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Sierra Cartwright Con este collar Serie Dominada 01 1

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Sierra Cartwright – Con este collar

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SINOPSIS:

Julia Lyle no quiere saber nada con hombres dominantes, no importa lo alto, oscuro y sexy que fueran. Pero el Dom Marcus Cavendish no quedará satisfecho con nada menos que acollar a la ferozmente independiente Julia.

¡Nada podría haberla sorprendido más!

Julia Lyle es invitada a la boda de su mejor amiga y se queda pasmada cuando Lana se arrodilla para aceptar el collar de su marido. Cuando Julia comienza a objetar, unas firmes e implacables manos aterrizan sobre sus hombros. El hombre detrás de ella la amenaza con ponerla sobre sus rodillas si interrumpe. Julia se indigna, pero no cabe ninguna duda de que está hablando en serio.

Después de la ceremonia, él le ofrece la posibilidad de tener un vislumbre del estilo de vida de su amiga, si ella es lo suficientemente valiente como para aceptar.

El Amo Marcus Cavendish es todo lo que ella no quiere en un hombre… dominante, seguro de sí mismo y arrogante. ¿Así que por qué no puede resistirse a él?

Repitiéndose a sí misma que el aprendizaje del estilo de vida la hará ser una mejor amiga, Julia accede a someterse al Amo Marcus, pero sólo por esa noche.

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Firme e implacable al dominarla, el hombre la introduce a su tawse1 y dentro del placer/dolor de un spanking impartido por un Dom competente. La experiencia la enerva, haciéndola cuestionarse todo lo que pensaba saber acerca de las relaciones… y los violentos orgasmos la dejan devastada.

No cabe ninguna duda de que la escena la sedujo, y eso hace que esté doblemente decidida a evitar al hombre. Luchó mucho por su libertad y se prometió salir sólo con hombres agradables, y el Amo Marcus es cualquier cosa menos seguro.

Marcus no se deja intimidar. Julia es una sub natural. La manera en que respondió a su toque, a su voz y a su castigo lo demostró. Ahora tiene que convencerla para que se entregue a él, sometiéndose a su tawse mientras se arrodilla para recibir su collar.

1 El tawse, también conocido como belt (cinturón) es una tira de cuero con uno de sus lados dividido

en varias colas, normalmente dos o tres. El grosor de la tira y el número de colas es variable.

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CAPÍTULO 01

—Y ahora, amigos, Lana le ofrecerá su sumisión a su nuevo marido —dijo

Damien Lowell.

Julia frunció el ceño. ¿Sumisión?

Lana y Julia habían hablado por teléfono durante la semana para discutir los

planes finales de la boda. Lana le había advertido que la unión sería un poquito

fuera de lo tradicional. Había sido poco precisa acerca de los detalles, pero le había

hecho prometer a Julia que no dijera nada durante la ceremonia.

Eran amigas desde los diez años, y no había forma de que Julia se perdiera la

fiesta, aunque fuera un poco extraña.

Hasta ahora, todo había sido según lo esperado.

Lana y Ben se habían casado en la casa de montaña de su amigo Damien, quién

además estaba oficiando la ceremonia.

Aproximadamente dos docenas de sus parejas de amigos más cercanos estaban

reunidos en el salón y, al atardecer, Lana había bajado las escaleras de la pintoresca

casa de Damien, llevando una única bonita rosa blanca que hacía juego con su

vestido largo.

El único regalo que habían pedido fue una vela. En un gesto romántico, la pareja

había dicho que querían que todos sus amigos iluminaran su camino hacia el

futuro.

Cuando Ben y Lana habían unido las manos y se habían parado frente a

Damien, una copiosa nieve había comenzado a caer de los nubarrones del cielo.

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Los votos habían incluido la palabra obediencia, lo que había sido algo inusual

entre su círculo de amigos. Pero todo lo demás había sido normal. Lana había

colocado su rosa en la repisa de la chimenea detrás de Damien antes de que ella y

Ben intercambiaran los anillos.

—¿Lana? —Damien la incitó.

—Sí, Señor —respondió.

¿Señor? Hasta esta noche, Julia no había conocido a Damien. Sabía que era un

amigo del novio, y estaba más bueno que un tren, era tan guapo como un galán de

cine. El hombre tenía su largo cabello oscuro echado a un lado, el que se rizaba en

su nuca, y portaba un indefinible aire de mando tan fácilmente como llevaba su

traje gris carbón. Pero, de todos modos, ¿por qué su amiga lo llamaba Señor?

Lana dejó caer su mirada al piso y con gracia volvió la espalda a su nuevo

marido.

Ben deshizo la fila de diminutos botones que sujetaban cerrado su vestido.

¿Qué diablos?

Ben deslizó el material de los hombros de Lana y dejó que el vestido cayera al

piso.

Lana, llevando unos tacones de plataforma, bustier y medias, dio un paso fuera

del vestido, y otro hombre lo recogió para colocarlo sobre una silla.

Como Damien, este hombre también era ridículamente alto. Allí era donde

terminaba el parecido. El hombre tenía una tez aceitunada que insinuaba sus

ancestros mediterráneos. Llevaba la cabeza afeitada. Vestía jeans negros y una

camiseta negra que revelaba varios tatuajes. Una gruesa e intrincada pulsera de

plata adornaba su muñeca izquierda, y un arete de plata atravesaba su lóbulo

derecho. Podría haber sido un pirata en una vida anterior.

Repentinamente el término poco convencional tomó un significado

completamente nuevo. Julia nunca había estado más preocupada. Una parte de ella

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quería salir corriendo, y una parte más grande quería sacudir a su amiga para que

recuperara el sentido común. Pero estaba atornillada en el lugar por su promesa de

guardar silencio.

Con una gracia que hablaba de práctica, Lana se arrodilló.

Jesús. En sus años de universidad, habían prometido mantener su

independencia. Se habían abierto paso a través de las barreras laborales, y luchado

por sus posiciones en la América corporativa. Y ahora su amiga estaba

arrodillándose delante de su marido, casi desnuda, ¿para que sus invitados la

vieran?

Julia se preguntó si era la única que estaba congelada por la conmoción.

Lana abrió sus piernas un poco más, y se inclinó hacia adelante para besar uno

de los zapatos de Ben.

Julia se quedó sin aire.

En el frente del cuarto, Damien miró por encima del hombro en dirección a ella,

y levantó las cejas.

Firmes e implacables manos aterrizaron sobre sus hombros. Su ritmo cardíaco se

incrementó con el pánico.

—Guarda silencio —susurró un hombre con rigor en su oído.

—Yo…

—Dije silencio.

Apretó los dientes. El tono del hombre era dominante.

La empujó un poco hacia atrás, y pudo inhalar el inconfundible —y sexy—

aroma del cuero.

Con el mismo tono profundo y ronco, y sólo-para-sus-oídos, añadió:

—O arrastraré tu hermoso culo fuera de aquí y lo pondré sobre mis rodillas.

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Por primera vez en su vida, ella se quedó sin palabras.

—Lana está haciendo esto por propia elección —continuó.

Ella luchó contra su agarre, pero él clavó los dedos más profundamente en su

carne.

—Seguramente te dijo que esperaras algunas cosas poco convencionales.

—Pero…

—Confía en ella —la apremió—. Como ella confió en ti.

Cuando Julia había hecho su promesa, no había tenido idea de lo que eso

significaba, ni de lo difícil que sería mantener la palabra. Julia pasó toda su vida

teniendo el control, y se relacionaba con mujeres similares a ella. Y ahora un

poderoso hombre la tenía aprisionada mientras su amiga estaba de rodillas delante

de un cuarto lleno de personas. Era una experiencia surrealista.

Con una fuerza inconmovible, el hombre la empujó algunos pasos hacia atrás

para que quedaran a unos metros del resto de los invitados. La sujetaba

firmemente en contra de su cuerpo.

Ella todavía ni siquiera había alcanzado a ver a su asaltante.

—¿Realmente quieres hacer una escena y avergonzarte junto con tu amiga? —Le

preguntó suavemente—. Nada que hagas o digas detendrá los procedimientos de

esta noche. Por lo que te recomiendo que te comportes.

—Muérete.

—Última advertencia —dijo.

Su tono sonaba con una autoridad que ella no se atrevía a disputar. Estaba

hablando en voz baja, pero eso hacía que sus palabras sonaran más aterradoras. La

había amenazado con ponerla sobre sus rodillas, y en ese instante creyó que lo

haría. Por lo que dejó de forcejear.

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—¿Quién mierda eres? —Le preguntó en un susurro.

—Marcus Cavendish. Un Dominante, y amigo del novio. Conocí a Lana hace

unos seis meses. Ella hizo un gran progreso en el estilo de vida. Ben es un hombre

afortunado por haberse ganado la sumisión de una mujer tan adorable.

Julia sentía como si Marcus estuviera hablando una lengua extranjera.

—Si prometes portarte bien, te explicaré lo que está ocurriendo.

Ella asintió con la cabeza.

En el frente del cuarto, Lana se puso de pie y enfrentó a Ben.

—¿Te gustaría ofrecer tu sumisión? —Le preguntó Ben.

Lana inclinó la cabeza hacia atrás.

—Sí, Señor.

Damien recogió algo de la repisa de la chimenea y se lo tendió a Ben. Julia

estaba en puntitas de pie, intentando conseguir ver mejor.

—Para el mundo vainilla se parece a un collar de plata con un cerrojo —le

explicó Marcus—. Pero los que estamos dentro del estilo de vida lo reconocemos

por lo que es. Un collar.

—¿Collar? —Repitió Julia. La palabra la sorprendió tanto que no se le ocurrió

preguntar qué quiso decir con eso del estilo de vida.

—Algunas personas usan collares para perros de la tienda de mascotas —

continuó él.

—No puedes hablar en serio.

—Completamente.

Ella envolvió los brazos alrededor de su cintura.

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—En este caso, parece ser una joya común, pero probablemente tenga un cierre a

fin de que ella no se lo pueda quitar.

Ben aceptó el collar de Damien e hizo pasar la cadena por la llama de una

enorme vela.

—Está purificando el metal —le explicó Marcus—. Y entonces le preguntará a

ella otra vez si su sumisión es dada por propia voluntad.

Ben bajó la vista sobre Lana y capturó su barbilla antes de decir,

—Te ofrezco este collar como un símbolo de mi amor, y como una promesa de

ser un Amo amable, consecuente y honrado. A cambio, exigiré tu servidumbre.

Implementaré las reglas que hemos acordado, y nunca te tocaré enojado.

Lana entrelazó las manos en la parte baja de su espalda, mientras continuaba

mirando fijamente a su nuevo marido.

—Acepto tu regalo. A cambio, te ofrezco mi humilde devoción y la promesa de

mi servidumbre —le dijo con firmeza.

Para Julia, las palabras sonaron tan practicadas como lo hicieron sus votos

tradicionales.

—Estamos aquí frente a nuestros amigos y mentores, y quiero que todos oigan

tu seguridad de que estás aceptando voluntariamente ser mi esclava.

La sangre se congeló en las venas de Julia. Como si Marcus lo hubiera sentido,

apretó su agarre en ella. Extrañamente, el toque la tranquilizó y la afirmó en vez de

molestarla.

—Me siento feliz de aceptar ser su esclava, Señor.

Incluso a la distancia y bajo la tenue luz, Julia vio la sonrisa de Lana.

—De hecho, estoy suplicando tener el honor. Señor, por favor acolláreme.

—Levántate el pelo —le respondió Ben.

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Lana lo hizo. Cuando Ben aseguró el cerrojo en el lugar, Lana contempló a su

marido con una expresión de entregada felicidad. Julia se preguntó qué le había

ocurrido a la mujer que ella conocía. Ambas se habían sentado en el sofá de la

residencia universitaria a comer palomitas de maíz, beber vino, y burlarse de los

viejos programas de televisión de los 50, donde la esposa preparaba la cena en

tacones altos y vestido. Y ahora un hombre estaba colocando un collar alrededor

del cuello de Lana, y ella le había pedido que lo hiciera.

Sin que se lo pidiesen, Lana se arrodilló otra vez. Bajó la vista al piso. Entonces

Ben suavemente posó la mano en su pelo y le inclinó la cabeza hacia atrás. Lana

levantó la mirada.

—Gracias, Amo.

—¿Amo? —Susurró Julia, más perturbada de lo que alguna vez recordaba

haberlo estado.

—No todas las parejas usan ese término, pero ellos eligieron hacerlo.

—Señoras y señores —dijo Damien—, permítanme presentarles al Amo Ben y a

su esposa esclava, Lana.

—¿Esclava?

Marcus volvió a apretar su agarre en los hombros de Julia, advirtiéndole

silenciosamente que guardase silencio.

Ben empujó a Lana sobre sus pies y la besó profundamente. No fue un picotazo

amigable, fue un caliente beso a la francesa. Tenía una mano sobre el desnudo

trasero de Lana, y los dedos de la otra mano estaban ampliamente abiertos en la

mitad de su espalda.

Lana desvergonzadamente se puso de puntillas y se presionó a sí misma en

contra de Ben. Julia nunca había visto nada tan sexy en ninguna otra boda. Su

amiga estaba demostrando una pura y absoluta felicidad, y nadie parecía notar que

estaba solo a medio vestir.

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Algunas personas aplaudieron, otros gritaron y abuchearon, pero Julia mantuvo

las manos envueltas apretadamente alrededor de su cintura.

—¡Un brindis! —Gritó el hombre que había recogido el vestido de Lana.

Ante su señal, varios camareros entraron a la sala, cargando bandejas con copas

de vino espumante. El atuendo la conmocionó. Los hombres vestían pajaritas

alrededor de sus cuellos, pero sin camisa. Uno llevaba un calzoncillo ceñido, el

resto pantalones flojos de al menos una talla menos. Las mujeres vestían delantales

con correas, medias y ligueros.

—¿Qué diablos es esto? —Se volvió para enfrentar a su némesis.

—Un brindis —le respondió Marcus secamente. Tomó dos copas flautas de un

camarero que pasaba y le ofreció una a ella—. Y tú vas a seguir comportándote.

El instinto de auto-conservación no le permitió desafiarlo. Sinceramente, mirarlo

le había quitado el oxígeno de los pulmones. Robusto y ancho, se veía muy

relajado contra el telón de fondo de las Montañas Rocosas. Su pelo era oscuro, muy

corto para enfatizar sus brillantes ojos verdes. Llevaba botas negras y pantalones

de vestir, una inmaculada camisa blanca y chaqueta de suave cuero negro. Su

perfume hablaba de masculinidad en estado puro.

—Están medio desnudos —dijo Julia.

—¿Sí?

¿Era la única que había notado lo bizarro que era el acontecimiento? El resto de

la gente ni siquiera había pestañeado. Aceptó la copa que le ofreció esperando que

no fuera impropio de una dama tragarse el contenido.

—Saluda a la feliz pareja —la instruyó Marcus.

Cuando ella abrió la boca, él levantó las cejas. Habiendo echado un vistazo al

tamaño de sus manos y a los diversos raspones y cortes, ella no se arriesgaría a que

llevara a cabo su anterior amenaza de voltearla sobre sus rodillas.

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Su aire de autoridad le molestaba tanto como su instintiva respuesta a él. Era

una mujer moderna que dirigía todo un departamento en el trabajo. Julia no tenía

problemas con que un hombre estuviera a cargo. Definitivamente tenía problemas,

sin embargo, con hombres dominantes… como el que estaba mirando.

—Hazlo ahora —le dijo—. No voy a tolerar tu grosería.

¿Grosería? Sus modales eran impecables. O, más bien, lo habían sido hasta esta

noche.

Con los pelos de punta, preparada para escaparse tan pronto como le fuera

posible, Julia se encaminó hacia el frente del cuarto, el imposible Marcus

Cavendish sin moverse de su lado. No podía evitar inhalar el sexy perfume de su

chaqueta de cuero y, tan cerca, notó otros aromas sutiles. Su olor era vivificante,

como el aire de las Montañas Rocosas. Había un dejo de algo especiado también,

tal vez de su jabón.

Este era un hombre con una H mayúscula.

Trató de no permitirle abrumarla. Pero algo elemental en ella respondía a él.

—Por un largo futuro lleno de felicidad —dijo Damien. Estaba de pie junto a la

pareja, y todos ellos estaban de frente a sus invitados.

Damien levantó la copa y todos, incluyéndola, siguieron su ejemplo.

La novia y el novio chocaron sus copas y luego bebieron.

Después que ella había bebido un sorbo, Ben tomó la copa de Lana y la ubicó

sobre la chimenea.

Julia apretó los dientes.

Pero no importaba cuánto pudiera querer negarlo, la verdad era que nunca

había visto a Lana más radiante. No parecía estar preocupada por su falta de

ropas, y apenas alejaba su mirada de adoración del rostro de Ben.

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Por un momento, Julia se quedó mirándolos antes de sacudir la cabeza. Nunca

hubiera sospechado que Lana le sirviera de felpudo a ningún hombre. Cuándo los

tres se habían encontrado para cenar dos semanas atrás, Julia nunca hubiera

sospechado que Ben podría tener esta clase de comportamiento. Había sido solícito

con Lana. Seguro, Julia había encontrado un poco extraño que él ordenara la

comida de Lana por ella, pero le había consultado primero, y los dos habían estado

tocándose constantemente. Julia había encontrado a su relación entrañable. Nunca

hubiera sospechado lo que sucedía cuando no tenían gente alrededor.

No podría tomar las decisiones de Lana por ella, pero Julia estaba segura de

algunas cosas… ella nunca le permitiría a nadie decidir cuándo había bebido lo

suficiente. Nunca se arrodillaría por ningún hombre. Y con toda seguridad que

nunca dejaría a nadie ponerle un collar.

—Los refrescos están disponibles en el comedor —anunció Damien—. La novia

y el novio se unirán a vosotros en un ratito. Mientras tanto, por favor, hagan pleno

uso de la casa —Disparó una mirada, estaba segura, en dirección a Marcus antes de

agregar—, la mazmorra está disponible si alguien la necesita.

La multitud comenzó a dispersarse, algunos hacia el comedor y otros en

dirección a las escaleras, obviamente aceptando la oferta de Damien.

Julia tenía la intención de hablar con su amiga, entonces excusarse e irse. Marcus

colocó una mano en su hombro, sujetándola en el lugar. Se sentía mareada por la

conmoción.

—¿Esta casa tiene una mazmorra?

—Así es. En el ambiente BDSM, su casa es conocida como La Guarida del

Diablo.

—¿En serio?

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—No fue una elección de él. Pero dado que su nombre es Damien2… —dijo

desvaneciendo su voz.

Ella puso los ojos en blanco.

—Pero fue más fácil acordar mencionarla como la Guarida —por estar en las

afueras de Denver3 —que seguir llamándola como la casa de Damien. Entonces en

algún punto alguien añadió Diablo… la prensa, creo que durante alguna

exposición… y así quedó. Algunos de nosotros, los invitados de siempre, todavía

nos referimos a ella como la Guarida. La mazmorra cuenta con un banquillo de

castigos, la cruz de San Andrés, un repertorio…

—¿Manivelas?

—Podríamos decir que está completamente equipada.

Ella estaba tan aturdida que era incapaz de hablar.

—¿Te gustaría verla?

—Dios mío, no.

—Lástima. Me gustaría verte en una cruz.

—Eso, Sr Cavendish, no ocurrirá.

—Ya veremos. —La evaluó, y ella hizo todo lo que pudo para no retorcerse. Era

como si él estuviera viendo más allá de sus palabras, sus fantasías más oscuras—.

Como dijo Damien, Ben y Lana regresarán en un rato. —Asintió con la cabeza

hacia la pareja—. Estarán realizando una romántica ceremonia en privado.

Lana y Ben recogieron las rosas que habían colocado sobre la repisa de la

chimenea. Incluso desde el otro lado del cuarto, Julia notó que ambas rosas todavía

2 Hace referencia al film La Profecía. Damien es el protagonista de la segunda parte, La Maldición de

Damien. 3 Es un juego de palabras que se pierde en la traducción. La mazmorra es conocida como “Devil’s

Den” (La Guarida del Diablo) y Marcus está haciendo alusión a que “Den” (Guarida) queda en las

afueras de Denver.

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tenían las espinas. La de Ben era roja, completamente abierta. La de Lana era

blanca, y apenas un pimpollo.

Damien los condujo a través del cuarto. Lana seguía a su marido, un par de

metros detrás de él.

Julia terminó el resto de su bebida, entonces colocó la copa vacía sobre la

bandeja de un camarero.

—¿Otro, señorita?

—No, gracias. —Necesitaba salir de allí. La noche entera había sido demasiado.

Desde Lana quitándose el vestido y arrodillándose, a Ben cerrando un artilugio de

metal alrededor de su cuello, los camareros que estaban vestidos con poco o nada

de ropa. ¿Y la casa tenía una mazmorra?

—Sé agradecida por haber sido invitada —le dijo Marcus—. La mayoría de las

veces las ceremonias de acollaramiento son cerradas para el mundo exterior.

—¿Estás diciéndome que soy la única aquí que se siente como si se hubiera

caído en la madriguera del conejo?

—Probablemente, sí.

Detrás de él, una mujer con tacones agujas y una minifalda cortísima, posó una

mano en el hombro de su compañero. Julia se quedó mirando, pasmada, como el

hombre, alto y de hombros muy anchos, se arrodillaba. La mujer entonces sacó

algo de su bolsillo y lo adjuntó al collar alrededor del cuello del hombre.

—Eso es… —Se interrumpió, incapaz de completar su frase.

—Una correa —Marcus le informó, mirando a la pareja. Él bebió otro trago y la

miró por encima del borde de su copa.

La mujer se encaminó para salir del cuarto y el hombre la siguió, en cuatro

patas, manteniendo cierta holgura en su distancia.

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—Tengo que irme —dijo Julia, conmocionada hasta para poder encontrar las

palabras. Nunca se había imaginado que algo así pudiera ser posible.

—¿No sientes ni la más mínima curiosidad?

—¿En qué? ¿En la gente comportándose de esta manera? Estoy más perturbada

que cualquier otra cosa. Espantada, incluso.

—Esas palabras son fuertes.

—¡Nunca permitiría a nadie tratarme de esa manera!

—¿Cómo? ¿Alguien que te cuide profundamente?

—Si esa es la forma en que alguien es tratado cuando lo están cuidando

profundamente, no cuentes conmigo.

—Hace sólo un momento estabas vociferando declaraciones inadecuadas —le

dijo Marcus, su tono implacable.

Éste era un hombre acostumbrado a dar órdenes y a que las siguieran. A Julia se

le erizaron los pelos, pero también estaba sintiéndose seducida por su autoridad.

La insinuación de que ella estaba prejuzgando la irritó.

—¿Lo viste protestar? —Le preguntó Marcus—. ¿Viste a alguien aquí siendo

forzado a hacer algo en contra de su voluntad?

—¿Viste lo que acaba de ocurrir? —rebatió ella—. A ese hombre le pusieron una

correa.

—Es un hombre grande. ¿Supones que la mujer que está con él, con al menos

cuarenta y cinco kilos menos, y quince centímetros menor, podría haber hecho eso

si él no quisiera llevar la correa?

Julia lo consideró.

—Y, por otra parte, tú te verías preciosa con una correa.

—Yo nunca…

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—No digas palabras que podrías tener que tragar —la interrumpió suavemente.

—Esa es una declaración muy arrogante.

—Dime tu nombre —le dijo, desestimando su comentario y calmando su

indignación.

Estaban manteniendo esta clase de conversación, y nunca habían sido

presentados. ¿Podría todo esto ser incluso más surrealista?

—Julia Lyle —le dijo finalmente.

—Señorita Lyle, es un placer. —Apoyó su bebida en el extremo de una mesa

cercana y le tendió la mano.

Recordando lo que le había dicho acerca de la grosería, ella aceptó. Estrecharle

la mano pareció tan… normal, un amable gesto social que ella podía aceptar y

comprender. Esto la estabilizó momentáneamente.

Sin embargo, el hombre le sujetó la mano demasiado tiempo, y cuando ella se

habría apartado, la levantó para besarla. Mirándola, aprisionándole la mirada.

La electricidad encendió sus terminaciones nerviosas. A pesar de sus reservas,

se sentía atraída por este hombre. Ella había salido con su buena parte de hombres,

y había tenido un par de relaciones largas. Desafortunadamente, el último hombre

con quien había estado involucrada —Jason— había sido bastante dominante. Al

principio, había sido encantador y maravilloso. Con el tiempo, después de que lo

había dejado entrar en su vida, había intentado controlarla, escoger a sus amigos y

aislarla de su familia.

La experiencia le había hecho tomar la determinación de no permitirle a ningún

hombre tomar decisiones por ella nunca más.

¿Entonces por qué se sentía tan atraída por Marcus Cavendish? Una energía

indómita la sacudía cuando la tocaba. El poder exudaba de él, y era algo

ligeramente embriagante. Era oscuro y peligroso. En resumen, era todo lo que ella

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no debería querer, todo lo que había prometido evitar. Pero deseaba continuar

hablando, a pesar de que su instinto la instaba a salir corriendo.

—Soy amigo de Ben desde la universidad —le dijo.

—¿Él siempre fue de esta manera?

—¿Un Dominante? Supongo que sí. Era un líder natural, incluso en el colegio.

Por lo que el hecho de que se comporte de este modo en una relación parece

sensato.

Ella desenlazó sus manos.

—No estoy segura de lo que significa eso.

—¿Lana no te ha dicho nada sobre su estilo de vida?

Julia negó con la cabeza.

—Sabía que Ben y ella estaban haciendo cosas que etiquetó como retorcidas,

pero creo que probablemente debería haberme dicho más, o de lo contrario no

invitarme esta noche.

—Todo el mundo ha oído hablar del BDSM.

Ella asintió con la cabeza.

—Por supuesto. Pero es un poco diferente verlo en persona. Pensé que se trataba

de esposas de juguete, tal vez una pala.

—Vayamos a alguna parte un poco más tranquila.

Julia lo consideró por un momento. Si fuese tan inteligente como le gustaba

pensar que era, saldría de allí, se metería en su coche y regresaría a su vida y a su

trabajo normal como estadista en Denver, olvidándose que este acontecimiento

alguna vez había ocurrido, haciendo de cuenta que nunca había conocido al

abrumador Marcus Cavendish, e ignorando la adrenalina que la urgía a seguirlo

dondequiera que la llevara.

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Pero no sabía qué le había sucedido a la parte lógica y lineal de su cerebro que la

hacía ser tan buena estadista. Estaba comportándose como una hembra detrás de

su macho más grande y dominante. Biología. Su atracción no era nada más que

biología básica.

Sin esperar una respuesta, Marcus la tomó del codo y la guio hacia el solárium.

Sabía que debería haber protestado, pero no lo hizo… no pudo.

No había nadie más en el cuarto, y él continuó sujetándola hasta que estuvieron

frente a la ventana panorámica. Dado que estaba oscuro, sólo podría elaborar

sombras imprecisas. Estar aquí, con él, se sentía íntimo.

Dado que necesitaba su cordura, se apartó de él. Se volvió para enfrentarlo con

los brazos cruzados.

El hombre apoyó un pie sobre el alféizar de la ventana, obviamente

despreocupado por su hostil lenguaje corporal.

—Algunas personas usan esposas en el dormitorio, como dijiste. Tal vez una

bufanda como venda de ojos. Cualquier cosa es perfecta, si funciona para la pareja.

Algunos de nosotros preferimos algo más complejo, algo que es tan emocional

como físico. Para muchas de las personas que están aquí, el BDSM es una

estructura mucho más seria, no sólo un ocasional juego en el dormitorio. Algunos

de nosotros lo vivimos veinticuatro siete4.

—No estoy segura de entender.

—Cada relación entre un Dominante y sumiso se basa en un intercambio de

poder acordado. Oíste cuando Ben le preguntó a Lana si le ofrecía voluntariamente

su sumisión. Él no exigió su servidumbre. Él no amenazó ni le impuso su

respuesta. Ella se la dio.

Julia esperó.

4 Veinticuatro siete: Se refiere a 24 horas, siete días de la semana.

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—A cambio, oíste que Ben le prometió cuidar de ella. Negociaron su acuerdo

con el paso del tiempo, entonces les pidieron a sus amigos de confianza que

presenciaran sus votos públicos. Lana le dio poder. Él no lo tomó.

—Y seguramente ella puede revocarlos en cualquier momento —le dijo, su tono

matizado con sarcasmo.

—En verdad, puede. La mayoría de los subs y Doms tienen una palabra de

seguridad, o incluso una serie de ellas. Un sub usará una palabra o un vocablo

acordado si se está sintiendo asustado o si algo es demasiado para manejar, ya sea

física o emocionalmente. La cosa más importante es la comunicación. La mayoría

de las relaciones podrían sacar provecho de tener esa clase de disposición, discutir

las cosas con anticipación. Ninguna persona puede ser Dominante sin que la otra

esté de acuerdo en ser la parte sumisa.

—Suena como abuso para mí.

—¿Sí? —Él levantó las cejas, y ella se retorció bajo su escrutinio—. Eres amiga de

Lana desde hace mucho tiempo, asumo. Desde que conoció a Ben, ¿te pareció una

mujer maltratada alguna vez?

En verdad, ella había estado aturdida. Julia, Lana y algunos amigos habían

estado en un Martini bar en Larimer Square celebrando los últimos días de soltera

de Lana cuando la conversación había trasmutado al sexo. Lana había estado

sonriendo y riéndose mientras contaba viejas historias de cuando Ben la había

zurrado y había atado sus muñecas a la cabecera de cama.

Un par de las otras chicas habían admitido que habían hecho cosas semejantes, y

que, escandalosamente, lo habían disfrutado. Habían alentado a Julia a soltarse y a

ser un poquito más aventurera. Honestamente, se había sentido intrigada por las

ideas. Sólo que no había estado con un hombre que quisiera intentar eso. Esa

noche, sin embargo, con su poderoso vibrador, había tenido algunas fantasías

retorcidas…

—¿Julia? —La incitó.

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—Pensé que sólo habían tenido una noche ocasional de sexo salvaje. No sabía

que hacían esto…

Él esperó.

—¿Esto?

—Ya sabes, hacer todo lo que él le dice.

—A pesar de lo que puedes estar pensando, no es que sólo le dice qué hacer y la

tiene saltando tras sus órdenes. Todo entre ellos, todo, incluyendo los castigos, es

consensuado. Ben no zurraría a Lana sin que ella esté de acuerdo.

Julia se estremeció.

—Eso es horrible.

—¿De verdad? Estaría dispuesto a apostar que tu amiga tiene más orgasmos en

una noche que los que tú probablemente has tenido en los últimos seis meses.

—¿Perdón? —De repente, se sintió muy enojada—. No sabes nada de mí.

—Acerté —le dijo—. Y teniendo en cuenta tus reacciones durante esta noche,

pareces una mujer con necesidades sexuales reprimidas. Saltas cuando te toco. Y

cuando uso este tono… —bajó la voz una octava o dos. El sonido disparó pequeños

cosquilleos de conciencia subiendo por su espalda—. Necesitas al hombre correcto

para dejarte ir.

—¿Podrías ser más ofensivo? —Inclinó la barbilla, con la esperanza de proyectar

una confianza y un desinterés que no estaba ni cerca de sentir—. ¿Siempre eres un

cabrón tan presumido? Déjame adivinar, es por eso que estás solo aquí esta noche.

Él no reaccionó, más allá de sonreír. Eso la enfureció.

—Vamos, Julia. Admítelo. Puedes estar protestando, pero solo porque crees que

es lo que deberías hacer. En lo más profundo, estás intrigada.

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Ella apretó las manos en puños a sus lados, más para evitar que él notara cómo

estaba temblando que por cualquier otra cosa. Maldito sea… había despertado su

interés.

—Te estás preguntando cómo sería rendirte a un hombre. Más específicamente,

estás preguntándote cómo sería someterte a mí.

—No en esta vida.

—Cuando Lana contó las cosas que hacen Ben y ella, tú escuchaste, tal vez

incluso fantaseaste con ser zurrada, sintiendo una palma inquebrantable en las

mejillas de tu culo, quizás estando impotentemente amarrada mientras te

preguntabas qué ocurrirá después. Y esta noche, te imaginaste en el lugar de Lana,

arrodillándote delante de un cuarto lleno de gente.

Ella se encontró fríamente con su mirada, fingiendo que su corazón no estaba

corriendo a toda velocidad.

—Estás loco. Eso nunca ocurrirá.

—Quieres que alguien tome las riendas. Quieres que alguien empuje los límites

para poder liberar tus miedos y experimentar todo libremente.

Ella sabía que debería irse. Ahora. Pero estaba fascinada, tanto como repelida.

—¿Cómo reaccionarías si metiera mi mano en tu pelo, quitara esos broches

cuidadosamente colocados, y entonces tirara de él con fuerza, forzándote a inclinar

la cabeza hacia atrás y sujetándote fuerte para mi beso?

—Nunca lo sabrás, Sr Cavendish. —Y si persistía en sus protestas, tampoco lo

sabría ella.

—¿No?

Él dejó caer el pie del alféizar y dio un determinado paso hacia ella.

Aparentemente despreocupado por sus palabras enérgicas, o dudando

absolutamente de ellas, la tomó de los hombros y la volteó para que lo enfrentara.

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Ella mantuvo su postura incluso a pesar de que sólo pocos centímetros los

separaban. La amplitud del hombre llenó su visión. Su proximidad, la abrumó. Si

alguna vez había existido un hombre para tentarla, era éste.

Suavemente trazó la columna de su garganta.

—Tu boca dice una cosa —comentó—, pero tu pulso te delata. La manera en que

te muerdes el labio inferior te delata. La forma en que tiemblas te delata.

—Tal vez no quiero que me toques.

—Tal vez —estuvo de acuerdo—. Entonces dime que me detenga.

No sólo era el perfume masculino lo que la hacía oh-tan-consciente de ser una

mujer. Era también la seducción en su voz. Hablaba en voz baja, de manera que

nadie más que ella podría oírlo, y la ruda suavidad provocaba escalofríos bailando

por su columna vertebral.

Él movió la mano para poder acariciarle el pómulo. Julia permaneció allí,

fascinada.

El hombre capturó su mirada, como si ella fuera la única mujer en la faz del

planeta. A pesar de sus mejores intenciones para demostrarle que estaba

equivocado, ella dejó caer las manos a sus lados.

—¿Debería continuar, Julia? —Le atrapó la barbilla—. ¿U ofendí tu sensibilidad

feminista con mi intrepidez?

Ninguno de los hombres con los que había estado, habían evocado esta clase de

respuesta de parte de ella. Había tenido sexo antes —un montón de eso— pero

nunca se había sentido así de excitada por algo tan simple. Ellos se habían

enfocado en su propio placer, en vez de en el de ella. La mayoría de sus novios

habían cumplido con el requisito del juego previo, incluyendo invitarla a cenar,

pero ninguno se había tomado tanto tiempo hablando, observando, explorando.

—Eres hermosa, Julia. Me gustaría verte desnuda, indefensa y suplicando, o de

rodillas con tu boca abierta para recibir a mi polla.

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—Te dije que eso nunca sucederá. —Pero… Dios. Sus protestas sonaban vacías,

incluso para sí misma. En verdad, sus palabras la abrumaban, la hacían

estremecerse. Él no estaba, de verdad, diciéndole todas estas cosas a ella, ¿verdad?

Nunca había disfrutado de hacer mamadas, por lo que lo había evitado siempre

que le había sido posible. Pero que el cielo la ayudara, estaba tan excitada.

—No te estoy insultando. Te estoy alentando a abrazar quién eres. No hay

vergüenza en ser una sumisa. De hecho, es muy poderoso. Eres quién siempre está

en el asiento del conductor. Quién siempre lleva el control.

Su corazón palpitaba descontroladamente. Él no podría estar en lo cierto.

—Deseas eso, también. Admítelo.

—No…

Su toque, dominante y convincente, se sintió como si estuviera en todas partes a

la vez. Pasó los dedos sobre su nuca, entonces presionó las palmas en su espalda

para empujarla más cerca. Cumplió con su promesa anterior y enterró la mano en

su pelo. Oyó una serie de suaves clinks cuando los broches cayeron sobre el piso de

madera. Dado que su pelo era una masa rebelde, ella generalmente lo mantenía

recogido o en una cola de caballo. Pero ahora, liberado, cayó sobre sus hombros.

Esta especie de libertad la hizo sentirse ligeramente promiscua, y se inclinó más

cerca de él.

—Esto será consensual. Mañana, no habrá dudas de que fuiste una participante

en lo que sea que suceda esta noche. ¿Entiendes?

La excitación la hacía sentirse drogada. Sentía el enérgico agarre en su pelo.

Sorprendentemente, el dolor sólo expandía el bombardeo en sus sentidos. Ella

quería más.

—Pídemelo, Julia. Pídeme que te bese, que apriete tus pezones, que lo lleve a

cabo aquí mismo en el solárium donde cualquiera pueda ver que te sometes a mí.

Sus palabras la aturdieron. Ella pestañeó, entonces clavó los ojos en él.

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—Pídemelo —repitió—. O dime que te suelte.

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CAPÍTULO 02

Marcus no se había percatado de que había estado conteniendo el aliento hasta

que ella dijo:

—Por favor.

Dios, esta mujer lo embriagaba, atrayéndolo a un nivel carnal. Era alta para una

mujer. La parte superior de su cabeza le llegaba al hombro, lo que significaba que

debía medir al menos un metro setenta. Eso también significaba que era del

tamaño perfecto para calzar debajo de su barbilla y dentro de sus brazos. Él podría,

y quería, protegerla. Podría, y quería, atarla y follarla siempre y cuando ella se lo

pidiera. Generalmente jugaba con mujeres experimentadas que les entusiasmara la

oportunidad de hacer una escena con él. Esta tarde era tan única para él como lo

era para Julia.

Le gustaba lo combativa que ella era, la energía que pulsaba de sus brillantes

ojos azules. Su pelo rubio caía salvajemente sobre sus hombros. Se preguntó si lo

mantenía confinado todo el tiempo. ¿O era más bien como ella, intentando

desesperadamente liberarse? Quería desbastar esa fachada cuidadosamente

construida.

—¿Por favor, qué? —Le preguntó—. Sé específica. Sólo puedo darte lo que

quieres si me lo pides.

—Nunca hice esto antes.

—Comienza ahora. Dime.

—Por favor, quiero que me beses.

Eso fue definitivamente un buen comienzo.

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Enredó el puño en su pelo apretando todavía más y le empujó la cabeza hacia

atrás. Julia abrió los ojos. No estaba seguro si la reacción era por la sorpresa o por

su doloroso agarre. Pero respondió, abriendo los labios para él.

Implacablemente, reclamó su boca, buscando su lengua. Luego de sólo un

momento de duda, ella envolvió los brazos alrededor de su cuello.

La polla de Marcus había estado dura desde el momento en que había puesto las

manos sobre sus hombros en la sala de estar. En todos los años en que había estado

involucrado dentro de la comunidad BDSM, nunca había estado con una novata. Y

el apremio era excitante. Ver su vacilación dejarse vencer por su curiosidad hizo

que deseara empujarla más allá. Quería enviarla a casa esta noche con un

vislumbre de lo que su amiga experimentaba. Julia había estado tan tensa durante

la ceremonia que sentía como una obligación ayudarla a relajarse un poco. ¿Y qué

mejor forma que por medio de un orgasmo?

La atrajo en contra de su cuerpo, las suaves curvas en contra de sus duros

músculos. Era el dueño de una empresa de construcción, por lo general negociaba

acuerdos y trabajaba en la computadora, pero a menudo levantaba un martillo o

ponía sus músculos a trabajar a la par de sus hombres. Prefería el aire libre a estar

dentro de un gimnasio, y un trabajo físico a un conjunto de pesas.

Le aferró el culo con su mano libre y clavó los dedos en su carne.

Ningún hombre se comportaba así la primera vez que conocía a una mujer. Ese

pensamiento lo hizo sentirte feliz de que ésta no fuera una cita. La franqueza que

encontró en las relaciones BDSM fue la primera cosa que le había atraído del estilo

de vida. Si bien había reglas y protocolos, había más honestidad que la que había

experimentado en media docena de años de salir en citas.

Pero todavía tenía todos los riesgos de una relación vainilla. Lo había aprendido

a golpes, con la única mujer que había acollarado… Katarina.

La había amado. Pero en algún momento con el paso de los años, ella había

renunciado a quién era. Había dependido de él para todas sus necesidades

emocionales. Durante el tiempo en que Marcus había estado construyendo su

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negocio, había estado cada vez menos disponible, y eso había conducido al

correspondiente incremento en los ataques de la chica, constantes llamadas

telefónicas, incluso apareciéndose en sitios de trabajo vestida inadecuadamente.

Las reglas que él había impuesto habían sido destinadas para que ella terminara

alardeando.

Había interrumpido una reunión con potenciales inversionistas. Cuando la

había castigado esa noche, se había dado cuenta de lo que estaba ocurriendo. Ella

había aparecido precisamente para llamar su atención e inducirlo a reaccionar. Se

había convertido en una situación desequilibrada e inaceptable que los había

agotado a ambos.

El amor que había sentido por Katarina lo llevó a mantenerla financieramente

durante tres años mientras ella intentaba establecer su vida, pero lo último que

había oído fue que estaba involucrada con un Dom abusivo.

Resueltamente hizo a un lado los recuerdos y profundizó el beso que le estaba

dando a Julia, follándole la boca, dándole una muestra de lo que estaba a punto de

experimentar si continuaba por este camino.

Finalmente se echó ligeramente hacia atrás. Le mordió el labio inferior entonces

apaciguó el escozor con la lengua. Ella no había sido besada de esta manera en el

mundo vainilla, estaba dispuesto a apostar por eso.

—¿Asustada? —Le preguntó.

—No —le dijo, dejando caer los brazos—. No de ti. O de tu demostración

cavernícola. Sólo que no me gustan los hombres dominantes. —Ella parpadeó,

como si estuviera reuniendo sus sentidos.

Valiente pequeña mentirosa.

—O tal vez estás asustada de tu sub interior.

Ella se mofó.

—Créetelo, Señor.

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Él apretó el puño en su pelo y le empujó la cabeza para atrás, manteniéndola

aprisionada y exponiendo la vulnerable columna de su garganta. Movió la mano

de su trasero y apoyó los dedos contra su pulso latiendo frenéticamente. Entonces

se inclinó y suavemente le mordió la clavícula.

—Si te estuviera dando una demostración cavernícola, comenzaría por

desnudarte. —Le desabrochó su botón superior.

Observó la batalla que asoló su rostro. Sin decir una palabra, ella se estiró,

asiéndole las muñecas apretadas. En lugar de detenerlo, esperó, como buscando

reafirmarse. Él chupó uno de los lóbulos dentro de su boca entonces mordió la

carne tierna.

Julia gimió suavemente y no intentó apartarse. La reacción lo complació

inmensamente. Que ella hubiera respondido de esa manera al dolor le hizo

preguntarse si sería posible eventualmente enviarla dentro del subespacio. Como

Dom, para él no había ninguna experiencia más gratificante que darle a una sub el

placer de perderse a sí misma dentro de la experiencia.

Aflojó el agarre en su cabeza, pero no la liberó completamente. Para ser sincero,

le gustaba sujetarla.

—Y entonces te forzaría a ponerte de rodillas con las manos detrás de tu

espalda. Y exigiría tu honestidad. Haznos un favor a ambos, Julia. No mientas. No

te reprimas.

—De acuerdo —le respondió, encontrándose valientemente con su mirada—. En

ese caso, quiero…

—Continúa —le dijo cuándo se interrumpió, la bravuconada evidentemente

acobardándola—. Pídelo. Dime qué quieres.

—Más —admitió.

—¿Más de qué? ¿Más besos? ¿Más tirones de pelo? ¿Qué te desnude?

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—Quiero experimentar sobre lo que estuvimos hablando, pero sólo por esta

noche. Soy estadista. Me gusta comprender cómo se relaciona una cosa con la otra,

y me gustaría ser una amiga mejor para Lana. Pero mañana regresaré a mi normal

vida programada.

—¿Es eso lo que quieres? ¿Una noche sin compromisos posteriores?

—La mayoría de los hombres saltarían de cabeza ante esta oportunidad.

—No soy la mayoría de los hombres —le aseguró.

En sus brazos, ella se estremeció.

—¿Entonces te estás negando?

—No. Jugaré bajo tus reglas, si tú aceptas las mías. Cuéntame tus secretos, Julia,

todos. No escondas nada de mí.

A pesar de que el escarlata manchó sus mejillas, ella continuó encontrándose

con su mirada.

—¿Tu coño está mojado ahora?

—Ag, Marcus. ¿Podrías ser más directo?

—Amo Marcus —la corrigió—. No voy a andarme con rodeos. Ya que sólo

tenemos esta noche, no tenemos el tiempo ni la energía para la prevaricación. —

Bajó su voz un poco, asegurándose que ella oyera tanto la seducción como así

también la orden en su tono—. Responde a mi pregunta o lo averiguaré por mí

mismo.

Ella apretó las manos alrededor de sus muñecas.

—Puedes tomarme la palabra en esto. Estoy más excitada que lo que llego a

estarlo usualmente incluso mientras estoy teniendo sexo.

La admisión alimentó su ego e impulsó su determinación de regalarle una

experiencia que ella nunca olvidaría.

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—Me gustó ese poquito de dolor. Nunca pensé que lo haría. Y… —Hizo una

pausa—. Creo que me gustaría eso de que pellizcaras mis pezones.

Su intrepidez lo asombró. Había anticipado que ella podría pedir un segundo

beso. Esto era considerablemente más de lo que había esperado.

—A mí también me gustaría. Desabotónate el resto de la blusa, Julia.

Lentamente ella soltó sus muñecas y dio un paso atrás. Él la sostenía de los

hombros, manteniéndola equilibrada.

Ella lo contempló, y Marcus se sintió tentado de comprometerse a desnudarla.

Pero mantuvo su resolución.

—Te dije que sin duda esto sería consensual. Me gustaría jugar con tus pezones,

para hacerte gritar. Quiero amasar tus pechos y sujetarlos. Y si tú quieres eso

también, desabotónate la blusa.

Ella juntó las cejas con una aparente indecisión.

Él se cruzó de brazos. Y en silencio, esperó. Más de una década atrás, Damien lo

había instruido dentro del BDSM. Marcus había aprendido cuándo ser paciente y

cuándo empujar a sus sumisas. Julia podría no ser una sub, ni suya, pero sabía que

necesitaba esperar a que actuara. Cuando en realidad todo lo que quería era

desgarrar las ropas de ella, exponiendo su cuerpo ante él.

Ella dejó caer la mirada al piso. Si sólo fuera consciente de lo sumisa que estaba

comportándose intuitivamente…

Julia se quitó la blusa de dentro de su falda y desabrochó el botón más bajo. Sus

dedos temblando ligeramente. Cuando se movió más arriba, el temblor se volvió

más pronunciado.

Se moría por empujarle las manos a un lado y terminar el trabajo por sí mismo.

En lugar de eso permaneció allí, la dulzura de la anticipación haciendo que su

sangre zumbara. Vio el color cremoso de su piel y la delicadeza de su clavícula.

Con su pelo rubio cayendo con un salvaje abandono y su camisa abierta revelando

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el blanco crudo de su sostén de encajes, ella era feminidad y seducción en un

hermoso paquete.

—Mírame.

Su boca estaba ligeramente abierta y su pecho subía y bajaba frenéticamente,

pero siguió sus instrucciones.

—Eres absolutamente preciosa, Julia.

Ella separó la seda y luego la dejó caer de sus hombros.

Él extendió una mano, y la chica obedientemente colgó la blusa de su dedo

índice.

—Aprecio tu confianza —le dijo—. Y te doy mi palabra de que nada ocurrirá a

menos que lo pidas o accedas a ello por adelantado. ¿Comprendido?

Ella asintió con la cabeza.

—¿Estás bien?

—Estoy nerviosa —admitió.

—Te hablé más temprano de una palabra de seguridad. A algunas subs les gusta

usar un código de rojo, amarillo y verde. Verde significa que todo está bien,

amarillo quiere decir que necesitas hablar o ir un poco más lento. Rojo detiene todo

inmediatamente. Es tu decisión. Puedes elegir una palabra de seguridad, o

podemos usar los colores.

—¿Qué color sería para nerviosa?

—Es tu elección —le dijo—. Si necesitas hablar, entonces sería amarillo. Podrías

sentirte nerviosa pero todavía querer seguir adelante. En ese caso dirías verde,

pero no hay vergüenza en admitir tus sentimientos. De hecho, Julia, preferiría que

me dijeras cómo te sientes en cada paso del camino. Esa es la única forma en que

puedo estar seguro de que estás disfrutando de la experiencia. En pocas palabras,

de eso se trata.

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—No estoy segura de seguirte.

—No hay motivos, nunca, para participar de cualquier cosa que tenga que ver

con el BDSM a menos que te guste la experiencia. Cabe añadir a una vida ya feliz.

No debería ser un sustituto para eso.

Él raras veces había tenido esta clase de discusión, y nunca cuando una atractiva

mujer estaba parada frente a él sin su blusa. No obstante, nunca había estado con

una estadista antes. Tal vez debería hacerla vestirse, por su propio bien, más que

por el de ella.

—Esto abarca muchas cosas. Algunas personas están metidas en el bondage,

incluyendo el arte de las cuerdas, y no lo llevan más allá. Algunos subs están

metidos en el dolor, y harán casi cualquier cosa para sentir la furia de su Dom. Por

el otro lado, algunos Doms son sádicos y sólo disfrutan de esgrimir un implemento

de dolor. Algunos subs prefieren vivir una vida de servicio, similar a la de un

esclavo. Algunas parejas son proclives a las nalgadas, otras al erotismo o castigos

más extremos. Y todavía hay otras personas que se sienten atraídas por las escenas

ocasionales que pueden o no incluir sexo.

—¿Dónde caes tú en todo ese espectro?

—Tuve un par de relaciones comprometidas que implicaron Dominancia y

sumisión. La más reciente fue una disposición veinticuatro siete dentro del estilo

de vida. Y no, ya no estoy comprometido. —Sospechó que ella podría averiguar

mucho acerca de él con sólo preguntar alrededor de la Guarida. Algunas personas

habían hecho del chismerío una forma de arte—. Actualmente tengo algunas

compañeras de juego, sin compromisos.

—¿Y ninguna relación fuera del mundo BDSM?

—No estoy interesado —respondió.

—Te gusta estar a cargo, tener el control.

—Podría decirse eso.

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—Y eso complica las relaciones regulares.

—¿Por regular, supongo que te refieres a vainilla?

Ella asintió con la cabeza.

—Me he dado cuenta de que es imposible para mí. Me gusta el protocolo en una

relación D/s. Hay reglas, junto con consecuencias si no se cumplen. Me gusta atar a

una sub y someterla a zurradas eróticas. Mientras no soy un sádico, me doy cuenta

de que una sub a menudo vive una experiencia más poderosa con un poquito de

dolor, como ya experimentaste. Dicho esto, voy a necesitar que uses una palabra de

seguridad si hay algo con lo que no puedes tratar. ¿Elegiste alguna?

—Me gustaría usar los colores. —Se mordió el labio inferior.

Estar con una mujer en su primera y vacilante introducción al estilo de vida era

algo completamente excitante.

—En ese caso, quítate el sostén.

—Estamos delante de una ventana.

—Así es. Preferiría no cerrar las persianas dado que la casa está rodeada por

unas quinientas hectáreas de arboledas. Sólo los invitados a la boda están en la

propiedad. Y cualquiera que estuviera afuera con este clima estaría concentrado en

permanecer caliente. Por otra parte, tendrían una preciosa imagen a la vista si te

vieran —Hizo una pausa, entonces añadió—. Si tu modestia lo exige, cerraré las

persianas.

—¿Siempre eres tan complaciente y razonable?

—De ningún modo. —Se preguntó, durante el siguiente medio minuto, si ella

iba a arrebatarle la blusa de la punta de su dedo. Lo miró, miró hacia afuera de la

ventana, cruzó y descruzó los brazos. Finalmente, con resolución, inclinó la cabeza

y se encontró con sus ojos, se estiró hacia atrás y desabrochó su sostén.

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—Muy bien —le dijo, tomando el trozo de encajes de ella—. Tienes unos pechos

y pezones preciosos. —Eran unos apretados brotes rosados, y él no podía esperar

para verlos más duros y, más tarde, apartados de su cuerpo cuándo tirara de las

pinzas que tenía la intención de colocar en esas puntas.

Apoyó sus prendas descartadas sobre el respaldar de una silla y entonces la

enfrentó para ordenarle,

—Por favor, pellízcate los pezones.

—Pensé que tú ibas a hacer eso.

—Al voyeur en mí le gusta observar. —Acentuando su tono, añadió—. Al Dom

en mí le gusta que se sigan mis órdenes.

Un hermoso rojo inundó sus mejillas otra vez. Claramente esta mujer no había

tenido muchas experiencias sexuales de esta naturaleza. Hombres idiotas. ¿Qué podía

ser mejor que llevar a una mujer a la cumbre de su sensualidad, dejándola explorar, y

disfrutando de su descubrimiento?

Ella chupó su labio inferior entre sus dientes, echó un vistazo alrededor del

cuarto, entonces miró por la ventana. En el futuro, descubriría que él normalmente

no tenía tanta paciencia. Así las cosas, sus reservas estaban decayendo. Quería

jugar con ella, y quería ver sus respuestas.

Devolviéndole la mirada, Julia aferró sus pezones y apretó suavemente.

—Gracias —le dijo—. Ahora apriételos otra vez.

Ella cerró los ojos e hizo eso.

—Más duro.

Julia abrió los ojos. Lo miró levantando las cejas.

—Muéstrame —lo incitó.

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Sus palabras lo sorprendieron. No lo había expresado como una pregunta, sino

más bien a modo de petición. En un instante había pasado de la timidez a la

pretensión. Su polla respondió. Sexy pequeña sub.

—Así… —le apartó los dedos—. Ahora, coloca las manos en la parte baja de tu

espalda —Después que ella accedió, él agregó—, mantenlas allí, ¿a menos que

quieras que las ate?

—Uh… no. Gracias. Estoy bien.

—Más tarde, la respuesta correcta será, como a usted le complazca, Señor.

—¿Quieres que te llame Señor?

Sonaba conmocionada. Pero él no se compadeció.

—Durante una escena, sí. Es un recordatorio de las reglas. No insistiré en que lo

uses todo el tiempo, pero preferiría que lo hicieras. —Le gustaba la forma en que

ella estaba enfocada únicamente en él, ya sin mirar por la ventana ni disparar

ojeadas nerviosas hacia la entrada del solárium—. Tira tus hombros hacia atrás,

Julia, y empuja tu pecho hacia mí.

Durante breves segundos, ella vaciló. Marcus esperó. Entonces lentamente

enderezó la postura, ofreciéndose a él.

—Empezaré despacio —le dijo—. Y te estoy ofreciendo una última oportunidad

para atarte las manos.

—Lo dices como si fuera una gentileza.

—Lo sería. No hacer lo que digo hará que te ganes un castigo.

—Las mantendré en el lugar.

—Puedes lamentar esa decisión.

—Correré el riesgo.

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Él asintió con la cabeza entonces ahuecó sus pechos, cerrando las manos

alrededor de su firme carne.

—Sigue respirando —la instruyó—. Estás tentada a contener el aliento, pero es

más fácil de manejar emocional, mental y físicamente si te acuerdas de respirar.

Ella asintió con la cabeza.

Marcus apretó por un momento, entonces rozó los pulgares a través de sus

pezones, volviéndolos aún más duros.

La soltó, se aseguró que tomara un par de inhalaciones, entonces repitió lo que

había hecho, esta vez sujetándola un poco más de tiempo, sumando más presión,

luego raspando sus pezones.

Sus rodillas se combaron.

—¿Esto es demasiado?

Ella respiró hondo.

—Verde —dijo.

—Me fascinas, Julia. —Esta vez agarró a cada pezón entre sus pulgares e

índices, estudiando sus reacciones mientras inexorablemente apretaba la presión.

Ella cerró los ojos y separó los labios. Se contoneó hacia él.

Pellizcó más duro y la mujer gimió con una respuesta perfecta. Entonces estiró

sus pezones, distendiéndolos de su cuerpo.

—Oh.

No había pensado que ella pudiera tomar tanto. Estudió su semblante,

observando cuidadosamente la expresión que indicaría un dolor real en vez del

exquisito placer. Había una línea, lo sabía, y no la cruzaría.

Ella gritó y se agarró de sus antebrazos.

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Obviamente abrumada por la sensación lo suficiente como para olvidar sus

reglas. Eso iba a conducirla a su primer castigo. Continuó con la presión por

algunos segundos más antes de ir retrocediendo con diminutos incrementos.

Liberándola de su agarre de forma inmediata le habría causado otra capa de dolor

que no estaba seguro de que estuviera preparada para soportar.

—¿Cómo estás?

—Yo… Eso fue… —Pestañeó un par de veces, entonces se enfocó en él—. Nunca

había sentido nada así.

—¿Eso es bueno?

—Muy bueno.

—¿Y tu coño? ¿Está más mojado que antes?

Bajó la vista al piso. Él sabía que no era por respeto, sino más bien para encubrir

su timidez.

—Muéstrame —le ordenó.

—¿Hablas en serio? —No había ofensa en su voz… más bien parecía aturdida

por su petición.

—Quiero decir todo lo que digo, Julia. Quiero que te quites los zapatos y tu ropa

interior, y quiero que te levantes la falda y me muestres tu coño. Muéstrame lo

mojada que estás.

—Yo… ¿necesitas ser tan vulgar?

—No considero que eso sea vulgar —le aclaró—. No utilizo un lenguaje florido,

y no pediré disculpas si te ofende. Encuentro que ser directo nos evita un montón

de estupideces. Además, espero que hables de la misma forma. Ahora… —asintió

con la cabeza en dirección a ella—. Si eres tan amable.

Ella vaciló sólo un momento antes de quitarse uno de sus tacones de charol. Él le

ofreció la mano para ayudarla a equilibrarse. Sin mirarlo, Julia aceptó su apoyo.

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Incluso sin zapatos, era una mujer alta. Lo miró, sus ojos grandes como si

estuviera esperando que él cambiara de idea con respecto a que se quitara la ropa

interior. Marcus disparó una mirada a su pelvis.

—Continúa.

Después de soltarle la mano, ella se estiró debajo de su falda y se quitó las

medias. Marcus estaba deseando tocar su piel desnuda, por todas partes.

Extendió la mano, y ella, sin decir una palabra, le ofreció las medias.

Bella, adorable y confiada sub. Sus bragas eran de algodón, blancas para hacer

juego con su sostén.

—No esperaba tener que mostrarle a un hombre mi ropa interior —admitió,

sonando apologética.

—Me alegro. —Él sostuvo su ropa interior mientras ella se estiraba hasta el

ruedo de su falda.

Como si estuviera llevando a cabo un striptease, se tomó su tiempo para revelar

sus muslos, entonces su coño. Su vello púbico estaba agradablemente recortado,

pero si jugara con él, le pediría que se afeitara completamente. Una vez que

estuviera desnuda, decidiría si la dejaría o no dejarlo crecer de nuevo.

—Levanta tu falda más arriba.

Ella estaba furiosamente ruborizada, pero accedió.

—Abre las piernas un poco más e inclina la pelvis otro poquito más hacia

adelante. Muéstrame ese coño necesitado.

Él oía los pesados sonidos de su respiración. Julia no tenía que decirle que

estaba fuera de su zona de comodidad. Le gustaba eso. A excepción del apretado

material alrededor de su cintura, ella estaba desnuda.

—Realmente eres preciosa, Julia. Cuando juguemos en el futuro, puedo

mantenerte completamente desnuda todo el tiempo.

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—Sólo estoy experimentando durante esta noche.

Si la tratara bien, si fuera digno como Dom, haría que su iniciación fuera tan

memorable que ella saldría a buscarlo. Apoyó las medias y las bragas, y se movió

más cerca.

—Tócate tu coño, entonces muéstreme la humedad. —Cuándo vaciló, él

continuó—. ¿Asumo que estás mojada?

Ella asintió con la cabeza.

—Entonces pruébalo. —Maldita sea, le gustaba cómo ella vacilaba. Era todo un

estudio de contradicciones. Independiente e indecisa.

Julia frotó tres de sus dedos entre sus piernas antes de levantar su mano, a pesar

de apartar la mirada al hacerlo.

—Los ojos sobre mí —le ordenó.

Después que ella accedió, Marcus le atrapó la mano. Deliberadamente, saboreó

los jugos en las puntas de sus dedos. Almizclado. Sexy.

—Oh, Dios —dijo ella—. No puedo creer que hicieras eso.

—Vamos a hacer mucho más. —Le soltó la mano—. Quiero que juegues con tus

pezones otra vez.

Ella juntó sus pechos y respingó.

—Están sensibles —dijo cuándo los apretó—. Por ti.

Sus pezones se habían endurecido al momento en que ella los había tocado. Su

cuerpo era tan receptivo como él había esperado.

—No tienes idea de lo hermosa que te ves —le dijo. Desmesuradamente

agradecido con ella, añadió—. Ahora pídeme que toque tu coño. Dime lo que

quieres.

Ella frunció el ceño. Hizo una mueca.

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—Admitiste que eres una mujer moderna. Lo que significa que tienes derecho

de pedir cualquier cosa que desees.

—Tócame —dijo.

—¿Dónde?

—En mi coño. Frótame el clítoris.

—Qué ansiosa —le dijo en contra de su oído—. Haré cualquier cosa para

satisfacerte. —Deslizó su dedo índice entre sus pliegues resbaladizos—. Estás

caliente.

Ella se arqueó hacia él, silenciosamente buscando más.

—¿Qué parte te calentó más? ¿El hecho de estar prácticamente desnuda en el

solárium de Damien? —Lentamente comenzó a jugar con su coño—. ¿O fue por el

pequeño deje de dolor cuando te tiré del pelo o pellizqué tus pezones? ¿O el hecho

de tener mi mano entre tus piernas mientras desvergonzadamente me estás

follando?

—¡No lo estoy haciendo!

—Lo haces, y lo aprecio lo suficiente como para recompensarte por eso.

—Por favor…

—Adoro la manera en que imploras, pequeña sub.

—No soy una sub.

—Esta noche, lo eres.

—Sólo esta noche —le advirtió. Movía las caderas a ritmo con los movimientos

de Marcus. Entonces envolvió una mano alrededor del cuello masculino.

—Fuiste informada más temprano que debías mantener las manos en la parte

baja de tu espalda —le recordó—. En el futuro voy a atarte. Por esta noche, sólo

serás castigada.

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—¡Marcus!

—Mis órdenes no son una petición —le aclaró, cesando sus movimientos.

Esperó unos treinta segundos hasta que ella adoptó la posición apropiada antes

de reanudar las caricias. Entonces se estiró detrás de ella, asegurándole ambas

muñecas con una de sus manos, ofreciéndole una muestra de lo que podría esperar

cuando jugaran otra vez.

—Oh… Quiero correrme —dijo, sonando algo sorprendida por la admisión.

—Todavía no —le respondió—. Piensa en lo que voy a hacerte y en cuánto me

gusta tocarte. Piensa en cualquier cosa menos en el poderoso orgasmo que voy a

darte. Voy a deslizar un dedo dentro de tu caliente coño.

Ella se elevó sobre sus puntas del pie.

Marcus entró en ella, entonces lamió la columna de su garganta, mordiendo

cerca de su clavícula.

Haciéndola gemir.

Sacó el dedo, y volvió a introducirlo, sumando un segundo.

—Tan bueno —murmuró Julia.

La atormentó implacablemente, sintiendo la humedad de su coño. Estaba más

excitada que lo que él había imaginado que podría llegar a estarlo, y eso lo deleitó.

—Quiero correrme —dijo otra vez, aplastando los dedos en el piso de madera.

—Quiero correrme, Señor —la corrigió. Movió la mano más rápido, intentando

conducirla dentro de un frenesí sensual. Con su agarre, la atrajo un poco más cerca

de sí.

—Quiero correrme, Señor —repitió.

—Por favor —la incitó.

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—Señor, quiero correrme. Por favor.

Ella estaba retorciéndose desesperadamente, complaciéndolo con el aroma y la

humedad de su excitación.

—¿Por favor? ¡Por favor, por favor, por favor!

Marcus encontró su punto G. La folló duro con su dedo.

—Ahora —le ordenó.

—¡Oh, Dios mío! —gritó Julia.

—Esa es una buena chica —murmuró en contra de su oído mientras ella

montaba la cruda carnalidad de su orgasmo—. Eres una sumisa sexy. Me has

complacido enormemente.

Durante varios minutos, la apaciguó con su toque y sus besos. Frotando su piel

húmeda. Cuando dejó de estremecerse, la abrazó, acomodándole la cabeza debajo

de su barbilla. Los sentimientos protectores tomaron el control de Marcus, y la

condujo hacia el sofá. Se sentó y la ubicó sobre su regazo, entonces la envolvió con

una manta mullida.

Ella permaneció arropada allí más tiempo del que él había pensado que lo haría.

Le gustaba tenerla allí, inhalando el perfume de su champú —alguna suerte de

preparado floral— y sintiendo su calor contra él.

Cuando ella comenzó a apartarse, mirando el piso en busca de sus ropas, él

puso una mano sobre su cabeza y se la inclinó hacia atrás.

—Aún no he terminado realmente contigo.

—¿Ah?

Maldición, ella estaba tan atractiva, con los ojos muy abiertos, expectante,

ligeramente aprensiva, pero con un dejo de rebelión, todo eso en una sola palabra.

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—Está la cuestión de tu castigo. Y dado que es tu primera vez, te dejaré escoger

el implemento.

Ella pestañeó.

—Recibiste instrucciones de mantener las manos a tus espaldas —le recordó.

—Pero…

—Te pregunté si comprendías las reglas. Dijiste que sí.

Ella hizo esa cosa excitante con su labio inferior otra vez.

—Sí, así es.

—Incluso te di una segunda oportunidad de atarte.

—Marcus… Yo… No pude evitarlo.

Él inclinó la cabeza a un lado y vio a la frenética mariposa de su pulso

palpitando en su cuello.

—Pensé que iba a perder el equilibrio cuando tiraste de mis pezones tan duro.

—Esperó mientras ella titubeaba—. El dolor fue intenso. Nunca había sentido nada

así antes. Yo… necesité sostenerme de ti.

—Podrías haberlo mencionado. Podrías haber dicho la palabra amarillo y

pedirme que fuera más despacio. Podrías haberme pedido que te atase.

—Apenas podía pensar —protestó.

—Ah. ¿Y piensas que tus excusas deberían libertarte del castigo?

Ella respiró profundamente.

Marcus sabía que estaban en un punto álgido. La forma en que procedieran a

partir de aquí definiría las cosas. Ella todavía podría usar una palabra de

seguridad para terminar la noche. O podría aceptar su castigo junto con su

dominancia.

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Él no lo admitiría en voz alta, pero su respuesta era sumamente importante.

—¿Bien, sub? —La abrazó más cerca—. ¿Cuál será?

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CAPÍTULO 03

Julia tenía pensamientos encontrados.

Deseaba a este hombre, para experimentar todo lo que él tenía para ofrecer. Y

todavía hacer eso entraba en conflicto con la promesa que se había hecho a sí

misma.

Disfrutó de lo que acababan de hacer, y le encantó la manera en que la confortó,

manteniéndola caliente y segura. Estar en sus brazos se sentía natural.

Después de su última relación con un arrogante fanfarrón sabelotodo, había

jurado que sólo se relacionaría con hombres amables, complacientes y sencillos. Y

aquí estaba, sentada en el regazo de un hombre alto, ancho y robusto que aducía

ser un Dominante. ¿Aducía? ¿Qué estaba pensando? No había ninguna aducción

sobre ese hecho. Este hombre era un Dominante. Resonaba en cada palabra y cada

uno de sus actos. Esperaba obediencia, y ya la había empujado más allá de donde

había llegado con cualquier otro hombre. Y, peor todavía, ella estaba acurrucada

en su contra, buscando su calor y la comodidad de sus brazos.

Desde el momento en que Lana se había quitado su vestido de novia para

arrodillarse delante de su novio, Julia se había sentido como si hubiera caído

dentro de una realidad alternativa. Estaba en el solárium de un desconocido, casi

desnuda, mientras Marcus Cavendish la acunaba, todavía llevando puestas todas

sus ropas, chaqueta de cuero incluida, e insistiendo en que ella se había ganado un

castigo.

Maldita sea, él tenía razón. Le había preguntado explícitamente si quería estar

atada. Había dicho que habría consecuencias si no seguía sus instrucciones.

Incluso ahora, sabía que podía usar una palabra de seguridad. Podría vestirse,

tomar su abrigo y cartera, y conducir de regreso a Denver. Pero, maldición, todavía

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estaba tentada de ver hasta dónde la conduciría el resto de la noche, incluso si eso

incluía ese castigo. Entonces admitió la verdad para sí misma. Quería quedarse,

especialmente si el resto de la noche incluía un castigo.

El poquito de dolor cuando él le había tirado el pelo y pellizcado sus pezones la

había hecho mojarse. El orgasmo que le había hecho experimentar la había dejado

rota. Nunca se había desarmado tanto antes. Y todavía él era todo lo que ella no

debería querer en un hombre.

Se apartó un poco e inclinó la cabeza para poder mirarlo.

Él continuaba contemplándola pacientemente, esperando su permiso para

seguir adelante.

Antes de que expresara su decisión, Lana y Ben entraron al solárium. Julia

quería que se la tragara la tierra. Con el montón de sus ropas descartadas, era

obvio lo que habían estado haciendo.

Marcus se hizo cargo de la situación, dejándola en el sofá mientras él se ponía de

pie para acercarse a saludar a Ben.

—¡Julia! Me alegro tanto que vinieras. Y estoy doblemente feliz de que te

quedaras —le dijo Lana.

Su sonrisa era amplia, y Julia se dio cuenta de que Marcus había estado en lo

cierto. Lana se había arriesgado al invitarla a su boda. Había confiado en Julia en

cierto modo como no había confiado en ninguna de sus otras amigas.

—Veo que conociste al Amo Marcus —dijo Lana, uniéndose a ella en el sofá.

—Yo…

—Estuve suministrándole a Julia una introducción en nuestro estilo de vida —

dijo Marcus, ahorrándole el dolor de la admisión.

—Me alegro que seas tú. Gracias por acogerla bajo tu ala —respondió Lana.

Entonces miró a Julia y añadió—, parece que has sobrevivido a eso.

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—Me hubiera gustado si me hubieses dado un poco más que una advertencia

sobre lo que podía esperar.

Mientras Marcus felicitaba a Ben estrechándole la mano, Lana respondió:

—Perdóname por eso. Lo intenté, pero, honestamente, no supe qué decir.

Supuse que intentarías salvarme o rescatarme, o que al menos ibas a sentirte en la

obligación de intentar hacerme cambiar de opinión. En el mejor de los casos,

imaginé que te preocuparías. En el peor, temí que directamente no vinieras.

—¿De verdad soy tan criticona?

—No es eso lo que estoy diciendo. Sólo que para los de afuera es difícil

comprender la complejidad de este estilo de vida. Si la situación hubiera sido a la

inversa, no estoy segura si hubiera entendido. De cualquier manera, me alegro que

el Amo Marcus y tú hayan congeniado.

—Estoy un poco abrumada, para ser honesta.

—Por supuesto que sí. Yo también lo estuve cuándo conocí a Ben. No sabía que

él estaba en el BDSM, y me llevó mucho tiempo aceptar ese hecho, y luego adoptar

el estilo de vida.

—Obviamente lo hiciste.

—Ben fue comprensivo y maravilloso. Esto me completa. —Lana asintió con la

cabeza—. Soy más feliz de lo que nunca creí posible. Ben es mi compañero en

todos los sentidos. Encontré cosas en esta relación que ni siquiera sabía que me las

había estado perdiendo.

—¿Cómo qué?

—La sensación de seguridad que proviene de hablar hasta de la más íntima de

las cosas. Ben no me deja que me escape de nada.

—¿Te castiga? —Le preguntó Julia, extrañamente obsesionada con eso.

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—Sí. Eso no ocurre a menudo, sin embargo. Hablamos de un montón de cosas, y

acordamos las reglas de nuestra relación de antemano. Todo está negociado y

discutido. Si elijo romper las reglas, es mi elección. Él no decide arbitrariamente

que me porté mal para impartir un castigo. —Disparó una rápida mirada hacia

donde estaban los hombres de pie, como si quisiera asegurarse de que estaban

involucrados en su propia conversación antes de susurrar—. Y a veces me porto

mal a propósito.

—¿En serio?

—Se conoce como ser traviesa. Ben a veces me da el gusto, pero en ocasiones

tengo que escuchar una conferencia acerca de pedir lo que quiero. —Hizo rodar los

ojos—. Y esas veces, termina mandándome a la cama sin un orgasmo.

—Es un bestia —bromeó Julia.

—En verdad es un castigo peor que una buena zurrada y zanjar el tema. —

Suspiró—. Hay muchos aspectos en una relación física con un Dom. Algunos no

incluyen castigos. Algunos Doms y subs no están metidos en eso para nada, están

más con la cosa de la servidumbre. Algunas personas están metidas en

masoquismo y sadismo. Todavía hay otros abocados simplemente a las ataduras,

como el bondage. Hay todo un arte en eso, para que sepas. Francamente no tengo

paciencia para eso. No sé. A algunas personas les gusta sólo tener escenas

ocasionales, y, aparte de eso, tienen una relación normal, ya sabes, como Annie y

Sam.

Annie era una de sus amigas que había compartido historias pervertidas en el

Happy hour5. Tal vez en la próxima reunión, Julia también tuviera algo para

compartir.

—En realidad no hablo demasiado sobre esto con los amigos del mundo

vainilla, pero Ben y yo tenemos una relación veinticuatro siete. Así es la relación,

no algo anexo a ella. Tenemos alguna suerte de interacción física todos los días. Me

5 Happy hour es el horario donde los bares ofrecen promociones de bebidas. En la mayoría de los

países se adoptó el término en inglés, también puede conocerse como “Hora feliz” u “Hora azul”.

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encanta recibir zurras… me corro con ellas. Desde que conocí a Ben, tengo docenas

de orgasmos. Siento como si ahora pudiera escribir artículos para las revistas. —

Movió la mirada en dirección a su reciente marido. Incluso aunque él estaba de

espaldas a ellas, Lana sonrió.

Julia nunca había tenido esa experiencia con un hombre, ni siquiera en la

primera etapa alocada de una relación. Aunque sólo sea por una noche, le gustaría

ser tan feliz. Se había pasado la vida trabajando duro, estableciendo metas y

esforzándose fervientemente para lograrlas. Toda su vida era una lista de tareas.

Estaba inquieta e insatisfecha. O lo había estado, hasta esta noche. Ahora estaba

incluso más inquieta, pero ya no insatisfecha.

—Hablaremos más de este tema cuando regrese. Honestamente, sin embargo,

no estoy segura de dónde encaja el Amo Marcus en todo esto. Pero sé que él es

muy abierto a las discusiones.

—Él considera que sus órdenes deben obedecerse, e impartir castigos en caso

contrario.

—Oh. —Lana la estudió—. ¿Ya aprendiste todo eso?

Cuando Julia no respondió, Lana se volvió un poco para poder hablar algo más

reservadamente, y le dijo,

—Confío en el Amo Marcus implícitamente. Él y Ben son viejos amigos. Pero,

además de eso, hice una escena con él hace algunos meses.

Julia no supo qué decir.

—Él esgrime un perverso tawse. No es algo que mi Amo use habitualmente.

Obviamente notando la manera en que ella entrecerró los ojos con confusión,

Lana continuó:

—No es inusitado que algunos Doms tengan un implemento particular que

prefieran usar. El Amo Marcus fabrica su propios tawses. Me dijo que uno tiene que

ser muy deliberado con la forma en que lo utiliza. Seré honesta, realmente no

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estaba escuchando en ese momento. Sólo quería sentirlo, no oír hablar sobre él. —

Lana hizo alarde de rodar los ojos, después de comprobar que ninguno de los

hombres estuviera viéndola—. Es algo relacionado a cómo lo sostienes y lo meces.

Todo lo que sé es que es fuerte, y él le presta mucha atención al lugar donde lo

dirige y el tiempo que se toma. Él es… no encuentro una palabra apropiada. Tal

vez podría decirse que es controlado.

—¿Ben permitió que ocurriera esto?

—Él estuvo allí todo el tiempo —dijo Lana, abanicándose—. ¿Y el sexo que

tuvimos esa noche cuando volvimos a casa y vio lo rojo que estaba mi culo debido

a los azotes que me había dado otro hombre? Mierda, eso fue caliente.

Lana la tomó de la mano. Julia deseó llevar puesto algo más que su falda debajo

de la manta, pero a Lana no pareció importarle nada de eso.

Disparó una mirada hacia los dos hombres.

—El Amo Marcus… es guapo, ¿no crees?

—Si te gustan los hombres robustos y rudos.

—A ti podría gustarte. Más de lo que crees. ¿Especialmente después de… cómo

se llamaba? Oh, sí, Jason el Idiota. Era un monstruo, Jules. Aparentaba ser un tipo

dulce, pero en realidad sólo era un fanático del control. Eso es completamente

diferente a… —Lana agitó una mano alrededor— esto. Si estás tentada, vive un

poco. Estás en una fiesta, diviértete. Es completamente seguro. Y nunca he visto al

Amo Marcus con la misma mujer dos veces. Por lo que no parece como si estuviera

buscando una relación, tampoco. ¿Así que cuál es el riesgo? No te reprimas. —

Exhaló dramáticamente—. Ambas sabemos que eres tu censora más severa.

Había mucha verdad en esa declaración.

—Podrías darte cuenta que no estás hecha para esto, pero nunca lo sabrás si no

lo intentas.

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Ese había sido su lema en la universidad. Así fue cómo se habían convencido

una a la otra para hacer alpinismo, paracaidismo, subirse a una vertiginosa

montaña rusa, incluso alquilar motos de nieve y construir un iglú improvisado

para protegerse del clima mientras bebían café irlandés.

—Deja de lamentarte por Jason el Idiota.

Ella enderezó los hombros.

—Ya lo superé, ¿recuerdas? Estoy de vuelta en el mundo. Empecé a tener citas

otra vez.

—Oh, sí. ¿Cómo se llamaba? ¿Harvey el Peludo?

—Deja de ser tan maldita —le dijo, pero no pudo evitar sonreír.

—Pasaste de un extremo a otro.

—Sólo estoy siendo cautelosa —insistió Julia—. No hay nada malo en salir con

un hombre educado para variar.

—Es como conformarse con un arroz con leche cuando podrías comer pastel de

chocolate.

—El pastel de chocolate puede ser demasiado pesado.

Lana, con el conocimiento cosechado durante tantos años de amistad, dijo:

—Ajá. ¡No puedo esperar para oír lo que tendrás para contar en nuestro

próximo Happy hour!

—Saludemos al resto de nuestros invitados —dijo Ben, interrumpiéndolas—.

Después de eso quiero que nos vayamos de aquí a nuestra luna de miel.

—¡Sí, Señor! —Dijo Lana.

Apretó la mano de Julia con fuerza, entonces la dejó caer.

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—Felicitaciones por la boda —les dijo Julia—. Espero que sean muy felices

juntos.

—Y por el acollaramiento de Lana —agregó Marcus.

Lana pasó los dedos por el pequeño corazón que colgaba del anillo.

—Todavía no puedo creer que sea real.

Ben ayudó a su novia a levantarse del sofá, entonces apoyó una mano en la

parte baja de su espalda y la condujo a través del cuarto.

—¿Te convenció de que no somos todos monstruos? —Le preguntó Marcus

cuándo quedaron solos.

—Dijo que ustedes dos habían jugado juntos.

—Es cierto, hace algunos meses. Ella sentía curiosidad por estar con otros Doms,

y Ben nunca había utilizado un tawse, así que hizo los arreglos para la escena. Fue

aquí, en esta casa. Damien y Ben supervisaron.

—No creo que quisiera jugar con algún otro.

—Como tu Dom, esa sería mi elección, pero tomaría tus deseos muy en serio. A

menos que uses una palabra de seguridad.

Ella lo miró y se estremeció, incluso a pesar de que la casa estaba caliente.

—También me dijo que nunca te vio con la misma mujer dos veces.

—¿Te dijo con qué promedio terminé la universidad? Tendré que hablar con

Ben acerca de la propensión a los chismes de su mujer.

Ella lo agarró del antebrazo. Se quedó desconcertada al notar lo fuerte e

inmutable que lo sintió.

—Es culpa mía. Por favor no culpes a Lana.

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—No lo dije en serio. Ella estaba tratando de ser una buena amiga. Para que te

quedes tranquila, soy soltero. No tengo una sub particular con la que juego todo el

tiempo, y tengo la intención de seguir de esa manera. ¿Eso es un problema para ti?

—Lo prefiero así —le respondió. Aunque la idea de alguien tan abrumador en

su vida era formidable.

—¿Te gustaría ver la mazmorra?

A Julia le gustaría ser tan segura como Lana. En lugar de eso, los nervios se

abrieron paso por su cuerpo.

—Podemos irnos de allí cuando quieras.

—¿Y mi ropa?

—Puede quedarse aquí. Te dije que te quería desnuda.

Ella arrastró la manta apretándola más alrededor de sus hombros.

—Eso se queda, también.

—¿No puedes mostrar un poco de misericordia?

—¿De verdad te gustaría así? —Antagonizó él.

¿Le gustaría? ¿O quería vivir esta nueva experiencia? Finalmente, expresó la

dolorosa admisión.

—No me siento cómoda caminando desnuda, ni siquiera en mi dormitorio.

—El BDSM se basa en liberarse de los pretextos. Te quiero completamente

expuesta. Y créeme, sub, no tienes nada que esconder.

Ella le había dicho la verdad. En el vestuario del gimnasio, se vestía debajo de

una toalla. En casa, salía de la ducha dentro de una bata. Nunca había pensado que

su cuerpo fuera de lo mejor. ¿Y caminar por una casa desnuda con un completo

extraño? Por otra parte, nunca volvería a ver a estas personas otra vez…

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Sierra Cartwright – Con este collar

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Mientras ella libraba un debate interno, él permaneció en silencio. Esa era una

de las cosas que más le impresionaban de él. Aparentemente sabía cuándo esperar

a que ella supere sus dudas y miedos, y cuando empujarla.

—Julia, deja caer la manta y quítate la falda —le dijo finalmente.

Ella exhaló.

—¿Supongo que no podría llevar un sostén y las bragas?

—Desnuda.

Soltó la manta, entonces se puso de pie y se quitó la falda.

Él asintió con la cabeza.

Su aprobación —explícita o no— la hizo sentirse caliente. Marcus acomodó sus

pertenencias y la manta antes de decir,

—Voy a pedirte que no escondas tu cuerpo de ninguna manera.

—Pero…

La evaluó.

—Eso significa que quiero tus brazos a tus lados.

Mientras él había doblado la manta, ella se había cubierto los pechos y su

montículo púbico con las manos.

Hizo lo que le dijo. Sintiéndose repentinamente vulnerable parada frente a él.

—Nunca hice algo así antes.

Le capturó la barbilla y le inclinó la cabeza hacia atrás.

—Admiro tu valentía.

Le gustaba tanto complacerlo.

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—Como dijiste, es sólo por esta noche. Si necesitas hablar sobre algo, usa tus

palabras de seguridad. Tienes un cuerpo femenino del que deberías sentirte

orgullosa.

Desde la universidad, había estado en una constante batalla con la balanza. El

indicador digital siempre marcaba 5 kilos más de los que ella quería.

—Pero estoy demasiado…

—Eres extraordinariamente atractiva. Me gustan tus curvas. —Pasó la yema del

pulgar a través de sus pezones.

Instantáneamente se endurecieron. A pesar que los había maltratado antes, ella

deseaba más.

—Los hombros hacia atrás —le dijo—. Siéntete orgullosa.

Cuando la miraba de esa manera, los ojos verdes ahumados por el deseo, ella no

podía negarle nada.

Julia se corrió el pelo detrás de sus hombros e hizo lo que le dijo.

Sorprendentemente —bajo su implacable escrutinio— comenzó a ganar

confianza.

—Quédate allí.

Requirió de toda su voluntad permanecer en el lugar mientras él lentamente

caminaba a su alrededor.

—Ahora pon las manos detrás de tu cuello. Y mantenlas allí. Quiero tus ojos

abiertos todo el tiempo. Esa es otra forma que tienes de esconderse, y te tengo

pillada.

Estar con un hombre que la veía, y podía ver a través de ella, la enervaba

completamente.

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Él hizo un círculo a su alrededor otra vez. Julia miraba al frente mientras Marcus

le tocaba un hombro y una nalga, así como también uno de los huesos de su

cadera.

—Bien —le dijo.

Se paró delante de ella y le ahuecó los pechos con sus palmas. Confundiéndola,

no tocó sus doloridos pezones. Estaba ansiosa por su toque.

Finalmente dio un paso atrás, dejándola necesitada.

—Buena chica.

Una parte de ella pensó que debería interpretar esas palabras como

condescendientes, pero no lo hizo. En lugar de eso, le provocaron una secreta

pequeña emoción. Nunca les contaría a sus amigas sobre eso. No había forma de

que lo entendieran. Verdaderamente, ni siquiera estaba segura de que ella misma

lo comprendiera.

—Cuando caminemos, voy a querer que permanezcas unos centímetros detrás

de mí. Si nos detenemos para hablar con alguien, tú no debes hablar a menos que

te dé una señal de que lo tienes permitido. Si te doy órdenes, espero que las sigas.

Apretó los dientes. Tanto como quería simplemente vivir esta experiencia, una

parte de ella se rebelaba instintivamente.

Él arqueó una ceja, como esperando su respuesta.

—Sí, Señor —respondió.

Marcus sonrió, pero añadió:

—Nos ocuparemos de tu tono más tarde.

¿Alguna vez se perdía algo? Más cohibida y nerviosa de lo que había estado

alguna vez, lo siguió a través del cuarto. Algunas personas lo saludaron cuando

caminaba dirigiéndose hacia las escaleras, pero nadie le prestó ninguna atención a

ella. Julia notó que había otros —probablemente subs— que también estaban

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desnudos. Y había quienes estaban en diferentes estados de desnudez. Algunos

Doms estaban completamente vestidos, como Marcus y Ben. Otros llevaban ropa

seductoramente sexy.

Marcus la miró por encima de su hombro.

—¿Estás bien?

Ella asintió con la cabeza.

—Prefería oír tu respuesta.

—Estoy bien. Señor. —Que haya indagado cómo se sentía, la reconfortó. Había

diferencias, se percató, entre los hombres con los que había salido y Marcus. Él le

había dicho que discutiera cualquier cosa que la molestara. Pero también había

dejado claro que él estaba a cargo.

Ella mantuvo el espacio apropiado entre ellos mientras bajaron las escaleras.

Emergieron dentro de un brillante espacio bien alumbrado con personas bebiendo

cócteles y conversando.

La mazmorra no tenía nada que ver con lo que había imaginado. Había

esperado un gran cuarto frío y desolado, con grilletes amurados a las paredes de

piedra. Con demacrados y torturados subs desnudos, suplicando misericordia.

En lugar de eso, esta área podría ser fotografiada para una prestigiosa revista. El

piso era de baldosas lustradas, y había algunas gruesas alfombras esparcidas por

todos lados. Un bar en el rincón más alejado era atendido por dos camareros, una

mujer y un hombre, ambos vistiendo una pajarita y no mucho más.

Había un par de sofás, montones de almohadas y varias mantas. Lana, Ben y

Damien conversaban en un semicírculo.

Y nadie estaba encadenado a la pared. Al menos hasta donde ella podía ver.

—¿Y bien? —Le preguntó.

—No es lo que esperaba —admitió—. Pensé que sería más espeluznante.

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—Las manos a tus lados —le recordó—. ¿A menos que prefieras estar atada?

Ella no se había dado cuenta que había estado frotándose la parte superior de

sus brazos.

—Lo siento, Señor.

—Mucho mejor.

Un camarero se acercó, llevando copas con vino espumante. Marcus lo descartó

agitando la mano.

—Creo que me gustaría una copa —dijo Julia.

—No más alcohol —le respondió—. Estaría encantado de ir a buscarte un jugo

de naranja o una botella de agua. No quiero tu mente ofuscada.

—Otra copa de vino difícilmente vaya a provocar eso. Y un Merlot sería incluso

mejor.

—No soy negociable —le aseguró—. Ciertas reglas son para tu seguridad. Si no

puedes seguirlas, no seguiremos adelante.

Ella suspiró, reconociendo una batalla que no tenía posibilidades de ganar.

—Me gustaría un jugo de naranja. —Cualquier cosa para mantener sus manos

ocupadas y hacer que esto pareciera más normal—. Gracias.

—Quédate aquí mismo.

Julia obedeció, si bien puso a prueba toda su determinación. Una parte de ella

quería salir corriendo por la puerta.

Damien se unió a Marcus en el bar, e intercambiaron unas pocas palabras.

Ambos miraron en dirección a ella, y se esforzó para no cubrirse.

El hombre calvo que había visto en el piso de arriba estaba hablando con un

Dom. Mientras observaba, el Dom se hizo a un lado y el otro hombre se movió

detrás del sub. Ya nada que sucediera aquí podría seguir asombrándola. El hombre

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calvo tomó las muñecas del sub con una mano y aparentemente aplicó presión en

el hombro del hombre. El sub lentamente bajó sobre sus rodillas.

Unos minutos después, Marcus se reunió con ella, y agradecidamente aceptó la

bebida.

—¿Ves lo que está pasando allí? —Le preguntó Julia.

—Es Gregorio —le explicó—. A falta de un término mejor, Gregorio es el

cuidador de la propiedad. Vive aquí a tiempo completo y mantiene la mazmorra

lista para el entretenimiento. Damien es generoso. La gente puede alquilar su

espacio y, de hecho, una compañía productora rueda una película aquí de vez en

cuando. Pero Gregorio siempre está aquí para asegurarse que se cumplan las

reglas de la casa. También está disponible para hacer escenas con la gente.

—Acaba de hacer ponerse de rodillas a ese hombre.

—No se necesita mucha presión —le aseguró Marcus—. Gregorio es experto

controlando sumisos recalcitrantes.

Mientras observaban, Gregorio ayudó al sub a ponerse de pie. El Dom se movió

al lugar donde Gregorio había estado parado. Tocó a su sub. Gregorio corrigió el

toque del hombre y entonces asintió con la cabeza.

Momentos más tarde, el sub estaba de rodillas otra vez.

—Gregorio es switch —le explicó Marcus—. Eso significa que puede dominar o

cumplir el rol de un sumiso, aunque él generalmente sólo juega de sub si Damien

está en el lugar para asegurarse que las cosas funcionen correctamente. Seremos

observados periódicamente mientras estemos aquí —continuó—. Damien y

Gregorio aseguran la seguridad de las sumisas de la casa.

—¿Eso… uhm… significa… que ellos no participan, verdad?

—No lo hacen, a menos que sean invitados. Y, antes de que lo preguntes, la

decisión en lo que se refiere a si ellos participarán, o no, es mía, no tuya.

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Se estremeció.

Observó a Gregorio supervisar al Dom una vez más. Finalmente, asintió con la

cabeza a modo de aprobación y se alejó.

—Hay algunos cuartos privados aquí abajo —le dijo Marcus—. Pero

mayormente hay pantallas para dividir el espacio.

Así que tal vez había personas encadenadas a las paredes en alguna parte.

—¿Vamos a observar una escena?

Su corazón se disparó repentinamente. Se salvó de responder cuando Damien se

les unió.

—Me gusta conocer a mis invitados —dijo, tendiendo la mano—. Damien

Lowell.

Ella no sabía cómo comportarse. ¿Qué le dices a un hombre cuando estás parada

en su sótano… mazmorra… desnuda, especialmente cuando él está completamente

vestido con un traje gris y corbata?

Incluso bajo circunstancias normales, lo encontraría encantador. Julia le miró la

mano como si estuviera en un país extranjero y no conociera las costumbres. Si

fuera en verdad una sub, probablemente se arrodillaría o haría una reverencia.

Pero dado que era simplemente una invitada y había jurado dos veces que nunca

se arrodillaría, no estaba segura de qué hacer.

Sin cuestionar sus instintos, miró a Marcus para que la orientase.

—Estrecha la mano del Amo Damien.

—El Amo Marcus y Lana me dijeron que ésta es tu primera exposición dentro

de nuestro estilo de vida.

Su agarre era firme, pero no arrogante. Este hombre portaba autoridad tan

fácilmente como a su traje a medida.

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—Uh… Sí. —Deseaba saber cómo responderle correctamente.

—Bienvenida. Espero que te encuentres a gusto. —Le soltó la mano, y tuvo esa

misma extraña sensación que había tenido cuando Marcus la había tocado por

primera vez. Estos hombres eran poderosos, tan indómitos como las montañas que

los rodeaban.

—Gracias. —Consciente de la mirada de Marcus sobre ella, resistió la tentación

de cubrirse.

—¿El Amo Marcus dijo que van a usar uno de los cuartos privados?

Ella miró a Marcus otra vez.

—Tienes la libertad de llamarlo Señor, si te resulta más cómodo —le dijo

Marcus. Le tocó el hombro, ligeramente, tranquilizándola—. Y por favor responde

todas sus preguntas.

Ella exhaló un tembloroso aliento.

—No sabía que íbamos a usar un cuarto privado. —Inclinó la cabeza hacia atrás,

en busca de la confianza que exudaba durante una reunión de su departamento—.

Pero Marcus… —se interrumpió, entonces continuó—, pero sabía que yo… —su

valentía se desplomó.

—Nuestra encantadora sub está tratando de decir que su comportamiento le

hizo ganarse un castigo —aclaró Marcus.

Ella era demasiado consciente de ambos hombres mirándola con las cejas

alzadas. ¿Había una escuela de Doms o algo por el estilo?

—¿En serio? —Preguntó el Amo Damien—. ¿Por qué?

—Yo… no mantuve mis… —Dejó caer la cabeza, agradecida de que su pelo

cayera hacia adelante para esconder su vergüenza.

—Julia —dijo Marcus, con tono cortante y autoritario.

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Cada parte de ella quería —ridículamente— complacer a este hombre.

Volvió a levantar la cabeza y se encontró con la mirada del Amo Damien como

si fueran colegas comerciales.

—El Amo Marcus me dijo que mantuviera las manos en mi espalda mientras

él… —vaciló, pero se recuperó—. Me provocaba un orgasmo. No lo hice.

Los ojos de Damien parecieron iluminarse. Él obviamente estaba disfrutando de

esto tanto como Marcus.

—¿Se ofreció a atarte los brazos?

—Sí, Señor —lo había hecho.

—Ah. ¿Tienes una palabra de seguridad?

—Rojo y amarillo, Señor. Verde significa que todo va bien.

—¿Y sabes que puedes usar esas palabras de seguridad para no llevar adelante

tu castigo?

Parte de ella no podía creer que tuvieran esta conversación. Y todavía, dado que

ambos hombres estaban relajados, la discusión era natural.

—¿Julia? —La incitó Marcus.

—Sí, Señor.

—¿Y aún así estás eligiendo llevar a cabo esto? —Le preguntó Damien.

Ella miró a Marcus. Al Amo Marcus. Sus manos eran grandes, y eran capaces de

darle muchísimo placer. Él radiaba vitalidad y eso la afectaba a un nivel

profundamente femenino. No cuestionaba la atracción o el deseo que sentía, ni la

honestidad de los hombres, ni lo que ellos significaban para su filosofía sobre la

igualdad de los sexos. Sólo sabía que quería experimentar todo lo posible esta

noche. Podría no sentirse tan valiente —o tonta— otra vez.

—Sí —respondió.

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—La casa también tiene una palabra de seguridad —le informó Damien—. Alto.

Gregorio o yo inmediatamente detendremos cualquier escena si usas esa palabra.

Sin preguntas. Sin repercusiones para ningún Dom.

—Gracias —le dijo.

—Disfruta de tu experiencia. —Se inclinó en una reverencia más bien formal

antes de alejarse.

—¿Continuamos? —Le preguntó Marcus.

Ella asintió con la cabeza. Cuando él la evaluó silenciosamente, dijo:

—Sí.

—Lo estás haciendo bien, Julia.

Él se volvió entonces para comenzar a atravesar el pasillo, y ella lo siguió.

—Espera aquí —le ordenó, deteniéndose para mirar detrás de un biombo.

Oyó gemidos y quejidos. A pesar de su repentino estremecimiento, estaba

extrañamente fascinada.

Unos momentos después, él negó con la cabeza.

Continuó adelante silenciosamente y revisó otro espacio.

—Podemos observar. Pero estoy debatiéndome si debería permitírtelo o no.

—¿Por qué?

—Esta pareja están juntos desde hace varios años. Hay mucha confianza, pero la

sub es una jugadora un poquito extrema. Podría ser demasiado para ti.

Su corazón se saltó el siguiente par de latidos.

—Estoy dispuesta a intentarlo.

Él dudó un momento antes de hacer una rápida inclinación de cabeza.

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—Por favor permanece en silencio y no disturbes la escena. Si es demasiado,

quiero que me lo hagas saber encogiéndote de hombros.

Lo siguió detrás del biombo. Le indicó que debía pararse frente a él, y, cuando lo

hizo, ubicó las manos sobre sus hombros. Su toque era reconfortante, y se alegró de

que hubieran arreglado una forma de comunicarse en silencio.

Soltó el aire. Esto era más de lo que había esperado de una mazmorra.

La pared de atrás era de ladrillos vistos. El piso de madera. Una mujer estaba

atada a una estructura que se parecía a una X, sus muñecas separadas por encima

de su cabeza, sus piernas desmesuradamente abiertas. Un foco de luz brillaba

desde arriba sobre la sub. Como Julia, la mujer amarrada a las pesadas vigas de

madera, estaba desnuda.

Por un momento, se imaginó a sí misma colgando de la estructura, esperando

por Marcus. La imagen fue tan impactantemente real que instantáneamente la

apartó a un lado.

Ella no estaba metida en esta cosa.

Incluso a pesar que la sumisa estaba de frente a Julia y Marcus, parecía que no

notaba su presencia.

Un hombre estaba de pie dándoles la espalda. Llevaba pantalones de cuero

negro, y, hasta donde ella podría decir, nada más.

—Maldito seas —dijo la mujer—, ¡azótame de una puta vez!

—Puta masoquista —respondió el Dom.

—Sí. —La sub levantó la vista sobre él.

Hasta Julia pudo ver la cruda necesidad en sus ojos.

—Sé un hombre y azótame los pechos —le pidió.

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El hombre quebró la muñeca, y una especie de látigo saltó en respuesta. La sub

pareció quedarse perpleja al verlo, pero el Dom no se movió más cerca.

—Bastardo. No me tomes el pelo. Dame con ese látigo. Hazlo.

Entonces el Dom se movió hacia la mujer, rápidamente pero con aparente

deliberación. Le aferró la mandíbula. Para Julia el agarre pareció innecesariamente

rudo. No obstante, las palabras de la mujer habían sido provocativas.

—¿Quieres esto, Lindsey? —Chasqueó el látigo otra vez.

—¡Dios, maldito seas, sí!

—Entonces cuida tus jodidos modales, puta.

Ella apenas podía hablar con su boca tan brutalmente sujetada, pero logró un

suplicante lloriqueo.

—Mejor —le dijo, liberando su mandíbula—. Ahora mantén tu boca cerrada, a

menos que estés gritando. De otra manera, te llevaré a casa y puedes pasar la

noche sola. Te ganarás esta liberación. ¿Comprendido?

Julia se retorció ante la rigidez del Dom.

—¿Necesitas irte? —Le preguntó Marcus, la voz un susurro en su oído.

Ella negó con la cabeza. La escena era horrenda, y todavía se sentía

morbosamente curiosa. No podía creer que la mujer estuviera tentando a su Dom,

no podía creer que él estuviera amenazándola con refrenar una paliza a fin de

ganarse su obediencia.

El Dom aferró el coño de Lindsey y lo apretó.

Julia vio una combinación de dolor y éxtasis en el semblante de la sub. Se

preguntó si ella se habría visto así cuando Marcus torturó sus pezones.

Lindsey continuaba mirando la cara del hombre como diciendo, ¿Esto es lo mejor

que puedes hacer?

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Él continuó con la presión, y finalmente Lindsey gritó.

—Me empapaste la mano, perra.

Todo el cuerpo de Lindsey se combó pero ella estaba sonriendo.

—Debería llevarte a casa ahora mismo.

—Azótame —le dijo Lindsey—. Lo necesito. —Movió la cabeza hacia arriba y

miró al Dom—. Fóllame o azótame. Pero hazlo ahora. Por favor.

—¿No te dije que mantuvieras tu boca cerrada a menos que estuvieras gritando?

¿No aprendes más?

Marcus había estado en lo cierto. Era una escena intensa. Pero había visto la

expresión de Lindsey. La mujer había querido todo lo que consiguió. Como

Marcus había dicho, las cosas eran consensuadas.

—Vámonos —le dijo Marcus suavemente.

Ella asintió con la cabeza con alguna renuencia.

Él le liberó los hombros y salió de esa pequeña zona. Julia lo siguió pero, al oír el

sollozo de la sub detrás de ella, echó un vistazo por encima de su hombro.

No sabía qué había sucedido en los últimos segundos recientes, pero Lindsey

estaba sonriendo.

Marcus le indicó que debía entrar en una alcoba privada.

Julia apenas podía respirar. Definitivamente no podía enlazar dos pensamientos

coherentes.

—¿Eso fue demasiado? Probablemente debería haber encontrado a una pareja

diferente para observar.

—En verdad, estuvo bien —admitió, renuente de decirse a sí misma, y mucho

menos a él, la verdad.

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—¿En serio?

Trató de evaluar la situación desde un ángulo científico.

—Comprendí lo que quisiste decir sobre que algunas cosas funcionan de forma

diferente para las personas. La forma en que me hiciste… —Se interrumpió,

entonces recordó que nunca tendría que volver a verlo después de esta noche—. La

forma en que me hiciste correr en el solárium… Lo que hicimos… no fue como la

escena que acabamos de observar. Tú hiciste lo que quisiste.

—Aprendes rápido —le dijo con una sonrisa que le iluminó los ojos y que

terminó con la resolución de Julia.

Este hombre llegaba a ella en demasiados niveles, físicos y emocionales.

—Y tienes razón. Observé cada una de tus reacciones. Como te dije más

temprano, Lindsey y Nate hace años que están juntos. Ella es masoquista, y Nate se

asegura de que consiga lo que necesita sin que las cosas se le vayan de las manos.

A veces ella lo provoca, intentando inducirlo a que le dé más. Es una mujer que

verdaderamente disfruta del dolor. Se corre con eso.

Julia intentó asimilar todo eso.

—Cuando ella pierde el control, él le da un tiempo de descanso.

—¿Cómo haría con un niño?

—¿Piensas que unas nalgadas surtirían algún efecto en Lindsey?

—Supongo que no. —Sacudió la cabeza. Uno no provoca más dolor a alguien

que disfruta de eso.

—Necesitas saber qué esperar de tu castigo.

Se terminó el jugo de un solo trago.

—Dado que es tu primera vez, comenzaremos con unas simples nalgadas sobre-

mis-rodillas. Pienso que una mano es la forma más íntima de castigar a una sub.

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Puedo sentir cómo respondes. El calor de tu piel nos mantiene conectados. Puedo

percibir cuánta presión necesitas.

Julia no dijo nada. Sentía la boca como si estuviera rellena de algodón.

—Pero también quiero iniciarte con mi tawse. Haremos eso sobre un simple

banco de azotes.

Un camarero se acercó. Marcus le quitó el vaso vacío de sus nerviosos dedos y lo

colocó sobre la bandeja.

—No tengo idea de lo que es un tawse.

—Es una de las cosas más perfectas para azotar a una sub. —Se levantó la

chaqueta. Un largo implemento de cuero estaba unido a su cinturón.

Se quedó helada. Había crecido en la cultura oriente, y estar en el Salvaje Oeste

todavía la sorprendía en ocasiones. Que un hombre saliera en público con esa cosa

colgando de su lado, como cien años atrás un vaquero podría haber llevado un

revólver sujeto contra su muslo, la hizo estremecerse.

Marcus desabrochó la tira de cuero y la tendió hacia ella.

Espantosamente fascinada, se quedó mirándola por un momento. La cosa tenía

unos treinta centímetros de largo. El mango también era de cuero, y la parte

externa estaba cosida con un hilo un tono más claro. Justo debajo del mango vio un

diseño, una especie de marca. Aproximadamente en el último tercio de la cola, el

cuero se dividía en dos colas de aspecto malvado.

—No muerde.

Ella lo miró, tratando de decidir si hablaba o no en serio.

—Hasta dentro de un rato —añadió Marcus.

—No me estás tranquilizando.

—Familiarízate con él.

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Ella finalmente lo aceptó. El tawse pesaba más de lo que había esperado y el

cuero marrón se sentía flexible.

—Golpéalo contra la palma de tu mano y en la parte externa de tu pierna.

Siéntelo.

Ella quebró la muñeca, y él negó con la cabeza.

—Con un tawse, debes mantener la muñeca recta. Es un movimiento

completamente diferente a esgrimir un flogger o un látigo. Quebrar la muñeca hace

que el cuero se pliegue, pudiendo golpear zonas que no pretendías, y no quiero

pillarte con la parte plana de la cola.

—¿Eso es importante?

—Creo que el dolor siempre debería ser deliberadamente infligido. Quiero que

mi azote aterrice con precisión. Inténtalo de nuevo.

Mantuvo la muñeca rígida y se golpeó la pantorrilla. Picó, pero de una forma

diferente.

—Noto la diferencia.

—Vamos al final del pasillo —le dijo, tendiendo la mano para que le entregase el

tawse.

El conocimiento de que el cuero eventualmente conectaría con su culo era

preocupante.

—Es la última puerta a la derecha. Cuando estés lista.

Marcus tendió la mano, indicándole que ella debía ir adelante.

Pensó en el hombre que había visto más temprano, al que le habían puesto la

correa. En este punto, casi pensaba que de esa forma sería más fácil. Tener a

alguien guiándote seguramente tenía que ser más fácil que esto.

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Era excesivamente consciente de él caminando detrás. El ruido de sus pasos

sonaba firme e intimidante, y un poco estimulante.

Una vez dentro del cuarto, él cerró la puerta. El coraje la abandonó y quedó

congelada en el lugar.

Igual al lugar donde Lindsey había estado atada, este cuarto era simple. Dios la

ayudara, había grilletes en la pared de ladrillos.

Palas, algunas con agujeros perforados en su superficie, y toda clase de

implementos que no reconoció, colgaban de ganchos en otra pared. Un par de

artículos se parecían a las cucharas de madera que ella solía usar en la cocina.

¿Seguramente eso no podría ser posible?

En un rincón había un fregadero con pata central ubicado junto a un estante.

Algunas toallitas estaban artísticamente acomodadas encima de él.

—Éste es el cuarto de nalgadas —le explicó—. Está organizado ligeramente

diferente a algunos de los otros espacios.

Una simple silla dominaba el centro del piso. Como él había mencionado,

también había un banco con forma de caballo. Se parecía mucho a los que había

visto en los gimnasios. Sólo que éste tenía toda clase de correas de aspecto

amenazante unidas a él. Correas que él querría usar para mantenerla en el lugar

mientras dejaba coloradas las mejillas de su culo.

Si bien ella le daba la bienvenida a la privacidad, tener la puerta cerrada la

asustaba.

—Por favor, mírame —le ordenó—. Y recuerda, te dije que respiraras. Podemos

dejar la puerta abierta si estás más cómoda con eso. O podemos jugar en público.

La idea de alguien presenciando su humillación no sonaba muy atractivo,

tampoco.

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—Hay una ventana en la puerta, y te garantizo que el Amo Damien o Gregorio

pasarán a examinarte. Como dijo el Amo Damien, él se toma en serio la seguridad

de los subs de la casa.

Marcus dio otro paso entrando más en el cuarto.

—Yo me tomo muy en serio tu seguridad. Puedes tener algunos puntos rojos en

tus nalgas mañana, quizás incluso la huella de mi mano. Una pequeña

magulladura o dos, es poco probable, pero naturalmente posible.

Ella tembló pero, justo a tiempo, recordó no cubrirse su desnudez.

—No ocurrirá nada entre nosotros que no apruebes.

—Eso parece extraño. Estás hablando de castigarme, y a la vez estás diciendo

que tengo que aprobar eso.

—Te acompañaré a tu coche en cualquier momento que lo pidas. Tiene tus

palabras de seguridad, y la palabra de seguridad de la casa. Por otra parte, esto

dolerá. Es la intención. Hay varios diferentes tipos de nalgadas. Algunas son

disciplinarias. Otras son eróticas. Otras pueden usarse como reforzantes.

—¿Eróticas?

—Puede ser agradable, una forma de calentar a una sub para una noche de sexo

caliente.

Se percató de que él estaba haciendo eso nuevamente. Manteniendo una

conversación, conduciendo su cerebro hasta el punto de hacerla pensar

intelectualmente en lugar de dejarla caer en el miedo. Estaba haciendo eso, sin

ninguna duda.

—¿Y reforzantes?

—Si estuviera administrando nalgadas reforzantes, discutiríamos mis reglas y tu

comprensión de ellas. Acordaríamos el número de azotes que recibirías. No sería

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tan doloroso como un castigo, pero picaría lo suficiente como para que asocies en

el futuro al hecho de romper las reglas con lo mucho que dolerá tu culo.

—Déjame entender esto, me estás diciendo que dolerá…

—Mucho.

Lo miró ceñuda.

—Y comprende esto, Julia. Tienes que pedirme que lo haga. Dime tus palabras

de seguridad.

—¿Tenemos que hacer esto nuevamente? Me oíste pasar por eso con el Amo

Damien. Y recuerdo que la casa tiene una palabra de seguridad, también.

Implacablemente él se cruzó de brazos.

Después de suspirar, ella dijo,

—Verde es porque todo va bien. Amarillo para ir más lento. —Lo que también

significaba que tenían que hablar, algo de lo que ella estaba sintiéndose un poco

cansada—. Rojo es para detener todo. La palabra de seguridad de la casa es Alto.

—¿Dirías que decir la palabra Para me impediría continuar?

Ella lo pensó.

—No.

—¿Dirías que decir No me impediría continuar?

Esta vez ella parpadeó, comenzando a comprender.

—Muchas veces, los sub gritarán No cuando no es lo que quieran decir. Si

necesitas que decir No detenga todo inmediatamente, debes decírmelo ahora.

Ambos tenemos que entender la manera en que te comunicas.

—Entiendo.

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—Si interrumpo la escena y te pregunto si quieres seguir adelante, las únicas

respuestas que aceptaré son Sí, Señor y Verde, Señor. Sí o Ajá no funcionarán.

Tampoco lo hará asentir con la cabeza. Cualquier cosa menos que un Sí es una

respuesta incorrecta, y no seguiré adelante. ¿Entiendes y aceptas estas condiciones?

—¿Siempre eres tan formal?

—Pasaremos por esto cada vez que juguemos.

—Y dado que nunca jugaremos otra vez…

—Entonces sólo necesitarás oírlo esta vez. Dime en qué color estás.

—Verde, Señor.

—En ese caso, arrodíllate y coloca las manos en la parte baja de tu espalda.

Su pulso se aceleró. Había llegado la hora de la verdad. Había insistido, tanto

para sí misma como también para él, que nunca haría eso.

—Puedo forzarte —le dijo—. ¿Ese pequeño truco que viste realizar a Gregorio?

Él me enseñó. Es tu elección.

Ella lo evaluó en silencio.

—Prefiero que hagas esto por tu propia voluntad. Tienes cinco segundos.

Decidiendo que habría algo ligeramente más humillante que ser subyugada

físicamente, se tragó su orgullo y descendió hacia el piso.

Si hubiera quedado cualquier duda en su mente de que estaba sometiéndose a

él, desapareció en este momento. Estar de rodillas mientras su Dom aducía el

espacio por encima de ella, cambió su disposición mental.

Levantó la vista para mirarlo, fascinada cuando él se quitó la chaqueta de cuero.

El hombre se movía metódicamente, colgando la prenda de un gancho cerca de la

pared que contenía los instrumentos de azotes.

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Se desabotonó los dos botones superiores de su camisa entonces desprendió los

puños. Hizo rodar la tela hasta sus codos, exponiendo los tendones de sus fuertes

antebrazos con una atractiva dispersión de vello oscuro.

Se le secó la boca. Sus manos eran enormes. Y tenía la intención de usarlas en su

trasero desnudo. Y había dejado muy claro que iba a doler.

El miedo estaba cerca de detenerle el corazón.

Marcus se movió más cerca hasta que estuvo directamente en frente de ella.

Julia tenía que inclinar incómodamente la cabeza hacia atrás para mirarlo a los

ojos.

—Voy a sentarme en la silla —le dijo—. Y entonces voy a pedirte que te

levantes, camines hasta mí y te extiendas a través de mi regazo. ¿Cuántas nalgadas

te mereces?

No sabía cómo responder a esa pregunta.

—Uhm, ¿cuántas es lo habitual, Señor?

—Excelente pregunta.

Él era tan masculino, tan poderoso parado por encima de ella. Nunca se había

sentido más consciente de su feminidad que en este preciso momento.

—¿Una pregunta mejor es cuántos cree que merezco, Señor?

—Tienes talento —dijo—. Sabes que anhelarás esto de tus amantes en el futuro,

y no lo conseguirás a menos que lo busques.

No lo había expresado como una pregunta, más bien como una declaración.

Sería exasperante si no supiera intuitivamente que él estaba en lo cierto, incluso a

pesar de que no quería que lo estuviera.

—Un sub que se porta mal generalmente recibe doce nalgadas sobre las rodillas,

y otra docena en el banco de azotes. Y durante las nalgadas de castigo, yo

generalmente le niego a él o ella un orgasmo. Pero esta noche…

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—Esta noche, Señor…

—Pienso que ocho y ocho. Y si las tomas apropiadamente y me pides

amablemente cada una, podría darte un orgasmo al final.

Maldito sea, maldición, él lo había hecho otra vez, había revuelto su cerebro a

fin de que ella no objetara lo que ocurriría. Estaba pensando en si valía la pena

llegar a un orgasmo o no, a cambio del dolor que tendría que resistir. Estaba

recordando el clímax en el solárium y deseando otro desesperadamente.

Sus pezones dolían. Su coño se sentía húmedo cuando pocos minutos atrás

había estado seco.

—Los primeros ocho serán con mi mano desnuda. Para los segundos usaré mi

tawse.

Lo observó cuando se dirigió hasta el banco y ubicó la correa encima.

Se sentó en la silla, y el terror regresó. Se veía tan imponente, tan intimidante.

Sabía que podría terminar con esto en cualquier momento, y, en un instante de

lucidez, supo que no quería hacerlo.

—Tienes permitido agarrarte de la pata de la silla y de mí para sostenerte. Dado

que eres nueva, te atraparé las piernas con una de las mías para evitar que te

sacudas. En el futuro, haré que controles tus propios movimientos.

—No habrá una próxima vez, Señor. —Extrañamente, Julia se preguntó si estaba

tratando de convencerlo a él, o a sí misma.

—Esperaré a que me pidas que comience con las nalgadas. Por favor cuenta a

cada una y entonces pídeme la siguiente. Un poco de gratitud llegaría muy lejos

para asegurar mi buen humor al final de la azotaina. ¿Alguna pregunta?

Tenía al menos una docena de preocupaciones, pero no podía encontrar su voz.

La inquietud la sobrepasaba. Una carne de gallina se extendió por sus brazos.

Ahora o nunca.

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CAPÍTULO 04

Marcus la evaluó. Ambos sabían que ella pronto estaría extendida sobre su

regazo. Se preguntaba qué tan rápidamente lo haría, cuánto alboroto desataría y

cuánto se resistiría a acercarse a ese orgasmo escurridizo.

Si ella verdaderamente tenía tendencias sumisas como sospechaba, estaría

tendida sobre su regazo dentro de los siguientes treinta segundos. Si estaba

haciendo esto únicamente por curiosidad, necesitaría formular otra docena de

preguntas primero, y se escaparía tan pronto como la primera dolorosa palmada

escociera su piel.

Guardó silencio y observó la tácita lucha desencadenarse en su semblante.

Esperar era fácil cuando uno sabía que iba a ganar.

Finalmente, sin otra palabra, Julia se puso de pie. Sus miradas se encontraron

pero ella la apartó primero.

Marcus le tendió la mano, entonces lo contempló por varios segundos antes de

aceptar su ayuda.

—Perfecto —dijo él.

Esperó a que ella dijera algo, cualquier cosa, pero no lo hizo.

Finalmente Julia se agarró de la silla con una mano y se aferró a sus pantalones

con la otra. Como le había prometido, él le aseguró la parte baja del cuerpo con sus

piernas, y colocó la mano izquierda, con los dedos muy abiertos, en el centro de su

espalda.

Se veía tan atractiva, retorciéndose sobre su regazo, intentando acomodarse. Su

cabello rubio se desplomó hasta el piso. Sus respiraciones sonaban más como a

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pequeños jadeos. La observaría gustosamente durante horas, pero no estaba

seguro de que su polla pudiera soportar esa tortura.

Desde que había metido la mano debajo de su falda para jugar con su coño,

estuvo deseando hundirse en su caliente y mojada profundidad. Generalmente, la

abstinencia no era un problema para él. Pero sabía lo receptiva que ella era.

Finalmente se quedó quieta.

—Oh —dijo luego de otros pocos segundos—. Estoy lista, Señor.

En lugar de zurrarla inmediatamente, él pasó los dedos subiendo por sus

muslos, sintiendo lo suavidad de su piel. En general le atraían las mujeres con

suaves curvas. Pero Julia, una excitante combinación de belleza, inocencia y

descaro, hacía que se le hiciera difícil enfocarse.

—Quédate quieta —le ordenó—. Acuérdate de respirar. Voy a calentar tu piel

un poquito para que no te magulles tan fácilmente.

—De acuerdo —masculló.

Frotó las mejillas de su culo, lentamente al principio, entonces más

vigorosamente, estimulando el flujo sanguíneo en el área. Después de algunos

minutos, ella dejó de sostenerse rígidamente, y Marcus sintió a la tensión aliviarse

en su cuerpo.

—¿Cómo te sientes?

—Bien, Señor.

Honestamente, él podría hacer esto todo el día.

—Eres muy hermosa —le dijo.

—Me gustaría que terminaras con esto de una vez por todas.

¿Quién era él para negarse a una mujer necesitada?

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Sin ninguna advertencia, le concedió la primera nalgada, justo debajo de las

mejillas de su culo, en ese sensible punto donde sus muslos se unían con sus

nalgas.

Ella jadeó e intentó incorporarse, pero la mantuvo quieta.

—¡Jodido infierno de mierda!

—Interpretaré eso como una demostración de dolor.

Ella se retorció durante largos segundos, maldijo otra vez, pero no usó una

palabra de seguridad, ni intentó realmente escaparse.

Oh, sí, esta mujer era intensa.

Julia se estiró hacia atrás para apaciguar el dolor, y él la dejó hacerlo… por

breves segundos.

—Demorarte podría hacerte ganar una reprimenda adicional.

—Entonces hazlo —le respondió.

—¿Qué haga qué?

—Pégame.

—Zurrarte —la corrigió.

—Bien. Zúrrame.

Esperó un momento, dándole tiempo para recuperarse.

—¿Qué número fue ese?

Ella apretó las manos en puños.

—Uno —contestó—. Señor. —Aplacó sus nervios, entonces colocó las manos

donde se suponían que debían estar—. ¿Puedo por favor recibir el siguiente?

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—Esto será más fácil si establecemos un ritmo —le explicó—. Ríndete en lugar

de pelear. Acepta el dolor y renuncia a la lucha.

—¿A ti te han zurrado alguna vez? —Le preguntó con hostilidad en su tono.

—De hecho, sí.

—¿Qué?

—Más tarde te explicaré más si te interesa. No haría pasar a un sub por algo con

lo que no estuviera íntimamente familiarizado. Respira. —Atrapó su mejilla

derecha con una ardiente nalgada—. No contengas la respiración —le advirtió.

Ella gritó.

La puerta se abrió y Damien entró en el cuarto.

—Tenemos compañía —le dijo Marcus, encontrándose con la mirada del otro

hombre.

—¡Oh, Dios mío!

—Puedes permanecer en el lugar —le aseguró Marcus—. O puedes levantarte.

Es tu elección. Estoy seguro de que el Amo Damien está aquí para comprobar tu

seguridad después de tanto alboroto. Querrá que le asegures que no estás siendo

maltratada.

—Temí que estuvieras usando una picana eléctrica con ella —dijo Damien—. Tal

vez una pala envuelta en un alambre de púas.

Se miraron uno al otro. Marcus vio a Damien luchar para reprimir una sonrisa.

—Intentaré ser más silenciosa —susurró Julia.

—¿Cuántas nalgadas has recibido, Julia? —Preguntó Damien.

—Dos, Señor.

—¿En qué color estás?

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—Mortificación —respondió entre dientes.

Marcus le pellizcó un muslo.

—El Amo Damien te hizo una pregunta. Demuestra un poco respeto, chica.

—Verde. Estoy en el color verde, Señor.

—¿Estás bajo coacción?

—Sólo duele más de lo que pensé.

—El Amo Damien necesita un sí o un no —dijo Marcus.

—No. No estoy bajo coacción, Señor.

—¿Puedo sugerir una mordaza? —Preguntó Damien antes de salir.

—Relájate —le dijo Marcus cuando quedaron solos nuevamente—. Voy a

frotarte otra vez. —Ella suspiró y se derritió completamente bajo su toque. Su

receptividad lo hacía desear abrazarla y acariciarla.

—¿Supongo que no podamos hacer esto toda la noche, Señor?

—Podemos. —Ella hizo un sonido similar a un ronroneo—. Tan pronto como

hayas tomado tu castigo.

—Entonces, por favor, Señor. ¿Puedo recibir el tercero?

Él blandió otra nalgada en su mejilla izquierda.

Julia hizo un chillido reducido, refrenándose casi inmediatamente. Retomó la

posición correcta en segundos.

—Deja de luchar —le dijo suavemente—. Respira. Acepta. Disfruta.

—Supongo que es grosero cuestionar su cordura Señor.

Él estalló en una carcajada.

Ella se movió un poco, pero entonces se estableció.

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—Por favor, estoy lista.

Le prodigó el cuarto azote, haciéndola gritar, pero mucho más suave esta vez. Se

agarró a su pierna con más fuerza, pero no se dejó llevar.

—Estoy lista para otro —dijo, mucho, mucho más rápidamente que lo que él

imaginó que lo haría.

La complació, atrapándola, otra vez, debajo de su nalgas.

Todo su cuerpo se puso rígido, pero no protestó.

—Respira —la adiestró—. Exhala cuando te azoto. Te prometo que será mucho

más fácil.

—Sí, Señor.

—Inhala.

Esperó a que lo hiciera, entonces dejó caer una ruda bofetada, otra vez sobre la

mejilla izquierda de su culo.

—¡Oh, Señor! —Dijo—. Eso fue… —Le apretó la pierna—. Yo…

No tenía que decirle que había dejado de luchar. Él lo sintió. La sangre corrió

hacia su ingle. No había nada más exquisito que la rendición de una aspirante.

Le dio un momento para asumir lo que había sucedido. Honestamente, él

también lo necesitaba. Había sido un Dom el tiempo suficiente como para

reconocer este momento como el regalo que era. Y si ella lo quisiera, podría llevarla

mucho más allá, hacerle experimentar cosas que nunca había creído posibles.

—Estoy lista para otro. —Tomó aire y se relajó.

—Estoy lista para otro, Señor.

Ella repitió lo que él dijo, entonces inhaló otra vez, dejando que su cuerpo se

aflojara.

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—Voy a darte dos —le advirtió—. Dándolo por terminado.

—Gracias, Señor.

Esperó a que ella estuviera lista, entonces la zurró dos veces en una rápida

sucesión.

Julia susurró su agradecimiento, pero tan suavemente que apenas pudo oírla.

La incorporó, y ella pestañeó para enfocarse en él.

—Tienes resistencia —le dijo. Quería follarla. Quería meterse dentro de ella

hasta que gritara su nombre en la sumisión. ¿Qué carajo había estado pensando al

prometerle que sería solo una noche? Quería poseerla.

Ella sonrió. Su ceño fruncido había desaparecido, siendo reemplazado por una

emoción de paz.

—Eso fue caliente —le dijo—. Creo que estoy comenzando a comprender toda

esta cosa de látigos y cadenas.

—Eso fue sólo una pequeña muestra —le aclaró—. Y no se suponía que te

excitara.

—¿Y si lo hizo? —Le preguntó.

Como un felino en busca de calor, se acurrucó contra él.

Le alisó el pelo sobre sus hombros y atrapó su barbilla.

—Me alegro que lo hiciera. Pero eso podría significar que necesitas más

nalgadas para enmendarte por tu comportamiento en el piso de arriba.

—Si insistes, Señor.

—Abre las piernas para que pueda ver si estás excitada.

Su vacilación duró sólo una fracción de minuto. Envolvió un brazo alrededor de

su cuello para sostenerse y separó sus muslos.

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Marcus deslizó las puntas de los dedos a través de su clítoris.

—Tu coño está mojado, chica.

—Sí, Señor.

—¿No se requeriría mucho para correrte, verdad?

—Dios… no. —Cerró los ojos y empujó su coño hacia adelante.

—Soy estricto acerca de que mis subs no se corran a menos que tengan mi

permiso.

Ella lo miró.

—¿Hablas en serio?

—Completamente.

—¿Quieres que te pida permiso para tener un orgasmo? —Le preguntó con

incredulidad.

—Sí.

—Si supieras cuánto han tenido que trabajar algunos hombres para lograr eso.

—Quiero que te enfoques en eso —le contestó—. Esa es la diferencia. —Le

sostuvo la mirada cautiva y continuó jugando con su coño—. Quiero que estés

obsesionada por correrte hasta que sea la única cosa en la que puedes pensar. —

Suavemente frotó su clítoris—. Te quiero gimiendo e implorando. —Separó sus

labios—. Quiero que necesites un clímax más que tu próxima respiración. En

ningún momento puedes correrte a menos que yo lo diga. ¿Está claro?

—Eso suena como a una fantasía, Señor.

—Así es —asintió—. A la mía. Y a tu realidad. —Dejó caer una palmada con la

mano abierta sobre su coño.

Ella gritó.

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—No te corras.

Julia resopló y jadeó clavando las uñas en su hombro.

—Por favor —imploró.

—Dije que no, chica. —Se movió rápidamente, dejándola sobre el piso—.

Arrodíllate, por favor.

—Pero…

—No estoy abierto a hacer concesiones. —Separó las piernas el ancho de sus

hombros, cruzó los brazos sobre su pecho y esperó.

La batalla de voluntades duró unos treinta segundos. Todo el tiempo, ella lo

observó, como sopesando hasta dónde empujar o discutir.

Se sintió tentado a rendirse, pero conocía el poder de los límites y del retraso de

la gratificación. Cuando se corriera, si él se lo permitiera, la liberación emocional la

inundaría. Hacerla ansiar su toque sería muy útil, además.

—Separa las rodillas tan anchas como te sea muy cómodo, y pon las manos

detrás de tu cabeza. Empuja hacia afuera tus pechos.

Cuando lo hizo, continuó diciendo,

—En el futuro, cuando te pida que te arrodilles, ésta es la posición en la que te

quiero. Pienso que te hace tomar consciencia de estar abierta y de tener tu cuerpo

disponible para mi placer. Y con tus piernas tan abiertas, es menos probable que

puedas conseguir un orgasmo por ti misma.

Ella abrió la boca, pero Marcus habló primero,

—A menos que recibas instrucciones diferentes, asume que te quiero mirando al

piso.

—Sí, Señor. —Dejó caer su mirada.

—¿Tu coño está palpitante?

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—Sí, Señor.

—Piensa en eso por un momento, en cómo te excitó la zurra y en lo obscena que

te veías mostrándole tu coño al Amo Damien. ¿Te gustó eso, verdad?

—Yo…

—Mírame. —Observó un furioso rubor extenderse por su rostro. Bajó el tono de

voz—. Está bien admitir la verdad en uno u otro caso.

—Me gustó eso, sí.

—¿Cómo está tu excitación?

—¿Señor?

—¿Tu coño todavía está mojado? ¿Todavía estás caliente? —Sin esperar una

respuesta, se agachó delante de ella. Atrapó su mirada y se la sostuvo. La tocó

entre las piernas, y casi instantáneamente estuvo tan mojada como había estado

antes—. Mantén tu cuerpo quieto.

—Estoy tratando de hacer lo que quieres.

Distribuyó media docena de palmadas suaves. Ella respingó, pero no trató de

escapar. La vio tensar la mandíbula mientras luchaba por refrenar sus necesidades.

Cuando terminó, su mano se apartó mojada.

—Lame tus jugos de mis dedos —le dijo.

Abrió la boca y obedientemente los chupó. Marcus trataba de no imaginarla

haciéndole eso a su polla. Negarse el placer a sí mismo tanto como a ella era un

poderoso afrodisíaco.

—Hora de la otra mitad de tu castigo.

Se puso de pie y se bajó las mangas de la camisa. Cuando ella comenzó a

incorporarse, colocó una mano sobre su cabeza.

—Encuentro que esto es condescendiente.

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—¿Sí? Simplemente espera instrucciones y ahórrate la frustración.

Ella exhaló un suspiro tembloroso, pero no discutió.

—Es sólo por una noche —le recordó Marcus.

Esperaba que así fuera.

—Sí, Señor.

—A menos que tengas alguna objeción, voy a quitarme la camisa.

—¿Tienes el cuerpo como el de un ogro, Señor? ¿Tal vez eres todo peludo como

Pie Grande?

—Sigue así, chica. —A pesar de su enmascarada advertencia, le gustaba el hecho

de que se sintiera lo suficientemente cómoda como para embromarlo. Se

desabotonó la camisa, y ella se quedó mirándolo fijamente, como si fuese

físicamente incapaz de apartar la mirada. Él quitó el material de sus hombros.

—¡Oh!

—¿Oh?

—Lo siento. Es sólo que tú… quiero decir… eres incluso más sexy de lo que

imaginé, Señor.

—¿No soy un ogro?

—No hasta donde puedo ver. —Hizo una pausa—. Todavía.

—¿Te gusta vivir peligrosamente? —Colgó la camisa junto a la chaqueta de

cuero. Prefería estar vestido al impartir una zurra sobre sus rodillas. Le gustaba la

barrera de material entre el receptor y él. El hecho de que el sub estuviera desnudo

reforzaba su posición de humildad. Y lo ayudaba a no distraerse. Pero había algo

ceremonial en quitarse la camisa antes de comenzar una azotaina.

Tomó una posición de poder cerca del banco de azotes.

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—Gatea hasta el banco. Esta vez quiero que te extiendas a lo largo, para poder

abrirte ampliamente.

—No estoy segura de entender.

Por su tono, supo que ella no estaba tratando de ganar tiempo.

—¿Alguna vez viste a un gimnasta realizar un salto?

Asintió con la cabeza.

—Acércate al banco con esa postura.

Ella se puso en cuatro patas. Marcus movió el tawse hacia la izquierda del banco,

dejándolo cerca de donde estaría el cuerpo de la mujer. En este punto, era más que

una herramienta física. Era una psicológica para mantenerla enfocada.

Julia se tomó su tiempo para acercarse, y él disfrutó de cada minuto al observar

cómo se contoneaba su cuerpo, cómo se movían sus pechos, y la forma en que su

pelo caía en cascada a su alrededor.

—Levántate sobre tus puntas del pie. Y ábrete tan ancha como puedas. —

Cuando lo hizo, añadió—. Hay correas en el otro extremo para tus manos. Puedes

optar por agarrarte de ellas o puedo amarrarte.

Ella volvió la cabeza para enfrentarlo.

—Si me suelto, recibiré más azotes.

Había hecho una declaración, en lugar de hacer una pregunta.

—Sí.

—Por favor átame, Señor.

—Te costará un azote adicional.

Ella exhaló.

—Siempre hay pequeños detalles.

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—¿Quieres aceptar mis términos?

—Sí, Señor.

—Muy lista. Estás reconociendo mi generosidad.

—Gracias, Señor.

—¿Tu coño todavía está mojado, Julia?

Pestañeó como si estuviera sorprendida por su cambio de tema.

—No, Señor. Creo que estoy un poco asustada.

—Con justa razón. —Se movió a la otra orilla del banco. Se puso en cuclillas y

dijo—. Dame tu mano. —Con esta proximidad, podía inhalar el excitante aroma de

ella, cítrico y penetrante.

Julia inclinó su cabeza un poco para poder observarlo.

—Necesito que estés un poco más alta. Quédate allí. —Se movió detrás de ella y

la levantó del suelo.

—Mis pies apenas pueden tocar el piso —dijo jadeando.

—Precisamente.

—Podría caerme.

—No lo harás. —Podría bajar el banco, pero la combinación del ángulo y la

impotencia de Julia, lo volvían loco—. Estírate para alcanzar la correa.

Reanudó su posición delante de ella y aseguró su muñeca derecha en el lugar.

Repitió el proceso con la izquierda. Entonces le cepilló el pelo hacia atrás y capturó

su cabeza entre las manos, compeliéndola a mirarlo.

—Puedes moverte un poco para ponerte más cómoda.

Se corrió hacia atrás tanto como pudo sin lastimarse los brazos.

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—No tienes idea de lo hermosa que te ves.

Sus alientos eran superficiales y débiles, pero continuaba mirándolo, como si

sorbiera fuerzas de él.

Lentamente Marcus se movió detrás de ella.

—Las mejillas de tu culo todavía están rojas. —No estaba seguro si alguna vez

había visto algo más encantador que la huella de su mano sobre las curvilíneas

nalgas femeninas—. Y estarán todavía más rojas cuando haya terminado. —Le

empujó el tobillo derecho hacia el borde del aparato y apretó una hebilla alrededor

de él—. ¿Cómo se siente eso?

—Como si estuviera siendo diseccionada, Señor.

—Quiero asegurarme que no te muevas. Es más seguro para ti de esa forma. Y

te hace aún más consciente de tu sumisión para conmigo.

—Es una azotaina, Señor, no es sumisión.

—Gracias por la aclaración. —Le sujetó la pierna izquierda en el lugar. La miró

por un momento.

Los rubios mechones casi cepillaban el piso. Había asegurado las correas lo

adecuadamente apretadas como para que sus extremidades quedaran tan

separadas que hacían limitados sus movimientos. A menos que dijera la palabra de

seguridad, esta mujer iba a resistir un verdadero castigo de su mano.

—Otra vez, esto no va a tener la intención de excitarte. Pero si consigues hacerlo,

estaré encantado.

Tomó el tawse y lo pasó rozando por su espalda, entonces bajando por su lado

derecho. Ella respingó.

—¿Cosquillas?

—Un poquito.

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Usando un toque más firme, lo hizo subir por su lado izquierdo. Esta vez, ella

gimió.

Maldición, esta mujer era fascinante. Movió el cuero subiendo por la parte

interna de sus muslos.

—¡Oh, Señor! —Sus piernas se estremecieron.

Con determinación, presionó el borde en contra de su clítoris.

Tanto como pudo, empujó sus caderas hacia él.

—Sub ambiciosa. —Se movió de allí.

Julia maldijo.

Estaba seguro que ella habría dado pisotones de haber podido. Lo deleitaba

completamente.

—Dime por qué te ganaste tu castigo.

Le tomó algunos segundos para contestar.

—No mantuve los brazos a mis espaldas, Señor.

—¿Y cuántos azotes tomarás de mi tawse?

Su cuerpo se agitó.

—Nueve, Señor. Pero puedo asegurarte que aprendí la lección. Te pedí estar

atada esta vez para poder seguir tus órdenes perfectamente.

—Bien. Eso te ahorrará otra azotaina antes de que la noche se termine.

—¿Hay algo que te disuada?

—Nunca. Puedo retrasar una escena, pero nunca olvidarla. —Se volvió de lado

y calculó la distancia correcta donde pararse. Si estaba zurrando a un sub con un

tawse, nunca se estiraba. Impartía cada golpe con fuerza pero de forma directa—.

Hazme saber cuándo estés lista.

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—Estoy lista, Señor.

La golpeó duro. Ella jadeó y forcejeó contra las ataduras, pero no levantó la

cabeza, y no gritó.

Una sutil sombra rojiza resplandeció en su piel por la estela del azote. Este tawse

era uno de sus favoritos. El cuero estaba bien curado, y era perfecto para alguien

nuevo dentro de su tipo de juego. Había fabricado algunos con tres o cuatro

hebras, y los usaría si hubiera tenido una escena con un jugador más

experimentado, o con un recalcitrante sub.

Volvió a posicionarse para poder golpear justo sobre la rodilla derecha.

Ella lloriqueó.

—Eso fue jodidamente doloroso, Señor.

—¿No te alegras de estar atada?

Asintió con la cabeza, pero evidentemente recordó su regla, y dijo:

—Sí.

Dirigió el tercero en medio de las primeras dos franjas, a medio camino

subiendo por su muslo. Apenas forcejeó esta vez.

—Bien. Acuérdate de respirar. Ríndete, no luches. —El cuarto azote aterrizó tan

precisamente como lo habían hecho los otros, esta vez por encima de su rodilla

izquierda. Julia flexionó la pierna, pero inhaló.

—¿Alguna suposición de dónde caerá el siguiente?

—En medio de mi muslo derecho, Señor.

Lo dejó caer allí de forma precisa.

Ella sofocó una pequeña protesta.

Marcus dio un paso atrás y contorneó cada marca roja con la punta de un dedo.

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La tensión se esfumó de su cuerpo, dejándola laxa.

—Voy a terminar sin detenerme, todos los azotes en tus nalgas.

—Sí, Señor —murmuró.

—¿Estás bien?

—Es…

Oyó el letargo en su voz. Como había querido, ella había dejado de luchar.

Podría continuar por mucho tiempo sin otra protesta feroz. Dios, era tan atractiva.

Si tuvieran ocasión de jugar alguna otra vez, no tenía dudas que podría llevarla al

subespacio. Era un placer inusual con la mayoría de los subs, inaudito con la

mayoría de los novatos.

—Por favor respóndeme, Julia.

—Sí —dijo—. Estoy lista para más.

Volvió a pararse cerca de su cadera izquierda. Con la eficiencia adquirida de su

experiencia, le propinó los latigazos restantes con un ritmo veloz, uno tras otro.

Ella aceptó su consejo anterior y dejó de luchar. En lugar de forcejear, presionó

el cuerpo más íntegramente contra el banco, haciendo que soportara el peso de su

cuerpo y amortiguara los implacables golpes.

Cuando finalizó, Julia tenía una respiración pesada y una fina capa de sudor

salpicaba su espalda. La piel llevaba sus marcas. Marcus estaba completamente

excitado.

Apoyó el tawse sobre el banco antes de volver a ella. Se arrodilló delante de Julia

y le alisó el pelo hacia atrás. Impulsivamente besó la parte superior de su cabeza.

—¿Señor?

—¿Hmm?

—Necesito correrme. Por favor, ¿me concederías un orgasmo?

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No se había preparado para esa pregunta.

—Estoy tan en el borde. Y todo mi cuerpo se siente… prendido fuego.

—Hermosa y adorable pequeña sub.

Cuando ella no discutió sus palabras, supo que tenía la mente embotada. Estiró

la mano entre sus piernas.

—Tan mojada —dijo—. Tan resbaladiza.

Ella se estremeció, y Marcus vio a todos sus músculos tensarse.

—Quiero correrme.

Deslizó dos dedos profundamente dentro de su coño y simultáneamente

presionó la yema del pulgar contra su clítoris.

—¡Oh, Dios mío! Oh, oh…

Movía los dedos adentro y afuera rápidamente, penetrando más profundo y

más profundo, estirándola.

Julia curvó los dedos de los pies en el piso, levantando su cuerpo tanto como le

fue posible, concediéndole acceso, tácitamente pidiendo más.

—Implora —le dijo.

—Por favor —respondió—. ¡Por favor, Señor, permíteme correrme! Quiero

correrme.

Encontró su punto G y ella gritó cuando el clímax la absorbió. Continuaba

estremeciéndose. En lugar de retirarse, él continuó manipulando su caliente coño.

—Yo… yo no puedo correrme otra vez —insistió a pesar de que mantenía los

ojos cerrados y empujaba las caderas hacia él.

—Entiendo —le dijo—. Sólo relájate.

—No soy… quiero decir…

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—Dime —la apremió.

—No puedo tener orgasmos múltiples.

—Por supuesto que no puedes —estuvo de acuerdo, pero continuó con lo suyo.

Estaba poniéndose cada vez más mojada. Esta mujer poseía profundidades

inexploradas, y él quería ser quién revelase sus secretos.

Añadió un tercer dedo, haciéndola gritar.

—Tan sexy —murmuró.

Ella se encontraba con cada empuje de su mano.

—Tan necesitada. —Frotó su clítoris con más fuerza.

Julia empujó la parte baja de su cuerpo hacia él.

—Tan natural.

—Yo…

—Córrete para mí, chica. —Presionó sobre su punto G—. Ahora.

Ella convulsionó mientras gritaba su nombre.

Marcus le susurraba palabras tranquilizadoras mientras ella montaba su clímax,

entonces continuó animándola hasta que los pequeños temblores amainaron.

Cepilló hacia atrás su pelo y delineó la línea de su mandíbula.

—Esto no es posible —dijo Julia.

—Obviamente —le dio la razón.

—La mayoría de las veces ni siquiera tengo un orgasmo.

—Entonces soy un hombre afortunado. —Lo dijo queriendo decir exactamente

eso. Adoraba a las mujeres, y nunca era indiferente con respecto a la sumisión o el

placer de ellas. Eso era un honor, y él lo sabía.

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—Gracias.

Ella abrió los ojos.

—Gracias, Señor.

—Estaba esperando que le prestaras atención a tus modales.

—¿O podría ganarme otra zurra?

—Sin duda —afirmó.

—En ese caso, debería haber mantenido mi boca cerrada.

Él levantó las cejas.

—¿Te gustó eso, verdad?

—Mañana lo negaré.

—Es justo. ¿Esta noche?

—Sí —respondió—, me gustó eso.

Se estiró para desabrochar sus muñecas.

—La polla del Señor está dura.

Era observadora. Requeriría menos de media docena de friegas para derramar

su carga. Estaría fantaseando con ella mientras lo hiciera.

—¿Me follas? —Le preguntó.

Él dejó caer la mano y la miró.

—Te quiero dentro de mí.

—En realidad no hablamos sobre tener sexo.

—No quiero hablar de eso. ¿Seguramente alguien por aquí tiene un condón?

Le acunó la barbilla entre su pulgar e índice, y se encontró con su mirada.

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—Me niego a aprovecharme de ti —le dijo.

—No te estás aprovechando —antagonizó—. Quiero que me folles. Ahora.

Duro. Profundo.

—Necesitamos discutir lo que sucedió. Probablemente tienes preguntas, tal vez

algo que necesites decirme…

—No puedes tener las dos cosas, Señor. Además soy una mujer capaz de pedir

lo que quiero, como dijiste, o no lo soy. Quiero sexo. Quiero que me folles. Quiero

que lo hagas duro.

Marcus apretó los dientes. No era adverso a tener sexo con una sub después de

una escena, pero con Julia, estaba en terreno poco firme. Quería seguir adelante

con su aftercare6, pero hacer lo que ella necesitaba era parte de ser un Dom

responsable.

—Si no quieres, podría pedírselo a algún otro…

—No. Eres mía, Julia, por esta noche. Si quieres ser follada, seré el único que lo

haga.

—Por favor —le dijo.

—Necesitas pensar sobre esto.

—Fóllame o déjame ir para que pueda encontrar a alguien que lo haga.

No ampollaba los traseros de las mujeres cuando estaba enojado. Estaba

orgulloso de su control. Esta noche era la primera vez que se había sentido tentado.

Lo estaba incitando, y lo sabía. Pero eso no hacía que su amenaza fuera más fácil

de aceptar.

La dejó amarrada y se puso de pie. Dio dos pasos atrás.

6 Aftercare: Se refiere a los cuidados posteriores a la escena.

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—¿Quieres que implore? —Le preguntó, su voz ronca por la necesidad—. Lo

haré, pero me gustaría que no me hicieras hacer eso.

—Quiero estar seguro de que sabes lo que estás haciendo.

Tenía la cabeza inclinada hacia atrás para poder mirarlo. Sabía que la posición

debía ser incómoda. Sus ojos brillaban por las lágrimas no derramadas.

—Tómame. Quiero que me uses. Como dije, si no me quieres…

—Cierra la maldita boca —chasqueó él.

—Fóllame —le repitió suavemente.

—Usa tu palabra de seguridad en cualquier momento. —Una parte de él estaba

asombrada de que no lo hubiera hecho todavía.

La chica asintió con la cabeza.

—¿Te gustaría que te desate?

—No. Así —le dijo—. Quiero estar atada e indefensa.

Jesús. Se pasó una mano por el pelo, perplejo. Nunca había estado con una sub

como ella.

—Quiero la experiencia. Dámela. Sométeme —lo apremió—. Deja de hablarme

hasta por los codos y fóllame.

Cuando él no respondió inmediatamente, ella forcejeó contra las correas de

cuero.

—Dime tus palabras de seguridad.

—Amarillo y rojo. Y estoy tan verde ahora mismo como si estuviera dentro de

un bosque.

Había dicho suficiente. Sacó la cartera de su bolsillo trasero y tomó un condón.

Lo colocó al lado de ella, sobre el banco.

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Con las puntas de los pies se sacó las botas, entonces rápidamente se quitó el

resto de la ropa.

Su polla saltó hacia adelante, y él palpitaba de necesidad.

Queriendo establecer el correcto y natural orden entre ellos, recordándole quién

estaba a cargo, se movió nuevamente hacia ella y le apresó el pelo con su mano

izquierda. Usó la mano derecha para guiar la cabeza de la polla a través de sus

labios.

—Chúpala.

Obedientemente ella abrió su boca.

Marcus deslizó la polla dentro del calor de su boca. Lo lamió provocativamente.

—Al grano —le ordenó.

Sabía que el ángulo era incómodo, y obviamente ella no había tenido mucha

experiencia haciendo mamadas, pero su inocencia lo embelesaba. Le capturó la

cabeza y dobló las rodillas ligeramente.

—Eso es, buena chica. —Empujó sus caderas superficialmente.

Julia se atragantó ligeramente pero no intentó apartarse. En lugar de eso,

duplicó sus esfuerzos para chuparlo.

Normalmente no jugaba así con una mujer hasta el tercer o cuarto encuentro.

Pero sus entusiasmados sonidos lo impulsaban. La deseaba.

Le sujetó ambos lados de su cabeza. Finalmente, sabiendo que estaba al borde

de eyacular, la detuvo.

—Suficiente.

A Julia le tomó un par de segundos para obedecerle. En el futuro —si hubiera

un futuro— no toleraría esa clase de comportamiento.

—Es usual agradecerle a un Dom por darte el privilegio de chupar su polla.

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—Gracias, Señor —expresó obedeciéndolo.

—¿Estás segura que no quieres que te suelte antes de que te tome desde atrás?

—Sólo sigue con eso. Señor.

Debía tener los músculos cansados y doloridos. Su petición de permanecer atada

lo desconcertaba. Pero no tenía ninguna duda, si la dejara irse sin darle su cuota de

sexo, ella encontraría a algún otro. No entendía por qué ese pensamiento le

molestaba.

No necesitó acariciarse la polla antes de hacer rodar el condón a través de su

longitud. Incluso si ella no lo hubiera tomado dentro de su boca, la visión de su

piel castigada lo habría puesto duro instantáneamente.

—Tu culo todavía está rojo —le dijo mientras se movía detrás de ella—. Y

también las partes traseras de tus piernas. Podría ser doloroso para sentarte

mañana. —Si estuvieran en su casa, la haría meterse en la bañera con agua caliente

antes de frotarla con árnica y de meterla en la cama.

Usando ambos manos, separó sus nalgas y le rozó el coño con su polla,

deslizándola de un lado a otro, asegurándose que estuviera lista antes de entrar en

ella.

—¡Oh, Señor, lléname!

Tuvo que acomodar su cuerpo para poder tomarla de pie. Idealmente, ella

estaría más adelante sobre el banco, pero no tenía dudas de que esto satisfaría sus

necesidades.

Con un solo y sólido empuje, se enterró en ella.

—Tómame —le dijo a Julia—. Dámelo.

—Tu coño está tan caliente, chica. ¿Es esto lo que necesitas?

—¡Sí!

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Ella se contrajo, apretándolo. Él clavó los dedos más profundamente en sus

hombros para controlar sus respuestas.

—Dime lo que quieres.

—Más. Más duro.

Cambió el ángulo, agarrándola de uno de los huesos de sus caderas, y

estirándose entre sus cuerpos para acariciarla.

Ella tembló y se estremeció.

—¡Por favor, por favor, por favor!

—Vamos —le dijo. Dejó caer una fuerte palmada en su muslo derecho.

Ella gritó y convulsionó, forcejeando contra las correas e intentando moler su

coño en contra del banco. Había sabido que era una mujer caliente, pero esto lo

asombró. Era honesta en sus reacciones, y gritaba su nombre.

Finalmente, se tranquilizó, combándose contra el banco.

—No he acabado contigo todavía —le informó Marcus.

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CAPÍTULO 05

Julia se sentía saciada, como si estuviera ajena al tiempo y espacio. No tenía idea

de que algo como esto existiera. Una cosa era oír historias sobre cócteles o

presenciar una escena, pero ser una participante, sentir el dolor chamuscándole la

piel y a continuación tener un orgasmo que la había dejado destrozada…

Estaba respirando por medio de breves alientos. La mala posición hacía que no

pudiera llenar sus pulmones completamente. Estar estirada tan ampliamente con la

cabeza colgando hacia abajo la dejaba ligeramente desorientada.

Las partes traseras de sus piernas dolían por el tawse. Cada lugar que el Amo

Marcus había tocado se había convertido en una zona erógena.

Y la manera en que había jugado con ella, desde apretarle los pezones hasta

azotar su coño, creando un deseo fogoso.

Se alegraba de haberse prometido a sí misma que sería sólo una noche. Le

llevaría una eternidad catalogar las implicaciones de todo lo que habían hecho.

Esta noche, se había dejado llevar por el deseo. Era hiperconsciente de sí misma

como un ser sensual. Por primera vez en su vida, había anhelado la dominación.

Había necesitado esa unión y consumación. No era de la clase de mujeres que

habitualmente se acostara con un hombre que recién conocía. Pero las emociones

que él había provocado la habían dejado abrumada.

Había necesitado sexo de una manera como nunca le había sucedido antes. No

quiso irse a casa después de esa azotaina completamente excitada para

simplemente acurrucarse en la cama con un vibrador.

Tal vez mañana lamentaría su comportamiento, pero esta noche, estaba saciada.

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—Voy a desabrochar las correas —le dijo Marcus suavemente.

Esa era otra cosa que había notado de él, la forma en que usaba su voz,

controlando su tono y cambiando el volumen que imprimía al hablar. Podía sonar

tan rudo como la cima de una montaña, o tan suave como una brisa de julio. Ella

respondía de forma diferente a cada tono, exactamente como estaba segura que él

se proponía.

—Por favor quédate en el lugar y sigue mis instrucciones.

—Sí, Señor. —No había ningún daño en dejarlo pensar que estaba a cargo. Pero

la verdad era que ahora mismo ella no pensaba que podría moverse.

Le aflojó las muñecas, entonces se movió detrás de ella para soltarle los tobillos.

Se tomó unos minutos para frotarle la piel. No les quedaría mucho más tiempo

juntos, por lo que Julia decidió disfrutar de cada instante.

—Voy a ayudarte a ponerte de pie.

Ella comenzó a protestar pero cerró la boca antes de llegar a formular una

palabra. A él no le gustaba que le argumentaran, y ella se sentía un poco inestable.

Marcus le envolvió los brazos alrededor desde atrás. Fue cordial y firme al

mismo tiempo. Julia había esperado que la ayudara a pararse, pero el hombre la

levantó en sus brazos sosteniéndola en contra de su pecho.

Con pocos pasos, llegó hasta la silla donde había estado sentado antes, todavía

acunándola. Ningún hombre jamás la había cuidado del modo en que lo hacía él, y

eso le gustaba. Más temprano, en el piso de arriba, la había envuelto con una

manta. Esta vez, usaba sus brazos para mantenerla caliente.

Entonces cayó en la cuenta de la dura polla debajo de su trasero.

—No te corriste —le dijo.

—Contrariamente de lo que la mayoría de los hombres podría pensar,

sobreviviré a la experiencia.

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—Quiero que te corras —manifestó levantado la mirada—. Y no, no necesito

hablar de eso.

Durante varios silenciosos segundos, ella esperó su respuesta. Nunca había

tenido que pedirle sexo a un hombre, bueno, a menos que hubieran pasado varios

meses de relación y hubieran caído en la monotonía. Cuando la elección era dormir

o follar, a menudo era fácil elegir. Pero con el Amo Marcus… su complejidad la

confundía.

Él se quitó el condón, entonces se enfundó en otro antes de decir,

—Siéntate a horcajadas sobre mí.

Julia obedeció, levantándose en puntillas para que él guiara la polla hacia su

coño. Había algo tan liberador en estar con un hombre tan sexualmente cómodo

como él. Hacía más disfrutable toda la experiencia. La había interrumpido cuando

había comentado acerca de los pocos kilos de más de los que no podía

desprenderse. Y la hizo sentir que no lo estaba diciendo solamente por ser amable.

No la veía llena de defectos o como si necesitara ponerse a dieta. Parecía apreciar

honestamente sus rollitos.

Le hubiese gustado haber visto más del cuerpo del hombre. Cuando se había

quitado la camisa, había notado una pequeña cantidad de vello oscuro bajando en

dirección a su cintura.

—Envuelve los brazos alrededor de mi cuello.

Lentamente bajó encima de su eje. Si bien ya lo había tenido dentro de sí, en este

ángulo se sentía diferente, y era capaz de penetrarla más profundamente.

Llenándola, poseyéndola.

—Tómame —le dijo Marcus.

—Fácil para ti, decirlo —le respondió.

Se estiró detrás de ella y le separó las nalgas. Ella jadeó, y él empujó hacia arriba.

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—Mucho mejor —dijo cuándo la tuvo completamente sentada sobre su polla—.

Inclínate hacia atrás un poquito.

Una vez que lo hizo, le ahuecó los pechos y los apretó con fuerza. Julia gimió, el

dolor estallando y complaciéndola. Marcus atrapó los pezones entre sus pulgares e

índices. Los estiró, entonces apretó el agarre otra vez.

Era como si hubiera una línea recta desde sus pezones torturados y su clítoris.

Procedió a mecerse de un lado a otro, clavando los dedos de sus pies en el piso

cuando un orgasmo comenzó a construirse profundamente en su interior.

Le había dicho la verdad más temprano. En una noche, nunca había podido

correrse más de una vez. Con este hombre, ya había llegado al clímax un buen

número de veces. Típicamente le llevaría mucho tiempo para lograr excitarse,

razón por la cual a menudo prefería un vibrador a un hombre. En su experiencia,

los hombres no tenían la paciencia que se requería para satisfacerla.

—Yo…

—Sí —le dijo—. Quiero que te corras.

Alivió la presión en sus pezones. Entonces, cuando la sangre regresó a las

puntas, apretó otra vez.

—¡Señor, Señor, Señor! —Gritó en su orgasmo.

Marcus se movió para acariciarle la columna de su espalda. El cuarto se sentía

como si estuviera girando, y ella colapsó en contra de él.

—Maldición, eres una chica caliente —le aseguró.

Un largo momento después, Julia cayó en la cuenta de la forma en que la

sujetaba. Permitiéndole un espacio constante para sobrellevar la tormenta.

Se quedó dónde estaba, apoyándose en la fuerza de sus hombros. Era un

hombre delgado, sin excesos de grasa acumulada. O frecuentaba un gimnasio o se

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dedicaba a algún tipo de trabajo físico. De cualquier manera, nunca se había

sentido más protegida que en este momento con él.

—Eres encantadora, Julia.

—Igual que tú, Señor.

—Gracias —respondió reprimiendo la risa—. ¿No soy un ogro? —Volvió a

preguntarle.

—Generalmente no.

Cuando su respiración había vuelto a la normalidad, la sostuvo de sus caderas

para guiar sus movimientos, subiendo y bajando por su gruesa e hinchada polla.

A Julia apenas le quedaban energías, pero este vaivén se sentía bien. Tenerlo

dentro de su coño la hacía sentirse completa.

—Eso es —le dijo.

Su voz sonó más ronca de lo que la había oído antes. Las puntas de sus dedos se

clavaron en las nalgas de Julia. Su cuello estaba rígido. Ya no estaba tan controlado

como había estado más temprano, y eso la hizo sentirse poderosa.

Julia llevó las manos a su pelo y tiró con fuerza, como él le había hecho a ella.

Marcus gimió, entonces la agarró por los hombros y le forzó el cuerpo hacia

abajo mientras él se conducía hacia arriba dentro de ella. Respondió a su arrebato

apretando sus músculos internos.

—¡Joder!

Ella podía sentir a su polla latiendo mientras eyaculaba. Él empujó un par de

veces más, vaciando sus bolas.

Contra su hombro, ella sonreía. Se estaba sintiendo menos inhibida con él que

con cualquier hombre con quien había estado. Y la experiencia había sido mejor

que cualquier otra.

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Marcus continuó acariciándole la espalda, y ella abrazándolo. Finalmente, fue

consciente del sudor corriendo por su piel.

La sujetó del pelo inclinándole la cabeza hacia atrás para que sus miradas se

encontraran.

—Gracias —le dijo—. Disfruté de hacer una escena contigo. Eres una sub muy

sexy.

Antes de que pudiera protestar, Marcus colocó un dedo sobre su boca.

—Sí, lo eres. Sexy y sumisa. Niégalo cuanto quieras, no vuelvas a jugar otra vez,

pero eso no cambiará los hechos.

Julia se estremeció, no porque él estuviera mostrándose demasiado autoritario,

sino porque tenía razón.

Se puso de pie con ella todavía envuelta a su alrededor, agarrándose. Le

acomodó la espalda en la silla y dijo,

—Quédate aquí.

Cruzó hasta el otro lado del cuarto y Julia pudo oír el sonido del agua corriendo.

Letárgica, lo contempló. Raras veces había tenido la experiencia de relajarse

después del sexo para observar a su amante. Pero esta vez, sí, y

desvergonzadamente.

Realmente no había tenido la oportunidad de admirar su cuerpo desnudo. Era

tan perfecto de espaldas como lo que había visto del frente. Sus hombros eran

imposiblemente anchos, y sus piernas tan grandes y musculosas, su culo

primorosamente esculpido. No había dudas de que llenaba un par de jeans.

Sintió una pequeña punzada de pena porque su primera vez también sería la

última.

El hombre se deshizo del condón. Cuando se volvió para enfrentarla, la primera

vista completa de su parte frontal la dejó sin aire.

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Su polla todavía estaba semierecta. Recordó el sabor salado y masculino cuando

había llenado su boca mientras estaba suspendida sobre el banco. Sacudió la

cabeza para desalojar esa vívida imagen. Cada empuje había sido un recordatorio

de su impotencia. Había estado desesperada por complacerlo. Había tomado su eje

agradecidamente, a pesar de que usualmente evitaba chupar el pene de un

hombre. Sí, el Señor había sido implacable en sus demandas, pero la crudeza de

ellas había hecho que algo desconocido llameara a la vida en su interior.

Marcus se acercó a ella con un paño para lavarse.

Un poco avergonzada, se estiró para tomarlo. Él negó con la cabeza.

—Ponte de pie y abre las piernas.

Ya sabía que no debía discutir. El agua estaba caliente, y la limpió suavemente.

Una parte de ella deseaba que el piso se la tragara. Pero a la otra parte más grande

y bastante más extensa, le gustaba que la cuidara. Toda la experiencia con él había

sido una dicotomía, desde el ardiente dolor a la deliciosa ternura.

—Lo hiciste bien —le dijo, alejando la tela. La hizo un bollo y la arrojó atrás

hacia al fregadero.

—Yo… uhm… estoy un poquito perdida en cuando a qué hacer ahora. ¿Te

agradezco estrechándote la mano?

—Te acompañaré a tu coche.

—Creo que puedo encontrarlo por sola, pero gracias.

—No pongas a prueba mi paciencia —le advirtió.

Ella tragó. Sus ojos estaban entrecerrados y su mandíbula apretada. Podría estar

completamente desnudo, pero dominaba el espacio sin ningún esfuerzo.

Se vistió. Mientras se ajustaba su cinturón, Julia se preguntó salvajemente cómo

podría sentirse sobre su piel. Sacudiendo la cabeza, mentalmente lo instó a

apresurarse.

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—¿Algún problema?

—No. No, Señor.

Estaba ansiosa por escaparse… antes de sentirse tentada de quedarse.

—¿Podrías alcanzarme el tawse?

Podría negarse. Con él ya vestido, fue consciente de un sutil desplazamiento de

poder. Estando desnuda él se imponía sobre ella, completamente vestido, la

enervaba.

Dios la ayudara, pero la sensación era tan excitante como aterradora.

Se encaminó hasta el banco y recogió la fornida tira de cuero.

—Conserva la mirada enfocada en el piso mientras me lo traes —le indicó con

tranquilidad.

Julia sabía que podría usar una palabra de seguridad y dar por terminadas sus

órdenes, pero no obstante, obedeció.

Cuando llegó hasta él, extendió su mano.

—Arrodíllate y ofrécemelo.

En realidad ella no haría eso, ¿verdad? Su tono rudo la hipnotizó, y no pudo

rehusarse. Arrodillada, siguió sus instrucciones.

—Sobre tus palmas.

Extendió la manos, con las palmas hacia arriba, el tawse yaciendo a lo largo

sobre ellas.

Él no se movió ni habló.

Podía sentir la firmeza del cuero. Mientras continuaba esperando, recordó su

calor cuando le había recorrido la piel. Había quemado, pero esa sensación

palidecía al lado del dolor que había provocado en su interior.

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—Gracias.

El hombre tomó el implemento, y Julia se mordió el labio inferior para evitar

pedirle que lo usara con ella otra vez.

—Puedes pararte.

Sólo después que había unido el tawse a su cinturón, ella se levantó.

—Ven aquí, Julia.

Compelida, obedeció. La acunó y le frotó la piel. Parecía extraño que fuera él

quien la confortara después de esta experiencia, pero no lo cuestionó. Sólo

permaneció allí por un rato, inhalando su fresco perfume a bosque, confiando en

su formidable fuerza masculina.

Se sentía extrañamente renuente a dar un paso para alejarse, pero finalmente lo

hizo.

—Busquemos tus ropas —dijo. Se detuvo lo suficiente como para ponerse su

chaqueta de cuero.

La vista de él, con esa apariencia occidental, fue suficiente para que se le secara

la boca. Apenas podía creer haber pasado la noche con este hombre, sintiendo las

manos en su culo, experimentando orgasmos devastantes, siendo completamente

dominada.

Cuando había cerrado la puerta detrás de ellos más temprano, su corazón se

había saltado un latido. Estar en el cuarto de nalgadas había sido surrealista. Pero

ahora, reincorporarse a la fiesta se sentía extraño.

Mientras lo seguía por el pasillo, podía oír los sonidos de los látigos, de subs

gritando, de órdenes impartidas severamente, y de palabras tranquilizadoras.

Todavía la sorprendió un poco, pero ahora lo entendía mejor.

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En el área principal, los camareros continuaban ofreciendo bebidas. Los Doms

conversaban. Algunos subs estaban de rodillas. Uno llevaba una correa. Un Dom

acariciaba la cabeza de un sub mientras charlaba con el cantinero.

Nada había cambiado.

A excepción de ella.

—Quédate aquí —le dijo Marcus. Señaló un lugar en el piso.

Sorprendiéndose a sí misma, no discutió. No se movió, pero mantuvo la mirada

sobre él. Se sobresaltó un poco cuando alguien le tocó el codo.

—No quería asustarte.

Se volvió y se encontró con los profundamente oscuros ojos marrones de

Gregorio. De cerca, era más guapo que lo que había imaginado. Su piel estaba

oscurecida por el sol. Llevaba una camiseta negra con las mangas cortadas. Sus

pantalones parecían como si hubieran sido hechos a medida. No había duda de

que podría aparecer en los videos que se filmaban en la casa.

—Es tu primera vez aquí —dijo—. Y, según el Amo Damien, tu primera

experiencia.

Marcus le había dicho que Gregorio era un switch pero, para ella, tenía el mismo

aire de autoridad que los otros Doms que había conocido.

—Sí —respondió—. Señor.

—Te observé por unos minutos.

—¿En serio? —Ella no había sido consciente de nada o nadie que no fuera

Marcus.

—Mientras estabas atada en el banco. Parecías estar serena.

Nunca habría usado esa palabra, pero de alguna extraña manera calzaba bien.

—¿Cómo estuvo tu experiencia?

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—Alucinante —admitió. Se empujó hacia atrás el pelo alejándolo de su cara—.

Al principio fue demasiado, y picó como el demonio. No estoy realmente segura

de qué pensar.

—Es comprensible y para nada inesperado. ¿Tienes a alguien con quien puedas

hablar de esto?

—A Lana. Después que regrese de México.

—Haré que el Amo Marcus te dé mi información de contacto. Si necesitas a

alguien para hablar, siéntete libre de ponerte en contacto.

—Gracias. —No le dijo que no tenía intenciones de darle su información de

contacto al Amo Marcus. Pasaría a través de todo esto por sí misma.

Marcus regresó con una botella de agua del bar.

Los dos hombres se saludaron. El Amo Marcus colocó una mano en su hombro.

Julia no se decidía si la intención del toque era ser reconfortante o posesivo.

—Bebe esto —le dijo, aflojando la tapa.

No la examinó para ver si obedecía. Simplemente asumió que lo haría.

Ambos hombres hablaban, y ninguno le dirigía la palabra a ella. Julia se bebió el

agua, más porque le daba algo para hacer que por cualquier otra cosa.

Bajo circunstancias normales, ser ignorada podría ofenderla. En este momento,

no. De hecho, cuanto antes pudiera recuperar sus ropas y conducir a casa, mucho

mejor.

—Por favor, dale a Julia mi información de contacto en caso que necesite a

alguien para hablar —Gregorio le dijo a Marcus, quien asintió con la cabeza.

Después de desearles una buena noche a ambos, Gregorio se excusó.

—¿Lista? —Preguntó Marcus.

—Sí.

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Se dirigió hacia el piso de arriba, y ella lo siguió a una distancia respetuosa,

apretando la botella de agua en su mano. Algunas parejas estaban charlando, pero

el solárium estaba vacío.

—Puedo sobrevivir sola —le dijo, sintiéndose nerviosa ahora que estaban solos

otra vez. Sus ropas estaban donde él las había dejado.

—Estoy seguro que puedes. —No hizo ningún ademán para irse.

Resignada, recogió su simple ropa interior de algodón. Prometió visitar la tienda

de lencería pronto. Se subió las medias, repitiéndose que no debería sentirse

cohibida. El hombre había visto cada pedacito de ella.

Marcus la observó en silencio cuando abrochó los ganchos de su sostén y luego

se contoneó para entrar en su falda. Le temblaron los dedos cuando intentó pasar

los botones de la blusa a través de los agujeros condenadamente pequeños. La

cabreó como el demonio que él lo notara y le quitara los dedos a un lado.

—Déjame a mí.

En lugar de comenzar por la parte superior, ajustó el más bajo primero. Sintió

los dedos rozándole la piel, y unos temblores pequeños la sacudieron.

—Gracias. —Honestamente nunca había recibido tantos cuidados antes. A pesar

de sus tendencias feministas, sabía que podría acostumbrarse a su forma de

tratarla.

Abrochó el cuello antes de dar un paso atrás.

Después de enderezar los hombros, Julia se deslizó dentro de sus zapatos. Se

dijo a sí misma que había recuperado el control, pero era una mentira. Tener a este

hombre cerca la desarmaba completamente.

Localizó sus pertenencias en el vestíbulo.

—¿Llaves? —Preguntó Marcus, extendiendo la mano.

—Yo…

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—No discutas —le advirtió.

Rebuscó las llaves dentro de las cavernosas profundidades de su cartera.

—¿Cuál es tu coche? —Le preguntó, abriendo las grandes puertas de roble.

—Es aquél. —Señaló la calle—. Ese pequeño SUV negro.

—Lo acercaré.

—Marcus…

—Amo Marcus —la corrigió. Un fuego verde ardió en sus ojos—. Cuestiona mi

autoridad una vez más y te llevaré de regreso a ese banco de nalgadas tan

rápidamente que no recordarás tu nombre. ¿Está claro?

—Sí, Señor. —La idea de meterse en un coche caliente con el parabrisas limpio

sería puro lujo—. Gracias.

—Me preguntaba cuando te acordarías de usar algunos modales.

Sin otra palabra, salió, desafiando al frío. Dirigió una mirada hacia ella y Julia

permaneció en silencio.

No apreciaba mucho conducir de regreso por Berthoud Pass. La ligera nevada

durante la ceremonia había sido hermosa, pero podría hacer que los caminos se

volvieran traicioneros.

Mientras esperaba, se puso el abrigo y los guantes de cuero para conducir.

Unos minutos después, Marcus volvió a entrar a la casa. Los copos de nieve se

aferraban a su pelo, y sus manos estaban rojas. Se le derritió el corazón. Había ido

afuera por ella.

—Su carroza la espera, señora.

—Gracias. No necesitabas hacer eso, pero…

—De nada.

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Ella cerró la boca.

Marcus la sujetó de un codo, asegurándose que no se resbalara mientras la

acompañaba hasta el coche. Como un caballero, mantuvo abierta la puerta del

conductor y la ayudó a subir al coche.

—Llámame cuando quieras —le dijo, ofreciéndole una tarjeta de presentación—.

El número de mi celular está allí, y también el de Gregorio.

La dejó caer en la consola al lado de ella.

El momento se volvió silencioso y estático. Aparentemente el hombre esperaba

que le correspondiese.

—Te agradezco que hayas acercado el coche. —El calor susurraba por los

respiraderos, y el hielo de la ventana trasera se ya estaba derritiendo. Pero ella

sabía que el frío debía estar dañándole las orejas y los dedos—. Va a ser mejor que

vuelvas adentro —le dijo. Su sonrisa se sentía tan frágil como los carámbanos que

colgaban de los cercanos pinos ponderosa.

Él cerró la puerta y la saludó con un gesto. Mientras se alejaba, Julia resistió el

impulso de mirarlo por el espejo retrovisor.

Un hombre sencillo. Estaba decidida, cueste lo que cueste, no sólo a conocerlo,

sino a salir realmente con un tipo sencillo. Después de la experiencia con Jason, se

había prometido a sí misma que nunca más pasaría el tiempo con ningún hombre

que fuera demandante, dictatorial, o dominante.

¿Entonces por qué no podía quitar los pensamientos de Marcus –del Amo

Marcus— de su mente?

Suspiró.

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Los caminos habían estado sorprendentemente fáciles para conducir. Los

quitanieves los habían limpiado, y no había hielo a pesar de que la nieve

continuaba cayendo perezosamente. De todos modos, se había aferrado al volante

con todas sus fuerzas durante las dos horas enteras que duró el viaje de regreso a

su apartamento de Denver.

En casa, dejó caer su cartera y llaves sobre una mesita junto a la puerta. Jugueteó

con la tarjeta de presentación de Marcus durante un momento. Su nombre figuraba

allí, junto con el nombre de una compañía, Silver Eagle Constructors7. ¿Sería el

dueño de la empresa? ¿O simplemente era el lugar donde trabajaba? El hecho que

tuviera un trabajo físico explicaba mucho acerca el color bronceado de su piel y los

músculos que se abultaban en sus antebrazos y bíceps.

Miró la tarjeta durante un minuto completo antes de arrojarla a la papelera de

mimbre que tenía a mano para deshacerse del correo no deseado.

Ella había t-e-r-m-i-n-a-d-o con hombres abrumadores que pensaban que se las

sabían todas.

Después de colgar su abrigo y meter los guantes en los bolsillos, entró a su

dormitorio. Optó por un par de pantalones para dormir y una camiseta con

mangas largas en lugar de un camisón sin mangas.

El sueño la eludía. Dio vueltas de un lado a otro durante varias horas. En su

frustración, se tapó con el cobertor, lo apartó a un lado de un empujón, asestó la

almohada de varias formas diferentes, pero, no importa lo que hiciera, no lograba

desvanecer las vívidas imágenes de Marcus que se reproducían de forma

intermitente por su mente. Lo vio con su chaqueta de cuero, entonces con su

camisa con las mangas remangadas. Y luego, infierno, completamente desnudo.

Por un momento, se preguntó si su polla realmente era tan grande como

recordaba.

7 Silver Eagle Constructors: Construcciones Águila Plateada.

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Finalmente, exhausta por la batalla, volvió a acomodarse en la cama. El perfume

masculino permanecía en su piel, un vívido recordatorio de la forma en que la

había sostenido en sus brazos mientras ella se acurrucaba contra su pecho.

Necesitaba una ducha. O, mejor aún, un baño. Sus piernas no se habían abierto tan

ampliamente desde la clase de gimnasia de la escuela secundaria. Sus pantorrillas

se sentían como si hubiera corrido una maratón, y hasta los músculos de sus

brazos dolían.

Esparció un preparado de sales relajantes en el agua entonces se hundió hasta la

barbilla.

Recostarse contra el cojín inflable no ayudó.

Veinte minutos después, quitó el tapón.

Mientras envolvía una toalla alrededor de su cuerpo, captó su reflejo en el

espejo. Dejó caer la toalla y se acercó.

Las líneas eran débiles, pero podía ver las marcas en las partes traseras de sus

muslos. La ligera impresión de una mano era obvia en su nalga derecha.

Esperó sentir un deje de mortificación, pero nunca llegó. En lugar de eso, se

sintió excitada.

Dado que no podía exterminar los pensamientos de él, se rindió a lo inevitable.

Tomó su vibrador y volvió a su cama.

Seleccionó la velocidad más lenta y acomodó la pulsante cabeza en contra de su

coño. Los pensamientos comenzaron a reproducirse en su mente. Recordó la forma

en que había metido la mano debajo de su falda y el determinado semblante del

hombre cuando la había conducido al clímax delante de la ventana del solárium

del Amo Damien. Ella nunca había hecho nada tan escandaloso como eso.

Levantó las caderas ligeramente mientras recordaba el sonido de su voz, como

uñas raspando sobre terciopelo, cuando le había ordenado que se tendiera sobre su

regazo. Todo su cuerpo se sacudió cuando recordó el impacto de pura energía

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explotando a través de su piel en el momento en que la palma había conectado con

sus nalgas.

Un orgasmo se construyó profundamente dentro de ella mientras rememoraba

la forma tan eficaz y eficiente en que la había amarrado al banco de nalgadas.

El clímax estaba cerca, y las imágenes se reproducían con una velocidad

vertiginosa. La ruda explosión del cuero sobre su cuerpo indefenso, la forma en

que le había pedido que se arrodillara, y, Dios la ayudara, la forma en que le había

sujetado la cabeza mientras la obligaba a chupar su gruesa polla.

Con su mano libre, se pellizcó sus pezones doloridos, tirando de ellos,

estirándolos lejos de su cuerpo.

Se movió desvergonzadamente en contra del vibrador, entonces, necesitando

más, lo apoyó contra la capucha de su clítoris. La pequeña cantidad de carne ya se

sentía abusada. Un recordatorio de la forma en que el Amo Marcus la había usado,

abofeteando duro su coño, dominándola.

Jadeando, cambió el interruptor al punto más alto. Movió la cabeza

violentamente temblorosa de la bala sobre su clítoris hinchado.

Su cuerpo se sacudió y convulsionó como si la hubiese tocado una descarga

eléctrica.

En pocos segundos, las sensaciones fueron demasiado.

Sin pensar, gritó el nombre del Amo Marcus y se corrió, duro.

Dejó caer la bala todavía encendida a su lado. Jadeó para tomar aire. Nunca

antes había tenido un orgasmo de este tipo por su propia mano.

No sabía cuánto tiempo estuvo allí, temblando y estremeciéndose mientras

trataba de recordar cómo respirar normalmente.

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El orgasmo alivió una parte de la inquietud que la enardecía. Pero no mucho

después de haber conseguido controlar su ritmo cardíaco, la frustración la

reemplazó.

Había experimentado demasiadas cosas bajo las manos del Amo Marcus.

¿Cómo iba a hacer para regresar al tradicional sexo misionero?

Marcus Cavendish —quien llevaba un implemento de cuero para azotar anexo a

su ropa— era muchas cosas, pero definitivamente no era un hombre sencillo.

Apagó el vibrador y volvió a taparse con las mantas.

Agotada, se curvó en una pequeña bola y cayó dormida.

Demasiado temprano la mañana siguiente, la alarma la despertó

sobresaltándola. Comprensible. Parecía como si hiciera un minuto que en verdad

se había quedado dormida, y ya era hora de levantarse.

Apagó la alarma dos veces antes de percatarse que se suponía que debía

encontrarse con Harvey para desayunar.

Harvey.

Encajaba a la perfección dentro de su definición de tío sencillo.

Se habían conocido on line, y la primera cita había sido agradable. Él había

insistido en pagar un café y bollos, y habían paseado por el Pearl Street Mall de

Boulder8. Había sido solícito, y era pasablemente apuesto, aunque un poco delgado

para su gusto.

Era exactamente el tipo de hombre que buscaba. Él había dicho que esperaba no

estar siendo demasiado atrevido al remarcar que ella era linda. Ella había

8 Pearl Street Mall de Boulder: es un centro comercial peatonal de cuatro cuadras en Boulder,

Colorado.

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intentado evitar que la mueca se trasluciera en su cara. Era una descripción que se

adaptaba mejor para los conejitos y gatitos.

Había esperado que el hombre con quien terminara la encontrara salvajemente

atractiva. Ansiaba oír que era sexy y receptiva, y que su culo estaba hecho para un

tawse. Pero un compañero sólido y previsible no diría eso. Y, francamente, no había

nada malo en ser linda. Que Harvey ya le hubiera dado a entender que a le

gustaría llevarla a su casa para conocer a su familia era un plus.

Con un profundo suspiro, encendió la cafetera y la fulminó con la mirada

impacientemente mientras la máquina escupía miserables gotas dentro de la jarra

de vidrio. No esperó a que terminase de hacerse antes de servirse una taza y

agregarle un más que generoso chorro de crema. Decidiendo que, si un poco era

bueno, más era mejor, llenó la taza.

Apoyándose contra el mostrador, terminó el contenido de la taza con poco

largos tragos. Sintiéndose un poco más humana, volvió a llenar la taza y se dirigió

al cuarto de baño.

Mirándose en el espejo, intentó domar su pelo. Después de fallar, optó por una

cola de caballo antes de abrir la gaveta del maquillaje. Una capa de base no hizo

una diferencia notable. Una primera mano de rímel hizo poco para ayudarla a

verse más despierta.

Prácticamente se pintarrajeó con una sombra de ojos, entonces aplicó una

segunda mano de rímel. Eso, también, fue un notable fracaso. Sus ojos se veían

demasiado pequeños y era evidente que estaban ligeramente hinchados. A pesar

de estar con su segunda taza de café, apenas podía mantener los ojos abiertos.

Y todo esto era culpa del Amo Marcus.

Hasta anoche, hasta haber gritado mientras se corría, había estado entusiasmada

con encontrarse con Harvey en el centro de la ciudad de Denver para desayunar.

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Aunque no le sirviera de mucho, seleccionó un sostén que hacía juego con las

bragas del cajón del tocador. Dado que él no había intentado besarla después de su

primera cita, dudaba que llegara a ver su lencería.

Se calzó un par de jeans y evitó mirarse el trasero en el espejo. No importaba si

su piel estaba amoratada o si el contorno de la mano del Amo Marcus todavía

estuviera visible.

Se puso un suéter demasiado ceñido y se preguntó si Harvey incluso notaría lo

escotado que era. Por otro lado, el Amo Marcus no le prestaría atención, tampoco.

Él tendría el material fuera de su cuerpo y apilado en un montón tan rápidamente,

que no haría ninguna diferencia lo que llevara puesto.

Las imágenes del Amo Marcus y Harvey colisionaron en su mente. Dado que

allí realmente no había un punto de comparación, enderezó los hombros y decidió

olvidarse que alguna vez había conocido al delicioso Dom.

Llegó al restaurante algunos minutos tarde. Harvey estaba esperando dentro de

la puerta, e hizo el gesto de revisar su reloj.

—¿Te dije mal la hora? —Le preguntó.

—No. Lo siento. —Se desabotonó su abrigo y se sacudió los copos de nieve.

No la ayudó a quitárselo ni a ubicarlo en la silla vacía. Simplemente permaneció

allí, mirándola.

—Los caminos estaban un poco resbaladizos —continuó—. Por lo que me tomó

algunos minutos más de lo que pensé para llegar aquí.

—¿Siempre llegas tarde a los acontecimientos? ¿O sólo no eres una persona

madrugadora?

Fue salvada de responder por la llegada de la mesera.

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El restaurante ya estaba abarrotado, y con los decibelios altos. Una vez que

estuvieron sentados, una camarera con apariencia agobiada se detuvo el tiempo

suficiente como para preguntarles,

—¿Café?

Harvey asintió con la cabeza. Julia ordenó té. La mujer asintió con la cabeza y

continuó su camino.

—Seré curioso. —Harvey movió los condimentos exactamente al centro de la

mesa. Tomó su menú y la miró por encima de la parte superior—. ¿Siempre sueles

llegar tarde?

Ella ubicó su abrigo a su lado.

—¿Siempre sigues dándole vueltas a las cosas después de que alguien ya ha

pedido disculpas? —antagonizó.

Él se reclinó cuidadosamente, todavía sosteniendo el menú.

—Estás poniéndote un poco a la defensiva, Julia. Yo simplemente estaba

dándote conversación.

—Tienes razón. —La última noche la había dejado con los nervios de punta—.

Lo siento —volvió a decirle.

—Porque yo siempre llego temprano a todos los acontecimientos y reuniones.

—Yo tengo docenas de fallos —le respondió, algo molesta por dentro. Se percató

que había una diferencia entre un Dominante y un imbécil—. Tal vez centenares.

—Estoy tratando de hablar en serio.

—Yo también —replicó.

La mesera llegó con sus bebidas.

—¿Listos para ordenar?

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—Sí —respondió Harvey.

Julia negó con la cabeza.

—No he mirado el menú.

Harvey suspiró.

—Lo miré antes de que llegaras.

—Pensándolo bien, ya me decidí. —Abrió la cremallera de su cartera y sacó un

billete de cinco dólares de su billetera. Dejó caer el dinero sobre la mesa y sonrió,

sintiéndose repentinamente aliviada—. Quiero un hombre con una sola cara, con

una gran salchicha, y con dos bolas calientes.

La mesera le guiñó un ojo.

Harvey jadeó.

—Espera un minuto —dijo. Miró alrededor, el menú todavía apretado en su

mano—. Sé razonable, Julia. Insisto en que te comportes. Estás haciendo una

escena.

Ella tomó su abrigo, colgó la cartera sobre su hombro y se encaminó hacia la

puerta.

Afuera, la ráfaga de viento que la abofeteó en la cara no la detuvo. En lugar de

eso, la revigorizó. Tal como había aprendido anoche, había algo estimulante en ser

honesta con sí misma y con el resto de la gente.

Ni el frío, ni el viento, ni las calles llenas de hielo, le molestaron.

Entró a su apartamento y tomó la tarjeta de presentación del Amo Marcus que

estaba en la papelera. Miró el águila decorada con un escudo de armas en el papel,

y la reconoció como el mismo símbolo que había visto estampado en su tawse.

Le temblaba la mano. Supo por qué no había dormido anoche. Porque no había

estado dispuesta a enfrentar la verdad… le había gustado el rato que había pasado

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con el Amo Marcus. Había disfrutado de la forma en que la había zurrado,

haciéndola cuestionarse sus creencias, y la forma en que la había cuidado después.

Julia nunca había sido una mujer de acurrucarse con alguien. Francamente, en

verdad no comprendía por qué alguien querría hacerlo. Era más fácil dormir sola,

sin nadie apoyando su peso contra ella. Pero él la había hecho sentirse segura y

protegida, incluso a pesar de que ser arrogante e insoportable… las cosas que más

detestaba en un hombre.

A regañadientes admitió la verdad para sí misma. Quería verlo otra vez.

¿Entonces qué carajo iba a hacer con eso?

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CAPÍTULO 06

Bueno, bueno.

Marcus miró la identificación en la pantalla de su celular.

Julia Lyle.

La noche de la boda, le había dado su información de contacto. Aunque la mujer

no hubiera correspondido, él arrogantemente había sabido que volvería a saber de

ella. Había hecho lo imposible para darle una experiencia memorable. Seguro

como el infierno que había sido caliente para él, más intensa que la mayoría de las

escenas en las que había participado últimamente.

Después de un mes de silencio, había estado determinado a dejar de pensar en

ella.

A pesar de su determinación, había tenido eventuales recuerdos de la vista de

sus nalgas, respingando sobre su regazo, expuestas para su castigo. Habían

disfrutado de jugar juntos, y cada una de sus reacciones había sido honesta. La

mujer había sido franca al decirle que sólo quería una aventura de una sola noche.

Obviamente no lo necesitaba para completar su vida.

Y ahora, cuando había perdido todas las esperanzas, su teléfono estaba sonando.

Esperó unos cinco segundos completos antes de responder.

—Cavendish.

—Hola… —Ella hizo una pausa momentánea.

La palabra Señor colgaba entre ellos, implícita.

—Soy Julia. Te conocí en la boda de Ben y Lana.

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—Nunca te habría olvidado —le respondió. Esperó a que ella hablara, dejándole

llevar el ritmo.

—Estuve pensando en ti —le dijo. Otra vez, dejó el título honorario colgando del

final de su frase—. Me preguntaba… —se interrumpió—. Es que… dijiste que

estaba bien que te llamara.

Percibió un dejo de nervios en su voz. Claramente había requerido un poco de

coraje de su parte para llamarlo.

—Me alegro que lo hicieras. —Se estiró para alcanzar el cóctel que estaba en su

escritorio entonces se reclinó en su silla.

—Me preguntaba… —Soltó el aire—. Maldita sea. Durante los últimos días,

bueno, semanas, estuve preparando lo que iba a decir. Tenía ciertas esperanzas de

dar con tu buzón de voz, honestamente.

—Aquí me tienes, en carne y hueso.

—No lo estoy haciendo muy bien, ¿verdad?

—Lo estás haciendo bien —la reconfortó—. Si hubieras dejado un mensaje, ¿qué

hubieras dicho?

—¿Te importa si soy directa?

—Prefiero eso en los juegos.

—Me gustaría verte otra vez.

—¿Cuándo?

—Cuando sea conveniente para ti.

—Cuando sea conveniente para ti, Señor —la corrigió—. Yo sostengo muchos

decoros del BDSM. Espero que tú los honres, también. A menos que estés

buscando un compañero vainilla. En cuyo caso, me pregunto por qué llamaste.

Casi podía imaginarla mordiéndose el labio inferior antes de que repitiera,

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—Cuando sea conveniente para ti, Señor. Y no, no estoy buscando que alguien

me lleve a la ópera. Me gustaría hacer una escena contigo otra vez, Señor.

Su tono sonaba diferente al que había usado al comienzo de la llamada. Su uso

de la palabra Señor había cambiado algo entre ellos, haciéndola consciente de lo

que quería.

La mujer, nuevamente, lo asombró y deleitó.

—¿Cuántas veces te has masturbado desde que estuvimos juntos?

—¿Perdón?

Él no respondió. En lugar de eso, miró por la ventana de su apartamento en las

sierras. Le encantaba la vista desde este mirador, los rascacielos, el parque de

diversiones, el centro de eventos. Denver parecía pulsar de energía, alimentándose

del Río Platte.

Estaba orgulloso de su casa. Le había llevado seis meses remodelar el espacio

según sus especificaciones. Había tirado paredes abajo para crear un salón enorme,

había abierto un espacio para la escalera, incluso había cerrado una parte del

espacio exterior para tener una terraza y un solárium. El vidrio y el metal definían

la construcción de trescientos metros cuadrados al pie del cielo urbano. Había

organizado un par de fiestas para clientes desde que se había instalado en su

nueva casa, pero nunca se había entretenido con una sub allí. Hasta ahora, no

había querido.

—No sé. Casi todos los días. Veinte o treinta veces en total, supongo, Señor —le

dijo finalmente.

Un apetito sexual similar al suyo.

—¿Fantaseas cuando te masturbas?

—Oh, Dios mío —suspiró—. Ésta no es la conversación que pensé que

tendríamos.

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—Ya hemos establecido que no me llamaste porque necesitabas a un escolta

para la ópera. Así que responde la pregunta. ¿Fantaseas cuando juegas con tu

coño?

—Sí. Sí, Señor.

Cuéntame sobre tu fantasía más reciente.

Guardó silencio por tanto tiempo que él comprobó el teléfono para asegurarse

que todavía estaban conectados.

—La sub que vimos ese día en la casa del Amo Damien…

—Sí.

—Me imaginé en el lugar de ella. Sentía curiosidad sobre la cruz de San Andrés.

Y pensé que podría querer probar un flogger.

Hasta La Guarida, ella no había sabido lo que era una cruz de San Andrés.

—Obviamente estuviste investigando un poco.

—Vorazmente. Miré un par de videos, y leí algunas cosas. Hablé un poco más

con Lana después de que regresó de su luna de miel. —Hablaba lentamente como

si estuviese confesando un pecado—. Ella se ofreció a permitir que Ben hiciera una

escena conmigo, y estuve tentada de aceptar. Pero pensé en preguntarte a ti si

estabas interesado, primero. Me gustó lo que hicimos. Confío en ti. Y, bueno, ya me

viste desnuda.

La idea de cualquier hombre que no fuera él iniciándola a los placeres sexuales

de una flagelación, lo cabreó. Recordándose a sí mismo que no tenía derecho de

enojarse, le preguntó:

—¿Qué te atrae de esa fantasía?

—Cuando observamos esa escena… la expresión de la mujer era tan vehemente.

Y cuando él la azotaba, ella se veía tan en paz. Estuve imaginándome lo que podría

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sentir al ser azotada con todas esas hebras. Y quiero ver tu expresión mientras lo

estás haciendo.

La mayoría de los Doms preferían tener a su compañera mirando hacia la cruz

de modo que su espalda y nalgas quedaran expuestas, y él estaba entre ellos. Pero

también le gustaba la idea de azotar sus pechos y observar sus expresiones.

—Entiendo si no quieres. Quiero decir…

—Estaría encantado de azotarte.

Ella guardó silencio por un minuto.

—¿El sábado estaría bien para ti? —preguntó Marcus.

—Eso es… ¿En serio? Gracias. El sábado está bien.

Dado que recién era lunes, eso le daba tiempo para prepararse. Su cuarto de

juegos actualmente tenía muy poco equipamiento, pero con toda seguridad que

cambiaría eso antes de su llegada. Conocía un carpintero que actualmente estaba

entre proyectos, y las ideas de Marcus mantendrían ocupado al hombre por el

resto de la semana.

—Te enviaré un mensaje de texto con mi dirección y el código para estacionar en

el garaje —le dijo—. Sigue las indicaciones de estacionamiento para visitantes. Te

encontraré allí. Te esperaré a las seis, en punto. ¿Ser puntual es un problema para

ti?

Salvo por el incidente con Harvey, nunca lo había sido. No había llegado tarde a

trabajar en al menos un año.

—No, Señor. No lo es.

—Ponte los tacones más altos que puedas manejar cómodamente. Y te quiero

vestida sólo con lencería debajo de tu abrigo. ¿Alguna pregunta?

—¿Qué tipo de lencería?

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—Te dejaré eso a ti.

—¿Ninguna orientación o sugerencias?

—Sorpréndeme. ¿Alguna otra pregunta?

La oyó exhalar.

—No.

Agitó la bebida alrededor de la parte interna del vaso de cristal.

—¿Dónde estás ahora?

—En casa.

—¿Qué tienes puesto?

—La ropa para entrenar —le respondió suavemente—. Acabo de regresar del

gimnasio.

—Deja el teléfono y desvístete.

—¿Hablas en serio?

—Sé una buena sub y haz lo que te dije. —Se preguntó cómo respondería. Una

parte de él esperaba que se rehusara. Ella había insistido en que no quisiera tener

nada que ver con hombres dominantes, y él era un Dom hasta la médula.

Sabía que para Julia una cosa era seguir órdenes cuando estaban en una escena,

y otra muy diferente renunciar al control cuando no estaban juntos. Se requería

confianza y una cierta disposición mental para no sentirse ridícula.

—¿Toda mi ropa?

—Eso es típicamente lo que quiero decir cuando te pido que te desvistas, sí —le

dijo secamente.

—Sí, Señor.

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Bebió un sorbo de su bebida mientras la imaginaba quitándose las ropas. Sí, la

había visto desnuda. Sabía cómo se veía, con su generoso trasero y sus pechos

carnosos.

—Estoy de regreso, Señor.

Le gustaba el sonido de su voz. Cuando estaba siendo transigente, había un

ligero ronquido en su tono. Cada palabra, cada pausa revelaba su estado

emocional. Sabía si estaba excitada, aprensiva, nerviosa, todo sin verla. Ella podría

insistir en que no era una sumisa, pero él pensaba otra cosa.

—¿Tienes un vibrador?

—Sí, Señor.

—¿Lo tienes a mano?

—No, Señor. Está en el dormitorio. Yo estoy en la sala de estar.

—Deja el teléfono. Ve a buscarlo y regresa. Y quiero que lo hagas gateando.

—¿Gateando, Señor?

—Cuando estamos juntos, Julia, puedes repetir una orden si no la comprendes.

Pero si estás ganando tiempo, te ganarás un castigo. —Se reclinó un poco más en

su silla y cruzó las piernas sobre del escritorio. Las imágenes de ella continuaban

asaltándole sus sentidos. Deseaba ver su sexy cuerpo bamboleándose mientras la

hacía moverse hacia él en cuatro patas—. Activa el botón de manos libres —la

instruyó cuando volvió a recoger el teléfono—. ¿Es un vibrador eléctrico o con

baterías?

—Baterías.

Él no dijo nada. Dejó que el silencio se extendiera.

—Quiero decir, funciona con baterías, Señor.

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—Enciéndelo y déjalo funcionar unos segundos para que yo pueda oírlo. —El

zumbido era satisfactorio. Escogería un vibrador más poderoso antes del fin de

semana.

Después que ella lo apagó, le dijo:

—De rodillas, por favor.

—Estoy arrodillada, Señor.

—Describe la posición para mí.

—Mis rodillas están muy separadas. Tengo el vibrador en una mano, y mis dos

manos están detrás de mi cabeza.

—¿Y tus pechos?

—Forzándolos hacia afuera, Señor.

—¿Dónde está tu mirada?

Ella vaciló.

—Estoy mirando el piso.

—¿Dónde estabas mirando antes de que preguntara? —Le preguntó con una

calma letal.

Después de suspirar, confesó:

—A una foto en la pared.

—Quiero respuestas honestas en todo momento. Si quieres jugar jueguitos,

encuentra a otro Dom. Sabías lo que te estaba preguntando.

—Discúlpame, Señor —susurró—. Tiene razón.

—Bien. Ahora. Mastúrbate con el vibrador hasta que te diga que te detengas. —

Oyó el suave zumbido. Entonces escuchó pequeños sonidos de placer. Esperó

hasta oír el primer gemido, y entonces dijo—: Detente.

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El trasfondo quedó en silencio.

—Esa es una buena chica, pequeña sumisa. ¿Estaba en la velocidad más alta?

—En la más baja, Señor.

—Tengo una regla para que una sub pueda tener un orgasmo. ¿La recuerdas?

—Sólo puedo correrme con tu permiso.

—Bien. Nos estamos entendiendo. Ahora pon el vibrador a la velocidad más

alta. Esta vez, quiero que lo folles como hiciste con mi mano.

—Como digas, Señor.

No oyó ningún sarcasmo en su tono, sólo un deseo por complacer. Maldición, su

polla estaba dura.

—Hazlo ahora.

Esta vez, sus gemidos fueron más altos.

—Recuerda que no puedes correrte sin permiso.

Finalmente, ella gritó un desesperado:

—¡Señor!

—Suficiente. Apágalo. Ahora —chasqueó.

Julia hizo un sonido similar a un gruñido. A Marcus le encantaba lo fogosa que

ella era.

—La primera vez que jugamos, dijiste que el hecho de que quisiera llevarte al

clímax cuando yo lo ordenase sonaba como a una fantasía.

Sus alientos eran fugaces y entrecortados.

—No sabía lo intenso que era tu poder sobre mí.

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Consideró acariciarse la polla mientras hablaban. Desde que habían estado

juntos, sólo había vaciado sus bolas unas pocas veces, todas sesiones rápidas en la

ducha. Ahora, la necesidad lo arañaba. Alejó la sensación. Quería todo su enfoque

sobre ella. Su experiencia era más importante que la de él.

—Cuenta hasta treinta mentalmente y entonces vuelve a encenderlo.

—Señor… —Suspiró—. Sí, Señor.

Oh, sí. Ella era deliciosa. Estaba peleando contra sí misma, deseando

complacerlo más. Exactamente medio minuto después, encendió el vibrador otra

vez. La imaginó apretándose las nalgas. Imaginó a su cuerpo esforzándose y

retorciéndose. La imaginó apretando los dientes en la determinación de no tener

un orgasmo sin importar cuánto quisiera hacer exactamente eso.

—Alto.

Oyó al vibrador detenerse y su entrecortada exhalación.

—Mi coño está hormigueando, Señor.

—Ni de cerca lo suficiente, chica. Ahora hazlo nuevamente, y hazlo bien.

Trabaja tu coño en serio. Deja de hacer esto fácil para ti.

¿Fácil?

—Quiero oírte. Hazlo ya.

Él casi esperaba que protestara, pero no lo hizo. Hubo un par de segundos de

silencio antes de que oyera al delator zumbido otra vez.

Pasaron sólo unos minutos hasta que la oyó gemir. En el minuto siguiente,

maldijo suavemente. Entonces, deleitándolo inmensamente, se volvió mucho más

verbal.

—¡Mierda, mierda, mierda! Quiero correrme. Por favor, Señor. ¡Oh, oh!

—Detente inmediatamente.

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Ella gritó. Su irritación casi brillaba a través de la distancia. Apostaría su

compañía a que la mujer nunca había estado más excitada.

—¿Te corriste?

—No. No. No, Señor.

—¿Cómo de cerca estás?

—Todo mi cuerpo está agitado. Yo… Oh, Dios. ¿Por favor?

—No. Respira. Enfócate en cómo me estás complaciendo. Me gusta que sufras

por mí, Julia. Te pediré que lo hagas a menudo.

—Maldición.

Él sabía que no estaba quejándose por el sufrimiento. Para ella, obviamente, el

sufrimiento era parte de su disfrute. Más bien, estaba al borde sexualmente.

—Quiero que pienses mucho sobre lo que ocurrirá el sábado por la noche hasta

que te obsesiones con eso.

—Ya lo estoy —le dijo—. ¿Y si te pido por favor, muy amablemente?

—Lo tomo como que nunca has estado con un hombre que te expuso a esta clase

de negativa.

—Como ya te dije, ellos se sentían contentos, o al menos aliviados, si lograban

hacerme correr.

—Después de todo esto, ¿todavía te gustaría jugar este fin de semana?

—Sí. Incluso más. En verdad, tengo que admitir que no estoy segura de poder

esperar tanto tiempo —le dijo con una risa temblorosa.

—Si quieres jugar conmigo, seguirás mis reglas. Eso incluye esperar. No tendrás

un orgasmo hasta entonces.

—¿Tanto? ¿Hablas en serio? Estoy tan caliente que voy a explotar.

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—¿Tienes alguna cita de aquí hasta ese momento?

—No. No veo a nadie.

Marcus se sorprendió por lo mucho que su respuesta le agradó. La deseaba.

—¿Realmente estás hablando en serio sobre esto, verdad? —Indagó ella—. ¿No

puedo masturbarme hasta que esté contigo otra vez?

—Nunca dije eso —contestó—. De hecho, preferiría que acaricies tu clítoris y te

folles con un consolador.

—¿Entonces?

—Dije que no puedes correrte. Siéntete libre para jugar con ese coño todo el

tiempo.

—Eso es peor, Señor —protestó.

—Sé agradecida de que no te lo estoy poniendo como un requisito.

—Ah.

La oyó apretar la boca.

—Y esperaré que te arrodilles veinte minutos cada día después que llegues a

casa del trabajo. Permanecerás en el lugar sin moverte. Sin levantarte ni

impacientarte. Considéralo una meditación de sumisa. —Esperó que protestara.

Cuando no lo hizo, continuó—. Piensa sobre complacer a tu Dom, en tu cuerpo.

Controla la respiración. Intenta relajarte. Y mientras estás haciendo esto, ¿dónde

estará tu mirada?

Ella no respondió por tanto tiempo que él no estaba seguro de que lo hiciera.

—Bajaré la vista al piso, Señor.

—Bien. Pon una alarma para que no te sientas tentada de mirar la hora. ¿Alguna

pregunta respecto a cualquiera de mis instrucciones?

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—No —dijo en voz baja.

—Entonces repítelas para mí.

—No debo tener un orgasmo hasta que te vea. Y debo arrodillarme veinte

minutos cada día mirando al piso.

—Y estarás desnuda. Te quiero completamente consciente de tu cuerpo y

consiguiendo sentirte más cómoda con tu desnudez.

—Sí, Señor.

—Estas reglas no están abiertas a la negociación.

—Entiendo.

—¿Todavía estás en posición, verdad?

—Sí, Señor.

—¿Tienes las piernas separadas?

—Sí, Señor.

—¿Tu coño todavía está mojado?

Ella tomó aire.

—Definitivamente, Señor.

—¿Todavía quieres correrte?

—Oh, sí. Sí, Señor.

—Bien. Quédate allí. Pon la alarma en tu teléfono, pero no te levantes hasta —

comprobó la hora— dentro de once minutos. Pon las manos detrás de tu cuello

otra vez. No toques tu coño. Y, ¿Julia?

—¿Señor?

—Estoy deseando zurrarte.

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* * *

El maldito hombre sabía exactamente lo que estaba haciendo. ¡Maldito sea!

Antes de que se conocieran, Julia raras veces había pensado en el sexo. Bueno,

excepto para preguntarse cómo evitar acostarse con ciertos tipos, y entonces, con

otros, cómo hacer que el acto terminara más rápidamente.

Durante los últimos dos días, había estado consumida en los pensamientos

sobre el Amo Marcus, sobre sexo, sobre lo que harían, y cómo ella se comportaría.

No había estado bromeando cuando le dijo que nunca había estado más caliente.

Temía estar obsesionándose, no sólo con los pensamientos sobre azotes y sexo,

sino también con él, con la clase de persona que era, por qué no estaba involucrado

en una relación, y si fuera realmente posible que ella se involucrase con él sin

ofuscarse.

Finalmente, frustrada y volviéndose loca con sus pensamientos, había llamado a

Lana. Lana le había sugerido que se relajara un poco y siguiera sus órdenes,

incluso la temida orden de arrodillarse. Su amiga le había aconsejado que

renunciara a la lucha. Al conseguir exponer la idea de sumisión, podría decidir si le

gustaba o no. Podría darse cuenta si disfrutaba de eso, o tal vez preferiría un

vínculo ocasional con alguien para hacer una escena. Tal vez sólo podría encontrar

a un tipo que la atara o zurrarla de vez en cuando. Pero nunca lo sabría a menos

que lo intentara.

Nunca nadie se había muerto de frustración, le había prometido Lana, aunque

tuvieran la impresión de que podrían hacerlo. Julia no quedó convencida. Lana

había continuado diciéndole suavemente que concentrarse en los deseos de su

Dom podría facilitar las cosas. Julia había protestado diciendo que no quería un

Dom de tiempo completo. Esto estaba tomándole demasiado tiempo tal como

estaba.

Lana había soltado un bufido incrédulo y entonces había cambiado el tema,

diciendo que no encontraba que su instrucción de arrodillarse cada noche fuera

inusual.

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—Sólo sigue con eso —la había apremiado—. Fíjate cómo va el sábado por la

noche, entonces decide lo que quieres. —Había añadido Lana—. Piensa en esto

como un proyecto de investigación.

Julia podía hacer eso.

Después de haber salido del gimnasio el jueves, llegó a casa y se metió bajo una

ducha caliente. Una demanda comenzó a pulsar en su clítoris y la ignoró,

resistiendo el impulso de dirigir el chorro de la ducha hacia su coño.

Podría protestar que no quería un Dom, pero seguir sus órdenes cada día le

provocaba una emoción ilícita.

Después de suspirar profundamente, determinada a no ceder y darse placer con

un consolador, entró en la sala y se arrodilló junto al fuego.

Apenas estuvo cinco minutos en su asignación cuando sonó el teléfono,

rompiendo el silencio. Incapaz de evitarlo, miró la pantalla. Ver su nombre allí por

primera vez la sobresaltó, y debatió qué hacer. Entonces se preguntó qué esperaría

él de ella.

Continuó concentrada en su tarea y le devolvió la llamada después que sus

veinte minutos se terminaron.

—Me disculpo por no responder. Justo había empezado a arrodillarme cuando

me llamaste, así que decidí terminar con mi tarea primero.

—Tomaste la decisión correcta.

Su corazón se saltó un latido por el placer. Ella resplandecía cuando recibía su

aprobación.

—¿Estás desnuda como se supone que debes estar?

—Sí, Señor.

—Me gustaría que te afeitaras el coño para mí.

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Sabía que no era un pedido extraño, y no debería haberla asombrado tanto como

lo hizo.

—Te quiero completamente desnuda, sin esconder nada. ¿Harás eso para mí,

Julia?

—Sí —susurró. Aunque no fuera una sub y realizar una cosa como esa

probablemente debería hacerla sentirse como una, extrañamente no lo hizo. Más

bien, su pedido la liberó. Había mucho en esta relación que la dejaba perpleja con

su complejidad.

Él le deseó una buena noche y terminó la llamada.

Le tomó una eternidad para quedarse dormida, y terminó convencida de que

Lana estaba equivocada en eso de que no era posible morir de frustración sexual.

Tuvo dificultades para concentrarse en el trabajo al día siguiente. Estuvo

pensando en la lencería que necesitaba comprar, y el hecho de que necesitaría

cambiar su hoja de afeitar antes de afeitarse el vello púbico.

La mayoría de los viernes por la noches, Julia salía con las chicas de la oficina.

Conducían hasta el mismo lugar y ordenaban las mismas bebidas y aperitivos.

Habían hecho esto por tanto tiempo que la mesera sólo se acercaba a la mesa,

acomodaba los posavasos y preguntaba:

—¿Lo de siempre?

Pero esta noche tenía los nervios de punta y no se sentía con ganas de socializar.

Quería estar sola. Le había enviado un correo electrónico al grupo, disculpándose

por su ausencia. El viernes, la Pandilla-Después-del-Trabajo le había dado una

buena cantidad de problemas, bromeándola acerca de que un hombre era más

importante que la amistad. Todas sabían que eso no era cierto, pero ella había

protestado de todos modos, asegurándoles a todas que estaría presente en la

próxima salida.

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En vez de irse a casa, condujo hasta el centro comercial y se dirigió directamente

a una tienda de lencería por primera vez en su vida. Típicamente sólo escogía un

sostén o dos cada año en los grandes almacenes. Y reemplazaba sus bragas —de

algodón— comprando un paquete de seis por vez. Tenía un par de lindos negligés,

pero eran viejos, y habían sido comprados a precio rebajado y en un impulso

cuando había estado buscando un nuevo par de pijamas.

La tienda de lencería, con sus interminables despliegues de bonitos conjuntos

provocativos la abrumaba. Antes de esta noche, nunca le habían tomado las

medidas para probarse un sostén, pero la decidida vendedora no aceptaría un no

por respuesta. Sacó una cinta de medir, miró a Julia, entonces abrió varios cajones

y llenó los brazos de Julia con una docena de diferentes tipos de sostén, desde los

de copa demi a unos que agrandan la taza dos tamaños completos. Había de encaje

y transparentes. Varios eran de color negro, un par de color blanco, gris oscuro,

púrpura, rojo, y uno con un color chillón.

Para cuando terminó, había gastado casi la mitad de su salario en ligueros,

medias, zapatos, sostenes, bragas, incluso un par de tangas que la muy servicial —

probablemente en comisión— cajera le había sugerido.

Julia incluso había cedido finalmente y había seleccionado un bustier. Cuando

estaba cargando las bolsas en su coche, se percató en lo plana y aburrida que su

vida había llegado a ser. Conocer a Marcus le había movido el piso. Sin darse

cuenta, durante el año pasado, había vuelto a caer en una rutina, poniendo su

alarma a las seis, desayunando cereal y jugo, metiéndose en la ducha, vistiéndose

con ropa interior simple, pantalones negros, una de las cinco blusas o suéteres,

dependiendo del clima, y unos flexibles y cómodos zuecos.

No eran sólo los viernes y la Pandilla-después-del-Trabajo lo que había definido

su rutina, sino que era todo.

Dos veces por semana iba al gimnasio. Los martes, miraba su programa favorito

por televisión. Había acumulado dos semanas de vacaciones, y no había

programado nada para hacer fuera del trabajo. Qué gracioso que haya pensado en

que Harvey era aburrido. Ella era igual de mala, si no peor.

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Su celular indicó un mensaje de texto entrante. Era del Amo Marcus. Contenía

su dirección y un recordatorio de que la esperaba a las seis. Pero no dijo nada más.

Era como si supiera que dejarla sola haría que su anhelo fuera más intenso.

Condujo a casa, atravesando el camino habitual. Este invierno parecía

interminable, y ella estaba anhelando la primavera.

Los nervios la sacudían.

Horneó un poco de pollo y espárragos para la cena, pero pasó más tiempo

moviendo la comida alrededor de su plato que comiendo en realidad.

Finalmente, tiró los restos en la basura y se sirvió un vaso de vino tinto.

Cargó el lavaplatos y tomó un baño caliente. Quedarse sumergida por media

hora, incluso mientras hojeaba una revista, no alivió su torbellino interno.

Después de secarse y terminar el vino, se envolvió en su albornoz y se dirigió a

la sala. Encendió el fuego para calentar el cuarto.

No temía a su tarea de arrodillarse como lo había hecho el último par de días.

Todo el tiempo, había sabido que en realidad no tenía que hacer lo que él había

dicho. Él nunca habría sabido la diferencia. Pero aunque el hombre no indagara

sobre eso, ella se sentiría culpable.

Más que eso, sin embargo, la experiencia le había enseñado algo importante.

Seguir sus órdenes, especialmente cuando él no estaba allí para implementarlas,

había cambiado algo dentro de ella.

Era el motivo principal por el que no se había masturbado hasta la culminación,

a pesar de haberse sentido tentada. Correrse incluso una sola vez le habría cortado

el rollo, aunque lo necesitara desesperadamente. Otra vez, él nunca lo habría

sabido. Ella podría haberlo mantenido en secreto si hubiera querido. Pero la

discusión con Lana la había convencido de al menos intentar seguir sus órdenes.

Era sólo por menos de una semana. No era como si tuviera que hacerlo por el resto

de su vida.

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Una secreta parte de ella disfrutaba de su nuevo ritual nocturno.

Rompía el tedio en que se había convertido su vida.

Puso la alarma en su teléfono, entonces dejó caer la bata y bajó sobre sus

rodillas.

Después de inspirar profundamente y poner las manos detrás de su cuello,

canalizó la mirada sobre un nudo de la madera con forma extraña.

Por primera vez en todo el día, no pasó el tiempo luchando contra los

inevitables pensamientos sobre el Amo Marcus. Era como si, al darse la libertad de

pensar en él, los pensamientos no tuvieran tanto poder como para angustiarla.

Reprodujo en su mente la noche en lo del Amo Damien —La Guarida del

Diablo— y anticipó lo que podría ocurrir mañana por la noche. Haciendo eso,

pudo repeler su incomodidad. Enfocar la mirada en el piso hacía más fácil

bloquear la visión de distracciones. Y dado que ahora estaba pasando tanto tiempo

desnuda, no se sentía tan incómoda como lo había hecho apenas una semana atrás.

Finalmente comprendió lo que él quiso decir acerca de ser meditativa.

La alarma de su teléfono sonó.

El ruido la sobresaltó. Había estado sorprendentemente en paz. Apagó la alarma

y se puso de pie. Eso, también, le llevaba menos esfuerzo que antes. Esta vez, sus

músculos no estaban tan agarrotados.

Sintiéndose algo orgullosa de su nuevo conocimiento, se envolvió en la bata otra

vez, apagó el fogón, revisó la cerradura y apagó las luces. Con todo, una

emocionante noche de viernes.

Se metió en la cama con su lector electrónico. La mitad de su salario que no

había gastado en ropa interior, había sido destinado a libros. No había sido

escrupulosa. Había descargado una ficción sobre spanking, una antología sobre

disciplina doméstica, un par de novelas BDSM, guías de prácticas para subs, e

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incluso una para Doms. Había leído fragmentos de todos ellos, y estaba realmente

fascinada con las guías para subs.

Como el Amo Marcus le había dicho, había tantos tipos diferentes de relaciones

como parejas hubiera. Había muchos términos de respeto, expectativas, castigos,

incluso diversos tipos de servidumbre. No le entusiasmaba la idea de que su

espalda fuera usada como mesita de café para la bebida del Amo, pero se había

ablandado en algunos de sus anteriores juicios por ignorancia. Llevar puesto un

collar podría no adecuarse a ella, pero comprendía mejor a Lana.

Después de desplazarse a través de todos sus libros elegidos, Julia seleccionó

una de sus novelas BDSM y comenzó a leer. En poco tiempo, estuvo excitada.

Distraídamente se estiró entre sus piernas para acariciar su clítoris. Cuando se

percató de lo cerca que estaba de un orgasmo, inmediatamente quitó su mano y

cerró las piernas. Maldita sea, eso lo hizo peor.

Frustrada, abrió sus piernas, esperando que eso aliviara la presión.

Se preguntó si sobreviviría la noche.

Hasta sus sueños fueron eróticos, y la mañana siguiente se despertó sintiéndose

como si estuviera a punto de estallar.

Se dirigió al gimnasio, entonces arruinó los efectos positivos con un café con

leche extra grande y un bollo de arándanos y naranja. Se mimó con una manicura y

un corte de pelo, cualquier cosa para hacer que el tiempo vaya más rápido.

Cuando regresó a casa tenía un mensaje de texto de Marcus esperándola.

Sí. Tienes que arrodillarte hoy.

Comprobó su reloj. Mierda. Mierda, mierda, mierda. Fue estúpido no haber

pensado en arrodillarse, y ahora, si lo hiciera, podría retrasarse. Tamborileó los

dedos sobre su muslo, tratando de decidir qué hacer.

Que ni siquiera hubiera pensado en eso, probablemente significara que en

realidad no era una verdadera sub.

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La decisión la angustiaba. Él nunca sabría si había seguido sus órdenes o no.

Pero ella era una mentirosa terrible. Dado que había enviado el mensaje de texto,

significaba que lo tenía en mente, y que no era simplemente una orden que había

impartido durante la semana y que luego había olvidado. Muy probablemente, le

preguntaría. Y tenía un cien por ciento de certeza de que le diría la verdad. El

hombre probablemente castigaría su transgresión. Esa idea la molestaba un poco,

pero no tanto como el conocimiento de que podría sentirse decepcionado.

Apresuradamente se desnudó y se dejó caer sobre sus rodillas. Dado que tenía

tanto para hacer, le tomó más tiempo que lo habitual para relajarse y controlar su

irritación. Esto se sintió más agobiante de lo que nunca lo había hecho.

Apretó sus dientes y tomó unas cuantas respiraciones profundas.

Notando que se estaba sintiendo molesta en lugar de condescendiente, se

reevaluó, exhaló a través de sus labios fruncidos, entonces bajó la vista al piso.

Pensó en las instrucciones del Amo Marcus, y se preguntó si él estaría deseando

verla, también. Claramente ella había estado en su mente o él no habría enviado el

mensaje de texto. Ese conocimiento la calmó y le hizo posible soportar los últimos

quince minutos.

Cuando la alarma indicó que habían pasado los veinte minutos, prácticamente

se levantó de un salto.

En los libros de BDSM, había muchos escritos sobre moverse con gracia. Ella

todavía tenía muchísimo que aprender.

Pasó rápidamente por una ducha, y le tomó mucho más tiempo afeitarse el coño

que lo que había supuesto. El tiempo estaba pasando peligrosamente rápido

cuando comenzó con el laborioso proceso de seleccionar su lencería. El montón de

descartes creció en medio de su cama antes de que se decidiera por un sostén

negro de copa demi, una sedosa y exigua tanga negra, medias y ligas.

El liguero fue una de las cosas más frustrantes con las que alguna vez tuvo que

tratar. Intentar deslizar la pieza de plástico a través del broche de metal fue lo

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suficientemente fastidioso, pero tener que estirarse detrás de sí para sujetarlos,

todo ello sin alcanzar a ver, era una tarea casi imposible.

El reloj continuaba indicando los minutos implacablemente.

Finalmente se calzó los zapatos de charol que acababa de comprar. Eran

ridículamente altos, y el arco la inclinaba hacia adelante. Los tacones eran delgados

como un lápiz, el soporte del arco inexistente. Eran diferentes a cualquier par de

zapatos que había tenido alguna vez.

Se miró en el espejo y quedó sorprendida al ver su reflejo. Era como si hubiera

sido transformada. El tratamiento en el salón había revivificado su pelo, el que caía

en suaves rizos alrededor de sus hombros. Llevar puesta una lencería tan lujuriosa

la hacía sentirse sensual, y eso la ayudaba a verse sexy. Realmente no notaba sus

pocos kilos de más. Los zapatos hacían que sus piernas se vieran imposiblemente

largas, y, por primera vez en su vida, notó una pequeña definición en los músculos

de sus pantorrillas. Se sentía más diferente que nunca. Una salvaje y perversa parte

de ella se preguntó qué otra cosa sería posible.

Saliendo con sólo un abrigo cubriendo su ropa interior la hacía sentirse

escandalosa. Lo abotonó hasta arriba y ajustó el cinturón con un nudo doble para

que no fuera posible que se deshiciera.

Julia había pasado toda su carrera trabajando en una oficina conservadora.

Incluso en la universidad, había sido una de las chicas buenas. Nunca se había

rebelado, por lo tanto lo que él le estaba pidiendo que hiciera estaba tan lejos de su

zona de confort que era impactante. No había dudas, sin embargo, que estaba ultra

consciente de su feminidad.

Y le gustaba eso.

Cinco minutos después, estaba conduciendo hacia su casa. Había ido a esa zona

de la ciudad algunas veces para cenar, y le había encantado la energía.

Afortunadamente no estaba muy lejos de su apartamento.

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Siguió sus meticulosas instrucciones y no hizo ni un solo giro equivocado.

Habían pasado cuatro minutos de la hora cuando digitó el código en el garaje

subterráneo para estacionar. Una barrera roja y blanca se abrió y entró. Bajó el

volumen de la radio. Hasta la suave música clásica le hacía imposible pensar. En

verdad, ya sabía que era la anticipación lo que le estaba dificultando concentrarse.

Cuando llegó al área del estacionamiento para invitados, lo vio parado allí, en

medio de un parquímetro, los brazos cruzados sobre su pecho.

Su corazón se saltó un latido.

Durante el mes pasado, había logrado convencerse que, en lo que se refería al

Amo Marcus, su imaginación estaba trabajando tiempo extra. No había forma de

que fuera tan alto, tan ancho y tan escabrosamente guapo como ella lo recordaba.

Pero lo era. Todo eso y más.

Esta noche estaba vestido todo de negro. Botas, jeans, cinturón, camiseta de

manga corta. Su cabello corto enfatizaba los planos angulares de su rostro y la

firmeza de su boca.

Señaló un lugar vacío al lado de donde estaba parado. Ella manipuló la

camioneta deportiva en el lugar y se aferró al volante con fuerza por unos minutos

para recuperar su equilibrio. En casa, en la comodidad de su imaginación, la idea

de jugar con él la había seducido. Pero la realidad de tenerlo parado allí,

esperando, se chupó todo el coraje de sus extremidades.

Volteó la llave para apagar el motor. Entonces, con una falsa valentía, enderezó

los hombros. Tomó su pequeña cartera y se estiró hasta el pomo de la puerta.

—Buenas noches —dijo Marcus, tendiéndole la mano—. Estoy encantado de que

estés aquí.

Ella deslizó la palma sobre la suya, agradecida por la asistencia. El toque

encendió una llamarada en su interior. Todo lo que había estado inactivo llameó a

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la vida. Sus terminaciones nerviosas estaban al rojo vivo. Ningún hombre nunca la

había afectado como éste, llenándola de deseo.

—¿Llaves?

Sus modales tradicionales la hacían sentirse como si hubiera dado un paso atrás

en el tiempo. Le entregó el mando a distancia. Él cerró la puerta entonces presionó

el botón para bloquear el vehículo. Con una firme ternura, le ahuecó el codo.

—Pensé que se suponía que debo caminar detrás de ti —dijo Julia.

—Tu seguridad es más importante que cualquier otra cosa. Y esos zapatos…

Gracias por ponértelos.

Su aprecio la emocionó. Quería complacerlo más.

—No pienses demasiado, Julia —le aconsejó mientras se encaminaban hacia el

elevador—. Siempre me aseguraré de que conozcas mis expectativas. Pueden

cambiar un poquito de acuerdo a mis deseos, y no espero que puedas leer la

mente. Hay ciertas cosas que puedes asumir con seguridad, cómo que te quiero

arrodillada y que espero que me llames Señor. A excepción de eso, sólo sigue las

instrucciones. —Presionó el botón de llamada—. ¿Está claro?

—Sí, Señor. —No recordaba que ese ronquido en su voz la afectaba tan

completamente. Era como si hubiera una línea directa entre el sonido y su

excitación.

La sujetó hasta que estuvo dentro del elevador, entonces presionó el botón para

el cuarto piso. Las puertas se cerraron deslizándose silenciosamente. Ella usó la

pared trasera de apoyo.

Cuando llegaron, le indicó que debería precederlo.

Entraron a un pasillo bien iluminado, bellamente decorado, con abstractas

pinturas expuestas en las paredes.

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Marcus había dejado su puerta entreabierta, y la abrió de un empujón,

esperando a que ella entrara antes de cerrar y bloquear a la puerta detrás de ellos.

—Bienvenida —le dijo.

Julia había estado esperando un ambiente forrado en cuero, carente de

imaginación, tal vez con algunos paneles de madera, quizás con una fotografía de

un labrador en la pared. Esto, sin embargo, era despampanante.

El apartamento era un extenso espacio abierto, pero no de una forma abierta

como un loft. Una amplia escalera de metal y vidrio dominó su visión.

—Esto es impresionante —le dijo, ligeramente emocionada. Una cascada caía

por una pared, dando a una piscina superficial que contenía plantas acuáticas y

peces carpa.

—Gracias. Me gustaría poder atribuirme el mérito de todo esto, pero tengo un

equipo de diseñadores muy creativo trabajando conmigo. Yo solo firmé el cheque y

traté de no interferir. Déjame tomar tu cartera.

Ella aflojó el agarre a muerte que tenía sobre la tira de su cartera, y él puso la

pequeña bolsa sobre una mesita cercana. Depositó sus llaves dentro de un tazón de

cobre sobre la misma mesa.

—Déjame mostrarte el lugar. Quiero que te sientas cómoda.

No le había pedido su abrigo. Se preguntó si había permanecido despierto

durante la noche, pensando en la manera de tenerla conjeturando.

Lo siguió a un enorme salón.

—El dormitorio principal y el cuarto de juegos están en el piso de arriba —le

comentó.

¿El cuarto de juegos? ¿Tenía un lugar destinado para eso?

—Mi oficina y el tocador están en este nivel.

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Un cómodo sofá de cuero blanco estaba frente a un fogón que ya estaba

cuidadosamente encendido. Una enorme televisión de pantalla plana estaba

montada en la pared. Varias alfombras grandes cubrían estratégicamente los pisos

de madera pulidos, añadiendo calidez.

—Esto es lo más destacado de la casa —dijo, dirigiéndose hacia el banco de

ventanas.

Cuando se acercaron, ella notó que dos de los paneles en realidad eran puertas

que daban a un patio. Ninguna cortina o persiana obstruyendo la vista al centro de

la ciudad.

—Las ventanas tienen privacidad —le explicó—. Por la noche las vuelvo

translúcidas para que nadie pueda ver adentro. Esto las controla. —Accionó un

interruptor que parecía como si controlara una luz en el techo.

—No sabía que algo como eso existiera.

—Fueron ridículamente caros, pero me gusta poder mirar hacia afuera sin

sentirme como si estuviera dentro de una pecera.

—Tienes razón. Definitivamente es lo que más se destaca.

Él había arreglado otro sofá y dos sillas para disfrutar de la vista del cielo.

La cocina estaba hacia la izquierda, y mientras lo seguía por su casa, comenzó a

relajarse ligeramente.

Los mostradores estaban elaborados con granito negro, y las paredes tenían una

placa antisalpicaduras complementaria. Un perchero para ollas colgaba desde

arriba, con cacerolas de fondo de cobre que brillaban bajo la luz. Pero los

electrodomésticos fueron otra sorpresa. En lugar del demandado acero inoxidable,

eran blancos con detalles en acero inoxidable.

Un extremo del mostrador tenía varios banquillos que podían plegarse debajo

de éste, formidable para conversar durante una fiesta, o tal vez para sentarse

durante una rápida comida informal.

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Una pequeña alcoba entre el área del comedor y la cocina contenía una enorme

vasija que creía reconocer como elaborada por un artista del Pueblo de Nuevo

México.

Los diseñadores habían incorporado todos los elementos en forma creativa y

funcional. Su casa se sentía moderna e impecable, pero cálida al mismo tiempo.

—¿Recibes visitas a menudo?

—No.

Su respuesta fue lacónica, no invitando a hacer más preguntas. Pero eso no la

disuadió.

—Es una lástima. Éste es un lugar fabuloso. Me dijiste que tienes algunas

compañeras de juego, pero nada serio —Continuó—, tengo curiosidad por dónde

me deja esto… a mí. ¿Simplemente otra compañera de juegos? ¿O deseas algo más

serio?

Él la miró con un ceño feroz. Una mujer sumisa podría haber cambiado el tema,

pero ella persistió.

—Quieres que te cuente todos mis secretos, pero no estás dispuesto a renunciar

a mucho a cambio. Eso no es justo, ya sea que seas el Dom o no.

—Acollaré a una mujer una vez. Katarina. Terminó dependiendo de mí para

todo, tanto para sus necesidades emocionales, como financieras y sexuales. Se

convirtió en demasiada obligación.

—Entonces las mujeres fortuitas son más fáciles de tratar que una relación de

tiempo completo. ¿No es eso un poco solitario?

—Puede ser, pero no tengo ninguna prisa para volver a meterme en otro

compromiso.

—¿Te asusta eso? —Lo desafió.

—¿Y a ti? —antagonizó él.

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¿Le asustaba? A ella le gustaba creerse valiente, pero ¿lo era realmente?

—No le temo a una relación. Sólo me rehúso a entrar en una con un hombre que

sea dominante, que quiera que todo se haga a su manera. Quiero un hombre

sencillo.

—¿Y tu definición de hombre sencillo es alguien que sea un nene de mamá?

Estarías volviéndote loca de aburrimiento en seis meses.

Se negaba a admitir que él podría tener razón en eso.

—Estoy bien siendo compañeros de juego —dijo Julia—. No compliquemos las

cosas.

—¿Sólo quieres que te azote, te folle y te envíe a casa? ¿Eso es lo que buscas,

Julia?

—Creo que eso es lo que queremos los dos, Señor.

—Lo que tú quieres en realidad, Julia, es un hombre que te domine, un hombre

que sea tu igual.

—Quiero un hombre que me trate con respeto, que valore mi opinión y que

quiera ser un compañero.

—Razón por la cual necesitas a alguien con espaldas. ¿Te gustaría una copa de

vino? Y antes de que lo preguntes, tienes permitida una copa.

—El vino sería genial. Gracias.

La miró con mordacidad.

—Ábrete el abrigo.

Se le secó la boca. Había sabido que esto iba a ocurrir pronto, pero aquí, en la

cocina, la tomó con la guardia baja.

Pensándolo mejor que cuestionar su orden, se estiró para llegar al cinturón. Sus

dedos temblaban un poco mientras trabajaba para aflojar los nudos. Pensó que él

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podría moverse para ayudarla, pero simplemente le dio la espalda y sacó dos

copas de un armario.

Ya había decantado una botella tinto.

—Es un Cabernet —le dijo—. Muy potable. ¿Te parece bien?

—Recordaste que pedí vino tinto esa noche.

—Recuerdo todo sobre ti, Julia. Hay un armario cerca de la puerta principal.

Cuelga tu abrigo. Entonces espérame en el salón.

No se volvió para mirarla.

Otra vez, la había desconcertado, haciendo lo inesperado. Esto la cabreaba como

el infierno. Hacía que se la pasase haciendo suposiciones. Y a una secreta parte de

ella realmente le gustaba ese hecho.

Mientras él servía el vino, Julia salió del cuarto y siguió las indicaciones de

colgar su abrigo algo mecánicamente. Estar de pie en el vestíbulo apenas vestida le

recordó la naturaleza de su relación. Estaba aquí como sumisa, no como una

invitada.

Quería esto, pero la incertidumbre todavía se filtraba a través de ella.

Tener las luces encendidas sin ningún revestimiento en la ventana la hacía

sentirse vagamente expuesta, aunque supiera que era completamente seguro.

En el salón, debatió qué hacer. Más temprano le había dicho que había ciertas

cosas que eran seguras de asumir. Arrodillarse en lugar de sentarse sobre el sofá o

pararse cerca de la ventana entraba probablemente en esa categoría. ¿Pero dónde?

¿Sobre una alfombra? ¿Cerca del fuego? ¿En medio del cuarto? ¿Contra la ventana?

En su cabeza, escuchó al Amo Marcus diciéndole que no pensara demasiado.

Confiando en sus instintos, optó por el fuego.

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Tomó un par de respiraciones continuas para centrarse a sí misma y calmar sus

pensamientos. Se arrodilló, sacó pecho, abrió las piernas un poco más, entonces

ubicó las manos detrás de su cabeza y encontró un punto frente a la chimenea para

enfocarse. Era consciente de las llamas crepitando dentro de su visión periférica.

—Muy agradable.

Se sorprendió, pero no levantó la vista. Él obviamente había estado allí,

observando su lucha interna, sin hacer nada para interceder.

—Estuviste practicando.

—Sí, Señor.

—¿Todos los días, incluyendo hoy?

—Sí, Señor.

Se movió más cerca hasta que sus botas llenaron su visión.

Más que nunca, intentó concentrarse en su respiración.

—Mírame.

Julia levantó la vista. El hombre tenía los brazos cruzados sobre su pecho. Sus

piernas estaban separadas el ancho de un hombro. Se veía tan poderoso.

—Cuéntame sobre la experiencia.

Se había olvidado de cuánto a él le gustaba hablar y cuánto eso la irritaba. Había

estado caliente desde que habían hablado por teléfono. Quería seguir con esto y

conseguir que le caliente el trasero.

—El primer par de días fueron difíciles. Estuve haciendo la lista de la tienda de

comestibles en mi cabeza. No literalmente. Quiero decir que estuve pensando en

docenas de cosas que necesitaba hacer. Lo consideré una pérdida de tiempo,

honestamente. También sabía que tú realmente nunca sabrías si lo había hecho o

no. Pero entonces…

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—¿Pero entonces? —La incitó, todavía bajando la mirada sobre ella.

Él no se había movido, y definitivamente estaba invadiendo su espacio personal.

No era el hombre lo que le importaba, sin embargo. Esta cercanía, la hacía respirar

su perfume, a hombre, a naturaleza, a cuero y a especias.

—Supuse que me preguntarías. Y no soy una mentirosa. Habría terminado

diciéndote la verdad. Pero fue más que eso. Quise pasar por la experiencia. Supe

que el hecho de arrodillarme cambiaría mi disposición mental.

—¿Y lo hizo?

—Sí, Señor. —Estaba comenzando a sentir un leve calambre en su cuello—. Se

hizo más fácil permanecer en el lugar. Creo que… espero… adquirí más gracia con

la práctica.

—Cuéntame a qué te refieres con lo de disposición mental.

Ella resistió la tentación de apartar la mirada.

—Ambos sabemos que no soy una verdadera sumisa.

—¿Y qué es ser una verdadera sub?

—Alguien que siempre quiso ser dominada —le respondió—. Supongo que las

personas deben nacer así.

—Quiero oír más. Por favor, toma asiento en el sofá.

Ese pedido pareció tan normal después de la que acababan de compartir. Marcus

dio un paso atrás, y ella se puso de pie, quedando sus cuerpos a sólo centímetros

uno del otro. Deseaba que la tocase, que la abrazase y acariciase, cualquier cosa

que le permitiera encontrar un poco de alivio. Pero también sabía que no habría

juegos hasta que él lo decidiera. Dejarlo tomar el mando era mucho más fácil en

sus fantasías que lo que era en la realidad.

Él se hizo a un lado y Julia se acurrucó en un extremo del sofá. Entonces Marcus

le ofreció una de las copas de vino tinto.

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—Por tu aventura —le dijo, sentándose más cerca de lo que era cómodo para

ella—. Porque llegues a descubrirte. Porque afrontes tus miedos. Por las nuevas

experiencias, especialmente si te dan una nueva perspectiva.

—Eso es mucho pedir, Señor.

—Puedes tener todo ello. Y más. Depende hasta dónde estés dispuesta a

colorear fuera de tus líneas autoimpuestas.

Casi estaban respirando el mismo aire. Ella podía sentir su calor y apenas

conseguía restringir el poder.

Chocó la copa contra la suya entonces tomó un sorbo demasiado largo.

—Cuéntame —le dijo—. Estuviste leyendo. Estaría sorprendido si no hubieras

hablado con Lana. ¿Qué preguntas tienes? ¿Qué quieres?

Julia ahuecó las manos alrededor de la enorme copa y se volteó un poco para

mirarlo de frente. Gracias a Dios él se apartó unos centímetros, dándole un

pequeño espacio.

—Me hablaste sobre los intercambios de poder aquella primera noche en la

boda, y tengo que ser honesta en que realmente no estoy segura cuál es la

diferencia entre un sub y un esclavo. —Hizo una pausa—. Descargué de internet

un contrato de muestra. Más allá de algunas cosas que me asustaron, no sabría qué

incluir en una lista de límites no negociables. —Se sacudió un mechón de pelo

sobre sus hombros—. ¿Para ser honesta? Tuve que buscar el significado de unos

cuantos términos. Y no sé exactamente lo que quiero.

Él bebió un sorbo de vino, entonces apoyó la copa nuevamente sobre una mesa.

—Oíste mi definición de un intercambio de poder. Leíste varias otras. Ahora

cuéntame según lo que entendiste, cómo funciona.

Nunca había considerado qué significaba para ella ni lo que quería.

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—Básicamente, creo, tú aceptas hacerme sólo lo que yo estoy de acuerdo en que

me hagas.

Él asintió con la cabeza.

—¿Esa es tu definición de esclavo?

—Supongo que es un intercambio de poder, también.

—¿Pero en qué es diferente a ser un sub? —La presionó.

Frunció el ceño mientras pensaba en eso. Las matemáticas eran muchísimo más

fáciles que estas clases de preguntas.

—Supongo que el hecho de ser acollarado. Acceder a ser un sirviente. —Se

interrumpió e intentó aclarar sus pensamientos—. Me parece que eso define la

relación en lugar de ser una parte de ella.

—Continúa.

—Tengo amigas que juegan con esposas y vendas para ojos. Por lo que es algo

que le agrega un condimento ocasional. No es algo que hacen cada noche. Pero si

alguien es acollarado, lo lleva puesto todo el tiempo. Ha accedido a reglas

diferentes.

—¿Entonces tus amigas que llevan esposas y vendas para ojos al dormitorio, son

sumisas?

Julia pasó el dedo por la parte superior de la copa.

—Siento como si estuviéramos estancados en la semántica.

—Quédate conmigo —la alentó—. ¿Son sumisas?

—No. Creo que no.

—¿Por qué no?

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—Probablemente no discuten las reglas y una palabra de seguridad por

adelantado.

—¿Algo más?

No sólo le gustaba hablar, sino que le gustaba explorar la complejidad de ideas

aparentemente simples. Sus preguntas la obligaban a indagar profundamente

dentro de lo que ella conocía y en lo que creía. En relaciones previas, no había

discutido sobre sexo ni opinado al respecto. El hombre con quien había estado y

ella simplemente lo habían hecho, esperando lo mejor. La mayoría de las veces

habían caído en la monotonía.

Que desafíe a su cerebro era algo que alimentaba su pasión. Que cuestionase sus

creencias la exaltaba, le hacía realmente excavar dentro de sus creencias. No había

esperado encontrar una conexión intelectual con un hombre al que quería para

hacer una escena. Hacía que la experiencia fuera incluso más seductora.

—Creo que lo tengo. —Bebió otro sorbo—. Es la razón por la que me hiciste

hacer el ejercicio de arrodillarme. Cuando uno se somete, trasciende algo dentro de

sí mismo. Si se le suma un poco de perversión a algo que es vainilla, es divertido.

—¿Pero?

—La sumisión es diferente. Uno está de acuerdo en hacer algo porque eso

complace a alguien más. —Ahora lo estaba comprendiendo—. Es la razón por la

que me arrodillé incluso sabiendo que en realidad no tenía que hacerlo. Como dije,

dejando de lado el hecho de que soy una realmente mala mentirosa, tú no habrías

sabido una cosa o la otra. —La siguiente parte era un poco más difícil de admitir—.

Pero tú me habías dado una orden porque te complacía que hiciera eso, o tal vez

porque pensaste o esperaste que aprendería algo de la experiencia. —Bajó la vista

al piso antes de volver a levantar la mirada sobre él—. Y no quería decepcionarte,

Señor.

Él se movió un poco más cerca.

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—Gracias. —Con sus nudillos, cepilló su cabello alejándolo de su cara entonces

delineó el hueso de su mandíbula—. Significa mucho para mí.

Julia cerró los ojos y saboreó la ternura. Los músculos agarrotados, su mal

humor, las rodillas lastimadas y los implacables pensamientos sexuales,

repentinamente valieron la pena. Se alegraba de haberlo hecho.

—Eres muy buena alumna —le dijo—. Juiciosa. —Rozó la yema del pulgar a

través de su labio inferior—. ¿Entendiste que no fue un castigo, sino más bien una

oportunidad para que aprendieras algo?

—En el momento, no. Pero ahora lo entiendo. Sí, Señor.

—¿Y entendiste que puedes ser una sumisa sin renunciar a quién eres? ¿A través

de un intercambio de poder? ¿Y que aferrándote a tu fuerza, eres más interesante?

—Teóricamente —respondió.

—¿Renunciaste a quién eres esta semana? ¿O simplemente creciste en tu

comprensión?

—Una semana es una cosa, Señor. Es todo lo que podría resistir. Fue divertido,

pero no podría hacer una constante de eso.

—Podrías darte cuenta que lo deseas más de lo que estás dispuesta a admitir.

—Ni en sueños, Señor. Mis rodillas, en primer lugar, no podrían soportar más

de eso. Y estuve tan dolorida después de nuestro primer encuentro que no creo yo

quisiera ser zurrada más de una vez al mes, o así.

—Hay otras partes de tu cuerpo para atormentar —añadió.

Ella se estremeció.

—Leí sobre algunas de ellas. —Incluyendo las plantas de los pies, los labios

vaginales y el ano.

—¿Entonces hay algunas cosas que pondrías en una lista de límites?

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—No tantas en una lista de límites duros. Quiero probar algunas cosas en vez de

simplemente decir que estoy en contra de eso. Pero puedo decir que leer algunas

cosas como juegos con cuchillo me asustaron. No estoy segura de querer que

introduzcan agujas en mis pezones.

—Estuve con una mujer que podía correrse sólo con la idea de que eso

sucediera.

—Eso definitivamente no es para mí.

—De acuerdo —dijo sencillamente—. Ni agujas, ni cuchillos.

—Ni sangre.

—Razonable. ¿Algo más?

—No estoy segura con la humillación. —Al mismo tiempo que lo dijo, sintió que

el calor inundaba su cuerpo—. Es un verdadero terreno pantanoso para mí, y tenía

esperanzas de que pudiéramos discutirlo… —Cuando él esperó pacientemente,

Julia continuó, sintiéndose como si estuviera flameando en el aire—. Lo que

alguien podría encontrar humillante, otra persona podría no hacerlo. Leí un blog

sobre una mujer cuyo Dom la exhibía en una ventana. Pero dado que ella era

exhibicionista, disfrutaba de la experiencia. Yo lo encontraría degradante. Tendría

terror de que me llevara la policía. No habría forma de que pudiera disfrutar de

algo semejante.

—¿Lo usaba como un castigo?

Ella negó con la cabeza. Miró las ricas profundidades del vino antes de volver la

mirada sobre él.

—Para nada.

—Pero si yo lo requiriera de ti, sería un castigo.

—Usaría una palabra de seguridad. No permitiría que sucediera eso.

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—¿Y si fuera bajo circunstancias atenuantes? Por ejemplo, ¿y si estuviéramos en

La Guarida? Es un lugar recluido, y únicamente las personas dentro del estilo de

vida tienen permiso de estar allí. ¿Qué ocurre si fuera completamente seguro? ¿Y si

te quisiera en esa ventana porque te encuentro tan caliente y deseable que quiero

que todos te vean?

Su piel todavía se sentía caliente, pero ya no por la vergüenza. Su tono, cuando

mencionó que la encontraba sexy, sonó ronco y honesto. A pesar de los defectos

que ella se encontraba, él pensaba que era sexy.

—¿Sería aceptable? ¿Y si quisiera a tus pechos aplastados contra el frío del

cristal por la pura sensualidad de tu experiencia y por lo que podrías aprender al

afrontar tus miedos y olvidar tus inhibiciones?

—Honestamente no lo había mirado de ese modo. —Bebió un trago y agradeció

su poder fortificante. Estaba comenzando a entender por qué le gustaba tanto

hablar. No era sólo para apaciguar sus miedos… sino para abrir su mente a todo lo

que fuera posible.

—Como dijiste, probablemente con más entendimiento del que incluso te diste

cuenta, el juego de la humillación depende mucho de tu actitud, y quizás de otros

factores externos. Ser exhibida desnuda en la planta baja de una tienda del centro

comercial de Denver sería una experiencia diferente a hacerlo en La Guarida, y a la

vez enteramente diferente si fuese en el último piso de un rascacielos en Las Vegas.

Una parte de la descarga de adrenalina podría estar relacionada con el miedo.

—¿Entonces no logré quitar el juego de humillación de la negociación?

—Como ya me dijiste, eso depende completamente de tu visión. ¿Pero te

sentiste humillada cuando estuvimos frente a la ventana en La Guarida?

—Un poco —admitió.

—¿Y eso fue horrible?

—No. Fue más escandaloso que humillante.

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—Te corriste duro cuando te follé con mi dedo.

Tomó otro largo trago de su vino.

—Sí. —Con él se sentía más libre que nunca, sexual y moralmente. La había

incitado a aventurarse dentro de la experiencia BDSM haciéndola sentir como si

estuviera caminando por una cuerda floja… arriesgada, peligrosa, inquieta, pero

también segura porque la red de seguridad estaba puesta en el lugar—. Me alegro

de haberte llamado, Señor. —Y se alegraba doblemente de que la haya invitado a

su casa.

—Cuando hablamos el lunes por la noche, te di instrucciones de que no debías

tener orgasmos.

—Seguí tus órdenes, Señor. Me quería correr desesperadamente —le confesó—.

Pero no lo hice. Tuve una sensación de inquietud dentro mío toda la semana. Fue

horrible. Nunca había experimentado nada así.

—La negativa del orgasmo es uno de mis métodos favoritos para entrenar a una

sub, para que pueda enfocar la mente y controlar sus reacciones.

—Y uno que yo odio, Señor.

—Razón por la cual es tan efectivo.

De repente, comprendió el intercambio de poder de una forma diferente. Él no

usaría una negativa como herramienta a menos que ella estuviera de acuerdo. Esta

relación era más honesta que ninguna en la que haya estado involucrada antes.

—Quiero mirarte. Ponte de pie, por favor.

Le quitó la copa de la mano y lo apoyó en la mesa junto a la suya. Aparte de eso,

no le ofreció su ayuda. Sintiéndose cohibida otra vez, se puso de pie.

—Muévete hacia atrás medio metro para que pueda mirarte mejor. Hombros

hacia atrás, mirando al frente, los pies apenas separados.

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Cuando se habían sentado en el sofá, había estado desesperada porque él

siguiera adelante. Pero ahora que había asumido el mando, las mariposas la

asaltaron, por todas partes.

—Pon las manos en la parte baja de tu espalda para que tus pechos sean más

prominentes. No puedo esperar para ponerles broches y azotarlos. Tus tetas se

verán incluso más bellas cuando lleven mis marcas.

La había dejado sin aire otra vez. Odiaba no ser capaz de mirarlo y leer su

expresión, especialmente cuando sabía que la estaba estudiando.

—Da una vuelta en círculo, pero lentamente.

Reprimiendo el repentino ataque de timidez, hizo lo que le dijo.

—Eres exquisita, Julia.

Su corazón se disparó. Nunca había estado con un hombre que era tan efusivo

en sus elogios. Comparados con él, los otros habían sido mezquinos.

Cuando quedó frente a él otra vez, se acordó de mirar al frente, tan difícil como

eso era.

—Me gustaría que te quites la tanga.

Ella deslizó hacia abajo el material, exponiendo su afeitada región púbica.

—Qué hermoso coño desnudo —dijo.

El comentario debería haberla avergonzado. En lugar de eso la excitó.

—Acércate un poco.

Marcus tomó el labio izquierdo de su coño entre los dedos índices y pulgar y

pasó un dedo subiendo por la parte interna, explorando la longitud.

Esta vez, sintió que el color escaldaba su cara.

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—Me gusta lo suave que eres, Julia. Un trabajo muy minucioso. —Revisó que el

otro lado estuviera bien afeitado también—. ¿Te mojaste sólo por hacer esto? —Le

preguntó.

—Sí, Señor —susurró. Necesitaba su toque, estaba sedienta de él. Sabía que

estaba mojada para él.

La soltó y dijo,

—Ahora vuélvete de espaldas y abre las piernas tan amplias como te sea

posible, e inclínate para mostrarme todo ese pequeño coño caliente.

El hombre estaba verdaderamente dotado para esto. Apenas la había tocado

desde su llegada. Y cuando lo hizo, había sido a la ligera.

Cada duda que él había preguntado había descubierto partes de sí misma que ni

siquiera había sabido que estaban allí. Había hablado deliberadamente, escogiendo

cada palabra con cuidado. Cuando había llegado, su tono hospitalario la había

tranquilizado. La discusión en el sofá la había hecho sentirle más cerca de él. Pero

cuando estaba en modo Dom, cada palabra era infundida con una orden.

—Ahora, chica.

Se sobresaltó. Su voz cortante instantáneamente la impulsó a la acción.

Repentinamente agradecida por no tener que mirarlo, hizo lo que le dijo. El

ángulo la hacía temblar, y la exposición de su región privada la hacía sentirse

lasciva.

Marcus permaneció en silencio por tanto tiempo que ella comenzó a retorcerse.

—Frota un dedo sobre tu clítoris hasta que te ordene que te detengas.

Mantener el equilibrio era complicado, pero logró seguir sus órdenes. Necesitó

sólo un par de golpecitos antes de que la excitación se construyera dentro de ella.

Se concentró en respirar. Correrse sin su expreso permiso le haría ganarse un

castigo, lo sabía, y, maldita sea, ya estaba tan cerca.

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El maldito hombre no dijo nada a pesar de que debía saber perfectamente

cuánto la estaba torturando.

—¿Quieres correrte, chica?

—Oh, Señor…

—¡Sigue moviendo esa mano!

—Sí, Señor.

—Y responde a la pregunta —chasqueó.

—Sí, por favor. —Aunque una vez había prometido nunca suplicar por nada,

había aprendido que la necesidad fraguaba el orgullo—. Quiero correrme, por

favor, por favor. ¡Oh… Dios… Señor! —Sabía que necesitaba mover la mano más

lentamente si quería contener el orgasmo. Pero casi una semana de negación lo

hacía imposible. Sin ser consciente de que incluso había comenzado a mover sus

caderas.

—¿Piensas que te mereces un orgasmo?

¿Lo merecía? ¿Cuál era el criterio? Se había arrodillado cada día. No había

robado un orgasmo. Había sido honesta con él. Se había vestido siguiendo sus

instrucciones.

—Sí, Señor.

—Para.

Susurró la palabra tan suavemente que apenas la oyó.

—Te daré un orgasmo cuando yo decida que estás lista.

Julia lloriqueó con frustración.

—Piensa en eso. ¿Cuál es la respuesta correcta a mi pregunta, Julia?

¿Cómo pudo haber sido tan estúpida?

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—Si tú piensas que lo merezco, Señor.

—Mucho mejor. Sigue jugando con tu coño.

Oh Dios. Oh Dios.

—Oh, Señor, estoy tan cerca, no creo que pueda contenerme mucho…

—No te has ganado uno. Sujétate de tus tobillos.

La dejó allí, frustrada, respirando de forma entrecortada, preguntándose qué

ocurriría después.

—¿A qué hora se suponía que debías llegar?

—¿Señor?

—Recibiste instrucciones específicas.

—A las seis, Señor. En punto.

—¿Y a qué hora llegaste?

Maldita sea su falta de habilidad para mentir. Se esforzó para que las palabras

pasaran por el repentino nudo que se formó en su garganta,

—Unos cuatro minutos después, Señor.

—¿Esa es una definición de en punto de libre interpretación?

La temperatura del cuarto se sentía como si hubiera caído varios grados.

—No, Señor.

—Escoge un castigo.

Sus palabras se oían tan cercanas a lo que ella había estado fantaseando. A duras

penas se detuvo para no verbalizar su primera respuesta.

—Lo que consideres razonable, Señor.

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—Perfecto. Arrodíllate, frente a mí. Mírame.

Maldita sea. Le había dicho por teléfono que quería estar atada y someterse bajo

un flogger. Y había una docena de otras cosas que le gustaría probar. Se mordió el

labio inferior para mantener la boca cerrada.

—Ahora, responde mi pregunta.

No sabía cuántas más veces tendría la oportunidad de hacer una escena con él.

—Su cinturón, Señor.

—Sé específica.

—Dado que me retrasé, creo que debería azotarme el culo con su cinturón.

—¿Con éste? —Le preguntó, desabrochándolo.

La bravuconada de Julia vaciló cuando empezó a arrastrarlo por los lazos.

—Sí, Señor —dijo, esperando sonar más confiada de lo que se sentía.

—Dime tu palabra de seguridad.

Apenas logró refrenar un suspiro de frustración. Le había dicho que pasarían

por esto a menudo, pero se sentía como una pérdida de tiempo.

—Rojo. Amarillo para hacer una pausa en la escena, Señor.

—¿Y en qué color estás ahora?

—Verde, Señor. —Se sentía un poco nerviosa, pero estaba comenzando a creer

que sería una situación continua estando con él. Le había requerido una tremenda

cantidad de agallas sólo para llamarlo.

—Te quiero sobre la mesa del comedor.

Nada podría haberla sorprendido más.

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—Sí, Señor. —Su coño todavía palpitaba, y la idea del cinturón sobre sus nalgas

sólo intensificaba esa sensación. Se puso de pie.

—A falta de cualquier otra instrucción, cuando estamos en una escena,

especialmente si estás siendo castigada, asume que debes gatear en lugar de

caminar.

Si bien la había hecho gatear antes, encontraba algo ligeramente humillante en

eso. Era consciente del balanceo de sus pechos y de la forma en que ellos colgaban.

Y reforzaba el hecho de que estaba dominándola.

—Un momento —le dijo Marcus.

Ella levantó la mirada sobre él.

—Lleva el cinturón.

Se estiró para tomarlo.

Él se agachó frente a ella.

—Abre bien grande la boca.

El hombre era magistral al componer sus órdenes. Tomó el cuero y sintió la boca

seca.

—Ninguna marca de dientes. Es uno de mis cinturones favoritos.

Los pisos de madera se sentían horrendamente incómodos bajo sus rodillas, y el

comedor parecía estar a kilómetros de distancia.

Él la seguía de cerca por detrás, volviéndola consciente de cada movimiento. La

única cosa buena… ya no se sentía tan sexualmente hambrienta.

En el comedor, Marcus encendió todas las luces y quitó los candelabros y un

tazón de vidrio soplado sobre la superficie de la mesa. Quitó varias sillas de su

camino, colocándolas contra la pared más alejada.

—Quítate los zapatos.

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Dado que no le había dado autorización para levantarse, luchó para quitarse los

tacones sin usar sus manos. Y se las ingenió, sin embargo.

—Levántate —dijo—. La cara contraria a mí.

La superficie de la mesa brillaba, y sabía que pronto tendría las marcas de sus

huellas digitales. Él no le ofreció ayuda cuando se ubicó en el lugar.

—Ahora apoya el cinturón en tu espalda.

De alguna manera, logró hacer eso, también.

Él dejó pasar el tiempo. El cuerpo de Julia comenzó a temblar, tanto por la

incomodidad como por la aprensión.

Finalmente Marcus tomó el cinturón de encima de ella.

—¿Cuántos minutos tarde llegaste?

—Cuatro, Señor.

—¿Y cuántos azotes te mereces?

—Tantos como creas convenientes, Señor.

—Doce.

Su cuerpo se puso rígido. Eso sonaba excesivo. La mayoría de la gente ni

siquiera habría notado cuatro minutos.

—Voy a frotarte el culo un poquito.

Su toque era tan vigoroso que Julia apenas podía quedarse en el lugar, y tenía

que esforzarse para mantener el equilibrio. De repente, se percató de que no tenía

nada de qué sostenerse. Él esperaba que permaneciera en la mesa sin ningún

soporte de qué agarrarse.

—Después de cada golpe, arquea la espalda y entonces levanta las caderas para

el próximo. Los retrasos innecesarios te costarán caros. ¿Alguna pregunta?

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Respondió sacudiendo la cabeza. Entonces, al recordar sus reglas, dijo,

—No, Señor. Por favor, Señor, ¿me castigará por llegar tarde?

Él aterrizó el primer azote a través de ambas nalgas, escaldándola.

Gritó. El dolor la alcanzó, con su intensidad tan inesperada. Quería levantarse y

salir corriendo.

Aparte de sus sollozos, el cuarto estaba sumido en el silencio. No la había

tocado otra vez. Obviamente estaba esperando a que hiciera su parte.

Lentamente volvió a tomar posición.

Ofreció una rápida oración para que encontraran un ritmo que le permitiera

pasar por esto rápidamente. No podría —honestamente no podría— tomar una

docena como este.

Marcus le atrapó las partes traseras de ambas piernas y ella se dobló sobre sí

misma, cualquier cosa para escapar.

Otra vez, el hombre no dijo nada, dejándola sortear la experiencia por las suyas.

Pasaron varios minutos antes de que pudiera volver a la posición.

El siguiente fue dirigido debajo del primero, haciéndola chasquear.

—¡Mierda! —Odiaba no poder verlo. Odiaba que esto se sintiera tan fríamente

impersonal. La primera vez que la había zurrado, él la había involucrado, había

hablado con ella e incluso la había reconfortado. Esta vez se sentía verdaderamente

como un castigo. Lo odiaba… odiaba eso.

Si lo que estaba buscando era asegurarse su buen comportamiento en el futuro,

su método era efectivo. Sólo habían pasado por el veinticinco por ciento de esto, y

ya sabía que saldría una hora antes la próxima vez de la supuesta hora en que se

encontraran. Si se vieran otra vez.

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Se obligó a prepararse para el siguiente impacto. Sintiéndose lasciva, levantó su

culo en el aire.

Instantáneamente la complació, otra vez atrapando las partes traseras de sus

piernas. Estaba siendo metódico, uno arriba, otro abajo, entonces llenando el

espacio entre medio.

Parpadeó para contener las lágrimas que la cegaban y tomó un par de

respiraciones profundas. Se dijo a sí misma que sabía qué esperar ahora. Había

descubierto su patrón. Eso lo haría más fácil de soportar.

El quinto azote explotó a través de la parte baja de sus nalgas.

A pesar de su determinación, dejó caer la cabeza contra la superficie de la mesa.

Su cuerpo sacudiéndose por el dolor implacable.

—Dime tu color, Julia.

El sonido de su voz embutió a través de su diálogo interno. De alguna manera,

el hecho de que le hablara la ayudó a centrarse. Podría hacer esto.

—Verde, Señor.

Nunca la apresuró. En lugar de eso la esperó pacientemente, permitiéndole

tomar su castigo a su propio tiempo.

Una fracción de segundo después de haberse reacomodado en el lugar, la azotó

otra vez.

Toda su parte trasera, de la curva de su trasero a sus rodillas, abrasaba. Pero

recién iban por la mitad del proceso.

—¿Estás caliente, Julia?

—Buen Dios no, Señor. —Estaba luchando para volver a colocarse, determinada

a soportarlo. El dolor había obliterado cualquier pensamiento relacionado con el

sexo.

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—Me gustaría comprobarlo por mí mismo. Abre las piernas. Apoya la frente en

la mesa, tu culo muy alto en el aire.

Su voz, el calor donde su cinturón había aterrizado, todo se mezcló. El hombre

acarició su coño.

—Tienes razón. Odias esto completamente.

—¡Nooooo! —Sorprendentemente, su coño estaba mojado.

—¿Odias ser castigada, verdad?

Metió un dedo muy profundo en su interior y la folló con él. Encontró su punto

G y presionó contra éste. En pocos minutos, estuvo lista para correrse. Como una

desvergonzada, se contuvo, buscando más en silencio.

Su cuerpo vibraba por la tensión nerviosa.

Antes de que pudiera apropiarse de un orgasmo, algo que estaba dispuesta a

hacer en este punto, él dio un paso atrás.

Julia permaneció dónde estaba por un largo momento, suplicándole

silenciosamente para que terminara lo que había empezado. Cuando no lo hizo,

tomó un aliento profundo, levantó la cabeza, arqueó la espalda y esperó. Decidió

llevar la cuenta mentalmente. Doce eran un montón de azotes. Seis eran viables.

Marcus comenzó de nuevo, también, atrapando la parte superior de sus nalgas.

Ella había encontrado que atollarse entre cada golpe no ayudaba realmente.

Quería terminar con esto. Apretando las manos en puños, esperó el siguiente.

Estaba deslizándose un poco, por lo que decidió apoyar las palmas abiertas

sobre la mesa para el siguiente golpe. Estaba acostumbrándose al cinturón ahora y,

de la misma forma que en su primer castigo un mes atrás, intentó relajarse con los

azotes, dejando de luchar… absorbiéndolos, respirando con ellos.

—Esa es una buena chica —dijo, siguiendo el ritmo que ella había establecido.

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Impartió el último con una furia que la dejó aullando otra vez, a pesar de sus

intenciones.

La manipuló, agarrándola de su cuerpo, tirando de ella hacia él, entonces

volteándola para colocarla sobre su espalda.

Antes de que ella pudiera pensar en cualquier cosa, la arrastró más cerca para

que sus nalgas quedaran apoyadas justo en el borde de la mesa.

Apenas fue consciente de él arrodillándose. Entonces le levantó las piernas y las

sujetó abiertas.

Comenzó a chupar su coño.

Julia gritó.

—Apoya las rodillas sobre mis hombros.

Mantuvo sus labios vaginales abiertos y la devoró, haciéndola sacudirse y gritar,

tratando de retener su orgasmo. Nunca se había sentido más desesperada por

correrse en toda su vida.

—¡Por favor! ¡Por favor! Oh, Señor. —Se estremeció—. ¡Necesito correrme!

Él insertó dos dedos dentro de ella y empujó duro y rápido, sin detenerse.

Sus muslos temblaban por el esfuerzo de contenerse. Envolvió las piernas

alrededor de él para afirmarse. No podría…

Marcus continuó lamiendo, chupando, follándola. Estaba desintegrándose por

dentro.

—¡Amo Marcus! Amo, Amo, Amo… Oh… —Se aferró al borde de la mesa y

clavó sus dedos. Se mordió los labios para distraerse a sí misma.

—Córrete. Ahora.

Empujó un tercer dedo dentro de ella, estirándola despiadadamente.

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Julia se estiró hacia él mientras se corría desbordando humedad a raudales,

quedando jadeando y repleta, incapaz de pensar o moverse.

Nada en su vida la había preparado para la experiencia de estar colgando del

precipicio por tanto tiempo, sólo para que finalmente el hombre la empujara sobre

él.

—Eso fue el calentamiento —le dijo, sujetándola de las muñecas.

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CAPÍTULO 07

Marcus había estado determinado a mantenerla en vilo, negándole la liberación

una y otra vez, pero escuchar la palabra Amo lo deshizo. Aunque fuera

formalmente conocido como Amo Marcus en La Guarida del Diablo, generalmente

requería que sus subs lo llamaran Señor. Amo se sentía pretencioso e implicaba un

nivel de compromiso en una relación que no estaba dispuesto a dar. Quizás era

algo similar a como Julia marcó una distinción entre sumiso y esclavo.

Sabía que no lo había llamado Amo durante una escena por ninguna otra razón

aparte de haber estado abrumada. No estaba pidiendo nada de él. No tenía

expectativas. Era simplemente una sub teniendo una experiencia arrolladora. Su

candidez y su coraje le atraían. La mujer no estaba fingiendo, por eso pudo bajar la

guarda. Era diferente con ella a lo que había sido con cualquier otra mujer, dentro

o fuera del estilo de vida.

Le bajó las piernas de sus hombros y la ayudó a sentarse. Dado que no sentía

muchas ganas de que se alejara, le empujó su indomable pelo detrás de los

hombros.

—Yo…

Julia se inclinó hacia adelante, dejándolo sostener su peso. La besó encima de la

cabeza y la abrazó. Había subido el calor antes de que ella llegara, y la había hecho

sudar durante la sesión. Envolvió los brazos a su alrededor y la abrazó con fuerza.

—Gracias, Señor.

—¿Por qué?

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Ella curvó los brazos alrededor de su cuello, para sostenerse, supuso Marcus. Ya

se había dado cuenta que no era una mujer que hubieran mimado mucho, y le

gustaba ser el hombre que lo hiciera.

—Por el orgasmo —respondió—. Fue…

¿Era tan arrogante que quería oírla decirlo?

—Espectacular.

Se conformaría con eso.

—Probablemente el más intenso en toda mi vida.

Eso era lo que había querido oír. Normalmente no lamía ni follaba con el dedo el

coño de una mujer hasta que llegara al clímax. Pero entonces, ninguna otra mujer

había gritado Amo por primera vez y suplicado su liberación como lo había hecho

Julia. Su polla había estado palpitando con necesidad, pero se había obligado a

pensar en la satisfacción de su sub.

Generalmente, como Dom, sentía que era su obligación mantener un poco de

distancia, tanto emotiva como físicamente. Si su sub necesitara algo, tenía que ser

lo suficientemente ingenioso como para proveérselo. Se esforzaba en mantener

siempre su objetividad, permanecer bajo control, y medir las reacciones de su sub

para poder intensificar cada posible matiz de su experiencia. Quería que sus subs

se esforzaran por su orgasmo y quedaran exhaustas como resultado.

La manera en que lo había agarrado del pelo de forma irreflexiva y apretado las

piernas alrededor de su cuello había sellado el trato. Él se había concentrado en

ella y sólo en ella.

Julia había molido el coño exigentemente contra su cara mientras suplicaba.

Muy probablemente podría haberla hecho esperar sólo un poco más, pero

repentinamente nada había sido más importante que empujarla por el borde como

había hecho, para que se corriese por él, contra su cara. Para ser honesto, esta

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mujer podría conseguir de él mucho más que lo que nunca le había dado a ninguna

otra.

La levantó en brazos y volvió a llevarla al salón.

—Quédate aquí —la instruyó, colocándola en el sofá—. Regreso enseguida.

—Pero…

Colocó un dedo en contra de sus labios.

—Sin discutir.

—Lo siento, Señor.

Tomó una manta y la cubrió. Se veía perfecta acurrucada allí, su pelo una masa

indomable, sus labios ligeramente abiertos, sus ojos azules brillantes mientras lo

miraba con algo que podría haber sido comprensión, o tal vez determinación.

Menos de un minuto después, Marcus regresó con una botella de agua, un paño

de manos y un paño caliente para lavarse. Hizo que bebiera la mitad de la botella,

entonces apartó la manta a un lado para limpiarla entre sus piernas.

—Puedo hacer eso, Señor.

Le encantó la forma en que ella se sonrojó. Después de todo lo que habían

hecho, ¿todavía sentía vergüenza?

—Un día, chica, dejarás de discutir. Permanecer en silencio cuando las cosas no

están abiertas a la negociación nos ahorrará a ambos un montón de molestias. O

siempre puedo recurrir a una mordaza para no tener que escuchar.

Muy sabiamente, Julia permaneció callada.

Él secó el sudor de su cuerpo antes de decir,

—Déjame ver tus nalgas.

Silenciosamente, tiró de la manta fuera de su cuerpo y se volteó.

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—¿Cómo se sintió? —Le preguntó, delineando sus marcas y las correas del

liguero. Había varias marcas y un par de lugares que podrían tener una leve

magulladura.

—Insoportable. Lamento haberme retrasado. Ya aprendí la lección.

—Tema cerrado. La próxima vez que te retrases, te darás cuenta que fui suave

contigo.

—¿Esto fue suave?

—Hay otras formas de castigarte, Julia. Y eso puede involucrar la negación de

mis atenciones, o darte un prolongado período de tiempo para reconsiderar mis

deseos.

Sus palabras fueron amortiguadas por el cojín cuando le dijo:

—Gracias por mi castigo.

—Hubiera preferido ofrecerte una experiencia sensual. A través de tu

comportamiento, la elección es siempre tuya. —Envolvió la manta sobre ella otra

vez—. Quédate allí.

Encontró un poco de árnica en el armario para la ropa blanca del cuarto de baño

entonces regresó para frotar un poco de la crema en las mejillas de su culo,

poniendo especial atención a las áreas que había castigado.

—Eso se siente bien, Señor.

—De nada, chica. Cuando estés lista, el cuarto de juegos está preparado para ti.

¿A menos que ya hayas tenido suficiente?

—¡No, Señor!

Volvió a voltearla.

Ella se acurrucó en un rincón.

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—Antes de que subamos al piso de arriba, quiero que limpies el revoltijo que

hiciste en el comedor.

—¿El revoltijo que hice yo? —Le preguntó, observándolo.

—Gatea hasta la cocina. Hay toallitas para limpiar muebles debajo del

fregadero. Quiero que el comedor se vea tan presentable como cuando llegaste. —

Se paró y se cruzó de brazos.

Ella vaciló unos minutos, pero entonces alejó la manta y bajó al piso.

—Alto.

—¿Señor? —Volteó la cabeza a un lado.

—Te verías bien con una correa. —La vio tomar aire—. Nada elaborado para

mis subs. Muy plano. Muy servicial. No me van las joyas.

Ella vaciló por tanto tiempo que Marcus se preguntó si usaría una palabra de

seguridad.

—Si eso te complace, Señor. —Las palabras salieron entrecortadas, y su tono

dejaba ver que en verdad a ella no la complacía.

—Lo hace. Arrodíllate, por favor, y levántate el pelo. —Fue a buscar los trozos

de cuero del armario junto a la puerta principal.

Estaba encantado de ver que ella seguía arrodillada como le había enseñado, con

sus rodillas separadas y la vista baja. Estaba usando ambas manos para mantener

su pelo apartado de su cuello.

Incluso cuando se acercó, continuó con la miraba baja.

—Tus habilidades como sub son impresionantes —le dijo.

—Gracias, Señor —susurró.

Sujetó el collar en el lugar y lo apretó. Metió el dedo índice debajo para

asegurarse de que no estuviera demasiado apretado. Viéndola allí, llevando un

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collar que había comprado para ella, le oprimió el estómago. Le calzaba

perfectamente, como si él lo hubiera sabido. Y, más que eso, le gustaba lo que

representaba. Esta mujer ferozmente independiente estaba aceptando su

dominación y su castigo, aunque solo fuera por ahora.

—¿Cómo es eso?

—Bueno, Señor. Por el collar de mascota.

Marcus hundió la mano en su pelo y la obligó a levantar la cabeza para que lo

mirara.

—¿Necesitas usar una palabra de seguridad? ¿O necesitas unos azotes para

ajustar tu actitud insolente?

—Ninguno de los dos, Señor. —Soltó un aliento—. Me disculpo.

—Pídeme que anexe la correa.

Él podía oír su diálogo interno.

Pero respondió en voz alta.

—Por favor póngame la correa, Señor.

—Un placer, mascota.

El sonido que hizo Julia podría haberse considerado un gruñido. Lo dejó pasar

sin ningún comentario. Unió los pedazos de cuero.

—Puedes soltarte el pelo y dejar caer las manos a tus lados. —Después que lo

hizo, él arrolló el cuero alrededor de su mano una vez para acortarlo—. Esta vez

quiero que gatees detrás de mí. Permanece cerca de mis talones. —Ella había

estado consternada por el sub llevando una correa esa noche en La Guarida. Él

quería demostrarle que, con la actitud correcta, podría ser un placer. Trazó una de

sus cejas con la yema del pulgar—. Hace un rato, ¿qué me contaste sobre tu

experiencia de arrodillarte?

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Sierra Cartwright – Con este collar

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—Si piensas en complacer a otro, puedes trascender tus propios sentimientos.

Hay ciertas cosas que uno hace porque quiere complacer a su Dom.

—Tenerte con la correa puesta me complace. ¿Estás dispuesta a intentar esto en

vez de luchar contra mí?

—Estás haciendo esto intencionalmente —dijo. Frunció sus deliciosos labios, y él

pudo ver cómo la comprensión se evidenciaba en su rostro—. Quieres hacer esto

por lo que dije en la casa del Amo Damien. Sobre Lana. Sobre ese sumiso. Y por

nuestra anterior conversación sobre la humillación. Estás tratando de probar un

punto.

—Hay algo de eso —concedió—. Pero también, pienso que te ves bella así, como

sabía que lo harías. Sólo es una experiencia humillante si tú permites que lo sea.

Pero tú sola tienes el poder, Julia. Puedes detener esto en cualquier momento.

Esperó su respuesta. Finalmente Julia se ubicó sobre sus manos y rodillas.

—Sígueme —dijo. Se movía con prisa, obligándola a gatear más rápido de lo

que lo había hecho más temprano. Eso le daría menos tiempo para pensar, y era

definitivamente un pilar adicional.

Al principio, ella apenas mantenía el ritmo, y el cuero estaba tirante. Pero

cuando él no amainó, empezó a moverse un poco más rápido, creando un poco de

holgura.

En la cocina, Marcus se detuvo cerca del fregadero. Esperó a que ella encontrara

las toallitas para muebles, entonces dijo:

—Las llevaré. —No quería que tuviera que forcejear con el envase—. Esta vez, te

quiero delante de mí. Mantén un buen ritmo, o sentirás mi furia. —Le gustaba

observar sus movimientos. Dios lo ayudara, pero podría mantenerla cerca de él en

todo momento.

La mesa del comedor estaba manchada por sus lágrimas, sus manos, sus rodillas

y su orgasmo. No recordaba si alguna vez había disfrutado de una vista mejor.

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Desabrochó la correa y se paró cerca de una pared, descansando sus hombros y

observándola.

Sus movimientos eran eficientes, pero metódicos.

A menos que se estuviera entreteniendo, él generalmente se ocupaba de sus

propios quehaceres domésticos. Encontraba que eso era fortificante, y era un

proyecto que podía comenzar y terminar, a diferencia de la mayoría de sus trabajos

en la construcción que tomaban semanas o meses. Le gustaba la satisfacción

inmediata de hacer que su espacio se viera mejor. Pero después de observarla

moverse a su alrededor con esa lencería, inclinándose sobre la mesa, podría

repensar el hecho de contratar los servicios de un ama de llaves, pero no

cualquiera… Julia.

En un plazo de pocos minutos, había dejado la mesa en su estado original.

Marcus asintió con la cabeza en dirección a un punto en el piso, y ella se arrodilló

sin protestar. Apreció que haya comprendido su orden silenciosa y que hiciera lo

que le ordenaba tan rápidamente. Era más perfecta de lo que se había atrevido a

esperar.

Se metió en el bolsillo la correa descartada entonces deslizó las sillas

nuevamente debajo de la mesa, pero dejó las velas y el florero de vidrio sobre el

aparador por si acaso quisiera utilizar a Julia como centro de mesa.

—Por favor vuelve a ponerme el cinturón.

Ella recogió la tira de cuero y gateó hacia él. Notó que sus dedos estaban un

poco inestables mientras lo deslizaba a través de los lazos. Luchó con la hebilla, y,

como el macho irreparable que era, se lo permitió. Maldita sea, quería enfundar a

su polla en ella.

—Ahora, vuelve a ponerte los zapatos.

Sin ponerse de pie, logró hacer eso.

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—Lo estás haciendo muy bien —le dijo—. Voy a ponerte nuevamente la correa,

y vas a guardar las toallitas para los muebles.

No protestó mientras encontraba la forma de cómo gatear llevando el envase

plástico. Una vez las toallitas estuvieron guardadas y había cerrado el armario de

la cocina le dijo:

—Dado que ahora vamos a ir al piso de arriba, te dejaré elegir. Puedes pararte o

puedes gatear. No hay una decisión correcta o incorrecta —le aseguró—. No serás

castigada. Y no tengo preferencia. De una u otra manera, irás delante de mí, y

podré verte el culo.

—En ese caso, Señor, me gustaría caminar.

Le ofreció la mano. Julia se puso de pie, y la empujó contra él. Ella se recostó en

su contra, apoyando la cabeza en su pecho, y Marcus envolvió los brazos a su

alrededor.

Había pasado mucho tiempo desde que había abrazado a una mujer. Le gustaba

tenerla acurrucada en su contra. Durante los últimos años, había pasado mucho

tiempo evitando enredarse en otra relación consumidora. Ahora se daba cuenta

que se había estado perdiendo las cosas simples de compartir el espacio… Cosas

como estas, su calor, la ligera esencia floral de su champú, y la confianza absoluta.

Ella finalmente se apartó, y se levantó el pelo en una cola de caballo antes de

soltarlo.

—Después de ti —le dijo. Julia lideró el camino al piso de arriba, con una mano

curvada alrededor del pasamanos, mientras él disfrutaba de las vistas de sus

cremosas y castigadas nalgas.

Al llegar a la parte superior de las escaleras, se detuvo, y él le indicó:

—El primer cuarto a tu izquierda. —Porque podía, acortó la correa la mitad de

la longitud, restringiendo sus movimientos.

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Había dejado abierta la puerta a fin de que viera inmediatamente la cruz de San

Andrés que había hecho construir para ella.

Sus implementos para spanking estaban contra una pared, detrás del cristal

esmerilado al que había hecho grabar el logotipo del águila de su compañía. Había

instalado una estantería de vidrio en otra pared, y acomodado sus floggers de ella.

Un par de látigos estaban ubicados en ganchos, sus largas colas de cuero

completamente enroscadas. Muchas fustas y varas colgaban de la pared, ubicadas

horizontalmente para poder ver fácilmente la longitud y composición. Había

restricciones y pinzas guardadas en cajones forrados en terciopelo.

—Oh, Jesús —susurró, deteniéndose inmediatamente.

—Hace unos días este cuarto estaba vacío. Lo diseñé para ti.

Lo miró por encima de su hombro.

—En serio —reafirmó—. Notarás que la cruz está construida para tu estructura

dado que eres más alta que la mayoría de las mujeres. —Había hecho barnizar a la

estructura con una ligera capa de brillo para poder limpiarla fácilmente—.

También hay ganchos adjuntos a las paredes y a los techos. Básicamente, puedo

atarte o suspenderte virtualmente en cualquier parte.

Ella recorrió con la mirada cada cosa pero sin hacer comentarios.

También había seleccionado una silla robusta, así como también un banco de

nalgadas que podría ser ajustado en muchas posiciones diferentes, incluyendo una

que era perfecta para ampollar el culo a una sumisa.

Le dio un tirón para que traspasase el umbral. Quitó el collar de su cuello,

tomando la correa con él.

—Párate allí. —Ella parecía hacerlo mejor cuando recibía instrucciones, y eso

funcionaba bien para ambos dado que a él definitivamente le gustaba dar órdenes.

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Julia recordó empujar sus hombros hacia atrás y mirar al frente. Por varios

segundos, él no dijo nada, permitiéndole recomponerse. Cuando su respiración se

normalizó, dijo:

—Quítate la ropa. Puedes dejarla en ese estante de allí, y entonces párate frente

a la cruz. De cara hacia mí.

Mientras se desvestía, Marcus encendió un pequeño calentador portátil para

asegurarse que no tuviera frío y seleccionó un flogger. Lo chasqueó varias veces

para probar su peso y su grado de reacción.

Dejó el flogger a mano mientras fijaba a Julia en la cruz. Estaba ansiando esta

experiencia. Su trasero ya estaba rojo. Ahora su parte frontal haría juego.

—Te ves tan maravillosa como me imaginé.

Su pecho se elevó y bajó, mostrando su estado nervioso.

—Quiero que tengas muy claro que éste no es un castigo. Esta flagelación tiene

la intención de excitarte. Quiero regalarte una experiencia esta noche. Así que si se

vuelve demasiado, detenlo inmediatamente.

—Gracias, Señor.

—¿Alguna vez usaste broches para pezones?

—No —susurró.

—Comenzaremos con unos con forma de pinzas. No son mis favoritos porque

se desprenden con demasiada facilidad. Pero serán una buena introducción para ti.

—Abrió un cajón y sacó un par. Envolvió la cadena sobre su dedo índice.

Ella los miró.

—Pensé que dijiste que esto tenía la intención de excitarme.

—Déjate llevar. —Ahuecó su pecho izquierdo, chupó el pezón dentro de su

boca, lavando el brote, endureciéndolo.

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Y olió su excitación.

Ella forcejeó en contra de sus ataduras.

—Unos pechos muy sensibles —le dijo—. Me encantan. —Pellizcó el pezón otra

vez, haciéndola gritar. Colocó la pinza y la apretó un poco para mantenerla en el

lugar, pero con sólo una leve presión—. ¿Cómo se siente eso?

—Esperé algo mucho peor —reconoció con un suspiro—. Casi estoy

preguntándome por qué tanta bulla en torno a esto.

Él sonrió. Ella iba a averiguarlo.

Repitió el proceso en su teta derecha.

Cuando tuvo ambas pinzas colocadas, Marcus dio un paso atrás y con gentileza

tiró de la cadena. Julia respingó ligeramente.

—¿Cómo se siente eso?

—Duele, sólo un poco, Señor.

—Veamos si esto ayuda. —La acarició entre sus piernas.

—Oh. ¡Sí! Eso ayuda. Eso es… El dolor en mis pezones hace que tu mano se

sienta más intensa.

—Ahora cuéntame qué tal esto. —Apretó las pinzas.

Ella gritó y tironeó de las cuerdas.

—Ya comprendo a qué viene tanta bulla —dijo alrededor de un quejido—. ¡Eso

duele, realmente mucho!

—Y esto dolerá un poco más. —Incrementó la tensión, apretando su duro

pezón.

—¡No puedo soportar eso, Señor!

—Por supuesto que puedes. Y más. —Aumentó la presión apenas un poco más.

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Ella jadeó, moviendo el cuerpo en un pequeño baile mientras trataba de lidiar

con el dolor. Marcus disfrutó de la manera en que frunció la boca y del surco que

se formó entre sus cejas.

—Eso es, demasiado.

—Son unos de los broches más leves que tengo. A menos que quieras que

busque otros o traslade estos a tus labios vaginales, te sugiero que dejes de luchar.

Ella tomó aliento tras aliento.

Las puntas de sus pezones estaban deliciosamente distendidas. Él movió dos

dedos rápidamente a través de sus pliegues resbaladizos. Le encantó lo excitada

que la había encontrado, y lo muy rápidamente que eso ocurrió.

—No te corras —le dijo.

—No hay ninguna posibilidad.

—¿No? —Le capturó la mirada—. ¿Ninguna?

—Mis pezones duelen demasiado.

—Ajá —murmuró, ignorando sus quejas—. Como este bonito coño —dijo,

mientras continuaba acariciándola.

Sus muslos se estremecieron.

—Puedo ver que es absolutamente demasiado dolor para ti, chica.

—¡Señor!

—¿Entonces por qué estás luchando en contra de tu orgasmo y con la esperanza

de que me conmueva y te diga que te corras?

La vio clavar los dedos descalzos en el piso.

Cuando sintió que ella estaba en el borde, apartó la mano, haciéndola maldecir.

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—Me gusta tenerle allí —comentó—. Indefensa. Atada. A mi merced. No

importa lo que haga, tú tienes que tomarlo. No tienes forma de escaparte, Julia.

Tenía la boca abierta, y él podría jurar que estaba respirando a través de ella.

Debió haberse acostumbrado a las pinzas con puntas de caucho sobre sus pezones,

pero él conocía diabólicas formas de recordarle su presencia.

Cruzó el cuarto en busca de su flogger y sacudió las doce gruesas hebras cerca de

su cara.

—Este es medianamente suave y flexible. Causará un dolor sordo en vez de uno

sostenido y ardiente. Es una excelente introducción, y muy apropiado para azotes

en la parte frontal. —Esperó un momento—. ¿En qué color estás?

—Amarillo, Señor.

—¿Necesitas detenerte?

Negó con la cabeza, pero su mirada no se apartó del flogger.

—Es mucho menos impactante que el tawse y mi cinturón. Ya has tolerado

mucho más dolor que el que esto puede impartir.

—¿Podríamos comenzar con un par de golpes?

—Julia, por lo que conozco de ti, vas a amar esta cosa.

—No estoy muy convencida.

—Tres —informó Marcus.

Ella asintió con la cabeza.

El hombre aterrizó tres azotes diferentes. Atrapando la parte superior de su

pecho, luego sobre su estómago, entonces un poco más abajo para que un par de

puntas lamieran la parte interna de sus muslos. Había experimentado treinta y seis

mordaces aguijones del cuero, y apenas había lloriqueado. Marcus dejó caer el

brazo a su lado y esperó.

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—Más —pidió Julia.

—¿Más duro? ¿O iguales?

—Más duro —respondió—. Más duro, Señor.

Él asintió con la cabeza. Comenzó a flagelarla suavemente, por todo su cuerpo,

sus pechos, sus muslos, sus costillas.

Ella cerró los ojos y susurró:

—Sí.

El Dom dio un pequeño paso hacia atrás para lograr más fuerza y más libertad

de movimiento. Aumentó la intensidad, atrapándola sobre los pechos.

Su cabeza cayó ligeramente hacia adelante.

Observándola cuidadosamente, encontró un ritmo que le permitía sentir la

picadura pero sin chamuscarle la piel. Incluso sin que él la instruyera, Julia inspiró

profundamente, los alientos uniformemente espaciados y equitativamente

distantes. Su Julia estaba metiéndose en esto.

Los sonidos que hacía estaban entre un ronroneo y un gemido. Lo hacía sentirse

exaltado.

La golpeó un poco más duro, en todas partes, incluyendo entre sus piernas. Su

cuerpo se sacudía en respuesta, pero ella nunca gritó.

—¿Me puedes oír, Julia?

No respondió.

Continuó el azotamiento con consistentes quiebres de su muñeca.

—¿Julia?

—Shh.

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¿Sería posible que lograra entrar en el subespacio durante su primera liviana

flagelación?

—Háblame —le dijo—. ¿En qué color estás?

Nuevamente ella guardó silencio.

Él se detuvo un momento y le sujetó la barbilla, inclinándole suavemente la

cabeza hacia atrás.

—Abre los ojos.

Lo hizo apenas, pero fue suficiente para que Marcus reconociera el brillo de la

excitación y la mirada fulminante por haberla molestado.

—Eres adorable en tu sumisión —le informó.

—Gracias, Señor.

Que no haya protestado por sus palabras le demostró lo lejos que ella había

llegado.

—Creo que has tenido suficiente.

—Me gustaría continuar —le afirmó—. Sólo algunos azotes más. Y un poco más

duros, Señor.

Marcus se lo debatió por un momento. Era su primera experiencia con el flogger,

pero estaba usando uno ligero. Tenía partes de su piel de color rosado, pero nada

que se magullara. Dio un paso atrás, tomando la posición correcta para liberar una

descarga de azotes, apuntando específicamente a su coño y a sus pechos.

—Más en mi coño, por favor.

El hombre volteó su cuerpo para asegurarse que las correas de cuero acariciaran

entre sus piernas. Sabía que había picado, pero ella no se quejó. De hecho, su

lenguaje corporal lo inducía a seguir adelante.

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Finalmente, sabiendo que ya había tenido suficiente, aunque no lo reconociera

para sí misma, dejó caer el flogger.

—Por favor, Señor, de verdad quiero correrme. Nunca me sentí así antes.

Marcus manoseó su hambriento coño, y ella comenzó a sacudirse contra él.

—¿Ya? —Le preguntó contra su oído. Su cuerpo estaba caliente, sus alientos

eran pesados, y estaba tironeando impacientemente en contra de sus ataduras—.

No estás en el borde todavía, ¿verdad chica?

—¡Sí! Déjame correrme, maldito seas. Por favor. ¡Por favor, Señor!

—Estás implorando como una desvergonzada.

—Sí. —Empujaba sus caderas hacia afuera tanto como sus ataduras se lo

permitía.

—Estás siendo lasciva.

—Todo mi cuerpo está prendido fuego, Señor. ¿Entiendes?

—Entiendo lo que necesitas, chica. Y puedes jodidamente esperar hasta que yo

lo permita. —Se estiró hacia arriba y apretó despiadadamente uno de sus pezones

sujetados.

Ella gimió y gritó su nombre.

—¿Quieres que piense que eres una puta?

Esperó una reacción a su lenguaje vulgar, pero ella dijo:

—No me importa. Soy tu puta, Señor.

Un sentimiento de posesión pulsó dentro de él. Ella había estado en lo cierto en

lo que había dicho más temprano. Había pros y contras cuando no tenías una

relación permanente. Era ermitaño. Hasta esta noche, no había sabido exactamente

lo vacías que eran sus noches. Le apretó el coño con fuerza. Pensó en usar un

vibrador, pero quería la intimidad de la piel contra piel.

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—Córrete, chica.

Su grito retumbó en el cuarto, haciendo eco contra el techo.

Él continuó estimulándola mientras los sollozos sacudían su cuerpo.

—Gracias —le dijo Julia finalmente, todavía atragantándose con sus palabras—.

Dios. Oh Dios. Gracias. —Las lágrimas caían de sus ojos, algo que nunca pensó que

vería de ella—. Maldita sea. ¡Maldición! Gracias.

La besó mascullado palabras tranquilizadoras en contra de su oído.

—Lo hiciste bien —le dijo. Usando los pulgares, limpió las huellas errantes de

sus lágrimas. Su cruda emoción lo deshizo. Aunque hubiera sido él quién había

provocado el dolor, quería ser también quién lo aliviara.

Marcus se arrodilló para frotar la circulación de sus tobillos, liberándolos

primero.

—Voy a quitarte las pinzas. Puede doler un poco al principio, pero se disipará

rápidamente. ¿Preparada?

Asintió con la cabeza.

Aflojó a cada uno para que la sangre fluyera lentamente en lugar de correr con

prisa.

—No es peor que un tratamiento de conducto —comentó Julia.

Él se rió.

—Esa es mi chica. —Dejó caer las pinzas, entonces le masajeó los brazos y

muñecas antes de quitarlos de la cruz. Se movió más cerca para poder tomar el

peso con su cuerpo.

La llevó a su dormitorio, y se sintió encantado cuándo ella enterró la cabeza en

su pecho.

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Ninguna de las subs con los que había jugado últimamente lo había hecho

sentirse de esta manera. Había sido capaz de mantener su objetividad,

probablemente en parte porque la mayoría de ellas estaban involucradas en

relaciones en algún otro sitio, o no estaban buscando algo permanente. No estaba

seguro con Julia, tampoco, pero la idea de otro Dom follándola lo hacía apretar los

dientes.

La ubicó en la cama antes de desvestirse. Ella llevó una almohada más cerca de

sí. Marcus entró en el cuarto de baño, abrió la ducha, entonces regresó al

dormitorio. Tomó una botella de jugo de naranja del refrigerador tamaño-bar que

mantenía abastecido cerca de la televisión montada en la pared.

—Bebe —ordenó, desenroscando la tapa.

Ella se incorporó y aceptó la bebida.

—Buena chica.

Después de que hubiera bebido algunos sorbos y de que sus mejillas estuvieran

refulgentes otra vez, asintió con la cabeza.

—Vamos a calentarte.

—Estoy bien, Señor. De verdad. El jugo ayudó.

El hecho que ahora tuviera la energía suficiente para discutir lo complació. La

recogió de la cama y la llevó al húmedo y caluroso cuarto de baño. Había dos

alcachofas de ducha, una a cada lado del enorme espacio, y ajustó una para que

cayera en cascada sobre sus hombros.

—¿Pensaste en todo al hacer esta casa?

—Las versiones mejoradas se han convertido en mi adicción. Tan pronto como

termino una cosa, empiezo con otra.

—Es fabulosa.

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Otra vez recordó que no tenía a nadie con quien compartirla. Hasta hoy, hasta

ella, eso no había tenido importancia.

—¿Puedo? —Preguntó Julia, arrodillándose.

—Julia…

El agua caliente caía en cascada sobre su cabeza cuando levantó la mirada para

observarlo. Curvó una mano alrededor de su polla y bajó la cabeza.

Los músculos abdominales de su Dom se contrajeron.

Sin esperar una respuesta, abrió la boca y lo chupó. Esto era extremadamente

diferente de cuando le había metido su polla a la fuerza dentro de la boca aquella

vez sobre el banco de nalgadas. Había entusiasmo en sus acciones, como si quisiera

complacerlo.

Enterró las manos en su pelo y se entregó a ella. Generalmente él controlaba la

profundidad con que una sub lo tomaba. Le daba continuas y detalladas

instrucciones, y no podía recordar la última vez que una sub le había pedido

permiso, por propia voluntad, para darle placer.

Lo impactante, en sólo algunos minutos estaba listo para derramarse. Al

contemplarla, tan genuina en su deseo de complacerlo, intensificó su fogosidad.

—Alto.

Ella levantó la vista pero continuó chupando. No era sólo desafío lo que veía.

Estaba concentrada en lo que estaba haciendo.

Le sujetó la cabeza y la empujó hacia atrás.

—¿Quieres ganarte un castigo?

Instantáneamente, ella se detuvo.

—Obviamente prefieres las azotainas de placer, chica —observó.

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—Así es, Señor —respondió, mientras levantaba la vista para encontrarse con su

mirada—. Pero lo que realmente quiero es que me folles.

Cristo.

—Muy bien. —Cerró ambos grifos antes de abrir la puerta de la ducha. Tomó

una toalla caliente del perchero y la envolvió alrededor de ella. Se secó el agua de

su cuerpo mientras la observaba moverse alrededor de su cuarto de baño.

Julia usó su cepillo, y se limpió el débil rastro que aún persistía de sus lágrimas.

Le asombró lo natural que parecía tenerla en su cuarto de baño. Apartó ese

pensamiento cruelmente. Una cosa era tener una invitada, otra tener a alguien que

dependiera de él. Cuando miró hacia el espejo, vio que ella estaba contemplándolo.

—¿Todo bien? —preguntó Julia.

—Bien. —Ella no se parecía a ninguna otra mujer que él había conocido. Su

polla ya estaba dura otra vez—. Lleva tu culo a la cama.

Julia sonrió.

Marcus extendió la mano y arrancó la toalla que la cubría, haciéndola gritar. Le

dio una palmada en el trasero cuando lo esquivó, y la acechó, algo primitivo

ardiendo dentro de él.

La levantó del piso para lanzarla sobre la cama. Julia gateó hacia la cabecera y

envolvió los brazos protectoramente alrededor de sus rodillas.

—¿Piensas que eso te salvará? —Le agarró los tobillos y la empujó contra el

colchón.

—Hazlo —dijo, tratando de llegar a él—. Fóllame. —Separó sus piernas

ampliamente.

Se alejó el tiempo suficiente para buscar un condón de la mesita de noche. Dado

que no tenía la paciencia para hacer que su sub se lo pusiera, lo hizo rodar por su

polla y regresó junto a ella.

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—¿Tu coño está caliente y listo?

—Soy tu puta, Señor. Averígualo por ti mismo.

Provocó la entrada de su vagina con la cabeza de la polla. Julia enterró los

talones en el colchón y levantó las caderas para encontrarse con su primer empuje.

Se condujo en su interior con una rápida estocada.

Ella gritó cuando lo tuvo asentado en su interior profundamente hasta las bolas.

Marcus apretó los dientes, entonces le tomó los brazos para inmovilizarle las

muñecas por encima de su cabeza. La folló duro, determinado a estrujar un clímax

de su sexy cuerpo sumiso.

—¡Señor! ¿Puedo correrme?

—¿Tan rápido?

—¡Ahora!

Se retiró, entonces empujó varias veces rápidamente.

—Ahora —le indicó.

Ella arqueó la espalda, ofreciendo su pelvis, tomando más de él. Volteó la

cabeza a un lado, los ojos cerrados, mientras gritaba su nombre.

Requirió de toda la determinación de Marcus no correrse cuando los músculos

internos de la chica se contrajeron a su alrededor.

Cuando Julia exhaló un tembloroso aliento y abrió los ojos, le volteó la cara

hacia él y la besó, lenta, suave y sensualmente.

Ella sonrió. Estúpido como era, sintió una oleada de puro orgullo masculino.

Había hecho feliz a su mujer.

—Gracias —dijo Julia.

Se sujetó de ella y revirtió sus posiciones para que quedara encima de él.

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—Quiero mirarte las tetas —dijo—. Arquea la espalda.

Ella no vaciló.

—Esta posición te deja entrar mucho más profundo dentro de mí, Señor.

Marcus le aferró las caderas y comenzó a moverla de arriba abajo a ritmo con

sus propios movimientos.

—Mantén las manos detrás de ti —le recordó. Julia se aferró a las piernas del

hombre para mantener el equilibrio mientras él le llenaba el caliente coño con su

dura polla.

Se aseguró de llevarla a otro orgasmo antes de rendirse a su propia liberación.

Ella colapsó hacia adelante contra él, y la sostuvo abrazada mientras ambos

regulaban sus respiraciones.

—Eres bastante bueno en esto —comentó Julia.

—No estoy seguro de si ese fue un cumplido o un intento de terminar con el

culo ampollado por mi tawse.

—Señor, fue un cumplido —lo reconfortó descaradamente.

Marcus le acarició la columna vertebral, disfrutando de la sensación de tenerla

entre sus brazos. Ahora que la tenía, quería conservarla. ¿Entonces cómo mierda

iba a hacer para convencer a una mujer que no quería un Dom de que en realidad

necesitaba uno?

—Es hora de que seas iniciada en los placeres de un orgasmo forzado.

Julia no estaba segura de cuántas nuevas experiencias más él podría darle.

—Usé la negativa del orgasmo como una herramienta de entrenamiento, como

ya sabes.

Ella abrió la boca para hablar, pero él levantó una mano a modo de advertencia.

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—Una herramienta que te desagradó. Un orgasmo forzado puede ser igual de

brutal, o puede ser simplemente algo que te abrume. Quiero que te corras una y

otra vez para mí, Julia. En el cuarto de juegos. Acostada sobre la parte superior del

banco de nalgadas.

Su banco de nalgadas. Estaba encantada de que él hubiera creado este espacio

para ella. Que ninguna otra mujer nunca se hubiera excitado aquí.

Él se acercó, completamente desnudo. Verlo siempre le provocaba una emoción

erótica.

—Deslízate un poco más abajo.

Después de hacerlo, ató sus piernas a la parte inferior del banco, abriéndola

muy ancha y exponiendo su coño desnudo. Su culo estaba casi fuera del borde, lo

que significaba que realmente no podría alejarse de él. Le aseguró los brazos

holgadamente. No dolía, pero sabía que no podría apartarse.

Le mostró un enorme vibrador, que estaba enchufado en la pared. Ya había

visto uno similar en uno de los videos que había descargado de internet. La mujer

del video había gritado increíblemente cuando el Dom lo había apoyado contra su

clítoris.

—Se ve un poco espeluznante, Señor. —Hasta ahora, ella sólo había usado

pequeñas balitas a baterías.

—Te negué orgasmos muchas veces. Ahora voy a hacerle correr. Pero primero…

Se quedó mirándolo fijamente, fascinada, cuando bajó el vibrador, construyendo

el miedo y las expectativas.

Regresó con un set diferente de pinzas para pezón. Estas se veían un poco

crueles.

—Son pinzas en forma de trébol —le explicó—. No se saldrán. Son unas de mis

favoritas.

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Sierra Cartwright – Con este collar

Serie Dominada 01

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Esta vez, no pidió sus palabras de seguridad antes de chuparle el pezón

izquierdo dentro de su boca.

Su coño se inundó. No había tenido ni idea de cuánto le gustaba lo juegos de

pezón.

Cuando aseguró la primera pinza alrededor de su pezón, gritó.

—Eso, Señor, es un hijo de puta.

El bastardo sonrió. Tiró de la cadena, y la presión aumentó.

Si pudiera haber logrado afirmar los pies, habría levantado las caderas del

banco. Tal como estaba, gritó:

—¡Amarillo!

Él dejó caer la cadena y se encontró con su mirada. Le alisó el pelo hacia atrás.

—Cuéntame.

—Duele como la puta madre.

—Las quitaré si insistes, pero escúchame bien primero.

Ella se esforzaba para escucharlo a través de la neblina de dolor.

—Recuerda las otras, ¿cuánto dolían?

—Nada que ver con éstas.

Golpeó las manos, el ruido resonando contra las paredes y sobresaltándola.

—Enfócate y contesta mi pregunta.

Contuvo su furia instintiva.

—Sí.

—¿Y recuerdas cómo aumentaron la intensidad de tu orgasmo?

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—Yo…

—Responde la pregunta.

—Sí, Señor. Lo recuerdo.

—Aguanta durante algunos minutos más. Respira en el dolor, a través de él.

Puedes hacer eso.

A veces ella sentía como si él gateara dentro de su mente y la leyera antes de que

incluso hubiera terminado de formar sus pensamientos.

—Verde condicional, Señor.

Marcus llevó el pezón derecho dentro de su boca, entonces rápidamente lo

rodeó con la pinza. Julia comenzó a sacudirse agitadamente, y estaba segura de

que si sus manos no hubieran estado sujetas, se habría arrancado esas crueles

pequeñas cosas de su cuerpo.

—Abre la boca. Ahora, sub.

Luchando contra sus instintos, escupiendo fuego por los ojos, siguió su orden.

Él pasó un dedo por cada una de sus cejas, calmándola de un modo que las

palabras no hubieran podido hacerlo.

Colocó la cadena que conectaba las pinzas dentro de su boca.

—Cierra la boca —ordenó.

Cualquier movimiento, cualquier sonido, intensificaría su dolor. Él era

diabólico.

—Aguanta allí otros dos minutos. —Apretó sus pechos.

Gritó. Movió hacia atrás la cabeza, tirando bruscamente de sus ya abrasados

pezones. Antes de que pudiera gritar su palabra de seguridad, él tomó el vibrador,

lo encendió y entonces lo colocó en contra de su coño.

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Asombrosamente, ya estaba mojada.

La pulsante e implacable cabeza se deslizó sin ningún esfuerzo dentro de su

humedad. Movió la cosa gigantesca a través de su clítoris, su coño, bajando hacia

su ano.

De repente, dejó de sentir la presión en sus pezones como un dolor extremo. Y

lo sintió como un extremo placer.

Gimió, y el leve movimiento tiró de sus pinzas. Su excitación se incrementó.

—Esa es mi hermosa sub. Córrete. Córrete duro para tu Amo.

Las sensaciones eran demasiado. Sacudió la cabeza de un lado a otro, y eso

comprimió a sus pezones incluso más, disparando flechas de placer y dolor hacia

su coño.

Se corrió con un largo gemido de protesta.

—Vayamos por otro —la incitó.

Aumentó la velocidad del vibrador y lo movió sobre su humedad. Era a la vez

demasiado, pero no suficiente.

Empujó la cabeza atrás, aumentando el dolor en sus pezones.

—Estás entendiendo. Esa es mi pequeña masoquista. Haz que te duela.

Alejó el aparato y abofeteó su coño cruelmente. Se corrió otra vez, sacudiéndose.

Cada movimiento reconstruía la presión y la energía. Para una mujer

acostumbrada a tener problemas para correrse, esto era asombroso.

—Más —insistió él.

Ella no podría. No era posible. Pero el hombre ahuecó su coño, entonces empujó

un par de dedos dentro de ella antes de aplazar la vibración contra su hinchado

clítoris.

Vez tras vez, la hizo llegar al clímax.

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Finalmente, lo vio enfundarse en un condón.

—Sí —dijo Julia, la palabra amortiguada contra el metal.

Sin esfuerzo alguno deslizó la dura polla dentro de su coño. Ella estaba tan

caliente, lista y deseosa. Empujó en su interior, golpeando su punto G. Se encontró

imposiblemente a sólo algunos segundos de llegar al clímax otra vez.

—Oh, chica, vas a correrte para mí, ¿verdad? —Estaba sujetando el vibrador en

su mano, y disminuyó la velocidad a una vibración. Se reclinó ligeramente y apoyó

la cabeza contra su coño.

Con su mano libre, apretó la cadena que colgaba entre sus pechos.

Julia se desintegró, llameando un obliterado dolor por un placer arrasador. Su

cuerpo sintiéndose saciado y cubierto de sudor.

No sabía cuánto tiempo había pasado, pero cuando pudo entrelazar dos

pensamientos, estaba en sus brazos, sujetada y protegida.

—No creo que mis piernas funcionen.

—No lo necesitan —le dijo—. Te tengo.

Julia estaba atrapada.

Si el Amo Marcus era una droga, ella necesitaba su dosis.

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CAPÍTULO 08

Julia sacó un juego de sostén y bragas, junto con unas medias de red y un

liguero de uno de los cajones de su tocador. Estas últimas seis semanas, acumular

nueva lencería se había convertido en una pasión. Y él la había sorprendido varias

veces con entregas en su oficina y en su casa.

El hombre siempre se mostraba efusivo al alabarla cuando llegaba a su casa, y

ella había aprendido a ostentar de sus encantos, en lugar de mostrarse tímida.

Como siempre, esta mañana, forcejeó con los malditos sujetadores de los

ligueros, pero le tomó mucho menos tiempo que lo habitual.

Finalmente, se contoneó dentro de una minifalda y se puso un par de botas de

cuero, ropa que ni siquiera habría considerado algunos meses atrás. Relacionarse

con el Amo Marcus le había dado valor, y tenía que admitir que le gustaban los

cambios.

Cuando estaba llegando a casa de Marcus, él la llamó por teléfono.

Presionó un botón que él le había instalado. El estéreo se desactivó, y la pantalla

digital mostró su nombre en lugar del título de la canción que había estado

reproduciendo. Automáticamente comprobó la hora, asegurándose que no estaba

en problemas por estar retrasada, antes de decir:

—Hola, Señor.

—Mi reunión está demorando más de lo planeado —informó—. Llegaré a casa

algunos minutos después que tú. Entra y prepárate para mí.

Ella se estremeció por la anticipación.

—¿Asumo que sabes qué hacer, chica?

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Le encantaba cuando la llamaba así. Nadie nunca lo había hecho. Afuera de una

conexión BDSM, nunca ocurriría. Establecía y reforzaba su relación.

—Lo sé, Señor.

Él colgó.

Julia mantuvo un firme agarre sobre el volante, necesitando concentrarse en

lugar de pensar en él. Los copos de nieve estaban cayendo otra vez. A veces

olvidaba que marzo y abril eran los meses más ventiscosos de Colorado. Se

permitió convencerse que ver los primeros azafranes significaba que la primavera

había llegado y que el verano no estaba muy lejos.

Se sentía casi tan cómoda en casa de Marcus como en la suya propia. Habían

encontrado una rutina. Ella llegaba cada viernes por la noche o mañana de sábado

y se quedaba hasta la tarde del domingo.

Él a menudo cocinaba para ella, y a veces la involucraba en sus negocios,

mostrándole sus planes arquitectónicos y oyendo sus comentarios. Por la noche, en

la cama, acurrucada en sus brazos, le hacía preguntas. Él le decía que era muy

curiosa, pero eso no la detenía a empujarlo para llegar a comprenderlo.

Era hijo único y su padre le había enseñado a trabajar el cuero, mientras que su

madre le había enseñado a hornear. Vivían en Sedona, Arizona, en una casa que él

había construido para ellos. La había invitado a ir con él en su siguiente visita, pero

hasta ahora ella se había rehusado.

La primera vez que habían estado juntos, le había dicho que no sometería a sus

subs a cosas que él no había experimentado. Cuando le había preguntado si de

verdad alguna vez había resistido una flagelación, Marcus le había contado de su

entrenamiento con los Amos Damien y Gregorio. No había habido un componente

sexual, sólo varias sesiones de entrenamiento diferentes.

Eso había hecho que la cautivara incluso más.

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Estacionó en su lugar habitual y saludó a una pareja de vecinos en el pasillo

cuando bajó del elevador. Él le había dado un juego de llaves, y las usó para abrir

la puerta.

La rutina se había vuelto familiar. Seguía llevando nada más que un abrigo y

ropa interior, y, una vez que estuvo dentro, dejó su cartera, colocó las llaves en el

pequeño tazón de cobre, a continuación colgó su abrigo y se quitó las botas para

ponerse los tacones que había dejado en el armario del vestíbulo.

Sabiendo lo que él esperaba, se arrodilló en una alfombra en el vestíbulo, frente

a la puerta principal. Dado que él todavía requería que se arrodillara cada noche

cuando estaban separados, había adquirido mucha práctica en instruir a su mente

y luchar contra la impaciencia.

Cuando oyó las llaves del hombre en el cerrojo, ajustó su postura ligeramente a

fin de que fuera perfecta.

Él entró, cerró y bloqueó la puerta, y Julia oyó a sus llaves aterrizando encima

de las suyas, entonces… Nada.

Resistió la tentación de levantar la vista, pero cada parte de ella vibraba con la

conciencia de su cercanía. Inhaló su nítido aroma a viento de montaña. Y su poder

impregnó el área.

Marcus hizo un poco de ruido, entonces ella supo que estaba quitándose su

chaqueta de cuero y colgándola junto a la suya.

La puerta del armario se cerró con un suave clic. Él dio un paso más cerca, y

Julia enfocó la vista en sus botas, intentando mantener sus reacciones contenidas.

—Has aprendido bien —dijo.

—Gracias, Señor.

—Levántate el pelo.

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Sierra Cartwright – Con este collar

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Si bien sabía que esto iba a ocurrir, requirió de un poco de su autocontrol para

permanecer en silencio y aceptarlo.

Ajustó el delgado collar de cuero alrededor de su cuello e, innecesariamente,

comprobó la sujeción.

Esperó que adjuntara la correa, pero no lo hizo.

—Ahora dame la bienvenida a casa, chica.

Esto era lo que quería, tocarlo, y que la tocase.

—Un placer, Señor. —Se puso de pie, y el movimiento fue mucho más gracioso

que lo que había sido un par de meses atrás, y sabía que él estaba observando y

apreciando la transformación.

Julia no pudo refrenar la sonrisa cuando se elevó de puntillas y envolvió los

brazos alrededor del cuello de su Dom.

—Estoy contenta de verte —le susurró en contra de su oído—. Te extrañé. —A

veces la semana entre sus visitas parecía interminablemente larga. Colocó las

manos alrededor de su cabeza y lo arrastró hacia ella. Infundió el beso,

capturándole la barbilla con la mano y tentándole los labios con su lengua.

Él gruñó. Como ella sabía que haría, tomó el control, aplanando una palma en

su trasero, aferrándola del pelo con la otra para inmovilizarla. La besó duro,

usando su lengua, dominándola silenciosamente mientras le comunicaba su deseo.

Más de una vez durante el último mes, Marcus le había sugerido que se mudara

allí. Cada vez, ella había puesto reparos. Insistía en que necesitaba su espacio. Si no

guardara las distancias, la fuerza de la determinación del hombre la consumiría.

—Tengo que tenerte —le dijo.

—¡Sí, Señor!

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Le levantó los pies del piso envolviéndola entre sus brazos. El repentino

movimiento la sorprendió. Se estiró alrededor de su cuello, sosteniéndose

desesperadamente mientras él subía las escaleras hacia el cuarto de juegos.

—Desnúdate y recuesta tu cuerpo sobre el banco de nalgadas —le dijo,

dejándola suavemente en el piso—. ¿Te gustaría estar amarrada?

—Cómo tú lo prefieras, Señor.

Él asintió con la cabeza.

—Entonces estarás amarrada por mi voluntad.

Se le secó la boca. Esta era la primera vez que le pedía eso. Sin cuestionar sus

órdenes, se quitó el sostén y las bragas.

—Puedes dejarte las medias y el liguero. Me gusta cómo lucen las marcas rojas

en contraste con las ligas negras.

—¿Tengo permitido sostenerme de las restricciones, Señor?

—Sí.

Volteó la cabeza para poder contemplarlo. Él abrió la puerta de cristal que

protegía sus implementos de spanking y escogió a su tawse favorito, el mismo que

había utilizado con ella la primera noche en La Guarida.

—Ésta es una azotaina erótica —le informó, uniéndose a ella y golpeando el

cuero en contra de su palma abierta—. Tienes permiso para correrte. Y quiero que

lo disfrutes.

—Gracias, Señor. —Habitualmente el hombre usaba la flagelación para la

disciplina y la excitaba de otras formas. Por lo que ésta era una experiencia única.

—Es decir, a menos que no puedas mantenerte en la posición correcta —

enmendó—. En ese caso, esto se convertirá en un castigo, y tus orgasmos te serán

negados.

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—Entiendo.

Se movió detrás de ella y suavemente le masajeó las nalgas. Julia cerró los ojos.

Si bien sabía que el dolor era inevitable, amaba ser tocada por él.

Marcus la frotaba cada vez más vigorosamente, hasta que todo su cuerpo estaba

moviéndose por la fuerza. Metió una mano entre sus piernas y tanteó su clítoris.

—¡Oh, Señor, ya me calentaste!

—Una pequeña recompensa por tu excelente comportamiento cuando llegué.

Ella sonrió.

El primer golpe de su tawse le quitó el aliento. Requirió de toda su concentración

para no soltarse del agarre y estirarse hacia atrás para frotarse su trasero colorado.

—¿Se supone que esto es placentero? —Le preguntó.

—Relájate en él.

Le frotó el coño otra vez.

La sensación se magnificó.

—Buena chica.

Volvió a usar el tawse varias veces más, pero siempre manoseando su coño. Ella

se olvidó de la pelea mental y dejó que el banco soportara todo su peso.

—Perfecto —le dijo.

En alguna parte del proceso, Julia se perdió en el momento. Él difumó la línea

entre el placer y el dolor, hasta que ella no fue capaz de decir dónde terminaba uno

y comenzaba el otro. Acariciaba su vagina e insertó un dedo en su ano. Julia

empujaba las caderas hacia atrás, encontrándose con su mano y con su tawse, y un

orgasmo tras otro la dejó devastada.

—Quiero follarte —le dijo.

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—Sí.

—Suelta las restricciones.

Se soltó, y él sin ningún esfuerzo la movió, subiéndola encima del banco y

alejándose sólo el tiempo suficiente para buscar la protección.

Regresó junto a ella, la instruyó para que colocara las rodillas sobre sus

hombros, y la penetró con un duro empuje.

Ella gritó por la profundidad de su penetración. Cuando le apretó los pezones,

comenzó a sacudirse agitadamente.

—Contenlo —le ordenó.

Ella no respiraba, jadeaba, pero se mantuvo a raya hasta que le dijo:

—Aprieta mi polla con tu coño. Córrete, chica.

Lo sintió pulsar y palpitar dentro de ella, y su orgasmo fue más prolongado que

nunca antes. Más tiempo estaban juntos, mejor se volvía el sexo.

La abrazó un rato mientras ella dormitaba, entonces compartieron la ducha. Él

tenía trabajo que hacer, y Julia había llevado una película para mirar durante la

tarde.

Más tarde, mientras él preparaba la cena, ella llenó las copas de vino.

—Tienes que cumplir una fantasía —comentó Marcus.

—¿Señor? —Lo miró fijamente.

Él se volvió de la parrilla para enfrentarla.

—Te quiero como centro de mesa en la mesa del comedor.

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Julia había pensado que ya nada podría sorprenderla. Marcus le había dicho que

no descartaría el juego de humillación, y esta era una de las cosas más increíbles

que le había pedido que hiciera.

—Estoy escuchando —dijo ella lentamente.

—Cuando lleve los platos, quiero verte sobre la mesa, tus rodillas levantadas y

las piernas abiertas. No tienes que permanecer allí, pero es una imagen que no

puedo quitarme de la mente.

Sin saber qué decir, se rindió,

—Tú, Señor, eres un pervertido.

—Más de lo que crees —le aseguró.

—¿Necesito, uhm, eh, exhibir algo en especial?

—Sólo tus encantos. Esta vez.

Ella sabía que no la forzaría, y que su propia actitud marcaría la diferencia. Esto

podría ser humillante. Pero, si hiciera caso del consejo inicial de Lana y se

concentrara en los deseos del hombre, podría resistirlo, sabiendo que eso lo

complacía.

—Estaré en el comedor, Señor.

—Ven aquí.

Se acercó, sus caderas bamboleándose sobre los altos tacones.

—Eres una sub absolutamente maravillosa —le dijo.

Iba a protestar contra sus palabras, pero él le inclinó la barbilla hacia atrás y le

dio el más suave de los besos, expresando tácitamente su reconocimiento. Cuando

se comportaba así, ella era susceptible a todo su carisma.

Cuando salió de la cocina, fue consciente de la caliente mirada sobre su todavía

dolorido trasero.

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Si alguien le hubiera dicho que alguna vez haría algo como esto, no les habría

creído. Pero lo encontraba pasmosamente excitante. No era como si no la hubiera

visto en situaciones obscenas, antes. De hecho, mientras más revelaba de sí misma,

más a él parecía gustarle.

En el comedor, movió las velas sobre el aparador, entonces las encendió para

crear el ambiente. Atenuó la luz del techo. Luego de un momento de

consideración, se desnudó y se subió a la mesa. Se acomodó boca arriba para que

su coño quedara exhibido cuando él se sentara en la cabecera de la mesa.

Él hizo un silbido bajo y largo cuando entró en el cuarto.

—Te ves incluso más hermosa de lo que me imaginé. Tus pezones están duros, y

tu coño deliciosamente rosado.

A pesar del arrebato de vergüenza, mantuvo las piernas separadas mientras él

ubicaba los platos y regresaba con las copas de vino.

—Gracias —dijo Marcus.

Se estremeció cuando pasó la punta del dedo índice entre los pliegues de su

coño. Increíblemente, estaba excitada para él.

Entonces el hombre acarició su collar.

—No voy a poder comer ahora que en todo lo que puedo pensar es en follarte.

Dominándote. Probando que eres mía. Mía.

Una protesta habitual se abrió paso, pero antes de que pudiera verbalizarla, él

asió sus pezones y los retorció cruelmente. Ella se corrió instantáneamente,

aplastando sus talones desnudos contra la madera pulida.

—Oh, sí —aprobó él—. Perfecto.

La dejó permanecer allí un par de minutos, y ella simplemente se relajó con los

temblores remanentes de su orgasmo.

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Finalmente, la ayudó a levantarse de la mesa, y, como si no hubiera ocurrido

nada indecoroso, corrió hacia atrás su silla y la invitó a sentarse a su izquierda.

Dado que no era tan inusual cenar mientras él estaba completamente vestido y

ella desnuda, Julia comenzó a cortar su carne.

Después de cenar, él le aconsejó que tomara un baño caliente para calmar sus

músculos cansados mientras se ocupaba de limpiar la cocina.

—Voy a volverte a usar —le dijo, agarrándola del pelo—. Mi putita.

—Putita consentida —lo corrigió—. Dado que estaré en el baño mientras tú

trabajas como un esclavo en la cocina. Y así es cómo debe ser.

Salió corriendo hacia las escaleras, agradecida de estar descalza.

La punta del paño para secar platos que él azotó la atrapó en uno de sus muslos.

—Te voy a enseñar a hablarme con ese descaro, chica.

—Por favor, sí —le respondió, subiendo las escaleras a toda prisa.

La ató a la cama y usó una pluma para atormentarla antes de follarla y de

sumirse un sueño profundo. Cuando se despertó, estaba acurrucada en sus brazos.

En vez de sentirse constreñida, se sentía mimada. Una parte de ella quería

quedarse allí para siempre.

Aparentemente había nevado toda la noche, y muchos caminos estaban

intransitables. Así que se vistieron y caminaron hasta una cafetería local para un

café con leche. Ella le echó el ojo a un cruasán de chocolate, y él se lo compró,

prometiendo que la ayudaría a quemar esas calorías cuando estuvieran en casa.

Disfrutó de cada mordisco, así como también de su promesa.

Sintiéndose un poco traviesa —algo que Lana le había advertido que podría

ocurrir— Julia tomó un puñado de nieve y le lanzó una húmeda y fangosa bola,

golpeándolo de lleno en la espalda.

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—Eso es todo —dijo él de modo amenazante.

Caminó hacia ella, la levantó, entonces la colgó por encima de su hombro,

dejándola sin aliento. Ella soltó una risita pataleando mientras la llevaba al edificio.

—Detén el elevador —le dijo a uno de sus vecinos—. Alguien se ha ganado una

azotaina por arrojar bolas de nieve.

—Oh Dios mío, Déjame en el suelo —le imploró, temiendo que fuera posible

morirse de vergüenza.

—Piensa antes de actuar —le advirtió, dándole una palmada en su culo

levantado.

El vecino se rió.

Después de zurrarla firmemente, la folló larga y profundamente, como si

tuvieran todo el tiempo del mundo. Sería muy fácil sucumbir, notó Julia. Le

encantaba reírse con él, provocarlo, ganarse una paliza. Determinada a mantener

su independencia, saltó de la cama y comenzó a vestirse.

Él rodeó su muñeca y le dijo,

—Quédate.

Julia se congeló. Si lo hubiera expresado como una invitación, podría haber

accedido.

—Sólo un tonto se iría —añadió.

Se sintió ofendida por la implicación.

—Tengo un montón de cosas que necesito hacer para prepararme para la

semana laboral —le explicó—. La lavandería, facturas.

—Ya es hora, Julia, que te mudes aquí.

—Marcus, detente. Ya discutimos esto antes. —Era tentador, oh muy tentador,

acceder. Tenía razón sobre las condiciones de los caminos. Su coche estaría frío y

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su apartamento también. Y su cama estaría vacía. Pero estaba cansada de sus

constantes demandas. Como había temido con Jason, este hombre estaba

asumiendo sutilmente el control de su vida. Pasaba cada fin de semana con él, se

arrodillaba incluso cuando estaban separados. Consumía mucha de su energía

emocional disponible. Intentar sostener las paredes era un trabajo agotador.

—Necesito irme —dijo—. Por favor déjame ir.

—Podría amarrarte a la cama otra vez.

—Gracias por un fin de semana tan agradable.

Él arqueó una ceja.

—¿Agradable?

Julia oyó el deje de amenaza en esa sola palabra. Él era fuerte, guapo, seductor.

La manera en que continuaba acariciándole la piel despertó su deseo.

—Muy agradable —enmendó.

Se apartó y recogió su lencería. Tomó un par de pantalones de yoga del armario,

y cuando se estiró por una de sus camisetas, levantó la vista para verlo apoyado

contra la jamba de la puerta, vistiendo solo un par de jeans desabrochados en la

cintura. Ocupaba toda la entrada. El Rey de su imperio. La hizo sentirse débil,

consciente de su feminidad. Tenía que irse antes de que no pudiera hacerlo.

Resueltamente cuadró los hombros, se estiró y desabrochó su collar, entonces lo

acomodó en un estante.

Ambos reconocían la importancia de su gesto simbólico.

—Estoy esperando que admitas la verdad para ti misma —dijo, la calma en su

voz en contraste con el fuego en sus ojos verdes.

—Eres demasiado presumido.

—Te gusta usar mi collar.

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—Eres irritante —respondió. Mentira—. Tengo que irme a casa.

—Julia…

—Mira, Marcus. No confundamos esto —dijo, dirigiéndose a él

intencionalmente de forma informal para poder mantener un poco de distancia

emocional y no dejar que el temperamento sacara lo mejor de ella—. Me gusta

jugar contigo. Eres un buen Dom. He encontrado que un poco de dolor me

encanta. Pero no estoy buscando nada más. Y si admites la verdad contigo mismo,

es en realidad todo lo que quieres, también.

Marcus se pasó la mano por el pelo. Por primera vez desde que lo conocía,

parecía estar confundido.

—No es necesario que me acompañes.

—Maldita sea, Julia. Puedes escaparte de mí, pero no de ti misma.

—Es tarde —respondió. Su sonrisa se sintió falsa y a punto de desvanecerse.

—Te acompañaré a tu coche —le informó, moviéndose a un lado.

—No es necesario.

Él simplemente se quedó parado allí, estimándola.

—¿Alguna parte de esa declaración tuvo la apariencia de ser una pregunta para

ti?

—No —le respondió, cediendo.

Dejó sus zapatos donde estaban.

Sin otra palabra él la siguió a la planta baja.

Ella tomó su abrigo y las botas del armario y se los puso, consciente de él

observándola. Después de meter su ropa interior dentro de la cartera, sujetó cada

botón y ajustó el cinturón tan apretado como pudo. Marcus se puso una chaqueta

de lana y un par de mocasines. El vestuario lo hacía verse imposiblemente más de

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puta madre. Un hombre que podía estar vestido tan casualmente y todavía exudar

un aire tan autoritario era una fuerza a tener en cuenta. Estaba agradecida de estar

escapando ahora que todavía podía.

Él tomó las llaves y ella se tragó la protesta.

Hasta el garaje del estacionamiento estaba frío. Seguir con esta ceremonia iba a

procurarle un caso de congelamiento. Eso le mostraría lo independiente que ella

era.

Él abrió la puerta del SUV y la ayudó a entrar.

Cuando puso en marcha el coche, él dijo:

—Se te cayó esto al piso. —Sacó su tanga y se lo ofreció.

La arrebató de su mano, agradecida de que nadie estuviera por ahí para verlos.

—Sabes mi número —dijo Marcus, inclinándose adentro, más cerca de ella,

abrumándola con su aroma y el suave pulso haciendo tictac en su sien—. Cuando

necesites una paliza y estés dispuesta a arrastrarte hacia mí9 y mendigarla,

llámame. No seré tan indulgente contigo como esta vez. Exigiré y esperaré que

reconozcas quién eres. Te quiero de rodillas mientras admites la verdad para ti

misma como para mí. Que eres una sub… mi sub. No regreses hasta estar

dispuesta a usar mi collar.

Ella comenzó a temblar.

—Sólo estoy buscando a un compañero de juego.

—Tus mentiras no funcionarán conmigo. Y te equivocas conmigo, chica. Yo

estoy dispuesto a admitir la verdad. Quiero a una sub que no dependa de mí para

todas sus necesidades, pero eso no significa que quiera flagelarla y follarla para

luego despacharla. La mujer correcta, una con verdaderas agallas, vale la pena

9 Usa la expresión “crawl to me”, que puede interpretarse como “arrastrarte hacia mí”, “gatear

hacia mí” o “adularme”. Todas se ajustan perfectamente al contexto.

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para correr el riesgo. La vida no ofrece garantías. Pero ser un jodido cobarde no

ayuda.

El frío se filtró alrededor de ella, dentro de ella, a pesar de haber encendido la

calefacción.

Sin esperar una respuesta, él cerró la puerta y se alejó.

Temblando, Julia comenzó a mover el vehículo del parking. Cuando se atrevió a

echar una mirada por encima de su hombro, él se había ido.

El camino a casa se sintió interminable. ¿Qué había hecho? Sus palabras le

quemaban, un contraste con el frío de la noche.

Pasó por su ritual de la hora de acostarse en piloto automático dado que era

incapaz de pensar con claridad. Si bien había añadido una manta adicional a su

cama y se había puesto unos pijamas largos y gruesos de frisa, durmió a ratos.

Cuando despertó la mañana del lunes, sentía dolor por todo el cuerpo. Sus

hombros estaban lastimados. Sus pezones hormigueaban. Su culo dolía. Hasta su

coño palpitaba. Todo era un recordatorio del día anterior.

Ansiosamente, esperando contra toda esperanza que Marcus hubiera intentado

contactarla, tomó su teléfono de la mesita de noche. No había llamadas perdidas,

cero mensajes de texto, y sólo media docena de correos electrónicos no deseados.

Arrojó su teléfono con frustración y dejó caer la cabeza contra la almohada.

¿Qué había esperado?

Le había dicho a Marcus una y otra vez que sólo quería ser su compañera de

juegos. A cada paso, había afirmado su independencia. Por supuesto que no la

contactaría, y ella debería sentirse agradecida de que estuviera respetando sus

deseos.

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Serie Dominada 01

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¿Entonces por qué se sentía más sola que nunca?

Después del trabajo, fue al gimnasio.

Cuando estuvo de regreso en casa, se sintió como si estuviera confundida. No

sabía qué hacer ahora que podría darse todos los orgasmos que quisiera y que no

tenía que prever un tiempo para arrodillarse en el piso. Nunca tendría que sentir

ese condenado collar otra vez. Se había deshecho de esa cosa y de todas sus

implicaciones.

De repente le costó respirar.

A veces, se sentía más libre cuando lo llevaba puesto. Eso cambiaba su

disposición mental. Las reglas eran claras haciendo que la comprensión fuera

concreta.

Distraídamente estiró la mano y rastreó la marca donde había estado el cuero.

Era bueno estar libre de eso. Al menos, eso es lo que se decía a sí misma.

Maldición. Maldición, maldición, y doble maldición.

¿Por qué mierda él tuvo que complicar las cosas? Había estado disfrutando del

tiempo que pasaban juntos hasta que él tuvo que arruinado.

Empezó a pasearse, aburrida e inquieta, ligeramente confundida, enojada con el

Amo Marcus y sus arrogantes dictámenes. Estaba mejor sin él. Ahora podría

encontrar a un hombre sencillo y seguir adelante con su felices para siempre.

La semana se arrastró, y el fin de semana se alzaba como un horrible y vacío

fantasma. Gracias a Dios una de las chicas del trabajo la llamó, rogándole que

asistiera a un almuerzo el próximo domingo. Habría un número impar de

invitados, y si ella no iba, el hermano de Sara se sentiría como sapo de otro pozo.

Dado que Julia no tenía nada más que hacer y sabía que se volvería loca si

continuaba clavando los ojos en la pantalla en blanco de su celular, aceptó. Llegó lo

suficientemente temprano como para ayudar a Sara con algunas preparaciones de

último momento.

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Sierra Cartwright – Con este collar

Serie Dominada 01

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Barry, el hermano de Sara, definitivamente se ajustaba a la definición de Julia de

hombre sencillo. Era educado, ayudó a recoger los platos de la cena, volvió a llenar

su copa de vino, y mantuvo una conversación inane sobre su trabajo. Ella le

aseguró que no estaba aburriéndose con sus descripciones de cómo recargar un

sistema del aire acondicionado.

Al final de la tarde, la acompañó a su coche.

—¿Puedo besarte? —Le preguntó.

—Gracias por preguntar. —Inclinó la cabeza hacia atrás expectante.

El hombre se inclinó hacia adelante y le dio un casto beso en los labios.

Y ella sintió… nada. Ninguna agitación. Ninguna respuesta. Pero sonrió. Una

buena cantidad de primeros besos no eran espectaculares. Eso no significaba nada.

—¿Te gustaría salir en alguna ocasión?

—Sí —respondió—. Me gustaría. —Le dio su número de teléfono, y se sintió

efusiva cuando le envió un mensaje de texto veinte minutos después para decirle

que había disfrutado de conocerla.

Llegó a casa y se sintió inquieta. El mensaje de Brian… Barry… había sido

simpático, pero todavía esperaba saber algo de Marcus.

Dado que no tenía que arrodillarse, se fue directo a la ducha. Despegó la

alcachofa de su soporte y reguló la pulverización a una secuencial. Separó sus

todavía tiernos labios vaginales, cerró los ojos, y dirigió el chorro caliente hacia su

coño.

Aunque mantuvo la aspersión allí durante algunos minutos, realmente no

podría correrse.

Apoyó la frente contra los azulejos e imaginó a Marcus azotando sus pechos. Se

había alegrado de que la dejara estar de frente a él. Mientras la azotaba, sus ojos se

habían oscurecido. Cuando ella había gritado, sus cejas se habían estrechado y él

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había observado cuidadosamente sus reacciones. Había visto cómo su polla se

ponía más dura, pero lo más sorprendente había sido su absoluto enfoque sobre

ella. La había lastimado, pero cada golpecito de su muñeca había sido intencional,

cada azote deliberadamente colocado.

No importa cuánto lo intentara, no iba a poder conseguir un orgasmo. Maldito

sea.

Rindiéndose, se vistió con su ropa de dormir, fue a la sala, y encendió la

televisión.

Se abalanzó sobre el teléfono cuando sonó para avisarle que tenía un mensaje.

Barry. Otra vez. Esta vez quería saber si el martes por la noche estaba libre.

Respondió que sí.

Le preguntó dónde le gustaría ir.

Suspiró y le dijo que cualquier cosa estaría bien.

Siguieron otros cinco mensajes, cada uno con una opción diferente.

Seleccionó una de ellas, una pizzería informal de barrio.

Hacia fines de la tarde, el hombre había enviado diecisiete mensajes, y todavía

no habían acordado a qué hora iba a pasar a recogerla. Finalmente ella le contestó

por escrito, diciéndole que pasara a las seis. El intercambio la había dejado

agotada.

Incluso después de eso, él envió dos mensajes más, haciéndole saber que estaba

deseando verla.

Para cuando llegó el martes, ya no estaba segura de si todavía quería salir con él.

Sabía que no debería haberla sorprendido que él llegara cinco minutos antes. Lo

invitó a entrar, entonces se excusó para terminar de alistarse. Cuando regresó a la

sala de estar, él estaba repantigado delante de la televisión, control remoto en

mano.

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Serie Dominada 01

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—Lamente haberte hecho esperar.

Él bajó el volumen.

—Valió la pena. Te ves hermosa.

Ella sonrió. Tal vez no sería tan malo. Estaba siendo dura con el hombre. Estar

con el Amo Marcus le había hecho llevar sus expectativas demasiado alto.

En el restaurante, Barry le dejó escoger el vino, y la acompañó con la variedad

de pizza que a ella le gustaba. Cuando la conversación mutó a una naturaleza más

íntima, ella fue atrevida. El Amo Marcus la había instado a ser honesta con sus

deseos. Así que le dijo a Brian… Barry… que a ella le gustaba ser zurrada.

Él palideció y se bebió casi todo su vino.

—Como sobre tus rodillas —le explicó—. Sobre mi trasero desnudo. Con una

pala, o un cepillo de pelo, o algo así.

—No estoy seguro de poder hacer eso. Nunca querría lastimarte —dijo.

—Eso me excita —le aseguró.

—Yo… —Le entregó al mozo su tarjeta de crédito. La llevó a casa conduciendo

en silencio, y le dio otro dulce beso afuera de su puerta.

Veinte minutos después, le envió un mensaje de texto agradeciéndole su

compañía y preguntando si podría verla el viernes por la noche. Dado que ella se

había saltado la última reunión de los viernes de la Pandilla-Después-del-Trabajo,

le dijo que el sábado sería mejor.

Él inmediatamente dijo que eso no era un problema. Y le recomendó tres

películas diferentes, una de las cuales era una película para chicas. Julia clavó los

ojos en su teléfono. ¿Una película para chicas? ¿En serio?

Teniendo en cuenta que estaba decidida a salir sólo con hombres sencillos,

estuvo de acuerdo. El hombre le preguntó si prefería una matinée o una función de

noche. Y la interminable ronda de negociación comenzó otra vez.

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Cuando se vistió el sábado por la noche, escogió algo de la maravillosa lencería

que había comprado para la escena con Marcus. Un poco decepcionantemente, se

dio cuenta de que Barry probablemente nunca vería su ropa interior dado que no

había intentado hacer nada más que darle un piquito de buenas noches.

Como siempre, llegó temprano. Como siempre, llevaba puesta una camisa a

cuadros. Y tenía los mismos mocasines marrones y los habituales pantalones

informales.

Recordó para sí misma que sólo porque él trabajara como ingeniero mecánico no

significaba que fuera poco interesante. Eso quería decir que era inteligente, sólido y

confiable. La última semana había demostrado ser esas tres cosas.

No se quejó de que no estuviera lista para salir. En lugar de eso, encendió la

televisión.

¿Dos citas y ya habían caído en una rutina?

Sabía que el Amo Marcus la habría flagelado por su grosería.

Invitó a Barry a entrar a su casa después de la cita. No estaba acostumbrada a

dar el primer paso, pero iba a hacerlo.

—¿Me besas? —Lo invitó.

Él sacó una pluma y un lápiz a juego del bolsillo de su camisa y los colocó sobre

la mesita de café. Envolvió los brazos alrededor de ella. Julia enterró una mano en

su pelo y le dio un ligero tirón.

—Ay —se quejó Barry.

—Lo siento.

La besó, con la boca abierta, pero sin lengua. Julia no estaba exactamente segura

de cómo él manejaba esto o cómo se suponía que ella debería reaccionar.

Tentativamente tomó la delantera, y él se echó hacia atrás en lugar de imitarla.

—¿Estás, uhm, todavía con esa cosa de las zurras?

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—Sí —respondió—. ¿Te gustaría intentarlo?

—Estuve investigando un poco.

Ella abrió la boca y entonces la cerró.

—Estoy impresionada.

—Es un poco extraño. Mucha gente piensa que es pervertido. Pero algunos

psiquiatras no creen que haya mucho daño en eso. Así que supongo, que si te hace

feliz, estoy dispuesto a hacerlo para ti. —Estaba sentado sobre el sofá—. Sobre mis

rodillas, chica traviesa.

Ella no señaló que todavía tenía puestos sus jeans. Sintiéndose más torpe que

excitada, se acomodó en la posición correcta.

Él descargó una docena, más o menos, de impresionantes palmadas sobre su

trasero. Julia se sintió molesta.

Había dolido. El hombre no había hecho nada para explotar psicológicamente

las sensaciones.

—¿Cómo estuvo eso? Mi mano duele como la puta madre —dijo.

Ella se levantó de su regazo y se sentó a su lado.

—Gracias, Señor —le dijo.

—¿Señor? —preguntó—. Mira, Julia, te zurraré si lo deseas, pero realmente, uh,

esa cosa de señor no funciona para mí. Sigo queriendo diferenciarme de mi papá,

¿sabes? ¿Podemos saltearnos esa parte? ¿Estás bien con eso? —Julia asintió con la

cabeza, no sabiendo bien cómo responder—. ¿Te gustaría que fueramos juntos a la

cama ahora?

—Yo… es un poco pronto en la relación. Espero que eso no lastime tus

sentimientos.

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—Lo entiendo completamente. —Sonrió—. Cuando estés lista, Julia, el Señor

Feliz estará listo para ti.

¿Señor Feliz? Se habría reído, pero sabía que él no lo había dicho para sonar

gracioso. Le había puesto nombre a su pene, y, con algunos hombres, podría

haberlo encontrado adorable. ¿Pero Señor Feliz? Ella quería una polla.

—Puedes quedarte un rato. —A pesar de haber extendido la invitación, deseó

los derechos de revocación.

—¿Tienes un poco de whisky? ¿Tal vez algunas patatas fritas o galletas saladas?

Entró en la cocina. En cierta forma esto la hizo sentirse más servil que cualquier

cosa que hubiera hecho con Marcus.

Cuando regresó con los bocadillos y el whisky de Barry, descubrió que el

hombre había encendido la televisión otra vez. Seleccionó una comedia y le

preguntó si eso le gustaba. Pero se volvió para mirar la pantalla sin esperar su

respuesta.

Nenito de mamá. Oyó la palabra del Amo Marcus como si él la hubiera dicho en

voz alta.

Se unió a Barry en el sofá. Apoyó la cabeza y no pudo alejar los pensamientos

del Amo Marcus, con su camiseta negra, jeans y botas, de su cabeza.

Si bien había un hombre perfectamente sencillo sentado a su lado, ella estaba

fantaseando con un hombre que llevaba un tawse colgando del lazo de su cinturón.

¿Qué le estaba pasando?

Cuando Barry finalmente se puso de pie y se desperezó, revelando su barriga, le

dijo:

—No olvides la pluma y el lápiz.

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CAPÍTULO 09

—Desembucha —le dijo Lana a Julia—. Quiero saber qué mierda salió mal entre

el Amo Marcus y tú.

—No hay mucho para decir —dijo Julia—. Buscamos cosas diferentes.

—No te creo —exclamó Lana—. No es como si desaparecieras de la faz del

planeta. —Cuando Julia no respondió, Lana jadeó y se cubrió la boca—. Oh,

mierda, Juli, lo siento. ¿Ese bastardo se deshizo de ti? Marcus el Malvado.

—No. —A pesar de sí misma, sonrió—. No exactamente.

El cantinero anunció las órdenes de sus bebidas, y cada una llevó su café con

leche extra grande a una pequeña mesa en el rincón de la excéntrica cafetería. Dado

que todavía era temprano para una mañana de sábado, tenían un poco de

privacidad.

—Él es… —Julia se interrumpió, hizo alarde de sorber un poco del café con

leche mientras se debatía qué decir. De todos los que conocía, Lana entendería—.

Complicado.

—Oh, cariño, creo que eres tú la que lo está haciendo complicado. ¿Hombres?

Son bastante sencillos. Saben lo que quieren y son considerablemente menos

tímidos que nosotras para pedirlo. Así que cuéntamelo con detalles. —Tomó un

enorme mordisco de su pastel y suspiró con deleite—. Los dulces siempre van con

las rupturas —dijo.

—Quiere que me mude a su casa.

—Oh, ¿entonces vive en una pocilga?

—No. —Suspiró con exasperación—. Quiere ponerme un collar.

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—¿Y tiene mal gusto para las joyas? Ben podría echarle una mano.

—Lana, ¿puedes ponerte seria?

—Lo siento. —Recogió su taza—. Esta soy yo cerrando la boca.

—Disfruto de ir allí y jugar con él, pero la idea de estar involucrada en algo

permanente… —Se interrumpió y miró el collar de Lana. El metal relucía bajo la

sutil luz del techo. Incluso más que su anillo de boda, el collar hablaba de

obligaciones y expectativas.

—¿Todavía quieres a un tipo sencillo?

—Eso pensaba.

—¿Y?

Le contó a Lana sobre la experiencia con Brian… Barry.

—Barry el Aburrido.

Ambas se rieron.

—¿A qué le temes? —Le preguntó Lana finalmente.

—A perderme a mí misma —admitió, bebiendo otro sorbo—. Odio todo lo que

abarca la idea de ser una sumisa.

—¿En serio? Me parece que tienes una idea bastante enroscada sobre la

sumisión. La sumisión no es sinónimo de ser un felpudo. Piénsalo, Juli. ¿En qué

planeta pedir lo que quieres te convierte en un ser servil?

Intelectualmente podía concederle el punto a Lana. Emotivamente era otra

historia. Se había perdido a sí misma en una relación. No quería hacerlo otra vez.

—¿Crees que los seres humanos son capaces de aprender? —Le preguntó

Lana—. ¿O están condenados a repetir el mismo error hasta que mueren?

—¿Especialista en Psicología?

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—Tomé algunas clases, es todo.

—Por supuesto que podemos cambiar.

—Y cuando te diste cuenta de lo que estaba ocurriendo con Jason el Idiota, lo

terminaste. —Julia se reclinó—. El Amo Marcus y tú han discutido un intercambio

de poder, ¿verdad?

—Así es.

—¿Tienes palabras de seguridad? —Julia asintió con la cabeza, y Lana

preguntó—, ¿honra tus deseos?

—Ha sido un Dom, una bestia, pero nunca cruzó la línea.

—¿Lo amas?

—Yo… —La mano de Julia se sacudió cuando sujetó la taza.

Lana logró terminar su pastel entonces se limpió las manos juntas antes de

estirarse por el rollo de canela sin tocar de Julia.

—¿Entonces por qué él está pagando por los errores de Jason?

Julia guardó silencio durante unos diez segundos completos, absorbiendo el

impacto de ese golpe.

—Eso dolió.

—Sí. No eres la única dolida. Nunca había visto a Marcus más melancólico. Ah,

ese es su apodo. ¡Marcus el Melancólico!

—¿Lo viste?

—En La Guarida. En la gran fiesta del pasado fin de semana.

—¿Él fue…?

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—Estaba solo. No respondió ninguna pregunta relacionada contigo. —Lana

miró a Julia—. Soy tu amiga, te amaré y te apoyaré cueste lo que cueste. Pero

puedo asegurarte que Brian…

—Barry.

—Como sea. Él no te hizo feliz. Tampoco lo hizo el Peludo. Creo que el Amo

Marcus sí lo hizo, pero sólo tú puedes saber eso. Es tu elección, Juli. Si tienes

miedos, pídele que te ayude a establecer algo que no te asuste. Escapar no va a

mejorar absolutamente nada. Pero si quieres conformarte con un tipo aburrido

cuando puedes tener a un Dom realmente caliente, esa es tu elección. —Apretó la

mano de Julia—. ¿Te importa si me termino tu rollo de canela? Tuvimos una

escena realmente caliente anoche, y estoy voraz.

Marcus estaba navegando en territorio desconocido.

Extrañaba a Julia jodidamente. Los días, semanas, no lo habían hecho mejor.

Había sido sincero cuando le dijo que no lo llamara hasta que estuviera

dispuesta a usar su collar. Estaba cansado de que saliera corriendo, de que no

permitiera que su relación progresara naturalmente.

Pero había tenido mucho tiempo para lamentar su falta de flexibilidad.

No cabía dudas de que debería haber manejado eso –a ella— mejor, dándole

más tiempo, intentando hablar, dejándola irse. Podría haber continuado

empujando, pero más lentamente, más suavemente.

En toda su vida, nunca había tenido a una sub desesperada por escapar de él

antes, y no había tenido idea de qué carajo hacer cuando ella había insistido en

irse. Como Dom, siempre había estado seguro de cada paso que daba. Como

empresario, nunca se cuestionaba sus decisiones. Pero aquí, como un hombre que

había jodido todo con una mujer que significaba algo para él, no tenía ni idea de

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qué hacer a continuación. La había arrinconado con su ultimátum. Buena movida,

Cavendish.

No era un hombre de meditar demasiado, pero había estado haciéndolo mucho.

En algún momento, iba a tener que actuar. Solo esperaba no estallar primero.

Cuando llegó a casa la tarde del sábado, entró en el vestíbulo y se quedó

congelado en el lugar, completamente aturdido por la incredulidad.

Julia estaba allí, de rodillas, en la posición correcta. Estaba mayormente

adecuadamente vestida, con una falda corta y una ceñida camiseta blanca que

revelaba que no llevaba un sostén debajo. Comprendió la situación. Estaba dando

el primer paso, pero necesitaba sentirse libre de irse si él la rechazaba.

Los sonidos de su respiración y los pequeños sorbidos nerviosos colgaban

precariamente del aire cargado con electricidad. Esto no era fácil para ninguno de

ellos.

Entró en el apartamento, tratando de encontrar qué mierda decir para no joderlo

todo otra vez. Cerró y bloqueó la puerta, entonces dejó caer sus llaves sobre las de

ella. Ver los juegos juntos en el mismo tazón restauró el orden natural de las cosas.

Colgó su abrigo junto al de ella. Joder, había extrañado ver las pertenencias de

Julia en su casa, y el pequeño desorden que ella dejaba detrás de todos los lugares

donde iba.

—Te dije que no regresaras hasta que estuvieras dispuesta a usar mi collar.

—Lo sé, Señor.

—Párate, chica. Y mírame.

Lo hizo. Sus ojos estaban muy abiertos, sus labios ligeramente separados. Nunca

la había visto más hermosa.

—Únete a mí en el salón. ¿Vino?

—Por favor.

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Cuando regresó, ella estaba sentada sobre el borde de un cojín, retorciendo las

manos sobre su regazo. Ésta no era la Julia explosiva a la que estaba acostumbrado.

—¿Por qué estás aquí? —Le preguntó, ofreciéndole la copa.

—¿Tú no bebes una?

—No.

La aceptó con una sonrisa de gratitud, y admitió,

—Te extraño, Señor. —Hasta este momento él no había sabido que su propia

respiración lo estaba estrangulando—. Si está bien, me gustaría contarte por qué

me fui.

Él se movió hasta el fogón y apoyó el codo sobre la repisa de la chimenea,

dándoles a ambos un poco de distancia física.

Ella se encontró con su mirada.

—Estuve en una relación vainilla con un hombre muy autoritario. Me prometí

nunca volver a involucrarme en una situación así otra vez. Ser llamada sub me

hizo recordar todos esos sentimientos. Me llevó mucho tiempo darme cuenta que

él era un abusador marginal. No era un Dom. —Bebió un sorbo del vino—. No

hubo intercambio de poder.

—Yo no tengo más poder que el poder que tú me das—. Lo miró sobre por

encima del borde de la copa—. Y todo es negociable. Incluso si accedes a hacer algo

una vez, o una docena de veces, todavía está abierto a discusión.

—Lo siento. Debería haber hablado contigo. Fui tremendamente descortés.

—Por mi parte, te empujé mucho, demasiado rápido. Los ultimátum no están

incluidos dentro de una relación D/s. Lo jodí, Julia. No soy perfecto. Me gustaría

serlo. —Se frotó una palma sobre su cabeza—. Me disculpo. Si necesitas más

tiempo, concedido. Aprecio que hayas venido aquí hoy. Quiero que seas mi sub,

que nos comprometamos, y te puedo garantizar que te lo seguiré pidiendo. Puedes

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negarte, pero lo seguiré mencionando una y otra vez. No puedo dejarte ir, Julia. En

algún punto, me enamoré de ti. Te amo, Julia.

Ella pestañeó.

—¿Me amas?

—No sabía que era posible, pero sí. Te amo.

—Dejé de escaparme, Señor. No estoy diciendo que no voy a sentirme asustada

y tentada a salir corriendo. Pero estoy diciendo que quiero usar tu collar.

Él permaneció dónde estaba por un momento.

—¿Sabes lo que estás diciendo?

—Sí. Estoy diciendo que te amo. Esa es una base sólida. Estoy segura de que

tendremos pifias, pero todas las relaciones las tienen. Quiero ser tu sub. Quiero

comprometerme contigo. Me esmeraré en honrar nuestro intercambio de poder.

Seré honesta conmigo misma y contigo.

—Iremos a comprar un collar oficial más tarde.

—Esperaba que me hicieras uno de cuero, Señor. Con el logotipo de tu

compañía impreso en él.

Su polla se endureció.

—Julia Lyle, eres perfecta. Por ahora, usaremos tu viejo collar.

—Gracias, Señor.

—Quítate la ropa. —Amó la vista de sus pezones perlados, entonces su coño

afeitado—. Déjate el resto. —El liguero, las medias y los zapatos simplemente lo

excitaban. ¿Tiras de encaje negro y seda…? Joder. Era hombre muerto—.

Arrodíllate y quítate el pelo del camino.

Tomó su collar temporal del armario y regresó junto a ella.

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—Éste lo llevas puesto hasta que modele el nuevo.

—¿Incluso cuando vaya al trabajo el lunes?

Marcus notó que ella le había pedido una aclaración en lugar de protestar.

—Intentaré terminarlo, pero si no lo hago, usarás éste.

—Sí, Señor —respondió.

—Pídemelo.

—Por favor, Señor. ¿Quisiera colocarme mi collar?

Lo sujetó en el lugar y comprobó el ajuste.

—Perfecto —aseguró Julia—. Gracias, Señor.

—Quiero oírte llamarme Amo. —Hasta ahora, había pensado que eso era

pretencioso. Pero se ajustaba a su nueva relación, y significaba mucho para él. Ella

había usado el término de respeto bajo el calor de la pasión, pero nunca lo había

dicho ni lo había dado a entender.

—Es un placer para mí, Amo —le dijo, la sinceridad enlazada en su tono.

Marcus nunca se había sentido así, tan orgulloso y humillado a la vez. Lo dejaba

asombrado.

—Necesitas ser zurrada por escaparte —dijo, su voz ronca.

—Y después de eso, ¿me follarás? —Ella pestañeó—. ¿Por favor, Amo?

—¿Cuántos azotes te mereces?

—Todas las nalgadas sobre tus rodillas como el Señor decida que es apropiado.

—No creas que no noté eso, sub.

—Por supuesto, Señor.

—Doce de mis mejores azotes, sub. Ve arriba, toma el tawse, y ponte de rodillas.

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Se levantó de un salto. Antes de salir corriendo hacia las escaleras, se detuvo, se

volvió, y caminó hacia él. Lo besó en la mejilla y estiró la mano hasta su polla,

dándole un apretujón. Él agarró su mano, deteniendo su determinado movimiento

de arriba abajo.

—Tienes una cosa o dos que aprender sobre ser una buena sumisa. —Y la habría

dejado seguir otro minuto o dos si no se hubiera sentido asustado de eyacular en

sus jeans.

—Señor va a tener todo el tiempo que quiera para enseñarme.

Un minuto después, él se unió a ella en el cuarto de juegos y se sentó en su silla.

—Sobre mi regazo, chica.

Ella extendió las palmas y le ofreció el tawse. Ya había aprendido una cosa o dos,

notó Marcus.

Le calentó el culo con algunas vigorosas frotaciones.

—No has sido azotada en mucho tiempo —dijo—. Tu piel está inmaculada.

—Supongo que el Señor tiene la intención de cambiar eso.

La tenía, ciertamente. Depositó el primer beso del tawse por encima de sus

rodillas. Ella gritó, pero se estiró hasta la pata de la silla para mantenerse en el

lugar.

—Uno, Señor —dijo.

—No cuentes. Sólo acepta tu castigo.

—Gracias, Señor.

Sistemáticamente hizo aterrizar los golpes con una ejecución precisa, uno

encima del otro, hasta llegar a sus nalgas. Entonces, mientras ella jadeaba, lloraba y

gritaba, le calentó el culo. No estaba enojado. Nunca la tocaría enojado, pero él

seguro como el brillo de sol que tenía un mensaje para darle.

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Sierra Cartwright – Con este collar

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Cuando terminó, dejó caer el tawse y la envolvió en sus brazos.

Julia sollozó en su hombro, humedeciéndole la camiseta.

—Gracias, Señor. Gracias.

—Lo hiciste bien.

—Te necesito dentro de mí, Señor.

La llevó a la cama. Estuvo desnudo en menos de treinta segundos, y regresó

junto a ella llevando puesto un condón.

Julia abrió las piernas, y su humedad demostraba lo preparada que estaba para

él. Entró en ella, deslizándose adentro, sintiéndose como si estuviera recibiendo

una bienvenida a casa.

Cuando estuvo enterrado hasta las bolas, ella suspiró, un profundo y satisfecho

sonido que reverberó a través de él.

Ella tenía un brazo alrededor de él, y el otro sobre su collar.

La folló duro, arrancándole un orgasmo.

—Mía —dijo.

—Tuya, Amo —gritó.

Respuesta que la hizo follarla despacio y profundamente.

—Mía.

—Tuya, Amo —repitió casi entre sueños, corriéndose otra vez.

Sus temblores lo sacudían. Su coño, ordeñándolo.

—¿Puedo estar arriba? —Le preguntó.

Él intercambió sus posiciones. Le gustaba ver sus pechos con esos pequeños

pezones apretados, su expresión, y su collar rodeándole la garganta. Ella se

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incorporó. Le atrapó la cara posesivamente entre sus palmas. Oh, sí, amaba a esta

mujer. Esta vez fue ella quién lo folló, y entonces dijo:

—Mío.

FIN