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Sinceridad y artificio en la poesía de Sor J nana Inés de la Cruz Por académico y erudito que sea su enfoque, se diría que el Centenario de Sor Juana Inés de la Cruz está como turbado por la del sujete. En su terso y bello libro Al amor de Sor !uatw (1), Alfonso Junco comenta el ancho estudio sobre la poe- tisa de Ezequiel Chávez, y concluye: "el maestro Chávez, sen- cillamente, se ha .enamorado de Sor Juana, y nada tiene de ex- traño : algo así nos pasa a cuantos con esta mujer excepcional y encantadora nos comunicamos, y en algunos la devoción llega casi a obsesión, como en el fino y acucioso Ermilo Abreu Gó- mez". Se ve que, por su parte, el propio Alfonso Junco también anda enamorado y aun un tanto celoso. Total: que les pasa a los mejicanos con su Décima Musa lo que a los españoles con Santa Teresa. La femineidad no puede ser, gracias a Dios, una sustancia de puro tratamiento erudito. La turbación que emana del sujeto femenino se inicia ya desde el planteamiento mismo de la fecha del tricentenario. Lo acabamos de celebrar porque su proto-biógrafo, el P. Calleja (2), (1) Junco (Alfonso): Al amor de Sor Juana. Edit. Jus. Méjico, 1951; pág. 17. (z) Calleja (Diego), &. ]. : Aprobación a la Fanw y Obras Póstumas. Mad.rid, 1700.

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Sinceridad y artificio en la poesía de Sor J nana Inés de la Cruz

Por académico y erudito que sea su enfoque, se diría que el Centenario de Sor Juana Inés de la Cruz está como turbado por la fe~ineidad del suj ete. En su terso y bello libro Al amor de Sor !uatw (1), Alfonso Junco comenta el ancho estudio sobre la poe­tisa de Ezequiel Chávez, y concluye: "el maestro Chávez, sen­cillamente, se ha .enamorado de Sor Juana, y nada tiene de ex­traño : algo así nos pasa a cuantos con esta mujer excepcional y encantadora nos comunicamos, y en algunos la devoción llega casi a obsesión, como en el fino y acucioso Ermilo Abreu Gó­mez". Se ve que, por su parte, el propio Alfonso Junco también anda enamorado y aun un tanto celoso. Total: que les pasa a los mejicanos con su Décima Musa lo que a los españoles con Santa Teresa. La femineidad no puede ser, gracias a Dios, una sustancia de puro tratamiento erudito.

La turbación que emana del sujeto femenino se inicia ya desde el planteamiento mismo de la fecha del tricentenario. Lo acabamos de celebrar porque su proto-biógrafo, el P. Calleja (2),

(1) Junco (Alfonso): Al amor de Sor Juana. Edit. Jus. Méjico, 1951; pág. 17.

(z) Calleja (Diego), &. ]. : Aprobación a la Fanw y Obras Póstumas. Mad.rid, 1700.

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dió por fecha de su nacimiento el 12 de noviembre de 1651 .en la alquería de San Juan Nepantla. Así ha venido corriendo, como oficial y canónica, la fecha, aunque se adv1rtieran en la afirmación del P. Calleja leves desacuerdos, pues hace caer di­cho día en viernes, cuando es lo cierto que fué domingo (r), y al fijar la de la muerte de la poetisa dice que murió de "cua­renta y cuatro años, cinco meses y cinco días", cór:Iputo erróneo si nació en 1651 y murió en 1695, como es sabido.

Sobre estos leves titubeos del P. Calleja ha recaído mayor alarma al encontrar dos investigadores concienzudos -Alber­to G. Salceda y Guillermo Ramírez España- una partida de nacimiento en la· parroquia de Chimalhuacan-ChalLo, a la que N epantla pertenece, donde se dic.e bautizada en 2 de diciem­bre de 1648: "Inés, hija de la Iglesia", apadrina:la por Miguel Ramírez y Beatriz Ramírez. Que estos padrinos son los tíos carnales de Sor Juana parece evidente ; que "hija de la Iglesia" es un piadoso eufemismo para llamar a las hijas naturales, como nos consta que Sor Juana lo era (2), tampoco_ es dudoso: y todo ello equilibra, hasta cierto punto, la extrañeza de líamar Inés a la recién nadda, cuando consta que éste fué su segundo nom­bre en el claustro, habiendo sido llamada siempre Juana As­baje (3) en el mundo, según resulta de su testamento (23 de febrero de 1669) y del de su madre (II de enero de 1687).

No me detengo en todo este pleitecillo, no resuelto, de tres años, por vana delectación erudita, sino para fundamentar más mi idea de la turbadora proyección de la femineid:~d del sujeto sobre su estudio e interpretación. Acaso el más documentado sor­juanista del tricentenario, Alfonso Méndez Plancarte, ha zan­jado expeditivamente la cuestión suponiendo en !tU introduc-

(1) Cálcu'o del Licenciado Alberto G. Salceda, confirmado por el Ob­servatorio Astronómico Nacional de Tucubaya, por orden del Dr. Sando­val Vallarta en 1947.

(2) Vid. Mallo (Jerónimo) : Sym.posiunr, vol. III, núm. 2, nov. 1949. (3) Ermilo Abreu Gómez (Hispania, vol. XXXIV, .1oviembre, 1951)

cree que es una mala lectura de Asuaje: apellido todavía existente en e1 país vasco. Comparten esta idea D. Miguel . Unamuno, Miss Dorothy Schoñ.s y D. Guillermo Ramírez España.

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ción a las Obras Completas (1) que Sor Juana Inés se quitaba la edad: "ella quizá escribió al P. Calleja haber nacido un 12

de noviembre; mas al darle su edad - mujer femenina- bien se pudo quitar tres años". Alfonso Junco se ha revuelto como un caballero andante contra esta suposición, a la verdad nada jus­tificada, puesto que, en cualquier caso, no consta que fuera ella la que suministrara el dato erróneo al P. Calleja, y no cons­tando no hay por ·qué afirmar, aunque sea en cosa tan mínima, nada que contradiga la ingen'ua afirmación de la monja en su Respuesta a Sor Filotea: "aunque sea contra mí, me ha hecho Dios la merced de darme grandísimo amor a la verdad"... Como ve, pues, el lector, desde el propio planteamiento del tricente­nario, la erudición nos transporta al centro mismo de esta atrac­tiva y compleja "mujer femenina", cuyos problemas psicoló­gicos -veracidad, coquetería, amor o desengaño- van a estar inevitablemente rondando todo cuanto sobre ella se estudia , . se investiga.

No vamos a ser nosotros remisos en acudir a esa cita que la erudición nos hace en el campo de la psicología. Naoda ~or Juana Inés entre dos volcanes -el Popocatepelt y el Jxtaci­hualt-, en Nepantla, qtie en lengua mejicana o ·Bhualt parece significar "entre el frío y el calor", ya estaba la geografía su­ministrándonos un primer símil fácil y tentador para la inter­pretación de su alma como fuego escondido entre perfiles ; como paradoja de una naturaleza volcánica encarcelad:! en reglas y

contenciones. Todo esto, sin embargo, ha de ponerse en su lugar y sitio.

Que para llegar al esclarecimiento de la psicología de Sor Juana -sobre todo a cuanto ronda el problema de su vocación y de la sinceridad de sus versos de amor- hay que atravesar una reja tupida y desorientadora de reglas y convencionalismos, es muy cierto. La época -segunda hora, retórica y artifictal, de un si­glo épico y dorado-- los daba con abundancia. Y su enumera­ción es obvia y conocida.

El primero de todos, la receta estilística de la hJra -e1 "cul-

{I) Pág. un, n:ota 1.

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teranismo"-, que todo lo desecaba en fórmula previa o lo ex­presaba por signos convenidos. Sor Juana que fué, desde su mo­cedad, una "niña prodigio" , estaba dotada de una fa<:ilidaci mons­truosa. Pedía permitirse, como Lope, hacer una poesía sólo por "probar la pluma" (1) : pero esta misma facilidad la hacía más inconscientemente receptiva para los esquemas verbales que, tan a menudo, en el estilo "culto" suplían la creación personal. Su poesía está continuamente asaltada por los perfiladC's concep­tos sociales de la época: filosofía y conducta prei;:;bricadas, bien visibles en sus versos. Si canta, por evidente invitación y compromiso, a un graduado de doctor, ha de aprovechar aque­lla ocasión de parabienes para una intempestiva recDrdación de la fragilidad de la gloria que deje a Sor Juana en paz con el senequismo hispano :

Pues este verde honor, si bien se advierte, mientras más brinda gustos a la vida más ofrece recuerdos a la muerte.

Hasta en la zona más íntima, si canta de celos, ya dispuesta a morir de ellos, escoge con un medita.dísimo casuísmo escolás­tico su muerte, según un código social, qne no se deroga ni frente a la más catastrófica pasión:

Mas supuesto que muero sin resistir a mi infelice suerte,

que me des sólo quiero licencia de que escoja yo mi muerte.

No muera de rigore;, Fabio, cuando morir de amores puedo :

pues con: morir de amores tu acreditado y yo bien puesta quedo.

(1) Si Lope escribe un soneto, sólo para di:;culparlo en el último ver­so :- ~Perdona. Fabio, que probé la pluma", Sor Juana se permite asegurar, en un roman<:e:

Y para probar la pluma, instrumento de mi oficio. hice versos, como quien hace lo que hacer no quiso.

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¡Deliciosa esta muerte escogida, como en un guardarropas, para quedar "bien puesta" : esta muerte consultada con ei re­glamento de las formas y del juego social!

Hasta en los escapes. de tipo popular, alivio que ordinaria­mente buscaban los culteranos a estos rebuscamientos, Sor J ua­na maneja continuamente formas convenidas que interceptan toda investigación de su intimidad genuina. Así, por ejemplo, cuando en los ágiles villancicos que compone en 1689 para la Catedral de Puebla, al ordenar el Alcalde de Belén que se pon­gan faroles, escribe :

y luego:

En Belén Jos faroles no quiso poner un Tudesco ...

Al Doctor el farol apagóse al ir visitando : por más señas, que no es el primero que ha muerto a sus ma.nos (1).

ese Tudesco que es un puro muñeco convencional, creado, como sinónimo del Luterano, por la Contrarreforma ¿opular, y ese Doctor matasanos, nacido de las zumbas ·quevedescas o folklóri­cas, no son creaciones personales, sino mecánicos ;;ecursos siem­pre a la mano para el avío de toda letra de humor.

N o menos que esos convencionalismos y esquemas comuna­les nos separa de su intimidad toda la balumba de c.omposición "de encargo" que hace para los virreyes marqueses de l\Iancera o el arzobispo Enríquez de Ribera; el Neptuno .·1legórico que para los man¡ueses de la Laguna y conde de Paredes le solicita la Iglesia Metropolitana ; los loores de la Inmaculada que escribe para el Triunfo Parténico de la Universidad; los villancicos que le piden las catedrales de Puebla y Oazaca. Todo esto es poesía de fuera hacia denfro : donde su facilidad prodigiosa y su gracia infalible se pliegan al encargo, mucho más que expresan su pro­pia verdad.

(1) Citados por Elisabeth Wallace: Sor Juana l11és d.? Ta Cru:;, poe­tisa de Corte y Com·ento. Ediciones Xochitl. Méjico, I9-+4·

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Y al fin, sobre tanta regla estilística o social, la última de to­das: la regla monástica. No hay que pensar, es cierto, el enclaus­tramiento() de Sor Juana en la comunidad jerónima, con anacró­nicos conceptos actuales. "LoOs conventos del siglo XVII -escribe Carlos E. Castañeda- eran centros sociales donde se vivía con decencia, con recogimiento religioso,_ pero con ese buen gusto y esa alegría que la religión verdadera nunca ha prohibido al buen cristiano" (I). "La virtud tenía entonces cara a!egre", añade Amado Nervo, a propósito, también, de la vida monjil de Sor Juana. No era, pues, ésta un obstáculo sustancial ?Jta la vida de relación literaria y hasta se ha Jlegado a afirmar lo contrario : que los conventos favorecían este intercambio de las letras, pues "eran tertulias literario-sociales que la mujer sola no podía nunca gozar". Sin embargo, como consta por datos históricos fidedignos, esta vida de relación apoyaba más bien la parte intelectual, for­malista y científica, de la monja que no la zona de inspiración o su espontaneidad. No creo que las visitas del erudito e investiga­dor D . Carlos de Sigiienza o las consultas del f>. Manuel Ar­giiello para componer su tesis universitaria fueran grandes in­centivos para la liberación de su intimidad humana y poética, turbada, por otra parte, por la regulación claustral, según con­fesión de la interesada : "porque como los ratos que destino a mi estudio -y aquí debe leerse también su creación poética~ son los .que sobran de regular a la comunidad, esos mismos les so­bra a las otras para venirme a estorbar". En cualquier caso no era estimulante, sin duda alguna, para su creación más personal y humana, la tan conocida advertencia paternal de su obispo Fernández de Santa Cruz, contestando a su famosa Crisis sob1·e

un Sermón: "Y o no la critico por haber escrito versos. Otras que fueron canonizadas luego también escribieron versos. Pero yo desearía que V d. los imitara tanto en la elección de los asun­tos como en la forma." No es "imitar" a otros modelos, en forma y tema, un consejo muy conducente a la liberación de la intimi­dad poética que vamos persiguiendo en Sor Juana Inés.

(I) Castañeda (Carlos E.):· Sor Juana Inés de la Cruz: primera f e­minü-ta de América. Universidad de Antioquia, núm. 104. ).1edellín (Co­lombia), 1951.

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También alude el obispo, en esa carta paternal, al "común reparo del sexo" : como había llamado a la preo :upación anti­feminista el P. Samaniego, en el "prólogo galeato' ! que antecede

. !

a la Mística Ciudad, de Sor María de Agreda. N o se opone el señor obispo a que las mujeres estudien; y aun le busca las vueltas a San Agustín que, si las desaconsejó que enseñaran, no les pro­hibió que investigaran y leyeran; pero también aqtií . quiere que modifique y espiritualice el general temario de sus curiosidades. Ello es que Sor Juana tiene que disimular con coquetería su cu­riosidad científica entre sus ocupaciones femenim& : "Veo --és~ cribe- que un huevo se une y fríe en la manteca o 2ceite; y· por el contrario se despedaza 'en el almíbar; veo que para que el azú­car se. conserve flúida basta echarle una muy mínima parte de agua en que haya estado membrillo u otra fruta agria ... Cre'o que esto causará risa: pero, ¿qué podemos saber las ,,;ujeres sino filosofía de cocina! ... Y yo suelo decir, viendó estas casi­llas: si Aristóteles-hubiera guisado, mucho más hubiera -escrito." Me suena todo esto a irónica posición defensiva de la mujer que, en realidad, hubiera querido guisar menos para póder escn­bir más.

Todo este enredo de reglas, cautelas e inhibiciones es pre­ciso traspasar para llegar a la amura:llada intimidad de Sor J ua~ na y al turba'Cior problema de la sinceridad o el artifiCio dé sus poesías de ar{¡or. Enredo y cerco que se haée doblc1hente tupido, porque, a mi juicio, la notación más característica de la · psico­logía de Sor Juana fué el "intelectualis!~w", que- :.a hace más dócil y maleable para toda impregnación social o toda imitación estilística : más receptiva frente a toda formulación ·venida del exterior. Es más, y aquí me atrevo a destilar, palaora a palabra, un criterio no muy corriente: considero a Sor Juana ·como una ex-­presiva representante del .. intelectualismo" típico de nuestro si­glo XVII.

Digo que no es corriente esta apreciación porq11e nuestro ba­rroquismo, nuestro apasionamiento romántico, nuestro desorde­nado teatro, todo, ha contribuido a mantener una visión de Es­paña, en cualquier siglo, más vital y patética que intelectualista. De la corriente racionalista y fría que va por Erasmo y Mon-

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taigne hasta Descartes, nos hemos sentido siempre un poco a la orilla. Pero se trata en ese caso de la Razón ufana y autónoma que s.e empi~ sobre los zaJ).CQS de una enfátic~ mayúscula. Hay también Jet otra "razóri": li e:icelsa facultad bien V1lorada en el equilibrado y jerárquico orden ortodoxo. Y en esa Jinea nuestro viejo senequismo, nuestra represión moral de la pasión, nues­tro concepto de la fugacidad de las cosas, nuestro escolasticis­mo, riuestro conceptismo, son expresiones de una soterrada vena de buen "radonatismo" español, nunca ahogada del todo por nues­tro barroco apasionamiento. Nuestros místicos son los defensores constantes de la Razón frente a los brumosos panteismos germá­nicos. Santa Teresa prefiere el confesor "letrado", ai santo. San Juan enseña la resistencia de la razón a los arrobos que pueden ser engañosos. La Inquisición fué una perpetua vigilancia inte­lectual, preocupada ante los; "quietistas" o les "iluminados" que significan explosiooes de irracionalismo. Y Calderón, en medio de su barroquismo, es el gran poeta de la inteligencia, que en más de cinco dramas pinta conversiones alcanzadas por una clara vía intelectual y construye sus versos con una retórica casi · silo­grstica.

En América, y muy especialmente en Méjico y Perú, estaco­rriente intelectual, con sus orillas más a la intemperie del mundo, se acentúa y da lugar casi- a una promoción "pre-eRciclopedista", hambrienta de universal saber. Peralta y Barnuevo es ef tipo ge­nuino de estos monstruos de la sabiduría. Sor Juana pertenece del todo a este linaje en el que, en América y Europa, figuran no pocas muj.eres. ·Al fin y a-1 cabo era la época como una nueva madurez y cosecha del Aróol de la Ciencia, y es justo que Eva se acercase a él con su voraz y primigenia glotonería.

Sor Juana, que fué una "niña prodigio", que sabía lenguas, teología y ciencias naturales, que tenía su celda llena de libros y aparatos de física, vivió en un ambiente de mucho más despe­jado intelectualismo que lo que suele creerse. Cuando Sor Jua­na escribió sus ingeniosas objeciones a un Sermón del P. Vieyra, otra monja, Sor Margarita Ignacia, salió a la deft:nsa del fa­moso jesuíta, pero ·echa por delante esta jugosa declaración de no-haberse escandalizado lo más mínimo porque Sor Juana dis­cuta al famosísimo predicador: ''El entendimiento humano es

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una de las cosas más superiores que Dios crió: •)bligarlo a la autoridad de las personas es quitar los privilegios a la fe ... En las materias opinables, sólo la razón está primero que todo." Magnífica introducción para un episodio de disct;s:~n, del que tendrían que aprender bastante muchos violentos p0lemistas de este siglo que se cree tan intelectual.

El primero y grande amor de Sor Juana fué, pues, la Sa­biduría. Su vocación misma fué un clarísimo balance intelec­tual, una "partida doble" de ;valores rígidamente cifrados: "entré­me religiosa -confiesa ella- porque, aunque conocía que tenía el estado de cosas (de lo accesorio hablo, no de los formales), mu­chas repugnantes a mi genio, con todo, para la LOtal negación que tenía al matrimonio, era lo menos desproporcionado y lo más decente que podía elegir en materia de seguridad, que desea­ba, de mi salvación". Sor Juana no fué nunca místLa, como ase­gura con acierto - mujer entendiendo a la muj er- Gabriela Mistral : "El místico es, casi siempre, mitad ardor y mitad con­fusión ... E l místico cree que es la intuición la única ventana abierta sobre la verdad. Para Sor Juana, hambrienta de conoci­miento intelectual, es bueno que los ojos ciñan bien el contor­no de las cosas" (1). Dolorosamente intelectual fué todo el pro­ceso de su purificación y renunciamiento que le llevó hasta las orillas de la santidad: "como ella -continúa Gabr•da Mtstral­se anticipó a su época con anticipación tan enorm~ que da es­tupor, vivió en sí misma lo que viven hoy muchos hombres y al­gunas mujeres : la fiebre de la cultura en la jmre11tud; después, el sabor de fruta caduca en la boca; y por' último, la búsqueda contrita de aquel simple vaso de agua clara que es la eterna hu­mildad cristiana". Lo que le causó desazones, con!rojas y hasta pasa jeras desavenencias con su director el P. Núñez fué, pues, su apego a la ciencia. Su gran renuncia no fué el paso de la Cor­te al claustro: fué, dentro del claustro mismo, el desahucio de los aparatos de física y de los libros infinitos que llenaban su celda. Cuando murió, sólo pudieron inventariarse : omo "haber"

(I) Mistral (Gabrie!la) : Lecturas para mujeres. Méjico, I9Z3· Repro­ducido en Abside, XV-4-1951.

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de la monja unos cilicios y unos 1ibrillos de devoci!m ... Pero ~ ve bien claro que muaho más que los cilicios que conservaba, le dolían los volúmenes, retortas y alambiqués, a que renunció.

La unión, pues, de este temperamento radicalmente intelec­tual y este complejo de regulaciones convencionales que la ro­deaba, dificulta y distancia el acceso a su más íntima verdad. Hay una primera y extensa zona de su arte que es pura construc­ción intelectual. Es mucho lo que la inteligencia logra imitando la pasión. Ella misma, revolviéndose contra algún adversario, reveló la fórmula de esa parte de su obra: ósmo:>!s e intercam­bio de sus facultades:

En perseguirme, mundo, ¿qué interesas? ¿En qué te ofendo, cuando sólo intento poner bellezas en mi entendimiento y no mi entendimiento en las bellezas?

"Inteligencia embellecida" : podría ser ·casi la definición del conceptismo en que tanto se recreó. Toda esa zona de la poesía de Sor Juana está ccmstruída con los recursos iqtelectuales y científicos de que era millonaria. Su sabiduría de las ciencias na­turales está continuamente smninistrándole materiales. Así, en sus versos religiosos, aquella explicación geométrica -o geodé­sica- de la Asunción de María, que coincide con b de ChesteT­ton que, de seguro, no conocía a Sor Juana: Como

. . . en buena filosofía es el centro de la tierra un punto solo, que dista igual de toda la esfera,

María, que a fuerza de humildad se abajó y adentr6 en la tie1·ra hasta llegarle al centro, al seguir de ahí, pretendiendo bajar más, se encontró que estaba subiendo la otra parte de la circunferen­cia. Es maravilloso que este concepto geométrico no acabe de ser del todo antj,poético en su pluma:

No fué su Asunción subir por apetecer grandeza, sirro que se pasó a1 cielo por entrañarse en la tierra.

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Con eclipses, menguantes y epiciclos compone, en otra poesía, una letanía a la Virgen. Y en otra, hasta nos denuncia, de pron­to, a qué punto pueden ser intelectuales las más aparentes espon­taneidades, y hasta nos pone en camino para una interpretación racionalista de los desgarros gitanos de Lorca :

.. . no tiene para alfileres con todo el cielo estrellado ...

están de miedo temblando, tamañitos los abriles, descoloridos los mayos ...

¡Los ojos! ¡Ahí quiero verte cSolecito arrebola;do ! : por la menor de sus luces dier.1s caballos y carros ...

Y luego, en otras coplas -asombroso "pre-lorquismo"- nada más que esto :

el sol le sirve de sastre, la luna <le zapatero ...

No hay que olvidaF, pues, esta sabiduría inti.nita, verbal y conceptual, de Sor Juana, al interpretar sus poesías de amor. No olvidemos que muchas fueron escritas por encatgo de otras personas. Así las endechas que a nombre de la Condesa de Gal­ve hizo para su esp:!SO el virrey (primer artificio), en las que ima­gina que éste hubiera muerto para ponderar, por <:se dolor, el gozo de lo contrario (segundo artificio). Y tercer artificio : toda la poesía misma que es una disputa sobre si es peor perder el marido o que se le vaya a una el marido con otra : eco de las eternas disputas escolásticas entre situaciones y cvnceptos.

Y sin embargo ... Sin embargo, como ha escrito Elizabeth Wallace, si Sor Juana hubiera. escrito únicamente ~stas composi­ciones, aunque llenas de gracia e ingenio, su labor poética "hu­biera muerto cc-n ella". O en todo caso se la hubiera rewrdado como pcetisa menor, por sus. famosas y fáciles coplas en defensa

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de las mujeres, cuyas parodias y burlescas contes-taciones, de "Maravelo", de Diódoro de los Santos, publicadas recientemente por Alfonso Junco (1), revelan su naturaleza de pieza de oca­sión propicia a tO<ios estos jugueteos. Ni creo que la hubiera sal­vado del todo para la gloria su Sueño, scnoro y gongorino, a pesar de las ambiciones fáusticas y prometeicas que Karl Vossler ha creído encontrar en él.

La gloria seria y consistente de Sor Juana se apoya sobre una veintena de composiciones de amor, en gran parte sonetos, cuya frescura apasionada ha turbado a todos los comentaristas y ha constituido el más apasionante problema psicológico y literario en torno a la gran escritora.

Las opiniones sobre la sinceridad o artificio de estas poesías se balancea entre la extrema sentencia de D. Francisco Pimen­tel, que en 18g2 afirmaba categóricamente que eso;; versos eran pura construcción retórica sin correspondencia vi~al afectiva, y la de D. Marcelino Menéndez y Pelayo que en su Historia de la Poesía Hispano-Americana (2) redactó su famoso dictamen: "Fué ... mujer vehemente y apasionadísima en sus afectos, y sin necesidad de dar asenso a ridículas invenciones románticas ni forjar novela alguna ofensiva a su decoro (D. Marcelino alude inequívocamente a las cOmposiciones del imaginativo y poco es­crupuloso D. Adolfo de Castro) difícil era que con tales condi­ciones dejase de amar y ser amada mientras vivió en el siglo. Es cierto que no hay más indicio que sus propios versos, pero éstos hablan con tal elocuencia y con voces tales el·~ pasión sin­cera y mal correspondida o torpemente burlada, tanto más pene­trantes cuanto más se destacan del fondo de una poesía amane­rada y viciosa, que sólo quien no esté acostumbrado a distinguir el legítimo acento de la emoción lírica, podrá cr.:!er que se escri­bieron por pasatiempo de sociedad o para expresar afectos -aje­nos. Aquellos celos son verdaderos celos ; verdaderas recriminacio­nes . . Nunca, y menos en una escuela de dicción tan crespa y en­marañada, han podido simularse los efectos que tan limpia y sen­cillamente se expresan en las siguientes estrofas :

(1) Diario Novedades. Méjico, .22 dic-iembre 1951. (2) Madrid, I9II ; t. 1, pág. 78.

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Mas, ¿cuándo, j ay, gloria mía! mereceré gozar tu luz serena? ¿Cuándo llegará el clía que po~as dulce fin a tanta pena? ¿Cuándo veré tus ojos, dulce encanto, y de los míos secarás el llanto?

No e ra, no, vano ensueño de la mente, ni_ menos alegoría o sombra de otro amor más alto, que sólo más tarde invadió el alma de la poetisa, aquella sombra de su bien esquivo, a la cual quería de­tener con tan tiernas quejas:

Si al imán de tus gracias atractivo sirve mi pecho de obediente acero, ¿para qué me enamoras lisonjero si has de burlarme luego fugitivo ?

Mas blasonar no puedes saA:isfecho de que triunfa de mí tu tiranía ; que aun:que dejas burlado el lazo estrecho

que tu fonna fantástica ceñía, poco importa burJar brazos y pecho si te labra prisión mi fantasía.

Los versos de amor profano de Sor J uana son de los más suaves y delicados que han salido de pluma de rmjer." H asta aquí D. Man::elino.

Ante la afirmación del Maestro, infalible en ~sas sentencias literarias inductivas, y ante la lectura de aquella breve y jugosa antología del suspiro, la queja, los celos y el amor, acaso la más perfecta que ha producido la poesía en torno a estos sentimientos fundamentales, todas las hipótesis han sido barajadas. No era resistible la tentación de rastrear el soporte anecdótico y humano de teda esa espléndida y apasionada poesía.

¿Amó Sor Juana antes de entrar en el claustro? _"Por de pronto -piensa Julio A. Leguizamón ( I )- asombra la total falta de datos concretos a este respecto, cuando se conocen otros tan prolijos de su vida. No es concebible que en el medio mundano

(1) Historia de la Literatura Hispanoaf1U!ricaua, I, 255.

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que rodeaba a Sor Juana pasara inadvertido un episodio de esta naturaleza, de ser algo más que simples discreteos de galanes." Sin embargo, bastante más que "simples discreteas" suponen en ella, Jos que, como Elisabeth Wallace, afirman que "conoció en su carne propia lo que era amor humano" (1), dando un valor total y directo a su romance :

Yo me acuer<\o (¡oh, nunca fuera!) que he querido en otro tiem·po lo q"e pasó de lomra y io que excedió de extremo ...

(Pero hay que proceder con mucha cautela para deducir de esos escapes líricos la confesión concreta de una "caída" o poco menos. Los grandes santos - y Sor Juana, sin serlo, acabó en perfectísima monja- dan lugar a .una inflación de sus faltillas de juventud, al contemplarlos desde su posterior ;:>erfección del claustro. Las mundanerías de Santa Teresa, San Javier o San Ignacio fueron probablemente mínimas : aunque su imagen, vis­ta al través de su posterior con,trición, ha sido exagerada, para uso y contento de biógrafos y guionistas de cine, amigos del claroscuro como efectismo de Arte. El caso más típico de este fenómeno es el de D. Miguel de Mañara: cuyas leves munda­nerías juveniles, infladas por su posterior anonadamiento, han dado lugar a que se le creyera, por mucho tiempo, el modelo hu­mano de Don Juan Tenorio.)

Menos decisiva es la sentencia de los que dan t::unbien valor autobiográfico al personaje Doña Leonor de su graciosa co­media Los empeños de una casa: Aun tomando - y nunca ha­brá razón absoluta que le abone- por documento absolutamente confesional, la larga relación de la heroína en el acto primero, nunca se deduciría de ello otra cosa sino el haber sido muy fes­tejada en la Corte, donde

no acertaba a amar a alguno viéndome arna.da de tantos (2)

(I) Op. cit., pág. I48.

(z) Obras selectas de la célebre monja de Méjico, S. J. I. de la Cruz. Quito. Imprenta N aciona.l, 1873; pág. 239-

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y haber centrado su afición en un galán -D. Carlos de Olmedo en la comedia- tan cargado de perfecciones físicas e intelectua­les que más parece el "ser ideal" soñado por la pocdsa que per­sona de carne y hueso. N o olvidemos, además, que la simple cro­nología reduce mucho las posibilidades de una positiva aventura de amor en el período cortesano de Sor Juana. Esta se retiró al convento de Carmelitas Descalzas de San José el I4 de julio de I667, con poco más de quince años. Es cierto que lo abandona el I8 de noviembre de ese mismo año, convaleciente <le una enfer- . medad, para volver a ingresar definitivamente en .el convento de San Jerónimo, poco más de un año después, en Z4 de febrero de rf>69, a los diecisiete años. Aun ampliando estas edades con los tres años escasos de suplemento que autorizaría la dudosa par­tida de Chimalhuacan a que nos referimos, y aun recordando que las muchachas americanas eran más precoces que las eu­ropeas y que S<:>r Juana, "monstruo de la N<~Jturaleza" , aprendió el latín en veinte lecciones, no creo que haya razón ~uficiente para pensar que aprendiera en curso aún más intensivo "todo" el amor. Parece más ra·zonable suponer que la corta ~olgura de su vida de mundo sólo diera lugar a esos "discreteas" de que hab.Ja D. Marcelino, y que son perfectamente compatibles con el sueño íntimo de ese "Don Carlos'' de comedia, inexistente de puro per­fecto.

Esta interpretación autoriza mayores anchuras de: tiempo para la· concreta redacción de sus grandes poesías de amor que, según Alfonso Junco, "pudieron escribirse tanto en el mundo --<:on verdad actual- como en el claustro, con verdad poética". 1vfás bien por la perfección formal y la madurez y hondura de los mismos versos, me inclinaría yo a la segunda . hipótesis suscri­biendo la sentencia que su cercano biógrafo el P . Calleja, en la Elegía que precede a su Fama Póstuma, publicada a los cinco años de morir la poetisa, formula en aquel endecasilabo rotundo: "amores que ella escribe sin amores"; rebajando ese "sin amo­res" en el sentido de ausencia de un amor concreto, ¡¡o incompa­tible con reminiscencias y lejos de ilusiones pasadas.

SÓlo falta, entonces, a la completa matización de la intimidad psicológica latente bajo la incomparable poesía de amor de Sor

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Juana, una consideración más general · y básica que yo creo que a menudo ha escapado a la sentencia de la pura erudición : un pro?lema humanístico anterior al problema literario y más com­plejo que él. La sentencia que acabo de esbozar - versos escri · tos sin una anécdota inmediata y concreta- no puede confundir­se con la dictada en otros parecidos pleitos de amor literario : las zagalas de Fray Luis de León ; la Mirta de Fray Diego Gon­zález. Todas éstas son probab}emente absolutos esquemas lite­rarios, piezas retóricas con nombres de mujer. Pero antes de extender esta jurisprudencia a Sor Juana Inés habría que ase­gurarse de si es realizable dentro del orbe psicológico de la fe­mineidad, esta operación retórica y conceptista, esta forma de suplantación literaria de la realidad.

Probablemente esto no es posible: y Sor Juana ha sido com­prendida, por algunos autores, con ojos que no se cuidaron de rectificar su masculinidad. El hombre es, por esencia, una criatura intelectual : Ia mujer, aun la más intelectual, como Sor Juana, está mucho más fuértemente unida a la vida cósmica, a la virtud creadora de la Naturaleza, de la ·que dla forma parte. El hom­bre puede ponerle motes femeninos a sus ideas retóncas. La mu­jer, cuando pone motes masculinos, no se lo pone a una idea, sino a una emoción radical y vital. La Mirta de Fray Diego o la Clo­ris de Fray Luis podían ser Literatura. Pero el Alcino de Sor Juana es Amor . .. Entiéndase bien: no quiere esrt:o decir que sea "persona" física y concreta. Pero sí amor a"uténtico, aunque ge­nérico y universal. "Para el amor no es necesario el amante", ha escrito Ermilo Abreu. Sor Juana, en sus veinte o veinticinco buenos poemas de amor, es doctora del amor humano como Santa Teresa lo es del amor místico. Puede haber doctores varones en teolcgía mística que no hayan experimentado la contemplación. Doctoras· no puede haberlas sino contando, como Santa Teresa, su caso. Sor Juana, en amor humano, nos cuenta también "su caso". Lo cual no impide que su caso sea el impersonal e impe­cable, pero hendo y radical, caso erótico de la femineidad.

Creo que lo comprenderá quien desmonte, pieza a pieza, su poesía amorosa, con una mano de crítica literaria y otra de hu­mana comprensión. Sor J uana conoce los vericuetos del .amor humano con una seguridad experta : que muy bien puede derivar

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de esa experiencia antecedente que yace en el fondo de lo fe­menino, como la fertilidad está en la tierra no cultivada. Sabe de celos, de coquetería, de remilgos e imprudencias, con nn sa­ber que no necesita ejercitarse para ser muy pleno saber. Tam­bién se puede ser un gran matemático y no construir puentes ni casas. Precisamente por radical e impersonal, su Jmor llega a fundirse con la Naturaleza y a perfilar esa especie de panteísmo erótico del que difícilmente se libra ninguna poetisa. Así en aquellas Liras de la ausencia, que parecen un anticipo de aquella fervorosa fusión de la condesa de Noailles con las cosas todas. A Sor Juana no le importa que su amante ausente se esté en­treterue~do con -la flor, con la tórtola, con el ciervo _o cazando liebres eón galgos. No le importa porque eHa está, por vía de amor, en la tórtola, la flor, el ciervo, la liebre, y no sé si hasta en los galgos también. Lo difícil no le es este derramamiento; más difícil le va a ser ceñirse al amante cuando él vuelva :

Que mal se ceñirá a lo definido lo que no cabe en todo lo sentido.

Lo difícil para la mujer es "personalizar" su moCion cósmi­ca. Por eso en amor su papel es pasivo y receptivo: "acepta" al hombre, que, con facilidad, será para la mujer suficiente, a fuer­za de ser siempre poco. El amante para la mujer será siempre un representante, un legado del Universo ... Ya se comprenderá que difícilmente ningún Alcino, ningún Fabio, puede ser para Sor Juana, hacia abajo, un puro representante de !a convención retórica.

Por eso la mejor poesía de Sor Juana Inés se balancea en­tre ese acento de apasionada sinceridad humana wnstn:ñida y concreta, que percibió Menéndez y Pelayo, y esa compenetración cósmica y difusiva con la Naturaleza, que le lleva, aun en sus piezas más retóricas, como el Sueño, a aciertos estremecedores eomo aquel paisaje de fondo de mar:

Y los üormidos siempre rudos peces en los lechos lamosos de sus oscuros senos cavernosOs, mudos eran dos veces;

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sileucio S'Ubmarino cien veces más directo e impresionante que los idílicos y mitológicos ".interiores" fluviales de Barahona de Soto en la Fábula del Genil. Quien de e.-e modo se trasfundía en tóda la Naturaleza, bien pudo e>...'"Presar, como parte de ella, el sacudimiento del Amor, aun sin la concreta anécdota del amante.

En resumen : dentro de lo que cabe adivinar ·~n un proble­ma -que tiene tanta parte de psicológico como de literario, Sor Juana fué una n-aturaleza de prodigioso vigor de entendimiento, que con dos posiciones absolutamente intelectuales -su estudio científico y su vocación reflexiva- sojuzgó su nat!lral apasiona­miento femenino capaz de comprendet y sentir hasta sus últimos repliegues toda la Naturaleza y todo el Amor. Ella escribió:

No a impedir el grito sea el miramiento bastante : que no es amor muy valiente que no quebranta su cárcel.

Hay en su obra hasta -una veintena de composiciones de pri­mera fila que deben explicarse como gritos y quebrantamientos de prisión. Todo lo demás es un magnífico "miramiento", hecho de clarísima razón y devoción sincera.

JOSÉ ]VI_a PEMÁN.