seminario de inducción a la orden del temple y la

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Seminario de Inducción a la Orden del Temple y la Caballería Asamblea Templaria Iberoamericana Ordre Souverain et Militaire du Temple de Jerusalem Nivel I, Segunda Parte, Unidad 7 SEGUNDA PARTE: “HISTORIA DE LA ORDEN DEL TEMPLE, de 1118 a 1314” Creemos que a esta altura, luego de haber estudiado los principios y espíritu de la Caballería Cristiana, estamos ya en condiciones de abordar propiamente el estudio histórico de la Orden del Temple. Veremos el nacimiento, auge y muerte del Temple medieval. Su renacimiento, su triunfo por sobre las tinieblas y la muerte, será objeto de la Tercera Parte. Los textos proporcionados son de riguroso carácter histórico-científico.

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Page 1: Seminario de Inducción a la Orden del Temple y la

Seminario de Inducción a la Orden del Temple y la Caballería

Asamblea Templaria Iberoamericana

Ordre Souverain et Militaire du Temple de Jerusalem

Nivel I, Segunda Parte, Unidad 7

SEGUNDA PARTE:

“HISTORIA DE LA ORDEN DEL TEMPLE, de 1118 a 1314”

Creemos que a esta altura, luego de haber estudiado los principios y espíritu de la

Caballería Cristiana, estamos ya en condiciones de abordar propiamente el estudio

histórico de la Orden del Temple.

Veremos el nacimiento, auge y muerte del Temple medieval.

Su renacimiento, su triunfo por sobre las tinieblas y la muerte, será objeto de la Tercera

Parte. Los textos proporcionados son de riguroso carácter histórico-científico.

Page 2: Seminario de Inducción a la Orden del Temple y la

Todas las unidades que integran la Segunda Parte corresponden a textos redactados

por Fr+ Horacio Amadeo Della Torre, q.e.p.d., quien fue un gran maestro en todo

sentido, que además de formar con la palabra y la pluma, lo hizo con el ejemplo.

Hemos evitado deliberadamente tratar temas referentes al la tradición esotérica que se

le ha adjudicado al Temple.

Creemos que es totalmente necesario estar primero anclado en lo comprobable para

luego iniciar el estudio de lo trascendente, iniciático o hermético.

Por esa razón hemos denominado a este Seminario de “Introducción”; pretendemos dar

las armas necesarias para que el cursante se pueda defender de tanta mentira que fue

escrita sobre la Orden.

El legado iniciático templario se trata de un campo lleno de claroscuros, donde se

esconden muy imaginativos autores.

Por otro lado, tales temas, serán presentados en los Niveles II y III del Curso Templario,

los cuales están reservados a Sargentos y Caballeros Templarios.

Asamblea Templaria Iberoamericana

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Unidad 7:

San Agustín

Siglo IV

Pueden considerarse a San Agustín (Siglo IV) y a San Benito de Nursia -Palermo-, del

Siglo VI, como a los fundadores de las Ordenes Monacales.

El primero de ellos, Aurelius Augustinus; nacio en Tagaste, hoy Suq Ahras, actual

Argelia, en el año 354 - Hipona, y murio en el año 430. Teólogo latino. Hijo de un pagano,

Patricio, y de una cristiana, Mónica, San Agustín inició su formación en su ciudad natal

y estudió retórica en Madauro.

Su primera lectura de las Escrituras le decepcionó y acentuó su desconfianza hacia una

fe impuesta y no fundada en la razón. Su preocupación por el problema del mal, que lo

acompañaría toda su vida, fue determinante en su adhesión al maniqueísmo. Dedicado

a la difusión de esa doctrina, profesó la elocuencia en Cartago (374-383), Roma (383) y

Milán (384).

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La lectura de los neoplatónicos, probablemente de Plotino, debilitó las convicciones maniqueístas de San Agustín y modificó su concepción de la esencia divina y de la naturaleza del mal. A partir de la idea de que «Dios es luz, sustancia espiritual de la que todo depende y que no depende de nada», comprendió que las cosas, estando necesariamente subordinadas a Dios, derivan todo su ser de Él, de manera que el mal sólo puede ser entendido como pérdida de un bien, como ausencia o no-ser, en ningún caso como sustancia.

La convicción de haber recibido una señal divina lo decidió a retirarse con su madre, su hijo y sus discípulos a la casa de su amigo Verecundo, en Lombardía, donde San Agustín escribió sus primeras obras. En 387 se hizo bautizar por San Ambrosio, luego de escuchar sus sermones y se consagró definitivamente al servicio de Dios. En Roma vivió un éxtasis compartido con su madre, Mónica, que murió poco después.

Tras una juventud licenciosa, Agustín luchó denodadamente contra sí mismo para

vender los instintos bajos.

Es célebre su pedido:

“Concédeme (Dios) castidad y continencia, pero no todavía”.

Hasta que una tarde, y ya pasados los treinta, oyó una voz como de un niño que le

decía: “toma y lee, toma y lee”. Abrió al azar las escrituras cayendo justo en una Epístola

de San Pablo a los romanos:

“Andemos con decencia y honestidad, como se suele andar durante el día; no en

comilonas y borracheras, no en deshonestidades y disoluciones, no en

contiendas y envidias; más revestíos de Nuestro Señor Jesucristo, y no

busqueis cómo contentar los antojos de vuestra sensualidad”.

En 388 regresó definitivamente a África. En el 391 fue ordenado sacerdote en Hipona

por el anciano obispo Valerio, quien le encomendó la misión de predicar entre los fieles

la palabra de Dios, tarea que San Agustín cumplió con fervor y le valió gran renombre;

al propio tiempo, sostenía enconado combate contra las herejías y los cismas que

amenazaban a la ortodoxia católica, reflejado en las controversias que mantuvo con

maniqueos, pelagianos, donatistas y paganos.

Viviendo en comunidades monásticas para las que escribió una regla, regla que como

veremos fue la que básicamente adoptó el Temple en sus inicios. Asimismo, la teoría

Agustina de la guerra justa fue la que se usó para defender la teoría de la lucha de las

cruzadas. Los monjes (de mono, solo) adoptaban los tres votos clásicos: pobreza,

castidad, y obediencia.

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REGLA DE SAN AGUSTIN:

Agustín es bien conocido como incansable buscador de la verdad, como convertido, obispo y teólogo. En cambio no lo es tanto en su calidad de monje. Y sin embargo, sólo podremos comprender plenamente su personalidad si tenemos en cuenta que su solo deseo después de la conversión consistió en ser un siervo de Dios, en una palabra, un monje. En cuanto sacerdote y hasta como obispo vivió una vida monástica. Es más, al escribir la Regla monástica más antigua de Occidente, todavía en vigor hoy día, ejerció una enorme influencia sobre el ideal cristiano de la vida religiosa. Escribió la Regla hacia

el 397. Para entonces ya había tenido alguna experiencia de la vida religiosa. Su primera fundación tuvo lugar en Tagaste en el 388. Siendo ya sacerdote fundó en Hipona un monasterio para hermanos no clérigos en el 391. Al ser consagrado obispo estableció en su casa episcopal de Hipona un monasterio para clérigos por los años de 395-396. Allí es donde escribió su Regla claramente destinada a una comunidad no clerical que debió abandonar al ser nombrado obispo.

La Regla es un conjunto de densos principios inspiradores, un resumen de las enseñanzas de viva voz dadas por él a sus antiguos compañeros, privados ahora de su presencia. El propósito de los mandatos dados en la Regla es el crear una vida común fundamentada en el amor y la armonía entre los miembros del monasterio. El ideal de Agustín era la primera comunidad cristiana de Jerusalén, tal como la describen los Hechos de los Apóstoles 4, 32:

"La multitud de los creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola alma. Nadie llamaba suyos a sus bienes, sino que todo era común entre ellos".

Agustín intentaba revivir este ideal como de importancia capital para su tiempo y lo vio como la mayor contribución para promover el Reino de Dios en el mundo.

La estructura de la Regla muestra a las claras la preocupación primordial de Agustín:

edificar una vida común real y atractiva, cultivar unas excelentes relaciones interpersonales. Esta unidad, sin embargo, debería tener a Dios como centro, pues la unanimidad como tal no basta para hacer de un grupo una comunidad religiosa. Su carácter religioso depende precisamente de que los miembros se dirigen juntos hacia Dios. Una vida así abarca la totalidad de la concreta existencia humana: compartir unos con otros la fe, la esperanza, los afectos, los ideales, los pensamientos, las actividades, las responsabilidades, las limitaciones, los fallos y hasta los pecados. Tal ideal fundamental lo presenta en el capítulo 1: unidos, alma y corazón, tendiendo hacia Dios, y manifestado en ese compartir tanto o material como lo espiritual, todo condimentado con la humildad como condición necesaria para el amor.

Podemos considerar la Regla de Agustín como una llamada a la igualdad de todos ante

el Evangelio. Expresa la cristiana exigencia de llevar a todos, hombres y mujeres, a una

plena comunidad. Al mismo tiempo resuena como una protesta contra la desigualdad

en una sociedad abiertamente caracterizada por el afán de poseer, el orgullo y el poder.

Por tanto, según Agustín, la comunidad monástica debe ofrecer una alternativa aunando

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esfuerzos por implantar una comunidad motivada por el amor y la amistad. En este

sentido la Regla ofrece una denuncia social.

San Agustín no fue ciertamente el creador de la doctrina de la guerra justa como se ha

afirmado en ocasiones pero sí fue uno de los primeros teólogos que intentó conciliar las

enseñanzas de Jesús con la defensa de un imperio que en buena medida era pagano y

que intentaba sobrevivir al asalto de bárbaros no pocas veces de sanguinarios. La

síntesis agustiniana – presente también en Ambrosio de Milán y otros padres – admitía

el pacifismo privado (todos debemos perdonar a los que nos ofenden y orar por nuestros

enemigos), aceptaba el pacifismo total de unos pocos (los monjes llamados a seguir el

camino de perfección, por ejemplo) pero indicaba que el imperio no podía incorporar ese

punto de vista como política pública y que su defensa era lícita. Aún más, los cristianos

debían contribuir a ella como buenos ciudadanos.

El origen de la pobreza como virtud, por ende voluntaria, puede encontrarse en la

prédica permanente de Jesús, a través de los Evangelios, tanto canónicos como

Apócrifos.

La adopción del celibato data de los primeros cristianos, posiblemente basada en las

sectas esenias y fue ciertamente un cambio respecto de las enseñanzas judías basadas

en “creced y multiplicaos”. Desde San Pablo, aunque no se condenaba al matrimonio,

se consideró un estado superior al celibato desde que el monje se liberaba de las

preocupaciones familiares para atender sólo a los asuntos de Dios. El Voto de

obediencia parece ser debido a Pachomius (286-346).

San Benito de Nursia -Palermo-, del Siglo VI

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Benito de Nursia, nació alrededor del año 480 en el sur de Roma

Nace en la comarca de Nursia, en la zona de Sabina alrededor del año 480, de familia

distinguida. Tiene al menos una hermana gemela, según la tradición, llamada Es-

colástica.

Los Ostrogodos invaden y se establecen en Italia en el año 492 y su rey, Teodorico,

intenta rehacer el orden, el comercio y la paz.

Es enviado a Roma en el año 496, bajo la protección de su nodriza, para estudiar

Gramática y probablemente Derecho. Queda defraudado por el ambiente vicioso que

domina entre los estudiantes advenedizos.

A la muerte del Papa Atanasio II en el año 498, conoce las divisiones entre los dos

candidatos a sucederle: Símaco, elegido por el clero romano, y Lorenzo, antipapa

elegido por influencia de los bizantinos.

En el año 502 abandona los estudios y se retira a la soledad de Subiaco, después de

despedir a su nodriza y cuidadora. El monje Román le facilita el hábito y le proporciona

alimento en la gruta en la que se refugia durante tres años.

Posteriormente, en el año 505 se le juntan diversos eremitas, a los que edifica y

adoctrina en el espíritu de su estado. Es obligado a ser Abad de un Monasterio cercano.

Sus exigencias de ascesis le enajenan la voluntad de los cenobitas, que intentan

envenenarle. Vuelve a la soledad. Con los eremitas seguidores y con el estilo de los

solitarios de San Pacomio, organiza doce monasterios con doce cenobitas cada uno.

Pasa los años en la oración y animación de los monjes.

Debido a las persecuciones del sacerdote Florencio contra él y sus monjes en el año

529, se ven en la necesidad de abandonar Subiaco. Se instala en el Monte Cassinum,

antigua ciudadela etrusca y romana. Establece el primer monasterio sobre aquellas

ruinas, llamado Montecasino2 y se dedica también a las necesidades de la gente de la

zona, repartiendo limosnas y alimentos.

Monasterio de Monte Casino

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Se cree que durante el año 530, redacta la Regla de los monjes, bajo el espíritu del

trabajo y de la oración: “Ora et Labora” será el lema milenario que la inspira.

Posteriormente se desencadena la guerra de Justiniano I contra los Ostrogodos. Abun-

da el hambre y la peste. El monasterio socorre a muchos mendigos y acoge a nuevos

monjes. Se junta con él su hermana Escolástica, para fundar el monasterio femenino

cerca de Montecassino.

También por esos años envía unos monjes a fundar Terracina.

Su fama se extiende enormemente y en el año 543 le visita el rey Ostrogodo Totila, que

intenta engañarle sobre su personalidad, pero a quien el santo descubre y le increpa

sus crueldades y profetiza su pronta muerte. Muchos nobles le confían sus hijos para

que los eduque. Son famosos los niños Mauro y Plácido.

El 10 de Febrero de 547 le visita su hermana para conversar espiritualmente. Ante su

negativa a prolongar la conversación, la hermana ora y se desencadena una tempestad.

Seis días después, ve el alma de su hermana subir al cielo y entierra su cuerpo en la

sepultura que tenía preparada para sí.

El 21 de Marzo del mismo año muere y es enterrado en otra sepultura que había ya

preparado.

REGLA DE SAN BENITO

Benito de Nursia escribió a principios del siglo VI una regla destinada a los monjes de los monasterios. Cuando le destinaron al norte de Italia como abad de un grupo de monjes, éstos no aceptaron la Regla y además hubo entre ellos un conato de conspiración para envenenarle. Benito se trasladó entonces al monte Cassino, al noroeste de Nápoles, donde fundó el monasterio que sería conocido más tarde como Montecassino. Allí le siguieron algunos jóvenes, formando una comunidad que acató y siguió la Regla, conocida por las generaciones futuras como Regula Sancti Benedicti, de 73 capítulos, algunos añadidos y modificados después por sus seguidores.

Esta regla benedictina será acogida por la mayoría de los monasterios fundados durante la Edad Media.

El principal mandato es el ora et labora (“trabajar es orar”), con una especial atención a la regulación del horario. Se tuvo muy en cuenta el aprovechamiento de la luz solar según las distintas estaciones del año, para conseguir un equilibrio entre el trabajo (generalmente trabajo agrario), la meditación, la oración y el sueño. Se ocupó San Benito de las cuestiones domésticas, los hábitos, la comida, bebida, etc. Una de las críticas que tuvo esta regla al principio fue la "falta de austeridad" pues no se refería en

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ningún capítulo al ascetismo puro sino que se imponían una serie de horas al trabajo, al estudio y a la lectura religiosa, además de la oración.

Cada monasterio debía tener una biblioteca y cada monje pluma y papel.

En suma, estableció la división del día en tres períodos: oración, estudio y trabajo

agrícola. Es probablemente la figura más importante del establecimiento del monacato

en Europa Occidental.

La regla daba autoridad de patriarca al abad del monasterio que al mismo tiempo tenía la obligación de consultar con el resto de la comunidad los temas más importantes. Los discípulos de Benito se encargaron de difundir la Regla por toda Europa y durante siglos (hasta la adopción de la regla de San Agustín por los premostratenses en el siglo XII y los dominicos en el siglo XIII), fue la única ordenanza a seguir por los distintos monasterios que se fueron fundando.

Siguiendo los preceptos, el hábito benedictino debía estar formado por una túnica y un escapulario, cubiertas ambas piezas por una capa con capucha. No se dice el color que deban llevar dichas prendas, aunque se cree que seguramente serían de la coloración de la lana sin teñir, que era lo más fácil en los primeros tiempos. Después, el color negro fue el predominante hasta que llegó la reforma de los cistercienses, que volvieron a adoptar el blanco; de ahí la diferencia que se hace entre monjes negros y monjes blancos, ambos descendientes y seguidores de la orden benedictina.

Carlomagno en el siglo VIII encargó una copia e invitó a seguir esta regla a todos los monasterios de su imperio. Dio orden de que los monjes se aprendiesen de memoria todos los capítulos para estar siempre listos a recitar cualquiera de ellos cuando así se lo demandasen.

El movimiento benedictino constituyó en el plano económico, un renacimiento de la

agricultura: el primer renacimiento agrícola realizado con éxito en Italia desde la

destrucción de la economía aldeana italiana en la Segunda Guerra Púnica. Y esa

revolución se produjo en forma auténtica, porque obró no como lo hace una ley o acción

estatal que actúa de arriba hacia abajo, “bajando” líneas directivas, sino que fue de abajo

hacia arriba, provocando la iniciativa del individuo al despertar su entusiasmo religioso.

A la orden benedictina, en los convulsionados primeros siglos -y también durante la IIª

Guerra Mundial- le cupo el importante papel de salvaguardar tesoros culturales de la

antigüedad, como todo el conocimiento de Pitágoras, Platón y Aristóteles, así como la

arquitectura con las piedras -románico-, la construcción de puentes -"pontífices"-, el

canto gregoriano, etc.

Tras el engrandecimiento, enriquecimiento y proliferación de monasterios benedictinos

en toda Europa, la orden había entrado en cierta decadencia producto de la prosperidad

obtenida y el sometimiento a la voluntad y demanda de las noblezas locales que influían

en el nombramiento de los abades (de abba, padre, en hebreo).

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Fue entonces cuando ocurrió la renovación en Francia.

En el año 911 el monje Bernon fundó un monasterio, Cluny, en unos terrenos cedidos

por Guillermo el Piadoso, duque de Aquitania (Borgoña), con la mentalidad de “expiar

sus pecados de juventud y asegurarse la salvación”.

El contexto en que surge este movimiento monástico es el de una iglesia que cree

reconocer en la dependencia que sufre a los poderes laicos la raíz de la corrupción que

la asola.

En ese momento un grupo de monjes de Cluny parecen ser el ejemplo que debe seguir

la Iglesia para despojarse de sus principales males.

Estos religiosos conviven independientes de todo poder civil y también religioso. Ni

siquiera los obispos tienen competencia sobre ellos. Al igual que los templarios años

después sólo reconocen al papado como su superior.

Cluny propicia la unión con los otros monasterios benedictinos que hasta entonces se

encontraban desperdigados haciendo cada uno la guerra por su lado.

A través de la centralización del poder, se organizan y estructuran llegando a alcanza a

fines del siglo XI unos 200 monasterios y 200 prioratos, todos ellos sometidos

únicamente al abad de Cluny y por supuesto a Roma.

Esto último junto con la política de acción que sigue la orden (atención a necesitados y

enfermos, a huérfanos, educación general y cristiana, apoyo a parroquias rurales...) la

sitúan como la mas importante e influyente del momento.

Su obra fue continuada por el Cister y los templarios.

Cluny pues realiza una aportación capital que es la idea de que todo religioso cristiano

sin importar su categoría en la escala eclesial debe obediencia al Papa.

Sin esta unidad de acción seria impensable la entusiasta acogida que tuvo en todo

Occidente la exhortación del papa Urbano que desencadenante de la era de las

cruzadas.

Para asegurar la dirección conventual, el Duque Guillermo puso al Cluny bajo la directa

protección del Papa romano a la par que restauraba en todo su rigor la vieja regla original

de Benito de Nursia.

Su segundo Abad, Odo, estableció la tradición cluniacense de monjes aristócratas pero

al mismo tiempo genuinamente humilde, astuto e inteligente pero devoto, instruido pero

también sencillo y siempre alegre y divertido.

Este origen noble, facilitaría en todo momento al Cluny un fluido contacto con reyes,

nobles y papas. Su influencia en el Cristianismo fue enorme, de seis papas monjes entre

1073 y 1119, tres procedían del Cluny.

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Monasterio del Cluny

La Orden Císterciense o del Císter es una orden benedictina que tuvo su origen en el

monasterio de Citeauxo Císter -Francia- y fue fundada en 1098 por Roberto de

Molesmes.

Cisterciense, proviene de la palabra latina Citeaux, lugar de la Borgoña francesa dónde

en el año 1098 se retiró el monje Roberto de Molesmes, perteneciente a la orden de

Cluny, para retomar la sencillez y humildad a la orden.

1 El monasterio existente en 1942 fue destruido por intenso bombardeo Norteamericano durante la

invasión aliada.

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San Roberto de Molesmes

Junto a una veintena de monjes, entre ellos Esteban Harding se dirigió al sur para volver

(nuevamente) a los preceptos originales de la regla benedictina. Cambiaron las largas

letanías por trabajo manual duro en su vida cotidiana.

Monasterio del Cister

La prosperidad y auge que experimentó la Orden de Cluny en las últimas décadas del siglo XI condujeron a la Orden a un progresivo relajamiento, fruto del inmediato

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enriquecimiento y de la ociosidad de sus propios miembros. Ocupados todos el día en el aparato externo de las funciones litúrgicas, los monjes negros descuidaron la vida interior y la adoración en espíritu.

Preocupados por disponer del mayor número posible de oficiantes, la Orden de Cluny abrió en exceso la mano a la hora de los ingresos de nuevos miembros, los cuales, tras dos o tres semanas de noviciado, eran nombrados miembros de pleno derecho, de tal forma que muchos de ellos no sabían leer ni escribir.

Las reacciones no tardaron en producirse. Así pues, antes de finalizado el siglo, apareció la primera intentona seria de reforma, con claro tinte anacoreta, a cargo de Roberto Arbrissel, que fundó la Congregación de Savigny, y de Guillermo de Vercelli, fundador de la abadía de Monte Vergine, aparte de otras muchas que, a título individual, buscaron en la soledad y en la pobreza externa el ideal evangélico perdido y abandonado. La culminación del movimiento llegó con la creación de la Orden del Císter y la obra de San Bernardo de Clairvaux, la cual actuó como puente de unión con el posterior advenimiento y eclosión definitiva de las órdenes mendicantes, ya en pleno siglo XII.

A la hora de hablar sobre la fundación del Císter, es obligado remitirse a un intento previo y preciso de reforma monástica: la fundación del monasterio de Molesmes, realizado por el monje Roberto, en el año 1075. En dicho monasterio, un grupo reducido de monjes concibió la idea de realizar, en los bosques de Citeaux, una fundación mejor planeada y con mejores resultados. Roberto de Molesmes, atraído por la vida solitaria y decepcionada por el relajamiento cluniacense, mantuvo firme la creencia en la vida

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ascética practicada dentro de la comunidad monástica como ideal de la vida religiosa perfecta.

Debido a su sinceridad y sentimiento religioso, el nuevo monasterio de Molesmes atrajo pronto a un buen número de seguidores y, con el grupo local de la nobleza, se convirtió en una de las abadías reformadas de más éxito de finales del siglo XI. Precisamente fue su gran éxito el culpable del relativo fracaso de la primera experiencia reformadora de Roberto, puesto que el reducido grupo de ermitaños que fundaron el monasterio se vio pronto sobrepasado numéricamente por las nuevas vocaciones, hasta el punto de que perdieron el control sobre la disciplina impuesta desde el principio. Molesmes comenzó a parecerse cada vez más a las restantes abadías prósperas de la vecindad.

En el otoño del año 1097, Roberto y cierto número de monjes, entre ellos su secretario inglés Esteban de Harding y Alberico (los dos siguientes abades principales del Císter) visitaron al arzobispo de Lyon, Hugo de Die, activo promotor de la reforma emprendida años antes por el papa Gregorio VII (1073-85). Roberto le presentó un plan para una nueva fundación, alegando como razón principal la tibia y negligente observancia de la Regla en el monasterio de Molesmes, la cual prometió seguir en un futuro con más vigor. El arzobispo les dio el beneplácito para abandonar el monasterio y establecerse en otro lugar, donde pudieran llevar a cabo sus ideales ascéticos y reformistas.

A comienzos del año 1098, Roberto abandonó Molesmes, acompañado de veintiún

compañeros, para instalarse en un breñal desértico, entre bosques y pantanos, a 20

kilómetros al sur de Dijon, que se llamaba Citeaux, cedido a tal propósito por Reinaldo,

vizconde de Beaume. El monasterio del Císter, en un primer momento, no fue conocido

por ese nombre, sino por el de Nuevo Monasterio (Novum Monasterium). La fecha

tradicional de la fundación, según consta en documentos posteriores, fue el 21 de marzo

de 1098. Ese año, el Domingo de Ramos coincidía con la festividad de San Benito, y se

eligió más por su significado simbólico que por la veracidad de la fecha fundacional. El

movimiento iniciado por Roberto de Molesmes señaló el comienzo de una nueva época

en la historia del monacato occidental.

El destino del nuevo monasterio se inició en el marco de una gran indecisión que duró hasta el ingreso en la Orden de San Bernardo. Roberto y sus compañeros desearon vivamente llevar una vida ascética de pobreza y perfecta soledad, proveyéndose de lo necesario con su propio trabajo, a imitación de los Apóstoles de Jesucristo.

Los primeros meses los dedicaron a la tala de árboles, construyendo refugios temporales y plantando para la cosecha otoñal.

A tales inconvenientes se le sumó la escasez de vocaciones, ocasionadas en parte por la propia severidad impuesta por la Orden y por una gran epidemia de peste que asoló la comarca, en el año 1111. Dos años más tarde, Roberto se vio obligado a regresar al antiguo monasterio de Molesmes para poner orden en la congregación que él fundase años antes, donde murió el 29 de abril del año 1111.

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San Alberico, segundo abad del Cister

Poco después de la partida de Roberto a Molesmes, la pequeña comunidad de Citeaux eligió como su sucesor a Alberico (1099-1109), que había sido prior bajo Roberto y uno de los fundadores de Molesmes. Hombre de carácter y voluntad firme, Alberico consolidó, tanto material como espiritualmente, el Císter.

Bajo su abadiato fue necesario el traslado de la ubicación primitiva del monasterio un kilómetro más hacia el norte, donde se construyó la primera iglesia del Císter, dedicada a la Santísima Virgen, iniciando así una ininterrumpida tradición en todas las posteriores iglesias de la Orden.

Papa Pascual II

Alberico consiguió del papa Pascual II una bula de protección para el nuevo monasterio, firmada el 19 de octubre del año 1100, conocida con el nombre de Privilegio Romano,

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de vital importancia dada la posición harto debilitada de Citeaux y las continuas presiones de parte de la abadía de Molesmes y otras circundantes.

Bajo el abadiato de Alberico, los monjes de Citeaux adoptaron el hábito blanco con escapulario negro, por lo que pasaron a ser denominados los monjes blancos.

Pero la gran obra de Alberico fue la redacción de los primeros estatutos de la Orden, los Instituta monachorum de Molismo venientium.

SAN ESTEBAN HARDING 1050-1134

Después de la muerte de Alberico, ocurrida el 26 de enero del año 1109, los monjes de Citeaux eligieron abad al prior Esteban de Harding (1109-1134), quien, por méritos propios, fue la primera persona de la Orden reconocida por su genio creador. Esteban de Harding heredó un simple monasterio que gozaba por entonces de un cierto prestigio, pero insuficiente e incierto, dejando tras su muerte la primera Orden monástica dotada de un programa claramente formulado y ensamblada en un sólido marco legal y en un estadio de expansión sin precedentes, superando en dinamismo a su predecesora, la Orden de Cluny.

Desde el comienzo de su administración, Citeaux experimentó una rápida expansión en su patrimonio, gracias a las excelentes relaciones que Esteban mantuvo con la nobleza de la vecindad. Sin duda alguna, el resurgir del Císter de la oscuridad en la que se hallaba hasta un lugar prominente, además de la magnética y arrolladora personalidad de Esteban, atrajeron numerosos discípulos, por lo que se hizo preciso formar nuevos enjambres cistercienses. Hacia el año 1112 se planeó una nueva fundación, que se materializó en mayo del año siguiente, cuando partió un grupo de monjes hacia la Ferté, al sur de Citeaux, pero todavía dentro de los límites diocesanos de Chalon-sur-Saone, en la que también se encontraba la casa madre.

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Al año siguiente le siguió la fundación de una segunda casa, Pontigny, en la diócesis de Auxerre. En el año 1115 le tocó el turno a la fundación de Clairvaux (Claraval), fundada por San Bernardo, quien a la sazón contaba con tan sólo veinticinco años. Ese mismo año se fundó la cuarta casa en Marimond, en la diócesis de Langres. Tras una pausa de tres años, necesaria para restablecerse materialmente, siguieron en rápida sucesión Previlly, en 1118, y luego La Cour-Dieu, Bouras, Cadovin y Fontenay, todas ellas fundadas en el año 1119, lo que indica claramente el gran ímpetu dado a la Orden por su abad principal Esteban de Harding, quien, en ese mismo año, juzgó oportuno pedirle al papa Calixto II, recientemente electo, una bula en beneficio del Císter y de sus casas filiales. Finalmente, el 23 de diciembre del mismo año, el papa aprobó canónicamente la nueva Orden.

Esta segunda bula en la historia reciente del Císter fue otro mojón en el camino de la nueva congregación, desde los difíciles comienzos hasta el éxito resonante posteriormente alcanzado. Hacia el año 1119, la existencia de un número de casas filiales hizo necesaria la adopción de una serie de medidas para salvaguardar la cohesión de la nueva Orden, incluyendo la promulgación de leyes y reglamentos para ser observadas por todas las casas y demás instituciones de la Orden. Fue así como vio la luz la Charta charitatis (Carta de Caridad), constitución y reglamentos de la Orden, que fue presentada al papa y aprobada por éste. La Carta de Caridad jugó un papel preponderante, no sólo en el propio desarrollo de la Orden, sino también en la estructuración de las constituciones de otras órdenes religiosas, que la tomaron como modelo organizativo.

La orden del Cister Fue creada por San Roberto en la abadía de Citeaux con el objetivo de recuperar los viejos principios benedictinos de pobreza, trabajo y oración, aunque fue durante la jefatura de San Esteban (tercer abad) y la tutela de San Bernardo cuando mayor expansión alcanzó. Estuvo íntimamente ligada a la orden templaría, de hecho algunos monjes-soldados acabaron incorporándose al cister por uno y otro motivo. Esta afinidad lleva a algunos autores a consideran al Temple por lo menos en sus inicios, como una proyección del cister que a imagen y semejanza de su prohombre, San Bernardo, dejaría en manos de gentes de acción aquellas misiones y quehaceres que a una orden contemplativa como la de Citeaux les estaban vedados. La orden militar surgiría como un apéndice que con el tiempo llegaría a superar a sus maestros, en poder e influencia.

Los monasterios en esa ola de barbarie que barrió Europa después de la caída del Imperio Romano se convirtieron en los refugios de la cultura. Se inició con San Benito en Montecasino y prosiguió con las abadías benedictinas. Siempre en busca de una independencia y autonomía que les permitiese sumergirse en el conocimiento y el saber. De Cluny surgió el arte románico y del Cister el gótico.

Para Louis Charpentier la llegada al gótico supuso el entrenamiento de grandes cantidades de maestros constructores que dejaron su imponente sello en forma de edificios religiosos en los siglos XI, XII y XIII. La ciencia que utilizaron para llevar a cabo esas magníficas obras arquitectónicas era la Vieja Ciencia utilizada por los constructores de dólmenes, por los egipcios...

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Una ciencia en comunión con la tierra y de ancestral procedencia sólo a la vista de los iniciados que consiguiesen descifrar ciertas claves. Los templarios darían con la pista, los cistercienses de Claraval y Citeaux la descifrarían y los templarios nuevamente velarían por ella, por su aplicación, para alcanzar el objetivo de sacar a Occidente de la oscuridad y dotarle de luz y progreso. Por ello el Temple era rico y poderoso.

Protegía el desarrollo del comercio, de la artesanía y de la agricultura. Lo consiguió a través de sus encomiendas (seguro peaje) y de la seguridad que proporcionaban a las rutas que las cruzaban, por medio de la letra de cambio, el control sobre los mercados, su flota, sus granjas con inmensos graneros que suponían un motivo de alivio en épocas de escasez... Todo ello bañado de una profunda espiritualidad.

Por que como dice Charpentier, el hombre sin espiritualidad no es más que un animal vertical. El resultado visible son las cerca de 200 iglesias y catedrales (sólo en Francia) construidas en los siglos de pervivencia de la orden y con toda probabilidad financiadas y surtidas de hermanos de oficio por la orden templaria.

Por eso el báculo de los Grandes Maestres es la vara de los maestros constructores.

Y como símbolo de la pureza de la nueva vida, cambiaron el hábito negro por el blanco.

En 1112 ingresó el futuro San Bernardo de Claraval que produciría una profunda

transformación y la llevaría al apogeo. En 1115-16 recibió un legado en tierras en el valle

de Claraivaux procedente del conde Hugo de la Champagna, donde establecería su

famoso convento que inclusive completaría su nombre.

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Reconstrucción del “Monasterium vetus” de Claraval, en la comarca francesa de

la Champaña, a partir de las perspectivas de Dom Milley, de 1708.

Esa es la rama genealógica monástica que podría ser invocada para la Orden del

Temple: digamos que resulta ser hija del Císter, éste del Cluny y a su vez el Cluny de

los benedictinos.

La fuerte influencia puede verse en Buenos Aires, por ejemplo en la Abadía de San

Benito en las calles Maure y Villanueva, a una cuadra de Luis María Campos, en pleno

Barrio de Belgrano.

La torre mantiene una estructura octogonal como veremos típico en el Temple. Lo

mismo puede decirse de las cruces talladas en los bancos de madera: cruces griegas

de ocho puntas características.

Otra iglesia en Buenos Aires, con influencia del Temple y su simbología es la de Nuestra

Señora de la Merced en las calles Echeverría y Migueletes, también en Belgrano.

Allí encontramos una cruz flamígera de ocho puntas sobre la puerta de la entrada

principal y, además los mosaicos entrelazan motivos que tienen al ocho como elemento

central ya sea en octógonos o ruedas de ocho rayos y veremos la debilidad del Temple

por ese número.

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Vista parcial de la Abadía del Císter, en Borgoña, de la cual partió San Bernardo

con un grupo de monjes para fundar la abadía de Claraval

SAN BERNARDO DE CLAIRVAUX

San Bernardo de Claraval

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Nació en 1091 y murió en 1153, dicen que afectado por el fracaso de la segunda cruzada

a la que había predicado con verdadera pasión.

En el curso de su agitada vida demostró dotes sobresalientes de monje, poeta, místico,

artista, músico, pensador y hombre de acción, diríamos una inusual combinación

reservada a muy pocos elegidos. Era bien parecido, delgado, de piel suave, cabello

rubio y barba casi pelirroja.

Fue el primer abad del monasterio de Claraval, Dijón, Francia. Fue un orador

excepcional, trabajador incansable y hombre de profunda Fe.

"Los asuntos de Dios son los míos, nada de lo que a Él se refiere me es extraño"

Esto decía y no sólo eso sino que se involucraba en lo que así sentía con verdadera

pasión.

Reformador del Císter, le cupo un papel predominante en la formación de la Orden del

Temple.

Fue también impulsor del Culto a la Virgen en una época que tal vez siguiendo a San

Pablo esa devoción parece menguada.

A imagen de la caballería, que ofrendaba sus heroicas acciones a una Dama -

recuérdese el Quijote y su Dulcinea-, Bernardo de Claraval se puede decir que entronizó

el culto de "Nuestra Señora o Notre Dame", expresión que le pertenece.

Orador y escritor excepcional, se lo ha comparado con el "motor inmóvil de la Edad

Media" (Alfredo Saenz). "mi fuego -decía Bernardo- se ha encendido siempre en la

meditación", en la celda desnuda del convento.

Bernardo es reconocido como el gran predicador de la segunda cruzada, lo que inició

desde el púlpito de Vézelay el día de Pascua de 1146.

Esa misma Fe no le impidió recriminar más de una vez al propio Papa, su ex cofrade de

Claraval, Eugenio III, basando su crítica en la ineptitud y falta de fe de quienes lo

rodeaban.

Que escoja gente mejor, decía, que elija" en todo el universo a quienes debían juzgar al

universo".

Tal vez completemos una somera idea sobre su carácter sabiendo que cuando un abad

cisterciense propuso, en 1124, fundar un monasterio en Tierra Santa se opuso,

aduciendo que:

“las necesidades son caballeros que peleen y no monjes que canten y giman”.

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San Pedro el ermitaño

y San Antonio abad

Su valor personal queda demostrado cuando previamente a la primer Cruzada.

"Pedro el Ermitaño" había levantado multitudes civiles para peregrinar a Tierra Santa.

Pronto la multitud se transformó en horda salvaje que asaltaba, robaba, violaba y de

paso, al llegar a Europa Central, hacían “progroms” contra los judíos.

Al enterarse de eso Bernardo, tomó su cayado y partió sólo, para enfrentarlos y

detenerlos. Tal vez ese valor, como el de San Francisco entrando casi solo en tierra

musulmana para detener la matanza, deba llamarse fuego sagrado.

San Bernardo. Alonso Cano 1650

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Hay una leyenda sostenida por Charpentier en la que se hace hincapié en su formación

celta, habiendo sido instruido como druida.

También se afirma, simbólicamente o no, que su conocimiento derivó de haber bebido

tres gotas de leche de una Virgen Negra; hay un cuadro pintado por el artista Alonso

Cano, que puede verse en el Museo del Prado de Madrid.

Esta tradición puede ser tomada así literalmente o ser interpretada desde un punto de

vista alquímico.

Basile Valentín

En el vocabulario hermético de los alquimistas, la “leche de la Virgen” designa al agua

mercurial, base indispensable para la obtención y fabricación de la piedra filosofal.

Así el famoso alquimista Basile Valentín, dirá:

“Cuando la piedra está hecha y preparada con verdadera leche de la Virgen,

toma una parte de ella y hace puro y excelente oro”.

Fulcanelli , a su vez, dice:

“...sabemos que los autores antiguos llaman a la materia de la Obra nuestra

Magnesia y que el licor extraído de esta magnesia recibe el nombre de Leche de

la Virgen”

Bajo esta nueva óptica podemos interpretar que el gran Santo había hecho al menos la

excelsa preparación interior del alquimista que le había permitido lograr transformar su

esencia en el más noble de los metales, el oro, entendiéndose todo ello en un sentido

espiritual.