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Página 12 05 de febrero de 2017 / Cultura y Espectáculos A CINCUENTA AÑOS DE LA MUERTE DE VIOLETA PARRA Sobre la dicha y el quebranto Escribió poesía, compuso y cantó tonadas, cuecas, parabienes, décimas y corridos. Trabajó en bares, puertos, circos y fondas. Tocó guitarra, charango, cuatro, arpa y quena. Pintó sobre madera, tela y cartón. Y hoy la chilena sigue siendo una voz insustituible del continente. “No existe empleo ni oficio / que yo no lo haya ‘ensayao’...”, compuso Violeta Parra. Por Cristian Vitale Murió porque su depresión lo quiso. Fue hace cincuenta años y cuando tenía casicincuenta años. Aún no habían pasado millones de cosas en América y el mundo, pero una jugarreta de esas que gustan al imaginario la asocia con tales hechos posteriores a su ida. El nombre de Violeta Parra va indisolublemente ligado a los intentos revolucionarios en el Tercer Mundo, hijos de Argel, Eva y Fidel; a Vietnam; a las gestas musicales de Quilapayún, Mercedes Sosa, Los Beatles o Víctor Jara; al pacifismo; al hippismo; al canto de protesta; a las pastillas anticonceptivas; al feminismo; a la libertad y la paz; al reconocimiento de los pueblos originarios; al folklore chileno, argentino y latinoamericano; a Joan Baez, Bob Dylan, los derechos de los negros…. A todo ese espíritu de fines de los sesenta que pondría el sentido del mundo en otra frecuencia. Y, claro, a sus enormes contradicciones que, sintetizadas en Violeta, ya arrancan desde su nacimiento del que,

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Página 12

05 de febrero de 2017 / Cultura y Espectáculos

A CINCUENTA AÑOS DE LA MUERTE DE VIOLETA PARRA

Sobre la dicha y el quebranto

Escribió poesía, compuso y cantó tonadas, cuecas, parabienes, décimas y corridos. Trabajó

en bares, puertos, circos y fondas. Tocó guitarra, charango, cuatro, arpa y quena. Pintó

sobre madera, tela y cartón. Y hoy la chilena sigue siendo una voz insustituible del

continente.

“No existe empleo ni oficio / que yo no lo haya ‘ensayao’...”, compuso Violeta Parra.

Por Cristian Vitale

Murió porque su depresión lo quiso. Fue hace cincuenta años y cuando tenía –casi–

cincuenta años. Aún no habían pasado millones de cosas en América y el mundo, pero una

jugarreta de esas que gustan al imaginario la asocia con tales hechos posteriores a su ida. El

nombre de Violeta Parra va indisolublemente ligado a los intentos revolucionarios en el

Tercer Mundo, hijos de Argel, Eva y Fidel; a Vietnam; a las gestas musicales de

Quilapayún, Mercedes Sosa, Los Beatles o Víctor Jara; al pacifismo; al hippismo; al canto

de protesta; a las pastillas anticonceptivas; al feminismo; a la libertad y la paz; al

reconocimiento de los pueblos originarios; al folklore chileno, argentino y latinoamericano;

a Joan Baez, Bob Dylan, los derechos de los negros…. A todo ese espíritu de fines de los

sesenta que pondría el sentido del mundo en otra frecuencia. Y, claro, a sus enormes

contradicciones que, sintetizadas en Violeta, ya arrancan desde su nacimiento del que,

dicho sea de paso, este 4 de octubre se cumplirán cien años. Aún no se sabe, por caso, si su

madre la parió en San Fabián de Alicó, una comuna precordillerana de la provincia de

Ñuble, o en San Carlos, una ciudad ubicada en la misma provincia.

Pero sí que nació como Violeta del Carmen Parra Sandoval y que hizo de todo. Que le fue

escapando como pudo a la pobreza, a las dolencias y a las enfermedades de la infancia.

Que escribió poesías, compuso y cantó tonadas, cuecas, parabienes, décimas, corridos, y

ritmos andinos. Que escribió libros; trabajó en bares, puertos, circos y fondas; tocó guitarra,

charango, cuatro, arpa, y quena; y pintó paisajes y pasajes sobre madera, tela y cartón. Que

esculpió; cosió; trabajó la cerámica; dio clases; recopiló músicas en los campos; animó

programas de radio, tejió y bordó. Tanto hizo la Violeta en vida, que una de sus décimas

autobiográficas lo expresa mejor que mil palabras: “No existe empleo ni oficio / que yo no

lo haya ‘ensayao’...” También tuvo experiencias de amor traumáticas –tanto, que una de

ellas la llevó al suicidio–, pero también de las otras, que resultaron en cinco hijos, dos de

ellos de un mismo padre, un obrero del ferrocarril llamado Luis Cereceda, y músicos

(Isabel y Angel) y tres más: Carmen, con el carpintero Luis Arce, Rosa Clara y Luis.

Lo primero que hizo esta poetisa que presintió en cuerpo, alma y arte el cambio de una era,

fue cantar. Tenía ocho años cuando lo hizo por primera vez, acompañada de una guitarra, y

once cuando diseñó sus primeras canciones. Seis más cuando se trasladó a Santiago junto a

su hermana Hilda con el fin de cantar en cualquier lado. Fue el principio de un periplo más

hamacado que un tren. El principio de constantes viajes por tierras lejanas y cercanas, que

le dieron al movimiento de la Nueva Canción Chilena, su matiz más universal. De hecho,

su primer registro discográfico fue en Francia bajo el nombre de Guitare et Chant: Chants

et Danses du Chili, publicado en 1956, cuando ya había estado dando vueltas por la Unión

Soviética y Polonia.

Se trata de un impecable fresco constituido por esos temas populares que Violeta gustaba

rastrear en gentes anónimas y rurales de su Chile (“Miren como corre el agua”, “El

palomo” y “Canto a lo divino”, entre ellos), más tres clásicos que la marcarían de por vida:

“Violeta ausente”, “Casamiento de negros” –que ya había grabado en un simple, tres años

antes– y “La jardinera”, que vería la luz en simples posteriores, y en la reedición póstuma y

completa del mismo trabajo, en 1975. Fue el disco debut de una zaga que continuaría con

siete discos publicados por EMI-Odeón, entre los que se destacan Recordando a Chile (el

de “Paloma ausente”, “Qué he sacado con quererte” y “Qué dirá el Santo Padre”), Carpa de

la reina (el de “La pericona se ha muerto” y “Los pueblos americanos”), ambos discos del

prolífico 1965; y de Las última composiciones, postrero trabajo en vida de la chilena que,

paradojal, se despide con “Gracias a la vida”, además de “Volver a los 17”, “Run Run se

fue pa`l norte” y la premonitoria e intensa “Maldigo del alto cielo”.

Aquel disco, el único publicado por la RCA Víctor, es considerado como uno de los

mejores de la música popular chilena del siglo XX y expresa, más allá de la lumínica y –tal

vez– anticipatoria “Gracias a la vida”, resabios del amargo gusto que le había causado la

separación de su gran amor, el antropólogo y músico suizo Gilbert Favre, entre otros

latigazos al alma, como la desidia de parte de ciertas usinas culturales chilenas para con sus

trabajos, el retorno a la pobreza o la muerte prematura de Rosa Clara, su cuarta hija. Había

grabado tal disco junto a sus hijos Isabel y Angel, que ya la habían acompañado en una gira

por Alemania, Italia, Francia y la Unión Soviética tres años antes. Y se escuchó tanto como

el disparo que se pegó en la sien derecha, en un acto pensado y volitivo, a las seis menos

veinte de la tarde de un –también– domingo 5 de febrero de 1967.

Murió sola en su carpa de La Reina, pero no pasaron más de tres horas para que miles de

chilenos salieran a llorarla en cada barrio pobre del país, y tantos más de otros barrios del

orbe mundial, donde habían llegado sus profundos cantos latinoamericanos: “Gracias a la

vida que me ha dado tanto / Me ha dado la risa y me ha dado el llanto / Así yo distingo

dicha de quebranto / los dos materiales que forman mi canto / y el canto de ustedes que es

el mismo canto / y el canto de todos, que es mi propio canto”, eternizarían por caso

Mercedes Sosa y Joan Baez, con el seguro objeto de reivindicar a Violeta, a la altura de sus

circunstancias.

LA NACIÓN – – Pensamiento Domingo 26 de febrero de 2017

Cien años de Violeta Parra,

popular y universal

Artista multifacética, a un siglo de su nacimiento se la recordará en

Chile, su país natal; en la Argentina, la Feria del Libro y el Teatro

Colón celebrarán su figura.

Francia Fernández

"Yo soy amiga del viento, / que rige por las alturas, / amiga de las honduras/ con vueltas y

torbellinos," entonaba Violeta Parra, la cantautora más universal de Chile, y también la más

indómita. Poeta, recopiladora folclórica, pintora, arpillista, y "jardinera, locera, costurera...

Árbol lleno de pájaros cantores", como la describió su hermano Nicanor.

Ilustración: Fernanda Cohen.

Se acaban de cumplir 50 años desde que la artista -presa del desencanto y herida de amor-

se suicidó. En 2017 también se cumplen cien años de su natalicio. Para homenajearla, en su

país ya comenzaron los festejos con más de trescientas actividades, que se extenderán hasta

el próximo 4 de octubre, fecha exacta de su nacimiento y que, además, marca el Día de la

Música Chilena.

Con el título de "Violeta Parra. 100 años", las conmemoraciones son una iniciativa conjunta

del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes de Chile (CNCA), diferentes ministerios

públicos y la Fundación Museo Violeta Parra. La variada agenda incluye obras de teatro y

espectáculos de danza, lecturas callejeras, conciertos de orquestas sinfónicas,

presentaciones de cantoras de cuecas que ella recopiló, coros ciudadanos, talleres de

artesanía, un congreso internacional, un encuentro de mujeres alrededor de su faceta como

bordadora y luchadora por la justicia social, la publicación de Cancionero popular, votado

por la gente, y de Violeta para niños (Ediciones Biblioteca Nacional), un libro ilustrado

sobre su infancia, además de gigantografías en edificios públicos con imágenes de Violeta,

que tomaron fotógrafos como Sergio Larraín, y muestras de afiches que homenajean su

figura.

A lo largo del año, en el Museo Violeta Parra -que alberga una exposición permanente con

sus arpilleras, óleos, documentos e instrumentos musicales- se realizarán unos ochenta

recitales y un ciclo de cine sobre la artista, mientras en el Teatro Municipal de Santiago, el

6 de marzo se presenta Canto para una semilla, una cantata que creó el compositor Luis

Advis, en 1971, sobre Décimas de Violeta Parra, y que interpretarán su hija Isabel, su nieta

Tita e Inti-Illimani.

El conjunto chileno -que este año festeja cinco décadas de existencia- también cerrará, el 2

de abril, en Concepción -donde Violeta Parra fundó el Museo Nacional del Arte Folklórico

Chileno, a fines de los años 50- su gira La exiliada del sur, con que rinde tributo a la

cantante nacida en San Carlos en 1917, que se crió junto con ocho hermanos y dos medio

hermanos en el hogar pobre de un padre folclorista y bohemio y de una madre costurera

aficionada a las canciones campesinas.

Jorge Coulon, fundador de Inti-Illimani, dice que Violeta es, por un lado, "una flor

especial" en "el rico jardín" que conforman, entre muchos artistas latinoamericanos,

Agustín Barrios Mangoré, Silvestre Revueltas, Heitor Villa-Lobos, Atahualpa Yupanqui,

Antonio Berni, Oswaldo Guayasamín, Cándido Portinari, Jorge Luis Borges, Gabriel

García Márquez, Mario Vargas Llosa y los muralistas mexicanos. "Desde otra perspectiva,

como pocos, es una artista atemporal. Sus textos, incluso los más contingentes, tienen

vigencia hasta hoy; su música, inquieta e inquietante, está siempre en conflicto con lo usual

sin ánimo de romper, sino de refundar, de mover algo en la costumbre, en el

acostumbramiento... Violeta hoy es folk, es rock, es punk, es hip hop, es clásica. Puede ser

cantada en todos los ritmos, gritada en todos los estilos. Su vigencia reside en el

interrogante de estilo e identidad que dejó a las nuevas generaciones. La materia prima de

sus composiciones son aquellas preguntas, temores, rabias y euforias que persiguen al

humano desde siempre."

Para Claudio Vergara, periodista especializado en música del diario La Tercera, Violeta

Parra "es, junto con Neruda y Mistral, el nombre consular de la cultura chilena en el siglo

XX. Es, por lejos, la figura más relevante de nuestra música popular y la creadora musical

más citada por distintas generaciones de artistas en el último tiempo. En años recientes se

ha querido poner en un podio parecido a Víctor Jara o Jorge González (ex líder de Los

Prisioneros), pero hay una diferencia fundamental: la trayectoria de Parra sobrepasa la

música y su riqueza es mucho más amplia. Ella fue la creadora que recopiló la creación

campesina y popular, no sólo para transformarla en una canción poética y llena de

inventiva, sino que también empujó el perfil social que la música chilena explotó con brillo

inigualable en el movimiento de la Nueva Canción Chilena, en los años 60 y 70".

Música por instinto

De contextura frágil -en la niñez sobrevivió a diferentes pestes, entre ellas, una viruela que

le dejó marcas en el rostro y, de adulta, a una hepatitis-, y carácter determinado y explosivo,

Violeta aprendió a tocar la guitarra casi instintivamente, al imitar a su padre. Luego

comenzó a cantar con sus hermanos en las calles, para seguir con restaurantes, circos,

trenes y hasta burdeles. A los nueve años compuso su primera canción; a los doce, en

Chillán, musicalizó los poemas de su hermano mayor, Nicanor Parra. Fue él quien la

convenció de mudarse a Santiago, cuando murió su papá, en 1932. En la capital chilena, a

los diecisiete, Violeta, que había abandonado los estudios secundarios, cantaba farrucas,

pasodobles y sevillanas con su hermana Hilda, en bodegones. Las hermanas Parra -como se

hacían llamar- también editaron algunos discos con el sello RCA Victor, hasta que se

separaron, en 1953. Luego Violeta emprendió un camino en solitario y más tarde se

convirtió en la autora de temas imprescindibles del cancionero latinoamericano, como "Al

centro de la injusticia", "Maldigo del alto cielo", "Arauco tiene una pena", "La jardinera",

"Arriba quemando el sol", "Casamiento de negros", "La carta", "Volver a los 17" y

"Gracias a la vida".

Nicanor también la conectó con grandes poetas de la época: Pablo Neruda, Pablo de Rokha

y Gonzalo Rojas, entre otros. Y la impulsó a recorrer "ciudades y charcos", durante quince

años, al rescate de más de tres mil temas populares, reunidos en el libro Cantos folklóricos

chilenos.

En el exterior, fue "embajadora cultural" de Chile, ya que llevó su canto y sensibilidad

social a Europa, donde también se convirtió en la primera artista latinoamericana que

expuso en el Museo del Louvre, en 1964. Vivió en París, en dos períodos, y pasó una

temporada en Ginebra, acompañada por Gilbert Favre, un antropólogo y musicólogo suizo

varios años menor que ella, al que había conocido unos años antes en Chile y que fue su

último y gran amor. De esa tortuosa relación surgieron canciones como "Run Run se fue

pa'l norte" y "Qué he sacado con quererte".

A la Argentina llegó en 1961. Se quedó seis meses en Buenos Aires, donde expuso sus

pinturas, se presentó en la TV y dio recitales en el Teatro IFT. Ahora "regresa", en una

selección de la muestra Yo canto la diferencia. Violeta Parra poesía y voz, de la Biblioteca

Nacional de Chile, que se exhibirá en la Feria Internacional del Libro, en abril. La

exposición está centrada en "la poeta que canta, en la Violeta intelectual, que mira su época

y tiene algo que decir al respecto", indica Patricia Díaz, jefa de Extensión Cultural de la

biblioteca. Por ello, habrá fotos, diarios y revistas que documentan el contexto en que Parra

vivió. Asimismo, se podrán escuchar quince canciones sociales, versionadas por otros, y

doce canciones de amor, en voz de ella.

"Violeta Parra era una trovadora de excelencia, completa, una artista de arte sublime",

destaca Díaz, que también es musicóloga. "Su poesía es grandiosa. No hay nadie igual en

Iberoamérica, quizá Chico Buarque. Ella tiene el desgarro de Federico García Lorca y de

Juana de Ibarbourou. ‘Maldigo del alto cielo', por ejemplo, es una poesía extraordinaria",

opina.

El Teatro Colón también se sumará a los festejos argentinos por el centenario del natalicio,

con un espectáculo de su Centro de Experimentación titulado Cien años de Violeta Parra,

el próximo 3, 4 y 5 de agosto.

Además de la Argentina, Uruguay, Paraguay, Brasil, Colombia, Trinidad y Tobago, Cuba y

México rendirán tributo a la chilena. Y, en Europa, harán lo propio Francia -cuya Bienal de

Artesanía Revelations de París estará dedicada a Violeta y contará con veintisiete

participantes chilenos-, Portugal, España, Italia, Alemania, Suiza y Suecia.

Hace unos días, el Festival de la Canción de Viña del Mar dedicó su obertura a Violeta

Parra. Un poco antes, la Universidad de Concepción había inaugurado una cátedra con su

nombre. Algo inédito en Chile, donde fue prohibida en la dictadura. En su época, en tanto,

si bien fue reconocida por sus pares, el establishment no la quería. "No fue apoyada por

ciertas instituciones. La veían como ‘loca' o ‘deslenguada'", comenta Díaz. Ese desdén,

sumado al deseo frustrado de convertir su carpa de La Reina, un centro de arte popular, en

un concurrido centro folclórico y el dolor que le provocó la ruptura final con Favre -quien

se fue a Bolivia y se casó con otra mujer- la sumieron en un dolor que sangraba en sus

canciones, hasta que, luego de varios intentos de suicidio y de la salida de Las últimas

composiciones (1966) -álbum que es considerado una especie de epitafio-, decidió acabar

con su vida de un disparo.

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05 de marzo de 2017 | Radar Libros

NEIL GAIMAN

Cuidado con el trauma

Mientras su libro más flamante arrasa las

últimas semanas en la lista de bestsellers de The

New York Times, llega aquí Material sensible,

una colección heterogénea de cuentos en los que

Neil Gaiman revisita sus propios fetiches,

pasiones y obsesiones. Desde la reescritura de

cuentos de hadas hasta homenajes a escritores

faro como Jack Vance o Bradbury y, siempre,

Sherlock Holmes.

Por Mariana Enriquez

Mientras se publica esta reseña, el nuevo libro –en inglés– de Neil Gaiman, Norse

Mythology, está en la lista de best-sellers del New York Times (debutó en el primer puesto

hace unas semanas). En abril se estrenará la serie basada en su novela American Gods de

2001. Hay muchas más noticias sobre sus éxitos y proyectos: él los anuncia en Twitter y

Tumblr, desde donde mantiene una relación fluida con sus fans. En muchos sentidos, Neil

Gaiman, que acaba de cumplir 56 años, es un escritor contemporáneo. Tiene presencia en

las redes, acompaña en las giras a su esposa, la rockstar Amanda Palmer, escribe para

proyectos online, trabaja en colaboración (con el recientemente fallecido Terry Pratchett,

por ejemplo), escribe para grandes, para jóvenes y para chicos y de vez en cuando todavía

se deja seducir por el universo del cómic, el que lo convirtió en una estrella: en 2013,

aceptó volver al extraordinario personaje de DC, Morpheus, con la breve saga The

Sandman: Overture. La serie había culminado, oficialmente, en 1996. La importancia de

The Sandman en los 90 no puede desestimarse: no era el primer cómic literario pero si fue

el más deslumbrante (lo sigue siendo) y el que lo convirtió en un guionista icónico.

Después, Gaiman se pasó a la literatura tradicional. Por supuesto, ser un guionista enorme

puede garantizar el éxito comercial pero no necesariamente el de la crítica o el del gusto del

público. Pero las novelas y cuentos de Neil Gaiman, con algunos altibajos, son en general

fascinantes. Y alcanzan un logro infrecuente: pueden ser leídas por jóvenes sin ninguna

condescendencia, es decir, manteniendo el poder de las ideas tomadas de los mitos y la

literatura, el lenguaje cuidado y también resultan un placer para los adultos que añoran la

ficción fantástica con dejos de ternura, asombro e inteligencia, en la línea de Ray Bradbury

y Ursula K. Le Guin.

Material sensible es el tercer libro de cuentos de Neil Gaiman y su título original en inglés

es Trigger Warning, término que viene del abuso de la corrección política especialmente en

el campo de la educación universitaria, donde todo lo que pueda de alguna manera

“impresionar” o “activar un trauma” en los jóvenes lectores debe venir con la advertencia

de que se trata de “material sensible” para que puedan evitarlo. Una política que excluye al

90% de la literatura y a la totalidad de la Historia pero no por eso deja de implementarse o

de ser discutida seriamente (y resistida). El título, claro, es una protesta y una defensa de la

literatura como aquello que debe sacudirnos, despertarnos, impactarnos.

Los textos reunidos son muy variados y Gaiman reconoce en la introducción –donde cuenta

cómo se gestó cada cuento– que se trata de un libro inconexo. Escribe: “Considero que los

libros de cuentos deberían ser una misma cosa de principio a fin. No deberían ser una

mescolanza y agrupar, de cualquier forma, historias que obviamente no fueron creadas para

cohabitar entre las mismas cubiertas... En ese sentido, esta compilación es un fracaso”.

Claro que Gaiman está sobreactuando la modestia: primero porque este libro está muy lejos

de ser un fracaso y segundo porque sí hay una coherencia interna. Quizá no buscada, quizá

no pensada, eso está claro cuando ofrece la explicación de las condiciones de producción de

cada cuento. Pero sus obsesiones son inocultables: la reescritura de los cuentos de hadas,

los lugares marcados como feéricos de su país, los iconos ingleses como David Bowie, Dr.

Who, Michael Moorcock o Sherlock Holmes, los homenajes a sus escritores guía, desde

Jack Vance hasta Bradbury, pasando por Willliam Blake y Gene Wolfe. Material sensible

tiene, además, un regalo para fans: un cuento protagonizado por Sombra, el protagonista de

American Gods. Y es uno de los mejores: el inédito “Black Dog”, relato cruel sobre la

depresión, el amor, la costumbre de enterrar muertos en los cimientos para garantizar la

salud de los edificios y los famosos perros del Otro Mundo que recorren los campos de

Inglaterra.

En ese aire de familia guiado por los temas recurrentes de Gaiman, Material sensible es una

colección muy variada y algo despareja. Pero tiene un interés especial: al contar la

concepción de cada relato, también cuenta el territorio recorrido por un escritor exitoso

modelo 00: alguien que acepta encargos, se autogestiona, asiste a charlas, vende derechos,

llega a las corridas con los deadlines, reversiona sus historias en diferentes formatos,

colabora con diversos medios y con otros artistas. Y lo más esperanzador es que tanto en

formato clásico como en modo redes o a pedido Gaiman puede escribir relatos excelentes.

“Un calendario de cuentos”, por ejemplo, fue escrito para Blackberry, que le ofreció un

proyecto a partir de redes sociales: la idea era responder a preguntas relacionadas con los

meses del año via Twitter. Gaiman formulaba las preguntas y de las decenas de miles de

respuestas en 140 caracteres eligió 12 y las usó como ideas-disparador. Todo se subió a

blogs y se compartió gratis por Internet. “Fue fantástico crear historias en público”, dice.

Son fantásticos también los doce relatos breves, algunos muy extraños, otros dickensianos,

como el de diciembre, en un evidente homenaje a los relatos navideños de su compatriota.

“El caso de la muerte y la miel”, en cambio, es una vuelta de tuerca a Holmes, la respuesta

de Gaiman a la pregunta de por qué Sherlock se volvió apicultor: con prosa elegante y

contenida, el relato transcurre en Japón –e incluye cartas a Watson–. De la misma manera,

puede trabajar con desechos: “El retorno del delgado duque blanco” surgió de un texto

incompleto para una revista de moda que iba a publicar ilustraciones del artista Yoshitaka

Amano inspiradas en David Bowie y su esposa Iman. La revista perdió interés, Gaiman no

terminó el texto que iba a acompañar el trabajo de Amano –fue su ilustrador en un número

especial de The Sandman– y decidió terminarlo para este libro. Es un cuento con aires de

fantasía épica que recuerda un poco a Moorcock y su Eric de Melniboné y otro poco al

propio Sandman, siempre tan frío pero extremadamente vulnerable cuando se encuentra con

el amor.

Material sensible tiene otros notables cuentos como “La joven durmiente y el huso”, una

fusión y reescritura con final sorpresa –y aires lésbicos– de La Bella Durmiente y

Blancanieves. (Este relato tiene su versión ilustrada por Chris Riddell, también editada en

Argentina por Salamandra). O el tenebroso poema en prosa “Mi última casera”, que se lee

como una balada antigua entonada por fantasmas de una playa oscura. Pero el verdadero

tesoro es “La verdad es una cueva en las montañas negras”, una historia de venganza y

duelo con seres más que humanos y oro escondido entre las rocas color hueso de la isla de

Skye en Escocia. Es un cuento tradicional en el mejor de los sentidos, escrito con el tono

perseverante de la profecía, con algo implacable y desgarrador al tiempo que mítico: ocurre

en un mundo que no es el nuestro –aunque se le parece– y en un pasado que podría ubicarse

en el futuro. Cualquier altibajo del resto de la colección queda equilibrado por este cuento

soberbio, en verdad una novela corta, que posee la rara cualidad de ser totalmente original

pero sonar muy conocido, como suele suceder cuando un relato tiene ambición y madera de

clásico.

Material sensible Neil Gaiman Salamandra 396 páginas

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LA NACIÓN – – Pensamiento Domingo 19 de febrero de 2017

Monogamia siglo XXI. ¿Por qué las

familias cambian pero las parejas no?

Mientras los modelos de familia se hacen más flexibles e inclusivos,

el contrato de a dos resiste y el ideal de amor romántico se vuelve

más exigente. ¿Un edificio con los cimientos en crisis?

Tamara Tenenbaum

Hace unos meses, en este mismo suplemento,

la antropóloga Paula Sibilia y el ensayista

Christian Ferrer publicaron una columna breve

e incisiva, que seguramente dejó a más de un

lector lleno de preguntas: ¿por qué, si en los

últimos años, las familias han cambiado tanto,

las parejas parecen haber permanecido

relativamente intactas? Los autores de la

columna no ignoran que los modos en que se

dan (y se dejan de dar) los de pareja se han

modificado en muchos aspectos. Lo que

señalan es que, mientras las familias

ensambladas (o atravesadas por vínculos que

se salen de la norma heterosexual, el

matrimonio con papeles o los lazos

sanguíneos) son hoy cosa de todos los días, las

parejas abiertas, el poliamor o los arreglos de

ese tipo siguen siendo fenómenos raros y poco visibles; incluso, son menos populares hoy

que en los años 60 o 70. A partir de esta hipótesis, que Sibilia y Ferrer señalaron casi entre

signos de interrogación, nos lanzamos a una investigación ambiciosa: ¿qué rol cumplen la

Ilustración: María Elena Méndez.

pareja y la monogamia en el siglo XXI? ¿Cómo han logrado estas instituciones mantenerse

tan firmes a través de todos los cambios de las últimas décadas? ¿Es real esa firmeza o es

una ilusión superficial, un edificio al que, invisibles, se le están pudriendo los cimientos?

¿Cómo puede ser reapropiada o resignificada la pareja en los tiempos que corren?

Para empezar a desmalezar vale la pena preguntarnos qué es lo que sí se modificó en los

últimos 20 años en relación con la monogamia y la vida de pareja. "Aumentaron los

divorcios y las uniones consensuales, el matrimonio perdió popularidad a ritmos

acelerados, se legalizaron las parejas de la diversidad sexual. Todo esto implicó una

revolución significativa", dice Eleonor Faur, socióloga, profesora del Idaes y coautora con

Alejandro Grimson de Mitomanías de los sexos. Las ideas del siglo XX sobre el amor, el

deseo y el poder que necesitamos desechar para vivir en el siglo XXI (Siglo XXI).

"A pesar de ello -reconoce-, en el terreno legal y en términos culturales, las parejas sólo

admiten un contrato de a dos. Pero esos contratos son mucho más frágiles que en el pasado

y están atravesados por una tensión en el terreno de las ideas. El ideal de amor romántico

no sólo no caducó sino que se volvió aún más exigente. Este ideal supone hoy sostener el

amor, la pasión y la comunicación entre dos personas, pero además armar pareja y familia y

compartir economías sin renunciar a los proyectos individuales de cada uno."

Faur explica de forma muy clara algo que muchas veces soslayan los nostálgicos de "los

matrimonios de antes", especialmente aquellos que no los vivieron y extrañan un pasado

que, como todos los paraísos perdidos, nunca existió: en el mundo contemporáneo le

exigimos mucho más a la pareja de lo que se le exigía en otros tiempos, en términos de

compatibilidad con nuestra propia independencia, con nuestro trabajo, con nuestros otros

vínculos e incluso con nuestra felicidad individual. Es probable que esto se deba en parte,

en lenguaje de economistas, a la baja de los costos de salida: la legalidad y legitimidad

social del divorcio y la posibilidad material de las mujeres de sostenerse económicamente

sin tener marido implican que vivir en pareja es una opción entre otras, y una que hoy se

elige ante todo en virtud del deseo personal (aun mediado por representaciones sociales) y

cada vez menos de necesidades materiales, religiosas o morales.

Isabella Cosse, investigadora independiente del Conicet y de la UBA y autora de Pareja,

sexualidad y familia en los años 60 (Siglo XXI), aclara que la doble moral que caracteriza

al tratamiento de estos temas hace difícil leer los cambios a lo largo de la historia. "La

hegemonía de la pareja estable siempre tuvo fuertes fisuras", explica. "En 1940 casi uno de

cada tres niños al nacer era inscripto como hijo natural o ilegítimo. Esa realidad nos permite

darnos cuenta de los límites que la propia monogamia tuvo en la experiencia de muchas

personas en el pasado".

Coincide, no obstante, con el diagnóstico de Faur y aporta algunos datos interesantes: "Ha

aumentado en estos años la cantidad de hogares con niños que están a cargo de mujeres

(pasaron del 18% en 1994 al 26% en 2005) y los hogares unipersonales (del 14 al 16,5% en

esos mismos años). Pero también disminuyó la proporción de quienes nunca estuvieron

unidos. Es decir: aumentaron las personas que no viven en pareja, pero simultáneamente las

que han experimentado una relación de pareja. Podríamos pensar que no existe una

devaluación del valor social de la pareja sino una mayor expectativa sobre lo que ella

debería ofrecer. O, a la inversa, una menor tolerancia al malestar o a la insatisfacción con la

pareja".

En relación con esto es interesante una idea que puede leerse entre las líneas de Future Sex:

A New Kind of Free Love, el libro de la periodista Emily Witt que fue una de las

revelaciones de 2016 y explora el modo en que podemos pensar, medio siglo después del

verano del amor, las utopías del amor libre. Witt investiga, entre otras prácticas amorosas y

sexuales, el poliamor, para preguntarse por las diferencias de este estilo de vida

supuestamente extraño con la sexualidad mainstream y luego sugerir que tal vez no estén

tan lejos. Un habitante "promedio" de una ciudad en el siglo XXI, del género y la

orientación sexual que sea, probablemente atravesará varios períodos a lo largo de su vida

en los cuales tendrá relaciones breves sucesivas o simultáneas: no tenemos un nombre para

eso, o más bien sí, lo llamamos sencillamente "ser soltero", pero es una experiencia que no

tiene absolutamente nada que ver con la que vivía una joven soltera de los años 50, muy

probablemente viviendo con sus padres y con una vida sexual inexistente o clandestina.

Para ponerlo en relación con la pregunta de esta nota: tal vez lo que más haya cambiado en

las últimas décadas no es el modo de estar en pareja, sino el de existir por fuera de ella.

Acero inoxidable

Es claro que, como explicaba Cosse, las desviaciones parciales, públicamente silenciadas

pero toleradas en privado (especialmente en el caso de los varones), han formado parte de

la praxis de la monogamia desde siempre. Sin embargo, el modelo de la pareja monogámica

resistió heroicamente los embates que los movimientos del amor libre le dedicaron en los

años 60 y 70, sacándolos de un centro escénico que no han logrado reclamar desde

entonces. ¿Cómo se explica esta victoria, aun reconociendo que se trata (teniendo en cuenta

la fluidez de los vínculos actuales, la caída del número de matrimonios y el crecimiento de

los hogares unipersonales en las grandes ciudades) de una victoria parcial?

Entre las explicaciones sociológicas abundan aquellas que hablan de una confluencia de

factores. Uno de los más citados es la restauración neo-con de Ronald Reagan en la década

del 80, que fogoneada por la Guerra Fría acabó lentamente con los experimentos comunales

del verano del amor, vitales manifestaciones de los ideales del free love. Otro, la crisis del

SIDA o, más bien, las campañas anti-sexo que la epidemia desató en los países centrales,

particularmente en Estados Unidos.

Otra vertiente posible son las explicaciones de la psicología evolucionista. El tratamiento

más conocido sobre el tema vino, casualmente, de un matrimonio: los científicos David P.

Barash y Judith Eve Lipton publicaron en 2002 El mito de la monogamia: la fidelidad y la

infidelidad en los animales y en las personas, libro en el que intentaron demostrar con

evidencia que la monogamia era una construcción social casi inexistente entre los animales

e igualmente antievolutiva para los seres humanos. Lo interesante es que, siete años

después, el matrimonio publicó otro libro a modo de continuación del tema, Strange

Bedfellows (no disponible aún en español) en el que explora la idea contraria: que la

monogamia podría ser, como dice el título, una extraña pero buena compañera de cama

para la evolución y la supervivencia de la especie. El mensaje tal vez sea que la biología

ofrece algunos hallazgos curiosos sobre estas preguntas, pero no respuestas definitivas

sobre cómo las personas deberíamos vivir.

Una línea interesante para explorar es la idea de que la pareja es una organización que, aun

con sus rigideces, fue históricamente lo suficientemente flexible para adaptarse a los

cambios en el tiempo y hasta reabsorber manifestaciones sexuales "subversivas" que

podrían haber apuntado en su contra. Isabella Cosse analiza en Pareja, sexualidad y familia

en los años 60 las transformaciones en los noviazgos. La difusión del sexo prematrimonial

entre novios tuvo inicialmente un componente revulsivo, pero fue rápidamente absorbido

por la lógica del matrimonio: se volvió hasta recomendable para "probar" a los candidatos y

candidatas y así hacer una "mejor elección" a la hora del casamiento. Valdría la pena

preguntarse si, por ejemplo, la explosión de aplicaciones como Tinder o Happn ha ido a

operar en la fisura de la monogamia o, por el contrario, fue reabsorbida como herramienta

para buscarse una media naranja.

Preguntas incómodas

Ninguna investigación seria sobre los orígenes de la pareja monogámica puede dejar de

señalar en su origen y reproducción históricas el vínculo que este modelo de relación

sostuvo con órdenes sociales y económicos que hoy consideramos, al menos, "discutibles":

la dominación patriarcal, la identificación de las mujeres con mercancías y el sostenimiento

de las relaciones de clase, a través de los matrimonios convenidos entre familias del mismo

rango e incluso dentro de las mismas familias (para que la fortuna familiar no se perdiera).

¿En qué medida la monogamia hoy sigue teniendo ecos de estos complicados orígenes? Y,

también, ¿puede la monogamia reinventarse

completamente, al punto de perder sus trazas

patriarcales y clasistas, sin desaparecer?

En los últimos 30 o 40 años, muchas

feministas parecen pensar que la monogamia

no es necesariamente un problema para la

perspectiva de género; al menos, lo piensan

por omisión. En un breve trabajo titulado

"The personal is still political: heterosexuality, feminism and monogamy", publicado en

2004, las feministas Sue Scott y Stevie Jackson (sociólogas y profesoras del Departamento

de Estudios de la Mujer de la Universidad de York), escriben que desde su despertar

feminista en los años 70 los cuestionamientos a la monogamia han perdido muchísimo

Ilustración: María Elena Méndez.

interés en la reflexión feminista y de género, tanto en la academia como en la militancia.

Muchos otros temas, en cambio, ganaron en peso relativo: a pesar de la histórica crítica

feminista y queer a la institución del matrimonio, los estudios y movimientos en favor del

matrimonio entre personas del mismo sexo se volvieron centrales.

En parte esto puede explicarse por razones pragmáticas: nada legal le impide a dos personas

tener una pareja abierta, pero el Estado prohibía explícitamente los matrimonios

homosexuales y el cambio que ese recorte de derechos civiles implicaba era claro, mucho

más que los reclamos algo más difusos que más que una ley demandan "un cambio

cultural". Lo interesante es que muchas campañas en favor del matrimonio homosexual (y

de la posibilidad legal de las familias no heterosexuales a partir de la adopción o distintos

métodos de fecundación artificial) apelaron a una lógica de "la mismidad": "el mismo

amor", "la misma familia", "las mismas parejas". Estas campañas pueden ser efectivas a la

hora de generar empatía en aquellos que, en principio, no estaban dispuestos a ver a las

personas LGTTBI como tales; sin embargo, también refuerzan la idea de un modelo único,

fabricado a medida de la pareja clásica heterosexual monógama.

Por otra parte, la mayoría de las parejas existentes hoy están lejos de ser igualitarias: eso

indicarían las investigaciones de la economía del cuidado que indagan sobre el reparto de

tareas al interior de las parejas heterosexuales: "Las mujeres con responsabilidades de

cuidado dedicamos a esas tareas el doble de tiempo en comparación con varones que

también tienen responsabilidades de cuidado. Y las mujeres que viven en pareja también

tienen más trabajo de cuidado que las mujeres que viven en hogares monomaternales",

explica Natalia Gherardi, directora ejecutiva del Equipo Latinoamericano de Justicia y

Género. Esta disparidad se verifica incluso en parejas sin hijos y sin adultos mayores: "Las

mujeres llevamos a cabo tareas de cuidado para personas que bien podrían satisfacer esas

necesidades de cuidado por sí solas. Lavar y planchar la ropa, preparar la comida, son

tareas que se hacen a favor de personas adultas con quienes se comparte el hogar, sin que

todas las personas adultas aporten en igualdad de condiciones a la realización de esas

tareas", especifica Gherardi.

Si la institución de la pareja va a adecuarse a los tiempos que corren y a ser una opción

igualitaria (e igualmente atractiva para varones y mujeres), queda claro que debe abandonar

estos resabios patriarcales, y no solamente en relación con las tareas de la casa. "La

monogamia ha sido funcional a un orden familiar y, sobre todo, al sostenimiento de las

jerarquías masculinas. No es ninguna novedad que las costumbres sociales (e incluso las

leyes) penalizaban con rudeza a una mujer 'infiel', mientras celebraban la pluralidad de

relaciones entre los varones", dice Faur.

Futuro plural

¿Cambió la institución de la pareja en estos últimos años? ¿Está cambiando? Si es el caso,

¿cuáles de estas tendencias van a pronunciarse en el futuro cercano, y cuáles deberíamos

trabajar para acentuar? Las expertas son cautas pero asertivas. El reconocimiento por parte

del Estado de la legalidad y legitimidad de uniones y familias "diversas", aunque no

alcance por sí solo para motorizar transformaciones culturales, es definitivamente parte del

cambio y todavía tiene mucho para dar, como lo tiene el otro gran agente de cambio, el

movimiento de feminista y su difusión en la sociedad: "No es fácil definir qué ha cambiado

y qué ha persistido del pasado y las de la actualidad en las relaciones de pareja. En parte

porque las transformaciones siempre enhebran de un modo muy enredado lo nuevo y lo

viejo y en parte porque en el plano de las prácticas y las experiencias de los sujetos siempre

ha existido una gran diversidad. Justamente, quizás uno de los cambios más sustantivos en

las últimas décadas es que estamos ante un Estado -y una sociedad- que ha comenzado a

reconocer la existencia y la legitimidad de las diferentes formas de organizar la vida

doméstica y la familia", explica Cosse.

"Nuestras leyes y las de buena parte del mundo continúan sosteniendo el formato

monógamo, pero lentamente van operándose transformaciones, incluso en esta modalidad.

Hace dos años, una escribana de Río de Janeiro rubricó la unión civil de tres mujeres que

manifestaron su poliamor y su deseo de formar una familia basada en este vínculo tripartito.

Además de estas manifestaciones, las mayores libertades sexuales para las mujeres

constituyen un punto de inflexión, cuyas derivas son aún difíciles de prever", agrega Faur.

Especialistas y académicos coinciden en un diagnóstico que parece obvio pero,

históricamente, no lo es tanto: el futuro será plural. "Más que en encontrar el 'camino del

medio' entre la autonomía y el amor romántico -dice Faur-, deberíamos ir en dirección a

liberarnos de ambos mandatos en tanto tales y tallar formas de relaciones que se acerquen

más a las necesidades, deseos y sensibilidades de cada persona". Aunque la sociedad actual

tenga sus propios y novedosos imperativos políticos, sociales, económicos y sexuales, el

progreso quizás esté, en lugar de afirmar un modelo determinado, en trabajar sobre la

convivencia de la diversidad y la posibilidad de vivir sin estigmas de acuerdo con los

propios deseos y principios.

LA NACIÓN – – Pensamiento Domingo 19 de febrero de 2017

Oscars 2017: Hollywood y la

insubordinación política light

A pesar del tono crítico de varias de las películas nominadas a los

Oscar este año, persiste la sospecha: señalar conflictos parece más

fácil que cambiar su representación

Nicolás Mavrakis

Hollywood y la política siempre permiten volver a

la famosa pregunta de Michel de Montaigne:

"Cuando juego con mi gata, ¿cómo sé que mi gata

no está jugando conmigo?". Así que cuando la

élite hollywoodense decide "jugar" con la política

y plantear críticas explícitas al poder a partir de los

conflictos que resuenan en todo el planeta, como

hicieron varios ganadores de los Globos de Oro y

los Premios SAG, ¿cómo saber si Hollywood

"juega" con la política o si la política está

"jugando" con Hollywood?

Muchas de las películas nominadas a los premios

Oscar -que se entregarán el próximo domingo-

privilegiaron desde esa ambigüedad sus propias

representaciones de un problema: La La Land y el

mercado, La llegada y la inmigración, Talentos

ocultos y la raza. Más allá del género en cuestión,

estética y política giran este año con especial énfasis

alrededor de una discusión sobre el sentido mismo de la cultura, un campo de batalla

Ilustración: Alfredo Sábat.

atravesado por fuerzas ideológicas decididas a totalizar la hegemonía de sus

representaciones del mundo. Pero ¿y si aun así las protestas de los actores no tuvieran

correlato con el modo en que el poder aparece en sus películas, como si criticar la realidad

fuera más inofensivo que alterar su representación?

El caso más interesante es La La Land, un relato sobre los sacrificios necesarios para llegar

a lo más estelar de la industria del espectáculo con el que se halaga, también, lo más

siniestro del espíritu neoliberal: conquistar sueños ya no es compatible con los escrúpulos

amorosos. La trampa cínica de La La Land, sin embargo, es que los protagonistas definen

sus conciencias al transformar el counseling profesional y el deseo egoísta de éxito que los

une en el recuerdo idealizado de una historia de amor perdido.

Por otro lado, la contradicción entre la realización personal y la profesional ayuda a

entender el costado más sugestivo de la película: la idealización romántica -"homenaje",

repitió el coro de críticos- de los musicales y el jazz. Pero en ambos casos lo que Jorge Luis

Borges llamó "el eterno problema del determinismo" ilumina un detalle clave de esas

identidades esenciales perdidas: tales esencias no existen. ¿Por qué? Porque no hay ninguna

cadena causal que da sentido a los actos por fuera de nuestra voluntad, sino una

configuración retroactiva e interesada del pasado, una narración que construye la tradición

desde la autoconciencia del presente. Por lo tanto, no hay retorno posible a la identidad

esencial del musical ni del jazz, ni del éxito ni del amor; tal absoluto ya está en nosotros y

quiere estar en nosotros, diría Hegel. Los musicales del siglo XX lo confirman: lo

"homenajeado" a través de su perfeccionismo es la "esencia perdida" de los cabarets del

siglo XIX, así como la autopresentación narcisista del siglo XXI, como la define Boris

Groys, permite que sin ser principalmente bailarines ni cantantes Ryan Gosling y Emma

Stone puedan "homenajear" hoy los musicales.

La solución neutral

Por su lado, ante el drama de refugiados e inmigrantes -la gran urgencia de la

administración Trump-, La llegada propone una respuesta anclada en los rudimentos del

relativismo cultural: cada lenguaje, incluso extraterrestre, define una cultura que no debe

ser absorbida por la cultura dominante. Pero la buena voluntad de la teoría tampoco aborda

los dilemas de las democracias multiculturalistas y los populismos antiinmigratorios, y por

eso el acuerdo de paz con los extraños que llegan a la Tierra para salvarla sólo se logra con

una apelación a la fraternidad universal. ¿Y eso no encierra a La llegada en una falsa

solución neutral, un ejemplo típico de lo que Slavoj Zizek llama "ideología moralista

sentimental"?

En tal caso, las fantasías de paz y amor más allá las diferencias de raza, clase, género o

religión no sólo desplazan el reconocimiento del otro hacia una fetichización infantil de las

particularidades éticas -dividiendo la experiencia social entre "tolerantes buenos" e

"intolerantes malos"-, sino que además falsea los antagonismos en el interior mismo de

cada cultura. Porque, ¿y si las "buenas" democracias ansiaran "malas" soluciones, como los

nacionalismos xenófobos que se alzan en Europa y Estados Unidos?

Ante eso, la humanidad de La llegada se parece a lo que Fredric Jameson describió, a

propósito de los estudios culturales, como una sesión plenaria de las Naciones Unidas en la

que "la escucha respetuosa se convierte en un ejercicio ni muy estimulante ni muy

productivo". Inconsecuente con el verdadero conflicto más allá de la pantalla, ¿no habría

sido vital para una discusión política adulta plantear la pregunta ausente sobre las

incomodidades de la integración cultural más que un sueño utópico?

Enfocada en diferencias que pretenden resolverse de un modo parecido, Talentos

ocultos construye en cambio una representación del racismo que apunta a contrarrestar la

ausencia -denunciada por el establishment hollywoodense- de actores, actrices y películas

sobre personas negras en los #OscarSoWhite, como los llamó Twitter, del año pasado.

El timing no podía ser más político, redituable y sintomático. En pleno Mes de la Historia

Negra (Black History Month) y con un 2016 que despidió a Barack Obama sin aliviar la

percepción de un número ascendente de conflictos y homicidios motivados por el racismo,

la Casa Blanca acaba de difundir un proyecto para eliminar a los supremacistas blancos

entre los "extremistas violentos" que amenazan ese país (de hecho, Stephen Bannon y

Stephen Miller, asesores cercanos de Donald Trump, ya fueron denunciados en los medios

por sus vínculos con grupos supremacistas). En la línea de La La Land y La llegada,

entonces, en Talentos ocultos la carrera espacial contra la Unión Soviética es la fuerza

superior llamada a licuar las diferencias entre blancos y negros. La paradoja es que, sin las

aspiraciones dramáticas de otras películas sobre el racismo, la historia traslada la premisa

de que las "celebridades no tienen color", tal como la explora uno de los documentales

nominados al Oscar, O.J.: Made in America -sobre la turbulenta vida de O. J. Simpson-, a

la premisa de que "los científicos no tienen color".

En el camino, sin embargo, se pierde lo que O.J.: Made in America enfrenta con realismo:

el retorno (dramático) de lo reprimido. Porque aún con la aprobación de esos hombres de

acero y corazón de oro que reciben en la NASA a las científicas "de color" que ayudan al

astronauta John Glenn, el único interrogante que Talentos ocultos omite es el único

importante: ¿qué significa que los científicos no tengan color? O para mayor precisión,

¿qué significa la "ausencia" de color en una sociedad dominada por blancos?

En el ámbito de la filosofía, por ejemplo, los intentos de poner entre paréntesis la realidad

concreta a favor de cualquier trascendencia purificadora tampoco son nuevos, como

tampoco son desconocidas las consecuencias del "amor a la sabiduría" como "forma

primera y más pura del romanticismo de los perdedores", como dice Peter Sloterdijk.

Claro que, como sostiene el pensador alemán, si de aquellas antiguas fantasías de poder

trascendental de la filosofía sólo queda hoy su papel como "recepcionista de la

democracia", ¿qué decir de la huida espiritual hacia adelante como solución para la

discriminación racista, como propone Talentos ocultos, mientras los supremacistas blancos

pasean libres por la Casa Blanca?

El problema, en principio, es el mismo que varios críticos señalan sobre las burlas contra

Trump en Internet. Ante la ausencia de una crítica política institucionalizada, lo que

prospera en el puro chiste viral es la sublimación frívola de una frustración disfrazada de

arrogancia irónica. ¿Y no es ese histrionismo sin articulación política concreta un gesto

bien emparentado con la insubordinación cultural light de Hollywood? ¿Qué significa que

en estas películas la "rebeldía" se limite a proponer la buena voluntad de todos los

involucrados como único gesto contestatario ante el poder?

Michel de Montaigne también percibió la posibilidad del paso en falso cuando, a propósito

de la religión, escribió que "fue instituida para extirpar los vicios y, sin embargo, los cubre,

los engendra y los incita".

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12 de marzo de 2017 | Radar Libros

ZYGMUNT BAUMAN

Tiempos precarios

Su nombre quedará indisolublemente ligado al concepto de “modernidad

líquida” pero lo cierto es que la obra del sociólogo y filósofo Zygmunt

Bauman, con más de cien ensayos escritos y más de cincuenta libros

publicados, recorrió un largo trayecto hasta llegar a fijar ese momento clave

de nuestro tiempo. Bauman murió el 9 de enero pasado en Leeds, Inglaterra,

donde vivía desde 1971. Había nacido en Polonia, en 1925. Aquí un recorrido

por su pensamiento y sus últimos libros donde abordó, entre otros, el crucial

tema político de los

refugiados, y a la espera

de que en abril se

publique la edición en

castellano de Retrotopia,

donde fiel a sus

inquietudes se preguntó,

por última vez, por qué el

hombre tiene una

manifiesta incapacidad

para alcanzar la felicidad.

Por Marina Oybin

Entre el humo espeso de la pipa, es posible imaginar la mirada profunda de Zygmunt

Bauman. Esa que diseccionó aspectos clave de su propio tiempo. Analizó aristas

fundamentales del hombre moderno: la cultura, los consumos, los lazos sociales, pasando

por la globalización y el trabajo, el amor y el arte. Puso el foco en los residuos humanos de

la globalización: emigrantes, refugiados (todos esos sres extraños que inquietan a la

población local), excluidos, y el precariado, un nuevo proletariado sin conciencia de clase.

Fue capaz de desarrollar teoría sociológica y, al tiempo, analizar aspectos más coyunturales

como la victoria de Donald Trump como candidato del Partido Republicano, tema que

abordó en una de los últimos reportajes que concedió. Generoso, Bauman dio conferencias

y charlas, buscó compartir su mirada aún en situaciones delicadas como cuando cuidaba a

su mujer enferma y aceptó que lo filmaran en una entrevista que luego se pasó en un

congreso en Rímini sobre la escuela. Se movió con soltura en los medios de comunicación.

Los reportajes son ricos, profundos, un acto de reflexión ante cada pregunta del periodista

con el que Bauman crea una empatía intensa. Muchas veces recibía a los periodistas con

bocaditos y frutas que convidaba estratégicamente para tener tiempo de masticar, ahora sí

él, una respuesta apetitosa. Manejó los códigos y el tempo al punto de que sus frases

devinieron con rapidez jugosos títulos. Su mirada voraz e inquieta resulta ineludible.

Sociólogo y pensador de conocimientos múltiples y profundos como los de un renacentista,

Bauman marcó el siglo XX. Nació en Poznan, Polonia, en el seno de una familia judía. A

los 19 años se afilió al Partido Comunista, al que perteneció hasta 1967, y sirvió tres años

en el llamado “ejército interior”. Al huir del nazismo vivió primero en la Unión Soviética y

luego regresó a Polonia, donde fue profesor en la Universidad de Varsovia. En 1968, por la

política antisemita del gobierno comunista debió exiliarse de Polonia. Durante 15 años

sufrió la persecución de los servicios secretos polacos, fue expulsado de la universidad y se

le prohibió publicar. Tras abandonar su país, enseñó Sociología en Israel, EE.UU. y Canadá

hasta que en 1971 se instaló en Inglaterra, en la Universidad de Leeds. En 1990 fue

nombrado profesor emérito. En 2010, ganó el premio Príncipe de Asturias de

Comunicación y Humanidades. Su obra comprende más de 100 ensayos y 57 libros. Los

más recientes editados en castellano por Paidós son Ceguera moral, Estado de crisis y

Extraños llamando a la puerta. Heterodoxo, creativo, agudo, Bauman es un intelectual clave

para entender la sociedad actual. Con singular mix de erudición y sensibilidad, fue capaz de

desatar la teoría más pura y dura con un plus: al leer sus libros uno se encuentra

sorpresivamente emocionado. Su estilo es pulido, placentero, ágil.

Con el término modernidad líquida, Bauman definió la fase actual de la modernidad. Los

líquidos se transforman constantemente, tienen dificultades para conservar su forma,

mutan, son escurridizos, difíciles de asir y de conservar. El paso de la era de la modernidad

sólida a la modernidad líquida se caracteriza por la desregulación, la flexibilización y la

liberalización de los mercados. Cambian de forma estructuras institucionales que se

encontraban arraigadas en el sistema. En este contexto en el que no son sólidos el empleo ni

el Estado Nación ni la familia, las relaciones y lazos sociales se transforman de modo

radical. Ante esta nueva liquidez, el hombre pierde la capacidad de pronosticar su entorno

social: crisis crediticias, atentados religiosos y situaciones cotidianas nuevas se vuelven

absolutamente imprevisibles.

En la era líquida, la solidez de las cosas, e incluso las relaciones personales, se perciben

como amenaza. Mientras que hace unos dos siglos en la modernidad sólida todo parecía

más duradero y perdurable, en el mundo líquido el futuro es un interrogante. Todo deviene

dramáticamente sorpresivo: el hombre, incapaz de adelantarse a los acontecimientos, siente

impotencia.Vive en una encrucijada angustiante.

La modernidad es para Bauman un mundo inestable, a la deriva, donde las instituciones que

articulaban la vida en sociedad entran en crisis. Débiles, son incapaces de enfrentar nuevos

desafíos: el poder de los Estados nacionales soberanos se evapora en el espacio global. Sólo

es posible salir de este agobiante dilema restableciendo el equilibrio entre política local y

poder global con nuevas instituciones que organicen nuestras vidas y limiten el capital, el

comercio, el tráfico de armas, el narcotráfico, entre otras fuerzas que globalizan y que no

temen a los poderes y a las legislaciones locales. Si bien Bauman siguiendo a Hannah

Arendt y a Bertolt Brecht, señala que “vivimos en tiempos de oscuridad”, parece más

optimista cuando estudia los recursos e instituciones necesarias para dar una respuesta

(global) eficaz a la globalización.

“Bauman considera que la revolución tecnoeconómica-sobre todo en términos materiales-

avanza permanentemente a formatos técnicos que hacen cada vez más difícil el

sostenimiento de esa solidez”, señala el filósofo Darío Sztajnszrajber. Y agrega: “Incluso

no se trata de una cuestión de voluntad sino que la revolución material de la tecnología nos

lleva en forma sistemática a que las instituciones, al estilo de Marx, se profanen o vayan

perdiendo estabilidad”.

En la imprevisible -y por eso precaria- vida líquida, el hombre vive en constante

incertidumbre: no sabe si podrá seguir el ritmo de los acontecimientos. Entre las

habilidades necesarias para salir adelante, el complejo arte del vivir moderno líquido

impone saber librarse de las cosas. Una y otra vez, empacar y tirar por la borda. Adquirir no

es fundamental sino tener la capacidad de prescindir con soltura. Todo se mueve fugaz, no

hay que quedarse rezagado ni conservar bienes obsoletos: es que los nuevos objetos y

consumos culturales proveen sensaciones inexploradas, novedosas, diferentes. Tampoco

hay que aferrarse a personas y afectos al punto de correr el riesgo de quedar detenido en el

camino. Bauman compara la vida líquida con una versión siniestra del juego de las sillas en

el que hay que jugar las cartas con mucha astucia: es que aquí, en la vida real, las

oportunidades son contadas y quedar sin el codiciado asiento puede significar quedar fuera

del sistema. Bauman es claro: las mayores posibilidades de victoria serán para las personas

capaces de ir de un sitio a otro, para las que las distancias no importan, justamente porque

no están atadas a un único lugar. “Son tan ligeras, ágiles y volátiles como el comercio y las

finanzas cada vez más globalizados que las ayudaron a nacer y que sostienen su existencia

nómada”, señala.

Irónico, Bauman alerta sobre la necesidad de correr a ritmo vertiginoso como maratonista.

En la sociedad moderna líquida hay que renovarse, jamás conservar objetos ni estilos ni

opiniones cuyas fechas de caducidad hayan vencido o estén al límite. Es casi un oprobio no

prestar atención a la obsolescencia de los objetos, la moda (los cuerpos leves coparán la

escena y el ideal de belleza), las lecturas y hasta las opiniones. Uno puede quedarse sin la

silla. “Y el premio real que hay en juego en esta carrera es el ser rescatados

(temporalmente) de la exclusión que nos relegaría a las filas de los destruidos y el rehuir

que se nos catalogue como deshechos”, afirma Bauman.

En un artículo de 2002, parafraseando al Manifiesto Comunista, Bauman dispara: “Un

fantasma sobrevuela el planeta: el fantasma de la xenofobia”. En Extraños llamando a la

puerta, uno de sus últimos libros, analiza las olas migratorias actuales de desheredados y

pobres. Las migraciones masivas, señala, no son un fenómeno novedoso sino que se han

producido desde el comienzo de la modernidad. La construcción de muros -nos dice

adelantándose a la utopía Trump- es una política capaz de traer tranquilidad en el corto

plazo, pero está destinada a fracasar a largo plazo. En el planteo baumaniano, esos

migrantes provocan inquietud precisamente por ser extraños: a diferencia de las personas

con las que se suele interactuar los locales no se sienten capaces de desentrañar sus

acciones: los perciben como impredecibles. La interacción con ellos les genera ansiedad y

miedo. “Pensamos-apunta Bauman- que la afluencia masiva de tales extraños tal vez haya

destruido cosas que nos son muy preciadas, y que esos recién llegados tienen toda la

intención de mutilar o erradicar nuestro estilo de vida, ese que nos resulta tan

consoladoramente familiar”.

Ese temor potente al otro es un tema que abordó ya en Varsovia, cuando analizó el

antisemitismo y el miedo al diferente. Volvió sobre este eje desde otra arista en Mundo

consumo cuando cuestionó la posibilidad de cumplir el imperativo “Ama a tu prójimo

como a ti mismo”. Siguiendo a Freud, define ese hipotético acto como “alumbrador de la

humanidad”, pero, aclara, que sólo es posible cumplir ese precepto adoptando la

admonición de Tertuliano que advierte: credere quia absurdum (“creer porque es absurdo”).

“Es muy importante la figura del refugiado: ya que es el anverso de la globalización. Se

puede relacionar con un tema que Bauman también trabaja: el turista global. El refugiado

de la globalización y el turista global son cara y seca de un mismo proceso. Mientras que

los turistas se regodean por el mundo en sus consumos culturales y étnicos, del lado de

atrás pululan a la deriva los refugiados de la globalización, los excluidos en busca de un

lugar donde caer parados”, dice Darío Sztajnszrajber. Y continúa: “Materialmente la

globalización genera esas dos caras: la posibilidad de que arriba del avión los turistas se

paseen por todos lados, pero en los barcos, de manera clandestina, viajan los desplazados.

Baudelaire describe muy bien este dispositivo cuando trabaja la revolución arquitectónica

de París en el siglo XIX. Cuando analiza los bulevares que empiezan a destruir la vieja

París señala que se hicieron para que la policía pueda llegar rápidamente a controlar a los

sectores más necesitados que violentamente querían acceder al centro de París. Los

bulevares, nuestras autopistas, permiten un mayor control de la población, pero lo que no

prevé el poder cuando las genera es que de noche, cuando las luces de París se apagan, los

pobres utilizan esas mismas vías para llegar al centro de París, del que los excluyen. Creo

que con los refugiados y los turistas pasa lo mismo. La globalización genera vías que

permiten una interconexión mundial que puede ser utilizada tanto por los que están adentro

como turistas como por los que están afuera para buscar alguna salvación de Dios en algún

lugar del mundo”.

Bauman expandió su palabra más allá del campo de la sociología. Sin renunciar en sus

textos a la complejidad y al análisis profundo, trascendió las fronteras de la academia hasta

extender su voz a un público masivo. El concepto líquido con el que caracterizó desde la

sociedad hasta el consumo fue blanco de críticas y al tiempo una metáfora profunda. Dueño

de una gran intuición y empatía, llegó -rara avis con un texto sociológico- al corazón del

lector. En sus análisis, recurre a la sociología, a la teoría política, a la economía, a la

filosofía, la psicología, la religión, a citas eruditas del mundo clásico, a la literatura, la

historia, artículos de diarios, análisis de reality shows, novelas. Y la lista sigue. Bauman

tomó posición: ese otro vulnerable no le resultó indiferente ni lo consideró un mero objeto

de estudio, sino que puso al sujeto en el centro de la escena. Con fuerte sensibilidad social,

miró a los excluidos de la historia: el extranjero, el refugiado, los nuevos pobres, los

desplazados de todo lo imaginable al punto de ser considerados desechos sociales.

La imposibilidad física de la muerte en la mente de alguien vivo, el tiburón de los mares de Australia

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26 de febrero de 2017 | Radar Libros

LETICIA MARTÍN

Vas a parir

En Estrógenos, Leticia Martín imaginó un mundo en el

que los hombres se embarazan y se dividen en la lucha

por los derechos de la paternidad.

Por Sebastián Basualdo

¿Qué consecuencias podría sufrir una sociedad donde la tecnología avanzó a tal punto de

permitirles a los hombres gestar y parir al igual que las mujeres? A partir de este

interrogante podría pensarse Estrógenos, segunda novela de Leticia Martín, donde el

género de ciencia-ficción sirve como base de una trama que se abre como un abanico al

tiempo que confluyen elementos propios de una comedia de absurdo y donde la tragedia se

asoma entre la ironía y el humor. “Ante la duda miro el prospecto del test. Un slogan sobre

el packaging insiste en que “sólo un minuto alcanza”. De todos modos, espero unos

segundos más. Quiero estar completamente seguro. Observo la tira reactiva como quien

mira el interior de un féretro. En el departamento no vuela una mosca. Leo en el dorso de la

caja la palabra ‘absorbente’ y la sigla ‘T.E.M’: Test de Embarazo Masculino. Me pregunto

por qué la aclaración. Por qué segmentar los test según género cuando la modificación

hormonal de la orina, en estos casos, es idéntica en hombres y mujeres”, se pregunta Martín

poco antes de comprobar que sí, efectivamente: está embarazado. Y no es el primero ni

mucho menos será el último; de hecho Cecilia, su pareja, fue gestada tras varias pruebas de

fecundación masculina a la que se sometió su padre en la etapa embrionaria de esas

investigaciones. “Esa popularidad no fue muy buena para Cecilia, que tuvo que soportar

cámaras y exposiciones de todo tipo. Sobre todo a partir de que Hugo, su padre, abogado

especialista en derecho civil y penal, impulsó varias demandas que le valieron la tenencia

de Cecilia, luego de tramitar el divorcio digital y volverse muy solicitado en los foros del

Estrógenos, Leticia Martín Galerna 186 páginas

Nit. Hugo consiguió que su esposa pague las cuotas por alimentos y educación de su hija y

presentó el primer proyecto de ley que postuló la igualdad de género en el ámbito hogareño.

Ese trasfondo de la historia personal enturbiaba nuestras charlas y alejaba a Cecilia del

deseo de ser madre”. Pero hay otros motivos muchos más complejos de los que,

aparentemente, puede percibir Martín y en esto estriba gran parte de la singular atracción

que produce Estrógenos: su planteo ideológico de fondo. El mundo ya no es habitable o al

menos no como lo fuera hasta el agónico siglo XXI. En la era simbólica de la virtualidad y

la descomunicación instantánea, innumerables inundaciones y otras catástrofes naturales

cambiaron la geografía del planeta, Europa y América ya no son más lo que eran, los

continentes se redujeron notablemente como al final de un nuevo cataclismo. “Euramérica

cambió mucho después de las guerras web”. En este contexto gran parte de las mujeres han

decidido no tener hijos. Ahora bien, lejos de convertirse esto último en una declaración

frontal, Leticia Martín logra abordar esta problemática desde distintos planos; por un lado

invierte el orden cultural que se impone en una sociedad que no se ha despojado del todo de

ciertas concepciones patriarcales y, por el otro, con un tono irónico y muchas veces

corrosivo cuestiona los discursos dominantes del deber ser, el reloj biológico y hasta el

supuesto instinto materno, al tiempo que focaliza en un narrador masculino que, a poco de

quedar embarazado, es abandonado por su pareja. El humor junto a ciertas características

propias del absurdo es el modo inteligente con que Leticia Martín resuelve invertir los roles

sin caer en el lugar común del señalamiento. De pronto Martín se deprime terriblemente al

quedarse solo, las compañeras de trabajo lo acosan con miradas fugitivas, su rendimiento

laboral disminuye y un hombre embarazado puede no ser muy redituable para una empresa:

mejor despedirlo. “Hubiera querido preguntarle al viejo en qué lugar piensa que van a

emplear a un hombre embarazado, o que acaba de parir; pero prefiero preservar mi

dignidad”. Lo más interesante y complejo que hay de fondo en el plano ideológico de

Estrógenos se resuelve recién hacía el final pero cuyo comienzo puede revelarse ahora:

distintas manifestaciones a lo largo de la ciudad parecen estar gestando algo así como una

guerra civil entre los hombres que reclaman derechos de paternidad y aquellos que están

completamente en desacuerdo con que los hombres legalicen, entre otras cuestiones, la

posibilidad de gestar y parir. Un decreto de Estado pondrá en riesgo la integridad de Martín

y su futuro hijo; de pronto todo se reduce a una sola cosa: defender la vida. Vivir para

contarlo.