¡seÑor, aumÉntanos la fe!...2016/10/02 · 13-14. una llamada hermosa para todo sacerdote:...
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XXVII DOMINGO TIEMPO ORDINARIO - 2016
CICLO -”C”
¡SEÑOR, AUMÉNTANOS LA FE!
*Profeta Habacuc 1,2-3; 2,2-4. El profeta Habacuc afirma que, a
pesar de las violencias y desgracias, pruebas y luchas, el justo vivirá por su
fe; en cambio el injusto tiene el alma hinchada.
* Salmo Responsorial 94. El salmista nos hace esta invitación.
“¡ojalá escuchéis la voz del Señor; no endurezcáis vuestro corazón!”.
* IIª Carta de San Pablo a Timoteo 1,6-8. 13-14. Una llamada
hermosa para todo sacerdote: “Reaviva el don de Dios que recibiste cuando
te impuse las manos”. Perseveremos todos firmes en la profesión de la fe y
mantengamos el testimonio de Nuestro Señor Jesucristo.
* Evangelio según San Lucas 17,5-10. Si tuvierais fe como un
granito de mostaza, diríais a esa morera: “arráncate de raíz y plántate en el
mar”. Y os obedecería.
ENSEÑANZAS DEL PAPA FRANCISCO
*Homilía en la Casa Santa Marta.21 de febrero de 2014 “Hay eruditos que consideran la fe como una realidad que no tiene reflejos
en la vida ni influencia en los comportamientos. Ante esta situación el
Santo Padre, inspirándose en San Pablo, afirma con claridad: "la fe sin el
fruto en la vida, una fe que no da fruto en las obras, no es fe" (…) Vosotros
podéis conocer todos los mandamientos, todas las profecías, todas las
verdades de fe, pero si esto no se pone en práctica, no va a las obras, no
sirve”. “La fe lleva siempre al testimonio. La fe es un encuentro con
Jesucristo, con Dios, y de allí nace y te lleva al testimonio”.
*En "Lumen Fidei" (Luz de la fe). Share to Twit terShare to FacebookShare to WhatsApp Share to ImprimirShare to Más. "Es urgente recuperar el carácter luminoso propio de la fe, pues cuando su llama se apaga, todas las otras luces acaban languideciendo", “si desapareciera la fe en Dios "se debilitaría la confianza entre los hombres, que quedarían unidos sólo por el miedo". "Por esta razón no debemos avergonzarnos de confesar públicamente a Dios, porque la fe ilumina la vida social", asegura y señala asimismo que la fe de hecho no es un presupuesto que hay que dar por descontado, "sino un don de Dios que debe ser alimentado y fortalecido". "El ".
“La fe no es una verdad que se impone con violencia" ni “es un refugio
para gente sin coraje, sino la dilatación de la vida, una luz para la vida en
sociedad". "La fe no es algo privado, una concepción individualista, una
opinión subjetiva". “La fe está al servicio concreto de la justicia, del
derecho y de la paz. Es un bien para todos, es un bien común".
* Evangelii Gaudium” (La alegría del Evangelio” “La fe no le tiene miedo a la razón; al contrario, la busca y confía en ella,
porque “la luz de la razón y de la fe provienen ambas de Dios” y no
pueden contradecirse entre sí” (n.242).
“La evangelización está atenta a los avances científicos para iluminarlos
con la luz de la fe y de la ley natural, en orden a procurar que respeten
siempre la centralidad y el valor supremo de la persona humana en todas
las fases de su existencia. Toda la sociedad puede verse enriquecida gracias
a este diálogo que abre nuevos horizontes al pensamiento y amplía las
posibilidades de la razón” (n.242).
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NUESTRO XIV SÍNODO DIOCESANO Dejémonos iluminar por estas enseñanzas del Santo Padre Francisco de
modo especial ahora que celebramos el XIV Sínodo Diocesano cuyo lema
es: “caminar juntos con Cristo para buscar, renovar y fortalecer la fe”,
a fin de transmitirla y comunicarla a todos, ya que “evangelizar constituye
la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella
existe para evangelizar” (EN 14).
II.- SUGERENCIAS PARA LA HOMILÍA
“Después que Dios habló muchas veces y de muchas maneras por los
profetas, últimamente, en estos días, nos habló por su Hijo” (Heb.1,1-2).
Pues envió a su Hijo, es decir, al Verbo eterno, que ilumina a todos los
hombres, para que viviera entre ellos y les manifestara los secretos de Dios
(cf. Jn.1, 1-18); Jesucristo, pues, el Verbo hecho carne, “hombre enviado a
los hombres”, habla palabras de Dios y lleva a cabo la obra de la salvación
que el Padre le confió (cf. Jn.5,36; 17,4)” (DV 4).
1.- Escuchemos la Palabra del Señor
Esta es la primera llamada que nos hace hoy el Señor: “escuchar
su Palabra” que es “Palabra de vida eterna”. “Debemos descubrir de nuevo
el gusto de alimentarnos con la Palabra de Dios, transmitida fielmente por
la Iglesia: “El Evangelio es fuerza de Dios para la salvación de todo el que
cree” (Rm 1,16). Por eso lo primero que debemos hacer es ponernos a la
escucha de la palabra de Dios sin prisas, sin agobios: “Recibid con
docilidad la Palabra sembrada en vosotros que es capaz de salvar vuestras
almas” (Sant. 1,21). El mismo Jesús nos dice: “las palabras que os he dicho
son espíritu y vida” (Jn.6,63).
¿Qué debemos hacer para escuchar la Palabra del Señor?
*Pidamos al Señor que nos dé un alma que escuche su Palabra. El
Rey Salomón hizo a Dios esta petición: “Dame, Señor, un corazón que
escuche”. Que el Señor abra los oídos de nuestro corazón para que lo
escuchemos sin prisas, con sosiego, con paz, con alegría…
*Hagamos silencio interior en nosotros. A veces “los gritos de las
pasiones” no nos dejan escuchar la Palabra del Señor. Debemos acallar
esos gritos que nos hablan de egoísmo, de frivolidad, de dinero, de poder y
de tantas cosas que intentan seducirnos y dominarnos quitándonos la
libertad y la paz del alma.
* Entremos en nuestra conciencia que es “el núcleo más secreto y el
sagrario del hombre, en el que este se siente a solas con Dios, cuya voz
resuena en el recinto más íntimo de aquella” (GS 16).
* Escuchemos en el clamor y en el grito de los pobres al mismo
Jesucristo (cf. Mt.25,35-40). No olvidemos que “la Iglesia abraza a todos
los afligidos por la debilidad humana, más aún reconoce en los pobres y en
los que sufren la imagen de su Fundador pobre y paciente, se esfuerza en
aliviar sus necesidades y pretende servir en ellos a Cristo” (LG 8).
* Leamos y meditemos las Sagradas Escrituras porque ellas hablan
de Jesucristo y en ellas escuchamos su Palabra. No olvidemos lo que decía
San Jerónimo: “desconocer las Escrituras es desconocer a Jesucristo”. El
Concilio Vaticano II enseña: “no olviden que debe acompañar la oración a
la lectura de la Sagrada Escritura para que se entable el diálogo entre Dios
y el hombre; porque “a Él hablamos cuando oramos, y a Él oímos cuando
leemos las palabras divinas” (DV 25). «La Sagrada Escritura es la palabra
de Dios, en cuanto escrita por inspiración del Espíritu Santo. La tradición
recibe la palabra de Dios, encomendada por Cristo y el Espíritu Santo a los
apóstoles, y la transmite íntegra a los sucesores, para que ellos, iluminados
por el Espíritu de la verdad, la conserven, la expongan y la difundan
fielmente en su predicación» (DV 9).
* La “Lectio divina”. A todos os aconsejo que os iniciéis en la
“Lectio divina” o “lectura orante de la Palabra de Dios”, que nos ayuda
a dar el paso del texto bíblico a la vida, es la hermenéutica existencial de la
Sagrada Escritura, gracias a la cual podemos llenar la distancia entre
espiritualidad y cotidianeidad, entre fe y vida”. Esta “Lectio divina” tiene
que “ayudarnos a cultivar un corazón dócil, sabio e inteligente para
discernir lo que viene de Dios y lo que, por el contrario, puede llevar lejos
de Él” (Papa Francisco: “Vultum Dei quaerere”, n.20).
* Hemos de poner en obra esta palabra escuchada: “Poned por obra
la Palabra y no os contentéis sólo con oírla, engañándoos a vosotros
mismos. Porque si alguno se contenta con oír la palabra sin ponerla por
obra, ese se parece al que contempla su imagen en un espejo: se contempla,
pero al darse la vuelta, se olvida de cómo es” (Sant.1,22-23). El mismo
Jesús nos dice: “El que escuche estas palabras mías y las ponga en práctica
se parece al hombre prudente que edificó su casa sobre roca…”
2.-Acojamos la Palabra de Dios con la fe
¿Qué debemos hacer cuando leemos o escuchamos la Palabra de
Dios? El Concilio Vaticano II enseña que “cuando Dios revela hay que
prestarle la obediencia de la fe (Rm.16,26; cf. Rm.1,5; 2Cort.10,5-6) por
la que el hombre se confía libre y totalmente a Dios, prestando “a Dios
revelador el homenaje del entendimiento y de la voluntad”, y asintiendo
voluntariamente a la revelación hecha por Él” (DV 5).
“Sin la fe es imposible agradar a Dios, pues el que se acerca a Dios
ha de creer que existe y que recompensa a los que le buscan” (Heb.11,9).
Dios toma la iniciativa y sale al encuentro de cada uno. La gracia de
Dios nos precede y acompaña en el camino de la fe y en el mismo corazón
de la fe. Para mantenernos en la fe y en el amor es necesario mantener fijos
nuestros ojos y nuestra mirada en Cristo “manso y humilde de corazón”
(Mt.11,29).
No olvidemos que “el núcleo de la crisis de la Iglesia en Europa es
la crisis de la fe. Si no encontramos una respuesta para ella, si la fe no
adquiere una nueva vitalidad, con una convicción profunda y una fuerza
real, gracias al encuentro con Jesucristo, todas las demás reformas serán
ineficaces” (Benedicto XVI, Discurso a la Curia romana, 22-XII-2011).
3.- Renovemos y purifiquemos la fe.
Este tiempo sinodal, que vivimos por gracia de Dios en nuestra
Diócesis de Coria-Cáceres, ha de ser para todos “un tiempo de especial
reflexión y redescubrimiento de la fe” (Porta fidei, 4). Para ello es
necesario:
* “Redescubrir el camino de la fe para iluminar de manera cada
vez más clara la alegría y el entusiasmo renovado del encuentro con Cristo”
(PF 2).
* “Redescubrir los contenidos de la fe profesada, celebrada, vivida
y rezada, y reflexionar sobre el mismo acto con el que se cree, es un
compromiso que todo creyente debe hacer propio” (PF, 9).
* Busquemos al Señor que es “la clave, el centro y el fin de toda la
historia humana” (GS 10). ¡Dichoso el que en el desierto de la vida
encuentra a Cristo, manantial del agua que apaga la sed para siempre!
En medio de las dificultades y problemas que podamos encontrar,
el Papa Benedicto XVI nos invita a renovar nuestra fe en el Señor: “a
partir de esta experiencia de desierto, de este vacío, podemos nuevamente
descubrir la alegría del creer, su importancia vital para nosotros, hombres y
mujeres. En el desierto se descubre el valor de aquello que es esencial para
vivir” (Homilía en la Misa de Apertura del Año de la fe; Roma, 11-X-
2012).
Si no se renueva la fe, las demás reformas en la Iglesia se quedan
vacías e ineficaces. Por eso, fortalezcamos nuestra fe ante la increencia, el
ateísmo, el agnosticismo, el relativismo…que existen en nuestra sociedad
y realicemos la nueva evangelización (PF 7-9). No dejemos que la sal se
vuelva sosa porque así pierde toda su eficacia. No apaguemos la luz ni la
pongamos debajo del celemín, sino en la mesa para que alumbre a todos
(cf. Mt.5,13-16).
Una fe que no se forma, que no se celebra, que no se vive, que no se
transmite…es una fe que tarde o temprano se pierde.
4.- Confesemos la fe en su integridad y profesemos
públicamente la fe
Confesemos cada uno la fe en la plenitud de sus contenidos. En
efecto “el conocimiento de los contenidos de la fe es esencial para dar el
propio asentimiento, es decir, para adherirse con la inteligencia y la
voluntad a lo que propone la Iglesia” (PF, 10)
Profesemos la fe. Junto a la confesión de la fe, hemos de estar
siempre dispuestos a profesar la fe de forma pública y sincera. En efecto,
“el cristiano no puede pensar nunca que creer es un hecho privado…La fe,
precisamente porque es un acto de la libertad, exige también la
responsabilidad social de lo que se cree… de anunciar a todos sin temor la
propia fe” (PF. 10)Ante una crisis profunda de la fe existente en nuestra
sociedad, no pocos hombres y mujeres de nuestro tiempo ignoran cómo
posicionarse ante el ateísmo, el laicismo, el agnosticismo, y se sienten
confusos; necesitan ayuda, acompañamiento, orientación... Por ello, es
necesario que los creyentes sintamos la responsabilidad de ayudarles a
perseverar en la fe en medio de estas situaciones y dificultades.
5.- La fe y la caridad
“La fe actúa por medio de la caridad” (Gál.5,6).
“La fe sin obras es una fe muerta” (cf. Sant. 2,14-18).
Este domingo ha de ser para todos una buena oportunidad para poner
de relieve e intensificar el testimonio de la caridad por parte de todos los
cristianos. Las obras de la caridad son las que manifiesten la autenticidad y
vitalidad de nuestra fe. La fe auténtica se manifiesta en las obras de amor a
los hermanos. Desde los empobrecidos de la tierra, desde los golpeados por
el mundo, Dios nos está llamando todos los días para socorrer, ayudar,
liberar a estos hombres y mujeres sufrientes.
La realización de este servicio a los necesitados no dejará de
interpelar a quienes no son cristianos. Pablo VI dijo a este respecto que “a
través de este testimonio (…) estos cristianos hacen plantearse a quienes
contemplan su vida, interrogantes irresistibles: ¿por qué son así? ¿por qué
viven de esta manera? ¿qué es o quién es el que los inspira? ¿por qué están
con nosotros?” (EN 21).
La fe sin la caridad no da fruto, y la caridad sin la fe sería un
sentimiento constantemente a merced de la duda. La fe y el amor se
necesitan mutuamente, de modo que una permite a la otra seguir su camino
(cf. Mt.25,40).
La crisis actual es persistente y hace sufrir a muchos seres humanos.
Nuestra Iglesia diocesana debe seguir esforzándose en ayudar a los más
necesitados. “La Iglesia debe obrar, bien sea luchando por la justicia,
cuando la pobreza sea fruto de la injusticia, bien tratando de curar las
llagas de los pobres y denunciando las causas que las producen, tanto
personales como sociales, y, en todo caso, exigiendo y promoviendo la
dignidad trascendente de la persona humana” (Conferencia Episcopal
Española: “la Caridad en la vida de la Iglesia”, noviembre, 1993).
Potenciemos nuestras Cáritas parroquiales, arciprestales y
diocesana como organismo oficial de la Iglesia para la acción caritativa y
social. Coordinemos las ayudas y mantengamos nuestros proyectos en
favor de los más débiles. “El amor de Cristo nos urge”.
Jesús, que ha nacido en Belén, curará nuestras heridas, cambiará
nuestras mentes y corazones y nos ayudará a realizar, como Él lo hizo, el
servicio del Buen Samaritano. Todos podemos y debemos hacer, sostenidos
por la gracia divina, que nuestra Iglesia Particular sea cada día más una
Iglesia Samaritana.
5.- Sigamos las huellas de los testigos de la fe.
Contemplemos a los testigos de la fe. El autor de la carta a los
Hebreos nos dice: “Por tanto, también nosotros, teniendo en torno nuestro
tan gran nube de testigos, sacudamos todo lastre y el pecado que nos
asedia, y corramos con fortaleza la prueba que se nos propone, fijos los
ojos en Jesús, el que inicia y consuma la fe” (Heb.12,1-2a).
Con profunda emoción y agradecimiento a Dios contemplemos a los
testigos de la fe que nos han precedido en la vida y que nos acompañan
ahora; ellos son para nosotros ejemplos de fe en el Señor.
Descubramos a estos testigos dejándonos interpelar, ayudar, alentar por
ellos en el camino de nuestra fe:
- Por la fe, María acogió la palabra del ángel y creyó en el anuncio
de que sería la Madre de Dios en la obediencia de su entrega (cf. Lc.1,38).
En la visita a Isabel entonó su canto de alabanza al Omnipotente por las
maravillas que hace en quienes se encomiendan a Él (cf. Lc.1,46-55). Con
gozo y temblor dio a luz a su único hijo, manteniendo intacta su virginidad
(cf. Lc.2,6-7). Confiada en su esposo José, llevó a Jesús a Egipto para
salvarlo de la persecución de Herodes (cf. Mt.2,13-15). Con la misma fe
siguió al Señor en su predicación y permaneció con Él hasta el Calvario (cf.
Jn.19,25-27). Con fe, María saboreó los frutos de la resurrección de Jesús
y, guardando todos los recuerdos en su corazón (cf. Lc.2,19.51), los
transmitió a los Doce, reunidos con ella en el cenáculo para recibir al
Espíritu Santo (cf. Hech.1,14; 2,1-4).
- Los Apóstoles dejaron todo para seguir a Jesús (cf. Mt.10,28).
Creyeron en Él y en sus palabras y vivieron en comunión de vida con Él.
Fueron por el mundo anunciando a Jesucristo a toda criatura (Mc.16,15)
- Los discípulos de Jesús formaron la primera comunidad cristiana
reunida en torno a la enseñanza de los Apóstoles, a la oración, a la
Eucaristía, poniendo todos en común sus bienes para socorrer a los
necesitados (Hech. 2,42-47).
- Los mártires entregaron su vida como supremo testimonio de la
verdad del Evangelio y de su propia fe.
- Hombres y mujeres de todos los tiempos han consagrado sus vidas
al Señor, dejándolo todo para seguirlo con fe y amor por la senda de las
bienaventuranzas.
Muchos han trabajado en favor de la justicia, de la paz, de la libertad
para hacer un mundo más justo, más fraterno y más conforme con los
designios de Dios.
Muchos cristianos han vivido el matrimonio, la familia, la profesión…
en conformidad con los mandamientos de Dios y han sido testigos de Dios
También nosotros vivimos por la fe: para el reconocimiento vivo del
Señor Jesús, presente en nuestras vidas y en la historia” (PF. n.13).
6.- Transmitamos la fe a las nuevas generaciones
Pablo VI nos dijo: “Tácitamente o a grandes gritos, pero siempre
con fuerza, se nos pregunta: ¿Creéis verdaderamente en lo que anunciáis?
¿Vivís lo que creéis? ¿Predicáis verdaderamente lo que vivís? Hoy más que
nunca el testimonio de vida se ha convertido en una condición esencial con
vistas a una eficacia real de la predicación. Sin andar con rodeos, podemos
decir que, en cierta medida, nos hacemos responsables del evangelio que
proclamamos” (EN 76).
7.- La nueva evangelización.
El Señor nos envía al mundo a predicar el evangelio: “id al mundo
y haced discípulos míos a todas las gentes…” (Mt.28,19-20). Por eso
hemos de comprometernos “a favor de una nueva evangelización que
ayude a redescubrir la alegría de creer y a volver a encontrar el entusiasmo
de comunicar la fe”; “hoy es necesario un compromiso eclesial más
convencido a favor de una nueva evangelización, para redescubrir la alegría
de creer y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe” (PF. 7).
Queridos hermanos y hermanas: que el Espíritu Santo nos aliente
en esta hermosa misión para que anunciemos el Evangelio de forma creíble
y alegre, con el fervor de los santos, con nuevo ardor, con nuevos métodos
y expresiones, a nuestros hermanos y hermanas.
Ayudemos a todos los creyentes en Cristo “a que su adhesión al
Evangelio sea más consciente y vigorosa, sobre todo en un momento de
profundo cambio como el que la humanidad está viviendo” (PF 8).
Invitemos al hombre y a la mujer actuales a descubrir la necesidad
de volver al “pozo” para encontrarse con el Señor y escucharlo, para creer
en Él y amarlo, para seguirlo e imitarlo.
Terminamos. Unidos en el Señor.
Cáceres. 26 de septiembre de 2016
Florentino Muñoz Muñoz
JUBILEO EXTRAORDINARIO DE LA MISERICORDIA
JUBILEO DE LOS CATEQUISTAS
HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO
Plaza de San Pedro Domingo 25 de septiembre de 2016
El Apóstol Pablo, en la segunda lectura, dirige a Timoteo, y también a nosotros, algunas recomendaciones muy importantes para él. Entre otras, pide que se guarde «el mandamiento sin mancha ni reproche» (1 Tm 6,14). Habla sencillamente de un
mandamiento. Parece que quiere que tengamos nuestros ojos fijos en lo que es esencial para la fe. San Pablo, en efecto, no recomienda una gran cantidad de puntos y aspectos, sino que subraya el centro de la fe. Este centro, alrededor del cual gira todo,
este corazón que late y da vida a todo es el anuncio pascual, el primer anuncio: el Señor Jesús ha resucitado, el Señor Jesús te ama, ha dado su vida por ti; resucitado y
vivo, está a tu lado y te espera todos los días. Nunca debemos olvidarlo. En este Jubileo de los catequistas, se nos pide que no dejemos de poner por encima de todo el
anuncio principal de la fe: el Señor ha resucitado. No hay un contenido más importante, nada es más sólido y actual. Cada aspecto de la fe es hermoso si
permanece unido a este centro, si está permeado por el anuncio pascual. En cambio, si se le aísla, pierde sentido y fuerza. Estamos llamados a vivir y a anunciar la novedad del amor del Señor: «Jesús te ama de verdad, tal y como eres. Déjale entrar: a pesar
de las decepciones y heridas de la vida, dale la posibilidad de amarte. No te defraudará».
El mandamiento del que habla san Pablo nos lleva a pensar también en el mandamiento nuevo de Jesús: «Que os améis unos a otros como yo os he amado» (Jn
15,12). A Dios-Amor se le anuncia amando: no a fuerza de convencer, nunca imponiendo la verdad, ni mucho menos aferrándose con rigidez a alguna obligación
religiosa o moral. A Dios se le anuncia encontrando a las personas, teniendo en cuenta su historia y su camino. El Señor no es una idea, sino una persona viva: su mensaje
llega a través del testimonio sencillo y veraz, con la escucha y la acogida, con la alegría que se difunde. No se anuncia bien a Jesús cuando se está triste; tampoco se
transmite la belleza de Dios haciendo sólo bonitos sermones. Al Dios de la esperanza se le anuncia viviendo hoy el Evangelio de la caridad, sin miedo a dar testimonio de él
incluso con nuevas formas de anuncio.
El Evangelio de este domingo nos ayuda a entender qué significa amar, sobre todo a evitar algunos peligros. En la parábola se habla de un hombre rico que no se fija en Lázaro, un pobre que «estaba echado a su puerta» (Lc 16,20). El rico, en verdad, no
hace daño a nadie, no se dice que sea malo. Sin embargo, tiene una enfermedad peor que la de Lázaro, que estaba «cubierto de llagas» (ibíd.): este rico sufre una fuerte
ceguera, porque no es capaz de ver más allá de su mundo, hecho de banquetes y ricos vestidos. No ve más allá de la puerta de su casa, donde yace Lázaro, porque no le
importa lo que sucede fuera. No ve con los ojos porque no siente con el corazón. En su
corazón ha entrado la mundanidad que adormece el alma. La mundanidad es como un «agujero negro» que engulle el bien, que apaga el amor, porque lo devora todo en el
propio yo. Entonces se ve sólo la apariencia y no se fija en los demás, porque se vuelve indiferente a todo. Quien sufre esta grave ceguera adopta con frecuencia un comportamiento «estrábico»: mira con deferencia a las personas famosas, de alto nivel, admiradas por el mundo, y aparta la vista de tantos Lázaros de ahora, de los
pobres y los que sufren, que son los predilectos del Señor.
Pero el Señor mira a los que el mundo abandona y descarta. Lázaro es el único personaje de las parábolas de Jesús al que se le llama por su nombre. Su nombre
significa «Dios ayuda». Dios no lo olvida, lo acogerá en el banquete de su Reino, junto con Abraham, en una profunda comunión de afectos. El hombre rico, en cambio, no tiene siquiera un nombre en la parábola; su vida cae en el olvido, porque el que vive para sí no construye la historia. Y un cristiano debe construir la historia. Debe salir de
sí mismo para construir la historia. Quien vive para sí no construye la historia. La insensibilidad de hoy abre abismos infranqueables para siempre. Y nosotros hemos caído, en este mundo, en este momento, en la enfermedad de la indiferencia, del
egoísmo, de la mundanidad.
En la parábola vemos otro aspecto, un contraste. La vida de este hombre sin nombre se describe como opulenta y presuntuosa: es una continua reivindicación de
necesidades y derechos. Incluso después de la muerte insiste para que lo ayuden y pretende su interés. La pobreza de Lázaro, sin embargo, se manifiesta con gran
dignidad: de su boca no salen lamentos, protestas o palabras despectivas. Es una valiosa lección: como servidores de la palabra de Jesús, estamos llamados a no hacer
alarde de apariencia y a no buscar la gloria; ni tampoco podemos estar tristes y disgustados. No somos profetas de desgracias que se complacen en denunciar peligros o extravíos; no somos personas que se atrincheran en su ambiente, lanzando juicios
amargos contra la sociedad, la Iglesia, contra todo y todos, contaminando el mundo de negatividad. El escepticismo quejoso no es propio de quien tiene familiaridad con la
Palabra de Dios.
El que proclama la esperanza de Jesús es portador de alegría y sabe ver más lejos, tiene horizontes, no tiene un muro que lo encierra; ve más lejos porque sabe mirar más allá del mal y de los problemas. Al mismo tiempo, ve bien de cerca, pues está atento al prójimo y a sus necesidades. El Señor nos lo pide hoy: ante los muchos
Lázaros que vemos, estamos llamados a inquietarnos, a buscar caminos para encontrar y ayudar, sin delegar siempre en otros o decir: «Te ayudaré mañana, hoy no tengo tiempo, te ayudaré mañana». Y esto es un pecado. El tiempo para ayudar es tiempo
regalado a Jesús, es amor que permanece: es nuestro tesoro en el cielo, que nos ganamos aquí en la tierra.
En conclusión, queridos catequistas y queridos hermanos y hermanas, que el Señor nos conceda la gracia de vernos renovados cada día por la alegría del primer anuncio:
Jesús ha muerto y resucitado, Jesús nos ama personalmente. Que nos dé la fuerza para vivir y anunciar el mandamiento del amor, superando la ceguera de la apariencia
y las tristezas del mundo. Que nos vuelva sensibles a los pobres, que no son un apéndice del Evangelio, sino una página central, siempre abierta a todos.
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CURSO 2016-2017
CURSO DE FORMACIÓN COFRADE
OBJETIVO DEL CURSO:
Formar a los componentes de nuestras Hermandades y Cofradías en el
conocimiento de sus valores religiosos, humanos e histórico-culturales,
intentando sensibilizarlos sobre la importancia y el sentido que tiene la
pertenencia a una Cofradía en el tiempo en que vivimos. Concienciar a
nuestros cofrades sobre la importancia de la formación cristiana en la vida
personal y corporativa, así como de la pertenencia a la Iglesia, asumiendo
las responsabilidades, los compromisos y tareas que de ello se deriva.
PARTICIPANTES:
Podrán inscribirse todas las personas que reúnan los siguientes requisitos
-Tener cumplidos los 16 años de edad.
-Pertenecer a alguna Hermandad o Cofradía de nuestra Diócesis
-Cualquier cristiano que tenga interés por la formación cristiana y cofrade.
DURACIÓN DEL CURSO:
La duración del curso será del 17 de Octubre de 2016 al 27 de febrero de
2017 en horario de 20,00h. a 20,45h. y de 21,00h. a 21,45h., todos los
lunes, excepto puentes y festivos.
LUGAR DE CELEBRACIÓN DE LAS CLASES:
Centro “Agora Francesco”, junto a la Iglesia de Santo Domingo, Cáceres.
Los cursos se podrán hacer también a través de Internet(On-Line) previa
inscripción y solicitud..
Al finalizar el curso, en días que se anunciaran, se impartirán conferencias.
CERTIFICACIÓN:
Al finalizar el curso se entregará un certificado de asistencia al mismo
expedido por la Escuela Diocesana de Formación Cofrade, firmado por el
Sr. Obispo y el Director de la Escuela.
Por Internet: [email protected]
Director: Luis Arroyo Sáez [email protected]
Secretario: Ignacio Arjona Hdez. [email protected]
Tfno: 615114198
.-.-.-.-.-.-.-.-.
CURSO DE FORMACIÓN COFRADE 2016-2017
Primer trimestre
Asignatura: COFRADÍAS Y MEDIOS DE COMUNICACIÓN
Profesor: Dª Lorena Jorna Boticario
Asignatura: LA IGLESIA QUE QUIERE EL PAPA FRANCISCO
Profesor: D. Florentino Muñoz Muñoz
Asignatura: COFRADÍAS Y ADMINISTRACIÓN DE LA DIOCESIS
Profesor: D. Ginés Rubio Lacoba
Asignatura: ESPIRITUALIDAD EN LA VIDA COFRADE
Profesor: Dn. Joaquín Zurera
Segundo Trimestre
Asignatura: REPERCUSIÓN DE LA SEMANA SANTA EN LA SOCIEDAD CACEREÑA
Profesor: D. Santos Benítez Floriano
Asignatura: HISTORIA DE LA DIOCESIS DE CORIA-CACERES
Profesor: D. José Manuel Martín Cisneros
Asignatura: ESPIRITUALIDAD EN LA VIDA COFRADE
Profesor: Dª Joaquín Zurera
Nota; Don Manuel Femia nos dará este trimestre cuatro
charlas sobre temas relacionados con el mundo cofrade,
sentimiento cristiano y crecimiento personal basados en valores
espirituales y humanos.
COMUNICADO DE LA ESCUELA
Dada la importancia que tendrán algunas clases cuyos
temas tratarán sobre el estado de las cuentas de las cofradías,
sobre los documentos a presentar en los distintos estamentos y
los nuevos trámites que ahora nos exigen hacer y seguir, y dado
que nuestras cuentas han de pasar la auditoría ya anunciada,
creemos de máximo interés que los tesoreros o administradores
de las distintas cofradía se matriculasen y siguieran el curso de
Formación Cofrade o bien presencialmente o por vía On-Line.
También recordamos lo que dice el Estatuto Marco sobre
la obligación que tienen los cargos principales de las cofradías
de cursar al menos dos años en la Escuela Diocesana de
Formación Cofrade, como así también indica, aconseja, impulsa y
desea nuestro Obispo Don Francisco.