siglo nuevo opinión olimpia la bella · criselefantina era de fidias, considerada como todos...

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Siglo nuevo 14 Sn Olimpia la bella Victoria Luisa de Terrazas opinión S egún los griegos antiguos, la re- gión más bella de toda la Hélade era Olimpia, por lo que la habían dedicado a Zeus y escogido para celebrar, en honor del dios, justas atléticas y depor- tivas cada cuatro años. Y en verdad que la región era digna de la divinidad: los ríos Alfeo y Cladeo la bañaban, y el Monte Cro- nion -cubierto de verdes pinos de Alepo- la resguardaba del viento norte, así que el clima era suave, de tardes cálidas y no- ches templadas. Dentro de aquel hermoso valle o pra- dera, se extendía el Altis o bosque sagra- do, un cuadrilátero irregular, en donde entre sus otras magníficas construccio- nes se encontraba el templo de Zeus, que sentado en su trono de oro, piedras pre- ciosas, ébano y marfil, presidía, con sus imponentes doce o trece metros de altura, los juegos que se le ofrecían. El templo lo había construido Libón de Elis; la estatua criselefantina era de Fidias, considerada como todos sabemos una de las maravi- llas del mundo antiguo. Olimpia no fue nunca una ciudad pro- piamente dicha, ya que como era lugar sa- grado, casas, edificios y templos eran es- casos. Despertaba únicamente cada cua- tro años por el alborozo de los Juegos O- límpicos, el resto del tiempo descansaba; así que Olimpia no era de nadie y era de todos, era de Zeus y de los visitantes y con- tendientes del momento, de los hombres que llegaban de todos los rincones grie- gos para los juegos, como participantes o meros espectadores. En Olimpia, y durante los juegos, fue- ra del Altis se congregaba la multitud. Ha- bía comerciantes, vendedores de caballos, vinos, amuletos, y los tragafuegos y mala- baristas entretenían a la gente; en amable compañía paseaban juntos los famosos oradores, los filósofos discutían sus ideas, los escritores sus textos, los militares con- certaban tratados de paz. La armonía rei- naba en Olimpia, pues se respetaba la Tre- gua Sagrada, que garantizaba la supre- sión de todo acto hostil en la Hélade du- rante los Juegos Olímpicos. Los historiadores concuerdan en que idioma, costumbres y mitologías iguales no consiguieron unificar a los griegos, pe- ro que el deporte sí lo logró, porque bajo el aspecto de las justas deportivas apare- cía su otra e íntima religión: el culto a la be- lleza, el vigor y la salud. La preocupación de que la juventud ateniense estuviera ap- ta para los juegos de Delfos, Nemea o Co- rinto, pero en general para los Juegos O- límpicos, era lo que los unía por encima de rivalidad política o de creencia. En un principio, los griegos no tenían unidad de fecha y tiempo fijo. Designaban sus años por sus arcontes, éforos, gran- des sacerdotes y olimpiadas, y ante la gran confusión que reinaba, Timeo de Si- cilia, historiador griego del siglo IV a.C., aunque sabía de competencias anteriores, él fijó su principio en el 776 a.C. y desde entonces la historia de Grecia se relató en olimpiadas y periodos de cuatro años. En sus inicios, los juegos duraban un día porque se limitaban a la carrera de cru- zar a pie y descalzos los 211 metros que me- día el estadio. Con el tiempo, se aumen- taría el lanzamiento de la jabalina, de dis- co, la doble carrera, las luchas y se incre- mentarían a cinco días las competencias. El premio al ganador consistía en que la olimpiada llevaría su nombre y recibiría una corona de laurel. Olimpia quedó destruida por invaso- res, avalanchas de los ríos y temblores, pero el espíritu olímpico no desapareció. Días gloriosos aquellos de la Grecia antigua donde se enfrentaba el hombre contra el hombre, pero en sana compe- tencia, donde se peleaba por la fama y la gloria de la patria, por el honor de dar su nombre a la olimpiada y la dicha de ador- nar su cabeza con una humilde corona de laurel. Pero eran otros tiempos. §

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Page 1: Siglo nuevo opinión Olimpia la bella · criselefantina era de Fidias, considerada como todos sabemos una de las maravi-llas del mundo antiguo. Olimpia no fue nunca una ciudad pro-piamente

Siglo nuevo

14 • Sn

Olimpia la bellaVictoria Luisa de Terrazas

opinión

Según los griegos antiguos, la re-gión más bella de toda la Hélade era Olimpia, por lo que la habían

dedicado a Zeus y escogido para celebrar, en honor del dios, justas atléticas y depor-tivas cada cuatro años. Y en verdad que la región era digna de la divinidad: los ríos Alfeo y Cladeo la bañaban, y el Monte Cro-nion -cubierto de verdes pinos de Alepo- la resguardaba del viento norte, así que el clima era suave, de tardes cálidas y no-ches templadas.

Dentro de aquel hermoso valle o pra-dera, se extendía el Altis o bosque sagra-do, un cuadrilátero irregular, en donde entre sus otras magníficas construccio-nes se encontraba el templo de Zeus, que sentado en su trono de oro, piedras pre-ciosas, ébano y marfi l, presidía, con sus imponentes doce o trece metros de altura, los juegos que se le ofrecían. El templo lo había construido Libón de Elis; la estatua criselefantina era de Fidias, considerada como todos sabemos una de las maravi-llas del mundo antiguo.

Olimpia no fue nunca una ciudad pro-piamente dicha, ya que como era lugar sa-grado, casas, edifi cios y templos eran es-casos. Despertaba únicamente cada cua-tro años por el alborozo de los Juegos O-límpicos, el resto del tiempo descansaba;

así que Olimpia no era de nadie y era de todos, era de Zeus y de los visitantes y con-tendientes del momento, de los hombres que llegaban de todos los rincones grie-gos para los juegos, como participantes o meros espectadores.

En Olimpia, y durante los juegos, fue-ra del Altis se congregaba la multitud. Ha-bía comerciantes, vendedores de caballos, vinos, amuletos, y los tragafuegos y mala-baristas entretenían a la gente; en amable compañía paseaban juntos los famosos oradores, los fi lósofos discutían sus ideas, los escritores sus textos, los militares con-certaban tratados de paz. La armonía rei-naba en Olimpia, pues se respetaba la Tre-gua Sagrada, que garantizaba la supre-sión de todo acto hostil en la Hélade du-rante los Juegos Olímpicos.

Los historiadores concuerdan en que idioma, costumbres y mitologías iguales no consiguieron unifi car a los griegos, pe-ro que el deporte sí lo logró, porque bajo el aspecto de las justas deportivas apare-cía su otra e íntima religión: el culto a la be-lleza, el vigor y la salud. La preocupación de que la juventud ateniense estuviera ap-ta para los juegos de Delfos, Nemea o Co-rinto, pero en general para los Juegos O-límpicos, era lo que los unía por encima de rivalidad política o de creencia.

En un principio, los griegos no tenían unidad de fecha y tiempo fi jo. Designaban sus años por sus arcontes, éforos, gran-des sacerdotes y olimpiadas, y ante la gran confusión que reinaba, Timeo de Si-cilia, historiador griego del siglo IV a.C., aunque sabía de competencias anteriores, él fi jó su principio en el 776 a.C. y desde entonces la historia de Grecia se relató en olimpiadas y periodos de cuatro años.

En sus inicios, los juegos duraban un día porque se limitaban a la carrera de cru-zar a pie y descalzos los 211 metros que me-día el estadio. Con el tiempo, se aumen-taría el lanzamiento de la jabalina, de dis-co, la doble carrera, las luchas y se incre-mentarían a cinco días las competencias. El premio al ganador consistía en que la olimpiada llevaría su nombre y recibiría una corona de laurel.

Olimpia quedó destruida por invaso-res, avalanchas de los ríos y temblores, pero el espíritu olímpico no desapareció.

Días gloriosos aquellos de la Grecia antigua donde se enfrentaba el hombre contra el hombre, pero en sana compe-tencia, donde se peleaba por la fama y la gloria de la patria, por el honor de dar su nombre a la olimpiada y la dicha de ador-nar su cabeza con una humilde corona de laurel. Pero eran otros tiempos. §