sobre la lectoescritura
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trabajo sobre lectoescrituraTRANSCRIPT
Sobre la Lectoescritura: del Lenguaje como emancipación [1]
“¿(…) cómo hablarse cada uno a sí mismo
cuando nada, cuando nadie ya habla,
cuando las estrellas y los rostros son secreciones neutras
de un mundo que ha perdido
su memoria de un mundo?”
“El mundo es el segundo término
de una metáfora incompleta,
una comparación
cuyo primer elemento se ha perdido.
¿Dónde está lo que era como el mundo?
¿Se fugó de la frase
o lo borramos?
¿O acaso la metáfora
estuvo siempre trunca?”
Roberto Juarroz
Necesidad de un estatuto ontológico mítico de coordenadas lacaniano-hegelianas
Escribir acerca de la lectura remite inmediatamente a la escritura y nos hará,
probablemente siempre, escribir acerca de esta última. Ocurre de nuevo si invertimos el
razonamiento. Una necesariamente presupondrá a la otra y se les puede adjudicar
fácilmente el peso de ser correlatos.
Escritura, Lectura, Pensamiento y Lenguaje en este texto son ante todo ideas o conceptos
análogos a los términos que designan los mecanismos sustanciales concretos a los que
usualmente refieren, pero no son esos mecanismos, por más que en determinados
instantes encarnen o los hagamos encarnar en ellos y se parezcan a ellos. Más bien
refieren a algunas herramientas o tecnologías de la dimensión sociopolítica, las cuales –
precisamente por ser sociales y políticas- son tensiones y vínculos operando entre
inmanencia, trascendencia y superación, y pueden adoptar variadas y variables formas. En
determinados casos esa similaridad de tipo analógico-estructural nos servirá para –o
demandará- explicar ciertos temas o metaforizarlos, y en esa clave escribiré y espero sea
leído este ensayo.
Se me ocurre ahora, por ejemplo, que puedo o necesito postular dos momentos originales
de carácter ficcional o mitos, aunque emplee metáforas o analogías que se apoyan a su
vez en eventos de la historia natural o humana (eventos que bien pueden ser considerados
tan ficcionales como los que propongo). Lo haré con el objetivo de ilustrar un supuesto
grado cero de funcionamiento – la velocidad inicial- de las herramientas sociopolíticas en
cuestión: para congelarlas y así facilitar el juego con el concepto ya aplicado, en
funcionamiento o en marcha y el planteo de oposiciones, conexiones, cortes y demás que
pudiesen ser requeridos. Como es notorio, estos mitos deben su estatuto ontológico
principalmente a la necesidad de su existencia; lo que se entiende, se repite para mí
fractalmente en todos los elementos de esa ontología, de lo social y lo político (lo humano),
y no únicamente con respecto a estos conceptos que me ocupan ahora.
Bueno, sin más los postulo: según los estudiosos en un período de la historia natural el
pensamiento y el lenguaje aparecen indivisiblemente conectados, y creo que podría
decirse eso también sobre los conceptos y las tecnologías que llamo de la misma manera:
es postulable –en tanto necesario- un momento en que no tanto la naturaleza como el
hombre hacen aparecer o inventan el Pensamiento-Lenguaje. Igualmente, si según otros
estudiosos aparece o se inventa la escritura en algún período de la historia humana, y el
lenguaje alcanza nuevos niveles de complejidad, podría decir también eso del artefacto al
que he llamado de esa manera: también hay un momento en el que en las sociedades
aparece o se inventa la Escritura, a la que llamaréLectoescritura de aquí en adelante
apelando a mi argumento introductorio. En el paso de grado cero a Pensamiento-Lenguaje
y de Pensamiento-Lenguaje a Lectoescritura, lo que planteamos son necesidades y
prácticas primitivas uoriginales –lo que quizá quiera decir más bien constitutivas- y de
índole social que demandan su propia y continua superación, la cual llega gradualmente a
esas estaciones que llamamos origen del lenguaje, el pensamiento o la escritura, que ya
estaban presupuestas en ese inexistente punto inicial, pues Lenguaje y Pensamiento son
justamente –insisto- prácticas y necesidades de carácter social capaces o capacitadoras
de consciencia sobre ellas mismas.
El par Pensamiento-Lenguaje no es una adición o acoplamiento. El par Pensamiento-
Lenguaje es ante todo lacaniano: Pensamiento es una fuerza –un empuje- y Lenguaje
aquello donde, al realizarse aquella, se le permite pensarse: Lenguaje tiene la potencia de
examinar al Pensamiento, pero el Pensamiento en sí no puede examinar ni examinarse,
sino hasta que es Lenguaje: en cierto sentido Lenguaje es más Pensamiento que el
pensar, que sería más del carácter de lo irracional por paradójico que suene. Lenguaje es
el Pensamiento pensándose a sí mismo o examinándose (quizá el intervalo en que se
piensa o examina a sí mismo). Es la ilusión o el espacio simbólico que hace que
Pensamiento sea todo lo que puede ser mientras juega como real irreductible –así será
planteado aquí o hacia ese aspecto del Pensamiento inclinaré todo el peso conceptual por
motivos estratégicos. No es raro escuchar que no se puede plasmar en lenguaje todo lo
que se piensa. Quizá no sea así, poco importa, pero sí se puede plantear así si a su vez se
plantea al pensamiento como un resto que opone resistencia a ser puesto en lenguaje y
que sin embargo, no es ni siquiera pensable, postulable o planteable, si no es gracias al
lenguaje. El Lenguaje sería un pensamiento de segundo orden que está en falta (en la
doble acepción de incompleto y en deuda), al intuir que no puede poner en lenguaje al
Pensamiento –otro nombre para la realidad, para el objeto en tanto concepto de objeto-, y
que cuando lo haga ya no habrá mucho más que poner allí o que encontrará un exceso
inabarcable, no capturable y creciente, que su labor será eterna e inconclusa, y
eternamente inconclusa: para siempre angustiado y tardío como el conejo de Alicia en el
País de las Maravillas o el Búho de Minerva. Esa angustia, esa crisis, esa imperfección o
incompletitud –y esa conciencia de ellas- es la definición del Sujeto y está muy cerca de
los temas teológicos, psicoanalíticos y políticos (en especial los de las izquierdas).
El par implícito en el término Lectoescritura no es una mera yuxtaposición o suma: si el par
Pensamiento-Lenguaje es ante todo lacaniano, el par Lectura-Escritura es ante todo
hegeliano. Es un conflicto, una lucha y una solidaridad abierta a su propia posibilidad de
superarse –donde lector y escritor son abolidos y preservados en algo más: cuando el
escritor escribe ya estáleyendo (no sólo hablamos de la explicación típica sobre la lectura
de sus condiciones y acerca de sí, sino de que inventa a su lector, sus reacciones y su
escritura del mundo –proveniente de su lectura del mundo- y todo lo que tejerá el vínculo
de la lectoescritura). Cuando el lector lee empieza ya aescribir, no con tinta sino con
sus praxis teóricas y prácticas, plasmando su realidad en el texto y plasmando el texto en
su realidad (descubriendo –en el sentido dual de hallar y de inventar, de crear- lo que hay
de cada uno en el otro). Esa tensión dialéctica, esa conexión y esas praxis son la propia
definición de lo social.
Si el origen del par Pensamiento-Lenguaje presupone e inaugura la subjetividad –algo así
como la subjetividad-, el origen del par Lectoescritura (al presuponer siempre ya al Otro, al
otro-lector, al otro-escritor) a su vez presupone e inaugura lo sociopolítico y la historia.
Está claro que así como los relatos originarios son ficciones con capacidad o potencia
teórica, la división hecha aquí lo es también. Lenguaje es asimilable a Escritura – y/o
Lectura-, en especial del propio Pensamiento, y con toda actividad puesta en lenguaje
escribimos –o leemos- de alguna forma (es el viejo escenario de los dos yoes cartesianos).
Lenguaje, Escritura y Lectura son del orden de lo simbólico. El Pensamiento ya reinscrito
en su actualización en el Lenguaje o la Lectoescritura también es simbolizante o tiene
potencial trascendente. Al igual que la Lectura y la Escritura el Lenguaje también supone al
Otro. Se podría acusar la artificialidad o revelar el truco de las distinciones que he hecho,
pero parecen ser menos trucadas y artificiales que –afirmo- necesarias, si recordamos que
el pensamiento no se ve obligado a reclamar al Otro (más bien es la alteridad del Lenguaje
en un pre-fractal de lo social: la otredad del yo menor con respecto al Yo Mayor). No es
casualidad que Lacan sea incluido por Badiou, al igual que Nietzsche, en el grupo de los
antifilósofos –y que le caracterice un definido impulso individualista y reacio a las creencias
y la trascendencia (por más que Lacan hablara del Lenguaje, el Otro y el Sujeto)-, en tanto
que Hegel sin duda es lo que el pensador francés llamaría un filósofo –y que lo caracterice
su atracción hacia lo trascendente y la creencia, donde su individuo sea algo que se
realiza plena y exclusivamente en los grandes temas de la alteridad, la colectividad de los
espíritus autorrealizados y la historia). Si Lenguaje es la Escritura del Pensamiento,
Lectoescritura es su aufhebung y la inscripción del Lenguaje en los temas de lo público (es
decir: es el Lenguaje de lo social y lo político).
La escritura sencilla o simple
Pensamiento sería la primera fuerza o empuje con que conceptualizamos lo real –en
sentido lacaniano-, sería eso que no es sino concepto de lo real y que inevitablemente
nos engaña al asumirlo como lo real mismo. Lenguaje sería un metalenguaje que capacita
pensar a esa especie de lenguaje menor que es el Pensamiento, y Lectoescritura sería el
Lenguaje en su versión práxica social. Un continuo movimiento de superación y de
exterioridad de sí que haría posible los sucesivos saltos de nivel. No cuesta entender la
relación si asumimos que cosas como los tecnopragmatismos (la política como
administración), la lógica de la capacitación o educación para la producción, los rituales y
disciplinas de la tolerancia, la ética protestante weberiana del capitalismo, lo asocial
policíaco, la lógica económica del mercado y la publicidad son Pensamiento, mientras la
política y la educación son más bien Lenguaje. La Lectoescritura es el nudo en que ese
Lenguaje se constituye en sociopraxis, bien sea teórica o práctica. Si admitimos que es allí
donde se encuentra la función operativa del mecanismo tetrápodo o trípode (tomando el
par Lectoescritura no como dos, sino como una pata del artefacto) que hemos descrito,
entonces podría ser más fácil encontrar los problemas de Lectoescritura propios de la
actualidad.
En tiempos de las viejas izquierdas marxistas se tenía alguna incapacidad para entender
que importaba tener acceso a otra cosa que no fuera pan y que había que propiciar el
esfuerzo intelectual en las clases oprimidas –aún hoy en muchas izquierdas es así- y algún
sector de la academia adoptado por la izquierda ahora, replica una vez más dicho
problema ahora a la interna de la ya generalmente aceptada importancia del conocimiento:
esta vez negando la necesidad de otra cosa que no sean palabras
consideradas comunes y un lenguaje que se asume referencial. Es la defensa acérrima de
una supuesta escritura sencilla o simple, lo que habla más del mundo que queremos que
de la escritura en sí (un difuso pavor a lo conflictivo, rico y complejo o a las contradicciones
y tensiones propias de la existencia humana y en sociedad). Si aquella negaba la
información, ésta – en la era donde la información abunda- niega el pensamiento, justo lo
que se carencia en nuestros tiempos. La capacidad de cuestionar la información. Se
produce una dependencia de lateta del líder, del intelectual, del experto, etc. Pero más allá
de eso, el problema de fondo es que nos convierte en meros nudos por donde pasa la
constante circulación de información. Es un juego de adquisición e intercambio, muy
similar al funcionamiento del mercado. Esas aparentes sencillez y transparencia ocultan.
Las mismas izquierdas tecno-pragmáticas, reacias a la metafísica, deshabilitan al sujeto
emancipando, al imposibilitar el proceso de su crisis y liberación, y lo sumen en una
chatura al limitarlo a la ontología de un lenguaje prisionero de lo inmanente.
Detrás de las escrituras sencillas hay una tremenda soberbia. Podría hablar, paleo o
neoizquierdas mediante, del abuso de dejar unas palabras para uso exclusivo de las élites
y otras para los demás, pero eso es un planteamiento poco interesante: prefiero la
coartada de que aquí el autoritarismo que tanto preocupa a esos intelectuales, quienes lo
ocasionan o facilitan con su defensa de la laxitud, es más un efecto que una causa: el
problema es más bien la tontera propia de toda su mística, la terrible imposición sin crisis
de legitimidad de las normativas apretadas de los multiculturalismos, la corrección política
y la tolerancia liberal. En la chata e ilimitada llanura del capitalismo tardío el autoritarismo,
el abuso, la violencia no tienen ninguna justificación (como no la tiene la anexión del otro
en los modelos posmotolerantes): son radicalmente absurdos y por tanto más brutales, son
más violentos precisamente por no poder ser pensados como violencia. De manera
sintomática el autoritarismo de la escritura sencilla pasa desapercibido y es prácticamente
no enunciable.
Valdría la pena entender que hay que admitir (en el doble sentido de permitir y de
reconocer su existencia) una relación asimétrica en todos esos niveles, una ruptura
temporal o momentánea con la horizontalidad –que en rigor nunca ocurre-, y que quizá no
sea más que una ficción que es condición de posibilidad de la horizontalidad o por lo
menos permite postularla y pensarla. Alguien gatilla antes el motor de la Verdad, de la
Lectoescritura, de la Educación, de la politización o la socialización
(dispositivos aquejados de un grado de sinonimismo, análogos interconectados en la
fractalidad multidireccional de lo público). El objetivo es que después el otro sea
consciente del artefacto y capaz de emplearlo. Se entenderá que esos antes y después,
ese alguien y otro, no son posiciones preestablecidas ni instantes en el tiempo, sino
estrategias de enunciación de un fenómeno que no es unidireccional y que ocurre en el
instante en que se teje lo social o lo público.
El dogma de la escritura simple oculta el trabajo que toda lectura demanda o requiere, y
hacernos ciegos a ello es la mejor forma de frustrar, de anular ese trabajo y sus efectos, y
la capacidad del lector de realizarlo. Otra de las causas del autoritarismo que
mencionamos podría ser la negación del conflicto entre el lector y el escritor, por lo cual las
fuerzas en relación, en vínculo y tensión se invisibilizan. Y lo hacen desde muy temprano,
pues se habla de escritura sencilla, nunca de la lectura –sea sencilla o compleja: el lector
desaparece de entrada. Nunca se habla de cómo debe leer.
Desaparece porque se fetichizan las palabras, se da una recaída en su materialidad, y las
letras son poco más que la mera tinta en la página: son ellas las que tienen la capacidad,
no el lector, ni el concepto, dado el caso ni siquiera el escritor. En su rotunda inmanencia
todo depende de un código a descifrar: letras que refieren a letras o que están en relación
con otras letras. La desaparición del Lenguaje, el cual tiene la necesidad de decir algo
sobre esas letras, sobre su origen, sobre su razón para estar ahí, el propósito de su
existencia, que hipotetiza un acto creador, una subjetividad, motivación, racionalidad o
praxis. Y si suponemos una praxis, ya estamos en el camino de una, de la nuestra y
de inventar la del otro, ya estamos en terreno socializante. Es esa praxis y esa potencia lo
que se desvanece, porque poco más que eso son el lector o el escritor, en tanto lectores y
escritores.
Detrás de ese código está la verdad, como levantando una piedra, eco de la fe en la
verdad como sustancia, como evidencia y no como proceso o aufhebung. La verdad
como objeto a adquirir o poseer, el delirio de propietario burgués extendido al pensamiento
y el lenguaje. Y como objeto dado o revelado y peor, como objeto que alguien tiene el
mágico don de transmitirme. Muy parecido es lo que ocurre con las marcas de la
corrección política, de la militancia, de la tolerancia, del feminismo, del no racismo, entre
tantas otras cosas: son bienes adquiribles y consumibles, garantes de estatus, identidades
prostéticas y no sujeto o crisis.
Comúnmente se dan en espacios como las redes sociales casos en los cuales se
comparten frases célebres falsamente atribuidas, o imágenes horrorosas (fascinantes,
inquietantes, da igual) con información falsa sobre su origen o cualquier otro detalle, donde
se dispara un doble engaño, siendo el más importante no el hoax de la autoría –
preocupación más bien policíaca- sino la creencia de que leemos cuando lo que hacemos
es quedar fascinados ante lo que es apenas una grafía: la pobre materialidad de la
escritura exhibida como imagen portadora también de un estatus adquirible y posesible
cual producto en el supermercado (el de educado, de sensible a cierta experiencia estética
de la vida –cual catador de vinos-, de militante, de consciente, de preocupado, etc.). Todos
hemos visto tales casos en páginas que se presentan como fuentes de cultura de saber,
como templos del buen gusto literario, al estilo de Acción Poética y tantas otras. También
encontramos que la recaída en la materialidad y el fetiche siempre apunta a la caída de
la polis – de lo social, político o público- hacia el oikos- lo privado, doméstico y a veces lo
común que confundimos con lo público (la suma de privados y no aquello que permite
pensar los privados: el reino de las redes sociales, la opinión, la encuesta, la democracia
liberal y sus libertades). Por ello el libro es igualmente un mero objeto prostético –otro
garante de estatus cuyo hábitat es Instagram o Facebook, que permite identificarme o
reemplazar una subjetividad que no puedo y no estoy dispuesto a ejercer o construir, sea
gran literatura o Paulo Coelho.
En la misma línea, los candidatos electorales o los expertos hablan del PIB, de la
renovación, de la juventud, del cambio. También los movimientos de neoizquierdas o
algunos otros como el animalismo se presentan con nombres agramaticales que actúan
como estímulo que produce el acto reflejo (no es de extrañar que suelan llevarse a cabo
acciones y automatismos sin riesgo de praxis alguna, como señalábamos antes). Las
consignas o nombres de esos movimientos ya no tienen mucho que ver con ideas, sino
más bien con cosas o con ritmos: son palabras-acto, palabras-cosa o palabras-imágenes,
cayendo con todo su sordo peso, tan autorreferentes como lo que dicen representar, casi
encerradas en su propio sonido, en sus ciclos, automáticas e inevitables, imposibles de ser
razonadas y no son ya Lenguaje. Están menos emparentadas con la consigna con
potencial sociopolítico que con el jingle, el logo, el canto tribal o la onomatopeya. La
llamada escritura sencilla no produce lectura, produce a lo sumo la gravitación obsesiva
alrededor de lo imaginario fascinante o de lo real aterrador, que en el capitalismo se
expresa en el goce consumista o en la paranoia y demanda de vigilancia al delincuente, al
terrorista, etc.
Letras y objetos
Ese tipo de fetichismos, de fijaciones, además de la ingenuidad de esperar una relación
uno a uno, punto por punto, entre palabras y objetos, entre léxico o idioma (nunca
lenguaje) y mundo, la referencialidad, son propios del delirio, de una humanidad delirante
justo como la tardocapitalista. Y es que no puede sino delirar aquel que cree que su
lenguaje es como un dedo apuntando a lo real, señalando la verdad o que la esconde
detrás, y que no se requiere mucho más para leerlo o para pensarlo.
No es casualidad que la defensa de esas escrituras sencillas venga usualmente de las
escuelas lógico-analíticas de pensamiento (y la ciencia), incluyendo al
posestructuralismo tardío anglosajón, ese híbrido entre lo peor de un universo filosófico, el
de la filosofía continental, y el peor universo filosófico: el alucinante y apretado reino de la
filosofía como técnica en Norteamérica. Tampoco es casualidad que el inglés tenga
palabras muy específicas para casi todo y un alto grado de explicitación -se me viene a la
mente el término horseback riding-, al igual que el chino (y que haya prosperado tan bien
el capitalismo en esas dos naciones), mientras que los idiomas romance apelen a la
polisemia y la capacidad interpretativa del oyente. O que la etimología del verbo escribir en
los idiomas greco-latinos refiera a trazar, dibujar, rodear con un círculo, mientras que la de
ese verbo en idiomas sajones quiere decir rasgar, romper o desfondar.
No es fruto del azar que Nietzsche desnude e inmanentice mientras Descartes viste –lo
que remite a un saber de la desnudez: entender que se desnuda para poner otro vestido (o
lo que es lo mismo, en nombre de otro vestido), que el vestido sugiere el cuerpo (el cuerpo
desnudo) y saber que la desnudez puede ocultar debido a su impacto sin mediación (el
asunto de la imagen). No es raro que Descartes trascienda y que supere. Una ontología,
con su lógica y escritura, intenta ante todo mostrar y decir; la otra intenta menos eso que
demostrar –restarle poder o impacto a lo que se muestra, abrir el espacio de la duda y la
crítica- y hacer decir. Quizá por eso al posestructuralismo y la teoría crítica le adjudiquen el
no decir nada en sus escritos, porque intenta menos eso que generar decires y prácticas
en otros.
Es inevitable pensar en el asunto de las horizontalidades y libertades entendidas como lo
hacen las posturas mencionadas en el escenario de la pospolítica actual, en particular en
su encuentro con las izquierdas: como un desdibujamiento o desfondamiento de la tensión
que actúa como el círculo que habilita –al limitar, al resistir el plano- dibujar esas
horizontalidades o libertades, dejándonos desarmados ante la brutal violencia del plano
mismo al romper el mecanismo dialéctico centro-periferia en su paranoia y miedo a los
autoritarismos, en la renuncia a enfrentarlos, en el optar por prevenirlos, por conjurarlos,
por el comportamiento yonqui obsesivo, anulando en cualquiera de sus formas el conflicto.
Un afán ciego por incluir sustancialmente a la periferia en el centro –poco más es la
anexión y amontonamiento de cuerpos de los multiculturalismos o la tolerancia liberal, por
ejemplo, tan solidaria con ese otro amontonamiento de cuerpos: el de las muertes en masa
cuando se opta por la otra cara de ese dispositivo: la extirpación. No entienden que la
periferia es siempre ya centro, de lo contrario –si fuese cuerpo extraño horrido o
fascinante- ninguna de las partes se animaría a entrar en relación con la otra, ni que
centro-periferia es el nombre de una lógica organizativa, una que dice momentos en los
que cualquiera de los dos extremos asume entender la relación que les involucra y al otro,
y sin los cuales tal relación no existe.
Esos enfoques suelen estar llevados por la avidez del Objeto hipervisible verdad-evidencia
o de la multiplicidad de objetos hipervisibles eternamente demandante de enumeración. El
Objeto-Uno o los objetos-múltiples. La urgencia es, aclaro, más de visibilidad – de ver algo,
cualquier cosa- que de objetos, el eje está en el acto de ver (el objeto no sólo es inventado
por el que observa –pensemos en la derecha vigilante que por no educar inventa al
criminal a ser vigilado- sino que se torna doblemente absurdo, no sólo injustificado sino
innecesario –terrible si pensamos que esos objetos o cuerpos pueden muy bien ser
personas y en la similaridad de esto con la desaparición del lector de la que hablamos
arriba): la lucha por la visibilización es la lucha por el control, el orden, y la vigilancia, la
lucha del biopoder; nunca por la organización o la educación, la lucha de la política.
La paranoia contra el autoritarismo o contra la desviación epistemológica, que guía a
buena parte de la academia en estos tiempos, aparece encarnada también en la demanda
permanente de vigilantismo –de que no seamos o nos expresemos de manera muy racista,
o machista, etc.- de las minoritarizaciones comunitarias de las neoizquierdas, donde muere
lo público, en el panóptico colectivo de la corrección política o del ejercicio de las libertades
liberales: la obligación de gozar la vida y no pensar o de expresarse sin pausa en Twitter o
Facebook garantizada por la actividad y la vigilancia constante de todos (el todos contra
todos hobbesiano, la guerra de la totalidad convertida en fiesta mediante la tiranía
del goce). Se expresa con más frecuencia o más visiblemente en esa otra vigilancia, igual
de paranoica y violenta, propia de lo policíaco o lo militar, en que consiste la autoridad sin
autorización y la demanda de una sociedad que pide más presencia policial, penas más
largas y criminales más jóvenes. Aunque parezcan opuestas son solidarias: las une su
mutuo afán por vigilarse, por desafiarse, jamás una necesidad de enfrentarse, que las
envuelve en un ciclo infinito sin posibilidad de superación. Tienen en común que ninguna
permite la autorización: lo autoritario jamás se justifica, lo laxo tampoco por confundir el
proceso de legitimación o de autorización con la legalidad o la autoridad, y así se excluye
cualquier oportunidad de salir de su soso e histriónico combate, digno de dos aves
cobardes que se esponjan, se hacen grandes, cacarean, exhiben todos los signos del
poder una (redadas, controles, disciplina, vigilancia, etc.), de la rebeldía la otra
(performances, happenings, actings, flashmobs, marchas, corrección política y demás
microdisciplinas, etc.), pero nunca se enfrentan.
Esa agitación reclama la eterna enumeración de detalles nimios en los cubrimientos
periodísticos de cualquier hecho, en los documentales de los canales culturales, en los
seriados policiales de TV, en toda la lógica forense que reemplaza a la política, en el dato
y la cifra de la política como administración (sea de izquierdas o no), y de las minorías
hipersingularizadas que son defendidas por las izquierdas protestantes. Objetos, valga la
pena decirlo, que nunca son susceptibles de ser pensados, que están ahí, injustificados,
con toda la violencia de una existencia absurda (todo se agota en definir si algo existe o
no, nunca se llega al nivel ontológico en que se podría pensar el por qué, para qué, los
motivos o razones para existir de ese algo). Son apenas padecidos o gozados,
exactamente igual que la inmanencia del capitalismo y sus efectos. La Verdad se reduce a
cierta consistencia argumentativa o a qué tan bien se siguen determinadas reglas de
argumentación, a una corrección epistemológica (hermana de su versión política) o a un
lugar que será visto paranoicamente como autoritario: entre la verdad empírico-técnica o la
no-verdad ético-estética; entre la ausencia de sentido por exceso de sentido o la ausencia
de sentido por exceso de sentidos, pero inevitablemente en el punto donde muere la
Verdad como política. Con la ausencia de cualquier justificación se garantiza que todo sea
siempre tal y como es, porque no puede ya ser distinto. Porque, al igual que los objetos
que lo componen, está ahí desde siempre y estará ahí por siempre: increado, injustificado
–e injusto-, impensado e implaneado: ya sin proyectos y deseos, sino apenas con
urgencias, miedos, obsesiones, adicciones, ritmos, rituales y repeticiones.
Lectoescritura versus diálogo/debate/discusión
Tales son las discapacidades sociopolíticas que impone la aceptación que han hecho las
izquierdas de la miseria de un universo de cuerpos y objetos. Es una escritura plana en un
mundo plano: esa existencia mísera es como el capital marca con su grafía el mundo sin
ningún propósito o razón, donde los signos son los objetos, acciones y cuerpos,
generalmente fetichizados, como las letras de las escrituras sencillas. Letras que refieren
unívoca y directamente a objetos, los cuales también han sido fetichizados y están ahí, sin
sentido alguno, sin riesgo de ser pensados y ni para qué preocuparnos por suponer que
sean susceptibles de ser pensados de otra forma, de ser cambiados o abolidos, justo
como ocurre con el modelo social actual. La imposibilidad depaideia ante una escritura que
renuncia a su estatus de escritura para ser objeto, imagen u objeto-imagen.
Valdría la pena no plantear el movimiento de ideas en términos de discusión, debate o
diálogo (expresiones liberales relacionadas con la competitividad, la aconflictividad, la
autoridad o la anti-autoridad que dan con la caída en la mera opinión o doxa), y plantearlo
en términos de lectura y escritura. Me parece cada vez más que cuando se da de esa
manera una subjetividad lee a otra, y escribe luego para sí y otros con todo lo que ello
implica: posicionamientos estratégicos con respecto a lo que dice el otro o uno mismo,
comprensión de las condiciones de posibilidad, de los espacios de existencia y posiciones
de mi subjetividad y la del otro, y uso de lógicas de relación conflictiva –por oposición a
refutaciones, sumas o anexiones- que admitan consciencia sobre los involucrados y la
relación misma. Así preservan la tensión, la posibilidad de Verdad y de actualizar
constantemente el concepto, adaptarlo y aterrizarlo acorde a nuevas situaciones y
necesidades.
No se trata de la insípida posición relativista que asume que todos tenemos un pedacito de
la verdad y tampoco de aquella lógico-cientificista que dice que nos vamos acercando a
ella con progresivas mejoras o cambios de paradigma, y refinando con precisión
matemática la argumentación, los instrumentos o la evidencia, aunque un poco de ambos
haya, o exista una zona limítrofe entre ellas y lo que propongo. Es mucho menos algún
enfoque pragmático que unopráxico. Esas formas me parecen en todo caso intuiciones
bastante llanas de mecanismos más complejos y profundos, por lo cual prefiero no
conformarme con ellas: lo que habría sería algo así como un deseo constante de avanzar
hacia una Verdad y el empuje de todos –el aporte de todos- hacia ese allá, y los esfuerzos
serían menos de corrección de miras, de armas o de objetivos, que de posicionamientos:
un asunto menos de mirar a un objeto externo o pulir las herramientas para observarlo
mejor –lógicas naturalistas e inmanentistas, que lidian con la objetalidad, pero también
vigilantes y disciplinarias- que deexaminarse uno mismo (generar una distancia y una
tensión al hacer al sujeto plegarse sobre sí mismo, no mucho más es pensar y hacerlo
crítica y en consecuencia, políticamente -el pensamiento, al igual que la filosofía no puede
ser sino político, aunque pretenda, no quiera o no pueda verlo, como ocurre con las
escuelas filosóficas analíticas). Todo ello lleva a posicionarse hábilmente acorde al
momento y condiciones históricas, sociales, políticas, etc. – al final, una lógica más propia
de lo crítico y educativo. No es cuestión de autismos ni ausencia de una especie
de progreso, pues esos ajustes o posicionamientos van refinando la capacidad de
ajustarse o posicionarse; esto es: incrementando la capacidad crítico-reflexiva-. Ese
examinarse uno mismo tiene que ver con examinar subjetividades, lo que reclama al otro,
haciendo más bien imposible el hiperindividualismo que es patrimonio de los tiempos que
corren.
También tiene que ver con postular una necesidad en un nivel superior -trascendencia y
Verdad van conectadas-, que posibilita lidiar con las necesidades evidentes e inmanentes,
que les da su estatuto de real (es suprincipio de realidad) y que dado el caso se encarna
en ellas o encuentra allí cómo expresar su potencial explicativo: en algún momento
leninista o clásico las necesidades materiales eran el eje de la problemática de la
izquierda; desde el hoy es fácil entender –quizá queramos entender o debamos hacerlo
justo por los tiempos en que vivimos- que no se trata tanto de que en ese momento el
mundo haya sido así, sino de que era necesario plantearlo así, y de que quizá los mismos
participantes no tenían esa conciencia o en todo caso no tenían la ventaja que tenemos
nosotros al ejercerla sobre el pasado, llegando incluso a resignificarlo. El mundo sigue
siendo el mismo, la misma fría aunque agitada colección de objetos: lo inmanente no se ha
modificado radicalmente, pero lo trascendente hace plausible pensarlo de otra forma.
Quizá estos tiempos, con nuestro esfuerzo constante, permitan postular que algo es más
real por ser más necesario, que es más real en tanto es mejor consciencia de qué se debe
entender por realidad en un determinado momento histórico (praxis y estrategia), y no más
necesario por ser más real, confusión en la que cayeron las izquierdas socioeconómicas y
que favorece la ontología del capitalismo que guía desde el apetito consumista hasta las
neoluchas fetichistas y obsesivas.
Hace buen tiempo un señor llamado Hegel y luego un tal Marx, hablaban de cosas muy
similares, apelando también a esa inevitable existencia asintótica, y a ese movimiento de
espiral dentro de espiral, de la especie humana con respecto a sus horizontes ficcionales.
La grafía posmocapitalista versus la Lectoescritura neológica
Recientemente Chomsky tuvo una discusión con Zizek, en la que reclamaba del
obscurantismo que ya le ha achacado a los que él llama charlatanes, y que son más o
menos los pensadores de la filosofía continental, la teoría crítica y afines. Indicaba o
reclamaba que tanto neologismo sería contraproducente o que se debiera escribir
más sencillo y no ocultar, detrás de la verbosidad, lo que el pensador norteamericano
considera una carencia de todo contenido. Su queja es muy del orden del puritanismo
protestante que se expresa en las vigilancias de las éticas de trabajo (Weber), de la
corrección política o epistemológica, y del imperativo superyoico de gozar o de hacer (de
hacer gozando, de gozar haciendo). Microdisciplinas que como ya he afirmado antes,
están emparentadas en una enemistad solidaria con las técnicas paranoides y
vigilantescas de lo policíaco, lo militar y lo sanitarista. En otros espacios he usado el
término ortofasia para describir como la corrección política cosifica, fetichiza y disciplina –
como una ortopedia médica (otro escenario lleno de vigilantismos)- a las palabras o
expresiones. Así llegamos a la fijación con vocablos como afrodescendiente o con una
coreografía absurda, medio penosa y ridícula, a los malabarismos con los grafemas (todxs,
tod@s) como fetiches garantes de estatus –de tolerante o cualquier otro-, como conjuros o
vacunas contra el machismo o la discriminación –como si el problema fuera el cuerpo, un
virus, un mal, un tumor (desorden o trastorno) extirpable o tratable y no un síntoma
inscribible en determinados problemas del sujeto o la sociedad: tenemos profilaxis,
pensamiento mágico y disciplinario, paranoide y obsesivo; no se puede esperar otra cosa
de una sociedad llena de miedos y adicciones, que abandonó los proyectos y deseos. En
la militancia parece importar tanto la acción –replicando la ética protestante weberiana-
que se ha fetichizado también; no es de extrañar los arranques microfascistas de las
neoizquierdas y los nuevos movimientos como el animalismo: hemos abandonado el
deseo de dar sentido o propósito a ese actuar. Así la izquierda se derechiza, pero en
nuestro mundo y gracias a que la acción se fetichizó, las derechas han aprendido a
protestar como atestiguan los levantamientos de los privilegiados contra gobiernos
específicos alrededor del mundo. Allí está el punto de encuentro entre la derecha y esa
otra derecha que puede llegar a ser la izquierda.
Como decíamos, podríamos hablar de ortofasia, aunque preferiría robar un concepto ya
existente y usarlo neológicamente. Quisiera llamarlo ortología, lo que se me antoja una
cosificación, fetichización y disciplinamiento del Lenguaje; su reducción a unas cuantas
normas, una ciencia de ser obediente y de seguirlas. El problema es que cualquier
izquierda nace necesariamente en el seno del capitalismo y andar predicando purezas es
un error: si pensamos la realidad en términos de contradicciones y tensiones,
hegelianamente, la izquierda inevitablemente estará untada del sistema, pero es también
capaz de pensarlo y de pensar su relación tensa con él y –al producir esa tensión- se
supone que de abolirlo, de superar esa tensión. No hablamos de resignación, es un asunto
de entender las condiciones lógicas y ontológicas de la izquierda –y luego las condiciones
sociohistóricas concretas- para no caer en posiciones enceguecidas a esas
contradicciones que caigan presa de ellas. Con tanto puritanismo termina uno por caer en
prácticas del capital sin darse cuenta cuándo ni cómo. Como dice el saber popular, el
problema que se admite es el único que se deja atrás.
Personalmente creo que no me interesa mucho discutir con las afirmaciones de Chomsky,
y que en general evado la discusión por lo explicado un poco más arriba o que me la
ahorro debido al análisis crítico de la escritura que he hecho mucho más arriba. Podría
apuntar al hecho de que esos argumentos suelen ser el caballito de batalla con el que el
capitalismo cierra el ejercicio de las ciencias humanas en la academia, limitando el saber a
lo puramente técnico o pragmático, la tecnociencia y todo lo que sea rentable, la defensa
de la educación para la producción. Que no cuesta notar que esa academia ya exhausta
de sus propios rituales vacíos de corrección epistemológica tiene poco escape más que
decir obviedades (Chomsky suele salir a decir cosas como que “ver la academia como
negocio es malo para la universidad o que los poderosos nos esconden cosas), u otros
escapes como algunos acting outs, happenings y espectacularismos como el de la pelea
como Zizek. Que justo esa academia de corte analítico tan favorable al capitalismo es la
tradición en la que se inscribe el pensamiento de Chomsky. Señalaría que lo mismo hacen
los economicistas neoliberales, a los que Chomsky se opondría muy seguramente, para
cancelar cualquier intento de crítica a sus dogmas. Anotaría como curiosidad – y para
mayor familiaridad del lector uruguayo- que a Mujica le molesta el viru viru y que cree que
a una sociedad justa se llega a golpe de chorizazos y buenas intenciones: que la crítica o
el Lenguaje no juegan nada ahí. Diría que hay una tremenda soberbia en pobrecitear a las
masas como si no pudiesen hacer lo que el académico promedio, y que seguramente se
les quiere hacer depender de ellos. Agregaría que suponer o asumir una claridad –tanto
como asumir una obscuridad- en las palabras en sí es de un candor incalculable y hasta
infantil –o mejor, adolescentoide: creer que con que alguien lea algo escrito en palabras
supuestamente referenciales (o sea, que se dice apuntan a un objeto o cosa como un
dedo índice), ya termina la lectura y que lo hace como acto pleno, cuando la realidad es
que la lectura nunca termina propiamente y es un acto siempre incompleto. Diría sobre el
tema que escuchar hablar de una escritura sencilla o simple, o que se presente así una,
me produce las más hondas sospechas. Mencionaría finalmente que las llamadas
escrituras sencillas analíticas realmente no se hacen cargo de lo que dicen –por más que
se llenen de datos y evidencia, o precisamente por hacerlo-, pues el peso de lo que
afirman recae en todas las reglas lógico-argumentativas que siguen: no hay una
subjetividad detrás de esa escritura, sino la objetalidad asfixiante de un conjunto apretado
de normas que gracias a su cuasi-sustancialidad quiere reemplazar el vigor no sustancial
del sujeto. No sólo desaparecen al lector, su labor y responsabilidad, al desaparecer su
conflicto como dijimos al inicio de este escrito, sino que desaparecen también al
escritor[2]. Tanta asepticidad hace que se ausente la responsabilidad del que escribe, no
se pone el pecho con un nombre y una escritura propios. Seguramente se objetará que es
un acto soberbio atarle un nombre propio a algo que es parte de la inexorable marcha de
la actividad intelectual, pero lo que se pierde –de no hacerlo- es la actitud colaborativa de
aquel que se compromete o realiza una apuesta subjetiva. Si llega a haber compromiso en
las filas de la academia sajona –siempre puritana y protestante- será claramente separado
de su escritura o su método (Chomsky es un buen ejemplo). Dejando ya los síntomas
enumerados e intentando ir a la raíz o profundizar, podríamos emplear al científico
cognitivo como excusa para problematizar el asunto del neologismo y lo neológico.
Para Hegel la sustancia –tomada por el pensador en su acepción espinoziana- es una y
por lo tanto incluye al pensamiento, excluye toda negatividad y esquietud por más que
se agite, como lo son las escrituras y pospolíticas descritas más arriba. El devenir se
habilitaba únicamente cuando aquella se extrañaba de sí misma, devenía otro en sí
misma, cuando se ponía enmovimiento esa quietud que es la sustancia, y entonces era
capaz de pensarse. El artefacto del devenir requiere la negación de la sustancia y un
escepticismo que no se queda ni se agota en la alarma ante el descubrimiento de lo
ficcional o la ilusión (que no cae en la pobrísima lógica del engaño y el desengaño), sino
uno que se consuma según el padre de la dialéctica moderna; esto es: que opera en una
ontología a la que no le basta mostrar la existencia o no, sino una en la que se piensa la
necesidad o no. No muy diferente es lo que pasa con el sujeto cartesiano extrañado de su
yo, el sujeto de la alienación marxiano extrañado de sus condiciones o el neurótico
freudiano incómodo consigo mismo.
Si el pensamiento es extrañamiento de la sustancia, y el lenguaje es extrañamiento del
pensamiento, entonces el neologismo podría ser postulado como el sitio de extrañamiento
del lenguaje. El Neologismo (neo logos: elnuevo lenguaje) puede ser entendido como una
nueva forma de ver o plantear el mundo. Lo que se piensa y se dice de otra forma, se ve o
entiende de otra forma y se puede cambiar hacia otras más. Hablamos de nuevas praxis-
teóricas y prácticas. En los tiempos de cambio se abandonaron viejos lenguajes, los cuales
inevitablemente son viejas ontologías (los gruñidos por las palabras, viejos dioses por
descripciones de fenómenos naturales, etc.): son cambios estratégicos en la enunciación
de la realidad que implican cambios estratégicos en el vivirla, en cómo se le encara, si se
juzga o se piensa, para así cambiarla o modificarla.
No extraña que en otras ocasiones al encarar a Chomsky con el ¿qué hacer?leniniano no
haya sabido responder con mucho más que los usuales reformismos del arsenal anti-
político sajón, atrapado en la inmanencia de lo económico, en la que han caído todas las
posmoizquierdas y partidismos, contagiados gracias a la viralidad de la globalización: una
lógica llena de renuncias y abandonos, resignada a un plano y a la incapacidad de
superarlo. Las neoizquierdas no pueden cambiar el mundo por su caída de ser la función
de Lectoescritura a eso que hemos llamado más arriba Pensamiento. Lugar donde se
ubican las platitudes propias de las escrituras sencillas, la economía capitalista, los
pragmatismos económicos o filosóficos, y los posmodialogismos tolerantes; es decir: en lo
inmanente del objeto en tanto concepto de objeto. No es que no digan cosas ciertas, no
nos engañan, ni fueron comprados por el neoliberalismo o el capitalismo (aún si así fuese,
centrarse en eso replica la pobreza del pensamiento que criticamos), sino que las certezas
lógico-analíticas, al ser meras certezas sobre la existencia, son inútiles para lo político o lo
social (son certezas autistas u onanistas, gravitando alrededor de sí, hundidas en su
autorreferencialidad): si entiendo que una manzana existe o no, no gano mucho más que
cierta satisfacción de saber –pensemos en la satisfacción de la denuncia de muchas
neoizquierdas o de los creyentes en conspiraciones, el sentir que sabes y que sabes más
que los demás (de nuevo la adicción o el placebo). Ahora, si entiendo que la manzana
tiene el propósito de ser comida, si postulo un sentido o un propósito, todo cambia. El
pragmatismo, en su urgencia por volver útil todo, lo torna inútil: si todo es útil, todo es inútil,
se daña la capacidad de distinguir lo uno de lo otro.
La indignación ante el que escribe con un supuesto obscurantismo no es sólo un avatar de
una disciplina que refuerza dicha lógica, sino que –como todas las otras formas de
microdisciplina- es una variante de la caridad bienpensante, ahora intelectual y para con el
lector: mero onanismo ético que le usa cual objeto, y es activismo obsesivo y sin sentido.
El acto placebo que empuja a las neoizquierdas, ya adictas a su imaginaria efectividad. El
partido de izquierda, la tecnocracia y la política como administración, la militancia, la
hipotetización de conspiraciones, la neoizquierda activista o multiculturalista, la defensa de
la escritura simple, y la derecha que quiere matar al delincuente o penas más largas para
él, todos atienden síntomas desconectados lógicamente de su enfermedad (la carencia de
acción o de afiliación, las estadísticas del PIB, la corrupción dentro de los movimientos, las
supuestas manipulaciones judías o masónicas, un caso de discriminación o abuso contra
alguna minoría o un animal son ejemplos de esos síntomas inconexos). Todos participan
alegremente de la nueva fiesta antimetafísica del capital –violenta, en tanto absurda o
injustificada, pero a veces más visible cuando esa violencia es concreta o sustancial.
Como concepto el neologismo -o lo neológico- no es un punto preciso de ese
extrañamiento del Lenguaje. Es ante todo un truco operativo o funcional, un proceso, que
no se da sin la fe, sin la creencia o sin postular que existe ese punto. Es entendible el
rechazo de Chomsky. La llana lógica hiperanalítica sajona, con sus escepticismos y
realismos ingenuos, no entiende de fe, creencias o de trascendencias. No entiende de lo
neológico aunque use neologismos como en sus posestructuralismos tardíos a la Butler.
Todo lo que amenace con hacer un corte en su platitud es rechazado. No podemos atacar
o criticar al estudioso norteamericano –se entenderá que no lo hago- sino más bien
examinar las condiciones de posibilidad de su discurso.
Tampoco defiendo una escritura cargada de neologismos (cosa más ingenua sería
defender tal sustancialidad), lo que podría o no ser la versión más visible de un nuevo
pensar lo existente, pero lo que sí defiendo sin duda es que no se frustre la existencia –
que no es mucho más que su posibilidad siempreamenazante, una potencia en definitiva-
de un nuevo Lenguaje. Lo que incluye conceptos, relaciones, responsabilidades, praxis,
trabajo, conflicto, tensiones, ontologías y no sólo palabras que posibiliten hacer aquello
que he descrito. Pedir algo más sencillo siempre -porque no importa cuanto se simplifique
un texto, siempre se pedirá que sea más sencillo, una demanda de retorno a algún grado
cero lingüístico (gruñidos, gemidos, muecas y pedos, como lo que abunda en las redes
sociales, Youtube y portales de noticias online), se me antoja una petición de que el
escritor resuelva una crisis irresoluble en el lector (que le dé un objeto pleno,
aproblemático, del que la escritura sencilla apenas es un fetiche o un sucedáneo: un
reemplazo, droga o fix que nos engaña), pues esa crisis es la condición de posibilidad de
la Lectura y no se resuelve nunca, es la Lectura misma. Lo que hacemos es simplemente
hacerlo alejarse de sí, estirarse o descentrarse, y retornar enriquecido y preñado de aún
más posibilidades de las que ya tenía: hacer que se pliegue sobre sí mismo, usando lo que
leemos como espacio para trabajarlo, no para resolverlo a plenitud como pide la tendencia
criticada en estas líneas. En resumen: no hablo de un neologismo lingüístico, ni de una
escritura en su materialidad –de una grafía- neológica, sino de una Lectoescritura, de un
Pensamiento, de un Lenguaje –como operación, como potencia, como lógica- que tenga
propiedades neológicas; esto es: que contenga en sí la capacidad de su propio aufhebung.
Un mundo sin trascendencia es una metáfora trunca, metástasis de uno de los dos
elementos que la componen en el otro, por lo que no podemos distinguirlos, como no
podemos distinguir la realidad de la ficción en el mundo actual. Lo que bien explicaría la
tendencia de hoy hacia lo hiperreal y a la simulación –al decir de Baudrillard- y la facilidad
con que cedemos a la credulidad en el ardid que es la imagen (del funcionario público, de
la publicidad, de los medios, de las grafías, de los fetiches y rituales) a pesar de ubicarnos
siempre en la lógica del desengaño, la descreencia y el escepticismo-realismo ingenuo.
Nos volvemos crédulos huyendo de la creencia, y lo que se requiere para la superación es
lo contrario: el creyente sabe que cree y tiene una praxis de su creencia, el crédulo simple
y automáticamente cree. Escapar a ello inevitablemente demanda un nivel o dimensión
trascendente, así como el sujeto es poco más que una ficcional y también trascendente
interioridad que más bien actúa como momento o como espacio externo –igualmente
inexistente- desde el cual pensar mi cuerpo, mi existencia, mi empuje vital, la evidencia
muda y rotunda de mi inmanencia y mi finitud. Nada puede superarse sin primero –he ahí
el momento ficcional- haber sido exterior a sí mismo. A lo mejor así podamos leer y
responder con otro cariz las angustiosas preguntas presentes en la obra de Juarroz.
[1] El filósofo autodidacta colombiano Estanislao Zuleta, a quien considero uno de mis
primeros mentores –aunque nunca se haya enterado- escribió un ensayo titulado Sobre la
lectura, que plantea el problema tomando algunos de los mismos elementos o lugares que
tomaré en determinados apartes de este texto, con giros que podrían ser considerados, si
no anti-zuletianos (debido a que no alcanza a llegar a ello ni interesarme en las
posturas anti en general), por lo menos como suplemento crítico de su propuesta. Si
alguien no encuentra conexión o similaridad alguna, sirva por lo menos este ensayo como
homenaje al suyo, que me sirvió de inspiración antes y también ahora, y motivó mi interés
temprano en estos temas (algo curioso para un escrito publicado el año de mi nacimiento),
puesto que esa es otra de mis intenciones al escribir este artículo.
[2] Esto me parece sintomático del capitalismo y no mucho más que la absorción de su
lógica en el campo de la escritura. Recordemos que el obrero según Marx también ve
desaparecida su subjetividad con respecto a su labor y su existencia misma. Como aparte,
ese desvanecimiento me lleva a pensar en las discusiones actuales sobre derechos de
autor, donde el ataque a estos y alcopyright son hechos desde una perspectiva que con
diversos esfuerzos –entre los que se cuenta el barrer con el concepto de originalidad
(espacio inexistente que permite declarar la acción creadora)- aliena, desubjetiviza y
deshumaniza la actividad creativa, lo que terminaría solidarizándolos con la lógica del
capital y haciéndole un flaco favor a todos los involucrados, al sostener el sistema que
genera dichos problemas en primer lugar. No extraña que con toda su agitación e incluso
sus conquistas, la situación del autor con respecto a su obra siga siendo una que beneficia
al capital y no a quien realiza un acto creador.