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229 La democracia turca ha estado tradicionalmente custodiada por las Fuerzas Armadas. En consecuen- cia, la seguridad y defensa del Estado se han convertido en una obsesión que ha castrado cualquier intento por maximizar los valores de tolerancia y libertad en el país euroasiático. Paralelamente, su política exterior ha girado del aislamiento y el sometimiento a Occidente durante el siglo XX, a una diplomacia entre conciliadora y coercitiva con la que pretende reconquistar el protagonismo regio- nal del que gozaba el Imperio Otomano. Seguridad y democracia en Turquía Ildelfonso González Blasco Periodista 12. ildefonso glez:12 6/5/08 21:49 Página 229

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La democracia turca ha estado tradicionalmente custodiada por las Fuerzas Armadas. En consecuen-cia, la seguridad y defensa del Estado se han convertido en una obsesión que ha castrado cualquierintento por maximizar los valores de tolerancia y libertad en el país euroasiático. Paralelamente, supolítica exterior ha girado del aislamiento y el sometimiento a Occidente durante el siglo XX, a unadiplomacia entre conciliadora y coercitiva con la que pretende reconquistar el protagonismo regio-nal del que gozaba el Imperio Otomano.

Seguridad y democracia en Turquía

Ildelfonso González Blasco

Periodista

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Se puedeestablecerun paralelismo,entre losbeneficiosdemocráticosque obtuvoTurquía consu entradaen la ONU,con los que puedelograr si entraen la UniónEuropea

Del aislacionismo a una política exterior independiente

Seguridad y democracia son dos términos que van unidos en la his-toria de la Turquía moderna, si bien el primero se ha antepuesto confrecuencia al segundo. Sus políticas interior y exterior han estadosupeditadas durante su corta existencia como Estado a cuestionesrelativas a la seguridad y la defensa. En consecuencia, se han tolera-do las constantes injerencias del Ejército en la vida pública y el paísno ha alcanzado aún una democracia plena.

Entre la creación de la República en 1923 y la Segunda GuerraMundial (1939-1945), Ankara se mantuvo fiel a la consigna del fun-dador de la Turquía moderna, Mustafá Kemal Atatürk, de “Paz encasa, paz en el mundo”. Esto es, el país euroasiático debía evitar acualquier precio verse involucrado en aventuras externas (Veiga,2006). Sin embargo, en las postrimerías del gran conflicto bélico,cuando la suerte de la contienda ya estaba decidida, Turquía aban-donó su política neutral y le declaró la guerra a Alemania y Japón.Precisamente, aquella toma de posición a favor de los Aliados resul-tó clave para su admisión, con el estatus de miembro fundador, enla Organización de las Naciones Unidas (ONU). Su participación eneste organismo internacional impulsó un rápido proceso de demo-cratización interna, ya que el Parlamento tuvo que ratificar la Cartade la ONU, lo que suponía la adhesión a los principios democráticos.Un año después, en 1946, se instauró el multipartidismo y se cele-braron las primeras elecciones.

Se puede establecer un paralelismo, entre los beneficios democráti-cos que obtuvo Turquía con su entrada en la ONU, con los que pue-de lograr si entra en la Unión Europea, desde que se proclamó en1999 su candidatura formal para pasar a formar parte de la UniónEuropea (UE). Como afirma Carmen Rodríguez (2007) la UE “puedeinfluir de una manera estructural y determinante en la democratiza-ción del régimen turco” si utiliza sus herramientas de “poder blando”(definido por Joseph Nye como “la capacidad de determinar las pre-ferencias de otros”) y potencia el incentivo de la candidatura.

Las peculiares relaciones con Estados Unidos

Una vez terminada la Segunda Guerra Mundial, Turquía optó poraliarse con Estados Unidos, una potencia que podía ofrecerle protec-ción y servirle de aval en el contexto internacional, como quedódemostrado con el ingreso del gigante euroasiático en el FondoMonetario Internacional, el Banco Mundial y, sobre todo, en laOrganización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en 1952.

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Además, existía una enorme simpatía popular hacia Washington enAnkara; de hecho, después de la Gran Guerra (1914-1918) ya sehabía barajado la posibilidad de que la nación se convirtiera en unprotectorado norteamericano, mientras que en los primeros años dela Guerra Fría, Turquía parecía abocada a transformarse en un nuevosatélite de Estados Unidos. Con la inclusión de Turquía en el bloqueoccidental, los norteamericanos ganaban un aliado seguro que evita-ría la continuación de la expansión del comunismo y se erigiría en lapotencia regional estabilizadora de una zona tradicionalmente ines-table y hostil para los occidentales (Liman y Núñez de Prado, 2004).

A pesar de todo, los riesgos e inclusive daños que Turquía ha sufri-do debido a su apoyo incondicional a Estados Unidos —como lamuerte de 717 de sus soldados en la Guerra de Corea (1950-1953)o la instalación en su suelo de misiles nucleares Júpiter que apunta-ban a la Unión Soviética durante la crisis de los misiles de 1961— sehan visto debidamente recompensados. Turquía no sólo consiguiósalir del aislamiento internacional que se había autoimpuesto en laprimera mitad del siglo XX, sino que, gracias a su aliado norteameri-cano, los Gobiernos y/o las cúpulas militares del momento gozaronde manga ancha para actuar a su antojo tanto dentro como fuera desus fronteras. Por ejemplo, Washington permitió que el Ejecutivo deAdnan Menderes desmontara completamente el Estado kemalista enla década de 1950, miró hacia otro lado o al menos no reprobó losgrandes golpes militares de la Turquía moderna (incluyendo el golpeelectrónico o e-golpe de abril de 2007) y participó en la elaboracióndel plan que condujo a Ankara a atacar Chipre en 1974. Como resu-me el historiador Francisco Veiga, “Turquía era un aliado estratégicodemasiado valioso como para no perdonarle algunos pecados. ElMediterráneo Oriental, los estrechos, la frontera con la UniónSoviética y la proximidad al petróleo iraní e iraquí eran cuestiones nodiscutibles” (Veiga, 2006: 515).

De todos modos, las relaciones entre sendos países no han estadoexentas de tensiones, particularmente cuando Estados Unidos haconsiderado que las actuaciones o decisiones de Turquía no servíana sus objetivos. Así, Washington impuso al gobierno turco un embar-go de armas entre 1975 y 1978 como reacción a la invasión del nor-te de Chipre. Asimismo, optó por estrechar sus lazos con los kurdosiraquíes cuando el Parlamento turco se negó a autorizar un desplie-gue masivo de tropas norteamericanas en su territorio para la ocu-pación de Irak en 2003.

Aún así, el deterioro de los especiales vínculos entre Estados Unidosy Turquía no ha dejado de ser coyuntural. El incalculable valor quese atribuyen recíprocamente y los intereses que ambos países com-parten en la zona impiden que sus discrepancias deriven en un pun-

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Turquíaha iniciadouna estrategiapropia pararecuperarla hegemoníaregional

to muerto o una ruptura completa de sus relaciones. Así ocurrió en1979, cuando la caída del Sha de Persia, el triunfo de la RevoluciónIslámica en Irán y la invasión soviética de Afganistán obligaron aWashington a poner fin al embargo de armas y acudir en auxilio deAnkara. En aquellas fechas, Turquía se convirtió, de la noche a lamañana, en un país más que decisivo para la defensa de OrientePróximo y de la misma Europa, por lo que Estados Unidos no podíapermitirse que la República viviera sumida en una crisis económicasin precedentes y al borde de una guerra civil por el problema delterrorismo entre derechistas e izquierdistas (Veiga, 2006: 526).

En 1991, con la desintegración de la Unión Soviética y conjurado elafán expansionista de Sadam Husein en la Guerra del Golfo, Turquíaparecía abocada a ocupar de nuevo un segundo plano en la escenamundial. Nadamás lejos de la realidad ya que el Gobierno turco, ade-más de apoyar sin fisuras a Estados Unidos en su lucha contra elterrorismo internacional después del 11-S, se ha erigido en el únicovigilante fiable para Washington del Irán presuntamente nucleariza-do. Tal y como explican Adrián Mac Liman y Sara Núñez de Prado,“fue la caída de la Unión Soviética lo que ha abierto a Turquía a otroshorizontes. Actualmente, la solidaridad con los pueblos turcomanosde Asia Central puede expresarse libremente e incluso desembocaren proyectos de cooperación internacional. Occidente empuja aTurquía en esa dirección, aunque sólo sea para frenar las ambicioneshegemónicas y designios ideológicos de Irán” (Liman y Núñez dePrado, 2006:36).

En medio de una región hostil, donde predominan los sentimientoscontra Estados Unidos y en la que han naufragado estrepitosamentelos planes de Washington de crear un “Gran Oriente Próximo”,Turquía es junto a Israel una pieza clave en la defensa de los intere-ses norteamericanos. Un ejemplo de esto es la base aérea de la OTANen Incirlik, en el sur de Turquía, un enclave que resulta crucial paralas operaciones militares norteamericanas en Irak y Afganistán.

El Gobierno turco es más consciente que nunca de su poder en lazona. Por ello, está menos dispuesto a subordinar sus intereses a losde Estados Unidos y Europa y, en consecuencia, aboga por dotarsede una política exterior cada vez más independiente de Occidente.Apoyándose en el despegue de su economía, en las señales derechazo a su plena integración enviadas por la UE y en el auge deuna mentalidad más tradicional, nacionalista e islamista, Turquía hainiciado una estrategia propia, impensable hasta hace unos años,para recuperar la hegemonía regional. Las operaciones militarestransfronterizas, puestas enmarcha en el norte de Irak por el Ejércitoturco desde finales de 2007, han podido acelerar los planes al res-pecto (Herrero, 2008).

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Del Imperio Otomano a la Turquía de Erdogan: una mentali-dad de frontera

Desde su fundación como República secular hace casi un siglo, elpaís euroasiático ha vivido siempre obsesionado por su seguridad.La mentalidad de frontera del nuevo Estado —reconocido internacio-nalmente en el Tratado de Lausana de 1923— tenía sentido en losaños inmediatamente posteriores a la Guerra de Independencia,cuando las tropas lideradas por Atatürk se impusieron a las poten-cias europeas (Francia, Grecia, Italia y Reino Unido) en la arrebatiñapor los restos del otrora grandioso Imperio Otomano.

Paradójicamente, dicha mentalidad perdura en la actualidad. Turquíacontinúa sintiéndose amenazada en pleno siglo XXI, a pesar de quesus enemigos se antojan difusos, cuando no inexistentes, para unobservador ajeno. Ahora que está plenamente integrada en la comu-nidad internacional y supervalorada por su inigualable atractivo geo-estratégico, Turquía parece empeñada en identificar contrincantes,fuerzas tanto endógenas como exógenas que buscan minar losinquebrantables principios impuestos a sangre y fuego por Atatürk:el fuerte sentimiento de pertenencia nacional, mezcla de orgullo ypatriotismo; la indisoluble unidad e integridad territorial del país y ellaicismo.

Así, desde la particular perspectiva de la inmensa mayoría de susociedad, Turquía afronta numerosos peligros que van desde el cre-cimiento del integrismo islámico hasta el terrorismo kurdo, pasandopor la eventualidad de que Occidente socave su identidad e inclusollegue a destruirla y se aproveche de sus recursos y potencialidades.

Historiadores como el británico Andrew Mango, autor de la mejorbiografía escrita hasta la fecha de Atatürk, van un paso más allá y seatreven a acusar a Turquía de mantener una actitud defensiva, enocasiones xenófoba y a todas luces anacrónica con respecto aOccidente (Mango, 2004). Según explica el periodista Chris Morris,corresponsal de la BBC en Turquía entre 1997 y 2001, los turcossiempre han tenido una actitud vital de “nosotros contra el mundo”.El problema emerge cuando se cruza la línea y se pasa de la obstina-ción a la paranoia, situación en la que resulta demasiado fácil acusara los yabancilar —extranjeros o forasteros en sentido despectivo—de discriminación o malicia (Morris, 2005).

Por ejemplo, la clase política y de los medios de comunicación nacio-nales tienden a ensañarse con Occidente por lo que consideran uncamino plagado de obstáculos y condiciones sin sentido en el proce-so de integración a la UE. En ocasiones, se trata de una mera patale-ta, porque el orgullo turco se siente herido al no recibir una fecha

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El Gobierno turcoha tratado demantener unasrelaciones correctascon sus vecinos,desde Irán a Israel,así como conEuropa y EstadosUnidos

concreta de adhesión; pero, en otras, se dibujan aberrantes teoríasde la conspiración por las que se acusa a Bruselas de recrear el espí-ritu de Sèvres —en referencia al Tratado de 1920 que dejó al ImperioOtomano sin la mayor parte de sus antiguas posesiones— y planearla división del país.

No obstante, los temores y recelos de Turquía no van dirigidos úni-ca y exclusivamente hacia Occidente, sino también a sus vecinos delEste e incluso a sus propios habitantes. Durante muchos años, seconsideró que Siria era un país que apoyaba a la guerrilla del Partidode los Trabajadores del Kurdistán (PKK), que Irán era una teocraciaque deseaba exportar la Revolución Islámica, que los designios deIrak estaban regidos por un dictador sanguinario como SadamHussein y que Oriente Próximo en general formaba parte de un pasa-do con el que los kemalistas (seguidores de Atatürk) deseaban rom-per a toda costa.

Antes de la caída de la Unión Soviética, de hecho, el Gobierno turcoestaba convencido de que estaba rodeado de enemigos. La suma decomunistas y griegos a los kurdos problemáticos y los islamistasdaban como resultado una casa llena de enemigos del Estado(Morris, 2005: 211). A pesar de todo, Turquía ha realizado un granesfuerzo durante las últimas décadas por relegar a un segundo pla-no su tradición asiática y acercarse a Occidente, que se ha erigido ensu antorcha e inspiración (Liman y Núñez de Prado, 2004: 86). Contodo, ni Occidente termina de aceptar e integrar a Turquía en suseno, ni a Turquía le seduce por completo la idea de subordinarse aOccidente. El país euroasiático ha optado por nadar entre dos aguasy, mientras se decide por la margen del Bósforo que más le convie-ne, la seguridad continúa anteponiéndose a la democracia. El prota-gonismo y peso de las Fuerzas Armadas en el discurso sobreseguridad y democracia ha sido y sigue siendo mucho mayor que elde los primeros ministros o presidentes de turno.

Equilibrismo en política exterior

De lamano del Gobierno del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP,islamistamoderado), que llegó al poder en 2002, Turquía ha desarro-llado una política del equilibrismo enmateria exterior que oscila peli-grosamente entre la doctrina de “llevarse bien con todos” y ladiplomacia coercitiva con Irak para exterminar el terrorismo del PKK.

Al menos aparentemente, el Gobierno turco ha tratado de mantenerunas relaciones correctas con sus vecinos, desde Irán a Israel, asícomo con Europa y Estados Unidos. El neoislamismo no quiere oír

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hablar de un conflicto Islam-Occidente, ni describir a la UE como unclub cristiano. Su objetivo sería construir, tanto dentro como fuera desus fronteras, una “cultura del acercamiento” basada en un compro-miso en torno a los “valores” (Zarcone, 2005).

Por ello, el país euroasiático se ha convertido en unmediador de con-flictos de primer orden. Además de participar en numerosas misio-nes internacionales de Naciones Unidas y la Alianza Atlántica (comola KFOR en Kosovo, la ISAF en Afganistán y la FINUL en Líbano),Turquía está buscando un mayor entendimiento entre israelíes ypalestinos, el restablecimiento de relaciones diplomáticas entreDamasco y Tel Aviv y el consenso entre afganos y paquistaníes paraluchar conjuntamente contra el terrorismo. Igualmente, su suelo haacogido numerosos encuentros internacionales, así como, de formapuntual, las conversaciones entre la UE y Teherán por el controverti-do programa nuclear iraní.

La Alianza de Civilizaciones promovida por Turquía y España ante laONU constituye un fiel reflejo de la nueva diplomacia turca, si bientanto en este caso como en los anteriores habría que cuestionarse siAnkara actúa de forma altruista o intenta sacar provecho para sí dela situación. Durante el I Foro de la Alianza de Civilizaciones celebra-do en Madrid en enero de 2008, el primer ministro turco, RecepTayyip Erdogan, no dudó en vincular el futuro éxito de la iniciativa ala adhesión de su país al club comunitario. Afirmó que el ingreso deTurquía en la UE sería un “indicador claro de que la Alianza deCivilizaciones es posible y contribuirá a la paz internacional, por loque cualquier obstáculo en el camino de Turquía sería un obstáculotambién a la paz y a la estabilidad en el mundo” (Ayllón, 2008).

Con todo, no faltan los expertos que sostienen que más que unadiplomacia del equilibrismo, Turquía ha puesto en marcha durantelos últimos años una reorientación de su política exterior. Una de lascausas de tal giro respondería a un enfriamiento de las relacionescon Estados Unidos después de la guerra de Irak y a la dilación en elproceso de integración europea que tanto hiere al orgullo turco.

El objetivo de las autoridades turcas sería recuperar una independen-cia y una posición de relevancia en su ámbito regional que no hatenido desde la desaparición del Imperio Otomano: “Esta nueva diná-mica ha hecho que Turquía establezca lazos con países que en otraépoca se consideraban enemigos —como, por ejemplo, Rusia yChina— y otros —Siria e Irán— cuya aproximación causa no pocassuspicacias en sus aliados estadounidenses” (Herrero, 2008).

En cuanto a sus relaciones con Rusia, huelga recordar el papel deTurquía como aliado occidental durante la Guerra Fría, así como las

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Turquía seabastece de armasen el mercadojudío e Israelle compra agua,entre otrosnegocios

acusaciones de que los soviéticos apoyaban al PKK y los turcos a losindependentistas chechenos. Aunque los nexos entre Ankara yMoscú mejoraron sensiblemente durante la década de los noventa,lo cierto es que ambos países compiten a día de hoy por convertirseen el corredor energético preferente entre Asia Central y los merca-dos europeos.

La UE desea dejar de depender del gas ruso, Turquía lo sabe y quie-re jugar la carta de puerta alternativa de la energía para Europa en sucamino hacia la adhesión al club comunitario (Mourenza, 2007). Noobstante, Rusia se ha propuesto ponérselo difícil a Turquía con lafutura construcción de un gasoducto ‘South Stream’ que pretende seruna alternativa al existente ‘Blue Stream’ y al proyectado ‘Nabucco’.Si bien el ‘Blue Stream’ conecta a Rusia y Turquía a través del MarNegro, el proyecto ‘Nabucco’, que prevé comenzar a funcionar en2012, no contempla que el gasoducto pase por Rusia.

En lo que se refiere a Irán y Siria, dos países integrantes del conoci-do como “Eje del Mal” según Estados Unidos, los vínculos de Turquíacon ambos son cada vez más estrechos, sobre todo en el ámbito dela cooperación económica y energética. Aunque Ankara observe conrecelo la nuclearización de Irán, lo cierto es que tiene las manos ata-das a la hora de exigir a Teherán que ponga fin al enriquecimientode uranio. La razón es muy sencilla: Ankara depende del gas naturaliraní para sobrevivir.

El entendimiento turco-iraní alcanza también el ámbito de la luchacontra el terrorismo kurdo. En el verano de 2006, sendas nacionesreforzaron sus tropas a lo largo de la frontera iraquí para prevenir lainfiltración de milicianos del PKK (Massicard, 2007). Asimismo, elrégimen de los ayatolás está levantando un muro en su frontera conIrak para impedir que los guerrilleros kurdos escapen del cercoimpuesto por el Ejército turco contra el PKK en el norte de Irak des-de finales de 2007 (Martorell, 2008).

No obstante, el actual clima de camaradería que reina entre Turquíay sus vecinos de la órbita árabe-musulmana contrasta con la intensadesconfianza suscitada tradicionalmente por el Gobierno turco, enpaíses como Irak, Irán o Siria, bien por su patrón de democracia lai-ca tan alejada de una teocracia árabe-musulmana, bien por su proce-so de integración a la UE, bien por sus estrechas relaciones conEstados Unidos. Como apunta Morris: “Los islamistas observan elEstado secular que enterró el califato y piensan en traición, mientrasque los árabes nacionalistas aún no han olvidado que los turcos eransus ex gobernantes coloniales. Pero el nuevo modelo turco —quetrata de unir a lo grande democracia e Islam — es más objeto decuriosidad que de envidia” (Morris, 2005).

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Un caso completamente distinto es el de Israel. En 1959 Turquía fueel primer país musulmán que estableció relaciones diplomáticas conel Estado hebreo, convirtiéndose desde entonces en su gran aliadoen la región. “Turquía es un puente entre nosotros y los paísesmusulmanes”, llegó a reconocer en 2007 el primer ministro israelí,Ehud Olmert. Aunque para ciertos expertos la relación estratégicaentre Ankara y Tel Aviv —formalizada en un acuerdo de cooperaciónmilitar en 1996— es esencialmente contra natura, lo cierto es quecada capital obtiene interesantes réditos con la alianza: Turquía seabastece de armas en el mercado judío e Israel le compra agua, entreotros negocios. No obstante, Ankara, metida en su ya habitual papelde dar una de cal y otra de arena, reconoce la soberanía de laAutoridad Nacional Palestina (ANP) desde la década de los ochenta,no duda en criticar las tropelías israelíes con los palestinos y tampo-co tiene ningún reparo en recibir a delegaciones de Hamás.

Armenia y Chipre, principales escollos diplomáticos deTurquía

En cualquier caso, la propia Turquía no está libre de sufrir problemascon terceros países. Relativamente superado su tradicional enfrenta-miento con Grecia, Turquía debe solucionar aún desencuentros conArmenia y Chipre, naciones con las que no mantiene relacionesdiplomáticas. Turquía fue uno de los primeros Estados en reconocerla independencia armenia en 1991 pero, debido al conflicto conAzerbaiyán en torno al enclave de Nagorno-Karabaj, Ankara impusoa Ereván (capital armenia) en 1993 un bloqueo terrestre que aún semantiene en la actualidad. No obstante, el principal punto de fricciónentre ambos países es el genocidio de 1,5 millones de armenios amanos del Imperio Otomano en 1915. Aunque Turquía reconoce quefue una tragedia en toda regla, niega que las muertes de armenios,en torno a 300.000, fueran el resultado de un plan de exterminiomasivo.

Asimismo, el reconocimiento del genocidio armenio por terceros paí-ses ha enturbiado seriamente las relaciones exteriores de Turquíadurante los últimos años. En noviembre de 2006, días después deque la Cámara Baja del Parlamento galo aprobase una ley que pena-liza la negación del genocidio del pueblo armenio, Turquía suspen-dió sus relaciones militares con Francia. Del mismo modo, elgobierno turco llamó a consultas a su embajador en Washingtoncuando un comité de la Cámara de Representantes estadounidensevotó una resolución de condena sobre el genocidio a finales de 2007.

Mientras, los problemas entre Chipre y Turquía, que en 1983 procla-mó unilateralmente una república independiente en la parte norte de

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El sector militarturco es el másreticente a loscambios, sobretodo a losreclamados porla UE, porque losconsideran unposible elementodesestabilizador

la isla (la República Turca del Norte de Chipre, RTNC) que había inva-dido nueve años atrás, amenazan las esperanzas de Ankara de con-vertirse algún día en un miembro de pleno derecho de la UE. Endiciembre de 2006, Bruselas congeló ocho de los 35 capítulos quecomponen las negociaciones por la negativa turca a abrir sus puer-tos y aeropuertos a los barcos y aviones de Chipre, que ingresó enel club comunitario en 2004 después de rechazar un plan de reuni-ficación de la isla auspiciado por la ONU.

A pesar de todo, Armenia y Chipre son favorables tanto al restable-cimiento de relaciones diplomáticas con Turquía como a su entradaen la UE, por considerar que supondrá un incentivo para las reformasdemocráticas en el país euroasiático. Además, la elección del comu-nista Dimitris Christofias como nuevo presidente de Chipre en febre-ro de 2008 ha abierto una puerta a la esperanza para que lascomunidades turcochipriota y grecochipriota convivan pacíficamen-te en el marco de un único Estado.

Sin embargo, frente a la vía pacífica del diálogo y la reconciliación,son numerosas las voces en el seno de las autoridades turcas queconsideran que el caso de Kosovo —cuya independencia ha sidoreconocida por las potencias europeas, Estados Unidos y la propiaTurquía— podría servir de precedente para los turcochipriotas.

El papel del Ejército turco

En cualquier caso, una distensión en los diferendos de Ankara conNicosia (capital de Chipre) y Ereván continúa dependiendo casi enexclusiva de unas Fuerzas Armadas que, con el general YasarBuyukanit al frente, se han mostrado especialmente inflexibles entodo lo relacionado con la seguridad nacional. Así por ejemplo,Buyukanit criticó con dureza la propuesta que hizo el Gobierno deErdogan en diciembre de 2006 de abrir un puerto y un aeropuertoturcos al tráfico con Chipre como primera medida para desbloquearlas negociaciones con la UE. “Una institución que tiene 40.000 solda-dos [en el norte de Chipre], debería haber sido informada antes”,declaró entonces el jefe del Estado Mayor, considerado un halcóndentro del Ejército (Sanz, 2006).

De hecho, el sector militar turco es el más reticente a los cambios,sobre todo a los reclamados por la UE, porque los consideran unposible elemento desestabilizador o perturbador de la seguridad eintegridad del Estado, sin olvidar la obvia pérdida de privilegios quepara ellos acarrearían (Liman y Núñez de Prado, 2004: 53). No obs-tante, hay quienes sostienen que el temor a que el Ejército turco pue-

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da bloquear las reformas liberales en Turquía se ha revelado infun-dado hasta la fecha (Mango, 2004). Según Mango, sólo hay tresaspectos en los que el Ejército turco es especialmente sensible eintransigente: la defensa del carácter secular del Estado, la indivisibi-lidad del país y Chipre.

Sin embargo, en estas dos últimas categorías las Fuerzas Armadasestán dispuestas a ceder, siempre y cuando los cambios acerquen aTurquía al “nivel de las civilizaciones contemporáneas”, una frase conla que Atatürk se refería a la occidentalización y la modernización.Por otra parte, no conviene olvidar que el Ejército es la instituciónturca mejor valorada —con un 88% de opiniones favorables, segúnun sondeo de 2003—, y que existe una tradicional identificación dela nación con sus Fuerzas Armadas. Por ello, los militares, que seconsideran a sí mismos como los guardianes de la democracia, nohan dudado en sacar los tanques a las calles hasta en tres ocasionesen 1960, en 1971 y en 1980.

La lucha contra el PKK, una cuestión de seguridad nacional

Más allá de las disensiones con Armenia y Chipre, el mayor escollode Turquía a nivel internacional se encuentra en estos momentos enIrak, cuya parte norte alberga a miles de milicianos del PKK que seinfiltran periódicamente en el este de la península de Anatolia paracometer atentados terroristas.

La mentalidad de frontera a la que hacíamos referencia más arribacondujo a Atatürk a poner un especial énfasis, desde antes inclusode tomar el poder, en defender el concepto de soberanía nacional yel derecho a la independencia de un Estado turco unitario y, por lotanto, indivisible. Por ello, durante los primeros años de la Repúblicase obligó a importantes contingentes de griegos y armenios a aban-donar el territorio turco, mientras que a las minorías kurda y árabesólo se les permitió permanecer en el sureste del país (Liman yNúñez de Prado, 2004: 23).

El caso de los kurdos es especialmente paradójico, ya que durante elImperio Otomano gozaban de una considerable autonomía y relati-va libertad que el propio Atatürk prometió que conservarían en laTurquíamoderna. De hecho, en una ocasión anunció planes para per-mitirles administrar sus propios asuntos de una manera autónoma,quizás como recompensa a la decisiva aportación de las belicosas tri-bus kurdas en la expulsión de las potencias extranjeras de Anatoliadurante la Guerra de Independencia. Pero, “en su obsesiva búsque-da de una identidad turca única, cambió de opinión. Todos ellos eran

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El uso continuadode la violencia nosólo no haconducido a ladesaparición delPKK o a la procla-mación de unKurdistán indepen-diente, sino que hasumido al país enun estado deguerra civil sinaparente solución

turcos, les dijo, y durante décadas después de sumuerte así es cómolos kurdos han sido descritos oficialmente: ‘turcos de las montañas’que serían asimilados con el tiempo en una sociedad ‘civilizada’”(Morris, 2005: 93).

Así, según la filosofía kemalista, plasmada desde la primeraConstitución que tuvo la Turquía moderna en 1924, no hay cabidapara animar ningún intento de autonomía por parte del pueblo kur-do o de cualquier otro, ya que se interpretaría como un ataque a laintegridad del Estado. Por ello, el Tratado de Lausana que vino a sus-tituir al de Sèvres, ya no mencionaba ni al Kurdistán ni a los kurdosy Atatürk reprimió brutalmente las tres sublevaciones kurdas que sesucedieron entre 1925 y 1938. A los miles de kurdos muertos,deportados o desaparecidos y a la devastación de regiones enterasdel este de Turquía se sumó además, la prohibición de su idioma yde sus manifestaciones culturales más características.

Aún hoy, las autoridades turcas se niegan a conceder un estatusespecial a los kurdos y argumentan que son unaminoría con los mis-mos derechos que los demás pueblos que integran la nación.Aunque se contempla la posibilidad de ampliar la autonomía de losmunicipios, con miras a solucionar la situación reinante en el sures-te del país, las fuerzas políticas se oponen a la adopción de cualquiermedida encaminada a acabar con la unidad de Turquía (Liman yNúñez de Prado, 2004: 53).

No obstante, no son tanto los gobiernos como las Fuerzas Armadaslas que tradicionalmente se han cerrado en banda a una soluciónnegociada a la cuestión kurda. Pese a tratarse del problema políticomás grave que ha afectado al país euroasiático durante los últimostreinta años, el Ejército tiende a considerarlo como un asunto deterrorismo al que sólo se puede hacer frente mediante la vía militar.Es decir, la respuesta de la Turquía del siglo XXI a las actividades sub-versivas y atentados del PKK es la misma que la que la Turquía deAtatürk propinó a las insurrecciones de los jeques tribales kurdos.Como bien resume la experta Ana Villellas, “en esta postura de con-ceptualización en clave antiterrorista, el Ejército ha desempeñado unpapel clave, descartando siempre cualquier vía no militar en el con-flicto, bajo el prisma de la defensa del Estado y en línea con su his-tórico papel de institución interventora en la política interna del paísy garante de los principios kemalistas sobre los que se fundó laRepública turca, entre ellos el de nacionalismo” (Villellas, 2007).

Las numerosas treguas y los altos el fuego ofrecidos por la guerrillakurda y su líder Abdulá Ocalan desde 1991 no sólo han sido recha-zados por las autoridades turcas, sino que han sido aprovechadospor éstas para lanzarse a una guerra total contra el PKK. Además, el

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gobierno turco no ha dudado en emplear todos los medios a sualcance, desde la declaración del estado de emergencia en el sures-te de Turquía, entre 1987 y 2002, hasta el lanzamiento de operacio-nes militares transfronterizas en el norte de Irak en 1992, e 1995, en1997 y en 2008 contra los santuarios del PKK, pasando por la ilega-lización de todos los partidos considerados brazos políticos del gru-po terrorista y el encarcelamiento de diputados prokurdos.

Incluso ha recurrido a los métodos paramilitares, mediante la crea-ción de un cuerpo denominado Guardia Rural integrado por aldea-nos kurdos que colaboran con el Ejército en la lucha contra el PKK,así como a la guerra sucia o contraterrorismo. En este sentido, apo-yó a un misterioso grupo armado islamista, denominado Hezbolá,vinculado ideológicamente a la Revolución Islámica iraní, que decla-ró la Yihad (Guerra santa) contra el PKK (Veiga, 2006, pág. 547).

Según el periodista y experto en Turquía Juan Carlos Sanz, “elHezbolá turco alcanzó notoriedad durante los años ochenta y noven-ta del siglo XX por su encarnizada lucha en el sureste de Anatoliacontra el movimiento independentista kurdo, al que acusaba de‘impío’, y por la impunidad de sus acciones, supuestamente coordi-nadas por los servicios secretos de Ankara y oficialmente ignoradaspor jueces y policías” (Sanz, 2003). Sin embargo, la connivencia conHezbolá tuvo consecuencias sangrientas para el pueblo turco. En2003, tres años después de que las autoridades locales descabeza-ran la cúpula del grupo, dos de sus integrantes se inmolaron enEstambul, cobrándose la vida de 62 personas.

El uso continuado de la violencia no sólo no ha conducido a la des-aparición del PKK o a la proclamación de un Kurdistán independien-te, sino que ha sumido al país en un estado de guerra civil sinaparente solución que, para mayor escarnio, corre el riesgo de inter-nacionalizarse con una eventual futura implicación de las autorida-des kurdo-iraquíes. Además, los costes del enfrentamiento sonespeluznantes: cerca de 40.000 muertos; 150.000 millones de dóla-res en gastosmilitares entre el inicio de la actividad terrorista del PKKen 1984 y la captura de Ocalan en 1999 (Chislett, 2206); millones deciudadanos desplazados y un empobrecimiento generalizado y pro-gresivo del sureste turco. Aún así, la capacidad de la insurgencia kur-da para conservar su militancia e incluso captar nuevos adeptosentre una población que poco o nada tiene que perder no se ha debi-litado en los últimos años (González, 2007a).

Con todo, conviene al menos cuestionarse si el problema kurdo noestaría a día de hoy resuelto si el Ejército turco hubiera dejado a unlado su beligerancia para permitir, que el gobierno turco negociaradirectamente con el PKK y que las recomendaciones de la UE en el

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El pueblo kurdo,de 30 millonesde habitantes,vive repartidoentre Turquía(en torno a lamitad), Irak, IránSiria y la ex URSS

sentido de reforzar la democracia y los derechos humanos calaranhondo en el país euroasiático. Ciertamente, la flexibilización de lasposturas de uno y otro bando abrió un camino a la esperanza de unapaz cercana en circunstancias concretas de la historia reciente deTurquía.

Por ejemplo, el primer ministro Turgut Özal (1983-1989) pasará a lahistoria como el gran maestro y partidario de la negociación con elPKK (Veiga, 2006: 548). Ozal, de origen kurdo, se refirió a una “rea-lidad kurda”. Ya como presidente abolió la ley que prohibía el uso dela lengua kurda en los ámbitos público y privado (Zarcone, 2005:264) y contactó indirectamente con Ocalan (Mango, 2004: 219).También Suleyman Demirel y Erdal Inönu, que gobernaron en coali-ción entre 1991 y 1993, así como el actual Ejecutivo de Erdogan hanreconocido la existencia de un “problema kurdo”. De hecho, no hayque olvidar que uno de cada dos ciudadanos de las provincias demayoría kurda votó por el AKP en las elecciones legislativas de 2007(EFE, 2007).

El bando insurgente, ya a principios de la década de los noventa,cambió sus reivindicaciones independentistas por las de una fuerteautonomía, una amnistía para los miles de presos y la posibilidad departicipar en la vida política. En los años siguientes, y sobre todo des-pués de la detención de Ocalan y su encarcelamiento en Turquía, elPKK insistió en el reconocimiento de la identidad, la lengua y la cul-tura kurdas.

Al respecto, el Parlamento turco aprobó en 2002 un ambiciosopaquete de reformas en materia política y de derechos humanospara ajustarse a los criterios de Copenhague (las exigencias de la UEpara la entrada en la Unión de un país candidato: ser una democra-cia estable y respetuosa con los derechos humanos, estar dotado deuna economía de mercado y adoptar los tratados de la Unión) . En elmismo se incluían los derechos culturales de la minoría kurda, comola enseñanza privada de su lengua y la difusión de programas audio-visuales. Aún así, los kurdos y organizaciones internacionales siguendenunciando que las autoridades turcas no han implementado com-pleta o suficientemente dichas medidas.

La internacionalización del problema kurdo

El problema kurdo no es una cuestión que afecte única y exclusiva-mente al gobierno turco, puesto que se trata de un pueblo de unos30 millones de hombres y mujeres que viven repartidos entreTurquía (en torno a la mitad), Irak, Irán, Siria y la extinta URSS desde

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la desintegración del Imperio Otomano y la negación de un Estadokurdo en el Tratado de Sèvres. El único país de los anteriores dondelos kurdos gozan de una administración propia es Irak, concretamen-te en la zona norte. Las provincias de Erbil, Suleimaniya y Dahukconstituyen la denominada región semiautónoma del Kurdistán ira-quí, que forma parte del Irak federal post Sadam.

El punto de inflexión en la consecución de una autonomía kurda enel país árabe hay que situarlo en 1991, justo después de la Guerradel Golfo. A instancias de Ankara, la coalición internacional creóentonces una zona de seguridad en el norte de Irak con la que seconsiguió un doble objetivo. Por un lado, poner fin a la brutal repre-sión de las tropas de Sadam Husein contra la insurgencia kurda; ypor otro, impedir que cientos de miles de kurdos, cristianos y turco-manos desprotegidos entrasen en Turquía. Bagdad se retiró de lazona y surgió una suerte de protectorado en el que se repartieron elpoder dos grupos políticos: la Unión Patriótica del Kurdistán (UPK) deJalal Talabani y el Partido Democrático del Kurdistán (PDK) de MasudBarzani (Veiga, 2006: 546). En 1992 se formó un Parlamento kurdoen la región que acordó federarse con un futuro Irak democrático.

La situación disparó todas las alarmas en Turquía, porque aparente-mente estaba emergiendo un Estado kurdo, el cual no sólo podía ser-vir de refugio y base segura a los activistas del PKK sino que tambiénfomentaría el separatismo de la misma población kurda en el país(Veiga, 2006: 546). Aquella doble tesis, formulada hace casi dosdécadas, no sólo continúa gozando de la misma vigencia en Ankaraa día de hoy, sino que en parte se ha demostrado cierta.

Por un lado, Turquía denuncia que unos 3.800 milicianos del PKK,según cifras facilitadas por su Ejército en mayo de 2007 (AP, 2007),campan a sus anchas en el norte de Irak, esto es, viven, se entrenane infiltran puntualmente en territorio turco, ante la incapacidad eincluso indiferencia de las fuerzas de seguridad iraquíes y estadou-nidenses. Por otra parte, Ankara teme que una probable anexión dela región petrolífera de Kirkuk al Kurdistán iraquí anime al Gobiernosemiautónomo del norte de Irak a declarar un Estado kurdo indepen-diente que, a su vez, estimule el separatismo de los millones de kur-dos que habitan en el este y el sureste de Turquía (González, 2007b:49-61).

En consecuencia, la apuesta de las autoridades turcas pasa tanto porlanzar una guerra total contra el PKK en el este del país y en el nor-te de Irak, en forma de operaciones militares que comenzaron el 30noviembre de 2007 (EFE, 13 de diciembre de 2007), como por impe-dir un referéndum en Kirkuk.

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Para sostenerlegalmentesus ofensivasen un país vecino,aparte de apelara interesesde seguridadnacional, Ankaraha invocadoel derecho de“persecucióntransfronteriza”

Para sostener legalmente sus ofensivas en un país vecino, aparte deapelar a intereses de seguridad nacional, Ankara ha invocado el dere-cho de “persecución transfronteriza” (hot pursuit) sin aviso previo,que ya se contemplaba en un acuerdo bilateral de 1926 y que semantuvo en vigor hasta 2003, cuando Sadam Hussein anuló el trata-do en vísperas de la invasión estadounidense (EFE, 28 de septiembrede 2007). De hecho, el Ejército ha realizado 25 operaciones trans-fronterizas en el norte de Irak desde principios de los años noventa(González, 2007b), las de mayor magnitud en 1992, 1995, 1997 yfebrero de 2008. Asimismo, Turquía cuenta con 2.000 soldados yseis bases en territorio iraquí desde 1996.

Finalmente, con objeto de retrasar sine die la consulta popular sobreel estatus de Kirkuk, Turquía argumenta que aún no se cumplen lascondiciones mínimas de seguridad en la zona para su celebración.Asimismo, amplifica las denuncias de las comunidades suní y turco-mana, según las cuales las autoridades locales estarían tratando deinfluir en el resultado del plebiscito mediante el traslado a Kirkuk demiles de kurdos deportados forzosamente durante el régimen deSadam.

Tanto las últimas incursiones del Ejército turco en el norte de Irak en2008, que se han saldado con la pérdida de cientos de vidas y la des-trucción de aldeas e infraestructuras civiles, como los intentos delGobierno turco de aplazar el referéndum de Kirkuk al menos hasta2009 han sido denunciados por Bagdad como una “violación flagran-te de la soberanía” de su nación (EFE, 26 de febrero de 2008).Mientras, Estados Unidos ha permitido e incluso apoyado con infor-mación de la CIA los ataques armados turcos contra el PKK en elKurdistán iraquí, considerada como la región más estable y próspe-ra del país. No obstante, para lavar su imagen ante la comunidadinternacional y sobre todo frente a sus valiosos aliados kurdosdurante la guerra de Irak, Washington ha exigido a Ankara que limi-te al máximo el alcance y la duración de sus planes militares, que escuriosamente el mismo mensaje que la UE le ha hecho llegar alGobierno de Erdogan.

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Conclusiones

Con su actitud de laissez faire, Washington y Bruselas, los dos prin-cipales aliados de Ankara en la escena internacional, no hacen sinoallanar el camino para que los turcos desarrollen “su propia agendapolítica, diferente y diferenciada de la de otros actores occidentalesy orientales” (Herrero, 2008). En este sentido, la agenda turca noparece otra que la de rechazar tanto el ostracismo que se autoimpu-so en la primera mitad del siglo XX como el vasallaje a Occidente alque se entregó durante la segunda.

Su objetivo en el nuevomilenio pasa por convertirse en el juez y par-te de una región tan inestable como relevante desde el punto de vis-ta geoestratégico. Y Turquía lo quiere conseguir mediante unapolítica cuanto menos arriesgada debido a la doble dirección quetoma. Por un lado, despliega una diplomacia activa que le hace estarcada vez más presente en la escena mundial: copatrocina unaAlianza de Civilizaciones, actúa como mediador entre israelíes ypalestinos y participa en numerosas misiones internacionales depaz. Por otra parte, no duda en adoptar una diplomacia coercitiva eincluso militar con su vecino iraquí por el problema del terrorismokurdo. Así, antepone, como por otra parte viene haciendo de una uotra forma desde 1923, la seguridad y la defensa de sus propios inte-reses sobre la democracia y la vía del diálogo y la negociación.

El problema es que una diplomacia activa no le asegura a Turquíaconseguir el estatus de una potencia regional. Por el contrario, dichaactitud podría conducirle al aislamiento, ya que los países de la zonao las propias fuerzas globales tratarían de alinearse para ejercer decontrapeso a su emergente poder (Dagi, 2007). Por otro lado, aun-que es cierto que una estrategia agresiva y beligerante es capaz porsí misma de influir en los acontecimientos de la región, también pue-de trastornar aún más el frágil equilibrio regional e incluso las rela-ciones entre el Ejército y el poder civil en Turquía. Es decir, Ankaracorre el peligro de que el parecer de las Fuerzas Armadas siga pre-valeciendo sobre el de los Gobiernos de turno y, por tanto, que laresolución de problemas como el kurdo o el chipriota dependa úni-ca y exclusivamente de ellas.

Con objeto de invertir la ecuación y dotarse de una política exteriormás unitaria y coherente con sus capacidades y potencialidades,Turquía debe apostar por reforzar su democracia. Y ello implica nosólo implementar un sinfín de reformas, entre ellas una progresivareducción del poder de los militares en favor de la clase política, sinotambién cambiar su mentalidad. Sería una tarea ardua y difícil, quepuede costarle muchos años de esfuerzo y paciencia, pero Turquía,sus vecinos y la comunidad internacional en su conjunto saldríanbeneficiados.

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