cuandomefaltabapocoparaalcanzarles, supongo que medebí relajar y al pretenderllegar con un cierto estilo loúnico que conseguí fuecaerme, precisamente encimade Gilliot, que, como erafuerte,paróelimpacto.Élnose llegóacaer,peronopudoevitarqueyoacabararodandopor el suelo, con un esquísaliéndose de la bota y
deslizándose por la montañahastaporfindetenerseaunosveinte metros. Me reí, noporque me hiciera graciacaerme, sino para demostrarque yo esas cosas me lastomaba bien; pero nadiemásse rio.Esmás, parecía comosi sintieran vergüenza ajena.Manolo, excelente esquiador,fue a recoger mi esquí, queenseguida trajo. Me levantécomo pude —tampoco tuve
ninguna oferta de ayuda— eintenté no perder el decoro.Sonreíhipócritamente.Sindecirmás,Gilliotmiró
al grupo e indicó que nosveríamosapiedepista,juntoa otro arrastre. Todos leseguimos sin rechistar y allíllegamos al cabo de unosminutos. De nuevo yo fui laúltima, aunque esta vez sincaerme.Mientras hacíamos cola en
unsilenciountantoraronotéunamano en el hombro.Megiré algo asustada ysorprendida y me llevé unagratasorpresaalverelrostrodel emir al-Surdhaescondidodetrás de un lujosísimoanorakdeplumasArmani.—¡Emir! —exclamé—.
Qué coincidencia, no sabíaqueestabaustedporaquí.A pesar de que por aquel
entonces tan solo nos
habíamos visto en unaocasión, para hablar deposibles inversiones enEspaña, guardaba muy buenrecuerdo de la visita que noshabía hecho apenas unassemanasantesenMadrid.—Yo sí sabía que la
encontraría a usted, doñaIsabel —dijo en un tonoafectuoso—.Mealegréalversunombreenelprograma.—Le presenté a Manolo, que
estaba a mi lado—. He oídohablarmuchoybiendeusted—lecomentóelemir.—Lo mismo digo —
replicó Manolo en su tonomás fino y elegante, seguroqueoliendopróximasfacturasdeconsultoría.Elemirdirigiólamiradaal
principio de la cola, alertadopor alguien que alzaba lamano,yleseñalabaunreloj.—Disculpen —dijo—.
Seguridadmeavisadequenotengo más tiempo. Todavíadebo preparar unapresentación y no sé dóndepuedo encontrar unaimprenta; hemos tenido unproblema técnico de últimahora.Manolo reaccionó
enseguida.—Si quiere le puedo
ayudar, emir —dijo con unanaturalidad bien estudiada—.
Yo mismo recogí unostrabajos ayer, sé adóndepuede dirigirse. Si quiere, leacompaño.El emir le miró con una
gransonrisa.—Se lo agradecería
mucho,sobretodoporquemireunión es dentro de treshorasytodavíaquedamuchoporhacer.Manolosegiróhaciamí.—Simepermites…
—Por supuesto —le dijecomprendiendo que ganaríamás haciéndose amigo delemir que preparándome amíparaalgoquefrancamenteeracasiimposible.Los dos se fueron y yo
miréamialrededorenbuscademis compañeros de grupoperonoencontréanadie.Nopodía creer que me hubierandejado atrás, sola, peroenseguida pensé que ellos
creerían que estaría conManolo. Volví a mirar a unlado y a otro y allí noquedaba nadie de los míos.Mesubíaltelesilla.Alllegararriba,aunacima
másaltaquelaanterior,vialgrupo que me estabaesperando, algunos de elloscon cara de irritación.Estaban dispuestos todos enfilacomosoldadosyapuntode iniciar el descenso. Al
unirme a ellos,Gilliot semeacercóymedijo:—Isabel, nosotros nos
vamos a por la negra; túpuedesseguirporesta,queesmás fácil. Nos vemos en elmismotelesilla.No me dio tiempo ni a
responder. Sin más, inició eldescenso, seguido por todos,entre ellos Pedro, que ni memiró antes de arrancar. Ibandescendiendouno a uno, con
la vista al frente, como sidejaraunapersonasolaenlamontañafueralomásnormal.Yo había bajado pistas congrandesesquiadoresynunca,nunca, había visto a nadiedejaraalguienatrás.Nosolopor seguridad, ¿qué haría lapersona en cuestión en casode caerse y romperse unapierna?, también por ética.Tenía entendido que dejargente atrás iba en contra del
código no escrito de losesquiadores. La nieve espeligrosay,dentroofueradepistas,siempreserecomiendairacompañado.No di crédito a lo que
estaba presenciando y mequedé de piedra cuando laúltima persona, Gillian, granesquiadora,inicióeldescensotambién sin mirarme. Y yoquehabíavenidoaDavostancontenta a dar una
conferencia,allíestaba,solaatres mil metros de altura ycon unas botas que meapretabancomoundemonio.Miré a un lado y a otro y
me dije que lo mejor seríabajar despacio y tranquilapara llegar al hotel cuantoantes y desembarazarme detanto trasto. Solo queríaaparecer en lamesa redonda,decir las cuatro cosas quehabía pensado y volverme a
Madrid donde tenía unmarido y un montón detrabajoesperándome.Empecé a bajar despacio,
unavezmástrazandograndescurvas, hasta que paré paratomar un poco de aire. Antemi sorpresa, Gillian, a quienreconocí enseguida por sucabellera rubia al viento (erala única que no llevabacasco), vino hacia mí yderrapójustoamilado.
—Hola —le dije sin granentusiasmo, aunqueevidentemente contenta deverla—. ¿No ibas a por lanegraconlosdemás?Sin quitarse las enormes
gafas de esquí que llevaba,medijo:—Sí, pero he pensado que
siempre es mejor iracompañado; bajé solo dos otres metros, creo que no mevisteporque lapistaeramuy
empinada, pero no me hacostadomuchovolverasubiryencontrarte.—Sonrió—.Esmás divertido así, ¿no? —dijo,dulce.Asentí con la cabeza. Para
mí aquel gesto, aunquebonito, era normal. Y vi quepara ella también. Enseguidamedi cuentadeque laúnicapersona que había vueltohacia atrás para hacermecompañía había sido, cómo
no,unamujer.—¿Vamos? —me dijo—.
Si quieres, hay un café muyagradablenomuylejos.Si teapetece, paramos un ratito adescansar.Tienenunaterrazaestupenda.La idea de un cortado me
alegró casi más que supresencia,asíquearrancamosdespacio, tranquilas, elladetrás de mí todo el tiempohasta llegar al pequeño chalé
de madera alpina que tal ycomohabíadichoeracálidoyacogedor.La invité al café y nos
sentamos dentro, junto a laventana,pueshacíamásbienfrío. Entonces le vi bien lacara. Tenía una expresióndulce, las facciones finas ybien cuidadas, los ojos vivose inteligentes. Me dijo queme había visto en algunasruedas de prensa enBruselas
cuando trabajaba para elDispatch londinense y quesiempre me había hechopreguntas,aunqueyonologrérecordarla (cosa quedisimulé). Le pregunté siestaba allí para realizar unreportaje para FinancialTimesy me dijo que sí, quetodo lo relacionado conDavos siempre se vendíabien.Ellamismasepagabaelviaje y la estancia. Me dijo
quehabíaconocidoaManoloen una de las fiestas queorganizabaelrotativoduranteelforotodoslosaños.—Me alegro de que te
cunda más de freelance queen elDispatch—le dije, pordecir algo. Bajó la mirada ytomó un sorbito de su café,aunque apenas le quedabanada. No respondió. Aquelsilencio me intrigó, con loque insistí, tan
disimuladamente como pude—. Ya sé que la prensaatraviesa una época muydifícil —comenté—. Seguroqueserfreelance tedarámáslibertad.Me miró fijamente; con
una mezcla de miedo ytristezaensusojosquenomeacababadeencajar.—Bueno, tampoco fue mi
elección —me dijo—. Creíaque Manolo te lo habría
explicado.Erguí la espalda. Yo ya
había intuido que allí habíaalgo.—No, no me ha dicho
nada.¿Quétehapasado?Respiró hondo y cruzó los
brazossobrelamesa.—Me echaron por una
historia que era verdad: unpequeño banco irlandés queestaba a punto de quebrar,cosa que al final ocurrió —
dijo con gran pesar—. Yosaquélaexclusivaperocomolos problemas del bancotodavía no eran públicos sepusieron tan nerviosos queamenazaron al periódico conun juicio por difamación ypidieron mi cabeza. Elperiódico por supuestome lacortó,nadiemeapoyó.Mefuiy al cabo de dos semanas elbanco se declaró en quiebra,fue una de las primeras
señales de la crisis que seavecinaba, por eso estabantodosconlosnerviosaflordepiel.Neguéconlacabezaunay
otravez.—Lo siento, chica —le
dije,mirándolaa lacara,quetenía cada vez más pesarosa—.Peronomesorprende.Lavida es perra. Maravillosa,peroperra.Gilliangirólacabezahacia
la ventana, apretando loslabios con resignación. Eramuy inglesa; se veía queestaba acostumbrada aguardarse los sentimientosparasí.—Cuando salió la verdad,
¿notepropusieronvolver?—le pregunté con interés alcabodeunosinstantes.Lajovensevolvióhaciamí
yrespiróhondo.—Me habían pagado por
callarme —respondió algoavergonzada—. Mecompensaron muy bien yaquelespodríahaberllevadoajuicio y podría haber ganadopor despido improcedente.Pero tampoco quise volver.Tengomidignidad.Aquellaactitudmegustóy
lesonreí.Enseguidavienesajoven a una potencialcolaboradora. Alguien aquientansololehabíafaltado
apoyoenunmomentoclaveyque eso le había causado eldescarrilamiento profesional,muy a pesar de su talento.Seguro que otros redactoresmucho peores que ellaestarían ahora en plenoascensoalpoder.—¿De verdad que no te
ayudónadie?—pregunté.—Nadie—contestó con la
valentíademirarmea lacara—. En esta vida, sin ayudas
nosevaaningunaparte.—Lo sé. —La miré
fijamente—. Es una de lasrazones que frena a lasmujeres a conseguir puestosde poder —le dije, un pocopaternalista—. La ayuda esclave para abrir el camino,pero las mujeres tenemosmenos apoyos, y menosmentores,porqueenel fondonadie apuesta por nosotras.Los hombres prefieren
respaldar bazas seguras,hombres con el perfiladecuado que ofrecenmejores garantías. Apoyar auna mujer es demasiadoarriesgado porque nunca sesabe qué va a pasar con eltema de la familia, y porquealfinyalcabolospuestosdemayor responsabilidadtodavía los ocupan loshombres, que eligen a otroshombres para rodearse,
sucederles o simplementeacompañarles. Y asíseguimos, sin cortar estecírculo vicioso. —Gillianasintió, con cierta tristeza—.Pues vamos a tener queayudarnos a nosotrasmismas—le dije para infundirle unpocodeesperanza(ydepasoamítambién).La joven me sonrió,
sellando el que sin duda hasidoelpactodeayudamutua
másfácilyagradabledetodamivida.Seguimoscharlando,ahora
más animadas hasta queirrumpieron en el bar losmiembrosdenuestrogrupo,omás bien ex grupo. Fuerondirectos a la barra a pedircervezas.Yaconunajarraenla mano se giraron parabuscar una mesa ysorprendentemente sealegrarondevernos.
—¡Chicas!—dijoPedro—.¡Qué maravillosacoincidencia!Hasta el comisario Franz
parecíacontento.—Qué buen final después
de semejante aventura —decía—. Hemos bajado porunasnegrasalucinantes.Se sentaron alrededor
nuestro a contarnos susaventuras, como si fueranniños o como si regresaran a
la cueva después de cazar.Aquel sentimiento me diocasi náuseas. Sentí que paraellos éramos damas decompañía cuya presencia serequeríaenmomentosfáciles,como comidas y cenas. Lotécnicoyloimportante,comoel esquí y la aventura, y lacamaradería que generan,quedaba fuera de nuestroalcance.Incapaz de aceptar ese
papel, me levanté y dije quedebía volver para preparar lamesa redonda. Gillian mesiguió.Ellossequedaronconunpalmodenarices,concarade sorpresa, sin entender queno quisiéramos pasar un ratocon ese grupo tan selecto.Nos fuimos con la cabezamuyalta.Me quedé gratamente
sorprendida por aqueldesplante ya que nunca, al
menos eso creo, había hechoalgoparecido.Perolalibertadquedaelestaralairelibreenmedio de las montañas y lacreatividad que normalmenteemerge cuando uno se sientecomo un pez fuera del agua,me dieron un soplo deconfianza, una energíarenovada que decidíaprovechar.Conlacabezabienaltayel
cuello estirado, me personé
en la mesa redonda de latarde sobre mujeres y poder.Nadaqueverconmihabitualpose, algo encogida, siemprevigilante. Sobre la tarima, ymientras se acomodaban losotros invitados, vi cómo lasala se empezaba a llenar,algo que me sorprendió yaqueDavos,precisamente, eraunode losenclavesdepodermasculino por excelencia.Losotroseran(ytodavíason)
la final de la Champions,Wimbledon, Silverstone yAscot. ¿Quién iba a venir aun debate feminista ycuestionar ese núcleo depoder?Puesantemisorpresa,y a pesar de pensar que mehabían puesto en una sesiónminoritaria condenada alfracaso,alfinalresultóquelacharlaresultóunéxito.Compartía estrado con la
canciller alemana, que llegó
casi dos segundos antes deempezarrodeadadeunagranseguridad,elmidasmediáticoRalph, el todopoderosoGilliot y Pedro, a quien noesperabaperoque se coló enel panel a última hora,seguramenteanimadoporsuscompañerosdeesquí.Después de las típicas
presentacionesyunascuantasbanalidades, y con un inglésmuy mejorado desde la
última vez que le escuché,Pedro amarró el micro paraexplicar cómo el FMIpensaba aumentar larepresentaciónfemeninaenelconsejo de dirección, que yacontaba con dos mujeres enunequipodeveintepersonas.El objetivo era elevar esenúmeroadiez,lamitaddelosmiembros, en tan solo tresaños.Yopor supuesto sabía que
aquelloeraunafarsadecaraalagaleríapueslosequiposdePedro siempre habían sidomasculinos al cien por cien.De hecho, cuando llegué alMinisterio, no había ni bañodeseñorasenlaplantadondeestabamidespacho,ylosdeldirector general y el directordelTesoro,osea,elpisomásimportante. Nadamás llegar,pedíqueinstalaranuno.Miré a Pedro fijamente
mientras hablaba. Demediana edad, tenía unabuena planta y lucía un trajenegro ymás bien estrecho, alo Guardiola, que acentuabasu figura. Iba sin corbata. Elmuy listo, cuando queríapodía resultar bastantesimpático y entre chistes ehistoriasexóticasdelFMIenÁfrica,semetióenelbolsilloa un público entregado, quede repente lo vio como
abanderado del feminismo.En la audiencia observé quehabía una treintena demujeres, que parecíanconocerse entre sí (seríanmiembros de algunaasociación),yquesepusieronen pie para darle una largaovaciónencuantoacabó.Contagiado por aquel
sorprendente populismo,Pedro se puso en pie, microenmano,ygritó:
—¡Mujeresalpoder!A lo que siguieron más
vítores y aplausos. Lacanciller alemana y yo noscruzamos una mirada deescepticismo. Ella tambiénhabíatratadoconél.Supuse que en el FMI
habrían obligado a Pedro aestablecer esas cuotas queahora tanto pregonaba, sobretodo por iniciativa delcontingente americano, muy
sensibleporfinalostemasdeigualdad. No había otro paísen el mundo, salvo losnórdicos, que se tomara ladesigualdad de la mujer tanenserio.Yonodabacréditoa tanta
hipocresía. Pero el caso esque su éxito hizo que a suscompañeros de mesa lespicara el ego, con lo queRalph acabó anunciando, allímismo, que propondría el
mismo objetivo en suempresapero endos años enlugar de en tres. Desdeentonces no me ha quedadoningunaduda:lacompetenciafunciona.Se enzarzaron para ver
quiénpromocionabamásalamujer en su empresa, unalidia que nos deleitó a lacanciller y a mí, queobservábamos en silencio laincreíble escena. Nos
incomodó que tanto Pedrocomo Ralph nos pusierancontinuamentecomoejemplo,aunque sin dejarnos hablar,con lo que durante toda ladiscusión no tuvimos máspapel que el de recibiraplausos y sonreír, comofloreros.Yointentécentrarmeenlasconsecuenciaspositivasdeaquellasesiónantesqueenmiaportaciónpersonal.Al acabar, unas cincuenta
personas se me acercaron,adulándome y dándome laenhorabuena por ser unamujerconpoder.Mepidieronhastaautógrafos.No daba crédito, pero en
ese momento entendí quetodo era posible; hasta loscambios más grandes ydifíciles se podían conseguirsiempre que uno tuviera losaliadosnecesarios,sobretodosi eran masculinos y
poderosos. A partir de ahínadaeraimposible.Aquella fue una gran
lección, que nunca heolvidadodesdeentonces.Con decisión, me adentré
en los grupitos que seformaron tras el debatecuando empezaron a servirlasbebidasyloscanapés.Mepropuse saludar a todos lospresentes para lucir misonrisa más amplia y
ganarme su apoyo. Sinsentirmemalporello, rehuséa las mujeres que queríanentablar una conversacióníntima o seria (consumíademasiado tiempo) y mecentré en tejer una red decontactosmásamplia,aunquetambiénmássuperficial,peromás práctica a la hora deconseguir objetivos. Mi rediba a ser como la de loshombres. Nada de amigas:
soloaliados.Entreapretónyapretónde
manosviporelrabillodelojoqueManolomemirabadesdelapuerta.Vislumbréunagransonrisa en su cara, rebosantedesatisfacción.Le devolví la sonrisa,
satisfecha, feliz. En Davoshabía aprendido que lasgrandes transformacioneseranposibles,conloqueunacorriente de ilusión me
recorrióelcuerpoyseasentóen el corazón. De repenteestaba llena de esperanza yme permití hasta soñar. ¿Porqué no podía ser yo quienliderara ese tipo de cambiosenmipaís, comopresidenta?¿Porquéno?Miré y sonreí de nuevo a
Manolo, que observabaorgullosominuevaposemáspresidencial, con la que cadavez me sentía más cómoda.
No habíamás que hablar. Elcompromiso de Davos entreManolo y yo había quedadosellado.Queríasercandidata.
12
Durante aquellos días deeuforia en Davos jamáshubieraimaginadoquevariosmeses después y cuarenta yocho horas antes de unaselecciones generales en las
que enprincipio era favorita,me encontraría sola ydesesperada en el despachoen plena madrugada. Comotampoco me podía imaginarque después de aquel forotendría que nacionalizarcuatrobancoseintentarevitarun rescate por parte de laUnión Europea. Parecíamentira cómo habíaempeoradolasituaciónentanpocotiempo.
Seguíarecostadaenelsofáconlamantaqueguardabaenel armario; la había llevadoallí durante el primer rescatebancario, cuando empecé apasar algunas noches en eldespacho. Aunque parezcamentira,algunosdíasnoteníanitiempodecruzarlacalleydormirenelhotelPalace.Loque habría tardado en salir,entrar y acomodarme,más laseguridad y toda la
parafernalia quelamentablemente acompañanami cargo suman un tiempoprecioso que en algunasocasionesnohetenido.Estiradayconlosojosbien
abiertos, no podía parar depensar.Esperaba llamadasdeAntonio, Martin o de loskuwaitíes para resolver eltemadelosbonosytambién,ilusa, de Gabi, con laesperanza de reconducir
nuestrasituación.A pesar de tener buenos
amigos y miles de personasquemeadmiraban,larealidades que estaba sola y sentímiedo, mucho miedo. Comono lo había sentido nunca.Todavíanotabalablusaylospantalones negros pegados alcuerpo, acartonados, como sime oprimieran. Las manosme temblaban ligeramente,impregnadasdelmismosudor
frío que me recorría laespalda. Apreté los puños,tambiénlosdientes.Noteníamiedoalpoderen
sí. De hecho, había tenidomiedo amuy pocas cosas enla vida, y la mayoría habíansido situaciones aisladas yfuera de mi control, comoalgún viaje accidentado o uncallejóndemasiadooscuroenalgún lugar remoto. Pero elpoder en sí, no me
intimidaba. Eraemocionalmentefuertey,porlo general, mi capacidadejecutiva y mi autocontrolhacían que se me respetaraallí donde fuera. Creo quesiempre he sabido estar, sinarrugarme. Me imaginé enMoncloa,sentadaenelsillónpresidencial de GR. Sudespacho era un espacioenorme, hasta cinco vecesmayor que el mío, moderno,
todopintadodeblancoyconunos grandes ventanales quedaban a un jardín precioso yextenso, con hayas, robles ycastaños. GR habíaredecorado la dependencianadamás llegar,quitando loscuadrosdecazadelsigloXVIIy las mesas y las sillas demadera, antiguas, incómodasy pesadas, que llevaban allídesde principios de latransición.Habíacolgadodos
cuadrosdeMiró,originalesymaravillosos, que daban a laestancia precisamente el airerompedor que queríatransmitir.Amímegustabaeseestilo
claro y directo, cómodo ynada intimidatorio. Elglamour y la parafernaliaoficial —cartas conmembrete, papel acanalado,banderasydemássímbolos—hacía tiempo que habían
dejado de impresionarme.Como todo, eran simplesobjetos, de mayor o menorvalor,alosquealfinalunoseacostumbrasinmás.Tampoco me daba miedo
la responsabilidad. Comoministra de Economía, yahabía asumido decisionesimportantes, inclusomás quelas que había tomado elpropio presidente, como lasnacionalizacionesbancariaso
el acuerdo con los kuwaitíesparaevitarelrescate.Desdemiconversacióncon
Manolo en Davos tampocotemía tomardecisionesenuncampo que no fuera el mío,como Cultura o Educación.Al fin y al cabo, la vidatampoco es tan complicada,siempre que uno sepa lo quequiere (muchas veces, ese esel verdadero problema). Enmi caso, estaba en política
para dejar un mundo mejor,así que siempre optaría poraquello que favoreciera almáximonúmerodepersonas,sobre todo si estas no sepodían ayudar a sí mismas.Los que tenían más recursossepodíanorganizarsolos.Pero sí sentía miedo de la
gentequeme ibaaencontrary ese podía ser mi puntodébil. Yo era ingeniera ytenía la capacidad de leer
informes, analizar pros ycontras y decidir de maneraneutral, con la cabeza fría.Me desenvolvía bien en unmundo racional, pero el caoso las medias verdades medesestabilizaban. Sobre todomedabanmiedolaspersonasque no estaban en la políticapara solucionar problemas,sinoporinteréspersonal.Conesas personalidades siemprehabía chocado porque nunca
las entendí. Solían enturbiarlasnegociacionespuesnuncahabíaunpuntodesalidaodellegadacomún,conloquelasreuniones se alargaban demanera innecesaria y luegoresultabamuy difícil llegar auna resolución. Siempre hepensado que todos, o la granmayoríadeproblemas,tienensolución, y que si no seresuelvenesporqueaalguienno le interesa. Por desgracia
me había encontrado con unsinfín de personas de estaíndolealolargodelosañosyno solo en política, tambiénen la banca, asociacionesculturales, deportivas y hastabenéficas. Detrás de esaambivalencia, en la mayoríade los casos siempre heencontrado incompetencia o,cómono,corrupción.Ser ministra me abrió los
ojos al altísimo grado de
sinvergonzonería que, pordesgracia, todavía impera ennuestro país: centenares deAyuntamientos continúantomados por alcaldes yconcejalesquesehanforradodando permisos deconstrucción a amigos o,solo, a quien les pague.Tenemoslamalasuertedeserun país con un nivel deeducación bajo y de que laprofesión de político, debido
a nuestra breve historiademocrática,notenganingúncaché.Siunoeslisto,sevaalabancaoa la industriaparaganar dinero, con lo que lapolítica se queda para ilusoscomo yo o para perfilesmedio-bajos con ganas deenriquecersepronto.Que España es así ya lo
sabemos todos, pero lo queme sorprendió todavía másfueencontrarmeunasituación
similar o hasta peor enEuropa. Aquí al menostenemoslaexcusadesermáspobresyestarpeoreducados,pero en Bruselas me cuestaentender tanta negligencia.Esa batalla tambiénme dabamiedo de cara a una posiblepresidencia, pues tendría quelidiar con personas comoLeisser,elcomisarioeuropeoa quien gané el pulso delrescate, por lo que me tenía
ganas.Alto,rubio, teutóndelibro
de texto, nos conocimos enmi primer Ecofin, que élsiempre lidera. Su primerafrasecargadadepaternalismomesirviódeaviso.—¡Qué buen inglés tiene,
Mr. San Martín! —me dijoconunasonrisahelada.Razón no le faltaba, pues
España tiene una tristísimahistoria de representantes
hidalgos que no sabenidiomas, aunque en losúltimos tiempos vamosmejorando, lomismoque losgriegos e italianos. Aun así,mis homólogos de esospaíses, hombres los dos, nomerecieron un elogiosemejante porque se suponíaque hablaban bien el inglés.Peroyo,simplementeporsermujer,no.Ingeborg y yo éramos las
únicas mujeres en lasreuniones del Ecofin. Losotros quince participanteseranhombresymásomenosdelamismaedadyaparienciaque Franz: rondando lacincuentena, solían llevar untraje azul bien cortado,zapatos negros lustrosos yuna corbata más bienaburrida;sucarabiencuidadaeradeniñosbien,congafitasdelicadas para dar una
imagen de sensibilidad yrefinamiento. No se veían nibarbasnibigotesnicalvicies,por lo que Ingeborg y yopensamosqueonotrabajabanmucho o allí había muchacosmética encubierta porque,en nuestro caso, las largashoras en el despacho y losdisgustos se empezaban ahacer visibles en forma dearrugas y canas. En cambio,nuestroscompañerosparecían
sobrevivir la tensión de losañosmás difíciles en Europadesde la Segunda GuerraMundial sin que se lesmoviera un pelo. Más tardecomprendí por qué queríanmantenersetanjóvenes.Recuerdoenespecialeldía
enqueestuvimosalbordedelabismo, cuando el BancoNacional anunció unasegunda tanda de pérdidas(incluso después de que lo
hubiéramos rescatado yvendido la participaciónestatalaloskuwaitíes).Eraunjuevesporlatardey
estaba en mi despacho,apenas un mes antes de laselecciones. AntonioGoicoechea,elpresidente,mehabía llamado paraadelantarmelanoticia,quesehizo pública al cierre de losmercados, a las cinco de latarde.
El teléfono sonó justo unpar de minutos después.Estrella,cuyamesaestabaenuna pequeña antesala a midespacho,meanuncióquemellamabaFranz.—Isabel —me dijo el
comisarioen tonograveperotranquilo—, ya te dije enDavos que los bancosespañoles nos preocupaban ytú me aseguraste que lostenías bajo control. ¿Qué es
esto?Nunca ha dejado de
sorprendermelacapacidaddeBruselasdecentrarseentodomenos en encontrarsoluciones. El juego deculpas, de esconderproblemas o de pasarse lapelota los unos a los otrosocupa el tiempo y la energíade todos los implicados encualquier dilema. Mientras,nadieconsideraqueelasunto
pueda resolverse y ya nodigamosenlasconsecuenciasde la situación para elciudadano de a pie, por másque este financie los sueldosde seis cifras, de hasta sieteen el caso de Franz, desemejantespersonajes.—Franz —respondí con
sequedad—. Sí, ha sido unasorpresa cuando me lo hancomunicadoestamañana…Mecortó.
—¿Por qué no me lo hasdicho enseguida?—preguntóen tono marcadamentedictatorial.—Porque llevo todo el día
buscando una solución —repliqué,escueta.Desdeelprimerdíanonos
habíamos llevado bien yningunode losdos,supongo,habíamos hecho nada porremediarlo. En Davos, porejemplo, y salvo el breve
intercambio que mantuvimossobre la salud de la bancaespañola, nos evitamos todolo que pudimos, algo de loque ahora en parte mearrepiento. Con el tiempo heaprendido que hay que sermásdiplomático.Peroesquesuposealtiva,
su falta de empatía y sudesprecio por el sur deEuropa siempre meparecieron intolerables.
Leisser siempre acudía a lasreuniones con estadísticassobre si en España setrabajaba menos, sobre si laproductividad por hora eracasi la mitad que enAlemania,ysimilares.Estabaharta de él y de su actitudpasivo-agresiva porquenunca, nunca, nos habíaaportado ninguna solución.Ingeborg también estabahasta el gorro de que Franz
nuncalehicieranicaso;perotambién es verdad queDinamarca es un paísdemasiado pequeño yantieuropeoparaquenadieenBruselaslotomeenserio.Lasuya es una relación fríaporque así lo quieren losdaneses y porque son lobastante ricos parapermitírselo. Pero nosotros,pordesgracia,necesitamoselapoyodeBruselas,sobretodo
en momentos tan delicadoscomoese.—Estarás viendo la
cotización de la deudaespañola, ¿no? —preguntó,displicente.Teníadelanteelgráficode
nuestros bonos en elBloomberg desde justodespués del anuncio. PeroFranz había llamado tanpronto que apenas habíahabido movimiento cuando
atendí su llamada. Dosminutos después, volví lavista a las pantallas, queahora sí reflejaban una caídaenpicado.Labajadaeracasivertical,estrepitosa.Elinterésde nuestra deuda habíapasadodel5al7,2porcientoen cuestión de minutos, unacifra peligrosamente cercanaal 8 por ciento, el nivel apartir del cual nuestraeconomía no se podía
sostener.—Claroquelosigo—dije,
aladefensiva.—Losmercados creen que
el problema es endémico atoda labanca españolayqueel Estado no podrá pagar unrescate a todo el sector —explicó como si yo no losupieraya.Dejé pasar unos segundos,
impaciente. Franz no decíanada.
—Mr. Leisser —respondípor fin—. Si me permite, levoy a dejar porque tengo unmillón de llamadas queatender. Como usted biendice,tenemosunproblema.—La llamada más
importante, Mr. San Martín,es la que tiene en estosmomentos. Voy a convocarun Ecofin mañana enBruselas donde ultimaremosel rescate de la Unión
EuropeaaEspaña—dijoconsolemnidad—. Europa debevelar por sus intereses y nopuede permitir estavolatilidad que se contagiaráatodossinoactuamos.—No se precipite, Leisser
—contesté sabiendo que yame quedaba poco por perderyque seríadifícil resistirse ala presión de los países delnorte deEuropa, quequeríantenerlo todo bajo control—.
Yaséquetresmilmillonesesmucho dinero, pero nuestrosistema los puede absorberperfectamente sin necesidadde ningún rescate. Somos lacuarta economía de Europa,no una pequeña repúblicabananera—leespeté.—El mercado sospecha
que el resto de la bancaespañola tiene los mismosproblemas—repitió,rápido.—Pues que lo demuestren
—respondí, ya en tonosubido.Franz dejó pasar unos
segundos. Me lo imaginésuspirandoconexasperación.—Mi secretaria enviará la
convocatoriaahoramismo—dijoporfin—.Hastamañana.Sin decir nada, esperé a
queélcolgara.Quéganasnosteníaeldesgraciado.Siemprehabía pensado que Franzestaba en Bruselas para salir
de su aburridísima vidavienesa, donde se habíahartado de tés, de pasteleríasrococó y de una familiaperfecta,conunamujerrubia,amable y guapa y tres niñosangelicales. De eso no lepodía culpar; a mí las vidasperfectas, en su mayoríaencorsetadas yclaustrofóbicas,medanganasdegritar.No tuve más remedio que
ir a Bruselas al día siguienteparaempezarlareuniónalastresdelatarde.ComoMartiny yo habíamos pasado lamañana haciendo llamadas amedio mundo para quecomprarannuestrosbonos, alfinal tuvimos que coger unavióndelEjército para llegara tiempo. Odiaba volar conlasFuerzasArmadas,nosoloporque era un derroche dedinero público, sino también
porque los saludos y lasformas militares siempre mehan parecidodesproporcionados. Losaviones son ademásdecadentes, con toda latapiceríadeunverdehorribley,lopeor,solosirvencomidade soldado: bocadillos dejamón(sintomate)ycaféconleche entera. Eso sí, elservicioes rápidoy llegamosaBruselasatiempo.Alllegar
al edificio de la Comisión,Martin entró por la puertahabitual de empleados parareunirse con el resto delequipo,quehabíallegadoporla mañana para dar a lasdelegaciones alemana yaustriaca una pequeñapresentación sobre lasolvencia de nuestro sistemabancario, la misma quepretendíahaceryo.Continué sola en el
Mercedesoficial,quemedejódelante de otra puerta, máspequeña,pordondeentranlosministros ya que está máscerca de la sala donde secelebran las reuniones delEcofin. La prensa ya estabaesperando, como decostumbre, aunque esa vezeranmuchosmás.Losveinteo treinta metros de alfombraroja que van del coche a lapuerta de entrada se me
hicieron más largos quenunca. Por lo general a mísolo me paraba la prensaespañola, siempre en elmismo rincón, pero esta veztenía a periodistas de todoslos países disparandopreguntas, alargando brazoscon grabadoras y blocs denotashaciamí.Siemprehabíatenido buena relación conellos, pues entendía que lospobres se pasaban allí horas
esperando, a la intemperie,sacar algún titular. Yo lesdaba alguna declaraciónsiempre que podía, pero esedía, justo cuando más lonecesitaban, apenas pudeabrir la boca porque lasituación era más quedelicada.—¡Ministra, ministra! —
gritaban para llamar miatención.Hacíamuchoquemehabía
acostumbradoanomiraralosojos a nadie, un truco queusan las personas con cargosde poder porque lo cierto esquenohaytiemponienergíapara prestar toda la atenciónqueaunolepiden.Me detuve a derecha y a
izquierda para decirobviedades:—Hoy negociaremos por
los intereses de España.Todavía no hay nada
decidido.Elsistemabancarioespañolessolvente.Los periodistas apuntaban
con celeridad mis palabras,que en tan solo segundosllegarían a medio mundo y,esperaba, impulsarían elpreciodenuestrosbonos.Por fin entré en el edificio
de la Comisión, un oasis detranquilidad después de losdiez minutos que habíapasado acribillada por
cámarasy focos. JustodetrásdemíentróIngeborg,aquiennadie le preguntó nada.Juntas,llegamosalasalaconun ligero retraso; los otrosquince ministros deEconomía ya estaban en susasientos,conelnombredesupaísenfrentedecadauno.Erauna estructura hexagonal,grande, con amplio espacioentre unos y otros para quepudiéramos instalar nuestros
portátiles y documentos.Detrás de la mesa había tresfilas de asientos, a su vezdetrás de unamesa alargada,donde se sentaban nuestrosequipos.Todossecallaronalverme
entrar, algo que nome habíasucedido nunca, pues mipresencia en esas reunionessiempre había sido discreta,enlíneaconnuestropesorealenlaUnión.
Franz miró el reloj y melanzó una miradareprobatoria, como si fuerauna niña que hubiera llegadotarde a clase. Ingeborg y yonossentamos.El comisario abrió la
sesión haciendo un breveresumendeloshechosdeldíaanterior, depocomásde tresminutos,yconcluyó:—La situación en España
ha provocado una oleada de
pánico, como ya ocurrió conla primera nacionalizaciónbancaria, y que comoentoncesnosafectaatodosenEuropa —dijo, mirando conintensidad a todos losministros menos a mí—. LaUnión Europea no puede nidebe permitir una situaciónasí pues es nuestraresponsabilidad y obligaciónmantener la estabilidad ennuestra región. El contagio
del pánico puede sermayúsculo si dejamos que laincertidumbre continúe, porlo que propongo acordar unrescate inmediato paraEspaña.Hubo un ligero runrún en
la sala. Noté que el ministrogriego—aquienlaUniónyahabía rescatado hacía unosmeses— me dedicaba unamirada gélida. Sabía queaquello significaba: «No
sabes loque te espera»,puesme había contado en algunaocasión cómo los tecnócratasde Bruselas, con Franz alfrente, se habían apoderadodel país: tenían control detodaslascuentasyhacíanconlaeconomíaloquelesdabalaganaconelúnicoobjetivodedevolver el préstamo que leshabía hecho Bruselas, a unaltísimo interés,sinpensarniunmomento en ayudar a los
griegosasalirdesucrisis.Miintención era evitar a todacostaunasituaciónsimilar.Pulséelbotónparapedirla
palabra, percibiendo que erala primera en hacerlo puesdelante de nosotros seencendía una lucecita rojaparaindicarlo.Aunasí,Franzcontinuó:—Europa nunca se ha
distinguido por su velocidady capacidad ejecutiva en
situacionesdifíciles—dijo—.Esta es una oportunidad parademostrar al mundo quetenemos la situación bajocontrol y que nosotrosmismos resolvemos nuestrosproblemasdemanerarápidayeficiente.Quelosbuitresaprovechan
el mal ajeno en busca de subeneficio ya lo sabía. Peroponer a cuarentamillones deespañoles al son del tempo
teutón solo porque unaustriaco tenía ganas denotoriedaderamásde loquenunca habría imaginado.Volvíapulsarelbotón,ahoraconmás fuerza.Observéqueel ministro alemán tambiénhabíapedidolapalabra,igualque otros, hasta Ingeborg,quien apenas intervenía enesas reuniones porconsiderarlas una soberanapérdida de tiempo.Razón no
le faltaba, pues en realidadnunca decidíamos nadarelevante.EnEuropaestamosjuntos, pero no revueltos, asíquecadapaís sigueactuandosegúnleconviene.Franz, cómo no, concedió
la primera intervención alministro alemán a pesar deque yo hubiera pedido lapalabraprimero.—Es hora de demostrar a
losmercadosquiénmandaen
Europa —dijo este con unmarcadísimo acento sajón—.También es hora de que lospaíses irresponsables del surde Europa empiecen aentender que el hecho depertenecer a la UniónEuropea tiene sus derechos,que tanto invocan, perotambién sus obligaciones —subrayó mirándome a mífijamente y luego a losministros de Grecia y
Portugal.Lemiré con rabia, aunque
la verdad es que nada deaquello era nuevo; la mismahistoria de siempre, solo queentonces me tocaba rebatirlapor todo lo que estaba enjuego.Esperé mi turno con
paciencia, pero este tardó enllegarmásdeloqueesperaba,pues el ministro alemán, asícomo el francés y de nuevo
Franz dedicaron más de unahora a recordar y analizartodas las ayudas que Españahabía recibido de la UniónEuropea. Por una vez, sehabían preparado bien lasesión. Volví a pulsar elbotón para poder intervenir,ahora ya de formacompulsiva e insistente.Franz me miró con un airetriunfal que me dio asco. Almenos tuvo la decencia de
darle el turno a Ingeborg,quien me miró comprensiva,transmitiéndomesuapoyo.—Es muy fácil, señoras y
señores —empezó, calmadacomosiempre—,veniraquíyseñalarlapajaenelojoajeno.—Ingeborg se detuvoymiróa todos los ministros, uno auno, algo que sin duda lesincomodó, por lo queempezaron a mirar susblackberrys y a ojear
documentos sin tan siquieradisimularlo. Después de untenso silencio, continuó—:Estamos aquí para ayudarnosynopara reprocharnos, ¿no?—dijo, aunque ya habíaperdido la atención de todos,que continuaban a lo suyo:bien con los móviles opensando en otras cosas,inclusomirando al techo concara de aburrimiento.Yo erala única que la escuchaba.
Franz tomabanotas,peroporlo que veía no era sobre loquehablabaIngeborg,yaquetenía los ojos fijos en unospapeles que tenía sobre lamesa. Siempre breve,Ingeborg no tardó en acabar,pero nadie recordará nuncaqueenesemomentopropusouna idea que de hecho luegola Unión adoptó, aunquepoco, tarde y mal. De haberescuchado a Ingeborg y su
propuesta de realizar tests desolvenciaalabanca,laUniónse habría ahorrado millonesde euros y de problemas, yaque el plan hubiera arrojadoclaridad sobre el estado realdel sector bancario europeo.Reconocer la verdad ante losmercados y proponersoluciones era la mejoropción para atajar la crisis ydar estabilidad, como mástarde demostraron los
estadounidenses. Fue lapropia Ingeborg quienconvenció al simpáticosecretario del Tesoroestadounidensedequelaideamerecíalapena.Másabiertosde miras, los americanosenseguida la implantaron,inyectarondinerodondehacíafalta y acabaron con elpánico.Asuntozanjado—.Laverdad nos hará libres —sentenció Ingeborg a una
audiencia que hacía muchoquenolaescuchabaperoquepareció despertar con estafrasetanbíblica.Franz tomó de nuevo la
palabra y enseguida observécómo los ministros dejabansusblackberrysocerrabanlascarpetas que habían estadoojeando durante laintervención de Ingeborg. Ladanesa tambiénsediocuentay me miró con complicidad.
Pero para ella no era crucialqueno laescucharan,porqueDinamarcaestabamejorfueraquedentrodelazonaeuro.Amí sí que me importaba, ymucho,porquesuideapodríaayudar en gran medida amillones de españoles. Peronadie prestó atención hastaque tresañosdespuéselplanse adoptó por considerarseuna gran iniciativa de losamericanos que había que
imitar.Franz concedió un breve
descansodediezminutos.Seformaron los grupitos desiempre: los ricos ypoderosos del norte deEuropaenuncorrillocerrado,alrededor de Franz, mientrasque italianos, griegos,portugueses y españoles nosreuníamos de manera másinformal y menos cerradajuntoalamesadelcaféylas
pastas(nuncahabíafruta,pormás que Ingeborg y yo lahubiéramos pedido enrepetidas ocasiones). Elministro griego y el italianome dieron palmaditas en laespalda, pero yo no teníatiempoqueperderymedirigía mi equipo para que mebuscaran inmediatamentedatos de exportacionesalemanasaEspaña.Reiniciamos la sesión al
cabo de veinte minutos, másdeloquenecesitábamos,peroya se sabe que en Bruselasparece que a uno le paguenpor el tiempo que pasareunidomásqueporloqueseacuerdaen las reuniones.Porfinsemeconcediólapalabra.Me levanté, aunque nadie
lo había hecho todavía nitampoco se solía hacer. Eranya casi las seis de la tarde,llevábamosmásdetreshoras
reunidos y todos parecíancansados.—Señoras y señores,
gracias por su interés en mipaís: estoy segura de quetodosqueremoslomejorparalos ciudadanos españoles yeuropeos —dije. Hasta a míme sonó rara la palabra«ciudadanos» en una reunióndealtonivelenBruselas.Nose escuchaba a menudo—.Todos sabemos que el
estigmadeunrescatetieneunprecio muy alto a medioplazo, porque es comoreconocer que uno no hatenido ni la sabiduría ni ladisciplina de mantener supropia casa en orden. —Observé expresiones deaprobación,hastaenFranz,ycontinué aunque sin el valorde mirar a mi colega griego—.Sabemosqueel rescate aGrecia no ha funcionado
porque el esfuerzo paradevolver el préstamo a laUnión Europea es tal queanula de manera automáticacualquier posibilidad derevitalizar su economía, queera precisamente el objetivo,¿no? —pregunté a la sala,aunquesoloencontrémiradasde piedra, caras sin ningunaexpresión, salvo la deIngeborg, que asentía—.Además —continué, asiendo
con fuerza la presentaciónque sostenía en la mano—,sumir a España en una crisispeor de la que ya tiene nosolo es malo para el país,también para ustedes —dije,detectando una sonrisasarcásticaenlacaradeFranz—.Sí—continuéconlavistafijaenelcomisario—.Españaes primer mercado europeode exportación de cochesalemanes, servicios de
telefonía ingleses y energíafrancesa. —Guardé silenciopara dar mayor efecto a mispalabras. Igual que habíahecho Ingeborg, miré a losministros a la cara y uno auno: sobre todo a Franz y alos ministros alemán yfrancés. Los tres merehuyeron. Continué con milista de ejemplosargumentando que si Españase iba a la picota muchas
empresas alemanas yeuropeas lo sentirían más delo que sus representantesestaban dispuestos areconocer—. Por ello,señores, les pido quereconsideren la propuesta denuestrocomisariodeprepararun plan de rescate para mipaís. Ni lo necesitamos ninadie ha podido demostrarque todo nuestro sistemabancario esté en crisis.
Tenemos un problema en unbanco en concreto yúnicamente necesitamostiempo para resolverlo. Perono necesitamos ayuda,muchas gracias —dije,aseverativa—. Así que, porfavor, procedamos a unavotación—añadí,ymesenté.Hubounsilenciosepulcral,
tenso, de casi un minuto.ObservécómoFranzvolvíaamirar el reloj. Creía que
votaríamos inmediatamente,como era costumbre, peroesta vez no fue así. Franztomólapalabra.—Llevamos horas
discutiendo un asuntodelicadoquerequieremáximaponderación —dijo con elceño medio fruncido—.Propongocontinuar eldebatemañana sábado para que nosdémástiempoadeliberaryavotar.
Nome lo podía creer.Mesenté al borde de la silla yapreté el botón de lasintervenciones coninsistencia.Franzmeignoróyempezóarecogersuspapeles,como si estuviera a punto decerrarlasesión.Melevantédenuevoyalcé
lavoz.—¡No puede ser,
comisario!—exclamé—.Estátoda la prensa esperando, los
mercados están locos,tenemos que salir diciendoalgo, ¡todo el mundo estápendientedenosotros!—Pues que esperen —
añadió sin mirarme,volviendo a ordenar suspapeles.Me tapé la cara con las
manos.Sisalíamosdeallísinuna declaración, el mercadolointerpretaríacomounafaltade unión y de apoyo y eso
penalizaría todavía másnuestros bonos, subiendo elcoste de nuestra deuda, quepor supuesto pagaría elespañolitodeapie.Peroesoanadieleimportaba.—¡Por favor, señores! —
supliqué, desesperada. Nadieme escuchaba. Todosrecogíansuscosas.Franz, sin mirarme,
clausuró la sesión y nosconvocóa las tresdela tarde
deldíasiguiente,sábado.Losministros y Franz fueronsaliendo de la sala,apresuradamente, exceptoIngeborg, que me esperó.Ninguno vino a ofrecermeunapalabradeapoyo.Me fui, con el ceño
fruncido, hacia Martin y elresto del equipo y lesconvoqué al día siguiente alas ocho de la mañana parapreparar más munición. La
íbamosanecesitar.Habíaquedeteneratodacostaelrescateque a Franz se le habíametidoentrecejayceja.Para evitar a laprensa salí
del edificio por una puertatrasera, donde Ingeborg yame estaba esperando,maja yrolliza como era, paraproponerme irnos a cenar.Acepté, pues necesitaba unaamiga,unpocodehumanidaden aquel mundo devorador.
Le pedí que fuéramosdirectamente porque queríaacostarme pronto para estarfrescaaldíasiguiente.Cogimos un taxi hacia un
restaurante local en unacallecitaoscuranomuy lejosde la plaza mayor deBruselas. Ingeborg me dijoque allí los mejillones eranespectaculares, aparte de quenadie nos reconocería y deque no nos encontraríamos a
ningún funcionariocomunitario; estos solocomían y cenaban en losrestaurantesmáscarosychicde la ciudad, por supuesto acostadelcontribuyente.La callejuela me dio un
poco de impresión por lacantidad de luces rojas quehabía.—¡Menudo sitio has
escogido! —le dije,extrañada,mirandoaun lado
yaotro.—Los españoles siempre
tan recatados —respondiócon una sonrisa—. EnDinamarca estamos a puntode aprobar un sistema depensionesparaprostitutas.Me reí. No quise ni
imaginarloquemepasaríasiyo propusiera una medidasimilar en España…Imposible.Al cabo de poco rato
estábamos en un pequeñolocal, sentadas a una mesatranquilaydiscretajuntoa laventana, compartiendo unabotellita de un vino blancopescador delicioso y unosmejillonesexquisitos.Justoloquenecesitaba.Suspiré y miré por la
ventana hacia la nochetranquila y aburrida deBruselas. Fue entoncescuando vi a Franz y al
ministro alemán avanzar apaso rápido, las solapas delabrigo altas, pero no habíaduda de que se trataba deellos. Hice un ademán aIngeborg para que mirara.Los dos hombres habíanentradoenunburdel.Megiréymiréa Ingeborg
conojoscomoplatos.—Pero ¿qué te piensas?
¿Dequétesorprendes?—medijo, pinchando una patata
frita para comérsela tantranquila.—¿El comisario europeo
yéndose de putas mientrasuna crisis nos puede dejar atodos desplumados? —pregunté,incrédula.—¿Por qué crees que no
hemos votado hoy? —respondió Ingeborg hastacierto punto sorprendida ydejandoelmejillónquehabíacogidosobreelplato.
—¿Quéquieresdecir?—Llevas poco tiempo
viniendo a Bruselas, querida—medijo,ahoracogiéndomecariñosamente de lamano—.Todoseposponeytardatantoporque así están varios díasaquí, disfrutando de nochesfuerade casaque, comoves,aprovechan al máximo.Cuando te preguntes por quéhay tanta burocracia enBruselas, calcula también
cuántas noches puedes pasaraquí, las posibilidades queeso ofrece y cuánto puedesahorrar viviendo mediasemana con los gastospagados.Neguéconlacabeza.—Y mientras, el
contribuyente venga a pagarimpuestos —dije, de nuevomirandoporlaventana,hacialanada.Ingeborgsonrió.
—Asíeseljuego,querida.
13
Paramisorpresa,nocontécon el apoyo de griegos yportugueses, que votaron afavordelrescate(yencontranuestra), a cambio de unarebajadeladeudaquetenían
con la Unión, según supedespués. Fue Ingeborg —quién si no— la que nossalvó, al romper con su votoen contra el requisito deunanimidad necesario paraaprobar la propuesta. Ladanesa argumentó que losproblemas de la UniónEuropeaeranmuchomayoresy profundos que la crisis enEspaña, y que si Franz y lossuyos querían resolver los
problemas de Europa,deberían empezar por crearuna estructura comunitariamás eficiente y práctica. Mesentí muy agradecida conella,aunqueelapoyolecostócaro a la pobre. Su voto encontra fue percibido comouna falta de lealtad hacia lospaíses del norte, por lo queDinamarca vio recortadas demanera sustancial las ayudascomunitarias que recibía de
formaanual.Paramíaquello resultóser
una magnífica victoria queme permitió salir delante delascámarasasegurandodesdeBruselas que España nonecesitaba ninguna ayuda yque el gobierno tenía lasituación bajo control. Unrescate habría supuesto otroestigmaparanuestropaís,quede repente se habría vistoprácticamenteexcluidodelos
mercadosinternacionalesodecualquier fuente definanciación. Ello a su vezhabríadisparadoelcostedeladeuda de nuestras empresas,dejandoamuchasconelaguaal cuello, generando másdesempleo.Pornomencionarel coste desorbitado que laUnión Europea y el FondoMonetario Internacional noshubieran cobrado por lospréstamos. Lo que la Unión
Europea vende como unrescate o un favor a un paísnecesitadonoesmásqueunaoperación de saqueo a quienatraviesa horas bajas y nopuededefenderse.Peroesanoeralarazónde
que políticos, empresarios ybanqueros en Españatemieran un rescate. Nimucho menos. Elestablishment estabaespecialmente nervioso
porque una intervenciónhabríaobligadoalgobiernoyalasadministracioneslocalesa una transparencia hastaentonces desconocida ennuestropaís.Habríansalidoala luz los sueldos de altoscargospúblicos,susobjetivosmás que modestos oindefinidos, o lospresupuestos de miles deprogramas absolutamenteinútiles que todos los
gobiernosdelademocraciasehabían tenido muy callados.Yo conocía esos números,aunque no porque fueranpúblicosoporquehubieraunsistema eficiente deinformación, sino porque selos reclamaba a lascomunidades autónomas y alas provincias, que no teníanmás remedio quefacilitármelosporque,alfinyal cabo, la que firmaba sus
transferencias regionales erayo. Las cifras eranverdaderamentesorprendentes;nadielepodríahaber explicado a losalemanes cómo la directoradelaComisióndeFiestasdelAyuntamiento de Madridcobraba trescientosmil eurosal año, o que el presupuestoparaimpulsarel inglésenlasescuelas gallegas fuera dediez millones de euros
anuales, desde hacía más dediez años, sin que hubieraningún control deprogresoolamásmínimamejorade lasnotas de inglés en laSelectividad de losestudiantes gallegos. A verquiénleexplicabaalaMerkelque había un tren de altavelocidad entre Cuenca yCiudad Real con tan pocosusuarios que al gobierno lehabría salido más rentable
pagarles un taxi. Eransituaciones difíciles dejustificar y, por supuesto, entodos estos casos la tijeraalemana se habría aplicadosincompasión.Centenaresdecargos y programas públicosde efectividad más quedudosa se habrían ido algarete, y esa era la razónprincipal por la que políticosy empresarios se oponían alrescate. El debate nunca se
centró en si esa medidaconvenía o no a la economíaespañola.Salvamos el pellejo por
pocoy,porunavez,pudimoscantar victoria en Bruselas.Despuésdelaruedadeprensaque siempre se convocaba alconcluir cada Ecofin —enaquella ocasión másconcurrida que de costumbre—, volví al hotel paraponerme cómoda de cara al
viajedevuelta.Teníamuchosinformes que leer y dosreunionesquepreparar.Cuandoestabaenel coche
oficial caminodel aeropuerto(sola pues Martin habíavueltoconelrestodelequipoun poco antes) recibí unallamadadeLucas,mi jefedeprensa.Penséquequerríamásdetalles sobre la votación,peromeequivocaba.—Doña Isabel —me dijo,
amablecomodecostumbre.—Dime,Lucas—contesté,
siemprealgrano.Se aclaró la voz antes de
empezar, un gesto que mepusoenalerta.—Tenemos un problema,
ministra—medijo.Cerré los ojos, ya que
Lucas no era de los queexageran y su franquezaindicaba que el asunto eragrave.
—¿Qué pasa? —pregunté,inquieta.—CarmenEstrada.Lucas guardó unos
segundosdesilencio.—¿Qué ha hecho? —
pregunté sorprendida, ya quenuestros asuntos apenascolindaban.Pensé que se trataría de
alguna metedura de patasobre el funcionamiento delos hospitales u otro dato de
gestión sanitaria que habíaempeorado.LaverdadesqueCarmen sabíamás bien pocode medicina y tenía a laoposición volcada en contradeellaporque,enverdad,noera muy buena en lo suyo.Tambiénacostumbrabaacaeren provocaciones de unamanera un tanto ingenua,saliendo al paso de todas lascríticas. Yo, en cambio,siempre me he cuidado
mucho de seleccionar misrespuestas porque resultaimposible contestar a todo ymuchas veces enfrascarse enuna pelea dialéctica no hacemás que empeorar lasituación.Amenudolomejores morderse la lengua ycallar. Además, la gente, laprensa y los políticos tienenuna memoriasorprendentemente corta, conlo que en cuanto salta otra
noticia, la atención se desvíay ya nadie se acuerda deltemaquetantopreocupaba.Peroenesaocasión,yante
mi sorpresa, la llamada deLucas no respondía a ningúnasuntosanitario.—Carmen se ha ido de la
lengua—dijoporfin.—¿Quéhapasado?—volví
apreguntar,ahoraconansia.Lo último que me faltaba
eraCarmenmetiéndoseenlos
asuntosdemiMinisterio.—La prensa la ha pillado
poco después del anuncio derescate,odelno-rescate, a lasalida de un hospital deValencia que había ido ainaugurar.—Lucas tomóaireunmomento—.Hadichoqueevitar un rescate es unaexcelente noticia, que elgobierno actual es muydisciplinado y que, porejemplo,enesesentidoahora
nos estamos planteandorecortar las pensiones parabajar la deuda. —Lucas sedetuvo, consciente de lamagnitud de aquellaspalabras.Me quedé de piedra. ¿Con
qué derecho hablaba ella delos proyectos o planes demiMinisterio, en público, yademás de cosas que aún noestaban ni decididas?Anunciar que íbamos a
recortar las pensiones eracomo dispararse un tiro alpie, o más bien a la cabeza.¿Aquébocazasseleocurriríahacer público algo así, quenos podría costar casi laselecciones? ¿Algo, que,además, no estabaconfirmado?—Noesverdad—dije.—Lo siento doña Isabel,
pero lo es—contestó Lucas,guardando de nuevo un
silenciocargadodetensión.—¡Será idiota! —no pude
másqueexclamar.Durante esa semana había
estado tan absorta en elrescate que apenas habíaprestadoatenciónalosdemásMinisterios y tampoco habíaleído más prensa que laeconómica. No podíaentender por qué demoniosCarmen había elegido hablardelaspensionesyporquéen
esemomentotandelicado.—Nadie ha hablado de
pensiones últimamente, ¿no?—preguntéaLucas,porsimehabíaperdidoalgo.—No —respondió—. El
tema de las pensiones estátranquilo desde hace untiempo. Nadie dice nada ydesdeelgobiernotampocoseha hecho ningún comentarioalrespecto.Lucas no conocía lo que
discutíamos en el consejo deministros,dondeyo,escierto,había mostrado mipreocupación por el asuntodossemanasantes.Españaseestaba convirtiendo en unpaísdeviejos,conmuypocosniños, así que iba a ser muycomplicado pagar laspensiones en veinte o treintaaños. Tan solo habíaplanteadoeltema,peroGRlohabíaaplazadoalconsejodel
viernes siguiente parahablarloconmáscalma.—Es increíble —dije—.
Lo comenté en el consejo,pero no es ni una propuesta,se trata tan solo de una idea.¿Por qué habrá dicho algoasí? ¿Ha pasado algo enSanidad?Lucas se lo pensó unos
segundosantesderesponder.—Bueno, lo de siempre;
más días de espera para
operaciones, huelgas enhospitales…—dijo.La gestión de Carmen era
calamitosa, pero a mí esonunca me había sorprendidopues ella era abogada deprofesión,nomédico,yamí,personalmente, siempre mehabía parecido algodesorganizada y sincapacidad para expresarseclara y concisamente. Meponía nerviosa en los
consejosdeministros cuandose iba por las ramas y noshacía perder un tiempopreciosoatodos.Suspiré, mirando por la
ventanilla del coche.Estábamos ya cerca delaeropuerto. Había que actuarrápido, pues aquello era unabomba mediática quedebíamoscontener.—Lucas —dije, con
autoridad—. Ya puedes, por
favor, preparar uncomunicado urgentedesmintiendo semejantebarbaridad, diciendo que elgobierno no tieneabsolutamenteningúnplanderecortarlaspensiones.—¿Digoqueniahoranien
unfuturo?Pensé. Tampoco podía
mentir y yo, de hecho, teníaclaro que o recortábamos laspensionesonolaspodríamos
pagar. Pero tampoco podíadecir una cosa sin haberlodebatidoantes,ymucho,conelrestodelgobierno.—¿Futuro inmediato? —
propuse.—Hum…, la gente
entenderá que amedio plazoserecortarán.—Cierto.—¿Ysi lodejamosenque
no existe ningún plan ypunto?—propusoLucas.
—Bien.Me quedé pensativa,
considerando si debíamosañadir alguna cosamás, peroal final decidíquenoporquesiempre he creído en losmensajesbrevesyclaros.—Envíalo cuanto antes—
pedí.—Por supuesto —
respondió Lucas, siemprediligente.Habíamos llegado al
aeropuerto. Mi teléfono nodejó de sonar con insistenciadurante el tiempo que tardéenllegaralavión,estavezunvuelo regular de Iberia.Siempre intentaba recortargastos,porquecreíaquesobretodoenépocadecrisishabíaque dar una imagen desensatezysobriedad.Fuimuyconsciente de que todo lopaganlosciudadanosconsusimpuestosydequeno se les
puede engañar diciendo quenecesitounavióndelEjércitosoloparamícuandopuedoirperfectamente con Iberia(pero no menos; a Ryanairnuncamerebajé).Ya sentada en el avión,
volví a consultar lablackberry.Habíauncentenardecorreoselectrónicosysietellamadas perdidas, peroningunadeCarmen.Nosabíasi esperar disculpas o no.
Habíaresistidoel impulsodellamarla, pensando que eramejor no reaccionar encaliente para evitar deciralguna temeridad de la queluego me pudiera arrepentir.No siempre hay quereaccionar a los hechos deinmediato; en muchasocasiones, lo mejor es nohacernada.Me pasé el viaje pensando
qué podría haber llevado a
Carmen a jugármela de estamanera precisamente en unmomentotandelicadoparaelpaís. El timing era increíble:justo después de que yosalieraentelevisión,radiante,anunciandoquenoshabíamoslibradodelrescate,ysemanasantes de unas eleccionesgeneralesdelasqueyopodíaserlaprotagonista.Radiante. Protagonista.
Ese podría ser el problema.
Carmen recibía muchas máscríticas que yo y, al ser casidiez años mayor, me debíaver como un obstáculo a suproyecciónmediática.Yoeramás joven, también másguapa—paraquémentir—ymi Ministerio funcionabamejorporquemededicabaencuerpo y alma a mi trabajo.Ella, en cambio, daba unaimagen de inseguridad,siempre parecía sentirse
incómoda, por ejemplollevando ropa más bienajustada que no hacía másque empeorar su apariencia.Yo intentaba dar una imagenlomásdiscretaposible,porloque elegía siempre coloresbeigeoclaros,pocovistosos.Igualmi éxito enBruselas
habíaactivadosuinseguridady la mejor manera deapuntarse un tanto erafastidiarme y ponernos así al
mismo nivel. La muyavispada, también habíaelegidounmomentoenelqueyo estaba en el extranjero,desde donde siempre resultamás difícil responder.Después de considerar lasituación durante todo elvueloderegresoaMadrid,alfinal no me quedó casininguna duda de que aquelloera envidia, a tenor delresultado:yohabíapasadode
ser«labuena»a«lamala»,laheroína venida a menos queahora recortaba laspensionesydejabaalosviejitossinpan.Siempre había sospechado
queCarmennoeradefiar.Lointuí desde el primermomentocuandolaconocíenmi primer trabajo enAdministraciones Públicas,donde ella ya era directorageneral. Entonces era yamandona y nunca pedía las
cosas por favor ni daba lasgraciaspornada.Pensabaquesus subordinados estaban allípara servirle. Con la excusade sermayor que los demás,teníahábitosdeviejaescuelaqueamíme resultabanpocoapropiados. No quería quenadie la tuteara y nuncacontestaba el teléfonopersonalmente. Inclusocuando las dos ya éramosministras, me daba mucha
rabiaquelaspocasvecesqueme había llamado, tuvieraprimero que hablar con susecretariaantesdequeestalepasara la llamada. Para míaquello era una gran pérdidade tiempo,mío y también delasecretaria.EnelMinisterioque yo dirigía hacía mesesque había hecho instalarlíneas directas para todos,paratrataracadaunocomoaun profesional, sin
servilismos.Pero Carmen, ya desde
entonces, siempre habíamirado a todos por encimadelhombro,altiva,esperandoaquelaspuertasseabrieranasupaso.Nuncadabalamanoy apenas había expresadopalabrasdesimpatíapornadanipornadie.Eraunapersonaduray en los consejosnuncameayudónimostró simpatíaalguna. Por fortuna, yo
tampoco esperaba nada deella.Durante aquel viaje de
Bruselas a Madrid pensé enVictoria Kent, quien no sellevaba nada bien con ClaraCampoamorniconMargaritaNelken; tampoco con LaPasionaria o FedericaMontseny. Entre ellas nuncase apoyaron. La Kent yCampoamor tuvieronsonadísimas batallas en el
Congreso, sobre todo acercade la cuestión del votofemenino, al que la Kent seoponía y que ClaraCampoamor defendió conuñas y dientes. Esosenfrentamientos entre las dosmujeres adquirieronunagrannotoriedaden laprensade laépoca, más centrada en lasformas de las «guerreras»(comolasllamaban)queeneldebate en sí. Es cierto que
ellas también entraban altrapo y creaban unespectáculomáspropiodeuncircoodel teatroquedeunasesión parlamentaria. A laprensaesoleencantaba,puesvendía ejemplares y era sinduda más divertido que losaburridos sermones de otrospolíticos. Observar a dosmujeres lanzarse anzuelos yvercómopicabanseconvirtióen uno de los pasatiempos
preferidosdelaclasepolíticayempresarialmadrileñadelaépoca.Eso,claro,ayudópocoalprogresode lamujer,puesreforzó la idea de que noencajababienenunambienteserioyprofesional,porloqueera mejor que se quedara encasa.Me he preguntadomuchas
veces el porqué de estainjusticiatangrande,contralaqueyaseluchabaentiempos
de la República, pero quesigue existiendo en plenosiglo XXI. A menudo piensoque las mujeres estamosmenos acostumbradas atrabajar en equipo que loshombres, por esono estamostan naturalmente dispuestascomo ellos para estableceralianzas, tan necesarias parallegar y mantenerse en elpoder. También vamos máscon el corazón en la mano,
apoyandoo rechazando ideassegúnelvalorquelesdemos,mientras que los hombresparecenguiarsemássegúnlesconvenga: túmeayudasamíy yo te ayudo a ti, y miopinión sobre el asunto encuestión pasa casi a segundoplano.Con la competitividad
ocurre algo similar, como seaprecia ya en el patio delcolegio. Los niños compiten
entre sí —a ver quién meamás lejos— o aprenden aformar equipos a través deldeporte, mientras las niñassuelen sentarse en corro parahablar, tranquilas. Es decir,ellos en plena acción ynosotrasmirando,pasivas.Lavidamisma.Los hombres también
suelensermásprácticosynopierden el tiempo en debatesestériles o en luchas por
defender un principio; por logeneral miran hacia arriba ysolo se meten en líos sipueden sacar provecho deellos. Mientras, nosotras nosenfrascamosenbatallascomola del voto femenino durantelaRepública, o las pensionesenelcasodeCarmen,quenonos aportan nada, más quetiempoydescrédito.Lapeleaentre la Kent y Campoamorse tradujo enqueningunade
las dos llegó a ser ministra,perpetuando los gobiernosformados solo por hombres.Quizá el hecho de que hayatan pocas vacantes paramujeres en puestos de podertambién hace que tengamosquelucharmásentrenosotrasparaconseguirlos,con loquelos recelos aumentan. Triste,perocierto.Precisamente para evitar
una riña de gatas no llamé a
Carmen desde Bruselas.Decidí sermás profesional ydejarelasuntoparaelconsejode ministros del viernessiguiente. Prefería debatirloante GR, quien seguro meapoyaría, y no en unaconversación privada conCarmen, que solo crearíaresentimiento. Tampoco lequería dar la oportunidad deexcusarseenprivado;preferíaque el ejecutivo en pleno
analizarasudesplanteentodosu esplendor, y que quedaraenevidenciadelantedetodos.La jugada que me habíahechohabíasidomonumentaly tendría que cargar con lasconsecuencias.El viernes no tardó en
llegar, tras una semana deciertacalmaunavezsedisipóla incertidumbre del rescate.En cuanto a las nuevaspérdidasdelBancoNacional,
decidimos inyectarles máscapital, que de momento elEstado podía absorber puesno eran tan cuantiosas comoenlaprimeracrisis.Elasuntode las pensiones tambiénhabía desaparecido del mapadesdeelmiércoles,cuandoelReal y elAtlético deMadriddisputaron un partido de laChampions que monopolizóla atención pública. Siemprehe pensado que en este país,
elfútboleselmejoraliadodelospolíticos,comoelcircoloera de los emperadoresromanos:ungranmecanismoparadesviarlaatención.El consejo de los viernes
empezó, como siempre, a lastres de la tarde. Los nueveministros estábamos ennuestros puestos decostumbre, el mío justo a laderechadeGR,talycomoélhabía dictado cuando me
incorporé a su equipo.Carmen estaba en la esquinaizquierda de la mesarectangular, que era de unamaderadenogalmaravillosa.La estancia, enMoncloa, eramás bien anticuada, todavíacon motivos florales o decazaenlasparedes.GRhabíamodernizado su despacho,pero aseguraba que habíaestado demasiado ocupadopara redecorar la sala de
reuniones. Al menos habíainstalado cables y enchufespor debajo de la mesa, muydiscretos, para quepudiéramos usar y cargarmóviles o portátiles. La luzera clara y otoñal; desde lamesa veíamos las encinas ylosolivostanespléndidosquehay en los jardines deMoncloa.GRfueelúltimoenentrar
ysentarse.Ibaelegantecomo
siempre, con su impecabletrajeazuldecortemodernoycamisa blanca. Como decostumbrenollevabacorbata,sin que ello le restara unápicededistinción.Seahorrólospreámbulos.—Señoras y señores —
dijo, solemne—. ¿Se puedesaber qué chapuza ha pasadoconeltemadelaspensiones?Hablamos del asunto aquíhace dos semanas y lo
dejamos todo en el aire. Nohubo ni hay ningunapropuesta de recortarpensiones, Carmen —lepreguntómirándola fijamentecon más bien poca simpatía—, ¿por qué dijiste algo así?No es verdad y para colmonos da una imagen dedescontrolydesorganización.Carmen, con la respuesta
bien preparada, explicó quelamentaba su error y que no
volvería a ocurrir; que solohabía intentado dar unaimagen de gobierno activo ydisciplinado con los gastos.Por una vez fue breve,supongo que para minimizarlos daños y cambiar de temaenseguida.Pero GR no iba a dejar
pasar algo así demanera tanligera y nos largó unmonólogo de casi diezminutos sobre la importancia
de ofrecer una aparienciaunificada y de no meternoslosunosenlosasuntosdelosotros. Era el estilo que legustaba al presidente, quiendirigía un gobierno sobriopero que funcionaba pococomo equipo. Cada unollevábamos nuestroMinisterio y aunque en elconsejoescuchábamos loquehacían los demás, apenasdebatíamos nada ni teníamos
prácticamente contacto entrenosotros durante la semana.Creo que GR quería unaestructura más bien celular,con las partes desconectadasentresíyquedabamáspodera quien está por encima detodo,élenestecaso.Aquellaestructura me sorprendió alllegar, pues había imaginadoque un gobierno democráticosería como un equipo defútbol en el que cada uno,
desdesupuesto,jugabamásomenos con elmismo estilo yunobjetivocomún.Setratabade gobernar el país desdemuchos aspectos —eleconómico solo era uno deellos—, por lo que yo creíaque trabajaríamos juntoshacia un mismo fin, peropronto me di cuenta de queno.Allícadaunohacíaloquedebía, o podía, pero a supropio son. Eso también se
reflejaba en la sociedad, quecarecía de objetivos capacesde despertar ilusión, en granparte porque el gobierno nolos había definido.Cuidábamos de los árboles,pero nadiemiraba el bosque.Y así iba el país. ¿Haciadónde?Hacianingunaparte.Carmen reiteró sus
disculpas al final delsoliloquio de GR, quienañadió, ahora mirándome a
mí:—Y esto, Isabel, significa
que tenemos que olvidarnosde la idea de recortarpensiones—dijo.—Supongo que te refieres
aduranteuntiempo,¿no?—pregunté—.Yacomentéhaceun par de semanas que losnúmerosnocuadranyquenotendremos más remedio querecortarlas tarde o temprano.Si no, en tan solo diez años
nolaspodremospagar.—Puesqueseaelpróximo
gobierno quien las recorte,pero nosotros no. Nos haríademasiado dañoelectoralmente—apuntó GR,rápido.Dudé en si seguir
debatiendo o no, porquetampoco era cuestión dellevarlacontrariaaljefe.Aunasílohice,porquelocreíamideber: había que empezar a
recortaralgunasdotacionessiqueríamos una gestión eficazy responsable en el futuro.Como ministra, no podíadejar unos compromisos depago de pensiones quesupusieranunproblemagraveal próximo gobierno. No eraético. Yo estaba allí paravelar por la economía delpaís,presenteyfutura.—Metemoqueesuntema
delicado y que nuestra
natalidad es la menor deEuropa. O nos hacemos másricos,orecortamos—dije.—Pues nos hacemos más
ricos —respondió enseguidaGR.Miréalrededorde lamesa,
sobre todo aMario, ministrode Industria y rival (porentonces ya vencido) en labatalla por la sucesión en elpartido.Sabía que él conocíabien el problema porque era
economistayademássehabíamostradodeacuerdoconmisideas anteriormente.Permaneciócallado.El tema se zanjóy cuando
creía que ya no había másasuntos económicos en laagenda,GRapuntó:—Ah, Isabel, me parece
bien endurecer lascondiciones para que losfondos de inversiónextranjerosoperenenEspaña
—dijo, ante mi sorpresa—.Me lo comentó Villegas elotrodía.—¿José Antonio? —
pregunté, con una cejalevantada.—Coincidimos esta
semana en una cena con elpresidente mexicano en laZarzuelacuandotúestabasenBruselasyélfueentulugar.—Pero ¿qué te dijo? —
preguntétodavíaenestadode
shock, puesto que no sabíaabsolutamentenadadeltema.Yo era la ministra y enningún momento se habíaplanteado ningúnendurecimiento de lasbarreras de entrada a losfondosextranjeros.GRpercibiómisorpresa,lo
que no era una buena señalporque daba a entender quenoestabaaltantodeloquesecocía en mi propio
Ministerio.—Dijo que hay una
importante gestora de fondosestadounidense, NorthStar oalgoasí,quepretendeveniracomerse elmercado nacionaly que planean unasinversiones multimillonarias.—Permanecí callada porquetodo aquello era nuevo paramí, pero intenté que no senotara. Las manos meempezarona sudardebajode
lamesa.GR continuó—:Medijo que eran unas medidasfuertes, pero simples, paraproteger a los bancosespañoles, ahora muynecesario en tiempos decrisis.El NorthStar de Gilliot
desde luego no era santo demi devoción, pero unamedida así de aislacionista,en finanzas, era casi comovolver a la autarquía de
Franco. No podía estar deacuerdo, de ninguna de lasmaneras.—Es importante que el
ciudadano español puedainvertirenfondosextranjerospara tener más elección ytambién acceso a inversionesque no son posibles desdeaquí —dije tandiplomáticamente comopudeysobretodoconvencida.GR me miró, así como
Mario, ministro de Industria,queestavezsíintervinoperono precisamente paraayudarme.—Los mayores bancos
españoles ya ofrecen accesointernacional —dijo concierto paternalismo, como sifuera algo que yo no supiera—. Pero ahora es importanteque nos centremos en cómofortaleceroprotegeranuestrabancamásqueenplantearnos
si los españoles invierten enVietnamono.GR asintió con la cabeza.
Yo les miré a los dos. Unavez más, tomábamos unadecisión donde nadie secuestionabalasconsecuenciasparaelconsumidor final,quesequedaría, en este caso, sinun abanico muy importantedeposibilidadesdeinversión.Por prudencia me callé,
aunque en ese momento
empecé a maquinar la salidade José Antonio de miequipo. Siempre había sidounproblemay aquello era lagota que colmó el vaso. YanoloqueríaenmiMinisterio.Noqueríaanadiequeactuaraamisespaldas,yencimaparadefender algo por su propiointerés.Estaba seguradequeen el futuro José Antonio secobraríadeunamanerauotraeste favor a la banca. Como
dehechoocurrióyaquepocodespués entró en el consejodeHSC.Me empecé a hartar de
tanta hipocresía ynegligencia, no solo en elcaso de José Antonio, sinodel gobierno en pleno. ¿Noestábamos allí para construirun país mejor? ¿Por quéíbamos a suprimir opcionespara el españolito de a piesolo para proteger a nuestra
banca? Como si los bancosespañoles fueran pequeños eindefensos: controlaban elpaísdominandolasindustriasmás importantes, decidiendoellos solitos qué sectoresprosperabanycuálesno(alosque les limitaban el crédito).Con sus donaciones, tambiéntenían gran poder sobrecentenares de asociacionesculturales que dependíanfinancieramente de ellos, y
para colmo controlaban laprensa, que vivía de supublicidad. ¿Por qué ungobierno de centro-izquierdacomo el nuestro tenía quesucumbir a un oligopoliocomolabanca?Ese día en el consejo de
ministros me sentí pequeña,muy pequeña. Como si elhecho de ser ministra deEconomíanofuerasuficiente,peronoporquenomedejaran
hacer cuanto creía que debíahacer —de eso hacía muchoquemehabíadadocuenta—,sino porque estábamosvendidos a la todopoderosabanca. Éramos el gobierno,pero teníamos poco poder.Aquellohabíaquecambiarlo.
14
La llamada que habíaestadoesperandotodaaquellanoche preelectoral medespertó de golpe. Debía dehabermequedadodormidadepuro agotamiento después de
hablar con Manolo, porquecuando sonó el móvil, queestabatiradoenelsuelojuntoalsofá,erancasilasdosdelamañana. Lo cogí con tantaansiedad que se me volvió acaer,peroafortunadamenteelemir al-Surdha era unapersona paciente e insistentey el artilugio siguió sonandohasta que por fin le di a lateclaadecuada.—¡Emir! —exclamé
poniendo lospiesenel sueloy enderezándome. Tenía elcorazón en un puño. Sentíauna mezcla de angustia ypánico por si hubieran sidoellos los vendedores denuestrosbonos,pero tambiénunasensacióndecalmaporsiaquella caída era un fallotécnico que se aclararíapronto.—Querida ministra —me
dijo tan tranquilo, correcto y
caballeroso como decostumbre—. Espero nohaberla despertado, perocomo en sus mensajes mepidió que la llamara acualquierhora,aquímetiene.Para él eran las seis de la
mañana del sábado. Me loimaginéensupalacioconsupijamadesedanatural,depiefrente almar,móvil de plataenmano. Quizá tresmujeresleesperabanenlacama,pero
preferínopensarlo.—Y yo se lo agradezco
muchísimo, emir. Buenosdías —dije, ahora un pocomástranquila.Al-Surdha no se anduvo
conrodeos.—¿Quéhapasado?Suspiré. Su ignorancia
demostraba que ellos nohabían vendido. De todasmaneras,sialgoheaprendidoen política y en la vida en
general es que uno no sepuedefiardenada.Odecasinada,nunca.—De eso precisamente
quería hablarle, emir —contesté de la manera másdelicada que pude—. Lacaída de los bonos nos hasorprendido muchísimoporque no existe ningúnmotivo que la justifique: nohay datos negativos quevayan a salir la semana que
viene ni ninguna sorpresadesagradable quedesconozcan los mercados.Nuestra economía, desdeluego, no va tan bien comoquisiéramos, pero tampocovislumbramos ningunadesgracia que explique estahecatombe—dije, intentandodar confianza a nuestroprincipal inversor. El fondosoberano kuwaití tenía casiun veinticinco por ciento de
nuestradeudapública.Elemirpermaneciócallado
duranteunossegundos.—Noloentiendo—dijo—.
Desde luego que no hemossido nosotros. Ya sabe,señora ministra, quefirmamos un pacto deinversiónalargoplazoconelgobierno español y no esnuestroestilocambiardeideade unamanera tan repentina,ymuchomenossinavisar.Si
quisiéramos vender,hablaríamos primero conusted y trazaríamos un planpara que la salida fueraordenada.Respiré más que aliviada.
Era francamente difícilencontrar personas de estaentereza y palabra en elmundodelapolítica,yyanodigamoseneldelasfinanzas,dondetodovaleconelfindeganardinero.
—Se lo agradezcomuchísimo, emir —dije decorazón—.Nunca he dudadodesupalabra.—Eso no significa que no
estemos disgustados con eltema del Banco Nacional—apuntó—. No esperábamosesa segunda tanda depérdidas, pero confiamos enrecuperareldinerocuando laeconomía mejore y el bancose venda a algún oligarca
extranjero,oaotraentidad.Nosupequédecir,pues la
banca española era unoligopolio que controlaba, ytodavía controla, todo el paísy antes me cortarían lacabeza,yladelemirtambién,que permitir que el segundobanco de España acabara enmanos extranjeras, por másque loskuwaitíesyelpropioEstado fueran los principalesaccionistas. Ningún gobierno
se atrevería a fastidiar a labanca. Intenté volver alasuntoprincipal.—Emir,¿ustedeshanvisto,
leído o escuchado algo sobreelmovimiento de los bonos?—pregunté, consciente de lo«cutre» que resultaba que laministra de Economía de unpaís como el nuestropreguntara a su principalinversor qué demonios habíapasadoconsudeuda.Perono
tenía más opción quepreguntar; estabadesesperada.El emir pareció dubitativo
duranteunosinstantes.—Pues no sé…—empezó
—. Podría ser un ataque porparte de los fondosespeculativos, pero esosiempre ocurre antes dealgunanoticiaoalgogordo…—Hizounapausa—.O igualalguien está apostando que
algún partido radicalizquierdista gane laseleccioneseldomingo,loquedesde luego provocaría unadebacle en los mercados.¿Existe algunaposibilidaddeque gane algún partidocomunistaosimilar?—Ni hablar, son
minoritarios—dijesinapenaspensar.Era cierto que la crisis
había aumentado el
descontento socialdemaneraconsiderable y que algunospartidos populistas y deextrema izquierda habíanganado prominencia eninternet, pero al final la cosase había quedado en muchoruido y pocas nueces. Esosgrupos apenas habían sabidoorganizarseysucampañafuemás bien pobre, con pocasideas sobre la mesa. Parecíaquelagentesehabíacansado
deellosdespuésdeun ligeroaugeinicial.—Puesentoncesnoséqué
más puede ser —apuntó elemir, pensativo—. A no serque la Unión Europea estépreparando un rescate deEspaña.—No,esonoesverdad—
dije con toda la certeza delmundo—. Si fuera así losabríaynoeselcaso.—¿Seguro?—cuestionó el
emir—. Y ¿si lo estánhaciendo por detrás, sincontarconsucolaboración?—Eso atacaría cualquier
principio democrático —respondí—. La UniónEuropea no puede actuarcomo uno de esos fondosespeculativos—dijemientrasalzaba las cejas—. Ya solonosfaltaríaeso.—Nosé,nosé—respondió
el emir poco convencido—.
Yo, por si acaso, measeguraríadequenilaUniónEuropea ni el FondoMonetario Internacionaltenganalgúnasenlamangaoalguna mala noticia oadvertencia que vayan apublicarlasemanaqueviene.Podríanhaberdadoelsoploaalgún inversor y que estehaya actuado con antelaciónpara lucrarse. —Aquella erauna posibilidad que no se
podía descartar, sobre todoahora que teníamos a unespañol al frente del FMI.Tendría que indagar—. Perocon lo que puede contar —prosiguió el emir— es conque nosotros no hemostocadonuestrainversiónniloharemos en un futuropróximo —reiteró. Suspirécon gran desahogo—. Detodos modos —continuó al-Surdha alertándome—, y ya
queestamosmanteniendounaconversación tan franca, megustaríasabersiseríaposiblerecibir una pequeñacompensación por nuestroapoyo en un momento tancrucial—dijocondelicadeza.Cerré los ojos y me
lamentépornohaberprevistoaquella situación.De haberlopensado antes, quizá hubierapodido ofrecer algunarecompensamenor de la que
en ese momento a buenseguro me tocaría pagar.Estabaatadadepiesamanos.—Escucho—dije.¿Qué otra cosa podía
hacer?Enojaraloskuwaitíeshabría sido lo máscontraproducente en aquelmomento.—Soy consciente de que
Kuwait cuenta con unaposición privilegiada —empezó—. Es cierto que el
petróleoyelhechodeserunpaís tan pequeño nos ayudaen gran manera, pero somosresponsables y tampocopodemos tirar el dinero, porAlá.—Claro—dije, intentando
mostrar el máximo respeto.Pero porAlá, yamegustaríaa mí tener sus pozos depetróleo.—La realidad es que en
España hemos perdido
dinero,ymucho,primeroconel Banco Nacional y ahoracon los bonos —continuó elemir.—Son inversiones que se
recuperarán—añadímásbienconpocaconvicción.—No me cabe la menor
duda—contestóal-Surdha—.Nosotros, ya le he dicho,tenemos confianza en laeconomía española; es más,ahora estamos interesados en
una zona algo deprimidajunto al puerto de Barcelona—dijoconconvicción.Seguro que llevaba tiempo
dando vueltas a esa idea,porque los kuwaitíes niactúan con prisas ni tomandecisiones espontáneas. Detodos modos, era la primeravezquemelamencionaba.—¿Barcelona? —pregunté
intentando disimular mi faltade sorpresa. La ciudad
catalana se había convertidoen objeto de interés demultimillonarios de todo elmundo.Atraídosporsuluzybelleza, estadounidenses,asiáticos, rusos, chinos yjeques árabes pagabanfortunasporcomprarpisosdelujo frente almaropor estarcerca de algunos de losmejores restaurantes o de lamejor arquitectura delmundo. Barcelona se había
convertido en la ciudad-juguete de la éliteinternacional. Yo habíaluchado para que esosmillonarios trajeraninversiones, empresas,fábricasopuestosde trabajo,pero no había manera. Esaélite solo quería Barcelonacomo pasatiempo de fin desemana, con helipuertosprivados y residenciasexclusivasparadisfrutardela
ciudad; venían en busca delcolorido de las Ramblas, delas tiendas del Eixample, delexotismoarquitectónico,delasofisticada vida nocturna, lospaseos a la sombra de laspalmeras de la Diagonal oincluso del fútbol. Pero nihablar de trasladar allí susoficinas o empresas, osimplemente de realizarinversiones que crearanempleo. Respiré hondo y
exhalé despacio, esperandoquelasdemandasdelemirnofueran desorbitadas—. ¿Aqué zona se refiere enconcreto,yquéplanestiene?El emir tosió ligeramente,
peroenseguidaseexplicó:—EslazonadelPoblenou,
nomuylejosdelpuerto.—Sí, sí, la conozco —
apunté. Siempre me habíagustado aquel barrio depescadores, hoy también
urbanizado con apartamentosde lujo pero que al menosconservaba lo poco deoriginal que le quedaba a lazona portuaria de Barcelona,básicamente reconvertida enparquetemáticoparaturistas.Elemirprosiguió.—Nos gustaría desarrollar
unpuertoprivadoparabarcosy yates de gama alta, con unmuellerepletoderestaurantesyserviciosylaposibilidadde
construirchalésjustodetrás.Me llevé una mano a la
cabeza y cerré los ojos.Saltabaa lavistaqueaquellaera una idea que ya teníanmuymadura.—Osea,unpuertoprivado
solo para ricos, casi en elcentrodeBarcelona.—Bueno, está un poco
alejado—apuntóelemir.—Desde luego no está al
finalde lasRamblas, pero se
tardadiezminutosenllegaralcentro—dije.—Sí, por eso nos interesa
—apuntóal-Surdha.Guardé unos segundos de
silencio.¿Cómoibaaaprobarsemejante proyecto? ¿Dóndese había visto a unaministraen principio de izquierdasvender el corazón deBarcelona a los kuwaitíes?Yo, cerrando el últimoreductogenuinodeplayaque
le quedaba a Barcelona paradárselo a la éliteinternacional, que encima noquería mezclarse con lapoblación local; solobuscaban un lugar privadodonde atracar, comer ydormir, todo en la mismazona.Meangustiópensarquenoteníaalternativa.El emir prosiguió con su
increíbletalentonegociador.—Ni que decir tiene, que
veríamosesta inversiónen laeconomía local como unaapuesta tan a largo plazocomolaentradaenlabancaoenlosbonossoberanos—dijocon convicción—. Ya sabe,ministra,quesomospersonasde palabra y que cuandollegamos a un sitio es paraquedarnos. No somos unfondo especulador y estamosmuyilusionadosconnuestrosproyectos en España.
Creemos que esta relaciónpuede ser muy satisfactoriaparalasdospartes.Sí, claro, pensé, hasta que
nos acabéis comiendo.Verdaderamente era unadesgracia ser un país pobre.Los griegos ya habían hastavendidoalgunasdesusislasajequesyachinos,yyoestabaapuntodeentregarunpedazodel corazón de Barcelona aloskuwaitíes.Porcamiseria.
Me recliné en el sofá eintenté pensar con rapidez.Recordé el Portal Vell deMallorca, no muy lejos dePort d’Andrax, una pequeñalocalidad que habíanreconvertido en un puertonuevoparamillonariosrusos.Aunque en una zonamaravillosa de la costamallorquina, el enclave estotalmente nuevo y siguedominadoportiendasdelujo,
comoGucci,HermèsoPrada.Ningún mallorquín va allímás que a servir a la élite,que paga cinco euros por uncaféyquinceporunacopadecava. Las cuidadísimascarreteras y accesos quelleganallugarestánplagadasdeporschesytodoterrenosdedesproporcionadasdimensiones que llevan ytraen a losmillonarios desdeunhelipuertoprivadocercano
asusbarcos.Me imaginé un panorama
similarenelPoblenouantelamirada atónita de losresidentes locales, a quienespor supuesto habría quedesalojar y mandar a otraparte.Recordéun restaurantede pescado maravilloso enuna placita encantadora, concasasdenomásdedospisosdealturaalrededordeunpinomajestuoso que daba una
sombra fabulosa en verano.Allí había pasado veladasveraniegas muy agradables,con los niños del barriocorreteando y tirandopetardos en la noche deSantJoan, mientras sus padres yabuelos se sentaban a cenarante mesas de plástico, conmanteles de papel. No habíamás que hacer que disfrutarde la compañía de amigos yfamiliares en ese espacio
mediterráneo tan tranquilo yespecial.A esas personas ahora me
tocaríaexplicarlesquedebíandejar sus casas amplias ysoleadas para mudarse a laplanta veintidós de unedificio en Badalona uHospitalet, lejos de susvecinos de toda la vida. Seme encogió el corazón.Intenténoadoptaruntonodesúplica,sinoderealismo.
—Esazona,señoremir,esmuy delicada —dije—. Estámuy ligada al espíritu de laciudad.Esdelopocogenuinoquelequeda.—Ya sé, ya sé, señora
ministra —dijo el emir—.Precisamente por eso nosinteresa.Guardé silencio. Solo
quedabaimplorar.—¿Habría alguna manera
de compartir ese espacio con
los actuales vecinos, de queno todo acabara en manosprivadas?El emir emitió un ligero
suspiro.—Por supuesto que nos
encantaría, y comprendo suposición —dijo—. Pero metemoque el espacio no es lobastantegrandeparatodos.Ysicompartimosaunqueseaunpoquito, el proyectofracasaría, porqueno sería lo
suficientemente exclusivoparaesteperfildecliente.Deverdadquelosiento.Fruncíelceñomientrasme
estrujabaelcerebrobuscandoalternativas.—No sé, emir, no sé. Es
una cuestión delicada. ¿Nopodríamos pensar en otrasolución? Tenemos otraszonas portuarias en Españaque precisan inversión y quecuentan conmás espacio. En
Asturias,porejemplo…Nomedejócontinuar.—Queremos esa zona en
Barcelona. El público en elquepensamosnuncaatracaríaenAsturias.Razónnolefaltaba,pensé.
Intentéganartiempo.—Emir, me gustaría
madurar esta decisión,hablarlo con el resto delgabinete si usted me lopermite…
Me volvió a cortar, algoque me sorprendió, pues al-Surdha siempre había sidosuavecomolaseda.—Me temo que no
podemos esperar… —Dejópasar unos instantes—. Laspersonas detrás de este planpodrían quedarse muydescontentas si les hacenesperar, por lo que podríanempezar a vender bonosespañoles… —dijo,
aclarándoselavoz.Nuncamehabíanhechoun
chantaje tan directo. Y medolió. Era cierto que elmundosiempresehamovidoporintereses,asíquenosédequé me sorprendía. Peroresultaba muy desagradableestarenesasituación.Volvíapensar en las hogueras deSant Joan, en esas plazastranquilasysilenciosasenlastardes de verano. En esas
familiasmovilizadashaciaunbarrioobrero,yanopescador,a las afueras de Barcelona.Pensé en ese restaurante tanacogedor,cerradoysustituidopor otro sirviendo ostras ychampánaoligarcasrusosdesesenta años acompañadospor rubias de veinte. Se merevolvióelestómago,peronotenía opción. La alternativaera otra hecatombe denuestros bonos, lo que
aumentaría tanto el coste denuestra deuda que noslanzaríadirectosaunrescate.Los kuwaitíes nos teníancogidosporloscojones.—Veréloquepuedohacer
—dijeporfin.—Estoy seguro de que
como ministra de Economíalopuedehacertodo.Suspiré.—Lo intentaré —
claudiqué,congranpesar.
El emir guardó unosinstantes de silencio. Por finconcluyó:—Ministra, siempre es un
placertratarconusted.Yosolopudeañadir:—Graciasporllamar,emir.Sinmás,al-Surdhacolgóel
teléfono.Eranlasdosdelamañana,
me jugaba unas eleccionesgenerales, mi país estaba albordedelabancarrota—siel
tema de los bonos no seresolvía—, y acababa devenderuntrocitodelcorazóndeBarcelonaa loskuwaitíes.Mepreparéungin-tonicymedije que ya solome quedabarezar sin saber muy bien aquién, ya que nunca habíacreídoennadamásqueenlavidamisma.Fui al baño a refrescarme.
Me lavé la cara y observéunas grandes ojeras que me
llegaban hasta las mejillas.Tenía la tez blanca, los ojoscasi apagados, el pelorevuelto.Casi giré la cara delo poco queme gustó lo quevi. Estaba agotada, lascircunstancias claramentemesuperaban.Igualaquelpuestorequería más de lo que yopodía dar. Igual era un errorhaberse presentado a lapresidencia. Igual no eracapaz. Pensé en GR, en su
incapacidad para actuar, enlas pocas decisiones quehabía tomado —siempreeligiendo la opción fácil, laquelemantuvieraenelpoder—, pero en ese momentoentendí que, por lo menos,fortalezanolefaltaba.Nuncale había visto destrozado,apagado, como lo estaba yoen ese momento.Me tapé lacaraconlasmanosysentílosojoshúmedos.Notécómolas
lágrimas estaban a punto deaflorar, pero las contuve alver a través de la ventana laluz del despacho de Martinencendida. Aunque no lehabía pedido expresamenteque viniera al despacho, lapresencia de mi directorgeneral de Tesoro mereconfortó.Leconocíabienyestaba segura de que estaríatrabajando a destajo parasaber qué demonios había
pasado con los bonos. Comoyo. Cuando me disponía aacercarme para saludarle, miteléfonovolvióasonar.Corríacogerloporqueuna
llamadaalalíneadirectayenplena madrugada solo podíasignificar algo importante.EsperabaquefueraAntoniooLucas, o alguien que mepudiera explicar la terriblesituación que estábamosatravesando.
Me sorprendió ver elnúmerodemóvil deEstrella,aunque pensar en ella metranquilizó. Por fin una vozamiga, alguien de quien mepodía fiar, mi secretaria lealdurante más de diez años.Mientras la saludaba, fui apor el gin-tonic que habíadejado sobre la mesa y mesentéenelsofá,másrelajada.—Estrella, querida, qué
sorpresa tan tarde —dije
mirando el reloj de la pared.Eran las dos y media de lamañana.Lediuntragoalgin-tonic.—Isabel —me dijo tan
cariñosa como de costumbre—,perdona que temoleste aestashoras,peroibaencochede camino a casa con unaamiga y he visto luz en eldespachoymeha extrañado.Solo quería asegurarme deque todo está bien,
preguntartesinecesitasalgo.Aquella preocupación tan
naturalporpartedealguienaquien apreciaba y todavíaaprecio me infundió ánimos.No todo el mundo era undesalmado y un interesado;todavíaquedabanpersonasenquien poder confiar, por lasque una podía y debíatrabajar.—Estrella, querida, sí,
bueno,estoyaquí.—Nosabía
qué decirle, pero estabademasiadocansadaoagotadapara mentir o esconder laverdad.Al finy al cabo, ellahabíasidomialiadamásfiel.Respirédespacio.—¿Ha pasado algo? —
preguntó.Estrella era discreta y no
husmeaba, pero siemprepercibía cuándo algo mepreocupaba.—Pues sí, Estrella, hija, sí
hapasado—ledijecasicomounamadreapesardequeellatuviera algo más de treintaaños y yo apenas le llevaradiez. Dejé el gin-tonic en lamesa y me dispuse aexplicarle cuanto sucedía,puesella,queleíamiscorreosy atendía mis llamadas,podría tener alguna pistasobre algún comportamientoextraño por parte de uninversor. Igual gracias a
Estrellapodríamosatar algúncabo suelto—. Resulta quelos bonos se han hundido enWall Street y nadie sabe porqué —confesé, apoyando laespalda en el sofá y los piessobrelamesitadecristal.—Ostras… —exclamó
haciéndose cargo de lasituacióndeinmediato.—Y José Antonio le ha
dichoalaprensaquehansidolos kuwaitíes quienes han
vendido porque están hartosde las pérdidas en el BancoNacional —añadí. Estrellasabía perfectamente que JoséAntonio y yo nunca noshabíamos llevado bien;incluso alguna vez me habíacontado que José Antonio lehabía pedido que no siguieramis indicaciones, sino lassuyas. Pero Estrella siempreselashabíaingeniadoparanoobedecerle.
—Qué hijo de puta, ¿no?—dijo.—Pues sí que son unos
comentarios muy pocoafortunadosenestemomento;nos hacen mucho daño.Seguramente solo me querráfastidiar a mí, pero lo únicoquevaaconseguiresarruinara miles de españoles. —Medetuve un instante para darotro trago. Hablar conEstrella me relajaba—. El
caso es que no han sido loskuwaitíes quienes hanvendido porque acabo dehablarconelemirymelohaconfirmado—dije.—Ah, el emir…—suspiró
—. Estoy segura de que al-Surdhanuncanosharíadaño,Isabel. Recuerdo muy biencómo nos trató en TarragonayenKuwait.Esunencantoytodouncaballero—añadió.Estrella y el emir siempre
se habían llevado bien. EnTarragona y en Kuwait, al-Surdha se había deshecho enatenciones con ella,tratándola como a unapersonamásdelequipoysinmenospreciarla por ser lasecretaria,comomuchos.EsoEstrella lo apreciaba ysiempre le trataba bien,dándole preferencia frente aotros inversores, quienes amenudo le daban órdenes
directas como si fuera supropiasecretaria.Continué:—Estrella,querida,¿túhas
notado alguna cosa rara ofuera de lo común en lasllamadasdelosinversoresenlas últimas semanas? ¿Oalgúncorreoquetellamaralaatención?Estrella titubeó unos
momentos…—Puesno,Isabel,no…No
he notado nada raro… —
Dejó pasar unos segundos,pero luego añadió—: Lo queno me extraña, si tengo queserte sincera, es que JoséAntoniotelajuegue—dijoysequedócallada.—¿Qué quieres decir? —
pregunté. Ya nada me podíasorprenderaquellanoche.Estrella tardó unos
segundosantesdecontinuar.—Todo esto es
confidencial y no se me
tendrá en cuenta, ¿no?—mepreguntó.—Porsupuesto,querida,ya
sabesquetepuedesfiardemícomo yo llevo diez añosconfiando en ti —dijedándole otro trago a mi gin-tonic.Elcomentariopareciódarle
seguridad y no tardó enabrirse.—Siempre he sospechado
de él —empezó—. Siempre.
No solo porque ya te headvertido en alguna ocasiónque me ha contradicho tusórdenes,sinoporqueyoyaleconocíadeantes.—¿Ah, sí? —pregunté,
extrañada.Nopodíaimaginarcómo una periodista de unpueblo de Soria podría habercoincidido antes de llegar alMinisterio con JoséAntonio,miembrodelaélitetecnócratamadrileña,criadoenelbarrio
de Salamanca, rodeado defamilias de embajadores yministros y descendientedirectodeunode losúltimosregentes de algunasprovincias del Perú—. ¿Dequéosconocíais?Estrella respiró hondo,
nerviosa, por lo que yoempecéaintuirqueallíhabíamás historia de la queparecía. Descarté deinmediato un affaire, porque
a José Antonio no se leconocía mujer alguna. Esmás, yo siempre habíapensadoquepodríasergay.—Pues, Isabel… —
empezóEstrella,titubeando.—Tranquila, Estrella —le
dije—, las cosas nunca sontanmalascomoparecen.Después de una breve
pausa,porfinarrancó:—Nunca te lo he contado,
Isabel, pero mis años en la
universidadenMadridfueronunpocoextraños…—dijo—.Yo venía de provincias. YasabesquesoydeAlmazán,unpueblecito agrícola de Soriadonde nunca pasa nada,dondelagentevivetranquila,aceptando su destino, sea elque sea.Elquees rico, loessiempre, y el pobre, lomismo; a los guapos lessobran las ofertas, mientrasque los feos se tienen que
espabilar. Nadie protesta,nadie dice nada. Por eso mequiseiryestudiarunacarreracomo periodismo, que meabriera nuevos horizontes;queríateneroportunidadesenla vida. —Me recosté en elsofá.DebíaserpacienteydaraEstrella todoel tiempoquenecesitara. Ella seguíahablando—.Mis padres, queno eran ricos en absoluto,pero sí precavidos, tenían
unos ahorrillos que habíanacumulado a lo largo de losaños.Sinmáshijosqueyoyconunas tierrasquedabanelsuficiente volumen de trigoparairtirando,ahorraronparaqueyopudierairaestudiaraMadrid. —Estrella hizo unapausa, pero enseguidacontinuó—: No sé quiéneligió el colegiomayor en elque me alojé; no sé si loencontrómimadreo fueuna
recomendación de una tíalejana que teníamos enMadrid, a la que apenasveíamos. El caso es que meplanté en aquel lugar unatarde fría de otoño sin saberque aquello era unaresidencia universitaria delOpus Dei. —Así con másfuerza el vaso degin-tonic amedidaquemeveníanideasala cabeza. Se me encogió elestómago al pensar que el
carácter frío y distante deJosé Antonio no se debía aque fuera gay, sino por sermiembro del Opus. Por másdeleznable que fuera suactitud, aquello poco a pocoiba cobrando sentido. Si eraverdad, él y su grupo nopodrían tolerar a unapresidentacomoyo,cosaquetambiénexplicaba su traiciónen el debate televisivo, conesagrabaciónsacadafuerade
contexto. Negando con lacabeza una y otra vez, seguíescuchando—. En el colegiomayormetrataronfenomenaly desde el principio meexplicaron muy bien quiéneseran, sin secretos—continuóEstrella—. Antes de llegar,solo sabía que eran unaespecie de secta ultrasecreta,perounavezallí,elambienteme pareció abierto y sobretodoagradable.Tambiénmuy
profesional. La Complutenseestaba repleta deimpresentables —para quéengañarnos—, de gruposcerrados de pijos o decolgados que nunca iban aclase.Ladesorganizacióneraabsoluta y con doscientaspersonas por aula, no habíamanera ni de aprender ni dehacer amigos. Yo queríagente sana y sencilla, comolos de mi pueblo, y en la
universidad nunca laencontré.Perosíenelcolegiomayor.—Loentiendo,yo también
sentí algo parecido cuandolleguédePamplona—ledijeparaempatizarydarleapoyomientras abría su corazón deunamaneratansincera.—Laverdadesquelavida
en Madrid es muy diferente—continuó—, y de eso nosabemos nada en provincias.
España está regentada poruna élite en la capital quehace y deshace a su antojo.Paraelquevienede fueraesimposible entrar, ya que lasreglas del juego no sonpúblicas; todo queda en uncírculo muy cerrado. —Estuve plenamente deacuerdo, pero preferí seguirescuchando—.Encambiolosdel Opus, con todos sussecretismos, me abrieron los
brazos, y me hicieron sentirquerida y respetada. Yo lesadmiraba y también medivertía, ya que organizabanunbuennúmerodereunionescon periodistas profesionalese íbamos a visitar periódicosy revistas, todos afines a lacausa, claro.Aprendímucho,ya que aquellas sesionestenían más de debate ydiscusión que de leccionesmagistrales, como en la
universidad, donde uno soloescuchaba como un borregopara después repetirlo en elexamen. Feliz por haberdejado atrás la vidaprovinciana, me adentré enese sistema convencida dequeantemí teníaunacarreraprofesional como la deaquellas mujeres, a quienesyoveíasanas,independientes,con voz propia. —Hizo unapausa para tragar saliva y
continuó—: También íbamosa conferencias en centrosmixtos, porque aunqueseparan mucho el mundo deloshombresydelasmujeres,a veces nos mezclaban enalgunadelasmuchasiglesiasque tienen porMadrid o portoda España, supongo queparadarunaimagendeunióny fuerza.Fueenunodeesosencuentros donde escuché aJoséAntonioporprimeravez.
Me dijeron que eranumerario.Dejé el gin-tonic y cerré
los ojos. Y yo que pensabaqueeragay…—Sigue—lepedí.—Se trataba de una
conferencia sobre laeconomíaespañola,cómono,peromesorprendieronmuchosus comentarios sobre laestructuradelasociedadysuvisión económica. Más o
menos nos vino a decir queeramuchomáseficienteparala economía que las mujerestuvieran muchos hijos y sequedaran en casa paracuidarlos y dejaran que loshombres llevaran el paísporque siempre lo harían deunamaneramásracional.Asíde claro. —Negué con lacabeza una y otra vez. Enpleno siglo XXI… Estrellacontinuó—: Durante la cena
de después de la charla lepregunté a esas periodistastan independientes qué lesparecía lo que habíamosescuchado y no sabes lasorpresaquemellevécuandotodas dijeron que estabanplenamente de acuerdo. Lespregunté por ellas mismas ypor sus carreras, pero medijeronqueerannumerariasyque su labor consistía ensantificarsutrabajo,peroque
sihubierandecididotenerunafamilia habrían seguido esecamino sin dudarlo. —Estrellasedetuvoparadarunsorbito a lo que se estuvieratomando. Seguramente ungin-tonic como el mío—.Entonces empecé a darmecuentadequenotodoeratanperfecto en ese mundoprístino y exitoso del OpusDei.Elproblemaesqueparaentonces ya me habían
presionado lo suficiente paraque firmara unos papeles,haciéndome numeraria… —dijoconvoztemblorosa.—¿Numeraria? ¡Tú! —
exclamé casi sin podercreérmelo. Estrella era unachica rebosante de sentidocomún, con toda la sabiduríaqueseaprendeenlacalle,enlas familias humildes. Era laantítesis de un miembro delOpus.
—Sí,Isabel,sí,yalosé—dijo con mucha resignación—. Pero era muy joven eignorante. ¿Qué iba a saber?Solo quería imitar a esasmujeres, quería ser y vivircomo ellas. Era una opcióntan diferente a la de mispadres, rodeados de camposde trigo y granjas, y depersonas, para qué mentir,bastante ignorantes. Aquellasmujeres habían viajado por
todo el mundo y yo queríaemularlas. Además, tambiénme hicieron un poco dechantaje…—Como siempre… —
apunté.—Al tercer año de carrera
me dijeron que el colegiomayorapartirdeesaedaderasoloparanumerarias, asíquesi me quería quedar, debíaunirme.No tenía adónde ir yno quería dejar a las amigas
quehabíahecho.Entresañosformamos un grupito majo,todas estudiantes deperiodismo. Mi mejor amigaeraPilar,unachicadeSevillacon quien compartíahabitación y con quien habíacongeniadomuybien,yaqueprocedíamos de ambientessimilares. Éramos las únicasno numerarias del grupo, asíque nos hicieron el mismochantaje: o entrábamos en el
Opusoalacalle.Accedimosaunque solo por continuarcon ese estilo de vida tantrepidante y por seguirjuntas…Se me pasó por la cabeza
quequizánoeraJoséAntonioel gay, sino Estrella… Peronoentendíanada,puesqueyosupieraellateníaunnoviodelquenoparabadehablar.—¿Aquéterefieres?—Las dos nos sentíamos
unpocoenlacrestadelaola,con toda la vida y todas lasoportunidades por delante.Éramos uña y carne, todo lohacíamos juntas: deporte, launiversidad, estudiar, todaslas actividades del colegiomayor, hasta las charlasnocturnas en la habitaciónantes de dormir. Nossentíamos muy cómodas launa con la otra. Además,como en el Opus fomentan
mucholasparejasparaquelagente no se desmadre, nosincentivaban a que fuéramosjuntasderetiroolasdossolasa esas casas de ricos quetienenporlasierra.—Estrellacallóunosinstantes.Oícómotomabaaire—.ElcasoesquePilar, que es lesbiana, seenamoródemíyempezamosun romance, precisamente enesas casas de la sierra… —Me eché a reír, pues aquello
nomeloesperaba.Estrellaserio también—.De verdad, loquehaceuna…—dijo—.Yono soy lesbiana, pero aquelromance fuemaravilloso.Notenía ninguna experiencia denada, pero aquello me abriólosojosacómounatienequequerer y ser querida. Lopasábamos tan bien, nosapoyábamos tanto launaa laotra, fueron unos mesesfabulosos, con tanto cariño,
tantapasión,tantaaventura…Yelsecretismolohacía todomás fascinante. Imagínate,cogiéndonos de la mano enplenamisa,haciendomanitasenlosretirosescondidasentrelos arbustos. Bueno…, paraquétevoyacontar.—Mereíyasindisimuloymeacabéelgin-tonicdeuntrago.Lavidaerafrancamentesorprendente.Estrella suspiró—. La cosaacabó mal, claro, porque
como cabía esperar,terminaron por descubrirnos.Cadavez sospechabanmásyun día entraron en nuestrocuarto cuando no estábamos.Seencontraronunadelasdoscamas sin deshacer y unmontón de cartas y escritosque revelaban nuestrarelación.Nos expulsaron.Yoacabé en un piso de alquileren Tres Cantos y a Pilar suspadreslaobligaronaregresar
a Sevilla después de cortarlelamanutención.Enunintentopor salvar el cuello, leexpliqué a la directora delcentro que no era lesbiana yque todohabía sidounerror,conloquealmenosconseguíquenollamaranamispadres.Pilar en cambiodijoque ellasí lo era y su sinceridad lecostónoacabarlacarrera.—¿Quéhasidodeella?—
pregunté,curiosa.
—Porsuerterehízosuvida—dijo Estrella—. Todavíanosescribimos.Abrióuncaféhaceunpardeaños,quelevabienyviveconsupareja,unachica también de Sevilla conla que lleva casi diez años.Estoycontentísimaporella.Suspiré aliviada por
aquellachicatanvaliente.—Estrella, cariño, y a ti,
¿tevanlascosasbien,no?—le pregunté con cierta
preocupación,porqueelOpussueledejarsecuelas.—Sí,sí—dijo,convencida
—.Luegoempecéasalirconchicosynuncahedudadodeque es lo mío. Además, hepodido mantener la amistadcon Pilar. El único fleco quemehaquedadoeselOpus.Elresentimiento por cómo nostrataron, por cómo nospresionaron para entrar, elchantaje, y luego cómo nos
expulsaron de una patada,seguramente porque ningunade las dos éramos ni ricas nitampoco muy listas. Juegansucio, perobajounamáscarade refinamiento que, en elfondo,notienen.Asentí con la cabeza y
empecé a pensar en JoséAntonio, mi siguientellamada.—Estrella,cariño—ledije
—, te tengo que dejar.
Muchas gracias por habermellamadoyexplicadoesto.Meayuda mucho porque tengoque llamar a José Antonioahora mismo. Y ahora sé aquéatenerme.—Me alegro, Isabel —se
despidió—.Muchasuertecontodo y ya sabes que estoyaquíparaloquenecesites.—Gracias —le respondí
con toda la sinceridad delmundo—. Te dejo,me tengo
queponeratrabajar.
15
Antes de llamar a JoséAntonio, me adecenté denuevo en el baño y salí alcorredor para ver si Martinestaba realmente en sudespacho o si alguien de
seguridad se había dejado laluzencendida.Mesorprendíaque de estar en el despachono hubiera llamado a mipuerta.Había hablado con élunas tres horas antes, peroimaginaba que las gestionesque le había pedido las haríadesdecasa.Crucé la antesala que
ocupaba Estrella y salí alpasillo, amplio y largo, quecomunicaba los despachos
más importantes delMinisterio. Todas las lucesestaban dadas y, como decostumbre,habíaunmiembrode seguridad, armado,sentado junto al rellano quedaba a las escaleras. Algirarme hacia el otro ladoenseguida vi a Martin y aPatricio Zoilo, su ayudante,que se me habían quedadomirando de pie, justo debajodeunade las tres arañasque
iluminabanelcorredor.—Nosabíaqueestuvierais
aquí —les dije, en el fondocontenta de saludarles, de noestar sola—.¿Porquénomehabéisavisado?Martin, tan educado como
siempre, me hizo una ligerareverencia con la cabeza, yempezó a andar hacia mí.Zoilo le siguió, con lo quenos encontramos a mediocamino, con el único sonido
de fondo de nuestros zapatossobreelsuelodemármol,tanreluciente como decostumbre. Los dos iban desport, aunque Martin llevabaamericana. Zoilo iba enmangasdecamisa.—Diunosgolpecitosensu
puerta, doña Isabel, pero nohuborespuesta,yleenviéuncorreo informándole de queestábamos aquí trabajando,por si usted necesitaba algo
—dijoMartinalllegarjuntoamí.Los ingleses,siempre taneducados, son incapaces deresponder desde el otro ladodelpasillo.Me miraban con gran
preocupación aunque para lahora que era se les veíamásfrescosqueyo.—Igual justo llamaste
cuandomequedédormida—respondí, para luego suspirarbien hondo—. No os podéis
imaginar la nochecita quellevo…—Todavía no me puedo
creerloquehapasado—dijoMartin con su marcadoacento inglés, pero con unagramática perfecta. Habíaaprendido el castellano de sumadre, española, casada conun inglés, pero se habíacriado toda la vida enInglaterra.Hacía casi un añoque le había fichado,
procedente del departamentodel Tesoro británico,ofreciéndoleunbuensueldoyun estilo de vida mástranquilo (en principio) ysoleado del que tenía enLondres.—¿Habéis encontrado
algo?—pregunté,directa.Los dos negaron con la
cabeza.—He intentado hablar con
los directores de tesorería de
todas las cajas y bancosnacionales, pero apenas hedadoconlamitad—contestóMartin—. No he podidolocalizaralrestosimplementeporque no tenemos susteléfonos móviles o uncontacto de emergencia —añadióconpesar.Lostresnosquedamos en silencio unossegundosconlavistaclavadaen el suelo o en los cuadroshorribles que todavía
decorabanelpasilloyquenome había dado tiempo acambiar (bodegonesdescoloridos o retratos devirreyes de Latinoamérica,todo verdaderamente passé)—. Es un problema, doñaIsabel —continuó,extrañamente insistente, peroseñal del compromiso queteníaporarreglarlascosas—.Debemos adoptarurgentemente mecanismos
regulares de intercambio conla banca para conocernosmejor los unos a los otros yevitarsituacionesdeestetipo.Hacía tiempo que Martin
mehabíapropuestoorganizarunasreunionesmensualesconlosveintebancosycajasmásimportantes del país, ademásdeun encuentro anual conelsector. Él creía eninstitucionalizar esosencuentros como mejor
manera de garantizar eldiálogo de una formaorganizada y civilizada.Siempre me ponía comoejemplo la noche que elministro de Economíabritánico acudía a la Citytodos los años, siempre en elpalacetedeMansionHouseysiempre el último lunes defebrero. Allí, gobierno ybanca intercambiabanmensajes y, entre vino y
chistes de ceja alta, al finalsolían llegar a acuerdos. Eseencuentro anual en MansionHouse tenía hasta cuatrosiglos de tradición y tambiénservía para que ambas partestuvieran una relación máshumana, clave para lograrcualquier acercamiento.Después de todos losoficialismos y la tensión deunacenadefracsypajaritasydedebatecruzado,elcentenar
de personas quehabitualmenteasistíaalacitasiempre acababa en mangasde camisa en un bar cercanobebiendo y riéndose un pocode todo. Las relaciones,aunque a veces difíciles, almenos eran fluidas.Nosotrosno teníamos nada de esteestilo, de nuevo, un ejemplomás de nuestra incipientedemocracia. Esa ausencia dediálogo establecido y
constante,comoviesanoche,se traducía en una falta deproximidad que nosperjudicaba a todos. Nodisponíamos ni de losteléfonos de urgencia de lamitad del sector bancarioespañol. Por más que yotuviera a los banqueros másimportantesbiencontrolados,los demás también contaban,sobre todo en momentos denecesidadcomoese.
Martin tenía toda la razóndel mundo, pero aquellanoche,yaesahora,teníamosasuntosdemayorurgencia.—Lo haremos, Martin,
queda pendiente para lapróxima legislatura—dije—.Silahay.—Losdospusieroncara de circunstancias. Yanadie creía en mí, pensé.Tragué saliva y decidícontinuar, puespor lo prontoesa era mi obligación—.
¿Con quién habéis hablado?—pregunté. Había queponersemanosalaobra.—Hace un rato he
encontrado a Gilliot, devacaciones en Tailandia, quese acababa de despertar; nosabe nada —dijo Martin—.Al principio sospeché queigual nos la estaba jugandoporelenfadotanmonumentalque tiene después de quecerráramos a su fondo las
puertasdeentradaaEspaña.Asentíconlacabeza.—Ya sé, ya sé —dije
moviendolacabezaconpesar—.Esonofueiniciativamía,esoselocolóJoséAntonioaGRpara proteger a la banca,ymirar dónde está ahora, enHSC. —Vi cómo se lesdilatabanlaspupilasalosdos—. Por favor, no me hagáispreguntasahora,quetenemosmucho por resolver —les
pedí.Todoeratancomplejo.—No es la primera cosa
que me extraña de JoséAntonio esta noche —dijoZoilo que hasta ahora habíapermanecido callado. Martiny yo nos volvimos atónitoshacia él. Zoilo era más bienmenudo y joven como yo,pero muy discreto, supongoque por timidez. Economistadeprofesión,habíallegadoalMinisterio de la mano de
Martin,queselohabíatraídodespués de conocerlo en elTesoro británico, donde estehabía realizado unintercambio procedente delBanco de España. Yo habíahablado muy poco con él,pero siempre me habíagustado. Siempre atento aldetalle, sus apuntes solíanaportar. Le miramosexpectantes, por lo quecontinuó—: Martin me ha
pedido que repase todas lastransacciones de bonossuperiores a un millón deeurosdelúltimoañoparaversi así podíamos encontraralguna pista —dijo. Miré aMartin con aprobación: esoera exactamente lo quenecesitaba de un directorgeneral del Tesoro. Él meentendióconlamirada.Zoiloprosiguió—: No heencontrado nada raro, ni
ningúninversor,apartedeloskuwaitíes, que hayacomprado una suma losuficientemente grande paraprovocar con la venta unacaída de este tipo —dijo—.Pero sí me ha extrañadomuchoverunatransaccióndeJosé Antonio hace unos seismesescomprandounmillónymediodebonosacinco,diezy veinte años para venderlostan solo una semana más
tarde. —Miré a Zoilo congran sorpresa—.Se loestabaexplicando a Martin ahoramismo —continuó—, y dehecho, íbamos de caminohaciamidespachoparaquelopudieraver.Martin asintió, con rostro
grave.—Vamos pues —les dije,
dirigiéndome hacia lapequeña oficina que Zoiloteníaalfinaldelpasillojunto
alosbaños.El despacho, al que creo
quetansolohabíaentradounpardeveces,eraminimalista,como quien lo ocupaba. Laestancia estabadominadaporuna gran mesa, en esemomento totalmente cubiertaporunoslistadosdehastadosytresmetrosqueZoilohabríaestado examinando.Enseguida cogió uno y nosmostró una información que
habíadestacadoenfosforito.«Villegas, JA. - EUR
500,000 - EUR 700,000 -GSPG10YR, GSPG20YR,GSPG5YR».Efectivamenteallíestabala
compra, y en otro listado, laventa.—Todavía me ha
sorprendido más —continuóZoilo— que esa mismasemana,justodespuésdequeélcompraraperoantesdeque
vendiera, nosotrosanunciamosesareduccióndeldéficit tan grande que vimosenabril, cuando sehundió elprecio del petróleo y lasimportaciones cayeron enpicado.Apretéloslabiosyestiréel
cuello, mirando al techo.Encima de cabrón, criminal.¿Cuántas jugadas me podíahacer ese imbécil en un solodía? Primero casime arruina
el debate televisivo, luegoamanece con unasdeclaraciones tóxicas y todomientras se está haciendo deoro con informaciónprivilegiada. Pero eso últimopodía jugar a mi favor;negociar con temasconfidenciales estabaterminantementeprohibidoenelMinisterio, como en todaspartes, ya que el uso deinformación privilegiada era
una acción criminal que lepodíallevardirectoaprisión.Miré a Zoilo con ojos
centelleantes porque esehecho sí podía detener unarotativa.—Gracias —les dije a los
dos—. Muy, pero que muyinteresante. Precisamenteahora estaba a punto dehablarconél,porotroasunto.Martin y Zoilo todavía no
sabían nada de las
declaraciones de JoséAntonio en La Verdad, perono tenía tiempo deexplicárselo. Había queacorralaraVillegaseintentardeteneresarotativa.
16
Cogió el teléfonoenseguida. A pesar de quefueran casi las tres de lamañana, si algo tenía JoséAntonio era sentido de laresponsabilidad; siempre
respondía. Su vida eraordenada,predeciblecomounreloj. Ahora entendía tantascosas.—Buenas noches, ministra
—dijo, convoznatural,nadasomnolienta, como si nohubierapasadonada.Comosinomehubieraengañadoeneldebate,comosinosupieraeldañoquemepodíanhacersusdeclaracionesenLaVerdad.—Buenas noches, José
Antonio —saludé todo lotranquila que pude—.Disculpaque te llameaestashoras intempestivas —meexcuséconfalsedad.Siélibade elegante, yo también. Lahipocresía,dicen,eseltributoqueelviciorindealavirtud.—No hay problema,
faltaría más —añadió,haciendo una breve pausa—.Dígame en qué puedoayudarla.
Él siempre tan eficiente,tan robótico, tan pocohumano.Meloimaginéenlacama, con un pijama clásicode rayas, su cara alargada yseria, sus ojos negros,grandes y misteriososmirando a un lado y a otro,siempre avizor. Seguro quetendría una habitaciónordenada, minimalista, conlas zapatillas perfectamentealineadas junto a la cama.
Todo impecable. Solo depensarlo me daban ganas degritar.Sentada a la mesa del
despacho, cogí la bola delestrés con fuerza y cerré losojosunos instantes.Meerguíy me incliné hacia delantepara tomar control de lasituación. Me dije que eramejordejarmigranbazaparael final, para cuandorealmente la necesitara,
aunque también debía atacarla cuestión de frente y sinmiedo.—Por lo que veo te estás
cebando conmigo —le dijedirecta—. Para empezar,menudasorpresalagrabaciónde nuestra conversación enplenodebatetelevisivo…Mecortódeinmediato.—Nofueideamía.Mereí.—Y¿dequiénsino?¿Del
EspírituSanto?Escuché un ligero resoplo.
Seguramente mi comentariohabría ofendido sus ideasreligiosas. Pobrecito, quésensible, me dije, apretandola bola antiestrés con tantafuerza que las venas se memarcaron en la piel comonuncaanteslashabíavisto.—Después de nuestra
conversación asistí al últimoalmuerzo de campaña, con
Aguado, a quien comenté eltema enfrente de suencargado de prensa. Mepidieron la conversación sindecirmeparaquéyselapasé.Nunca sospeché que lausaríandeaquellamanera.Lancélabolaalapapelera,
enungestoinstintivo,seco.—Pero tú ¿con quién te
piensas que estás hablando?—le gritémoviendo lamanocomo si todavía tuviera la
pelotita.Dejé pasar unos segundos,
en los que emití un largosuspiroyrescatélaboladelabasura,queabuenseguroibaa necesitar. Por más quequisiera ahondar en la heridadel debate, aquelloafortunadamente ya habíapasado; de hecho, lo habíasolucionado bien, así queahora debía centrarme en lasdeclaraciones, que todavía
podíandañarme.—Tampoco me puedo
creer tus comentarios a LaVerdad.¿Cómoteatreves?—JoséAntonioguardósilencio,por lo que yo continué—:¿Cómoteatrevesadecirqueloskuwaitíessehanpuestoavender nuestra deuda públicasi tú nunca has tratado conellos?Y ¿cómo puedes decirque el proyecto «Compartir»para reducir el paro fue idea
tuya, si lo copié yo deDinamarca,porDios?—Ministra —dijo José
Antonio después de un tensosilencio—. En cuanto a losbonos, tengo mis propioscontactos. No he dicho másde lo que he oído de fuentesfidedignas.—Pero ¡cómo te atreves!
—exclamé ahora casigritando—. Una personacomo tú, que has ocupado
una secretaría general, ahorate dedicas a hacer circularrumores y especulaciones,pero ¿qué clase deresponsabilidad públicatienes? ¿Qué clase de apoyoalgobiernoalqueservisteeseste?—Yo siempre he sido
independiente —respondiórápido—. Mi cargo eratécnico y profesional, con loque mi objetivo ni era ni es
apoyar a ningún gobierno,sinohacermitrabajo.—Y ¿desde cuándo los
técnicos profesionales actúancomo especuladoresirresponsables?—Yalehedichoquetengo
misfuentes.—¡Y yo las mías! —le
volvíagritar—.Yresultaquelas mías son las más fiablesde todas porque son loskuwaitíesencuestión:yellos
han negado cualquier venta.—Hiceunapausa—.El emiren persona me lo haconfirmado —sentenciéesperando que aquello fueraelfindelaconversación.—¿Van a confirmarlo
también en un comunicado?—preguntó.Tardé un segundo en
contestar,porquelarespuestamedolía.—No—dije, seca—. Pero
me lo han asegurado a mí yesoessuficiente.José Antonio dejó pasar
unos segundos. Imaginé unasonrisacruelensucara.—Si no están dispuestos a
manifestar su apoyo en uncomunicado,yodudaríadesupalabra…El muy cabrón, pensé. No
tenía más remedio que darexplicaciones.—Laquenoquiereningún
comunicado soy yo, demomento, hasta que notengamosmásinformación—añadí—.Comoteimaginarás,no podemos salir diciendoque no sabemos por qué hancaído los bonos. Estoyesperando a que me llamenotros contactos, a ver sipodemos llegar al fondo deesta cuestión. Que nosotrossepamos,nohaynadadetrás.No hay ningún dato
catastrófico que esté a puntodesalirynuncahemosdejadoentrar a los fondosespeculativos en nuestradeuda. Si tienen algunainversión, es más bienpequeña, con lo que esimposiblequeesto lopuedanhabermovidoellos.—Solo pueden ser los
kuwaitíes —insistió—. Peroestoy de acuerdo en que nosería deseable sacar un
comunicado reconociendoque el gobierno no sabe quéha pasado. La imagen seríapésima.—Puesgraciasa ti todavía
es peor —apunté rápida—.Espero que te retractespúblicamente y que pidasdisculpasdeinmediato.—No tengo por qué
disculparme —respondió—.Era una entrevista y contestélo mejor que pude. Esas son
misfuentesyesamiopinión.No podía creer que una
persona del nivel de JoséAntonio fuera tan cerril, nipor qué se quería meter ensemejante berenjenal. ¿Notenía ya un puesto deconsejero en el principalbanco del país y una vidaagradableytranquila?—Repito que quiero una
corrección y unas disculpas—insistí.
—Me parece que lomejores esperar a que se aclare lasituación, a que la verdadsalga a la luz pública—dijo,aparentando una actitudconciliadora que en realidadcasidesenterrabaelhachadeguerra.Pensé durante unos
segundosantesderesponder.—Entonces te morirás de
la vergüenza y del escándalo—leamenacé—.Almenos,si
te retractas ahora evitarás unridículomayúsculomástarde.—Con todosmis respetos,
señora ministra, déjemedecidir a mí lo que meconvieneyloqueno.Tomé aire y lo expulsé
lentamente.Eramuytentadormencionar su compra-ventade bonos en ese momento,pero me contuve porque unaretractación voluntariasiempreeramejorqueungiro
causado por un chantaje, alqueélsiemprepodríaaludiryque de hecho todavía noestaba confirmado. Lointentaríaunpocomás.—José Antonio, ¿por qué
haces esto? ¿Porque mequieres debilitar o contribuira que pierda las elecciones?¿Porqué?—Señora ministra —dijo,
aclarándose la voz—, no ledeseo nunca ningún mal a
nadie,perosiemprehecreídoque laverdadnoshace libresy que los españoles debenconocerla. Si se nos vendióque los kuwaitíes nossalvaron de un rescate, peroresulta que ahora nos dan laespalda, creo que elciudadano tiene el derecho asaberlo.—Pues deja que sean los
kuwaitíes quienes lo digan ynotú—respondí,agresiva.
—Los kuwaitíes nuncareconocerán nada de estaíndole en público; nunca secrearían enemigos —dijo—.Poresohayquedecirlo.Paramí es un ejercicio deresponsabilidad.—Es una mentira y lo
sabes perfectamente —dijeconrabia.—Supalabracontralamía,
ministra. —Negué con lacabeza—. José Antonio, eres
un mentiroso —le solté— ylo sabes.Y lo del paro, pero¿cómoerescapazdealgoasí?Sabes tan bien como yo queencargamos esos informessobre el paro en elmundo yque la idea de compartirempleo salió de Dinamarca.¿Cómoteatrevesadecirquefuetuya?—Porque antes que en
Dinamarca, ese programa yase había aplicado en Suiza y
Austria, algo que yo estudiéen la Universidad deHeidelberg cuando hice allími doctorado. Incluso antesde que usted llegara aministra yo ya había escritoinformesalrespecto.Apreté los dientes con
fuerzamientrasnegabaconlacabeza. ¿Cómo se podíaintentarrebajareléxitodeunprograma que ayudó a tantagente?
—Seguro que nadieinventa la rueda por segundavez —respondí—. Si losdanesessacaronlaideadelossuizos, seguro que estostambién se inspirarían enalguienmás.Detodosmodos,José Antonio, ¿no fui yoquien propuso la idea, quienconsiguióelapoyoyquienlaejecutó?—Sí,ustedhizoesascosas,
claroquenolovoyadiscutir
—concedió—. Pero no esmenos verdad que yo yahabía presentado esapropuestaantesdesullegada.Aquello se había
convertido en un diálogo debesugos,quehabíaquecortarde inmediato. Había llegadoelmomento.—Muy bien, JoséAntonio
—concluí—. Te he llamadopara intentar encontrar unasolución conciliadora y dejar
esto atrás, pero veo que noestásdispuesto.—Lasoluciónquepropone
solo le interesa a usted —dijo.—¿Ah, sí? —exclamé,
ahoraconsarcasmo—.Y¿sepuede saber qué solucionesproponestú?—Ya he dicho que lo
mejor es dejar que la verdadsalga a la luz—dijo con esetono de superioridad que
tanto me irritaba—. Losmercados no engañan y elpreciode losbonos reflejaelnivel de confianza que losinversores tienen en nuestraeconomía, ni más ni menos.Y este precio nos envía unmensajemuy claro: nadie daun duro por nosotros —terminó con un punto deexaltación.—Parece como si hasta te
alegraras—comenté.
—Por supuesto que no—respondió rápido—. Pero laverdad siempre es el mejorcamino.Ya tenía suficiente de
aquellaconversación.—Muy bien —dije para
concluir. De los nervios,supongo, me puse en pie—.Pues si no estás dispuesto aretractarte, me veré obligadaa investigar hasta el fondouna compra que hiciste
personalmente de nuestradeudajustoantesdeanunciarla reducción del déficit deabril, que tú conocíasperfectamenteantesdequesehiciera pública. Seguro queganarías una buena cantidadal vender los bonos díasdespuésdelanuncio.Hubountensosilencio.—Noséaquéserefiere—
dijoporfin,impasible.—Lo sabes perfectamente
—respondí, sin tiempo paraponerme a jugar al gato y alratón.Se produjo otro silencio
quealfinalélrompió.—Yohaceañosquenohe
comprado ningún bonoespañol.—Pues tu nombre sale
clarísimoenlalista.—Hay miles de José
Antonio Villegas en España—respondióconrapidez.
—Investigaréhastaelfinal.—Como usted quiera —
dijoconunaseguridadquenome esperaba, y que measustó.Inmediatamente me
pregunté si había sido unailusa, y si él ya habríapensado en aquellaposibilidad, escondiendo eldestino de esas ganancias encuentas extranjeras que nosseríaimposibleidentificar.
Conrabiaysinmáscolguéel teléfono. Me senté denuevo en el sillón, agotada.SolosemeocurríapensarqueJosé Antonio tendríaambiciones políticas o quecon aquellas declaracionesbuscaba publicidad; ganarpresencia pública y entrar enotro consejo deadministración. Como losparásitos, se estabaaprovechando de mi
notoriedad preelectoral paradarse publicidad a sí mismo,acaparandotitulares.Nuncamehabíafiadodeél
por su carácter distante yserio, y porque siempre lebuscaba las cosquillas a todoelmundo.Lohabíaheredadode mi predecesor y encajabamás bien poco en el equipoqueforménadamás llegaralMinisterio.Eraungrupoquese complementaba bien, con
unamezclasanadetécnicosycreativos,pero todosconunamentalidad práctica y ganasdesolucionarproblemas.JoséAntonio, en cambio, parecíacentrarse más en losproblemas que en lassoluciones,loqueexasperabaal personal y retrasaba losprocesos.Aunquesiemprehecreído en cuestionar comomecanismo de mejora, llegaun punto a partir del cual
resulta contraproducente, yJoséAntonio era un experto.Lobordaba.Conlaexcusadeque era el intelectual de lacasaporsupasadoacadémico—había sido catedrático deeconomía en la UniversidaddeLaLaguna,enTenerife—,sehabíapasadoelprimerañoque trabajamos juntoscuestionando todas misdecisiones. Con todasinceridad, lo poco que pudo
aportarconsuscríticasnuncacompensóeltiempoyenergíaque nos hizo perder a todoscon sus constantesinterrupciones.Yahubounaviso serioun
par de meses antes de suúltima jugada, cuandodurante uno de mis viajes aBrasil sededicóacambiarelsistema de ayudas a lasuniversidades, favoreciendo—entonces entendí— a
aquellas cuyos rectorespertenecían al Opus. En miausencia se cargó el sistemaque yo había diseñado eimplementadoyqueintentabafavorecer a las institucionesconmenosrecursos.Él argumentó que no me
había dicho nada porque yotenía cuestiones mucho másimportantes que atender,como el rescate al BancoNacional, y que la
financiación de lasuniversidades apenasrepresentaba un dos porciento de nuestropresupuesto.Supongo que pensó que
nunca me daría cuenta delcambio porque estaríacentradaenlacrisisbancaria.Y seguramente hubiera sidoasí de no ser por Estrella—con el tiempo entendí tantascosas—, que me alertó a mi
regreso, dándome tiempo arevocarelplan.Aquella maniobra a mis
espaldasmemolestó no soloporlafaltadedisciplina,sinotambién porque me habíacostado una buena batallapolítica luchar contra lasuniversidades de Madrid,Barcelona,ValenciayBilbao.Les recorté el presupuestopara aumentar el de loscentros en ciudades más
pequeñas,quehasta entonceseraínfimo.Siemprehecreídoen la sostenibilidadprovincial, si no acabaremostodos aglomerados en cuatrograndescapitales,sinpuebloso ciudades más pequeñas.Hay que distribuir losrecursos.Porsupuesto,JoséAntonio
tenía derecho a una opinióndiferente, pero más que unacuestióndeideas,aquelloera
una falta de respeto a laautoridad.Nopodíadeshaceramisespaldasloqueamímehabía costado tanto trabajoconseguir. A pesar de queganas no me faltaron, no lepude despedir porque sucontrato con el Ministerioseguía vigente y una rupturadrástica podría haberdesatado una tormentapolítica en un momento decrisis delicado. Así que le
avisédequea lapróximanotendría tanta paciencia.Siempre he tenido empatíaconlaspersonas,perocuandolo he necesitado no me hatembladoelpulsoalahoradetomar decisiones. JoséAntonio se estabaconvirtiendo en un elementotóxico en el equipo, que nihacía ni dejaba hacer. Leapartétodoloquepudedelosproyectos más importantes,
conloquenosquedamosmástranquilos. Mantenerlealejado (le enviaba aproyectos a Sudamérica oAsia)nosvinofenomenal,yaque se avecinaban másproblemas con el BancoNacionalyel rescatekuwaitíy pudimos centrarnos en lassoluciones y trabajar conmenos tensión. Con élmerodeandoporelMinisteriotodohabríasidomásdifícil.
Todavía en el sillón, mepregunté cómo era posiblequeunmiembrodelOpus sehubiera infiltrado en unMinisterio socialista y quehubiera estado a punto desalirseconlasuyaeneltemadelasuniversidades.Yosabíaquelaenseñanzasuperiorerauno de los objetivos delOpus,nosoloparaasentarsudoctrinaenlosambientesmásintelectuales, sino también
para captar mentes brillantestodavía en formación. Lasuniversidades españolas aúnestabanplagadasdegentedelOpusa labuscaycapturadenuevos miembros, siemprebajo la protección deprofesores y catedráticosafines, y todo financiado, demanera increíble, por elcontribuyente español. Paramí era un misterio que esaactividad pudiera existir y
pasarainadvertida.Apoyé los codos en la
mesa y la cabeza en lasmanos, y busqué con lamirada las memorias deVictoriaKentsobrelamesitadel café. Me habíasorprendido encontrar enaquel libro un informeelaboradoenelexiliosobreelascenso del Opus dentro delrégimen franquista. Con laexcusa de proponer una
reforma administrativa,muchosmiembrosdelaObrase habían convertido enministros de Franco, lo queles ayudó a extender sustentáculos en sectores clave,como la educación, laindustria y la banca. Eseinforme, que recibióVictoriaKent en Nueva York y quepor suerte incluyó en susmemorias, describía al Opuscomo una «nube radiactiva
que había caído en España».El ensayo, de unas quincepáginas, explicaba cómo losmiembros de la Obra poco apoco empezaron a coparcátedras en numerosasuniversidades, favoreciendoel nombramiento deprofesoresafines.PeroloquerealmentelescatapultóenesaEspañade losañoscincuentafue el control del reciéncreado Consejo Superior de
Investigaciones Científicas(CSIC),presididoporunodesusmiembros, ya que allí sepreparaban la mayoría deoposicionesalcuerpo técnicodelEstado.ControlarelCSICles daba poder sobremuchosprocesosdeoposición,conloque podían ayudar a susretoñosalograresospuestos.Generosamente financiadopor Franco, elCSIC tambiénpermitióalOpusenviarasus
personas más brillantes alextranjero, abriéndoles laspuertas a cátedras oministeriosasuvuelta.Cómono, los preciados terrenosjuntoalaCastellanadondeseconstruyeronlosmonstruososedificios de la institución secompraron a precio de oro amiembros del Opus. Elinforme de la Kent tambiénasegurabaquelaconstructoray el arquitecto que diseñaron
el centro eran próximos algrupo,conloqueelCSICseconvirtióenunainyeccióndecash e influenciadescomunalesparalaObra.Me pregunté si esa
influencia seguiría vigente ysi la pertenencia de JoséAntonio al Opus tenía algoque ver con susdeclaraciones, si serían estasun complot de la Obra paraque yo perdiera el domingo.
También me cuestioné sipodían estar aliados con loskuwaitíes, pero enseguida lodesestimé: una alianza entremusulmanes y el Opus yahabríasidoloúltimo.Me preparé otro gin-tonic
paracalmarmeypensarenelsiguiente paso. Todavíaesperaba que Antonio mellamara con noticias sobre sisus contactos en Londressabían algo de los bonos y,
por si fuera poco, tambiénesperabaunmilagrodeGabi.Eran ya casi las tres de la
mañana y tenía poca fe enresolver algo esa mismanoche. Salí de nuevo de mihabitáculo para buscar aMartin y a Zoilo, a quienesencontré en el despacho delprimero en silencio, ambossentados a la misma mesa,cabizbajos. Parecía que lessalíahumodelacabeza,alos
dos.—Martin, Zoilo, creo que
esta noche ya no podemoshacermás—lesdijedesdelapuerta, que como siempreestabaabierta.Me miraron con una cara
de cansancio que ahora nopodíanesconder.—Igualesmejor retirarnos
yestarfrescosmañana,porloque pueda pasar —dijoMartin,siempretansensato.
Asentí con la cabeza.Empezaron a recoger suscosas y acordamos tener elmóviljuntoanosotrosatodashorasporsiacaso.Regresé a mi despacho y
cerrélapuertatrasdemípuessuponía que me pondría adormir, pero antes me sentéenlasilladanesayencendíeliPad para mirar los correospersonales.Nohabíanoticiasde mi marido, tan solo
algunos e-mails basura desuscripciones que habíaintentado borrar ennumerosas ocasiones, sinéxito. También había uno deAndrés del Soto, enviadohacia las once de la noche,quenohabíavistoantes.¡Vamos presidenta! Coge
fuerza, cuídate y muchasuerte,decía.Sonreí. Por fin alguienme
daba apoyo. Le respondí
enseguida.Lacandidataestáagotada,
estresada, atacada… Perograciasporelapoyo.Fui al baño intentando no
vermi aspecto horrible en elespejo,loquenopudeevitar,pero decidí pasar de todo yseguira lomío.Aesashorastodoerayamuyrelativo.Al volver tenía respuesta
deAndrés.Eranlastresdelamañana.
He visto lo de los bonos,¿todoOK?Nosupesiresponderono.
Me dije que mientrasesperabanoticiasde labancao de Gabi, ¿por qué nodistraerme un poco? Latentación de engancharse aunaconversacióndemensajesde texto o correo electrónicoavecesesirresistible.No respondí. ¿A quién iba
aengañar?
Andrésvolvióaescribir alcabodeunsegundo:¿Necesitasalgo?Nodudéenresponder:Unacopa.¿Ahora?,preguntó.Dudé un instante, perome
acordé de una película quesiempremehaencantado,Jo,quénoche,yaquesiemprehepensado que las mejoresnoches suceden cuando unomenosloesperaocuandolas
expectativas son bajas.Después de tanto trabajo ydramas, ¿por qué no echarunacanitaalaire?Necesitabaunas risas, algo que medevolvieralasaludmental.Si puedes, te lo
agradecería,respondí.Es verdad que los amigos
son un tesoro. Le envié otroe-mailenseguida:¿Estásencasa?Intuíaquenoeraasí,sobre
todo después de haberescuchado rumores sobre susvisitas a burdeles de lujo deMadrid. Era viernes demadrugada y me loimaginabaenalgúnbaroclubmásqueencasaconsumujere hijos.Él lo teníamuy fácilpara dar excusas, siemprepodíadecirquedebíaasistiracenasoactosconclientes.No, respondió al cabo de
unminuto largo.Pero puedo
verte,porsupuesto.Lasonrisamesaliónatural,
y el suspiro, también. No sépor qué pero me sentí mássegura y aliviada.Necesitabahablar con alguien cercano,alguien que estuviera de milado.Solonecesitabafuerzaycomprensión.Ok, ¿sabes de algún lugar
discreto que esté abierto aesta hora?, preguntéconvencida de que él
conocería bien la nochemadrileña.El lapsoqueprecedió a su
respuesta fue mayor que enintercambiosanteriores.Mejor algo más privado;
no es bueno que se vea a lacandidataalastantas.Teníarazón.Perosospeché
quemásquepormí,quiennoqueríaservistoenpúblicoeraél. O igual eranimaginaciones mías. La
cabeza me estallaba. Justocuandoleibaapreguntarquéproponía, Andrés envió otrocorreo.Tengo un pequeño piso en
Salamanca, en Hermosilla,justo encima del Teatriz.¿Quéteparece?Ay…, hombres,
hombres…, ¡putos hombres!,pensé.Siempreigual,primerose gastan el dinero enjuguetes: la moto, el coche,
teléfonos móviles,televisiones de plasma…, yluego en pisos clandestinosparaverasusamantes.¿Seríaposible?Peroyonoeraquiénpara juzgar y, con o sinamantes, Andrés se habíaportado como un caballeroconmigo. En ese momento,además,solopodíapensarenque necesitaba una manoamiga.Ok. Dame la dirección,
respondí.
17
Me arreglé tan rápidocomo pude. Un poco demaquillaje,unablusalimpiayentallada que tenía en elarmario y el mismo trajechaqueta, que todavía podía
aguantar un par de horas.Teníaelfrascodeperfumeenlas manos, pero me detuveantes de apretar eldosificador. De ningunamanera. Me jugaba unaselecciones generales, habíametidoamipaís en la ruina,noeramomentodeflirtear.En menos de media hora
me presenté en el cuarto yúltimo piso de un edificioclásico en pleno barrio de
Salamanca, aunque para ellotuve que despertar a michófer,que sehabíaquedadodormido en el coche oficialque siempre me esperaba enel patio interior delMinisterio.Antes de que pudiera
pulsareltimbreAndrés,abrióla puerta. Las luces erantenuesy la estancia, pequeñay agradable. Había unabotella de ginebra sobre la
mesita del café junto a dosvasos de un cristal talladoprecioso.Porunmomentomepregunté si ese detalle erapara mí o un vestigio de lavisitaanteriorquenolehabíadadotiempoarecoger.—Hola, presi —me dijo
con una sonrisa—. Vayavictoria más rotunda en eldebate, ¡has estadofenomenal! ¡Vaya cornadas!¡Asímegusta!—añadióalgo
exaltado.La adrenalina del debate
mequedabayamuy,peroquemuylejos,conloquenodijenada.Melimitéasonreír,sinpoder evitar mirar a Andrésde arriba abajo. Hacíamuchos años que no le veíaen ropa de sport, ya quecuando vino al Museo delPrado llevaba un trajeimpecable y a las reunionesdelaCasadeCamposiempre
había acudido con corbata yamericana. Ahora llevabavaqueros (Armani) y unacamisa a rayas azules deRalph Lauren que, hay quereconocer, le marcaba loshombros anchos, le hacíajuego con esos ojos siemprebrillantesyazulesy,ensuma,le sentaba de maravilla. Supeloseguíatanrubiocomodecostumbre, incluso demadrugada, a pesar de que
estuvieraalgodespeinado.Noquise imaginar de dóndevenía,oquéhabríapasadoenaquelpisoantesdellegaryo.Solopenséqueparecíahabertenidounabuenanoche.Nos adentramos en el
pequeñosalón,decoradomásbien como una habitación deunhoteldelujo.Confortable,pero impersonal.Nohabíaniuna fotografía, todo eranjarrones aburridos y algún
cuadro de caza antiguo. Viunapequeñacocinaintegradaen el mismo salón, de tonosbeige,ytansolodospuertas;supusequedaríanalbañoyaldormitorio.Nohabíamás.—Esto sí que es una
sorpresa—medijo siguiendomis pasos—. Siéntate, porfavor. —Obedecí—. ¿Gin-tonic? —preguntó cogiendola botella de la mesita—. Almenoshaceveinteañoseratu
bebidapreferida, ¿no?—dijodepiejuntoamíjugueteandocon la botella de Hendrickscomo si estuviera algonervioso.—Tienes buena memoria
—repusedesviandolamiradapara disimular la sorpresaporquerecordaraesedetalle.—Ya eras una visionaria
entonces, mira cómo se hanpuesto de moda ahora —sentenció, dirigiéndose hacia
lapequeñacocina.—Pues sí, ya llevo veinte
añostomandogin-tonics…—reconocí. Al cabo de unossegundos, añadí—: Madremía, veinte años desde queacabamos la carrera…No loquiero ni pensar —dije derepente nostálgica. Melevanté y me acerqué a labarraamericanaqueseparabael salón de la cocina, dondeestabapreparandolasbebidas
—. No sabes cómo necesitoesta copa, Andrés —leconfesé—. Llevo unanoche…, no te puedesimaginar. Te lo digomuy enserio.Enseguida levantó la
mirada y apretó los labios,asintiendoconlacabeza.—Mehagocargo.Ledevolvíelgesto.—¿Has visto lo que ha
pasado con nuestros bonos,
no?—pregunté.—Sí, claro—respondióen
tonograve—.TodoelmundoestabahablandodeelloenelLucyBombón.Ya.ElLucyBombónerael
bar de moda entre la claseempresarial madrileña, queiba allí por las noches parahacernegociosentrecóctelycóctel.Yyoquepensabaquetenía pinta de haberse ido deputas.
—¿Sabes qué ha pasado?—preguntó—. Nadie dabacréditoenelbar.Negué con la cabeza,
mirandoalsuelo.—Ytú,¿hasoídoalgo?—
le pregunté casi desesperada.Me miró negando con lacabeza y apretando de nuevolos labios. Empecé a reírme,pornollorar.Supongoquesetratabadeesarisaquelesalea uno cuando no sabe qué
hacer y tiene los nervios aflor de piel. Al final nosacabamosriendolosdos,conganas. Muchas ganas. Volvíalsofáynodijimosmáshastaque Andrés regresó con lasdos copas al cabo de unmomento: elgin-tonic estabadelicioso, con el borde bienrecubierto de limón. El hielodel bueno, comprado; laginebra, una de mispreferidas, y las bolitas de
enebro le daban un aromamuy distintivo. El primertrago, larguísimo, me sentóde maravilla. Me reclinéhacia atrás, relajándome porfin—. No sabes cuántonecesitabaesto—repetí.—Lo imagino —dijo,
apoyando él también laespalda en el sillón donde sesentó, junto al sofá—. Elpoderessolitario,túlosabrásmejorquenadie.
—Siyotecontara…—dijecon una sonrisa falsa. Mirécon atención su cara de niñobueno. A pesar de suapariencia de hombreperfecto,larealidadesqueseestaba tomando una copaconmigoensupisodesolteromientrassushijosangelicalesdormirían tranquilos entresábanasdesedaensucasadePuerta de Hierro. Su mujerestaría esperándole
pacientemente en casa,suponiendo que su maridoestaría en una cena denegocios. Uno nunca puededar nada por hecho, pensé.Nunca. Pegué otro trago algin-tonic y miré a mialrededor. Apenas habíamobiliario, a excepción delsillón y el pequeño sofá, unpequeñotelevisory,esosí,unbuenequipodemúsica—.Asíque este es tu escondite
urbano, ¿eh? —preguntésocarrona.—Esprácticotenerunpiso
enelcentro—respondió.—Me lo imagino —dije,
levantandounaceja.Sehizounsilenciountanto
extraño, en el que los dosdimosotrosorboalgin-tonic.—¿Por qué no estás con
Gabi? —me preguntó abocajarro, pero tranquilo.Tenía las piernas
elegantemente cruzadas, labebida en una mano, la otraapoyada en el brazo delsillón. Me miraba fijamente,loquemeincomodóuntanto.Leobservé.Ningunodelos
dos queríamos o teníamostiempoparaunaconversaciónbanal a esas horas de lamadrugada. Estábamosdemasiado cansados yteníamos cargos condemasiada responsabilidad
para perder el tiempo.Suspiré.—Por las mismas razones
que túnoestáscon tumujer,supongo—respondí.Desvió la mirada hacia el
aparato de música, un BangOlufsen que parecía bastantenuevo.—Disculpa —dijo,
levantándosehaciaelequipo.Después de seleccionar unaemisora o un CD de jazz,
volvióasentarseenelsillón.El ambiente era ahora máscálido, lo que me ayudó asentirqueestabaenelpisodeunamigoynoenunpicadero—. Creía que lo vuestrofuncionaba bien, sobre todocon lo que te juegas eldomingo—dijo.—Pues mira, ya ves —
añadí con pesar—.Precisamente esta noche meha dicho que la vida de
consorte no es para él y queadiósmuybuenas.Andrésseenderezó,dejóel
gin-tonic sobre la mesa y seinclinó hacia delanteapoyando los codos en lasrodillas, las manos juntassosteniendolabarbilla.—¿Qué me dices? No es
posible.—Comolooyes.Estirólaspiernasysuspiró,
para volverse hacia mí y
cogerme la mano congentileza. La apretó. Aquelfue un gesto genuino, deamistad, que yo le agradecí.Fuealsentirelcalorhumanode ese apretón cuando cerrélos ojos y bajé los hombros.Sentí en las entrañas unapunzada que dolía y queempezó a subir poco a pocopor mi torso. Sin darmecuenta, se me empezaron acaer las lágrimas.
Seguramente por el estrés, elalcohol y la tensión de lanoche, ese momento de pazhizo que brotaran misemociones. Yo, que siemprehabía mantenido el control,en esemomento fui incapaz.Metapélacaraconlasmanosy lloré unos minutos, no sécuántos. Al principio solofueron unas lágrimas, yrecuerdo que Andrés mevolvióacogerdelamanosin
decir nada. Aquel gesto, poralgúnmotivo,medespojódetodas mis defensas, quizáporque pensé que ya no lasnecesitaba, con lo que laslágrimas se convirtieron ensollozos,queintentéreprimir,sin conseguirlo. Todavía conla cara cubierta, Andrés meacariciaba el pelo despacio ymedabasuavesgolpecitosenlaespalda.Mesentíaagotadafísicamente, traicionada por
los mercados, humillada pormimarido, perseguida por laprensa, resentida por mianterior asesor y abandonadapor los kuwaitíes…Nada enmihorizonteparecíabrillar.Poco a poco me fui
serenando hasta que pudelevantarlacabeza.—No sabes todo lo que
tengo encima —dije con unhilodevoz.Andrés asintióyme volvió a coger la mano.
Sindecirnada,searrodillóenelsueloyempezóaquitarmelos zapatos, unos de tacónnegroquesiemprellevabaenla oficina. El gesto mesorprendió, pero se loagradecíporquemeapretabande lo lindo. Me colocó lospiessobreunasilla,dándomeun ligeroybrevemasajequeme supo a gloria. Enseguidavolvió a su sillón ymemiróexpectante.Empecé a hablar,
ahora como un torrentemientras él me cogía denuevo la mano—. Losmalditos bonos, el pronto deGabi, y ahora encimame hasalidounantiguocolaboradorcontándole a la prensa unaseriedementirashorribles—le expliqué—. El malvadodice ahora que él creó elprogramaparabajarelparoyque los kuwaitíes nos handado la espalda y se han
puesto a vender nuestrosbonos.Unasartadementiras.El muy ruin, que encima esde la Obra... —Andrés derepente me soltó la mano,aunque con gentileza, o másbien disimulo. Aquello mehizo callar, pues recordé queél llevabaasuhijoalVirgende Gredos, un colegio delOpus. Le volví a mirar sinpoder imaginar que él fueramiembro, pero me dije que
mejor ser prudente—.Disculpa, recuerdoel colegiode tu hijo—añadí—. Esperonohabertemolestado.—Para nada —contestó y
mevolvióacogerdelamanopero esta vez mirando alsuelo—. Ya sabes que es untemadelicado.—Ya... —empecé a
balbucear. Pero ¿para quétitubear? Si iba a serpresidenta, tenía que dejar la
timidez y el miedo atrás.Además, era posible queAndrés, con tantos contactoscomo tenía, me pudieraayudar.—Es José Antonio
Villegas, mi ex directorgeneral—dije.Andrésasintió.—Sí,leconozco.Debí de poner ojos como
platos, porque Andrés seapresuróaaclarar:
—Pero muy poco —añadió, rápido—. Solo le hevistoalgunavezenelVirgende Gredos, dandoconferencias, y luegocoincido con él un par devecesalañoenunconsejodeadministración.—¿HSC? —pregunté de
inmediato—. Sé que él está,peronosabíanadadeti.Andrés asintió con la
cabeza baja, como si se
avergonzara.—Pues estás metido de
lleno… —le dije—. Esebanco está plagado de gentedelOpus.Andrésmemirófijamente.—Antes de que me lo
preguntes, no soy del Opus—aclaró.Tenía los músculos de la
cara tensos, el ceño un pocofruncido y los brazoscruzados.Lemiréincrédula.
—Puestehasrodeadobienentre el colegio de tu hijo yHSC—le dije—. Pero no teculpo, poder no les falta:controlan buena parte deltejido empresarial y de labanca, por no mencionarparte de la prensa y algunasfundaciones y asociacionesimportantes.—Ya lo sé—concedió, de
nuevobajandolamirada.Volvíalgin-tonic,ahoraya
para darle el último sorbo.Andrés lo percibió y selevantó para preparar unasegundaronda.—Es como si hubiéramos
vuelto a laEspaña de finalesde los años cincuenta —dijemientras me levantaba paraacompañarle.—No sé —respondió
distraído mientras partía elhielo con vigor—. Pero escierto que están ocupando
puestosclaveyquesuáreadeinfluencia está creciendo —añadió mientras empezaba acortarrodajasdelimón.No me cabía en la cabeza
esa creciente influencia delOpus en pleno siglo XXI, ymucho menos la posición deAndrés, un mujeriegoredomado hacía veinte añosahora reconvertido enmiembro de ese entramadoopusístico-empresarial.
—¿Porqué?¿Quédanparaatraer a personas de tantonivel?—pregunté.—En tiempos de crisis la
gente se tira a lo que sea,aunque se trate del Opus, enbusca de negocios yseguridad. Y estos sontiemposdifíciles.Lemiréfijamente.—¿Hablasporti?No me contestó, pero su
silenciomehablómásaltode
lo que habrían hecho suspalabras.—¿Gin-tonic? —preguntó
ofreciéndome la copa queacababadepreparar.—Por favor —dije,
cogiéndola.Después del primer sorbo
volví al sofá, escuchando eljazz de fondo, agradable ytranquilizador. Me senté,cómoda, abrazando lasrodillasconlasmanosyeché
una ojeada a los periódicosquehabíasobre lamesitadelcafé.Todoseranviejos,salvoelMarca,queeradeldía.—¿Todavíaeres tanforofo
delRealMadrid?—pregunté—. En la universidad teníasunacamisetadeButragueñoytambiénviatuhijoenlafotoquemeenseñasteconunadeRonaldo. Pues vaya ejemplodechuleríaquelesdas…Andréssonrió.
—Esunbuenjugador.—Ymuy chulo rematando
—insistí.—Como siempre, tienes
razón —dijo mirándomedesdelabarra,ahoraconunasonrisamásnatural.Volvió a sentarse en el
sillón, más relajado. Ahorafue él quien se quitó loszapatos —preciosos, de uncuero negro brillante— y serecostóenelsofá.
—Enestepaísnecesitamospersonasenelpodercomotú,másquenunca—dijo.—¿Por qué lo dices? —
pregunté,sorprendida.—Porque la cosa se está
saliendo de madre. —Seinclinó hacia delantemostrando cara depreocupación—. En losúltimos años muchaspersonas han ganado muchodinero de manera o ilícita o
conpocamoralidad.Hayquevolver a los valores, a lajusticia, a intentar crear unasociedad mejor. Hemoscreadounmonstruo.Nomepuderesistir.—Resulta curioso oírte
hablar de moralidad —dije,expresamente mirandoalrededor de su nidito deamor.—Hablo en serio —
respondió como sime leyera
elpensamiento.Recobré una postura más
formal, bien sentada,cruzando las piernas y losbrazos,algodefensiva.—Sí, claro, mira qué fácil
—protesté—.Amímeponesde presidenta, a tragarmetodos los marrones y conpoca compensación,mientrastú estás aquí en tu nidito deamor,oentucasazafamiliar,financiado por esas empresas
tan amorales que encimaestándirigidaspor elOpusopor el entramadomadridista-empresarial al que tambiénperteneces. Ya te he vistoalgunasvecesporlateleenelpalco del Bernabéu.—No ledejéresponder,aunqueestabaa punto—.O sea—continué—, que me pones a mí devigilantemoral cobrandounamiseria y tú te forrashaciendo todo lo contrario.
¿Porquénoalrevés?—Porque tú eres
demasiadobuenayhonesta,yyono—respondió.Le miré por el rabillo del
ojo.Almenoserasincero.—Eso no te exculpa de
todo lo que haces —dijeahoragirándomehaciaél.—Ya lo sé —afirmó con
loshombrosalgoencogidos.Parecíamáspreocupadode
loque lehabíavistonuncay
pensé que ni él ni yoestábamos allí a esas horasparaatacarnoselunoalotro.Loquenosfaltaba.Tras unos instantes de
silencio, le tomé lamano, loque pareció agradecerme,puesme la apretóymemirócondulzura.Miré el reloj: eranmás de
lascuatro.—Mejor que me vaya,
chico —dije, levantándome
—. Menuda noche. Peromuchas gracias. Me haencantadoverte.Eraverdad.Andrésselevantó.—Quédate —me dijo
mirándome a los ojos. Lostenía tristes, cansados. Suimagen de conquistador noencajaba para nada con suvoz débil, su expresiónalicaída.Claro queme tenía que ir.
Loúltimoquemefaltabaeraque me pillaran poniéndolelos cuernos a mi marido dosdías antes de las eleccionescon uno del Opus, o casi, ydespués de haber dejado alpaísalbordedelaruina.Perohay que reconocer que ganasno me faltaron. Nada comouna noche de pasión sincompromisopara combatir elestrés. Pero no podía, niquería.Andrés estaba casado
y yo también; además habíaalgoen él quemeprovocabadesconfianza. Su proximidadal Opus, por puraconveniencia, le convertía enuna persona que podía fingircon facilidad o aparentar loquenoera.Yonosabíasiesanoche había conocido alAndrés de verdad o sitambién estaba fingiendo,poniéndose una máscara. Siengañaba a los delOpus y a
su mujer, también me podíaengañar a mí y a todo elmundo.—Buenas noches —dije
abriendolapuerta.Andrés esta vez no me
acompañó. Le vi de pie, unpoco encorvado, como sillevara todos sus problemasatados al cuello. Como yo.Pero al menos a mí todavíame quedaba un poco deenergía y, a pesar de todo,
una inmensa ilusión. Parecíaqueaélno.Mefui.
18
Volvíaldespachosincasihablar con el chófer, quemeesperaba más atónito quedormido. Llevábamos dosañosderelaciónprofesionalynunca me había tenido que
esperar hasta tan tarde; nisiquiera en las fiestas oconciertosalosquemesolíaninvitaryalosquesoloacudíacuando no me quedaba otroremedio. Únicamente lasfiestas en el Palacio Realvalían lapena,por la calidadde los invitados y por losVegaSiciliaqueservían,peroyo siempre me escapabapronto. El protocolo esagotador.
DevueltaalMinisterio,losdeseguridadmemiraronconsorpresa, cómo no, mientrascruzaba el patio interior ensilencio, todavía en plenanoche.Erancasi lascincodela madrugada, una horatampoco tan inusual paramí,ya que muchas mañanasempezaba a trabajar antes desalirelsol.Descalza,zapatosenmano, me volví hacia losagentes al darme cuenta, de
repente,dequeteníahambre;no había comido nada desdela pizza y de eso hacía yamuchas horas. Les pedí quepor favor me subieran unsándwichcalientedejamónyqueso cuanto antes. Ellossabían de sobra cómo megustaban a mí esosbocadillos, que me solíancomprar en una bocatería deGran Vía que permanecíaabierta toda la noche. Como
siempre, les dije que setrajeran uno para ellostambiénycaféparatodos.Yahabía pasado la hora de losgin-tonics, había llegado elmomento de empezar unnuevodía,aunquenohubierahabido descanso entre unacosayotra.Entré al despacho
arrastrandolospies;lacabezameestallaba.Loprimeroquehice fue correr alBloomberg
para ver si había nuevainformación sobre los bonos,pero todo seguía igual. Mepuse cómoda, con lospantalones y el jersey delchándalqueguardabaenunode los armarios. Me lavé lacaraylosdientesymetumbéen el sofá. No sé si de puroagotamiento, pero sentí losojos húmedos, el estómagooprimido, el cuello casiatrapado. Intenté calmarme,
tapándomebienconlamantaqueseguíaenelsofá,peronopude. Las lágrimasempezaron a aflorar denuevo, no sé si de pena, decansanciooderabia.Peromedije que una mujer como yono se podía tumbar por unasdeclaraciones que eranmentiraoporunacaídadeladeuda que, intuía, no teníanada que ver conmigo.Aunque también me podía
equivocar.Me tapé bien conlamanta,comosiesepedazodetelamefueraaprotegerdelos tiburones de la prensa odeWallStreet;meacurruquécasi en posición fetal. Dospalabras me martilleaban lacabeza,¿porqué?,¿porqué?Tanto trabajo, tanto
esfuerzo durante la campaña,tanta ilusión, tantos añostrabajandotanduroytodosepodía ir al traste esa misma
mañana con unos titularesabsolutamente falsos. Larabia empezó a dominarme,loquemesecólaslágrimasehizo que le empezara a darpuñetazos al cojín. Noentendíanada.Mesentí sola,muysola.Necesitaba desahogarme,
hablar con alguien que meentendiera, que estuviera demi parte. Y que no fuera unhombre y quisiera ligar
conmigo.Cogí el móvil que había
dejadocargandoenelsueloybusqué el número deIngeborg. Sabía que teníasesión con su entrenadorpersonal a las seis de lamañana todos los días,incluso los fines de semana,así que tampoco le faltaríamucho para despertarse.Además,penséquesiaquellonoeraunaemergencia,quélo
sería.No tardó ni dos segundos
enresponder.—Qué sorpresa —dijo en
superfecto inglésconacentoamericano(losdanesescogenel acento de las películas,que,porsupuesto,nodoblan).Su tono era más bien vivaz,no parecía que la hubieradespertado de un profundosueño.—Ingeborg, buenos días,
perdona que te llame tantemprano—medisculpé.—Nomehasdespertadoen
absoluto—medijo—.Acabode terminar una llamada conelministrodeEconomíadelaIndia, ¿recuerdas a IshaanAmav, tan alto y atractivo?Leconocimosenunacumbreen Bruselas hace un par demeses.Sonreí internamente.
Ingeborg,siempretanatentaa
todo lo que llevarapantalones.—Sí,claroquemeacuerdo
—contesté—. Y sobre todode cómo te lo ligaste en lacenadegalaconlaexcusadevenderle petróleo y gasnaturaldanés.Ingeborgrio.—Tú siempre pensando
como una monja católica —dijo—. Pues ríete de mismecanismos de persuasión
porque resulta que sí, que lehe vendido un millón debarrilesdenuestropetróleo.Apreté los labios con una
sonrisa.—Eresincreíble.—Acabamosdecerrarlo—
anunció orgullosa—. Unmillón de barriles al añotransportados en cuatro lotesa precio de mercado. Estánhartos de Arabia Saudí, quedicen que les trata como
clientesdesegunda.—Por alguna razón será…
—dije—.¿Paganatiempo?Yo no había cerrado
ningún acuerdo con la India,quedesafortunadamentetienemuypocos lazos comercialescon España, pero había oídoen foros internacionales quetenían fama de malospagadores, siempre alegandoexcusas:que si lamoneda sehabíahundidoyyanopodían
costearse el mismo precio, oque si laburocracia era tantaquelospagosllegaríanenunaño.—Nada, nada—respondió
Ingeborg—.Nunca he tenidoningún problema con losindios, siempre me hanrespondido bien. Y de pasohe firmado un programa deintercambio entre laUniversidad de Ålborg y elbanco central indio —dijo
victoriosa.Los daneses siempre tan
espabilados. Así lesfuncionan las cosas: susestudianteshacenprácticasenadministraciones públicas,bancos centrales oasociaciones internacionales,lo que les da la oportunidadde conocer de verdad cómofuncionaelmundo.Amíesosprogramas siempre me handado mucha envidia, ya que
nosotros no tenemos nadaigual. Primero, nuestraeconomía estuvo cerradadurante cuarenta años, por loqueapenastenemoscontactosinternacionales (y todo escuestión de contactos) yluego, los pocos programasde intercambio que tenemossuelen acabar en manos deenchufados.Nadaqueverconlos procesos de selección ypromocióndelosdaneses.
Volví a pensar en el indioalto y atractivo, razón no lefaltabaamiamiga.—Supongo que ahora
tendrás que ir a la India unpar de veces al año, ¿no?—preguntéconsorna.—Calla,calla,nomedigas,
que si pudiera, tiempo mefaltaría para largarme a laIndia y dejarles a todos aquíconunpalmodenarices.—¿Qué me dices? —
preguntésorprendida.Ingeborg no era una
persona que se quejara amenudo.—Ahora te cuento, pero
antes, dime, esta llamada tantemprana.¿Estásbien?Sin pensarlo ni quererlo
solté un larguísimo suspiroyme quedé abstraída unossegundos. Ingeborgpermaneció callada,esperando pacientemente al
otroladodelalínea.—¿Cuánto tiempo tienes?
—por fin pregunté—. Segúnrecuerdo, tienes personaltraineralasseis,¿no?—No te preocupes —dijo
—,lecancelolamitaddelosdías por una razón u otra.Tenemos un acuerdo: yo lepagoalmesyélmeesperaenel gimnasio de seis a sietetodoslosdías;yovoycuandopuedo,peroselospagotodos.
Esmássencilloquetenerqueestar llamando y cancelandosiempre.Funciona.Ingeborg era una de las
mujeres más prácticas quehabíaconocido.Con tanta brevedad y
concisión como pude, leexpliqué la situación de losbonos, los titulares de laentrevistaaJoséAntonioquevería en breve, laconversación con Gabi y el
encuentroconAndrés.Dejópasarunossegundos.—Me tendrías que haber
llamado antes —dijo muyseria—. No sé ni por dóndeempezar, pero supongo quepor lo más importante —continuó, casi pensando envozalta.—Notepuedesniimaginar
cómo me siento —dije—.Estoy en el despacho,agotada, en chándal,
deshecha. Se me cae elmundoencima.—Loentiendo—asintió.La oí encenderse un
cigarrilloyexpulsarelhumo.Sabía que solo fumaba ensituacionesdeestrés.—¿Estás en casa? —
pregunté.—No, no, en el despacho
—respondió—.Ya sabesqueno me gusta nada trabajardesdecasa.Ya tecontaré.—
Me la imaginé en su silladanesa de madera talladanegra, preciosa. La habíavisto en su despacho variasveces y siempre me habíaimpresionado. Ingeborg nitenía ni quería sillones, solosillas, pues decía que eranmucho mejor paraconcentrarse y para laespalda. La suya era amplia,muy cómoda, con unosreposabrazos curvos
especialmente diseñadosparatrabajar sobre una mesa. Lomás sorprendente era que lasilla para las visitas eraidéntica, los daneses siempretan equitativos. Su despachono era tan imperial como elmío, pormás que yo hubieraquitado toda la plata ycuadros antiguos que habíaantes, sino funcional yminimalista.Losdanesesnosllevan cuatro siglos de
ventaja democrática y eso senota sobre todo en la(ausencia de) ostentación delpoder. La escuché con todami atención—. Empecemospor el principio —dijo,exhalando el humo—. Encuanto a los bonos, loprimeroquesemeocurresonlos fondos especulativos. Anosotros nos hicieron muchodañodurante lacrisiscuandoapostaron que nuestra
moneda caería y que nopodríamos defender laparidad que tenemos con eleuro.Casinosganan.—¿Sabes qué fondos eran,
exactamente?—No con toda la certeza
del mundo, pero me loimagino —dijo—. Negociana través de los grandesbancos, así que nunca sepuedesaber,demaneralegal,de quién se trata. Pero
tuvimos reuniones conalgunosdeellosyse lesveíaen la cara quién tenía lamente del diablo y quiénestaba allí para invertir alargo plazo.—Ingeborg hizouna breve pausa antes decontinuar.Parecíacomosinoquisiera ni recordar aquellaépoca—.Eranunasreunioneshorriblemente largas y tensas—continuó—.Dehecho,esosfondos no son más que un
grupo de jóvenesmaleducados y no siempreestadounidenses; los hay detodaspartes,hastaespañoles.—Ya sé, ya —dije—.
Conozco a unos españoles,losdelAfrikaFund.—Esos precisamente —
dijo Ingeborg ligeramenteexaltada—.Puesesosmismosque en principio soloinvierten en África sepresentaron en Copenhague
intentando hundir nuestramoneda como hicieron conEtiopía.Pobres.—Aquello fue salvaje —
reconocí.—Ni viendo sus caras de
malhechores o sumala lechealahoradecuestionarlotodose me hubiera ocurrido queseríancapacesdedesplumaralospobresetíopes.—Les confiscaron todos
los aviones y buques
militares,¿no?—Exacto. —Ingeborg se
detuvounsegundoparadarleotra calada al cigarrillo.Continuó—: Todos fueron aunacontralamoneda,elbirr,que se desplomó porquenadie más que ellos lanegocia en los mercadosinternacionales. Etiopía nopudo pagar su deuda endólares y como ellos habíancomprado los bonos, su
condición de acreedores lesdaba derecho a hacerse conlos activos de ese país enzona internacional.Como losetíopes no tienen acceso almar más que a través deEritrea,allíguardaban,yano,buena parte de los bienes desuEjército.Yallí sepersonóesegrupitodeespañoles,que,con la ayuda de unosmatones, confiscaron tres ocuatro aviones y diez buques
de guerra. Pobres, es casi lamitad de todos los bienesmilitares de Etiopía, queencima los necesita más quenunca porque limita conSomalia,SudányKenia.Yyasabestúcómoestánlascosas.—Hubo unos segundos desilencio. Se me puso la pielde gallina solo de repasarmentalmente las posesionesdeEspañaenelextranjero—.Pero seguro que estos
españoles no estaráninteresados en arruinar a supropio país, digo yo —concluyóIngeborg.—Unonuncapuedeasumir
nada —dije—. Pero mesorprendería, porque estefondo siempre se da aconocer; su estilo es hacerruidoymeterpresión.Loqueno entiendo de este caso esquenohayamossabidonada,que no hayamos recibido
ningún mensaje, chantaje opresiónpararebajareldéficitoalgosimilar.—Sí,esextraño—contestó
Ingeborg, pensativa—. Antesde intervenir en nuestracontra hubo muchasreuniones en las queexpresaron desacuerdo yamenazas. No puedo decirque no nos avisaran. —Meeché las manos a la cabeza;no entendía nada. Ingeborg
continuó—: ¿Se podría tratarde un fallo técnico, como elflash crash de hace unassemanascuandoderepentelabolsa se hundió pararecuperarseminutosdespués?—Llevo toda la noche
pegada al Bloomberg y nodicennada—respondí—.Tansolounpardehorasdespuésdel flash crash ya sabíamosque había sido un asuntotécnico, por supuesto
manipuladoporpersonasquese forraron en cuestión desegundos, pero enseguida seconfirmó que no era unasuntodeofertaydemanda.—Pues no sé qué más
decirte —concedió Ingeborgalgo desanimada—.Preguntaré a mi sección detesorería para ver si ellossabenalgo,sihanoídoalgúnrumor.—No sabes cómo te lo
agradecería.Lasdosrespiramoshondo.—Encuantoaldonjuánde
tu excompañero de clase —dijo, imaginé que con unasonrisa—,mujer,¿porquénote das una alegría?PorDios,las españolas cómo sois,parece que viváis en unconvento.Mereí.Ingeborg siempre había
sido muy despreocupada,
muy hippy, muy danesa.Algunas veces había tenidolas agallas de presentarse auna reunión en Bruselas sinsujetador, alegando queoprimía su feminidad y queno tenía nada que esconder.Tambiénmeexplicabaquedeniña había pasado largastemporadas en una casa deveraneo que su familia teníaen Suecia, y que allí seencontraban con amigos y
vecinos en plan comuna.Mientras mi madre limpiabalossuelosdeunauniversidaddelOpusDeiyyocrecíaenlaultraconservadora sociedadnavarra,Ingeborgysufamiliacorreteaban libres por elcampo,mediodesnudosyconfloresenlacabeza.Yo no sé si vivía en un
conventoono,peroloquesíteníaeradosdedosdefrente.—No me he ligado a
Andrés porque, uno, estácasado; dos, yo también y,tres, mañana me juego unaselecciones generales —respondí sintiendo algo decontrol por primera vez enhoras.—Yamedirásquéimporta
que losdosestéiscasados.Aél parece que poco y hastatiene un lugar para susfechorías,yencuantoa ti, siencima tumarido te la acaba
declavarporlaespaldajustocuandomáslenecesitas…Yono me lo habría pensado unsegundo —dijo—. Ahoratendríasmásenergíaynomehubieras llamado casillorando ¡sino para darmeenvidia! —Nos reímos—.¡Dile que tu amiga danesa síestá disponible! —exclamóIngeborg seguramente parahacerme reír. Lo queconsiguió. Me animé y me
sentéenelsofá,laspiernasenelsuelo,quitándomelamantade encima e irguiendo laespalda. Me sentía mejor.Con los años he aprendidoque no hay nada en estemundo como una buenacharla con un amigo cuandouno más lo necesita—.Bueno,dilequesiquierequese ponga a la cola, que enestos momentos tengo lasmanosllenas—añadió.
Ingeborg nuncame dejaríadesorprender.—¿A qué te refieres? —
preguntécuriosa.—Pues que yo ya me he
buscado un ligue… —Ingeborg empezó a decircuandollamaronalapuerta.¡El sándwich, por fin!,
recordé, aunque parecía unaeternidad desde que lo habíapedido.—Espera un segundo, por
favor—ledije.Me enderecé y enseguida
abrí la puerta para oler elbocadillo, bien envuelto enpapel, y el café, quedesprendíaunaromatanpuroque enseguida me puso debuenhumor.—Disculpe,doñaIsabel—
dijo Ignacio de seguridad—.Esqueestabasoloyhetenidoque esperar a que llegara elcompañeroparapodersalir.
—Ningún problema,Ignacio—respondíconciertaprisa—. Y muchas gracias.Espero que hayas traídodesayuno para vosotrostambién.Ignacio sonrió,
tímidamente como decostumbre, y se despidió sinmirarme.—Loquemande,señora.Volví al teléfono mientras
le daba un mordisco al
sándwich, que estabadelicioso. Tanta cena enpalacios y en embajadas demediomundo, y amí lo querealmente me gustaba era lapizza por la noche y lossándwichesdejamónyquesoyelcaféconlecheenteraporla mañana. Ahora me veíacon más fuerzas paraenfrentarmeatodo.—Perdona, querida, me
decías que te habías ligado a
alguien —dije con la bocallenaysinpensarqueaquellofuera verdad. Ingeborghablabadeamoresyamoríos,pero siempre de guasa. Queyo supiera, nunca había sidoinfiel a su marido, y estetampocoaella.—Pues como oyes —dijo
—. Me estoy tirando alpersonaltrainer.—¡Ingeborg, por Dios! —
exclamé con sorpresa,
dejando el sándwich sobre lamesita—.Pero¡quémedices!—Loqueoyes.—¿Deverdad?—¿Porquélodudas?—¡Porque estás casada,
tienes tres hijos y ocupas uncargopúblico!—Pues por eso mismo—
dijo más seria que divertida—.Estoyhartadetodo.Volvíacogerelsándwich,
que mordí casi sin darme
cuenta. Aquello no eranormal. Ingeborg hablabamuchoyavecesseenfadaba,peroalahoradelaverdaderamuy sensata y siempre laprimera en ayudar o enencontrar solucionesconciliadoras. También eraincapazdementir.—Aver—dije, intentando
comprender—.¿Quiénesestepersonal trainer y se puedesaberquéteda?
—Huy,loquemeda,siyote contara…—dijo, ahora sídivertida, mientras yoengullía el resto delsándwich.—No quiero detalles —
respondí de nuevo con laboca llena y desviando lamirada—. Solo quiero sabersiestásbien.Ingeborg dejó pasar unos
instantes.—Pues no, no estoy bien
—concedió—.Comoati,melas han metido por todaspartes.—¿Quién?Escuchécómoaparcabaun
segundo el auricular y seencendía otro cigarro.Continuó:—¿Recuerdas que tan solo
anoche te dije que el primerministro me iba a nombrarpara el puesto de comisariaeuropeadeCompetencia?
—Por supuesto, ¿sabesalgoya?—Pues sí, sí que lo sé—
dijo—. Justo después dehablar contigo me mandaronalamierda.—No es posible —
respondí inmediatamente—.Me dijiste que lo tenías todomuybien atado, ¿no?Que tuprimer ministro te lo habíaprometido para agradecer tulaborenelMinisteriocontan
buenos resultados. ¡Si hasvendido Dinamarca por elmundo mejor que los delLego!Estáelmundollenodesillasydiseñodanés.—Pues de nada me ha
servido—dijoresignada.—¿Quéhapasado?—Pues que los de
Groenlandia han presionadoal Premier para que en milugar nombren a Palle, elministro de Transportes.
Palle,elmuylisto,lesdiounamillonadaelañopasadoparaconstruirdosvíasdetrenynosé cuántas carreteras. ¡EnGroenlandia! Apenas soncincuenta y seis milhabitantes,perovanatenerelmejor sistema de transportedelmundopor persona. ¡Ah!Ytambiénleshaduplicadoelnúmero de vuelos aCopenhague a la semana. Osea, que se los hametido en
el bote a costa de losimpuestosdelosdaneses.—Y ¿se puede saber qué
interés tiene el Palle encuestión en ese islote dehielo?—El muy avispado lo
debió de intuir pronto —respondió Ingeborg—.Cuandosehizooficialquelasreservas petrolíferas deGroenlandia eran muchomayores de lo que nadie
esperaba, debió de ver queaquello le iba a dar a la islamuchamaniobranegociadora.Seguro que les propusoayudarlesacambiodefuturosfavoresyahora leha llegadoelmomentodecobrar.—¿Estássegura?—Melohadichoelprimer
ministroenpersona—dijo—.Él confiaba en mí, pero nopuedepermitirseunproblemacon los de Groenlandia
porque Copenhague necesitasu dinero petrolífero.Ymiraqué rápido se han puesto laspilas estos esquimalespescadores, que hasta hacedos años no tenían más quesalmón e iglús, pues ahoraresulta que quieren hastaindependizarse.—Pues que se
independicen —intentéanimarla—. ¡Si solo soncincuenta y seis mil! Seguro
que ni lo notaréis, ¿no? ADinamarcayalesaleelgasyel petróleo por las orejas sinGroenlandia.—Te equivocas —dijo—.
La crisis nos ha dejado peorde lo que parece; todavíatenemos bancos más quevulnerables, por no decir enquiebra, y la economía noacaba de despegar.Necesitamos el malditopetróleo de los malditos
esquimales.—Vayaconlosesquimales
—exclamé, pensando que enel fondo todos teníamos losmismosproblemas—.Peroalmenos tenéis petróleo, ¡quenosotros lo tenemos queimportartodo!—No te quejes, no te
quejes —me dijo—, quecomo mínimo a ti teescuchan. A nosotros, tanpequeños, nadie nos hace ni
caso.—Tendríamosquecrearun
grupo, ahora que todo sonsiglas: Pobres & PequeñosPeroconPotencial:4P.Nos reímos con esa risa
agridulce que a veces da laexperiencia.—Lo peor, querida —me
confesó,ahoraseria—,esquesi hubiera conseguido elpuesto,nosésihabríapodidoaceptarlo.
—¿Yeso?—Peter, mi marido, me
dijo que él no me hubieraapoyado —me contó dolida—.Quería esperar hasta estanoche para darle la sorpresadel potencial nombramiento,pero después de la negativade anoche le llamé paraexplicárselo todo. Él estabaenParís.—Noentiendosureacción,
¿por qué? —pregunté,
extrañada.—Mihijomayorestáados
años de entrar en launiversidad y el medianoacaba de empezar secundaria—Ingeborg continuó en tonoresignado—. Sonadolescentesysurendimientoescolar estos años les puedemarcar la vida. Según mimarido, con una madre enBruselasyunpadrequeviajacontinuamente, los chicos
nunca hubieranmantenido ladisciplina y se hubierandescarrilado.—Y ¿él no podría haber
cuidado de ellos mientras túestabas fuera? —Tenía laimpresión de que enDinamarca eso era casinormal—. Con tu sueldo decomisaria hubierais tenidomásquesuficienteparavivir.—Sí, pero dijo que él no
hubiera podido dejar su
puesto en SAS y volver alcabodecuatroañosporquelaaviación cambiaconstantemente y susconocimientos se habríanquedadoobsoletosenseguida.Que nada, que mejor notengamosniquepensarlo.Neguéconlacabezaunay
otra vez. En el fondo, elmachismo era un problemauniversal. Ni en los paísessocialmente más avanzados
habíaparidadreal.Niaunquefueras ministra. Era unainjusticia mayúscula. Elmundo, la vida, todo erainjusto.Medaba,ymesiguedando,muchísimarabia.—Lo siento, chica, lo
siento—meexpresécontodala simpatía y comprensiónquepude.Ingeborg permaneció unos
segundosensilencio.—Al menos no he tenido
que dimitir porque no hetenido ni la ocasión dehacerlo—dijoporfin.Aquella situación era
espeluznante. Me empecé aponernerviosa,porloquefuihasta el cajón de lamesa dereuniones donde habíaguardado el tabaco y meencendí un pitillo. Expulsécon fuerza la primerabocanadadehumo.—Y el desgraciado del de
Transportesocuparáahorauncargo espléndidamentepagado por hacer muy pocoenun campodel que encimano tiene ni idea —dije,sentándome ahora en la sillaorejuda que Ingeborg meregaló—. Ya me dirás quésabrá él de competencia sisolo se ha dedicado aconstruir carreteras que nosonmásquevíaspecuariasenGroenlandia. De los
problemas de los esquimalesa los oligopolios de la bancay las telecomunicaciones enEuropahayunbuentrecho…Ingeborg soltó una risita
sarcástica. Yo continuabadándole caladas alMarlboro,queconsumírápidamente.—Puesharácomotodos—
dijo resignada—. Hacer sinsaber. Como si no loviéramostodoslosdías.Asentíybajélamirada.
—¡Ah! —apuntó—. Y yate puedes imaginar quién sehaalegradodequeyonosealafuturacomisaria.Levanté la cabeza y abrí
losojoscuantopude.—Franz,porsupuesto.—Aciertas, querida —
contestó—. También me lodijo mi presi. Es alucinante:me contó queFranz le llamómuy contento para felicitarlepor tan acertado
nombramiento. Y que, comomuestra de afecto por tanatinada decisión, Dinamarcagozaríadeundescuentoenlapróxima factura de nuestraaportación a la UniónEuropea.Asídeclaro.Una corriente de angustia
merecorrióelcuerpo.—Tetieneganasdesdeque
nos apoyaste para evitar elrescate…—Nopiensesasí,mujer—
respondió, elegante—. Hicelo que creí oportuno y sinduda volvería a actuar igual.El hecho de que la políticasea a veces odiosa no quieredecir que nosotras tengamosque cambiar nuestrocomportamiento. Algún díatodoestosevolverácontraél,estoysegura.Yonoloestabatanto.—Al final, los buenos no
siempreganan,Ingeborg.
—Ya lo sé, darling, ya losé.Suspiramosalavez.—Encuantoalotuyoylo
de la entrevista con esegilipollas—continuó—,yalepuedes decir a los de laprensa que voy a publicarahoramismo un comunicadoexplicando que ese programadel paro lo implementamosaquí hace unos años. Dehecho, es una política sueca
de los setenta que allífuncionó muy bien, comoaquí, y ahora en España.Diles que también puedoexplicárselo personalmente,hoymismosiquieren.Puedocontarles cómo te hablé delprograma y mostrarlesalgunos de los correoselectrónicos que tú y yointercambiamosalrespecto.—Eres un ángel, querida
—dije, pues aquello parecía
unabuenasolución.Miré el reloj, eran casi las
seis.—Me tengoque ir, apenas
he dormido y ya ves elpanorama que tengo pordelante—leexpliqué—.Ytútienes el personal trainerpronto—sugerísocarrona.—Nosabeslobienqueme
sientan estas sesionesmatutinas…—Me hago cargo —dije
riéndome—. Te agradezcomuchísimo tu ayuda,Ingeborg —añadí, seria—.Avisaré a la prensa de tucomunicado.—Lo que necesites,
querida —respondió—.Cuenta conmigo para lo quequieras.—Lomismodigo.Los buenos amigos son
muchomejorque lasparejas.No solo puedes confiar en
ellos, encima duran muchomás. Las parejas van yvienen, los buenos amigossiempreestánahí.Me levanté a estirar las
piernas y me dirigí hacia laventana. Ya era casi de díapero las calles, en sábado,estaban semivacías. Era unasensación que me gustaba.Madrid aprimerahoradeunsábadoodomingonoeraunaciudadsolitariayvacía,como
parecía a primera vista, sinotranquila y humana.Eran losúnicos momentos en los quepodía salir a la calle sinsentirme observada ydeambular apreciando losedificios,mirandoa lagente,disfrutandode lavidaurbanaen sí. Para mí, un verdaderolujo.Todavía era pronto para
llamar a Mauro, sobre todoporque no quería dar una
imagen de desesperación.Seguroquelaprimeraediciónyaibacaminoalosquioscos,pero una llamada quizápodría cambiar la segunda.Pensé en el comunicado deIngeborg, que dejaría a JoséAntonioenevidencia.Lasmañanassiempretraen
laesperanzadeunnuevodía,por más horrible que hayasidoelanterior,asíquepenséqueeraelmomentoidealpara
una pequeña escapada. Conrenovada energía después delacharlaconIngeborg,mediuna ducha rápida y me puseotrodelostrajesqueEstrellame guardaba en el armario.Después de una buena salud,buenos amigos y unaimpecable asistente, nonecesitaba nada más. ¿ParaquéqueríaaGabi?Salí a la calle con una
sonrisayconciertaconfianza
enquetodoseresolvería;mesentía libre y fuerte. Con unagente de seguridad a misespaldas, intenté evitar Sol ygiré a la izquierda, pasandopordelantedelCasino,dondehabía conocido a MichaelBloomberg en persona hacíamuchos años, cuando estabaen AdministracionesPúblicas. El magnate habíaorganizado una fiesta en elCasino para presentar su
canal de televisión cuandotodavía nadie le conocía enEspaña. Contrató a unaempresa de relacionespúblicas para que llevara(previo generoso pago) asocialites y gentes de lafarándula madrileña que legarantizaran titulares. Losfamosos habían acudido a lacita del futuro alcaldeneoyorquino, y la fiesta y supublicidad resultaron un
éxito. En esta vida todo secompra.Crucé la calle pasando
delante del Ministerio deEducación. Bah. Miré haciala ventana del despacho deDaniel, el ministro,convencida de que no leencontraría trabajando unsábado por lamañana. Penséque de ganar las elecciones,no le renovaría en el cargo,porque en cuatro años no
habíahechomásquepelearsecon todos: con las escuelaspúblicas por no atender a sufaltaderecursosyporapoyarloscentrosconcertados;yconlos colegios privados, porsuprimir la asignatura dereligión. Con todo lo quehabía por hacer, habíaacabadolalegislaturasinquela educación en nuestro paíshubiera progresado ni unapizca. Más tarde supe que
había aceptado un contratocomo decano de laUniversidad deMéxico justodespués de las elecciones.Supongo que a eso habíadedicadosusesfuerzos.En apenas un par de
minutos llegué al Círculo deBellas Artes, uno de mislugares preferidos. En eserestaurante de columnas demármol preciosas habíadesayunado,comidoycenado
en múltiples ocasiones,muchas de ellas cerrandoacuerdosconasociacionesdetodo tipo. Recordé conespecialcariñoellogradoconla Asociación CárnicaNacional, por el quelimitamos la producción conelfindemantenerlosprecios,en plan cártel, lo que supusola desaparición de algunasempresas, pocas, perogarantizó la subsistencia del
sector y una mayor calidaddel producto, además desalvar la vida a miles decorderitos.Aquellahabíasidouna victoria, no solo por elacuerdo en sí, sino porquelogramos reunir enMadrid alos máximos mandatarios dela industria, la mayoría deellos caciques de puebloscastellanos pocoacostumbradosalacapitaloalosambientesrefinadoscomo
el Círculo. Traerles fue unanecesidad, más que un actode esnobismo, pues en todaslas visitas a industrias delsectorquehabíahechoyoenpersona había terminadovomitando. No soy, y nuncahesido,carnedematadero.Tambiénhabíadibujadoen
las servilletas de papel delcafé del Círculo numerososmapas de España,proponiendo comunicaciones
o intercambios comercialesentre regionesopaíses.Yenlamagníficaterrazaconunasvistas impresionantes a laciudad había ofrecidocócteles a inversoresinternacionales o conseguidofondos para ayudar a algúnsector. Allí había tenido anuestros mejores actores ydirectoresdecinemirándomecon ojos centelleantes,agradeciéndomeelapoyocasi
deporvida.El poder tiene aspectos
fantásticos que a vecessuperan los momentos másduros y viles. A veces. Peropor cada mirada deagradecimiento, hay otra deresentimientoyodio.De pie junto a la pequeña
barraque tienena laentrada,pedí un café con leche y uncruasán: todavía teníahambre.Miréporlosgrandes
ventanales hacia la calle,todavía vacía. Me sentí yomisma, libre y anónima enplena ciudad, con todos misproyectos por delante. Porunaveznohabíarastrodemiescolta,aquiensiemprepedíaque se escondiera para nosentirme vigilada, atrapada.Le busqué con la mirada,pero afortunadamente estavez se había ocultado bien.Respirétranquila.
Enseguida me trajeron elcafé y el cruasán en unabolsita para llevar y volví alMinisterio, tranquila y sinatraermiradas.Aaquellahorasolo había por la calleborrachos y trabajadoresmediodormidos.A las seis y media ya
estaba de vuelta enmimesa.Resolutivaycaféenmano,ledi un mordisco al cruasán ymarquéelnúmerodeMauro.
No descolgaba.Impaciente, volví amarcar einsistí hasta que debí dedespertarle.—Mauro, soy Isabel San
Martín—dijesegura.Dejópasarunossegundos.—Ministra —por fin
respondió—. Qué sorpresa.Supongoquellamaporquehavistolostitulares.—Pues no —dije—. Los
quioscos todavía están
cerrados.Peroquieroavisartede que la ministra deEconomía danesa va a emitirun comunicado explicandoqueelprogramadereduccióndeparomelorecomendóelladespués de que loimplementaran con éxito enDinamarca.Tienepruebasdenuestrointercambiodeideas.Mauro permaneció en
silencio.—¿Algo más? —dijo con
ciertaincredulidad.—¿Te parece poco? —
contesté sorprendida—.Refuta por completo lasdeclaraciones de JoséAntonio. Tendréis que sacaruna segunda edición con laretractación.—Está de broma, ministra
—dijo.—¿Cómo que de broma?
—Lairaempezabaasubirmepor el estómago—. Esto es
muy serio, Mauro. Habéispublicado una informaciónque es falsa y tengo pruebaspara desmentirla. Comoperiodistas, tenéis laobligación moral deretractaros.—Es la palabra de la
danesa frente a la de JoséAntonio.—¡La danesa es una
ministra!—Y también su amiga, a
nadie le extrañará que laapoye.—¿Quéquieresdecir?—¿Quién se va a creer a
una hippy amiga suya y queademás es de un país que nipinchanicorta?Lapalabradeun varón español siemprevalemás.—Nodoycrédito.—Soygatoviejoysémuy
bienloquemedigo.—Como periodistas, estáis
obligados a dar las dosversiones.—Siempre que sean
válidas—replicó—.Ymuchome temo que la palabra deunahippydiscotequeraquesededica a hacerse selfies conlos líderes internacionales novalemucho.Otra vez el tema de los
selfies, me dije. Aquello lehabía hecho mucho daño aIngeborg y quién sabe si
tambiénlaalejódelpuestodecomisaria.Hacíaunosmeses,la pobre había tenido quedejar a su hijo enfermo, encontradesuvoluntad,paraira la inauguración de losJuegos Olímpicos de Pekín(menudo tostón) porque supresidenteestabaindispuesto.Sin que ella supiera por qué,seguramente por ser mujer,rubia y atractiva, la habíansentado entre el presidente
ruso y el estadounidense,ocasión que aprovechó parahacerse una foto con ellos.Según me explicó, no eratanto por una cuestión defama o de ego, sino depolítica: quería enseñarle asus hijos que nada eraimposible, que incluso losmundos más opuestos sepodíanllegaraentender.Perola prensa no lo interpretó asíyelgestosevendiócomoun
acto de autobomboegocéntrico.Apesardetodaslas explicaciones que dio, elgesto se volvía siempre encontrasuya.—Esamujeresunapayasa
—remachóMauro.—Es una ministra de
Economía que ha hechomucho por su país, le debesunrespeto—defendí.—Doña Isabel, lo siento
mucho, pero no podemos
hacer nada —concluyóMauro en tono desuperioridad—. El periódicoestáenlacalleynolovamosa cambiar. Nuestroentrevistado se mantiene ensusdeclaraciones.Solomequedabarecurrira
la amenaza. Si él jugabasucio, yo también, aunquesiempre con la verdad pordelante.—Muybien,Mauro—dije
—. Pues no voy a tenermásremedio que cuestionar lacredibilidad de tu periódico,no solo con relación a lasdeclaraciones de JoséAntonio, también con elpasadodeldirector.Hubounsilencio.—¿A qué se refiere,
ministra? —preguntó por finMauro.Ya tenía la pelota en mi
campo.
—Conozco tu pasado, tusproblemas en Ibiza, con ladroga.Hubo otro silencio, esta
vezmáslargo.—Ya veo que sus
tentáculoslleganlejos.—Tantocomolostuyos—
dije—.Soloque losmíos losutilizo para el bien común, yno en beneficio propio ocomoarmadestructora.—Yaveo.
—Solo estoy defendiendolaverdad.—Es una palabra contra
otra —dijo—. No puedosaber quién miente y quiénno.—Te estoy ofreciendo una
solución. Publica lasdeclaracionesdeIngeborg.—Ya le he dicho que es
imposible —respondió—.Nuestros lectores se reirán sidoy credibilidad a una hippy
socialistanórdica.Era absurdo. No podía
cambiar cuatro siglos denacionalcatolicismomachista.—Muybien—dije—.Allá
tú y tu periódico. No meculpes cuando el resto de laprensa recoja susdeclaraciones y vosotroshagáis el ridículo. —Dejépasarunossegundosantesdeusar mi última baza—. Yaveremos qué pasa cuando el
país conozca el pasado deldirector del medio másreaccionario, que propugnaunos valores tradicionalesmuy diferentes a los quepractica.Mauro guardó silencio
unos segundos, pero al finalcontestó:—A nadie le interesa la
vida de un director deperiódico, señoraministra—dijo—. Usted tiene más que
perder. No le convieneenfrentarseamíoamigrupo.—Eso ya lo veremos —
dije,antesdecolgar.
19
Nosénicómonicuándo,pero después de aquellaconversación me quedédormida unas dos horas.Supongoqueseríalatensión,los chantajes, lasmentiras, o
tantas verdades ocultas. Locierto es que la política aveces da asco, pero en esosmomentos precisamente esnecesario sobreponerse,cueste lo que cueste. A lolargodelosañoshetenidolasuerte de conocer a personasmuy especiales que hanllegado muy lejos en susprofesiones,desdedeportistasde élite hasta escritoresfamosos, empresarios de
éxito,toreros…Todosycadaunodeellosmehadichoqueen algún momento hanpensadoqueestabanallímite,que no podían más y quehabían querido abandonar.Todos sin excepción. Suéxito,decían,habíaconsistidoensuperaresosmomentos,loqueen laaltacompeticiónsellamalabarreradeldolor.Sentí mis horas más bajas
ese sábado por la mañana;
estaba extenuada, con ganasde irme a casa o devacacionesydepasarmedíassin hablar con nadie. Lapolítica, como la vida, es uncamino largo y difícil en elquelastrabaslleganportodaspartes, la última vía JoséAntonio. Pero la políticatambién, y sobre todo, mehabíadado laoportunidaddemejorar algunas cosas aescala mayor. Este
pensamientomemantuvoesesábado en el despacho,dándome una fuerza paracontinuarquecreíanotener.Elbedelvinoconlaprensa
y,comoesperaba,LaVerdadtraíaunafotodeJoséAntonioy sus declaraciones enportada. «Kuwait retira elapoyo a España», decía eltitular a cinco columnas.También salía una foto mía,más pequeña, en la que para
colmo aparecía despeinada,con unas ojeras que llegabanalospiesycaradeenfadada.Seguro que me la habíanhecho durante alguna ruedade prensa mientras losperiodistas de ese medio tancercano a la oposición mehacían preguntas, por logeneral cargadas de malaleche. ¿Por qué en Italia sepagan menos impuestos queen España? ¿Por qué se
jubilan antes? ¿Por qué diceel presidente que lospensionistas son muyimportantes, pero usted nosubelaspensiones?¿Hayunaguerrainternaenelgobierno?¿Cree que el presidente estábuscando un sustituto enEconomía?Siempreigual.No toda la prensa recogía
la caída de los bonos porquealgunos periódicos habíancerradosusedicionesantesde
que se empezaran a hundir.Además, solo dos diariosteníancorresponsalenNuevaYork, los demás los habíanido retirando por falta depresupuesto, quedándose amerced de las agencias deprensa anglosajonas, paraquienes ladeudaespañolanoera una prioridad. De todasformas, los dos periódicosnacionales más importantesapartedeLaVerdad también
habían puesto la noticia enprimera página, aunque nocomo temaprincipal.Unodeellos,esosí,habíaincluidoungráfico con la caídafulminantedenuestrosbonos.Fui a la mesa para ver si
alguien había llamado alteléfono del despacho,extrañamentesilenciosoaesahora de lamañana. Tenía unsinfín de llamadas perdidasque no había oído por haber
activado el silenciador (mitecla favorita). Todos losmensajes eran de Lucas,pidiéndome unasdeclaracioneso«algo, loquesea»paradaralosnumerososperiodistas que le habíancontactadoesamañanaa raízde los comentarios de JoséAntonio.Encuantoalparo,leremití al comunicado queIngeborg ya había emitido, ysobre losbonos repetí loque
toda persona o empresa dicecuando no quiere decir nada:«El gobierno no comentasobre especulaciones delmercado».Lo último que quería era
enzarzarme en una pelea conJosé Antonio a través de laprensa porque solo serviríapara desgastarme, mientrasque a él le daría unavaliosísima publicidadgratuita. Volví a mirar la
primerapáginadeLaVerdad,consufototansonrienteytangrande, y entendí que allíhabía algomás, que aquellasdeclaraciones tenían unobjetivo muy premeditado,aunque entonces no loconocía.Llamaron de nuevo a la
puerta.Estavezelbedeltraíaun ramo de flores. Mesorprendió, porque aunquerecibía florescasiadiario—
de todas las asociaciones opersonas que buscabanfavores—, los ramos siemprellegabanentresemana,nuncaen sábado. Saqué la tarjetapara ver el remitente. Tuvequeabrirelpequeñosobre,deunazulelegante, enausenciadeunnombreenelreverso.EraAndrés.Suerteyaportodas.Vasa
ganar,presidenta.Miré por la ventana,
aunquecon lavista fijaenelaire,enlanada.Aqueleraungesto bonito, en la fronteraentre la amistad y el flirteo,pero que decidí tomármelocomo lo primero por mipropio bien. Estaba en unmomento delicado, política ypersonalmente,ynomepodíadistraer ni un segundo. Seacomo fuere, aquellas floresme animaron, entre otrascosas porque el ramo era
alegre,degladiolospreciosos,altosyamarillos.Me di una ducha y me
adecenté para afrontar ellarguísimo día que meesperaba.Teníaqueiniciarlainvestigación sobre JoséAntonio y su compra-ventade bonos, pero antes debíamirar la cotización de ladeuda ese mismo día. Habíaque reflotar esos bonos seacomofuere.
Mesentéeneldespachoymientras encendía elBloomberg vi el nombre deWalterFürstenlapantalladelmóvil. El banquero másimportante del país, ytambiéndeLatinoamérica,noacostumbraba a llamarme.Creoqueenmisdosañosdeministra solo lo había hechouna vez, en plena crisis delBanco Nacional. Cuando elrescatedeloskuwaitíesfuiyo
quien me puse en contactocon él para avisarle de quehabíamos encontrado unasolución. Era extraño que nohabláramos más, pero yotampoco quería ir detrás denadie. Ingeborg me habíacontadoqueellayelprincipalbanquero de Dinamarcadesayunaban juntos una vezalmesy en Inglaterra, segúnmehabíaexplicadoMartin,elgobernador del banco central
y los cinco presidentesbancariosmás importantes sereunían una vez al mes paratomar el té. Durante esosencuentros, la autoridadmonetaria a menudo lesrecordaba las multas quepodían recibir si seextralimitaban, algo que defacto les mantenía bajocontrol.LehabíaprometidoaMartin que de ganar laselecciones convocaría
sesiones mensuales con labanca y con la industria,aunque para trabajar y noparacomer,comohacíaGR.Recordé ese primer día en
Moncloa, cuando elpresidente me presentó aWalter, quien me sorprendióporsermásbajoyrechonchode lo que le había visto portelevisión, donde aparecíaalto, sano y fuerte. Enrealidad era chato, tenía la
cabeza grande y cuadrada ylos ojos negros y profundos,de ave rapaz, rápidos yobservadores. Su cara,siempre seria, no escondía elcansancio y las arrugas quetraen la responsabilidady losaños. Como la mayoría definancieros que he conocido,era fríoyapenasgesticulaba;jugabaconlascartaspegadasal pecho. Siempre impasible,en control. Un control que
ciertamente tenía porque subanco financiaba a lasprincipales empresas del paísy estaba detrás de casi untercio de todas las hipotecas.Eso les había costado unamillonada con la crisis, perolo compensaron con losbeneficios de sus filialeslatinoamericanas.Menos malque HSC era un bancoresponsable y no corríapeligro de quebrar, porque si
bien habíamos conseguidosalvar al Banco Nacional,nunca habríamos podidorescatar a HSC; erademasiadogrande.—Buenosdías,donWalter
—dijeamablemente.Me obligué a sonreír pues
es cierto que si uno sonríe,aunque sea a la fuerza,siempre sale una voz másagradable.—No tan buenos, ministra
—saludó en su tono caciquilhabitual,ásperoygrave.Me incliné hacia delante,
apoyandoelcodoenlamesa,lafrenteenlamano.Cerrélosojos pero solo veía gráficosmostrando la espectacularcaídadenuestrosbonos.—Estamos en ello, don
Walter—dije, directa. Él noera de los que perdieran unsegundo en nada que no leresultaraútilorelevante.
—¿Se puede saber qué hapasado? —preguntó, seco eintenso.Su tono dictatorial, su
presencia imponente y lamirada siempre alerta hacíaque sus directivos y elpúblicoengeneralletuvieranmiedo.Yo lehabíavisto consu equipo en algunaspresentaciones,inauguraciones o actossociales y siempre me había
llamado la atención que lellamaran«Campeón».Inclusocuando no estaba presente,sus directivos o conocidossiempre se referían a él conese nombre, tales eran elpoder y la influencia queejercía sobre ellos. Yo, laverdad, veía poca diferenciaentre llamar «Campeón» aljefe o «Comandante» a undictador.Setratadelamismarelación:deopresión.
Suspiré.—Nolosabemos.Por supuesto, no era la
respuestaquebuscaba.—Pero ¿cómo que no lo
sabéis? ¿Qué clase degobiernoeseste?—gritó.Intenté no ponerme a su
altura.—Loqueséseguroesque
no hay ningún mal datoescondido ni ningunasorpresa desagradable que
estemos a punto de anunciar—aclaré—.Losdatossonlosque son; no tenemos ningúncambio ni revisiónpendientes.—¿Yloskuwaitíes?—Nohansidoellos.—¿Lohanconfirmado?—Sí, hablé con ellos
anoche,oestamadrugada.—¿Pues entonces quién
cojones ha sido? —preguntóagresivo. Me quedé callada.
Por desgracia no tenía larespuesta. Al cabo de unossegundos,Waltercontinuó—:Esto me suena a fondosespeculativos. ¿Te hanllamadoo tehas reunidoconalguno recientemente? —preguntó—. Esta pandilla dejovenzuelos siempreactúaengrupo y antes de meter bazasuelenavisar.Escribencartasen los periódicos, se reúnencon las empresas o los
gobiernos para exigirlescambios u organizanreuniones con los otrosinversorespara llevarlosa sucampo.Sonunosdesalmados,pero van de cara, no por laespalda.Me resultó extraño
escuchar la palabra«desalmado» en boca deWalter. Como si él fuera unangelito.Enfin.—No, hace tiempo que no
habloconellos—respondí—.Desde el rescate de loskuwaitíes han dejado derondarporaquí.Laeconomíaha mejorado y ellos yacompraron bajo y vendieronalto.Creoquehanhechocajay que ahora van a porBélgica.Walter suspiró antes de
continuar.—Tengodiezmilmillones
metidosenbonosespañoles.
Casi que se me cayó elmóvildelamano.—¡¿Diezmil?!—exclamé.
Cerrélosojos,incrédula.—Diezmil.Estirélacabezahaciaatrás,
abrumada. Al cabo de unossegundos volví aenderezarme.—Segúnnuestroscálculos,
creíaquecomobanco teníaismil, y luego seiscientos osetecientos por parte de
clientes—dije.—Cierto.—¿Ylodemás?Su silenciome alertó.Con
razón.—Ministra,estallamadaes
confidencial, ¿no? —preguntó.No teníamás remedio que
abrir la puerta de laconfidencialidad, algosiempre peligroso cuando setrata de bancos. Pero era
mejor conocer la verdad, ycuantoantesmejor,yaquealfinaltodosesabeycualquierminuto puede resultar oro decara a buscar una solución,sobre todo en el vertiginosomundofinanciero.—Sí, absolutamente
confidencial.—Cerrélosojosdenuevo—.Dime.—Tenemosunafilialenlas
islas Caimán que pidecréditos a corto plazo a un
interés mucho menor que larentabilidad de nuestrosbonos.Hemosusadoladeudaespañola como colateral deesafilialydeesospréstamosa corto plazo.Con los bonosahoraporelsuelo,lafilialsenoshunde.Nomelopodíacreer.Una
entidadtanseriayorganizadacomo HSC ejerciendo defondo especulativo en lasislas Caimán de espaldas al
fisco. No tardé mucho enhacernúmerosmentalmente.—Esto os puede arruinar
—dije—.Notenéiscapacidadde absorber laspenalizaciones y las pérdidasque os vendrían. O vendrán—mecorregíconterror.—Ya lo sé —admitió en
vozbaja.Hubo un tenso y largo
silencio. Yo no podíaayudarle.No podía colaborar
con alguien que estabaincumpliendo la ley de unamaneratanescandalosa.—Solo se me ocurre una
cosa—dijoporfinWalter.—Teescucho.—Que llames al Banco
Nacional y a vascos ycatalanes y que entre todosnos pongamos a comprarbonos; están muy bajos y sinovana salirnoticiasmalas,tendrán que subir a la fuerza
—dijo—. Yo compraré másque nadie, a cambio de quepueda desmantelar la oficinadeCaimáncondiscreción,sinquenadieseentere.Siempre igual. Banqueros
de rapiña; salen victoriososdecualquiersituación,porfeaquesea.—AlBancoNacionalnole
sobraniunmíseroeuroylosvascos y los catalanes estánigual—expliqué—.Mereuní
el otro día con ellos y esimposible llamarles ahoraparabuscarapoyo.Dejé pasar unos segundos
mientras pensaba. Igual yotambién podría jugar con suscartas y sacar tajada deaquellasituación.—Estoydeacuerdoenque
aesteprecio ladeudaesunaganga, un negocio redondo.¿Nopodéiscomprarsolos?—Y ¿el tema de la
discreción en el cierre deCaimánquedagarantizado?Allí había algo que no
entendía.—¿Por qué queréis cerrar
laoficina?Y¿porquéme lohasdicho?SoytuministradeEconomía, por Dios, no tutraderenlosmercados.Walter dejó pasar unos
segundos.—Porqueteníamosmuchas
pérdidas, ya antes de lo de
ayer —dijo pesaroso—. Elcrédito internacional se estásecando y nos hemosquedado sin financiaciónjusto cuando nos toca pagaruna suma importante enconceptodeintereses.—Y¿porquémelodicesa
mí?—insistí.—Porque está el Wall
StreetJournalhusmeando.Lacosaacabarásaliendoalaluz—me advirtió—. Sé lo que
medigo.—O sea, que me estás
pidiendo que te ayude adesactivar la bomba antes dequeteestalleenlasmanos.—Y a ti en las tuyas —
apuntó,rápido.Siempre el mismo
chantaje. Pero el malvadotenía razón.España no podíaabsorber un problema grandecon el HSC. Nos íbamostodosahacerpuñetas.
—Estoyconvencidodequelo podemos solucionar —continuó,ahoramásseguroyconcontrol—.Simepongoacomprarcomounlocohoyenel mercado gris, verás cómolos bonos subeninmediatamente, justo atiempo, antes de mañana…—dijo,sinterminarlafrase.El chantaje estaba claro.
Me quedé callada porqueaquelladecisiónmeponíaen
el límite de la ética. ¿Cómoiba a explicar que habíapermitido a HSC cerrar unafilial ilegal a cambio de queme salvaran el pellejopolítico? Pero por otra parte,reflotarelpreciodelosbonosera exactamente lo quenecesitábamos, no solo yo,sino todo el país. Lahecatombe de nuestra deudapodía generar una granincertidumbre y cerrarnos el
acceso a los mercados. Lajugada nos podía costarmuycara a todos. Me sentíacorralada y Walter,seguramente percibiendo midebilidad,fueapormás.—El trato también podría
incluiralgunoscambiosenelsector—dijoantemiestupor.—¿Quécambios?Seajustólavoz.—El límite de los bonus
que estableciste haceun año,
por ejemplo, ¿no sería estauna buena oportunidad paraeliminarlo?Peorquelosbuitres,pensé.
Continuó:—Comprar miles de
millones en bonos nos va atraer mucho riesgo y mistraders pueden olerse quealgo no va bien. Ahora —dijo, haciendo un brevesilencio dramático—, si lesdigo que en Navidad van a
tenerunbonusdecincovecessu salario, eso garantizaríanuestra ejecución. Además,tenemos que actuar hoymismo,antesdequeabranlosmercados el lunes. —Walterse detuvo un instante paracoger aire—. Y en ese casotendré que sacar a mi gentedesuscasasdefindesemana,con lo que habrá queincentivarles.Walter me había
acorralado, ¿cómo habíamosllegadoaestasituación?Estaba claro que no podía
eliminarellímitealosbonus,unamedidaqueensudíafuetan popular como necesaria.¿Cómo se atrevía ahora apedirle a una ministrasocialista que devolviera losbonus a la banca, cuando elpaísestabaenplenacrisis,enparte debido a los problemasdeesesector?
Justo cuando iba aresponderle escuché undisparo al otro lado de lalínea. Del susto casi salté dela silla.Miré ami alrededor,por si el ruido no hubieraprocedido del teléfono sinodel Ministerio, pero todoparecía enorden.Corrí hacialaventana,teléfonoenmano,paramirarhacia lacalle,queafortunadamente tenía elaspecto de costumbre. Me
tranquilizó ver que no habíasido un atentado terrorista,pero me asusté al pensar enmiinterlocutor.—¡Walter! —grité—.
¿Estásbien?—Sí, sí, mujer, no te
preocupes —dijo tantranquilo—. Es solo unacacería, estoy aquí en mifinca en Toledo con unosamigosyacabandeempezar.Cacerías en Toledo
organizadas por la banca ysus amigos. La España delsigloXVII enpleno sigloXXI.Mevolvíasentar.—Dehecho—continuó—,
precisamente están aquí losdelegados de los bancos deinversión estadounidenses,como Alfonso Monjardín oBorja de Guzmán. ¿Lesconoces?Alcé una ceja mientras
negabaconlacabeza.¿Quién
no recordaría esos nombres?LaimagendeltalAlfonsomevino a la cabeza: tanrepeinadohaciaatrás,taldejeen el acento, tanta altivez ysuperioridad,tantocolegiodepago y estudios en elextranjero, tanta equitación yclasesdetenis,pianoyesquí.Y ahora, lo mismo pero demayor.YtodoporperteneceraunadeesassagasespañolasquedesdeelsigloXVIIsehan
pasado tierras, palacetes yriquezas de una generación aotra.—Sí lesconozco,sí—dije
con cierta displicencia—. Aveces ejecutan nuestrasoperaciones de tesorería, losdosnosconocenbien.—Con ellos aquí
podríamos activar nuestroplandeinmediato.Me apresuré a intervenir,
porque yo ya sabía que la
banca siempre tiene muchaprisaparavender,ypocaparacomprar.—Aquí no hay acuerdo
todavía —le recordé—.Como te podrás imaginar, eltema del bonus esimplanteable.—¿Por qué? —preguntó,
comosinolosupiera.—Lo sabes perfectamente,
Walter.Dejópasarunossegundos.
—Otrasoluciónseríaponerun límite, digamos, de diezveceselsalario—propuso—.Sería un acuerdo bueno paralas dos partes: tú siguesdando la imagen de que nostienesbajocontrolynosotrostenemos un buen bonus,aunque no tan alto comoquisiéramos.Aquellomerepateó.—Nihablar.—Peromujer,notepongas
asídeterca…—¡¿Quémehasdicho?!—
exclamé levantándome de lasilla con un cabreomonumental. Odiaba elmachismo recalcitrante—.¡Me llamas terca porque soymujer!—le dije con furia—.Sifueraunhombrediríasquesoy un excelente y duronegociador,¿ono?Guardó silencio. Era
machista, pero no tonto y
sabíacuándorecular.Aquellomediofuerzanegociadora.—Esmás—añadí, todavía
de pie—.Lo que sí te puedoproponer a cambio de unasalida de Caimán… discreta—enfaticé—ydetuapoyoenla compra de bonos es laimposición de cuotasfemeninas en los puestosdirectivosdelabanca.—¡Ni hablar! —dijo
enseguida.
Me lo imaginé echándoselas manos a la cabeza,sentadoenunamansiónllenade cabezas de animalesdisecados donde las mujeresnoteníanmáspapelqueeldeservir.—Piensa en lo que ganas
—dijeconconfianza,rayandola superioridad. Sentía comosi estuviera hablando con unhombredelsiglopasado.—Absolutamente
imposible.No pude evitar
devolvérsela.—No te pongas terco,
hombre.Escuchécómosuspiraba.—Tenemosquellegaraun
acuerdo, Isabel —dijocondescendiente, como si yofueraunaniñaa laquehabíaqueadoctrinar.—Yatelohepropuesto—
respondí,terminante.
—Sabes que es imposible,losabesperfectamente.Lo que sí conocía a la
perfecciónerasumachismoysu oposición a potenciar a lamujer dentro de su banco odel sector. HSC tenía laosadía de presentar a susaccionistas un consejoexclusivamente masculino.Cada vez que les veía en lafoto que siempre traía laprensa después de su junta
anualcasiteníaquedesviarlamirada. Igual que en suspresentaciones de resultados,cuando se podía ver alcentenar de ejecutivos quellevaba la dirección delbanco,peroentrelosquesolohabía dos mujeres: una deellas, su hija, y la otra,sobrina del vicepresidente.Eraunescándaloqueyoteníala intención de atajar si salíaelegida al día siguiente. En
miprogramahabíaincluidoelestablecimiento de una cuotadel veinte por ciento demujeres en puestos dedirección en todas lasempresas con más de milempleados.Aquella conversación se
estaba convirtiendo en unaexcelente oportunidad paraempezarmiproyecto.Apesardequelohubieraincluidoenmi programa electoral (ya
sabemos que los programasson papel mojado), eraconsciente de lo difícil quesería sacar adelante esa leysin una mayoríaparlamentaria, algo que,después de los titulares deldía, seguro no iba aconseguir. Contar con elapoyo de Walter podríaresultarclave.—Nada es imposible —
respondí a su negativa—.
Además,podríamospresentara HSC como ejemplo aseguir, como empresa aimitar, una organización deideas avanzadas yprogresistas.Ahoraladisplicenteerayo;
siesque,enelfondo,lavidanoesmásqueunjuego.—HSC no quiere dar una
imagennideavanzadosnideprogresistas, ymuchomenosde feministas —dijo
enseguida—. Somosconservadores y estamosorgullosos de ello. Laspersonas nos dan suconfianza precisamenteporque nos ven maduros ysensatos. No somos unaasociación de hippies,ministra,somosunbanco.Me senté de nuevo en el
sillón. Aquella iba a ser unadura batalla. Me pasé unamano por la frente, descansé
la espalda en el respaldo ycrucélaspiernas.Insistí.—Sería una gran
publicidad —dije—. Lasmujeres no solo irían decabeza a vuestras sucursales,también atraeríais a lasmejores estudiantes deEspaña. Podríais disponer demuchotalentoabuenprecio.—Ya tenemos muchas
mujeres trabajando en elbanco, no necesitamos más
—respondió,seco.—Sí, pero no son
directivas.—Tenemosados.—¡Dosdecien!—exclamé
—. Y encima las dos sonfamiliares.Nocuentan.Oí cómo Walter resopló,
exasperado.—Mira, Isabel —dijo
prepotente—. Las mujeresson lo que son y lleganadonde llegan, como todos,
por talento. Yo no tengo laculpa si en plena carreraprofesionaleligendedicarseala familia o si no lescompensa trabajar tantashoras al día. Eso es unaelección personal y no sepuedeforzar.—Sevanporqueelsistema
lasecha.—Nosotros no echamos a
nadie.—¡Directamente no, pero
sí de forma indirecta!—dijeen voz más alta de lo quedebiera—. Habéis creado yperpetuado un sistema quesolo es sostenible paraalguien que llega a casa ytiene a otras personascuidando de sus hijos ypreparándoles la cena. Unamujer no tiene esaposibilidad, porque no hayhombresdispuestosadársela.Loúnicoquetenéisquehacer
es crear un ambiente flexiblepara que las mujeres puedanconciliar vida personal ylaboral.—El sistema, Isabel, no lo
he inventado yo —dijo—.Pero si mi cliente enLatinoamérica necesita unareunión, no le puedo decirque no puedo hablar a partirde una hora que para él sonlasochodelamañanaporquetengoquedarunbiberón.
—No seas desagradable,Walter—le advertí—. Sabesmuybienquehay solucionesparatodo.El banquero dejó pasar
unossegundos.—Loquemepides,Isabel,
novaaayudaranadie—dijo—. Al menos ayudemos aquien realmente lo necesite—propuso—. No sé,podemos discutir laconstrucción de centros
sociales o unas barracas paralossinhogar…Aquello empezaba a
resultarinsultante.—Walter —le interrumpí,
de nuevo poniéndome en piepara sentirme más fuerte—.Esto no es un asunto decaridadnidediversidad.Estoesbusiness.Estácomprobadoquemásmujeresencualquierempresa, incluidos losbancos, mejoran los
resultados porque ofrecen unpuntodevistadiferente.—No pongo en duda,
Isabel,quehaymujerescomotú, de una competenciaextraordinaria;peroyoloquequiero es quemi banco ganedinero,ynosalvaralmundo.—Tu negocio y tu sector
no tendrían tantos problemassi hubiera contado conmujeres en puestos dedirección.
—Habría sido igual. Lahistoria y las personas serepiten.—Te equivocas —dije
convencida, dirigiéndomehacia la ventana—.El riesgoabsurdo que asumieronalgunos banquerosestadounidenses, ingleses yespañoles, y que luego lescostó la bancarrota, no sehabría concebido con másmujeres en esos equipos.
Menos testosterona y mássentido común es lo quenecesitan.—Esonuncalosabremos.—Losabemosahora—dije
—. Las mujeres tienen unperfil de riesgo mucho másbajo y además tambiénresuelven conflictos de unamanera más consultiva yconsensuada, menos agresivaque los hombres. Lo sabesperfectamente.
No pudo responder con loque yo aproveché paracontinuar, ahora como unaametralladora.—También está
demostrado que las mujeres¡escuchan!, cosa quemuchoshombresnohacen,sobretodoen la banca, porque estáncentrados enganaryganaryganarmás dinero. Y tú y yosabemosmuybiencuálessonlos beneficios de escuchar,
porque el poder se reducemuchas veces solo a eso. Lagente necesita que se laescuche y se la entienda; amenudo basta con eso parasolucionarunproblema.Hiceunapausa.—Como dijo la ministra
francesa, siLehmanBrothershubiera sido Lehman Sisters,otro gallo habría cantado —añadí.—En mi banco casi un
cincuenta por ciento delpersonal son mujeres —respondió, frío—. Creo queen el sector la cifra es muyparecida,asíquenocreoquesea un problema de sexos oque establecer cuotas searelevante.—Ya sabes que estoy
hablando de puestos dedirección. —Me empecé airritar—. Lo que sí esrelevante es que a la gran
mayoría de esas mujeres lastenéis preparando cafés, desecretarias o en puestosjunior.¿Meequivoco?Tardóencontestar.—Es cierto que hay una
mayoría femenina en puestosde menor responsabilidad yentareasadministrativas.—Y encima seguro que
cobranmenosqueunhombreen su mismo puesto —repliqué—.Esotambiénseha
demostradoestadísticamente.Calló.—¿Sabéissiexisteparidad
salarial? ¿Habéis realizadoalgúnestudio,comohacehoyendíatodaempresamodernaenelextranjero?—No—concedió.Sentílavictoriacerca.—Pues ya podéis empezar
aponeroslaspilas—comenté—. Como te digo, ospresentaremos como los
campeonesdeladiversidadyde la justicia. Será unapublicidad inestimable.Piénsalo.Hubounlargosilencio.—No puedo aceptar algo
así, ministra —dijo—. Esimposible.Nadieenelbancoloentendería;sereirándemí,meempezaránallamargayocosas por el estilo. Yo estoyaquíporquesoycompetenteyduro. No me puedo poner
ahora en plan hippy oangelical.Esciertoqueelpapelnole
pegaba para nada. Pero erauna excelente oportunidadpara 1) atestarle un buengolpe a ese dinosaurio de laigualdad, 2) arrancar con eltema de las cuotas y 3)resolverlacaídadelosbonos.Eraunajugadamaestra,quizálamejordemividapolítica.—¿Hay trato? —Más
silencio—. Piensa en el país—proseguí—. En todo elapoyoqueestegobiernooshadado.—Nuncahemosnecesitado
ninguna ayuda —apuntórápido—. Es más, los queestamos ahora a punto desacar las castañas del fuegosomosnosotros.—El apoyo al Banco
Nacionalyel rescatekuwaitínos han salvado la vida a
todos, y a vosotros también—lerecordé.Mássilencio.—Podría considerarlo, si
hubieraunaguindaalpastel.Ya volvía la bestia,
pidiendomás.Peroerabuenaseñal.—Teescucho.—Si ganas, solo quiero
avisarte de que nosotrosestamos detrás de unode losconsorcios que están a punto
de presentar una solicitudpara las nuevas licencias detelefonía —dijo—. Estamoscon Soft y el tema es tancrucial que en España fue elpropiopresidenteenpersona,Andrés del Soto, quiénarrancólaidea.Mequedédepiedra.Tardé
poco en deducir que elreciente acercamiento deAndrés se debía más apreparar el terreno de cara a
laasignacióndelicenciasqueno a un flirteo de hombrecuarentón. Ilusa, yo que mehabía pensado que suspalabras en el Museo delPrado habían sido genuinas,dealguienavergonzadodesupasado elitista y machista.Ahora entendía que solobuscaba futuros favorespolíticos. Ese pensamientomeentristeció,peroconseguídominarme dada lamagnitud
de lo que estaba tratando enesemomento.—Sí, le conozco —dije,
intentando disimular midecepción.—Me alegro —continuó
sinmás—.Asípodréis llevarmejor las negociaciones.Estamos, como supondrás,másqueinteresados.Ademásdenecesitados.Intenté centrarme.
Efectivamente, la asignación
de las nuevas licencias detelefoníaeraunodelostemasmásdelicadosquetendríaquegestionar el nuevo gobierno,ya que era una máquina dehacer dinero sin fin. EnEspaña había ocho móvilespor cada diez habitantes y lagente no paraba de enviarsefotos y datos a todas horas,que las empresas cobraban aprecio de oro.Habíamuchosintereses creados detrás de
ese concurso y resolverlobien iba a ser difícil. EnInglaterrahabíanfichadoaunequipo de Oxfordespecializadoengametheory,olateoríadeljuego,paraqueelproceso separeciera aunapartida de póquer, donde laclave está en adivinar lo quepiensa el otro. Tuvieronmuchísimo éxito. Inglaterrafue el país que más recaudópor las nuevas licencias, casi
el doble que Francia. Deganar las elecciones, yotambién pensaba llamarles,porque en España apenasteníamos expertos en esecampo. Pero el plan sevendría abajo si tenía quefavorecer a HSC. De todosmodos, el acuerdo valdría lapena si me garantizaba eléxito de las cuotas, me dije.Las mujeres habían sido tandespreciadas y olvidadas en
elmundoempresarial,deunamanera tan injusta y durantetantas décadas, que todo meparecíapocoparacambiaresasituación. No había más quepensar. Tan solo los detallesde ejecución, puesevidentemente el acuerdodebía permanecer dentro delmarcodelalegalidad.—Si gano mañana, habrá
un proceso abierto y legalpara conseguir las licencias
—leadvertí.—Por supuesto —dijo
Walter, rápido—. Noesperaríamos otra cosa. Peropodemos ayudarnos de unamaneraunpocomás…sutil.—Supongo que podría
buscar la manera de darosalguna orientación… —dijesinterminarlafrase.Me resultó muy extraño
pronunciar esaspalabras.Erala primera vez que prometía
algo así, por lo que tuve querecordarme a mí misma quemi objetivo final eramejorarla vida de las personas delpaís. En ese sentido, elacuerdo merecía la pena. Encuanto a la ejecución, podríaavisaraHSCsielprecioquepresentaban en la subastaestabapordebajodeldeotraoferta. Esto les obligaría apagar más para ganar, peroles garantizaría la victoria.
Para mi tranquilidad, yotampoco reduciría elpotencial de recaudación;incluso podía aumentarlo simi información obligaba aHSCaaumentarsucifra.Me imaginéa losmilesde
mujeres que ascenderían apuestosdirectivosencuestióndeunañoyenelejemploqueesodaría a las niñas en edadescolar.Habervistoamujeresde traje y con poder es sin
duda la mejor manera dedemostrarles que esa opciónesposibleparaellastambién.Penséenlasmujeresqueasuvez serían fichadas por esasdirectivas, pues si loshombrestiendenacontratarahombres,lasmujereshacenlopropio. Imaginé la cantidaddeempresasquefuncionaríanmejor, con menos riesgo ymás responsabilidad social,con más compromiso y
empatía local. Esas empresastendríanmáséxito,conloquenosotros tambiénrecaudaríamos másimpuestos.Ladecisiónestabatomada.—Hecho—concluí.—Fenomenal —respondió
Walter satisfecho,revitalizado, alegre—. Losingresos de la licencia nospermitirán aumentar recursosen muchos programas, como
estedelasmujeres.Sivamosaser losabanderadosdeestefeminismoempresarial—dijoconsorna—,loharemosbien.Ofreceremos cursos y bolsasdebecasa lasdirectivas,queno quiero que de repente semelleneelbancodemujeresque están allí por la cuota ynoporsutalento.—Al principio habrá que
ser comprensivo y ayudar—dije—.Esto esuna apuesta a
largo plazo. Ayúdalas, dalelasmismasoportunidadesquedaríasaunhombreyyaveráscómoteresponden.—Eso espero —añadió
poco convencido—. Encualquier caso, estoy muysatisfecho de estaconversación y de nuestrotrato: para nosotros, salidadiscreta de Caimán ylicencias.Para ti, temabonossolucionado hoy mismo y
cuotas establecidas, con mibancocomoejemploaseguir.La llamada había sido
fructífera.—Entendidoyacordado—
dije—. ¡Ojalá todo seresolvieraasí!Nosreímoslosdos.—¿Ves cómo las mujeres
somos buenas negociadoras,que siempre queremos queganen lasdospartesen lugardedarcornadaspara salirnos
conlanuestra?—Isabel, ya sabes que
siempre he tenido unaopiniónmuyaltadeti—dijo,caballeroso.No tenía tiempo para
adulaciones.—Pues vamos a ponernos
enmarcha,queeltemadelosbonos aprieta. Ahora mismollamo a Martin Moore,nuestro director general delTesoro,paraquesepongaen
contacto con tu equipo y asílaejecuciónseamásrápida.—Nosponemosenmarcha
nosotros también —dijo—.Tengo a toda la banca deinversiónenmifinca.Noserádifícil.—Bien, mantenme
informada.—Asíloharé.Colgué el teléfono y
respiré hondo, muy hondo.Era la decisión más
importante y acertada quehabía tomado hasta elmomento y me llenaba deorgullo pensar que aquelempujón a lasmujeres era elmayor en toda la historia deEspaña. Pero para hacerlorealidad, antes tenía queganarunaselecciones.
20
También tenía unmaridoque recuperar, pero Gabi nocogió el teléfono ninguna delasseisosietevecesseguidasque le llamé. Martin, encambio, descolgó a la
primera, diciendo que yaestaba de camino inclusoantesdecolgar.Aun así, la incertidumbre
del momento me puso tannerviosaqueme levantéparaencenderme un cigarro. Endosmeseshabía fumadocasimásqueentodamivida,perolonecesitaba.Medijeaquellode «solo uno más», que porsupuesto, nunca se cumple.Pero tenía que andarme con
cuidado, porque en caso deganar al día siguiente no mepodía presentar en Moncloasola, a punto de divorciarmeyencimafumando.Aunqueelautocontrol siempre ha sidouna de mis principalesvirtudes, pasé de todo y meencendíelMarlboro.Volví a llamar a Gabi de
forma insistente, compulsiva,paranoica, mientras iba yveníadelamesaalaventana
asiendo el móvil con fuerza.Casi estrellé el dichosoartilugiocontralapared,peronoera elmomentodeperderlospapeles.Desistí.Me senté en el sofá, cerré
los ojos y me los frotédurante unos instantes hastaque me sentí más tranquila.Me recosté y miré hacia lanada hasta recalar en losgladiolos de Andrés. Elmuypícaro.
Cogíelmandoadistancia,encendílaradioysintonicélaemisora que todavía siempreescucho. Además de ser lamásoídaenEspaña, tambiénestámásomenosensintoníacon mis ideas y nunca metratarondeltodomal;algunascríticas ligeras, pero engeneral le dieron buenapublicidad al programaCorre-al-Curro y a la bajadadelparo.Losestudios siguen
en pleno centro, con lo quetienen un toque urbanita yuna cercanía a la gente de lacalle que siempre me hagustado. Otros medios,presionados por la crisis, setuvieron que trasladar a lasafueras de Madrid,instalándose en parquesindustriales solitarios dondeapenas hay rastro de vidahumana.Aquellamañanade sábado
la emisora en cuestión dabasu programa matinal decostumbre, siempreentretenido, a menudo conalguna entrevista relevante.Decidí que escucharía unratito mientras me preparabaun café, volvía a intentarllamar a Gabi y esperaba lallegadadeMartinyZoilo.Mientrasremovíaelazúcar
en el cortado, por findisfrutando de un momento
de sosiego, laemisoravolvióa la entrevista principaldespués de una cuñapublicitaria. ¡CarmenEstrada! Me llevé una gransorpresa. Era jornada dereflexión, ¿qué hacía ella, laministra de Sanidad, en unprogramaderadio?Hablaban de su infancia y
en un momento determinadorecordaron que se trataba deuna aproximación personal a
lavidadeCarmenEstrada,unretrato íntimo y noprofesional,yaqueesedíanose podía hablar de política.Mesenté en la silladanesaaescucharla, con ciertadisplicencia y una cejalevantada.Todavíamepesabasu comentario tandesafortunado sobre unaposible bajada de laspensionesmientras yo estabaen Bruselas, o su oposición
inicialaCorre-al-Curro.—De pequeña siempreme
elegían delegada de clase sinque yo lo pretendiera o lobuscara en absoluto, era algomás bien natural—dijo. Ellacomosiempretanhumilde—.Supongo que me veríanresponsable y eficiente, digoyo—continuó,añadiendounarisitaestúpida.Crucélaspiernasconcierta
exasperación, lediunsorbito
al cortado y una calada alpitillo.Miréelmóvilsobrelamesa de reojo, pero nada,todo seguía igual. Cerré losojos con resignación justocuandopreguntaronaCarmenalgo que me infundió terror.Apagué el cigarronerviosamente.—La candidata a la
presidencia y usted son lasdos únicas mujeres en estegobierno—dijo el locutor, a
quien yo conocía en personaporquemehabíaentrevistadoenalgunaocasión—.Lasdosobviamente han llegadomuylejos ¿Cree que hay algocomún en su infancia ojuventudquedeterminara susaptitudesparaelliderazgo?Que Carmen Estrada
respondiera sin antes pensarera algo que había dejado desorprenderme. En efecto, enmenos de un segundo la
todavía ministra entró altrapo:—Puesmire, ahora que lo
dice seme ocurre que Isabeles más…, es más…, ¿cómodecirlo?... —decía, una vezmás incapaz de expresarse—.Yo diría que mi estilo deliderazgo es más natural.Como te decía, de pequeñaera una líder en clase, en elequipo de baloncesto, vamossiempre.—De nuevo su risa
estúpida e inconsecuente.Entrecerré los ojos y memordí el labio. Pensé en laSanidad española, en loscientos de hospitales y losmiles de pacientes queestaban bajo suresponsabilidad. Sentí unnudoenel estómago.¿Cómoera aquello posible?—. Encambio —continuó—, Isabeles una líder que se ha hechomás con los años, a base de
trabajo… Cómo le diría,menos natural, ¿entiende?—lelargóalperiodista,aquiennoledejóabrirlabocayaquecontinuó—: La conocí hacemuchos años enAdministraciones Públicas yde hecho fui su jefa duranteunosmeses.—Supongo que enseguida
se daría cuenta de que SanMartín tenía madera de líder—intervino por fin el
entrevistador, quizá en unintentoporcontrarrestartantasandez.Tareainútil.—Puesnosecrea…No—
respondió ella dando aentender que estabareflexionando—. Eraeficiente, eso sí, y porsupuesto tenía unainteligenciadestacada…Peroeramásbienfríayreservada,cómo lo diría… No era unapersona cercana, no era
cariñosa, no era como detocar. Usted sabe que haygentequesiempre tecogedela mano o del brazo cuandohablas, pues ella no, siempretiesa,nosé,muyinglesa…Me reí a carcajadas.
¡Inglesa yo! Que soy dePamplona…—Peroesonodebióinfluir
ensutrabajoporque,sinomeequivocoenpocosañosllegóaserdirectorageneralyluego
obtuvo muy buenosresultados en cuantosproyectosseinvolucróeneseMinisterio —dijo Carles, elpresentador,queeracatalán.—Sí, sí, claro, obtuvo
buenos resultados porque esuna persona eficiente ytrabajatantasytantasytantashoras… Es sobrehumano…No me extraña que no hayatenido tiempo para formarunafamilia…—¡Lamuyhija
de puta! Me levanté de laorejudatandegolpequeestaempezó a girar sobre su eje.Aquella me la iba a pagarmuycaro—.Enestavida,notodoestrabajoyeficiencia—remachó—. Sobre todocuando ocupas un cargopúblico,porquehayqueestarcercadelagente.Detuve la silla yme senté
de nuevo, con la cabezaapoyada en el respaldo. Al
menosCarlesmedefendió:—Nosotroshemostenidoa
Isabel San Martín en esteestudioysiemprenoshadadouna imagen cercana y unaimpresión de calidez —dijocon cariño—. Pero supongoque cada uno tiene suopinión.Carleseraunapersonamás
bien neutral que evitaba losconflictos, aunque fuera acosta de no profundizar
demasiado en ningún tema.Parecía que estaba centradoen ofrecer un programaligero,divertidoe interesanteque gustara a todos y legarantizara la continuidad enelpuesto.Supongoqueenesemomento también medefendió por si ganaba laselecciones, ya que no leinteresaría haber instigado oestar relacionado con unasdeclaraciones tan
desafortunadassobrelafuturapresidenta.Cerró la entrevista de una
manera más bien rápida, untanto incómoda, antes de darpaso al programa de fútbol.Apagué la radio; solo mefaltaban los gritos histéricosde los locutoresmartilleándomelacabeza.Yatenía yo suficiente drama enmividapolíticaypersonal.Meacerquéalamesapara
coger el programa del díaque, como de costumbre,mehabía preparadoEstrella.Esachica era una maravilla, medije mientras abría unportafolios con todo lo quenecesitaba bien ordenado.Tenía una comida con elembajadorestadounidense,ungay muy atractivo que sehabíainstaladohacíapocoenMadrid con suparejay entrelosdoshabíanhechomáspor
la imagen de los gays enEspaña en dos o tres mesesque dos décadas dereivindicaciones domésticaspor la causa. La comida eraen la misma embajada, unbonito palacete en Serranoahora reconvertidoenbúnkerimpenetrable. Por la tardetenía reuniones de campañapara preparar la jornada deldomingo.Le di otro sorbito al
cortado,yafrío,ydejélatazajuntoaunapiladelibros,coneldeVictoriaKentarribadeltodo. Por unmomento penséquelatensiónentreCarmenyyoseparecíaalaguerraentrelaKent yClaraCampoamor,aunque nosotras nunca noshabíamos chillado en elParlamento(peronoporfaltadeganas).Cogíellibroymesentéen
la orejuda para hojearlo de
nuevo, deteniéndome en lasfotos y preguntándome si surivalidaderacomolanuestra.Encontré algunos parecidos:Enabril de1931,despuésdelas primeras elecciones de laRepública,eranlasdosúnicasmujeresenunParlamentodemásde trescientosdiputados,hastaqueenoctubre tambiénse incorporara MargaritaNelken después de ganar suescañoenunasegundavuelta
electoral. Fueron las tresprimeras diputadas y más deochenta años después eraincreíble que Carmen y yofuéramos las dos únicasmujeresenungobierno.Casiunsiglosinapenasprogreso.Kent y Campoamor,
abogadas de profesión,habían seguido los pasos deConcepción Arenal, lagallega del siglo XIXconsiderada pionera del
feminismoenEspaña.Arenalse había vestido de hombreparapoderasistira lasclasesdederechode laUniversidadCentral de Madrid, que noabriría sus puertas a lasmujeres hasta 1910, por loquenuncallegóalicenciarse.También con ropasmasculinas participaba entertulias políticas y literariasen un intento por salirse delcanon que aprisionaba a las
mujeres de su época y queella misma describió de estamanera: «La mujer no tieneotra carrera más que elmatrimonio».VictoriaKent, comoClara
Campoamor, nunca dejaronde rendirle homenaje. Estaúltima incluso escribió unensayo sobre la persona yobra de Arenal, que publicólaeditorialLosadadeBuenosAires en pleno exilio de la
diputada en Suiza. Laeditorial argentina era laúnica que publicaba todo loque Franco prohibía enEspaña, desde el teatro deLorcaolapoesíadeAlbertiyLeón Felipe, hasta losensayosdeOrtega.Siguiendo los pasos de
Arenal, la Kent entró en lafacultad de Derecho —yavestida de mujer— y seconvirtió en la primera
abogada de España. Durantesu carrera, Victoria KentrecuperóyaplicólasideasdeArenal sobre la prioridad dela persona sobre la penao eltrato a los reclusos comoseres humanos, por horriblequehubierasidosucrimen.Este concepto también
había calado hondo en mímientrasleíaesasmemoriasyhabía hasta escrito yenmarcado una de las
máximas de Arenal en midespacho.Juntoalapuertadeentradatodavíapodíaleer,demipropialetra,biengrandeyredonda: «Odia el delito ycompadece al delincuente».Como ella, y como la Kent,yo también pensaba que losdelincuentes son producto deuna sociedad reprimida yrepresora y que con sureinserción todos salíamosganando.
Desconozco si Arenalconsiguió algún cambio enmateria de prisiones, pero almenos la primera feministadeEspaña logró que por unavez Campoamor y Kentcolaboraran y entre las dosimpulsaranlaconstruccióndeun monumento en sumemoria en el parque delOeste de Madrid, que pordesgracia Clara Campoamorno llegó a ver. La estatua de
granito sigue allí, aunquenadie le preste apenasatención. Yo sí; todavía voyde vez en cuando a eseparque, más pequeño ydiscreto que el Retiro, ysiempre intento pasar pordelante para rendirle tributo.Mesueloparar,caféenmano,para dedicar durante unossegundos un pensamiento aquien tanto luchara para quemujerescomoyopudiéramos
ocuparcargosdepoder.AntesumemoriatambiénrecuerdoaVictoriay aClara, dejandomomentáneamente de ladosusdiferenciasparacelebrarasuinspiradora.A pesar de ese nexo de
uniónydehabersidomujeresfuertes, especiales y lasprimerasenmuchascosas, laverdad es que nuncacongeniaron ni se apoyaron.Unapena,supongoquecomo
Carmen y yo. Igual quenosotras, ellas también eranmuydiferentes.Volví a las fotos: la Kent,
no había más que verlo, erauna señorita andaluza,siempre bien vestida, con suboinanegratandistintiva, lasblusas blancas bienplanchadas, la cadenita delCristoalcuello,elpelonegro,pulcramente recogido, lasfacciones angulares, la tez
morena del sur, la piel fina.Aquella niña había estadobien alimentada y educada.Dehecho, fue un enchufe deuntíoloquelaayudóavenira Madrid, donde residióduranteañosenlaResidenciadeSeñoritas,consideradapormuchos un centro elitista,pueseradepagoyestabaenlazonanobledelacapital,enlacalleFortuny.Encambio,Campoamor—
y también solo había queverlo— no parecía salida deun cortijo andaluz, sino deuna granja manchega.Rechoncha, con cejasenormes y bien pobladas, elpelo rizado y revuelto, lamirada expresiva, sonriente,los ojos llenos de vida, nadaquevercon la racionalidadyel control de laKent. Criadaen el popular barriomadrileño de Maravillas,
cercadeAtocha,Campoamorestudiógraciasalapoyodeunpadre prorrepublicano hastaque este murió. A los doceaños se puso a trabajar en eltallerdecosturaquemontósumadrealquedarseviudayallípasócosiendoyremendando,día y noche, su adolescenciay juventud. Pero unasoposiciones le abrieron laspuertas al sector público,donde empezó a conocer a
profesionales liberales aquienes quería emular.Lectora empedernida y conun ánimo y una energíaenvidiables, se apuntaba atodoyenpocosañosasimilócuantonopudoaprendereneltaller. A mediados de ladécada de 1920, GregorioMarañón lanombrómiembrodesu juntadegobiernoenelAteneo, lugar que ellafrecuentó y donde forjó
amistades con los políticos yartistas que siempre habíaadmirado. Allí charló ydebatió con el autorestadounidense John DosPassos, que había hechoparada en Madrid, conFernando de los Ríos o LuisJiménezdeAsúa.Conmásdetreintaañosse
matriculó en una escuelanocturna para adultos paraacabar el bachillerato y al
cabo de tres años ya eraabogada, con despacho en laplazadeSantaAna, cercadesuAtochaquerida.Lajusticiasocial y la igualdad, entreclases o entre sexos, fueronlos motores de su vida; poresosehizoabogaday,luego,política.Al otro extremo de la
ciudad,tanlejanofísicacomosocialmente,laKentrecibíaalosclientesensudespachoy
hogardelacalleMarquésdelRiscal.Allíestabacercadesuquerida Residencia deSeñoritas, donde acudía confrecuencia a dar charlas o aparticipar en debates. Ellamisma fundó el LyceumClub, una sociedad femeninade debate, a menudoalrededordetazasypastasdeté, siempre en cómodossalones. También estabancerca de la Residencia de
Estudiantes, cuyos actosVictoria Kent frecuentabajuntoasusamigosMarañónoMadariaga.Aquellos ambientes de la
Kent en el Madrid másrefinado eran muy diferentesa la Atocha de Campoamor,queenlugardetéypastasenel Embassy alternaba cañasen la Venecia con lostrabajadoresdelsur,que,conel mono todavía puesto, se
tomaban una copita de jerezantesdevolvera laperiferia.Sin embargo, la Campoamorno tardó en adentrarse encírculos más intelectualescomo el Ateneo o en lastertulias literarias queorganizaba la autora ConchaEspina —futura clienta suya— todos los viernes en sucasa de la calle Goya. Allíasistían personalidades comola esposa de Antonio Alcalá
Galiano o el crítico LuisAraujo-Costa. Aunque elambiente era liberal-burgués,nada tenía que ver con laaristocracia intelectual de laResidenciasdeSeñoritasydela de Estudiantes, enparticular esta última, dequien el duque de Alba erabenefactory,portanto,atraíaatodosuséquitodenobles.Me encendí otro pitillo
mientras pensaba que entre
Carmen y yo no había tantadistancia, pero estaba claroque a mí me correspondíamás el papel de la Kent.Aunque en mi casa nuncasobrónada,mimadremecriocondignidady fuiaunbuencolegio, y luego a launiversidad. Carmen, encambio, procedía de unpequeño pueblo de laprovincia de Toledo queprácticamentetodavíavivede
la artesanía. Sin ánimo deofender, la cruda realidad esque Carmen carecía delbarniz intelectual que seadquiere a base de estudio,lecturas, viajes y, sobre todomuchotrabajo.Amímedalaimpresión de que ella nuncahizoeseesfuerzo.En cuanto a carácter,
supongoqueamítambiénmecorrespondía el papel deVictoria,pormásquehubiera
intentado despojarme de esacapadefrialdadquetantomehaprotegidodurantemivida,y que supongo todavía lohace.Laspersonasde sangrecaliente,comoCarmen,creenque la frialdad externa seextiende automáticamente almundo interior, lo que a mímepareceuncrasoerrorylamejormaneradeequivocarsea la hora de juzgar a unapersona. Pero igual ella
tampoco tuvo ningún interésen conocerme. A veces hepensadoquesimplementemetuvo envidia porque, aunquenodeberíaserasí,larealidades que competíamos.Luchamosporser«lamujer»destacada del gobiernoporque lo cierto es que solohabíaespacioparauna.Comosi las mujeres fuéramos algofácilmente reemplazable, unsímbolo. Los hombres, en
cambio, noparecen tener eseproblema: los medios y elpúblico disponen de tiempoparatodosellos.La relación de la Kent y
Campoamor también parecíacorrompida por lacompetencia, y no solopolítica, sino tambiénprofesional. Desde susrespectivos despachos, lasdos mujeres habíancosechado sonados éxitos,
comoladefensadeÁlvarodeAlbornoz por parte de Kent,o,enelcasodeCampoamor,elhaberllevadolosdivorciosde Gómez de la Serna yConchaEspina,oeldeValleInclányJosefinaBlanco,queledierongranfama.Inmersa en esos
pensamientos y feliz pordisponer al fin de unmomento para mí, rebusquéentre las páginas del libro
algunas notas que habíatomado o pasajes quesimplemente me habíanhecho especial gracia, sobretodoporelincreíbleparecidocon los tiempos actuales.Reparé en un post-it junto aeste párrafo del Abc, bajo eltítulo de «Diario de unoyente».
AyerhablólaseñoritaClara
Campoamor, para contestar a laseñoritaVictoriaKent.Hablaron
una después de otra, porque alpresidente de la Cámara no leimportaperdereltiempo,peroessabido que una de las muchasventajas que las mujeres tienensobre nosotros es la de sercapaces de entendersevociferandoalavez.Enrigor,laseñorita Clara y la señoritaVictoria querían lo mismo, y loquequeríanestabayaconsignadoenelartículo.Poresonoimportómucho que no supiese conabsolutacertezaloquediscutían,y la Cámara llegó a animarlasmás de una vez con sus risasamables.
Lalecturamehizorecordar
con rabia las risaspaternalistas que alguna vezhabía escuchado en elParlamento, sobre todocuando hablaba Carmen. Pormás queme pusiera nerviosay no nos lleváramos bien,Carmenteníatodoelderechodel mundo a hablar en elhemiciclo y a ser respetada.Comomujer, y supongo que
como a la Kent y aCampoamor,aquelmachismodisfrazado de simpatía merevolvíalastripas.Detodosmodos,Carmeny
yo no habíamos llegado alfuegocruzadoquehuboentreesas dos primeras diputadas,sobre todo en cuanto al votofemenino. La Kent queríaaplazaresederecho,alegandoque lasmujeres votarían a laderecha por la influencia de
curas y maridos y que eramejor educarlas primero.Campoamor, en cambio, lodefendió a muerte,enfrentándose a su propiopartido y sin entender quiénpodía oponerse a un derechodemocráticotanfundamental,o que España fuera un paísdonde las mujeres pudieranser reinas pero no votantes.Noteníasentido.Siempre he pensado que
lasideasburguesasdelaKentestaban más cerca del «todopara el pueblo pero sin elpueblo» semidespótico,mientras que el compromisoradical de Clara Campoamoreramáspróximoalagentedeapie.Pordesgraciasubatallano
fue intelectual, comopretendían ellas, sino quesirvió para alimentar lascríticas y burlas por parte de
la prensa o los demásparlamentarios. Hojeando laspáginasdellibrodedicadasaldebate encontré este feocomentariodelmismoAzaña:«Kenthablaparasucanesú,yacciona con la diestrasacudiendo el aire con girosviolentos y cerrando el puñocomo si cazara moscas alvuelo».La prensa también había
sido brutal con ellas,
acusando a Victoria Kent dehaber usado el feminismopara llegar al poder y luegodar la espalda a las mujeres.No pude evitar releer estaslíneas del periodista de laépoca,JuanFerragut:
EnlaCámaraConstituyente
haydosdiputadas.Nadamásquedos.DoñaVictoriaydoñaClara.Puesbien:hastaahoranohasidoposible que sobre ningunacuestión se pongan de acuerdo[…]. Las únicas dosmujeres de
las Cortes –solo dos– discrepanconstantemente hasta en aquelloque la más simple lógica haríapresumir que debería unirlas.[…] En el Congreso no hubieraestadomalunpardemujeresdesu casa.Y, sin que esto sea unacensura para el celibato de lasdos diputadas actuales, digamosque las hubiéramos preferidocasadas. Y, además de casadas,conunoscuantoshijos.Porquelamejorpolítica,pornodecir todalapolíticadeunamujerconhijosestáenelcuidadoyenladefensade su hogar.Y, almirar por lossuyos, esas dos diputadas
mirarían por el de todas lasmujeresespañolas[…].
La señorita Kent como elsacristán liberal aquel quecantaba ¡muera quien no piensaigualquepiensoyo!,soloquiereel voto para las mujeres si lasmujeresvanavotarafavordelasideas que profesa la señoritaKent. Como se ve, la señoritaKent tiene de la libertad unconcepto muy equitativo, muyliberal y, sobre todo muy…femenino.Según leí, otros medios
como El Debate acusaban aCampoamorde«seguirensustrece», algo que sin duda sehubiera definido comocompromiso o integridad encaso masculino. Imaginécómo se debían sentiraquellas diputadas al llegar acasa. La Kent, que habíaluchado lo indecible parareformar la Constitución,redactando enmiendas quereconocían los derechos y
libertadesdelasmujeresenelmatrimonio,luegoacusadadeutilitarismo. Y Campoamor,quien más peleó por el votofemenino,acusadadehacerloportozudez.Yo sabía muy bien cómo
debía sentar aquello, porquemásdeunavezhabíallegadoa casa totalmente destrozada.RecuerdosobretodoeldíadelapresentaciónalaprensadeCorre-al-Curro, ya que la
mayoría de medios se lotomaronaguasa.Enlugardeprofundizar o divulgar lasestadísticas sobre deporte ytransportequetantomehabíacostado conseguir, sededicaron a hablar o inclusocuestionar mis habilidadesatléticas, o a describir elchándal (anticuado, segúnellos) queme puse el primerdía para promocionar elprograma dando ejemplo. El
chándal en cuestión erablanco y deAdidas—el quetenía—, por lo que losseguidores atléticos y delBarcelona,ytodosquienesnofueran del Real Madrid, semeecharonencima.Elblancoademás no estiliza la figura,con lo que hubo máscomentarios sobre si yo salíaa correr por necesidad másqueporuntemadetransportey salud. «La ministra de
Economía quiere adelgazarlas arcas públicas», rezó untitular colocado sobre ladichosa foto del chándal.Aquellomedolió,pueseraunprograma avanzado y sanoque resolvía problemasambientales y de tráfico, ydonde yo había puestomuchísimo trabajo e ilusión.Y todo para verme luego enlaprensafea,sudadaygordaen una foto hecha con muy
malaintención.Kent y Campoamor
sufrieronun tratosimilar,medije mientras hojeaba denuevo esas memorias,observando que no salíanguapasenninguna foto.Peroal menos Campoamor ganósu batallamás importante, ladelvotofemenino.Lohizoenpartegraciasa laayudadeladerecha,quienapoyó la idea,no tanto por su fe en las
mujeres sinomásbienpor lainfluencia que curas ymaridos podían tener sobreellas.No les faltó razón.Lasderechas ganaron laselecciones del 1933 yCampoamoryKentperdieronsusescaños.Campoamor tuvo que
escuchar que la debacleelectoral de la izquierda eraculpa suya, precisamente porhaberle dado el voto a la
mujer. Los laboristasbritánicos también habíanhecho lo propio diez añosantes, cuando perdieron unaselecciones poco después deque las sufragistasconsiguieran el votofemenino. Siempre es tanfácil culpar a los demás. Porsupuesto, nadie dijo que laderrota sedebió sobre todoaun fallo estratégico del lídersocialista Indalecio Prieto,
quesenegóapactarconotrospartidos de izquierda,quedando su grupo enminoría ante una derechamucho más unificada. Almenos el número dediputadas en esas eleccionesaumentó a cinco, incluyendograndes personajes, comoMatilde de la Torre o MaríaLejárraga.PerolaKentyCampoamor
desaparecieron del mapa
parlamentario. Campoamorhabía sido nombrada porLerroux, presidente de supartido, el Radical, comodirectora general deBeneficencia,uncargomenormuy por debajo de susposibilidadesydelqueacabódimitiendo. También se saliódel partido porque, segúndijo, Lerroux y los suyosvivían de espaldas a lasnecesidades de la sociedad.
SupublicacióndeElderechode lamujer también le habíacreado numerosos enemigos,no solo entre la derecharecalcitrante, también en laizquierda, gobernada porhombres que básicamente noquerían ver su poderamenazado. En suma, otrotriste ejemplo de una mujeractuando por principio ypagando un alto precio porello,mientras loshombres se
mantienen en el poder. Esincreíble la capacidad quetienelahistoriaderepetirse.A la Kent le pasó algo
similar. Azaña, que segúnalgunos era homosexual ydemostraba poco aprecio porlas mujeres, la destituyó deforma fulminante,dedicándole además unascrueles palabras queVictoriaañosmás tarde recogióensulibro y a las que yo no pude
darcréditocuandolasleí.
En el consejo de ministroshemoslogradoporfinejecutaraVictoriaKent,directorgeneraldePrisiones. Victoria esgeneralmente sencilla yagradable, y la única de las tresseñoras parlamentariassimpática;creoqueestambiénlaúnica… correcta. Pero en sucargodelaDirecciónGeneralhafracasado. Demasiadohumanitaria, no ha tenido, porcompensación, dotes de mando.El estado de las prisiones esalarmante. No hay disciplina.
Los presos se fugan cuandoquieren. Hace ya muchos díasqueestamosparaconvencerasuministro,Albornoz, de que debesustituirla. Albornoz, aterradoante la idea de tener que tomaruna resolución disgustosa paraVictoria, se resistía. De todo loque ocurre en las prisiones echala culpa a los empleados, queestándescontentosporquenolessubenelsueldo.Perolacampañade prensa contra la Kent hacontinuado,yestáquedandomuymal.Barruntoqueelministrohallevado el asunto a deliberaciónante su partido. Así son estos
ministros,quepara relevara susfuncionarios tienen que pedirpermiso.Seacomoquiera,hoyseha acordado la separación de laKent y el nombramiento deVicenteSolparasustituirla.La República, tan
libertadora y democrática, sehabía quitado de en medio ados mujeres inteligentes,trabajadorasycomprometidascon sus ideas. En el caso deCampoamor, la cosa fue
increíblemente a más.Sucedió en el barco que lallevaba al exilio a Génova,acompañada de su madre demásdeochentaañosydeunasobrinita. Los hechos,descritos por un falangistaespañol en un artículopublicadoeneldiariocarlistadePamplonaEl PensamientoNavarro, fueron recogidosaños más tarde por el editordelasmemoriasdelaKent:
[…] Nos enteramos de que
ClaraCampoamorestabaabordodel barco… Aquella mismanoche, otros cuatro falangistas yyo mismo nos decidimos aecharla por la borda, perohabiendo consultado al capitándelbarco,estenoshizorenunciara nuestro proyecto que podíatener molestas consecuenciaspara él. Buscamos entonces loque podríamos hacer para nodejar sin sangriento castigo a laintroductora del divorcio enEspaña, y nos resolvimos amandarunradiogramaaGénova
para alertar al comité español-fascistaylapolicíaitaliana…AlllegaraGénovalapolicíasubióabordo para buscar a ClaraCampoamor y conducirla a lacárcel.Aquellanochefestejamosalegremente nuestro triunfo ycuando dejamos Italia, aprincipio de octubre, estabatodavía en prisión, donde podríameditaragustosusproyectosdeleyparalapróximavezquefuesediputada.Segúneleditordellibrode
la Kent, los falangistas
incluso le transmitieron suobjetivo a la madre y a lasobrina de Campoamor, quevivieron el viajeaterrorizadas.Afortunadamente, y siempresegúnesteeditor,elautordelartículo se equivoca encuanto a la estancia deCampoamor en la cárcel. Enrealidad, los italianos laliberaron en apenas unashoras,despuésdequeellales
preguntara, con veneno en lalengua, si realmente eranecesariotenerideasfascistasparacruzarunpaíscaminodeotro. Clara y su familiallegaron a Lausana al díasiguiente.Como cabía esperar, a
MargaritaNelken también sela quitaron de en medio,aunque fue ella quienabandonó su partido,acusando a sus dirigentes de
injusticia social.Nadie la fuea buscar, ya que la sociedadespañola pudiente nuncaaceptó que la Nelken vivieraconun hombre casadoy quehubieratenidounhijosoltera.También corría el rumor dequesehabíaacostadoconunbuen número de guardias deasalto de Madrid. Si esverdad que se fueradicalizando a medida quepasaron los años, también es
cierto que se trataba de unapersona sumamenteinteligente y fiel a sus ideas.Si se radicalizó fue por sudesmayo al ver que laRepúblicapocohacíapor losbraceros extremeños que ledieron su escaño y ante losque se sentía responsable. Adiferencia de muchospolíticos que solo sepreocupan de asegurarse supróximo cargo, la Nelken se
tomó su escaño por Badajozmuy en serio, intentandomejorar lacalidaddevidadelas personas que habíanconfiado en ella. Pero, unavezmás, lospoderes fácticosespañoles rechazaron a unamujer inteligente,precisamente pormiedo a subrillantez.Los Nelken, una familia
judía acomodada eintelectual, se instalaron en
Madrid en 1866. Unos añosmás tardenacieronMargaritay su hermana, que se criaronhablando francés con sumadre, alemán con su padre,castellano en el colegio einglésconsuniñera.Alllegara la adolescencia yadominabanloscuatroidiomasa la perfección. Esasuperioridad lingüísticaenseguida hizo que muchoslas temieran y por eso
dudarandesu«españolidad»,a menudo acusándolas dejudías,alemanasopolacas.En el colegio, Margarita
también sufrió agravios,sobre todo por parte de lospadres de algunascompañeras,quesenegaronaque sus hijas entablaranamistad con las Nelkenporque estas «no iban amisa». Al final, los Nelkensacaronasushijasdelcolegio
y les pusieron tutoresprivados en casa, lo que lesdio más confianza en símismasyunaculturageneralmayor.Margaritaestudiómúsicay
pintura y pasó largastemporadas ampliandoestudios en Londres y París.En esta última ciudadcompartió aula con elmexicano Diego Rivera y sehizoamigadelescultorRodin
y del músico Manuel deFalla. Enseguida se dedicó ala crítica de arte, dandocursos en el Prado y en elLouvre. Sus artículos sepublicaban en España,Francia, Alemania, Italia,Inglaterra y Latinoamérica.También escribió una novelay un ensayo sobre Goethe ytradujo múltiples libros,incluyendo la primeratraducción de Kafka al
español. La profundidad desus conocimientos y sucreatividad a la hora deexpresarlos la acercaron apersonajes como PérezGaldós,UnamunooRamónyCajal, todos admiradoressuyos.TambiénfueamigadeGabriela Mistral, de loshermanos Machado y hastaLorca fue un día a su casa atocarelpiano.Pero lejos de mezclarse
exclusivamente con laintelligentsia del país, elcompromisoqueteníaconlosmás necesitados la llevó aabrir, en 1918, un pequeñoorfanatocercadeLasVentasqueseconvirtióenlaprimeraguardería no religiosa deMadrid. Su ejemplo yvitalidad inspiraron a milesde personas, que fundaronasociacionespor todaEspañasiguiendo su ejemplo. Su
libro La condición social dela mujer en España cambiómentalidadespero también lecreó numerosos enemigos,empezando por la propiaIglesiacatólicaysusmillonesdeadeptos.Como el machismo y el
conservadurismo de la épocano pudieron con ellaintelectualmente, los poderesfácticos se decantaron pordevaluar su figura alegando
su «cuestionable moralidad».Esaactitudserepitióentrelosbarones de su partido, elsocialista, quienes se sentíanintimidados por suinteligencia, desbordantevitalidadyalegríadevivir.ElmismoAzañaescribió:
EstodequelaNelkenopine
en cosas de política me saca dequicio. Es la indiscreción enpersona. Se ha pasado la vidaescribiendo sobre pintura, y
nunca me pude imaginar quetuviese ambiciones políticas. MisorpresafuegrandecuandolavicandidatoporBadajoz.Hasalidocon los votos socialistas… peroelpartidosocialistahatardadoenadmitirlaen«suseno»,[…]ylasCortes también han tardadomucho en admitirla comodiputado. Se necesita vanidad yambición para pasar por todo loque ha pasado la Nelken hastaconseguir sentarse en elCongreso.Laprensade la época, por
supuesto, comulgaba con esepensamiento dominante y losperiódicoscatólicos,comoElDebate, llegaron a decir quelos discursos de la Nelken«eran esfuerzos pésimos deuna alemana por balbucearespañol».El odio de la derecha fue
creciendo a medida queMargarita se ibaradicalizando, hasta el puntode que un matón local en
Badajoz, conocido comoBocanegra, en cierta ocasiónfue puesto en libertad de lacárcel solo para que laatacara.Desilusionada con el
partido socialista,mi heroínase hizo comunista pero solopara toparse con LaPasionaria, quien ya ejercíade estrella del partido, bienrespaldada por el Comintern.LaNelkenquedó,pues,enel
olvido, como muchas otrasdiputadas socialistas, comoMatilde de la Torre, MaríaLejárraga o Isabel dePalencia.Exiliada después de la
guerra, las tropas franquistasno tardaron en destruir sulegado, incluyendo labiblioteca de su casa en laCastellana, que conteníaprimeras ediciones firmadaspor la élite literaria del
momento o cartas personalesde Unamuno, Rodin oMistral.Nelken murió en México
en1968,a lossetentayochoaños, después de haberenterradoadoshijosyconlapena de no haber vueltonunca a España. Su granpecado fue ser una mujerexcepcional.Lastresdiputadasacabaron
solas y exiliadas, cada una
por su parte, sin ningúnreconocimiento por tantosaños de trabajo y por losincreíblescambiosquehabíanintroducido en la sociedadespañola durante laRepública. La Kent, enNuevaYork;Campoamor,enLausana; y Nelken, enMéxico.Es una gran pena, ysobre todo todavía meentristece pensar que nuncase hubieran ayudado entre
ellas,nidemayoresenplenoexilio.KentnuncainvitóniaNelken ni a Campoamor acolaborar en su revistaIbérica, que precisamentebuscaba dar voz aintelectuales como ellas.Igual la refinada Kent nuncaconsideró a Clara como unaauténticapersonadeideas.SuLyceum Club también habíarechazado la admisión deMargarita, ya que no la
consideraban lo bastantedistinguida. De la mismamanera, La Pasionaria, aquiensupartidocomunistasíayudó, apenas mencionó aVictoria Kent en susmemorias y bien es sabidoque nunca se llevó bien conMargarita Nelken. Las trescompartierongrandesamigos,desde Pau Casals hastaJiménezdeAsúaoÁlvarodeAlbornoz, pero nunca
llegaronaseramigas.A diferencia de Dolores
Ibárruri, las tres primerasdiputadas pasaron a lahistoria de una maneradiscreta y oscura, conconnotaciones y prejuicioscrueles incomprensiblementealejados de la realidad. AMargaritaNelkenlequedóelestigmadeputa;alaKent,elde lesbiana;yaCampoamor,el de obrera irresponsable y
radical.Esassonnuestrastresprimeras diputadas…, y ese,sutristelegado.Cerré el libro ymiré ami
alrededor. Mientrasacariciaba la bonita cubiertade piel, me dije que suhistoria y ejemplo se podríahaber perdido a través deltiempo, pero no para mí. Elmayor tributo que les podíarendireraserfielasulegadoy, como ellas, nunca
abandonar. Desde entonces,ese ha sido mi principalcompromiso.
21
Con energía renovadarecibí a Martin y a Zoilo, aquienes informé de miconversación con Walter ydelplandecompradebonos.Les urgí a que se pusieran
manosalaobraporquehabíaquereflotarelprecioloantesposible.De nuevo sola en el
despacho, volví a llamar aGabi,puesaquel tambiénerauntemaquedebíasolucionarantes del domingo. Al tercerintento,ycuandoyoyanomeloesperaba,porfincontestó.—Dime—respondióenun
tono seco y casi exasperadoquemedolió.
Contéhastatres.—Gabi, por fin… —dije
titubeante. La confianza quehabía cogido en la últimahora contagiada por laenergía de esas tres primerasdiputadas pareciódesvanecerse de repente,aunque intenté mantener elespíritu.Seguroqueaellasunsimple «dime» no las habríaafectado. Continué—: Llevotodalamañanaintentandodar
contigo…—Lo siento —dijo en un
tono claramente falso—. Heestado en el hospital con mimadre,conelmóvilapagado.Aquello no era verdad,
porque la llamada no habíaido directamente al buzón devoz, como ocurre cuando elteléfono está apagado. Detodos modos, pensé que eramejor no entrar en asuntostécnicoseiralgrano.
—Gabi, cariño, te echomucho en falta… Necesitohablar contigo —le pedí,apretandoloslabiosalacabar,sintiendo como si hubierapuesto todasmiscartassobrelamesa.Pero aquello era querer a
unapersona,medije.Unonopuedeamarconlaguardiaenalto, aunque él, desde luego,latenía.—Ya te he dicho, Isabel,
que creo que es mejor quesigamos cada uno nuestrocamino—respondió,frío.Nos quedamos unos
instantesensilencioyyomesentéenelsofápensandoqueal estar más cómoda,mantendríamejorlacalma.—Gabi,yaséquelascosas
son difíciles para ti por miposición —añadí intentandoser comprensiva—.Me hagocargo de que debe resultar
difícil aguantar mi agendatodoslosdías,olaspresionesque tengo, lo poco que meves,loestresadaquevoy…—No es eso, Isabel —
interrumpió.Aquellomesorprendió.—Pues si no es eso, ¿qué
es?—Creoque los doshemos
cambiado—dijo—.Notengonada en contra, pero tuambición es lo que ahora
mismo domina tu vida y esonova a cambiar.Yoprefierouna vida más tranquila, conmás tiempo libre paraactividades,paradisfrutar…Aquelloeraunaexcusa.—Gabi, tú sabes que amí
nomemueve la ambición nilasganasdeacumulardineroopoder—respondí—.Loquetengosonganasdemejorarelpaísyentenderásquealguienconesedeseoacepteelretosi
tiene la oportunidad, o elprivilegio,dellevarloacabo.—Si lo entiendo
perfectamente, Isabel —dijo—,y esperode todocorazónquemañanaganesyqueseasuna gran presidenta, y estoyseguro de que lo serás…—Sus palabras sonabanhorriblemente falsas. Esa noera la llamada conciliadoraqueyoquería—.Lomejor,deverdad—siguió—,esquenos
separemos. Esa vida no espara mí, Isabel, no meimaginootroscuatroañosatusombra.Sedetuvoderepente,como
siselehubieraescapadoalgoque no pensaba decir. A mí,su comentario me dejóhelada.—Ah, ¡es eso!—exclamé,
irguiendo la espalda—. ¡Eseso!Loquepasaesquecomomuchos hombres no puedes
estar a la sombra de unamujerconpoder.La confirmación de mis
sospechasmedoliótantoquenoté cómo mi cuerpo enterosetensabayelcorazónsemeencogía. Negaba una y otravez con la cabeza. No podíacreer lo que acababa deescuchar.Despuésde todo loquehabíahechoporél,deloque le había animado aimpulsar su carrera, a volver
alamúsica;despuésdehaberaguantado su chantaje con eltema de los niños y así eracomo me lo pagaba. En elfondo,elproblemaeraqueenlugar de enorgullecerse yapoyarme, Gabi no podíasoportarmiascensoporqueleempequeñecía. ¿Cómo podíahaber sido tan ingenua ypensar que no era así? Nosoloestabafuriosaconélsinotambiénconmigomisma.
Me levanté y me dirigíhacia la ventana, por haceralgo,puesnosabíamuybienniquéhacerniadóndeir.—No quería decir eso —
añadió con pococonvencimiento—. Ya sabesquesiempreteheanimadoentu carrera política y quetambién te apoyé en launiversidad cuando tenías atoda aquella colección depijos mirándote como una
extraña solo porque eras unamujer.Aquello era verdad. De
hecho, recordé cuando GRme llamó una noche a casapara pedirme que aceptara elMinisterio de Economía.Estábamosenelsalónviendouna película, creo que deAlmodóvar,yGabienseguidabajó el volumen al ver miexpresiónseria,primero,ydeauténtica sorpresa, después.
La llamada fue breve y laconversación muy directa.Pensé que no podía rechazarla oferta, aunque sentí untemblor frío por todo elcuerpo. GR me animódiciendo que los altos cargoseran en el fondo un trabajocomo todos y que cadaproblema tenía su solución.Me dijo que la verdaderaregla de oro la habíaencontrado en las memorias
deAzaña:«Nuncapasanada,y si alguna vez pasa, noimporta». Meses más tardeleería esa frase en laautobiografía de VictoriaKent, quien recordaba cómoel propio Azaña le habíadicho lo mismo. Mientras laKent se había tomado aquelcomentario como una faltaabsoluta a la verdad y unaseñaldecinismoinsufrible,aGR le parecía el mejor
consejo del mundo, que éldesde luego aplicaba sinpestañear.Después de aceptar el
cargo, colgué el teléfonomientras Gabi me mirabaexpectante. Cuando le dijeque iba a ser la próximaministra de Economíarecuerdocómoabriósusojosbrillantes y cómo se le cayóel mando de la tele de lamano.
—¡Eres una crack! —medijo exultante—. Habrásaceptado,¿no?Vino hacia amí yme dio
un fuerte y largo abrazo. Nodijonada,peroleíensusojosque estaba enormementeorgulloso de mí. Cuando ledije que estaba muerta delmiedo y que igual erademasiadoatrevidaporhaberaceptado, no tardó ni unsegundoencontestar:
—Sé que serás la mejorministra de Economía queestepaísha tenidonunca.—Lo recuerdo como si fueraayer.Después de veinte años
juntos,conocíabienaGabiysabíaqueesaconfianzaenmíy su alegría por minombramiento fueronentonces puras, genuinas.Precisamente porque leconocíatanbien,sabíaquesu
comentario sobre la granpresidenta que iba a ser erapura palabrería. Por algunarazón que yo desconocía,Gabihabíadejadodecreerenmí. O yo había cambiado, ohabía cambiado él, peroestabaclaroqueyanoéramosunequipo.Todavía de pie junto a la
ventana,miréhacialacalleyreparé en un gran cartel conunafotomíapidiendoelvoto.
Estabaaveinticuatrohorasdeunas elecciones generales yno tenía tiempo parasentimentalismos ni pararesolver una cuestiónemocional de esaenvergadura. Recordé laspalabrasdeManolo:nopodíapresentarme sola enMoncloani aparecer sin Gabi en elbalcón de la sede del partidoal día siguiente, cualquieraque fuera el resultado.
Necesitaba a Gabi de vuelta,síosí.—Ya sé que siempre me
has apoyado, Gabi —respondíporfin—.Poresotepidoahora, justocuandomáslo necesito, que lo sigashaciendo. Démonos untiempo, cariño —dije,sorprendiéndome por el usodeunapalabratiernadespuésde lo que me había dicho.Pensé en decirle que le
quería,peroun sexto instintome frenó. Intenté centrarmeen que volviera a casa, unobjetivo más fácil queconseguirquemequisieradenuevo.Gabi dejó pasar unos
segundosantesderesponder.—Ya te he dicho, Isabel,
quehayotrapersona…Me eché hacia atrás, tomé
aireduranteunos segundosylosoltécasidegolpe.¿Quién
demonios podía ser? Y ¿porqué ahora? No lo entendía,pero solo tenía una opción yera la de ser, y sobre todoparecer,buena,asíqueadoptéuntonoconciliador.—Gabi, ya sé que veinte
años son muchos y que latentación de un cambio esdifícil de resistir —mentí,puesyonolahabíasentidoenningún momento—. Loentiendoyteperdono—volví
amentir—,peroporfavor,almenos deja que hablecontigo,tomémonoslascosascon calma; ven a Madrid odejaquevayaaSantiagohoymismo.—No, no —dijo de una
manera tan tajante que mesorprendió.—Así veo a tu madre. —
Me avergoncé de usar a lapobre mujer como excusa yrecordé a esa buena señora,
quien siempre me habíatratado bien—. Por cierto, nite he preguntado cómo está.Perdona.—Estable —respondió
enseguida Gabi, quiencontinuó antes de que yopudiera expresar mi alegríapuesto que la situación nosonaba tan grave como a mímehabíaparecido,sobretodoporque Gabi ya llevaba unosdías fuera de casa. Continuó
—: No, Isabel —dijo condeterminación, en un tonograve—. Nos hemosdistanciado tanto que dehecho me he enamorado deestapersona;quieroestarconella.El muy hijo de puta,
cortándome todas las salidasjusto cuando más lenecesitaba.Apretéelteléfonofuerte con la mano, que meempezabaasudar.Mepaséla
otra mano por la frente,echándome el pelo haciaatrás.Cabrón.—Pero ¿se puede saber
quiéncoñoes?—pregunté.Ahora era yo quien había
adoptadountonoimpaciente,exasperado.Silencio.—¿Se puede saber quién
coñoes?—reiteré,alzandolavoz.—Carmina —dijo
despacio,envozbaja.—¡¿Carmina?! —exclamé
atónita—.¿!Laasistenta!?—Asíes.—No me lo puedo creer.
—Me apoyé en la paredmientras la espalda sedeslizaba hasta quedarme decuclillasenelsuelo—.No…,Gabi, no te puedes haberliado con la pobre Carmina,tan joven; pero si laconocemos prácticamente
desdequeeraunaadolescentecuandollegódePerú…Contratamos a Carmina a
travésdeunaagenciacuandoempecéaganarmásdineroya trabajar más horas. Teníadieciocho años apenascumplidos y acababa dellegar deLima con sumadrey dos maletas. La habíamoscuidado y pagado bien,ayudándola a establecerse enMadrid. Ahora tenía más
trabajos, para los que yosiempre le escribí unasexcelentes cartas derecomendación, y se acababade comprar un piso con sumadre. Recordé cómo Gabime había presionado el añoanteriorparaayudarlesconlaentrada y cómo yo habíaaceptado. De repente penséque aquel piso podría habersidosuniditodeamor,comoel de Andrés, como el de
tantoshombres infieles.Notécómo enrojecía de rabia alpensar que yo, encima, leshabíafinanciadosuescondite.—Y ¿qué piensas hacer?
—dije por fin—. ¿Irte a sucasa a vivir con ella y sumadre?—La madre murió hace
másdeunaño—contestósinmás, sin ningún sentimientode culpa. Los dosme habíanocultadoesainformación.
—¡Quéhijodelagranputaeres, Gabi! —le espetélevantándome del suelo perocon los ojos húmedos de larabia—. Encima tuviste loscojones de pedirme dineropara financiaros el piso.Desde luego, no tienesvergüenza, ¡cabrón! —grité—.Eresundesgraciado.Contodo lo que te he apoyado yasíme lo agradeces. ¡Pues tevas con ella y te pudres!
¡Sinvergüenza! —dije,gritandotodavíamás.Hubo un largo silencio.
Apoyada contra la ventana,empecé a llorar de rabia, dedolor, de impotencia, deconfusión. Volví a mirar elcartelde lacampañayneguécon la cabeza. No valía lapena. Nada valía la pena.Miré a la Isabel San Martíndelafoto,tanfelizyperfecta,tan segura. Era una gran
mentira; la IsabelSanMartínde verdad estaba acabada,humillada y en cuestión dehoras, seguro que tambiénderrotada. También estabasola y encima engañada pordos personas a quienes tantohabíaayudado.Elmundoeraun asco. Cerré de golpe lasgruesas cortinas para que noentrara la luz. Queríaoscuridad.Queríaencerrarmeyllorar.
—Lo siento —dijo Gabi,ahoraconunhilodevoz.Tomé aire, muy hondo,
antes de acabar laconversación.—Vetealamierda,hijode
puta —le dije con toda larabiadelmundo.Colgué.Aturdida y sin saber qué
hacer,descorrílascortinasdenuevo, recibiendo casi degolpe la luz de un día que
había amanecido claro ybrillante. Un día otoñalprecioso en el que deberíaestar cumpliendo una agendarepleta de actividad yacompañada por los míos enun momento tan importante,de tanta esperanza. Yo, laprimera mujer que podía serpresidenta de la historia deEspaña, no esperabasemejante humillación en mihora más gloriosa. Miré una
vezmásalenormeanunciodecampaña y sonreí concinismo.Sinohubieraestadola ventana cerradaseguramente habría escupidoen mi propio cartel. Sentíasco.Me puse lamano en elestómago, vacío, sintiendocómo se me tensaban todoslos músculos. Negué con lacabezaunayotravez.Mefuialbañoalavarmela
cara. Me miré al espejo e
intenté serenarme solo por laresponsabilidad que teníaencima, por las personas queme iban a votar y quemerecíanmuchomásqueunamujerdescompuesta.Todavíaera candidata y tenía unproblema monumental conlosdichososbonosquedebíaresolver. No me podíaderrumbar por un asuntoemocional. De vuelta aldespachomesentéenelsofá
y me tapé la cara con lasmanos. Intenté pensar conclaridad qué debía hacer acontinuación.Peronomediotiempo ya que de repente oívoces deMartin, chillando aZoilo, algo que no habíapasado nunca, al menos queyo supiera. Me quedé quietaunos segundos, en los queescuché cómo se referían auna caída de los bonos. Mequedé de piedra, porque
aquelloeraloopuestoalplan.Justo cuando estaba a
medio pasillo camino deldespachodeMartin,oí cómomi móvil sonaba coninsistenciadesdeeldespacho.No supe qué hacer, si volvero no, pero podía serimportante. En esascircunstancias, no podíaarriesgarme. Volví corriendoy descolgué el teléfononerviosa. EraWalter. Intenté
centrarme: el hecho de quemillones de españolespudieran caer en la pobrezade la noche a la mañana eramucho más importante quelos amoríos entre Gabi y laasistenta. Miré el reloj, erancasilasdoce.Cogíaire,cerrélosojosycontesté.—Dime,Walter.Me lo imaginéenunasala
llena de ordenadores en unafinca antigua de Toledo
mientras sus amigosbanqueros vestidos conbarbours verdes bebíanaguardiente y merodeabanporsufincaentrerobledalesyencinares. Todos con susgorritas a cuadros y susbufandas Burberrysdisparando a ciervos yconejos, que pasarían de seranimales en libertad asuculentomanjar en cuestióndehoras.Comosiloviera.
—Isabel, ha pasado unacosa—dijoentonograve.Mealerté.—¿Qué es? ¿Podéis
comprar los bonos comohemosquedado?—No.Me quedé helada. Fui
corriendo hacia la mesa yencendí el Bloomberg. Mesenté con la espalda bienrecta y me esforcé pormantener la calma.Vique el
precio de nuestra deudaefectivamente había vuelto acaer.—¿Qué carajo está
pasando? ¿Quién estávendiendo en sábado por lamañana?—No compramos porque
nopodemos; nohay liquidez—dijo Walter, dejando unosinstantes de silencio antes decontinuar—.Además, lacosasigue cayendo… —dijo sin
terminarlafrase.Intuí que allí había más.
Esperéexpectante.—Creo que hemos
encontradolacausa—Waltercontinuó, con gravedad—.Hay un correo tuyocirculandoenelmercado.—¿Qué? —pregunté,
alucinada.—Talcomoquedamos, los
banqueros que tengo aquí sehan puesto inmediatamente a
trabajar, a llamar a todos suscontactos —dijo—. Todavíanohanencontradobonosquecomprar pero sí un correotuyo a NorthStar, la gestorade inversión de Londres,fechado esta misma mañana.El correo confirma que ladeuda española es tres vecessuperior a la cifra pública,peroqueestacifrapúblicaeslegal porque una parteimportante de la deuda está
supeditada a unos contratosque dependen del tipo decambio entre el euro y unacesta de divisas en cincoaños. Como todavía noconocemosesevalor, lacifraactual es válida. Aun así, laproyección de los mercadosindicaqueeleurohabrácaídoen cinco años, con lo que elnivel de nuestra deuda es enrealidadmuysuperior.Flipé.
—Setratadeunabroma.—No lo es —dijo Walter
—. Tengo el correo delante,viene de ti personalmente yestá dirigido a Gilliot,director de inversión deNorthStar en Londres,enviadohoymismo.—Esoes imposible—dije,
poniéndome en pie—. Hacemucho que no hablo conGilliot.—Pues el correo no deja
lugar a dudas: la fecha es dehoy —respondió,amenazante.—Tiene que ser una
falsificación —contesté,convencida—. ¿Dices que lotienes delante, en unapantalla?—Sí—afirmó—.Estoyen
eldespachoquetengoaquíenlafinca.—Pues, por favor,
envíameloinmediatamente.
Al cabo de un segundodijo:—Hecho.Abrí el Outlook mientras
pensaba en quién podríahaberfalsificadounacosaasíyporqué.—Seguroquealguienseha
forradoconesto—comenté.—No me cabe la menor
duda —respondió Walter,rápido.—¿Quién lo ha
descubierto? ¿Tienes algunaidea de si esto ha llegado amuchagente?—No, no tenemos ni idea
—respondió—. Lo haconseguido el de la BancaCarr, que está por aquípreparandolaaperturadeunasucursal en España. Se lo hadicho un cliente suyo, unfondoespeculativo.Me hice una imagen
mentaldelasituación.
—Algún listo ha tomadoprestados bonos españoles,losdebióvenderalpreciodelviernes por la tarde, antes delacaída;luegoenvióelcorreoa sus contactos y al bajartantoelprecio seguroquehavueltoacomprar losbonosaprecio de ganga paradevolverlosa lospropietariosyasíembolsarseladiferencia.—Efectivamente —
respondióWalter—.Amenos
queeltemaseaverdad.Abrí los ojos horrorizada
dequeWalterpudierapensarqueyomentía.—Te juro, Walter, que yo
no he enviado ese correo.¿Cómo puedes pensar unacosaasí,porDios?Nodijonada.—¿Te ha llegado ya? —
preguntó al cabo de unossegundos.—Todavíano—dijeconla
mirada fija en el correo.Volví a mirar el Bloomberg;nuestros bonos estabanincluso peor de dondeacabaron el viernes por lanoche: por los suelos y sinninguna actividad desdeentonces.—No entiendo. ¿Por qué
no podéis comprar? —pregunté mientras esperaba.Algunas veces sí había vistonegociación durante fines de
semana; intercambios aúltima hora del viernes quepor una razón u otra nopodían cerrarse hasta al cabodeunashoras.—Yo tampoco lo entiendo
—respondió Walter, escueto—.Peronopodemos.¿Lohasrecibidoya?Aquella impaciencia me
empezaba a irritar, pues elasunto era extremadamenteserioynopodíamosandarnos
conprisas.—Todavíano—confirmé.—¿Te puedo llamar en
diezminutos?Su prisa me sorprendió,
aunqueno tantocomo lavozde una niña que, después deabrir lo que debía de ser lapuerta del despacho deWalter,gritó:—Papá, ¡que no llegas al
Ángelus!—¡Shhh! —escuché que
respondía Walter,seguramente poniendo unamano en el auricular, porquesu voz me llegabaamortiguada.—Enseguida te llamo,
Isabel—dijo antes de colgardemaneraabrupta.Me quedé alucinada,
teléfono en mano,escuchando el tono dellamada, por fin colgué. Salícorriendo con el móvil en la
manoymedirigíaldespachode Martin, a quien encontréhablando por dos auricularesa la vez, uno en cada mano.Tenía la frente sudada, losbotones superiores de lacamisamediodesabrochados.Entendí que no podía hablar,aunque me hizo un gestoindicándome que pasaría pormi despacho en cuantopudiera.Zoiloestabaigual.Volvíamioficinayrecliné
la espalda en el sillón, crucélaspiernasyfijélamiradaenel Bloomberg, por una vezquieto, y en el correo,tambiénsinmovimiento.Sujetéelmóvilconfuerza,
esperando la llamada deWalter, y sin dejarme depreguntar por qué habíainterrumpido unaconversación tan importantecomo la que estábamosteniendo para rezar el
Ángelus. ¡El Ángelus!, merepetía una y otra vez. ¿EraWalter también del Opus?Pero ¿qué red tenían enEspaña? Sabía que habíapersonas clave en muchasindustrias y medios decomunicación, además demiembros en el anteriorgobiernodederechas.Peroenesas últimas veinticuatrohoras me había enterado deque también habían tenido
infiltrados en un gobierno deizquierdas, José Antonio, ytambién que contaban con elprincipal banquero del país:Walter.Esa redde influenciaexplicaba que Andrésestuviera en el consejo deHSCyquellevaraasuhijoauncolegiodelOpus.Me los imaginéa todosde
cacería. A Andrés, a JoséAntonio, a Walter y a todoslos banqueros de Puerta de
Hierro desayunando caldo ymorcillas o charlando sobresus negocios mientraspaseaban tranquilamente porlos maravillosos campos deToledo. Y mientras, yo,pasándome la vida encerradaen un despacho intentandoreducir el paro, pensando enlos miles de familias quesufrenconlacrisis,sufriendoy peleándome por ellas. Yellosdecaceríaoenelpalco
delRealMadrid,bienunidospor la red del Opus,ayudándose los unos a losotros sin pensar más que ensu propio beneficio. Quéasco. Sulfurada, cogí unabotelladeaguadelminibarycerré lapuertade lapequeñanevera con tanto ímpetu queesta se volvió a abrir. Lointenté de nuevo con mássuavidad.Devueltaalamesa,vique
el correo por fin habíallegado.Era tan claro comoWalter
habíadescrito.Efectivamente,procedía de mi direcciónoficial y estaba dirigido aGilliot. ¿La presión no fuesolo del comisario europeo,Leisser?¿TambiéndeGilliot?No locuentacuandonarraelfin de semana de Bruselascuando leexigenqueEspañasea rescatada y puede
evitarlo.Semeocurrióqueelfalsificadorpodíaserél,puescreo que perdieron muchodinero apostando queEspañaibaabocadaaunrescate,quepor suerte pudimos evitar.Desde luego, tenía midirección. Volví a mirar elcorreo,memovíconelcursorhaciaabajoymedicuentadeque continuaba e incluía unaantigua conversaciónelectrónica entre los dos.
Comprobé mi correo y, enefecto, se trataba de unintercambio que habíamostenidohacíaunos tresmeses,y que coincidía palabra porpalabra. ¿Era posible quevolviera a la carga paraforrarse a nuestra costa ycompensar las pérdidasanteriores? ¿O podría ser elmismo José Antonio?Enseguida descarté esaposibilidad ya que José
Antonio pasó buena parte delas semanas de máximatensión en Asia oSudamérica, totalmenteajenoa mis conversaciones conGilliot.Walter volvió a llamar,
disculpándose por lainterrupción. Yo no quisepreguntar nada, por noresultar indiscreta, perotambién por no complicartodavía más la situación.
Había que centrarse en elproblema.—Walter, en serio, ¿crees
que esto es un intercambiofalso entre dos o trespersonas? ¿O crees que estecorreo, a estas alturas, yahabrácirculadoporeltodoelmercado?Oí cómo Walter daba un
largosuspiro.—Nos da la impresión de
queestohacirculadoenpetit
comité, entre los inversoresmás influyentes, pero es ungrupo mayor de lo queparece.Estoysegurodequeaestas alturas las principalesfirmas de inversión ya estánalcorrientedeloocurrido.Lacaída de esta mañana esfuerte,yesosoloseexplicasivarios grandes inversoresactúanalavez.Aquello había que atajarlo
cuantoantes.
—Hay que emitir uncomunicado —dijepasándome una mano por lafrente.Walter guardó unos
segundosdesilencio.—Nosarriesgamosaquela
bomba se haga incluso másgrande —comentó—. Laprensa todavía no sabe nada;si no, ya hubiera salido. Sisacas un comunicado, habráuntorrentedepreguntas.
—Cierto—dije—, pero esmiresponsabilidadnegaralgoasíporlasconsecuenciasqueyahatenido.Además—añadíal cabo de unos segundos—,mañana me juego unaselecciones y no puedopermitir que la codiciadeunespeculador y un falsificadorcambie el destino del país ydevuelva el poder a laderecha.—No puedes emitir un
comunicado y dar publicidadaunacosaasísoloparaqueteayude mañana —contestóWalter,rápido.—No es eso—repliqué—.
Pero debo actuar. No mepuedo quedar de brazoscruzados.—A veces es la mejor
opción—apuntóWalter.—Ahora no. Esto es muy
serio—dije levantándomedelasilla, lavistaperdidahacia
la ventana—. Es una faltamuy grave ante el gobiernodeEspañayhayquenegarloenseguida. Si lo hacemos, elpreciodelosbonosvolveráasubir y eso evitará quemillones de familias se veande repente con el agua alcuello.Mi responsabilidadespara con ellos —expresésegura,satisfecha.Walterguardósilencio.—Túverás—dijoporfin.
—Esloquevoyahacer—añadí convencida—. Perosobre todo tú, por favor,ponte a comprar tanto comopuedas, como hemosacordado.Si lohacespronto,comprarás bajo y podrásvenderalto,loveovenir.—Es posible—fue cuanto
dijo.El comentariome puso un
tantonerviosa.—Walter, esto es muy
serio: ¿respetarás loacordado, no? —pregunté,buscandoreafirmación.—Soy una persona de
palabra—afirmó.—Yo también —contesté,
antes de concluir—. Aviso aMartin de que cuente convosotros.—Deacuerdo—dijo.Sin más, ambos colgamos
y supongo que él se pondríamanos a la obra como hice
yo.SalícorriendoparahablarconMartin, a quien encontréa medio camino de midespacho.Casinoschocamosy empezamos a hablar a lavez. Me dijo que, en efecto,los bancos de inversiónestaban vendiendo nuestrosbonos después de recibir une-mail a todas luces falso, loque yo le confirmé. Le pedíque volviera a llamar a esosinversores negando la
veracidad de ese rumor, yavisándolesdequeestábamosa punto de emitir uncomunicado. Él saliódisparado para informar aZoilo, quien también sepondría a llamar a losinversoresmás importantes ya los directores de tesoreríaquepudiéramoslocalizar.Eseera un momento para tratarbien a nuestros principalesinversores, ya que una
compraeneltiempooportunoles podría reportar grandesbeneficios.PedíaMartinquellamara primero a losinversores que más noshabían apoyado en lostiempos difíciles, empezandoporloskuwaitíes.Yo regresé pitando a mi
despacho para dictar aLucasnuestrodesmentido:
El gobierno niega
categóricamente y desmiente lasrecientesespeculacionessobreelnivel de la deuda de España. Elgobierno asegura que cualquierrumor que afirme que nuestradeudaes tresvecessuperiora lacifra oficial es absolutamentefalso.Elgobierno tambiénniegaque existan contratos derivadosqueen cincoañosdeterminenelvalor de parte de la deuda yconfirma que esta permanece enel nivel oficial y público delochenta por ciento de nuestroProducto Interior Bruto. Elgobierno está investigando estagraveacusación.
PedíaLucasqueloenviara
de inmediato a los mediosusando todos los canales anuestradisposición,nosoloelcorreo, sino también lascuentas que yo había hechocrear en Facebook y Twitterpara asegurarme de que elmensaje llegara a todo elmundo. Como esperaba, losmedios se hicieron amplioeco en menos de cinco
minutos. Encendí latelevisión que tenía bastanteapartada junto al ficus ysintonicé algunas cadenas deradio.Casitodaslasemisorashabían interrumpido suprogramación para leer elcomunicado. Silencié todoslos teléfonos para novolverme loca, ya que estosempezaron a sonar segundosdespués de emitirse nuestranota.
Enapenasunosminutos,elBloomberg ya reflejaba unasubidade losbonos,pormássábado que fuera. Respiréhondo, pero no tenía ni unsegundo para respirar.Todavía me quedabanmuchos frentes. Empezandoporlaprensa.El comunicado nos eximía
delaculpadelacaídadelosbonos pero algunos mediostodavía se mostraban
escépticos, especialmente LaVerdad.Lawebdelperiódicode Mauro nos acusaba enportadadenotenerniideadequé había pasado con losbonos y que por eso ahoraculpábamos a unosfalsificadores.Necesitabaunaoperación de relacionespúblicas.Eraunasituacióndeimportancia y urgenciamáximas. Había llegado elmomento de pedir que me
devolvieranfavores.Depie, junto a laventana,
llamé de nuevo a AntonioGoicoechea, presidente delBanco Nacional, a quienrescaté de la bancarrota alconseguir la inversión de loskuwaitíes. Contestóenseguida.—No me puedo creer lo
del e-mail falso —dijo sinmáspreámbulos.—Yalohasvisto.
—Supongo que estaréisinvestigandodepleno…Noledejécontinuar.—Por supuesto —
interrumpí—. Pero te llamoporquetengounasuntonotangraveperosíurgente.—Soytodooídos.Nada como que a una le
debanunfavor.—Necesito que llames a
Marcos, el director de LaVerdad, y que nos des unas
frases de apoyo. En la webdicen que somos unosincompetentes y eso, claro,nos hará daño mañana.Necesito que apoyes nuestragestión.Hubounsilencio.—Mi opinión es solo una
opinión —respondió—. Laañadirán,peroesonolesharácambiar el titular, ni elenfoquenilascríticas.—Lo sé —dije—. Lo que
necesito, Antonio, es que selopidasdetalmaneraquenotengan más remedio quecambiartodoeso.—Noentiendo…No tenía tiempo para
sutilezas; había que hablarclaro.—Amenázales diciendo
quesinolocambian,retiraráslapublicidad.Era pedirmucho, lo sabía,
y el chantaje nunca es lícito,
pero había mucho en juego.Pensé de nuevo en losmillonesdefamiliasalosquedebía ayudar por obligaciónmoral.Escuché cómo Antonio
respiraba hondo, tragabasaliva.—Loquemepides,Isabel,
esmuyfuerte—dijoconvoztemblorosa.—Si no lo necesitara y no
creyeradesdeel fondodemi
corazón que es la mejor oúnicaopción,notelopediría.Hubo un largo silencio,
durante el cual me tuve quemorder la lengua para nohablar.Habíaquemantenerlapostura negociadora. Elsilencio es la mejor manerade obligar a la otra parte ameterbaza.Yaexponerse.—El riesgo de que no
cedan y saquen otro titularconelchantajenoesgrande,
pero existe. Eso nos puedehundir a los dos —dijo porfin.—No pueden permitírselo,
créeme —respondí, ahoramás segura de mishabilidades o posibilidades.Además, era verdad. Elrotativo, como todos losmedios,atravesabaunaépocamuymala por la caída de lapublicidad.—¿Cómolosabes?
Cerrélosojos.Entendíporqué ese banco, con esepresidente, había tenidotantos problemas. Lo que noentendíaesquesemantuvieraaflote.—Soy la ministra de
Economía,porDios,loséporDios, me sé las cuentas detodo el mundo. Están con elagua al cuello. Hace unosmeses les tuvimos que darunaayudaespecial.
—¿Cómo puede ungobiernocomoelvuestrodaruna ayuda a un periódico delaoposición?Guardé unos instantes de
silencioparapensaryconcluíque Antonio necesitabaentender la situación paraayudarme.Teníaquedarmásdetalles de los que quisiera,pero no me quedaba másremedio.—SabesqueHSCestámuy
cercadeLaVerdad,¿no?—Son su fuente de
financiación, sí. Todo elmundolosabe—dijo.—Pues imagínate en qué
lucrativo consejo deadministración está GRpensando recalar después delas elecciones, cuando acabesupresidencia.Antonio no tardó en
entender.—Elmuylisto…—dijo—.
Se prepara bien el camino.Hay que ver; aquí, el que nocorre,vuela.—Efectivamente, pero yo
no te he dicho nada, ¿deacuerdo?—Deacuerdo.—¿Puedocontarcontigo?El banquero dejó pasar
unossegundos.Yoyaapenasestaba nerviosa pues sabíaque lo tenía atado de pies ymanos. De la misma manera
quehabíaconseguidoqueloskuwaitíes rescataranelbancodeAntonio,tambiénlespodíapresionar para que salierandelaccionariado,creándolealBancoNacional un problemamayúsculo. Tan solo teníaque ofrecer al emir unainversión mucho máslucrativaencualquiersectoroinfraestructura. Antonio porsupuesto sabía que el hiloconductor entre su banco y
loskuwaitíespasabapormí.—Cuenta con ello —
concedió. Seguro que lerepateaba que una mujer, oalguien, tuviera suficientepoder para pedirle una cosaasí.—Perfecto —dije,
orgullosademigolpe.¿Quién decía que las
mujereserandébiles?Me senté de nuevo en mi
despachoparacontemplar las
pantallasdelBloomberg.Losbonos ya habían alcanzadotres cuartas partes del valordel jueves; ya quedabamenos.Volví a salir hacia el
despacho de Martin, queahora, todavía colgado delteléfono pero mucho mástranquilo,memirabaconunasonrisa. Le hice la señal devictoria con el pulgar, que élmedevolvió.
Regresé a mi despachoparamirarlarespuestadelosmedios. La mayoríainformaban atónitos yconfusos de la repentinasubidadespuésdetanbruscosmovimientos durante lasúltimas veinticuatro horas.Yo tampoco me lo podíacreer,nuncahabíavistonadaigual. Mientras a mí mecostaba meses de trabajorecortar nuestros costes de
financiación tan solo unasdécimas, un simplecomunicado los había bajadoalamitadenunsantiamén.Algunos medios se
apuntaron a la euforia,dándonosunagranpublicidadgratuita:«Elgobiernotomaelcontrol», o «El gobiernovenceaWallStreet»,decían.Otros, sin embargo, todavíase mostraban escépticos antesemejante confusión y nos
criticaban, sobre todo a mí,pornodarmásdetallesoporla posibilidad de queestuviéramos escondiendoinformación.Abrí lawebdeLaVerdad,
que, al fin y al cabo, era elsegundo mayor periódico deEspaña,porloquenecesitabasuapoyo,oalmenossufaltade crítica, para ganar unaselecciones. No hacía ni diezminutos que había hablado
con Antonio, y ya habíancambiado laportada.Decían:«Los bonos españolesrecuperanelvalordespuésdeque el gobierno tome lasriendas de la crisis. Larentabilidad del bono a diezaños retoma su valorfundamental, que refleja elrepunte de la economíaespañola en los últimosmeses».Yaséqueestámaldecirlo,
pero el poder a veces esfrancamente reconfortante yquien diga lo contrariomiente.
22
Llamé inmediatamente aGR para informarle de todo.Me arrepentía de no haberlohecho antes de enviar elcomunicado, pero estabasegura de que lo entendería.
De todos modos, ya pocoimportabaaesasalturassisemolestaba o no, pues ya noerami jefeyseguramentenoloseríanuncamás.—¿Sepuedesaberquéestá
pasando? —preguntó nadamás contestar. Por supuesto,sehabíaenteradodetodo.—GR… —balbuceé,
recostándome en el respaldodelasilla.Siemprelellamabaporsus
iniciales, como nos habíapedido a todos losministros.Nomedejócontinuar.—Isabel, la reacción me
parece buena, pero te hasolvidadodeavisarmeantesyesoyasabesquenomegusta.—Perdona, lo siento, de
verdad —me disculpé. Vistoen retrospectiva, saltarse alpresidente en un asunto tanimportante era una faltaverdaderamente grave—. No
tengo excusas, aparte dedecirte que no sabes lasveinticuatrohorasquellevo.—¿Qué ha pasado? —
preguntó, al grano, como decostumbre.—Creo que alguienme ha
interceptado el correo y haprovocado la caída de losbonosparaforrarse.GR guardó silencio unos
instantes.—Supongo y espero que
tengáis al día los sistemas yclaves de seguridad en elMinisterio.—Por supuesto, presidente
—respondí,rápidaydiligente—. Tenemos un contrato demantenimiento con Citrix,que viene todos los años ahacer una auditoría de lossistemas informáticos. Yocambiotodasmisclavescadaquince días, lo que es unapesadez, pero nunca lo he
dejadodehacer.—Entonces, ¿cómo se han
metido?Neguéconlacabeza.—No tengo la menor idea
—respondí. Era la puraverdad—.Loque te prometoes que no he hablado conGilliot, de NorthStar, desdeque evitamos el rescate porprimera vez, hará ya unascuantas semanas, cuando loskuwaitíes compraron deuda.
Deesopuedesestarseguro.—Esto es muy grave —
dijo—. Estamos hablando deuna posible actuacióncriminalcontraelgobierno.—Me temo que sí,
presidente. Hay que tomarmedidas.—Voy a llamar ahora
mismo a los servicios deinteligencia del Ejército paraquesemetanentuordenador.—Perfecto. Cuanto antes
mejor. Aquí estoy a tudisposición.—Te mantendré
informada,Isabel—concluyó—. Pero, por favor, novuelvas a hacer nada sindecírmelo antes. A partir deahora, si la prensa o alguiente pregunta, ya sabes lo quenos enseñó Azaña: «Nuncapasa nada, y si alguna vezpasa,noimporta».—Entendido,presidente.
GR colgó el teléfono sindecirme dónde estaba ocuándovolveríamosahablar.Ese era su estilo, algoescurridizoyunpocosecreto,supongo que para que nadietuviera una visión completade la situación, algo que seguardabaenexclusivaparaél.Llevaba el gobierno de esamanera, un tanto celular,como los antiguos sistemascomunistas: las partes del
conjunto estaban muyseparadas entre sí, apenas seconocían, básicamente paraquenosepudierandelatarencaso de ser encontradas yenjuiciadas. GR operaba deuna manera similar, pero notanto para proteger algobierno, sino para defendersu poder personal.Compartirinformación y concebirlacomoderechofundamentaldelos ciudadanos, o de los
miembros de un gobierno,sueleserunsignodemadurezdemocrática. De igual modo,lossistemasmenoslibresmásbien tiendenaesconderlaoaexponerla de una maneracríptica,siempreconelfindeproteger suparcela depoder.Esa actitud ante lainformación reflejaba bien elconcepto tan diferente delpoderqueteníamosGRyyo.Yo lo quería paramejorar el
país; GR, para ejercerlo ydisfrutarlo a nivel personal,libre de amenazas. Tansimplecomocierto.Aun así, ese día actuó con
eficiencia y celeridad. Segúnme contó más tarde, enapenas diez minutos ya sehabían activado los sistemasnacionalesdeseguridadylosdemás ministros habían sidoalertados del peligro. Si mehabían interceptado a mí,
podían entrar en cualquierMinisterio. Pensar quecualquier desalmado pudierahacertantodañotansoloconuntecladomedabapánico.Manolome llamóminutos
después de mi conversaciónconGRyversunombreenelmóvil me reconfortó, puesaquellos pensamientos deguerras cibernéticas mehabían dejado mal cuerpo.Después del calvario de las
últimas veinticuatro horas,por fin recibía la llamada deunbuenamigo.—Manolito, qué alegría,
¿cómoestás,cariño?Me esforcé por mostrarme
amable y cariñosa con él,sobre todo después de laterriblehistoriaquemehabíacontado la última vez quehabíamos hablado, de cómoMauro le traicionó y acabócostándole el cargo y el
potencial de presidenciable.Me lo imaginé de nuevocomo lo hacía siempre, soloen su casa inmensa de Ibiza,trabajando a despecho parallenar un gran vacío interior.Como hacían muchos. Avecesinclusoyomisma.—¡Isabel! —casi me gritó
yaquehabíaungranruidodefondo—. Te llamo desdeBarajas, acabo de llegar aMadrid. Quiero verte,
querida. Después de lo quemeexplicasteporteléfono,hepensadoquemejor estar a tulado estos dos días. Quieroasegurarmedequeestésbieny de que nada se salga detiesto.Casi que me reí, supongo
que de los nervios, peroManolo me había arrancadomediasonrisa.—Puesvasa tener trabajo,
muchacho, no sabes cómo se
hanenredadolascosas.En Inglaterra había
aprendido que un poco dehumor en las horas mástensas nunca hace ningúndaño, e incluso a veces es lamejor manera de descargartensión.—Ya veo, menudo follón
—dijo—. Me tienes queexplicar mejor quiénes sonesos especuladores, pero noporteléfono.
—Entiendo.Manoloeraperroviejoyse
las sabía todas.Me sentí unaprincipianteasu lado,puestoque yo había hablado conWalter y con Antonio porteléfono, dándolesinformación confidencial,cosa que de repente mepreocupó. Si los hackershabían entrado en mi cuentade correo electrónico paraenviar correos desde mi
dirección, también podíanhaber interceptadomis líneastelefónicas.—Quiero verte —me dijo
Manolo—.¿Puedesquedarenun par de horas en el parquedelOeste?Pensé un segundo, claro
quepodía.—Por supuesto. Me
camuflaré bien, como decostumbre —dije con unasonrisa.Meencantabapasear
por Madrid, siempre bientapada por un chal que mecubríalamitaddelacaraparaquenomereconocieran.—Ah,oye—exclamóantes
de colgar—. Y con Gabi,¿todobien?Suspiré. Con todo el tema
de los hackers hacía horasquenopensabaenél.Parecíamentira que el hecho de quemimarido tuviera un lío conlamujerdelalimpiezayque
mehubieraabandonadoantesde unas elecciones generalesse hubiera convertido en untema prácticamentesecundario.Suspirédenuevoycerrélosojos.—Pues no,Manolo, no—
respondí—.Dehecho,lacosahaidoapeor.Guardó unos segundos de
silencio.—Pues ya te puedes
esforzar y solucionarlo —
dijo, serio—. Mañana tienesque salir al balcón con él.Créeme, aunque sea de pose,no me importa, yseguramente a estas alturas ati tampoco. Móntatelo comoquieras, pero consigue quevuelva.—Notecreasquenolohe
intentado—dije,afligida.—Pues inténtalo otra vez
—terció,seco.Manolo, siempre tan
franco, tan directo. Supongoqueesoesunabuenaamistad.—Teveoluego,querida—
dijo—. A las cinco en elparque, donde siempre, en laestatuadeArenal.—Allíestaré.Por fin tenía un momento
para respirar, me dije. Fui albaño para adecentarme yrecogerme el pelo, que lotenía de cualquier manera, ypara retocarme un poco el
maquillaje. Sintiéndome unpoco mejor, me preparé uncortadoyvolvíalamesaparamirar el Bloomberg. Respirécongranalivioalverquelosbonos continuaban subiendoy ya estaban muy cerca delvalordeljueves.Consulté de nuevo la
agenda. Estaba claro quetenía que cancelar la comidacon el embajadorestadounidense y la reunión
de la tarde. No me gustabamolestar a Estrella, pero eraun caso de fuerzamayor, asíqueme dispuse a llamarla almóvil para que cancelara losdos compromisos. Me diopena lo de la embajada, perome alivió pensar que notendríaqueveraldirectordecampaña que habíamosfichado, un publicistapesadísimo que se creía laestrella de todo. La reunión
de la tarde era para preparareldíasiguiente,perotampocoparecía tan complicado; solohabía que ir a votar y luegollegaralpartidoacomer,paraseguir los resultados con elrestodelequipoyyaprepararlareacción.Estrella, como de
costumbre,cogióelteléfonoalaprimera.Me la imaginéensu pisito de Vallecas con sunovio, tranquilos los dos
disfrutandodel sábadopor lamañana.Erabuenachica.—Estrella,querida,buenos
días, soy yo —dije—.Perdonaquetemoleste.—Paranada, Isabel.Dime,
dime, ¿qué necesitas? —preguntó con su habitualamabilidad.—Ha surgido un pequeño
problema… No sé si lohabrás oído o visto en losmedios.
—Sí, sí, el tema de losbonos—respondió,rápida.—Sí, eso precisamente,
peroparecequelacosasevasolucionando —contesté—.De todos modos, hay queacabar de resolverlo y voy anecesitar tiempo. Teagradecería mucho si mepudierasayudaracancelar lacomida y la reunión decampaña que teníaprogramadas.
—Por supuesto, Isabel,ahoramismo lo hago, cuentaconello—aseguró.Estrella tenía acceso a mi
agenda y a algunas de miscarpetas y actividades en elordenador de su casa y en elportátil, así que podíamoscolaborar a distancia.Un díameexplicó,quepocodespuésde instalarnos en elMinisterio, cuatro técnicoshabían ido a su pisito de
Vallecas y lo habían llenadode cables ante el estupor desus vecinos, quienes todavía,dice, la miran con ciertasospecha.—Pues muchas gracias,
chica —le dije, ya casipensando en mi próximallamada.Peroellacontinuó.—Ah, Isabel, muchas
graciasporelpremio.Estodoun honor —me dijo. Parecíamáscontentadelonormal.
—¿Qué premio? —pregunté sorprendida, perotambién intentando hacermemoria por si habíaolvidadoalgoimportante.—Elquemehandadoesta
mañana.—¿Hoy?—pregunté,ahora
segura de que yo no teníanadaquever.—Sí, sí, esta mañana
misma, de tu parte —dijocomo si me estuviera
recordando algo que debierasaber—.Nosabescómoteloagradezco —continuó—. Loprimero que voy a hacer coneldineroes irmeunasemanaaCanariasconmichico,que,comotepuedesimaginar,estáencantado.Me levanté del sillón y
paseé, intranquila, por eldespacho;aquellomeparecíamuyraro.—Estrella,perdona,perola
verdad es que yo no te hedado ningún premio —leaclaré—. Ya sabes todo loque te aprecio y que te daríatodas las bonificaciones delmundo,pero¿estásseguradequehasidohoyyqueerademiparte?Y¿quépremioes?—Pues me ha llamado un
señor esta mañana a primerahora…—¿Quéseñor?—pregunté,
alarmada. Me pasé la mano
por la frente, pensando lopeor.—Resulta que la semana
pasada —me explicó—,mientras tú estabas en plenacampaña recibí dos llamadasde otro señor. Bueno, másbien parecía un chico joven,que me dijo que era denuestro departamento deinformáticayquemellamabaparasolucionarlosproblemasque había tenido con el
ordenador.Estrella se detuvo para
respirar mientras yoescuchaba con atención, losojosabiertoscomoplatos.Mehabía quedado muda de piejunto a la ventana, inmóvil.Estrella continuó, ahorahablando un poco másdespacio, seguramentepreocupada por mi silenciocargadodetensión.Empecéarespirarfuerteycadavezmás
deprisa.—Pero me sorprendió que
este chico no supieraexactamente qué problemashabía tenido —continuó—.Tan solo unos días antes leshabía llamado para decirlesque a veces la conexión contu ordenador, Isabel, nofunciona.—¿Te pidieron algo?
¿Dijeron que vendrían? —pregunté, intuyendo el final
delahistoria.—Pues sí, sí —respondió,
algonerviosa—.Mepidieronla contraseña para entrar enmi sistema y aquello mepareció un poco raro ya quenormalmente los técnicosenseguida acceden alordenador de una maneraremota…Noladejéacabar.—¿Seladiste?—No, la verdad es que no
lohiceporquemeparecióunpocosospechoso.Respiré con gran alivio.
Sonreí.—Perfecto,Estrella,menos
mal —dije—, hay queandarseconmuchocuidado.—Sí,sí,yalosé,Isabel—
respondió—. De hecho, lasituaciónse repitióunpardedías después, creo que eljueves.Estavezfueunachicaquienmellamóymedijoque
sabía que el problema era laconexión con tu ordenador yque le diera la clave. Peroaquellotampocomeolióbieny preferí no arriesgarme ydije que en ese momentoestaba ocupada. Pensé queseríamejorenviarotrocorreoa la dirección oficial de losinformáticosparaasegurarmede que eran ellos quienesrespondían.—Buena chica, Estrella,
fenomenal —dije, todavíaintranquila, pues estabaconvencida de que allí habíamás—. Entonces, ¿qué hapasadoestamañana?—Pues que me han
llamadodeMoncloa…—¿Moncloa? —pregunté
enuntonomásbienagresivo.—Sí —afirmó Estrella,
ahoraclaramentenerviosapormitono.Sequedócallada.—Sigue. —Le pedí casi
como si se tratara de unaorden. Todavía junto a laventana, erguí la espalda,hinché el pecho y bajé loshombros. Sabía que aquellonoibaaacabarbien.Estrella continuó,
balbuceando.—Pues este señor, que
decíaqueeradeMoncloa,meha dicho que tú habíasdecidido darme un premiopor mi comportamiento…
Creo que ha dicho «por midiligencia» a la hora deprevenirelriesgoynodarmiclave de acceso en dosllamadasdeextraños…De nuevo se detuvo.
Seguramente mi silencio laobligóacontinuar.—También ha dicho que
como tú has estado fuera, norecibieron la orden de darmeel premio hasta anoche,muytarde. Y como hablé contigo
también muy tarde imaginéque todo esto lo habríasdiscutidoconlosinformáticosdespués de hablar nosotras.Cuandolesescribíelviernes,pedí a los técnicos que porfavormedieranelnombredelinformático que vendríaporque ya había rechazadodosllamadasestasemanaporconsiderarlas sospechosas.Pensé que los técnicos te lohabrían contado todo ayer y
que, después de nuestraconversación, más bienpersonal, pues que entonceshabrías decidido darme esereconocimiento.—¿Qué más ha dicho el
señor en cuestión? —proseguí, intentando llegar alfondodelasunto.Noté cómo Estrella tragó
salivaantesdecontinuar.—Hadichoqueteníanque
darme el premio
inmediatamente —enviar eldinero hoy mismo— porquecomo mañana se acaba lalegislatura había que cerrarloantes para evitar que laoposición, en caso de ganar,lorevocara.—¿De cuánto dinero se
trata? ¿Te han pedido elnúmerodecuenta?Oí cómoEstrella respiraba
hondoycadavezmásrápidoigualqueyo.
—Eran veinticinco mileuros… Te puedes imaginarlocontentaquemehepuesto.—¿Te los han dado?
¿Cómo?—Ha dicho que la
transferencia no podía serpersonal, sino que debía serunañadidoalsalario.Derepentecalló.—Y ¿cómo te lo iba a
añadiralanómina?—Mepidieronmiclavede
accesoalsistema.Mequedéhelada.Cerrélos
ojos.—¿Selahasdado?Hubo un largo silencio
terrorífico. Escuché cómoEstrellaempezabaasollozar.—¿Estrella? Esto es muy
importante.¿Seladiste?Más silencio. Los sollozos
ahoraeranclaros.—Sí, Isabel —dijo de
forma casi ininteligible, pero
un«sí»alfinyalcabo.Se me humedecieron los
ojosamítambiényapretéloslabios. La ira se fueapoderandodemíysentíunatentación muy fuerte dellamarla de todo. Perome laimaginécompungidaencasa,confusa. Imaginé cómo sehabrían sucedido los hechos:elhackerhabíaentradoenelsistema de Estrella, queestaba conectado al mío, y
desde su ordenador habíaenviadoelcorreoaGilliotdemi parte, diciendo que ladeudaespañolaeratresvecesmayorquelacifraoficial.Dehecho, Estrella solía enviarmuchos correos de mi parte,desde mi dirección. Lamayoría eran para dar lasgracias o para aceptar odeclinar invitaciones, lo quemeahorrabamuchotiempo.—Lo siento de verdad,
Isabel,yaveoquehecausadoun gran problema —dijollorando,sonándoselanariz.Respiréhondoypenséque
de nada valdría enfadarmecon ella, pues era unasecretaria y francamentehabría sido difícil paramuchas personas no caer enuna trampa así, sobre todopor la emoción de recibirveinticincomileuros.—Lo siento de verdad —
repitió—.Me dejé llevar porla euforia… Espero que estono nos cause problemas —dijo, sin saber que elmal yaestabahecho.Yoyasoloesperabaquela
cosanofueraamás.—Estrella, tranquila —
dije, intentandotranquilizarme yo también,aunquenotéquelamanoquesostenía el móvil metemblaba ligeramente—.Hay
que ponersemanos a la obraparaqueestonovayaamás.Pero tú sobre todo tranquila—le insistí intentando darleconfianzayseguridad.Pero Estrella no dejaba de
llorar.—Estrella, tranquila —
repetívariasveces.Dejé pasar unos instantes
hastaqueporfinsecalmó.—Ay, Isabel —me dijo,
ahoraconlavozunpocomás
clara—. Es que no puedoperdermi trabajo. Que estoya punto de casarme con michicoy,bueno, todavíano telo había dicho pero resultaque… —Hizo una brevepausa—.Resultaque…estoyembarazada.Cerrélosojos.Yanosabía
quémáspodíadepararmeesedía.Volvíarespirarhondoy,despacio,volvíalamesaparasentarme en el sillón, en el
quemásbienmedejécaer.—Tranquila, Estrella, tú
sobre todo tranquila y, porsupuesto, enhorabuena —ledije, adoptando de nuevo untono amable—.Claroquenovas a perder el trabajo; hascaído en la trampa de unosdelincuentes y nadie se haquedadonuncaenelparoporeso.Bebe agua, que te cuidetuchicoynotepreocupespornadamás—añadí.
—Gracias Isabel, gracias—repetíaunayotravez.—Ya sabes que llevamos
años juntas y hemos pasadomuchas cosas, ¡aunque estoes nuevo! Ya verás cómo alfinaltodosearregla,mujer—concluí sin apenas creermemispalabras.—No sabes lo que esto
significaparamí…—Solo tevoyapedir—le
interrumpí— que, por favor,
estés atenta al teléfonoporque seguramente tellamarán los del servicio deinteligencia. Por supuesto lespediré que te digan antes elnombre de la persona que tevaa llamar.Solo tepidoqueestés disponible y que lesayudesentodoloquepuedas.Ah —añadí—, y cancela tucuenta bancaria, que estosbuitressoncapacesdetodo.—De acuerdo —dijo
Estrella, ahora más calmada—.Notepreocupesqueharécuanto esté en mis manospara colaborar y cerraré lacuentaahoramismo.—Así me gusta. Y tú,
contentacontuniñooniñayacuidarse,¿eh?—Muchas gracias —dijo
de nuevo, otra vez con larespiraciónentrecortada.Colgué el teléfono y
enseguida llamé a los
servicios de inteligencia, concuyo director tan solo habíahablado en una ocasión, enuna reunión de gabinetedespués de los atentadosterroristas en París unosmeses antes. Su número demóvilestabaenunalistarojaque teníamos todos losministros para casos deemergencia.Santiago del Olmo, así se
llamaba, atendió la llamada
inmediatamente,supongoquepara eso le pagaban. Sueficienciacasiquemeasustó.—Doña Isabel —dijo,
rápido, seguro—. GR ya mehapuestoalcorrientedetodoyestamosinvestigando.—Sí, sí, me ha dicho que
lesibaacontactar—respondí—,perohaymás.Le expliqué la historia de
Estrella tan sucintamentecomo pude y respondí muy
pocas de sus numerosaspreguntas porque no teníaapenas detalles.Me dijo queél mismo se pondría encontacto con ella, aunque yodebía llamarla antes paradarle sunombreynoasustarmás a la pobre chica. Meconfirmó que aquello teníatoda la pinta de un ataquecibernético, pero que todavíaera pronto para sacarconclusiones. Había que
investigarelcorreofalso,quepodría no haber salido demicuenta, sino de otra, ytambién a todas las personascon acceso a mi ordenador,pues no se podía tomar porgarantizada la inocencia denadie,ni siquieradeEstrella.Ledijequeeraimposiblequemi secretaria fuera unadelincuente y él merespondió, muyprofesionalmente, que su
labor era investigar y nojuzgar. Quedamos enmantenernos informados ysobretodoenqueyollamaríaa Estrella enseguida paraavisarla de que Santiago seiba a poner en contacto conella.—¡Ah!Yunacosamás—
añadí.—Dime —respondió
Santiago,paciente.—Hayalgoquetambiénse
debería investigar, no estárelacionado, pero mepreocupamucho.—En este caso parece que
cualquier detalle va a ser desuma importancia —aseguró—.Soytodooídos.Me relajó pensar cuánto
megustasiempretrabajarconpersonas capaces einteligentes.—Hemospasado lanoche,
como te imaginarás,
rebuscando entre lastransacciones de compra dedeudademásdeunmillóndeeuros, por si encontrábamosalgo raro, y detectamos unacompra-ventaporpartedemiantiguodirectorgeneral, JoséAntonioVillegas, que podríatratarsedeuncasodeusodeinformaciónprivilegiada.—Le conozco, sí —dijo
Santiagoenseguida—.¿Estáisseguros?
—No podemos estarsegurosdenada,perocomprósabiendo que íbamos a daruna excelente noticia dereducción del déficit, yvendió cuando hicimospública la noticia. Es difícilignorarlacoincidencia.—Estoydeacuerdo.—Le abordé anoche y me
dijo que hay miles de JAVillegas en España —leadvertí—. Supongo que no
será tan fácil seguir la pistadel dinero; es un hombreinteligente.—Veremos lo que
podemos hacer. ¿Quién mepuede dar las fechas yalgunos detalles de latransacción?—Le pediré a mi director
general del Tesoro, MartinMoore, que te llame cuantoantes.—Perfecto.
Nos despedimos rápido yme puse en marcha deinmediato.FuialdespachodeMartin,enfrascadotodavíaensu labor, aunque ya mástranquilo, y le informédemiconversaciónconSantiago;lepedíquelellamaraenseguidapor el temade JoséAntonio.Volví amidespachoy llaméa Estrella, también paraavisarla de que los serviciosdeinteligenciasepondríanen
contacto con ella.Me alegróconstatar que se habíacalmado un poco. Tras unabreve charla, por curiosidadle pregunté si los veinticincomileuroshabíanllegadoasucuentaysisehabíaacordadode cancelarla después. Medijo, como esperaba, que nohabíaningúningresoyquesí,que ya habían cerrado lacuenta. Intenté infundirletranquilidad y, nada más
colgar,procuréserenarme.Eranyalas tresdela tarde
y no había comido nada entodo el día, aunque apenastenía hambre. Por nervios oansiedad, más que por querealmente me apeteciera, mepreparé otro cortado y mesenté en la silla danesa deIngeborg. Puse los pies en eltaburete y cerré los ojos,intentando ordenar mispensamientos.
Problema 1) los hackers.Solución: los servicios deinteligencia ya estabantrabajando en ello. Problema2)losbonos.Melevantécaside un bote para mirar lacotizaciónenelBloombergypor fin recibí una buenanoticia, pues ya habíanllegado a la cotización deljueves,antesdelaestrepitosacaída. O sea, problema 2,solucionado. Problema 3)
Gabi: precisaba actuaciónurgente.Mientrascogíaelmóvilme
lo imaginé en la cama —¡nuestra cama!— con lajovencísima Carmina. Neguécon la cabeza y sentí unprofundo dolor en elestómago, pero pensar enCarmina me tranquilizóporque, me dije, aquellaaventurateníamásdeinstintocortoplacista que de amor
verdadero. Y ya se sabe quelamejormaneradeapagarundeseoessuconsumación.Aquel pensamiento me
animó a llamarle, además delas palabras de Manolo, quetodavía me resonaban en lacabeza: «Tienes que hacerque vuelva, no hay otrasolución». Como siempre,tenía razón:me imaginé solaen el balcón de la sede delpartido. Si ganaba, la
ausencia de Gabi levantaríademasiadas preguntas ysospechas; si perdía, lasoledad de la derrotaresultaríainsufrible.Pero igual una derrota
incentivaríaaGabiavolverami lado. Quizá su orgullomasculino era tal que estaríadispuesto a seguir conmigocomo perdedora, pero no siganaba.Estabaclaroporqué.De perder, él recobraría
control sobre mí, cosa quenuncatendríaencasodesalirelecta. Recliné la espalda enlasilladanesaypulsélatecladel móvil que me conectabadirectamente a Gabi. Aquelno era momento decuestionarse toda unarelación, con sus veinte añosdehistoria,sinodehacerquevolviera. Únicamente.Además, él era informático eigualmepodíadaralgúntipo
de informaciónsobreel temadeloshackers.Algunavezlehabíaescuchadoalgosobreeltema, pero más bien pocopues lo suyo era programarsoftware.—Espero que llames para
disculparte —dijo nada máscoger el teléfono, comosiempre después del sexto oséptimo timbrazo, lo quemeirritaba bastante, pero aquelno era el momento de
protestar.Era verdad, le había
mandado literalmente a lamierda tan solo unas horasantes, pero ahora sime teníaque arrastrar por el suelo yperder la dignidad para quevolviera,loharía.Yanosabíaquémáspodíaperder.—Losiento, cariño—dije,
creo que sin poder esconderlafalsedaddemispalabras—.De verdad que siento lo que
hedicho…Se quedó callado. Ese
silencio tenso que hablamásalto que cualquier palabra,que deja todo el peso de laconversación a la otrapersona, que no colabora, niayuda,niaporta.—Gabi,cielo—dije,ahora
conunpocomásdesuavidady convencimiento—.Olvidemos todo lo dicho,todo lo pasado, corramos un
tupido velo y volvamos aempezar… Son veinte añosde relación, no los tiremospor la borda solo por habertenidounañomalo…—Noha sido solo un año,
Isabel—fuecuantodijo.—Teprometoqueintentaré
ser más atenta. Podemoshacerterapiadepareja…—Es imposible, serás
presidenta del gobierno y notendrástiempoparaterapias.
—Voyaperder.—Vasaganar.—Túnosabeselfollónque
tengoconlosbonos.—Yahevisto.—Bueno, al menos ahora
han empezado a subir, perode hecho tenemos unproblemainformático…Gabi me interrumpió,
rápido.—¿Quéproblema?Supusequepreguntabapor
instinto profesional. Élconocía bien el sector, dehecho había sido uno de losprimeros informáticos delpaís y yo sabía de sobra quese pasaba la mitad de lasnoches jugando en elordenador. Bueno, yo lellamaba jugar, él decía queescribía programas. Dehecho, diseñó uno deevaluación escolar que tuvounéxitoconsiderable.
—Creo que esta mañanahan entrado en mi sistema yhan enviado un correo coninformación falsa desde miordenador, lo que haacentuado la caída de losbonos del viernes —dije,haciendo una breve pausa—.Ya sabes que todo esto essúper confidencial, porsupuesto.—Claro, como siempre—
dijo adoptando un tono
amable, aunque no sabía sipor interés profesional, porcompasión o porque en elfondotodavíamequería.—Hay un correo
circulando por el mercado,salido de mi dirección,asegurandoquenuestradeudaes el triple de lo querealmente es. Alguien se haforradoconlacaída.¿Túquécrees?—Hum—musitó—.Túno
hassido,claro.—Puesclaroqueno—dije,
irguiendo la espalda—. Yasabes que nunca miento;nuestra deuda es la que es.Por Dios, Gabi, ¿cómo creesque podría mentir en unasuntodeestaimportancia?—Ya sé, ya sé —dijo—.
Soloparaasegurarme.Puselosojosenblanco.El
mundoparecíahabersevueltoloco. O igual era yo la que
habíaperdidoelnorte.—Pues lo que creo es que
seríamuy difícil entrar en tucuentacontodoslosserviciosde inteligencia del gobierno—dijo—. Supongo queestaréis investigando a todapersona interna con acceso,¿no? Podría ser una cosainterna.—Me cuesta creerlo,
¿quién en el Ministerio deEconomía podría querer el
hundimiento de nuestradeuda?—Si le reporta grandes
beneficios…—Cierto.—¿Así que tu correo se
envió antesdeque losbonoscayeranelviernes?—No, ha salido esta
mañana.—Entonces losdoshechos
noestánrelacionados.—Es difícil ignorar la
coincidencia, ¿no? —dije—.Igual el hacker esparció elrumorelviernesyhaenviadoel correo hoy paraconfirmarlo. Ya conoces eldicho, «compra con el rumory vende con la noticia», soloque en este caso es al revés,porque la apuesta era a labaja.—Ya veo, no sé qué
decirte, Isabel —dijo—,supongo que lo habréis
desmentido en uncomunicado,¿no?—Sí, afortunadamente los
bonosyasehanrecuperado.—¿Ah sí? —preguntó
sorprendido.—Sí claro, ¿cómo van a
caer tanto por unainformación que el gobiernodice que es falsa? Losgobiernosnodicenmentiras.Gabi se rio, lo que me
pareciómuycínico.
—Sí que las dicen —contestó.—En una república
bananeraigualsí,perotejuroque en este Ministerio nodigo nada que no seaabsolutamenteverdad,faltaríamás—dijealgoirritada.Le iba a explicar lo de
Estrella, pero como tampocome estaba ayudando, penséque lomejoreracentrarseenelobjetivo.
—Gabi, cariño, como ves,estoy metida en un gran lío—señalé con amabilidadimpostada—. Espero quetodo se resuelva antes demañana para poder teneralgunaopción.Hice una breve pausa para
tomar fuerza, ya que en elfondosabíaqueapenassentíalaspalabrasqueibaadecir.—Te necesito, Gabi —le
solté—.Tenecesitoamilado
mañana, tanto si gano comosi pierdo. Es quizá elmomento más importante demi vida y tú has estadoconmigo durante todo elcamino que me ha llevadohasta aquí. No me puedoimaginar sin ti justo cuandotodovaacristalizar,parabieno para mal. Si gano, porqueya sabes lo que representa, ysipierdoporqueesosupondráuncambiodevida.Creoque
me retiraré de la política, nosé, igual podríamos volver aLondres o recalar en un sitiodondepodamosestarjuntosytranquilos…Dejó pasar unos segundos
antesderesponderdemaneraletal.—Es demasiado tarde,
Isabel.Empezaba a
impacientarme. Aquello eracomohablarconunapared.
—Gabi, cielo, pero ¿cómomevasadejarporunaniña?Estoy segura de que al cabode poco tiempo, cuando sepase el fuego inicial, tearrepentirás.—Llevamos ya casi dos
años juntos, Isabel. El fuegoinicialhace tiempoquepasó.Laquiero.Estoyenamorado.Cerré los ojos; apreté los
puñosderabia.—¿Me has estado
engañandodos añosyyo sinenterarme?Guardósilencio.—Cabrón —dije en voz
baja.Mássilencio.—¡Cabronazo! —exclamé
ahoragritando,levantándomedelasilladegolpe.Volví hacia la ventana, la
mirada fija en el dichosocartel electoral. ¿Para quéinsistirconun imbécilalque
he respaldadoincondicionalmente durantelos últimos años, que me haestado engañando con laasistenta durante todo mimandatoenEconomía,yqueencima es un informático depacotillaquenimeayudaunpelo cuando de verdad tengoun problema con losordenadores?—¡Vete a tomar por culo!
—legrité.Colguéel teléfono
degolpeylotiréalsuelocontanta fuerza como pude. Meimaginé sola en casa, enMIcasa después de haberperdido las elecciones y mealivió pensar que estaríamejor sola que con aquelinútil que todavía llevabacoleta y se portaba como unadolescentemalcriadoquenosabía asumirresponsabilidades. Y siganaba, me iría a celebrarlo
sola o con Andrés, quienseguro que estaría dispuesto,aunque fuera solo paraganarse favores políticos. Siél se ibaaaprovechardemí,yo también me aprovecharíade él para pasármelo bien.Quédemonios.Fui al baño a lavarme la
cara,aunquemáspornerviosque por otra cosa. De todosmodos, sentir el agua frescaen los ojos y la frente me
serenó.Eran ya casi las cuatro de
latardeymesentéenelsofáparaverquédabaelcanaldenoticiasdeveinticuatrohoras.Nohacíanmásquehablardela fluctuación de los bonos,pero al menos decían que elproblema se habíasolucionadoyqueelgobiernoestaba detrás del «fallotécnico»quehabíaprovocadola caída.Volví a lamesa del
despacho y vi que tenía unsinfín de llamadas perdidas,pero no tenía ni tiempo niganas de ponerme acontestarlas.Recogíelmóvil,que por suerte habíasobrevivido intacto miataque,yvolvíalamesaparamirar el Bloomberg, que nodabamás noticias de las queya salían por televisión. Losbonosseguíanestables.Manteniendocomopudeel
tipo, volví al despacho deMartin, que ahora estabahablando amigablemente conZoilo;parecíanrelajados.Medijeron que ya le habíanpasadotodoslosdetallesdelatransaccióndeJoséAntonioaSantiago. Sin perder tiempo,les agradecí su trabajo y lesestreché la mano a los doscon fuerza. Entre todos,habíamos conseguidosolucionar un problema
monumental, y ellos habíansido una parte clave. Nadacomo trabajar con personascompetentes.Asíselodije,yañadí que, por favor,empezaran ya su fin desemana, gesto que meagradecieron con una sonrisasincera.Volví al despacho y me
senté de nuevo en el sillón;miré las flores queme habíaenviado Andrés esa misma
mañana y recordé con gustolaconversaciónquehabíamostenido en su piso tan solounas horas antes, aunqueahora parecía un siglo.Sonreí, pues el hechode queme hubiera pedido que mequedara con él esa noche,más que molestarme, laverdad es que me habíahalagado. Seme ocurrió queélpodríasabermuchomásdehackers que Gabi, ya que al
fin y al cabo presidía unaempresainformática.Suspiré,inclinándome hacia atrás, ycrucé las piernas. Todavíafaltaba una hora para ver aManoloynecesitabaescucharuna voz amiga. Pensé quellamaraAndrésparadarlelasgracias por las flores seríaunabuenaexcusa.Tecleé su número con
serenidad y confianza.Enseguidacogióelteléfono.
—Gracias por llamar —dijo después de que leagradecierasugesto.—Sonpreciosas.—Espero que te hayan
alegrado el día todavía másporqueyaveoqueeltemadelos bonos por fin se hasolucionado —dijo—. Detodos modos, esa caída esfrancamenterara,¿sabéisalgoya?Me moría de ganas de
explicarle todo, pero todavíadudaba de su lealtad. A miedad,yenmiposición,nomedioningúnmiedoiralgrano.—Andrés, me encantaría
contarcontuayuda—dije—,pero hay un tema que mepreocupa.—Dime—contestó,serio.—Sé que HSC, el banco
delquetúeresconsejero,estádetrásdelaslicencias5Gquesubastará el próximo
gobierno—le dijemuy seria—.Notesorprenderáquemecuestione si existe algunarelaciónentretuacercamientoreciente y el interés de HSCen un asunto en el que yopuedoinfluir.Andrésguardósilencio.—¿Cómo sabes que HSC
estádetrásdelaslicencias?Puselosojosenblanco.En
este mundo de hombres taninteligentes, la falta de
sentido común a veces medejasinpalabras.—¡Porque soy ministra de
Economía!Serio.—Entiendo —dijo,
adoptando su tono educado,suave, cautivador—. Ycomprendo que tengas latentación de pensar que hayaunarelación.Noteequivocasal sospechar que sí hubocierta intencionalidad cuando
me presenté voluntario parael discurso en el Museo delPrado.Soloqueríaacercarme,que recordarasmi cara. Peroen el resto te equivocas,porquealdíasiguientepedíalpresidente de HSC quepusiera a otra persona parahacer el lobbying contigoporque los negocios y losamigos siempre son unacombinacióncomplicadaynoquería arriesgar nuestra
amistad.Aquello me sorprendió,
aunquenosabíasicreérmelo.Me quedé callada, con losojosmedioabiertos;recelosa.—Si no me crees,
pregúntaselo al presidente deHSC, a quien seguro queconoces —dijo, como si meleyeraelpensamiento.—Así lo haré —respondí,
recordando las palabras deldirector de los servicios de
inteligencia. Investigar no esjuzgar—. De todas maneras—continué—, me gustaríaconocer tu opinión sobre loque ha pasado hoy. Esincreíble, igual me puedesayudar, vosotros instaláissistemas de seguridadinformáticos en grandesempresas,comobancos,¿no?—Sí —dijo, seguro—. En
el mismo HSC nosencargamos de toda la
seguridad informática. Losbancos son especialmentedelicados, necesitan muchaprotección.Lecontéloacontecidocon
labrevedaddequefuicapaz,solo interrumpida por unallamada de Santiago por laotra línea.PedíaAndrésquenocolgaramientrasatendíaaSantiago, quien me informódequeyasehabíanpuestoencontacto conEstrella, queun
director general iba caminode su casa y que en esemomento necesitaban miclave para entrar en misistema e investigar. Se la diy me despedí para pincharotra vez la llamada deAndrés,aunquesinverlaluzroja que normalmente seenciende al volver a unalínea.Porunmomentopenséque igual no había puesto elsilenciador, con lo que
Andrés habría escuchado laconversación con Santiago.Se me tensó todo el cuerpo.Pero lo mejor, me dije, eracontinuar como si nada. Nome atreví ni a preguntarle simehabíaoído.Cerré los ojos y me
pregunté quémás podía salirmal ese día. Andrés seguíahablando, pero yo apenasprestaba atención, centradacomo estaba enmi susto por
si la línea hubiera seguidoabierta. Creo que hablaba dehackers y de que en suempresa habían visto unasituaciónsimilarenunbancoinglés, al que defendieronbien y para el que pudieronrecuperartodoeldinero.Noquería sabermás yme
despedí como pude, entreotrascosasporqueyaeranlascuatro ymedia de la tarde ytenía que salir pitando hacia
elparquedelOeste.—Llámame para lo que
necesites —me dijo—.Siempre es un placer hablarcontigo.—Un abrazo —dije, algo
seca, abrumadoramentepreocupada.Colgué el teléfono y me
incliné hacia delante,tapándome la cara con lasmanos. Solo me quedabasaber si su renuncia a sermi
contactooficialparaelasuntode las licencias era verdad,puesesomeharíaconfiarmásen él, sobre todo en caso deque hubiera escuchado micontraseña.Me impacienté alpensar en la posibilidad deque ese fuera el caso. Habíaempezado a temblar y unsudor frío me empapó lafrenteylasmanos.MarquéelnúmerodeWalter.—Oye—dijesentadaenel
borde de la silla y dandogolpecitosnerviosamenteconelpieenelsuelo.—Enhorabuena, campeona
—me felicitó en un tonosorprendentementealegre.—¿Quépasa?—Pues que los bonos ya
hanrecuperadoelvalorynoshemosforrado,presidenta.A esas alturas, aquello ya
me importaba poco. Soloteníaenlacabezaeltemorde
que siAndrés sabíami clavey la usaba maliciosamente,losataquespodríanvolverencualquiermomento.—Me alegro, Walter, me
alegro —dije sin pizca deentusiasmo—. Pero mira, tellamo porque tengo unapregunta personal,confidencial, como todo loque tratamos. Yo no te hicepreguntas sobre Caimán yesperoquetúnomelashagas
ahora.—Entiendo—dijoserio—.
¿Dequésetrata?—AndrésdelSoto,unode
tusconsejeros.—Sí, un gran hombre.
Profesional como la copa deunpino.—Le conozco desde la
universidad.—Losé,melodijo.—Dice que renunció a ser
vuestro contacto oficial
conmigo en el tema de laslicencias porque había añosde amistad personal que noqueríaarriesgar.¿Escierto?No tardó un segundo en
contestar.—Absolutamente.Notécómosemerelajaban
los hombros, como si mehubieran quitado un granpesodeencima.—¿Porquélopreguntas?—Hemos dicho que sin
preguntas.—Ok. Pero ¿hay algún
problemaconél?—No, no, en absoluto, su
comportamiento siempre esimpecable.—Esungrantipo.Ytúuna
granmujer—dijo.Nos despedimos
rápidamente. Me sentí másdescansada hasta que se meocurriódudardesiloquemehabíadichoWaltereraverdad
o no. Y ¿si me habíamentido?Y¿siAndréserauninteresado, había oído laclaveyestábamosapuntoderecibirunciberataqueinclusomayor?Me estaba volviendo loca.
Intenté tranquilizarme y mepreparé para salir al parquedel Oeste, confiando en quela compañía de Manolo y elaire frescome sentaran bien.Pero cuando me puse el
abrigo noté que todavía mesudaban lasmanos. En todoslos frentes —el de laselecciones,eldeGabioeldeque Andrés supiera mi clave—en todos,mi suerteestabaechada.
23
Aunque la temperaturaeramásbientemplada,propiade un día otoñal,me puse elgorro más grueso que tenía,no tantopor el frío sinoparacamuflarme. Me até una
bufandafinaalcuelloquemetapaba casi hasta la nariz ymemiré al espejo: nadie mereconoceríaconesapinta.Bajédespacio lasescaleras
del Ministerio —odiaba elascensorantiguoquesiempretardabaunaeternidadenbajartansolounpiso—ysaludéami guardaespaldas, unmozarrón del norte llamadoIgor a quien al parecersiempre le tocaban los fines
de semana.Lehiceun ligerogesto con lamano y se pusoen marcha enseguida. Losguardaespaldas son en elfondobuenoschicosydefiar,peroyonuncamecansabadepedirlesmáximadiscreciónyque sobre todo no meclavaran la mirada cuandoestabaenactosoficialesoenmi tiempo libre con Gabi ocon amigos. Me molestabasentirme observada, pero
ellos alegaban que era sutrabajo.Elcasoesquealfinalme acostumbré, comouna seacostumbra siempre a todo.Igorsedirigióhaciaelcocheoficial, aparcado en el centrodelatrio,peroyoseñaléhaciala puerta principal. Llevabatodo el día y toda la nocheanterior encerrada en eldespacho,pornohablardeunmes agotador de campaña enelqueapenashabíasalidode
trenes, coches, autobuses yhoteles. Necesitaba airefresco.Caminé hasta Sol para
subir por Preciados y asísaborear el ambientecomercialdeunsábadoporlatarde. Sentí envidia de lasparejas y familias queentraban tan tranquilas en ElCorte Inglés, quizá paracomprar una cafetera o unjuego de cama. Mientras, yo
deambulaba por allí sola ycamuflada,seguramenteenlavíspera de una derrotadescomunal. Por másreconfortante que sea elpoder, no hay nada como lalibertad.No quise bajar por la
ruidosa Gran Vía y escogíuna ruta más discreta ymucho más bonita. Crucé laplaza de Santo DomingohastalacalledelaBola,yde
allí pasé por detrás delPalacio Real para subir porBailén, cruzar la plaza deEspaña y adentrarme en elparque del Oeste. Enveinticincominutosmehabíaplantado en la estatua deConcepción Arenal, dondeManolo, con su distintivatrenca azul y su boina negrade campesino francés, meesperaba sonriente ytranquilo, las manos en los
bolsillos.Nodijenada,perolesonreí
conloslabiosylosojosymeacerqué a darle un fuerteabrazo.Meestrechócontrasíun largo rato durante el quemesentíprotegidaycalmada;porfinunlugardondeestabaa salvo. De repente notécómo se bajaban todas lasbarreras que había levantadoamialrededoren lasúltimashoras. Sintiéndome mucho
másligera,apartéelcuerpoyle miré de arriba abajo.Aunque habíamos hablado lanoche anterior, y solíamosllamarnos un par de veces almes, hacía tiempo que no leveía en persona; quizá desdeelverano.—Qué buena pinta tienes
—ledije.Era la pura verdad. Sus
ojos estaban alegres, vivos,apenas sin ojeras; la piel
parecía bien cuidada y sulínea, como de costumbre,atlética. Manolo era alto,fuerte,teníabuenapercha.Lemiré a sus ojos negros,inteligentes, que meobservabancasisinpestañear.Enmásdeunaocasión,comoaquella, había sentido que sumirada penetrante me hacíacasi transparente, que con suintuición me estaba leyendoel pensamiento. Por suerte,
hacemuchoquemefíodeélyheaprendidoanosentirmeamenazadaporesosojosqueamenudovenmásde loqueyoquisiera.—¡Yo no sé qué pinta
tienespuesapenasteveo!—exclamó alegre,mirando congracia mi gorro y bufandaprotectores—. Pero seguroque estás tan guapa comodecostumbre.Erauncaballero.
Me cogió del brazo yempezamos a andar hacia eltemplo de Debod, un lugarque nos encantaba a los dosporserunmardetranquilidady reposo, con los cipresesaltos y serenos en purocontraste con la ciudad alfondo, los edificios de laplaza de España dominandoelcielo,todavíaazul.—En casi treinta y cinco
horas serás presidenta —me
dijo—.¿Cómotesientes?Me reí. No sabía ni por
dónde empezar, por lo quepropuse sentarnos en unbanco justo enfrente de losmajestuosos arcos de piedraegipcios. Así lo hicimos,mirando a un lado y al otropara asegurarnos de que ninos seguían ni había nadiequenospudiera escuchar.Via Igor escondido detrás deuna de las grandes piedras
egipcias; siempre elegía elmismo lugar. A veces hastaveíasalirhumopordetrásdelos pedruscos cuando,aburrido de tanto esperar, seencendíauncigarrillo.—¿Qué quieres que te
diga, Manolo? —preguntédespués de un largo suspiro—.No tepuedesni imaginarloquehapasadohoy.Le expliqué cuanto había
ocurrido con Estrella y mis
conversaciones con GR,Walter, Gabi y Andrés sinomitir detalle, y que élescuchó con suma paciencia.Cuando acabé ya casi sehabía puesto el sol, aunquetodavía había luz, además dela iluminación de laspreciosas farolas del parque.Entre Manolo y elguardaespaldas, no teníaningún miedo a queoscureciera. De hecho,
algunasnocheshabíapaseadosola por el lugar, sinseguridad. Me encantabanesaspequeñasaventuras.Manolo permaneció unos
minutos en silencio, supongoqueabsorbiendotantodetalle,tantas cosas increíbles quehabían sucedido desde quehabláramos tan solo lanocheanterior.Mientras,yoteníalamiradaperdidaenesetemplomisterioso y escuchaba el
revoloteardelospajarillos.Por fin se giró y me miró
fijamente.—Primero —dijo con
convencimiento—, deja eltema de los bonos y loshackers en manos de losservicios secretos y céntrateendefendernuestras cuentas.Tu responsabilidad es laeconomía y no la seguridadcibernética.Se detuvo un momento
para sacar un paquete deMarlboro de su chaqueta yme ofreció un pitillo, queacepté. Ya todo me daba unpocoigual.—Segundo —continuó—,
vete esta noche mismo aSantiago y tráete a Gabi,aunque tengas que tirarle dela coleta o pagarle. Este paísnuncaentenderáquesalgasalbalcón a celebrar la victoriasin tumarido cuando todo el
mundosabequeestáscasada.La presidencia hay queempezarlabien,conuntoquehumano. Si sales sola, teveránvulnerable;enesteputopaís somos así demachistas.Nopiensessiestábienomal;por supuesto que está mal.Pero no pienses ni juzgues,porque entonces perderás. Apartirdeahora,actuarestanocasi más importante quepensar.Créeme.Estemundo,
sobretodoeldelapolítica,noestáhechoparasolteros,gayso mujeres. Una mujeracompañadadeunhombreesotracosa.—Qué asco me da—dije,
dándole una larga calada alpitillo.Me sentía casi tan rebelde
comoen launiversidadymeentraron unas ganas locas desentarme en el suelo yescucharaalguientocandola
guitarra, comoGabi hacía ennuestros años estudiantiles.Aquel recuerdo me llenó detristezaytambiénmedejósinpalabras.Miré aManolo conojos de perro necesitado,invitándoleacontinuar.—Tercero: olvídate de
Walter; es un banquero ytiene su propia agenda, lomismo que Andrés. —Hizounbrevesilenciomientrasyoapagaba el cigarrillo en el
suelo.Me volví para mirarlefijamente—. Detecto unligero tono de flirteo —continuó—. Y no me gustanada; intuyo un peligro quehay que evitar. El amor,querida, sin ánimo dedesalentarte, no es para losqueostentanelpoder.—Abrílos ojos con sorpresa y meeché hacia atrás, comorechazandosuafirmación.Noentendíaporquédebíaserasí
—.Créeme—continuó—.Elpoder es para personas quepueden pretender que todofuncionabien.Nadiesefiaríade un presidente o de un reysisupieranqueestanhumanocomo todos, que mientrastrabaja se le va elpensamientohaciaquécenaráporlanocheohaciaalguienaquiendesea.Túyyosabemosqueesoeseldíaadíadeunobreroydeunministro,pero
con la diferencia de que elobrero se puede permitircompartir sus problemasmientrasqueelministro,yyanodigamoselpresidenteoelrey están más solos que launa.—Hizounabrevepausaycruzólaspiernas.Apoyólaespalda en el banco, tambiéncruzando los brazos, como siél mismo rechazara cuantodecía. Tenía la miradaperdida en el vacío—. Y el
amor, desgraciadamente, noshace vulnerables, muyvulnerables, así que mejorolvidarsedeltema—dijoconuna certeza que casi measustó. Nunca le había vistotanclínico,tanpocohumano.Una vez más parecía estarleyéndomeelpensamiento—.Pero no te preocupes, mujer—continuó girándose haciamí y relajando los brazos—.Esto solo dura cuatro años;
luego vas y te tiras a quienquieras todas las veces quequieras.Nosreímos.—Manolo, por Dios, ¡qué
cosasdices!—Soyperroviejo…Todos
hacenlomismo.Penséenlospresidentesde
lademocraciayeraciertoquela mayoría se habíandivorciado después de lapresidencia y llevaban un
estilo de vida envidiable,viajando y dandoconferencias por todo elmundo siempre bienacompañados. No mesorprenderíaverprontoaGRenesamismaposición.—Así que olvídate del tal
Andrés, que me parece a mímuyinteresado…—Pidiónosermicontacto
oficial,recuerda—lecorté.—Sí,ya,¿segúnquién?—
respondió Manolo—. ¿Sujefe?Y¿tútelocrees?Nodijenada.—A partir de mañana,
querida, te va a hacer faltamucha mala leche —meseñaló—, ya te puedes irponiendolaspilas.Telodigoporquetequiero.—Y ¿si no creo en un
estilo de liderazgo a base demala leche? Y ¿si creo másenelconsenso?
Me miró con una ciertadudaensusojos.—Consensúa con quienes
puedas, pero a los otros,¡garrotazo!—Manoloteníalagran virtud de hacerme reír—.Lodelamor,telodigodeverdad —insistió—. Ya mecostóamímicarrera…—Es una verdadera
lástima,Manolo.Habríassidoun gran presidente —dije—.No sé por qué no vas y le
retuerces el cuello a eseenergúmeno de MauroMarcos.Manolosuspiró.—Porque ignorar es una
pena mayor; duele más —sentenció,denuevoclínico.—Igualélniseacuerdade
ti y ahora está tan tranquilo,disfrutandodesuposición.—Nolocreas.—¿Cómolosabes?—Porque a veces me
llama, pero nunca lerespondo.Lemiréconsorpresa.—¿Quécreesquequiere?—Nolosé; loquesísées
quenomeinteresa.Alcélacabezaymiréhacia
el cielo, ahora ya oscuro. Laluna, llena, blanca yrelucientehabíaempezadosuascenso. Me ajusté labufanda, ahora con un pocodefrío.
—Nosésiamímeinteresaaparcar mi vida y missentimientos a cambio decuatroañosenelpoder—dijeconlamiradaclavadaalsuelo—. No puedo separar unacosa de la otra con tantafacilidadcomopropones.Soyuna persona y creo en unliderazgo humano, enpolíticashumanas,yparaellonecesitomissentimientos.Nosé si podría soportar cuatro
años sin ser yo; cuatro añosdetantocinismo.—Podrás.—Igual podría, pero no sé
si quiero —respondí,mirándole.Pareciósorprendido.—Pero ¿qué dices, mujer?
¿Despuésdetodoloquetehacostadollegarhastaaquí?—Este mundo a veces me
revuelve el estómago. Estoycasi deseando perder e irme
un año a Londres arenovarme. Es que ya nopuedomás.Mis propias palabras me
sorprendieron. Quizá era lallegadade lanoche;elhechodeverelfinaldeldía,odeunciclopolíticoyprofesional,ode una relación de veinteaños. O todo junto. Derepentemeentrómucho frío,meacurruquéenelbanco,lasmanos en la cara, quemedio
escondíentre laspiernas.Meentraron unas ganas enormesde llorar; no sabía si desoledad, agotamiento omiedo. Pero no me pudecontener y, poco a pocoempezaron a caerme laslágrimas.Manolomepasóunamano
por la espalda, fuerte peroreconfortante. Poco a pocome fui sintiendo mejor.Cuando por fin me enderecé
no me atrevía a mirar a miamigo a la cara. Meavergonzabademireacción.—Menuda presidenta que
se pone a llorar como unaniña —balbuceé—. Voy aperder seguro. No memerezco ganar. ¡Fíjate cómoestoy!—Noseas tonta—medijo
dándomeun fuerte abrazo—.Todos, absolutamente todoslos presidentes piensan lo
mismolanocheantesdeunaselecciones. Todos estánacojonados; la diferencia esque no lloran porque sonhombresyleshanenseñadoano hacerlo. Pero por dentronotequepalamenordudadequesílohacen.—Pero son hombres y les
resulta más fácil aparcar lossentimientos—dije.—Sí, y tú tienes que
aprender a hacerlo —me
aconsejó, con cierta tristeza—.Sino, acabarás comoyo,traicionada y desestabilizadapor amor. Perdiendo unaoportunidad única en la vidapara demostrar al mundo loquevales.Lemiréconsorpresa.—¿Por eso querías ser
presidente, para demostrar tuvalía?Desvió la mirada hacia la
luna,preciosa,ahoramásalta
enelcielo.—Supongo —dijo—.
Alguien como yo, en esaépoca, tenía mucho quedemostrar. Ante el mundo,antemifamilia.—Pero si tú ya habías
tenidoéxitocomoministrodeIndustria y te habías ido aHarvard con una beca, ¿quémás tenías que demostrar?Y¿aquién?—Siendo gay y de familia
humilde,sinapenascontactoso apoyos, hay quedemostrarlo todo, todos losdías —dijo sin esconder supesar—. Te juzgan por loúltimo que has hecho. Aveces, de poco vale todo loquehayasconseguidoantes.—Noloentiendo,Manolo.
Para tu familia tú tienes queser un héroe, ¿no? —pregunté. Recordaba que suspadres todavía vivían en un
pueblo de la ribera navarra,unpocoenmediodelanada.—Teequivocas—dijocon
lamiradaperdida—.Paramispadres,ypor sergay, soyuncaso perdido, un hijo desegundaclase;nadadeloquehagamedaráelestatusdemihermano casado y con unafamilia,quesigueviviendoenel pueblo. Nunca seré de lossuyos.—SentímuchapenadeManolo;lecogídelamanoy
se la apreté fuerte. Él me loagradeció con la mirada—.No dejes que tu situaciónpersonal trastoque tu carrerapolítica —reiteró—. Noquiero que te pase lo que amí.Noquiero que lo pierdastodo.Penséensuspalabras,pero
no acababa de estar deacuerdo.—Yo no quiero el poder
para demostrar nada a nadie
—dije con toda la sinceridaddelmundo—.Loquieroparaintentar solucionar grandesproblemas; no paramí omiscircunstancias.Manolo, escéptico, alzó
unaceja.—Supongo que es la
diferencia entre hombres ymujeres—concedió.—Yotambiénlosupongo.Me entristeció pensar que
ni siquiera los hombres
buenos e inteligentes comoManolovieranelpodercomounaoportunidadparamejorarun país. Si incluso Manolotenía una agenda propia encuanto al poder, ¿qué podíaesperardelosdemás?—Bueno, debo irme,
querido —dije después deunos segundos en Babia—.Todavía tengo mucho porresolver.—Teacompaño.
Caminamos hacia la plazade España en silencio hastaque paré un taxi para volveral despacho.Antes de entrar,Manolosevolvióymeclavólamirada.—Querida —me dijo—,
hazlo por ti o por Gabi, porAndrés, por la gente, hazloporquien tedé lagana,peroprométemeunacosa.—Dime.—Que no te rendirás, que
traerás aGabi y quemañanasaldrás a ese balcónvictoriosa llena de confianzay que serás la mejorpresidentadegobiernoquehatenidonuncaestepaís.Me reí, pero como no me
dejaba ir, asiéndome fuertepor los hombros, no mequedó más remedio queacceder.—Prometido—dije.Asintióconlacabezayme
acompañó con la miradahasta queme subí en el taxi.Igor entró discretamente porel otro lado y el cochearrancó.Hastaqueleperdídevista no dejé de mirar aManolo a los ojos, llenos deesperanza y cariño. Era lamismamiradaquehabíavistoen miles de votantes y sentíque no les podía defraudar.Volví al despacho con unaenergía renovada, más
realista y consciente de lasflaquezasdeestemundo.Ese soplo de vigor apenas
me duró, ya que nada másllegaraldespachoyencenderel Bloomberg me llevé unasorpresa monumental. Loúnico que parecía haberresuelto ese día se me habíavuelto a poner en contra: losbonos volvían a bajar. Noentendía nada. No se habíanhundido del todo, pero
estaban un veinte por cientopor debajo del precio deljueves.Nadacomparablealadebacle del viernes por lanoche,perosíunacaídamuyconsiderable. ¿Qué demoniosestabapasando?Llamé a Walter, quien
enseguidaatendióelteléfono.Todavíanosehabíaenteradode los últimos movimientospero se alertó, porque lacaída, claro, le perjudicaba.
Quedamos en que volvería aponer a los banqueros enacción y que de saber algonos mantendríamosinformadoselunoalotro.Antes de llamar a Martin
llamé a Santiago paracomunicarle los últimosmovimientos del mercado.Aquello, empecé a entender,noeraunacosadeinversores,sino algo mucho másesotérico. Santiago me dijo
que habían hablado conEstrella, que habían entradoen mi sistema y que,efectivamente, el correo aGilliot había salido de micuenta.Esoconfirmabaqueelasunto había sido cosa dehackers. Estaban siguiendoalgunas pistas y habíanempezado a trabajar con laInterpol y con los serviciosinformáticos de la ReservaFederal de Estados Unidos
para analizar cuanto ocurriócon la cotización de nuestradeuda en Nueva York elviernesporlanoche.Lepedíquepor favormemantuvieseinformada.Mesentéenlasilladanesa
ypuselatelevisiónylaradioa la vez; hacía tiempo quehabía aprendido a escucharvarias sintonías al mismotiempo. Me alivió ver quetodavíanosehabíapercatado
nadie de la última caída delos bonos, pero sentí unagujero intenso en elestómago y un temblorgeneral por todo el cuerpo.Aquello me podía costar laselecciones.Meentróhambrey,aunque
tenía asuntos mucho másimportantes en los quepensar,medijequeloúltimoque podía hacer eradesfallecer, así que llamé a
seguridad e informé de queWurinecesitabaunapizza.Seguí sentada unos diez
minutosintentandoordenarloqueeraimposibledeordenar,hasta que Igor llamó a lapuerta, pizza en mano. Encuantosefue,devorélapizzanapolitana sin apenas darmecuenta.Eran casi las siete de la
tarde y no sabía qué hacerconmigo misma. No quería
irme a una casa vacía, queademásmerecordaríaaGabiy a la chica de la limpiezadisfrutandoenmiausenciadeunpiso que había pagado yosola. No quería volverme ameter en esa cama, queseguro habrían compartido.Tampoco quería ir a ningunaotra parte. Ni a casa de mimadre, con quien no hablabadesdeeliniciodelacampaña,ni a ladeManolo,ni a lade
nadie. Quería estar sola yademás, me dije, un capitánno debe abandonar el barco.Fui al baño a ponermecómoda, de nuevo con lospantalones de chándal y lasudadera, dispuesta aquedarmeeneldespachounanochemáspegadaalteléfonoyalBloomberg.Loúnicoqueme consolaba es que aquelloacabaríapronto.Cogí una manta y me
acurruqué en el sofá frente ala tele, para ver las noticias.Los medios seguían sininformardelanuevacaídadelos bonos. Aquello metranquilizó, aunque solo demomento, porque intuía quela noche de nuevo sepresentabamovida.Sinmuchasmás opciones,
cogílasmemoriasdeVictoriaKent, todavía medio abiertassobrelamesitadelcafé.
Mientras hojeaba aquellaspáginas que desprendían uncálido olor a libro antiguo,penséqueeramejorapagarlatele, que no hacía más querepetir lasmismasnoticias,yponermúsica de Pau Casals,que tanto me gustaba. Dehecho, el violonchelistacatalán fue buen amigo deVictoriaKenty suscriptordeIbérica durante casi dosdécadas.
Mientras escuchaba elfabuloso Cant dels Ocells yacariciaba el lomo del libro,pensaba en lo cerca que mesentía en ese momento de laKent,puesmuchospasajesdeaquellas memorias meremitían a experienciaspropias. Por un lado, mehacíagracia,perotambiénmellenaba de pena. Después decien años, una guerra civil,dos guerras mundiales, la
declaración de los derechosde lamujer y de tantos otrosderechos civiles, resultabaque las cosas seguíanprácticamenteigual.Encontré un pasaje sobre
cómo los hombres buscansiempre su propio beneficioqueme llamó laatención.Setrataba de una descripciónquelaKenthizodeUnamunoasuamigoelescritorRamónJ. Sender: «Yo lo traté
bastante con ocasión de laselecciones primarias de laRepública; hicimos discursosjuntos por toda la provinciade Salamanca, a mí mepresentarontambiénporallíypor Madrid, pero trabajémuchomásenSalamancaporir con él. En mis charlas nohacía sinohablardeél,de loque significaba para losespañoles tenerle en lasCortes».
Mientras Unamuno ibaautopublicitándose,laKentsepasabadíaynocheintentandohacer enmiendas a laConstitución,luchandoporlaigualdadentreelhombreylamujer en el matrimonio, oproponiendo una ley queobligara a los padres aalimentar, asistir, educar einstruir a sus hijos. Tambiéndio a los hijos nacidos fueradel matrimonio los mismos
derechos que a losconsiderados legítimos, eimpulsó una enmienda a laConstitución estableciendo laigualdad de remuneraciónlaboralentrehombreymujer.Mientras, Unamuno sededicaba a hablar de símismo.Comoyo, laKent también
seaburríamuchasvecesenelParlamento y opinaba queunodelospeoresdefectosde
nuestro sistema eran loslarguísimos y frecuentesdebates políticos. Lamalagueña pensaba que susseñorías deberían hablar másde los problemas vitales delosespañolesqueperderseenconflictos dialécticosestériles,algoqueyotambiénhabía mencionado en variosconsejos de ministros, perosin que se me hiciera caso.Para resolver problemas es
preciso recopilar y procesarinformación, además depensar, proponer y decidirsoluciones.Y ya no digamosllevarlas a cabo. Paramuchos, entonces y ahora,eso supone demasiadotrabajo, sobre todocomparado al simple acto dellegar al Parlamento yponerse a opinar. Eso noprecisa ninguna preparacióny, mucho menos, capacidad
ejecutiva.Seguí hojeando el libro y
me detuve de nuevo en unapágina sobre propuestas parareformar la vidaparlamentaria:LaKent habíapedido que las dietas que sedaba a los diputadosestuvieran sujetas a suasistencia a los plenos. Casisolté una carcajada, puestodavía hoy tenemos adocenas de diputados que
cobranpornoestar.Me imaginé a la pobre
Victoria por pueblos yciudades defendiendo lajornada de ocho horas y elocio como un derechohumano mientras el resto dediputados se sentabantranquilamente en elCongreso,cercadesuscasas,opinando como mucho. Yluego, ya como directorageneral de prisiones, se pasó
fines de semana visitandocárceles, mientrasseguramente sus compañerosde gobierno descansabanjuntoasusfamilias.Igual que yo, la Kent se
tomaba su trabajo muy apecho: lloraba cuando veíacárceles sin agua corriente,estrechabamanos,semetíaenlapieldeaquellosdelosqueera responsable, comosiempre he intentado hacer
yo. Había un pasaje en ellibro que todavíamepone lapieldegallina.Lasmemoriasdecían que conocemos lahistoria gracias a Lorca, queconocióaVictoriaKentenelcírculo de la Residencia deEstudiantes. El propio Lorcale contó lo siguiente alperiodista de la épocaCarlosMorlaLynch,quienescribió:
Nos cuenta Federico que
hacedíassepresentaronaella—Victoria Kent— dos huerfanitoscuya madre acababa de morir.Veníanapedirle«algo»,perodeantemano sabían que no seríaposible acceder a ello […] noobstante habían venido […]Teníanunhermanoen la cárcel,detenidoporhaber tomadoparteenundelito,casisinsaberloquehacía. Lo que venían a implorarera que le permitieran ir a lacasa, solo un momentito, paradarleunbesoalamadremuerta.Alrecibirlatristenueva,élhabíajurado que, si le otorgabanpermiso, regresaría
inmediatamente a lapenitenciaria.
La pretensión era contraria alos reglamentos. Pero VictoriaKent,mujer al fin, con lágrimasenlosojos,sedirigióalministro,al director de la cárcel, a todofuncionario susceptible deayudarle a realizar su propósito.Ella ofrecía, como garantía, supropialibertadyestabadispuestaa asumir el compromiso bajo elhonordesu firma:«cumpliría lasentencia por elmuchacho si novolvía».
Al fin se presentó en laportada de la prisión con la
autorización concedida. Y eljoven recluso pudo besar a sumadremuerta.
Una hora después, elmuchacho se presentaba en lapuertade la cárcel, no sinhaberpasado antes por la casa deVictoria Kent con un pobreramito de flores que a ella ledebe de haber parecido másesplendoroso que un cesto llenodeorquídeas.La Kent organizó escuelas
en las cárceles, además defunciones teatrales o partidos
de fútbol. Instaló bibliotecasyhastagimnasios.Releíunaspalabras suyas que todavíahoyme sirven de inspiracióny que aquella noche meayudaron a seguir miproyectoconlacabezaalta:
Elnuevodirector(delpenal
de Santoña, Santander), hombrecompetente y recto, no quisohacersecargode lapenitenciariasiantesyoenpersonanovisitabaelpenal.Losreclusos,segúnsusnoticias, estaban armados.
Aquella misma noche tomé eltrenparaSantander.Alamañanasiguiente, llegábamos al penal.Sin detenerme a visitar ningunadependencia,diordende formarenelpatiodondesepasabalista.El personal de prisiones a miespalda. Sobre una plataformadirigí la palabra a los reclusos:«El gobierno quiere reformarvuestras vidas y ayudaros a queseáis un día hombres útiles.Tengo noticias de que poseéisarmas; ninguna labor es posibleen este penal si vosotros noayudáis a ella y como va contralas medidas más elementales de
disciplina el hecho de que losreclusos posean armas, yonecesito que aquí mismo, enaquel rincón, sean depositadastodas las armas de quedispongáis,yencincominutos».Dos segundos, tres segundos…Nosé.Elmásapuestosacódesucinturauncuchilloylolanzó,sinmoverse, al sitio que yo habíaindicado, a ese gesto siguió unalluviadearmasblancasdirigidascon ademán certero al mismositio.
Les agradecí la ayuda queempezabanaprestaramisdeseosde mejorar las condiciones de
vida del penal. Corrían laslágrimas por aquellos rostrosendurecidosy lahondaemocióndeesosseresllegabaamí;quizáaellosllegabatambiénlamía.
Apartirdeaquelmomento,lanueva etapa de vida en el penalse inició con la mejor voluntadde todos. Tres días duró miestancia allí; ellos quedarongrabados para siempre en miespíritu.Ni que decir tiene que la
Kent cumplió todas suspromesas de mejora del
penal. Pero como era deesperar, esa labor infatigabley ejecución implacable nobastaron ni parapromocionarla ni para queconservarasupuesto.Elrestodel gobierno se sentíaincómodoconsuactividad—seguramente ponía enevidencia la apatía eineficacia de los demás— yse opuso a una de susreformas más
revolucionarias: que lospresos con mejorcomportamiento suplieran entareas de menorresponsabilidad a losfuncionarios. El ministroAlbornoz, jefe de la Kent,también se opuso. Ella lerespondió: «Mire, no tengoningúninterésensentarmeenla mesa de la Dirección dePrisiones. O puedo llevar acabomilabor,omevoy».
Comolaseñoraqueera,sefue sin perder la dignidad.Dijo: «Medito acerca de migestión y nada tengo querectificar».Peroporsupuestotuvo que soportarcomentarios como los delpropioAzaña,quien laacusódenohaber tenido«dotesdemando».En el exilio, y a pesar de
no poder ejercer la abogacía,la Kent continuó luchando
con tesón contrafusilamientos, persecucionesde intelectuales y opresionesa estudiantes y trabajadoresen todo el mundo. Así seganó el apoyo de algunas delas grandes figuras delmomento, desde EleanorRoosevelthasta losescritoresAlbert Camus o JohnSteinbeck.La malagueña luchó sin
desfallecer durante toda su
vida por la restitución de lademocracia en España y pormejorar lascondicionesde lapoblación reclusa. Me llamóla atención este telegramaque, en 1978, envió alentonces presidente AdolfoSuárez a través de una cartaenElPaís:
Con esta fecha envío el
siguientetelegramaalPresidentedel Consejo de Ministros enMadrid:
Con la autoridad que meprestamiexperienciamepermitodecirle:
Elmundo de las prisiones esel termómetro que marca elestadosocialdeunpaís.
Si no se toman drásticasmedidaspara el saneamientodelpersonaldeprisiones,laleydelaselva continuará imperando enlos establecimientospenitenciariosespañoles.
Atentamente,
VictoriaKent820FifthAvenue
NewYork,NewYorkEse espíritu de lucha, esa
claridaddepensamientoyesalealtadaunasideasapesardeunas circunstancias muchomásadversasquelasmíasmeanimaronamantenerlacalmayacontinuarcondiligenciaydignidad esa nochepreelectoral. Si ella nodesfalleció,yo tampoco ibaa
hacerlo.Me levanté del sofá y me
dirigí al mueble-bar paraservirme un doble whisky,como se bebía la Kent todaslas noches antes de ir adormir.Habíaleídoenalgunaparte que, a pesar de surefinamiento,«bebíacomounmarinero».Meimpregnédesuespíritu
y de su fuerza para noamilanarme ante las
dificultadesyelwhisky,paraqué engañarnos, también medio una vitalidad, unadecisión y un arrojo que nohabríaesperadotenerdespuésde un día como aquel. Medije que iba a necesitar todoaquel coraje, porqueseguramente estaba a puntodeperderunaselecciones,yahabía perdido un marido, ynadie iba a darme un puestoen ningún consejo de
administraciónouniversidad.Como la Kent, no me habíapreparado para después de lacaída durantemis años en elpoder.Di otro sorbo de whisky,
de pie, apoyada y bienerguida delante del mueble-barypenséquetalvezhabíauna posibilidad, que noprobabilidad, de ganar laselecciones al día siguiente.¿Por qué no? Nunca había
queperderlaesperanza.Volví al sofá,me acabé el
whisky y cerré el libro de laKent, no sin antes releer unafrasedeMadariagaquehabíaanotado en la última páginadellibro.Elprofesor,aunquemuy práctico a la hora deprocurarse un buen exilio,estaba en plena sintonía conla Kent, con quien mantuvounalargayfructíferaamistad.Madariagahabíadicho:«Solo
quieroponersentidocomúnala política. Pero la políticanunca ha funcionado porsentido común. Nunca desdehace cuatro siglos, pero noimporta, yo no dejo deintentarlo».Mepropusenodejarnunca
deseguireseejemplo.
24
La paz y el suaveviolonchelo de Pau Casalsduraronmásbienpoco,hastaque, solo unos minutos mástarde, recibí un texto deAndrés:
Necesitoverteahora.Nosabíasiestababorracho
en un bar, si le habíametidoen un lío después depreguntarle a Walter por supapel en el tema de laslicencias o si realmente teníaganas de verme, lo que mesorprendía porque se podríaimaginar que el día antes deunas elecciones generales yono iría sobrada de tiempo.Además, hacía tan solo unas
cuatro o cinco horas quehabíamos hablado porteléfono.¿Quépasa?,respondí.Nopuedoxtxt.Créeme.Apreté los labios y
entrecerré los ojos. No meimaginaba qué se podía traerentre manos aparte de algorelacionadocon las licencias.Era lo único que podíaexplicartantaprisaporvermejusto antes de las elecciones.
Me levanté del sofá paramirarelBloomberg,nofueraque hubiera pasado algo conlos bonos. Estos seguíancayendo, pero poco a poco,nodemaneraestrepitosa.Queyo supiera, la única relaciónde Andrés con el mundofinanciero se limitaba a lossistemasinformáticos.Acababandedarlasochoy
tampoco tenía tantas cosasque hacer, más que estar
pendientedelosbonos,delasinvestigaciones de losservicios de inteligencia y,sobre todo, de no meter lapata,denohacernadaquemepudiera quitar más votos (enese sentido ya había hechosuficiente).Ok. Dónde y cuándo,
respondí.Su respuesta tardó menos
decincosegundosenllegar:LucyBombón,20min.
Allíestaré,contesté.En un santiamén me quité
el chándal y me puse unosvaqueros que tambiénguardaba en el armario(gracias a Estrella), aunqueno los había estrenado. Ellamisma me los habíacompradoyporsuertenomequedaban del todo mal. Mepuse una camiseta blancamonaylaamericanadeltrajequehabíallevadotodoeldía;
buscaba un aspectodesenfadado y cómodo perocon un toque de elegancia.Me calcé las botas de tacón,memaquillépocoy rápidoyme solté el pelo, observandoque el color negro habíaresistido bien la campaña yque el número (reducido) decanas apenas habíaaumentado desde mi últimavisitaalapeluquería.Gorroybufanda en mano, salí del
despacho con una energíainusual,bajando lasescalerasdemármoldelMinisteriocasicorriendo. El ruido de lostacones alertó a Igor, que yaestabaenpiecuandolleguéalpatiocentral.—Al Lucy Bombón, por
favor—ledije,observandosucaradesorpresa.Conocía bien el lugar ya
que allí había asistido aalgunosactos,lamayoríacon
industrialesofinancieros.Eraun local original, propiedadde unos emprendedores deBarcelona que habíanmezclado tapas y cavas,dándoles nombres divertidosamúltiplescombinaciones.Amímegustabaespecialmentecompartir un «Messi», suplato estrella, con algúnamigo. Cinco cavas y cincotapas, servidas de menos amáspicantes,loconvertíanen
unmenú«dediez».Pero no estaba yo en ese
momento para fiestas. En elcoche me sentí extrañaporquetansolohorasantesdejugarme unas eleccionesparecíaquemeibaaunacitaromántica. Pero me dije queya tenía poco que perder yque, de hecho, no era malaidea tomar una copa con unamigo para calmar losnervios, y sobre todo en
ausencia del gilipollas de mimarido.Entré por la puerta
principal,todavíaconelgorrobien calado para que nadieme reconociera, y uncamarero enseguida se meacercó para conducirme a unrincónmuydiscreto,detrásdeunaespeciedebiombo,dondeAndrés me esperaba con unGramona Imperial sobre lamesa. Se levantó para
saludarme.Me sorprendió su aspecto
algo desaliñado, sobre todoen contraste con su imagenusual, siempre tan pulcra.Llevaba unos vaqueros dediseño,unoszapatosmásbiengastadosyuna sudaderaazulmarino que no le quedabanada mal, a juego con susojosazules.Parecíaquenosehabía afeitado y llevaba elpelo rubio algo despeinado.
Le miré a él y luego a labotella de cava quedescansaba en una cubiteraconhielo.—¿Cómo sabes que me
gusta el cava y en particularelGramona?—Ahora te cuento… —
dijo asiéndome del brazomientras me sentaba. Él sesentó al otro lado de la eleque dibujaba el sofá, unadistribución que siempre me
ha gustado más que frente afrente.Lemiré con interés. Tenía
el rostro serio y grave, quedesentonaba con su aspectoinformal y aún más con ladesenvolturaconlaqueabrióla botella de cava paraservirnosuna copaa losdos.Brindamos en silencio,mirándonos a los ojos. Yoestaba expectante, ya que sucara irradiaba una ligera
exaltación, aunque tampocoteníaaspectodeestarallíparaligar.Mepuseenguardia.—Tú dirás —le dije,
quitándome el gorro ycruzando las piernas, lasmanos apoyadas en lasrodillas.—Sí, sí tengo cosas que
comentarte —dijoacercándose hacia mí,apoyando los codos en lasrodillas, mirándome
fijamente.Asentí con la cabeza,
animándoleaempezar.—Isabel… —empezó un
tanto dubitativo—, esperoquenoteenfades…—Semedispararon todas las alarmas.Levanté las cejas y élcontinuó—…Peroestatarde,mientras hablábamos porteléfono creo que intentastesilenciar mi línea mientrashablabascon los serviciosde
inteligencia.—Cierto —dije por
supuestoleyendoloqueveníaacontinuación.—Sientodecirtequequedó
abiertaylooítodo.Traguésaliva.—Espero que no hayas
utilizado esa información —dije,sabiendoqueaquelloeraprácticamenteimposible.Apretó los labios antes de
responder.
—Sílaheusado,sí—dijomirándome con cara deculpabilidad.Alcabodeunossegundos cambió deexpresión, recobrando surostro serio, y ahora parecíatambién cansado—. El temade los bonos y lo que mecontaste del correo falsoenviado desde tu cuenta mepreocupaba mucho —dijo—.Nosotros vemos este tipo defraudecasiadiario,entodoel
mundo, y pensé que podíaayudarte.Recordélaclave—dijo, con una leve sonrisapues era realmente cursi(10JoMalone, mi perfume)—y me metí en casa ainvestigar. He encontradocosasmuyinteresantes.Me incliné hacia delante
conlosojosmuyabiertos.—¿Quéhasencontrado?—Existe un rastro de
hackers que va desde tu
ordenadorhastaRusia.—¡¿Rusia?!—exclamé.Aquello sí que era
impensable; yo no habíatenido ningún contacto conRusiadesdehacíameses.—No te sorprendas—dijo
—. Buena parte del fraudeinformático se realiza desdeRusia; te imaginarás que loscontroles y la seguridad allísonmásbienbajos.—Asentícon la cabeza—. La cadena
enlaza varios lugares —continuó—. Empieza en tuordenador y de allí va a unservidor en Móstoles paradespués conectar con otroservidor en Polonia yfinalmente acabar en unocercadeMoscúquese llama«Wuri».Me quedé petrificada. Al
cabodeunossegundosdejéelcavasobrelamesaconmanosvisiblemente temblorosas.
Andréslasmiróconatención,yluegoamí.—¿Conoces a alguien o
algo con ese nombre? —mepreguntómásseriode loquenunca le había visto—. Enestos momentos cualquierpistapuedesercrucial.Yoherebuscado mucho, pero solohe encontrado un pequeñopueblo en Etiopía con esenombre.Nopodíahablar;eracomo
si se me hubiera cortado larespiración. Sentí un ligeromareoymiréamialrededor,supongo que con los ojos enblanco. Los cerré y lo únicoque recuerdo son las manosde Andrés sobre las mías,repitiendominombre.—Isabel, Isabel, ¿estás
bien?—creo que decía. Soloséquenopudehablarduranteunos minutos, en los queAndrésmeintentódaraguay
me acarició la espalda de unmodo reconfortante. Sentí sumano en la frente, luego enlas mejillas, en el cuello,supongo que me tomaría elpulso.Nointentéapartarle,esmás, ese gesto y su tactogentilycálidomedieronunasensación de seguridad queen ese momento necesitabamás que nunca. Por fin lecogídelamanoyselaapretéconfuerza—.¿Estásbien?—
repetía una y otra vez—.¿Necesitas algo? Habla,Isabel,porfavor…Abrí losojosy lemiré.El
corazón me latía muy, muydespacio.Traguésalivavariasveces.—WuriesGabi,Andrés—
dijeconunhilodevoz,peroque él escuchó bien porquetambién se puso pálido derepente.Me llevé una mano a la
boca, como si quisieratapármela después de haberdicho una monstruosidad,como de hecho habíaocurrido. Solo que elmonstruo no era yo, sino mimarido.—¿No puede ser una
coincidencia? —preguntóAndréscogiéndomedenuevolasmanos,protegiéndolasconlassuyas.—No —dije tajante, la
miradaperdidaenelvacío—.Es imposible. Wuri eranuestro gato enLondres; nosloregalóunaamigaetíope—de ahí el nombre— que sevolvióasupaís.Ensulenguasignifica«cachorro».Andrésteníacaradeterror,
supongoqueigualquelamía.—Gabi, ¿es informático,
no?—preguntó.Asentíconlacabeza—. Joder… —dijo,sentándoseahorajuntoamíy
dándomeunfortísimoabrazo,queyoagradecí.Teníamuchofríoyeltorso
fuerteycálidodeAndrésmehizosentirprotegida,quizáenelmomentoenquemáslohenecesitadoentodamivida.Se me humedecieron los
ojos y no pude evitar laslágrimas, que escondí en elhombro de Andrés. Esteesperó paciente y encompleto silencio a que me
desahogara. Pasamos unosminutos abrazados, duranteloscualesélmeacariciabaelpelodespacioyconsuavidad,con mucho cariño. No dijonada y se lo agradecí. Nohabía palabras para unasituacióncomoaquella.Por fin reaccionéypocoa
poco me enderecé,secándome las lágrimas conlasmanos.—Si es Gabi —dije—,
¿por qué querrá hundir losbonos españoles? Me resultaincomprensible.Andrésmiró al vacío unos
segundos, pero no tardó encontestar.—Puede haber ganado
mucho dinero apostando aqueladeudaibaacaer.—Y ¿no podría haber
elegidootracosaparaapostaren lugar de nuestra deuda,que afecta a millones de
españoles y que encima mepuedecostarlaselecciones?—Igual no soporta estar a
la sombra de una mujerpoderosa como tú —Andrésrespondió,serio—.Noquieroentrometerme —dijo—, pero¿tenéis o teníais una buenarelación?Negué con la cabeza y
agradecí que Andrés nohicieramáspreguntas.Noerael momento de entrar en
detalles. Pensar en Gabihundiendo el trabajo al queyo me dedicaba en vida yalma era sencillamenteabrumador.De nuevo se me
humedecieron los ojos,aunque esta vez de rabia.Apreté los puños con fuerza.Elmuy desalmado. Pero quéhijodeputa.—¿Tenía él tu clave? —
preguntó Andrés, de nuevo
cogiéndome de la mano yadoptando un tonosumamentegentil.—No, claro que no —
respondírápida,seca.—Pero tendría acceso al
número de teléfono deEstrella,¿no?Reflexioné.—Sí,eso,sí.Encasatengo
una lista para emergenciascon los teléfonos directos ymóviles de todos los
ministros, sus asistentes yresponsables de prensa —dije. Me detuve unossegundos para intentarreconstruir la situación—.Supongo que de allí cogeríael número de Estrella parallamarla dos veces estasemana intentando que lediera su clave; y ante susnegativas montó la historiadelpremio.—Unavezcon laclavede
Estrella, habrá entrado en tusistema pues seguro queEstrella envía correos de tuparte, desde tu dirección,¿no?—preguntóAndrés.Denuevoasentí.Tenía el ceño fruncido,
todavía había muchas cosasquesemeescapaban.—Pero ¿lo de los bonos?
No lo entiendo. No puedeentrar en mi sistema yponerseavenderdeuda,¿no?
Yonicompronivendonada.—No; para comprar y
vender es cierto que nonecesita tu clave —dijo—.Pero sí la necesita paraacceder al sistema y enviarcorreosdetuparte.Lodelosbonos es más complicado,pero se puede hacer, aunquedesdeunlugarpocoregulado,comoRusia.Negué con la cabeza y
fruncí el ceño. No me podía
imaginaraGabiarruinandoamiles de españoles que, porculpa de sus juegoscibernéticos, tendrían quepagar tipos de interésmuchomás altos.Miles de personastendríanquemudarseacasasmás pequeñas o lejanasporque no podrían absorberunasubidadesushipotecas.—Pero ¿cómo? ¿Cómo
puede una persona solarealizar algo tan brutal como
esto? —preguntédesorientada.Teníaelcerebroestrujado,elcorazónmelatíaconfuerza,semeacelerabaelpulso.Andrés, todavía ami lado,
meabrazódenuevo.—Tranquila—dijo—,paso
a paso. Primero hay quellamaralosserviciossecretosydarlesestapista.Siquieres,yo puedo hablar con ellos.Luego te explicaré más
detalles, si quieres, pero eltiempo es oro y hay queintentardetenerestalocura.Asentí, cogiendo el móvil
de mi bolso. Miré a Andrésfijamente.Porunmomentosemecruzóporlacabezalaideadequetodoaquellofueraunamentira.—No me estarás
engañando, ¿verdad? —dijecondesesperación.Se le hundieron los
hombros y abrió mucho losojos;seletransformólacara.Me soltó la mano. Miró alsuelo. Luego levantó lacabeza.—Dile al de los servicios
secretos que si la pista no escierta, por favor, haganpúblicoelerrordelpresidentede Soft Ibérica, algo que sinduda le costaría el cargo yseguramente el resto de sucarrera profesional porque
habría perdido toda sucredibilidad—respondió conunamiradadurayfijaenmisojos.—De acuerdo —dije con
ciertoalivio.La confirmación por parte
de Walter de que Andrés sehabíaretiradodelproyectodelas licencias me dabaconfianza, aunque, porsupuesto,noabsoluta.¿Cómome podía fiar de nadie si
hasta mi propio marido meestaba intentando hundir nosoloamísinotambiénalpaísentero?No daba crédito a aquel
acto de traición descomunal.Estaba totalmente perdida,pero aquello había queresolverlo. Miré a mialrededorparaasegurarmedequenohabíanadieyAndrés,que entendió el gesto, selevantó para recorrer las
inmediaciones de nuestropequeñoreservado.Alvolveralzóelpulgaryyomarquéelnúmero de Santiago. Andrésse sentó de nuevo ami lado,cogiéndome la otra mano.Nos miramos con laconfianzaquedaelconocersedesde hace más de veinteaños.Santiagosepusoenseguida
al teléfono y le expliqué lasituacióntanbiencomopude.
Me pidió hablar conAndrés,de quien afortunadamentehabía escuchado excelentesreferencias.Losdoshablaroncasimediahoradeservidores,claves, PINs, algoritmos,conexiones, shorts,combinaciones binarias yotros términos que para mísignificaban más bien poco.Yo miraba a Andrés conatención, aunque durante esamedia hora él apenas me
prestó atención, concentradocomo estaba en la llamada.Esapasiónporlainformáticame recordó aGabi, quien deestudiante llevaba sudaderascomoladeAndrés,lamismabarba de dos días, los ojospegadosaunapantallaenunacasallenadecables.RecordéentoncesqueGabi
se había pasado la mayorparte de las noches de losúltimosmesesencerradoenel
pequeñoestudioque teníaencasa, yo tenía otro,enganchado a las casi diezpantallasquehabía instalado.Él me decía que estabaconstruyendoprogramasparaclientesyyolepreguntabasieso no era ya a lo quededicaba todo el día. Élrespondía que por lamañanasecentrabaenelaspectomáscomercial de su negocio, ydejaba la tarde y la noche
para el trabajo en sí, que eralapartequemáslegustaba.Ahora entendía a qué
dedicaba esas largas horas ypor qué nunca venía a lacama conmigo. La mayoríade noches no se acostabahasta las dos o las tres de lamañana.Negaba con la cabeza una
y otra vez porque aquelloresultaba insoportable. Merellené la copade cavayme
dispuse a dar el primer tragocuando Andrés, acabando suconversación,melaquitóylapuso sobre lamesa.Me hizoun gesto como pidiendotranquilidad. Yo la volví acogerymelabebíenteracasideuntrago.EralaministradeEconomía y quizá la futurapresidenta:simedabalaganabebercava,lohacía.Pensé en llamar a Gabi y
dejarleunmensajevenenoso,
pero me dije que en esascircunstancias la prudenciaera seguramente la mejoropción. Esperé a queAndrésacabara de hablar conSantiago.Porfincolgó.—Ya veo que te gusta el
Gramona—me dijo con unasonrisa, supongo que pararebajar la tensión. Loconsiguió.—Esunagrancoincidencia
—contesté—. De verdad esmicavafavorito.Andrés me miró con cara
depícaro.—No es ninguna
coincidencia —dijo,guiñándomeelojo.Se me abrieron los ojos
comoplatos.¡No!—¡Has visto mis pedidos
de Gramona al entrar en micuenta! —exclaméechándomehaciaatrás.
Con una sonrisa y unamirada de superioridad,apuntó:—Siquieres,tebuscounos
pantalones de pana negra dela talla cuarenta en El CorteInglés…Me llevé las manos a la
cabeza.—¡Mi talla! ¡Sabes mi
talla!—casi grité, pegándoleun ligero puñetazo en elbrazo. Efectivamente, la
semana anterior le habíapedido a Estrella que mecomprara unos pantalonesexactamente como él habíadescrito.Me reí, por no llorar,
aunque esos dos o tressegundos me relajaron unpoco. Enseguida merecompuse.Habíamuchoporhacer.—¿Cómo habéis quedado?
—pregunté.
Élsepusoseriodenuevo.—Seguiránlacadenaynos
mantendrán informados —dijo—.Mehapedidoquenomeseparedeti,queesmejorque estés acompañada entodomomento.Levanté una ceja con
incredulidad,porsiaquellolehubiera despertado algunaesperanza de que pasaríamosla noche juntos. Pero le vifruncir el ceño; parecía tener
lamentemuylejos.—Isabel—dijoconlavista
clavada en el suelo—, tienesquehacermemoriaydecirmesi has visto algo sospechosoenGabioenvuestrascuentasen losúltimosmeses;o sihacomprado algún activofinanciero recientemente. —Intentérecordar,meestrujéelcerebro, pero no sabía másque las largas horas quepasaba en su cuartucho
repletodepantallas—.¿Nadaextraño en las cuentas? —insistió.—Nada anormal en la
cuenta conjunta, aunquetampoco es muy activaporque apenas tenemos, oteníamos, vida común —respondí—.Tambiéntenemoscuentasseparadas.—Las están investigando
—dijoAndrés.Cada vez tenía el corazón
más encogido. Mi marido,investigado, metido en unfraudedescomunal.—Lo que todavía no
entiendo—ahora insistíyo—escómohapodidometerseenlosbonos.CómopuededesdeRusia hacer que el precio sedesplomedeesamanera.Andréssereclinóenelsofá
ydiounsorbitoalcava.—No es tan difícil —dijo
—.Nohaymásqueentraren
la cuenta de un bróker deWallStreety,alhabertantos,eso esmás omenos fácil. EltrucoquehizoconEstrellalopudousartambiénconalgunasecretaria de un banco enNueva York. Y una vezdentro, uno simplementepuede cambiar los números.Si el bancoX había vendidodiez bonos españoles, élpodía haber puesto diezmillones, causándole, por
supuesto,grandespérdidas albanco.—Con semejante caída
habrá muchos que se habránarruinado—dije.—Lomás probable es que
hayainterceptadomásdeunacuentaparaqueel fraudeseamenos evidente y tambiénpara que sea más difícil deseguir. Atar todos los cabosnos va a llevar tiempo. Sonoperaciones complejas y no
se pueden demostrar hastaquetodoestébienatado.—Pues yo necesito que
estosehayaaclaradomañana.Los bonos están cayendo ymejuegounaselecciones.Memiróconpreocupación.
Apretó los labios y meestrechólamano.—Santiago se hace cargo
de la situación y yo les hedichoque esuna cuestióndemáxima urgencia. También
debemos evitar que elmercado abra el lunes a esteprecio y que haya unacascada de especulación.Ahora tenemos a unespeculador, el lunes puedehabermiles.Me tapé la cara con las
manos.Cerré losojosyvielrostroaparentementeinocentede Gabi, con su coleta y sucara de buen niño. Meentraronganasdevomitar.
—¿Tansencilloes?Entras,cambias los números ¿y yaestá?—Sí —asintió Andrés—.
Lo difícil es entrar. Pero yomismo,porejemplo,podríairalawebdeElCorteInglésyseleccionar, digamos, unabotelladeGramona.Enlugarde cuarenta euros, puedocambiarelprecioaveinte.Dehecho, puedo poner que sonmenos veinte y recibir la
botellayuncréditodeveinteeurosenunacuentaenRusia.—Aquellomedejóalucinada—.Lacuestión—continuó—es que no se pueda seguir lapistadeldinero;allíesdondeentran los algoritmos y lacomplejidad de la conexión.Si hago esa compra de cavadesde mi correo electrónico,encincominutos tendríaa lapolicía en casa. Pero loshackersestablecenunaredde
conexionestancomplejasquees muy difícil llegar hastaellos.—Pues tú has llegado a
Wuri.—Porque tengo
experiencia, hemos vistocasos similares en Soft —dijo, por una vez humilde—.No olvides que somos lasegunda mayor empresainformática del mundo.Instalamos sistemas de
seguridad en muchos bancoscon presencia global ytenemos programas deprevención de fraude. —Memiróycontinuó,supongoqueal ver mi cara de interés—.Una vez, en una conferenciainternaysoloparademostrarde lo que eran capaces loshackers, nuestro consejerodelegado contrató unhelicóptero que sobrevoló elhotel donde estábamos. Al
cabo de dos horas tenía unalista con la contraseña de lasblackberrys de todos y cadaunodelospresentes.—Estomedaunmiedo…—Amí también, pero por
fortuna la policía o lasempresas como nosotrossomos tanomás sofisticadosque los criminales —dijoconvencido—. Las empresas,además, cada vez tienenmásfiltrosypreparanmejorasus
empleados para que sepanidentificarelfraude.—Pero nunca se sabe —
siguió—. Incluso nosotrosmismosunavezdescubrimosque un listo había montadouna web igual a la nuestra,exactamente con las mismassecciones, incluida la deempleos. Había un puesto,muybienremunerado,alquese podía uno presentar através de la web. Un
despistado siguió todo elproceso, sin que le extrañaraquetodaslasentrevistasylostests fueran on line. Al finalel hacker le envió uncontrato, falso, por supuesto,diciendo que el empleo erasuyo y pidiéndole, comosiempre, sus datos bancarios.Ellunessiguienteaquelpobredesgraciado se presentó ennuestras oficinas pensandoque ese día empezaba a
trabajar con nosotros.Enseguida descubrimos,claro, que su cuenta se habíaquedado a cero. Al finalenganchamos al cretino: unemigrante español queoperabadesdeUcrania.Serví más cava para los
dos. Miré a Andrés conatención y, para quéengañarnos, con ciertacoquetería, pues la realidaderaquetenía(ytodavíatiene)
buena planta y me admirabaverle en acción y escucharesashistoriascibernéticas tanincreíbles. Ya no sabía siestabaenunapelículaoenlavida real, aunque un reloj enlaparedmealertódequeeranlas diez. Volví a mirarlo ypensédóndeestaríansumujerysushijos.—Oye, Andrés —le dije
intentando recobrar mi tononormalynoeldel ligoteo—,
que por más que te hayadichoSantiagoque tequedesde babysitter, tú no tepreocupes,queestoybien.—Hice una breve pausa—. Yseguro que tu mujer y tusniñosteestaránesperandoencasa.Suspiró y entrecerró un
poco losojospero sinperderlamediasonrisa.—No —dijo—. Alicia se
ha llevado a los niños a la
casadelasierra.—Y ¿tú no has ido? —
pregunté, dando otro sorbitodecava.—No, tenía trabajo esta
mañana, una reunión con uncliente.—Pues estarías tú bueno,
despuésdehaberdormidotanpocoanoche.Observécómosesonrojaba
ligeramente al recordarnuestroencuentroen supiso,
yesprobablequeyotambiénme estuviera ruborizando. Sehizo un pequeño silencio yoptéporcambiardetema.—Los echarás en falta
cuando no están —dije,cruzandolaspiernas,mirandoalsuelo.—A los niños, sí, mucho
—afirmó, también con lacabeza baja—. Están en unaedadmuybuena, sieteydiezaños.
—Sí,yameacuerdo—dije—.Y a tumujer, también laañorarás, seguro… —preguntéconciertaintención.¿A quién voy a engañar aestasalturas?—Bueno, no sé qué decir
—balbuceó. Me miró ycontinuó al ver mi caraexpectante—. Supongo queestamos como todos losmatrimonios que llevanveinte años juntos —dijo,
dándosepalmaditasnerviosasen las rodillas—. Trabajomuchas horas y viajo amenudo a Estados Unidos yella tampoco está taninteresada en lo que hago, oenpocascosas,laverdad.Asíque es difícil tener proyectoscomunes. —Se sentó haciaatrás cruzando los brazos ydejó pasar unos segundosantes de continuar—. Nosconocimoshacemucho,justo
un año después de acabar lacarrera—siguió con una vozcargadaderesignación—.Erauna chica muy mona,hermana de un amigo queestudió conmigo en el Pilar.El caso es que se quedóembarazada y nos tuvimosque casar.—Miró al suelo yyo no dije nada. Lecompadecía por haber sidovíctima de aquellaconvención tan triste que
todavía imperaba en laEspaña de hacía veinte años.No supe qué decir.Memiró—. El caso es que al finalperdimos al niño en elparto… —dijo, jugueteandonerviosamenteconlacopadecava que sostenía entre lasmanos. Le miré con lástima,apretandoloslabios—.Nosépor qué, pero no nosseparamos —continuó—.Supongo que los dos
estábamos demasiado tristes.—Andrés suspiró y me miróconcaraderesignación—.Alfinal, después de unos añosmuy largos y difíciles,vinieron Borja y Alicia. —Miró hacia el vacío y sevolvióhaciamí,ahorayaconuntonomásseguro—.Yati,yanitepregunto...Sonreíconsarcasmo.—Mejor que no —dije.
Pero más que nada para que
no siguiera pensando en supasado, o presente,aparentemente doloroso,añadí—:Lomío,yatepuedesimaginar…Ahoraloentiendotodo, claro. Ahora veo porqué dijo ayer que nuestrasvidas son muy diferentes yque él no puedeacompañarme en mi carrerapolítica. —Andrés negabaconlacabeza.Continué—:Elcaso es que también ha
confesadoque llevadosañostirándose a la chica de lalimpieza, una veinteañera dequien dice que se haenamorado.Andrés se rio, una risa
nerviosa,ymevolvióacogerla mano, acariciándola condelicadeza.—Hay hombres que son
unos gilipollas —dijo consolemnidad, como si acabaradedescubrirelmundo.
Levanté una ceja alrecordarsupisodesolteroenel barrio de Salamanca. Asaberquépensaríasumujersise enterara de que la nocheanterior su marido me habíapedido que me quedara conél.Optépornodecirnada.Enaquel momento era másamigo que otra cosa, así quemejornoliarlascosasmásdeloqueyaestaban.Ante mi sorpresa, y de
repente,aAndrésleentróunaespecie de vena feminista.¿Quién me lo habría dichocuando estábamos en launiversidad?—Los hombres huyen de
las mujeres inteligentesporquelastemen—sentenciócasi sin mirarme—. Tienenmiedo de parecer máspequeñosqueellas;lastemenporque muchas mujerespoderosas se resguardan bajo
unacapadehieloqueellosnosaben penetrar porque noentiendenquetansolosetratade una protección; les tienenmiedo porque creen que amenudo una mujer poderosaes sinónimo de soltería osoledad,comosihubieraalgoque no acabara de funcionaren ellas.Desconocen que lasmujeres poderosasacostumbran a ser muyinteligentes (lo que no
siempre se da en el caso delos hombres) y se hanmontado una vida familiar yde amistades envidiable,muchomásrica,alegre,plenayvariadaque la de ellos; lastemen porque son duras yfuertes,amenudomuchomásque ellos; porque las creenmasculinassoloporquevistentraje y entonces pasan de seralguien presumiblementeinferioraunigual, loquelas
convierte en una amenaza;también las rechazan porquecreen que se han labrado elascensoenalgunacamaynose detienen a pensar en sutalento real; los hombresestánatemorizadosporquelasmujeres poderosas sonemocionales, porque sonmujeres, y ellos carecen deeducación emocional paraentenderlas. No comprendensualtogradodeempatía,que
muchas veces confunden confalta de agallas. También lesdanmiedocuandoseenfadanporque muchas mujeres sondemasiado honestas para serhipócritas,ysiseenfadan,seenfadan,ynosientenningunanecesidad de esconderlo.Además de tenerles miedo,muchos hombres también lasdesestiman, pensando queestánallípararellenaralgunacuota o como una casilla a
marcar enuna listadecara ala galería, una mera nota decolor.Aquel soliloquio me dejó
anonadada; nunca había oídoaunhombrehablarasí.Quiense bebió ahora la copa decavadeuntragofueél.—Loquedices,Andrés—
respondí—, es maravilloso ycierto. Pero ¿tú crees que enlaempresa,con losamigosycon la familia pones en
prácticaesasideas?Me miró con cierta
decepción.—En laempresa, sí—dijo
—. De hecho, me hepropuesto que en cinco añosun veinte por ciento de losdirectivos sean mujeres. —Aquellomellegóalalma;eraalgo por lo que yo habíaluchado mucho y sin apenasresultados. De todos modos,si salía elegida presidenta la
igualdad de la mujer en lospuestosdedirecciónseríaunode mis principales objetivos.Ya teníaelapoyodeHSC(acambio de su salida discretade Caimán y de un empujóneneltemadelaslicencias),ytambién tendría a Soft, peropor iniciativa propia. Todoparecía perfecto. El únicoproblema era que no iba aganaresaselecciones.Andréscontinuó—: En casa, en
cambio —dijo jugueteandonerviosocon lacopadecava—, me temo que no puedodecirlomismo.Pordesgraciamecaséconunapersonaconpoca curiosidad intelectual.Ya te he explicado lascircunstancias.Guardésilencioyviqueél
tampoco tenía demasiadasganas de continuar. Miré elreloj,erancasi lasoncedelanoche.
—Quizáseamejorquenosvayamos, Andrés —dije—.Es tarde, estoy agotada y tepuedes imaginar el día quetengomañana.Asintió e hizo un ademán
para que nos trajeran lacuenta.—De todos modos —
añadió—, Santiago me hapedido que te acompañe entodomomento.Sonreí.
—PuesdileaSantiagoqueya me cuido bien sola —respondí,poniendounamanosobre su rodilla, musculosa—. No te preocupes, meespera el guardaespaldasfuera en el coche.Volveré aldespacho y pasaré allí lanoche.—Por lo que pueda pasar,
por favor, duerme con elmóvil cerca porque podemostenermásnoticiasdeRusia.
—Así lo haré —dije,mientrasélabonabalacuenta.Me acompañó al coche,
discretamente aparcado justoalasalidadelLucyBombón.De nuevo con el gorro y labufanda tapándome mediacara,nadiemereconocióo,almenos,nadiemedijonada.—¿Seguro que estarás
bien?—preguntó Andrés sindisimularsupreocupación.—Tranquilo—dije.
—Tiene que ser unasituaciónmuydifícil.Mereíconsarcasmo.—No sé qué esmás duro,
la verdad —respondí—: sipensar en los miles defamilias que se puedenarruinarporeste fraude;oenque mi marido se haya idoconlachicadelalimpieza;oque sea un estafadormonumental; o que mañanamejuegounaselecciones.
Nos dimos un abrazo,fuerteyprolongado.—Cuídate —me dijo
cerrando la puerta del coche—. Llama a la hora que seapara cualquier cosa quenecesites.Ahíestaré.Asentí con la cabeza y no
miré hacia atrás mientras elcoche avanzaba lentamenteCastellanaabajo.Alpasarpordelante de la Escuela deIngenieros recordé cuando
conocíaGabi,siempreconsucoletaysusombreroPanamá,tocando la guitarra ycantando canciones deprotesta mientras esperaba aque yo saliera de clase. Elmuycretino.Sentí un gran deseo de
llamar a su madre y asícomprobarsi labuenaseñoraestaba de verdad enferma.Había una parte de mí, muypequeña, que se resistía a
creer esa historia tanespantosa.Que quería pensarque se trataba de unacoincidencia increíble y quehabíaunpuebloopersonaenRusiaquesellamabaWuri.Sin dudarlo más llamé a
casade sumadre. ImaginéelteléfonoantiguodediscoquedoñaCarmentodavíateníaensu piso, situado en el centrode la ciudad; era una casaantigua, muy pequeña pero
bien arreglada, con cuidado,detalle y cariño. Parecíamentira que una señora tanbuenayamablepudierahabercriado a semejante estafador.Pero me contuve y me dijeque toda persona es inocentehasta que se demuestre locontrario.El teléfono sonó y sonó.
Meimaginéalapobreseñoraapresurándose cuanto podíahaciaelaparato,alarmadapor
ser yamás de las once de lanoche.—¿Digaaaaa? —exclamó
con su distintivo acentogallego.—Doña Carmen, soy yo,
Isabel—dije alto y despaciopara queme entendiera bien.Hacía poco que habíacumplidoochentaaños.Pasaronunossegundos.—¡Ah, Isabel, querida!
¡Quésorpresa!
Empecé a decir algo, peromecalléporqueellavolvióahablar.—Querida,¿estásbien?Es
muytarde,¿hapasadoalgo?—Estoy bien, Carmen, no
se preocupe —dije—. Lallamoporqueconlacampañano he tenido ni un segundopara saludarla —mentí—.Solo quería decirle que meacuerdo de usted ypreguntarlecómoestá.
Tardó un poco encontestar; la oí respirar confuerza.—Yo muy bien, ¡muy
bien! Gracias —dijo en untono más bien vivaz.Efectivamente, demoribundano tenía nada—. Estoyrezando mucho por ti,querida.Todoslosdíasvoyalapóstol Santiago y le pongodos velas para que ganes.—Calló unos segundos para
tomar aire.Continuó—:Solodos porque son caras, hijamía.Perorezomuchoporti.—Gracias, gracias, doña
Carmen, se lo agradezco decorazón.Era verdad. Cuando me
disponía a despedirme,añadió:—Y qué lástima que
Gabinito no te puedaacompañar,¿eh?Semetensóelcuerpo.
—Sí una lástima —dije,empezando a morderme lasuñas.—Sí, yamedijo que tenía
que ir a ver a un cliente aRusia,elpobre.La confirmación me dejó
helada. Tardé unos segundosencontestar.—Sí, pobre, enRusia...—
dije, sujetando el móvil confuerza.Hubounsilencio.
—Bueno, chata —dijo laseñora—. Mucha suerte ymucha calma mañana, ¿eh?Yo ya he puesto eldespertadory seré laprimeraen ir a votar. Les he dicho atodaslasvecinasquetevoteny, si no lo hacen que novengannuncamásapedirmesaloazúcar.Noté cómo la primera
lágrima me empezaba aresbalar por la mejilla. Hice
un esfuerzo grande por, almenos, acabar laconversación con dignidad.Sabía que aquella era laúltima vez que hablaría conaquella buena señora quetanto me había querido ycuidadoenlosúltimosveinteaños.—Muchasgracias,Carmen
—dije como pude—.Descanseustedbien.—Hala…,buenasnochesy
gracias por llamar, hija —sedespidióantesdecolgar.Mantuve la respiración
como si aquello me fuera adar más fuerza. Al menosconseguí llamar a Santiagopara confirmar que GabiestabaenRusia.Medijoquefuera directamente aldespacho y que intentaradescansar.Quenomefiaradenadie y que me mantendríainformadadetodo.
Miréaunladoyalotrodelacallesinsaberquéhaceroqué pensar. Una tristezainsoportable se apoderó detodomiser.¿Cómomehabíametido yo en semejantedesastre?Nadateníasentido.Debió de ser entonces
cuandomedesmayé.
25
Norecuerdobiensiperdídel todoelconocimientoosifue un ligero desmayo aconsecuencia del cual mequedé dormida. Solo sé queme desperté hacia
medianoche en el sofá deldespacho con la cabezaapoyada en los brazos deIgor, tapada con una mantaque no había visto nunca. Elamableagentemedijoquelahabía sacado del coche,donde, me aseguró, habíaperdidomomentáneamente laconsciencia. Sin dejar demirarme consternado mepreguntó si quería quellamara a alguien.Mi primer
impulsofuedecirqueaGabi,pero entonces recordé condesesperaciónquenosolomehabía dejado, sino queademás era un estafadorconsumado que pretendíallevar a España entera a laruina. Él solito habíaconseguido que el tipo deinterés de referencia demillonesdehipotecassubieradel tresalochoporcientoencuestión de horas, lo que
ahogaríaamilesdefamilias.Igor se levantó para
servirme un vaso de agua.Como pude, me enderecé yapoyé la espalda en el sofá,lospiesenelsuelo.Mequitédespacio los zapatos y laamericana, que todavíallevaba puestos. Resoplé alcomprender que las últimashoras no habían sido unmalsueño, sino la pura realidad.Bebíunpocodeaguaymiré
al joven agente, que ahoratambiénmetraíaunsándwichquehabíaencimadelamesa,yacasifrío.—Tome, doña Isabel.
Coma algo. —Más por laobligación de cuidarme queporotracosa, lediunpardemordiscosalbocadillo,loqueal menos me reconfortó elestómago—. Hemos pensadoque le apetecería uno dejamónyqueso,comosiempre
—dijo.Le sonreí. Daba gusto
contarconpersonascomoél,sobretodoenesosmomentos.—¿Quéme ha pasado?—
pregunté.—Sedesmayóenelcoche,
señora ministra —dijo algoavergonzado—. Estaba biencuando salió del LucyBombón, pero de repente enel coche se quedó callada.Pensé que se había dormido,
peroalllegarmedicuentadequesetratabadeundesmayo.Entretodoslahemossubidoyyomehequedadoaquíporsinecesitaba algo. Apenas hadormido una hora. —Cerrélos ojos y bajé la mirada.Sentíelpesodelmundoamisespaldas. Mi vida se habíatruncado. Me quedé ensilencio—. Bueno, doñaIsabel —dijo Igor moviendolasmanos,nervioso—.Siestá
usted bien y ya no necesitanada más, me vuelvo a mipuesto.—Bien —fue cuanto le
respondí.Solo quería estar sola y
tranquila, y que los horroresde ese día acabaran de unavez,quellegaranlasdichosaselecciones, para bien o paramal, y así empezar areconstruirmivida.Igorsaliódiscretamentedel
despacho y yo suspiré y merecliné de nuevo en el sofá.Sin saber quémás hacer,meacabéelsándwich.Conelestómagollenoyla
cabeza algo más fría, fui albaño a lavarme la cara y losdientesymepusecómoda,denuevo con el chándal. Devuelta, me senté en eldespacho para mirar elBloomberg,esperandoquenohubiera nada nuevo para así
poderme acostar en el sofá yesperar a que llegara eldomingo.Pero siempre había más.
Eraeldíadenuncaacabar.Nodicréditoalverquelos
bonos continuaban bajando,de hecho se habían vuelto adesplomaryestabanalpreciodel viernes por la noche. Laterminal escupía titularesquese limitaban a alertar de lacolosal caída, sin dar
explicaciónalguna.Llamé inmediatamente a
Santiago para informarle yeste me dijo que era muyprobable que Gabi hubieravuelto a actuardespuésde lasubida de la deuda duranteese día. Yo no le dije quehabía acordado esa subidacon Walter, que se habíapuestoacomprarbonoscomounlocojuntoasusamigosdelabancade inversión,y todo
enplenacacería.Encualquiercaso, nuestro plan parecíahaberseidoaltraste.Santiago me explicó que
estaban colaborando con laCIAyelFBI,yporsupuestoconAndrés,yquetodosibandetrásdelapistadeGabi,deservidor en servidor por todaEuropa con el fin de intentarllegar a las transacciones deWall Street. Le pregunté sipodía emitir un comunicado
asegurando que la caída sedebía a la acción criminaldeunhacker,yaquelaprensalorecogeríaprontoymepodríaayudarenlaselecciones,oalmenosminimizareldaño.Medijo que no, que se hacíacargo de la situación, peroque era ilegal dar semejanteexplicación antes de poderlademostraroficialmente.Hastael momento solo seguíanpistas, que si bien parecían
indicios que conducían a undelincuenteenRusia,nadasepodíaconcluirhastaquetodala trama estuvieraconfirmada.Casi no me dio tiempo a
colgar el teléfono cuandoempezaron a sonar todas laslíneas, del móvil y deldespacho a la vez. Ignoré lade Walter, que imaginéestaría furioso por la nuevacaída de los bonos, y la de
Mauro, quien ya me habíahecho suficiente daño en lasúltimas veinticuatro horas.Dejé para más tarde el textodeAndréspuespenséquelosamigos tienen más pacienciaque la prensa, y atendí lallamadadeLucas.—Dime —respondí,
apoyando los codos en lamesa.Aquelloibaparalargo.—Doña Isabel —dijo
excitado—. Bloomberg y
Reuters no paran de sacartitulares sobre nuestra deuda,que se vuelve a hundir —explicó, como si yo no losupiera.—Sí,Lucas, sí, estamos al
acecho, seguimosinvestigando.—Tengo a toda la prensa
encima preguntando quépasa, qué clase de gobiernosomos—dijohablandorápidoynervioso—.Ministra,nose
puede imaginar laquesenosavecina. Están preparandotitulares como«Descontrolados»,«Incapaces», «Negligentes»,«Alaruina»,«Elgobiernonologra controlar la misteriosadebacledelosbonos»…Leinterrumpí.—No sigas, Lucas, ya me
lo imagino —dije. Tampocoquería más detalles—. Porfavor, reiteraqueelgobierno
desconocenadaquejustifiquesemejante caída y queestamos investigando conorganismosinternacionales.—Doña Isabel, eso ya lo
advertimos anoche. Toda laprensa sospecha que elgobierno ha reflotado losbonos durante el día de hoypero que el vendedor o losespeculadores tienen máspoder y le están ganando lapartidaconsusventas.
Lentamente me levanté dela mesa y me dirigí hacia laventanaconlavistafijaenelsuelo.—¿Qué dice la oposición?
¿Sehanenteradoya?—¿No ha visto las
noticias?—No,todavíano—dije—,
acabo de llegar. —No lepodía explicar que me habíadesmayado al confirmarseque era MI marido quien
estaba provocando aquellahecatombe—. Dame unsegundo —le pedí,dirigiéndome hacia eltelevisor. Puse el manoslibres. Encendí la tele,sintonicé el canal de noticiasy allí estaba Jesús Aguado,líderde laoposición, rajandocontramíquedabagusto.«Estos movimientos
demuestran una vez más laincompetencia del gobierno
saliente y la necesidad quetieneestepaísdeunejecutivoestable que conozca bien losmercados, en lugar de unapersona sin ningunaexperiencia en finanzas»,decía.El muy cabrón. Y cínico.
Era el típico cachorro delfranquismo, nieto de undiplomático falangista de losaños cincuenta que no habíahecho más que subir
escalones internos en elpartido; no había trabajadomás que en las fincasfamiliaresyenlaoposición,ynunca había pisado una salade negociación bursátil.Además, no tenía másestudios que la carrera deCiencias Políticas que, sindesmerecer a nadie, preparamás bien poco para entenderla matemática financiera quehaydetrásdelarentafija.Al
menos la ingeniería estabamáscercadelasfinanzasquela filosofía política del sigloXVIII.—Lucas —dije, casi
agresiva—, esto lo tenemosquepararya.Además¿dóndeva este ignorante haciendocampaña en la jornada dereflexión? ¡Eso es ilegal! —Me detuve un segundo pararespirar hondo—. Por favor,llama a tu homólogo de la
oposición y amenázale —lepedí—.Dilesqueloqueestánhaciendo va en contra de laley y que se puedenarrepentir.—Entendido, doña Isabel,
pero¿quéledigoalaprensa?Meestánllamandotodosalavez.Cerré los ojos ymemordí
el labio. Volví al sillón, merecosté en el respaldo ylevantéelmentónenungesto
desafiante,comosi tomaraelcontrol de la situación. Sintomarlo,claro.Aquelloestabaabsolutamentedescontrolado.—Diles que el gobierno
está estudiando un posiblefraude.Sobretodo,subrayalodeposible—remarqué—.Nopodemos decir nada queluegonosea.—¿Sinmásdetalles?—Exacto.—Nosé,ministra,nosé—
dijo,dubitativo—.Noséquévamos a ganar lanzando unaidea así; generará máspreguntas que respuestas.Nosé si vale la pena echar elanzueloparaquitarloantesdeque piquen, no sé si meexplico.—Perfectamente. —
Reconsideré la idea. Lucastenía razón. Estábamoscogidos, como se dicevulgarmente,por loscojones.
Nopodíamos decir la verdadhasta que estuviera todoresuelto y confirmado ycualquierotraexplicaciónnoshacíaquedar como idiotas—.Lucas, ya sé que va a serdifícil,pero,por favor, repiteuna y otra vez que nadajustificaestacaída,quetodoslosdatoseconómicos son losque ya conocemos y queestamos investigando con lacolaboración de organismos
internacionales.—Entiendo —dijo Lucas
—. Aunque parezca mentira,esaeslaopciónquenoshacemenosdaño.Dejó pasar unos segundos
antesdecontinuar.—¿Existe alguna
posibilidad de que sea ustedmisma quien lea esecomunicado, quizá en unvídeo?Rumié unos instantes. Esa
síqueeraunabuenaidea.—Déjame que lo consulte
conGRytedigo.—Perfecto.Nosdespedimos.Todavía sentada,y todavía
enchándal,llaméaGR,quiendescolgó el teléfono alsegundotono.—No puedo hablar —me
dijoenunsusurro.—Es muy urgente —le
respondí,tambiénsusurrando,
aunque sin ningún motivopues estaba sola en midespacho.—Estoy en un acto. ¿Qué
pasa?Era muy difícil resumir la
situación. ¿Cómodecirle quelos bonos se estabandesplomando de nuevoporque mi marido era elhacker que nos estabaatacandodesdeRusia?—La deuda, presidente, se
hundedenuevo.—Pero ¿no tenías
controladalasituación?—Sí, pero se ha
descontroladootravez.Oí cómo respiraba
exasperado.—Pero ¿tú sabes lo que te
estásjugando,Isabel?Sabía ya pocas cosas con
certeza después de ese día,pero la respuesta a esapregunta la conocía mejor
quenadie.—Loquemejuegoapenas
me importa, presidente; loque me aterroriza son lasconsecuenciasqueestopuedetener sobre millones deespañoles.—¿Tangravees?Siempremesorprendióque
un presidente no pudieraentender el tema de losbonos. Perodesgraciadamente ese era el
caso. Y no solo en España;Ingeborg tenía los mismosproblemas en Dinamarca. Yeso no era todo; aparte de laignorancia, nuestrosrespectivos presidentesencima pensaban que teníanmáspoder que losmercados.Crasoerror.—No puede ser más
urgente,nimásgrave,nimásimportante—respondí.Otra vez el suspiro de
exasperación.—Estoy en el Círculo de
Bellas Artes. ¿Estás en eldespacho?—Sí.—Voyparaallá.—Perfecto.Sentí una mezcla de
tensión y alivio. Tensión,porque aquello no hacíamásque complicarse y alivioporque necesitaba ayuda. Lasituación era ya demasiado
grande paramí y, al fin y alcabo, GR seguía siendopresidente. Le habían votadopara liderar en situacionesextremas, y esa era sin dudaunadeellas.Corríalbañoaquitarmeel
chándal, ya no sabía cuántasvecesmehabíacambiadoesedía.Me recogí el pelo en unmoño, que siempre me dabauna imagen más fría yprofesional, me retoqué el
maquillaje y me puse denuevoel trajechaquetasobreuna blusa blanca, limpia.Nunca agradeceré a Estrellalo suficiente el que meprepararatodounroperoparasituacionesasí.Subí el volumende la tele
pero lo bajé inmediatamenteporque no me apetecíaescuchar las sandeces querepetían todos los canales,básicamente, insultos contra
mi gestión. Mientras, Lucasmeenviabamensajesdetextopreguntando si podíamosgrabar un comunicado envídeo.Lecontesté:Paciencia.GRencamino.No tuve tiempo para más
consideraciones porque GRirrumpió en mi despacho sinantes llamar, como decostumbre. Las pocas vecesque me había visitadosiempre se había presentado
de sopetón y por sorpresa.Por suerte, siempre habíaestadopreparada.Debía de venir de un acto
no oficial porque no ibatrajeado, sino con pantalonesdepana,chaquetadecueroyuna camisa a rayas informalpero elegante. Llevaba suszapatostípicosdeante,tandepresidente de izquierdas.Tenía el pelo blancoligeramente despeinado y las
gafas puestas, como siempreque no tenía que aparecer enpúblico.Se adentró en el despacho
con seguridad, como si fuerael suyo, y se plantó a unmetrodemí,juntoalsofá.Yome había levantado pararecibirleconunbreveapretónde manos, como decostumbre.—Pero¿sepuedesaberqué
coño pasa? —me espetó
cruzando los brazos yfrunciendo el ceño, como siestuvieraregañandoasuhija.—GR, es largo y
complicado—dije tan serenacomopude.Se sentó en el sofá, cruzó
las piernas y me miró a losojos.—Dime.GR no entendía nada de
bonos, pero al menos sabíaescuchar.
Tan brevemente comopude, le expliqué la verdad:mimaridoeraunhackerquenos estaba ciberatacandodesdeRusia.Como cabía esperar, la
historia le desconcertó porcompleto y estuvo con lamiradaperdidaunosinstantesque se me hicieroninterminables. Quizá pensóque estaba drogada porquemepreguntó sihabía tomado
algunasustancia.—Llama a Santiago, de
servicios secretos, si quieres—dije,pensandoquequizálecreeríamás a él que amí—.OaAndrésdelSoto,deSoftIbérica, que es quien hadescubiertolatrama.—¿Qué pinta este tío de
Softentodoesto?—preguntóconfuso, inclinándose haciadelante.Nopodíadecirqueporno
haberpuestoelsilenciadorenuna conversación conSantiagoélhabíadescubiertomi clave. Ante GR, pensé,pareceruna incompetente erapeorqueserunamentirosao,paraelcaso,unaadúltera.—Somosamantes—dije.GR volvió a apoyar la
espalda en el sofá y suspiró.Me miraba con ojosentrecerrados, como siacabara de aterrizar de otro
planeta.Estabaaturdida,peroactué
rápido y le ofrecí mi móvilpara que hablara conSantiago.Yomisma pulsé latecla, por supuesto sin ponerelmanos libres.GR lo cogióbruscamente sin dejar demirarme como si lasospechosafuerayo.—¡Santiago! —le gritó—.
¿Qué coño estáis haciendocon los putos bonos? Que
tenemos unas eleccionesmañana, ¡joder! ¡Que la cosase nos está yendo de lasmanos!Tenía la vista fija en el
suelo, aunque de tanto entanto miraba discretamentehacia arriba, observandocómo GR asentía a cuantoSantiago parecía estardiciéndole.Por fin colgó y dejó el
teléfonoenelsofájuntoaél.
—Estamos buenos —dijo,sacándose un cigarro de lachaqueta, que también sequitó, supongo que alentender que aquello no sesolucionaríaencincominutos—. A estos todavía les va acostar unas horas atar todoslos cabos; aquí está metidotodo Dios, la CIA, el FBI,hasta el FSB soviético —continuó, encendiéndose elcigarrillo.
Me apresuré a traerle uncenicero, que él cogiórápidamente con la mano.Despuésdelaprimeracalada,sacóelhumodeunmodoquelo hubieran oído desde lacalle. Tras unos instantes detenso silencio, se levantó yempezóapasearnerviosoporel despacho, sin dejar defumar.—Nopodemosculparalos
autoresdeldelitoytenemosa
la prensa encima —dijo conlamiradafijaeneltelevisoryapagando el cigarrillo en elcenicero, que todavíasostenía.Aunque este tenía el
volumen al mínimo, lasimágenes hablaban por sísolas.—Al menos —apunté
mirando hacia la tele—, aJesús Aguado ya lo hanquitado de antena ya que ha
salido esta misma nocheinsultándonos,loqueesilegalenjornadadereflexión.Lehepedido a Lucas que lesamenazara y veo que lo haconseguido.Aquella pequeña victoria
noparecióinmutarle.—¿Qué propones? —me
preguntócomodecostumbre.—Hay que salir por
televisión diciendo quenuestras cifras son las
correctas,quenoescondemosnada y que esta bajada estotalmenteinjustificada.—Y ¿qué ganamos con
eso?—Quelagentesepaqueno
somosunosincompetentes.—Entonces¿porquébajan
losbonos?—No lo sabemos, estamos
investigando.—Eso nos convierte en
unosincompetentes.
Dejópasardossegundos.—¿Qué coño has hecho
para meternos en este putolío?—megritó,pegandounapatada a lamesita de cristal,que sobrevivió el golpe demilagro—. ¡¡Que se nos vanlas elecciones, hostia puta!!—volvióagritar,todavíamásfuerte, y le dio una patada aunmacetero de violetas, queno resistió el impacto. Latierraseesparcióporelsuelo,
mezclada con trocitos deterracotaypétalosdeflor.Mequedé muda e inmóvil. Trasunos instantes de máximatensión,GRsevolvióasentaren el sofá, respirando rápidoy fuerte. Poco a poco se fuecalmando—. Perdona —dijoen voz baja, sin mirarme—.Yaséquenoesculpatuya.Cerrélosojossincontestar.
Claro que era mi culpa nohaberme dado cuenta de que
estaba casada con uncriminal. El miedo y laangustiamedevoraban.Sonó mi móvil, que GR
cogióalverlojuntoaélenelsofá. Yo no sabía quién era,pero me estremecí al ver lamalalecheconquerespondióalallamada.—¿Se puede saber qué
coñoquieresaestashoras?—gritó.No escuché la respuesta,
pero intuí que se trataba deLucas.—No estamos para vídeos
ni otras mariconadas —leespetó—. Tú quédatecalladitodondeestásyesperaórdenes. —Colgó sin decirmás.Yoseguíamuda.GRsedirigió hacia la ventana,donde corrió las cortinas,comosielespacioamínomeresultara ya suficientementeclaustrofóbico. Volvió hacia
elsofáazancadasymedijo,sinmirarme—:Y tú, ¿habrásintentado hablar con elangelitodetumarido,no?¿Oestásdemasiadoocupadacontu amiguito, el pijo ese deSoft?Aquellome dolió, pero no
eramomentoderendirsealasemociones, sino de pensar yactuar tan fríamente comofueraposible.—Llevo cuarenta y ocho
horasdetrásdeél—respondítan serena comopude.Habíaquemantenerlacalma—.Nocontesta.—¿Cómo estás tú tan
seguradequeestáenRusiayde que no se trata de unacoincidencia?—Me lo ha dicho su
madre.GR me miró alucinando.
Se levantó de nuevo,pasándose una mano por el
cabello blanco, retirándoselohaciaatrás.—Esto es esperpéntico —
decía,yendoyviniendodelaventana.Loera.Cerré losojos, por
unsegundopreguntándomesien el fondo todo aquello eraunapesadilla.Perono.Mi teléfono, ahora sobre
lasmemoriasdelaKentenlamesita, rompió de nuevo elinsoportable silencio.GR fue
másrápidoqueyoylocogió,noantessinfijarseenellibro:—Pero ¿qué cojones lees?
¿Aesaviejacomunista?Elcomentariomedolióen
el alma porque ese eraprecisamente el legado denuestras primeras diputadas;así era como nuestra élitepolíticalasconocía.GR vio en el móvil quién
llamaba y, sin preguntar, denuevo atendió él mismo la
llamada, en esta ocasión, ypor su propio interés, en untonomuydiferente.—¡Campeón!—dijoenun
tono repentinamente amable—. ¡Tehepillado intentandohacerle la pelota a la futurapresidenta! ¿Se puede saberqué quieres? Soy GR, estoyaquí con nuestra ministra, teoímoslosdos.No escuché lo que el
campeón (Walter, por
supuesto)lerespondíaporqueGR estaba demasiadoocupadobuscandolatecladelmanos libres, que por finencontró. La voz de Walterretumbó enseguida por eldespacho; sus gritos eran tanfuertes que parecía queestuvieraallímismo.—… ¿qué coño? Pero
¿¡sabes cuánto hemosperdido, y no solo el bancosino que también YO
personalmente!?—bramaba.GR sostenía el móvil
mientrasmemirabaincréduloy, por supuesto, furioso. Yono le había explicado quehabíamos trazado un planpara reflotar los bonos amediodía y mucho menos elacuerdo al que habíamosllegadoparaconseguirlo.—Isabel, ¿estás ahí? —
gritóelbanquero.MiréaGRporsiélquería
hablar antes. Dado susilencio,tenso,respondíyo.—Sí, Walter, estamos los
dosenmidespacho.Todavíasentada,apretélas
manosenmisrodillasyerguíla espalda. Permanecí quietapues intuía lo que vendríadespués. Walter no tardó enconfirmarmitemor.—¡Ya te puedes meter las
cuotasfemeninasporelculo!—gritó—.No sé por quéme
fiédeti.Nuncahas tenidoniputa idea de mercados ysigues sin tenerla. ¡Deja lasfinanzasparalosquesabenyvete a la cocina! —Losinsultos eran tandesagradablesyfalsosqueyani dolían. GR me mirófijamente, muy, muy serio,aunque enseguida cortó aWalter.—Tranquilo, Walter —
dijo, intentando adoptar una
calma que no tenía. Elpresidente seguía de pie,tenso—. ¿De qué cuotasfemeninashablas?Walter suspiró, claramente
irritado.—Pero ¿qué tipo de
gobierno sois que ni osenteráisde loquehacéis?—Más suspiros deexasperación. Me levantéporque no soportaba más latensión;mesituéjuntoaGR,
los dos con lamirada fija enel móvil, ambos tiesos comoestatuas. El banquerocontinuó—:Pues tuministra,joder—dijo—.Mehapedidoestamañanaquemepongaacomprar bonos y reflotar elprecio, y que ademásimponga una cuota demujeres directivas en elbanco a cambio de unligero…digamosapoyoeneltemadelaadjudicacióndelas
licencias 5G en caso de queganelaselecciones.GRmemiróconunosojos
queselesalíandelacara.—Había que solucionar el
temadelosbonos—dijeconlamiradafijaenelpresidente—.GR,piensaenlasfamiliasque se hundirán con esostipos de interés. El Estadonuncatendrásuficientedineroparaayudarles;losproblemassociales se multiplicarán por
mil.Cada vez más rojo de la
ira, intuí que no meescuchaba.—Pero ¿tú te piensas que
puedes vender favores asícomo así? —exclamó conauténtico odio en los ojos ylosbrazosenalto.Bajélamirada,queseposó
en el libro de memorias deVictoria Kent. Recordé suespíritu.
—Hice lo que creí mejorparaelciudadano.Hubo un silencio, que
interrumpió el bocazas deWalter.—Oye, que el trato
también incluía la salidalimpia de Caimán, ¿eh? —dijo—.Noosolvidéis.GRabrióaúnmás losojos
y se inclinó hacia mí. Di unpasoatrásyparano liarmáslaconversación,hiceungesto
a GR con la mano,indicándole que se loexplicaríatodomástarde.—Sí, por supuesto que no
nos olvidamos —dijo GR,milagrosamente un pocomástranquilo, pero mirándomeconsospecha.—Bueno, pues oye, dime
qué hostias pensáis hacer—dijo Walter—. No os podéisquedar de manos cruzadas,hay que reflotar estos bonos
síosí.Miré a GR antes de
contestar, pero tomé lapalabra porque el presidenteparecía haber claudicado,abrumado. No dejaba deecharse el pelo hacia atrás,unayotravez.—Walter —dije, con
seguridad—, tenemos a laCIAyalFBIinvestigandouncaso de ataque cibernético,pero no podemos decirlo
hasta que no estéabsolutamente confirmado.No comentes nada. Peroesperamos poder explicarlotodoenunashoras.—Espero que sea antes de
que los mercados abran ellunes—apuntó,rápido.—Nosotros lo esperamos
también y créeme queestamos haciendo todo loposible —me detuve uninstante—. De hecho
estábamospensandoemitiruncomunicadoportelevisión,elpresidente y yo, los dos,asegurando que las cifras dedeuda no son erróneas y quenadajustificaestadebacle.GR alzó la cabeza, que
teníagacha.—Yo NO doy la cara en
estemarrón—dijo.Le miré decepcionada.
Estaba claro que su principalobjetivo era no manchar su
nombre, y no el bien de losciudadanos.—Túvasa salir comoque
yo me llamo Walter —lereplicóelbanquero.GRtardóenresponder:—Walter, esto lopodemos
resolvertúyyoenprivado.—No, joder, que no —
insistió Walter—. No haytiempo, es ya tarde. Montadel vídeo enseguida, quieroverloenmediahora.
Elbanquero,más listoquenadie, guardó unos segundosde silencio antes decontinuar:—Esperoqueestosolosea
una anécdota y que en unosmeses, cuando todo hayapasado,GR, tú y yo estemostan tranquilos en uno de losviajes que montamos en elconsejodeadministracióndelbancoalCaribe…Menuda amenaza más
limpia.Ungolconlacintura,comodiríanalgunos.No hubo más que hablar.
Cortamos la conversación,llamé a Lucas y en veinteminutos entraron en midespacho dos fotógrafos, uncámara,unamaquilladora,untécnico de sonido, Lucas, suayudante,aquienniconocía,ydosagentesdeseguridad.Enunabrirycerrardeojos
nos adecentaron mientras
Lucas escribía en unteleprompter loqueGRyyo(más bien yo) le habíamosdictado. Tres, dos, uno…,empezamos a grabar. Leí miparte con el corazón,intentando tranquilizar a losespañoles, asegurándoles queestábamos de su parte; GR,en cambio, centró susesfuerzos en dar una imagendepoderyseguridad.Enmenosdemediahorael
vídeo ya estaba en todas lascadenas de radio y televisióny en internet, a pesar de sermás de la una de lamadrugada. Ya solo nosquedaba rezar para queaquello nos ayudara aconservar, o a restablecer, laconfianzadelelectorado.Los presentes se fueron
marchando con la mismaceleridad con la que habíanllegado, después de recoger
cables, cajas, ropa y demástrastos.Anadie se le ocurriódejar el lugar mínimamenteordenado,ycuandomequedésola tuve lasensacióndequeacababan de pasar por allíAtila y los hunos. GR habíasalidoelprimero,conunmuyseco «buena suerte» a modode despedida. Estaba claroque su único objetivo erasalvar la imagen y retirarsecómodamente en consejos de
administración como el deHSC.Agotada,mevolví aponer
el chándal y recogí un poco,sobre todo los restos de lamaceta de las violetas, quetiré a la basura con granpesar. Pensé que ese mismofinalmeesperabaamíeldíasiguiente: me darían unapatada, y a la calle. Apeguélas luces a excepción de unalamparillaymeacurruquéen
el sofá bajo la manta quehabía dejado Igor. Unmensaje de texto de Andréshizoqueporfinmeempezaraarelajar.Buena reacción,
campeona. Voy a trabajartoda la noche para quepodamos decir algo por lamañana.Sonreí.Parecíaserlaúnica
persona con sentimientoshumanos en todo aquel
entramadosalvaje.Te lo agradeceré… con
Gramona,respondí.Su respuesta no tardó en
llegar:Hecho.Cuando por fin cerré los
ojoselteléfonovolvióasonary casi se me cayó el mundoencima al ver que se tratabade Mauro. No tenía másremedio que cogerlo. Meincorporé.
—Dime —respondí tanseca comopude.Nopensabapasar más de dos minutos alteléfono.—Buenvídeo—dijo,igual
debreve.—Gracias —respondí con
sorna. ¿Qué pretendía ahora?¿Adularme?—Ministra —continuó—,
nomegustan lasamenazasynome ha gustado un pelo lallamada de Antonio
Goicoechea esta mañanapidiendoquecambiáramos lawebsinoqueríamosperderlapublicidad…—Permanecíensilencio—. Eso no sonmaneraselegantes,ministra…—habló despacio y en tonoamenazante.—¿Qué quieres? —
pregunté. Me empezaba aponernerviosa.—Solo quería avisarla de
quevamosasalirmañanacon
más declaraciones de JoséAntoniosobreelescándalodehoy:sucorreodiciendoqueladeudaeseltriple,lasubidadelos bonos, luego la caídaprecipitada…, menudodescontrol.Pegué un ligero puñetazo
sobre la mesita. El malditoJosé Antonio azotando denuevo. ¿No tenía suficiente?Me pregunté si Santiagohabría averiguado ya alguna
cosa respecto a eseenergúmeno y su uso deinformación privilegiada.Pero en ese momento debíacentrarmeenMauro.—Allá vosotros —le
respondí—. Ese correo esfalso.—Como quiera… —dijo
—. Yo solo me quieroasegurar de que Antonio nonosvaaquitarlapublicidad.—Hablaconél.
—Me da la impresión deque la orden procede deusted.—Noséaquéterefieres.Oí cómo suspiraba,
irritado.—Ministra, tampoco hace
falta que lo entienda todo—dijo con una arroganciainsoportable—. Pero seguroqueentenderáque,silepideaAntonio que retire nuestrapublicidad, mañana verá
publicadas unas fotos quetengodeustedconsuamante,tomadas esta noche en elLucyBombón.Me levanté de golpe;
estabaatónita.—¿Qué fotos? —pregunté
por fin—. Yo no tengoningúnamante.—¿Selasenvío?—repuso,
entonopetulante.—Envía lo que te dé la
gana.
—Deme un segundo —dijo, y empezó a silbar unatonadilla estúpida. Estabaempezando a perder lapaciencia—. Le estoyenviando un par de ejemplosparaquevealoquetenemos.Neguéconlacabezaunay
otra vez. Los muy buitres.¿Quién podía haber sacadoesasfotossiestábamosenunrincóndiscretísimodelbar?Me senté a mi mesa,
encendí el ordenador y encuestión de segundosllegaron, efectivamente, dosimágenes que serían difícilesdecatalogarcomounasimpleamistad. En una, Andrés meacariciaba el pelo con ojosbrillantes, y en otraaparecíamos los dos cogidosde las manos, mirándonoscomo si realmente nosfuéramos a comer el uno alotro.Respiréhondo.
—Esunamigoymeestabaayudando en un momentodifícil.Serio.Elmuycretino.—A mí no me tiene que
convencer,ministra—dijo—.Explíqueselo a los millonesde españoles que verán estomañana siAntonio nos retirala publicidad siguiendo susórdenes.Víboravenenosa.—No acepto chantajes —
dije. Nunca los habíaaceptado, no lo iba a hacerahora—. Ni tampoco pactoconeldiablo—añadí.—Muy bien —zanjó—.
Esto saldrá mañana siAntonio no me llama ahoramismo confirmándome quemantendrá la publicidad seancualesseannuestrostitulares,incluidalaentrevistaconJoséAntonio.Tragué saliva y desvié la
miradahacialasmemoriasdelaKent.Recordé la respuestaque le dio a su jefe, elministroAlbornoz,yoptéporseguirsuejemplo.—Mira, Mauro, yo estoy
aquí para hacer mi trabajocomo creo mejor. No tengoabsolutamentenadadeloquearrepentirme. No aceptopresiones ni chantajes. Opuedollevaracabomilabor,o me voy —le dije—. Y
déjametranquila.Colguéelteléfonosindarle
opción a responder. Puse sunombre en la lista debloqueosautomáticosyvolvíalsofá,dondemeestiréymeenvolvíenlamanta.Sibienestabaorgullosade
haber resistido al chantaje,tambiénestabaconvencidadeque esas fotos acabarían desellarmiataúd.Losespañolespodían entender un
ciberataque y una situaciónde cuasi ruina, pero que unacandidataalapresidenciaestécon su amante en público eldía antes de unas eleccionesgenerales era ya más difícilde aceptar, sobre tododespués de haber presumidodeunentornofamiliarestabledurante toda la campaña,nombrando a Gabi cada dospor tres. Eso me enseñabaunalección:nodeberíahaber
pregonado lo que hacíatiempoquenosentía.Me tapé la cabeza con la
manta.Noqueríaverningunaluz,nadaquemerecordaraelmundoreal.Todavíanopodíacreer que el chico dulce eidealista queme acompañó aLondres, donde habíamossido tan felices, hubieraacabadomediolocoenRusiaimplicado en una operacióncriminal.Me sentí sola, muy
sola,conun inmensoagujeroenelcorazón.Me estremecí, apretando
las manos contra el pecho yescuchando mi respiración,alta y jadeante, durante unlargo rato. Intenté no perderla calma, repitiéndomeunayotra vez que la pacienciasiemprehabíasidounademismejoresaliadas.Paséunlargorato inmóvil, encogida,abrazándome las rodillas,
pero poco a poco fuirecobrando la serenidad y laracionalidad.Nopodíatolerarel chantaje de Mauro, peroigual existía alguna manerade parar la publicación deesasfotos.Melevantécasidesopetón,
di las luces, me encendí uncigarroyllaméaManolo.Selocontétodo.—¿Te advertí o no que te
alejaras del pijo de Soft?—
fueloprimeroquedijo.—Manolo, por favor —
imploré—.Nomeechesmásmierdaencimaqueyanomecabe.—Pero¿telodijeono?—Que sí —respondí,
impaciente. Enseguida me dicuenta de que Manolo noteníaningunaculpadenadayadopté un tono más amable.Elque semerecía—.Oye—continué—. Tienes todo el
derecho a negarte y perdonaque sea tan directa, pero ¿túcrees que tendrías la ocasiónde hablar con Mauro yconseguirquedeunamanerau otra no publique esasdichosasfotos?Manolo guardó un largo
silencio que se me hizoeterno.—Espero que no te haya
ofendido, cariño —dije,preocupada.
—Ya sabes que tenemosunalargahistoria.—Sí,recuerdomuybienlo
que me explicaste. —Medetuve para respirar hondo.Sabíaperfectamenteloquelepedía: hurgar en un pasadoque todavía le debía doler—.De verdad que sientopedírtelo. —Otro silencio—.Olvídalo, Manolo —dije—.De verdad, disculpa, ya veoqueesunamalaidea.
—No, no —respondió,ahora rápido—. Sabes quepor ti me dejaría partir unbrazo.Respiréaliviada.—Me alegra que no te
hayasmolestado.—Por supuesto que no—
dijo.—De verdad Manolo,
olvídalo —supliqué—. Hoylo he perdido casi todo en lavida:mimarido, casi quemi
carrera profesional y encimaestoy a punto de empobrecera millones de españoles. Nopuedo perderte a ti también.Casiqueeresloúnicoquemequeda.—Amínomevasaperder
nunca, cielo —me dijo,cariñoso—. Déjame, a verqué puedo hacer. Y duerme.Sobre todo duerme. Mañanate quiero ver en ese dichosobalcón como una rosa. ¿Me
entiendes?—Sí —respondí,
reconfortadaporelcalordelaamistad.Colgué y dejé elmóvil en
lamesitadelcafé,biencerca,porsiacaso.Apagué las luces, me
acomodédenuevoenelsofáconlamantaycerrélosojos;no podía más que pensar enlas sacudidas tanespectaculares queme estaba
dando la vida. Buscandoconsuelo, saqué la mano dedebajodelamantaparacogerellibrodelaKent,queapretécontramipecho,abrazándolo.Comoella,habíaluchadoesedía sin perder la dignidad,defendiendo mis principios.Loquepudierapasarapartirdeentoncessoloeldestinolosabía.Loquesísabíaeraquepodría ir por la vida con lacabezabienaltapornohaber
sucumbido a presiones nichantajes.A esas alturas, eraya lo único que meimportaba.
26
Mi domingo empezóhacialasnuevedelamañanacuando Igor apareció en midespacho con la prensa, uncafé y un cruasán dechocolate. Con los ojos
todavía medio cerrados, apesardehaberdormidodeuntirón, dejé los periódicosencima de la mesa, sinhojearlos, y, café en mano,me fui alBloomberg amirarlos bonos, que seguían bajomínimos. Cerré los ojos.Llevaba cuarenta y ochohoras encerrada en undespacho que se me caíaencimaysabíaperfectamenteloquemeesperaba.
Al cabo de unos segundosmiré a mi alrededor. Menosmalqueteníamisplantas(lasque habían sobrevivido a lavisita deGR), que ahora porfinveíadenuevoalaluzdeldía. De lo estresada yocupadaquehabíaestadoesasemana, apenas habíaprestado atención a mispreciosas orquídeas, quetantas atenciones precisaban.Me apresuré hacia el baño
para coger la pequeñaregadera que allí guardaba ylas rocié lentamente, yendode un rincón a otro,lentamente, intentandocentrarme solo en las hojassecas o en las flores algomarchitas. Pobres, estabancomo yo. Tuve la tentaciónde hablarles, pero pensé quemejorabstenerseporquelodehaberme vuelto loca a esasalturasnoeraningunabroma.
Me sentía muy, muyextraña.Conlaregaderaenlamano, me dirigí hacia laventanayobservédenuevoelcartel electoral con mi fotogigante.Porfinhabíallegadoel día de las elecciones, quehasta hacía bien poco sesuponíaqueibaaganar.Peroen lugardeestarencasaconGabi preparando la jornadacargados de ilusión, estabaallí, sola, y sabía
perfectamentequeeldíaibaaacabar mal salvo queocurrieraunmilagro.Resignada, le di otro
sorbito al café ymedije quelo mejor era que la jornadapasara lomás rápidoposible,asíquetratédeempezareldíacuantoantes.Meduchéymepuse el traje nuevo que mehabía comprado para salir albalcón esa noche, tanto siganaba como si perdía. Era
sencillo y cómodo, muy demi estilo, azul marino conuna camiseta blanca (demarca) debajo. Tan solollevaba un pequeño pañuelorojo al cuello para dar unpoco de color. Pelo suelto,botinesdetacónylista.Mesentéalamesaredonda
a desayunar y hojear laprensa; sabía perfectamentelo que me iba a encontrar.Apenas me pude llevar el
cruasánalaboca.«España, en bancarrota»,
«España, tocada y hundida»,«El peor desastre desde lapérdida de Cuba», «Laministra al rojo vivo», «Elgobierno es un descontrol»,«El gobierno: con faldas y alo loco», «Los bonos sehunden mientras la ministraliga»… fueron tan soloalgunos de los titulares. Denadasirvieronelvídeoymis
repetidasafirmacionesdequeno había nada falso ennuestros números.SeguramentelacaradepaloydecircunstanciasdeGRenlagrabación tampoco ayudó, yquévoyadecirdelahoradeemisión,enplenamadrugada.Más que una imagen deseguridad, proyectamos unadedesesperación.Cogí La Verdad primero
porquepreferíarecibirelpeor
golpe cuanto antes. Me dijeque ya poco me podíasorprender y fui directa a laportada: una foto horizontaldeAndrésymíaocupaba lascinco columnas justo debajodel gran titular:«¡Escándalo!».Realmente lo parecía: allí
estábamos los dos,mirándonos fijamente conojoscentelleantes,cogidosdela mano, el uno inclinado
hacia el otro. Resultaríaimposible convencer a nadiede que aquello no era unaffaire. Yo también mepregunté si de verdad lo eralo era, por mucho queestuviéramos hablando dealtas finanzas y crimenorganizado. En las páginasinteriores publicaban másfotos, incluida una en la quesolo aparecían nuestras carasytorsos.Andrésteníalosojos
brillantes, como yo, y susonrisaeratandulcecomolamía. Hacía tiempo que nodescubría en mí unaexpresión tan radiante, diríaque hasta feliz. Había tenidomuchas satisfacciones en losúltimos años, habíaconseguidograndesobjetivosque me hacían sentirorgullosa y satisfecha, comoreducirelparoosacaramilesde corredores a las calles de
todoelpaís.Perotambiéneracierto que a nivel personalhacíamuchoquenomereíaacarcajadasoquenomirabaaalguiendeesemodo.Y sin embargo, apenas
habíatenidotiempodepensaren Andrés. Por más que unabotelladecavamealegraraelespíritu, yo era una personaracional y nunca me habíaenamorado por impulso.ConGabi las cosas habían ido
poco a poco, a base deencuentros con amigoscomunesalprincipioy luegoyacitasasolas,peronohabíadadounpaso,nihabíadejadoque él lo diera, hasta que noestuve muy segura de missentimientos. Con respecto aAndrés, decidí seguir elmismo criterio sobre todoporque mis emocionesestaban tan desbordadas porlos acontecimientos que lo
más prudente era continuartratándole como a un amigo.Después de lo ocurrido conGabiibaanecesitartodoslosapoyos disponibles y no mepodía permitir el lujo derechazar ninguna mano quesemeofreciera.Continué pasando páginas,
observando la sarta habitualde errores en lasinformaciones de La Verdadsobre nosotros. No pude
evitarreírmealleerqueGabi,«según una fuente próxima ala pareja», estaba«destrozado» y que se habíarefugiadoencasadesumadreen Santiago después dedescubrirseelaffaire.Supusequealpaparazziquenospillóno se le ocurrió ir a Rusia abuscarle, así que en laredacción se debieroninventarlahistoria.La Verdad empleaba
muchos paparazzi ya que, apesar de la crisis, sus ventashabíansubidodurantenuestralegislatura.Yasesabequelaprensa en la oposiciónsiemprevendemásporqueesmás fácil criticar queinformar, y porque la gentedisconformeoenfadada tienemayornecesidaddecompartirsufrustraciónconlosmediosquedesprestigianalgobierno.Esos ingresos les permitían
pagar a fotógrafosmercenarios para quesiguieran a todos losministros en busca demomentos como el de lanoche anterior. Bienremunerados, esos paparazzidaban excelentes propinas atodoelquelesayudaraensulabor. Todavía hoy sospechoque el mánager del LucyBombón se embolsó unabuena suma por alertar al
fotógrafo de mi presencia ypordejarlepasaryescondersedetrás del biombo.Nunca heentendido cómono le vimos,aunque las cámaras hoy endía son tan pequeñas ysilenciosas que es casiimposible percibirlas.Supongo que ademásestaríamosmuy centrados enlo que discutíamos, y paraqué negarlo, también el unoenelotro:amímeacababan
de abandonar y Andrés noestaba enamorado de sumujer. Lo raro es que esanoche la cosa no hubiera idoamás.Nuestra prensa afín había
sido más rigurosa, pero nopodían faltar a su deberprofesional y recogían enprimera página un gráficomostrandolaestrepitosacaídade los bonos. Al menostambién habían incluido una
foto mía con GR sacada delvídeo, y que acompañaba auna noticia que ofrecíanuestra versión. Era unalástima que ese periódico nollegara a tantas personascomo La Verdad, pero eracierto que su proximidad algobierno hacía que le faltaradiente y mordacidad parasacar titulares atractivos.Nosotros intentamosayudarles concediéndoles
entrevistasexclusivas,algunafiltración más o menosimportante o anuncios detrabajos y oposiciones en elsector público. Aun así, elrotativoibaaladeriva.En el Catalunya Avui
(nunca he tenido ningúnproblema en leer y entenderel catalán) me sorprendióenormemente ver unchivatazo sobre la venta delmuelle del Poblenou a los
kuwaitíes; ese acuerdotodavía se tenía que firmardespués de que el emir y yolo apalabráramos tan soloveinticuatro horas antes acambio de que ellosmantuvieran el apoyo alBancoNacional y a nuestrosbonos. «Barcelona vende elalma», «Barcelona se vendepor cash», «Barcelona notiene poder», «El gobiernousa Catalunya como moneda
de cambio», «Barcelona, enmanos kuwaitíes»,«Kuwaitilonia»… Para másinri, el periódico habíaconseguido unasdeclaraciones de Carmen, enlas que me acusaba de estarmásinteresadaensatisfacerala banca y a los inversoresinternacionales que a lospropios españoles; mientrasyo firmaba esos lucrativosacuerdos con el sector
financiero—decía—milesdepersonasesperabanmesesporuna cama de hospital.Carmen, siempre tanoportunaycomprensiva.Esos titulares y
comentarios, cómo no, mequitaron miles de votos enCatalunya,sobre todoporquelos barceloneses ya estabanmás que hartos de tantoturista y tanto dineroextranjero en su ciudad
abriendo hoteles y zonasprivadas de lujo a las queellosnoteníanacceso.Razónnolesfaltaba.Supuse que la filtración
habría procedido de alguiende la oposición en elAyuntamiento de Barcelona,con quien el emir habríahablado inmediatamentedespués de nuestraconversación. Me imaginé alas autoridades barcelonesas
haciéndole todos los honoresy preparando una excelentebienvenidaalemir.DesdelosJuegosdel92,laciudadhabíaaprendido a venderse demaravilla, una cualidad queya quisiera yo para todas lasgrandescapitalesdelpaís.Dehecho, intuía que parte delinterésdelemirenBarcelonaera para conocer bien yemulareléxitoolímpicodelaciudad, todavía legendario
casi tres décadas después;había leído en alguna parteque al-Surdha tenía sueñosolímpicos para Kuwait, pormásquefueraclimáticamenteimposible organizar allí unosJuegos en verano. Pero elpetróleo, ya sabemos, tienesolucionesparatodo.Hojeé el resto de
periódicos y me sorprendióque la noticia de Barcelonano apareciera en otros
medios.Siemprehabía tantaspersonas involucradasenunainformación, como losmismos protagonistas o susjefes de prensa, además dechóferes, impresores,secretarias y demás que eraimposible guardar secretos.Habíaaprendidohacíamuchotiempo que la mejor manerade guardar un secreto era nocontárseloanadie.Volví a La Verdad para
leer la nueva entrevista conJosé Antonio, esta vez algoescondida hacia el final delperiódico. «Inútil»,«incompetente», «mujer»…,enfin,másdelomismo,conlo que tiré el periódicodirectamentealabasura.Melevantéyobservétodos
losdiariosesparcidossobrelamesa.Lacantidaddetitularesnegativos era abrumadora.Pero ya nada me extrañaba.
La negatividad, a partir decierto punto, se vuelvecómica.Me preparé para salir, no
porque tuviera ningunailusión de victoria, sino solopor cumplir con miobligación. Eraabsolutamente imposible quealguien me votara ese día.Aquello parecía un tren apunto de descarrilar, perotodavíaeralacandidatadeun
partido mayoritario y debíaseguirelprotocolo.Nopodíadimitir el día de laselecciones.Tan solo la inesperada
llamadademimadre,cuandoestaba casi en la puerta mealegró, por decirlo de algunamanera, pues la realidad esque estaba desconsolada. Almenos,conseguídisimularlo.—Isabel, cariño—medijo
conunhilodevoz—.¿Cómo
estás?—Te puedes imaginar,
mamá —dije, dejando elabrigoenunasilla.—Sí, sí, ya he visto. —
Dejó pasar unos segundos—.Túnuncatellevastebienconlosdelaprensa,hija,yalosé.—Hum.No tenía tiempo de hurgar
en heridas ni paciencia parauna conversación largaporquea sus añosuna charla
telefónica con mi madrerequería un nivel deconcentraciónypacienciaqueenesemomentonotenía.—Oye —me dijo,
extrañamentevivaz—.Queelrubio me gusta más que elhippy.Solté una carcajada.
Aquello sí que no me loesperaba.—¿Es guapo, verdad? —
Le seguí la broma. ¿Por qué
no?—Mucho, hija, mucho,
buenasespaldas—dijo—.Teconvienemásqueelotro,quesiempre te he dicho que estámuy delgaducho y yo nomefío de las personasdelgaduchas, ya lo sabes.—Me volví a reír. No sabía siallí había tonteríaounagraninteligencia. El caso es queaquella brevísimaconversación me dio ánimos
almenosparaarrancareldía,sobretodoporloquemedijoal final—. Tú con la cabezabienalta,hija,¿meentiendes?—meanimó—.Nopierdasladignidad, nunca. Que unasveces se gana y otras sepierde, pero siemprehayqueactuar con dignidad. Que loque pasa hoy, seguro quecambiarámañana.Intenté recordar esas
palabras a lo largo del día,
sobre tododurante lacomidade campaña en la sede delpartido, en la plaza de SantaAna, en pleno centro. Todosnossentimosincómodosnadamásentrar:decenasdegloboscolgaban del techo, grandescarteles con mi foto cubríanlas paredesyunamesa en elcentro estaba puesta paraunas veinte personas, convino y cava en el centro.Parecía una reliquia de una
elecciónpasadayaque todoslos presentes sabíamos queíbamos hacia un descalabromonumental. Aun así,seguimos con el programa(nopodíamos irnos a casa)ynos sentamos a tomar lapaella que llegó en cuestióndepocosminutos.Elruidodeloscubiertoseramayorqueelde nuestras voces. Yo dijealgunas banalidades, lasjustas.Pero¿paraqué fingir?
Miréunoporunoatodosmiscolaboradores, que estabansentadosaaquellamesa.Solohubo uno, una mujer, la jefademarketingdelpartido,queme sostuvo la mirada y mesonrió. Los demás,cabizbajos, estaban mudos.Ni por educación hablarondeltiempo.Meneguéaserelentretenimiento gratuito delgrupo y me dije que siquerían silencio, lo tendrían.
Pero la situación se hizo taninsoportable que por fin dejélos cubiertos, me levanté ymedirigíaellos.—Si os pensáis que todo
está perdido, estáis muyequivocados —dije conconvicción, mirándoles a lacara,algoqueellosnoosabanhacer—. Es cierto que lanochedehoypintamal.¿Paraquéengañarnos?Peroestonose acaba hoy, ni mucho
menos.Lavidaesunacarreradefondoytenemosqueestarbien preparados para estanoche, pues saber perder estanto o incluso másimportante que saber ganar.Ganar lo sabe hacer todo elmundo; perder coninteligencia, deportividad ydignidad está solo al alcancede pocos. —Vi que algunascabezas se empezaban alevantar. Caras serias,
miradas extrañas, ceñosfruncidos. Al menos habíalogradocaptarsuatención—.Preparemos los próximoscuatro años —dije poniendolas manos sobre la mesa,tomando el control de lasituación—.Creemosunplande oposición serio y nuevo,nada de críticas baratas.Propongamos un «gobiernoen la recámara», comohacenen Inglaterra, con
ministrables muy bienposicionados en sus áreaspara darles tiempo aprepararse bien durante estoscuatro años y que así elelector sepa exactamente quéy a quién votará en laspróximas elecciones. Demosunalecciónaladerechasobrecómo se actúa en laoposición; convenzamos alciudadano que desde laoposición también velamos
por ellos, metiendo presión,cuestionando lo que no tienesentido, exigiendotransparenciayexplicaciones.La oposición no es unacatapulta hacia el poderdonde solo se habla y no setrabaja, sino una preparaciónactiva de cara a un futurogobierno. El gobierno quesalga en cuatro años puedeempezaratrabajarhoy.—Noes que esperara ni vítores ni
aplausosamispalabras,perotampoco imaginé quevolveríaavercabezasgachas—.¿Quépasa?—pregunté—.¿Noosgustalaidea?—Huboun largo silencio—. Venga,que hable almenos uno, porfavor—pedíconhumildad.Lucastomólapalabra.—Como dijo Keynes, a
largo plazo estamos todosmuertos.Memordíellabio.
—Pero ¡si solo son cuatroaños!El pelirrojo que había
llevado las cuentas de lacampañareplicóenseguida:—Con un sueldo de
diputada seguro que cuatroaños pasan rápido —dijo—.Para nosotros será más lentoporque ahora nos tenemosquebuscarlavida.—Todos nos la tenemos
que buscar —dije, más seca
deloquehabríaquerido.—Es más fácil para usted
—contestó.Le miré casi con rabia.
¿Qué sabría él de miscircunstancias?—Aniveleconómicoquizá
sí—concedí—. Pero esto vaa resultar difícil para todos.Ahí es precisamente cuandotenemos que demostrarnuestravalía.No pude con ellos.
Siguieron cabizbajos yempezaron a levantarse unoporunohastadejarmesolaenla mesa. En ese momentorecordé las palabras de mimadre, yo no abandonaría elbarco y me quedé allíimpasible, todavía de pie. Siclaudicaban,alláellos.Yomemantendría fiel a mis ideashastaelfinalcomohicieronlaKent, Nelken y Campoamor,pormásquelaculpabilidady
lavergüenzameabrasaranenesemomento.Todos salieronde la sala, algunos segirarony me volvieron a mirar, enocasiones con desdén,mientras que otros selanzaban miradas decomplicidad entre ellos.Esasmalditas fotos habíandestruido la credibilidad quemiequipopudieratenerdemíysospechéquetambiénladelelector.
Sola, me dirigí hacia elpequeño despacho que teníaen la sede del partido, en elqueapenasteníaunoslibrosyuna foto de Gabi, queenseguida tiré a la papelera.Almenosentrabaluznatural,pues la estancia dabadirectamentea laplaza.Mirélos árboles otoñales, tandecaídoscomoyo.Me senté delante del
ordenador para mirar en
internet si habían salido yaalgunas estimaciones. Comocabía esperar, losconservadores iban pordelante, pero no tanto comome imaginaba.Me encogí dehombros y en silencioempecé a abrir cartas, casitres pilas enormes que sehabían acumulado durante lacampaña. La mitad ibadirectamentealabasurapuesdaba por descontado que no
tenía ningún futuro en mipropio partido ni muchomenoscomopresidenta.La llamada de Santiago a
mi móvil hacia las cuatro ymediade la tarde rompióesemomentodesosiego,quizáelprimeroenmásdeunmes.Eljefe de los servicios secretosme confirmó queefectivamente habíandetenidoaGabiy aCarminaen una pensión a las afueras
deMoscú.Estabanesposadosen una comisaría, pero antesel FBI y el FSB les habíaapuntadoconunapistolaparaque deshicieran susposiciones en los bonos. Nohacíamuchodetodoaquello,así que el mercado reflejaríapronto los cambios, a pesarde que fuera domingo.Santiago se disculpó por nohaber completado antes lainvestigación, alegando que
coordinar a laCIA, al FBI yal FSB había sido laoperaciónmáscomplejadesuvida. Me dijo que Andréshabía resultado clave en elproceso, no solo por haberdado con la pista el sábado,sino porque su experienciacon los bancos les habíaahorradodíasdepruebasconmilesdeservidores.Graciasaél,lainvestigaciónhabíasidomás lineal que circular. Le
pregunté por el caso de JoséAntonio y me dijo quetodavía tenían que ataralgunos flecos y quecontactaría conmigo encuanto llegaran a unaconclusiónfinal.Nada más colgar me
levanté y me dirigí hacia laventana sintiendo un ligerotemblor en las piernas. Meeché lasmanos a la cara, sinpoder contener la emoción.
Negando con la cabeza sentícómo las lágrimas meresbalaban por las mejillasmientras me imaginaba aGabidetenidoenMoscú.Mepasaron por la cabeza unsinfín de imágenes suyas enla universidad, tocandocanciones de protesta en lostuguriosdeLondres,tumbadoal sol, paseando por Madridcon sus típicas camisashawaianas, o luciendo su
amplia sonrisa que tanto leacentuaba los hoyuelos.Negué con la cabeza una yotra vez al imaginarme sussombreros Panamá colgadosencasa, lasnochesdepasiónque habíamos compartido,casi me entraron ganas devomitar. Abrí la ventana degolpe para que entrara airefresco y respiré hondo,recordé a Carmina, lo jovenque era cuando la
contratamos. No podía creerqueesachiquita,enprincipiotan buena e indefensa,hubiera acabado en la camaconmimarido.SeguroquenisabríaquéestabahaciendoenRusia,porloqueenelfondosentílástimaporella.Toda la que no sentí por
Gabi el malvado. Me sentíexplotada, engañada,abusada. Nunca me podríarecuperarprofesionalmentesi
se hiciera público que él erala persona detrás de ladebacle de los bonos. En elplano personal, tambiénpensé que nunca levantaríacabeza.Volví a sentarme porque
no sabía qué más hacer. Medijequeloúnicopositivoeraque aquella pesadilla por finse había terminado y quemiles de españoles no veríancómo su hipoteca se
triplicaba. Eso hizo que mimente se aligerara, pero elcorazónlosentíamuypesado,poreldesengañoqueacababade descubrir y por lamonumental derrota queseguro me esperaba. Miscompañeros de partido no semerecían semejante final, niporsupuestolosvotantesquehabían confiado en mí. Leshabía falladoestrepitosamente.
Solomequedabaacabarlajornada de la manera másprofesional y digna posible,pero antes debía informar aGRdetodoloocurrido.Apoyada de nuevo en la
ventana,yconlavistafijaenlos bonitos edificios de laplaza, probé varios númeroshasta que lo localicé en sumóvil, loqueenelfondomedecepcionó porque su lugaren esemomento estaba en la
sededelpartido.Peroentendíperfectamente que nadie mequisieraapoyar.Sinentrarendetalles, le repetí cuanto mehabíadichoSantiagomientrasél me escuchaba en silencio.Porfindijo:—Llama a Lucas y que
saque un comunicado deinmediato; y que lo pongatambién en el Twitter ese, ocomo se llame, y en elFacebook. Hay que anunciar
esto a bombo y platillo —dijo,convencido.Di un ligero paso hacia
atrás.—¿Crees que merece la
pena?—¿Se puede saber en qué
mundo vives? —casi mechilló—.¿Paraqué te lees túlas memorias de esa viejacomunista si no es parainspirarte? Y mira que yo letengounpocodemaníaaesa
buena señora porque en elfondo era una pija que negóel voto a la mujer… —Levanté las dos cejasmientras GR continuabahablando—, pero hay quereconocer que luchó lo suyoespecialmente después deperder su escaño en el 1933.¡Miracómoserepuso!Me sorprendió el
conocimientodeGRsobre lavida de la Kent, sobre todo
después de haberla llamado«vieja comunista» dos vecesseguidas.Pero tenía razón; silaKent no se afligió estandosola,pobreyexiliada,¿cómoloibaahaceryo?—Llamo a Lucas ahora
mismo;creoque todavíaestáporlacasa.—Dile que hay que darle
todo el bomboposible a estainformación —dijo—. Osquiero a todos en mi
despacho del partido en unahora, a las cinco ymedia enpunto: a Lucas, a ti y a tusecretaria.PeroqueLucasnoespere a que llegue, que loenvíetodoya.—Así lo haré —dije, con
una sensación agridulce deexcitaciónydegranculpa.Hacíayamuchoquehabía
dejado de creer en losmilagros, pero obedecí aGRyenviépore-mailaLucaslos
primeros tweets, que élretuiteó tan solo unossegundosdespués.
ISMPresidenta@Socialistas
Bonos españoles, víctima deacción criminal. Dosdetenidos en Rusia#ISMPRESIDENTAISMPresidenta@Socialistas
Servicios secretos movilizanCIA, FBI, FSB para detenerhackers#ISMPRESIDENTA
ISMPresidenta@SocialistasGobierno felicita serviciosinteligencia, espera prontarecuperación bonos#ISMPRESIDENTAISMPresidenta@Socialistas
ISM: «Nuestro programafunciona; confiad ennosotros»#ISMPRESIDENTA
Lucas bajó nada más
enviar los tweets a mi
despacho sin poder disimularsucaradeagobio.Enseguidase sumó Estrella, quientambiénestabaenlasededelpartido, y a quienpreviamente había avisado.Pensé que lo mejor era estarlos tres juntos hasta quellegara la hora de ir aldespachodeGR.Nossentamosalrededorde
lapequeñamesadereunionesqueteníaenaqueldespachoy
giré la única pantalla de laque disponíamos para quepudiéramos verla los tres.También abrí el iPad paracontrolar el precio de losbonos.Demomento,nohabíareacción.De manera sorprendente,
José Antonio Villegasreaccionóestavezmásrápidoque los mercados. Lucasenseguida nos alertó de quehabía contestado con un
tweet. Ensanché nuestrapágina de Twitter en lapantallaparaquepudiéramosseguir las actualizacionesjuntos. Enseguida vimos larespuesta de mi ex directorgeneral.
JAVillegas@ConsultorSan
Martín seponemedallasqueno le corresponden.Programa bajada paro, ideamía.#JAVILLEGAS
Nos quedamos
boquiabiertos. Pero no diotiempo a más, ya que JoséAntonio cargómásmuniciónjusto cuando yo tuve queatender una llamada deSantiago.
JAVillegas@Consultor
dice programa económicoAguadomássólidoqueeldeSanMartín#JAVILLEGAS
A medida que leía el
segundo tweet de JoséAntonio,ycomosi se tratarade un sueño, Santiago mellamóymedijoquesehabíaconfirmadolaculpabilidaddeJosé Antonio por el uso deinformación privilegiada.Después de colgar, no tardéunsegundoenescribirloparaque Lucas lo repasara yenviara.
ISMPresidenta@Socialistas
José Antonio Villegas,involucrado en uso deinformación privilegiada#ISMPRESIDENTAISMPresidenta@Socialistas
Declaraciones de Villegas,exconsultor MinisterioEconomía, sin ningunacredibilidad#ISMPRESIDENTA
Como era de esperar, JoséAntonionocontestóysehizoun silencio digital queaproveché para comprobar elprecio de los bonos en elBloomberg.EncendíeliPadycasidiunbotedelasorpresa:elpreciosehabíaempezadoarecuperar e iba subiendo amedidaque tenía lavista fijaen la pantalla. Me froté losojos por si era yo la que noveía claro pero no, la subida
erainequívoca.Estuveapuntodedarotro
saltoalverquepasabancincominutosdelascincoymedia;senoshabíapasadolahoraatodos con tanto movimiento.Me levanté de golpe y metíprisaaLucasyaEstrellaparallegar lo antes posible aldespacho de GR, pero justocuando abrí la puerta parasalir disparada, allí meencontré de sopetón al
todavía presidente, quien nosestababuscando.—¿Sabéis lo que está
pasando,no?—dijoconojosbrillantes.Iba más arreglado de lo
normal, bien peinado yaseado, con pantalones depinzas, camisa blanca bienplanchada y una americana.Noteníapintadederrota.—¿Lo del Twitter? —
pregunté.Estamosenello.
—Sí,lodelTwitterylodelas encuestas—respondió enun tono excitado, todavía depieen lapuertadeldespacho—. Estamos recortandocamino. ¡Es posible! —dijo,alzando el puño. Estrella,Lucas y yo nos quedamosestupefactos, los tres de pie,sinsaberadóndeir.GRtomóel control—. Lucas, pon laradio—pidió—.Estrella,porfavor, tráeme una silla; nos
vamos a poner manos a laobra aquí mismo, no haytiempoqueperder.Se quitó la americana, se
arremangó las mangas de lacamisa y se sentó dondeEstrella,pidiéndonosaLucasy a mí que nos sentáramos.Yoocupémipuestohabitual,frente a la mesa, y Lucas,despuésdesintonizarlaradio,desdemiordenador, se sentóa mi otro lado. Estrella
enseguida volvió con unasilla y se instaló junto aGR.Todos mirábamos mipantalla. Los conservadoresno tardaron en respondersobreJoséAntonio.
Aguado@Conservadores
José Antonio Villegas NO esmiembro PartidoConservador #JESUSAGUADO,FUTUROPRESIDENTE
Aguado@ConservadoresPartidoConservador,ventajaen el escrutinio #JESUSAGUADO,FUTUROPRESIDENTE
Nosotros respondimos con
lamejorarmaqueteníamos.ISMPresidenta@Socialistas
Bonos España se recuperandespués detenciones Rusia#ISMPRESIDENTA
ISMPresidenta@SocialistasBonos España reflejan buenestado economía, confianzainversores en el gobierno#ISMPRESIDENTA
Laradioenseguidasehizo
ecodeesetweetyalcabodeunos veinte minutos dijeronqueyaestábamoscasialaparenelescrutinio.Nuestrogranlastre eraCatalunya, que noshabíadadolaespaldadespués
de filtrarse la noticia de laventa de buena parte delpuertoantiguode laciudadalos kuwaitíes. Aquello eraunapena,peroverdad.—Nos estamos acercando
—dijo GR, sentado en elextremodelasilla,lasmanosen las sienes—.Necesitamostodos losapoyosposibles,detodos los estamentos. —Nosquedamos pensativos duranteunos segundos, en los que a
mí se me ocurrió pedirle aHalle un tweet de apoyo. Leenviéuncorreo—.¿Cómosellamaba aquel inversor quedijistequeeratanimportante,y cuyo acceso a Españavetamos porque meconvenció el imbécil deVillegas?—preguntóGR.—Gilliot, de NorthStar,
una de las mayores gestorasdefondosdeEuropa.—Ponmeconél—lepidió
a Estrella—. Esto loarreglamos rápido.—Estrellano tardó ni un minuto enpasarlelallamada,conGilliotesperando en la línea (losinversores siempre están apunto)—. Hello, I am thepresidentof Spain, I haveanoffer for you. Sorry NOEnglish. Here is Isabel SanMartín—se presentó en uninglés macarrónico, y mepasó el móvil—. Dile que si
nos escribe un tweet deapoyo, no tendrá ningúnproblema para entrar enEspaña —me ordenó conautoridad.Alucinada,asílohice,ante
la sorpresadeGilliot,quenolo tuvo que pensardemasiado.Sutweetllegóenmenosde
dosminutos.NorthStarInvestments@Director
NorthStar: Candidata SanMartín ofrece buenasgarantíaseconomíaespañola.#NORTHSTARNorthStarInvestments@Director
Inversores internacionales,satisfechos gestión SanMartín#NORTHSTAR
Loslocutoresderadioylas
televisiones, que Estrellatambién había sintonizado enunpequeñomonitorquetenía
en lapared,medioescondidodetrásde lapuerta, sehacíanecodetantomovimiento.Losbonos seguían su ascenso yhacia las seis y media de latarde habían recobrado elvalordeljuevesporlanoche,algo que por supuestoenseguida tweeteamos.Respirécongranalivio.La radio decía que ya
habíamos tomado ventaja enalgunas provincias, pero la
hecatombe en Catalunya nohacía más que empeorar,sobre todo después de uncomentario del alcalde deBarcelona, cuyo partidoindependiente estaba máspróximo a Aguado que anosotros.
BCNAlcalde@AjuntamentBCN
San Martín resol bé temabons, però traicionaCatalunya
#BCNAJUNTAMENT—Hay que resolver este
tema —dije—. Catalunya esdemasiado importante.Voyaintentar llamar al emir paraversilopodemossolucionar.—Dilequeestoydispuesto
a negociar la venta a buenprecio de otro activo sipodemos decir que el temadelpuertodeBarcelonasehacancelado.
—Buena idea —dije,marcando el número de al-Surdha.Esperé casi comiéndome
las uñas, pero no contestó.Volví a intentarlo hasta tresveces, dejando tantosmensajes, pero no hubomanera.Eranmásdelassietedelatarde,quedabamenosdeunahoraparaquecerraranloscolegios electorales.La radiodecía que habíamos cobrado
ventajaentodoelsur,levanteyelnorte,peroqueladebacleenCatalunyahacíaquemásomenos se diera una situacióndeigualdad.Enseguida salió un tweet
deHalle,queno tuvoapenasconsecuencias,lamentablemente, y otro porparte de la Asociación deCajas de Ahorros, dando susoporte a Aguado. Estabaclaro que aquello se había
convertidoenunabatallaporquiénencontrabamásapoyos.Volvíallamaralemir,con
el mismo resultado. Loscuatro permanecimos ensilencio cuando colgué puessabíamos lo importante queerasuapoyo.Cuandoparecíaque laspocasesperanzasqueteníamos se habíandesvanecido, la ayuda mellegó de un lugar que nohabíaprevisto,nipedido.
FT@FinancialTimes
Primer ministro británicofelicita San Martín porresoluciónciberataquebonos#FTGILLIANFT@FinancialTimes
Primer ministro británicoapoya San Martín, ofreceacuerdo emigrantesespañoles en UK#FTGILLIAN
Los tweets de Gilliantuvieron un gran impacto,sobre todo entre las familiasde los miles y miles deespañoles que habíanemigrado a Londres por lacrisis. El apoyo del primerministrobritánicotambiénerauna baza que nunca podríadejar de agradecer a Gillian,quien debió actuar rápido alver lo que se estabafraguando. Sabía que nos
seguía por Twitter, perodesconocía que tuviera líneadirecta con su primerministro.—¿Quiéndemoniosesesta
tía? —preguntó GR,extrañado.—Una amiga —me limité
aresponder.Semeensanchóelcorazón
solo al recordar cómo noshabíamosconocidoenDavosy cómo ella había sido la
única que no me habíaabandonado en la montaña.Estabadispuestaadevolverleaquelfavor.Los hechos se sucedían
demasiado rápido y todosdejamosdepensarenGillianencuantolaradionosdioporprimera vez como favoritos.Saltamos los cuatro denuestras sillas, dándonospalmadas en la espalda.Nerviosos, pasándonos la
mano por la frente,arremangándonos más lasmangasyemitiendotodotipode sonidos respiratorios yguturales, nos volvimos asentar.Lamentablemente no
pudimoscelebrar el siguientetweet.
President@Generalitat
Generalitat no recolza gestióSan Martín a Catalunya
#GENERALITATCATALUNYALoscatalanes,claro,tenían
razón.¿Cómomeibanavotarsi, en un acto dedesesperación del que en esemomento me arrepentíterriblemente, había vendidouna parte importante ypreciosadesucapital?Ansiosa, volví a intentar
dar con al-Surdha ante lamirada anhelante de Lucas,
EstrellayGR.Lointentéunayotravezmientraslaradiosehacíaecodelrechazocatalán,por parte del Ayuntamientode Barcelona y la mismaGeneralitat,amigestión.Losminutos pasaban deprisa. Yoseguía colgada del teléfonomientras veía avanzar lasagujasdelrelojhacialasochode la tarde. Esa hora llegó yfue antes de que el emirpudiera coger el teléfono.
Cuandolamanecillamarcólahora en punto, colgué.Seguramente ya no habíanadaquehacer.
27
Alasnuevedelanocheycon un noventa y cinco porciento del escrutinio, ya nohabía lugar a dudas: habíaperdido,porpoco,perohabíaperdido.
De pie junto a algunos(pocos) miembros de laEjecutiva del partido, GR,Lucas, Estrella y yo, ytambién Martin, que se uniómás tarde, seguimos losresultados oficiales en unapantalla grande que habíancolocadoenlagransalaenelprimer piso de la sede delpartido. El lugar reservadopara las grandes ocasionestodavía estaba
inexplicablementeacondicionado para lavictoria. Cuando empecé anotar que los allí presentesme miraban de reojo,recelososysobretodocuandola televisión mostraba lasimágenes de mis fotos conAndrés, me dieron ganas deponerme a pinchar todos losglobosrojosquecolgabandeltecho, de tirar las cajas depizza por la ventana y de
bebermetodaslasbotellasdevino a morro y de un trago.No hay nada peor que moriren la orilla. Pero había quemantenerlacomposturahastaelfinal.—Lo siento, chica —me
dijo GR estrechándome lamano—. Hemos estado apunto,peronohapodidoser.Bajé la cabeza de la
vergüenza que sentía por lapublicación de esas fotos,
sobre todo delante de GR,que tanto había apostado pormí. Al final conseguísuficientevalorparamirarlealacara.—Laque lo siente soyyo,
GR —le dije—, sobre tododespués de la confianza queme diste. Y te he fallado deesta manera… Lo de lasfotos… —No me dejócontinuar.—Los de la prensa son
unas víboras, ya lo sabemostodos—respondióenuntonotranquilizador que agradecí—.Tútienestodoelderechodelmundoa tomarteuncavaconunamigo,oconunligue,cuandoquieras,ymáscuandotumaridosehaconvertidoenuncriminal.Losiento,Isabel,tienequesermuyduro.Apreté los labiosy lemiré
rebosante de agradecimiento.Apreciaba su apoyo en
momentosduroscomoaquel.Laderrota,aunquemuy lejosde resultar una sorpresa paramí,siempreescruel.No sentí la misma
comprensión en el balcón dela sala donde estábamos, quetambién daba a la plaza deSanta Ana. Apenas había uncentenar de personasesperando, y algunos soloparaabuchearme.«¡Puta!, ¡nos has robado
las elecciones! ¡Nos hasmetido a la derecha por elculo!», fueronalgunosde loscomentarios que sentí comocuchilladasenelcorazón.No respondí pues aquello
no era precisamente undiálogo. Flanqueada porLucas,EstrellayMartin (GRsequedódentro),melimitéadecir que siempre habíaactuado por principios y quetenía la conciencia tranquila
puesnohabíaotrointerésqueel del ciudadano de a piecomo centro de todas misacciones y decisiones. Esosolo consiguió encender mása los presentes, uno de loscualesme tiróunhuevo,queafortunadamente esquivé.Luché por contener laslágrimasymeretirécontodaladignidadquepude,quenofuemucha.CogidadelbrazodeLucas,
bajédirectamentealasaladeprensa, abarrotada decámaras, fotógrafos yperiodistas,paraleerunbrevecomunicado reconociendo laderrota. Di las gracias aquienes habían depositado suconfianzaenmí,medisculpépornohaberlogradomejoresresultados y felicité alganador, deseándole suerte.Noquisedecirnadasobreunfuturo papel en la oposición,
pues no sabía dónde estaríadurante los cuatro añossiguientes ni si mi propiopartidomequerría.Noaceptépreguntas, aunque la prensaestaba ansiosa por sabermássobre Andrés y los hackers.Meretiré.De vuelta a la sala grande
del primer piso, GR sedespidió de mí, dándome unabrazo algo frío y dospalmaditas en la espalda.Me
quedé sola en el centro unossegundoshastaqueEstrellayLucas vinieron a hacermecompañía.Nosabíamuybienqué hacer y, como siempreque esto ocurre, me dije quelomejoreravolveracasa.Bajé las escaleras hasta la
puerta de entrada, donde meesperaba el coche oficial,aunque también meaguardaba Manolo, de pie,enfundado en su gabardina y
bajounaboinanegra.—¡Mira qué chófer nuevo
tanguapotehatocado!—medijo.Manolo sabía cómo
arrancarmeunasonrisa.Nos dimos un largo y
fortísimo abrazo, sin decirpalabra. Al separarnos, aviséalchóferdelcocheoficialquesepodíair,queyamellevabaManoloacasa.Todavía en silencio, entré
en el Mini naranja queconducía, me recliné haciaatrás y emití un suspiro quepareció no acabar nunca.Manoloarrancóelcoche.—Vamos donde quieras,
querida, ¿qué te apetece?—mepreguntó—.Nospodemosemborrachar con cava, conchampán,nosvamosalmejorjaponés deMadrid, te vienesa mi casa y te hago unatortillita…, nos vamos a un
burdel…Loquequieras.Mereíantelassugerencias
(¡sobretodolaúltima!),yaloúnicoqueme faltabaeraquedespués de pillarme con unamante,lanochesiguientemepillaranenunburdel.—Manolo, querido, te lo
agradezco mucho, pero solome apetece ir a casa, estarsola, dormir y dormir…Tengomuchoqueprocesar.—¿Seguro? —insistió—.
Soy todo tuyo, te podríasaprovechar.—No tengo ni ánimo ni
energíaparamás,telojuro.Noté cómo me miraba de
reojo.—Lo entiendo —dijo—.
Tellevoacasa.—Muchas gracias; y
muchasgraciasporvenir.—Te lo mereces todo,
querida.Nos quedamos callados
unosinstantesmientrasenmimente se sucedían imágenesde criminales esposados enRusia,tweetsfrenéticos,fotosclandestinas…También sentícuriosidad por cuanto habíasucedido después de hablarconManololanocheanterior.—¿Pudiste al final hablar
conMaurosobrelasfotos?—lepregunté.—Créemequehicetodolo
posible —me dijo—. Quedé
con él después de hablarcontigo, en plena noche, enun bar de Chueca que estáabierto hasta tarde. Hacíaañosquenonosveíamosyelencuentro fue tenso, pero lesupliqué que no publicaraesasfotos,leimploré,peronohubo manera…Me dijo quealguien le había pagado porpublicarlas, que era laoportunidad de su vida, queestabahartodeestemundoy
quenecesitabaeldineropararetirarse y escribir, que es loquedeverdadquiere.—Poca pena me da el
angelito…—Ser un gilipollas no es
agradable, ni para losgilipollas mismos —respondió—. Me contóvuestra conversación sobrelas fotos y que había estadoen tu despacho la nocheanteriorpresionándote.
Hizounabrevepausaantesdecontinuarentonograve.—Isabel,éltambiénestaba
sometido a una gran presión—dijo Manolo con la vistafija en un semáforo, dondeestábamos parados—.Alguien de la oposición lechantajeó diciendo que si nole ayudaba a ganar laselecciones, el partidoconservador se buscaría otroaliado en la prensa, otro
periódico que fuera portavozde sus ideas, pero sobre todoalquedarexclusivasytodalapublicidad del clanfinanciero-empresarialpróximo a la derecha. Esotambiénexplicaquesacarademanera tan prominente lasdeclaraciones de JoséAntoniocuandotú,yoyhastaél sabemos de sobra quetenían un valor informativonulo.
Manolo guardó silenciomientraselsemáforoseponíaenverde;arrancódenuevo.—Ya sé que es difícil de
entender —continuó—, peroél aceptó el chantajepensando en el centenar depersonas que tenía en laredacción y a las que noqueríadespedir.—Qué bueno es… —
apunté,cínica.Manolo respiró hondo.
Aquella historia iba a serdifícildevender.—El caso, y esto debes
saberlo—añadió—esquenosolo le ofrecieron una sumaimportantísima de dinero porpublicar esas fotos, sinotambiénporbuscarlas.—¿Queríanmi cabeza?—
pregunté, fría, con la miradaperdidaalfrente.—Sí —concedió Manolo
en voz baja—. Le pidieron
que pusiera a uno de susfotógrafos a seguirte día ynoche, buscando debilidadesocualquiermalmomentoqueellos pudieran explotar paradesbancarte.—Buitres…—Notevoyanegarquela
política muchas veces daasco.—Supongo que serían los
mismos que le amenazaroncon retirarle la publicidad,
¿no?—Suponesbien…—dijo.Cerré los ojos ante tanta
canallería. Al volverlos aabrir vi que ya estábamosentrando en la plaza deOlavide.—Déjame donde te vaya
bien, estamos ya casi—dije,asiendo el bolso—.Pues conlaexcusadeaceptarchantajesparaayudaralossuyoshabráacumulado unos buenos
ahorrillos, ¿no? —pregunté,asqueada de imaginarme aMauro en una tumbona delujo en Ibiza financiada pormifracaso.—Piensadevolverpartedel
dinero…—¡¿Parte?! —interrumpí
—.Quégracioso,estode serbuenosoloamedias…nuncalohabíaoído.—Isabel,porfavor…—Nomeintentesvenderlo
quenosepuedecomprar.Manoloaparcóelcocheen
doble fila, justo enfrente demicasa.—Tiene pensado dejar el
puesto mañana mismo yalquilar un piso enFormentera, enfrente delmary dedicarse a escribir unlibro. Ya te dije que es sugranilusión.Mequedémuda.Nopodía
soportar la idea de que mi
amigo estuviera justificandolasaccionesdelmalvadoqueprácticamentehabíaejecutadomicondena.—No te pido que le
perdones, Isabel, solo que leentiendas.Silencio.—Manolo —dije
girándome hacia él, los dostodavía dentro del coche—,pero ¿túya lehasperdonadotodoloquetehizo?
—No fue él quien medelató.—¿Cómo que no? Y
¿quiénsino?—Como te dije, durante
años pensé que él le mostrónuestras fotosalpresidenteyque eso me costó lacandidatura porque unpresidente gay en la Españade los ochenta eraimpensable. —Asentícomprensiva—. Pero no fue
él—repitióvolviéndosehaciamí, las manos asidas alvolante—. Ocurrió que,desesperado con la droga, ledecía a su camello en Ibizaquerecibiríaprontoeldineroque le debía e incluso leexplicó su plan parachantajearme a mí comogarantía: le dijo al camelloqueyonuncaledejaríallevarfotos comprometedoras alpresidenteyqueparaevitarlo
le daría la casa, así él podríavenderla y pagar sus deudas.Pero el camello se cansó deesperar y un día, cuandoMauro estaba ciego de cocaencasa,sehizoconlasfotosy efectivamente las llevó aMoncloa. Y esto tampoco losabía: resulta que elpresidente se las compró. Lepagó una fortuna paraprotegerme a mí; si no, elmuy capullo las habría
vendido a la prensa. Aunqueperdí la candidatura a lapresidencia, ese gesto delpresidente me salvó elpescuezo,porquealmenoshepodido labrarme una carreracomo consultor y consejero.De haber salido esas fotos ala luz, el país me habríacondenado y no hubierahechonuncanada.—Como me va a pasar o
ya me ha pasado a mí —
apunté.—Esonoesverdadyahora
loverás.La frase me sorprendió,
pero todavía estabaintentando procesar laincreíblehistoriadeMauro,elcamello, Manolo, el anteriorpresidente y las fotos. Nosabía si creerlo, la verdad.Habíavisto tantasmentirasyfalsedadesqueyanomecreíanada,aunqueaManolosí.
—¿Estás seguro de queestaeslaverdad?—He llamado al
expresidenteestamismatardepara preguntárselo —dijomirándome—. Me lo haconfirmado todo y me hadevuelto las fotos; he pasadopor su casa justo antes devenirte a buscar. Le hedevuelto ese dinero, queMauro me facilitó anochepara mostrarme su
arrepentimiento.Negué con la cabeza. El
mundoeraabsurdoycruel.—Abuenashoras…Manolonodijonada.—¿Está ya totalmente
recuperado? ¿Toma algo?—pregunté.—Sí,seharecuperadobien
—dijo Manolo con alivio—.Hace años que no pruebanada, bueno, desde entonces.Bebe poco y lo único que se
permite es fumar. Quierededicar esta temporada enFormenteraacuidarse.Nos quedamos callados
unossegundos.—En fin—dije con cierto
conformismo pasivo-agresivo—.Mealegrodequetodosehayaarregladoparavosotros:túyMauroestáiscomoreyes,GRvaabocadoalconsejodeHSC,yaquílaúnicapringadasoyyo…
—De eso te quería hablarprecisamente —me cortóManolo.—Pueshabla—dijemedio
bostezando y mientrasrecogíadelsuelodelcocheunpardebolsasdetelallenasdedocumentos que me habíatraídodeldespacho(porsiyanovolvía).—Españatenecesita.Era la segunda vez que
Manolome repetía esa frase,
aunque esta vez no me reícomoenDavos.Estaveztuvequeesforzarmepornollorar.—Esoyame lodijisteuna
vez ymira lo que ha pasado—respondí.—Escucha —insistió
Manolo—. Sospecho que aJesúsAguadolevaairfatal.—¿Porqué?—Porque la crisis va a
durar más de lo que todo elmundo espera y la gente no
tolerará los recortes de ungobiernoconservador.Seguroque se lo cargan pronto.Tienes una gran oportunidadde fundar tupropiopartidoyganar.Entoncessíquemereí.—De ninguna manera —
afirmé, segurísima de cuantodecía—. Ya tengo suficientede traiciones, cobardías,insultosypuñaladas.No,queparen el mundo, que yo me
bajo, como mínimo delmundodelapolítica.—Isabel…, tranquila, deja
pasar un tiempo para tomarcierta perspectiva —mesugirió.—No haymás que hablar,
Manolo —le respondí, seria,sujetando la manivela de lapuerta del coche—. Nuncame volveré a meter enpolítica. No sé, intentaréentrarenlauniversidad,ome
iréalextranjero.—Yahablaremosmás…No, no quería hablar más,
ni en ese momento ni nuncasobre fundar un partidopolítico,algoqueademásmeparecía la idea másdescabellada e impracticabledelmundo.—Querido, te voy a dejar,
estoy muerta; necesito estarsola y tranquila —le dije,ahorasíabriendolapuertadel
Mini.—Por supuesto, como
quieras,peroyasabesquemepuedes llamar a cualquierhora. Te recuperarás, estoyseguro,yconseguirásgrandescosas —dijo mirándomefijamente.Yo desvié la mirada y me
dirigí hacia el portal. Justoantes de llegar a la puerta,Manolo bajó la ventanilla ymedijoenvozalta:
—Recuerda que lo queseparaa losmediocresdelosgrandes es cómo estosúltimos superan lasadversidades.No dije nada; le sonreí y
meadentréenelportal.Entré en el piso, mi casa,
que semehizomuy extraña.Mesentíacomosimeacabarade despertar de una pesadillay por fin llegara ami hogar.Pero la cruda realidad me
golpeóenseguida.Aquellonohabía sido un mal sueño:habíaperdidounaseleccionesgenerales por culpa de unmarido criminal, cuyapresenciatodavíapodíasentiren el piso. Todo tenía unaspecto extraño, peroenseguidaentendíporqué.Elmuy cabrón había recogidosus cosas antes de largarse aRusia: ni rastro de suspertenencias,desusguitarras,
sus chaquetas de piel o suslibros. Sus estantes estabanvacíos y también el armariodel salón donde guardaba sumúsica. Sin quitarme elabrigo,corríhaciaelcubículodonde tenía sus ordenadores,queporsupuestoahoraestabadesmantelado.Meloimaginéallísentado,enlasillaqueeralo único que había dejado, yle vi con su mirada atenta alas pantallas. Mientras yo le
preparaba la cena o lellamabaparaquevinieraa lacama, él maquinaba su grangolpe.Sentí ganas de tirar
cualquier objeto que sehubieradejadoporlaventana,pero solo encontré unviejísimo y deshilachadosombrero Panamá detrás deunapuerta.Lorompíyarrojéal suelo con todas misfuerzas.Meapresuréhaciael
dormitorio y con brusquedadabrí la cama para encontrarun vacío donde normalmenteestaba su pijama. Busqué enla cocinay en la cómodadelrecibidor algún indicio decomunicación, una carta, unamísera nota. Nada. El muycabrón se lo había llevadotodo y se había fugado sindejarrastro.Llena de rabia, salí a la
despensa,enlaterraza,ycogí
todas las escobas, fregonas,cubos y productos delimpiezaquepudeylosarrojéconviolenciaalacalle,desdemi tercer piso. Lo hicegritando «¡toma!, ¡toma!»,sintiéndomemuchomejorporello y, afortunadamente, sindaranadie—aunquenopudeevitar armar un considerableruido—. Me escondí dentrorápidoaladvertirquealgunosvecinos habían sacado la
cabeza para ver qué pasaba.No sé si alguien me vio.Tampoco me importaba;francamente tenía problemasmásgraves.Depieenelrecibidor,traté
de calmarme; estabatemblando, me entró un fríoterribleylaslágrimasestabana punto de aflorar. Intentérecobrarlafuerzaqueadquiría losochoaños,enfrentadaauna situación igual de
aterradora. Como en aquellaocasión, debía mantener latemplanza, pensar y actuar.Conté hasta diez y traguésaliva. Tuve tentaciones deirme a un hotel, pero ¿paraqué? Tarde o temprano metendría que enfrentar a larealidadyaquellaeramicasa.Yamás tranquilame quité
el abrigo, encendí lacalefacción, puse un poco demúsica clásica y me cambié
de ropa para estar cómoda.Miré el teléfono y vi quehabía algunosmensajes,perono tenía ganas de nada. Solode estar sola.Me senté en elsofá y encendí la televisión.No hacían más que ponerimágenes de Jesús Aguado,líder de la oposición,victorioso en el balcón de lasededesupartidocelebrandoelresultadoconsumujeryunmontón de críos. Supuse que
sería otro del Opus. Su carade niño repipi y su familiaperfectamedieron casi asco.Allí estaban todos, tansonrientes y falsos. ¿Quésabía él de la vida? Seguroqueencuatroañosyanoseríatan moreno y feliz, sino quetendríaelpelollenodecanasyunamujerinfielhartadenoverle en casi un lustro. Yseguro que los niños seconvertirían en unos
malcriados, acostumbrados aser los reyes del mambo enMoncloa.Detuve esos pensamientos
tan negativos que solo mehacían más daño y cogí elmóvil. Estaba ansiosa porrecibir alguna palabra amiga.HabíauntextodeEstrella:Cuenta conmigo, Isabel.
Estoy aquí para lo quenecesites.Respondí:
Gracias y no te preocupesportupuesto.Nadietepuedeechar. Tranquila. Sigue contu vida. Seguimos encontacto.Estrella respondió
enseguida:Muchas gracias, Isabel.
Mucho ánimo con todo. Lavidatesonreiráotravez.Al menos aquello me
arrancóunasonrisa.Estaba hundida, esa era la
verdad. Había arruinado mireputación. Tantos años detrabajo, llegando a rozar elcielo, para que al final losmíos me acabaran llamando«puta». La vida era así deinjusta, así de jodida. Se mepasó de todo por la cabeza,desde tirarme de un puentehasta ligarme al emir,exiliarme en Kuwait yorganizar allí unasolimpiadas. También
consideré aceptar un empleocomo trabajadora social enalgún centro de necesitados.Pero por lo pronto me dijeque lomejorera tomarmeuntiempo y no apresurarningunadecisión.Recibí un texto de mi
madre:Vete de vacaciones con el
rubio.Esperoqueestésbien.VenaPamplona,eltíoyyotecuidaremos.
Mimadremeconocíabienysabíaqueenesosmomentosno tenía ningunas ganas dehablar por teléfono.Me hizogracia su insistencia conAndrés. Pero no le di másimportancia, ya que desdehacía unos años suscomentarios eran más bienaleatorios.Cuando creía que por fin
había llegado elmomento dedisfrutardeunpocodepaz,el
móvil volvió a sonar,insistentemente, desde elinterior del bolso. Por suertellegué a tiempo. Era Walter,loquemesorprendiópuesyame lo imaginaba haciendomigas con el partidoconservador. La bancasiempregana.—La comunidad inversora
conmigoalfrentetedebemosunfavordelosgrandes—medijo, directo—. Nos hemos
forradotodos.—Reflotaresosbonossolo
eramiobligación.Guardósilencio.—Eres una mujer
excepcional,Isabel;lodeestanoche es una gran pérdidaparaelpaís.Aquello me halagó pues
Walter no era proclive aexpresiones de admiracióncomoaquella.—Lo dices porque ahora
no sabrás qué hacer conCaimán y las licencias —respondíconciertasorna.Serio.—Sabesperfectamenteque
noeseso—dijo, serio—.Loquemásmejodeesqueahorano voy a tener el consejo deadministración lleno de tíasbuenas, ¡coño! Con locontentoqueestabayoconeltema de las cuotas, ¡meimaginaba todo el día
rodeadoderubiascachondas!Me reí abiertamente,
supongo que descargandotensión.Québrutoera.—Walter, por Dios —le
regañé—.¡Quenosetratadeponer a rubiasdespampanantes sino amujeresinteligentes!—Bueno, pero si da igual,
mujer —bromeó—. Te digoyo que las rubias harían lomismo que los que tengo
ahora: ¡nada! Nada de nada.Si al final lodecido todoyo,hombre, si siempre es igual,sinadiepegachapa…—Ay,Walter…—dijecon
una sonrisa en los labios—,menudoerestú.Detodasmaneras,soloque
estuviera abierto al tema delas cuotas, por las razonesquefuera,suponíauncambiodeactitudyesoerapositivo.—Bueno, siempre puedes
empezarelprograma tú solo,aunque no tengamos el trato—lesugerí.—Loquemásmegustade
ti, Isabel, es que noabandonasnunca.—Claro que no —dije
rápidayseria—.Nunca.—Eres una gran mujer—
repitió—. Y oye… —dejópasar unos segundos—, esasfotos…, pero por Dios,menudo par de principiantes,
¿no podíais ser un pocomásdiscretos?—Walter, no sé si te lo
creerásperoallínohubonada—respondí—. Tan solo meestaba explicando que habíaencontrado la pista delhacker…—Pues se os ve muy
cariñosos… No sé si yoabrazaría a alguien y lecogeríadelasmanosmientrashablodebonosyhackers…
—Walter —le corté—. Elhacker es mi marido, bueno,miex,Gabi.Hubounsilencio.—Joder… —fue cuanto
pudo decir—. Hostia, losiento,Isabel,nosabía…—No te preocupes —
contesté ya con ganas determinar la conversación—.Tú cuídate, disfruta de tuscacerías, mucha suerte entodo e igual algún día
coincidimosenalgúnsitio.Seaclarólavoz.—Estoy seguro de que sí
—dijo serio—. Te debo unfavor, no lo olvides. Lo quehemos ganado con los bonosme resuelve muchos y muygrandes problemas, no loolvidaré jamás. Así quecuando lonecesites,ya sabesdóndeestoy.—Entendido —asentí—.
Pero ya sabes que yo solo
pienso en los ciudadanos, noquieronadaacambio.Después de una breve
pausa,dijo:—La campeona ahora eres
tú.Recordé cómo a él le
llamaban «Campeón» en elbanco,yensociedad,señaldesu incuestionable poder einfluencia sobre los demás.Por esa razón, y viniendo deél mismo, aquel era uno de
los mayores cumplidos quenadiemepodíahacer.—Una cosa —añadió—.
Ese hombre, Andrés, es unbuentipo.—¿Porquélodices?—Tú dices que te estaba
consolando, pero yo en esasfotos veo más chispa queconsuelo, más cava quebonos…¿Qué quieres que tediga?Me quedé callada. Igual
teníarazón.Continuó:—No te quepa la menor
dudadequedespuésdelodelPradomevinoapedirquenoquería ser el encargado dellobbying contigo porque noquería perjudicar vuestraamistad. Me lo dijo así, talcual. Es un hombre honrado,créeme.Yuntíolisto.—Lo sé —dije—. Sin él,
posiblemente nuncahubiéramos resuelto esta
situación.Losdos suspiramos, casi a
la vez, y nos despedimosdeseándonoslomejor.Yo, que siempre le había
visto como un tiburónmalvado de las finanzas, yresultó que en el fondo, ycomotodos, también teníasucorazoncito.Volví a sonreír
imaginándome a su consejolleno de rubias
despampanantes.Menudo.Me preparé un té verde y
meestirédenuevoenelsofá,bien tapada bajo una manta,mirando las noticias: «Losservicios de inteligenciadestapan una trama dehackers detrásde la caídadelos bonos», «La deudaespañolase recuperaenWallStreet después de un fin desemanadelocura»,«Elnuevogobiernodicequeellostienen
mejores sistemas deseguridad», «El electorado,confuso».Salieron entrevistas con
Santiago y—ahora sí— GRponiéndose medallas,explicando cómo habíantenido a la CIA, al FBI y alFSB a sus órdenes y cómohabían destapado el complot.GR explicaba que durante sulegislatura había dedicadomucho tiempo y esfuerzo
para que los serviciossecretos funcionaran en losmomentos necesarios. Sonreíconcinismo.Volví a mirar el móvil,
ahoraensilencio.Nirastrodelasinvitacionesaconsejosdeadministración o puestos enuniversidades de prestigioqueotrosexministroshabríanrecibido ya en circunstanciassimilares. Un excompañerodegabinete,porejemplo,que
había dimitido hacía un año,había conseguido pocodespués una cátedra en laUniversidaddelaLaguna,enTenerife, donde ahora vivíacomo un marqués junto almar. Otros exministros degobiernosanteriorespresidíanahora asociaciones oempresas semipúblicasmientras que los másafortunados entraban enconsejos de administración,
queesdondeestáeldinerodeverdad. Esa era la meta deGR.Apagué el televisor y me
levantéparaponerunCDdePauCasals—malaelecciónsiuno necesita animarse—cuando por fin llegó lallamada que más necesitaba.Lo entendí porque me sentímuchomástranquilaalversunombreen lapantalla.Relajélos hombros, hasta entonces
encogidosytensos,ysuspiré.Dejé pasar dos o tres tonosmientrasme aclaraba la voz.Cuando por fin contesté casinomediotiempoasaludar.—Tengoaquíunosobjetos
que creo que le pertenecen,señoraSanMartín,ypensabaque igual podía subir adevolvérselos.EraAndrés,porsupuesto.Enseguida llamaron al
interfono.Corríacontestar.
—Abreoabre—dijo.Abrí.Alcabodeunratollamóa
la puerta del piso y me loencontré en el rellano con lafregona, la escoba y el cuboque había tirado por laventana hacía más o menosuna hora. También traía unapizza y una botella deGramona.Me reí. El hombre que
tenía enfrente, fregona en
mano,pocoteníaqueverconel pijo de ingenieros quemerobaba las ideas veinte añosatrás.—Anda, pasa —le dije
desde el recibidor—. ¿Sepuede saber de dónde hassacadomidirección?Me miró con una ceja
levantada.Fruncí el ceño. No estaba
parajuegos.—¡La cuenta! —Recordé
—. ¡Maldito, había olvidadoquelosabestododemídesdequeentrasteenmicuenta!Sonrió con cierto aire de
superioridad.Enel fondoeraun pijo rematado, por másque se escondiera bajo unabarbadedosdíasydetrásdeuncubodefregar.Sin decir nada me siguió
hasta el salón, dejando lostrastos de la limpieza en elrecibidor y observando con
sus ojos inquietos cuantohabía en el piso, que no eramucho.Amí siempreme hagustado lo minimalista; dehecho, apenas he tenidonunca nada que no cumplaunafunción.—No busques a Gabi —
dije—, está esposado enMoscú, imagino que losabrás.—Sí, sí —respondió—. Y
los bonos por fin se han
recuperado.Asentíconlacabeza.Andrésmemiró sin poder
escondersulástima.—He intentado por todos
losmediosllegaralfondodelasunto antes de que cerraranlos colegios, pero ha sidoimposible—afirmóconpesar—. De verdad, lo hemosintentado por todos losmedios pero había muchaspersonasysistemaspoliciales
implicados, la diferenciahorariadepormedio.Hasidoimposible.Losiento.—Pero ¿qué dices,
Andrés? —dije, cogiéndolemomentáneamente del brazo—.Deno ser por ti,mañanala deuda se habría hundidotodavía más y noshubiéramos visto abocados aun rescate. La que tiene queagradecertelaayudasoyyo.Dejó el cava y la pizza
sobrelamesa.Seacercóamíy me puso las manos en loshombros.—No, no, las putas fotos
son culpa mía—dijo—. Fueuna mala idea ir al LucyBombón,soyunidiota.Pensédecirte que vinieras al piso,pero después del viernes nome pareció oportuno y meimaginé que tú tampocoquerríasvolver.—Notepreocupes,Andrés
—dije sin moverme. Susmanos todavía en mishombrosmereconfortaban—.Yo también lo tendría quehaber pensado y con másrazónquetú,porelcargoqueocupo,bueno,queocupaba.—Sin esas fotos y con el
tema de los bonossolucionadohabríasganado.—Ya, y si tuviera alas
también podría volar. —Sonrió—. No hay que darle
másvueltas—continuéahoramirando al cava. Eso sí quemeapetecía—.Lascosassoncomo son, e incluso esto esparamejor.Lapolíticamedaasco,mejorsalirmeahora.—No digas eso, Isabel—
dijo, ahora acariciándome lamejilla, rápida perosuavemente—. Igual ahorano, pero quizá tengas tumomento en el futuro. Eresun crack y el país necesita
alguien como tú. No sé siahoraoenel futuro,peronome cabe la menor duda dequeterecuperarásdeesta.Bajélacabeza.—Te agradezco las
palabras,peronotengoganasde pensar en el futuro—dije—.Mebastaconelpresente.Volvíamirarelcava.—Tehe traído esto, por si
te apetecía—dijo, viendomiinterés.
Lesonreí.—Anda, sírveme un poco
—me animé, yendo hacia elarmarioparabuscarunpardecopas.Cuando volví la botella
seguíaintactasobrelamesayAndrés continuaba de pie,algo nervioso, las manoscruzadasdetrásdelaespalda.Me miraba un pocoexpectante.—¿Qué pasa? —pregunté.
No estaba yo para máscontrariedades.—Bueno… —balbuceó
como un adolescente—. Nosé si ahora prefieres estarsola…, supongo que todo esunpocodifícil.Noquieroserunpesado.Le miré con una sonrisa.
Aquella timidez en alguiencomo él, acostumbrado aconseguir siempre lo quequería,me hizo recuperar un
pocolafeenlarazahumana.—Anda, siéntate—le pedí
—,nostomamoselcavaylapizza y luego te vas, queestoyagotada.—Estupendo —exclamó.
Lacaraseleiluminó.Sirvió el cava y abrió la
pizza, napolitana, quecomimossentadosenelsofá.—También sabes que me
gustalanapolitana,claro…Nosmiramosysonreímos.
—Miedo me da saber quémáshasdescubierto…—Mellevarétussecretosa
la tumba —dijo, levantandolascejas.No quise preguntar más.
Tenía la cabeza tan llena yestaba emocional yfísicamente tan exhausta queya solo quería reírme unpoco,comerlapizza,beberelcavayluego,dormir,dormir,dormir.
Observé cómo Andrés ledabaal cava casi tanto comoyo. A ese ritmo, la cenaduraríapoco.—Cuidado —le advertí—.
¿TienesqueconduciraPuertadeHierro,no?Puesnobebasmuchomás…Dejósobreelplatoeltrozo
depizzaqueseibaallevarala boca y sin mirarme meexplicó:—No, he venido en taxi
desdemi piso de Salamanca.Mehanechadodecasa.Yo también dejé el cava
que estaba a punto de tomarsobrelamesa.—¡Lasfotos!Asintióconlacabeza.Con todo lo que había
sucedido ese día no se mehabía ocurrido pensar que lamujer de Andrés tambiénveríaesasimágenes.—Ostras…, lo siento —
dijecogiéndoledelbrazo.Tragósaliva.—No te preocupes —
añadió, ahora mirándome—.Es lomejor. Esematrimonionunca tuvo que ser. Lo queme extraña es que hayaduradotanto.—Perolosniños…—Los niños estaránmejor
en una casa un poco másalegre,lanuestraeracomounfuneral—explicó—.Elmejor
regaloquepuedodarlesamishijos es ser una personacompleta y feliz y yo en esematrimonio no lo era. Serfeliz es la mejor manera deque ellos también lo sean; elejemplo dice más que laspalabras.Estabadeacuerdo.—Pues brindemos por la
nueva vida—dije—.No nosquedaotra.Asílohicimosyacabamos
lapizzayelcavahablandodetodounpocoydemanerauntanto inconexa.Yo lemirabaa sus grandes ojos azules,siempre atentos, siempreinteligentes y pacientes,miradasqueélnodesvió.Unpar de veces nos quedamosenganchados así,simplemente porque nosgustaba, porque nossentíamoscómodos.Me di cuenta de que las
emociones habían dejado deintimidarme, quizá porqueentendíquelaracionalidadnoestá reñida con lossentimientos. El sosiego deesas miradas con Andrés, enel fondo tan llenas de deseo,mehizocomprenderqueunopuede ser emocional de unamanera racional, y viceversa,apesardehabermepasadolavidadespreciandotodoloqueno fuera raciocinio, una
actitud que en el fondo mehabía perjudicado. De habersido un pocomás inteligenteemocionalmente me habríadado cuenta de que Gabi sehabía esfumado delmatrimonio meses antes dedar el golpe, aunque todavíaestuvieraencasaaparentandonormalidad.Un pocomás devista me habría puesto enalertay,sibiennuncahubierapodido imaginar lo que
tramaba, al menos sí podríahaber acabado a tiempo unarelaciónqueamítampocomeaportaba gran cosa. Pero nolo supe ver porque noprestaba atención, tanocupada como estabatrabajando o analizándolotododemaneraracional.Melevantéalbañoyluego
a preparar un par de tésherbales, distrayéndome untanto en la cocina mientras
repasaba los múltiplesmensajes de texto que sehabían acumulado desde quehabíallegadoAndrés.Habrían pasado unos diez
minutoscuando,extrañadadeno oír ningún ruido en elsalón, cogí las dos tazas yvolví, sin poder conteneralgún bostezo. En realidad,estábamos los dos agotadospuesapenashabíamospegadoojo en las últimas cuarenta y
ocho horas. Yo, con micandidatura y Andrés,buscando hackers por mediomundo.Encontré a mi antiguo
compañero de clase con lacabeza echada atrás en elsofá, el móvil en la mano,totalmentedormido.Sonreí. Vaya una citamás
apasionada la nuestra. Unabostezando, y el otro,durmiendo.
Le quité los zapatos, lecubríconunamantaylepuselacabezasobreunaalmohadasin que él se diera cuenta denada.Hastahabíaempezadoaroncar. Yo me acosté en micama, pensando en él. Apartirdeaquellanoche,nohahabido una que no hayaestadoamilado.
28
Tres semanas después deesos acontecimientos meencuentro aquí, en unpequeñopisoenMalasaña,nomuy lejos de casa, que healquilado como centro de
operaciones parami próximoproyecto.Siguiendo la sugerenciade
Manolo y sobre todo lo queme dicta el corazón, hefundado mi propio partido:«Igualdad en el poder».Necesitamos urgentementecontarconunafuerzapolíticaque abogue contra ladesigualdad de la mujer, delosniños,delosancianos,delos gays, de las minorías
étnicas o religiosas, de losenfermos, de losdiscapacitados…,detodoesegrannúmerodepersonasqueno son varones de medianaedad y que la sociedad dejadelado.Aunquesoloconsigaun escaño al menos serásuficiente para intentarpropagar el mensaje ypresionar para conseguirreformas.Quiero vivir a tope y
dedicar mi tiempo a lo queverdaderamentetienesentido.Las derrotas en el fondo sonliberadoras pues abren lapuertaaunamplioabanicodeposibilidades.Elhechodenotenernadamásqueperderesunauténticoalivio.Me he propuesto
aprovechar mi fracasoelectoral para quitarme deencima tapujos y prejuicios.Me he cortado el pelo corto,
mehepuestounasgafasrojasnuevas y llevo hasta ropamoderna y juvenil, en planhipster pero de cuarenta (ypico).Una trenca,unmacutoyunasbotashan sustituido alos trajes, las carteras y loszapatos de medio tacónporque1)quieroircómoday2)mehe cansadode intentarser perfecta. Soy quien soy,con mis cualidades y (sobretodo)limitaciones.
He dejado atrás a losaburridísimos miembros delpartido,que tampocomehanvenido a buscar. Si bien escierto que GR me apoyó lamayor parte del tiempo, losdemás brillaron por suausencia en mis horas másbajas. Sé que ya estánrespaldandoaMariodecaraalas próximas elecciones, unaapuesta mucho más«tradicionaly segura», según
me han dicho. Allá ellos siquierenmásdelomismo.En cambio, yo noto como
si le acabarade echar unparde cubos de leña a mi vida,dándole un brío que meentusiasma. Para nada mesiento una cuarentona cuasiadúltera, divorciada,derrotada y humillada, sinoalguien en plena madurez apuntodeempezarelproyectomásilusionantedesuvida.
Mi primer paso ha sidoempezar estasmemorias, porsi mi experiencia sirve deayuda y ánimo a nuevasgeneraciones, pero tambiénparalavarmiimagen.Españaesunpaísmachistay sibienla infidelidad masculina seconsidera un desliz o unavictoria, la femenina sepenaliza sin compasión. Poresoesperoquesemeentiendamejor una vez desvelada la
culpabilidad de mi exmaridoeneldescalabrodelosbonos.También he fundado una
revista, que por supuesto hellamado Ibérica. Ya hecontactado con algunosamigos escritores y nosturnaremos para publicarartículos de opinión sobretemas relevantes,especialmente aquellos quelos demás medios ignoran.Sin ánimo de plagio, he
copiado algunas de lassecciones de la revista de laKent, como «Sin censura» y«Gobierno en el exilio»,escrita por amigos en elextranjero. También tenemosuna sección regular dondelistamosdiezsolucionesaunproblema determinado. Serádivertido. En principio, soloson ocho páginas cadatrimestre, y que coordinaráEstrella, a quien he
contratado, de momento, enplan freelance. Ella, quesigue en su puesto en elMinisterio, ha aceptadoencantada.Estoy aquí porqueme veo
capaz. Gandhi una vez dijoque las personas vivimosdentro de una circunferenciaen la que los límites sonnuestros propios miedos. Yohe decidido quitármelos deencima y llegar hasta donde
la imaginación me lleve. Ymesientorebosantedeideas.Quiero atraer el voto de
todos quienes no tienenacceso a las oportunidades oderechos que lescorresponden por unacuestión de injusticia,empezando por el grupomayoritario: las mujeres. Hepropuesto la formación declubes de niñas aventajadasen los colegios, másteres de
liderazgo para las mejoresuniversitarias,másdeportesyligas escolares femeninas,cuotas obligatorias en losconsejos de administración,premiosalasmejoresartistas,músicas, escritoras ycientíficas o becas deintercambio en el extranjero.A las mujeres casadas conhijos quiero darles laposibilidad de tributar demanera independiente y
ofrecer importantesdescuentos con el fin deincentivar su retornoprofesional. Tambiénpropondré subvencionarguarderías.Antes de que me lluevan
las críticas, he aclarado queeste impulso a la mujer nosignifica empequeñecer a loshombres. Quiero unequilibriosocialyeconómicosano,enlíneaconmipostura
natural entre derecha eizquierda, y siempre con elobjetivo de favorecer almáximonúmerodepersonas.Tengo en mente una
sociedad avanzada, muyalejadadelfranquismoydelatransición,ydelaretrasadaysobre todo injusta moralcatólica que todavía invademuchos rincones de nuestrosistema. Por ello he sugeridoeliminar las festividades
religiosas, cambiándolas pordías lúdicos: uno para eldeporte, otro para la familia,para la cultura o los viajes.Celebrar la InmaculadaConcepción en una sociedadmulticonfesional y modernacarecedesentido.Quieroproponerunpaísde
todos y para todos, máseuropeo que nunca; un paíssin complejos, con unoshorarios similares a los de
nuestros vecinos,internacional, eficiente yoptimista.Sinindulgenciasnivictimismos, un país enmarcha, que mire haciadelanteynohaciaatrásyquesolucione los problemas concreatividad y mentalidadpositiva. Para ello esnecesario un cambio radicalen educación, con el fin deque el talento de verdad sefiltrebienhaciaarriba.Estoy
harta de incompetentes en elpoder que no hacenmás queralentizarelprogreso.Esas transformaciones se
pueden financiar recortandobuena parte del despilfarrotodavía vigente en otroscampos. El presupuestomilitar,porejemplo,sepuedeperfectamente reducir a lamitad, lo mismo que lassubvenciones a medios decomunicación.Noquieromás
propaganda que la de misacciones.También sepuedenrecortar cantidadesimpresionantesencuestiónderepresentación y diplomaciaexterior solo con eliminar elvino y el jamón de todos losactos. Los acuerdosinternacionales se puedendiscutir perfectamente sobrecafé y pastas, como losingleses. Y tampoco hacefalta que nadie viaje en
business o en vuelosmilitares.Quieroungobiernocivil.Yame he reunido con los
medios y, de manerainesperada, resulta que ahorapuedo contar hasta con LaVerdad, que ha perdidomordacidad tras la salida deMauro.Lanuevadirectoraesunachicajoven,profesionalycon ganas que Walterpropuso (HSCeselprincipal
anunciante). Elnombramiento, pensé, es sumanera de agradecerme lafortuna que amasócomprando bonos (baratos)cuandoyoleavisé.Carles, mi amigo catalán
de la radio, me ha fichadocomotertulianahabitualensuprograma de los sábados,aunque todavía no me haperdonadolaventadelpuertoantiguo de Barcelona. He
contactado con el emir,rogándole que por favor seolvide de ese tema,explicándole por qué. Loskuwaitíes han ganadotambién tanto dinero con elreflote de los bonos que al-Surdha ha accedido a mipetición,aunqueimaginoqueAguado, si no es al emir,acabarávendiendoelpuertoaotros, lo que me llena depena.Yoyaheidohasta tres
veces a Barcelona para pedirmisdisculpasytrabajarenmirecuperación. Se han portadoestupendamente conmigo ycreoquepuedocontarconelapoyo de las mujerescatalanasenmiproyecto.Meda que esperan un tratopreferente, y yo estoydispuestaadárselo.También tengoaGillian,a
quien di mi primeraentrevista, que salió la
semana pasada en la portadadel Financial Times. Esapublicidadinternacionalesdeincalculable valor. Le heofrecidouncontratofreelancede asesoría mediáticainternacional.El sector financiero, harto
deunmundobinarioderecha-izquierda, me ha abierto laspuertas,supongoquedeseosode asociarse a una propuestade modernidad e igualdad,
aunque solo sea para atraermás clientela femenina. Porlas razones que sean, apreciésu aceptación inicial y enmiprimer discurso mencioné lofantástico que había sidotrabajarconWaltercuandosubancoayudóalpaísasuperaruna de sus horas más bajas.Siendoellíderindiscutibledelabancaespañola,decenasdepequeños bancos y cajas hanseguido el ejemplo del
presidente de HSC y ahoramerespaldan.HastaGilliotme ha vuelto
a mencionar en un tweet,contentocomoestádeabrirsecamino en España sinninguna traba. Ha dichopúblicamente que le encantatener por fin un interlocutorde relevancia en la políticaespañolaquehable inglés,yaqueesincreíblelacantidaddeoportunidades que el país
pierdesoloporquemuchosdenuestros líderes no puedencomunicarse en el exterior.Esteeseltipodeestudiosqueme he propuesto publicar enIbérica.Al emir al-Surdha lo he
visto en algunas ocasiones,sobre todo desde que estábuscando una finca en plenobarrio de Salamanca puesdice que quiere pasar aquílargastemporadasparaseguir
invirtiendo y para controlarlosnegociosqueyatiene.Enel fondo creo que le encantala vidilla de Madrid. Se hahecho amigo del director delPrado y de Andrés y amenudo se van todos a lascaceríasdeWalterensufincade Toledo (a las que no meinvitan…, pero en el fondome alivia ya que se mepartiría el alma al ver tantoanimalito cruelmente
asesinado). El emir (pocofeminista, todo hay quedecirlo)sigueapoyándomeenpúblico, apareciendo enfiestas o conferencias a milado, siempre estrechándomelamano.No estaría aquí sin el
apoyo de Andrés y Manolo,incondicionales,y sobre todosin la fuerza interior que meayudaa levantarme todos losdías con optimismo, incluso
cuando no sale el sol. Y esoselodeboengranpartealasmujeres que me precedieronenocuparcargospúblicosderesponsabilidadhacecasicienaños y que, para mi fortuna,dejaronescritosulegado.Tengoellibrodememorias
de laKentmuya lavista,enelcentrodelestanteprincipaldeminuevodespacho.Yaheescrito al nuevo ministro deCultura proponiéndole poner
el nombre de nuestrasprimeras diputadas abibliotecas, programas debecas,callesnuevasocentrosculturales por toda España.También he pedido alAyuntamiento que seconstruya una estatua deKent, Nelken y Campoamorjusto a la entrada delCongreso, entre león y león.Hayque lucharpormantenersulegado.
En cuanto a mí, yo mirosoloalfuturo,sinrencoresniresentimientos hacia elpasado, otra de las virtudesqueheaprendidodenuestrasprimerasdiputadas.De hecho, esta mañana
mismo he recibido una cartade Walter en la que meagradecía la propaganda quelehicealpresentarminuevopartido, cuando defendípúblicamente y ante decenas
de cámaras el papel de labancaydeHSCenparticulardurante el reflote de losbonos. En su misiva, Walterme dice que no todos lospolíticos tienen la honradezde constatar los hechos tal ycomosonyquelamayoríaderepresentantes prefierecebarse con los banqueros,una opción populista quesiempre recala bien entre elpúblico.
Yo, que sigo al pie de laletra el ejemplo de VictoriaKent, le he contestado lomismo que ella respondió aPilarPrimodeRiveracuandoesta, ya mayor, le escribiópara agradecerle que unaexdiputada de la extremaizquierda en tiempos de laRepública como ella hubieradescrito públicamente a suhermano José Antonio,fundadordelaFalange,como
«un perfecto caballero, unperfecto hombre, con toda lacortesía».Citando a la Kent he
respondido a Walter: «Lajusticia fue y será siempre lanormademivida».
Agradecimientos
Este libro no habría sidoposible sin el ejemplo demuchas mujeres que, contratodo pronóstico y sin másayudaquesupropioesfuerzo,han subido o subieron
peldaños profesionales hastaconseguir cargos deresponsabilidad. Necesitamosmuchasmás como ellas paraquealgúndíapodamoshablarde igualdad. Todavía quedamucho, sobre todo en elcampo que representa lamadre de todos los poderes:eleconómico-financiero.La novela tampoco habría
sido posible si autores comoPaul Preston (en Londres),
Shirley Mangini (enCalifornia), Miguel ÁngelVillena (Madrid) y MartaPessarrodona (Barcelona) nome hubieran despertado consus obras el interés porpersonajestanimpresionantescomo olvidados, comoVictoria Kent, MargaritaNelken o Clara Campoamor.También me gustaríaagradecer a la libreríaMuga,en Vallecas, el libro sobre
esta última que con tantocariño me regalaron y quetantomeayudó.Inspirada por esos autores,
pude profundizar en la vidade Victoria Kent en laUniversidad de Yale, dondeseguardasuarchivopersonal,donado por la familia Crane.Gracias a la eficiencia y a laextraordinaria acogida delpersonal de la BeineckeLibrary pasé una semana de
ensueño rebuscando materialen treinta y cinco cajas. Ytambiéngraciasengranpartea la hospitalidad de laprofesora de estudiosespañoles, Noel Valis, miestancia en Yale resultósumamente agradable yproductiva.En el Instituto Cervantes
de Nueva York también merecibieron con una sonrisa yme facilitaron uno a uno los
valiosísimos volúmenesdonde conservan todos losnúmerosdelarevistaIbérica.Unacolecciónimpresionante.La investigación cobró un
aire más personal gracias alas detalladas descripcionesque Shirley Mangini y miamiga Marta PessarrodonamehicierondesusencuentrosrespectivosconVictoriaKenty Louise Crane en la décadade los ochenta. Marta,
además de servirme deinspiraciónconsusrelatosdela época, es siempre paramíunejemplopersonal.También entrevisté a un
buen número demujeres concargos de altísimaresponsabilidad,perosiemprebajo el anonimato. Ellassabenquiénessonylomuchoque les agradezco su tiempo.Mimayorregaloseríaquesuejemplo, reflejado en las
páginasdeestelibro,sirvadeinspiración para cuantasmujereslolean.Mi más profundo
agradecimiento a las cincopersonasqueleyeron,lápizenmano, los primerosborradores: mi hermanaSofía,mimadre,Carmen,micompañera de trabajo NúriaRibas, mi amiga PatriciaTubella yEduardoMendoza,todo un privilegio. También
quisiera agradecer a StuartValentine y (un año más) aSantos Palacios suvaliosísima aportación deconocimientosinformáticos.Unavezmás,yportercera
vez, he tenido el inestimableapoyo de mis editores deSuma de Letras, PabloÁlvarez, Gonzalo Albert y,este año, también AnaLozano.Siempreesunplacertrabajar convosotros,gracias
por haber confiado en mídesdeelprimermomento.EnBarcelona,mis agentes
enSandraBruna, empezandopor la propia Sandra, yNatalia Berenguer, se hanconvertidoconlosañosenunapoyo fundamental. Son unexcelente equipo, profesionaly humano, del que es unhonorformarparte.Por último me gustaría
enviar un fortísimo abrazo a
las personas que me hanapoyado durante los últimosmeses, con cariño,comprensión y paciencia: mihermana Susana, mis amigasWuri, Laura y Shirry, Mati,Gill, mi amigo Dan y, comosiempre, los compañeros declase de la Escola Pax deTarragona.
Londres,juliode2015
Sobrelaautora
Elena Moya nació ycreció en Tarragona. Traslicenciarse en Periodismo enla Universidad de Navarra,trabajó en El Periódico deCatalunyayobtuvounabeca
Fulbright para realizar unmáster en PeriodismoFinanciero en EstadosUnidos. En 1998, Elena seestableció en Londres comoperiodista financiera,trabajando para las agenciasde noticias Bloomberg yReuters, y luego en elperiódico The Guardian.También realizó unadiplomatura en CreativeWriting en el Birkbeck
Collegede laUniversidaddeLondres. Desde el 2012,escribe informes financierospara gestoras de fondos deinversión. Los olivos deBelchite, su primera novela,triunfó en España y ReinoUnido con apariciones envarios medios y excelentescríticas. La maestrarepublicana, su segundotrabajo, conquistó a loslectores y fue otro éxito de
ventas. Ferviente viajera yaficionada y jugadora defútbol,ElenaviveenelnortedeLondres.LaCandidata essuterceranovela.
www.elenamoya.com
©2015,ElenaMoya© 2015, de la presente edición encastellanoparatodoelmundo:Penguin Random House GrupoEditorial,S.A.U.Travessera de Gràcia, 47-49. 08021Barcelona
ISBNebook:978-84-836-5906-9Diseñodecubierta:CoverKitchenFotografías:Depositphotos©stokketeFotografía de la autora: © AtsecleAemro-SelassieConversiónebook:JavierBarbado
Penguin Random House GrupoEditorial apoya la protección delcopyright.El copyright estimula la creatividad,defiende la diversidad en el ámbito delas ideas y el conocimiento, promuevelalibreexpresiónyfavoreceunaculturaviva. Gracias por comprar una ediciónautorizada de este libro y por respetarlasleyesdelcopyrightalnoreproducir,escanear ni distribuir ninguna parte deestaobraporningúnmediosinpermiso.Al hacerlo está respaldando a losautores y permitiendo que PRHGEcontinúe publicando libros para todosloslectores.DiríjaseaCEDRO(CentroEspañol de Derechos Reprográficos,
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