sobre la necesidad imperante de la filosofía

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Sobre la necesidad imperante de la Filosofía por Leonardo García-Jaramillo El que no filosofa no es un hombre digno, ni jamás llegará a hacerse capaz de ninguna acción bella ni grande. Palabras de Calicles a Sócrates. Platón, Gorgias. El tiempo de la vida humana no es más que un punto, y sus percepciones, torpes, y la composición del cuerpo, corruptible, y el alma, un torbellino, y la fortuna, inescrutable, y la fama, algo sin sentido. ¿Qué puede entonces guiar a un hombre? Una única cosa, la filosofía. Marco Aurelio Proemio El dictum de la Tesis XI sobre Feuerbach (1848) donde Marx increpa a los filósofos, quienes “antes que interpretar el mundo de tan diversas maneras, deberían ponerse en la ardua tarea de transformarlo”, nos invita a reexaminar la conveniencia de la filosofía e indagar sobre qué hace realmente para justificar la, en ocasiones excesiva, consideración que se le reconoce. Y su análisis nos proporciona elementos para obtener una apreciación más enfocada o precisa de la condición exacta que posee para satisfacer con éxito la demanda que recae sobre ella, ya que es de temer –siguiendo a Bouveresse – que la actitud de la masa con respecto a la filosofía continúe oscilando indefinidamente entre una poco razonable expectativa y la desilusión completa, y que su situación, así como la de

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Sobre la necesidad imperante de la Filosofíapor Leonardo García-Jaramillo

El que no filosofa no es un hombre digno, ni jamás llegará a hacerse capaz de ninguna acción bella ni grande.Palabras de Calicles a Sócrates.                                                Platón, Gorgias.

El tiempo de la vida humana no es más que un punto, y sus percepciones, torpes, y la composición del cuerpo, corruptible, y el alma, un torbellino, y la fortuna, inescrutable, y la fama, algo sin sentido. ¿Qué puede entonces guiar a un hombre? Una única cosa, la filosofía.                                               Marco Aurelio

 

Proemio

El dictum de la Tesis XI sobre Feuerbach  (1848) donde Marx increpa a los filósofos, quienes “antes que interpretar el mundo de tan diversas maneras, deberían ponerse en la ardua tarea de transformarlo”, nos invita a reexaminar la conveniencia de la filosofía e indagar sobre qué hace realmente para justificar la, en ocasiones excesiva, consideración que se le reconoce. Y su análisis nos proporciona elementos para obtener una apreciación más enfocada o precisa de la condición exacta que posee para satisfacer con éxito la demanda que recae sobre ella, ya que es de temer –siguiendo a Bouveresse – que la actitud de la masa con respecto a la filosofía continúe oscilando indefinidamente entre una poco razonable expectativa y la desilusión completa, y que su situación, así como la de sus representantes, oscile entre una gloria inmerecida y el total descrédito, que tampoco merece.

Lo anterior lo destaco a la luz de dos hechos: que la filosofía nunca ha sido tan mal comprendida, y de cierta forma tan mal vista, por los ciudadanos en general como en la actualidad, y que no obstante estarse viviendo una época de colosales desarrollos científicos, en la cual gracias al acceso a la información todas las definiciones parecen encontrarse a una distancia insignificante, tan pocas personas se encuentren dispuestas a responder, o siquiera considerar seriamente, el interrogante implícito en el título del presente ensayo.

¿Filosofía… ?

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En primer lugar, consideremos someramente el problema de la definición de ‘filosofía’, teniendo en cuenta la afirmación de Kant “En filosofía, la definición como claridad aquilatada, más bien debe coronar la faena antes que iniciarla” . Y siguiendo con esta línea de pensamiento, me declaro popperiano al respecto de desatender el hecho de comenzar dando una definición de ‘filosofía’, puesto que para Popper cualquier intento por resolver problemas filosóficos resulta más relevante que el detenerse en discusiones esencialistas como la de ¿qué es la filosofía?, ya que en su opinión no existen entidades como la filosofía, la ciencia, o el arte, etc., distinciones estas superficiales y secundarias, porque lo que estudiamos no son temas, sino problemas, y éstos trascienden las fronteras de cualquier disciplina u objeto de estudio .

La intención de Popper es proponer un esencialismo modificado que rechace tanto las explicaciones que pretenden ser últimas (como la pregunta “¿qué es?”, formulada por el esencialismo) como las explicaciones en términos de sus propiedades inherentes. Así, la filosofía no tiene definición, tiene tareas. En sus palabras “Un filósofo debe filosofar; debe tratar de resolver problemas filosóficos y no hablar acerca de la filosofía” . Plantea Popper, entonces, que los filósofos no deben detenerse definiendo a la ‘filosofía’ ¡Deben salir a resolver problemas filosóficos! .

La filosofía contó con una definición (la etimológica) en los tiempos cuando la estrella polar servía de única orientación marítima, pero dicha definición fue superada por su propia historia, y la filosofía actual perdió toda definición última, pero conservó un cometido trascendental: trabajar reflexivamente sobre el universo, el hombre, las sociedades y sus productos culturales. Dejó de ser amor al conocimiento para convertirse en sabiduría real, materializada. Así es como, por ejemplo, Newton, Laplace, Einstein, Oppenheimer, no sólo fueron amantes de la matemática o la física, sino matemáticos y físicos: fueron científicos. La sociedad no progresa porque los filósofos perfeccionen su idea de ‘verosimilitud’ o pretendan otorgarle respuesta a la pregunta de si Dios es extenso o inextenso, progresa realmente por las empresas exitosas de ciencia y técnica que se nutren y asisten del debate filosófico.

En su Fenomenología del Espíritu, Hegel plantea que “ya es hora de que el filósofo deje de ser filo-sofo, o amante de la sabiduría, y sea ya sofós o sabio” . Van más de dos mil  años de filosofar y filosofar, de aspirar y suspirar por la sabiduría. Dejemos de definir a la filosofía como “amor a la sabiduría”, y tomemos conciencia de que el verdadero sabio ha de involucrarse en los accidentes de la historia, porque hay más cosas en el cielo y en la tierra de las que sueña la pasión tecnológica, y una mínima prudencia y honestidad nos obliga a suscitarlas.

Si la filosofía no recorre la aventura humana, si no se incorpora en nuestras ciencias y si no transforma el mundo sustantivo, conservará la etérea y muchas

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veces bizantina definición de conocimiento universal  de las causas y los principios supremos de todas las cosas, o la de una mera interpretación del sentido del mundo, cuando de lo que verdaderamente se trata es de transformarlo, por razón de un trabajo que siga el buen ejemplo de nuestras artes y nuestras ciencias.

Acorde con la postura anti-esencialista de Popper, la pregunta que debe hacerse no es entonces: “¿qué es un problema filosófico?”, sino la de si existen o no problemas filosóficos, contrariando al primer Wittgenstein para quien los presuntos problemas filosóficos son pseudo-problemas y las proposiciones que los expresan no son más que pseudo-proposiciones .

Y en consonancia con la intención de este trabajo, la pregunta que ante todo debe formularse es: ¿A qué función social pueden aspirar hoy los filósofos, y en qué medida están en capacidad de contribuir al futuro inmediato de la sociedad contemporánea? De paso también podemos considerar aquí una importante cuestión: ¿La filosofía debe clarificar las confusiones del lenguaje o bien ignorar la corrección de los enunciados y apuntar soluciones precisas a los problemas del mundo? .

El filosofar como tarea vital

Siguiendo al profesor Juan David García Bacca en su Invitación a Filosofar, partamos de una sentencia: “No filosofa quien quiere, sino quien puede”, a lo que se puede agregar que ni siquiera es quien puede y cada vez que le provoca hacerlo, porque teniendo en cuenta la confesión de Hegel, quien tras largos y tortuosos partos filosóficos afirmó que “ser filósofo es estar condenado”, es, independientemente de cualquier mérito o demérito personal, nacer condenado al perenne y obligado trabajo de pensar... Pero bueno, ¿será que pensar, esta noble e imprescindible función humana, puede ser considerada como una condenación y ser vivida como trabajo obligado?

En la Apología y el Simposio, Platón nos muestra, respectivamente, el vivo retrato del filosofar como forma de condenación vital, y la representación de un modelo del auténtico filosofar en cuanto tarea de vida. Así nos advierte la condenación del filósofo a vivir endemoniado. Pero ¿qué significa eso de estar condenado a vivir endemoniado?

Dice Platón en el Banquete que “Todo lo demoníaco es algo intermedio entre lo divino y lo mortal” y tiene como funciones propias “la de interpretar e intermediar entre dioses y hombres”, y, “estando en medio de ambos, completar y poner todo en conexión consigo mismo”. O sea que, por la funcionalidad, el quehacer demoníaco -reflexivo- la función del filósofo consiste en servir de hermeneuta (intermediador) entre lo divino -las ideas- y lo humano;

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y de esta forma “es una manera de ser intermedia entre el sabio y el ignorante”.

Por su parte, Aristóteles considera que la filosofía es una clase de vida mental, la penúltima superior de conocimiento, definida  como “la ciencia de las primeras causas y de los primeros principios”, y su afirmación “Soy amigo de Platón, pero más amigo de la verdad”, destaca la distancia que lo separa de su maestro, ya que para Platón el filósofo debe ser un varón endemoniado cuya labor es “un tipo de vida entre dos extremos, uno supremo, que es lo divino, y otro íntimo, que es lo mortal”.

En su What does it all mean? el profesor de la Universidad de New York, Thomas Nagel, escribe que “La principal ocupación de la filosofía es cuestionar y aclarar algunas ideas muy comunes que todos nosotros usamos cada día sin pensar sobre ellas. Un historiador puede preguntarse sobre lo sucedido en un momento pretérito, pero un filósofo se preguntará: ¿qué es el tiempo? Un matemático puede investigar las relaciones entre los números, pero un filósofo se preguntará: ¿qué es un número? Un físico se preguntará de qué están hechos los átomos o qué explica la gravedad, mientras que un filósofo se preguntará ¿cómo podemos saber que hay algo fuera de nuestras mentes? Un psicólogo puede investigar cómo los niños aprenden un lenguaje, pero un filósofo se preguntará: ¿por qué una palabra significa algo? Cualquiera puede preguntarse si está mal colocarse en la fila del cine sin pagar, mientras que un filósofo se preguntará ¿por qué una acción es buena o mala?” .

El principal interés de la filosofía, por tanto, es el cuestionamiento y entendimiento de las ideas más comunes que utilizamos con frecuencia sin pensar en ellas, de manera deliberada, espontánea o inconsciente; y se hace planteando preguntas, razonando sobre ellas, reevaluando las respuestas obtenidas y reflexionando sobre cómo funcionan nuestros conceptos y sus fundamentos.

Ahora con el segundo Wittgenstein, el de las Investigaciones Filosóficas, digamos que el oficio del filósofo consiste en “mostrar a la mosca la salida de la botella cazamoscas” .

La rflexión flosófica

La filosofía tiene de peculiar y propio el que no admite nada como conocido de antemano; todo le es igualmente desconocido, todo es problema para ella.                                                                           Schopenhauer  Quien no piense, o más que eso, quien no reflexione y especialmente quien no se inmute por los constantes y cada vez más complejos fenómenos que a

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diario nos presentan espinosos cuestionamientos debido a los acelerados avances tecno-científicos actuales, según creo entender, no es filosofo, no ama la sabiduría. Pero, como condición sine qua non, todo aquel que reflexione -sobre cualquier cosa, me atrevería a decir- es un poco filósofo. Lo anterior tomando con reservas aquella idea de Popper, que lo enfrentara con Friedrich Waismann, de que todos los seres humanos efectivamente somos filósofos, en mayor o menor medida, pero en todo caso, filósofos .

Y de los ejemplos apropiados respecto a los intensos debates que suscitan los acelerados avances tecno-científicos contemporáneos, cuyos orígenes se dan en la ciencia, pero no es ésta la que debe entrar a resolver los serios interrogantes que se plantean no precisamente en términos de ciencia o tecnología, sino de reflexión filosófica, especialmente ética, podríamos resaltar, entre muchas otras cuestiones, los límites de la acción transformadora del hombre sobre la naturaleza, la amenaza de la guerra nuclear, la ingeniería genética, la socio-biología, el aborto o la eutanasia.

Recordando a I. M. Bochenski “Nuestras posibilidades de conocimiento son, con mucho, trágicamente pequeñas. Sabemos muy poco, y aquello que sabemos lo sabemos, la mayoría de las veces, superficialmente, sin gran certeza. La mayor parte de nuestro conocimiento es solamente probable” . Pero sí podemos establecer que sólo quien trascienda el lindero de la mera información y se sitúe en la constante búsqueda del conocimiento, su reflexión, asociación y confrontación, podrá constituirse en un amplio conocedor en su materia, en un verdadero philo-sopho. Por lo que no es gratuita, en consecuencia, la siguiente recomendación kantiana: “El conocimiento no nos ha sido dado, nos ha sido encomendado para superarlo y trascenderlo”.

Claridad, coherencia y congruencia

Si tu intención es describir la verdad, hazlo con sencillez… la elegancia déjasela al sastre, puesto que la mayoría de las ideas fundamentales de la ciencia son esencialmente sencillas y, por regla general, pueden ser expresadas en un lenguaje comprensible para todos.                                                                Albert Einstein

Asombrosamente, un personaje tan reputado como el profesor de la Universidad de Leipzig,  Jürgen Teller, describe su admiración por el filósofo marxista Ernst Bloch (El Principio de Esperanza. 1954-1959) en una entrevista que le concediera al semanario alemán Der Spiegel, con las siguientes palabras: “Fui a su seminario. Lo que viví allá me conmovió enormemente. No entendí una sola palabra; pero esto fue para mí justamente la prueba: ¡eso es filosofía!” Decía igualmente no poder escribir de forma sencilla sobre los

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hechos, porque ellos mismos son tan complejos que no pueden ser expresados de manera diáfana.

La filosofía no ha de ser la exposición turbia e incomprensible de los problemas que pueden ser formulados claramente. Tal como prestigiosas escuelas de pensamiento, como las de Frankfurt y Viena, algunos miembros de la escuela neokantiana de Marburgo (Cassirer, Cohen), y filósofos como Aristóteles, Leibniz, Kant, Hume, Schopenhauer, Russell, W. James, Voltaire y Popper, entre otros , han demostrado convincentemente que es posible examinar críticamente los problemas centrales de la vida en un estilo comprensible, aún en forma de reflexión filosófica, siendo precisamente esta reflexión la que diferencia el hombre del animal, ya que éste carece de la reflexión creadora, de la vida interior.

Apropiadamente nos dice Schopenhauer que “El filósofo digno de tal nombre, debe buscar y procurar en todos sus escritos dos cualidades: claridad y precisión, y esforzarse siempre en parecerse, no a un revuelto e impestuoso torrente, sino más bien a un lago de Suiza, que por su sosiego aparece más claro cuanto más profundo, dejando ver su fondo desde el primer momento”.

Wittgenstein, en principio, parece seguir los lineamientos del filósofo de la voluntad y padre del pesimismo, al escribir en el Prólogo de su Tractatus Logico-Philosophicus que “Lo que siquiera pueda ser dicho, puede ser dicho claramente; y de lo que no se puede hablar claramente, es mejor callarse” .

Por lo tanto, hay que tomar en serio la claridad y la coherencia, pues uno de los principales objetivos de la filosofía es fomentar la claridad lógica del pensamiento y de la expresión, propender por la exposición de argumentos racionales y, como diría Schopenhauer, cristalinos; los cuales puedan ser ampliamente debatidos, pues, con Popper, digamos que una teoría es mejor cuanto más refutable es en sus partes. Y de la misma forma, pero desde otra perspectiva, a quienes defienden enérgicamente que la rigurosidad académica, o intelectual en general, requiere indefectiblemente la complejidad, per se, en el uso del lenguaje, ignoran que el rigor del pensamiento no implica necesariamente la complejidad del lenguaje que conlleva cierto tipo de hermetismo intelectual, el cual muchas veces, eso sí, oculta la carencia real de ideas.

Vuelvo con Schopenhauer: “A los escritores alemanes [creo que especialmente se refiere a Hegel y sus epígonos] les convendría darse cuenta que, en lo posible, hay que pensar como los grandes espíritus, pero expresarse con el mismo lenguaje que los demás. Debemos valernos de palabras usuales para decir cosas que no lo sean. Vemos, en efecto, cómo se esfuerzan por envolver conceptos triviales en palabras elegantes de lo más rebuscadas, y cómo visten sus trilladísimas ideas con las más desusadas expresiones; con palabras

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preciosistas y extravagantes. Sus frases van siempre como sobre zancos”. Además “Para disimular su falta de ideas reales, muchos se esconden tras un imponente aparato de largas palabras compuestas de frases complicadas y enrevesadas que resultan en una jerga de apariencia sabia, pero que en realidad no dice nada” .

Así, el ejercicio filosófico, al desarrollar cualidades críticas y analíticas, aclara las cuestiones y desecha lo confuso. Aunque hagamos una salvedad en dos cuestiones: primero, que la claridad no es trivialidad; pues quienes tienden a turbar la separación semántica entre oscuridad y profundidad, posiblemente olvidan que la solución a los problemas teóricos tienen, factiblemente, un cierto matiz de trivialidad; o, más osado aún, el primer Wittgenstein estableció que “no hay que asombrarse de que los más profundos problemas no sean propiamente problemas”. Y segundo que, siguiendo a Popper, debemos considerar indeseable el hecho de establecer el esfuerzo por alcanzar claridad y precisión, cuando éste se convierte en un fin en si mismo, y no en un medio. Ya que el esfuerzo por extender la precisión –especialmente la lingüística– por ella misma, conduce usualmente a una pérdida de claridad y a un derroche, tanto de tiempo como de esfuerzo, en eternas discusiones con frecuencia inútiles al ser superadas por el avance real de la materia de estudio.

En palabras del filósofo de Búsqueda sin Término: “Nunca se debería intentar ser más preciso de lo que demanda la situación problema”. Para quien esto no implica, en absoluto, un intento por sustentar la falta de claridad y precisión, haciendo de la oscuridad una virtud, máxime cuando en El Mito del Marco Común , elogia la claridad de su maestro Hans Hahn y de las “Invenciones” de Johann Sebastian Bach, las cuales, “Están escritas para que los amantes del piano aprendan cómo tocar claramente”. De este forma, en sus palabras “no se pueden evaluar críticamente las ideas si no se las presenta con suficiente claridad”.

La trascendencia del filosofar

Vana es la palabra de aquel filósofo que no remedia ninguna dolencia humana. Pues así como ningún beneficio hay de la medicina que no expulsa las enfermedades del cuerpo, tampoco lo hay de la filosofía si no expulsa la dolencia del alma.                                                                            Epicuro

Las inquietas personalidades que actualmente se ocupan del quehacer filosófico no sólo han desbrozado un camino con el que soñaron tantos filósofos tiempo atrás, sino que igualmente han exorcizado algo de ese socorrido lugar común que insiste en que la filosofía sólo ha hablado en latín o griego, alemán o inglés. El quehacer filosófico es discusión, es intercambio de

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reflexiones construidas desde el lenguaje, por lo que hoy, como hace 2500 años en la Academia o en el Liceo, podríamos decir que son tres nombres de la misma actividad; estando cada idioma dotado para formular ideas que acosen la verdad, la belleza y lo establecido. 

Si hubo un tiempo en que el filósofo gozó de una gran celebridad porque podía cambiar al mundo y facilitar una salida inteligente a los problemas fundamentales de la vida, ahora es muchas veces calificado despectivamente como un fumador de pipa que juega al ajedrez con los conceptos, que vive absorto en la reflexión de pseudo-problemas y que compone y ejecuta una incomprensible filosofía desde un inerte santuario aislado que no encaja en un mundo atestado de objetos y de razón instrumental, en el cual son muy pocas las cosas que no son un milagro de la ciencia. Por lo cual tendremos que preguntarnos si es verdad que la filosofía ya no es la guardiana de la razón y que los filósofos han perdido contacto con la realidad ¿Será entonces que la filosofía es una especie peculiar de idiosincrasia propia de los intelectuales?

Considerando una condición para que las acciones humanas no sean meras acciones sin sentido, debemos examinar cuidadosamente la imperativa necesidad de ideas que guíen nuestro quehacer, y no es furtivo el hecho de que la mejor fuente de ideas las proveen los filósofos. Difícil encontrar ejemplos más sobresalientes que en las revoluciones inglesa (Locke, Bacon), francesa (Diderot, D´Alembert), norteamericana (Jefferson, Adams, Franklin) y la soviética (Marx, Engels, Lenin).

Pues irreflexivo, por demás de ser insensato y falto de coherencia, sería  reivindicar  la actuación –cualquiera que sea– carente de propósito, por que quien no sabe adonde va, no llega a sitio alguno; ergo, sin los mencionados personajes, por ejemplo, dichas revoluciones no hubiesen sido más que reyertas sin significación. Porque ciertamente, cada tiempo es un tiempo nuevo y el que nos ha tocado nos exige irreductiblemente la reflexión para ser capaces de proyectar fines y de señalar caminos con metas necesarias y prohibiciones ineluctables.

Vivir es dotar de sentido a nuestras acciones, y para esta tarea, dicho sea de antemano, no nos sirven la astrofísica, las ingenierías ni la biología, por muy interesantes que ellas sean. Si se quiere vivir, y no simplemente existir, no se puede prescindir de la  significación, y ésa es la noble e imprescindible tarea de la filosofía, según creo. Máxime ahora, cuando nuestra civilización material nos arrastra velozmente hacia un fin que nadie puede prever ni aun sospechar, sino los filósofos. Pues los últimos cien años han visto más cambios que un millar de años del Imperio Romano y más que cien mil años de la edad de piedra.

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¿Y es que acaso, como se preguntara Santayana, la pasión tecnológica abandonada en sí misma no acabará por volver el dominio humano de la naturaleza contra la propia humanidad? Con este interrogante habrá que examinar a quienes, en un desatinado exceso de idolatría al hombre práctico, dicen que las ideas han causado muchos de los males del mundo y pretenden derogar la vigencia del pensamiento crítico. Deberían recordar que el progreso no es automático ni perpetuo y que no se puede vivir, por lo tanto, sin ideas.

A esa imprecisión sobre el descrédito de la filosofía se puede objetar con la emergencia actual de la ética que, como los juicios reflexivos de Kant, está en todas partes y en ninguna. Y a aquellos hommo practicus habrá que informarles lo que Martin Heidegger escribió en la primera página de su ensayo La Pregunta por la Técnica : “La esencia de la técnica, no tiene nada de técnica.” Así es ¡Su esencia es un reto a la filosofía!

Bien sabemos que es problemático el hecho de que muchos de los antiguos asuntos filosóficos han sido asimilados por la psicología, la lógica o la sociología, entre otras, pero aún quedan espacios no acogidos por la ciencia o por aquellas disciplinas que en un comienzo pertenecieron a la filosofía, y cuya imprecisión sólo puede ser manejada por la filosofía, como ese diálogo de la razón consigo misma acerca del hombre y de sus actos, por el cual debemos propender que al surgir desde la vida cotidiana se pueda aspirar a revitalizar el diálogo de sordos que frecuentemente infesta el debate científico desprovisto de reflexión filosófica.

La vida consiste en resolver problemas, y su éxito, ya se trate de un antiviral o de toda una civilización, depende de la capacidad del sujeto cognoscente para detectar el problema, individualizarlo, diagnosticarlo, pronosticarlo y resolverlo. Para eso necesitamos a los filósofos, para dotar de sentido a nuestro mundo, para orientarnos en la tormenta confusa de la semiótica y sacarnos de la hipnosis que nos somete nuestra aparatosa opulencia de mensajes y de cosas, ya que actualmente la vida se encuentra determinada más que nada por el primado de la técnica física, manifiesto, entre otras cosas, por la invasión de artefactos aparatosos por doquier, por lo cual casi no contamos con el tiempo necesario para sorprendernos debido a la desmesurada cantidad de adelantos científicos y progresos técnicos, los cuales continuamente hacen aparición en el panorama de nuestra cultura, y que gracias a su carácter fantástico, han obnubilado nuestra capacidad de asombro. Porque el caso es que vivimos como siempre en la perplejidad… Nos agitamos entre las paredes de cristal de nuestro tiempo como la mosca de Wittgenstein dentro de su frasco, por lo que el filósofo es tan necesario hoy como siempre, o tal vez más, para encontrar respuestas nuevas a una pregunta imprescindible: “como debemos vivir”.

No pretendo aquí reivindicar las viejas artimañas del juego filosófico. Ignoro si la esencia precede a la existencia o viceversa, no conozco la respuesta a la

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tesis de la inescrutabilidad de la inferencia de Quine o la compatibilización de las reglas pragmáticas en la evaluación de contrafácticos, tampoco sé muy bien si la realidad es una construcción del sujeto o una alucinación inducida por el lenguaje, desconozco la actualidad del debate sobre los universales, y si este es tratado, como arguye Popper, como un problema de palabras o usos del lenguaje; pero sí constato que estamos deslumbrados por lo urgente y que la actualidad del sistema ciencia-tecnología y de su enorme protagonismo social, nos presenta dramáticos interrogantes sobre lo que es realmente imprescindible debatir.

Para encontrar soluciones y respuestas ya no basta dar por bueno aquel viejo precepto de primium vivere, deinde philosophare, porque el oficio de vivir es indisociable del oficio de pensar. A este respecto bien afirma Jean Cocteau que la poesía es imprescindible, si bien no se sabe muy bien para que. Así pues, la filosofía es supremamente beneficiosa y necesaria, pero sólo si se constituye en un saber inmerso en la vida, en un saber acerca del presente y desde el presente. Sería precipitado afirmar otro tanto sobre la indeterminación de la filosofía, por ello es primordial que los filósofos sigan reflexionando y que nos tengan al corriente de su conversación.