sobre la amistad

15
Sobre la amistad Maurice Blanchot Maurice Blanchot, Pour l’amitié, Fárrago, Tours, 2000. Traducción de Cristina Rodríguez Marciel. El pensamiento de la amistad: creo que sabemos cuándo la amistad acaba (incluso si aún perdura), por un desacuerdo que un fenomenólogo llamaría existencial, un drama, un acto desafortunado. Pero ¿sabemos cuándo comienza? No hay flechazo de la amistad, sino más bien un hacerse paso a paso, una lenta labor del tiempo. Éramos amigos y no lo sabíamos. § Conocí a Dionys Mascolo en la editorial Gallimard. Le veía de lejos, me parecía muy joven. Yo estaba entonces mucho más unido (ya antes de la guerra) por una parte a Raymond Queneau y por otra a Jean Paulhan, ambos bastante distanciados, sin embargo, el uno del otro. Un día (durante la guerra...), Dionys me dijo que Gaston Gallimard deseaba publicar en un volumen las crónicas literarias (o algunas de ellas) que yo enviaba a la zona libre a través de filiales especiales. «Pero —dije— yo no las tengo, no las conservo (por pereza o quizás por prudencia.)» Sin embargo, la editorial las había conseguido, todas o en su mayor parte. Estoy convencido de que ese trabajo de recopilación y conservación únicamente podría haber sido llevado a cabo y garantizado por Mascolo. No es éste el lugar para decir el impacto que sentí, no exento de cierta contrariedad. Yo trabajaba —si eso era un trabajo— a fondo perdido, sin expectativa y en la incertidumbre. Y he aquí que me encontré de frente conmigo mismo y con una decisión que tomar (la escritura es quizás testamentaria, la botella tirada al mar regresa siempre). No diré más. Sólo quería precisar que si el libro Faux pas[i] existe, se lo debo a Dionys Mascolo —y por supuesto, a Gaston Gallimard que tomó la iniciativa o bien la asumió— no sin

Upload: nataliagil7

Post on 17-Dec-2015

222 views

Category:

Documents


3 download

DESCRIPTION

Blanchot

TRANSCRIPT

Sobre la amistadMaurice BlanchotMaurice Blanchot, Pour lamiti, Frrago, Tours, 2000. Traduccin de Cristina Rodrguez Marciel.

El pensamiento de la amistad: creo que sabemos cundo la amistad acaba (incluso si an perdura), por un desacuerdo que un fenomenlogo llamara existencial, un drama, un acto desafortunado. Pero sabemos cundo comienza? No hay flechazo de la amistad, sino ms bien un hacerse paso a paso, una lenta labor del tiempo. ramos amigos y no lo sabamos.

Conoc a Dionys Mascolo en la editorial Gallimard. Le vea de lejos, me pareca muy joven. Yo estaba entonces mucho ms unido (ya antes de la guerra) por una parte a Raymond Queneau y por otra a Jean Paulhan, ambos bastante distanciados, sin embargo, el uno del otro.

Un da (durante la guerra...), Dionys me dijo que Gaston Gallimard deseaba publicar en un volumen las crnicas literarias (o algunas de ellas) que yo enviaba a la zona libre a travs de filiales especiales. Pero dije yo no las tengo, no las conservo (por pereza o quizs por prudencia.) Sin embargo, la editorial las haba conseguido, todas o en su mayor parte. Estoy convencido de que ese trabajo de recopilacin y conservacin nicamente podra haber sido llevado a cabo y garantizado por Mascolo.

No es ste el lugar para decir el impacto que sent, no exento de cierta contrariedad. Yo trabajaba si eso era un trabajo a fondo perdido, sin expectativa y en la incertidumbre. Y he aqu que me encontr de frente conmigo mismo y con una decisin que tomar (la escritura es quizs testamentaria, la botella tirada al mar regresa siempre).

No dir ms. Slo quera precisar que si el libro Faux pas[i] existe, se lo debo a Dionys Mascolo y por supuesto, a Gaston Gallimard que tom la iniciativa o bien la asumi no sin dificultades. La censura prohibi dos veces la publicacin del manuscrito. Tendr usted problemas me haba dicho Raymond Queneau. Creo (nunca se puede estar seguro) que mi comentario de Falaises de marbre[ii] donde hice notar un rasgo sombro en el personaje del Gran Guardabosques, tan cercano a ese otro siniestro personaje que no se nombraba, y, en efecto, aquel comentario espant a los escribientes de la censura. Ernst Jnger estaba protegido por la ms alta condecoracin que se poda atribuir a un hroe, sin embargo, sobre otros s podan vengarse.

Recalco que la amistad no empez entonces; una efusin del corazn y del espritu. Sin duda una cierta connivencia y tambin un pesar, puesto que yo consideraba que Falsos pasos era verdaderamente un paso en falso. Por aquel entonces yo estaba unido a Jean Paulhan, que me aconsejaba. Recuerdo que, durante un viaje en metro, se acerc a m y me dijo al odo: desconfe de ste, desconfe de aqulla. Nada ms. Yo no necesitaba explicaciones y me abstena de pedirlas. poca de silencio, periodo de confianza muda. Slo contar brevemente la responsabilidad de la que estuve a punto de ser investido, si hubiera aceptado la jefatura de la redaccin de la Nouvelle Revue Franaise, de la que Drieu vena encargndose, pero de la que estaba hastiado.

Por qu esta propuesta? Antes de la guerra y con motivo de una crnica literaria sobre Rveuse bourgeoisie[iii] (Soadora burguesa), me encontr con l. Ms tarde lo volv a encontrar, al inicio de la ocupacin, cuando me retir de Joven Francia dimitiendo con algunos camaradas. Corri entonces un rumor: l sabr resistir, se dijo Drieu a s mismo. Pero por qu esta dimisin? La situacin era demasiado equvoca. Joven Francia[iv], que haba sido fundada por unos msicos desconocidos pero llamados a ser ilustres, estaba subvencionada por el Rgimen de Vichy y nuestro ingenuo proyecto de utilizar esta asociacin contra el Rgimen (recuerdo la presencia de Jean Vilar que, por aquel entonces, escriba bastante ms que actuaba) fracas por esa contradiccin. Paul Flamand encontraba tambin nuestra concepcin de la cultura demasiado altiva.

Veamos la propuesta de Drieu: Me quedar me dijo como director de cara a los alemanes, pero usted tendr toda libertad, a condicin de rechazar cualquier texto poltico. Enseguida me di cuenta de la trampa que a Drieu quizs se le escapaba. Le hice notar que, siendo un escritor desconocido, yo no constitua una barrera suficiente contra los ocupantes y que era preciso formar un comit directivo con escritores demasiado importantes para que pudiese obvirseles. Drieu no se neg. Jean Paulhan me dio su consentimiento y, mejor an, volvi a ponerse manos a la obra e hizo l mismo todo el trabajo, consiguiendo el acuerdo de Gide, Valry, Claudel (la observacin muy acertada de Claudel: Pero, quin es Blanchot, ese desconocido) y Schlumberger. Sin embargo, sabamos que todos esos escritores (incluido Paulhan, por supuesto) nos protegeran (no se les podra hacer desaparecer silenciosamente), pero que tambin se comprometeran aceptando ser los garantes de una tarea dudosa, incluso imposible.

Fue entonces cuando a Paulhan, con ingeniosa sutileza, se le ocurri la pantomima de traer a Franois Mauriac: una breve entrevista en la que todo fue dicho en voz baja y con medias palabras. Saba que Mauriac sera inaceptable para Drieu que, cuando le present la lista de los nombres llamados a constituir el Comit directivo, entr en la ms encendida clera (Mauriac jams perteneci a la N.R.F y no pertenecer jams). Y volvi a su primera propuesta de confiarme solamente a m la direccin de una revista neutral, de simple literatura. No tuve ms remedio que responderle (esto pas en un caf de los Campos Elseos): Seamos francos. No puedo solicitar textos para una revista en la que yo no aceptara que se me publicara.

As acab la tragicomedia. Uno de los ms antiguos fundadores de la primera N.R.F. -no era Gide- haba seguido insistiendo, aun sin darse cuenta del carcter incalificable de su propuesta: Si B. acepta comprometerse, ms tarde le recompensaremos. Pero eso es repugnante, le dije a J.P. S, -dijo- estamos hundidos en la ignominia, y es necesario poner fin a todo esto. Ya lo ver, el propio Drieu no se librar de todo esto ms que suicidndose.

Yo no haba tenido trato con Gaston Gallimard. l deseaba ms bien que la revista prosiguiera, y la sacrificara[v] para poder salvar la editorial.

Al inicio de la ocupacin, quiso abandonarlo todo a riesgo de abandonar a tantos escritores que haban depositado su confianza en l. Y adems tena cierto aprecio por Drieu, amigo de Malraux.

Me estoy dando cuenta, que lo escrito aqu (quizs acabe borrndolo) no es un relato cronolgico. El intento y el fracaso de la N.R.F. al igual que la participacin en la Joven Francia tuvieron lugar al inicio de 1941. Los ocupantes queran que pareciera que nos dejaban una cierta libertad, pero nosotros sabamos que no era ms que aparente. Thomas lobscur[vi] haba sido publicado y calificado como obra de la decadencia juda. Y Faux pas apareci uno o dos aos ms tarde, cuando la guerra con Rusia empezaba a devolvernos la esperanza (1943).

Interrumpo este relato. No s qu clase de malestar me ha mantenido siempre alejado de cualquier relato supuestamente histrico, como si lo que nosotros consideramos verdadero fuera tambin una reconstruccin falaz segn los juegos de la memoria y el olvido. S que D.M. est presente y lo est de una forma indefinida (entra en Gallimard en 1942) y no lo veo claramente. Est muy unido, creo, con Brice Parain a quien todos respetan y cuyas tesis sobre el lenguaje inauguran magistralmente una nueva poca.

Es preciso dejar pasar el tiempo: el tiempo en que nos encontramos tambin con la muerte que nos espera a cada uno y de la que nos libramos por muy poco. Yo vi mucho ms all. El yo ahora es incongruente e inconveniente. No creo haber intercambiado entonces muchas cartas con D.M. (pensndolo bien, ninguna, hasta la publicacin del 14 juillet[vii]). Estoy silenciosamente ausente. La responsabilidad y la exigencia poltica son las que me hacen, de alguna forma, regresar y recurrir a Dionys del que tena la certeza (o el presentimiento) que sera mi auxilio. Cuando recib Le 14 juillet, entend el llamamiento y respond a l con mi acuerdo firme. En lo sucesivo -entre nosotros[viii] - habr unin en lo que rechacemos, mediante un rechazo que se expresa con razones, pero que ser ms firme y ms riguroso que lo que podra llamarse razonable. El segundo nmero del 14 de julio publicaba un texto bastante amplio titulado La Perversin essentielle (La perversin esencial). Ren Char me dar a conocer su conformidad.

Pero quisiera decir que fue sin duda entonces cuando encontr a Robert Antelme. Recuerdo las circunstancias. Yo estaba sentado en el despacho de D.M. (en la editorial Gallimard). La puerta se abri lentamente y apareci un hombre alto que dudaba en entrar, por cortesa, sin duda, para no interrumpir nuestra entrevista. Era algo tmido, pero ms bien era intimidante. Era la simplicidad misma, pero tambin tena reserva hasta en la palabra que le daba firmeza y confera autoridad. No puedo decir que supiera yo entonces hasta que punto su amistad me sera preciosa. Resultara romntico. Las consideraciones de Montaigne sobre su amistad repentina con La Botie: Porque era l ... porque era yo, siempre me han parecido menos emotivas que chocantes. Fue ms tarde, a medida que el tiempo pasaba, cuando el mismo Montaigne renunci a introducir en sus escritos Le Discours sur la servitude volontaire (Discurso sobre la servidumbre voluntaria) (que debi ser el punto central), cuando vuelve hacia los sentimientos ms equilibrados, menos exaltados, dejndonos apreciar la complejidad de la amistad y de la discrecin que sta requiere, cuando se habla de ella.

Por qu estaba yo all? No pudiendo soportar lo que haba de insoportable en los acontecimientos (la guerra de Argelia), llam por telfono a D.M.:

Hay que hacer algo.

Pues, precisamente, en algo estamos trabajando.

De ah surgieron innumerables encuentros, casi cotidianos, y la elaboracin de lo que llegara a ser, con el concurso de todos la Declaracin sobre el derecho a la insumisin en la guerra de Argelia[ix].

Nunca tuve la intencin, ni Dionys tampoco, ni Maurice Nadeau, ni los surrealistas, ni tantos otros, de transformar en una historia el trabajo de un texto que cre el acontecimiento. Lo que se hizo entonces (requiri unos meses) pertenece a todos, y como dijo Victor Hugo del sentimiento maternal: Cada uno tiene su parte, y todos lo tienen entero. La responsabilidad era comn, e incluso aquellos que rechazaron firmar lo hicieron por razones importantes, meditadas, transcritas en largas cartas. Aquello era a veces muy pesado. Por lo tanto, excluyo los nombres as como las ancdotas. Dir nicamente es una excepcin precisa- que si Georges Bataille no firm (contra su voluntad), fue porque as se lo requer: estaba ya muy enfermo y sabamos que habramos de enfrentarnos a duras pruebas. Pero el motivo esencial no fue se. Lo que volvi su caso particularmente desigual fue que su hija Laurence estaba ya en prisin: sin duda haba llevado maletas[x] (como decan nuestros adversarios con desprecio). Ms tarde, una vez liberada, me lo explic todo, pero su padre, que no participaba del secreto, habra estado mezclado en una intriga terrible de la que nuestro deber era mantenerlo apartado.

Lo que sigue es conocido. En cuanto se public la Declaracin de los 121 (en dos revistas solamente, Les lettres nouvelles de Nadeau, Les temps modernes de Sartre, tambin suspendidas, censuradas, silenciadas; valdra ms decir que la Declaracin fue publicada pero que jams apareci), y como ningn peridico, incluyendo los ms importantes, reprodujo el menor pasaje (el riesgo era demasiado grande), nosotros fuimos perseguidos, acusados, inculpados, sin saber porqu. Aprend a conocer entonces lo que era un juez de instruccin, sus privilegios, su esmero en imponernos su ley, en lugar de ser el representante de sta. Juez, no obstante, prestigioso y molesto. Sobre dos puntos chocamos fuertemente. Cuando le hice notar que el Primer Ministro de entonces, Michel Debr, en un discurso dado dos o tres das antes en Estrasburgo anunciando que seramos severamente castigados, haba ya pronunciado la sentencia y volva su tarea intil, puesto que nosotros estbamos de antemano condenados, l entr en viva clera y recuerdo una de sus frases:

Hay cosas que no se pueden decir aqu.

Su despacho es un espacio sagrado en el que no se puede uno expresar libremente, aunque sea respetuosamente? Podra ser un poco como el roble donde un rey imparta justicia[xi]. Al menos all se estaba al aire libre.

No olvide que por palabras como esas puedo meterle en la crcel.

No pido otra cosa.

Se dirigi entonces a mi abogado (el amigo de Trotski) y murmur entre dientes: Qu intiles estas gentes de arriba.

Nuestro otro motivo de desacuerdo era ms grave, poniendo en cuestin una costumbre que no ha sido nunca abolida, incluso cuando nadie la impone y todo debera impedirla. Habiendo terminado mi declaracin, el juez quiso dictrsela al funcionario del archivo. Ah, no le dijeusted no sustituir sus palabras por las mas. No pongo en duda su buena fe, pero lo ha dicho de una forma que no puedo aceptar. l insisti.

No firmar.

Prescindiremos de su firma y la instruccin empezar en otro lugar.

Finalmente, cedi y dej que yo repitiera rigurosamente las palabras que haba pronunciado.

No traigo a colacin aqu esta ancdota por capricho. Hay un punto gravemente dbil en esta intriga que consiste en el debate interior de un hombre de un gran saber jurdico y de otro que quizs tiene pocas palabras y ni siquiera conoce el valor soberano de la palabra, de su palabra. Por qu el juez tiene el derecho de ser solamente l, el amo del lenguaje, dictando (eso es ya un diktat) las palabras segn su conveniencia, reproducindolas, no tal y como fueron dichas, balbucidas, pobres e inciertas, sino reforzadas, por ser ms bellas, ms conformes a un ideal clsico y, sobre todo, ms definitivas. El abogado puede intervenir, pero a veces, no hay abogado o bien no quiere indisponer al juez, ni romper la connivencia que, como Kafka ha mostrado bien, vuelve inseparables en el mundo de la justicia a magistrados, abogados, defensores y acusados.

Quisiera que leyramos y meditramos sobre el relato de Jean-Denis Bredin titulado Un coupable[xii] (Un culpable). Jean-Denis Bredin, profesor de derecho, abogado, escritor de prestigio, nos conmueve y nos instruye. l no se queda con la parte bonita. Su culpable-inocente est bien formado, puesto que es estudiante de primer ao de derecho. Su crimen: haber participado, por invitacin de un camarada, en una manifestacin pacifista que acab mal: botellas de cerveza contra porras. No hizo nada, pero estaba all. Esa fue su falta, de lo que no pudo convencerse a s mismo. Francs, nacido de padre bretn (inspector de hacienda) y de madre argelina; el padre muri, la madre volvi a Argelia, trabajaba all en la administracin y le enviaba dinero. La madre no deba estar al corriente de aquello. La justicia sigui su curso, con sus prejuicios y sus hbitos. La certeza de su inocencia le impidi defenderse, su abogado le defendi demasiado bien, con esta elocuencia de pretor que no hizo sino entorpecer su causa. Condenado, aunque menos que los otros, pero no soportando la perdida de su inocencia, se matara con los cristales rotos de una botella de cerveza con la que se le acusaba falsamente de haberse servido contra las fuerzas del orden.

Jean-Denis Brendin nos hace comprender que la culpabilidad de Ali le era en alguna forma interior y que la justicia no hizo ms que declararla, al tiempo que le impeda defenderse debido a la perversin y la rectitud de la maquinaria judicial. Es otra versin de El proceso de Kafka. Quizs le falt a Ali la fuerza que dan las convicciones polticas, la conviccin de inocencia no es suficiente.

Sigo con la historia de los 121. Sartre, que estaba de viaje, volvi y se declar a su vez tan responsable como nosotros. l no fue perseguido Por qu? Era demasiado clebre. Conocamos el veredicto pronunciado, segn el rumor, por De Gaulle: No se encarcela a Voltaire. Qu extraa asimilacin y qu lamentable exculpacin. De Gaulle olvid fue desdn o desfallecimiento cultural momentneo?- que Voltaire, precisamente, estuvo encarcelado en la Bastilla, durante casi un ao por los versos satricos contra el Regente, que bien los mereca.

Por consiguiente, nosotros fuimos inculpados, no juzgados, no condenados, quizs olvidados o amnistiados.

El desorden de la justicia, lo evoco sin satisfaccin. No temamos el ridculo si recuerdo para esta pequea causa (no hay quizs ninguna causa pequea) la muerte de Scrates, que quiso morir obedeciendo una sentencia inicua y con el fin de restaurar la justicia, la esencia de la justicia, aceptando como justo lo que era lo ms injusto. Todo pas ante sus ojos como si la ciudad no debiera jams estar equivocada, incluso si no tiene razn. Muerte que no es trgica y no debe ser llorada, puesto que es una muerte irnica, del mismo modo que su proceso es quizs el primer proceso estalinista (ah, haba habido otros, como habr otros, cada vez que la comunidad aspira a lo absoluto).

Me apresuro hacia el fin. La Declaracin de los 121 fue pronto ms conocida en el extranjero que en Francia. El querido amigo amigo muy reciente para m, amigo de siempre para nuestro grupo- Elio Vittorini estaba all para sostenernos e incluso arrastrarnos. Qu felicidad, qu buena suerte orle, verle y, con l, a Italo Calvino. Ms tarde a Leonetti. De Alemania llegaron valiosos mensajes, primero de Hans-Magnus Enzensberg, despus Gnter Grass, Ingerborg Bachmann, Uwe Jonson. Quin fue el primero al que se le ocurri la idea de una revista internacional? Creo que fue Vittorini, el ms apasionado, el ms experimentado. Pero, recientemente, la revista Lignes[xiii] ha publicado, gracias a Dionys Mascolo que los haba conservado, algunos de los documentos concernientes a esta tentativa que no fue vana, incluso aunque fracasara.

Del lado francs, Louis-Ren des Forts y aquello fue lo ms valioso- nos haba aportado algo ms que su colaboracin, puesto que haba aceptado ser el secretario de la revista por venir, garanta de vigilancia y de reserva respecto de tantas pasiones. Maurice Nadeau nos aport su experiencia y Roland Barthes su fama. Aqul trabaj mucho, y fue tan sensible al fracaso que nos propuso buscar las causas y establecer las responsabilidades. Hubiera querido erigir una tumba y que nuestra decepcin se convirtiese en motor. Si nos negamos, fue a la vez para preservar el futuro y no culpar a unos ms que a los otros, escapando as a las desgracias de los grupos que sobreviven gracias al estallido de sus disputas[xiv].

Lleg muy rpido, me parece, el movimiento ms inesperado, experimentado, sin embargo, como el menos eludible. Aquello tena que ocurrir. Movimiento del 22 de marzo, revolucin de mayo de 1968. La iniciativa no provino de nosotros, ciertamente, pero ni siquiera de aquellos que generaron el impulso y parecieron encabezarlo. Reguero de fuego, efervescencia en la que nos vimos arrastrados y en la que no dejamos de estar juntos, sin embargo, juntos de una manera nueva. No volver a contar lo que ha sido contado tantas veces, me contentar con evocar las dificultades de las que apenas fuimos conscientes y que, sin dividirnos, hubieran podido afectarnos. S haberlo experimentado: nos habamos vuelto un grupo de amigos unidos hasta en nuestros desacuerdos (Qu desacuerdos? Los he olvidado). Ahora bien, en los Comits de accin de mayo de 1968, tanto como en las manifestaciones, no haba amigos, sino camaradas que se tuteaban enseguida y que no admitan ni diferencia de edad ni reconocimiento de una notoriedad previa (Sartre se dio cuenta de ello rpidamente). Entre las prohibiciones escritas en las paredes, haba una que nos recordaba a veces (y sobre la que ignorbamos que provena del Talmud): est prohibido envejecer (ver Le libre brl)[xv]. Durante ese tiempo, estuve ms cerca de Robert y de Monique Antelme, dejando a Dionys pasar sus das y sus noches en luchas tan simblicas como reales. Recuerdo la jornada pasada en Flins con Marguerite Duras, cuando tenamos la intuicin que algo decisivo iba a ocurrir (hubo un muerto). Con Robert y Monique acud al estadio Charlty para or a Mends-France, que slo estaba all para afirmar su solidaridad, avalar un movimiento que no era ms que movimiento, y sin duda, para proteger a los manifestantes que no queran serlo y a los que nada poda amenazar, salvo el hasto, la ausencia de objetivo, la revuelta interminable. A pesar de nuestras precauciones, en los Comits de accin y en otros lugares, seguimos suscitando reservas, porque la amistad no deja espacio a la camaradera. Tutebamos a los camaradas, pero, en tanto que amigos, nosotros no nos tutebamos. Llego a veces a quitarle la razn a Dionys para desolidarizarme de la amistad. Cunto me cuesta; pero, un poco ms tarde, con su generosidad sin igual, me dice: Le comprendo muy bien. La ltima manifestacin, la que estudiantes, escritores y trabajadores, habamos organizado. Manifestacin prohibida (recib esa maana misma en mi domicilio un documento oficial de la Prefectura: Cmo podan los funcionarios conocernos tan bien?), que me deja el recuerdo de Michel Leiris: Caminamos, cogidos del brazo, con Marguerite entre los dos, para protegernos los unos a los otros, y es Claude Roy quien tiene el honor de ser detenido y arrojado al furgn en el que la polica necesita colocar a sus victimas para que el orden no sea escarnecido en exceso.

La amistad, la camaradera, querido Dionys, me hubiera gustado preguntarme desde la lejana con usted que est tan presente, como con aquellos que lo estn incluso ms, porque, desaparecidos, no pueden respondernos ms que mediante su desaparicin: los muertos que hemos dejado ausentarse y quienes nos han puesto en entredicho, puesto que no somos nunca inocentes de su muerte. En nosotros se deja sentir la certidumbre de ser culpables por no haberles retenido y por no haberles acompaado hasta el fin. Yo haba concebido el ingenuo proyecto de discutir con Aristteles, con Montaigne, de su concepcin de la amistad. Pero para qu? La tristeza me permite solamente reproducir aquellos versos que podran ser tanto de Apollinaire como de Villon y que hablan del tiempo de la amistad, en lo que tiene sta de fugaz hasta en su duracin ms all del fin.

Qu ha sido de mis amigos?[...]Veo que estn demasiado esparcidosNo fueron bien sembradosY se han malogradoSon amigos que se lleva el viento[xvi]Versos emotivos, pero mendaces. Aqu contradigo mi comienzo. Fidelidad, constancia, resistencia, acaso perennidad, stos son los rasgos de la amistad o, al menos, los dones que a m me ha concedido.

La Philia griega es reciprocidad, intercambio de lo Mismo con lo Mismo, pero nunca apertura a lo Otro, descubrimiento del Otro en tanto que se es responsable de l, reconocimiento de su pre-excelencia, vigilancia y despabilo por eso Otro que no me deja nunca en paz, goce (sin concupiscencia, como dice Pascal) de su Altura, de eso que le pone siempre mucho ms cerca del Bien de lo que pueda estarlo yo.

He aqu cmo saludo a Emmanuel Lvinas, el nico amigo -Ah, amigo lejano!- a quien tuteo y que me tutea a su vez; ha sucedido, pero no porque furamos jvenes, sino por una decisin deliberada, un pacto que espero no quebrantar jams.

De la traduccin:

1. Las notas resaltadas en negrita aparecen en el texto original, el resto son notas de la traduccin.

2. En esta pgina puede encontrarse una versin castellana de la historia de las Ediciones Gallimard y de la Nouvelle Revue Franaise.

http://www.gallimard.fr/catalog/html/PDF/gall-esp.pdf

[i] BLANCHOT, Maurice; Faux pas, Gallimard, Paris, 1943. Traduccin espaola de Ana Aibar, Falsos pasos, Pretextos, Valencia, 1977.

[ii] JNGER, Erns; Sur les falaises de marbre, Gallimard, Paris, 1943. Blanchot menciona el ttulo incompleto. Traduccin espaola de Tristn La Rosa, Destino, Barcelona, 1962.

[iii] DRIEU LA ROCHELLE, Pierre; Rveuse Bourgeoisie, Nouvelle Revue Franaise, Paris, 1937. No hay traduccin espaola.

[iv] En 1936 se fund el grupo La Jeune France, que pretenda promover la nueva msica francesa. Durante los aos de la Resistencia en la segunda Guerra Mundial, en el seno de una organizacin legal, Jeune France, desarrollaba actividades ilegales contra los nazis que ocupaban Francia. No se trataba de resistencia armada, sino de informacin estaban en relaciones con el Intelligence Service britnico, cuya labor en la resistencia francesa fue fundamental, aunque siempre ocultada por la propaganda oficial, gaullocomunista y de ayuda concreta, documentacin falsa, escondites, etc. para los perseguidos por los nazis o la polica de Vichy y muy concretamente los judos.

[v] En septiembre de 1939 Gallimard, privado de parte de su personal, se repliega a Mirande (pequea localidad al sur de Francia en el corazn de la Gascua), ms tarde se traslada a la casa de Jo Bousquet, tambin en el sur. La suerte de las ditions se decide en otoo de 1940; en noviembre Gaston Gallimard consigue recuperar la actividad y su control, abandonando de ah el sacrificio al que alude Blanchotla revista a la suerte de una direccin proalemana con Drieu La Rochelle (diciembre 1940-junio 1943).

[vi] BLANCHOT, Maurice; Thomas lobscur, Gallimard, Paris, 1941. Traduccin espaola de Manuel Arranz, Pretextos, Valencia, 1982.

[vii] En 1958, contra las demostraciones de fuerza gaullistas, el escritor marxista Dionys Mascolo y Jean Schuster, fundaron la revista El 14 de Julio, que no lleg a tener ms que tres nmeros y en la cual colaboraron, aparte de los surrealistas, Marguerite Duras, Maurice Blanchot, Elio Vittorini, Louis-Ren des Forts, Maurice Nadeau, Edgar Morin. En 1960, son algunos de los colaboradores de El 14 de Julio los que toman la iniciativa de La declaracin sobre el derecho de insumisin en la guerra de Argelia, texto conocido con el nombre de Declaracin de los 121.[viii] Es el ttulo del reciente libro de Emmanuel Lvinas (Grasset).[ix] Quines la suscriban? Gente como Arthur Adamov, Simone de Beauvoir, Maurice Blanchot, el compositor y director de orquesta Pierre Boulez, Marguerite Duras, Daniel Gurin, Henri Lefebvre, Franois Maspero, Maurice Nadeau, el cineasta Alain Resnais, Jean Franois Revel, Alain Robbe-Grillet, Nathalie Sarraute, la actriz Simone Signoret y Jean-Paul Sartre, entre otros. Para acceder al texto en francs del manifiesto y de sus firmantes. Consultar la pgina: http://www.bok.net/pajol/manif121.html[x] La expresin francesa es porteur des valises: As se denominaba a las personas que durante la guerra de Argelia escoltaban los fondos que se trasladaban para hacerlos llegar al Frente de Liberacin Nacional.

[xi] Son clebres las reuniones de Luis IX, canonizado como San Luis, rey de Francia, bajo el roble de Vincennes, a cuya sombra, sentado sobre un tapiz, administraba justicia.

[xii] En la editorial Gallimard. En la misma editorial George Bataille public Le ocupable.[xiii] Lneas, n 11, Librera Sguier.[xiv] El responsable es el muro de Berln, acontecimiento que nos alcanza a todos, pero que conmueve a nuestros amigos alemanes. Enzensberger, el ms cercano al proyecto, tambin el ms amistoso, se retir a Noruega; todos se dispersan. La revista contina, no muere, pero agoniza.[xv] OUAKNIN, Marc-Alain; El libro quemado: Filosofa del Talmud, (traduccin espaola de 1999), Riopiedras Ediciones, Barcelona.

[xvi] Rutebeuf citado por Maurice Roche (edicin Point Hors Ligne).