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8/18/2019 Sietecolores (Jordi Sierra i Fabras) http://slidepdf.com/reader/full/sietecolores-jordi-sierra-i-fabras 1/37 1 Autor: Jordi Sierra i Fabra 1 De cómo llegaron los siete pueblos a las tierras del Gran Río y nació la ciudad de Arco Iris En la ciudad de Arco Iris había siete barrios. La ciudad se llamaba así, Arco Iris, porque desde hacía ya muchos años los siete primeros pueblos del valle, de las montañas y de la costa se habían fusionado y habían crecido y crecido, expandiéndose más allá de sus límites. En un principio, las faldas de las montañas del norte fueron pobladas por los cazadores rojos, quienes llegaron a ellas desde el interior. Al sur, en las llanuras del prelitoral, se instalaron los labradores azules, mientras que al otro lado del Gran Río y de su desembocadura, las playas ricas en peces las ocuparon los pescadores amarillos. En el oeste, bordeando los lagos de la cordillera que salvaron en su búsqueda de nuevas tierras, crearon su hogar los ganaderos verdes. Al este se establecieron los campesinos azul turquesa, cuyo azul claro nada tenía que ver con el oscuro de los labradores del sur. Entre estos y aquellos, en las planicies, levantaron su pueblo los granjeros violetas. Y finalmente, remontando el Gran Río desde el mar, arribaron una mañana los comerciantes naranjas, que se asentaron en las tierras centrales del valle.

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Autor: Jordi Sierra i Fabra

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De cómo llegaron los siete pueblos

a las tierras del Gran Río y nació la

ciudad de Arco Iris

En la ciudad de Arco Iris había siete barrios. La ciudad se llamabaasí, Arco Iris, porque desde hacía ya muchos años los siete primerospueblos del valle, de las montañas y de la costa se habían fusionadoy habían crecido y crecido, expandiéndose más allá de sus límites.En un principio, las faldas de las montañas del norte fueron

pobladas por los cazadores rojos, quienes llegaron a ellas desde elinterior. Al sur, en las llanuras del prelitoral, se instalaron loslabradores azules, mientras que al otro lado del Gran Río y de sudesembocadura, las playas ricas en peces las ocuparon lospescadores amarillos. En el oeste, bordeando los lagos de lacordillera que salvaron en su búsqueda de nuevas tierras, crearonsu hogar los ganaderos verdes. Al este se establecieron loscampesinos azul turquesa, cuyo azul claro nada tenía que ver con

el oscuro de los labradores del sur. Entre estos y aquellos, en lasplanicies, levantaron su pueblo los granjeros violetas. Yfinalmente, remontando el Gran Río desde el mar, arribaron unamañana los comerciantes naranjas, que se asentaron en las tierrascentrales del valle.

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Con los siete pueblos al comienzo separados entre sí,desconfiando cada uno de la suerte del otro, recelosos por sialguno era belicoso, transcurrieron los primeros años, hasta que laprosperidad les hizo acercarse, curiosos primero, confiadosdespués y amigables finalmente. Al producirse el acercamiento, el

intercambio de productos y la dulce serenidad de la concordia, elvalle, las montañas y la costa conocieron años de una incesanteviveza, un crecimiento sostenido y feliz.Los cazadores rojos hacían llegar el producto de su caza al sur,ocupado por los labradores azules, y éstos mandaban el productode sus campos a los ganaderos verdes del oeste, quienes, a suvez, enviaban su mercancía al sudoeste, donde vivían lospescadores amarillos. Los comerciantes naranjas del valle se

ocupaban de estos menesteres. Pronto, los caminos que emergíandel centro fueron carreteras, y entre los siete pueblos también seabrieron conexiones. En unos años, a los mulos carretas losreemplazaron caballos y carrozas, y después los globosaerostáticos, y más tarde el progreso condujo a la creación denuevos artilugios extraordinarios, como los vehículos de tracción amotor o los trenes de vapor.A las primeras cabañas de los antiguos moradores les sucedieron

casas de madera y adobe, y a éstas viviendas mucho más sólidasy firmes, de ladrillo y piedra. Cinco generaciones después, yahabía altos edificios de hasta tres y cuatro plantas en el centro. Ymuchas generaciones más tarde, se produjo el milagro: la unión delos siete pueblos, que, en su crecimiento incesante, se quedaronpequeños dentro de sus límites.

Arco Iris acabó tomando forma.Lo llamaron así porque los siete pueblos tenían los siete coloresdel arco iris.Jamás hubo un conflicto vecinal que no pudiera arreglarse, ni unadisputa que el Consejo de los Siete Jefes no lograra solucionar por

la vía de la concordia y el entendimiento. Nunca los interesesegoístas se impusieron a la necesidad del colectivo, ni siquiera alproducirse el crecimiento de los pueblos y las fusiones de losmismos. La palabra “guerra” no existió ni antes ni después del

nacimiento de la ciudad. El Consejo funcionó durante décadas,hasta que con la modernidad se determinó que hubiera un máximodirigente cada dos años, y por riguroso turno.Ya antes de la fusión de los pueblos que diera origen a Arco Iris,

los matrimonios entre los vecinos de las siete comunidadescomenzaron a ser habituales. Primero fue un cazador rojo el quese enamoró de una dulce pescadora amarilla, y un día una hermosagranjera violeta hizo lo propio con un labrador azul. Fue como sise diera el pistoletazo de partida para una carrera. Las últimasbarreras fueron derribadas con ello. El amor lo hizo aún másposible. La esencia de cada pueblo primero, y de cada barriodespués, era su color. Pero sin renunciar a él, porque hubiera sido

como renegar de su naturaleza y sus raíces, de la diversidad surgióla riqueza. El primer niño que nació de un matrimonio mixto no fuebicolor, sino que salió tan amarillo como su madre. Y la primeraniña que llegó al mundo unos días más tarde era tan azul como supadre.

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Con los años, un bebé podía ser verde siendo sus padres naranjay rojo, ya que uno de sus abuelos o bisabuelos había sido de esecolor. Incluso era normal tener hermanos de distintos colores.Cada barrio amaba su color, su origen, su identidad, pero aceptabaal otro. No faltaban campeonatos entre todos ellos, pero incluso en

eso la diversidad se hacía evidente. Los cazadores rojos eran losmejores en disciplinas que requirieran habilidad y puntería; lospescadores amarillos eran los maestros en cuanto tuviera que vercon la natación; los granjeros violetas dominaban las pruebas defondo; los labradores azules, las de velocidad; los campesinos azulturquesa, los deportes que se practicaban con pelota, como elbaloncesto; los ganaderos verdes reinaban en las competicionesde fuerza, y los comerciantes naranjas demostraban el alcance de

su intelecto en el ajedrez.Cuando Arco Iris creció, el pasado quedó atrás. Los cazadoresrojos pronto se encontraron con muy poca actividad. Y tanto loscampesinos azul turquesa, como los labradores azules, losganaderos verdes o los granjeros violetas, fueron cediendo tierrasal crecimiento de la ciudad. También menguó el quehacer de lospescadores amarillos. Sólo la frenética actividad de loscomerciantes naranjas estabilizó el nuevo orden social de Arco Iris.

El progreso hizo el resto.Años y años más tardes, generaciones y generaciones después,Arco Iris era la más importante ciudad de la región, siempre abiertaal futuro, siempre preparada para disfrutar del progreso en paz.Y fue entonces cuando nació Sietecolores.

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De cómo se conocieron, enamoraron y

casaron Carlos Dyn y Elisa Elpi, padres

de la protagonista de esta historia

Los hijos de los habitantes de Arco Iris seguían siendo de un solocolor, y pese al aumento demográfico, la estabilidad era la tónicaen este sentido. La naturaleza seguía su curso, por lo que nonacían más niños o niñas rojos que verdes, ni más amarillos quenaranjas. Tampoco se habían dado mezclas, aunque los científicosa veces discutían acerca de la posibilidad de que un día naciera unbebé bicolor. Aunque nadie le asignaba la menor importancia.¿Qué más daba si sucedía algo así?Las familias Dyan y Elpi vivían en el centro, en el barrio naranja,aunque, curiosamente, ninguno de ellos era naranja. Juan Dyn eraazul, y su esposa Marta era amarilla. Por el otro lado, Rodrigo Elpiera roja y su esposa Carmen, azul turquesa. Los primeros habíantenido un hijo, Carlos, de color verde, y los segundos una hija. Elisade color violeta.Carlos y Elisa se enamoraron el primer día que se vieron en laescuela. Guardaron su secreto durante años, con tiernas miradasde afecto, pero sin dar ningún paso, como si supieran que hicieranlo que hicieran, estaban predestinados a ser el uno para el otro.Pasada la adolescencia, el amor estalló en toda su dimensión.Entonces se hicieron novios y anunciaron su compromiso, parafelicidad de sus padres. El señor y la señora Dyn se sentían

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dichosos con Elisa, y estaban seguros que sería la mejor de lasesposas para Carlos. En la misma medida, el señor y la señoraElpi opinaban que Carlos sería el mejor de los maridos para su hija.Las dos familias se hicieron muy amigas.Carlos y Elisa se casaron una mañana de primavera, y como todas

las parejas de recién casados de Arco Iris, se embarcaron en elhermoso Velero del Amor, rumbo a la isla Isla del Amor. Estaextensión de roca, vegetación exuberante y bellas playas, en untiempo inhabitada, se hallaba a unas pocas horas de distancia detierra. Hacía ya años que unos visionarios comerciantes habíanedificado en sus playas diversos hoteles, convirtiéndola en elparaíso de las parejas que buscaban un poco de paz y ternura ensus primeros pasos como matrimonio. La Isla del Amor era uno de

los lugares más bellos que pudieran conocerse.Así que a nadie le extrañó que al regresar de la luna de miel, Carlosy Elisa anunciaran ya el futuro nacimiento de su primer hijo.A la mayoría de recién casados les sucedía eso en aquel paraíso.A los cuatro futuros abuelos, la noticia les sentó la mar de bien.Y lo demostraron con la ansiedad que dominó sus vidas durantelos meses siguientes.-  En Arco Iris estaba prohibido conocer la identidad de los bebés;

es decir, su sexo o su color, así que las dos preguntas más ritualeseran siempre éstas:-  ¿Será niño o niña?-  ¿De qué color será su piel?

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Ello provocaba múltiples sueños en los afectados por cadanatalicio, algo de lo más normal.-  Si es niño me gustaría que fuese rojo – decía el abuelo Rodrigo,que naturalmente era rojo –. Es un color fuerte.-  Si es niña me gustaría que fuese violeta, como Elisa, y como mi

difunta madre – suspiraba la abuela Marta.-  Le haría unos preciosos vestidos llenos de combinaciones sifuese niña y naranja – suspiraba la abuela Carmen, que tenía muybuena mano como modista-. Es un color radiante.-  Ojalá fuese de color verde, como Carlos – manifestaba el abueloJuan, orgulloso del color de su hijo, pese a que él era azul-. Y meda igual que sea niño o niña.

Pero en el fondo, sueños o anhelos aparte, lo que más deseaban,o, mejor, lo único que deseaban era que fuese una persona sana.Eso sí era importante.Los nueve meses de rigor pasaron primero muy despacio, perodespués… Casi sin darse cuenta, Elisa se puso en el punto de mira de laexpectación al aproximarse el día decisivo. Si hasta ese momentola habían mimado, desde ese momento fue algo… 

-  Cuidado, hija, un escalón.-  No comas eso, que puede hacerle daño al bebé.-  Siéntate, siéntate, no te canses.-  ¿Dónde vas con esas bolsas? ¡Cuánto peso!

La futura mamá se reía de tantas atenciones. Ella se sentía muybien. Había pasado un embarazo prácticamente perfecto. Y segúnlos médicos, el bebé también estaba estupendamente.Un día, al amanecer, Elisa despertó sintiendo la primera punzadaen su vientre.- 

Ya está aquí – le anunció a Carlos.Y se disparó la carrera.

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De cómo llegó al mundo una niña insólita y

diferente que causó natural sensación

Fueron al hospital, y durante el trayecto, llamaron a los respecti vosabuelos. Como si estuviesen despiertos y vestidos, esperando elinstante, todos se encontraron en la puerta y acompañaron a Elisapor los pasillos. Los dolores eran cada vez más y más fuertes, asíque a la ya inminente mamá le llovían los consejos por todos lados.

-¡Respira, respira!-¡Aguanta, aguanta!-¡Empuja, empuja!-¡Tranquila, tranquila!Elisa no sabía si respirar, aguantar o empujar. Lo que sí sabía

era que no estaba tranquila. De repente parecía como si el niño ola niña que llevaba dentro tuviera toda la prisa del mundo por nacer.- Ya está aquí – dijo solemne el primer médico que la examinó.- ¿Aquí? – se puso aún más verde Carlos.El médico, serio y pomposo, ordenó.- Póngase las mascarillas y unas batas si quieren asistir al parto,

pero recuerden – los cubrió a los cinco con una mirada fiera -: nadade desmayos, y aún menos abrir la boca. Al primero que diga algo,se le expulsa.

Tras eso, se precipitaron de cabeza a la sala de partos. El restofue lo habitual.

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Elisa gritó, empujó, se cogió de la mano de Carlos, siguió gritando,empujando… Y en menos de cinco minutos… -  ¡Ya saca la cabeza!-  ¡Un empujoncito más!-  ¡Bien, bien!

Un último esfuerzo.-  ¡Aquí está! –anunció el médico triunfal.La pobre mamá, agotada, respiró tranquila. Había sido muyhermoso, sobretodo el instante final, cuando sintió cómo salía deltodo. Cerró los ojos y esperó.Faltaban tres cosas. La Primera se produjo casi al instante. Elllanto del bebé. La segunda, a continuación.-  Es una niña.

La tercera sin embargo no llegó.-  ¿De qué color es?  –preguntó ella.Silencio.-  ¿De qué color es?  –repitió pensando que nadie la había oído.Nada.Abrió los ojos y vio las caras de estupor de los cuatros abuelos, deCarlos, del médico, de las enfermeras.Estupor, no espanto.Y entonces vio a su pequeñina.

Lindísima, Evidentemente sana. Pero… Tenía las piernas y lospies amarillos, los brazos y las manos azules, la cara violeta, elcuerpo azul turquesa, el cabello verde, las orejas rojas y la nariz,como un pequeño faro, de un vivo color naranja.

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De cómo la niña fue llamada Sietecolores, creció y

pasó los primeros años de su feliz existencia

En el hospital, el nacimiento de una niña tan extraña pronto fue eltema de todas las conversaciones. Y de allí, la expectación pasóa la prensa, que dio la noticia del extraordinario acontecimiento.Durante unos días la recién nacida se convirtió en casi unfenómeno, pero como suele suceder siempre en estos casos, lacuriosidad y la atención pública muy pronto derivó hacia otrascosas. Algunos científicos hablaron de la puerta que se abría conella, y quisieron examinarla. No encontraron nada. La hija deCarlos y Elisa era tan normal como cualquier otra niña. La únicadiferencia residía en ese extraño reparto de coloraciones en su piel.Así que también los científicos se olvidaron de ella.Para cuando Carlos y Elisa, en compañía de los cuatro abuelos,regresaron a su casita, junto a la curva poniente del Gran Río, yahabían decidido el nombre que iban a ponerle a su hija:Sietecolores.Al igual que en el hospital, la expectación en el barrio fue tremenda.Todos los vecinos de la calle en la que residían Carlos Dyn y suesposa Elisa quisieron ver a la pequeña. Durante los primerosdías, la corriente de visitas fue incesante. Los vecinos que noacudían con un regalo para felicitar a la feliz madre, lo hacían conla más simple de las excusas, como pedir un poco de azúcar ointeresarse por las nuevas flores de la entrada, que eran preciosas.

Carlos y Elisa no se enfadaron por aquel interés, al contrario, sesintieron halagados. Y a fin de cuentas pensaron que cuanto antesterminase la curiosidad que despertaba Sietecolores, antes seacabarían las molestias. Presentaron a su hija a todo el mundo, yal cabo de un mes, ya nadie volvió a llamar a la puerta pidiendo

azúcar ni buscando otras excusas tontas.Lo mismo sucedió más allá de la calle en la que vivían o entre losvecinos de los respectivos abuelos. Durante los primeros días,cuando Elisa paseaba con Sietecolores, infinidad de desconocidosla rodeaban o fingían prestar su atención a un escaparate, aunquede reojo la observasen atentamente. Pasada la fiebre, laindiferencia fue absoluta. En casa de los Dyn o los Elpi, sucedióexactamente lo mismo. Al cabo de unos meses de naturalidad, ya

nadie se sorprendía, salvo que fuese un desconocido que nohubiese oído hablar de ella o la viese por primera vez. Además,durante aquellos años, nació finalmente en el barrio rojo un niñobicolor, y en el amarillo una niña con pecas azules, así que másbien parecía tener la piel extrañamente manchada.Los únicos que sí se sorprendían al ver a Sietecolores eran losniños y las niñas de Arco Iris, porque para ellos, toda novedadmerecía su interés y su atención. En el barrio, la pequeña pasaba

inadvertida, pero fuera de él, la novedad de su multicolor piel sehacía notar. Cuando Sietecolores paseaba con sus padres, aveces se oían gritos y voces.-  ¡Mira, una niña de colores!-  ¡Mamá, mamá!, ¿has visto a esa niña?-  ¿Por qué ella tiene tantos colores y yo sólo uno, eh?

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Y Siete colores, algunas veces, al oírlo, preguntaba:-  ¿Soy rara, mamá?A lo cual Elisa le contestaba:-  No cariño. Eres tan normal como cualquier otra, aunque tu pielsea distinta.

Con los años, a medida que crecía, Sietecolores acabo viviendoajena a sus circunstancias físicas. Era una niña activa,increíblemente ingeniosa, tozuda, firme y con voluntad para todo.Sin hermanos ni hermanas, ya que su madre no volvió a quedar enestado, creció con la libertad propia de los hijos únicos, con amigosy amigas de la calle y el entorno que le era familiar.A partir de los tres años, el gran sueño de Sietecolores era ir a laescuela.

Allí había muchos niños y niñas como ella, juegos, libros,aprendizaje. Sietecolores se sentía dispuesta para todo, ávida desensaciones. Los hermanos y las hermanas mayores de susamigos y amigas iban a la escuela, salían de casa para comenzaruna nueva vida. A ella eso le parecía fantástico, así que no veía lahora de hacer lo mismo. Pero la escolarización en Arco Iris no seiniciaba antes de los siete años, por lo que debía esperar.Y espero.

Cumplió cuatro años, cinco años, seis años… El peor fue el último. Los meses, las semanas, los días daban laimpresión de transcurrir en cámara lenta.Sietecolores ya le pedía a su abuela vestidos nuevos para ir a laescuela, y examinaba en la librería, atentamente, los libros en loscuales debería estudiar. También soñaba con hacer nuevos

amigos, y dudaba entre las diversas actividades paralelas quedebería acometer siendo estudiante. ¿Jugaría al fútbol? ¿Seinscribiría en clases de teatro? ¿Practicaría la….?-  ¿Mamá, cuánto falta?Era la pregunta que Elisa más odiaba.- 

Un día menos que ayer, cariño.Algunos de sus amigos y algunas de sus amigas, no tenían tantasganas de ir a la escuela. Decían que tendrían que estudiar, hacerdeberes, tener exámenes, aprender cosas en algunos casos útilesy en otros inútiles. Pero el entusiasmo de Sietecolores no sedejaba minar.Para ella la escuela era el paraíso, el lugar más emocionante delmundo, el reducto donde los sueños podían empezar a ser

realidad.Así llegó el último mes, la última semana, el último día.La última noche.Sietecolores no pudo ni dormir. Todo estaba a punto. Su abuelaCarmen le había hecho un precioso vestido de color blanco querealzaba la variedad de su piel, sin mangas y con la falda muy corta,lo cual permitía verle los brazos, las piernas y…  los pies, puestoque en Arco Iris nadie llevaba zapatos hasta el primer día de otoño.

Su abuela Marta había pasado la tarde haciéndole unas trenzasmaravillosas con su hermosa mata capilar de color verde. Loslibros estaban ya comprados y a punto. Los consejos finales de supadre aún revoloteaban en su cabeza.

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-  Harás buenos amigos, y buenas amigas, pero también habráalgún antipático o alguna tontita a la que no le gustes o no le caigasbien. Es algo natural. Tú tranquila.

Ella no podía entender que hubiera gente así. Le caía bien todo el

mundo. Pero estaba dispuesta a tener paciencia.Pese a parecerle imposible, acabó durmiéndose.Y por las mañana, cuando su madre la despertó, saltó de la camafeliz y radiante. Se lavó a conciencia, sobretodo sus rojas orejas.Le gustaba llevarlas relucientes.Su madre le puso el bolso con los libros en la espalda y el tentempiépara el recreo en un hatillo. Diez minutos antes de que pasara elautobús que debía recogerla para llevarla al gran colegio de su

zona, el 27, ella ya estaba en la puerta de su casa, mirando al fi nalde la calle y preguntándose si el conductor sabría la dirección, sino se habría perdido o si no iba a olvidarse de ella.Pero no, a la hora fijada en el programa enviado por el municipio,el autobús, de impecable color naranja, como la punta de su nariz,dobló la esquina más lejana y Sietecolores dio un paso al frente,orgullosa.Comenzaba su primer día de escuela.

El autobús se detuvo frente a ella, abrió sus puertas y esperó.Sietecolores llenó sus pulmones de aire, muy feliz. Después subióy miró a los que iban a ser sus primeros nuevos compañeros ycompañeras. Todos las miraban boquiabiertos.

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De cómo Sietecolores conoció la primera

amargura derivada de su diferencia

A pesar de aquellas miradas de estupor, dispuesta a ser amigable,

ella se presentó con su natural entusiasmo.-  ¡Hola! –dijo-. ¡Me llamo Sietecolores!Hasta el conductor del autobús la contemplaba con expectación.-  ¡Menos mal que sólo son siete!  –gritó un bromista azul al fondo.-  ¡Qué manera más fácil de destacar!  –rezongó una niña verde,de ojos verdes, muy acicalada, apartando sus ojos de la reciénllegada.-  ¡Ahí va un marciano! –suspiró otro niño, amarillo, evidentementemuy influido por las historia del espacio.Sietecolores no supo qué hacer.-  Siéntate aquí, niña  –le recomendó el conductor del autobússeñalando un asiento a su lado, en primera fila, tras reaccionar desu asombro.Sietecolores le obedeció.El resto del trayecto se hizo en silencio.Un silencio extraño, pegajoso, inquietante. Tan difícil de digerir,que ella ni siquiera giró la cabeza una sola vez para mirar haciaatrás.El autobús hizo cinco paradas más. Subieron tres niños y dosniñas, cada uno de un color. Los cinco la miraron al entrar con la

misma insoportable persistencia. Después, y salvo algunoscuchicheos al fondo, no se oyó ni una mosca.A la hora señalada, el autobús entró por la puerta del colegionúmero 27, un enorme edificio con varios pabellones, todos elloshechos con materiales anaranjados. El espíritu del primer día

anidaba en la mayoría de los chicos y chicas. Para los antiguos,los que estaban en cursos superiores, era como un reencuentrotras las vacaciones. Se gritaban, saludaban, preguntaban… Para

los nuevos, todo era insólito, sorprendente, incluso abrumador.Bajaron del autobús y mientras los primeros se dispersaban connatural confianza, los que sufrían su bautismo de fuego se sintieronperdidos en medio de aquella inmensidad.Por suerte había ya profesores y profesoras esperándolos.- 

¡Bienvenidos a la escuela!  –cantó una mujer con todo el aspectode ser la directora -. ¡Esta será vuestra segunda casa en lospróximos años! ¡Somos muy felices de tenerlos aquí!

Eran nueve, pero la mujer se quedó mirando a Sietecolores.Lo mismo hacían las tres profesoras y el profesor que esperabaninmediatamente detrás.Sabían ya que ella era diferente, pero por unos segundos nopudieron dejar de traicionar su fingida naturalidad.- 

¿Están dispuestos?Asistieron con la cabeza.Sietecolores la que más.- ¡Muy bien! Ahora acompáñennos y les mostraremos sus

respectivas salas.

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No quedó tiempo para muchas cosas. En cuanto Sietecolores entróen la que iba a ser su sala, sonó el timbre y comenzaron a aparecerniños y niñas de su edad y de todos los colores. Sin faltar uno, alverla, se quedaron boquiabiertos. Incluso hubo reacciones paratodos los gustos. Un niño se echó a llorar diciendo que no quería

sentarse a su lado, porque su padre le amenazaba con la aparicióndel Hombre de Colores cuando se portaba mal. Otra niña se echóa reír. Una tercera mostró toda su envidia por el hermoso colorverde del cabello de Sietecolores. La aparición de la maestra, laseñorita Acacia, acabó con las manifestaciones.Sietecolores se olvidó de la expectación que causaba a los dosminutos. La señorita Acacia era muy simpática, y pronto todos lepusieron atención. Y tal como imaginaba la niña, la clase resultó

ser muy amena y entretenida, algo mágico. Y lo mismo sucediócon la segunda, impartida por el maestro Luciano. La señoritaAcacia les iba a impartir ciencias naturales, o sea, que se pasaríanla hora hablando de bichos y animales, y a Sietecolores leencantaban los bichos y los animales. En cuanto al maestroLuciano, él les daría clase de música, otra de las materiaspreferidas por Sietecolores, que se pasaba el día canturreandofeliz. La tercera clase, que tendrían después del recreo, sería la de

lengua y literatura, la más grande de sus pasiones. Sietecoloresestaba pensando seriamente en ser escritora.Pero en el recreo, todo cambió.Apenas terminó la segunda clase, mientras sacaba su tentempiépara devorarlo muerta de hambre, se le acercaron dos niñas y unniño. Sus ojos estaban tan abiertos, que las pupilas parecían islas

flotando en mitad de un océano blanco. Las dos niñas eran rojas,y el niño violeta.-  ¿Por qué eres así? –le preguntó una.-  ¿Así, cómo?-  Así –la señaló con el dedo índice de su mano derecha.- 

Quiere decir que por qué tienes tantos colores  –indicó el niño.-  No lo sé –se encogió de hombros Sietecolores -. Nací tal cual.-  ¿En serio?-  Sí –aseguró ella.-  ¿No estás enferma? –preguntó la segunda niña.-  No.-  Eres rara –asintió la primera.-  No soy rara –se defendió Sietecolores.

-  Sí, sí lo eres –insistió la niña.-  No, no lo soy.-  Bueno da igual –cortó la disputa verbal el niño.Y mirando a sus dos compañeras les dijo -¿Vamos a jugar?Ellas asintieron y se marcharon los tres a la carrera, dejando aSietecolores llena de parpadeantes recelos y con su tentempié enla mano.Se le había ido el hambre de golpe.

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De cómo Sietecolores se sintió

completamente sola a pesar de estar rodeada

de cientos de niños y niñas

Salió al patio y miró el colegio con ojos muy diferentes a los delcomienzo. Comprendió que algo no funcionaba como era debido.Se dio cuenta de que era distinta.Y eso, por lo visto, sí era importante. Su padre se lo había dicho:-  Ten paciencia. Tú, tranquila. Hay que dar tiempo a los demáspara que nos conozcan. Cuando se es una buena persona, acabanqueriéndote. ¿Iban a quererla? ¿Seguro? ¿Cómo?

Todos la miraban abiertamente o de reojo, pero esas miradas nose mantenían más allá de unos segundos. Luego, también todos,volvían a lo que estuvieran haciendo, que en su mayor parte era jugar.Nadie se le acercó esta vez. En el campo de fútbol, un equipo derojos jugaba contra un equipo de azules. Eran rivales futbolísticosprecisamente por eso. Sietecolores miró sus brazos y manosazules, y se tocó sus orejas rojas. Predominaba más el azul,

aunque el rojo de sus orejas era más llamativo. En el bosqueadyacente al campo, los niños y las niñas de color verde jugabanal escondite. Pero lo único verde que tenía Sietecolores era elcabello. Más cerca de donde se encontraba, los chicos y chicasamarillos ensayaban una obra de teatro para representar en

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Navidad. Sietecolores miró sus piernas y sus pies de ese color.Rodeando el campo de fútbol, en las pistas de atletismo, losvioletas se ponían como quien dice morados de tanto correr. Lacara violeta de Sietecolores reflejó su preocupación. Bajo losporches de la escuela, los naranjas competían ya en el primer

campeonato de ajedrez. La punta de su nariz casi tembló. Era muybuena jugando al ajedrez.Aunque todo le gustaba. El fútbol, jugar al escondite, el teatro, elatletismo, el ajedrez… Caminó decidida hacia el campo de fútbol a l ver que los rojos eranonce y los azules nueve. Evidentemente faltaban azules paracompensar el partido. Entró sin pensarlo dos veces y no paró hastallegar al centro. Los jugadores fueron dejando de correr a verla, y

luego la rodearon. Dos chicos mayores, los capitanes, uno porcada bando, fueron los que la increparon.-  ¡Eh, tú, salte de en medio!-  ¡No ves que molestas!-  Quiero jugar –les dijo en forma natural.-  ¿Jugar, tú? –arrugó su cara el capitán rojo.-  ¿Te has mirado bien o qué? –espetó el capitán azul.-  Necesitan jugadores –le recordó a este último-. Sólo son nueve.- 

Pero somos nueve azules –dijo él.-  ¿Quieres irte de una vez? –la empujó el capitán rojo.-  ¡Quiero jugar! –insistió Sietecolores.-  ¡Como no hagas de árbitro! –se burló una de las chicas azules.-  ¡Sí, y en lugar de tocar el silbato, que agite esa nariz tan naranja! –gritó otra chica.

Las carcajadas fueron atronadoras.Tras ellas, volvieron al partido, olvidándose de su presencia,aunque aún seguía en mitad del campo de fútbol.Sietecolores los observó unos segundos.Después, cabizbaja, se apartó de su lado.

Por las pistas del atletismo pasaban varios jóvenes de ambossexos y de varias edades corriendo con toda elegancia. No tuvomás remedio que interponerse en su camino para detenerlos. Noles hizo gracia.-  ¡Apártate de aquí!-  ¿Qué haces?-  ¿Quién es esa? ¡Habráse visto!-  ¿Dónde puedo apuntarme para ser atleta?  –quiso saber ella.- 

¿Atleta?  –una de las chicas mayores casi pegó su nariz a lasuya.-  ¿Y por cuál equipo vas a competir, listilla?-chasqueó la lengua un fornido muchacho.- ¡Qué haga decatlón! ¡O mejor heptatlón!  –se burló otro.- ¡Cada año aparece una loca o un loco!  –se burló una niña más.Reanudaron los entrenamientos olvidándose de ella y dejándolasola por segunda vez. Salió del campo y las pistas y se detuvo en

la linde del bosque. Los que jugaban al escondite se agrupaban enese instante cerca de donde se encontraba ella para ver a quién letocaba contar. Llamó su atención diciéndoles:-  ¿Puedo jugar? Si quieren, yo cuento.Los chicos y chicas de color verde la miraron perplejos.-  ¡No seas boba! –la despreció uno.

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- ¿Cómo quieres jugar? –la increpó otra-. ¿No ves que te escondasdonde te escondas te van a ver enseguida?

-  Puedo contar siempre.-  ¡Menudo aburrimiento! –suspiró un tercer chico.- ¿Siempre? ¡A mí también me gusta contar de vez en cuando!  –

objetó una nueva chica.Y le dieron la espalda para continuar con el juego.Sietecolores caminó unos pasos. Resignada, miró el suelo, y casise rindió. Pero no lo hizo. No quería ceder tan pronto. Losamarillos que ensayaban no estaban lejos, así que fue en sudirección. Se detuvo al pie del improvisado escenario y esperó aque repararan en ella, sin atreverse a interrumpirlos. Su presenciano pasó inadvertida. Una de las chicas, la que parecía ser la

directora de la compañía o la responsable de la obra, acabódirigiéndose a ella, y no de forma amigable.-  Oye, tú, ¿qué quieres?-  Un papel.-  ¿Qué? –puso la misma cara que si le hubiera pedido la luna.-  Quiero trabajar en la obra.-  ¿Te has mirado bien?-  Sí

- ¿Y en qué obra hay un papel para alguien como tú, quieresdecírmelo?-  No lo sé.-  ¡Pues en ninguna, así que ya te estás largando, enana!

El grito fue tan fuerte, que Sietecolores dio un respingo, asustadapor el cambio de intensidad vocal. Fuere como fuere, tampoco eneste caso se atrevió a insistir.Le quedaban únicamente los jugadores de ajedrez.Bueno, había muchos chicos y chicas que no hacían nada, que

simplemente hablaban o leían o tomaban el sol, pero ella prefería… Llegó hasta la primera de las mesas y esperó.Los dos jugadores, uno de cada sexo, no tardaron en levantar suscabezas para mirarla.-  ¿Dónde hay que apuntarse para jugar?  –dijo rápidamente ella.-  ¿Jugar? –puso cara de asombro uno.-  ¿Cómo vas a jugar con esa pinta?  –repuso la otra.-  Soy muy buena –insistió Sietecolores.- 

No me extraña –repuso la muchacha-. Con esta facha seguro quedespistas al contrario y le ganas.-  Yo… - ¿Pero cómo vas a jugar al ajedrez, caramba?  –se molestó el

chico.-  Anda, lárgate ya, pesada –la apartó con la mano la oponente.No había forma. Estaba condenada. Destinada a estar sola. Y justoallí, donde había cientos de niños y niñas, Sietecolores no supo

qué más hacer. En ese momento sonó el timbre del fin del recreoy tuvo que volver a clases. Aunque nada ya fue lo mismo.

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7 De cómo Sietecolores comenzó a cambiar de

aspecto a la salida de su primer día de clases

Fue un día extraño. Sietecolores estaba allí, en clases, pero sólo

en forma física. Su mente había ya volado muy lejos de su cuerpo.Estaba triste, muy triste, De pronto su reluciente nariz naranja, dela que se sentía tan orgullosa como de su cabello verde, ya no legustaba. Y sus manos azules o sus pies amarillos le parecíanantiestéticos. ¿Y qué decir de las orejas rojas, si los automóvilesse detenían al verlas creyendo que eran semáforos? ¿O de su caravioleta?Después de la tercera y última clase de la mañana, se recluyó en

un rincón del patio mirando un mundo que de repente ya no era elsuyo. Todos jugaban, reían y lo pasaban bien, menos ella. A lahora de comer, lo hizo sola, separada de sus compañeros ycompañeras de colegio. Tras ello, volvió al rincón del patio, asistióa las dos últimas clases y concluyó su primera jornada escolar.Un desastre. Le esperaban cientos de días como aquel, hasta quese graduara. Toda una vida.Salió de la escuela sin ánimo para nada y ni siquiera esperó el

autobús escolar para que la llevara a su casa. Prefería caminar,aunque no conocía aquella zona. Perderse, no iba a perderse,porque todas las calles tenías señalizaciones. Lo único malo erasi llegaba demasiado tarde. Su madre se preocuparía por ella. Su

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madre. Recordó la primera vez que le preguntó por qué eradistinta. Le dijo:-Porque todos te queremos mucho, papá, yo y los abuelos. Así quequeríamos que tuvieras algo de cada uno de nosotros.En una esquina, jugando a la salida del colegio vio un grupo de

niñas rojas, verdes y azules. Hablaban de sus cosas y se reíanfelices. Intentó eludirlas, cruzando al otro lado de la calle, pero allíhabía otro grupo, en esta ocasión de chicos amarillos. No teníaescapatoria, así que pasó por entre las muchachas.La reacción fue instantánea.-  ¿Dónde va ésa con semejante nariz?  –se burló la primera.-  ¡Parece un letrero publicitario!  –graznó una segunda.-  ¡Se ve que la tomaron por ella para pintarle el resto! –se carcajeó

una tercera.Todas secundaron su gracia.Sietecolores se alejó.La nariz ¡Claro, era eso! Lo más seguro era que si no tuviera lanariz de color naranja, el resto importaría menos. Todo el mundotenía un color, pero la nariz naranja… A los árboles de las calles, protegidos por un pequeño cerco depiedras, se les ponía ceniza para que crecieran con más fuerza.

Ese había sido un descubrimiento de un famoso botánico hacíaaños. Sietecolores se acercó al árbol más próximo, se agachó,recogió un poco de ceniza y se la llevó a la nariz.La frotó con cuidado.Después se dirigió a una tienda y se miró en el escaparate.

Ya no tenía la nariz de color naranja, sino gris, enteramente gris.Nadie se iba a reír de su apéndice nasal.Se sintió más aliviada, más segura y confiada, y para hacer laprueba, caminó unos metros hasta ver, en la siguiente esquina, aun grupo de niños azul turquesa y verdes jugando a las bolitas.

Podía eludirlos caminando por la otra acera, pero pasó por entreellos para hacer la prueba.- ¡Vaya, a ésa su padre le ha tirado bien de las orejas!  –se burló el

primero.- ¡Eh, payasa, el circo se marchó hace unos días!  –gritó un

segundo.- ¿Cómo te llamas, Rojorejas? –se carcajeó un tercero.Sietecolores continuó caminando sin mirarlos, con el corazón

latiéndole muy aprisa en el pecho y los ojos fijos en el suelo.Las orejas, ¡eran las orejas! ¿Dónde se habían visto unas orejastan escandalosamente coloradas? Probablemente si no tuviera lasorejas rojas, no se burlarían de ella, y la aceptarían, y sería comotodos los demás.Fue hacia el árbol más cercano, se agachó tomó un puñado deceniza con las manos y se dirigió a otra tienda con un escaparatereluciente en el que pudiera verse reflejada. Una vez allí, se tiznó

las orejas concienzudamente. En un minuto, no quedó ni rastro desu color rojo.No se encontró a más niños y niñas en las siguientes dos calles,pero al pasar por delante de una casa en cuyo patio jugaba mediadocena de niños, éstos se abalanzaron hacia la valla al verla. Erancuatro naranjas y dos azules.

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- ¡Fíjense en ésa, lleva un prado en la cabeza!  –se burló el primero.- ¿Qué te pasa, que son malas hierbas y no crecen flores?  –

exclamó un segundo.- ¡Eso te pasa por comer demasiadas espinacas, chica!  –se

carcajeó un tercero.

Sietecolores apretó el paso. ¡El cabello! La nariz y las orejas eranescandalosas, pero el cabello… ¿Quién tenía un cabello tan verde

como el suyo? ¿De qué servía haberse teñido lo primero siquedaba lo segundo?Buscó un nuevo árbol, recogió otro puñado de ceniza, y se la pusoen la cabeza frente al escaparate de una tienda deelectrodomésticos. En unos segundos, sus trenzas dejaron de serverdes. El único color de su cara ya era el violeta.

Todavía le quedaba un buen trecho para llegar a casa, pero sesintió más animada. Lo único que deseaba era que la quisieran unpoco. Jugar, ser como los demás. No era pedir demasiado. Yestaba dispuesta a lo que fuera para conseguirlo.

8

De cómo Sietecolores acabó de cambiar

de aspecto a la salida de su primer día de clases

En la terracita de un restaurante, tomando refrescos y el último solde la tarde, divisó a un grupo de chicos y chicas, rojos, verdes y

naranjas. Caminó con paso decidido en su dirección. Una pruebamás.Si no le decían nada, eso significaba que estaba en lo cierto. Sucorazón volvió a latir de nuevo con fuerza al aproximarse.Ya podían verla.Nada.Pasó justo frente a ellos.Nada.Hasta que de pronto… -¡Eh, fíjense en ésa! –llamó la atención una primera voz.- ¡Por todos los…! ¡Qué engendro! –manifestó con asco una

segunda voz.- ¡Qué espantosa combinación de manos azules y pies amarillos!  –

se estremeció una pusilánime tercera voz.Era una zona muy exquisita, tal vez demasiado. Allí las chicascombinaban los colores siguiendo un ritual muy riguroso. Todo el

mundo lo sabía. Sietecolores se dijo que tenía que haber pensadoen ello. El azul y el amarillo combinaban rematadamente mal. Anadie se le ocurría vestir con una camiseta azul y una falda amarillao viceversa. Eran los dos colores menos combinables del mundo.

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Rebasó la terracita del bar sin dejar de oír las burlas, y cuando eleco de las mismas menguó, buscó un árbol más. Tuvo que caminarun buen trecho hasta dar con uno. Se arrodilló y comenzó a frotarcon ceniza sus brazos y sus manos. La sacaba a puñados y lafrotaba sobre su piel. Tenía ganas de llorar, pero la rabia contenía

sus lágrimas. ¿Por qué tenía que pasarle eso a ella?Cuando acabó con los brazos y las manos, la rabia no sólo no habíadecrecido, sino, todo lo contrario, llegaba a lo más alto de su ánimo,amenazando con descontrolarla. Por ello, continuó aplicándoseceniza, ahora en las piernas y los pies, y no dejó de hacerlo hastaque el árbol quedó prácticamente sin ella. Fuera el azul de susextremidades superiores. Fuera el amarillo de sus extremidadesinferiores.

Fuera, fuera, fuera.Ya estaba cerca de su casa. Tenía muchas ganas de llegar.Quería refugiarse en su habitación y poner un poco de música y…

Lo que fuese para no pensar en cuanto la atormentaba. Allevantarse y dejar el árbol atrás, empezó a correr.Su paso dejaba una estela gris, con volutas de ceniza flotando trassu sombra.Era igual que si perdiera un poco de sí misma con cada movimiento.Un perro huyó al tropezarse con ella. Un gato se erizó de bigotesa cola. Una niña se puso a llorar al verla.Sietecolores ni se dio cuenta. Con los puños cerrados, triste yfuriosa a la vez, sentía que su mente se había puesto en blanco.

A unas pocas calles de su casa, aún fuera de su barrio y suambiente, se tropezó con un puñado de niñas de diferentes colores.Fue inevitable. Dobló una esquina y… allí estaban ellas.Se sintió perdida, hasta que recordó que ya no tenía la nariznaranja, ni las orejas rojas, ni el pelo verde, ni las manos azules ni

los pies amarillos.No tenían por qué meterse con su imagen. Pero se equivocó. Dioun paso, luego otro, y en el instante de dar el tercero, ya entre ellas,saltó la primera voz.-  ¡El carnaval se ha adelantado, fíjense en ésa!Y la segunda.-  ¡Una careta violeta, qué horrible!Y la tercera.- 

¡Lávate la cara, tonta!Las carcajadas la empujaron.Echó a correr. La cara. ¡La cara! Una cara violeta, un rostro decolor flotando encima de aquella inmensidad gris. No tenía sentido,claro. Incluso habían creído que era una máscara.Sietecolores habría llorado de no ser porque las lágrimas, al caer,le mojarían la ceniza del resto del cuerpo. Hasta su vestido, antesblanco, era ahora gris, contagiado por todo lo demás.

Se detuvo frente a un árbol. Se arrodilló. Introdujo las palmas delas manos abiertas en la ceniza y se las llevó al rostro. Cerró losojos y se lo frotó a conciencia. Cuando concluyó, buscó un nuevoescaparate y caminó hacia él.

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Lo único diferente ahora en su cuerpo era el blanco de los ojos. Elresto era gris. Muy gris. Enteramente gris. Ya no tenía de quépreocuparse. Ya no había colores rivalizando entre sí en sucuerpo. Ya podía caminar sin problemas. Ningún naranjaestridente, rojo chillón o verde cantarín la delataría. Le quedabatan sólo hacer la última prueba. No lejos divisó la entrada de uncine, y la cola para la función de la tarde. Apretó los puños y fuehacia allí.A los pocos metros se preparó. Pasó junto a los de la fila. Nada.Unos metros más allá, retrocedió, e hizo algo más: se metió porentre las personas que aguardaban su turno.-  Perdón, ¿me dejan pasar?Nada. Se apartaron, pero ni la miraron. Era gris.

Nadie mira algo gris, el color de la indiferencia.Sietecolores respiró, suspirando aliviada. Bueno, en la cola delcine había personas mayores. Tenía que hacer la prueba con niñosy niñas de su edad. Eso sí sería decisivo.Llegó hasta el parque. Muchos aún debían estar almorzando ensus casas, o haciendo los primeros deberes, o de camino de laescuela a sus domicilios, pero aún así, había una docena de niñosy niñas en la zona de juegos.

Se detuvo en la linde. Ni la miraron. Tosió. Lo mismo. Una pelotarodó hasta donde se encontraba.Una niña la seguía tratando de alcanzarla. La pelota se detuvo justo a los pies de Sietecolores. La niña se agachó para recogerla.A ella, ni le lazó una simple mirada.

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Sietecolores, con la respiración contenida, la vio alejarse. Expulsóel aire retenido en sus pulmones. Nadie reparaba en ella. Era gris.Nadie se metía ya con ella. Era gris. Exactamente igual que si noexistiese.Entonces, por primera vez, pensó en algo más. Y muydesconcertante.- ¿Qué es peor, que no te acepten y se burlen de ti o la

indiferencia?El eco de sus propias palabras la hizo temblar. No tenía respuestapara eso. Ni siquiera lo había pensado.Unas horas antes era una niña feliz, orgullosa de sus colores, yahora se sentía como si no existiese. Aturdida, confusa,Sietecolores reemprendió el camino a su casa.

Ya era muy tarde, Sus padres estarían preocupados por latardanza, especialmente si el autobús del colegio había pasado pordelante sin detenerse.Con el peso de sus pensamientos, azotada por la zozobra y sin quenadie, absolutamente nadie la mirara, aunque tropezaran con ella,Sietecolores cubrió la última distancia que la separaba de laamable protección de su hogar y de los brazos de su madre.

9

De cómo Sietecolores se sintió

primero una extraña en su casa y después

comenzó a reflexionar

Al divisar la puerta del jardincito familiar echó a correr. Su madre

estaba apoyada en la verja, mirando arriba y debajo de la calle porsi la veía aparecer. Sietecolores levantó la mano, pero su madreno hizo el menos ademán por responderle; al contrario, desvió lavista hacia el otro lado.-  ¡Mamá!Nada. Le pareció extraño, aunque no le dio mayor importancia.Los metros finales los hizo más despacio. En realidad, tenía tantascosas que contarle que no sabía ni por dónde empezar. Necesitaba

refugiarse en sus brazos.Se detuvo al otro lado de la verja con los ojos fijos en el suelo.-  Hola –suspiró.No recibió ninguna respuesta, la puerta no se abrió. Levantó lamirada. Su madre la observaba con las cejas arqueadas y unaevidente cara de desconcierto.-  ¿Sí? –acabó preguntado.-  Mamá, soy yo.

Las cejas, si cabe, se arquearon aún más.-  Vamos, niña, no digas tonterías –dijo su madre.Y volvió a mirar los dos extremos de la calle.-  No he tomado el autobús. He venido a pie –explicó Sietecolores.-  ¿Te encuentras bien, niña? –le preguntó perpleja.

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- ¡Vamos, mamá, deja de jugar!  –protestó ella.Pero no, no era un juego. La cara de su madre no dejaba lugar adudas.- ¿De dónde has salido tú? – inquirió frunciendo el ceño.- ¡Soy yo, Sietecolores, por favor!- 

¿Cómo vas a ser tú..?  –la miró de hito en hito -. La voz sí separece…pero no, no. - ¡Oh, mamá!Sietecolores se frotó la nariz. Bajo la capa de ceniza gris aparecióel extremo de su brillante punta anaranjada.Su madre casi se desmayó por el susto.- ¿Lo ves?  –continuó su limpieza frotándose las orejas, agitando

las trenzas, golpeándose brazos y piernas.

La ceniza cayó en volutas, en polvo, de mil formas distintas.Debajo de cada espacio ocupado por ella surgía un trocito de pielazul en los brazos o de tonalidad amarilla en las piernas. Una nubeenvolvía a la niña.- ¡Sietecolores! –acabó gimiendo su madre, al reconocerla por fin.Se sintió más aliviada, aunque no mucho.- ¡Mamá!  –se le echó encima pese a no estar más que

medianamente limpia y la abrazó con fuerza.

Por la puerta de la casa aparecieron su padre y sus cuatro abuelosy abuelas. Estaban todos reunidos, esperándola, para que lescontara cómo había sido su primer día de escuela. Se sintió aúnmás abrumada. Y se echó a llorar.- ¡Mamá, nadie me quiere!  –sollozó, hundiendo su cara entre el

cuerpo de su madre.

Las dos abuelas empezaron a hablar al mismo tiempo,acariciándola y asegurando que eso no era cierto. Los dosabuelos, superados por el empuje de sus respectivas esposas, nopudieron hacer nada, salvo recordar antiguas batallitas de susinfancias. Su padre logró meter una mano por entre las dosabuelas y le acarició la cabeza.Luego la arrastraron hacia adentro.-  ¿Qué ha pasado?-  ¡Cuenta!-  ¿Por qué estás tan sucia y tan gris?Elisa, que para algo tenía mucho carácter, se ocupó de proteger asu hija de los mimos y los excesos de las dos abuelas.-  Ahora no es momento de hablar de eso –manifestó terminante-.

Primero ¡a la ducha!Y se llevó a Sietecolores al baño. Ya no hablaron hasta que la niñaestuvo sumergida en el agua, la que ahora estaba gris, y su pielvolvía a brillar, violeta la cara, rojas las orejas, naranja la nariz,azules los brazos y las manos, amarillas las piernas y los pies, azulturquesa el cuerpo.-  ¿Qué ha sucedido? –quiso saber su madre.-  Nadie me quiere –musitó Sietecolores.- 

No digas tonterías.-  ¡No digo tonterías! –la miró furiosa -. ¡Todos se han reído de mis

colores! ¡Soy rara!-  No eres rara.-  ¡Sí, sí lo soy!-  No, no lo eres. Diferente sí, pero rara no.

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- ¡Es lo mismo!- No es lo mismo ser raro que ser diferente. Una persona con tres

brazos y cinco piernas sería rara. Tú tienes todos los colores delarco iris juntos. Eso te hace distinta, pero no rara.

- ¡Bueno, pues soy diferente, y yo no quiero serlo!- 

No se trata de lo que tú quieras o no quieras. Cada cual nace deuna forma, y ha de vivir de acuerdo con ello. La gente que seacepta a sí misma es la más feliz, créeme. El que tiene el peloliso y lo quiere rizado lo pasa tan mal como el que lo tiene rizadoy lo quiere liso. Y por lo general, nadie está contento con lo queposee, y piensa que sería más feliz con lo del otro. Mucha gentees tan tonta, que sueña con lo que no tiene en lugar de apreciarlo suyo y valerse de ello.

Siente colores intentó calmarse para seguir los circunloquiosmentales y orales de su madre. No estaba muy segura deentenderla.

- Yo estaba contenta siendo como era, pero en la escuela…  - Dales tiempo.- ¡Pero si no hacen caso y se ríen de mí, y me desprecian, y no me

dejas jugar, y…! - Dales tiempo.- 

¡Dentro de noventa años seré vieja!- No creo que llegue a tanto –opinó Elisa.Sietecolores se hundió un poco más en el agua. Sólo su nariz, losojos y la boca parecían flotar por encima de ella.- Quiero morirme, mamá –gimió.

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- ¡No seas tonta! ¡La vida es estupenda! Y además, ¿Vas a rendirtesin luchar? ¿Eso es lo que te hemos enseñado?- ¿Qué quieres que haga?-  Ser tú misma –la apuntó con un dedo. Nada de caricias banales

ni palabras de consuelo. Nada de ternuras y mimosautocomplacientes. A las personas se las quiere tal y comoson y por lo que son. En tu caso, primero habrán de querertepor lo que eres.

- ¿Y quién soy?- Una niña estupenda, con un gran corazón, valiente, generosa,

feliz, alegre, llena de vida y muchas más cosas.- ¿Ah, sí?- Sí –asintió su madre.

Sietecolores estaba anonadada.- Pero tiznada de gris… - ¿Vas a disfrazarte toda la vida? –la detuvo su madre.La verdad es que era bastante incómodo.- No.- Pues sé tú misma. O te enfrentas a los hechos o los hechos te

devorarán  –Elisa ya estaba en la puerta del baño, dispuesta airse-. Sécate bien, vístete y baja a cenar, ¿de acuerdo? ¡Y nada

de lloriqueos fáciles para despertar lástima en tus abuelos! ¡Sonlos que se han reído de ti o los que no te han dejado jugar losque deberían llorar, por mezquinos!

Cerró la puerta tras sus últimas palabras y la dejó sola. Sola yllena de reflexiones.- Pues sí que… 

La verdad es que habría agradecido un poco de mimos, cariciasy consuelos después de un día tan malo.

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De cómo Sietecolores continuó reflexionando y,

tras la noche, se enfrentó con valor al siguiente día

Bajó a cenar, limpia y reluciente, y aguantó con entereza los mimosconstantes de sus abuelos.

De vez en cuando, al ceder y empezar a quejarse, se encontrabacon la mirada de su madre, y entonces cambiaba la orientación desus palabras.- Bueno, no ha pasado nada. Tampoco hay que darle excesiva

importancia –decía.De vez en cuando su padre miraba a su madre y la veía sonreír unpoco. No acabó de entender el motivo.- Pero, ¿Por qué te has tiznado toda de gris?  –insistía la abuela

Carmen.- Porque… -cruce de miradas entre su madre y ella -, quería darles

un susto. Apuesto a que no me habían reconocido… -  No, no, para nada.-  El primer día que yo fui a la escuela… Tuvo que escuchar por enésima vez el relato de su abuelo Juan,seguido, igualmente, por el de su abuelo Rodrigo. Sietecolorestenía una abuela a cada lado. Cada una la tomaba de una mano.

-  A cenar –acabó ordenando su madre.Cenaron todos, los siete, y se olvidaron de la conversación inicial.La única que no podía olvidar era Sietecolores. Se preguntaba quéharía al día siguiente. No tenía ninguna respuesta para ello. ¿Setiznaba al salir de casa y llegaba al colegio “de incógnito”? 

No, qué tontería. Aunque por fuera que fuese gris, o blanca, onegra, por dentro seguiría siendo ella misma, y su piel ostentaríalos siete colores del arco iris. Su mismo nombre se lo recordaríapara siempre. Sietecolores.-  ¡Ah, qué duro era hacerse mayor!Al primer día de colegio, ya tenía problemas que resolver. Y debíahacerlo por sí misma. Nadie lo haría en su lugar.Sus abuelos se marcharon tras la cena. No se iban muyconvencidos, porque no eran tontos, pero la naturalidad deSietecolores y, más aún, la de su madre, los tranquilizó. Una vezsolos, le tocó el turno a su padre.- Siempre hay gente ignorante que se cree superior sin serlo,

porque tiene dinero, porque piensa que lo suyo es mejor, porquepor el color de su piel está seguro de que los demás soninferiores...¿Y sabes qué es eso Sietecolores?

-  No, papá.- Eso es falta de cultura, hija. Sólo aprendiendo, leyendo, es como

se descubre lo más simple: que todos somos iguales. Únicamentede la ignorancia pueden salir ideas tan absurdas como quealguien pueda ser especial. Lo bonito es que todos somos igualesen el fondo, pero diferentes uno a uno. Eso hace que la vida y laspersonas sean fascinantes.

A ella no le parecía fascinante ser la única persona de Arco Iris quetuviera la piel de siete tonos distintos. Su padre, sin embargo, noparecía opinar lo mismo.-  Un día comprenderás que tienes un don, que eres distinta poralgo. ¿Recuerdas a Diego Fluzzy? Fue un niño ciego, y se sintió

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muy desgraciado por ello. Pero como no podía ver hacia afuera,se habituó a mirar hacia adentro, y acabó escribiendo profundoslibros de filosofía, amén de ser un gran virtuoso del piano. Siemprehay un equilibrio.Lo hacía con buena intención, pero ella seguía sin estar muy deacuerdo.¡Ellos no tenían que volver al colegio al día siguiente!Aquella noche, Sietecolores tardó en dormirse, y cuando lo hizo,tuvo pesadillas. En la primera, los niños y las niñas verdes laataban a un árbol y la quemaban. En la segunda, los azules y losrojos la usaban como pelota de fútbol. En la tercera, los naranjasla obligaban a jugar mil partidas de ajedrez al mismo tiempo.Cada vez se despertaba asustada, sudorosa y jadeante. Por finlogró conciliar el sueño. Poco antes de despertarse al amanecer,tuvo un nuevo sueño.Los amarillos, los verdes, los azules, lo violetas… todos la llevaban

en andas, cantando su nombre. Pero no sabía que había hechopara merecer tal popularidad.Al levantarse para su segundo día de escuela, Sietecolores se miróen el espejo de su habitación.Su madre tenía razón en algo. Bueno, en bastantes cosas.Primero, que ella era así, y eso no iba a cambiar. Y segundo, quese resignaba a pasar los años de escuela siendo objeto de lasburlas y el desprecio de los ignorantes o se disponía a luchar porsí misma desde el primer momento. O sea, ya. Y decidió estoúltimo.

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Cuando su madre la despidió en la puerta de la casa, con elautobús enfilando la calle para recogerla, le dijo tan sólo una cosa:- Recuerda que no has de demostrar nada. No trates de ser mejor

que los demás. Sé sólo tú misma.La voz de su padre apareció por detrás, mientras un beso seposaba en su cabeza.-  Y eso implica ser inteligente, cariño.Los dejó a los dos en la puerta, y echó a correr hacia el autobús.

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De cómo Sietecolores comenzó a cambiar

su destino

Estaba nerviosa, pero ya no tenía miedo. No tenía ni idea de quéhacer, pero pensó que algo se le ocurriría. De entrada, nada más

subir al autobús, se encontró con los mismos chicos y chicas deldía anterior, y casi las mismas miradas, aunque ahora ya no erande sorpresa. Allí estaban el bromista azul del fondo, la acicaladaniña verde y el amarillo aficionado a la ciencia-ficción.Y de pronto se oyó a sí misma diciendo:- ¡Ya está aquí la marciana!  –miró al niño amarillo-. Hoy me he

metido en la lavadora, con un detergente nuevo que aviva loscolores, para destacar más  –le guiñó un ojo a la niña verde-. Y

he descubierto que en realidad tengo más colores que siete,porque mis ojos son blancos de fondo y tengo pecas marrones  –

concluyó concienzuda en dirección al bromista azul.Después se sentó en el mismo sitio que el día anterior.-  ¡Eh!, ¿nos vamos? –tuvo que decirle al conductor, que se habíaquedado como alelado mirándola.Llegó a la escuela un poco antes que el día anterior, lo justo paraque se acercara al campo de fútbol. No había ningún partido,

porque aún faltaban muchos contendientes, pero el portero azul yun par de jugadores de ambos equipos estaban allí dándole a lapelota. Disparaban desde el punto penal.

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No perdió ni un segundo. Lejos de internarse por el bosque, lo quehizo fue correr hacia el árbol más próximo y tiznarse como el díaanterior, con ceniza. Menos mal que llevaba una bata. Cuando los jugadores estaban por el cuarenta y cinco, se tendió en el suelo,entre la ceniza, inmóvil.- Cuarenta y nueve y ¡cincuenta!- ¡Vamos por ella!- ¡La muy boba!Se diseminaron por el bosque. Eran casi dos decenas, así que lopeinaron bien, máxime teniendo en cuenta que no eraexcesivamente grande. Unos se subieron a los árboles, otrossacudieron los matorrales más densos con varas, los más corrieronde arriba abajo.- ¡Sal!- ¡Ríndete!- ¡Te encontraremos!Las primeras sonrisas de suficiencia y seguridad pronto sedesvanecieron. Fueron sustituidas por miradas dudosasintercambiadas en silencio, y al poco, por las primeras preguntasy observaciones.-¿Dónde está?-No se le ve.-¡Habrá hecho trampa, seguro!Sietecolores no se movía. Un par de veces vio un pie a menosde un palmo de su nariz, pero el dueño del mismo ni siquierareparó en el presunto bulto de ceniza. No les hacía gracia

removerla porque enseguida se levantaban nubes del polvo. Asíque ni la golpearon con las varas ni la pisaron.

Los minutos transcurrieron despacio primero. Rápido después.Se acercó la hora de vuelta a clases.-¡Vamos a rodear el bosque!  –gritó uno de los chicos verdes enun desesperado último intento.No les sirvió de nada. Justo al sonar la campana, Sietecolores selevantó, sacudiéndose la ceniza. Los dejó boquiabiertos.

-¡Eso no se vale!  –protestó una niña.-¿Ah, no?  –sonrió ella recuperando poco a poco los colores abase de sacudirse la ceniza-. Estaba en el bosque, escondida.Fueron ustedes los que no dieron conmigo. Y se marchó parapasar por el lavabo antes de entrar a clases. Tenía mucho quelimpiarse, aunque la satisfacción fuese más brillante que todossus colores al sol en día de fiesta.

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De cómo Sietecolores siguió demostrándoles a

todos que no sólo era especial por ser diferente

De algo le había servido la tontería del día anterior, lo de cubrir suscolores con la ceniza de los árboles. Les había demostrado que

podía competir y jugar, aunque lo tuviera todo en contra por ser tanllamativa. Y en cuanto a lo del fútbol… un poco de suerte, nada

más. Pero ésta debía buscarse, no aparecía sola. Su madre teníarazón. Debía ser ella misma, sin renunciar a nada. Y su padretambién. La inteligencia era la clave.Sietecolores se sintió orgullosa de sí misma, y bastante feliz,aunque sabía que aquello no le serviría para integrarsedefinitivamente. Después de la última hora de clases de la

mañana, regresó al patio. Las miradas seguían siendo las mismas,breves y de reojo, y los comentarios en voz baja. Pero ya se habíacorrido la voz entre los verdes de su hazaña en el bosque, y entrelos rojos y azules de cómo le había hecho un gol al portero. Así quealgunas de esas miradas también eran una mezcla de asombro ysorpresa.Fue directa a la pista de atletismo para ver a los niños y niñasvioletas. Éstos, que habían visto el lanzamiento del penal, laobservaron con curiosidad, y más al detenerse frente al grupo más

numeroso, que estaba haciendo el calentamiento. Sietecolores noesperó a que la echaran.-Les propongo una carrera –dijo.No todos se rieron.-Eres demasiado pequeña para correr  –apuntó un chico que lesacaba más de un palmo de estatura.

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-Déjame probar.-¿Si quedas última no nos molestarás más?-De acuerdo –asintió ella.-Muy bien –el muchacho miró al resto seguro de haberla pillado -.Vamos a hacer una prueba de vallas.

Algunos y algunas se fueron corriendo a poner las vallas a lo largode la pista. Sietecolores estuvo casi a punto de dar un salto dealegría ¡Con lo que le gustaba a ella saltar cosas!La carrera quedó dispuesta en dos minutos. Un grupo se preparópara disputarla. Era un total de ocho corredores, cinco chicos ytres chicas, entre ellas Sietecolores. Además, le dieron la pistapeor, la número 8, desde la cual, debido a la compensación de lascurvas, no tenía referencias de la marcha de los otro siete.

Pero no le importó. Lo único necesario era correr, y correr, y saltar,y saltar.Dieron la orden de salida y allá que salió disparada con los talonestocándole las posaderas de la mucha energía que puso en elempeño.No ganó. Pero tampoco quedó última. Llegó tercera. Fue unabuena carrera, muy disputada en los metros finales. El chico quela había retado ganó con mucha claridad, pero en su cara se reflejóa lo largo de la prueba y sobre todo al f inal, lo mucho que se había

esforzado, especialmente al tener a su rival tan cerca.Sietecolores estuvo a punto de llegar segunda, pero pagó elesfuerzo realizado y la sobrepasó otra muchacha, más preparada,conocedora de las técnicas para correr una prueba de vallas comoaquélla.

Pese a todo, la rodearon en la línea de meta y le dieron variaspalmadas en la espalda.-¡Muy bien!-¡Oye, si te entrenases, podrías competir en el equipo del colegio!-¡Tú ya corrías en pruebas atléticas!, ¿verdad?Sus caras habían cambiado. Reconocía en ellas el respeto.

A la hora de la comida, se sentó entre los niños y niñas naranjasaficionados a jugar ajedrez. No dijo nada, pero ellos ya sabían loque estaba sucediendo, así que fue una muchacha, la campeonadel año anterior, la que le preguntó:

-¿Quieres demostrar que también sabes jugar ajedrez, no escierto?

-Sí-¿Y crees que será tan fácil como tirar un penal, cubrirte de cenizapara engañar a unos o llegar tercera en una carrera? El ajedrezrequiere inteligencia, no suerte.-Me da igual ganar o perder. Yo sólo quiero jugar.-¿Hablas en serio?-Sí-Pero si no juegas para ganar, es como si no lo hicieras.-Me encantaría ganar, claro  –sonrió Sietecolores -. Ganar es

estupendo. Pero si no tengo ni siquiera la oportunidad de perder,poco puedo ganar.-Eres rara.-No soy rara. Tengo la piel distinta a la tuya, pero no soy rara. Amí me gusta tener siete colores. Son ustedes los que se empeñanen verme distinta. Puede que les dé miedo.

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-¿Miedo de qué?-De que sea como soy, diferente.-Eso no es verdad.-Entonces déjame jugar contigo al ajedrez. Si me ganas confacilidad, tendrás razón y no volveré a acercarme en todo el año.-¿Me estás retando?

-No, te propongo jugar una partida.-Está bien, después de comer y antes de las últimas clases del día.

Corrió la voz, y se disparó la expectación. La niña extraña quehabía sorprendido a los verdes, los azules, los rojos, y los violetas,ahora trataba de hacer lo propio con los naranjas. ¿Iba aenfrentarse a Luciana K., la campeona!Al finalizar la comida, un buen número de chicos y chicas se

arremolinó bajo los porches para ver la partida. Sietecolores sonriócuando escuchó algunas voces de ánimo, las primeras.-¡Adelante, tú puedes!-¡Demuéstrale que eres buena!-¡Vamos, Sietecolores!Eran algunos de los que ya habían competido con ella en el bosque,en el campo de fútbol o en la pista de atletismo. Y comenzó la granpartida.

No pudieron terminarla en aquel rato previo a las clases. A pesarde los esfuerzos de Luciana K., que atacó desde el primer momentopara provocar una derrota humillante en su rival, Sietecolores sedefendió bien, y justo cuando sonó el timbre… incluso había hecho

ya sus dos primeros movimientos de ataque.La partida quedó aplazada hasta el día siguiente.

Pero incluso Luciana K., la miró con el ceño fruncido, dándosecuenta de que no iba a serle tan fácil ganar como esperaba. Si esque ganaba.

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De cómo Sietecolores acabó de demostrarles a

todos que no sólo era especial por ser diferente

Aquella noche, en casa, Sietecolores estuvo muy sonriente, perono especialmente comunicativa con sus padres. Les dijo que tenía

que escribir algo para la escuela, y se refugió en su habitación.Carlos y Elisa suspiraron aliviados.Parecía que la integración sería menos conflictiva de lo que habíanpresumido tras el desastre del primer día.Sietecolores pasó dos horas escribiendo. Y después de cenar,otras dos. Su madre tuvo que empujarla a la cama.-¡Aún no he terminado! –protestó ella.-Hazlo mañana, y si no puedes, mala suerte. Es más importantedescansar y estar fresca que hacer las cosas y luego caerte desueño por todas partes sin poder enseñarlas.

Se durmió agotada pero feliz, y por la mañana continuó escribiendomientras desayunaba, en el autobús de la escuela y antes demeterse en la primera clase.Fue entonces cuando terminó su trabajo.Entre la primera y la segunda clases buscó a los chicos y chicasamarillos que estaban en la compañía teatral del colegio. Se

detuvo delante de los que la habían expulsado y les tendió elmontón de hojas pulcramente escritas a mano.-Me gusta escribir –dijo directamente-, así que he escrito una obra.Puede que tengan razón, y que no haya papeles para alguien comoyo, pero… nada ni nadie impide que actúen en una obra y otra.

Lean ésta, y si es buena, me encantaría que la representaran.

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Los dejó boquiabiertos.Regresó a clases, y al concluir la misma, voló al patio, bajo losporches, donde la partida de ajedrez suspendida la tarde anterioriba a continuar. Ni siquiera había más partidas. Todos querían verel desenlace de aquélla. Hasta varios maestros y maestras seacercaron subrepticiamente para echar un vistazo. Luciana K.

debía haber estudiado a fondo la situación, porque volvía a sonreír,segura de sus fuerzas.

Durante media hora, la partida avanzó movimiento a movimiento.La sonrisa de la campeona acabó desapareciendo. Era como siSietecolores le adivinara las intenciones. Se cubría bien, sedefendía con astucia, pero más aún, de tanto en tanto, le daba unossustos de muerte. Y movida por sus ganas de ganar cuanto antes,Luciana K. incluso cometió varios errores que su oponenteaprovechó sin dudar. Tuvo que serenarse porque comprendióque... ¡podía perder!

Miró a Sietecolores con el ceño fruncido. Pero no con odio, sinocon…respeto. El ajedrez es un juego de dignidad. No pudieron terminar la partida en el recreo, y quedaron para antesde comer. Y tampoco pudieron terminarla entonces, y quedaronpara después de comer. Y tampoco la concluyeron en ese rato,

con lo cual el desenlace se habría pospuesto para el día siguiente,de no ser porque, agotadas, las dos jugadoras levantaron la vistadel tablero y comprendieron lo inevitable. Que ninguna de las dosiba a ganar. La partida conducía irremediablemente a las tablas.Se levantaron, se dieron la mano sonriendo, y después seabrazaron.

-He cometido errores por las prisas  –reconoció Luciana K.-Y yo me he aprovechado de ellos –hizo lo propio Sietecolores.-Pero eres bastante buena.-¡Oh, tú también! –le devolvió la chanza y el cumplido.

El público se dispersó comentando los avatares del juego, lo que

habría hecho cada cual en determinada jugada, y Sietecolorespasó feliz las dos últimas clases de la jornada.Aunque le faltaba la última sorpresa del día

Al salir de clases, antes de subir al autobús, se le acercaron tresde los actores amarillos de la compañía de teatro, dos chicas y unchico. Una de ellas portaba el manuscrito. Sietecolores pensó queiban a devolvérselo, con lo cual el día no habría acabado tan biencomo esperaba. Contuvo la respiración.-Oye, queremos preguntarte algo –dijo la que llevaba la obra.-Sí –dijo Sietecolores.-¿Tú lo has inventado todo?-Sí  –repitió ella-. Me gusta mucho leer, y escribir mis propiashistorias.-¿Tienes más?-Algunas. ¿Por qué?-Esta es buena –reconoció la otra muchacha.

A Sietecolores se le paró el corazón.-¿De verdad lo creen así?-Nos gustaría ensayarlas y presentarla para Navidad.-¡Genial!Los miró a los tres con muchas ganas de abrazarlos.Ellos por el contrario, la miraban con extrañeza.

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-¿No te pica? –quiso saber de pronto la primera niña.-¿Qué?-El cuerpo, ya sabes, cuando dos colores se unen…  -¡No! –se echó a reír.-¿Te gustaría actuar? –preguntó la otra.-No lo sé, nunca lo he hecho –reconoció ella.

-¿Por qué no escribes una obra en la que haya una niña como tú?-Sería estupendo.

El autobús hizo sonar la bocina reclamando a los que tardaban.-Bien, hasta mañana –se despidieron los tres amarillos.-Hasta mañana –hizo lo propio Sietecolores.Y subió al autobús. Aquella noche sí le tocó explicar cómo le ibaen la escuela, y así como quien no quiere la cosa, les dijo a suspadres:-La obra de teatro que escribí anoche les ha encantado, y van arepresentarla para Navidad. Quieren que haga otra para que puedaactuar, aunque no sé si me dará tiempo, porque entre elcampeonato de ajedrez y las pruebas del equipo de atletismo… Y

me duele, porque también me encanta jugar y como les gané a losverdes…Aunque a lo mejor puedo combinar, un día una cosa y otro

otra, y si me quedo un poco más al terminar las clases...¿Túquerías que estudiara piano, verdad mamá?  –puso cara de

preocupación extrema y suspiró-. ¡Uf, no sé de dónde voy a sacartanto tiempo!-¡Pero hija! –gimió alucinada Elisa.-Vaya, vaya –movió la cabeza asintiendo Carlos.-¿Qué pasa?  –preguntó Sietecolores -. Se supone que es lo quehace cualquiera, ¿no?

-Y pensar que hace dos días te cubriste con ceniza para dejar deser tú –dijo su padre.Sietecolores le lanzó una mirada con los ojos muy abiertos. Eracomo si su padre hubiera dicho algo… -Bueno, sí, pero eso fue hace mucho tiempo  –no le dio la menorimportancia ella-. Yo era mucho más pequeña entonces.

Y los dejó igualmente sorprendidos a los dos. Porque lo habíadicho tan seria que parecía… Parecía… -¡Me encanta el colegio!  –anunció Sietecolores poniéndose en piepara ir a su habitación.

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De cómo terminó la historia de Sietecolores y los

cambios que se produjeron en Arco Iris

La obra teatral tuvo mucho éxito en Navidad. La autora tuvo que

salir a escena a saludar, emocionadísima.El equipo de atletismo quedó segundo en las pruebas escolares deaquel año. El puesto más alto logrado jamás por la EscuelaNúmero 27.

Sietecolores le disputó la final del torneo de ajedrez a Luciana K.,pero como ya era habitual, la partida terminó en tablas. Nunca sehabían conseguido ganar la una a la otra. A lo mejor era porquelas dos eran muy buenas amigas.

En fútbol no era tan buena, pero a veces jugaba un buen partido, yhasta metía algún gol. Lo mejor era que siempre daba ánimos yeso le hacía ser muy popular. Todos la querían en su equipo.

A lo que ya no pudo volver a jugar fue al escondite, porque una vezsabido el truco de la ceniza… los verdes tenían razón: la veían

enseguida. Pero ya no le importó. No todo es posible en la vida,

aunque hay que intentarlo.

Ah, y su madre la hizo estudiar piano, materia en la que tampocoandaba nada mal. Lo justo para sentirse bien, porque la músicaera la máxima expresión de los sentimientos.

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Además de la literatura. Porque Sietecolores lo que quería ser enrealidad era escritora, lo tenía ya muy claro. Y para eso le faltabanaños y más años de prácticas y experiencias. Tenía tiempo. Todauna vida.

Así que fue como cualquier otra niña, feliz y única, diferente y

especial, normal y original a causa de los siete colores de su piel.

Ya habían nacido un niño bicolor en el barrio rojo y una niñaamarilla con pecas azules en el verde. Parecía que todo eraposible. Y lo fue. Unos años después nació un niño a cuadros, ¡acuadros!, y no muchos más tarde una niña con la mitad superiorazul turquesa y la inferior roja. Posteriormente, los gemelos Muntiasombraron a Arco Iris: uno era rojo, verde y azul turquesa y el otroamarillo, violeta y azul, pero los dos tenían la nariz naranja, comoSietecolores.

Poco a poco, así como la ciudad se había formado con la unión delos siete pueblos, sus gentes conocieron más y más la diversidad.Con los años, la mezcla fue absoluta. Los barrios seguíanllamándose de la misma forma, pero ya no porque en uno hubieramayoría de personas de un color.

Sietecolores se convirtió en escritora. Un día escribió susmemorias. En el primer capítulo, en la primera página, podíaleerse:“Nací diferente, curiosa para los demás, con el cabello verde, la

cara violeta, las orejas rojas, la nariz naranja, el cuerpo azulturquesa, los brazos y las manos azules, y las piernas y los pies

amarillos. Ni yo misma me daba cuenta de lo extraña que era paraunos, y lo hermosa que podía llegar a ser para otros. Así pues, undía, mi primer día de escuela, hice algo espantoso, lo único que jamás debe hacer un ser humano, porque es atentar contra símismo: me convertí en una persona gris. Tan gris que ni mispadres me reconocieron. Esta es la historia de aquella niña”.