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REVISTA DE ESPIRITUALIDAD 78 (2019), 527-557 ISSN: 0034-8147 «Siempre veo el lado bueno de las cosas». Afrontar la enfermedad con Teresa de Lisieux EMILIO JOSÉ MARTÍNEZ GONZÁLEZ, OCD Teresianum (Roma) Recibido el 15 de septiembre Aceptado el 3 de octubre RESUMEN: la vida de Teresa de Lisieux es una experiencia de lucha y esperan- za. Rodeada de amor en el seno de su familia, ha debido afrontar el dolor de la muerte y la separación, lo que ha provocado en su infancia algunos trastornos de comportamiento y una aguda enfermedad, seguramente psicosomática. Decidida a retomar las riendas de su vida durante su adolescencia, la Gracia divina la ha ayudado a superar sus limitaciones y a encontrar un sentido: salir de ella misma para entregarse a los demás. Esta será la actitud prevalente al afrontar todas las situaciones posteriores, incluida su última enfermedad. PALABRAS CLAVE: Teresa del Niño Jesús, enfermedad, gracia, empatía. “I always see the bright side of things.” Confronting illness with Teresa de Lisieux SUMMARY: The life of Teresa de Lisieux is an experience of struggle and hope. Surrounded by love in the bosom of her family, she was nonetheless forced to con- front the pain of death and separation, which resulted in certain behavioral disorders during her childhood, as well as an acute illness which was probably psychosomatic. Having decided during her adolescence to assume responsibility for her life, she was helped by divine Grace to overcome her limitations and to find a purpose for her existence: to come out of herself in order to give herself to others. This will be her principal attitude as she faces all subsequent situations, including her final illness. KEY WORDS: Thérèse of the Child Jesus, illness, grace, empathy.

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«Siempre veo el lado bueno de las cosas». Afrontar la enfermedad con Teresa de Lisieux

EMilio José MarTínEz GonzálEz, ocd

Teresianum (Roma)

Recibido el 15 de septiembre Aceptado el 3 de octubre

resumen: la vida de Teresa de Lisieux es una experiencia de lucha y esperan-za. Rodeada de amor en el seno de su familia, ha debido afrontar el dolor de la muerte y la separación, lo que ha provocado en su infancia algunos trastornos de comportamiento y una aguda enfermedad, seguramente psicosomática. Decidida a retomar las riendas de su vida durante su adolescencia, la Gracia divina la ha ayudado a superar sus limitaciones y a encontrar un sentido: salir de ella misma para entregarse a los demás. Esta será la actitud prevalente al afrontar todas las situaciones posteriores, incluida su última enfermedad.

Palabras Clave: Teresa del Niño Jesús, enfermedad, gracia, empatía.

“I always see the bright side of things.” Confronting illness with Teresa de Lisieux

Summary: The life of Teresa de Lisieux is an experience of struggle and hope. Surrounded by love in the bosom of her family, she was nonetheless forced to con-front the pain of death and separation, which resulted in certain behavioral disorders during her childhood, as well as an acute illness which was probably psychosomatic. Having decided during her adolescence to assume responsibility for her life, she was helped by divine Grace to overcome her limitations and to find a purpose for her existence: to come out of herself in order to give herself to others. This will be her principal attitude as she faces all subsequent situations, including her final illness.

Key Words: Thérèse of the Child Jesus, illness, grace, empathy.

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«Me acordé de ella [la Historia de un alma] cuando me llevaron enfermo al sanatorio. Eran aquellos unos años en los que no se ha-bían descubierto todavía la penicilina y los antibióticos y la perspec-tiva que se le presentaba al paciente era una muerte, más o menos próxima. Me avergoncé de haber pasado un poco de miedo. “Teresa a sus veintitrés años, hasta entonces sana y rebosando vitalidad —me dije— se inundó de alegría y esperanza cuando sintió su primera he-moptisis. Por si esto fuera poco y quitándole importancia a su mal, consiguió llevar hasta el final el ayuno a pan y agua ¿Y tú te vas a echar a temblar? Eres sacerdote, ¡despierta, no hagas el tonto!”»1.

He escogido estas líneas que se encuentran casi al comienzo de la carta dirigida por el entonces Patriarca de Venecia, Albino Lucia-ni, más tarde papa Juan Pablo I a santa Teresa de Lisieux, porque nunca había encontrado, hasta topar con ellas, una referencia tan directa al modo teresiano de afrontar la enfermedad como fuente de inspiración y estímulo para gestionar la propia falta de salud. Así, sencillo, humano, el ejemplo de Teresa, su modo sorprendentemente esperanzado y alegre de hacer frente a los primeros síntomas evi-dentes de un mal terrible y devastador (la tuberculosis), se convierte para el joven sacerdote Luciani en un despertador que le permite ca-lificar su miedo ante la enfermedad y la muerte como una tontería, un sentimiento que no le permite vivir de modo correcto y saludable la situación a la que se enfrenta.

Albino Luciani parece haber comprendido, al recordar esta acti-tud en la joven Teresa, cuán esencial es no perder la paz, la alegría y la esperanza cuando la salud se quiebra para afrontar de modo correcto y saludable la enfermedad.

Es bien conocida la definición de la salud, dada por la OMS allá por 1946: «La salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades»2.

1 a. luciani, Ilustrísimos señores. Cartas del Patriarca de Venecia (Ma-drid: Biblioteca de Autores Cristianos, 1978, 4ª ed.), 178-179.

2 «¿Cómo define la OMS la salud?», Organización Mundial de la Salud, ht-tps://www.who.int/es/about/who-we-are/frequently-asked-questions (27.08.19).

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Muchos autores consideran esta definición superada y preferirían una nueva que ponga de manifiesto la dependencia de la salud de la capa-cidad de adaptación y autogestión del estado físico, mental o social3. K. R. Pelletier hablará de «proceso de idoneidad de los individuos y las comunidades que les permiten un mejor control de los factores determinantes de la salud»4. En definitiva, por expresarlo en un modo sencillo, la visión actual de la salud tiende a pensar en esta como algo que nosotros podemos contribuir a mantener más allá de factores bio-lógicos o psíquicos.

Hoy está muy extendida la idea de que la mejor manera de afron-tar una enfermedad es hacerlo con una actitud mental y psicológica positiva y que ello puede ayudar incluso a vencerla o superarla; es indudable que nos permite convivir con ella de un modo mucho más ventajoso.

No podemos olvidar tampoco que:

«La experiencia de muchos santos es que, cuando el cuerpo, la fuerza física y la salud no pueden ser la condición de la felicidad, queda más abierta la persona, por la fractura de la herida, para encontrar otros funda-mentos. La enfermedad se convierte así en una tierra arada, con profun-dos surcos, para encontrar raíces más hondas de la existencia y del vivir. Las heridas abren un surco en la existencia que permite encontrar otra tierra firme en que asentar la existencia»5.

Es decir, lo que parece una desventaja puede transformarse en la ocasión de ser realmente lo que podemos ser, de sobrevolar con-venciones para encontrar lo más auténtico y valioso de nosotros mismos, no solamente para nuestra satisfacción personal, sino para el servicio a los demás. En ese contexto, la búsqueda personal de respuestas y sentido puede abrirse a la trascendencia, a la presencia de Dios en Jesús y el Evangelio.

3 «How should we define health?», M. HuBEr et.al., https://www.bmj.com/content/343/bmj.d4163.short?rss=1 (27.08.19). El artículo es de junio de 2011.

4 k. r. PEllETiEr, Sound mind, sound body (New York: Simon & Schuster 1994), 70; cf. l. J. GonzálEz, Amor, salud y larga vida (Monterrey: Font, 1996).

5 J. dE la TorrE (ed.), Los santos y la enfermedad (Madrid: PPC, 2019), 5.

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Este, como intentaré demostrar, es el caso de santa Teresa de Li-sieux, quien desde la infancia sufre el asedio de la enfermedad y que afrontará al final de su vida una terrible tuberculosis y, pese a todo, se presenta ante nosotros entera y no quebrada, auténtica, plena. Es la florecilla de invierno que ha conseguido crecer a pesar de todas las dificultades:

«Si Dios no hubiese prodigado a su florecilla esos sus rayos bienhe-chores, nunca ella hubiera podido aclimatarse a la tierra, pues era todavía demasiado débil para soportar las lluvias y las tormentas, y necesitaba calor, el suave rocío y las brisas de primavera. Nunca le faltaron todas esas ayudas, Jesús hizo que las encontrase incluso bajo la nieve del sufri-miento» (Ms A 13rº-13vº)6.

Dos fuerzas confluyen sosteniendo a Teresa y dándole los ele-mentos necesarios para poder afrontar las situaciones de enfermedad, de debilidad física o psíquica: de una parte, un carácter determinado, fuerte, que le permite asentarse en la vida desde la seguridad de de-ber cumplir una misión; de otra, el influjo y la potencia de la Gracia7.

Santa Teresa del Niño Jesús manifiesta desde su infancia una enorme voluntad de vivir, y de hacerlo en plenitud, cumpliendo cada acto cotidiano como un ejercicio supremo de vitalidad, no dejando que las circunstancias la derriben o impidan su desarrollo. Todo ello, también desde niña, lo vive con un profundo realismo, constatando la intensidad y la levedad que se dan la mano en el desarrollo de la existencia humana.

En medio de su situación y determinada a cumplir su misión de vivir, se le revela la realidad de Dios de un modo particular, tomando forma, a veces en contradicción con lo que de Él oye decir, como Pa-

6 Cf. Ms A 12rº; 72 rº-72vº. Si no se indica otra cosa, uso el siguiente texto para las citas teresianas: TErEsa dE lisiEux, Obras Completas. Escritos y Úl-timas Conversaciones (Burgos: Monte Carmelo, 1996). Es traducción parcial, a cargo de Manuel Ordóñez Villarroel, ocd, de: THérèsE dE lisiEux, Oeuvres complètes (Paris: Cerf-DDB, 1996). Me atendré siempre a las siglas de la edi-ción española (cf. 1345-1347).

7 Cfr. d. García Pulido, ocd, Teresa de Lisieux. Un modelo de desarrollo humano-espiritual hasta la plenitud (México: Editorial Santa Teresa, 2013), 209.

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dre de misericordia, de infinito amor, en cuyas manos descansa toda vida humana8. Sus geniales intuiciones y la fuerza del Evangelio, la persona de Jesús experimentada en su vida, contribuyen a consolidar esta visión de Dios, que ella acoge como garantía trascendente de su fuerza vital inmanente: su misión, su deseo de vivir pese a todo, echa raíces, vive y se sostiene gracias a la garantía de un Dios que, en Cristo, ha tomado la carne, el pecado, el dolor, la miseria y la muerte del hombre, para transformarlas en vida9.

A pesar de las tormentas, de los sufrimientos, de las decepcio-nes o las enfermedades, Teresita ha percibido siempre la presencia paternal de Dios en Cristo como fuente de seguridad y protección, estímulo de su proyecto de vida que la anima y sostiene frente a toda dificultad10. No en vano la confianza se convierte en clave de bóveda que permite comprender toda su vida y su experiencia espiritual, como punto de encuentro entre su deseo de abrazar la existencia que le ha sido regalada en plenitud y la condescendencia divina que llevará a plenitud lo que ansía:

«Teresa, pues, por el hecho de sentirse inacabada, se ve inducida a esperar que Dios supla su deficiencia. Pero como se dirige a un Dios de misericordia, esta esperanza se vuelve confianza, virtud esta que no solo

8 «La experiencia de esta misericordia ha sido muy precoz en la corta vida de Teresa» (G. GaucHEr, «Una mujer, una joven, una contemplativa, Doctora de la Iglesia», en Teresa de Lisieux. Profeta de Dios, Doctora de la Iglesia. Ac-tas del Congreso Internacional (Salamanca, 30 de noviembre – 4 de diciembre de 1998), ed. E. J. Martínez González (Salamanca: Universidad Pontificia de Salamanca – Centro Internacional de Ávila, 1999), 23).

9 «Ante todo, Teresa es una mujer que, leyendo el Evangelio, supo captar sus riquezas escondidas con la forma concreta y la profunda resonancia vital y sapiencial propia del genio femenino. Entre las innumerables mujeres santas que resplandecen por la sabiduría del Evangelio ella destaca por su universali-dad» (Juan PaBlo ii, Carta Apostólica «Divini Amoris Scientia» con la que se declara Doctora de la Iglesia universal a Santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz, n 11. En adelante DAS seguido del número).

10 Santa Teresa de Lisieux es fragilidad habitada (cfr. J. a. Marcos, «“Un no sé qué de grandeza y dignidad”. Enfermedad y santidad en Teresa y Juan de la Cruz» en, Los santos..., ed. J. De la Torre).

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implica fe en el poder del otro sino también en su fidelidad y en su bene-volencia, y que de esta manera encierra, junto con una certeza mayor de ser escuchada, un matiz más pronunciado de familiaridad»11.

«La confianza, y nada más que la confianza, puede conducirnos al amor» (Cta 197).

«Mi camino es todo de confianza y de amor, no comprendo a las almas que tienen miedo de un tan tierno amigo» (Cta 226).

Querría desarrollar estas primeras intuiciones aquí esbozadas atendiendo sobre todo a dos fases fundamentales de la vida de santa Teresa de Lisieux, en las que el encuentro con la enfermedad es fuer-te: su infancia y los meses finales de su vida. La respuesta de Teresita a las crisis de salud infantiles —sobre todo de tipo psíquico— y a la tuberculosis me permitirán exponer y analizar su respuesta a la enfer-medad como actitud personal acompañada y sostenida por la gracia.

las EnfErMEdadEs dE TErEsa

Una familia compleja

Durante muchos años y en muchos ambientes12 —incluso actual-mente— la familia de Teresa de Lisieux fue presentada como una entidad sólida, sin fisuras ni apenas otros problemas que los desen-cadenados por el ritmo de la vida; una familia fundada y guiada provi-dencialmente para ser una escuela de santidad. El libro del P. Piat, con una fuerte intencionalidad hagiográfica, contribuyó a mantener esta vi-sión que se mantuvo sin fisuras prácticamente hasta la aparición del es-tudio de Jean F. Six sobre la infancia de santa Teresa del Niño Jesús13.

Dicho estudio, que tuvo mucha resonancia entre especialistas y aficionados a Teresa, cambiaba completamente la perspectiva sobre

11 c. dE MEEsTEr, Dinámica de la confianza. El secreto de Teresa de Li-sieux (Burgos: Monte Carmelo 1998), 323; cf. 321-335. 359-371.

12 Particularmente después de la publicación de: s. J. PiaT, Historia de una familia (Burgos: Monte Carmelo, 1950). La primera edición francesa se publicó en 1946.

13 J. f. six, La verdadera infancia de Teresa de Lisieux. Neurosis y santidad (Madrid: Stvdium, 1976). Primera edición en francés de 1972.

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la familia Martin-Guérin sostenida hasta entonces: se habla en él del hogar Martin como un mundo de muerte, cerrado y triste, en el que, sobre todo Celia Guérin, la madre14, vive una fuerte obsesión por el trabajo y un profundo temor a un Dios al que se concibe cruel y castigador. La sucesiva muerte a edad temprana de varios hermanos de Teresa no hace sino empeorar las cosas15. Por lo que respecta al padre, Luis Martin «es más un ermitaño que un hombre que se hace cargo de sus responsabilidades de esposo y de cabeza de familia»16, un patriarca soñador17. Educadas en este ambiente, las hijas sobre-vivientes del matrimonio son estrictas, tendentes a los escrúpulos y siempre quejosas e infantiles. Criadas con preferencia materna (Paulina) o paterna (María) o, incluso, con un cierto rechazo por parte de la madre (Leonia)18.

En el telón de fondo de esta atmósfera lúgubre, Teresa surge como una reacción de vida19 que ha sabido superar el horizonte de neurosis, complejos, escrúpulos y tendencia a la muerte que se cul-tivaba, sobre todo, en la primera casa familiar en Alençon.

A mi juicio, junto a intuiciones bellísimas que le permiten una comprensión de la existencia y la obra de Teresa de Lisieux que re-tengo más fruto de una comunión de vida y de experiencia que de la simple obra del investigador —sin negar esta—, J. F. Six hace aquí una presentación excesivamente radical, quizás fruto de prejuicios, que no es justa al respecto del verdadero carácter de los santos Luis y Celia Martin Guérin y del ambiente familiar de Alençon y Lisieux20.

14 De ella llega a decir Six que su amor desmedido al trabajo le genera «un verdadero odio a sí misma, un odio al placer que arranca de su infancia» (Ibid., 41).

15 Cf. G. GaucHEr, Santa Teresa de Lisieux. La biografía (Burgos: Monte Carmelo, 2010), 21-23. 35-38.

16 J. f. six, La verdadera..., 41.17 Cf. Ibid., 38-39.18 Cf. Ibid., 63-84.19 Cf. Ibid., 85.20 En Teresa de Lisieux en el Carmelo (Barcelona: Herder, 1989) y Una

luz en la noche. Los 18 últimos meses de Teresa de Lisieux (Madrid: San Pablo,

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Lo mejor que se puede decir de la familia de Teresa, y lo más real, es que fue normal21, encuadrada en unas circunstancias históricas y eclesiales concretas, y que, por desgracia, hubo de hacer frente a si-tuaciones difíciles, de profundo sufrimiento22. Luis y Celia formaban una pareja piadosa, ella decidida y trabajadora, él más apocado y de-jando en manos de su mujer el gobierno del hogar. Como es natural, su religiosidad depende completamente del ambiente religioso que les rodea: devociones (al Corazón de Jesús, a la Virgen, etc.), oración a veces interesada, sacrificio reparador, preocupación por la conver-sión de Francia, adhesión al Sumo Pontífice, etc.

Parece injusto calificar el hogar Martin como un mundo de muerte o continuar insistiendo en la vinculación morbosa con todo lo que a ella se refiere de Celia Guérin, madre de Teresa23. No pue-do extenderme mucho en esta cuestión, pero me gustaría señalar que no percibo en el carácter de Celia la obsesión por la muerte que tantos autores han querido señalar en continuidad con la opi-nión de J. F. Six. Si se atiende a su correspondencia24, se palpa la vida de una mujer empapada de la religiosidad de su tiempo, dedicada a sus hijos, su marido y su trabajo —sin obsesión alguna, más bien atendiendo a no dejarse llevar por el afán de acumular

1996) Jean François Six hace gala de la profundidad de su conocimiento cientí-fico y experiencial de Teresita, brindándonos algunas páginas de enorme verdad y belleza sobre nuestra Santa.

21 Cf. H. MonGin, Luigi e Zelia Martin. Santi della normalità (Cinisello Balsamo: San Pablo, 2015).

22 Cf. G. GaucHEr, Santa Teresa de Lisieux..., 21-322; r. raMos, En la entraña de Teresa de Lisieux. Antropología y mística (Madrid: Editorial de Es-piritualidad, 2008), 26-33.

23 «Estamos ante una mujer muy lúgubre y en contacto permanente con la muerte psicológica», dice Rosario Ramos (cf. raMos, 27). La autora sigue a J. F. Six y no estoy de acuerdo con esta afirmación.

24 Cf. cElia y luis MarTin, Correspondencia familiar (1863-1885) (Bur-gos: Monte Carmelo, 2008). Edición original francesa preparada por Guy Gau-cher y el Carmelo de Lisieux y traducida por Manuel Ordóñez Villarroel. Las siglas que uso son las de esta edición, pero añado entre paréntesis la fecha de la carta para facilitar su localización.

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dinero25—, naturalmente triste ante la muerte prematura de sus hijos —aunque confortada con la esperanza de la fe en la vida futura26—, feliz de ver crecer a las niñas sobrevivientes, preocupada por los problemas de Leonia27, enamorada de su marido, viviendo con fe el doloroso fin que le depara el cáncer que la acecha durante los últi-mos años de su vida28.

Así comunica a su cuñada, por ejemplo, la alegría ante el naci-miento de su hija Teresa:

«Mi hijita nació ayer, jueves, a las once y media de la noche. Es muy fuerte y sana. Me dicen que pesa ocho libras; aunque lo dejemos en seis, no está mal. Parece muy linda. Estoy contentísima. Sin embargo, en un primer momento me quedé sorprendida, pues esperaba tener un niño. Me lo había imaginado así desde hacía dos meses, pues la notaba como mucho más fuerte que a los demás hijos que tuve»29.

Y unos días más tarde, también a Celina Fournet-Guérin:

«Cuando la llevaba en el seno, noté algo que nunca me había ocurrido con mis otros hijos: cuando yo cantaba, ella cantaba conmigo»30.

Con esta ternura escribe a su marido, Luis:

«Querido Luis:

Esta mañana he recibido tu carta, que estaba esperando con gran impaciencia [...].

Un abrazo con todo el corazón, hoy estoy tan feliz al pensar que vol-veré a verte, que no puedo trabajar.

Tu mujer, que te quiere más que a su vida»31.

Así pues, si la muerte está presente en el hogar Martin-Guérin no es por ninguna tendencia morbosa, sino porque el matrimonio ha te-nido que sufrir la pérdida poco tiempo después del nacimiento de tres

25 Cf. la carta CF 81 (julio de 1872) de la edición citada.26 Cf. CF 72 (17 de octubre de 1871).27 Cf. CF 117 (1 de junio de 1874).28 Cf. CF 217 (16 de agosto de 1877).29 CF 84 (3 de enero de 1873).30 CF 85 (16 de enero de 1873).31 CF 46 (1869).

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de sus hijos —entre ellos los dos únicos varones— y de una cuarta, María Elena, con apenas cinco años y medio. El dolor de una madre y su miedo a que sus hijas sobrevivientes —particularmente Teresa— puedan sufrir el mismo fin, es absolutamente comprensible, más cuan-do ella misma está sintiendo crecer la muerte en su interior (padece un cáncer de mama) y sufre terribles dolores imposibles de tratar.

Sí percibo, en cambio, a la familia de Teresa excesivamente ce-rrada en sí misma. Basta acercarse a sus escritos, particularmente la Historia de un alma y las cartas, para darse cuenta de que nuestra Santa ha vivido en un círculo muy limitado de relaciones y que estas son casi todas familiares. No ha tenido amigas de infancia ni juven-tud y su experiencia en el colegio —la famosa Abadía— es particu-larmente difícil y traumática32. Aun en el Carmelo la jerarquía fami-liar se mantiene indemne a pesar de los hábitos de los monasterios, como evidencia Teresa al responder a una carta de Leonia:

«Habría respondido a tu preciosa carta el domingo pasado, si me la hubiesen dado; pero somos cinco, y ya sabes que yo soy la más peque-ña..., por lo que estoy expuesta a no ver las cartas sino mucho después de las demás, o incluso a no verlas en absoluto... Hasta el viernes no pude ver tu carta; por eso, querida hermanita, no me he retrasado por mi culpa» (Cta 191)33.

Una pequeña alegre y luchadora

En el ambiente que acabo de describir, se desarrolla y toma forma el carácter de santa Teresa del Niño Jesús. Por lo que se refiere a los

32 Cf. Ms A 22rº-44rº; G. GaucHEr, Santa Teresa de Lisieux..., 145-228.33 Dentro del monasterio, a Teresa le correspondía el tercer puesto por or-

den de entrada en el mismo, pero este criterio conventual no se seguía, las cosas se mantenían como en el hogar familiar y se respetaba el de edad (excepto para Paulina, que había arrebatado a María la primogenitura): Paulina, María, Celi-na, la prima María Guérin y, por fin, Teresa. Es interesante, por desmitificador el testimonio de una hermana que hace evidente la queja implícita que Teresita expresa en su disculpa a Leonia. Afirma dicha religiosa que en una ocasión la vio salir —a Teresa— de la celda de una de las hermanas Martin comentando claramente contrariada: «no cuento para nada en esta familia» (el testimonio en G. GaucHEr, Santa Teresa de Lisieux..., 568 (nota 5).

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primeros años de su vida, hasta la muerte de su madre en 1877, se pueden delinear algunas características de la personalidad y la salud de santa Teresita34, fundándose sobre todo en las cartas maternas.

La niña es fuerte, incluso antes de su nacimiento la madre lo ha percibido en su seno —como he señalado más arriba—, pero Celia teme que puede seguir la misma suerte que sus pequeños hermanos fallecidos a causa de la enteritis, por lo que trata de aconsejarse con su cuñada Celina acerca de la alimentación más adecuada para el bebé35. No obstante, el estado de salud de Teresa parece agravarse con el paso del tiempo, su madre no puede darle el pecho —segura-mente por el tumor ya muy desarrollado— y los consejos del doctor acerca de lo que la niña debe tomar no dan resultado. Se recurre a un nuevo médico que recomienda encontrar una nodriza36, se recu-rre a Rosa Taillé, que ya había amamantado a uno de los hermanitos fallecidos. La primera toma de Teresa no puede ser más positiva:

«Finalmente, pasado un cuarto de hora, mi Teresita abre los ojos y empieza a sonreír. A partir de ese momento quedó completamente curada, le volvió la buena cara y la alegría y desde entonces todo va superior»37.

Teresa se nos muestra, por lo tanto, con tan pocos meses de vida, una luchadora y un bebé lleno de alegría.

En vista de que Rosa Taillé debe ocuparse de sus hijos, la pe-queña Teresa debe marchar del hogar familiar para ir a vivir con ella y su familia al campo, a la cercana aldea de Semallé. En aquel ambiente rural la niña crece y mejora a pasos agigantados; gana peso rápidamente y se mantiene muy alegre38. Poco más de un año después de su marcha, ya está en condiciones de volver a casa, con-cretamente el 2 de abril de 1874, Jueves Santo. La niña ama los jue-

34 Cf. García Pulido, 24-40; G. GaucHEr, Santa Teresa de Lisieux..., 43-102.35 Cf. CF 85 y 86 (16 y 17 de enero de 1873).36 Cf. CF 89 (marzo 1873). La niña, cuando no siente dolor intestinal, es

muy alegre (cf. CF 88, 9 de marzo de 1873).37 CF 89 (marzo 1873).38 Cf. G. GaucHEr, Santa Teresa de Lisieux..., 48-55.

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gos, la compañía familiar y la naturaleza39. Empieza a despertarse en ella un fuerte sentido de lo espiritual, de la presencia de Dios y la posibilidad de relacionarse con él:

«En la iglesia me dice en voz alta y clara: “Yo he estado en la Miza, ¡ahí! He rezado muy bien a Dios»”»40.

Su carácter es cada vez más fuerte, al punto que termina por ser demasiado inquieta, se agita mucho por la noche y se hace daño en la cabeza41. Es inteligente, pero de «una cabezonería casi invenci-ble»42. Su madre nos informa aquí de otra característica importante de Teresa niña: por el afán de hacer siempre su voluntad, termina por romper cosas en su casa o comportarse mal con ella, sus herma-nas o su padre; apenas toma conciencia del daño hecho lo confiesa y no descansa hasta que recibe el perdón por sus travesuras43.

Teresa se relaciona con facilidad, pero siempre en el círculo fa-miliar, y su hermana Celina se convierte en su mejor compañera de juegos. Admira profundamente a su hermana Paulina, a la que echa de menos cuando ha de incorporarse al internado de la Visitación (cf. Ms A 4r). Manifiesta una enorme capacidad de amar y un gran deseo de ser amada44. No pienso sea exagerado afirmar que el amor vivido en el seno de su familia está en la base de su teología acerca de la ternura de Dios: el amor recibido y donado a sus padres y hermanas es fundamental para descubrir el amor infinito de Dios, que describe siempre con símbolos maternales45.

39 Cf. CF 126 (24 de diciembre de 1874).40 CF 130 (14 de marzo de 1875). Cf. CF 170 (29 de octubre de 1876); CF

192 (4 de marzo de 1877); Ms A 9v.41 Cf. CF 156 y 157 (12 y 26 de marzo de 1876).42 CF 159 (14 de mayo de 1876); cf. Ms A 8r.º43 Cf. Ibid., CF 188 (13 de febrero de 1877); G. GaucHEr, Santa Teresa de

Lisieux..., 73.44 Cf. García Pulido, 27.45 Cfr. a. M. zacHariE iGirukwayo, Se laisser aimer par Dieu l’aimer et

le faire aimer. À l’école de S. Thérèse de l’Enfant Jésus de la Sainte Face (Pes-sano: Mimep-Docete – Pères Carmes Déchaux, 2000), 29-31.

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La enfermedad del abandono

Como ha notado A. Vázquez46, las relaciones familiares de Te-resa tienen siempre una marcada estructura materno filial: madre es, evidentemente, Celia Guérin, pero también Rosa Taillé; madres serán sus hermanas Paulina y María (cfr. Ms A 13r) y refiriéndose a su padre afirma que: «el corazón tan tierno de papá había añadido al amor que ya tenía un amor verdaderamente maternal» (Ms A 13r)47. A su ingreso en el Carmelo, por su parte, prácticamente todas las religiosas tienen edad como para considerar a Teresa su hija y de las tres que no podrían serlo materialmente, dos son Paulina y María48.

Aparte de la influencia de esta estructura materno filial en su re-ligiosidad y en su afectividad, interesa subrayar para el tema que nos compete que Teresa vivirá la relación con sus sucesivas madres mar-cada por el abandono. Es lo que A. Vázquez llama carácter abandó-nico49: «Esta primordial y básica relación de Teresita con la madre, en cuanto figura materna, constituyente de su ser-en-el-mundo, ha constituido para ella una larga cadena de separaciones más o menos traumáticas»50.

En efecto, como nota el autor en las páginas siguientes, Teresa abandona con pocas semanas su hogar para poder ser amamantada por

46 Cfr. a. VázquEz, «Dinámica psicológica y religiosidad de Teresa de Li-sieux», en Revista de Espiritualidad, 31 (1972), 408-427.

47 En PN 36,2 usará una expresión similar referida a Jesús. Cfr. Cfr. J. Maî-TrE, L’orpheline de la Bérésina. Thérèse de Lisieux (1873-1897) (Paris: Cerf, 1995), 289-298.

48 Solo con Celina tendrá una relación verdaderamente fraternal (cf. a. VázquEz, «Dinámica psicológica...», 423-427; Id., «La aventura vital y fami-liar de Teresita...», en Teresa de Lisieux. Profeta..., ed. E. J. Martínez González, 121-161), pues Leonia tenía sus propias dificultades de carácter. Esto ayudaría a entender sus problemas para relacionarse con niñas de su edad en el internado. En realidad, Teresa no ha tenido jamás amigas, solo con su novicia María de la Trinidad logrará establecer, no sin dificultad, una relación casi de igual a igual, de amistad.

49 Cfr. a. VázquEz, «Dinámica psicológica...», 427.50 a. VázquEz, «La aventura vital y familiar de Teresita...», 113.

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Rosa Taillé; luego seguirá la separación de su nueva familia para vol-ver con los suyos a Alençon; el acontecimiento de la muerte de su ma-dre, cuando ella tiene cuatro años y ocho meses, un abandono terrible y definitivo; más tarde la marcha de Paulina y María al Carmelo, etc.51

A mi juicio, las separaciones sufridas por Teresa desde su prime-ra infancia hasta la marcha de Paulina y María, están en la base de la primera enfermedad a la que tendrá que hacer frente nuestra santa y que, pienso, tiene dos manifestaciones diversas52: de una parte el cambio de su carácter, que hace de ella una niña cerrada en sí misma y aún más centrada en sus relaciones familiares, tendente a la nos-talgia, triste y escrupulosa; de otra, como expresión más intensa y con un fuerte componente somático, la extraña enfermedad que la acompaña prácticamente desde la entrada de Paulina en el Carmelo y la lleva al paroxismo53.

Cuando narre su enfermedad en su autobiografía, santa Teresa de Lisieux no dudará en atribuir la responsabilidad de esta al demonio (cfr. Ms A 27r-29r), que quiso vengarse furioso en la pequeña porque sabía «el daño que nuestra familia le haría en el futuro» (Ms A 27r). Más allá de la interpretación sobrenatural de Teresa, existen elemen-tos naturales que permiten sospechar que la crisis —sobre cuyo ori-gen existe un buen número de teorías—, está más bien motivada por esa secuencia de abandonos sufridos por nuestra santa54. De hecho, las primeras crisis —dolores de cabeza, fiebres, sueño continuo, tem-

51 Cfr. Ibid., 113-119. En algún modo ella misma se hace eco del peso de estas separaciones y su búsqueda de un amor inquebrantable que la sostenga en la poesía al Sagrado Corazón de Jesús, PN 23 (cfr. MaîTrE, 295).

52 Cf. García Pulido, 41-66.53 Cfr. MaîTrE, 145-222; G. GaucHEr, Santa Teresa de Lisieux..., 160-172

(cfr. 775-776, donde se encuentra más bibliografía sobre este episodio de la vida de Teresa).

54 La interpretación de Leonia en sus declaraciones en los procesos es mu-cho más lúcida que la de sus hermanas, que siguen el relato de Teresa: habla claramente de un mal consecuencia de la separación de Paulina, como otros testigos de la enfermedad (cfr. a. VázquEz, «La aventura vital y familiar de Teresita...», 109-112).

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blores, ausencias—, se desatan con la suspensión de las visitas al Carmelo al inicio de la Cuaresma de 1883 y la marcha del padre, Luis Martin, a París, lo que hace que Celina y Teresa tengan que residir en casa de sus tíos durante un período. En ese tiempo Teresa sufre también alucinaciones y crisis de terror y solo mejorará mo-mentáneamente cuando pueda volver a ver a su Paulina y sentarse en su regazo con motivo de su toma de hábito (cfr. Ms A 28r).

Al día siguiente, la mejoría se revelará un espejismo y Teresa empeorará, teniendo que pasar a la habitación de María: delira, se desmaya, se multiplican los temblores violentos, llama a su madre, rechaza el alimento... Su único consuelo es recibir cartas de Paulina, hacer pequeños trabajos en papel o cartulina para su María, sentir la cercanía de Celina, sus tíos o su prima; no soporta otras visitas (cfr. Ms A 28v-30r). Su padre encarga una novena a Nuestra Señora de las Victorias y, durante la celebración de la misma, el 13 de mayo de 1883, Teresa comienza a llamar a voces a su madre, sufre una crisis muy fuerte y se niega a beber mientras grita que quieren envenenar-la55; después de un tiempo así, con sus hermanas Leonia, Celina y María rezando en el regazo de su cama, fija la mirada en la estatua de la Nuestra Señora de las Victorias que la acompaña en la habitación, se va relajando y vuelve la vista a su hermana María, a la que luego contará que la Virgen la había sonreído. Desde entonces, Nuestra Se-ñora de las Victorias será la Virgen de la Sonrisa (cfr. Ms A 30r-30v).

Aún en los pañales de la niñez

A pesar de la superación de esta crisis extrema, el carácter de Teresa no cambiará sustancialmente (de hecho, a nivel somático, los dolores de cabeza persistirán). La preparación y celebración de su primera comunión «el primer beso de Jesús a mi alma» (Ms A 35r), son una tregua para una niña que sufre enormemente por su extrema sensibilidad. Me atrevo a afirmar que las semanas de postración a causa de su extraña enfermedad, indudablemente muy duras, en-

55 Cfr. el testimonio de María del Sagrado Corazón en: G. GaucHEr, Santa Teresa de Lisieux..., 166-167.

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cuentran una prolongación en este tiempo de sufrimiento continuo que se manifiesta particularmente en su facilidad para llorar y en sus escrúpulos56, así como en sus dificultades para relacionarse con las niñas de su edad, que persisten. Estamos, ciertamente, ante una limitación muy seria, ante una enfermedad:

«Pasadas estas fiestas deliciosas e inolvidables, mi vida volvió a la normalidad; es decir, tuve que reanudar la vida de pensionista, que tan penosa me resultaba [...], no sabía jugar a los juegos de las niñas de mi edad» (Ms A 37r).

«Teresa reconoce que no ha sabido ganarse el amor de las criatu-ras, aunque intentó trabar amistad con alguna de sus compañeras y profesoras, sin éxito» (cf. Ms A 38r-38v)57.

Como ya dije, otra vertiente más grave de su enfermedad son los escrúpulos. Así los describe ella:

«El año que siguió a mi primera comunión transcurrió, casi todo él, sin pruebas interiores para mi alma. Pero durante el retiro para la segun-da comunión me vi asaltada por la terrible enfermedad de los escrúpulos. Hay que pasar por ese martirio para saber lo que es ¡Imposible decir lo que sufrí durante año y medio! Todos mis pensamientos y mis accio-nes, aun los más sencillos, se me convertían en motivo de turbación» (Ms A 39r).

Las anotaciones que Teresa tomó durante el retiro al que se re-fiere en esta nota se han conservado58 y el contenido del mismo es

56 Cfr. dE MEEsTEr, 411-414.57 «Yo no tenía, como las demás alumnas, una profesora amiga con quien

poder ir a pasar varias horas. Así es que me conformaba con ir a saludar a la profesora, y luego trabajaba en silencio hasta que terminaba la clase de labo-res. Nadie se fijaba en mí. Por eso subía a la tribuna de la capilla y me estaba allí delante del Santísimo hasta que papá venía a buscarme. Este era mi único consuelo ¿No era, acaso, Jesús mi único amigo? No sabía hablar con nadie más que con él. Las conversaciones con las criaturas, incluso las conversacio-nes piadosas, me cansaban el alma... Sentía que vale más hablar con Dios que hablar de Dios ¡Pues se suele mezclar tanto amor propio en las conversaciones espirituales!» (Ms A 40v-41r).

58 Cfr. Ibid., 202-204.

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francamente penoso y aterrador59. Aquellas recomendaciones provo-caron una terrible tormenta en el frágil carácter de Teresita, que solo encontraba consuelo al confiar, con pudor y humildad, sus dudas a su hermana María.

Su personalidad, aún muy infantil (cfr. Ms A 41v) no obstante los indicios de desapego de las cosas y las personas que ya manifies-ta60, la lleva en ocasiones a intentar atraer la atención de los suyos, su cariño. Episodios como el que copio seguidamente demuestran un enorme deseo de ser atendida, cuidada, querida. Herida de sole-dad y abandono, busca atraer amor para llenar así el inmenso vacío de los deseos (cfr. Ms A 40v):

«Una noche, tuve una experiencia que me abrió mucho los ojos. María [Guérin], que casi siempre estaba enferma, lloriqueaba con frecuencia, y entonces mi tía la mimaba y le prodigaba los nombres más tiernos, sin que por eso mi querida primita dejase de lloriquear y de quejarse porque le dolía la cabeza. Yo, que tenía también casi todos los días dolor de cabe-za, y no me quejaba, quise una noche imitar a María y me puse a llori-quear echada en un rincón, en un sillón de la sala. Juana y mi tía vinieron enseguida a mi lado muy solícitas, preguntándome qué tenía. Yo les con-testé, como María: “Me duele la cabeza”. Pero al parecer eso de quejarme no se me daba bien, pues no pude convencerlas de que fuese el dolor de cabeza lo que me hacía llorar. En lugar de mimarme, me hablaron como a una persona mayor y Juana me reprochó el que no tuviera confianza con mi tía, pues pensaba que lo que yo tenía era un problema de conciencia... En fin, salí sin más daño que el haber trabajado en balde y muy decidida a no volver a imitar nunca a los demás y comprendí la fábula de “El asno y el perrito”. Yo era como el asno, que viendo las caricias que le hacían al perrito, fue a poner su pesada pata sobre la mesa para recibir también él su ración de besos. Pero ¡ay!, si no recibí palos, como el pobre animal,

59 Es la misma Teresa quien usa esta palabra en sus notas.60 Debemos notar que sabemos de esos desapegos, sobre todo de las perso-

nas, por confesión de la propia santa. En su momento, me parece, son más fruto de su incapacidad para relacionarse que de una voluntad de ser libre de ataduras o de el hecho de estar siendo liberada de ellas por Dios, como manifestará en su autobiografía. No podemos olvidar que hay todo un proceso creativo en el momento que Teresa escribe, ya madura humana y, sobre todo, espiritualmente (cfr. a. VázquEz, «La aventura vital y familiar de Teresita»..., 100-112).

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recibí realmente el pago que me merecía, y la lección me curó para toda la vida del deseo de atraer sobre mí la atención de los demás ¡El único intento que hice para ello me costó demasiado caro!» (Ms A 42r).

Una primera lección que le ayudará a afrontar una nueva separa-ción: la marcha de María al monasterio, siguiendo los pasos de Paulina:

«En cuanto supe la decisión de María, tomé la resolución de no volver a apegar mi corazón a nada en la tierra» (Ms A 42v).

No obstante, esta decisión voluntariosa de no encariñarse de na-die para no sufrir más por causa de separaciones que parecen inevi-tables no supone una verdadera cura para santa Teresa de Lisieux. Así, ella misma reconoce que tras conocer la marcha de su hermana, perderá todo su encanto la habitación que se había preparado en los Buissonnets, en el antiguo taller de pintura de Celina, y que era para Teresa como un mundo (cfr. Ms A 42v-43r). Igualmente, un viaje a Alençon preparado con esmero por su padre a modo de despedida de María fue para ella «tristeza y amargura. Imposible decir cuántas lágrimas lloré sobre la tumba de mamá» (Ms A 43r)61.

Envuelta en esta melancolía, Teresa vuelve a casa, es incapaz de realizar ninguna labor y, si con gran esfuerzo, hace alguna pequeña tarea y no recibe como recompensa una muestra de cariño por ello, estalla en un mar de lágrimas (cfr. Ms A 44v). Con el pasar de los años, al recordar aquella época de su vida, emitirá sobre sí misma un juicio lleno de humildad y realismo:

«Debido a mi extremada sensibilidad, era verdaderamente insoporta-ble. Si, por ejemplo, sucedía que hacía sufrir involuntariamente un poqui-to a un ser querido, en vez de sobreponerme y no llorar, lloraba como una Magdalena, lo cual aumentaba mi falta en lugar de atenuarla y cuando

61 En aquel viaje, además, la familia tendrá que soportar una nueva excen-tricidad de Leonia: tras pedir quedarse un momento a solas con la abadesa de las clarisas para confiarse con ella, pero «cuando los Martin vuelven a buscar a Leonia [...], se la encuentran enclaustrada, detrás de una reja, vestida con el hábito de las postulantes y con el pelo cortado» (G. GaucHEr, Santa Teresa de Lisieux..., 224; cfr. Ms A 43v). Su estancia en el monasterio solo durará dos meses.

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comenzaba a consolarme de lo sucedido, lloraba por haber llorado. Todos los razonamientos eran inútiles, y no lograba corregirme de tan feo defec-to» (Ms A 44v).

En definitiva, una niña de casi catorce años que se comporta de modo inmaduro, mirando exclusivamente a sí misma incluso cuando pretende evitar males a los demás.

Es en este momento cuando su carácter dará un giro inesperado, al recibir lo que ella llama la gracia de Navidad62. Esta se produce, en cierta medida, como consecuencia de un nuevo abandono. Luis Martin, el papá que la ha rodeado siempre de cariño y ternura ma-ternales, se convierte por un momento en un padre exigente, algo hastiado por tener que mantener la costumbre de colocar regalos en los calcetines de las niñas, cansado como está después de haber asistido a la misa de la vigilia de Navidad (cf. Ms A 44v-45v)63.

Pero esta vez Teresa no llorará y su camino será jalonado, a par-tir de ese momento, de una victoria tras otra. La joven deja atrás a la niña y recupera su fortaleza de ánimo, con la ayuda de su único amigo, Jesús.

La tuberculosis

Comienza así una carrera de gigante que es tanto espiritual como psicológico-afectiva. Teresa supera poco a poco sus límites, les hace frente y madura rápidamente, de modo que si, después de la muerte de su madre y hasta la gracia de Navidad se había com-portado como si su temperamento se hubiese anclado en una infan-cia eterna e insuperable, a partir de ahora dará la impresión de ser mucho mayor de lo que en realidad es64 y así, no sin vencer algunas

62 Cfr. id., 229-240; Cfr. a. VázquEz, «Dinámica psicológica...», 420-423; García Pulido, 61-66; dE MEEsTEr, 110-113; l. J. GonzálEz, Teresa di Lisieux. Intelligenza emotiva e Counseling spirituale (Roma: Edizioni OCD, 2019), 70-74; MaîTrE, 241-298.

63 Cfr. a. VázquEz, «Dinámica psicológica...», 420.64 Basta leer el relato del viaje a Roma (cfr. Ms A 55vº-67rº) —y conocer

los testimonios de Celina al respecto— para descubrir los trazos de una per-

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resistencias, logrará entrar en el Carmelo con solo 15 años apenas cumplidos.

En su vida como religiosa, pondrá en práctica muchas de las es-trategias aprendidas durante su enfermedad infantil —como tendré ocasión de mostrar inmediatamente— y despertará la admiración y el cariño de las hermanas más capaces y observadoras, en particular de la Madre María de Gonzaga65. Así la describe su antigua maestra de novicias, sor María de los Ángeles, en 1893:

«Novicia y la joya del Carmelo, su querido Benjamín. En el oficio de pintura destaca sin haber recibido jamás clase alguna aparte de ver traba-jar a nuestra Reverenda Madre, su querida hermana. Alta y fuerte con aire de niña, voz de niña y misma expresión que velan en ella una sabiduría, una perfección y una perspicacia de cincuenta años. Alma siempre serena y con una perfecta posesión de sí misma en todo y con todas. Una santita, sin duda, a quien daríamos a Dios sin confesión, pero cuyo gorrito reparte malicia a diestro y siniestro. Mística, cómica, todo le sienta bien. Durante nuestras recreaciones es capaz de hacernos llorar de devoción tan fácil-mente como palidecer de risa»66.

Desgraciadamente, el Benjamín del Carmelo enferma gravemen-te67. Unos dolores intensos de garganta manifestados en la prima-vera del 1894 serán identificados más tarde como los primeros sín-tomas de la terrible enfermedad de la tuberculosis, plaga entonces prácticamente incurable68.

La enfermedad se manifiesta definitivamente en la noche del Jueves al Viernes Santo de 1896 (2 al 3 de abril), con una hemopti-

sonalidad madura en Teresa: incansable sentido del humor, osadía, capacidad profunda de observación y de emitir juicios objetivamente justos teniendo en cuenta las circunstancias subjetivas, determinación para alcanzar los objetivos marcados, profunda libertad de acción, etc.

65 Dirigiéndose a ella en el Manuscrito C, afirma Teresa: «Madre querida, usted no tuvo reparo en decirme un día que Dios iluminaba mi alma, que hasta me daba la experiencia de los años» (Ms C 4 r).

66 El texto en: G. GaucHEr, Santa Teresa de Lisieux..., 429.67 Cfr. García Pulido, 163-207.68 Cfr. G. GaucHEr, Santa Teresa de Lisieux..., 445-446; MaîTrE, 321-362.

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sis que se repetirá la noche del Viernes al Sábado. Durante la Cua-resma, Teresa se había sentido fuerte, pero después de su turno de adoración, pasada la media noche y una vez en su celda:

«Sentí como un flujo que subía, que me subía borboteando hasta los labios. Yo no sabía lo que era, pero pensé que a lo mejor me iba a morir, y mi alma se sentía inundada de gozo [...], pues me parecía que lo que había vomitado era sangre [...]. Estaba íntimamente convencida de que Jesús, en el aniversario de su muerte, quería hacerme oír una primera llamada. Era como un tenue y lejano murmullo que me anunciaba la llegada del Esposo» (Ms C 4v-5r).

A pesar de esta primera manifestación evidente de su enferme-dad, Teresa consigue de la Madre Gonzaga, priora, el permiso para continuar su vida normal en el monasterio69. Solo ella y su amiga María de la Trinidad sabrán por el momento lo que ha sucedido. In-mediatamente después, Teresita entrará en la noche de la nada (cfr. Ms C 6v), profunda experiencia espiritual de negación que la sume en una tiniebla que la acompañará hasta su muerte70. No obstante, continúa acompañando a las novicias y, a través de la corresponden-cia, a sus dos queridos hermanos misioneros, M Bellière y A. Rou-

69 No pienso que se pueda juzgar negativamente a la Madre Gonzaga por consentir que Teresa no fuera inmediatamente a la enfermería o pedir la visita de un médico. Creo que, de acuerdo con la forma de vida de las Carmelitas y a la religiosidad de aquel tiempo, Gonzaga pudo sentirse casi obligada a respetar la voluntad de Teresa —continuar con su vida normal— que encaja perfecta-mente con la mentalidad sacrificial de aquel tiempo.

70 Sor Teresa de San Agustín transmite un testimonio estremecedor; tras contar a Teresita un sueño en el que la había visto morir, ella le respondió: «¿Nunca os he hablado del estado moral en que se encuentra? [Teresa habla de su alma]. No creo en la vida eterna, y tras esta vida mortal me parece que no hay nada. Me siento incapaz de explicaros las tinieblas en las que estoy sumergida. Lo que acabáis de contarme es exactamente lo que ocurre en mi alma. La forma en que me preparan y, sobre todo, la puerta negra, son un reflejo exacto de lo que ocurre en mí. Y en esa puerta tan oscura tan solo habéis visto un color rojo, es decir, que todo ha desaparecido para mí y no me queda más que el amor» (la cita en: G. GaucHEr, Santa Teresa de Lisieux..., 601).

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lland, a los que llama a seguir el lema que sostiene su vida: conocer y amar a Jesús y hacerle conocer y amar71.

En julio de 1896 Celina hace algunas fotos a Teresa. «Con nues-tra mirada retrospectiva, podemos descubrir en la foto huellas de la enfermedad que está carcomiendo a Teresa»72. Sus hermanas de comunidad saben ya que está enferma —aun cuando solo intuyen la gravedad de la situación— y la noticia también ha llegado a Leonia y la familia Guérin. Todos expresan preocupación, pero la enferma parece tener una pequeña mejoría y recibe además la primera visita médica del doctor de Cornière (cfr. Cta 191. 192).

Además de las cartas a los misioneros, Teresa escribe durante este período otras muchas que tienen un particular valor doctrinal y humano. Asimismo, continúa escribiendo poesías, una pequeña obra de teatro para la onomástica de la Madre Gonzaga del año 1896 y otra para la celebración de las bodas de oro de sor san Estanislao y, sobre todo, los Manuscritos B y C, que completarán la Historia de un alma. A partir del 6 de abril de 1897 sus hermanas, particu-larmente Inés, comienzan a recoger en diversos cuadernos las con-versaciones que tienen con Teresa. Ella, por su parte, es bastante consciente de su estado de salud y en algunas poesías compuestas a partir de 1897 afronta directamente la cuestión de la muerte73.

En la obra compuesta en honor a san Estanislao, en la que Teresa reproduce algunos pasos de la vida del santo patrón de la homena-jeada, el joven jesuita ya enfermo se dirige a la Virgen para saber si en la otra vida podrá seguir trabajando por el Reino de Dios. Recibe esta respuesta:

71 Cfr. E. J. MarTínEz GonzálEz, La ternura es el rostro de Dios: Teresa de Lisieux (Madrid: Editorial de Espiritualidad, 1997), 170-178; d. Molina, «Teresa de Lisieux a los misioneros», en Teresa de Lisieux. Profeta..., ed. E. J. Martínez González, 707-729); P. aHErn, Maurice and Thérèse. The story of a love (New York: Image Books-Doubleday, 1998). Existe traducción al español: Maurice y Teresa. La salvación por la confianza (Madrid: Voz de Papel, 2005).

72 G. GaucHEr, Santa Teresa de Lisieux..., 568.73 Id., 600-605.

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«Sí, hijo mío, los Bienaventurados seguirán salvando a las almas. Las dulces llamas de su amor atraen a los cielos los corazones» (RP 8 6r-6v)74.

En definitiva «la comunidad no podía adivinar que estaba asis-tiendo al testamento teatral de su hermana y que esta acababa de exponerles su deseo de “pasar su cielo haciendo el bien en la tierra, hasta el fin del mundo” [CA 17.7], deseo que aumentará a medida que vaya progresando su enfermedad mortal»75.

En mayo de 1897 santa Teresa es dispensada de todos los oficios y a finales de ese mes habla abiertamente con su hermana Paulina (Inés) de sus hemoptisis. El mes de junio empeora y sufre fuertes dolores en el costado; tanto ella como la comunidad sospechan una muerte inminente, pero no ocurre así76. Contempla su situación con serenidad y madurez, tratando de alejar cualquier escrúpulo o turba-ción, abandonada a la misericordia:

«Si una mañana me encontráis muerta, no sufráis: será simplemente que papá Dios habrá venido a buscarme. Sin duda es una gracia muy grande recibir los sacramentos; pero cuando Dios no lo permite, también está bien, todo es gracia» (CA 5.6.4).

Continúan los dolores a pesar de todas las medicinas aplicadas (inútiles e insuficientes en aquel momento para luchar contra la tu-berculosis), Teresita se ahoga y las hemoptisis vuelven con mucha fuerza. No puede ya escribir con la pluma y termina con líneas tem-

74 El paralelismo Estanislao-Teresa es continuo en toda la recreación. Por ejemplo, en un momento de la misma el Santo exclama: «¡Oh, Jesús! Mi único amor» (RP 8 6r; cfr. Ms A 40v; Ms B 2v). Teresa había grabado en el dintel de su celda esta misma frase.

75 G. GaucHEr, Santa Teresa de Lisieux..., 608. Para que su sueño le sea concedido, iniciará una novena a san Francisco Javier y pedirá la ayuda de san José (cfr. 608-610; J. f. six, Los últimos 18 meses..., 139-144). El mismo Six pone en duda la autenticidad literal de este dicho teresiano (cfr. id., 144-150). Aporta razones válidas, pero confieso que no me ha convencido.

76 De hecho, en una carta al abate Bellière (9.6.1896) se había despedido de él con la bellísima frase: «no muero, entro en la vida» (Cta. 244). La carta no fue enviada, en vista de la mejoría en la salud de Teresa.

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blorosas escritas a lápiz el Manuscrito C y a primeros de julio es trasladada ya a la enfermería.

Al dolor físico se une en algunos momentos la incomprensión de algunas religiosas de la comunidad, que por desconocimiento o mala intención consideran que se gasta demasiado en las curas de la enferma y se la cuida demasiado, pero Teresa vive ya en un gran espacio de libertad:

«No me creen tan enferma como estoy en realidad. Por eso me resulta más penoso verme privada de la comunión y del oficio divino. Pero mejor que nadie se preocupe ya por eso. Yo sufría mucho por ello, y había pedi-do a la Santísima Virgen que arreglase las cosas para que nadie sufriese. Y me escuchó. En cuanto a mí, no me importa que piensen o digan lo que quieran. No veo razón para desconsolarme» (CA 12.6.1).

Pasa así el verano del año 1897, empeora paulatinamente, pero su fuerte naturaleza resiste a la enfermedad, por lo que los sufri-mientos se acentúan, en forma sobre todo de ahogos y dolores. En ocasiones parece mejorar, llegando incluso a comer sólidos en algún momento del proceso. Como ella misma afirma:

«Ya estoy un poco acostumbrada. Dicen y se desdicen» (CA 10.9.1).

Finalmente, el 30 de septiembre de 1897, después de largas horas de agonía —los sufrimientos habían sido especialmente intensos los últimos días del mes—, Teresita muere pasadas las siete de la tarde. Inés recogerá sus últimas palabras: «¡Lo amo! ¡Dios mío, te amo!».

acTiTudEs y EnsEñanzas dE TErEsa dE lisiEux anTE la EnfErMEdad

Antes de enumerar sintéticamente algunas actitudes que pueden ser recibidas como enseñanzas para vivir la enfermedad, me gustaría citar unas palabras de Teresita a su hermana Paulina (Inés), pronun-ciadas poco antes de su muerte:

«Madre, es muy fácil escribir cosas bonitas sobre el sufrimiento. Pero escribir no significa nada ¡nada! ¡Hay que pasar por él para saber!» (CA 25.9.2).

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Efectivamente, es muy sencillo contemplar desde una situación de serenidad psicológica y estabilidad física a una persona enferma y elaborar para ella, incluso inspirándonos en el ejemplo de los san-tos o de otras personas valiosas, un discurso con el fin de aliviar su situación.

Pero a la enfermedad hemos de acercarnos con absoluto respeto, sin pretender que una palabra o un testimonio, por notable que sea, pueda ser remedio inmediato para vivirla mejor77. No obstante, no debemos jamás renunciar a tratar de llevar consuelo y esperanza a quien lo necesita y es desde esas dos coordenadas que deseo presen-tar las líneas que siguen78.

La experiencia de Teresa

Parece indudable que el modo de afrontar las crisis de tipo psi-cológico sufridas por Teresa desde la muerte de su madre hasta la gracia de Navidad (cuya causa más profunda —como hemos seña-lado— serían los sucesivos abandonos sufridos en este período), ha ayudado a nuestra Santa en su camino de maduración humano. Ha sabido gestionar su debilidad, gracias a sus buenos deseos y a la ayuda de la Gracia, para convertirla en una oportunidad de adquirir sabiduría y recursos ante los acontecimientos de la vida. Acumula así un tesoro humano y espiritual que le acompañará toda su vida y le ayudará a vivir su enfermedad final.

Es necesario anticipar que no es fácil separar talentos de orden natural de ayudas sobrenaturales en las actitudes teresianas, porque tampoco ella lo hace y, en el relato de su vida, Gracia y naturaleza van juntas, atribuyendo Teresa a la ayuda divina eventos en los que es posible intuir, incluso leyendo entre líneas, algo más que su simple colaboración necesaria. Me parece algo muy característico de Teresita —quizás aprendido más o menos conscientemente de su maestro san

77 «Cuando no puedo más, no puedo más, eso es todo» (CA 24.9.4), dirá Teresa.

78 Teresa sabe por experiencia que lo que más alivia al enfermo es la com-pasión (cfr. CA 24.8.4).

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Juan de la Cruz— y una nota de gran valor también para nosotros: no es necesario buscar continuamente una presencia sobrenatural que se manifiesta en modo paralelo o extraño al obrar humano en el ajuste o solución de situaciones complicadas o difíciles. La acción del hombre y la acción de Dios se entrelazan en el misterio de la vida.

La primera actitud positiva ante la enfermedad que quiero des-tacar es precisamente la convicción de que el amor es la fuerza que justifica nuestra presencia en el mundo79. Con todas las contrarie-dades sufridas, el amor recibido en el seno de su familia es para Teresa la razón de su vida y de la de cualquier criatura. Las prime-ras páginas del Manuscrito A (cfr. Ms A 2r-4r) son un canto a un Amor que nos llama a la existencia y se abaja continuamente para iluminarla, como si fuera única y preciosa (cfr. Ms A 2v). No se nos exige ser algo distinto a lo que somos. Cualquiera que sea la situación en la que nos encontramos podemos vivir y alcanzar la plenitud —perfección en el lenguaje de Teresa de Lisieux— porque ella consiste en «ser lo que Dios quiere que seamos» (Ms A 2v), no pretender sueños o ideales inalcanzables. Vivir lo que somos en cada momento, fiados en una Presencia que nos sostiene y nos hace dignos80 en cualquier circunstancia, a la que Teresa corresponderá generosamente dándose del todo:

«Comprendí que en la perfección había muchos grados y que cada alma era libre de responder a las invitaciones del Señor y hacer poco o mucho por Él [...]. Entonces, como en los días de mi niñez, exclamé “Dios mío, yo lo escojo todo. No quiero ser santa a medias [...], yo escojo todo lo que tú quieres”» (Ms A 10r-10v).

Es en parte por ello que, al contarnos el relato de su vida, lo hará con profunda sinceridad y humildad, sin ocultar sus debilidades ni

79 Cfr. Marcos, 379.80 En este sentido considero muy importante la lectura que Teresa hará de

la terrible enfermedad de su padre, a la luz del misterio de Cristo y su Santa Faz (cfr. E. J. MarTínEz GonzálEz, La ternura..., 47-71). Durante su enfermedad, Teresita afirmará: «¿Y qué importa? El sufrimiento podrá llegar a límites extre-mos, pero estoy segura de que Dios nunca me abandonará» (CA 4.7.3).

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sus defectos81, porque sabe que la plenitud no consiste en el cum-plimiento a rajatabla de unas normas inamovibles, sino en la capa-cidad de aceptar serenamente la vida tal y como se presenta, con la seguridad de que, incluso en los acontecimientos más adversos, como la limitación, la enfermedad o la muerte de los seres amados, es posible sentir el amor que nos sostiene y eso le da sentido a todo. Ese amor no nos hace perfectos, no remedia nuestros límites o en-fermedades, pero nos permite vivirlos de un modo más equilibrado y aleja de nosotros la desesperación.

Cuando Teresa exclama yo escojo lo que tú quieres, muestra que ha superado uno de los mecanismos que solemos usar en los perío-dos de enfermedad: replegarnos sobre nosotros mismos. Ella misma lo ha usado y, como consecuencia —lo hemos visto más arriba—, se ha convertido en una mendiga de amor. Sintiéndose continuamente abandonada, trata de llamar la atención de los suyos para remediar su enfermedad: esta es la razón, a mi parecer, de sus constantes cri-sis de llanto y, así, no hace sino tratar de curar su mal con otro mal (lloraba por haber llorado). La superación definitiva de esta crisis llegará cuando saliendo de sí misma, en la noche de Navidad, repri-ma su llanto con la fuerza que le da ponerse en el lugar de su padre. Comprende que la queja de Luis Martin («¡Bueno, menos mal que es el último año!», Ms A 45r) está más que justificada y que, en lugar de a su propio dolor, ha de atender al cansancio de su padre, salir de sí misma para entender al otro y reprimir las lágrimas, mani-festar su alegría por los regalos recibidos y así devolverle la alegría: «Papá reía, recobrado ya su buen humor» (Ms A 45r)82.

81 Cfr. dE MEEsTEr, 324.82 Me parece interesante constatar que, sin negar el auxilio de la gracia,

Teresa siempre fue consciente de que ella encontró una disposición favorable en su actitud personal de superación de sus limitaciones: «Hoy he estado pensando en mi vida pasada y en el acto de valor que realicé en aquella Navidad, y me vino a la memoria la alabanza tributada a Judit: “Has obrado varonilmente y tu corazón se ha fortalecido”. Muchas almas dicen: No tengo fuerzas para hacer tal sacrificio. Pues que hagan lo que yo hice: un gran esfuerzo. Dios nunca niega esta primera gracia que da el valor para actuar; después, el corazón se fortalece y vamos de victoria en victoria» (CA 8.8.3).

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Al leer el acontecimiento como gracia, la gracia de Navidad, Tere-sita hace suyo el admirable intercambio por el que el Verbo asume la carne humana para abrirnos la participación en su vida divina. Como ha cantado Juan de la Cruz: «Y la madre estaba en pasmo/de que tal trueque veía:/el llanto del hombre en Dios/y en el hombre la alegría,/lo cual del uno y del otro/tan ajeno ser solía»83. La noche de Navidad, Teresa experimenta en sí misma la liberación de su enfermedad, que Jesús asume y hace propia al encarnarse84. Ella entonces decide salir también de sí misma, dejar de mendigar el amor, vivir para los otros y amarlos: «Sentí la necesidad de olvidarme de mí misma para dar gusto a los demás85, ¡y desde entonces fui feliz!» (Ms A 45v).

Esta es la base de la empatía teresiana86, una capacidad especial para acoger al otro en su debilidad que nace de la propia experiencia de sufrimiento; si al replegarse en sí misma sus límites y enfermeda-des se han agudizado, al despegarse y mirar al otro para sostenerle en su debilidad, Teresa consigue además vivir de modo más saluda-ble sus limitaciones:

«Sí, ahora comprendo que la caridad perfecta consiste en soportar los defectos de los demás, en no extrañarse de sus debilidades, en edificarse de los más pequeños actos de virtud que les veamos practicar» (Ms C 12r).

«Y ésta es la conclusión que yo saco: en la recreación y en la licencia, debo buscar la compañía de las hermanas que peor me caen y desempeñar con esas almas heridas el oficio del buen samaritano» (Ms C 28r)87.

Esta tendencia empática y altruista le ayuda a vivir su enferme-dad final con una nueva actitud muy sana: la capacidad para pensar

83 san Juan dE la cruz, Romances, 305-310.84 Cfr. Marcos, 364-366.85 Para santa Teresa de Lisieux, dar gusto a los demás es sinónimo de dar

gusto a Jesús (cfr. Ms C 3v y nota 24 de la edición usada).86 Cfr. l. J. GonzálEz, Teresa di Lisieux. Intelligenza emotiva..., 74-93.87 Merece la pena leer todo este paso: Teresita está hablando de hermanas

que acumulan una serie de defectos que ella no duda de calificar como «enferme-dades morales» (cfr. E. J. MarTínEz GonzálEz, «Sed de amor. Teresa del Niño Jesús y la misericordia divina», en Revista de Espiritualidad 75 (2016), 356-367).

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más en el dolor y la preocupación de los otros más que en su do-lor y en la cercanía de la muerte. Son innumerables los testimonios recogidos en las Últimas Conversaciones —particularmente en el Cuaderno amarillo— de la Madre Inés, que se podrían traer aquí para justificar esta afirmación, copio aquí solo este:

«Cuando sufro mucho, me alegro de ser yo quien sufre; me alegro de que no seáis una de vosotras» (CA 20.8.8)88.

Querría citar, además, un testimonio muy impactante que permi-te tomar conciencia de hasta qué punto, en medio de su enfermedad y su sufrimiento, Teresa se niega a aceptar convertirse en centro de atención, desviando la mirada de sus hermanas —y también la nues-tra— hacia quien puede necesitarla más que ella misma:

«¡Qué desgraciado es uno cuando está enfermo! ¡Qué va!, uno no es desgraciado cuando se va a morir. ¡Qué curioso tener miedo a morir! A fin de cuentas, cuando una está casada, cuando se tiene un marido y unos hijos, se comprende; pero yo, que no tengo nada...» (CA 27.8.1).

No cabe duda de que en los escritos de Teresa se insiste dema-siado en ocasiones en el valor vicario del sufrimiento, que por otra parte parece la esencia de la vida89, y que su temperamento, a pesar de todas sus superaciones, tendía a veces a la nostalgia. A la primera objeción se puede responder haciendo notar que nuestra Santa es heredera de la espiritualidad de su tiempo, no puede evitarlo, pero además vive cualquier sufrimiento en comunión con la cruz de Jesús y de los santos, lejana a cualquier tendencia masoquista.

En cuanto a la segunda (cfr. Ms A 14v), creo que, en efecto, Teresa tiene una personalidad tendente a la nostalgia, pero ella no es prevalente en su carácter. Ante todo, es una joven alegre, que sabe buscar el lado positivo de las cosas y se ve apoyada en esta

88 Cuando sus hermanas le ruegan que no se esfuerce en consolarlas, dirá: «Tenéis que dejarme hacer mis “monadas”» (CA 22.2.8).

89 Recordando la marcha de Paulina al Carmelo escribirá: «En un instante comprendí lo que era la vida [...] vi que no era más que un puro sufrimiento y una continua separación» (Ms A 25v).

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búsqueda por la Gracia divina, que le revela sus tesoros y la llama al optimismo. Su alegría no es efímera (cfr. PN 45) y, como ella misma confiesa:

«Siempre miro el lado bueno de las cosas. Hay quienes se lo toman todo de la manera que más les hace sufrir. A mí me ocurre todo lo contra-rio. Cuando no tengo más que el sufrimiento puro, cuando el cielo se vuel-ve tan negro que no veo ni un solo claro entre las nubes, pues bien, hago de ello mi alegría... ¡Me pavoneo! Como en las humillaciones de papá, que hacen que me sienta más gloriosa que una reina» (CA 27.5.6).)90.

«Sé encontrar siempre la forma de ser feliz y de aprovecharme de mis miserias... Y estoy segura de que eso no le disgusta a Jesús, pues él mismo parece animarme a seguir por ese camino...» (Ms A 80 r).

«Yo estoy siempre contenta. Me las arreglo, aun en medio de la tempestad, para mantenerme en una gran paz interior. Si me hablan de disensiones entre las hermanas, yo procuro no excitarme a mi vez contra esta o contra aquella. Necesito, por ejemplo, sin dejar de escuchar, mirar por la ventana y gozar interiormente de la vista del cielo, de los árboles» (18.4.1).

Decidida a vivir en la paz, opta por ella buscándola en su interior y proyectándola en el exterior. En el caso del último texto citado, fija su vista en el cielo y los árboles para encontrar en esa visión el signo de lo que no cambia, de lo que es estable: el amor y la paz por los que ha apostado91. Así interpretará también la realidad de su última enfermedad, a la luz de el amor y la paz, afrontando el sufrimiento, el dolor, la pesadez y molestia de las curas inútiles, el miedo a morir, la incerteza con amor, con alegría y también con un profundo sentido del humor, última de las actitudes teresianas que quiero subrayar, que le permite reírse hasta de su propia muerte. En una ocasión, la Madre Gonzaga entra en la enfermería y se alarma al notarla tan delgada.

90 En definitiva: la aceptación de la vida como nos llega, con toda su carga de belleza y sufrimiento. Una actitud que puede transformar el dolor de nega-tivo en positivo, transformar el límite en espacio de crecimiento (cfr. Marcos, 368-371).

91 Cfr. l. J. GonzálEz, Teresa di Lisieux. I limiti umani di una grande santa (Milano: Paoline, 2001), 53-56.

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Teresa, entonces, ante la pregunta de la Madre —¿pero qué es una niña tan delgada?—, responde burlona:

«¡Un esqueleto!» (CA 20.9.2).)92.

Le quedaban solo diez días de vida, una vida a la cual santa Tere-sita había dado un sentido pleno fundado en el amor recibido gratui-tamente, que garantizaba el sentido de su presencia en el mundo por encima de cualquier circunstancia y que ella se empeñará en buscar, hasta descubrirlo en el despliegue de sí misma, anteponiendo —al estilo de Jesús— los intereses de los demás a los suyos propios, viviendo cada situación con alegría y paz para comunicarlas a los otros. «La vida se nos ha dado a todos como la única oportunidad para crecer y desarrollarnos humana y espiritualmente, no impor-tando ni la naturaleza de personalidad que se nos haya heredado al nacer ni el tipo de experiencias que nos toque vivir: entreguémonos por lo tanto a la tarea concreta de aprovechar todas las experien-cias para convertirlas en oportunidades concretas de crecimiento, sorteando las que constituyan un obstáculo y extrayendo de las que contengan en sí mismas verdaderos impulsos, dándole así un sentido a nuestra vida como se lo dio Teresa de Lisieux»93.

«No, no me creo una gran santa. Me creo una santa muy pequeña. Pero pienso que Dios ha querido poner en mí algunas cosas que me hacen bien a mí y a los demás» (CA 4.8.2).

92 Podrían aducirse otros muchos testimonios.93 García Pulido, 210; cfr. dE MEEsTEr, 326; Marcos 377.