sanadoctrinaeminente predicador desde los días de pablo, durmió en el señor de la manera más...
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“Si un hombre es capaz de predicar Sermones sin Cristo, no te hagas
Daño a ti mismo escuchándolo”
Charles Haddon Spúrgeon
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INTRODUCCIÓN
Carlos Haddon Spúrgeon nació en Kelvedon, pueblo en el distrito
de Braintree de Essex en Inglaterra el 19 de junio de 1834 y falleció en los Alpes Marítimos el 31 de enero de 1892. Fue pastor de la
Iglesia Bautista denominada Tabernáculo Metropolitano en Londres durante 38 años. A lo largo de su vida evangelizó cerca de 10
millones de personas; predicando a menudo hasta 10 veces por
semana en distintos lugares. Sus sermones han sido traducidos a varios idiomas y en la actualidad existen más libros y escritos de
Spúrgeon que de cualquier otro escritor cristiano en la historia de la
iglesia. Tanto su abuelo como su padre fueron pastores puritanos, por lo que creció en un hogar de principios cristianos. Sin embargo, no
fue sino hasta que tuvo 15 años, en enero de 1850, cuando hizo profesión de fe en una Iglesia Metodista.
Fue parte de numerosas controversias con la Unión Bautista de Gran
Bretaña y luego debió abandonar su título religioso. No obstante, fue conocido y recordado en todo el mundo como “El Príncipe de los
Predicadores”. Spúrgeon vivió y brilló con claridad extraordinaria, en una época en
que, en su propio país, descollaban grandemente magníficos
predicadores que poseían gran caudal de sabiduría y una brillante elocuencia. En efecto, en su propia ciudad, conmovían y arrebataban
a las multitudes, predicadores tan eminentes como Jorge Whitefield,
Howard Hinton y el canónigo Liddon, todos los cuales gozaban de gran prestigio y de bien ganada fama; mientras que a su vez, fuera
de Inglaterra, había una verdadera multitud de oradores sagrados, insignes maestros de la palabra que, dentro y fuera de sus
denominaciones, con sus grandes elocuencias, no sólo habían
escalado las mayores alturas, sino que también habían dejado sentir sus influencias, para bien, contribuyendo a modelar las corrientes de
su tiempo y hacer más real y efectiva la moral cristiana. Según cita el libro “Biografía de Carlos Haddon Spúrgeon”, que el
eminente Dr. Tomás Armitage expresó el siguiente comentario acerca
de su persona: “Londres tenía un más perfecto orador de púlpito en Jorge Whitefield, un más acabado retórico en Enrique Melville, un
completo exegeta en el Deán Trench, un más profundo en Tomás Binney, un más sensible metafísico Howard Hinton, y un pensador
más grande en el canónigo Liddon. Pero todos ellos juntos no
pudieron conmover a los millones como los conmovió el mensaje de Spúrgeon, de parte de Dios, en el púlpito”.
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A pesar de sus diversas dolencias que lo limitaban en su ministerio, en 1857 fundó una organización de caridad llamada Spúrgeon´s, la
cual trabaja aún hoy, a lo largo de todo el mundo.
Durante muchos años Spúrgeon padeció de una persistente enfermedad que cada día se hacía más aguda, la gota reumática que
había heredado de su abuelo. Motivo por el cual se veía obligado a pasar largas temporadas, cada año, en el sur de Francia. En los
últimos años su dolencia se agudizó de tal manera que presagiaba su
pronto abatimiento. Carlos Haddon Spúrgeon, un hombre verdaderamente grande, el más
eminente predicador desde los días de Pablo, durmió en el Señor de
la manera más apacible y confiada el 31 de enero de 1892 rodeado de su amante esposa, uno de sus hijos, su hermano y co-pastor, su
secretario particular y tres o cuatro amigos íntimo. Mientras ejerció su ministerio tuvo una sola pasión y propósito:
predicar a Cristo con toda su gloria y poder. Fue un maestro de la
palabra hablada y escrita.
El índice general de los sermones será presentado en tres secciones tal como está en los siete tomos llamados Tesoros escondidos de la
página sermones selectos. Las divisiones son: Antiguo Testamento,
Evangelios y Nuevo Testamento; y aunque no son divisiones correlativas con LAS ESCRITURAS: Antiguo Testamento y Nuevo
Testamento. El motivo es sólo con el propósito de armonizar con las
divisiones que fueron hechas en los Tomos referidos. La intención de tal división ya fue fundamentada oportunamente y su objetivo fue
acompañar a cada sección un comentario de introducción. Ese comentario, cuyo texto puede leerse en las páginas de referencia se
escribió con la idea de aportar una visión más, acerca del plan
salvífico de Dios. Es decir, evidenciar los distintos y particulares tratos que Dios tuvo para con el hombre a través de los tiempos
aunque siempre, con un mismo propósito: salvar por medio de la fe en Jesucristo, a todo aquel que en Él cree mediante su gracia libre y
soberana.
De manera que, a medida que uno va profundizando en la lectura de los sermones de Spúrgeon, no sólo encontrará en cada una de estas
secciones, una magistral exposición de la pura Doctrina del Padre sino que además descubrirá como, con sólo fundamentarse en LA
ESCRITURA que es explícita y literal, derriba “interpretaciones”
subjetivas de algunos “teólogos” que, manipulando LA PALABRA DE DIOS, según sus juicios, crean “mitos” y “dogmas” espurios para
convertirla en falsas doctrina. Acto que el Apóstol Pablo llama.
“pervertir el evangelio” (Gálatas 1. 7).
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INDICE GENERAL
Antiguo Testamento
1 Cómo Dios viene al hombre 9 2 Los famosos títulos del Señor 22
3 La prerrogativa Real 34
4 Las vanidades de la tierra y las verdades del cielo 48 5 Mi consuelo en la aflicción 61
6 No debemos claudicar 73
7 Palabras desde la Cruz 91 8 Perseverancia en santidad 98
9 Razones en defensa de Dios 114 10 Recuerda que morirás 129
11 Revelación y conversión 143
12 Soberanía y salvación 157 13 Guárdense de la incredulidad 173
14 “Mejor que el vino” 189 15 La oración de Jabes 203
Evangelios
1 El Guía privado 219 2 El oficio primordial del Espíritu Santo 236
3 No había lugar para Cristo en el mesón 249 4 La higuera marchita 266
5 Poca fe y gran fe 283
6 La sangre derramada por muchos 299 7 La tristeza de la Cruz convertida en gozo 316
8 Líbrele ahora 333 9 Solo pero no solo 349
10 Los lejanos, cercanos; los cercanos, lejanos 362
11 Los magos, la estrella y el Salvador 376 12 Menos preciar a Cristo 391
13 Hasta encontrarla 407 14 La majestad abatida 420
15 La necesidad de todo ser humano 436
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Nuevo Testamento
1 El tesoro de la gracia 452 2 La historia de un esclavo fugitivo 468
3 Un mediador 485
4 Las inescrutables riquezas de Cristo 496 5 Más que vencedores 513
6 Miembros de Cristo 529
7 ¡Nunca! ¡Nunca! ¡Nunca! ¡Nunca! 544 8 Predestinación y llamamiento 561
9 Profundidades y alturas 576 10 El sacerdocio de los creyentes 589
11 Una gloriosa predestinación 600
12 Una Ley inalterable 617 13 La naturaleza dual y el duelo interior 629
14 Ay de nosotros 640 15 Cristo: el que hace nueva todas las cosas 657
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Cómo Dios Viene al Hombre
Sermón predicado la noche del jueves 13 de julio de 1876
Por Charles Haddon Spúrgeon En El Tabernáculo Metropolitano, Newington, Londres
“Y oyeron la voz de Jehová Dios que se paseaba en el huerto, al aire del día;
y el hombre y su mujer se escondieron de la presencia de Jehová Dios entre
los árboles del huerto. Mas Jehová Dios llamó al hombre, y le dijo: ¿Dónde
estás tú?” Génesis 3: 8, 9.
“¿Cómo vendrá Dios a nosotros ahora que nos hemos rebelado contra
Él?” Esa es una pregunta que debe de haber dejado grandemente perplejos a nuestros primeros padres, y se pudieran haber dicho
el uno al otro: “Tal vez Dios no vendrá a nosotros del todo y
entonces seremos en verdad huérfanos. Si se nos permitiera continuar viviendo, tenemos que continuar viviendo sin Dios y sin
esperanza en el mundo”. Habría sido la peor cosa que le pudiera haber pasado a nuestra raza si Dios hubiera dejado que este planeta
siguiera su propio curso y hubiese dicho respecto al pueblo en él, “Los
dejé, por tanto, a la dureza de su corazón, pues son dados a ídolos”.
Pero si Él vino a nuestros primeros padres, ¿cómo vendría?
Seguramente, Adán y Eva deben de haber tenido miedo de que estuviera acompañado por los ángeles de la venganza para
destruirlos de inmediato, o, de cualquier manera, para atarlos con cadenas y grilletes para siempre. Así que se preguntaban entre ellos
mismos: “¿Vendrá; y si viene, implicará su venida la total destrucción
de la raza humana?” Sus corazones deben de haber estado grandemente perplejos en su interior mientras esperaban para ver lo
que Dios haría como un castigo por el gran pecado que habían cometido. Yo creo que ellos pensaron que Él vendría a ellos. De su
experiencia pasada conocían tanto de Su longanimidad que se sentían
seguros de que vendría; sin embargo, entendían también tanto de Su santo furor contra el pecado que deben de haber tenido miedo de Su
venida; así que fueron y se ocultaron entre los árboles del huerto, aunque cada árbol debe de haberlos reprendido por su desobediencia,
pues cada uno de los árboles parecía decirles: “¿Por qué vienen aquí?
Han comido del fruto del árbol que se les había prohibido probar. Ustedes han quebrantado el mandamiento de su Hacedor y Su
sentencia de muerte ya ha salido contra ustedes. Cuando Él venga,
vendrá ciertamente para tratar contigo en juicio de conformidad con Su palabra fiel; y cuando lo haga, ¿qué será de ti?” Cada hoja, al
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crujir, debe de haberlos asustado y alarmado. El aliento de la brisa nocturna al pasar a lo largo del huerto debe de haberlos llenado de
miedo y de espanto en cuanto a la condenación que les esperaba.
Ahora, Dios vino “al aire del día”, o como lo expresa el hebreo: “en el
viento de la tarde”, cuando la brisa nocturna estaba soplando a lo largo del huerto. Para nosotros es difícil imaginar incluso cómo se
reveló a nuestros primeros padres. Yo supongo que condescendió a
tomar sobre sí alguna forma visible. Era “la voz del Señor Dios” la que oían en el huerto, y ustedes saben que es la Palabra de Dios a
quien le ha agradado hacerse visible a nosotros en carne humana.
Pudo haber asumido alguna forma en la que podían verle; de otra manera, como un espíritu puro, Dios no podía ser reconocido ni por
los oídos ni por los ojos de ellos.
Oyeron Su voz que hablaba cuando caminaba en el huerto al aire del
día; y cuando llamó a Adán, aunque había una justa ira en el tono de Su voz, con todo, sus palabras fueron muy tranquilas y dignificadas,
y, hasta donde debían serlo, muy tiernas; pues si bien pueden leer las palabras de esta manera: “Adán, ¿dónde estás tú?” pueden
leerlas así también: “¿Dónde estás tú, pobre Adán, dónde estás tú?”
Puedes poner un tono de piedad en las palabras, y sin embargo, no las estarías leyendo mal. Entonces el Señor viene así en benignidad al
aire del día y los llama a rendir cuentas; pacientemente escucha sus
perversas excusas, y luego pronuncia sobre ellos una sentencia, que, onerosa como era para la serpiente, y pesada como era para todos
aquellos que no son salvos por la prodigiosa Simiente de la mujer, con todo tiene mucha misericordia incorporada en la promesa de
que la Simiente de la mujer herirá la cabeza de la serpiente, una
promesa que debe de haber brillado en sus tristes y pecadoras almas así como una estrella particular y brillante resplandece en la
oscuridad de la noche.
Yo aprendo, de este incidente, que Dios viene a los hombres
pecadores, tarde o temprano, y podemos aprender también, de la manera como vino a nuestros primeros padres, cómo es probable que
venga a nosotros. Su venida será diferente para diferentes personas; pero deducimos de este incidente, que Dios ciertamente vendrá a
hombres culpables, aun si espera el aire del día; y también
entendemos un poco acerca de la manera en que vendrá en definitiva a todos los hombres.
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Recuerda esto, pecador, que sin importar cuánto te apartes de Dios, tendrás que acercarte a Él uno de estos días. Puedes ir y arrancar el
fruto que Él prohíbe que toques, y luego puedes ir y ocultarte entre
las gruesas ramas de los árboles en el huerto y pensar que te has escondido; pero tendrás que comparecer cara a cara ante tu Hacedor
en algún momento u otro. Pudiera no ser hoy, o mañana; pudiera no ser hasta “el aire del día” del tiempo; es más, pudiera ser hasta que
el tiempo mismo ya no sea más; pero, por fin, tendrás que ser
confrontado por tu Hacedor. Como el cometa que vuela muy lejos del sol, vagando en el espacio para cubrir una distancia completamente
inconcebible, y sin embargo, tiene que regresar de nuevo, sin
importar cuánto tiempo tome su circuito, así tendrás que regresar a Dios, ya sea voluntariamente, arrepentidamente, crédulamente, o de
otra manera sin la disposición de hacerlo y en cadenas, para recibir la sentencia de condenación de los labios del Todopoderoso a quien has
provocado a ira por tu pecado. Pero Dios y tú tienen que reunirse, tan
ciertamente como estás viviendo aquí ahora; en algún momento u otro, cada uno de ustedes tiene que oír la voz del Señor Dios
diciéndoles, tal como le dijo a Adán: “¿Dónde estás tú?”
Ahora, de esta reunión entre Dios y el hombre caído yo aprendo unas
cuantas lecciones, que se las voy a transmitir conforme me capacite el Espíritu Santo.
I. La primera es esta. Cuando Dios se reunió con el hombre caído, no fue sino hasta el aire del día. Esto me sugiere LA
GRAN PACIENCIA DE DIOS CON EL CULPABLE.
Ya sea que Adán y Eva pecaran temprano en la mañana, o en mitad
del día, o hacia la noche, no lo sabemos. No es necesario que sepamos eso; pero es probable que el Señor Dios concediera un
intervalo para intervenir entre el pecado y la sentencia. Él no tenía prisa por venir, porque no podía venir excepto en ira, para hacerles
ver sus pecados. Ustedes saben cuán rápidos son los temperamentos
de algunos hombres. Si son provocados, sólo dicen una palabra y lanzan un golpe, pues no tienen ninguna paciencia. Es nuestra
pequeñez lo que nos hace impacientes. Dios es tan grande que Él puede tolerar mucho más que nosotros; y aunque el pecado de
nuestros primeros padres lo provocó grandemente, -y es Su gloria
que es tan santo que no puede mirar a la iniquidad sin indignación- con todo pareció decirse: “Tengo que ir y llamar a estas dos criaturas
mías para que den cuenta de su pecado; con todo, el juicio es mi
trabajo extraño, pero es en la misericordia en la que yo me deleito.
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Esta mañana, descorrí las cortinas que los habían protegido durante la noche, y se derramó la luz del sol sobre ellos, ni un segundo más
allá del tiempo señalado, y me alegró hacerlo; y todo el día, he
estado derramando misericordias sobre ellos, y los refrescantes rocíos nocturnos están comenzando a caer sobre ellos. Yo no voy a
bajar con ellos hasta el último momento posible. Voy a posponerlo hasta el aire del día”. Dios no hará nada al calor de la pasión; todo
será deliberado y tranquilo, majestuoso y divino.
El hecho de que Dios no viniera a cuestionar a sus pecadoras
criaturas hasta el aire del día debería enseñarnos la grandeza de Su
paciencia, y también debería enseñarnos a ser, nosotros mismos, pacientes con otros. ¡Cuán maravillosamente paciente ha sido Dios
con algunos de ustedes que están aquí! Han vivido muchos años y han disfrutado de Sus misericordias, con todo escasamente han
pensado acerca de Él. Ciertamente no le han entregado sus
corazones; pero Él no ha venido para tratar con ustedes en juicio todavía. Él los ha esperado veinte años a ustedes, jóvenes; treinta
años, cuarenta años, a ustedes, personas de edad media; cincuenta años, sesenta años, a ustedes que están dejando atrás ese período;
setenta años, tal vez, o incluso ochenta años se ha sabido que se ha
demorado, pues “se deleita en misericordia”, pero no se deleita en juicio. Setenta años forman una larga vida de días, sin embargo,
muchas personas gastan todo ese tiempo en perpetrar pecados
frescos. Llamados al arrepentimiento una y otra vez, solo se vuelven más impenitentes por resistir el llamado de la misericordia.
Favorecidos con tantas bendiciones como las arenas de la costa del mar, sólo demuestran ser más ingratos por dejar de apreciar todas
esas bendiciones. Es maravilloso que Dios esté dispuesto a esperar
hasta el aire de ese largo, largo día de vida como son setenta u ochenta años. ¡Cuán pacientes, entonces, deberíamos ser los unos
para con los otros! Sin embargo ustedes, padres, ¿son siempre pacientes con sus hijos, sus jóvenes hijos que pudieran no haberlos
ofendido voluntariamente o conscientemente? ¡Qué paciencia
deberían ejercitar siempre para con ellos! ¿Y tienes una paciencia parecida por un amigo o un hermano que podría usar un lenguaje
áspero y provocarte? Sin embargo, así debería ser tu paciencia. Nunca debemos sujetar por el cuello a nuestro hermano, y decirle:
“Págame lo que me debes”, en tanto que encontremos a Dios
esperando deliberadamente hasta el aire del día antes de venir a esos que le han ofendido, y aun entonces sin expresar ninguna palabra
más de ira de las que deben ser expresadas, y mezclando aun esas
palabras con misericordia que no tiene límites.
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II. Lo segundo que yo deduzco de la venida del Señor a Adán y Eva
al aire del día es SU CUIDADO DIVINO POR EL CULPABLE.
Aunque no vino hasta el aire del día, manifestando así Su paciencia,
vino entonces, manifestando así Su cuidado por aquellos que habían pecado contra él. Pudo haberlos dejado toda la noche; toda la noche
sin su Dios, toda la noche sin Él después de que habían hecho lo que
les había prohibido hacer –toda la noche- una noche sin dormir, una noche terrible, una noche que habría sido embrujada con mil miedos;
toda la noche con esta gran batalla temblando en la balanza, con la
gran pregunta de su castigo que no ha sido resuelto, y un temor indefinible del futuro pendiendo sobre ellos. Muchos de ustedes saben
que la tribulación de que algo sea mantenido en suspenso es casi peor que cualquier otro problema en el mundo. Si un hombre supiera
que tiene que ser decapitado, sería más fácil para él morir de
inmediato que tener que ponerse de rodillas con su cuello sobre el bloque, y el hacha deslumbrante levantada sobre él y sin saber
cuándo podría caer. El suspenso es peor que la muerte; pareciéramos sentir mil muertes mientras tenemos una muerte en suspenso.
Entonces Dios no dejaría a Adán y a Eva en suspenso a lo largo de
toda la noche después de que habían pecado contra Él, pero vino a ellos al aire del día.
Hubo una razón adicional por la que vino a ellos; sin importar el hecho de que le habían desobedecido y que tendría que castigarlos,
recordó que todavía eran Sus criaturas. Parecía estar diciendo en su interior: “¿Qué les haré? No debo destruirlos completamente, pero
¿cómo puedo salvarlos? Tengo que implementar mi amenaza, pues
mi palabra es verdadera; sin embargo, también debo ver cómo puedo perdonarlos, pues yo soy longánimo, y mi gloria ha de ser aumentada
por el despliegue de mi gracia hacia ellos”. El Señor los miró como los progenitores designados de sus elegidos; y consideraba a Adán y a
Eva también, esperemos, como Sus elegidos, a quienes amó a pesar
de su pecado, así parecía decir: “No voy a dejarlos toda la noche sin la promesa que iluminará su penumbra”. Era sólo una promesa; y, tal
vez, no era claramente entendida por ellos; aun así, era una promesa de Dios, aunque le fue dicha a la serpiente, “Y pondré enemistad
entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te
herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar”. Entonces, ni una sola noche fueron dejadas las pobres criaturas de Dios sin por lo
menos una estrella que brillara en las oscuridad para ellas, y así Él
mostró Su cuidado por ellas. Y todavía, queridos amigos, aunque Dios
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es lento para la ira, con todo siempre está listo para perdonar, y es muy tierno y compasivo aun cuando tiene que dictar sentencia contra
los culpables. “No contenderá para siempre, ni para siempre guardará
el enojo”. Ustedes pueden ver Su cuidado y consideración aun para el más indigno de nosotros, porque no nos ha cortado en nuestros
pecados. Nosotros:
“No estamos en tormentos, no estamos en el infierno”.
Podemos ver las marcas de Su benignidad en los propios vestidos a
nuestras espaldas y el alimento del que participamos por Su
generosidad. Muchos de Sus dones vienen, no meramente a quienes no los merecen, sino a aquellos que merecen ser llenados con la hiel
y el ajenjo de la ira todopoderosa para siempre.
III. Ahora, en tercer lugar, quiero mostrarles que, CUANDO EL
SEÑOR VINO EN EFECTO, NOS PROPORCIONÓ UN MODELO DE CÓMO EL ESPÍRITU DE DIOS VIENE PARA DESPERTAR LAS CONCIENCIAS
DE LOS HOMBRES.
Ya he dicho que, tarde o temprano, Dios vendrá a confrontar a cada
uno de nosotros. Querido amigo, yo ruego que si nunca ha venido a ti en la forma de un despertar de tu conciencia y haciéndote sentir un
pecador, que pueda venir a ti muy rápidamente. Y cuando venga para
despertarte y despabilarte, será más o menos de esta manera.
Primero, viene oportunamente: “al aire del día”. El trabajo de Adán estaba hecho, y Eva no tenía nada más que hacer hasta el siguiente
día. En esa hora, habían estado acostumbrados, en tiempos más
felices, a sentarse y descansar. Ahora Dios viene a ellos, y el Espíritu de Dios, cuando viene a despertar a los hombres, generalmente los
visita cuando tienen un poco de tiempo para un pensamiento apacible. Tú entraste y escuchaste un sermón; su mayor parte se
esfumó de tu memoria, pero hubo unas cuantas palabras que te
impactaron de manera que no te podías deshacer de ellas. Tal vez, ya no pensaste más acerca del mensaje que habías escuchado. Algo más
intervino y te arrebató la atención. Pero, un poco de tiempo después, tuviste que vigilar toda la noche junto al lecho de un amigo enfermo,
y entonces Dios vino a ti, y trajo a tu recuerdo las palabras que
habías olvidado. O pudiera ser que algunos textos de la Escritura que aprendiste cuando eras un niño comenzaron a hablarte a través de
las vigilias de la noche. O, tal vez, ibas a lo largo de una solitaria
carretera en el campo, o, pudiera ser que estabas en el mar en una
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noche oscura, y las olas rodaban pesadamente de manera que no podías dormir, e incluso llegaste a temer que serías engullido por el
furioso mar. Entonces, entonces vino la voz del Señor Dios
hablándote personalmente. Cuando otras voces fueron silenciadas, hubo una oportunidad para que Su voz fuera oída.
No sólo el Señor vino a Adán y a Eva oportunamente, sino que le
habló a Adán personalmente, y le dijo: “¿Dónde estás tú?” Uno de los
grandes errores en conexión con toda la predicación es que tantos oyentes persistirán en prestarles sus oídos a otras personas.
Escuchan un fiel sermón evangélico, y entonces dicen: “Ese mensaje
es apto admirablemente para el Vecino Tal y Tal. ¡Qué lástima que la señora Fulana de Tal no lo oyera! Esa habría sido la palabra propicia
para ella”. Sí, pero cuando Dios viene a ti, así como vino a Adán y a Eva, y si no eres convertido, yo ruego que te convierta, cada una de
las palabras del sermón que te dará será para ti mismo. Él dirá,
“Adán”, o “Juan”, o “María”, o cualquiera que fuera tu nombre, “¿Dónde estás tú?” La pregunta estará dirigida a ti mismo
únicamente; no tendrá ninguna relación con ninguno de tus vecinos, sino únicamente contigo mismo. La pregunta podría adoptar una
forma como esta: “¿Dónde estás tú? ¿Qué has estado haciendo?
¿Cuál es tu condición ahora? ¿Te arrepentirás ahora, o continuarás todavía en tus pecados?” Joven amigo, ¿no has tenido alguna
experiencia de este tipo? Fuiste al teatro; pero cuando regresaste a
casa, dijiste que no lo habías disfrutado, y que hubieras preferido no ir. Parecía como si Dios hubiera venido para luchar contigo y para
razonar contigo acerca de tu vida pasada, sacando una cosa tras otra en la que has pecado contra Él. En todo caso, esta es la manera en
que trata con muchos; y si trata así contigo, sé agradecido por ello, y
entrégate a Él y no luches contra Él. Siempre me alegra cuando los hombres no pueden ser felices en el mundo; pues, en tanto que
puedan serlo, lo serán. Es siempre una gran misericordia cuando comienzan a estar enfermos de la exquisiteces de Egipto, pues
entonces podemos conducirlos, por la guía de Dios, a buscar la leche
y la miel de la tierra de Canaán; pero no hasta entonces. Es una gran bendición cuando el Señor pone delante de ti, personalmente, una
verdadera visión de tu propia condición ante Sus ojos, y te hace mirar allí tan denodadamente, concentrando tu pensamiento entero en ello,
de manera que no puedes ni siquiera comenzar a pensar acerca de
otros porque eres forzado a examinar tu propio yo, para ver cuál es tu condición real en relación a Dios.
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Cuando el Señor viene así a los hombres, y habla personalmente con ellos, los conduce a darse cuenta de su condición perdida. ¿No ven
que esto está implicado en la pregunta: “Dónde estás tú? Adán
estaba perdido, perdido para Dios, perdido para la santidad, perdido para la felicidad. Dios mismo pregunta: “¿Dónde estás tú?” Eso fue
para que Adán supiera esto: “Te he perdido Adán; en un tiempo, yo podía hablar contigo como con un amigo, pero ya no puedo hacerlo
más. Tú fuiste una vez mi hijo obediente, pero ahora no lo eres; te
he perdido. ¿Dónde estás tú?” Que Dios el Espíritu Santo convenza a cada persona inconversa aquí que él o ella está perdida, no sólo
perdidos para ellos mismos, y para el cielo, y para la santidad, y para
la felicidad, sino perdidos para Dios. Era de los perdidos de Dios de quienes Cristo hablaba tan a menudo. Él, propiamente era el buen
Pastor, que reunió a sus amigos y vecinos, diciéndoles: “Gozaos conmigo, porque he encontrado mi oveja que se había perdido”; y Él
representa a Su Padre que dice de Su hijo cuando regresa a Él: “Este
mi hijo era muerto’ –muerto para mí- ‘y vive de nuevo’ –estaba perdido, perdido para mí ‘y es encontrado’”. El valor de un alma para
Dios, y el sentido de pérdida de Dios en el caso de cada alma individual, es algo que vale la pena meditar, y calcular, si puede ser
calculado. Dios hace que el hombre se dé cuenta que está perdido
por sus propios gemidos y súplicas, tal como le dijo a Adán: “¿Dónde estás tú?”
Ustedes observarán también que el Señor no sólo vino a Adán y le cuestionó personalmente, sino que hizo que Adán le respondiera; y si
el Señor se ha acercado a cualquiera de ustedes, hablando contigo al aire del día, y cuestionándote acerca de la condición perdida, él hará
que confieses tu pecado, y te llevará a reconocer que era realmente
tuyo. Él no te dejará como Adán quería ser dejado, es decir, echando la culpa a Eva por la desobediencia; y él no te dejará como Eva trató
de quedarse, es decir, traspasando la culpa al diablo. Antes de que el Señor haya acabado contigo, te traerá a este punto, que sentirás, y
confesarás y reconocerás que tú eres realmente culpable de tu propio
pecado y que tienes que ser castigado por él. Cuando te rebaja a ese punto y no tienes nada en absoluto que decir por ti mismo, entonces
te perdonará. Yo recuerdo bien cuando el Señor me hizo caer de rodillas de esta manera, y vació toda mi justicia propia y la confianza
en el yo, hasta que sentí que el lugar más caliente en el infierno era
lo que realmente merecía, y que, si salvaba a todos los demás, pero no me salvaba a mí, Él todavía sería justo y recto, pues yo no tenía
ningún derecho de ser salvado. Entonces, cuando era obligado a
sentir que tiene que ser todo por gracia, o de lo contrario no podría
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haber salvación para mí, entonces me habló tierna y amablemente; pero, al principio, no parecía haber ninguna ternura o piedad para mi
alma. El Señor venía hacia mí, desnudando mi pecado, revelándome
mi condición perdida, y haciendo que me estremeciera y temblara, mientras temía que lo siguiente que me diría sería: “Apartaos de mí,
maldito, al fuego eterno”; en vez de lo cual me dijo en tonos de sorprendente amor y longanimidad, “Te he puesto entre mis hijos;
‘Con amor eterno te he amado; por tanto, te prolongué mi
misericordia”. Bendito sea el nombre del Señor, por los siglos de los siglos, por tal asombroso tratamiento como este que es aplicado a los
culpables y a los perdidos.
IV. Ahora, en cuarto lugar, y muy solemnemente, quiero mostrarles
que ESTA VENIDA DEL SEÑOR A ADÁN Y A EVA ES TAMBIÉN PROFÉTICA DE LA MANERA EN QUE VENDRÁ COMO UN ESPÍRITU
JUZGADOR DE QUIENES LE RECHAZAN COMO UN ESPÍRITU
DESPERTADOR.
Inconversos, ya les he recordado que tan ciertamente como viven, tendrán que someterse a Dios, como el resto de nosotros. Tarde o
temprano tendrán que conocerle y saber que Él los conoce. No habrá
manera de escapar de una entrevista que será sumamente seria y sumamente terrible para ustedes. Tendrá lugar “al aire del día”. Yo
no sé cuándo pudiera ser eso. Cuando venía en camino para este
servicio, pasé a visitar a una joven dama para quien “al aire del día” ha venido a los veinticinco o a los treinta años de edad. La tisis ha
hecho que el día de su vida sea comparativamente breve; pero, bendito sea Dios, Su gracia ha hecho que sea uno muy feliz; y ella no
tiene miedo, “al aire del día”, oír la voz del Señor Dios llamándola a
casa. Es bueno que no tenga miedo; pero tú, que no has creído en Jesús, tendrás que oír esa misma voz divina al aire del día de tu vida.
Se te puede permitir llegar a viejo; la fortaleza de la juventud y de la edad adulta se habrán ido, y comenzarás a apoyarte en tu cayado, y
a sentir que no tienes el vigor que solías tener, y que no puedes
cumplir un día duro de trabajo como solías hacerlo, y no debes intentar correr por las colinas como lo hacías antes. Ese será “el aire
del día” para ti, y luego el Señor Dios vendrá a ti, y dirá: “Ordena tu casa, porque morirás, y no vivirás”.
Algunas veces ese aire del día viene a un hombre justo cuando le hubiera gustado que fuera al calor del día. Él está haciendo dinero, y
sus hijos se está multiplicando en torno a él, así que quiere detenerse
en este mundo un poco más de tiempo. Pero eso no puede ser; tiene
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que subir a su lecho, y tiene que acostarse allí por tantos días y noches, y luego tiene que oír la voz del Señor Dios cuando comienza
a cuestionarle, y a decir: “¿Dónde estás tú en relación a mí? ¿Me has
amado con todo tu corazón, y mente y alma y fuerza? ¿Me has servido? ¿Estás reconciliado a mí por medio de la muerte de Mi Hijo?
Tales preguntas como esas vendrán a nosotros tan ciertamente como Dios nos ha hecho, y tendremos que dar cuentas de los actos
realizados en el cuerpo, ya sea que hayan sido buenos o hayan sido
malos. Yo les ruego que piensen en estas cosas, y que no digan: “¡Ah!, eso no sucederá justo ahora”. Eso es más de lo que cualquiera
de nosotros pudiera decir; y permítanme recordarles que la vida es
muy corta aun en su mayor duración. Estoy apelando especialmente a aquellos que son de mi edad. ¿No encuentran ustedes, queridos
amigos, que cuando están entre cuarenta y cincuenta años de edad, las semanas parecieran ser mucho más cortas de lo que solían ser
cuando eran jóvenes? Yo por tanto deduzco que, cuando nuestros
amigos tienen setenta u ochenta años de edad, el tiempo tiene que parecer mucho más corto para ellos de lo que fue jamás. Yo pienso
que una razón por la que Jacob, cuando tenía ciento treinta años de edad, le dijo a Faraón: “Pocos y malos han sido los días de los años
de mi vida”, era simplemente esto: que realmente era un hombre
muy viejo, aunque no tan viejo como sus ancestros, ese tiempo le parecía incluso más breve a él de lo que parecía a gente más joven.
Si eso era así, entonces, yo supongo que, entre más vive un hombre,
más corto parecería ser el tiempo. Pero corto o largo, tu parte de él pronto acabará, y serás llamado a encoger tus pies en la cama, y a
reunirte con el Dios de tus padres.
Cuando llegue esa hora decisiva y solemne, tu entrevista con Dios
tendrá que ser personal. Los patrocinadores no servirán de nada para nadie en el lecho de muerte. No servirá de nada, entonces, llamar a
amigos cristianos que tomen una porción de tu carga. No serán capaces de darte de su aceite pues no tienen suficiente gracia para
ellos mismos y para ti. Si vives y mueres sin aceptar la ayuda del
único Mediador entre Dios y el hombre, todas estas preguntas tendrán que ser resueltas entre tu alma y Dios sin que nadie más
intervenga entre ti y tu Hacedor; y todo esto puede pasar en cualquier momento. La plática personal entre Dios y tu alma, al final
de tu vida puede ser ordenada para tener lugar esta misma noche; y
yo soy enviado, como un precursor, sólo para darte esta advertencia de manera que no te reúnas con tu Dios completamente por
sorpresa, sino que, de cualquier manera, puedes ser invitado y
exhortado a estar preparado para esa gran entrevista.
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Siempre que esa entrevista tiene lugar, Dios tratará contigo en
solemne sinceridad, personalmente haciéndote ver tu pecado. Serás
incapaz de negarlo, pues habrá Uno presente, en esa entrevista, que lo ha visto todo, y las preguntas que hará acerca del estado de tu
alma serán muy escudriñadoras. Él no preguntará meramente acerca de un pecado, sino acerca de todos tus pecados. Él no solo
preguntará acerca de tu vida pública, sino también acerca de tu vida
privada; no preguntará meramente acerca de tus actos, sino acerca de tus dichos, y tus disposiciones, y tus pensamientos, y acerca de
toda tu posición en relación a Él mismo, así como le preguntó a Adán:
“¿Dónde estás tú?”
En imaginación –yo ruego que sea sólo en la imaginación- veo morir a algunos de ustedes no siendo salvos; y yo los veo cuando pasan al
otro mundo sin ser perdonados, y tu alma se da cuenta, por primera
vez, cuál fue la experiencia del rico, de quien nuestro Salvador dijo: “Y en el Hades alzó sus ojos”, como si hubiese estado dormido antes,
y se acabara de despertar a su verdadera condición. “Alzó sus ojos”, y contempló a su alrededor, pero no pudo ver nada excepto lo que le
causaba desmayo y horror; no había ninguna traza de gozo o
esperanza, ningún rastro de tranquilidad o paz. Luego, a través de la terrible lobreguez, vino el sonido de tales preguntas como estas:
“¿Dónde estás tú, pecador? Estabas en una casa de oración hace
unas cuantas semanas, y el predicador te exhortó a buscar al Señor; pero tú procrastinaste. ¿Dónde estás ahora? Tú decías que no había
tal lugar como el infierno; ¿pero qué dices al respecto de eso ahora? ¿Dónde estás tú? Tú despreciabas el cielo, y rechazabas a Cristo;
¿dónde estás ahora? ¡Qué horror se apoderará del espíritu incorpóreo
cuando reflexione que se ha metido en la condición de la cual se le había advertido y de la cual se le había invitado a escapar, pero que a
propósito escogió para sí, cometiendo así un eterno suicidio! ¡Que el Señor en misericordia preserve a todos ustedes de hacer eso! Pero si
lo hacen, entonces saldrá de los labios del justamente ofendido Dios
la sentencia irrevocable, “Apartaos de mí, malditos”.
Una de las cosas más terribles en conexión con esta reunión de Dios con Adán fue, que Adán tenía que responder las preguntas del Señor.
El Señor le dijo: “¿Has comido del árbol de que yo te mandé no
comieses?” En nuestras cortes de ley, no requerimos que los hombres respondan las preguntas que los incriminarían, pero Dios lo hace; y,
en el último gran día, los impíos serán condenados sobre su propia
confesión de culpa. Mientras están en este mundo, ponen una cara de
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bronce, y declaran que no han hecho ningún mal a nadie –ni siquiera a Dios- pagan su camino, y son tan buenos como sus vecinos y mejor
que la mayoría de ellos; pero toda su fanfarronada y bravata
desaparecerán en el día del juicio, y ya sea que se queden sin habla delante de Dios y por carencia de habla reconocen su culpabilidad
delante de Él; o si llegan a hablar sus vanas excusas y apologías solo los volverá convictos. De sus propias bocas se van a condenar ellos
mismos, como ese perverso y flojo siervo que fue echado a las
tinieblas exteriores donde había llanto y crujir de dientes. ¡Que Dios nos conceda que nunca sepamos, por una triste experiencia personal,
lo que significa esa expresión!
V. Ahora, por último, esta reunión de Dios con Adán debería
conducirnos a los que creemos en Cristo A ESPERERAR REUNIRNOS CON ÉL EN LOS TÉRMINOS MÁS AMOROSOS; pues si, cuando vino a
cuestionar al culpable Adán y a emitir sentencia contra él, lo hizo tan
tiernamente, y mezcló con el trueno de Su ira la blanda lluvia de Su gracia, cuando dio la promesa de que “la Simiente de la mujer”
heriría la cabeza de la serpiente, ¿no podemos esperar que se reúna pronto con nosotros sobre los términos más amorosos si estamos
en la Simiente de esa mujer y hemos sido salvados por Jesucristo Su
Hijo?
Él vendrá en la noche, hermano y hermana, cuando el trabajo del día
esté concluido; así que no te pongas nervioso por el peso y el calor del día. El día más largo y el más caliente llegará a un fin; no vivirás
aquí para siempre. No siempre tendrás que gastar tus dedos hasta el hueso tratando de ganar un escaso sustento. No siempre tendrás que
mirar alrededor a tus hijos y preguntarte dónde encontrarás el pan
con el cual vas a alimentarlos. No; los días en la tierra no pueden durar para siempre; y, para muchos de ustedes el sol ya ha escalado
la colina y ha comenzado a descender por el otro lado y “el aire del día” pronto llegará. Yo puedo mirar a muchos de ustedes que ya han
alcanzado ese período. Se han retirado del servicio activo, se han
desprendido de una buena cantidad de cuidados del negocio, y ahora esperan que su Señor venga a ustedes. Ten la seguridad de que no
se olvidará, pues Él ha prometido que vendrá a ustedes. Oirás Su voz, antes de que pase mucho tiempo, diciéndote que Él está
caminando en el huerto y está viniendo a ti. El buen anciano Rowland
Hill, cuando se dio cuenta que se estaba poniendo muy débil, dijo: “Yo espero que no hayan olvidado al pobre viejo Rowley allá arriba”.
Pero él sabía que no había sido olvidado, ni tú tampoco lo serás,
amado.
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Oirán la voz de su Señor en breve; y la misericordia es que se darán
cuenta cuando en verdad la oigan. ¿No la han oído a menudo antes
de ahora? Muchas veces, en esta casa, ustedes han oído Su voz y se han alegrado. Se han sentado y han tenido comunión con Dios al aire
de muchas noches. Me gusta ver a una anciana cristiana, con su gran Biblia abierta, sentada durante horas y señalando con su dedo las
preciosas palabras del Señor; comiéndoselas, digiriéndolas, viviendo
de ellas, y encontrándolas más dulces para su alma que la miel o que los trozos de panal para su paladar. Bien, entonces, como han oído la
voz de su Señor, y conocen tan bien sus tonos, como han estado
acostumbrados a oírla no se asombrarán cuando la oigan en esos últimos momentos del día de su vida. No correrás para esconderte,
como Adán y Eva lo hicieron. Ustedes están cubiertos con el manto de la justicia de Cristo, de manera que no tienen que temer ninguna
desnudez; y pueden responder: “¿Preguntaste, Señor mío, ‘Dónde
estás tú?’ Yo respondo: Heme aquí, pues Tú me llamaste’. ¿Preguntaste dónde estoy? Estoy escondido en Tu Hijo; soy ‘acepto
en el Amado’. ¿Dijiste: ‘Dónde estás tú?’ Aquí estoy, listo y esperando subir con Él, de acuerdo a Su promesa de que, dónde Él está, allí
estaré yo también, para que pueda contemplar Su gloria”. Vamos,
seguramente, amados, como este es el caso, pueden incluso anhelar que venga la noche cuando oigan Su voz, y estén arriba y lejos de
esta tierra de sombras y gélidos rocíos, en ese bendito lugar donde la
gloria arde por los siglos de los siglos, y el Cordero es su luz, y los días de su lamentación acabarán para siempre.
¡Que Dios nos conceda que todos ustedes tengan una parte y una
participación en esa gloria, por causa de Su amado Hijo! Amén.
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Los Famosos Títulos del Señor
Sermón predicado la noche del domingo 10 de noviembre,
1889 Por Charles Haddon Spúrgeon
En El Tabernáculo Metropolitano, Newington, Londres
“Jehová liberta a los cautivos; Jehová abre los ojos a los ciegos; Jehová
levanta a los caídos; Jehová ama a los justos. Jehová guarda a los
extranjeros; al huérfano y a la viuda sostiene. Y el camino de los impíos
trastorna. Salmo 146: 7-9
Esta mañana, en nombre de Cristo, de la mejor manera que pude y
buscando la ayuda de Dios, procuré persuadir a los hombres a que se
reconcilien con Dios. Les mostré que había una gran sequía espiritual y que no habría de esperarse ni rocío ni lluvia a menos que fueren
enviados por Dios; y traté de inducir a mis oyentes a ir a Dios, a esperar en Él, a mirarlo a Él, y a través de la mediación del Señor
Jesucristo, a buscar y encontrar en Dios todo lo que es necesario para
su bienaventuranza eterna. Yo presioné insistentemente y algunos cedieron, no a mi presión, sino a un impulso divino que acompañó a
mi argumentación. Pero hubo algunos que no cedieron esta mañana.
Entonces voy a realizar otro intento para ganarlos ahora, pidiendo la intervención de nuestro Augusto Aliado, el Espíritu Divino, sin el cual
no podemos hacer nada. ¡Que Él lleve a muchos a Dios en penitencia esta noche!
Ustedes saben que cuando tienen que acercarse a una persona, a los hombres les ayuda saber de quién se trata, y cuán buena persona es,
y cuán probable es que encuentren un beneficio al acudir a ella. Mi texto nos dice algo acerca de Dios, el Señor Jehová. La palabra está
presente cinco veces al principio de otras tantas frases: Jehová,
Jehová, Jehová, Jehová, Jehová. Algunas veces, cuando un gran rey o príncipe tienen un día excelso, un heraldo proclama los títulos de
‘su majestad’. Él es príncipe de ésto, y señor de aquello, y emperador de lo otro; demasiado a menudo son sólo un montón de sonidos
vacíos. Pero cuando nos dedicamos a hablar de Dios, cada título Suyo
se queda corto en lo que respecta a Su gloria y honor reales.
Esta noche tenemos reunidos cinco de Su títulos, cinco logros
maravillosos de Dios, cinco cosas por las cuales el propio Señor quiere ser reconocido. Quiero que cada uno de ustedes, aquí
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presente, se entere acerca de ellos, y diga: “Eso me anima”, o “Eso me alegra”, o “Eso me ayuda”. De cualquier manera, de los cinco
grandes imanes que procuraré usar esta noche, ¡que alguno de ellos
atraiga a todos nuestros renuentes corazones hacia Dios, para que encontremos descanso y paz en Él!
I. Aquí tenemos cinco títulos famosos de Dios. El primero es: EL
EMANCIPADOR. Lean la última parte del versículo siete: “Jehová
liberta a los cautivos”.
Es para la gloria de Dios que Él sea un Emancipador. ¡Cuán a
menudo, en el Antiguo Testamento, y también en el Nuevo, encuentran al Señor libertando a los cautivos! Fue muy notable en el
caso de José, cuando Dios lo sacó de la prisión y lo colocó como señor sobre todo Egipto; y fue todavía más notable en el caso de Israel en
Egipto cuando, con mano fuerte y un brazo extendido, el Señor liberó
a Su pueblo de toda la tiranía de Faraón, a quien destruyó en el Mar Rojo. Pueden continuar leyendo la Escritura y continuamente
encontrarán que es verdad que “Jehová liberta a los cautivos”.
Quiero que algunos de ustedes, que están presentes, capten ese
pensamiento. ¿Eres tú mentalmente un prisionero, y estás sumido en la desesperanza esta noche? ¿Se posó una nube sobre ti hace poco
tiempo? ¿Se encuentra todavía nublando tu mente? ¿No puede
quitarla ningún médico? Escucha esta palabra: “Jehová liberta a los cautivos”. ¿Te encuentras bajo la servidumbre del error? ¿Has sido
engañado por falsos maestros? ¿Has caído en errores acerca de la Palabra de Dios? ¿Estás negando las grandes verdades que te
consolarían? ¿Estás creyendo en los grandes errores que nublan tu
espíritu? Acude a Dios para que aprendas. Él puede emanciparte de cualquier forma de error, aunque hubieres sido educado en él desde
tu niñez. “Jehová liberta a los cautivos”. ¿O has caído en algún burdo engaño? ¿Eres víctima de alguna falsa impresión de la que no puedes
deshacerte? Te ruego que si eres hostigado y afligido por tentaciones
de Satanás, y él pareciera gozar de una firme posición en tu espíritu al grado que no puede ser echado fuera, permite que este texto, cual
campana de plata, haga resonar una música consoladora para ti: “Jehová liberta a los cautivos”. ¡Oh, que ustedes, que están sumidos
en una servidumbre mental, pudieran ser libertados esta noche!
Sin embargo, hay peores ataduras que esas: se trata de las cadenas
de la esclavitud moral. Ese hombre es un borracho, y aunque ha
hecho un voto, no puede escapar de la terrible sed insaciable que los
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hábitos inmoderados le han proporcionado. ¡Ah, amigo, ven a Cristo; Él puede quitar tu amor al trago de licor, y liberarte! “Jehová liberta a
los cautivos”, y Él puede hacerlo por hombres y mujeres que se han
rendido como perdidos. ¡Dios tenga misericordia de las desventuradas mujeres que se convierten en presa del licor! Yo sé
con certeza que este mal se está volviendo mucho más común de lo que era hace unos cuantos años. Tenemos que lamentarnos por
causa de las hermanas caídas más frecuentemente de lo que lo
hacíamos algunos años atrás. Es triste que tenga que ser así, pero permanece siendo un hecho glorioso que “Jehová liberta a los
cautivos”. ¡No desesperes, pobre mujer! Espera la liberación; Dios
puede liberarte todavía de las ataduras del licor.
¿Ha caído alguien aquí presente en la esclavitud de una lascivia? ¿Se ha apoderado con firmeza de ti alguna pasión maligna y tú no puedes
romper las ataduras? Hay Alguien que puede liberarte; ¡sí!, aunque te
has estado gozando en el mal durante muchos años, y parecieras estar desposado con un hábito perverso del que no puedes escapar,
aun así, es cierto que “Jehová liberta a los cautivos”. No confíes en ti mismo para liberarte del mal, sino míralo a Él, que por el pecado
murió en la cruz, y confía en Él, pues está escrito: “Él salvará a su
pueblo de sus pecados”.
No puedo detenerme esta noche para mencionar todos los tipos de
servidumbre moral en los que caen hombres y mujeres; pero este dulce mensaje ha de ser como una nota extraviada proveniente de
las arpas de los ángeles, para todos los que están en prisión: “Jehová liberta a los cautivos”.
Tal vez estés atrapado en la servidumbre espiritual. Aquí es donde por la naturaleza nos encontramos todos; nacimos esclavos. ¿Estás
consciente esta noche, amigo mío, de que eres un esclavo del pecado? ¿Estás atado firmemente a tus transgresiones? ¡Oh, esclavo
espiritual, hay un Emancipador que puede quitarte tus cadenas! “Si el
Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres”; y Él es capaz de hacerlo con una sola palabra. Sólo confíen en Él, sólo entréguense a
Él como cautivos voluntarios, y ustedes serán libertados a partir de este momento. ¡Que Dios les dé la libertad esta noche! ¡Sí, y Él
puede liberarlos de toda iniquidad en la que pudieran estar
esclavizados!
Hay otro tipo de emancipación que el Señor está constantemente
dando a los prisioneros de la esperanza, que es la liberación de este
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presente siglo malo. Tú estás enfermo esta noche, estás triste, estás abatido y turbado debido a la opresión de la carne. “Jehová liberta a
los cautivos”. Ha habido muchos prisioneros que han sido libertados
durante la última o las últimas dos semanas: amados miembros de esta iglesia que fueron confinados a lechos de enfermedad. El Señor
ha abierto la puerta de la jaula, y el pájaro, dejado en libertad, se ha remontado gorjeando a los cielos. El cuerpo ha sido depositado en la
tumba, y yace preso allí en vil encarcelación; pero Aquel que resucitó
de los muertos por Sí mismo, vendrá, y cuando Sus pies toquen la tierra nuevamente y la trompeta angélica haga resonar el llamado,
sus cuerpos saldrán:
“De lechos de polvo y de silente arcilla
A los dominios del día sempiterno”;
Pues “Jehová liberta a los cautivos”.
Aquí tenemos un tema para un discurso de toda una noche, pero no
quiero detenerme más tiempo en este punto. Quiero más bien producir una impresión en el ánimo de ustedes mediante esto: si son
cautivos, si están bajo alguna forma de esclavitud, acérquense a Dios
en Cristo Jesús, y pongan su confianza en Él, pues “Jehová liberta a los cautivos”.
II. Hemos de proseguir con premura, para considerar un segundo título famoso del Señor, el cual es: EL ILUMINADOR: “Jehová abre los
ojos a los ciegos”.
Si amablemente revisan sus ejemplares de la Biblia, encontraran que
las palabras “los ojos de” han sido insertadas en cursivas por los traductores, de tal manera que el texto realmente dice: “Jehová abre
a los ciegos”. ¡Ah, Él abre la propia alma de los ciegos, y deja entrar la luz donde no hay ojos! ¿Acaso no han notado que es así? Si alguien
me dijera: “señor Spúrgeon, elija a una docena de las personas más
felices que conozca”, diez de ellas serían personas ciegas. Tenemos algunos queridos amigos, miembros de esta iglesia, que se cuentan
entre las almas más felices que Dios haya creado jamás. Ha pasado mucho tiempo desde que vieron la luz, pero Dios ha abierto sus
corazones de tal manera, que gozan de una portentosa quietud de
espíritu, de gran placidez de mente y de una luz interior y de un esplendor que personas videntes bien podrían envidiar. Yo he notado
que las personas ciegas se cuentan a menudo entre las personas más
dichosas, y los cristianos ciegos podrían ciertamente tomar el lugar
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principal entre nosotros por su tranquilidad y descanso mental. El Señor Jesucristo ilumina a los ciegos, viene y derrama una luz cuando
las ventanas del cuerpo están cerradas, y les proporciona una luz
interior que los llena de claridad.
Pero si quieren tomar el texto tal como está en nuestra traducción, nos será muy útil. Cuando el Señor Jesucristo estuvo aquí, abrió los
ojos de los ciegos. Tocó muchos ojos sin visión y la luz penetró en
ellos. Lean los Evangelios de principio a fin, y encontrarán que este milagro se repite constantemente. La ceguera es un padecimiento
muy común en el Oriente y, por tanto, el Señor hacía con frecuencia
el milagro de que los ciegos recuperaran la vista.
A continuación, el Señor capacita a las almas ciegas para que vean. Aquí vemos una gran misericordia. El Señor ha abierto los ojos
de muchas personas que no podían verse a sí mismas, demostrando
así cuán ciegas eran, y no podían ver al Señor, demostrando todavía con mayor contundencia cuán ciegas eran. El Señor ha suministrado
la luz interior a muchos hombres que no tenían entendimiento espiritual, para quienes el Evangelio parecía un gran misterio al cual
no podían encontrarle ni pies ni cabeza. El Señor ha hecho que caigan
las escamas de muchos ojos mentalmente ciegos y ha capacitado a quienes eran ciegos, primero, a verse a sí mismos y luego a ver a su
Salvador. ¡Bendito sea Su nombre!
Y siempre que los ciegos de la tierra se quedan dormidos en Jesús, y
entran en el cielo, no tienen ninguna ceguera en la gloria. Allí, sus ojos verán al Rey en Su hermosura; contemplarán Su rostro, y se
regocijarán en Su amor. Jehová es un grandioso Abridor de los ojos:
¿acaso no pueden algunos de ustedes, que son ciegos, captar esta verdad, y decir: “Entonces vendremos a Él, pues necesitamos que
nuestros ojos sean abiertos”?
Tal vez alguien diga: “amigo, yo no comprendo muy bien todo lo que
dices. Yo he sido un oyente durante algún tiempo y necesito entender el Evangelio. Procuro captarlo, pero, de alguna manera, no puedo
alcanzar la verdad”. Acércate a Dios mismo esta noche, con una fe llena de oración, y Él te lo explicará. Yo podría impedir que la luz
entre tus ojos; sin embargo, si estás ciego, no puedo hacerte ver;
pero el Señor puede dar la vista así como también la luz, y yo te imploro que pidas recibirlas de Sus manos esta noche.
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No hay nada realmente difícil en el Evangelio; y si tú vinieras a Jesús como un niño enseñable, y le pidieras ser instruido por Él,
descubrirás que todo es muy sencillo para aquél que cree. Del camino
de la santidad está escrito: “El que anduviere en este camino, por torpe que sea, no se extraviará”.
Querido amigo, si vienes a Dios pidiéndole gracia, Él nunca la
escatimará. Ustedes no necesitan ser cristianos pobres; podrían ser
“ricos con todas las riquezas que la bienaventuranza tiene la intención de proporcionar”. No necesitas tener una gracia poco
profunda; podrías adentrarte, si quisieras, en “agua de pasar a nado”
(Biblia de Jerusalén). Dar no lo empobrecerá y retener no lo enriquecerá, sino que, más bien, dar lo enriquece, enriquece su
propio corazón con gran gozo, pues se deleita en dar. Ven y toma gratuitamente, y conoce la liberalidad de Dios. Yo recuerdo a uno que
se llamaba a sí mismo: “un hidalgo-plebeyo dependiendo de la
generosidad de Dios”. Algunos de nosotros podríamos tomar el mismo título; hemos tenido una porción del tamaño de una canasta
de mano durante muchos años; no un saco lleno cada vez, sino la porción de una canasta de mano. Esa es una buena manera de vivir.
Si una muchacha recibe de su padre una porción, y el viejo caballero no le da nunca ninguna otra cosa adicional, no recibe tanto como su
hermana que recibe la porción de una canasta de mano muchos días
de la semana. Pero le llega con frecuencia el regalo de su hogar. El padre lo envía cada vez con su amor, y ella recibe más amor y más
cuidado que la hermana, y el padre, también, recibe a cambio más gratitud, tal vez, que si le hubiera dado a su hija una suma única, y
entonces su generosidad es visible por todas partes. Recibir
gratuitamente y recibir continuamente de parte de Él, es una bendita manera de conocer la liberalidad de Dios: “Él da mayor gracia”.
Vengan, entonces, a Dios por Jesucristo, porque Él es, primero, el
Emancipador y, en segundo lugar, el Iluminador.
III. Ahora vamos a considerar el tercer título luminoso del Señor,
esto es, EL CONSOLADOR. Lean a la mitad de la frase del versículo 8: “Jehová levanta a los caídos”.
Algunos están abatidos por el luto. Es entendible que esté abatida la mujer que acaba de depositar en la tierra al amado de su corazón; y
es entendible que guarde luto el hombre cuyo hijo primogénito le ha
sido arrebatado por un golpe súbito. Bien puede lamentarse alguien
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por haber perdido al amigo más escogido que haya conocido el hombre, al comprobar que la mitad de su vida se ha ido con la
muerte de ese ser amado; sin embargo, “Jehová levanta a los
caídos”. Ven, cuéntale tu dolor a Aquel que tuvo piedad de la viuda en la puerta de Naín. Ven, derrama tu aflicción delante de Aquel que
lloró con las amadas hermanas en Betania, cuando Lázaro estaba muerto. Él puede ayudarte, pues Él “levanta a los caídos”.
Algunos están tristemente abatidos por las cargas pesadas de la vida. Tienen que cargar con más peso que la mayoría de los hombres.
Se tambalean en el trayecto de un día a otro, bajo el peso que
amenaza aplastarlos en el polvo. ¡Oh, vengan a mi Señor, que proporciona nuevas fuerzas para llevar las cargas, pues Él levanta a
los que están caídos! Es maravilloso lo que un hombre puede hacer cuando Dios ha colocado Su mano sobre Él, y le ha dicho:
“Esfuérzate”. Estás desfallecido y te desmayarás sin tu Dios, pero
tendrás fuerzas si vienes y confías en Él, pues “Jehová levanta a los caídos”.
Tal vez estés abatido con una angustia interna. ¡Ah, no hay cura para
algunas formas de angustia excepto acudir de inmediato a Dios! El
escándalo de nuestro ministerio es el desaliento que no podemos dispersar. Cuán a menudo he terminado de hablar con algunos
queridos amigos aquí, cuyas mentes han sido distraídas, y he tenido
que declararme un “inútil”. Dios me ha ayudado a consolar a muchas personas: es mi porción, casi en cualquier lugar donde esté, ser
seguido por personas que sufren mentalmente. Algunas veces río y les digo que “Dios los creó y ellos se juntaron”, y que deben
considerarme medio loco, y así vienen a mí para que me identifique
con ellos. Bien, que así sea; hay un tipo de simpatía entre ellos y yo. Pero he aprendido esta lección: que proporcionar consuelo a una
mente enferma no está dentro del poder del predicador, a menos que su Señor lo habilite especialmente para la tarea; y, en todo caso yo
les digo, queridos amigos atribulados, que acudan de inmediato a
Aquel de quien leen estas dulces palabras: “Jehová levanta a los caídos”.
¿Tengo la suprema felicidad esta noche de dirigirme en esta
congregación a uno que está encorvado por un sentido de
pecado? ¿Dónde estás, Magdalena, ocultando tu rostro tras las lágrimas? ¿Dónde estás tú, pobre hijo pródigo errante, anhelando
regresar a tu Padre, pero demasiado abatido como para iniciar el
viaje? Escucha: “Jehová levanta a los caídos”. A Él le encanta
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encontrar al pobre pecador encorvado sobre el muladar, metiendo su cabeza en el polvo con verdadera desesperación de corazón, y se
deleita en venir, y poner Su mano sobre él, y decirle: “Ponte de pie;
no temas”. Hay un grandioso Dios de misericordias que se gloría en obrar portentos de gracia, perdonando incluso el pecado más negro.
Repito que me gustaría hacer resonar este texto, como una campana de plata, a los oídos de cada pecador penitente aquí presente, y
decirle: “Jehová levanta a los cautivos”.
IV. Estamos progresando con nuestro texto, pues hemos llegado al
cuarto grandioso título. Dios es EL GALARDONADOR: “Jehová ama a
los justos”. Vamos, queridos amigos, aquí tenemos una hojuela hecha con miel; aquí tenemos un banquete de manjares, de gruesos
tuétanos, para ustedes que son el pueblo de Dios, para ustedes a quienes Él ha considerado justos porque la perfecta justicia de Cristo
les ha sido imputada a ustedes.
Primero, “Jehová ama a los justos” con un amor de complacencia. Él
se deleita en ellos; Él los ama, no meramente con un amor de benevolencia que desea su bien, sino que mira con placer y deleite a
los justos, aquéllos a quienes Él ha hecho justos, aquéllos que lo
aman porque son justos, y que son semejantes a Él siendo justos. El Señor los mira, y se regocija en ellos. ¡Cómo debería alegrar eso a
todos ustedes, que han sido hechos santos por la gracia de Dios! El
deleite del Señor está en ustedes; Él los llama Sus Hefzi-bás, diciendo: “Mi deleite está en ellos”. Doquiera que haya cualquier cosa
de Cristo, cualquier cosa de justicia, cualquier cosa de santidad, hay evidencia del amor del Señor. Entonces, en primer lugar, “Jehová
ama a los justos” con un amor de complacencia.
Él hace algo más que eso; Él ama a los justos con un amor
de comunión. Recuerden cómo lo expresa el Señor por boca de Isaías: “Porque así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad,
y cuyo nombre es el Santo: Yo habito en la altura y la santidad, y con
el quebrantado y humilde de espíritu, para hacer vivir el espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón de los quebrantados”. Yo no
dudo de que Dios hable con frecuencia con los justos. “La comunión íntima de Jehová es con los que le temen”. Deja que hablen con Él, y
Él les responde. ¿Sabes algo acerca de esta comunión con Dios? Si no
sabes nada, no digas nunca que otros no saben nada al respecto, pues nosotros somos tan honestos y veraces como lo eres tú, y
nosotros damos nuestro testimonio de que existe tal cosa como
caminar con Dios; nosotros declaramos, a partir de una experiencia
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feliz y genuina, que existe tal cosa como hablar con Dios, y saber que Él nos ama, y que Su amor es derramado abundantemente en
nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos es dado.
Dios ama también a Su pueblo con un amor de favor. Él lo ama de tal
manera que les dará cualquier cosa que necesiten. Sí, Él ha dicho por medio del Salmista: “No quitará el bien a los que andan en
integridad”. Él ama a los justos de tal manera que, cuando se retiran
a su aposento para elevar sus oraciones a Él, podría dejarlos que supliquen un poco de tiempo porque es para su bien que lo hagan,
pero siempre concederá sus deseos. Él ha dicho: “Deléitate asimismo
en Jehová, y él te concederá las peticiones de tu corazón”. Él, verdaderamente, hace eso con Su pueblo. El Señor ama a los justos
de tal manera que los favorece con bendiciones extraordinarias, cosas de las no puedo hablar aquí, pues hay muchas experiencias amorosas
entre Cristo y el alma justa que nunca han de ser divulgadas.
Nosotros no hablamos de nuestras experiencias amorosas en las calles, pues eso sería medio profano; tampoco las podríamos contar
aquí. Hay favores que el Señor muestra a Su pueblo justo, que los miembros de ese pueblo conocen, y Él conoce, pero que nadie más
puede conocer sino hasta aquel día cuando todas las cosas sean
reveladas.
Y, además, el Señor ama a los justos de tal manera que
quiere honrarlos. Si los hombres son justos, el mundo los odiará, y como una prueba de su odio, comenzará a ensuciarlos. Hay siempre
algunas personas en el mundo que dicen: “Arroja suficiente lodo, que algo se pegará”; y, ¡oh, cuánto se deleitan en arrojarlo! Sus manos
parecieran dirigirse naturalmente al lodo. Pero, amados, si ustedes
siguen a Dios plenamente, su carácter no se verá empañado por largo tiempo. No traten de responderles a quienes los calumnian. Si
un asno los pateara, ¿patearían ustedes al asno? Si un necio presentara una acusación en contra de ustedes, no le repliquen.
Déjenlo que lance improperios; Dios los vindicará. Recuerden aquel
Salmo que acabo de citar, el Salmo treinta y siete: “Encomienda a Jehová tu camino, y confía en él; y él hará. Exhibirá tu justicia como
la luz, y tu derecho como el mediodía”. Incluso podría sucederle a un hombre que pudiera realizar una acción que no será entendida nunca
mientras viva; pero el verdadero hombre de Dios vive para la
eternidad, no para el tiempo. Dice: “No me importa si tomara quinientos años para que la justicia de mi acción fuera vista por mis
semejantes; no la hará más justa cuando en verdad la vean, ni será
menos justa mientras ellos no la vean. ¿Qué tengo yo que ver con los
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hombres? Yo sirvo al Dios viviente”. Si te adentraras en esa condición de corazón, puedes confiar tu reputación, tu vida y tu utilidad
enteramente a Dios, pues “Jehová ama a los justos”. El día vendrá
cuando todo el mundo lo sabrá, cuando quienes son justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre, y Dios dirá de
ellos: “Bien, buenos siervos y fieles… entrad en el gozo de su señor”.
Ahora, entonces, ¿no querrás venir a Él, puesto que Sus favoritos son
las mejores personas de todo el mundo? Con frecuencia se ha sabido que los reyes y los príncipes eligen a sus asociados entre los peores
de sus súbditos, hombres que ministran a sus más bajas pasiones.
Los favoritos de los reyes han sido a menudo la escoria de la tierra; pero nuestro Rey ama a los justos. Él no aceptará que nadie sea Su
cortesano, ni que venga cerca de Él, para permanecer delante de Su rostro, excepto quienes caminan rectamente, por medio de Su
potente gracia. Yo pienso que hay algo que verdaderamente invita allí
a ustedes, que son de un corazón sincero, algo que debería inducirlos a venir a un Dios como éste: el Señor que ama a los justos.
V. Pero ahora, lo último de todo, y, tal vez, lo más dulce de todo, es
el quinto nombre de Dios: EL PRESERVADOR: “Jehová guarda a los
extranjeros; al huérfano y a la viuda sostiene, y el camino de los impíos trastorna”. Mi tiempo se ha agotado al punto que sólo puedo
pedirles que traten de dar una aplicación práctica, con la ayuda de
Dios, a las pocas palabras que diré.
Noten, primero, que Dios preserva a los extranjeros. En todas las naciones, en tiempos antiguos, los extranjeros eran echados fuera;
no querían que ningún extranjero se estableciera en medio de ellas.
En este país, en casi cada aldea, solía ser la práctica que un extranjero fuera considerado como un tipo de perro loco; y si se daba
el caso de que usara un vestido diferente del que usaban los aldeanos, todos los muchachos le gritaban. Pareciera que nuestra
depravada humanidad es naturalmente hostil para con los
extranjeros. Con frecuencia oigo decir a la gente incluso ahora: “¡oh, él es un extranjero!” ¡Oh, tú, inglés altivo! ¿Acaso no es tan bueno
como tú? Tú eres un extranjero cuando llegas al otro lado del Canal de la Mancha. La orden de Dios a Su antiguo pueblo era que debían
ser amables con los extranjeros. Dondequiera que llegaran los
extranjeros, se les debía permitir habitar, y debían ser protegidos. Dios lo expresó así para Israel: “Y al extranjero no engañarás ni
angustiarás, porque extranjeros fuisteis vosotros en la tierra de
Egipto”; y debido a que Dios los amó cuando fueron extranjeros en
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Egipto, debían tener especial cuidado de los forasteros y de los extranjeros que se establecían entre ellos.
¡Cuán grandioso rasgo del carácter de Dios es éste: “Jehová guarda a los extranjeros”! Si algunos de ustedes se sienten muy extranjeros
aquí esta noche, si son forasteros para la religión, forasteros para las observancias religiosas, forasteros para todo lo que es bueno, si
sienten, cuando oyen el Evangelio, que son tan completamente
extraños a él que suena muy extrañamente a sus oídos, ¡vengan, amados forasteros, “Jehová guarda a los extranjeros”! Vengan bajo la
sombra de Sus alas, y allí encontrarán refugio. El padre está muerto,
la madre está muerta, todos los amigos se han ido, e incluso en la propia aldea donde naciste eres un extraño; ven, pues tu Dios no
está muerto, tu Salvador vive: “Jehová guarda a los extranjeros”.
Luego noten la siguiente frase de nuestro texto: “Al huérfano y a la
viuda sostiene”. Si buscan en los primeros Libros de la Biblia, verán el gran cuidado que Dios tiene del huérfano y de la viuda. ¿Quiénes
tenían los diezmos? Bien, los levitas; pero también el pobre, y el extranjero, y el huérfano y la viuda. Si buscan en Deuteronomio 14:
28, o 26: 12, encontrarán que los diezmos no eran exclusivamente
para los sacerdotes, sino que también eran para las viudas, y los huérfanos y los extranjeros. Además de esto, los Israelitas no debían
nunca rebuscar sus campos, pues esos frutos remanentes eran para
la viuda y el huérfano; y no debían sacudir nunca los olivos ni ningún árbol frutal dos veces, sino que debían dejar lo que quedaba sobre el
árbol para la viuda y el huérfano. También había sido promulgada esta ley: que no debían tomar nunca como garantía el vestido de una
viuda. Eso se hace con mucha frecuencia en Londres; pero no se
podía hacer en aquel entonces; el vestido de la viuda no podía ser tomado nunca en garantía. Dondequiera que la legislación de Dios
para Su pueblo tocaba sobre la viuda y el huérfano, era inmensurablemente amable.
Ahora, entonces, ustedes que se sienten como viudas, ustedes que han perdido su gozo y su consuelo terrenal, ustedes que se sienten
como huérfanos y claman: “A nadie le importa mi alma”, oh, que el dulce Espíritu del Señor los seduzca a venir a Él, pues, tal como les
recordé en la lectura: “Padre de huérfanos y defensor de viudas es
Dios en su santa morada”.
Pero la visión del carácter de Dios no sería completa si no se
agregara: “Y el camino de los impíos trastorna”. Vean, los piadosos y
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los que confían en Dios están siempre en peligro frente a los impíos; pero Él trastorna el camino de los impíos. Tomen un ejemplo. Los
hermanos de José lo venden a Egipto, y hacen de él un esclavo. Dios
trastorna ese arreglo, y hace de él un príncipe. Piensen en Mardoqueo. Amán quiere ahorcarlo; tiene la horca lista, pero Amán
resulta colgado en su propia horca. Dios sabe cómo hacer que la malicia de los hombres promueva el beneficio de aquéllos contra
quienes dirigen su crueldad. “Y el camino de los impíos trastorna”.
Sé justo y no temas. Apóyate en el sacrificio expiatorio de Cristo;
confía únicamente en Él. Ven a tu Dios, y sé Su siervo de ahora en
adelante, y por siempre, y verás cómo Él romperá tus cadenas, y abrirá tus ojos, y alegrará tu espíritu, y te hará gozar de Su amor y
te preservará incluso hasta el fin. “No te sobrevendrá mal, ni plaga tocará tu morada”. ¡Que Dios los bendiga, queridos amigos, y que
todos puedan venir a Dios esta noche, por medio de Jesucristo
nuestro Señor! Amén.
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La Prerrogativa Real
Un sermón
Predicado Por Charles Haddon Spúrgeon En El Tabernáculo Metropolitano, Newington, Londres
“Ved ahora que yo, yo soy, y no hay dioses conmigo; yo hago morir, y yo
hago vivir; yo hiero, y yo sano”. Deuteronomio 32: 39
No hay sino un Dios. Jehová es Su nombre, el “YO SOY”. Ese único
Dios no tolera ningún rival. ¿Por qué habría de hacerlo? Él hizo todas
las cosas y sustenta todas las cosas. ¿Acaso una criatura hecha por Sus propias manos habría de constituirse en Su rival? Si se tratara de
un gran varón como Nabucodonosor y si dijera: “¿No es ésta la gran Babilonia que yo edifiqué?”, Dios lo enviará a pastar entre los bueyes,
y le hará saber que nadie es grande a los ojos de Dios. ¡Qué
provocación ha de ser para Dios ver que los hombres se postran delante de los ídolos esculpidos por sus propias manos! ¡Qué
degradación es para el hombre que adore el oro, o la plata, o la madera o la piedra, pero qué grave deshonra es para el grandioso
Dios de todo! Y me parece que la peor de todas las deshonras es
cuando Dios ve que la imagen de Su propio amado Hijo es convertida en un ídolo, y que la representación de la cruz en que la redención
fue consumada es elevada en alto para que los hombres se postren en adoración ante ella. Esto debe de afectar Su alma sagrada, y
vejarle en grado sumo, pues Dios es el único Dios, y no hay otro
fuera de Él; a otro no dará Su gloria, ni Su alabanza a esculturas. En el texto que estamos considerando es visto el grandioso Ego. “Yo, Yo
soy”. Ese Ego es tan grande que llena todos los lugares, y por eso no
puede haber ningún lugar para nadie más. “Yo, yo soy, y no hay dioses conmigo”. En otro lugar dice: “No hay Dios fuera de mí”. Oh,
tener tales pensamientos excelsos de Dios para que no tuviéramos ninguna consideración por nada más que le robe la gloria que es tan
exclusivamente Suya. Gustosamente quisiéramos arder con un santo
celo que aborrezca la idea de un dios rival, y que eche fuera de su boca el nombre de Baal con un completo aborrecimiento.
En el texto, el Señor reclama la soberana prerrogativa de vida y de
muerte. Él dice: “Yo hago morir, y yo hago vivir”. Ante todo es de Él
de quien nosotros recibimos nuestro ser. Su mano enciende la antorcha de vida, y de Él viene la extinción de la llama. No es posible
que el brazo de algún ángel pudiera salvarnos de la tumba, ni
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tampoco una miríada de ángeles podría confinarnos allí una vez que nos ordene resucitar. Dios hace morir y Dios hace vivir. Los reyes han
sido usualmente muy celosos de la prerrogativa de vida y muerte,
pero nuestro grandioso Dios posee esa prerrogativa sin término o límite. Él reina supremo. “Yo hago morir”, -dice- “y yo hago vivir”.
Por el contexto en el que se encuentra el texto, es claro que el Señor
alude a constituir naciones o a destruir naciones. Fue Dios quien hizo
que Israel fuese un pueblo; fue Dios quien echó fuera a los cananeos, a los heveos, y a los jebuseos y quien hizo que dejaran de ser
naciones delante de Él; fue Dios quien levantó a Caldea, y a
Babilonia, y quien luego fortaleció a Persia para que hiciera pedazos a Babilonia, y a Grecia para que destruyera a Persia, y a Roma para
que con pie de hierro acabara con Grecia; y cuando hubo llegado el tiempo, fue Él quien habló a la ciudad de las siete colinas, y ella
también perdió su poder real. Reinos y tronos pertenecen al Señor, y
los escudos de los valientes son levantados en alto o abandonados en el polvo según Su voluntad. Aunque ellos no lo tomen en
consideración, hay un Rey de reyes y Señor de señores; y cuando se desenrolle la larga página de la historia, y los hombres sean capaces
de ver con ojos iluminados el fin desde el principio, sabrán que en
todo momento el Dios ignorado y menospreciado, el invisible y aun inimaginable Dios, seguía reinando por siempre. A todo lo largo de la
página del largo registro de la tierra se escribirá con mano de rey,
“Yo hago morir y Yo hago vivir”. Dios es absoluto en la providencia, el bendito y único Potentado cuya voluntad soberana no conoce ninguna
disputa.
Sin embargo en este momento me propongo sacar esta grandiosa
verdad fuera del ámbito de la providencia para insertarla en el reino de la gracia; y vamos a limitarnos a la segunda frase: “Yo hiero, y yo
sano”. Sobre estas palabras haremos tres observaciones, siendo la primera que nadie sino el Señor puede herir o sanar; en segundo
lugar, que el Señor puede herir y sanar; y, en tercer lugar, que el
Señor en efecto hiere y sana, tres pensamientos que están estrechamente conectados, y que no obstante están marcados por
instructivos matices de diferencia.
I. Primero, NADIE SINO EL SEÑOR PUEDE HERIR O SANAR.
Comenzando por el principio, solo el Señor puede herir espiritualmente. Cuando tenemos que tratar con corazones humanos
nuestro primer esfuerzo tiene que ser herirlos. El hombre de manera
natural se considera sincero, y con perfecta salud, pero no es así. El
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gran objetivo del ministerio del Evangelio, al principio, es convencer a los hombres de pecado y humillarlos delante de Dios; de hecho, es
herirlos, herirlos en lo más vivo. Pero nadie puede herir sin el Señor.
Yo hablo sin ninguna medida en cuanto a mi expresión: ningún predicador puede herir verdaderamente el corazón humano. Puede
hablar de manera muy honesta y clara; puede hablar con un profundo patetismo y verdadero afecto; puede blandir por momentos
los truenos de Dios, y luego pueden estar en sus manos las suaves y
tiernas cuerdas de amor; pero de ninguna manera el predicador puede llegar al corazón de los hombres a menos que su Maestro esté
con él. Puedes encantarlo lo más sabiamente que se te ocurra, oh
sabio, pero el áspid es sordo, y es en vano que uses tus encantos. Esperar tocar el corazón humano mientras Dios no desnude Su brazo
es como querer convencer a los vientos salvajes o convertir a las caprichosas olas. Es una obra del Espíritu Santo convencer de
pecado, y mientras Él no aplique Su poder, el predicador puede
predicar hasta quedar mudo por el cansancio y ciego del llanto, pero no es posible que se obtenga resultado alguno. Y lo que es válido
respecto a los predicadores es válido también con respecto a todos los maestros de la escuela dominical, a todas las personas denodadas
que andan hablando personalmente a los hombres, sí, y a la más
tierna madre y al más sincero padre. No hay manera de herir el corazón del niño; no hay manera de inducirlo a la contrición mediante
los argumentos más tiernos o los más sabios consejos. Ustedes
regresarán y dirán como lo hemos hecho nosotros: “¿Quién ha creído a nuestro anuncio? ¿Y sobre quién se ha manifestado el brazo de
Jehová?”
Sí, queridos amigos, y las más solemnes verdades que en sí mismas
tienen una tendencia natural a herir el corazón, no pueden hacerlo aparte de la obra del propio Dios. Ahí está la espada que en sí misma
es aguda y cortante, pero ningún varón puede manejarla. El brazo eterno tiene que revelarse o la piel de behemot no sentirá el arma.
Una espada cortará a través de una cota de malla si un Corazón de
León la blande; pero en la mano de un niño no herirá para matar. Dios tiene que tomar la Escritura en Su mano y tiene que usarla para
partir las coyunturas y los tuétanos, o los pecadores escaparán de su poder. Hay verdades terribles en la Biblia que deberían hacer temblar
a los hombres, pero ellos las oyen, las niegan, incluso se ríen de
ellas, y continúan en pecado. Hay dulces verdades que deberían hacer brotar lágrimas de una roca, pero ustedes pueden hablar del
sudor sangriento de Getsemaní y de las cinco amadas heridas de
Aquel que fue encontrado culpable por exceso de amor, y, sin
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embargo, los hombres lo oirán y seguirán su camino, cada uno a su labranza y otro a sus negocios, y olvidarán todo. Yo les garantizo que
las verdades son poderosas, pero no lo serán si el poderoso Dios no
las aplica al corazón y a la conciencia.
Y en adición a la verdad, la providencia misma puede venir y obrar en el corazón de los hombres pero sin causar ninguna herida del tipo
requerido. Yo he visto que los impíos son llevados a la miseria y a la
pobreza por sus extravagancias, y que son llevados a la enfermedad y a las puertas de la muerte por sus lujurias, y sin embargo, no han
sido heridos. Han visto el resultado del pecado, lo han sentido incluso
en la médula de sus huesos, y sin embargo, los perros han regresado a su vómito. Todavía se han aferrado a sus ídolos y se han apegado a
sus abominaciones. El niño que se ha quemado siente terror del fuego, pero el pecador quemado mete su mano en la llama de nuevo.
Hemos visto a hombres tan enfermos que temblaban ante el
pensamiento de la muerte, y por lo que decían se suponía que estaban realmente compungidos y que llevarían otra vida si la salud
les era restaurada; pero, ay, hemos visto que su salud les fue restaurada, pero pecaron peor que antes. Los perversos rompen Sus
ligaduras y echan de ellos Sus cuerdas. Todos los terrores de la
providencia –los lutos, las pérdidas, las enfermedades- todas esas cosas han fallado con los inconversos. Su corazón diamantino ha
doblado el filo del arado que pretendía quebrantarlo. Los hombres
han desgastado todas las agencias de la gracia y de la providencia, pero ellos no han sido heridos; su corazón es duro como el de
leviatán, “sí, su corazón es firme como una piedra, y fuerte como la muela de abajo”. Nadie puede herir eficazmente el corazón sino solo
Dios.
Ahora, lo mismo es cierto acerca de la curación: nadie sino el Señor
puede sanar. Eso es cierto, por supuesto, con respecto a quienes nunca fueron heridos. Nadie podría sanar a esas personas. He
conocido a algunos predicadores que han intentado hacerlo, aunque
siempre me pareció que era una pobre obra intentar sanar a los hombres que nunca han sido heridos, predicar misericordia a
personas que creen que no tienen ningún pecado, predicar gracia a hombres que sueñan que poseen méritos propios. Cristo no hizo eso;
Él dijo: “No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al
arrepentimiento. Los que están sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos”. No hay ninguna curación, entonces, para aquellos
que no están heridos; e igualmente no hay ninguna curación para
aquellos que están heridos, a menos que Dios ponga Su mano en sus
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heridas. ¿Te has encontrado alguna vez con personas heridas espiritualmente? Si te las has encontrado, si eres un creyente, todo
tu corazón se ha volcado a ellas y tomando ejemplos de tu propia
experiencia y promesas de la palabra de Dios y dulces alientos de la doctrina evangélica, te has esforzado para derramar un bálsamo
sanador en sus heridas sangrantes. ¿Pero no has fracasado con frecuencia? Es más, sin la obra del Espíritu del Dios viviente, ¿no has
fallado siempre, y no has de fracasar siempre? Ah, queridos amigos,
una cosa es hablar de un espíritu herido, pero otra cosa muy diferente es sentir un espíritu herido; y ustedes pueden hablar acerca
de la restauración de la salud, también, pero es otra cosa muy
diferente recibir la curación, y otra cosa muy diferente aplicarla. Cuando Dios corta a un hombre con Su grandiosa espada, como una
vez me hirió a mí, yo les garantizo que ninguna ordenanza lo sanará. “No” –le dice un amigo- “ven y escucha un sermón”. Él lo oye, pero la
predicación lo pone peor, y se siente más triste que nunca. He
conocido a personas lo suficientemente insensatas como para persuadir a tales buscadores a que se acerquen a la mesa de la
comunión. Sólo han comido y bebido condenación para ellas mismas. Mientras estaban a la mesa sabían que eran intrusas, y sus corazones
sangraron más que nunca. Tú puedes pacificar fácilmente a un
hombre cuyo sentido de pecado es una mera pretensión, tal como podrías sanar fácilmente la imitación de una herida; pero no sucede
así con alguien en cuyo interior se enconan las flechas del Señor. Ese
hombre necesita una cirugía divina. En cuanto al penitente hipócrita, si le das sacramentos externos cree que ya está bien; pero si Dios le
ha herido, ni todos los sacramentos bajo el cielo le ministrarían consuelo jamás. Tiene que acudir a Dios para eso, pues sólo puede
encontrars