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San León Magno (Ayer y Hoy de La Historia) - Philippe Henne

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PHILIPPE HENNE

SAN LEÓNMAGNO

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Colección: Ayer y Hoy de la Historia

© Philippe Henne© Ediciones Palabra, S.A. 2015

Paseo de la Castellana, 210 - 28046 MADRID (España)Telf.: (34) 91 350 77 20 - (34) 91 350 77 [email protected]

Diseño de cubierta: Raúl OstosÓleo de portada: El encuentro de León Magno con Atila, Rafael Sanzio (1483-1520). Sala de Heliodoro,

Museo Vaticano. Imagen de portada: © 2015. Photo Scala, FlorenceImagen de portada: @Álbum / OronozDiseño de ePub: Erick Castillo AvilaISBN: 978-84-9061-220-0

Todos los derechos reservados.No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la

transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, porregistro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares de Copyright.

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PRÓLOGO A LA EDICIÓN ESPAÑOLA

León fue elegido papa a mediados del siglo V. Su pontificado (440-461) no solo fueel más largo del siglo V, sino también uno de los más gloriosos, aunque no exento derevueltas sociales, teológicas y eclesiales. Por su labor como pastor, ha sido el primerpapa que ha merecido pasar a la historia con el apelativo de «magno». Philippe Henneescribe esta biografía a partir de sus cartas, en lo que pudiéramos llamar «autobiografíaepistolar», porque muchos de los datos –biográficos y teológicos– los encuentra el autoren su correspondencia. Por eso, de todo su epistolario, va espigando los acontecimientoshistóricos de la época, el ambiente de la Roma del siglo V, las normas y costumbreseclesiásticas, el estado moral y espiritual de las comunidades cristianas (de Oriente yOccidente), su propio pontificado, los destinatarios a los que escribió: obispos,emperadores, santos, herejes, sacerdotes, fieles, y los temas tan variados que afrontó:doctrinales, pastorales, jurídicos y morales.

Uno en particular ocupó y preocupó al papa León Magno: predicar y confesar aJesucristo, una única Persona con dos naturalezas, humana y divina. Al afirmar queJesucristo es una Persona no hace sino «confesar que el único Hijo de Dios es el Verboy también hombre» (carta 28, 5: Tomo a Flaviano). La Iglesia, en los primerosconcilios, había ido precisando lo esencial de su fe en Jesucristo: es verdadero hombre(contra los docetas); es verdadero Dios (contra los arrianos); es una sola Persona (contranestorianos y monofisitas). Se va dibujando una especie de triángulo cristológico: lahumanidad y la divinidad representarían dos ángulos, y la unidad de la persona, elvértice. Pues bien, León Magno, «teólogo de la unión hipostática», fue el verdaderomaestro en el diseño de este vértice triangular. Un diseño que encontró precisiónteológica y validez canónica en el Concilio de Calcedonia, pero que León Magno«desmenuzó» doctrinalmente: Jesucristo, al hacerse hombre, tiene dos naturalezas: ladivina, eternamente recibida del Padre, y la humana, formada en el seno de María. Unmisterio que convierte a Jesucristo en un caso único e irrepetible: una Persona divina enuna naturaleza humana, y una naturaleza humana, sin persona humana, porque la únicaque tiene, es la divina.

De los años que preceden a su pontificado, aun siendo escasas las noticias que aportaHenne, conocemos que frecuentó la escuela romana, en la que se hizo con una ampliaformación teológica y, a la par, pudo conocer el estilo retórico de los autores clásicos. Suprestigio y su valía quedan probados en la delicada misión que se le encomienda en elaño 440 por parte de la corte de Rávena. En las Galias, León ha de intentar lograr unacuerdo entre el patricio Aecio y el prefecto del pretorio, Albino, por el peligro que existíade que un conflicto local degenerara en guerra civil. Mientras León estaba en las Galias

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para esta misión política, muere en Roma el papa Sixto III (19 de agosto del 440). LaIglesia de Roma acordó elegir como sucesor al diácono León. A su regreso de las Galias,el 29 de septiembre del año 440 fue consagrado obispo de Roma y constituido SumoPontífice. Una fecha que quedará grabada en el corazón del papa para siempre, pues,desde entonces, en ese día celebrará la Misa con todos los obispos sufragáneos de ladiócesis de Roma, haciendo memoria de su elección en los sermones (1-5). Con Leóncomienza un pontificado que va a coincidir con uno de los períodos más difíciles de lahistoria de la Iglesia. El Imperio Romano caminaba hacia una debacle inevitable ynumerosas herejías agitaban el interior de la Iglesia: el arrianismo, oficialmentecondenado, tenía un numeroso grupo de adeptos; el pelagianismo y semipelagianismose mantenían aún muy activos en Roma; resurgía el maniqueísmo; el nestorianismo,pocos años antes condenado por el Concilio de Éfeso (431), da paso ahora, en elpontificado de León, al «monofisismo o eutiquianismo». A esto hay que añadir lapresión que los bárbaros ejercían en todas las fronteras del Imperio. En estascircunstancias, León llega a la sede de Pedro, consciente de que en el Vicario de Cristo seperpetúan la autoridad y los poderes de Aquel de quien había recibido el encargo de«confirmar en la fe a sus hermanos». Toda su actividad pastoral fue mantener íntegra lafe cristológica y reforzar la cohesión interna de la Iglesia.

Philippe Henne cuenta con detalle cómo, en su condición de obispo de Roma,mantuvo estrechas relaciones con los obispos de las Iglesias suburbicarias, es decir, lasdiez diócesis que dependían del vicarius Urbis. Pero su solicitud pastoral también llega alos obispos de «la Italia no suburbicaria». El vicarius Italiae se encargaba de las tareasde gobierno de siete diócesis de Italia.

En la primavera del 452, Atila atraviesa los Alpes y entra en Italia, y se dispone aasediar la ciudad de Roma. El emperador Valentiniano III no cuenta con ninguna fuerzamilitar seria que le permita afrontar un combate con mínimas garantías de éxito. Decideque sea el papa quien encabece una embajada que frene el avance de Atila hacia Roma.El papa aceptó el encargo y se constituyó en cabeza moral de la delegación. El encuentrotuvo lugar en la ciudad de Mantua. El papa «confiando en la ayuda de Dios, sabedor quenunca ha dejado de asistir a la gente de piedad», emprendió la negociación. No seequivocó. Atila recibió a la delegación y, tan asombrado quedó por la presencia delsummus sacerdos, que decidió retirarse al otro lado del Danubio y firmar la paz. Secuenta, y así está representado en los frescos que Rafael inmortalizó en las estanciasvaticanas, que en el momento en que León hablaba a Atila, este tuvo una visión de losapóstoles Pedro y Pablo bajando del cielo, con las espadas desenvainadas, amenazando alos hunos. Aunque envuelto en aires de leyenda, el hecho histórico es que Atila evacuóItalia y, dos años después, en el 454, murió.

Philippe Henne describe también los frecuentes contactos que mantuvo el papa León

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con tres grupos de obispos: los galo-romanos, los españoles y los africanos. Losespañoles, después de la conquista de la Península por los bárbaros, se ven obligados apastorear territorios gobernados por reyes arrianos y siempre miran a Roma como susalvación. La carta de León a Toribio, obispo de Astorga, muestra con claridad el lúcidoconocimiento que tenía el papa de la situación que atravesaba la fe en España. El Tomus,carta tan importante para la cristología, por estas circunstancias políticas tan adversas, nollegó a manos de los obispos españoles hasta el 451, dos años después de su redacción.

Pero, sin duda, fue el Oriente el que presentó mayores problemas dogmáticos ydisciplinares al papa León. De hecho murió sin haber resuelto la mayor parte de losproblemas. Philippe Henne abunda prolijamente en estos asuntos. En Constantinopla,mantuvo intensos contactos epistolares con el patriarca Flaviano, aunque solo se tienedocumentación escrita por carta a partir del 449. La influencia de los monasterios en lavida eclesial de la ciudad va ganando terreno. Eutiques, monje archimandrita, que secreía seguro de su «ortodoxia», fue acusado de no ser fiel a la «Fórmula de la unión del433». Intenta defenderse acudiendo al papa, alegando que sus adversarios habíancondenado su doctrina cristológica sin entenderla. Para ello, adjunta un libellus dirigidoal papa León, donde explica su profesión de fe. León pide informes a Flaviano y solicitaque se convoque un concilio para resolver la controversia. El papa no duda que Éfesoconfirmará la condena del error de Eutiques, que en resumen afirmaba: «antes de launión de la divinidad y la humanidad, en Jesucristo existían las dos naturalezas: el Verbode Dios y la carne que asumió de María; después de la unión, una vez que el Verbo sehizo carne, Cristo no tiene dos naturalezas, pues si una es la Persona, una debe ser lanaturaleza, que reuniría las propiedades humanas y divinas conjuntamente». Pero elarchimandrita, que gozaba de una gran influencia política, a pesar de esta «cristologíaerrada», emprendió una campaña por todo el Oriente en favor de su tesis. Los legadospontificios pidieron que se leyera la carta que el papa había dirigido al concilio. Se objetóque aún quedaban otras cartas del emperador por leer. Subió la tensión en la asamblea yDióscoro, entonces, hizo que se aclamase la fórmula: «Si alguien dice “de dosnaturalezas”, sea anatema» y propone condenar y deponer a Flaviano por emplear esafórmula. A los dos días fue depuesto y desterrado. En Roma, se reunió un Sínodo, conmotivo del noveno aniversario de la elección de León (29 de septiembre del 449), quereprobó y rechazó las decisiones de Éfeso. En la última sesión del que ha pasado a lahistoria como «el Latrocinio de Éfeso», con el apoyo del emperador, Dióscoro enfrentóal Oriente contra Roma, a la que instaba a retractarse de la doctrina cristológica del Tomoa Flaviano redactado por León.

El Sínodo romano negaba validez a lo decretado en Éfeso, quedando de manifiesto laautoridad del papa frente al concilio. Es un caso excepcional en la historia: un concilioque no es confirmado por el obispo de Roma, y que además no será objeto de ninguna

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«recepción» por parte de la Iglesia universal. Se hacía necesaria –así lo creía el papaLeón– la convocatoria de un concilio en Italia en la que participasen los obispos de todoel mundo católico. Al mismo tiempo, revelaba cómo el papa, aun sabiendo de laautoridad que gozaba la Sede romana, no quería ni podía prescindir de la instanciaconciliar para regular una cuestión dogmática de tanta importancia.

El 17 de mayo, el emperador convoca un concilio general en Nicea para el 1 deseptiembre, al que promete asistir él personalmente, que finalmente tendrá que celebrarseen Calcedonia (451). Un concilio que contó con la mayor asistencia de la Antigüedad: entorno a 600 obispos. Todos eran orientales. De Occidente solamente habían acudido dosobispos huidos de África y los tres legados pontificios. El resto se encontraban retenidosen sus diócesis por la invasión bárbara.

Para el papa, Calcedonia constituía un «tribunal episcopal», que habría de juzgar alos herejes sobre la base de la fe definida por la Iglesia romana; por eso, la misión de suslegados era presidir, en lugar suyo, el colegio de jueces. Para el emperador, el concilioestaba llamado a formular una profesión de fe capaz de resolver el problema dogmáticoque dividía a Oriente, ocupándose, tan solo en un segundo momento, de los casospersonales.

En la segunda sesión («hacia una fórmula de fe»), los comisarios imperiales pidieronque se elaborara una nueva profesión de fe, a lo que los obispos se negaron, apelando ala prohibición fijada en Éfeso (431). Se encontró una salida recurriendo a la lectura detextos normativos: la lectura del Tomo a Flaviano fue acogida entre aclamaciones: «Estaes la fe de los Padres. Esta es la fe de los Apóstoles. ¡Así lo creemos todos! ¡Pedro hahablado por la boca de León! Los apóstoles así lo enseñaron. León ha enseñadopiadosamente y con verdad. Cirilo lo ha enseñado así. ¡Eterna memoria para Cirilo! Leóny Cirilo han dado las mismas enseñanzas. ¡Anatema el que no lo crea así! Esta es laverdadera fe». Para León, «Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre». El únicoy el mismo Hijo de Dios, el mismo que es Dios, Hijo del Padre, es hombre, hijo deMaría. Para el papa León, «la única persona de Jesucristo es el sujeto al que se leatribuyen las acciones de las dos naturalezas». Calcedonia no quiere oponer a Cirilo y aLeón, a pesar de que ambos tienen un vocabulario cristológico sensiblemente distinto.Los dos quieren ser intérpretes de la fe de Nicea.

Los años que siguieron a Calcedonia fueron difíciles para la vida del papa y de laIglesia. Las sublevaciones internas en la Iglesia de Oriente se vieron agravadas por lainvasión del norte de Italia por los hunos y de la ciudad de Roma por los vándalos. Elmonofisismo, a pesar de la condena conciliar, seguía muy extendido en los ambientesmonásticos de Palestina.

La otra tarea a la que León dedicó muchas energías fue la predicación. Sussermones, escritos personalmente por él, tienen sentido en el contexto litúrgico para el

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que fueron pronunciados y forman parte de las celebraciones litúrgicas de la Roma delsiglo V. Constituyen auténticos documentos litúrgicos, que sitúan a León Magno en elorigen de la liturgia romana actual. No en vano se le ha llamado «teólogo de la liturgia».El Año Litúrgico, tal como lo entendemos hoy, no está fijado aún en tiempos de León,pero el papa es una fuente doctrinal cualificada para su desarrollo. En general, sonsermones breves, considerados como modelos para la elocuencia sagrada: espiritualmenteelevados, teológicamente precisos y pastoralmente muy paternales. Antes depronunciarlos, los ponía por escrito, sin temor a repetir verdades que ya había predicadoen otros años anteriores. En ellos encontramos una explicación acabada sobre el sentidode la fiesta litúrgica que celebra, siendo sus Sermones la primera colección de homilías entorno al Año litúrgico de la Antigüedad cristiana, lo que le convierte en el teólogo del AñoLitúrgico.

La fuerza de la doctrina de León proviene de la celebración de la liturgia. Esa fevivida es la fe que explicará en sus cartas y sermones, y es la fe que, una vez explicada,quedará condensada en fórmulas dogmáticas, como es el caso del Concilio deCalcedonia, que bebe del Tomo a Flaviano.

Juan Carlos Mateos, joven profesor con varias publicaciones y alguna de ellas sobreeste gran papa, nos brinda a los lectores de lengua española esta obra de Philippe Henne,que apareció hace pocos años en francés. De esta manera, tenemos a nuestro alcanceuna contextualización del papa León Magno, de su ambiente, de sus escritos, de sussermones, de su influjo en Occidente y en Oriente.

Aquellas clases de cristología en el Seminario de Toledo, cuando el traductor eraalumno y yo era su profesor, traen estas buenas consecuencias. Y es que en las disputasteológicas, llegados a san León Magno, hacíamos parada, porque es sin duda uno de losautores que mejor ha contribuido a la fijación del dogma cristológico. La clave, a mientender, está en su santidad vivida, en su liturgia bien celebrada, de donde sacaba lafuerza para gobernar la Iglesia en época de turbulencias y dejar en la historia del dogmauna secuela imborrable, sobre todo en el Concilio de Calcedonia.

Me alegro de prologar un libro de un alumno aventajado. Los lectores de lenguaespañola agradecemos al traductor este trabajo, que nos acerca más al gran papa sanLeón Magno en esta biografía de Philippe Henne.

Córdoba, Octava de Navidad del 2014.Demetrio Fernández, obispo de Córdoba

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INTRODUCCIÓN

Solo, frente a las huestes de los bárbaros de Atila, León avanza, armado solamentecon la cruz. A menudo esta imagen romántica es la que surge en nuestro espíritu cuandonos imaginamos a León Magno. La realidad, sin duda, fue menos cinematográfica. Y nodebió de ser menos dramática. Sin embargo, sí es simbólico el papel y el lugar que estehombre ocupa en la historia, frente a su destino.

¿Por qué el obispo de Roma tuvo que negociar con el jefe de los hunos? Pues porqueno hay ninguna autoridad pública del Imperio Romano, porque no hay ningún ejércitodigno de este nombre. Ya no queda más que la fuerza moral.

Esta situación desesperada, tantas veces vivida en la historia de la humanidad, planteasiempre la misma pregunta: ¿Por qué merece la pena luchar? ¿Por quién vale la penaarriesgar la vida? ¿Merecen este sacrificio el país, la nación o el Estado? Lo imaginamoscon gran admiración de esos y esas que han aceptado el martirio. Nosotros soñamos elfuturo con prudencia, e incluso con escepticismo.

Entonces otra pregunta perturba el espíritu: ¿qué diferencia hay entre el fanatismo yel heroísmo? ¿Dónde se encuentra la frontera entre la cabezonería necia y la fidelidadconstructiva? Las grandes figuras no faltan en la historia, pero los horrores de las últimasguerras no dejan de planear como una duda sobre su rectitud de intenciones y susmotivaciones, tanto en hombres como en mujeres, grandes en los grandes relatos, peromezquinos, quizá, en la realidad. ¿Fue León Magno uno de esos? ¿Fue más «cabezota»que fiel? ¿Más fanático que heroico? ¿Qué es lo que quería hacer en este mundo quepasa? ¿Restaurar la antigua gloria de Roma, nunca desaparecida? ¿Acaparar el poderabandonado por los emperadores?

Hojeando este libro, el lector quedará primeramente sorprendido por el carácteractivo de este personaje. En la misma ciudad de Roma, León atraerá su atención sobre laasamblea de Italia y sobre la Galia. El Oriente no está ausente de sus preocupaciones.Sorprende todavía más la gran capacidad que tenía para dominar una infinidad de tramasy conflictos. Mientras que los hunos arrasan las ciudades del norte de Italia, el obispo deRoma responde con paciencia y moderación a las sutiles maniobras de sus colegasgriegos y egipcios. En el 451, tiene lugar el Concilio de Calcedonia. El año siguiente, Atilase presenta a las puertas de Roma. Pero lo más extraño y lo más admirable, sin ningunaduda, es la presencia humana tan real que ofrecía en cada una de sus intervenciones. Éledifica al pueblo de Roma con sus Sermones. Aconseja a un obispo para una justareincorporación de prisioneros que han vuelto a su casa. Recomienda la misericordia paralos obispos que han traicionado la fe de Nicea. Consuela a su amigo Juliano, atormentadopor las maquinaciones de los bizantinos.

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La primera cualidad de León no es la de ser un diplomático ni un jefe de la Iglesia.Ante todo es un hombre de Dios. Su fe es tan simple como profunda. Su famoso Tomo aFlaviano, ese resumen de la doctrina sobre la doble naturaleza de Cristo, es tan bellocomo convincente. Bello por la simplicidad y la sinceridad del tono que adopta.Convincente por el rigor de su pensamiento y la fidelidad a la doctrina transmitida.

La dureza de los tiempos no le ha endurecido, le ha forjado. Las pruebas no le hanamargado, han ahondado más sus convicciones. Lo que ha perdido en meras sutilezas loha ganado en confianza. ¡Es verdad! Frente a Atila, no tenía más que la fe, ¡pero quéarma más poderosa que esa fe!

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REFERENCIAS Y ABREVIATURAS

León Magno:

Para las cartas de León, las referencias corresponden al MIGNE, J. P., Patrologialatina, vol. 54-56, Paris 1846. [Las de temática cristológica se encuentran traducidas alespañol: LEÓN MAGNO, Cartas Cristológicas, Ciudad Nueva, Col. «Biblioteca dePatrística», Madrid 1999, Introducción, traducción y notas de J. C. Mateos González].

Para los sermones de León, las citas remiten a LÉON LE GRAND, Sermons, 4 t.,Introducción de J. Leclercq, traducción y notas de R. Dolle, col. «Sources chrétiennes»,n. 22, 49, 74 y 200, Paris, Ed. du Cerf, desde 1947 hasta 1973. [Existe traducciónespañola: SAN LEÓN MAGNO, Homilías sobre el año litúrgico, BAC, Madrid 2014, Texto,introducción y notas por M. Garrido Bonaño].

Otras referencias:

Denz.: DENZINGER, H., Symboles et définitions de la foi catholique, éd. por P.Hünermann y J. Hoffmann, Paris, Éd. du Cerf, 1996. [Existe traducción española: H.DENZINGER-P. HÜNERMANN, El Magisterio de la Iglesia. Enchiridion Symbolorumdefinitionum et declarationum de rebus fide et morum, Herder, Barcelona 1999].

Mansi: MANSI, J. D., Sacrorum conciliorum nova et amplissima collectio, 31 vols.,Florence, 1759-1798.

PL: MIGNE, J. P., Patrologia latina, 222 vols., Paris 1844-1855.

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PRIMERA PARTE

EL HOMBRE, EL PAPA Y EL PASTOR

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HACIA EL PONTIFICADO

El Imperio Romano de Occidente, durante el siglo V, se derrumbará, tanto por laincompetencia de sus jefes como por las grandes invasiones germánicas que no pudocontener.

Situación general

Procedentes de su Mongolia natal, surgieron los hunos y se abalanzaron haciaOccidente, provocando uno de los movimientos de población más grandes en la historiade la humanidad. Hacia el 370, ellos mismos alteran las diferentes poblacionesgermánicas. Estas, aterrorizadas por la crueldad de los recién llegados y por la rapidez desus desplazamientos, huyen desamparadas. Acuciados por el hambre, dejan tras de sípueblos devastados y cuerpos destrozados.

Los vándalos, empujados por los godos, abandonan las riberas del Oder pararefugiarse en las montañas de Eslovaquia y de la Transilvania. Pero la amenaza esdemasiado grande. Es necesario huir. Atraviesan entonces la Galia para llegar a España,donde esperan asentarse. Sin embargo, los godos les persiguen. Mientras tanto, losvándalos consiguen la hazaña de atravesar en masa el Mediterráneo y llegar a África,donde asedian Hipona y destrozan Cartago. Su ferocidad rápidamente se hará legendariay ya entonces manifiestan una inquina especial contra la Iglesia católica. Los objetos deculto y las ricas joyas de orfebrería despiertan su envidia. Además, los obispos a menudofueron la única fuerza moral capaz de organizarse frente a este feroz desencadenamientode violencia.

Los burgundios fundaron un reino en los márgenes del Rin y del Maine, teniendo aWorms como capital. En el 436, todo fue destruido por las tropas auxiliares de los hunos.Los lamentables restos de este «pueblucho» se instalaron entonces a lo largo del Ródanoy del Saona, donde se organizaron como una nación autónoma.

Los visigodos, en el Imperio Romano, primero fueron tolerados, bajo el mandato deValente en el 376. A partir del 378, Teodosio los establece en Mesia y Tracia (hoyBulgaria). Pero, para ellos, esto fue un punto de partida, pues posteriormente pudieronemprender numerosas incursiones de pillaje a través de los Balcanes y del Peloponeso.Finalmente, se lanzaron a la conquista de Italia y, en el 410, Alarico invadió y saqueóRoma.

Esta fue la sorpresa. San Jerónimo, desde su monasterio de Belén, escribe con

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lágrimas en sus ojos: «después de haberse extinguido la luz más brillante de la tierra;después de haber sido cercenada la cabeza de nuestro Imperio, y después de haberperecido todo el orbe en la ruina de esta ciudad, entonces enmudecí y me humillé; ya nopodía pronunciar ni una sola palabra» (Prefacio al comentario sobre Ezequiel). Ladesdicha sacudió al mismo Agustín: «Roma ha caído en desgracia. Roma ha sidodevastada. Por todos los lugares: aflicción, masacre e incendio; por todas partes, lamuerte siembra la masacre por el hambre, la peste y la espada. ¿Dónde están las tumbasde los apóstoles?» (Sermón 296, 6).

Esta catástrofe consolidó hasta lo más hondo la separación definitiva y completa delImperio Romano en dos. Honorio fue el primer gran emperador del Occidente. Nacidoen el 384, asumió este cargo desde el 395 al 423, pero el verdadero maestro eraEstilicón, un vándalo. Este prestó un enorme servicio al Imperio al contener el empuje delos bárbaros en Bretaña, en Bélgica y, después, en Germania. Pero las intrigas de palaciole llevaron hasta su caída. Abandonado por el emperador, fue ejecutado en el 408. Enese momento, ya nada detiene a los pueblos germánicos en su avance hacia Occidente.

En el 425, es un niño de seis años que se convierte en emperador. Se llamaValentiniano, es el tercero que lleva ese nombre. Demasiado joven para gobernar; se dejóinfluenciar por magos y astrólogos. Su madre, Gala Placidia, era la que regentaba elImperio. La situación se agrava: en ese momento los bárbaros se instalaron en Bretaña,mientras que los vándalos terminaron su incursión en el África. En el 454, el emperadormandó asesinar a Aecio que, durante muchos años, había gobernado Occidente en sunombre. Esta muerte infame precipitó la salida de Valentiniano III. Meses más tarde, élmismo también fue asesinado.

En este mundo, por una parte, roto por las continuas incursiones y, por otra,dominado por gobiernos decadentes, fue en el que León nació y creció.

Hasta el pontificado

Nacimiento y formación

Nadie sabe ni cuándo ni dónde nació León. Incluso la Leyenda dorada, esacompilación de todas las historias maravillosas de los santos, escrita por Jacobo de laVorágine en el siglo XIII, incluso esa mina de informaciones y de especulacionesreligiosas no dice nada acerca del nacimiento, la infancia y la formación de León.Comienza con un relato milagroso sobre su época pontificia.

Sin embargo, algunos historiadores sitúan su venida al mundo entre el 390 y el 400,sin dar argumentos. La única información, recibida del pasado, es la presentada por elLiber pontificalis. Esta colección de notas biográficas de los papas, que dataría del sigloVI, señala que León era de nacionalidad toscana. De hecho, los habitantes de Volterra,entre Siena y Pisa, pretenden, sin poderlo probar, que León sería un niño de su ciudad.

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Nunca nadie ha creído que este célebre papa hubiese nacido en la misma ciudad deRoma. Esta hipótesis se basa en una reflexión del mismo León. En su carta 31, 4, col.794 A, el sucesor de Pedro presenta a Roma como «su patria». Sin embargo, estaafirmación hay que tomarla en un sentido figurado; más como una expresión de un ciertoafecto a su ciudad episcopal que como una afirmación del lugar de su nacimiento.

Sobre la formación intelectual y religiosa de León, no tenemos ninguna informacióndirecta escrita en ningún documento. A partir de sus obras es donde se puede intentaradivinar cuál ha sido su recorrido escolar.

Las desgracias de su tiempo y la caída del Imperio parecen haber provocado unadecadencia vertiginosa en la calidad de la educación literaria y filosófica en tiempos deLeón. La gran época que fue el siglo IV parece ya muy superada. Jóvenes como Basiliode Cesarea y Gregorio de Nacianzo parten a Atenas y allí siguen durante varios años loscursos de los grandes filósofos todavía en activo. Los Padres latinos, como Ambrosio,todavía estaban impregnados por el pensamiento de autores clásicos. ¿No quedó Agustínimpresionado por la lectura del Hortensius de Cicerón? Todo eso es ahora unaexcepción, porque la utilización de manuales o antologías parece haber suplantado lalectura de las obras mismas de los grandes autores.

En el siglo V, la situación es totalmente diferente. León no ofrece ninguna cita oreferencia de pensadores clásicos. Por lo demás, no oculta su desprecio por la filosofía, ala que considera un artificio creado por los hombres para discutir. Se basa en Cristomismo, que no ha elegido filósofos o grandes oradores, sino simples y humildespecadores (carta 164, col. 1149 B). Se muestra cauto a la hora de hacer cualquierreflexión o especulación sobre el sentido de los diferentes conceptos que puede emplear,como naturaleza, esencia, persona. Acoge y transmite la doctrina de la Iglesia en susimplicidad, con suficiente claridad. Esta actitud no tiene nada de excepcional. Ireneo deLyon, ya en el siglo II, denunciaba las elucubraciones de los gnósticos y de los sabiossobre el misterio de Dios y sobre el destino humano (Contra las herejías, prefacio).

Como la mayor parte de sus contemporáneos, León no conocía el griego. Razón porla que pide al obispo Juliano recoger en un volumen todos los documentos emanados porel Concilio de Calcedonia. Sin embargo, precisa que todo debe ser reproducido en latín,en una traducción absolutamente completa y fiel. La insistencia con la que señala estaexigencia (absolutissima interpretatione translata) expresa claramente su incapacidadpara verificar la fidelidad de esa traducción (carta 113, 4, col. 1028 A). Las necesidadesde ese tiempo obligaban a los educadores a reducir su enseñanza a una iniciaciónpragmática y a despreciar una mayor profundización de la cultura helenística.

En lo que concierne a la literatura patrística, el sucesor de Pedro parece haberutilizado más los florilegios de citas antiguas que haber leído sus grandes obras. En sushomilías, León aborda a menudo las cuestiones cristológicas de su tiempo, pero no cita ni

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hace referencia al pensamiento de ninguno de sus predecesores en la fe. Eso podríaexplicarse por el carácter popular de su público. Sin embargo, tal justificación no esválida para sus cartas, pues en ellas se dirige tanto a obispos como a teólogos. Por tanto,no toma nunca de manera explícita y directa las fórmulas de uno o de otro defensor de laverdadera fe. Solo la carta 165 acumula una serie de pasajes dogmáticos prestados deautores antiguos: Ambrosio de Milán, Atanasio de Alejandría, Agustín, Basilio deCesarea, Cirilo de Alejandría, Eusebio de Dorilea, Gregorio de Nacianzo, Hilario dePoitiers, Juan Crisóstomo y Teófilo de Alejandría. Algunos de estos Padres son muyconocidos; otros, menos.

Eusebio de Dorilea, que ejercía la función de retor en Constantinopla, fue el primeroen denunciar la herejía de Nestorio hacia el año 430. Tras ser nombrado obispo deDorilea, en Frigia (hoy en Turquía), denunció los errores de Eutiques e hizo compareceral hereje ante el Concilio de Constantinopla en el 448. Depuesto por el Latrocinio deÉfeso del 449, llamó a León y a los emperadores Valentiniano III y Marciano. Fuerehabilitado en la primera sesión del Concilio de Calcedonia del 451.

Teófilo de Alejandría, nacido en el 345, fue patriarca de Egipto del 375 a 412.Personalidad fuera de lo común, redujo por la fuerza el paganismo, hizo condenar aOrígenes y persiguió a Juan Crisóstomo.

Esa carta 165 tiene tantas referencias patrísticas, porque León deseaba presentar alemperador un dossier, tan completo como fuera posible. Algunos de estos autores le soncontemporáneos, como Eusebio de Dorilea, o cercanos, como Agustín y Cirilo deAlejandría. Sin embargo, cinco se remontan al siglo anterior. Por tanto es difícildeterminar si alguno ha podido ejercer alguna influencia sobre la formación teológica deLeón.

La cuestión se ha planteado particularmente pensando en Agustín. Yves-Marie Duvalha estudiado dos préstamos evidentes en el obispo de Roma, tomados del de Hipona.Aparecen en el octavo sermón sobre la Pasión y en la segunda homilía sobre la Epifanía.Sin embargo, el investigador concluye que quizá se trata de temas comunes quecirculaban en el pensamiento cristiano de la época. Incluso apunta la posibilidad de queun notario pontificio, como Próspero de Aquitania, haya sido el que haya tomadoprestados algunos pasajes de Agustín y que León habría conocido, para utilizarlosposteriormente.

El cuadro puede parecer deprimente. Lo será todavía mucho más si consideramosque, en el mundo latino, León es un faro refulgente en la sombría noche en medio de laapatía cultural dominante. Lo que no pudo adquirir por largas y sutiles discusiones sobrealgunos puntos de doctrina y de filosofía, lo desarrolló por simples y profundasconvicciones sobre la salvación. Ante el espectáculo de la barbarie desencadenada, Leóndio cuerpo y carne al mensaje eterno de la fe. Ante los muros calcinados y los cuerpos

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mutilados, durante los períodos de hambruna y de angustia, buscó en el interior de ladoctrina tradicional las fórmulas de vida y de liberación.

Un clérigo muy influyenteAlgunas notas dispersas nos recuerdan el papel tan importante que León pudo

desempeñar durante su carrera eclesiástica antes de su acceso al pontificado.En el 418, Agustín felicita al sacerdote romano Sixto, el futuro Sixto III (432-440).

Este último se había dejado influenciar por las teorías pelagianas sobre la gracia. Elobispo de Hipona le había escrito para aclararle sobre este tema. Y he aquí que Sixto leresponde presentándole una doctrina totalmente conforme a la de Agustín. Este exclama:«he sido tan feliz de copiar y hacer leer la breve carta que habéis dirigido por el acólitoLeón al bienaventurado primado Aurelio [de Cartago]» (carta 191, 1). A este mensajerose le identifica con León Magno, que sucedió a Sixto III.

Vigilio de Tapso (hoy en Túnez) señala, en su tratado Contra Eutiques (4, 1), queLeón ofrece un testimonio de la verdadera fe bajo el papa Celestino (422-432). Esprácticamente imposible precisar qué quiere decir, pero eso nos permite suponer que ya,en esta época, León era un hombre conocido en la administración romana. Estetestimonio es digno de interés, puesto que data de la segunda mitad del siglo VI, es decir,pocos años después de la muerte del Pontífice.

En el 431, Cirilo de Alejandría escribe al papa Celestino para ponerle en guardiacontra Juvenal de Jerusalén. Igualmente el destinatario de una carta parecida es León, loque prueba el lugar eminente que ya ocupaba en Roma. Él mismo hace alusión en unacarta más tardía (carta 119, 4, col. 1045 A).

Según Genadio, historiador de finales del siglo V, León era en ese momentoarchidiácono (Sobre los hombres ilustres 62). A modo de recordatorio, el archidiáconoera un prelado responsable de la administración de la diócesis. Por su posición clave y suinfluencia era, de hecho, el segundo responsable de esa circunscripción eclesiástica.

En el 430, Juan Casiano compone siete libros Sobre la Encarnación de Cristo. En suprefacio, se dirige a un cierto León que le había pedido escribir esa obra. Aquí, como enel caso de san Agustín, precisarlo resulta difícil.

En la misma época, hacia el 430, la Provenza estaba agitada por las numerosascontroversias que en torno a la doctrina de la gracia había presentado, en su tiempo, sanAgustín. El papa Celestino (422-432) envió a Venerio, obispo de Marsella, y a otrosobispos de las Galias una carta en la cual invitaba a los contrincantes a no cuestionar enesta causa la autoridad de Agustín, porque el obispo de Hipona había sido beneficiadopor la consideración más grande en la Iglesia. A esta carta, se adjuntó una especie desyllabus que recogía las decisiones de los papas Inocencio I (401-417) y Zósimo (417-418), así como las de los concilios reunidos en Cartago y en Milevi, ciudades de Numidiadonde se celebraron estas asambleas en el 402 y 416. El autor de este compendio retoma

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la doctrina expuesta, pero con una nueva presentación, estructurada de manera diferente.Actualmente se les conoce como capítulos pseudo-celestinos o «Indiculus» (Denz. 238),mientras que antiguamente tenían por título: Praeteritorum Sedis apostolicaeepiscoporum auctoritates de gratia Dei, es decir «sentencias de obispos anteriores en laSede Apostólica respecto al tema de la gracia de Dios y el libre arbitrio de la voluntad»(PL 45, col. 1756-1760). La enseñanza presentada en este documento usado pornumerosos patrólogos se encuentra tan próxima al pensamiento de León que algunos leconsideran como el autor de este trabajo. En ese caso, el futuro papa sería ya unareferencia dogmática hacia el 420-430.

En su Crónica, escrita por el año 439 (siendo Teodosio XVII y Festo Avienocónsules), Próspero de Aquitania, historiador contemporáneo de los acontecimientos,informa ya de una importante intervención del archidiácono León. Juliano, obispo deEclana (ciudad situada entre Roma y Brindisi), había sido depuesto por sus opinionespelagianas. Deseaba reintegrarse en la gran Iglesia, pero exigía ser restablecido en susantiguas funciones episcopales. Esta reivindicación le pareció sospechosa a León, quehabría invitado al papa Sixto III a dar pruebas de firmeza (PL 51, col. 598 B).

¿Qué se puede concluir con estas breves noticias? Primeramente, que no dicen nadani de fechas ni de las circunstancias de la ordenación diaconal y presbiteral de León.Además, difícilmente se pueden utilizar, porque no se refieren con seguridad al futuropapa. Que procedan de autores contemporáneos al gran Pontífice romano, les asegurauna gran autenticidad, pero no resuelve el problema de la identificación del citadopersonaje.

Las circunstancias de acceso al pontificado sí son más precisas.

La elección para el pontificadoEl prestigio y la posición de León llegaron a ser cada vez más influyentes. No

solamente era archidiácono en la Curia romana, sino que, además, parece que habíafrecuentado las altas esferas del Estado.

Es lo que da a entender Próspero de Aquitania en su Crónica para el año 441 (PL 51col. 599 A). Es contemporáneo de estos acontecimientos, puesto que nació hacia el año390 y murió entre el 455 y 463. Cuenta que, en el 440, León está en la Galia pararesolver una disputa entre el patricio Aecio y el prefecto del pretorio Albino. Estos dosaltos dignatarios habían elegido un mal momento para querellarse: Roma estabaamenazada por los vándalos y el emperador Valentiniano III había dejado su residenciahabitual en Rávena para instalarse en la Ciudad del Tíber y organizar la defensa. Es,pues, verosímil que la misión de reconciliación procediese directamente de laadministración imperial. León debía ser conocido por los oficios desempeñados, sin quepodamos precisar si es por nacimiento o por educación por lo que se le había introducidoen ese medio.

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Esa estancia en la Galia se corresponde con la muerte del papa Sixto III. Este asumióel pesado cargo del 432 al 440. De este pontificado, nos quedamos con dos aspectos. Eldifunto se había mostrado con los nestorianos menos intolerante que lo había sido supredecesor, Celestino I. Además, procuró mantener intactos los derechos y prerrogativasde la Santa Sede sobre Iliria. También Gregorio tendrá que abordar estos dos problemas:la herejía y la extensión de la autoridad romana.

Sixto III muere el 18 de agosto del 440. Al día siguiente, los electores eligen a León,a pesar de estar ausente. Esta particular circunstancia nos da pie para pensar que elcandidato difícilmente ha podido presionar sobre el colegio electoral y que,verdaderamente, es por su valor personal por lo que ha sido elegido. Próspero deAquitania, ya citado un poco más arriba, se maravilla de esta unanimidad. De hecho,exclama asombrado: durante los cuarenta días necesarios para la vuelta del nuevoPontífice, el pueblo permaneció «admirable en la paz y en la paciencia», librándose asíde aquellas disputas y luchas de poder que marcaban muy a menudo el cambio deobispos de Roma (Crónica, año 440, siendo Valentiniano Augusto y Anatolio, cónsules,PL 51, col. 599 A). Para gozar de una estima tan general, León debería de haber ejercidosus funciones de archidiácono de una manera más que satisfactoria, para el pueblo y parael clero.

Ese interés aparece en su primer sermón pronunciado el mismo día de suconsagración episcopal, el 29 de septiembre del 440. Hace esta promesa: «en mi solicitudde pastor, no deseo más que la salvación de vuestras almas» (sermón 92).

Aquí estamos bien lejos del tono trágico que utilizará otro gran papa un siglo y mediomás tarde. Gregorio sufrirá aplastado por lo pesado del cargo y se lamentará frente a loshorrores de su tiempo. León, comienza por un grito de alegría tomado de un salmo: «quemi boca cante las alabanzas del Señor» (Sal 145, 21). Esta alegría no es un signo deorgullo, sino de humildad, porque no reconocer los bienes divinos sería una señal deingratitud. Uno y otro papa pertenecen a épocas diferentes. León ve hundirse el Imperiode Occidente, Gregorio verá los reinos bárbaros instalarse en él. Los dos son romanos denacimiento y de corazón, pero el primero vive al final de la Antigüedad, mientras que elsegundo afrontaba el comienzo de la Edad Media.

León fue nombrado obispo de Roma el 29 de septiembre del 440. Él mismo lorecuerda en su segundo sermón de la consagración episcopal: «la condescendenciadivina, mis amados hermanos, hace para mí este día digno de honor» (sermón 93).Desde entonces, en ese día de su aniversario se reunirán los obispos alrededor de supastor. León subraya así la supremacía de la Sede episcopal romana.

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II

LA DOCTRINA DEL PRIMADO ROMANO

La dignidad del obispo de Roma

Esta manera de celebrar el aniversario de la ordenación episcopal del papa es un temade gran importancia, y eso por dos razones.

Primeramente, «el recuerdo de ese día es la causa de la alegría de todos y, a travésde la fiesta anual del pastor, se honra a todo el rebaño» (sermón 95, 1). Esta reuniónmanifiesta y acrecienta la unidad de la Iglesia, reafirmando una cierta supremacía delobispo. León va más lejos y pasa de una simple consideración sociológica a una profundareflexión teológica. «En todo el cuerpo de la Iglesia es donde se celebra el únicosacramento que confiere el poder del Pontífice» (ibíd.). El pontífice es Cristo. El únicosacramento es la ordenación, particularmente celebrada en la persona del obispo deRoma. León continúa diciendo: «sacramento en el que la gracia se expandeabundantemente sobre los miembros superiores, cuando desciende el aceite oloroso de labendición, pero que, sin embargo, desciende, y no lentamente, sobre los miembrosinferiores» (ibíd.). En otras palabras, nosotros somos todos iguales, pero hay uno quegoza del primer puesto. Esta doctrina está en contradicción flagrante con la de Cipriano.El obispo de Cartago, hacia el 250, afirmaba, por el contrario, que no había más que unúnico episcopado y que cada uno lo ostentaba en igualdad. Comentando el célebre pasajedel Evangelio donde Jesús afirma que Pedro es Pedro y sobre esa piedra construirá suIglesia (Mt 16, 18-19), escribe: «De esto se deduce, a través de la sucesión de lostiempos y los acontecimientos, la elección de los obispos y la organización de la Iglesia: laIglesia se apoya sobre los obispos y toda su conducta obedece a la dirección marcada poresos mismos jefes» (carta 33, 1).

Enseguida, estas reuniones ofrecen la posibilidad de una enseñanza. León aprovecha,al menos durante los primeros años de su pontificado, para pronunciar una homilía anteesa asamblea. Expresaba así la concepción de su papel en la Iglesia.

Señalemos, antes de comenzar, que estos sermones fueron más largos con el paso delos años, pero se quedan demasiado cortos en comparación con los fluidos discursos deJuan Crisóstomo y de Ambrosio de Milán. En la primera homilía, pronunciada el mismodía de su ordenación, las frases son cortas y claras. Esta simplicidad de estilo será signode una cierta connivencia, en todo caso, de un acuerdo profundo, entre el elegido y loselectores. El segundo sermón se basa en la relación entre la humildad del orador y la

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gloria del día celebrado. El comienzo tiene un tono orante y solemne: «lacondescendencia divina, mis amados hermanos, se ha dignado hacer para mí honorableel presente día. De este modo, al elevar mi bajeza al grado más alto, muestra que nodesprecia a ninguno de los suyos». Esa antítesis queda desarrollada a lo largo de esameditación y denota una real formación para la retórica. El estilo, francamente, llega aser ampuloso, e incluso algo pomposo para la posteridad.

«Cada vez que la misericordia de Dios se digna juntar los días señalados con susdones, mis amados hermanos, es justo y razonable entonces el motivo de nuestra alegría,si es que relacionamos la alabanza a su autor y el origen de la función que hemosrecibido» (sermón 94, 1). Las frases llegan a ser largas, la construcción se complica y losincisos se multiplican. ¿Cómo explicar esta evolución? ¿Solo por la práctica, que procedede su cargo? Pero él ya era un archidiácono. ¿Por una relación más intensa con suauditorio? Haría falta realizar un estudio más completo de su obra homilética, por si sepudiera dar alguna luz a este enigma.

Señalemos que el papa Gregorio Magno, en el 590, trasladará esta reunión a la fiestade san Pedro. Este cambio es sutil. Desde entonces, la unidad de la Iglesia serámanifestada alrededor de la función pontificia, y no en torno a la persona que la asume.

El primado romano en los primeros siglos

La idea de la primacía romana no es una invención de León Magno. Ya estaba engermen, presente incluso antes de la llegada de su gran teórico.

Desde el siglo IV, el papa Julio I (337-352) escribió con virulencia contra losantioquenos. Retoma la defensa de Atanasio, que los obispos orientales habíancondenado injustamente. No se muerde la lengua en sus palabras: «respecto al tema de laIglesia de Alejandría en particular, ¿por qué no se nos ha escrito? Ignoráis que lacostumbre era que se nos escribiera primeramente, y que a partir de ese momento seproclamase lo que es justo. Si una cierta sospecha pesaba sobre el obispo de Alejandría,habría tenido que prevenirla con anterioridad la Iglesia de aquí [Roma]» (Denz. 132). Elpapa presenta como «una costumbre», una actitud ya existente y aplicada siempre, quela Sede apostólica sea advertida en primer lugar y que a continuación el asunto seajuzgado, cuando implique a un obispo. El obispo de Roma es, pues, reconocido comouna instancia superior, a la que hay que consultar en caso de litigio entre las diócesis ysus responsables.

El concilio de Sárdica (hoy Sofía, en Bulgaria), hacia el 343, no dice otra cosa: si unobispo estima haber sido condenado injustamente, puede dirigirse al obispo de Roma.Esto no es, pues, un derecho reivindicado por el papa, sino incluso reconocido por elepiscopado. El concilio añade que, desde que el obispo acude a Roma por una condena,esta queda suspendida en su aplicación (Denz. 133). Nosotros veremos que ese derecho

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será a veces pisoteado y, justamente, reclamado. El concilio concluye con una carta en laque los obispos reunidos proclaman: «parecerá lo mejor y como favorecedor de lo mejorque, en todas las diversas provincias, los sacerdotes del Señor hagan informes dirigidos ala cabeza, es decir, a la Sede del apóstol Pedro» (Denz. 134).

Sin embargo, hay que añadir que este concilio no ha tenido nunca una autoridadcanónica universalmente reconocida. Los emperadores Constante y Constancio habíanconvocado esta asamblea para verificar la ortodoxia de Atanasio de Alejandría, que habíasido condenado por los sínodos orientales. La mayor parte de los obispos de esta partedel Imperio abandonaron el concilio en las primeras sesiones. Los occidentales quepermanecieron, se pronunciaron a favor del obispo condenado y tomaron diversasmedidas disciplinares, algunas de ellas relativas al primado romano. Los orientalesrechazaron todo eso, ahondando así, todavía más, el foso que poco a poco separaba lasdos partes antagonistas de la Iglesia.

A finales del siglo IV, el papa Siricio (384-399) recordará la relación entre la personade Pedro y la autoridad de la Sede romana. «Nosotros llevamos las cargas de todos losque sufren, y más todavía: las lleva en nosotros el bienaventurado apóstol Pedro, al quecon gran confianza creemos que nos protege y nos guarda en todas las cosas, comoheredero de su ministerio». Hasta aquí lo que escribe a Himerio, obispo de Tarragona, el10 de febrero del 385 (Denz. 181). Tres puntos merecen ser subrayados en este texto,aunque sea corto. Primeramente, el papa es responsable de todo lo que pasa en toda laIglesia. Él tiene, pues, el deber de intervenir en todas partes. A continuación, obra en ellugar y en la posición de Pedro. Este protege a su ya lejano sucesor. Finalmente, Siriciose apropia el título de heredero. Está, pues, jurídicamente investido de los derechos y losdeberes de su glorioso predecesor. Aplica directamente esta convicción personal,recomendando a su interlocutor que haga llegar esta carta a todos los demás obisposvecinos, y también a los de Cartago, la Bética, la Lusitania y Galicia (Denz. 182).

Hemos de ser conscientes de que esta carta ha sido considerada por toda laposteridad como una breve nota de sumo interés. Es el primer documento papalconservado en las colecciones canónicas. Hacia el año 500, Dionisio el Exiguo reunirá lasdecretales, es decir, las cartas de los diferentes papas que regulaban un problema dedisciplina o de administración. Ahora bien, la carta de Siricio, que acabamos de citar,abre esa colección. Toda la reflexión jurídica y canónica posterior será, pues, alimentadapor esta primera afirmación. Es decir, por todo el respeto con el que había sido rodeada ypor toda la influencia que ha podido restablecer posteriormente.

El siglo V se abre con el pontificado de Inocencio I (401-417). Este fue un ardientedefensor de la primacía romana. La defendió frente a los obispos del Concilio deCartago, el 27 de enero del 417. Subraya el origen de esta preeminencia: «todos los quehemos sido señalados en esta posición desearíamos seguir al apóstol, de quien se deduce

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el episcopado y toda la autoridad de este nombre» (carta 29, 1; Denz. 217). Inocencioañade, pues, a las reflexiones precedentes esta máxima: el obispo de Roma ocupa laproximidad más cercana de la heredad petrina. Utiliza, en este contexto, una imagen muyclara: la Sede romana debe confirmar las decisiones de las otras diócesis, que son «comolas aguas que brotan de su fuente original y se extienden a todas las regiones del mundo,como arroyos procedentes de la fuente no corrompida» (ibíd.). Según Inocencio, la Sedeapostólica se caracterizaba por la presencia de Pedro en su seno. Eso aseguraba laintegridad de su fe. Las decisiones tomadas por los concilios deducen su fuerzanormativa de su fuente común: la doctrina de la Iglesia primitiva. Desarrolla las mismasrecomendaciones en la carta que dirige a Silvano y a los otros padres del concilio deMilevi, en Numidia, el 27 de enero del 417: «sabéis que, en todas las provincias, y paraaquellos que las piden, las respuestas proceden siempre de la fuente apostólica» (carta30; Denz. 218).

Estas afirmaciones y estas llamadas al orden no parecen, sin embargo, obtenerunanimidad, sobre todo en el norte de África. Zósimo (417-418) comienza su carta porrecomendar a los obispos reunidos en Cartago, el 21 de marzo del 418, que, «aunque latradición de los padres haya reconocido a la Sede apostólica una autoridad tal que nadiese atreva a dudar de su juicio», entienden que sus decisiones eran puestas en duda (carta12; Denz. 221). El conflicto se agravó tanto que los obispos africanos decretaron que enadelante ni sacerdote, ni diácono, ni clérigo inferior podrían dirigirse a un tribunal lejano(canon 17 del sínodo general, 1 de mayo del 418). La Sede romana está implícitamenteatacada, pero hay que precisar que los obispos siempre tienen la potestad de poderdirigirse a Roma.

El Oriente está dividido por las controversias de la precedencia. Bonifacio I (418-422) le recuerda el absoluto respeto con el que hay que observar las ordenanzasprecedentes, en particular las tomadas en Nicea. Amenaza muy claramente a los obisposdel Illyricum, que tienen la tentación de querer escapar de la jurisdicción romana: el quese oponga a las «decisiones de los ancianos sabe que tiene por rival al que nuestro Cristoha otorgado el soberano sacerdocio [Pedro]; y, si alguno se atreve a ultrajarle, no podráser ciudadano del reino de los cielos» (carta 15; Denz. 234). Él une la institución de laprimacía con la confesión de Pedro en Cesarea (Mt 16, 13-20). La irritación de Pedropodrá llevar hasta la exclusión del Reino de los cielos, «en el que nadie entrará sin elfavor del portero» (ibíd.).

Todo esto no recoge más que elementos breves y dispersos. León lo reunirá en unateoría más completa y mejor estructurada. Sin embargo, él hereda una tradiciónpresentada como antigua y bien fijada. De ella se deducen varios elementos:primeramente, la primacía de la Sede romana no descansa sobre la situación política de laCiudad, capital del Imperio, sino que adquiere su legitimidad en la misma persona de

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Pedro. Este recibe, en efecto, la plenitud del episcopado, que transmite a sus sucesores ya sus hermanos. Él se benefició de este favor particular en Cesarea de Filipo. La unidadde todas las Iglesias con la Sede romana asegura la comunión con Pedro y el Salvador.Con algunos de estos principios, León creará una teoría que marcó el futuro de lahistoria. Desarrollará esas reflexiones particularmente en sus sermones, los que pronunciódurante su dies natalis, es decir, el día del aniversario de su ordenación episcopal.

Pedro y la primacía romana en los «Sermones»

El tema central de esas homilías es la persona de Pedro. Es verdaderamente la figuraviva que alimenta su pensamiento. La importancia de este apóstol para la Iglesia no esuna mera hipótesis de partida o un axioma de base; es una constatación. «El mundoentero está de acuerdo con la sede del santo apóstol Pedro» (sermón 96, 2).

Es, incluso, una persona todavía más importante: el «pontífice supremo» (pontifexsummus), el «verdadero y eterno obispo» (verus et aeternus antistes) (ibíd., 3). Es«Cristo el que completa la obra de nuestro ministerio» (ibíd., 4).

Esta es la razón por la que no hay que ver en la elección de Pedro como fundamentode la Iglesia un capricho divino, sino, muy al contrario, pues no es la persona del apóstolla exaltada por el Salvador, sino la fe que ha confesado. «Tú eres dichoso, porque es miPadre el que te ha enseñado, y esto no es una opinión de la tierra, que te habría llevado aequivocarte, sino que es una inspiración del cielo que te ha instruido; y ni la carne ni lasangre te han señalado a ti, sino Este del cual yo soy el único engendrado» (sermón 95,2).

Esta fe es sólida y esta solidez viene de Dios mismo. «La firmeza de nuestra fe nofalla, esa fe que fue alabada por el Príncipe de los Apóstoles; y lo mismo que permanecelo que Pedro ha creído de Cristo, así permanece lo que Cristo ha establecido en Pedro»(sermón 94. 2). Cristo vierte sobre Pedro todas las gracias que él mismo disfruta. «Mifuerza te fortalece, de manera que lo que me pertenece como propio, por mi poder,quiero tenerlo en común contigo, por participación» (sermón 95, 2).

Eso expresa la petición del Salvador la víspera de su Pasión. Sabiendo que susdiscípulos se quedarían algo alterados, vela en particular para que Pedro no sucumba aldesánimo y a la tentación. «Con Pedro el Señor tiene un cuidado particular y pideespecialmente por la fe de Pedro, como si los otros pudiesen estar seguros, si el alma deljefe no fuese vencida» (ibíd., 3).

El resultado está en la relación particular que los otros apóstoles mantienen con susuperior. «Pedro gobernaba a título personal [en latín, propie] a todos los que Cristo, entanto que jefe [en latín, principaliter], gobierna también» (ibíd., 2).

Los obispos reciben incluso de Pedro el poder de las llaves y ejercen este podertomando a Pedro como referencia (en latín, forma). «Sí, en efecto, este poder se remite

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a Pedro de una manera personal; es que la regla (forma) de Pedro es propuesta a todoslos jefes de la Iglesia» (ibíd., 3). Esta señal se manifiesta concretamente en el poder deatar y desatar. “Este privilegio de Pedro, pues, permanece siempre que se pronuncie unjuicio, en virtud de su equidad”. No hay exceso ni en la severidad ni en la indulgencia,allí donde no se encuentre nada atado, ni nada desatado, más que lo que el santo hayaatado o desatado» (ibíd.). Eso justifica el interés de Pedro por todos los obispos. «Sinduda cada pastor en particular gobierna su rebaño con especial solicitud y bien sabe quedeberá rendir cuentas de las ovejas que le han sido confiadas; pero nuestra preocupaciónparticipa de la de aquel que la tiene por todos, y lo que debe administrar uno u otrosiempre forma parte de nuestra labor» (sermón 96, 2). Pedro puede, pues, intervenir entoda la Iglesia. Toda la comunidad cristiana permanece bajo su jurisdicción.

Este deber –o este poder– de solicitud ha sido transmitido al sucesor del primero delos apóstoles. «La solidez que recibió de la piedra, que es Cristo, la recibe él, convertidotambién en Piedra, y la transmite igualmente a sus sucesores; y siempre que aparececierta firmeza, indudablemente se manifiesta el coraje del pastor» (ibíd., 4). He aquí larazón por la que Pedro actúa a través de su sucesor, «Si hay alguna cosa que hacemosbien, es algo que obtenemos de la misericordia de Dios por nuestras oraciones cotidianas,eso es el fruto del trabajo y los méritos del que, en su Sede, continúa dando vida al podery manifestando la autoridad» (sermón 94, 3). Tanto las correcciones como lasrecomendaciones que el obispo de Roma puede dirigir a sus hermanos en el episcopadoprovienen, por tanto, del mismo Pedro. «Pues, cuando hacemos entender nuestrasexhortaciones a Vuestra Santidad, creed que es la misma en cuyo nombre realizamos lasfunciones de quien os habla» (ibíd., 4). Este calificativo tan halagador «VuestraSantidad» lo dirige a la asamblea de los obispos y quizá busca adular a cada uno.

Si la responsabilidad del primero de los apóstoles se extiende a toda la Iglesia entera,también afecta a la región de Roma y aquel honor, de alguna manera, le aprovecha a laCiudad.

León expresa su particular interés por los cristianos romanos, porque están muypróximos a él, igual que –dice el papa– Pedro está próximo a ellos. «Si, como hay quecreerlo, él [Pedro] extiende esta solicitud de su bondad por todos los sitios y a todo elpueblo de Dios, cuánto más prodigará su ayuda sobre nosotros, sus hijos, estando cercade quien reposa sobre el lecho sagrado del bienaventurado sueño» (sermón 95, 4). Sinembargo, esta proximidad implica un deber: tener una fe mayor que la de los demáshombres. «Aunque es toda la Iglesia, extendida por el mundo entero, la que debe floreceren todas las virtudes, sin embargo, conviene que os distingáis de los otros pueblos,particularmente por los méritos de la piedad» (sermón 94, 4).

En el sermón pronunciado en el aniversario de los apóstoles Pedro y Pablo, el 29 dejunio del 441 (sermón 69), el pastor retoma la explicación tradicional relacionada con la

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grandeza del Imperio Romano. «Tú, por medio de la religión divina, reinas sobre unImperio más amplio que lo que lo harías con el poder de la supremacía terrestre» (§ 1).Esta gloria y esta extensión universal eran queridas por la Providencia. Ellas debíanpermitir la difusión del cristianismo en el mundo entero. «Era preciso que la predicaciónuniversal encontrase pueblos fácilmente accesibles, que estuviesen dependientes delgobierno de una sola ciudad» (§ 2). Pero Roma se había pervertido con todas lascreencias paganas. Era preciso erradicar el mal en su corazón. Razón por la que Pedro yPablo vinieron a anunciar la Buena Noticia y a recibir el martirio. León lanza entonceseste magnífico y admirado apóstrofe a Pedro: «No temas a Roma, dueño del mundo, túque, en la casa de Caifás, has tenido miedo de la sirvienta del sumo sacerdote» (§ 4).

En su cargo de obispo de Roma, León manifiesta esta doble solicitud, de la cual diopruebas anteriormente como archidiácono: para la Iglesia entera y, en particular, para elpueblo romano.

Títulos y conceptos ligados a la primacía romana

León no siempre se muestra coherente en su vocabulario. En un pasaje presentadoanteriormente (sermón 96, 4), primero habla de solidez (soliditas), después, de firmeza(firmitas), para caracterizar la misma realidad: la posición de Pedro en lugar de Cristo.

Además, quizá sea un innovador. En el sermón 94, 3 muestra una cierta audacia alproclamar que la misma primacía es la que realiza esas funciones. Hasta ese momento eltérmino vicario era el que se venía utilizando. Cipriano lo había empleado para designar alos obispos en general: vicarios de los apóstoles (cartas 66, 4; 75, 16), vicarios de Cristo(cartas 63, 14; 59, 5).

En un pasaje de la carta 14 a Anastasio, obispo de Tesalónica (1, col. 671 B), Leóndistingue claramente la sollicitudo de la potestas: «hemos confiado a vuestra caridad lamisión de ser nuestro vicario, de manera que tengas parte en nuestra solicitud, sin tenerla plenitud de nuestro poder». El primer término, «solicitud», remite naturalmente a unpasaje bíblico (2 Co 11, 28), donde el apóstol de los Gentiles describe todas las fuentesde sus sufrimientos pastorales. Pero, por otra parte, el segundo término, «poder», hacealusión al derecho de juzgar. León se reserva esta prerrogativa. Son los dos aspectoscomplementarios del mismo ejercicio de la primacía, según el pontífice romano.

El concepto más importante es, sin ninguna duda, principatus. Designa el podersupremo en el nivel correcto. Bajo la pluma de León, presenta dos aspectos.Primeramente puede designar la autoridad que Pedro disfruta sobre los apóstoles, y queha recibido de Jesucristo (carta 9, prólogo, col. 625 A). Y a continuación expresa laprimacía del sucesor de Pedro sobre los otros obispos (carta 10, 2, col. 630 B).

El obispo de Roma se distingue de sus predecesores por el empleo constante de laexpresión «Sede apostólica». Poco importa a quién se dirija. Tal título lo empleará en

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varias cartas dirigidas tanto a los obispos de su zona, como a los de la Campania, delIllyricum o de Tesalónica (cartas 4, 2, col. 612 B; 5, 1, col. 615 A; 6, 2, col. 617 C),pero también a los obispos de la Galia, África y del Oriente (cartas 10, 2, col. 629 C; 12,5, col. 652 A y 661 B; 33, 1, col. 797 B), e incluso al patriarca de Constantinopla (carta80, 4, col. 915 B).

León parece muy humilde cuando se presenta como el «indigno sucesor» de Pedro(sermón III o 94, 4). Sin embargo, hay que reconocer que aquí emplea un términotécnico del Derecho romano. Tomemos un ejemplo muy simple. Un soldado romanosalva la vida de su general en el curso de una campaña militar. Como gratificación, recibeun terreno para cultivar. A su muerte, este se transmite a los herederos, que se beneficiande esta propiedad, no por su mérito personal, como su predecesor, sino simplementecomo una herencia. En este sentido, son herederos indignos. De la misma manera, Leónno ostenta el cargo supremo por mérito suyo, como Pedro, que le fue concedida a causade su profesión de fe.

León no escatima títulos gloriosos, cuando habla de Pedro. Es el «primero de losapóstoles» (carta 156, 2, col. 1129 B). La originalidad de León estriba en el empleoabundante del título «príncipe de los apóstoles», hasta entonces raramente usado(sermones 94, 2; 95, 3; 96, 4; cartas 33, 1, col. 797 B; 43, col. 821 A).

Otra expresión fuerte, propia de León, es la de «piedra principal» con la ambivalenciaque tiene «principal»: puede designar a la vez el fundamento, e igualmente puede hacerreferencia al principio. Es necesario tener muy en cuenta este matiz cuando el lector veaque el recurso al apóstol Pedro queda realzado sobre el título de «piedra principal»(cartas 68, 5, col. 773 A; 156, 2, col. 129 A).

Conclusión

En su teoría del primado romano, León da pruebas a la vez de audacia y humildad.Sorprende particularmente cuando asocia su responsabilidad con la persona misma dePedro. Manifiesta entonces su formación de jurista: según el Derecho romano, elheredero ocupa realmente el lugar del difunto. El primero de los apóstoles vive, obra ydecide ahora a través de su sucesor. No escucharle es atentar contra la institución queriday establecida por el Salvador. Esta ocupación particular le fue encomendada a Pedro, nodebido a su persona, sino a su profesión de fe en Cesarea de Filipo.

El obispo de Roma asume así el deber de solicitud sobre toda la Iglesia, en últimaestancia, con el poder de atar y desatar. La unión entre el cargo y la persona de Pedro yahabía sido percibida por sus predecesores, pero León fue el primero en desarrollarla contanta claridad y con tanta amplitud.

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III

LAS OBRAS

León se preocupa por difundir su doctrina y sus convicciones teológicas y eclesialescon su correspondencia y su predicación.

Las cartas

De todas las cartas que escribió como Sumo Pontífice, ciento cuarenta y tres son lasque han llegado hasta nosotros. A estas, las primeras ediciones añadieron otras treintaque le fueron dirigidas a él. Este número es particularmente abultado si lo comparamoscon la herencia epistolar que se nos ha conservado de otros papas. Habrá que esperar aGregorio Magno (590-601) para contar con una colección de cartas más numerosa. Elinterés suscitado por las cartas de León se explica por su extraordinario estado deconservación.

Cubren múltiples campos de interés. Tratan sobre las relaciones con el emperador,con las diferentes iglesias bajo su inmediata jurisdicción romana, sin olvidar las referidasa la terrible controversia cristológica. Respecto a este tema, no hay que olvidar la célebrecarta PL 28, más conocida bajo el nombre de «Tomo a Flaviano». Constituye lapresentación más acabada de la autoridad de León sobre la divinidad y la humanidad deCristo. Será retomada continuamente y equiparada en igualdad, al mismo nivel que lasdecisiones de los concilios ecuménicos, como vamos a ver.

La concisión y el tono epistolar, a menudo tan preciso, dan al estilo una ciertagrandeza. El epistolario manifiesta su gran maestría en la lengua latina y en laconstrucción de frases. No descuida las fórmulas lapidarias, pero a menudo desarrollaperíodos largos en los que, con flexibilidad, afirma un principio fundamental, quereconoce a la vez los límites de su aplicación. No teme emplear términos contradictorios.La lengua latina permite construir la frase de una manera ajustada, pero siempresignificativa. A menudo, es difícil recoger en castellano todos estos matices.

En el siglo XVIII, el papa Benedicto XIV pide a los hermanos Ballerini fijar en unaedición crítica el conjunto de obras de su glorioso predecesor León. Esta iniciativa noextraña a nadie cuando se sabe que el sabio pontífice fue, por una parte, diplomáticoavispado, preocupado en guardar buenas relaciones con los gobernantes y, por otra, uncreyente, deseoso de conducir a la unidad las Iglesias cismáticas del Oriente. Comovamos a ver, León sobresalió en este doble campo de acción: las relaciones entre laIglesia y el Imperio, y en la búsqueda de la concordia entre las sedes patriarcales. El

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trabajo realizado por los hermanos Ballerini, de 1753 a 1757, era de una cualidad tal que,un siglo más tarde, Migne lo retomó tal cual en su propia colección de patrología latina(PL). En 1962, Eduard Schwartz retoma el estudio de los manuscritos y publicó lascartas referidas al asunto de Eutiques y al Concilio de Calcedonia. Curiosamente, Silva-Tarouca emprendió el mismo trabajo en esa misma época en Italia.

Señalemos que las diferencias entre estas ediciones son escasas y, cuando aparecendivergencias, son de poca importancia para nuestro propósito. Por ejemplo, en la carta164, León escribe que Jesucristo «eligió a los humildes y pecadores, porque por mediode ellos manifestaría las cosas santas [sancta]», según la edición de Schwartz (pág. 111,línea 6). La antigua versión de los Ballerini, retomada por Migne, dice: «por los cuales semanifestaría [en latín, se]» (col. 1149 B). Tal distinción no es significante para nuestropropósito. Por esta razón, nosotros hemos mantenido las referencias a la edición delMigne, que es la más accesible.

Los «Sermones»

Los mismos hermanos Ballerini publicaron igualmente las homilías de León. Migneretoma esta edición sin aportar el menor cambio. De 1947 a 1973, sobre la base de estetexto, René Bolle tradujo este homiliario en cuatro volúmenes en la colección «Sourceschrétiennes». En este mismo año, 1973, Antoine Chavasse editó una nueva presentaciónde estos sermones. Había mostrado gran interés por una nota aparecida en un manuscritode Oxford, de los siglos XII y XIII. Le permitía matizar el a priori de los hermanosBallerini. Estos estaban convencidos de que la transmisión de la predicación de León sedebía principalmente a los homiliarios litúrgicos. Sin embargo, se descubrió que estascolecciones eran muy tardías y tal vez estuvieron sometidas a retoques doctrinales.Chavasse restablece, pues, la autoridad de una primera colección, el codex de Augiensisde Reichenau (siglo IX). Esta colección agrupa cincuenta y nueve sermonespronunciados durante los cinco primeros años de pontificado, es decir, del 440 al 445.Un segundo grupo, más dogmático, recoge las intervenciones papales a partir del 446.Las homilías principales datan de los años 452 al 454.

Esta colección de sermones es tan impresionante como la de las cartas. En efecto,León es el primer papa, anterior a Gregorio Magno (590-601), cuya obra homilética seha conservado tan completa. De esta forma, las noventa y ocho homilías se han podidoofrecer a la meditación de los lectores, después de haber sido pronunciadas ante suauditorio. León predica en las grandes fiestas y su homiliario respecta el calendariolitúrgico. No obstante, hay que añadir otros sermones pronunciados durante elaniversario de su ordenación episcopal, como ya hemos visto, y otros que se ocupan dediversos temas, como el ayuno.

Las diferentes fiestas y los distintos tiempos litúrgicos ofrecen al orador sagrado la

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posibilidad de desplegar las múltiples posibilidades de su preocupación pastoral y de sugenio pedagógico. En su Segundo sermón para la Navidad, León da pruebas de suoriginalidad. Habitualmente, la virginidad de María es presentada como la condiciónnecesaria para la Encarnación. Según el obispo de Roma, el tema de la pureza llega a sercausa propia de nuestra salvación. Cristo, preservando la pureza que recibió de su madre,ha podido cumplir su misión terrestre. «Ha sido preciso que la integridad [en latín,incorruptio] del niño guarde en su frescura la virginidad de la madre y que la virtudinfusa del Espíritu Santo conserve este asilo de pudor, esta estancia de santidad» (sermón2, 2).

Para conseguir este objetivo, el Salvador engañó al demonio. Su humanidad escondíabajo un tupido velo su divinidad. «Como la concepción se debió al Espíritu Santo, le fueescondida [al demonio]; este tenía que creer que el que veía era parecido a los otros y nohabía nacido de modo diferente a los otros» (ibíd., 3). León es más explícito todavía:«Donde la semilla humana no interviene, nuestro origen corrompido no deberíamezclarse» (ibíd.).

Satán creía que Jesús estaba sometido a su imperio. Atacando al Cristo inocente, eldemonio sobrepasó sus derechos sobre la humanidad caída. «De repente se rompe lasentencia del pacto mortal que él mismo había inspirado maliciosamente y, dado queinjustamente ha reclamado más de lo debido, toda la deuda fue abolida» (ibíd., 4).

En los Sermones de la Epifanía, León explica el papel de la estrella y de los magos,situándose sobre dos planos: primeramente, a nivel histórico; a continuación, en lanecesaria actualización.

Con el primer signo, subraya que el destello particular de la estrella suscita en losmagos una búsqueda espiritual. La belleza de ese astro evoca la luz de la fe. Lapreocupación por salvaguardar la sana doctrina sobre la doble naturaleza de Cristo lehace plantear esta audaz explicación: los magos «ofrecen incienso en tanto que es Dios,mirra en tanto que hombre, y oro en tanto que rey, conscientes de honrar en la unidad lanaturaleza divina y la naturaleza humana: porque las propiedades de cada sustancia seconcentraban en una sola dignidad» (sermón 12, 2). León no duda en preguntarse porqué los Magos han dado un rodeo por Jerusalén, mientras que la estrella habría podidoconducirlos directamente al portal. Esto, dice el papa León, sucedía para confundir laincredulidad de los judíos. «Los gentiles aprendieron a conocer al Cristo anunciado porlos antiguos oráculos, mientras que los judíos sin fe confesaron la verdad con los labios,pero en sus corazones conservaban su mensaje» (sermón 13, 2).

Y esta distinción entre la iluminación ofrecida a los paganos y la ceguera obstinada delos judíos continúa cuando abre nuevas perspectivas, con la actualización del relatoevangélico. Este enfrentamiento en las actitudes ante el misterio de Dios encarnado seperpetúa en la época del orador: «Reconozcamos, hijos muy amados, en los magos

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adoradores de Cristo, las primicias de nuestra vocación y de nuestra fe, y, con el almadesbordante de alegría, celebremos los comienzos de nuestra bienaventurada esperanza»(ibíd., 4).

En el Tercer sermón de Cuaresma, para preparar a sus fieles a la fiesta de Pascua,León no duda en recurrir a bellas imágenes comprensibles para todos. «Se ve como unapráctica razonable y religiosa emplear en los días de fiesta un vestido más hermoso ymanifestar, por el ornato del cuerpo, la alegría del espíritu; mientras tanto nosotros nosesmeramos en decorar incluso la casa de oración con un cuidado más generoso: ¿no esentonces conveniente que el alma cristiana, templo verdadero y vivo de Dios, secomporte ella misma con moderación?» (Sermón 28, 1).

Sobre todo en sus Sermones de Cuaresma es donde León defiende e ilustra la doblenaturaleza de Cristo. Solo la impasibilidad de Dios hubiera impedido la redención plena,tal y como ha podido realizarse gracias a la verdadera encarnación del Salvador. Así, la fevibrante de León se puede expresar con todo su vigor en estas homilías pastorales.«Tomó no solo la sustancia, sino también la condición de la naturaleza pecadora, y hapermitido que su impasible divinidad sufra todo lo que, en su extrema miseria,experimenta la humana mortalidad» (sermón 58, 2).

Este misterio salvífico es una de las claves de los sermones pronunciados en laAscensión. «No hay conmemoración en nuestra religión que no celebre no solamente laredención del mundo, sino también la elevación [en latín, assumptio] de la naturalezahumana de Cristo» (sermón 51, 1). No es cuestión de un Dios que sube o baja. El Hijono ha abandonado nunca al Padre. El cambio fundamental sucede en la criatura. El Hijo,encarnándose, transfigura la humanidad entera, que de este modo es salvada.

En toda su predicación, como en toda su lucha teológica, León tiene los ojos fijos enel único misterio: el de la salvación.

La salvación en los «Sermones»

La liturgia tiene, sobre todo, un papel pedagógico primordial. Por la repetición de laslecturas bíblicas, los creyentes asimilan poco no solamente los hechos históricos, sinotambién su significación profunda: «mientras que el relato evangélico se repiteconstantemente, el misterio que da la salvación, por un extraordinario prodigio, seimprime en los espíritus de los que lo comprenden» (sermón 16, 1).

Este ejercicio no es simplemente un recuerdo de los acontecimientos del pasado. Loque la memoria guarda, la fe lo hace vivo: «la verdadera fe tiene este poder: no estarausente en el espíritu de los hechos en los que el cuerpo no ha podido estar presente»(sermón 57, 1). El oyente imagina la escena contada, el creyente vive el episodio. «Estemisterio ha sido desvelado de una manera tan clara y luminosa por la palabra delEvangelio que, para los corazones religiosos y piadosos, no hay diferencia entre escuchar

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lo que acaba de ser leído y ver lo que ha sucedido» (sermón 39, 1).Todo esto no serviría de nada si no terminase en acción. «El recuerdo de las acciones

del Salvador de los hombres es de gran utilidad para nosotros si, después de haberle dadoel homenaje de nuestra fe, le tomamos como un ideal que hemos de imitar» (sermón 18,1). Los peligros presentes, las amenazas exteriores, las preocupaciones cotidianas puedenapoderarse del espíritu y alejarlo de lo único necesario: «que las actividades de la vidapresente no nos introduzcan ni en la ansiedad ni en el orgullo, que siempre nosesforcemos con todo el amor de nuestros corazones en modelarnos sobre la imagen denuestro Redentor, imitando sus ejemplos» (sermón 53, 4). León prácticamente no aludenunca a las maquinaciones políticas y militares de su época. Está demasiado ocupado enmantener a su rebaño en la rectitud de vida y en la unidad de fe.

De ahí que insista en la unión de los creyentes en torno al culto y los ritos sagrados.Si la abstinencia sigue siendo una práctica personal loable, el ayuno, observado juntos, esmás eficaz: «lo que se observa en virtud de una ley pública es más sagrado que lo quedepende de una disposición privada» (sermón 75, 2). El lector habrá detectado unaconcepción típicamente romana del Derecho. Las prescripciones que organizan la vida enla ciudad no son más que meros textos profanos que comportan una dimensión«sagrada», lo que una «disposición privada» no puede implicar. La dimensióncomunitaria es fundamental en la concepción de la obra de la salvación: «se obtiene elperdón más completo de los pecados, cuando la oración de la Iglesia es una, y una suprofesión de fe» (ibíd., 3). El perdón universal aprovecha a cada uno y la obra personalde santificación debe realizarse en comunidad. Así se explican esas sorprendentesimágenes militares en las homilías de León: «Para que pueda librarse de todo eso [lastrampas del enemigo] y de cualquier otra cosa, el ejército cristiano posee poderosastrincheras y armas victoriosas» (sermón 88, 2). Estas «armas victoriosas» son el ayuno,la oración y la limosna.

Las obras de ascesis practicadas durante la Cuaresma son útiles para todos: «losprimeros [los catecúmenos] las necesitan para recibir lo que no poseen todavía, losegundos [los bautizados], para conservar lo que han recibido» (sermón 30, 3).

En efecto, algunos períodos del año son particularmente favorables para la salvación.Ante todo y sobre todo, las fiestas pascuales. León lo proclama alto y claro delante delemperador Marciano: «en efecto, en la fiesta de Pascua es donde está contenidomayormente el sacramento de la salvación del género humano» (carta 121, 1, col. 1055B, 15 de junio del 453). He aquí la razón por la que el papa estará siempre atento a queesta solemnidad se celebre en la misma fecha en la Iglesia entera. Otro tiempo solemnees el de Pentecostés. «Llegados a ser templos del Espíritu Santo, y regados más quenunca por el río de las aguas divinas, no tenemos que dejarnos vencer por ningunaenvidia ni por ningún vicio, para que la virtud no sea manchada por ninguna impureza»

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(sermón 65, 3).Las grandes consideraciones sobre la salvación individual y sobre el culto común no

impiden el cuidado pastoral concreto del gran pontífice. Las difíciles condiciones socialesen la época, agravadas por las incursiones bárbaras, provocan la miseria del pueblo. Leónes sensible a estos aspectos y nos lo cuenta.

La limosna en los «Sermones»

Las homilías del obispo de Roma dan algunas indicaciones sobre sus preocupacionespastorales y sociales. Sin embargo, el orador sagrado permanece discreto. Pocasanécdotas concretas vienen a distraer su discurso. La retórica está cuidada, pero resultadistante.

La miseria alimentaria de la ciudad de Roma preocupa casi constantemente a nuestropastor y orador. Los vándalos ocupan África, Sicilia y Cerdeña. Controlan elaprovisionamiento de trigo de la ciudad. El prefecto de víveres, encargado de esta tarea,dependía de la buena voluntad o de los caprichos de estos temibles bárbaros.

La miseria y el hambre golpean, como si fuera un castigo, a los desdichadosrefugiados que se hacinaban en las estrechas calles de la ciudad. ¿Con quién podíancontar para sobrevivir? Habiendo abandonado todo, llegan a Roma, donde no conocen anadie. Las autoridades civiles no daban abasto en esta tarea. De por sí, ellas ya teníanbastantes dificultades para funcionar normalmente. «Cualquiera que busca ayuda, sobretodo acude a la Iglesia», tal como constata el mismo León (sermón 25, 2).

León pone una particular atención en la limosna. Casi la mitad de sus sermoneshablan de esta práctica de caridad: cuarenta sermones de los cuarenta y ochoconservados. Naturalmente lo hace con más frecuencia durante los períodos depenitencia, es decir, durante la Cuaresma y las celebraciones de los Cuatro Tiempos (alprincipio de las cuatro estaciones). Aprovecha igualmente una costumbre típicamenteromana. Del 6 al 13 de julio, se organizaban grandes colectas en una ciudad convertidaen cristiana. Era una manera edificante de sustituir los juegos que anteriormente secelebraban en honor del dios Apolo. El pueblo, todavía pagano, creía que esta divinidadhabía intervenido después del desastre de Cannes en el 216 a. C.

Durante diez años consecutivos, León animará al pueblo a la generosidad. Se alegraporque, «frente a las víctimas impuras de los impíos, ahora se celebra un culto ofrecidopor la muy santa ofrenda de nuestras limosnas» (sermón 23, 3). Para nuestro oradorsagrado, la limosna es un acto cultual, porque es a Cristo al quien se sirve, dándole de suabundancia. Además, indica el procedimiento: que todos se reúnan en las iglesias de suregión y que cada uno aporte la ofrenda espontánea de su limosna; los diáconos,después, distribuirán todo eso entre los más necesitados (sermón 22).

Para León, la limosna permite un intercambio de bienes materiales, dados por el rico,

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y espirituales, como el perdón de los pecados del donante. «Ninguna devoción entre losfieles es más agradable a Dios que la que se consagra a los pobres; allí donde seencuentra los cuidados de la misericordia, se reconoce la imagen de su propia bondad»(sermón 35, 5). La limosna aporta perfección a las obras de penitencia. «El ayuno sin lalimosna no es tanto una purificación del alma como una pena infligida al cuerpo, y es unasunto de avaricia más que de abstinencia, cuando se priva de alimento, ayunandotambién de misericordia» (sermón 85, 2).

La limosna permite situar a las riquezas en su verdadera finalidad. Los bienesmateriales, en efecto, no tienen ningún valor moral en sí mismos. Es su uso el que salvao condena al poseedor. El egoísmo es una falta «contra natura», porque rompe lacomunión natural entre los hombres y atenta contra la misma naturaleza de las riquezas.Estas deben servir de unión entre los hombres y ofrecerles así un medio de salvación.«La bienaventuranza divina ha querido que tú tengas bienes en abundancia para que,gracias a ti, otro escape de la necesidad, y para poder, por medio de tus buenas acciones,liberar a los necesitados de la preocupación por la pobreza y, a ti mismo, de una multitudde pecados» (sermón 20).

La solicitud de León se expresa de manera admirable en la recomendación que hace asu auditorio a la hora de encontrar a los pobres vergonzantes: «es necesario dar concaridad incansable, para poder descubrir al que su modestia le esconde o al que suvergüenza le retiene; en efecto, los que se sonrojan de pedir públicamente lo quenecesitan, prefieren sufrir en silencio antes que ser confundidos por un requerimientopúblico» (sermón 23, 3).

Otros temas en los «Sermones»

El predicador no entra a criticar la estructura política y económica, que reduce a granparte de la población a la precariedad. No es el sistema lo que desea denunciar; es elegoísmo y la crueldad de los ricos propietarios.

Así, en su Segundo Sermón de Cuaresma, habla de esclavos y de prisiones privadas.Primeramente recuerda que, «en este período tan propicio para el ejercicio de lasvirtudes» (sermón 27, 5), hay que evitar los enfrentamientos y cambiar rencores poramistades. En particular, anima a su auditorio a «arreglar el comportamiento de los amosy los esclavos, para que la autoridad de unos se haga más dulce y la obediencia de otros,más dedicada» (ibíd.).

Esta alusión a la condición servil le permite abordar otro tema, más doloroso todavía.No solamente se retienen en las prisiones privadas, en alguna propiedad aislada, aesclavos «culpables», sino también a granjeros endeudados y clientes insubordinados. Elobispo denuncia estas prácticas injustas: «si alguno detiene a tales delincuentes por unafalta, no se puede dudar de su condición de pecador; y, para recibir el perdón, que se

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alegre de haber encontrado a alguien a quien perdonar» (sermón 35, 4). Notemos que nohabla de inocentes encarcelados, sino de delincuentes, retenidos en las prisiones privadas,y eso es lo que es injusto.

Anima, pues, a los ricos propietarios a imitar a los emperadores. Estos tenían porcostumbre soltar, en la fiesta de Pascua, cierto número de presos. León concluye: «no sepuede permitir que las leyes privadas sean más rigurosas que las leyes públicas» (sermón27, 5). ¿En qué estado de descomposición debería estar entonces el Estado para quetales señores pudieran disponer así de la vida y de la libertad humana?

Otros temas preocupan a nuestro orador sagrado.El obispo no duda en denunciar los vicios de sus oyentes. Primeramente, la usura:

«Hay que huir de esta iniquidad que es la usura y evitar una ganancia a la que le faltatoda humanidad. Ciertamente, la fortuna se multiplica gracias a injustas y tristesganancias, pero la misma sustancia del alma se ve alcanzada, porque la usura del dineroes sepultura del alma» (sermón 87, 3).

Peor todavía es que algunos cristianos continúan honrando divinidades antiguas: «alamanecer, algunos, muy ingenuos, adoran al sol desde lo más alto de lugares elevados, eincluso algunos cristianos se han inventado un singular acto de devoción: antes de llegar ala basílica del bienaventurado apóstol Pedro, consagrada al único Dios vivo y verdadero,suben los escalones hasta la altura del último descansillo y, volviéndose hacia el sol,levantan e inclinan la cabeza y se postran en honor del astro luminoso» (sermón 7, 4).

La astrología aún permanece fuertemente arraigada en el espíritu de los creyentes.Las opiniones más perniciosas se mezclan con el discurso cristiano. «Según ellos, lasolemnidad de hoy [Navidad] estaría consagrada no tanto a la Natividad de Cristo, comoal nacimiento del nuevo sol» (sermón 2, 6). El paganismo no está muerto. «Honran, conun culto reservado a Dios, a los astros que sirven para iluminar el universo» (ibíd.).

Un pequeño detalle nos permite señalar, según León, una cierta evolución en suconcepción del cargo pontificio. Para comprenderlo, tenemos que hacer un poco dehistoria del texto. El sermón 69 se conserva en su forma primitiva y en dos formascorregidas en la primera colección, es decir, la que agrupa las homilías pronunciadasentre el 440 y el 445. Esta coincidente presencia de variantes sería la señal por la quepodríamos pensar que el mismo León sería el autor de estas correcciones. Además, laversión corregida de este sermón aparece en la segunda colección de predicacionespronunciadas entre el 452 y 454. Eso sería un indicio de la voluntad pontificia de queesta homilía conociese una gran difusión.

En la versión original, León se dirige a Pedro y, después de haber recordado su inicialtimidez, exalta el coraje del primero de los apóstoles. «Nada de otro apóstol ha sidorequerido a la voluntad de tu alma, más que para apacentar Sus ovejas, sirvas al queamas, con un alimento de nutrición celeste» (§ 4). La misión de Pedro es, pues, dar en la

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Eucaristía lo que Jesús ama. En la segunda versión, las frases terminan como sigue: «[.]para apacentar las ovejas de Ese que amas, tú ofreces el alimento con el que tú mismohas sido alimentado» (ibíd.). El verbo ministrare ha sido sustituido por impendere. Enesta homilía del primer aniversario de su ordenación episcopal, León recuerda su nuevocargo con los términos que caracterizan a un diácono, eso que fue previamente.Seguidamente se sirve de una fórmula muy paulina (ver 2 Co 12, 15) donde el tema delcelo pastoral está asociado al del martirio. La idea sería que Pedro tendría que gastarse élmismo, como Cristo, para poder apacentar las ovejas y poder ir hacia el sacrificiosupremo. Sin duda, la experiencia ha madurado al pastor y le ha permitido profundizar enla comprensión de este último capítulo del evangelio de Juan.

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IV

LEÓN Y LA LITURGIA

En el siglo V, León, junto con su compañero Gelasio (492-496), es el autor máscélebre en materia litúrgica. Esta fama es tal, que los investigadores modernos lesatribuyen un sacramentario a cada uno.

El «Sacramentario leoniano»

El sacramentario es un poco el precursor de nuestros misales. Es un libro litúrgicopara uso de un único celebrante. Contiene todo lo que necesita el ministro de culto parala celebración de la Eucaristía: las oraciones y los prefacios. En 1735, el sabio Bianchinidescubre este elenco en Verona, donde toma su nombre, Sacramentario de Verona. Estacompilación ofrece tantas similitudes con otras obras de León, que se atribuyó a estepapa la paternidad de esta obra litúrgica.

Los hechos son más complejos. Este sacramentario no es un libro oficial. Es unacompilación emprendida por un desconocido a finales del siglo VI o principios del VII. Lacolección se presenta sin gran orden y ofrece textos de épocas y de naturaleza biendiferentes. Sin embargo, algunos elementos probarían una evolución litúrgica en eltranscurso del siglo V. Un calendario de fiestas religiosas comienza a elaborarse yempieza a sentirse la necesidad de variar las oraciones y las fórmulas cultuales para lasgrandes ceremonias, como las de Pascua, Navidad, etc. León no habría estado ausenteen el desarrollo de esta liturgia. Hay que decir que, para él, el culto público otorga unagracia particular. La unión de los creyentes en oración asegura la presencia del Salvador ytrae la unión de los corazones.

Las semejanzas entre las oraciones de este sacramentario y las homilías pronunciadaspor León son numerosas. Particularmente son reseñables las que existen entre el Primersermón sobre el ayuno de Pentecostés (sermón 65) y los textos litúrgicos delsacramentario para la celebración de esta fiesta del Espíritu.

En esta clase de estudio el problema estriba en que es difícil poder dilucidar estascuestiones con rigurosidad histórica. Una sinonimia en las palabras, una coincidencia enlas expresiones ¿nos permiten afirmar que los dos textos son de la misma pluma? Elmismo autor ha podido expresar las mismas convicciones con expresiones diferentes,según el estilo adoptado en la homilía o en la liturgia.

Sin embargo, las conexiones son innegables y numerosas expresiones cuadran biencon las oraciones y los prefacios del mismo tiempo litúrgico. León está, ciertamente, en

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el origen de varios de ellos.Un último detalle litúrgico merece nuestra atención, porque siempre se ha utilizado en

nuestras celebridades eucarísticas actuales. El Liber pontificalis, esta colección antiguade breves noticias sobre los papas, afirma que León habría mandado introducir en elCanon Romano, es decir, la actual primera Plegaria eucarística, una precisión conservadahasta hoy. Cuando se hace mención del sacrificio de Melquisedec, dice que esta ofrendaes sanctum sacrificium, inmaculatam hostiam. Hay que precisar que el sacerdote nohace la señal de la cruz en este momento, lo que prueba que aquí se está evocando elsacrificio antiguo, y no el de Cristo. La precisión ha sido introducida por el papa en elsiglo V para reaccionar contra ciertas corrientes religiosas que despreciaban la materia.Estos herejes, los maniqueos, llegaban incluso a rechazar comulgar con la sangreconsagrada.

Si León está rodeado de esta aura en la liturgia, es porque estaba completamenteimbuido por una profunda reflexión sobre la práctica del culto.

El teólogo de la liturgia

Como ya hemos visto, el culto público tiene su propia eficacia muy superior a la de laoración personal. Es así que el ayuno practicado en los tiempos prescritos, es decir, porla Iglesia, es más agradable a Dios que la ascesis individual.

Además, León tiene una visión profunda de la celebración de los misterios litúrgicos.Esta no es la simple renovación de actos realizados antiguamente por Cristo. Transmitenla misma gracia que tenía la acción cultual de los milagros conmemorados por elsacerdote durante su oficio. Más todavía, ofrecen al pueblo en oración los mediosnecesarios para poder cumplir en su vida los misterios celebrados, y poder imitar aCristo, modelo de toda vida.

Esta misma profundización espiritual impregna las reflexiones de León sobre lapráctica de las lecturas litúrgicas. Estas estimulan la imaginación del auditorio, que asípuede representarse en espíritu la escena descrita. Permiten una presencia subjetiva.Gracias a la fe, el auditorio entra en escena y, en su momento, participa de la accióncultual. Recibe así la gracia que viene de Cristo.

El fin de toda esta acción litúrgica es permitir al creyente vivir en conformidad conlos misterios de Cristo. Y sirve también como ejemplo al que poder imitar, pero tambiénes un ejemplo que estimula, por las gracias recibidas, y que el culto nos reporta. Laoración común desarrolla en el espíritu una fe justa. Esta correcta orientación del corazónnos permite adherirse al misterio celebrado. León no concibe, pues, que la liturgia nopueda transformar a los fieles convocados. Pero tampoco pretende que los misteriosrituales obren por sí mismos. En un buen latín, el papa quiere una transformaciónconcreta de los comportamientos de los creyentes. Estos se ven particularmente

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interpelados por un culto local, el de san Lorenzo.

San Lorenzo

En Roma, el diácono mártir se ha visto envuelto muy rápidamente de un gran fervor.Recordemos los hechos. En agosto del 257, el emperador Valeriano promulgaba un

edicto prohibiendo, bajo pena de muerte, celebrar cualquier acto de culto cristiano yreunirse en los cementerios. El 6 de agosto de ese mismo año, el papa Sixto II y sietediáconos fueron sorprendidos en el transcurso de una eucaristía celebrada en elcementerio de Calixto. Todos fueron masacrados en el lugar, salvo Lorenzo. Elarchidiácono era tesorero de la Iglesia y custodiaba el dinero para las limosnas.Probablemente se le perdonó la vida para que pudiese revelar el emplazamiento exactode esos tesoros tan deseados. Fue torturado durante cuatro días y finalmente fueconducido a la muerte el 10 de agosto del 257.

Desde la promulgación de la paz constantiniana, una basílica se erigió en el mismolugar de su tumba. El papa Dámaso le dedicó igualmente una Iglesia que estaba situadajunto al edificio donde se guardaban los archivos episcopales. El santo podría, pues, serhonrado tanto fuera de la ciudad, como en el interior de sus muros. Y de hecho, en lossiglos IV y V, este culto era tan popular que a veces competía con el ofrecido a sanPedro y san Pablo, presentados como los fundadores de la Iglesia romana.

No nos tiene que sorprender, pues, que, junto a las tres homilías dedicadas a los dosgrandes apóstoles, se haya conservado un sermón para el diácono Lorenzo, martirizadoigualmente (sermón 72). La meditación pontificia se centra en el tema de la muertesufrida injustamente. León nos recuerda dos aspectos de este acto heroico.Primeramente, el sacrificio de su vida asemeja al creyente con el Salvador: «le acerca anuestro Señor Jesucristo, muerto por todos los hombres, tanto la imitación de la caridadcomo la semejanza de los sufrimientos» (ibíd. 1). Además, el mártir ofrece unapredicación igual, o incluso más convincente: «más poderosos son los ejemplos que laspalabras; vale más enseñar con las obras que con la voz» (ibíd.). León cuenta, acontinuación, el suplicio de Lorenzo torturado en la parrilla. Concluye comparando aldiácono romano con el primer mártir: «gracias a Lorenzo, Roma ha llegado a ser tancélebre, como glorificada Jerusalén por Esteban» (§ 4). Y, para concluir, afirma sobre suintercesión: «tenemos confianza de ser ayudados sin fallar nunca por su oración y supatronazgo» (ibíd.).

El sacramentario leoniano, del que acabamos de hablar, comprende una eucología,es decir, un recopilatorio de doce formularios de misas para esta fiesta, uno para la vigiliay otro para la octava. Resulta interesante subrayar que presentan una gran similitud devocabulario y de frases con el sermón que acabamos de analizar. ¿Se podría afirmar queLeón es el autor de estas oraciones? Eso sería ir un poco deprisa y un poco lejos. Es más

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verosímil pensar que la eucología pudiese haber estado influenciada por el discurso papal.Los términos son tan parecidos que algunos avanzan incluso la hipótesis de unainfluencia directa, es decir, que el autor (o los autores) de estas oraciones tenía el texto dela homilía ante sus ojos o «perviviendo» en su memoria.

La influencia de Próspero de Aquitania

Un hombre, aun siendo grande, jamás está solo. Siempre resulta de interés estudiar elcontexto de un alto responsable político o religioso. Eso expresa sus orientaciones ypermite también discernir las influencias sufridas, voluntariamente o no.

En el caso de León, hay miedo a señalarlo. No sabemos nada sobre su formación nisobre sus maestros. Sabemos muy poco sobre sus consejeros. Sin embargo, surge unnombre, el de Próspero de Aquitania. Según Genadio de Marsella, él habría redactado(en latín, dictatae creduntur) las cartas de León sobre la verdadera Encarnación deCristo (De viris illustribus 85). Notemos que el historiador citado, Genadio, ha muertohacia el año 500, distanciado, pues, por una sola generación de su biografiado. Mereceque se le conceda un cierto crédito.

¿Quién es Próspero? Nacido en Burdeos en el año 403, vivió a la sombra de unaabadía desconocida, pero sin entrar en el estado monástico. A partir del 425, emprendióla defensa de las tesis de Agustín sobre la gracia y el libre albedrío. A la muerte delobispo de Hipona, se convierte en referencia cristiana en esa polémica contra Pelagio.Hacia el 435, deja la arena del debate teológico y se dedica a resumir las obras de sanAgustín, en particular los Comentarios sobre los salmos, o a escribir obras más «suaves»,como un libro de Crónicas sobre la creación del mundo, en el 455. Sin duda, en estaépoca es cuando se instala en Roma y llega a ser un cercano colaborador de León.

La cuestión, que a veces se ha planteado, es saber hasta dónde ha llegado estacolaboración. ¿Es él el que redactaba un primer borrador de cartas o sermones sobrealgunas cuestiones difíciles de la fe, como parece dar a entender Genadio?

La única cosa que podemos afirmar con seguridad es que muchos sermones y cartasno llevan ninguna huella, de ningún tipo, de Próspero. Aunque no es imposible que Leónle haya pedido a su consejero que le prepare un borrador, pero según la orientación queel mismo prelado le habría indicado.

Nos queda por saber por qué un hombre tan próximo al pontífice ha dejado tan pocahuella de su presencia e influencia. El mismo Genadio, un poco más alejado en el tiempo,se mantiene prudente: se cree (en latín, credentur) que las cartas han podido serredactadas. Para responder a esta cuestión, basta con recordar la desgraciada experienciade Jerónimo. Un colaborador tan cercano del papa Dámaso (366-384), nunca fueacogido favorablemente por el clero romano. Y, cuando Siricio (384-399) llegó a serobispo de Roma, el ambiente eclesiástico llegó a ser tan duro y cruel hacia el anciano

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consejero, que el fogoso diácono debió abandonar esa sociedad que se había convertidoen pestilente.

Sin embargo, todo esto fue completamente distinto para Próspero. Sobrevivió a sumaestro, y sus últimas obras reflejan la serenidad que, sin duda, se desarrolla en la vejez.Murió hacia el año 465. Terminó su existencia, como vivió su madurez, en la sombra queacompaña a los humildes servidores.

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SEGUNDA PARTE

LEÓN Y OCCIDENTE

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I

LEÓN Y ROMA

Situación general

En el año 423 moría Honorio, el primer emperador de Occidente. Surgiría entoncesun usurpador. Se llamaba Juan, el primero de los notarios, es decir, jefe de losfuncionarios imperiales encargados de redactar las actas judiciales. El emperador deOriente no permanecerá indiferente. En el 425, Teodosio II restableció al sobrino deHonorio en el trono. Es Valentiniano III, todavía un niño, puesto que había nacido en el419. Será su madre, Gala Placidia, quien asegurará la regencia. Pero ella, demasiadodébil, será dominada por Aecio. Este trío mantiene unas relaciones tan difíciles comofunestas para el Imperio, ante los peligros inminentes de las invasiones bárbaras.

Hija de Teodosio el Grande, emperador desde el 379 al 395, se casa en primerasnupcias con Ataúlfo, rey de los visigodos, desde el 410 al 415. En segundas nupcias, seune con uno de los generales del emperador Honorio, Constancio. Muy ambiciosa,consiguió que su esposo haya quedado asociado al Imperio con el título de augusto.Aumentó así su poder, pues ya ejercía una gran influencia sobre el espíritu del emperadorHonorio. A la muerte de este, consiguió poner a su propio hijo a la cabeza del Imperio.Valentiniano no tenía más que seis años. Para poder manejarle mejor, le dio unaeducación comodona y algo afeminada.

Muerta en el 450, dejó que el Imperio se desmembrase. No pudo impedir que Áfricaquedase en manos de los vándalos, dirigidos por el conde Bonifacio, ni que la Iliria fueseperdida en favor de los godos.

A esta pareja imperial se dirige Aecio. Este curioso personaje estaba dotado de uninnegable coraje, pero también de una gran ambición, funesta para sí mismo y para elImperio.

Elegido entre los guardias del palacio, fue entregado prisionero a Alarico, rey de losvisigodos. A su vuelta a la corte imperial bajo Valentiniano III, subió rápidamente losdiversos escalones de la jerarquía militar. Una violenta rivalidad le presenta otro brillantegeneral romano, Bonifacio.

Después de haber defendido victoriosamente Marsella contra los godos, Bonifaciofue nombrado gobernador de África. Primeramente, protegió eficazmente esta regióncontra los vándalos. Pero, finalmente sobrepasado por las calumnias de la corte y lasintrigas de la emperatriz Gala Placidia, abandonó la lucha contra los bárbaros para

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lanzarse a aquellas zonas que le habían prohibido gobernar. En el 430, quedó sitiado enHipona, donde Agustín agonizaba. Sin embargo, Bonifacio consigue escapar. Llega aRávena, y entró en competencia con Aecio. La emperatriz, con un cinismo queconfunde, obligó a los dos rivales a enfrentarse, cada uno con un ejército, cerca deRávena. Bonifacio derrotó a Aecio y a sus tropas, pero quedó herido mortalmente, ymurió poco después. El Imperio se desmoronaba, ricas provincias quedaban sometidas alpillaje y la corte imperial malgastaba la sangre de sus propios defensores. Pero la tragediano se detuvo aquí.

Cuando, en el 440, León fue elegido obispo de Roma, la situación era preocupante.Los vándalos ocupaban el norte de África y Sicilia. Así controlaban el aprovisionamientode trigo en la Ciudad. Peor todavía, desde el 439, ostentaban el poder de Cartago y,desde allí, amenazaban directamente a Italia. Valentiniano III se establece en Roma: lasmurallas fueron restauradas. Cualquier hombre podía en cualquier momento serarrestado. Sin embargo, la situación se calmó en el 442, cuando un tratado fue firmadoentre Genserico, rey de los vándalos, y Valentiniano III. El emperador dejaba a losbárbaros la mitad del África romana.

Durante este tiempo, Aecio proseguía sus gloriosas campañas contra francos yburgundios para proteger la Galia. Cuando los hunos atravesaron el Rin, se mostróbastante hábil para sublevarse contra todos los pueblos germánicos establecidos en lasGalias. Así, secundado por Teodorico, rey de los visigodos, y de Merovio, rey de losfrancos, desafió a Atila en los Campos Catalaúnicos (451). Sin embargo, con esta victoriafirmó su derrota. El emperador Valentiniano III lo condujo hasta su palacio y lo asesinócon sus propias manos.

En esta atmósfera de violencias y ambiciones, de orgullo y de traición es donde serepresentaban los últimos actos de la tragedia de un Imperio que moría.

Expulsado de la Galia, Atila se dirige hacia Italia. Es entonces cuando tiene lugar lacélebre intervención de León. En realidad, Valentiniano III quiere negociar. Envía, pues,una embajada con Avieno, un antiguo cónsul, y Trigecio, un antiguo prefecto, comopersonajes importantes. León les acompaña.

La leyenda es demasiado bella para no ser contada. Cuando la delegación se presentóante el terrible mando militar, este descendió del caballo y se arrodilló ante el prelado.Humildemente, le pidió a León qué quería que hiciese. El obispo le responde que erapreciso que abandonara Italia y librase a los cautivos. Atila lo realizó y, a los que lepreguntaban cómo es que había capitulado tan fácilmente ante un sacerdote, el jefe delos hunos respondió que había visto, a la derecha de León, un terrible guerrero armadocon una espada en la mano, que le había dicho: «si no le obedeces, morirás con todos lostuyos». Esta leyenda está atestiguada por vez primera en Pablo el diácono, hacia el año800. Se hará muy popular por la Leyenda dorada de Jacobo de la Vorágine (cap. 83).

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Este encuentro entre Atila y León está situado no lejos de Mantua, en la confluencia delos ríos Mincio y Po. Habría tenido lugar durante el otoño del 452.

León solamente expresa una sola vez sus sentimientos personales durante esteperíodo. Es en la carta 113 que dirige a Juliano de Cos, su representante enConstantinopla, el 11 de marzo del 453. Comienza por estas palabras, un tanto extrañaspara un hombre tan púdico: «he reconocido en tus cartas el sentimiento de tu afectofraterno, cuando has sufrido conmigo en mi dolor, por los males, muchos y crueles, quehemos sufrido» (1, col. 1024 C).

Los acontecimientos se precipitan. Atila muere brutalmente en el 454. El 21 deseptiembre del 454, Valentiniano mata a Aecio. Poco después, el 16 de marzo del 455, elemperador es asesinado por Petronio Máximo, que se hace con el poder. Genserico, reyde los vándalos, traslada su flota hasta la desembocadura del Tíber. Cunde un pánicogeneral. Todo el mundo huye, incluso el nuevo emperador. Al ser descubierto,inmediatamente es condenado a muerte por los soldados el 31 de mayo del 455. No haconseguido reinar más que setenta y siete días. Tres días más tarde, Genserico está a laspuertas de Roma. León está solo frente a él. Negocia en la puerta Portese. Consigue quela Ciudad se salve del fuego y que el pueblo escape de la masacre, pero Roma quedaráexpuesta al pillaje durante catorce días.

Resulta bastante curioso que la basílica de San Pedro, como la de San PabloExtramuros, y quizá la de Letrán, escaparan al pillaje.

El 29 de agosto del 455, Eparquio Avito se hace proclamar emperador en Arlés,entonces una gran ciudad cuartel en el sur de la Galia. Se instala en Roma el 21 deseptiembre. Es reconocido por el Senado e incluso por Marciano, emperador del Oriente.

El 18 de octubre del 456, es derrotado por otro general, Ricimero, de origen suevo,es decir, germánico, y posiblemente arriano. Jefe del ejército de Italia hasta su muerte enel 472, sin embargo, nunca ostentó el título de emperador ni de rey. Sí que colocó aalgunos fantoches: a Mayoriano, del 457 al 461, a Libio Severo, del 461 al 465, aProcopio Antemio, del 467 al 472, y a Olibrio en el 472.

León, testigo impotente de todas estas tragedias, interviene ante Atila con suerte, yante Genserico, con menos éxito. De todas estas contiendas, no aparece ninguna huellaen la correspondencia y en los sermones del gran pastor, si no es esta pequeña alusiónseñalada más arriba.

El obispo de Roma, sin embargo, no se queda inactivo. Múltiples desórdenesdesgarran a la Iglesia. Obra, en tanto que obispo, en su propia diócesis y, en tanto quemetropolitano, sobre su territorio y en toda la cristiandad.

Los maniqueos antes de octubre del 443

La confrontación entre León y los maniqueos es el único asunto conocido en la

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Iglesia romana en esta época. Hay que decir que no se trataba de una pequeña disensión,dado que el mismo papa instruye esta causa y fuerza al emperador a tomar una posiciónclara en ese conflicto. Algunos patrólogos no han dudado en presentar esta acción comoun preludio de la Inquisición, pero primero veamos los hechos cronológicamente.

Ya en el 297, Diocleciano había promulgado un rescrito contra los cultos extranjeros,en general, y contra los maniqueos, en particular. Lo hace con la misma perspectiva –salvar la religión nacional– que, seis años más tarde, le llevará a lanzar grandespersecuciones contra los cristianos.

Del 372 al 428, en varias ocasiones, numerosas leyes se redactarán contra losmaniqueos. Así el 31 de marzo del 382, Teodosio el Grande amenazará de muerte acualquier miembro de esta secta. Honorio, el primer emperador de Occidente (395-423),dictará nuevas leyes, también muy duras, en el 405 y el 407. Apenas llegado al poder, enel 425, Valentiniano III condenará a los maniqueos al exilio perpetuo fuera de Roma.

Todas estas medidas muestran la preocupación de los emperadores respecto a estemovimiento religioso. Pero igualmente revelan su ineficacia, puesto que se hace necesariovolverlas a promulgar continuamente. Y también plantean la debatida cuestión delsupuesto encarnizamiento del Estado respecto a esta creencia. La razón es simple:despreciando la materia y todo lo que a ella concierne, Mani ponía en peligro elfundamento mismo de toda vida social y humana, tanto en el aspecto mercantil de laadquisición de bienes, como en el aspecto político del mantenimiento y desarrollo de losvalores comunitarios. Además, rechazando la procreación, esta herejía ponía en peligro lasupervivencia misma del Estado.

La actitud de los papas fue evolucionando. Con Dámaso (366-384), los maniqueosno fueron apenas inquietados. Sin embargo, ellos formaban una fuerte comunidadbastante influyente, puesto que, en parte gracias a ellos, es como Agustín pudo hacercarrera de profesor de retórica en Roma y en Milán (Confesiones V, 1-19). Según elLiber Pontificalis, Siricio (384-399) mandó exiliar a varios maniqueos fuera de Roma.

El mismo León, al principio de su pontificado, menciona a estos sectarios sinconsiderarlos como peligrosos. En el Segundo (§ 6) y en el Séptimo sermón para laNavidad (§ 4), denuncia a los que prefieren honrar al sol antes que a Cristo. Sinembargo, no existe todavía la virulencia que surge a partir de octubre del 443.

El escándalo de octubre del 443

En esta época es cuando surge un escándalo en los ambientes maniqueos romanos.León hablará algunos meses más tarde, el 12 de diciembre del 443 (sermón 86, 4). Yaentonces señala que ha instruido un proceso y que terribles revelaciones han salido a laluz. Sin embargo, él permanece muy discreto por pudor, porque los acusados «lerevelaron ese horror del que él siente vergüenza al tener que hablar» (ibíd.). Todo lo que

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manifiesta es que una muchachita de diez años habría sido víctima de «dos mujeres quele habían levantado y preparado a esta situación» (ibíd.). Peor todavía un hombre muyjoven (en latín, adolescentulus) corrompe a esa pobre desgraciada, mientras que unobispo maniqueo lo había arreglado todo. ¿Qué es lo que pasó? ¿Una violación o uncrimen ritual? Algunas observaciones de Agustín hacen pensar en un horror más grandetodavía. En su tratado Sobre la naturaleza del bien (45), explica que los maniqueoselogian la ingesta de ciertos elementos de la naturaleza para poder realizar la liberación dela chispa divina que yace en ellas. «La parte que corresponde a Dios está ligada a lassiembras y está purificada por la alimentación de sus elegidos» (ibíd.). Recordemos quelos maniqueos elegidos son fieles perfectos, especialmente consagrados, que practican lamoral prescrita en todo su rigor, en particular la continencia. Además del crimen ritual,¿hay que imaginar, en Roma o en África, una cierta forma de canibalismo sobre todo elcuerpo o sobre ciertas partes? León y Agustín son demasiado discretos para poderresolver este enigma, pero se trataba de algo más que de una «simple» violación.Además, Agustín habla de exsacramentum, para subrayar, sin duda, el carácterpretendidamente cultual de la humillación cometida (Sobre las herejías, 46).

León no dice cómo resolvió este asunto, pero sí explica cómo reaccionó. Convocóuna especie de corte de justicia, compuesta por obispos y sacerdotes a los que añadióalgunas personas distinguidas (Sermón 86, 4). En una carta posterior (15, 16, col. 689B), habla de una delegación del Senado y del pueblo. Esta afirmación está confirmadapor el aserto 18 del 19 de junio del 444, en el que el emperador Valentiniano III recuerdaque este proceso ya se intentó resolver ante el Senado. Esto nos puede sorprender,porque esa estancia no tiene competencia jurídica, a menos que algunos inculpadoshayan pertenecido a esa alta asamblea y no puedan ser juzgados más que delante de sussemejantes. Por falta de información, es imposible dejar resuelto el tema.

Los acusados, con el obispo a la cabeza, reconocieron sus crímenes. La mayor partese enmendaron. Tuvieron que reconocer públicamente sus errores y poner por escrito laabjuración de sus antiguas creencias. Podían así librarse «de la despiadada cadena de laimpiedad» (carta 7, 1, col. 621 A). Los más obstinados fueron sometidos a las leyesimperiales, y condenados después a exilio perpetuo, para que no pudiesen, por «contagio,contaminar al rebaño» (ibíd.). León precisa que la sentencia fue dictada por «juecespúblicos» (ibíd.). Volveremos un poco más abajo sobre esta pequeña observación.

Por el momento, señalemos que la creación de un tribunal mixto, compuesto declérigos y laicos, es ya una gran novedad. Había ciertos tribunales eclesiásticos ante loscuales podrían comparecer laicos, pero para eso era preciso que las dos partes estuviesende acuerdo y era únicamente por asuntos civiles, no criminales. Aquí, León toma lainiciativa, solo, sin esperar la intervención del Estado.

Este procedimiento estaba previsto en el Derecho Romano. El perjudicado, un

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ciudadano, podría pedir un tribunal público y él mismo asumir el papel de acusador.Entonces era inútil recurrir a un ministerio público. Tal es el procedimiento reconocido,en el capítulo Sobre las acusaciones (cap. 48, 2), por el Digesto, es decir, una colecciónde leyes antiguas, a la que le dio valor ejecutorio Justiniano en el 533.

Posteriormente, el mismo León dará razones de esta sorprendente intervención. En elPrefacio de su carta al obispo Toribio (15, col. 680 A), el 21 de julio del 447, explica quela dulzura y la paciencia adoptadas por el Estado debían ser sustituidas por la severidad,dado que «la secreta impiedad había encontrado camino libre por causa de la confusiónpública, una vez que muchas provincias habían sido devastadas por la invasión de losenemigos y que la aplicación de las leyes había quedado interrumpida por los problemasde la guerra, y una vez que los desplazamientos de obispos de Dios eran difíciles y quelos sínodos comenzaban a resultar escasos». Ciertamente, la carta habla en primer lugardel priscilianismo, pero el capítulo 16 de esta misma carta menciona igualmente elmaniqueísmo y atribuye los mismos daños a las mismas causas.

Otro motivo de desesperación fue, ciertamente, la llegada masiva de maniqueos aRoma tras la invasión de los vándalos en África. Los discípulos de Mani eran muynumerosos en la región de Cartago. Agustín fue testigo (Confesiones V, 3). Su llegada enmasa seguro que ha tenido que rodear de un cierto aire novedoso a estas comunidadessectarias y secretas.

Su actitud inducía a confusión y León denunció varias veces su hipocresía. En elCuarto Sermón sobre la Cuaresma, fustiga al ayuno de los maniqueos: se abstienen dealgunos alimentos porque los consideran malos en sí, mientras que otros, según ellos, sonbuenos por naturaleza. Entonces, lleno de una digna cólera, exclama: «desgracia para ladoctrina de los que han pecado incluso ayunando, porque condenan la naturaleza de lascriaturas, haciendo injuria al Creador» (sermón 29, 4). Peor todavía, por miedo a serreconocidos, se mezclan entre las asambleas cristianas e incluso se aproximan alsacramento del altar. «Reciben con boca indigna el cuerpo de Cristo, pero rechazanabsolutamente beber la sangre de nuestra redención» (ibíd., 5).

Incluso, algunos patrólogos piensan que los adoradores del sol que, a la entrada de labasílica de San Pedro, se vuelven hacia el astro de luz o que, el día de Navidad, prefierenadorar esta estrella antes que a Cristo, de hecho, serían maniqueos.

Sea lo que sea en este punto preciso, no hay ninguna duda de que eran numerosos yque estaban bien organizados. Poseían una jerarquía con obispos y elegidos.Probablemente eran muy solidarios e influyentes: en parte, por su mediación, es comoAgustín obtiene su puesto en Milán.

La condena de los maniqueos

León no se detiene ahí. Varias veces, ante el pueblo reunido, les pone en guardia y les

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exhorta a la denuncia. El 12 de diciembre del 443, pocos meses después del proceso, enel Quinto Sermón sobre el ayuno del Segundo mes cuenta el proceso llevado a cabocontra estos sectarios. Recomienda la búsqueda activa de estos herejes. «Que se dirijacontra los peores enemigos de las almas la vigilancia unánime de los fieles» (Sermón 86,6). Desde su Cuarto Sermón de Navidad, en el 443, fustiga su doble desviación: «impíosen sus creencias, llegan a ser obscenos en sus ceremonias» (sermón 4, 4).

Durante todo el año 444, serán continuas las advertencias y las interpelaciones a ladenuncia, que reiteraron las homilías del pastor romano. Los maniqueos defienden queen Dios es imposible unirse a la carne humana sin conocer la degradación. A eso, Leónresponde con esta comparación: «si el destello de los rayos del sol, que no es más queuna criatura material, no queda disminuido por los lugares sucios y fangosos a los que daluz, ¿quién podría oscurecer, en una cualquiera de sus cualidades, la esencia de esta luzeterna e inmaterial?» (sermón 15, 4). Estos serán algunos de los reproches que expresadurante las celebraciones de las fiestas de la Epifanía (ibíd.), de Cuaresma (sermón 29,4), de Pentecostés (sermón 63, 6) y en julio del 444 (sermón 23, 4).

Manifiesta una particular preocupación por las mujeres, a las que encuentrafácilmente crédulas: «Sobre todo vosotras, mujeres, absteneos de entablar conocimientoy conversación con tales hombres, porque tememos que, disfrutando imprudentementeescuchando sus inverosímiles historias, caigáis en las redes del diablo» (sermón 86, 5).

León no encuentra palabras más duras para hablar de los maniqueos: «Todo lo quehay de impío en los paganos, de ceguera en los judíos carnales, de ilícito en los secretosde la magia, de sacrilegio y de blasfemo en todas las herejías, todo ha confluido en estos,como en una cloaca, en una síntesis de todas las ignominias» (sermón 86, 4). Esta dobleacusación, haber reunido todos los errores y ser la peor de todas las herejías, seencontraba frecuentemente en el siglo IV, por ejemplo, en Cirilo de Jerusalén(Catequesis mistagógicas XVI, 9) y en Epifanio de Salamina (Panarion 66, 87).

No solamente pone en guardia a los laicos, sino advierte igualmente a los obispositalianos bajo su jurisdicción. Lo hace desde enero del 444 (carta 7). Recuerda sudeterminante papel: «nuestra vigilancia les ha denunciado públicamente; nuestraautoridad y nuestro juicio les ha reprimido» (col. 620 C). Igualmente les envía las actasdel proceso incoado contra los maniqueos en el 443. Añade que esta carta la lleva unacólito romano. Es muy poco verosímil que el desdichado [papa] haya elaborado la listade todos los obispos de la Península [Itálica]. En estos tiempos tan turbulentos, esohubiera sido muy arriesgado. Más bien, hay que pensar en una carta dirigida a un sínodoepiscopal local.

El 19 de junio del 445, el emperador Valentiniano III confirmó las decisiones tomadasen el proceso incoado por el papa León. Asignada con el número 8 de la colección decartas de León, en la edición de Migne, esta constitución Sobre los maniqueos está

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dirigida a los emperadores Teodosio y Valentiniano, así como al prefecto del pretorioAlbino. Desde el principio declara que el maniqueísmo es una superstición «enemiga dela disciplina pública y hostil a la fe cristiana» (carta 8, col. 622 B). Se basa en las actasjudiciales establecidas por León para extender a la totalidad del Imperio de Occidente unconjunto de medidas represivas: los maniqueos quedaban excluidos del ejército, debíanabandonar sus casas urbanas y tenían que residir en el campo, para no contaminar alresto del pueblo, no podían heredar más y, a su muerte, sus bienes serían confiscadospor el Estado. De hecho, tenían el mismo estatuto que todos los exiliados.

Ahora, la cuestión es saber si esta intervención del papa León puede ser consideradacomo una prefiguración de la Inquisición medieval.

León, ¿precursor de la Inquisición?

Reunamos algunos elementos. Por una parte, León presenta su acción comoestrictamente jurídica, y lo ha sido, puesto que obraba como un acusador privado.Además, los juicios fueron hechos públicos por oficiales civiles. Por el contrario, hacreado una corte particular, dado que reúne a clérigos y laicos. Además, lanzó una ampliacampaña de denuncia en Roma y en el resto de Italia. Y, por último, el emperador nosolo aprobó estas disposiciones, sino que las reforzó.

Esta adhesión del jefe del Estado a la acción emprendida por el jefe de la Iglesiaquizá abre una nueva perspectiva en la comprensión de todo este asunto. León esromano y se siente romano, es decir, miembro del Imperio eterno, querido por Dios,incluso en medio de las dificultades contemporáneas. El Imperio pagano querido por Diosse transforma en un Imperio cristiano (sermón 69, 2). Pedro y Pablo reemplazan ahora aRómulo y Remo como Padres fundadores y protectores de la Ciudad (ib., 1). El nuevoculto sustituye al antiguo en su función unificadora del Imperio. El jefe del Estado debeasegurar la paz y la tranquilidad en el mundo que domina. Por eso, debe aniquilar a losenemigos de fuera y liberar a la Iglesia de los herejes (cartas 82, 1, col. 917 B; 156, 5,col. 1131 B). Si el emperador falla en materia de fe, es el papa el que tiene queintervenir.

La novedad no está tanto en la concepción de una unidad de destino entre el Imperioy la Iglesia, como en el paso de papa, simple ciudadano, a obispo activo y determinado.La visión del mundo no ha cambiado; son los actores los que ya no representan el mismopapel. Habrá que esperar a Gregorio Magno para que el supremo responsable de laIglesia admita el hundimiento definitivo del Imperio de Occidente y comience a entablarrelaciones con los nuevos reinos bárbaros. Entonces, la Iglesia quedará definitivamenteliberada del contexto imperial romano. León prepara este acontecimiento. Frente a unemperador débil, toma iniciativas en el más estricto respeto a las leyes civiles. Pero es élel que obra, decide y actúa.

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II

LEÓN E ITALIA

Las iglesias suburbicarias

En la época de san León, la Iglesia aún se hallaba lejos de estar centralizada. Despuésde Constantino, se organiza sobre el modelo imperial. La unidad administrativa de basees la provincia; varias provincias se reagrupan en una diócesis. A la cabeza de estaentidad se erige la metrópoli. Es así que, dentro de la estructura eclesiástica, aparecerá elobispo metropolitano. Diocleciano había creado «la Italia granero», es decir, la encargadade aprovisionar a Roma con trigo. Estaba al norte de la Península, siendo Milán lametrópoli. Así se explica, en parte, porque Ambrosio pudo ejercer una influencia tangrande sobre el Imperio y sobre la Iglesia.

En esta Italia septentrional se separaron dos nuevas metrópolis: Aquileya, por supoder económico, y Rávena, por ser residencia imperial. La primera cubría bajo suautoridad a Venecia e Istria, junto con el Ilírico occidental (o sea, la costa dálmata) y laRetia (actualmente, el Tirol y el sur de Baviera), incorporadas más tarde. La segundavelaba sobre la actual Emilia. El obispo de cada una de estas ciudades, Aquileya yRávena, llega a ser poco a poco metropolitano de los territorios circundantes. León debióde respetar su autoridad.

Las iglesias suburbicarias designan propiamente hablando las diócesis situadas bajo lajurisdicción inmediata del obispo de Roma. Ocupan un territorio que se extiende desde laToscana, al norte, hasta Calabria, al sur, incluyendo también Sicilia y Cerdeña.

La autoridad del metropolitano era grande sobre sus diócesis. Él supervisaba laelección de los nuevos obispos. Les confirmaba y les consagraba en su función.Arbitraba en los conflictos que podían surgir entre sus cohermanos en el episcopado. Aveces intervenía directamente en los asuntos internos. Finalmente, convocaba a losobispos de sus diversas provincias en un sínodo. Hemos visto que León fijó esasreuniones en el aniversario de su ordenación episcopal, es decir, el 29 de septiembre,llamado dies natalis.

Según el Liber pontificalis, León habría ordenado a 135 obispos. Puede parecer unnúmero desorbitado, incluso en un período de 21 años de pontificado. Sin embargo, hayque recordar que las provincias suburbicarias por entonces contaban con más dedoscientos obispos.

León y las iglesias suburbicarias

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Algunas de las cartas que nos han llegado de la correspondencia entre el papa y susobispos casi siempre tratan cuestiones de disciplina eclesiástica.

Un primer documento está datado el 10 de octubre del 443 (carta 4). Está dirigido alos obispos de Campania, Toscana y Piceno (actualmente, las Marcas); todas ellas,regiones situadas alrededor de Roma. Primeramente, el papa se opone a que un obispopromocione a un esclavo de otro [obispo] al rango de clérigo. Ordena que sean depuestoslos obispos que han sido ilícitamente ordenados, mientras estaban casados con una viudao habían contraído varios matrimonios sucesivos. A continuación, prohíbe la usura, nosolamente a los clérigos, sino también a todos los cristianos, incluso siendo laicos.Finalmente recuerda que ningún obispo puede ignorar las prohibiciones canónicas. Lostransgresores se expondrán a la destitución.

La misma firmeza aparece en otras dos cartas enviadas el mismo día, el 21 deoctubre del 447, a todos los obispos de Sicilia.

Con la primera responde a una queja dirigida por los clérigos de Taormina y dePalermo. Sus respectivos obispos habían dilapidado los bienes eclesiásticos. Este asuntoya había sido examinado en el transcurso de un sínodo presidido por el mismo papa. Sinduda, se trataba de la reunión anual organizada durante el natale, el 29 de septiembre.

Las reglas quedan fijadas con firmeza: «que ningún obispo tenga la audacia de dar, decambiar o de vender lo que son bienes de su Iglesia» (carta 17, col. 705 A), a menos quelo haga después de una consulta y con la aprobación de todo el clero, para que no quedeninguna duda sobre la buena causa de esa acción.

El papa va más lejos todavía: todo sacerdote, diácono o clérigo, del grado que sea,que haya participado en una acción perjudicial para los bienes de la Iglesia no solamenteserá depuesto, sino también excomulgado. En efecto, es «de total justicia que el cuidadode la Iglesia sea ejercido no solamente por los obispos, sino también por todos losclérigos» (col. 706 A).

En la segunda carta dirigida a todos los obispos de Sicilia, ese mismo 21 de octubredel 447 (carta 16), aflora una cierta prudencia. La cuestión es completamente diferente:se trata del bautismo. Parecía que la costumbre en esta isla era celebrar ese sacramentoen la Epifanía. El papa prohíbe esta práctica que califica de «novedad irracional» (1, col.696 B). Explica que solo el tiempo de Pascua y Pentecostés es el adecuado para estasceremonias (3-5). En caso de peligro de muerte, naturalmente el bautismo puede seradministrado inmediatamente (§ 6). Finalmente, ordena que cada año dos sínodos reúnana todos los obispos de Sicilia, y que tres de ellos participen en el natale celebrado enRoma. Esta carta será llevada por los obispos Bacilo y Pascasino, que hicieron demensajeros (§ 7).

El 8 de marzo del 448, el obispo Doro de Benevento es el que recibe una severaregañina. El contenido de ese litigio no está muy claro: León se muestra demasiado

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evasivo. Lo es mucho menos cuando recuerda a su interlocutor que las leyes eclesiásticasdeben ser aplicadas: «tú sabes perfectamente con qué solicitud queremos que lospreceptos de los cánones sean observados por todas las iglesias» (carta 19, col. 709 B).

El 6 de marzo del 459, resurge de nuevo la cuestión de la fecha del bautismo. Estavez son los obispos de la Campania, Piceno y Samnio, es decir, de la Italia central, losque reciben ese requerimiento. En estas regiones, el bautismo se celebraba durante lafiesta de los mártires. El papa responde no; ese rito se debe celebrar en Pascua o enPentecostés, salvo en caso de peligro de muerte (carta 168, 1, col. 1210 B).

En las diferentes intervenciones, León muestra la misma firmeza y la mismaexigencia: las leyes de la Iglesia deben ser aplicadas. El mundo puede hundirse, el podercivil puede corromperse, pero la disciplina en el episcopado se mantiene, y así seconvertirá en refugio de pueblos perdidos.

Queda todavía una carta bastante curiosa: es la respuesta de Pascasino, obispo deLilibeo (actualmente, Marsala en Sicilia), al papa León. Esta misiva comienza de maneramuy emotiva: «por medio del diácono Silano de Palermo es como he recibido las cartasde Su Eminencia, que han traído consolación y remedio a mi desnudez y a las pruebasque he tenido que afrontar durante mi cautiverio» (carta 3, 1, col. 606 B). Pascasino,probablemente, ha sido capturado por los vándalos y liberado mediante el pago de unrescate. En estas circunstancias trágicas es cuando León le consulta para fijar la fecha dela Pascua en el 444. El experto le responde gustosamente, privilegiando el cómputoalejandrino y termina con estos términos llenos de una estoica confianza: «liberado detantas vicisitudes, podemos reconocer que Él es nuestro Dios, que ha hecho el cielo y latierra; que no entrega a las fieras las almas que confían en Él y que no permite queseamos tentados más allá de lo que podemos soportar, pero que, en su compasión, nosconcede su abundante misericordia para que podamos aguantar. Reza por mí» (carta 3,4, col. 610 A). Es una pena que no tengamos la carta de León, porque, si Pascasinohabla de consolación, nos habría gustado saber en qué términos hubiera expresado estasolicitud.

El resto de Italia

Como obispo de Roma, León tiene un cierto derecho de supervisión sobre lasdiócesis no suburbicarias, pero más reducido, porque debe tener en cuenta al legítimometropolitano. Es así que el papa no interfiere en las elecciones episcopales locales.Además, León recuerda varias veces que es necesario respetar los privilegios establecidospor la Antigüedad. «Estando a salvo el derecho de los antiguos privilegios, he queridomantener inalterada la dignidad de todos los metropolitanos», escribe a Proterio,metropolitano de Alejandría, el 10 de marzo del 454 (carta 129, 3, col. 1077 B).

Estas reglas antiguas se basan en los cánones 4 y 6 del Concilio de Nicea, que

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confirman una costumbre ya establecida, según la cual el obispo metropolitano ordenabaa los obispos de su provincia y disfrutaba de un derecho precedencia sobre suscohermanos. Estos cánones conciliares han sido confirmados en el 341 por el concilio deAntioquía (canon 9) y por el concilio de Laodicea entre el 341 y 381 (canon 12).

León no desea más que una cosa: que se respeten estas decisiones y que así sereconozcan los derechos de los metropolitanos. Escribe a los obispos de la provincia deVienne en el 445 (carta 10), a Anastasio de Tesalónica en enero del 446 (carta 14) y aAnatolio de Constantinopla el 22 de mayo del 452 (carta 106).

El obispo de Rávena se encuentra en una situación muy particular, donde lo antiguo ylo nuevo se entremezclan. Por una parte es metropolitano sobre la Emilia, pero, dealguna manera, queda sometido al obispo de Roma, puesto que este es el que le ordenay, además, al sínodo convocado durante el dies natalis asiste como simple miembro.

Quedando a salvo estas prerrogativas locales, León responde cuando se le consulta oreacciona cuando se le señala una falta. La correspondencia lo corrobora sobradamente.

Hacia el 442, León escribió una carta casi «insultante» al obispo de Aquileya (carta1). Este ha sido denunciado por Septimio, obispo de Altino, una sede que depende de lanueva residencia imperial. El metropolitano local ha aceptado en la comunión de la GranIglesia a presbíteros y diáconos contaminados anteriormente con los errores pelagianos.Y han sido acogidos sin que hayan tenido que profesar ninguna retractación oficial. Esono se puede hacer, asegura el papa. Tal indolencia no solo es contraria a los cánones ydecretos, sino también es un crimen, porque permite a lobos vestidos de ovejaintroducirse en el rebaño. León alude aquí al evangelio de Mateo 7, 15. Estas son lasexigencias impuestas por el papa: que se reúna un sínodo y que se exija una profesión defe clara y sin ambigüedad a estos clérigos, tan imprudentemente aceptados.

En esa misma época, León felicita calurosamente a Septimio por «el vigor de su fe»y una vez más le recuerda que no hay que aceptar antiguos pelagianos a la ligera (carta2, col. 597 B). Resulta curioso que, tanto aquí como en la carta precedente, León insisteen que un clérigo debe permanecer allá donde ha sido ordenado. Sin duda, las desgraciasde esos tiempos empujaban a algunos a buscar un lugar más seguro.

El mismo problema de la reintegración de los pelagianos se planteará algunos añosmás tarde. En el 447, el 30 de diciembre para ser más precisos, León escribe a Genaro,obispo de Aquileya (carta 18). Comienza su carta en los mismos términos que la dirigidaa Septimio. Le felicita por el vigor de su fe y retoma la imagen bíblica de los lobosdisfrazados de corderos. Ordena que a los sacerdotes o diáconos readmitidos no se lesasigne nunca un grado superior dentro de la clerecía, para que, dice sustancialmente elpapa, la ausencia de toda esperanza de promoción purifique su nuevo compromiso.

Las desgracias de la guerra y las continuas invasiones plantean trágicos problemashumanos. En el transcurso de sus razzias, los hunos raptaron a hombres varones, en gran

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número, que les sirvieron de esclavos. Algunos pudieron volver a sus casas,probablemente después del pago de un rescate. A veces, descubrieron a su esposa casadade nuevo. El obispo Nicetas de Aquileya pregunta al obispo de Roma: ¿qué hacer en estecaso?

A esto, León le responde, entremezclando la firmeza con la comprensión, o, parausar sus propias palabras, «la solicitud con la autoridad» (carta 159, del 21 de marzo del458). El papa ordena que la mujer vuelva a su primer marido, pero también afirma queno puede ser considerada culpable por la unión vivida en ese entretiempo. Sin embargo,si rechaza volver a juntarse con su primer marido, será excomulgada (3-4).

En la misma carta, resuelve el problema de los cautivos que han comido carnessacrificadas a los dioses paganos, y el de los prisioneros vueltos a bautizar o bautizadosen la herejía arriana, que imperaba entonces entre los hunos. El principio que aplica es elsiguiente: si hubiesen estado mudos por el miedo o por el hambre, y reconociesen haberobrado contra las reglas de la Iglesia, hay que admitirlos de nuevo a la comunión. Eltiempo de penitencia será fijado por el obispo de Rávena, teniendo en cuenta la edad y elestado de salud de los arrepentidos. Para los bautismos celebrados ilícitamente, laimposición de las manos completará el inacabado rito de los herejes, puesto que lesaportará la gracia del Santo Espíritu (5-7).

La misma tragedia de la deportación provoca otro problema que le viene mostradopor los obispos bajo la jurisdicción de la iglesia metropolitana de Rávena. Niños nacidosen cautividad y, una vez adultos, vuelven a su país. Piden el bautismo. No están segurosde haberlo recibido durante su primitiva cautividad y ninguno puede aportar ningúntestimonio respecto a este tema. En una carta que dirige a Neón, obispo de Rávena(carta 166, el 24 de octubre del 458), León reconoce la absoluta novedad de estacuestión planteada. Anteriormente, las Escrituras o las decisiones de los Padres aclarabanlas posibles respuestas que se podían aportar para solucionar el problema. Pero, en estecaso, ha sido necesario reunir un sínodo que ha resuelto de la manera que sigue. No hayfalta, ni para el candidato ni para el ministro, si el bautismo ha sido celebrado en talescondiciones. Si el cautivo ha recibido un bautismo herético, la tradición permaneceválida: la imposición de manos concederá la gracia del Espíritu, gracia que no podíatransmitir el rito celebrado previamente (2, col. 1194 A).

Se suele consultar a Roma cuando las Iglesias metropolitanas locales no puedenresolver un problema. León no responde como su propio jefe; reúne y consulta unsínodo; no ejerce un poder autónomo ni personal. La Iglesia metropolitana de Roma,alimentada por el testimonio de Pedro, permanece como la referencia última. El respetosincero, sin embargo, no borra un legítimo orgullo local.

En el 448, el archimandrita (es decir, el superior de un monasterio) Eutiques deConstantinopla es cesado de sus funciones por hereje. De inmediato, escribe al obispo de

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Rávena, probablemente para que intervenga ante el emperador, que reside en esa ciudad.Pero el prelado rechaza con horror estas maniobras y le recomienda acudir a Roma,«porque el bienaventurado Pedro, que en su sede vive y preside, ofrece la verdad a losque buscan la fe» (carta 25, 2 de febrero del 449, col. 743 A). Resulta difícil encontraruna expresión más deferente en relación con la Sede apostólica, viniendo sobre todo delobispo de Rávena, que tan a menudo estuvo en conflicto de autoridad con la ciudad deRoma.

Poco antes del Concilio de Calcedonia, que debe pronunciarse sobre la cuestión de ladoble naturaleza de Cristo, León envía a la Iglesia metropolitana de Milán sus reflexionespersonales, recogidas en lo que será llamado el «Tomo a Flaviano», del que hablaremosmás adelante. Desea ver aprobado este texto para que pueda tener más peso ante elfuturo concilio. Eusebio, obispo de Milán, reacciona con entusiasmo. Resulta casi lírico:este texto «ha brillado por la plena simplicidad de la fe, por las afirmaciones de losprofetas, por la autoridad de los Evangelios, por el testimonio de la doctrina apostólica»(carta 97, 2, col. 946 B). Además, prosigue ingenuamente, el documento estáplenamente de acuerdo con la enseñanza del bienaventurado Ambrosio (ibíd.). Elentusiasmo por la Santa Sede no le impide verificar [la doctrina] con los grandes autoreslocales.

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III

LEÓN Y LA GALIA

En una Galia dividida por diferentes invasores, la Iglesia conoce un violentoenfrentamiento entre una de sus más grandes personalidades y el papa mismo.

La Galia e Hilario de Arlés

Roma, o más exactamente el Imperio Romano, no controlaba más que las provinciasde la Vienne, la Narbonense II y los Alpes marítimos, es decir, los territorioscomprendidos entre Marsella, Lyon, Ginebra y los Alpes. El resto estaba dividido con losfrancos al norte del Loira, los visigodos al este del Ródano y los burgundios en torno alSaona.

En este contexto particularmente dramático y humillante es donde estalla la oposiciónentre León e Hilario. Este último, obispo de Arlés, es acusado de mil males por el obispode Roma en una carta que el papa dirige a todos los obispos de la Vienne, en el 445. Esla carta 10, conocida bajo el nombre de Divinae cultum.

La requisitoria es implacable y es aplicada rigurosamente. León explica toda lacuestión en tres etapas. Primeramente le recuerda los principios de base. La predicaciónha sido confiada a los apóstoles, pero este oficio especialmente ha sido entregado a Pedroen primer lugar, y después, a continuación, a los otros apóstoles. La gracia de esteanuncio misionero deriva de Pedro a sus otros compañeros. Es necesario, pues, nosepararse de la solidez de la fe asegurada por Pedro y sus sucesores (§ 1). En el pasadolos obispos de la Vienne, a menudo, se habían dirigido al obispo de Roma no solamentepara obtener confirmación de un nombramiento, sino también para consultarle sobreciertos puntos en litigio. León subraya inmediatamente que su intervención, como las desus predecesores, no intenta en absoluto buscar su propio interés, sino más bien el deCristo y que de ninguna manera desea ver desviada la dignidad concedida por Dios acada una de las Iglesias y a cada uno de sus obispos (§ 2).

A continuación, sigue una larga explicación, muy detallada, de los reproches de losque se le acusa y de los hechos que se le incriminan. Tres quejas se dirigen contra Hilariode Arlés. Primeramente, ha sustituido al obispo Proyecto por una enfermedad. El dañocausado no se repara mediante el restablecimiento del desafortunado prelado, sino queese enfermizo dignatario no pertenecía a la provincia eclesiástica bajo la jurisdicción deHilario. Además, este mismo obispo de Arlés, en plena revuelta, recorre todo el país ycoloca a los más afines allá donde una sede episcopal está vacante, faltando así a una

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regla doble: el metropolitano de una provincia solo puede ordenar un obispo en suprovincia, y «el que ha de presidir a todos, por todos será elegido» (§ 6). Es al clero localy al pueblo a los que concierne proponer a su pastor. Finalmente, por su amigo, Germán,obispo de Auxerre, se entera de que graves sospechas pesan sobre la validez delnombramiento de Celedonio como obispo de Besanzon (actualmente Besançon). Hilarioconvoca inmediatamente un concilio que depone al sospechoso, bajo pretexto de estarunido a una viuda (3-6).

Celedonio es el que lleva la queja a Roma y pone en marcha el procedimientojurídico. León convoca a las partes implicadas ante la Sede Apostólica para poder decidircon conocimiento de causa. Entonces es cuando salta el escándalo. León cuenta que elcuestionado Hilario se dejó llevar por ciertos propósitos que revelaron su orgullo y suambición: «el secreto de su propio corazón ha quedado desvelado (1 Co 14, 25) entérminos que ningún laico puede decir ni ningún sacerdote puede entender; nosotrossufrimos, lo confieso, hermanos, e intentamos rebajar este desvarío de su espíritu con elremedio de nuestra paciencia» (§ 3). El papa lo afirma con claridad: Hilario queríasustraerse a la autoridad de Roma, atribuirse la ordenación de todos los obispos galos yacaparar así los poderes de los metropolitanos.

Hilario rechazó la comunión que se le ofrecía con dos gestos particularmenteofensivos. Primeramente, se negó a celebrar con Celedonio. A continuación, se fue deArlés y solo volvió cuando se enteró de que su adversario había sido restablecido sobresu sede episcopal, y le fue asignado un tribunal eclesiástico romano.

Eso resultaba demasiado escandaloso. El papa rechaza sus condenas. Desde entoncesse prohíbe a Hilario convocar concilios más largos que los provinciales. Se le prohíbeparticipar en ninguna ordenación episcopal. Ciertamente, se le mantiene en su puesto,pero la sede de Arlés pierde a todos sus sufragáneos.

León concluye con este principio que, a sus ojos, justifica toda su acción represiva:«es digno que los estatutos de la antigüedad sean restablecidos» (§ 7). Veamos cómo, dehecho, se aclara este duro asunto.

Primeramente, descubrimos la personalidad del sospechoso. Hilario fue discípulo deHonorato, fundador del célebre monasterio de Lerins, al principio del siglo V. Su maestrofue llamado a convertirse en el obispo de Arlés en el año 426. El discípulo le sucedió eneste cargo en el 429. Ya entonces desplegó un celo desconcertante. Mientras que lasinnumerables incursiones bárbaras amenazaban los caminos y las ciudades, el nuevoobispo consigue reunir varios sínodos provinciales: Riez en el 439; Orange en el 441,Vaison en el 442. El primer concilio citado llega a juntar a los obispos de las tresprovincias que aún permanecían bajo control romano: la Viennense, la Narbonense y losAlpes marítimos. Todos estos obispos eligieron a Hilario como presidente de la asamblea.En el transcurso de esta reunión, Hilario negoció con la sede de Embrun, como si se

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tratase de una de sus sedes sufragáneas, sabiendo que esta ciudad era la capital de laprovincia de los Alpes marítimos, y tenía, pues, su propia sede metropolitana.

Hilario obra, probablemente, menos por ambición personal y más por celoreformador. Monje austero, desea reconducir a la Iglesia y aplicar las costumbrescomunes a los eremitas y cenobitas. Pero él, en eso, supera todos sus derechos yprerrogativas.

Se le puede perdonar, pero sabiendo que se crea un precedente lleno deconsecuencias. Su lejano predecesor Patroclo había obtenido de Zósimo (417-418), papaalgo confuso y extraño, plenos poderes sobre las ordenaciones episcopales en la Galia.Esta desconcertante delegación no se explica más que por la malsana ambición quedevoraba al intrigante Patroclo. Bonifacio I, que sucedió a Zósimo, rápidamente anulóestas disposiciones, pero el mal ya estaba hecho: el orgullo iba a alimentar todavíadurante mucho tiempo la sede episcopal de Arlés.

Hilario, enriquecido con una real vida interior profundizada en Lerins, había idodemasiado lejos. Además León le acusa, a veces, con ironía. El obispo de Roma seapiada del desdichado Hilario cuando este constata que Proyecto, anteriormenteenfermo, va cada vez mejor: «Date cuenta que Hilario es dulce de corazón cuando hacreído que el retraso [en la evolución de la enfermedad] era un obstáculo para esa“muerte fraterna”, que él había cuestionado» (4, col. 632 A). Más adelante, lamenta quelos numerosos desplazamientos de Hilario, incluso en las provincias lejanas, den pie apensar que el emprendedor obispo buscaba la gloria más «en la velocidad de un bufón[scurrili] que en la moderación eclesiástica» (5, col. 633 A).

Sea como fuere, la situación era grave. El cristianismo que permanece bajo laautoridad del metropolitano romano se había reducido como una piel de cuero. Losterritorios ocupados por los bárbaros sufrían mil tormentos, como África con losvándalos, donde estaban inmersos en un peligroso ambiente arriano, como en España yen el suroeste de la Galia, con los visigodos. Las comunicaciones se volvieron difíciles, acausa de las incesantes guerras que aislaban peligrosamente amplias comarcas, que sedescubrían con un alma común. Las condiciones eran propicias para una separación;peor todavía, para un cisma. El celo de este monje obispo podía tener más perjuicio quebeneficio. El peligro era tanto mayor cuanto la pureza de sus intenciones, que iban unidasal rigor de su vida personal. La admiración de las masas le empujaba siempre a ir máslejos, hasta el límite de la ruptura.

El obispo de Roma ya había intervenido. El emperador le apoya.

El rescrito de Valentiniano III

El 8 de julio del 445, el emperador promulgó un edicto por el que confirmaba lasdistintas decisiones tomadas por León en el asunto que le había enfrentado con Hilario.

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Recuerda los abusos cometidos por el obispo de Arlés, aun reconociendo que la únicafuente de información era el obispo de Roma. Proclamó que estos «actos [fueron]llevados a cabo contra la majestad del Imperio y contra el respeto por la Sede apostólica»(carta 11, col. 638 A). Es interesante señalar cómo, para el emperador, un conflicto entredos eclesiásticos es considerado casi como un crimen de lesa majestad. No es León elque se acoge al poder civil para asegurar el orden en la Iglesia; sino que es Valentiniano elque siente que toda cizaña interna en la Iglesia es un peligro para el Estado.

Él mismo reconoce que las decisiones papales no han tenido que ser aceptadas por laautoridad civil. Se bastan por sí mismas, pero el emperador ha querido actuar «para queni Hilario ni nadie se crea autorizado a usar la fuerza de las armas en los asuntoseclesiásticos ni a oponerse a las disposiciones del obispo de Roma» (ibíd.). El emperadoradmite, pues, que el papa tiene, por su propia autoridad y no por delegación, un poderjurisdiccional en los asuntos espirituales.

Un mes antes, Valentiniano III había confirmado y ampliado para todo su ImperioRomano las condenas con las que León había fulminado a los maniqueos (carta 8, de 19de junio del 445). Aquí, como allí, el emperador llega tarde. No controla la situación. ElImperio se hunde, la corte se descuartiza. Él se agarra a la única institución que todavíaaguanta sólidamente. Se ve atraído por la única personalidad fuerte y firme ante estatrágica situación. El emperador busca su salvación en la institución eclesial.

Valentiniano añade una disposición que puede parecer extraña. Todo obispoconvocado por el papa deberá dirigirse a Roma. Si se resiste, será obligado por elgobernador. Si este alto funcionario no cumple con su deber, se verá sometido a unafuerte multa (carta 11, col. 638 B). Esta cláusula viene a ser un recordatorio de unadisposición ya tomada por Graciano, en su Ordinariorum del año 378.

Observemos que el emperador lleva su solicitud hasta retomar los argumentosmismos de León: nadie puede promulgar nuevas disposiciones sin el acuerdo del papa.

Hilario, refugiado en Arlés, se somete. Enviará a Ravenio, uno de sus sacerdotes;posteriormente, los obispos de Aviñón y de Uzés enviarán una delegación a Roma paraobtener la reconciliación. No se pudo hacer nada. Hilario murió el 5 de mayo del 449,hundido en la desgracia. La Iglesia de Arlés lo honra como santo, entre otras razones, porsu entrega a los pobres. Hasta la reforma litúrgica, su fiesta se celebraba el 5 de mayo.Sin duda, quería ser investido de todas las prerrogativas de un metropolitano en la Galiaromana más por el celo reformador que por la ambición personal. Pero eso suponía uncierto riesgo: llevar la división y el cisma a un mundo ya roto y destrozado.

León, sin embargo, se basa únicamente sobre las antiguas leyes y pide su aplicaciónestricta. Esta política quedará como suya en otros innumerables asuntos.

Ravenio de Arlés

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«Por una razón justa y razonable, nosotros debemos alegrarnos»: con estos términosmedianamente entusiastas es como León comienza su carta del 22 de agosto del 449 alos obispos de la provincia de Arlés. Confirma así la elección de Ravenio como obispometropolitano (carta 40, col. 814 C).

El obispo de Roma podía sentirse satisfecho y seguro. El nuevo elegido le eraconocido: ya había acudido a Roma para lograr la reconciliación con Hilario. Elegir a estehombre era, por parte de los obispos electores, un gesto de apaciguamiento.

Además, para el papa era un momento particularmente duro y difícil. Estaba en plenoconflicto con el Oriente. Sin embargo, emplea tiempo y se toma la molestia de escribirtres cartas al sur de la Galia.

La primera, ya la hemos visto, estaba dirigida los obispos de la provincia (carta 40).La segunda estaba dirigida al mismo Ravenio. Comienza por recordarle la necesaria

unión con Roma: «el progreso de tu amor, que has adquirido con la dignidad delsacerdocio pleno, sabe que nos agrada de tal manera, que nos alegramos de un honormayor no solamente para ti, sino para la Iglesia de Arlés» (carta 41, col. 815 B).Prosigue con otra recomendación: la de respetar los derechos y las leyes de la Iglesia.Esta amonestación está hábilmente introducida con una exhortación a practicar una ciertavirtud: «que la humildad sea amada, que siempre esté dedicada a que crezca; que tuamor no ignore las leyes eclesiásticas y que, con sus límites y reglas, sepa contener todoslos derechos de tu poder» (ibíd.).

La tercera carta pone en guardia al nuevo obispo contra un impostor que pretendehacerse pasar por un diácono romano. Hay que advertírselo a los demás obispos yexcomulgar a este intruso (carta 42).

Nada se ha dicho sobre los derechos y prerrogativas del nuevo obispo. ¿Sucompetencia queda limitada al territorio definido al final del episcopado de Hilario o hasido restablecida en su primitiva extensión? Las cartas conservadas no se ocupan de estetema. Queda en el statu quo, a la espera de que los espíritus se apacigüen y que ladesconfianza desaparezca.

Esto dura poco. Un año más tarde, el 5 de mayo del 450, el papa responde a losobispos de la provincia de Arlés. Anteriormente había recibido una queja y una petición.La queja provenía de Nicetas, obispo de Vienne. Ravenio había reemplazado al obispodifunto de Vaison por Fontejus, sin consultar siquiera al metropolitano de la Vienne. Sinembargo, envió cartas y legados a Roma como manera de reaccionar frente a estausurpación.

En la misma época, diecinueve obispos de la provincia de Vienne, de la NarbonenseII y de los Alpes marítimos piden que la sede de Arlés sea restablecida con sus antiguasatribuciones, es decir, abarcar con su autoridad toda la Galia imperial (carta 65). Estedocumento merece un pequeño parón en nuestra atención, porque está redactado

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sutilmente y León, con su respuesta, corresponderá con delicada diplomacia.Desde el comienzo de la carta, los obispos irrumpen con elogios como si fueran

«saquitos de incienso»: «recordando la deuda de honor y reverencia de la que somosdeudores frente a la muy santa Sede apostólica, sobre la que Nuestro Señor Jesucristo haquerido que presidáis, por los méritos de Vuestra Santidad» (1, col. 879 B).

A continuación utilizan los propios argumentos de León: no introducir nada nuevo,sino, al contrario, aplicar las reglas antiguas. «La Iglesia de Arlés se alegrará de que losprivilegios de su primitiva dignidad, que para su desgracia fueron reducidostemporalmente [pro tempore], puedan ser restablecidos definitivamente [in perpetuum]por las nuevas decisiones de la Sede apostólica» (1, col. 880 B).

Entonces desarrollan una doble argumentación: la primera, puramente eclesiástica.Arlés es «la madre de las Galias». Es aquella región a la que san Trofimo fue enviado porel mismo Pedro para ser obispo y difundir la fe por todas las Galias. Es hacia Arlésdonde las otras ciudades se vuelven para obtener un pastor. Es de ella de donde losnuevos elegidos esperan su consagración (§ 2). El segundo argumento hace referencia ala situación política: desde el 418, Arlés se ha convertido en la capital de Siete Provincias,es decir, de los territorios galos bajo administración romana. Sería normal que elprincipatus in saeculo llevara consigo un principatum in sacerdotio (§ 3). Todoconcluye con reiteradas pruebas de fidelidad y de reverencia hacia el papa santo (§ 4).

León responde sin herir susceptibilidades, pero también sin dejar que nadie se leimponga (carta 66, del 5 de mayo del 450).

Recuerda un principio, como lo hace a menudo: «para conservar la paz en laprovincia de Vienne, hay que aplicar una justicia moderada [iustitiae moderatio]» (1,col. 884 B). Vienne y Arlés, las dos disfrutan de igual reputación aunque con suertediversa, según las épocas. Vienne no puede ser dejada sin honor (inhonoratam). Lo queha recibido, se le ha conservado, o sea, por la precedencia sobre las ciudades vecinas:Valence, Tarantaise (ahora, Moûtiers), Ginebra y Grenoble. El resto acude al obispo deArlés. Esta solución parece más clara de lo que es en realidad. Tres cuestiones quedanaún pendientes: Tarantaise no está situada en la provincia de la Vienne, ¿cómo puedecaer bajo la autoridad del obispo de Vienne? Las restantes ciudades no se nombran: ¿hayque contar entre ellas las ciudades de la Narbonense II y de los Alpes marítimos?Finalmente, ¿qué pasa con el primado de la Galia imperial? ¡Arlés lo envidiaba tanto!Roma no dice nada.

Ravenio se situará en una curiosa posición entre el papa y los obispos galos. Será eldelegado de León, pero no favorecerá ninguna precedencia en relación con sus colegasobispos.

El mismo día en que responde a la petición de los diecinueve obispos galos, el 5 demayo del 440, León escribe a Ravenio (carta 67). Le envía su Tomo a Flaviano y le pide

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remitir este documento a todos los demás obispos de la Galia. Quizá se trate de unamanera elegante de manifestar a todos los prelados locales la estima y la confianza enque el papa tiene a Ravenio. Señalemos que la lectura del Tomo a Flaviano provocó unarespuesta entusiasta de Ceretio de Grenoble, de Salonio de Ginebra y de Veran de Vence.Estos tres obispos no tienen más que alabanzas y agradecimiento para este trabajo deLeón: «nosotros hemos conocido los beneficios de los remedios antes que la experienciadel mal» (carta 68, col. 888 A). Antes incluso de que la herejía de Eutiques afectase alas iglesias de la Galia, el Tomo a Flaviano ofrecía cada uno la posibilidad de discernircorrectamente la verdadera doctrina de la confusión exterior.

En julio del 451, el papa comunica a Ravenio la fecha en la que se ha de celebrar laPascua al año siguiente. Encarga a su delegado dar a conocer a todos esta nuevainformación (carta 96). Algunos años más tarde, el obispo de Roma comunicará la fechade la Pascua para el 455 (carta 138, del 28 de julio del 454): «a todos los obispos de lasGalias y de las Españas». Ya no pasa por manos de Hilario. Ahora bien, todavía en estaépoca (454), es el responsable. No murió hasta el año 455.

Si el obispo de Arlés ha podido servir de intermediario al papa, sin embargo, nuncaocupó un puesto particular. En febrero del 452, el papa comunica a los obispos de lasGalias el triunfo de la verdadera doctrina del Concilio de Calcedonia (carta 103). Dejaestallar su alegría, como veremos más tarde. Entre sus destinatarios, primeramente cita aRústico de Narbona, a continuación, a Ravenio de Arlés y a Venerio de Marsella y, porúltimo, a todos los demás. ¿Sería Rústico el más anciano, para beneficiarle con esteprimer puesto en la lista? Nada parece justificar este honor.

Sin embargo, la incertidumbre de estos tiempos pesa sobre el buen funcionamiento delas instituciones eclesiásticas. El lector se acordará de que en mayo del 450 León habíaenviado a Ravenio el Tomo de Flaviano para que él se lo remitiese a todos los demásobispos. El papa deseaba, evidentemente, conocer el sentimiento del episcopado galosobre ese resumen de la fe en Cristo, única persona en dos naturalezas. Sin embargo,tendrá que esperar un año entero antes de que los obispos puedan reunirse y dirimiroficialmente este documento. Por fin, a finales del año 451, se han reunido cuarenta ynueve prelados. Se lo comunican a León y le escriben excusándose (carta 99).

En su respuesta, el papa no esconde su decepción. La carta de los obispos galos hallegado demasiado tarde para ser entregada a los legados enviados al Concilio deCalcedonia. No podrá, pues, emplearse durante los debates sinodales (carta 102).

Esta incertidumbre continua pesa no solamente sobre las instituciones, sino tambiénsobre la suerte de las personas. Así, en una larga carta, llena de consejos prácticos a nivelpastoral, el obispo de Roma recomienda a Teodoro, su homólogo en Fréjus, no rechazarla penitencia ni la reconciliación con los que están «en tiempo de necesidad y con unaexistencia rodeada de peligros urgentes» (carta 108, 4, col. 1012 B).

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En esta misma carta, el papa no se olvida de recordar el principio que ha guiado todasu acción en sus relaciones con el episcopado galo: cada obispo debe consultarprimeramente a su metropolitano en todos los asuntos eclesiásticos (ibíd., 1).

Las relaciones entre León y el episcopado galo se han visto afectadas, pues, por eldesafortunado celo de Hilario de Arlés. Este antiguo monje, devorado por el deseo dereformar y de someter a la Iglesia en un territorio concreto, se ocupaba también dediferentes diócesis, ajenas a su jurisdicción. Quería incluso ser investido de la función devicario pontificio para el sureste de las Galias. León reacciona, porque el peligro eragrande. No podía permitir que la ruptura del Imperio generara una división en la Iglesia.Salvaguardando la unidad de los creyentes en un mundo dividido, el obispo de Romamanifestaba de una manera evidente el carácter sobrenatural de la institución eclesial. Poreso, no acude a principios filosóficos o a grandes teorías sociológicas. Procura laaplicación de las leyes y de las antiguas tradiciones. La novedad es una creación delhombre. La antigüedad es una prueba del fundamento divino.

Las mismas convicciones, unidad de la Iglesia y fidelidad a la tradición, animaron laactitud de León con los miembros más lejanos de su pueblo.

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IV

LEÓN Y EL ENTORNO MEDITERRÁNEO

España

Los obispos españoles se encuentran en una posición delicada. Todo el país estácompletamente bajo control de los visigodos. Estos, de religión arriana, son pocofavorables a los cristianos fieles a Roma. El episcopado está dividido. Las herejíasrebrotan.

Desesperado, el obispo de Astorga, en Galicia, escribe al papa: el priscilianismoflorece de nuevo en el noroeste de la península.

Este error doctrinal parece propio de la mentalidad hispánica. En el origen, existía unPrisciliano, laico, que, a finales del siglo IV, profesaba una curiosa mezcla deconvicciones. Primeramente, negaba la preexistencia de Cristo y de su completahumanidad. Esta es la razón por la que los priscilianistas ayunaban el domingo e inclusoel día de Navidad. También creían que los ángeles y las almas humanas eranemanaciones de la divinidad. Pero, si las almas están unidas a cuerpos carnales, se debe aun castigo por las faltas cometidas con anterioridad. La carne, además, es creación de unespíritu malvado, el diablo, principio del mal. El priscilianismo, pues, está inspirado en elmaniqueísmo. Eso conduce a un rechazo del matrimonio y de la procreación, perotambién a una moral muy libre, puesto que las obras de la carne no tienen ningunaimportancia para la salvación.

Sin embargo, Prisciliano conoce rápidamente un gran éxito. Dos obispos aceptaron suenseñanza: Itacio e Hidacio. Este último es conocido por una Crónica que quiere sercontinuación de la de Jerónimo y cubrir desde el 428 hasta el 468. El concilio deZaragoza en el 380 promulga una primera condena de este error, pero entretantoPrisciliano es nombrado obispo de Ávila. Inmediatamente fue condenado al exilio. Buscaentonces apoyo en el papa Dámaso I y en el obispo Ambrosio. Todo en vano, pero eldecreto que le condenaba al exilio queda revocado. En el 385, se le convoca para que enel concilio de Burdeos pueda explicarse. Prefiere recurrir al emperador y se presenta enTréveris. Mal hecho, porque, a pesar de las intervenciones de Martín de Tours, fuecondenado a muerte y ejecutado (385). Es la primera vez en la historia de la Iglesia queun hombre es condenado a muerte por herejía. Desde muy pronto, a Prisciliano se leconsidera un mártir y sus ideas se acaban imponiendo en España, en particular, en todoel noroeste. En el concilio de Toledo, año 400, los obispos contagiados de priscilianismo

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son depuestos. Pero no pasó nada más. El error se mantiene hasta el concilio de Braga,capital de Galicia, en el 563.

Toribio consulta directamente al papa sobre este tema, mientras que el obispo deBraga es su metropolitano. En España, la desconfianza parece ser grande. La herejía estámuy extendida.

En su respuesta (carta 15 del 21 de julio del 447), León resume en quince puntos loserrores priscilianistas. Y a cada uno responde con una refutación. En el punto sexto poneen guardia contra los escritos de Dictinio, antiguo obispo de Astorga, priscilianistaarrepentido. Sus obras todavía circulan. Los priscilianistas, como los maniqueos, seesconden en medio del pueblo cristiano para mejor extender su perversa doctrina, tal esla opinión del obispo de Roma. Ahora se entiende porque añade en un anexo las actas delproceso que el mismo papa ha incoado contra esta secta en Roma, en octubre del 443.

España está lejos y vive sometida a un pueblo bárbaro. León no puede intervenirdirectamente. Exhorta, pues, a que se reúna un concilio general para toda la península.Quiere que esta asamblea se posicione sobre la ortodoxia de los obispos a partir deldocumento que ha enviado a Toribio. En ese mismo sentido escribe a los obispos de lasprovincias de Tarragona, Cartagena, Lusitania y Galicia. Si el concilio general no pudieraconvocarse, que al menos se reúna un sínodo provincial para Galicia (carta 15, 17, col.690 C).

Ninguna de estas asambleas podrá celebrarse. Solo se podrá firmar una profesión defe por los obispos de Tarragona, Cartagena, Lusitania y la Bética. Como ya dijimos alcomienzo del capítulo, la Iglesia en la España visigoda está controlada por el Estado.Además, el episcopado está dividido. La sospecha corroe todas las relaciones entrehermanos. Parece que ningún sínodo pudo ser convocado. León interviene comoprimado, directamente, sin intermediario. Al menos, lo hace a nivel doctrinal, porque anivel disciplinar no consigue reunir una Iglesia que está muy dividida.

África

La situación en la provincia romana de África (en la actualidad, el Magreb y Trípoli)es todavía más desesperada. En el 427, el conde Bonifacio, por venganza, había dejado alos vándalos invadir estos territorios. Hipona era asediada en el 430. Cartago fue tomaday arrasada en el 439. Ya en el 430, el obispo de esta gran ciudad, Capreolo, se excusabaal no poder participar en el Concilio de Éfeso, convocado para el año siguiente. Eldesdichado primado se lamentaba de no poder convocar un sínodo que pudiese designaruna delegación para esta conferencia internacional. Los caminos estaban controlados pornumerosas hordas de bandidos; las ciudades y los pueblos habían quedado despoblados;los campos, devastados.

Esta terrible violencia fue controlada, de alguna manera, por el tratado de paz

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firmado en el 431, entre Valentiniano III y Genserico. África estaba dividida en dos: laproconsular, la Bitinia y la Numidia oriental estaban adjudicadas a los vándalos, mientrasque la Mauritania y la Numidia occidental (actualmente Marruecos y Argelia)permanecían bajo administración romana. Por poco tiempo, porque en el 455 toda elÁfrica pasó a estar bajo dominación vándala.

Entre estas dos fechas, el 431 y el 455, León envió a Potencio, obispo, para queinvestigara acerca de las alegaciones de las elecciones episcopales irregulares en laMauritania cesariense. El informe de este legado es terrible. La ambición y el desordenhan manchado numerosos procedimientos. Se ha distinguido a dos grupos de obispos,elegidos ilícitamente: el primero agrupa a los que se casaron varias veces o a los que seunieron a una viuda, y el segundo incluye a laicos que fueron elevados a la dignidadepiscopal, sin haber pasado previamente por las distintas etapas intermedias.

El papa decide según la tradición precedente: las últimas ciudades podrán mantenersu función episcopal, pero en el futuro eso ya no será tolerado. Por el contrario, losobispos mencionados primeramente serán depuestos de su sede, porque tanto Moiséscomo san Pablo han excluido explícitamente a tales hombres de tales cargos (carta 12, 5,del 10 de agosto del 446).

Con la misma autoridad resuelve León los problemas disciplinares. Los obisposDonato y Máximo, anteriormente novaciano y donatista respectivamente, podránmantenerse como obispos en su diócesis si firman por escrito una profesión de fe queposteriormente enviarán a Roma (§ 6). Las elecciones de los obispos Agaro y Tiberianohan quedado perturbadas por «tumultos» (§ 7). Que sus hermanos obispos de Áfricaredacten un informe sobre estos dos asuntos y León decidirá sobre cada una de estascuestiones. Los pastores que en lo sucesivo sean ordenados contrariamente a los cánonespor cualquier obispo no podrán participar de las restantes ordenaciones episcopales (§ 9).No es necesario elegir obispos para ciertas localidades secundarias donde ya lossacerdotes sufrieron en su ministerio (§ 10). Lupicinio había sido depuesto yposteriormente reemplazado por sus colegas africanos; ahora bien, él había acudido aRoma, y esta forma de actuar hace que se suspenda toda sanción; León reenvía esteasunto a los obispos africanos para que lo juzguen de nuevo (§ 12).

Este último asunto ilustra maravillosamente el vuelco que ha tomado la situación.Unos treinta años antes, el episcopado africano estaba orgulloso de su independencia yrechazaba con desprecio toda intervención romana; al menos ahora, se somete a estanueva autoridad. El vigésimo sínodo de Cartago (424), por ejemplo, proclamaba que laaceptación de este procedimiento de acudir a Roma era un estorbo sobre los derechos dela Iglesia de África. Ahora, es León el que decide y resuelve.

Reconoce que todo asunto eclesiástico africano debe ser tratado y juzgado en África.Sin embargo, añade que se debe enviar un informe, lo que siempre le deja el derecho de

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intervenir (§ 13).Las respuestas del obispo de Roma son precisas y están redactadas con autoridad.

León actúa en África como si esta provincia estuviese bajo su responsabilidadmetropolitana. Hay que caer en la cuenta que la Iglesia de esta región no conocía ni elprimado ni el concilio.

La situación se agravará todavía más cuando África quede unificada posteriormentebajo la denominación vándala. Víctor de Vita pinta un triste balance de este período. Esteobispo africano nos ha dejado, en el 488, un trágico cuadro de los terribles sufrimientossufridos por los cristianos bajo el reinado de Genserico (438-477) y de Hunerico (477-484): se trata de su tristemente célebre Historia de la persecución de la provinciaafricana. Para los vándalos, el catolicismo africano se había asimilado a la romanidad yhabía, pues, que destruirlo. El objetivo era establecer el arrianismo como la única religiónen este nuevo Estado bárbaro. Cartago, sometida desde el 442 a esta nueva dominación,tenía un patriarca arriano. La sede católica, durante mucho tiempo, fue dejada vacante.Hay que esperar catorce años para que Quodvultdeus, expulsado por los vándalos en el439, fuese reemplazado por Deogracias en el 453. Trascurrieron veinticuatro años entrela muerte de este último y la elección de Eugenio. Con los vándalos, no había ninegociaciones ni entendimiento posible.

El Ilírico

La península de los Balcanes estaba dividida en cuatro diócesis imperiales. La Traciaocupa la actual Bulgaria y el oeste de Grecia. Macedonia se extiende por toda Grecia,con Epiro y Acaya. El Danubio sirve de frontera septentrional a la provincia de Dacia,que aglutina el oeste de la Bulgaria y el este de la antigua Yugoslavia. La capital, laantigua Sárdica, ahora se llama Sofía. La Iliria queda enmarcada por la costa dálmata y elrío Danubio. Agrupaba la Nórica (actualmente, una parte de Austria), la Panonia(actualmente, una parte de Hungría) y la Dalmacia (la antigua Yugoslavia). Estas cuatrodiócesis imperiales procedían del Imperio de Occidente y estaban bajo la autoridad delprefecto del pretorio para Italia.

La situación se complicó cuando, en el 379, Graciano separó las diócesis deMacedonia y Dacia para dárselas a Teodosio, es decir, las unió al Imperio de Oriente.Entonces se creó la función del prefecto del pretorio para la Iliria. Sin embargo, losobispos de Roma vigilarán para que sus derechos sean respetados y guardados, salvo enesta zona, ya oriental.

Tesalónica se convirtió en la residencia del prefecto del pretorio para la Iliria y,paralelamente, el obispo de esta nueva capital vio acrecentar su poder sin cesar. Estefenómeno se consiguió de manera voluntaria y hará reflexionar a los papas sucesivos. Lacuestión concluye con que el obispo de Tesalónica se convierte en una instancia

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intermedia, superior a los metropolitanos locales. Sin embargo, León debió recordar a suvicario en el Ilírico ciertas reglas pastorales.

A nivel institucional, a mitad del siglo V, no se elaboró nada nuevo. Ya todo habíasido establecido por las Decretales de Siricio (384-399), de Inocencio I (401-417), deBonifacio I (418-422) y de Sixto III (432-440). León no innova; solamente aplica.

En enero del 444, Anastasio, obispo de Tesalónica, solicita a León su renovación ensu cargo de vicario. El obispo de Roma responde con dos cartas. La primera, dirigida asu primer interlocutor (carta 6 de León a Anastasio). León confirma a Anastasio enfunción de vicario, como Siricio lo había hecho anteriormente con Anicio. Sin embargo,en el texto no deja de recordarle algunas reglas que fijan los poderes de cada uno. No sepuede celebrar ninguna ordenación episcopal en Iliria sin que lo sepa Anastasio, tal es elprincipio fundamental. Algunas observaciones tienen que impedir los abusos: losmetropolitanos conservan el derecho de ordenar, lo que es una ley común. Sin embargo,ellos reciben su propia ordenación del vicario, lo que es propio del Ilírico. Otro temapropio es la obligación de responder a cualquier convocatoria del obispo de Tesalónicapara la organización de un sínodo. Los conflictos mayores que puedan surgir entreobispos, así como todo procedimiento de apelación, por el contrario, serán dirimidos porla Sede apostólica (4-5).

El mismo día, el 12 de enero del 444, León envía una carta a todos los obisposmetropolitanos del Ilírico, con las mismas reglas y las mismas recomendaciones (carta5).

Parecía que, en ciertos asuntos, Anastasio ha tenido una mano bastante dura.Una vez más, el mismo día, el 6 de enero del 446, León envía dos cartas. La primera

está dirigida a los metropolitanos del Ilírico (carta 13). Estos se han quejado al papa de labrutal autoridad de Anastasio. El sucesor de Pedro recuerda que los asuntos deben sertratados en el nivel de las mismas provincias. Si no se puede encontrar ninguna solución,entonces se hace necesario someter los asuntos al obispo de Tesalónica. En este caso,dos o tres obispos por provincia bastan para asegurar una delegación en un eventualsínodo, ya convocado (§ 1).

Es muy posible que Anastasio tuviese una desagradable tendencia a inmiscuirse en losasuntos internos de las provincias eclesiásticas y a reunir un concilio para cualquierdificultad, incluso si ésta es de índole menor o local. Esta triste propensión tuvo unresultado particularmente desagradable.

A finales del 445, León, muy extrañado, recibe al obispo de Épiro en Roma.Completamente agotado, Ático, ese es su nombre, expresa todo su rencor y su dolor. Fueconvocado por la fuerza en Tesalónica –se lamenta– mientras aún estaba bien malo.Anastasio había mandado intervenir a las fuerzas del Estado y el pobre Ático, rodeado desoldados en pleno invierno, tuvo que atravesar montes y colinas para poder reunirse en la

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capital de Ilírico. Incluso algunos de sus compañeros han muerto durante este triste viaje.Y todo este sufrimiento, ¿para qué? ¡Para firmar un acta de obediencia! Desesperado, elpobre Ático recobró fuerzas y se presentó en Roma.

León no pudo permanecer insensible a este abuso de poder y de autoridad. Escribe aAnastasio (carta 14). Le previene de una falsa interpretación acerca del comportamientoadoptado con los subalternos: «mientras que agrada a los subordinados, más paradominarles que para aconsejarles, el honor acrecienta el orgullo y lo que está pensadopara la concordia conduce al prejuicio» (1, col. 669 B). Se han pronunciado dospalabras: orgullo y concordia. Pero León se encierra en una actitud objetiva, de jurista.Reprocha a Anastasio haberse autoafirmado sin referencia alguna a Roma y sin haberoído la opinión del pastor universal (ibíd.).

Le recuerda el mismo principio de la función del vicario: «hemos confiado a tucaridad el representarnos, de modo que has sido llamado a compartir nuestra solicitud, noasumir la plenitud de nuestra autoridad» (1, col. 671). Ese poder es una delegación, unadelegación que además es personal. Cada obispo de Tesalónica debe pedir laconfirmación de su puesto y su función. Este servicio no está vinculado automáticamentea la sede episcopal de la ciudad de Tesalónica; es fruto de un poder concedidograciosamente y revocable en cualquier momento. Está confiado «por delegación nuestraa los cuidados de Tu Fraternidad» (2, col. 672 A).

La segunda parte de la carta toma la forma de una decretal, es decir, de undocumento que precisa con detalle los diferentes aspectos de las relaciones entre losobispos y metropolitanos, en particular con el vicario de Tesalónica. Se hacen necesariosnueve capítulos para precisar los derechos de los vicarios y los metropolitanos, lasexigencias canónicas impuestas a los candidatos al episcopado, el desarrollo de laselecciones episcopales, la función del vicario durante el transcurso de esta acción de laIglesia, la organización y el desarrollo de sínodos provinciales y vicariales, etc. Todo estocomporta una reglamentación precisa y detallada.

La conclusión (§ 11) es una exhortación a la concordia y una visión muy leoniana dela jerarquía en la Iglesia. Entre los obispos reina una común dignidad, lo que no excluyeque haya ciertas diferencias en el ejercicio de la autoridad. En efecto, entre los apóstolesexistía una similitud de honor y una diferencia de poder. Solo uno fue elegido y llegó aser superior de los otros. Incluso, en una misma provincia, el obispo disfruta de unacierta precedencia. Los obispos de las grandes ciudades deben asumir una solicitud másgrande. Llevan la preocupación y el cuidado de la Iglesia universal a la Sede de Pedro.Alrededor de este último se aglutina toda la cristiandad.

León termina con este axioma, que suena a advertencia: el que se ha colocado comosuperior, que ejerza la obediencia que quiere ver realizada en sus súbditos; y, si no quierellevar cargas demasiado pesadas, que no las imponga a los demás (col. 676 B).

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Las relaciones que el obispo de Roma mantiene con el Ilírico son, pues, parecidas alas que le unen con la Galia o España. Los obispos y los metropolitanos guardan yconservan sus derechos y sus competencias en materia de gestión de conflictos internos.El sucesor de Pedro no interviene más que para mantener el orden, corregir los abusos,responder a las preguntas que se le plantean y juzgar las causas que son de sucompetencia. Sin embargo, el Ilírico tiene esa característica muy particular: tener undelegado en el lugar, en la persona del obispo de Tesalónica. La autoridad de este último,sin embargo, solamente le está concedida a título personal y no está ligada a la sedeepiscopal que ocupa. León, aquí como en otros lugares, no hace más que reimplantar lajusta aplicación del derecho antiguo. Refuerza los lazos de unión y revitaliza lasrelaciones establecidas antiguamente. Sin embargo, sufre con las transgresiones realizadasa las antiguas leyes y con los abusos cometidos por cualquier injerencia.

Esta estructura piramidal en los territorios de su responsabilidad vuelve a aparecer enel comportamiento con los otros metropolitanos, como los de Alejandría y de Antioquía.

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TERCERA PARTE

LEÓN Y EL ORIENTE

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I

LA CRISIS NESTORIANA

La importancia que León concedió al Oriente viene claramente señalada en sucorrespondencia. En las aproximadamente 150 cartas que nos han llegado, al menos 114se refieren a esta parte del mundo. La sorpresa no disminuye cuando se descubre quetoda esta correspondencia ha sido redactada en una decena de años, entre el 448 y el459. Que una cantidad tan importante de documentos haya podido superar el paso de lossiglos no se puede explicar más que por el interés que tal corpus representa. Desde elprincipio, algunas obras le han parecido determinantes a los contemporáneos. Estos lashan conservado y transmitido a sus inmediatos sucesores, que las han tenido también enalta estima.

Desde el 476, apenas unos quince años después de la muerte de León, el papaSimplicio (468-483) envió al patriarca Acacio de Constantinopla (471-478) la copia de lascartas que León había enviado a los emperadores y al Concilio de Constantinopla. Todaesa documentación debía ser entregada al emperador Zenón (474-491), de modo quepudiera estar mejor informado sobre todas las controversias teológicas que dividían laIglesia y el Imperio. Y no es por casualidad que algunos años más tarde, en el 482, estemismo emperador promulgara un edicto de unión o Henotikon, que desgraciadamente notuvo el éxito esperado.

En el 540, el papa Vigilio, que acaba de ser elegido (537-555), envía al emperadorJustiniano (526-565) un conjunto de cartas escritas por León. El ordenante dice haberelegido algunos documentos que podrían resultar útiles al destinatario. Todo el mundosabe que Justiniano fue un gran legislador y que las cuestiones religiosas no escaparon asu atención.

En el 586, el papa Pelagio II (579-590) alude a una colección de cartas parecida,realizada y conservada en Roma (carta 3 a Elías y a los obispos de Istria). En estemomento, la Iglesia estaba una vez más desgarrada por los cismas y las herejíascristológicas.

Parece, pues, que existía un dossier de cartas escritas por León, que estabacuidadosamente conservado y era utilizado regularmente. Caspar ha sugerido que unmanuscrito del siglo IX, desde antaño conservado en Ratisbona, ahora en Munich (nº14540), podría ser copia de tal colección. Esta obra antigua presenta setenta y dos cartas,todas muy importantes desde el punto de vista dogmático.

Oriente, pues, fue para León fuente de grandes preocupaciones. La correspondencia

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que él mantiene entonces llega a convertirse rápidamente en una referencia para lasdiscusiones posteriores. La fuente de todas estas preocupaciones fue el nestorianismo.

Nestorio y el nestorianismo

Nestorio nació después del 381 en Germanicia, en la Siria eufratesina (actualmenteMarás, en Turquía). Parte para Antioquía, donde realizó sus estudios. Abandonó elmundo para entrar en el monasterio de Euprepios, situado cerca de esta gran ciudadportuaria. Ordenado sacerdote, se lanzó a la predicación con tal fogosidad y tal éxito, quesu fama llega incluso hasta la misma corte imperial. Teodosio II le llamó y le nombróobispo de Constantinopla en el 428. Sin embargo, el nuevo patriarca se convirtió muyrápidamente en impopular al combatir la fórmula Theotokos, es decir, el título de «Madrede Dios», aplicado María.

En efecto, Nestorio distinguía la persona de Cristo y la del Verbo. Para él, no habíamás que una simple unión o acercamiento entre esas dos personas. Era, pues, incorrectoatribuir a la dignidad del Verbo las cualidades de la humanidad de Jesús. Dios no puedenacer como un ser humano. María no puede ser la Madre de Dios. Nestorio rechazaba,pues, lo que la teología llama comunicación idiomas, es decir, la regla de lengua quepermite atribuir a la persona de Jesucristo lo que le es propio de la naturaleza divina, o dela naturaleza humana.

Esta doctrina nestoriana pone en duda el fundamento mismo de la salvación. Si DiosHijo, encarnándose, no asume completamente la naturaleza humana, el hombre no puedeser salvado en toda su realidad concreta.

La reacción fue inmediata. Un primer sínodo, reunido en Roma en agosto del 430,condenó a Nestorio. Cirilo, patriarca de Alejandría, fue el encargado de conseguir queNestorio, patriarca de Constantinopla, se retractase, es decir, renunciase a sus teoríaspersonales. Un segundo sínodo, reunido esta vez en Alejandría, renovó la condena aNestorio. Ante la cabezonería de este último, Cirilo convocó un concilio en Éfeso. El 22de junio del 431, el fogoso obispo alejandrino hizo condenar y deponer a su recalcitrantecolega. Para Nestorio, eso supuso primeramente el exilio a Petra, en Arabia, y, después,al desierto de Siria, donde desapareció.

Sin embargo, la controversia no desapareció. La querella se envenenó con másapasionamiento todavía. Toda esta violencia se explica en parte por la personalidad de losprotagonistas y por la complejidad del vocabulario en cuestión. Cirilo afirmaba que «laphysis encarnada del Verbo es única». Normalmente, con el concepto physis se designala naturaleza, pero, para el defensor de la ortodoxia, eso define principalmente lapersona. La fórmula provocó numerosos malentendidos, sobre todo cuando algunos desus discípulos tomaron la fórmula al pie de la letra, como veremos luego.

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La unión del 433

La incomprensión y la desconfianza seguían siendo grandes entre los obispos delOriente. Cualquier nuevo acontecimiento quizá podía calmar las cosas, pero era casiseguro que las iba a envenenar más. Era preciso reemplazar a Nestorio enConstantinopla. Al final, se eligió a Maximiano. Viejo sacerdote caritativo, tenía laventaja de ser conocido en Roma. Fue consagrado el 25 de octubre del 431. Y tienecomo rasgo positivo que pacificaba siempre. A su vuelta a Alejandría, Cirilo, el granvencedor del Concilio de Éfeso, creyó completar mejor las decisiones sinodales con doceanatemas. Precisaba la doctrina de la Encarnación, acentuando sus propias posiciones.Esto fue muy mal recibido por los obispos orientales de los otros patriarcados. El fuegolatente desprende ahora nuevas chispas.

Para apaciguar la situación, los obispos y el mismo emperador llamaron a un anciano,Acacio, obispo de Berea. El conciliador, investido [de autoridad] nuevamente, era yacentenario. Nacido hacia el 322, volvió hacia el 432, con 110 años. Monje venerable, fuenombrado obispo de Berea, ciudad de Siria, en el 378. Estaba lejos de ser un hombrecalmado y reservado. El recuerdo más notable que dejó de su episcopado es la inquinacon la que persiguió a Juan Crisóstomo. Al final, consigue ganar la causa: Juan fueexiliado. Muere por los caminos del exilio, muy miserablemente, el gran orador sagrado.¿El peso de los años le habría hecho apreciar la concordia y la armonía? Susintervenciones siempre consiguieron que Cirilo moderara sus expresiones. Los obispos,irritados al principio, aceptaron esta apertura. Juan de Antioquía redactó una profesión defe que llenó de satisfacción a todos.

Esta acta de unión afirmaba la identidad personal del Verbo antes de la Encarnación yde Jesucristo. El título de Theotokos, Madre de Dios, era recibido, así como la doctrinade la comunicación idiomas. Es un texto de compromiso: Cirilo ya no haría más mencióna sus anatemas. Los obispos reconocían sus ideas, pero evitaban emplear su vocabulario.La paz era frágil, pero existía, y duró tanto como los calmados protagonistas evitaron noenvenenar más las cosas.

En este contexto, un poco particular, es donde León trató con los otros patriarcas. Elmalestar se mantenía en el fondo, pero otros problemas surgían, y era precisosolucionarlos.

Alejandría

La Iglesia metropolitana de Alejandría es muy antigua y estaba muy bien organizada.Fundada por san Marcos, conoció muy rápidamente un gran crecimiento intelectual. LaEpístola de Bernabé fue redactada allí antes del 150. Allí mismo, desplegó Orígenes lasalas de su genio entre el 200 y el 230. Alejandría controlaba todo el curso del Nilo, y

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todas las comunidades cristianas estaban sometidas a la autoridad de su obispo. Es lo queAtanasio había querido expresar, hacia el 357, en la Vida de san Antonio. El eremita queagonizaba hizo llevar a su obispo «el abrigo sobre el que se acostaba» (91, 8). Con estaIglesia, orgullosa de su pasado, rica por su cultura, fuerte en su organización central, escon la que León deberá contar.

Conoció, ciertamente, a Cirilo, ese impetuoso obispo que, desde el 412 al 444, dirigióla Iglesia de Egipto. Recordemos que esta fuerte personalidad dominaba todo el Orientecristiano, hasta el punto de que capitaneó el Concilio de Éfeso del año 431, del que yahemos hablado. Allí se proclamó el dogma de la maternidad divina de María, enoposición a la herejía nestoriana.

Se nos ha conservado un fragmento de una carta escrita por Cirilo a León. Se tratade la cuestión de la fecha de la Pascua. El obispo de Roma había consultado a suhomólogo alejandrino para determinar el día de celebración para el año 444. Esta carta seconserva en el epistolario de León, entre las cartas 2 y 3 (col. 601-606). En ese punto,León reconocía la pericia de los clérigos alejandrinos. Escribió sin demora al emperadorMarciano, el 15 de junio del 453 (carta 121,1, col. 1056 A).

En el 444, muere Cirilo y Dióscoro, su sobrino y su archidiácono, es elegido comosucesor. El 21 de julio del 444, León le escribe para confirmar su nombramiento. Estacarta es un recordatorio, sin ni siquiera maquillar, del primado romano. El documentocomienza con estos términos: «esta nota paternal y fraterna debe ser bien recibida[gratissima] por Tu Santidad y debe ser acogida por ti, para que comprendas queproviene [proficisci] de nosotros» (carta 9, Prólogo, col. 624 B). El lector ya habránotado los términos de superioridad: nota, paternal, deber, bien recibida, provenir. Solouna palabra indica una cierta igualdad: fraterna.

León continúa en el mismo tono: «lo mismo que san Pedro ha recibido del Señor elprimado sobre los apóstoles, sería impío creer que el santo apóstol Marcos [.] hubieraredactado los decretos de sus propias tradiciones según reglas diferentes» (col. 625 A). Y,aun reconociendo en todo la existencia de una «tradición propia», el papa pone enguardia ante las divergencias que podrían surgir con la tradición recibida de Pedro. Yseñala la razón fundamental: «porque de la misma fuente de la gracia es de donde habrotado un único espíritu tanto para el discípulo como para el maestro, y el que esordenado no ha podido transmitir ninguna otra cosa que no haya recibido del que leordena» (ibíd.). Y concluye con esta advertencia: «nosotros no admitimos más queciertas cosas, unas instituidas por el maestro y otras por el discípulo» (ibíd.). Es difícilimaginar una afirmación más clara acerca del primado romano, sobre todo en una cartade confirmación de una elección episcopal.

Este principio no se ha llegado a afirmar fuera de un contexto conflictivo. León bienpronto le reprocha al obispo de Alejandría esta costumbre local de celebrar las

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ordenaciones entre semana. «Lo que nosotros hemos sabido conservar de nuestrospadres con el mayor cuidado, queremos que vosotros lo guardéis también, para que laordenación sacerdotal o levítica [es decir, episcopal, presbiteral y diaconal] no se celebrecualquier día» (1, col. 625 B).

Además, recomienda que, durante las grandes fiestas, si la gente congregada es tannumerosa que toda no cabe en la Iglesia, entonces, se celebre de nuevo el servicio divino,para que todos puedan participar dignamente (§ 2).

Esta última recomendación parece haber sido hecha espontáneamente, y no enrespuesta a ninguna petición de aclaración. León, informado probablemente de algunasprácticas que juzga inadecuadas, responde y da su punto de vista. Nadie puede decir paraqué acción dio estos consejos.

La fecha de la Pascua

Volvamos sobre la cuestión de la fecha de la Pascua. León, en este punto, seposiciona con la postura del clero alejandrino. No impone la del rito romano. ¿Por qué?Porque eso también lo dirime una antigua tradición eclesiástica.

Un primer principio importante fue el que determinó la actitud de obispos ycreyentes: celebrar la fiesta de la Pascua en la misma fecha manifiesta la unidad de laIglesia. Desgraciadamente, todos no tienen las mismas reglas de cálculo y eso creódificultades desde el comienzo. En el origen, los cristianos del Oriente querían mantenerla costumbre judía, el 14 del mes de Nissan, sea cual sea el día de la semana en quecayese esa fecha. En el siglo II, Ireneo de Lyon decidió intervenir y acudir a Roma paraapaciguar este conflicto. Posteriormente, el principio establecía que era preciso celebraresta fiesta después del equinoccio de primavera. Ahora bien, los alejandrinos fijaban esteequinocio el 21 de marzo, mientras que los romanos lo situaban el 14 del mismo mes.

La cuestión llegó a ser más grave una vez que el cristianismo fue tolerado, porquetodos podían circular libremente y celebrar el culto nuevo abiertamente. ¡Incluso hacíamás necesario que fuese la misma fecha! En el 314, se reunió un concilio en Arlés paratratar acerca de la restitución de algunos inmuebles cristianos robados durante laspersecuciones en África. Pero los obispos querían reglamentar otros problemas y, entreellos, figuraba el del día de la Pascua, al cual dedicaron el primero de sus decretos. Esoprueba suficientemente hasta qué punto esta cuestión era importante para ellos. «Enprimer lugar, en lo referido a la observancia de la Pascua del Señor: que sea observada entodo el mundo en el mismo día y en el mismo tiempo; y que tú [papa Silvestre] escribascartas a todos confirmando la costumbre».

Tampoco Nicea (325) podía evitar tratar esta cuestión. En el documento final, losPadres dirigieron una carta a los egipcios. Se les recomendaba seguir la costumbreoccidental: «todos los hermanos del Oriente, que anteriormente celebraban la Pascua con

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los judíos, de ahora en adelante han de ser fieles a celebrarla de acuerdo con losromanos».

Sin embargo, nada parece quedar resuelto puesto que en el 343, menos de veinteaños más tarde, el concilio de Sárdica (actualmente Sofía, en Bulgaria) decide que,durante cincuenta años, romanos y alejandrinos anunciarían, según su costumbre, el díade la fiesta de la Pascua por todas partes. En la práctica, el obispo de Alejandría fijaba lafecha y su colega romano la comunicaba a toda la cristiandad. León asumirá esta mismapolítica: se informará en Alejandría para posteriormente dar a conocer la fecha fijada, yeso lo hizo incluso en los períodos de encrespadas tensiones entre las dos sedesepiscopales.

Antioquía

La cristiandad de Antioquía es todavía más antigua que la de Alejandría, puesto queha sido citada en la misma Biblia en varias ocasiones. Allí es donde los creyentesrecibieron por primera vez el nombre de cristianos (Hch 11, 26). Ignacio, uno de susprimeros obispos, sufrió el martirio y escribió emotivas cartas hacia el año 110. A finalesdel siglo IV, Juan Crisóstomo hizo resonar su voz y su predicación encendió las almas.La controversia nestoriana complicaba las relaciones entre Roma y Antioquía.

El que se sentaba en esta sede episcopal en el Oriente abarcaba con su solicitud unterritorio que se extendía desde la actual Siria a la Península Arábiga. Chipre habíaobtenido la autonomía eclesiástica en el Concilio de Éfeso del 431. Desde ese mismosínodo, el patriarca de Jerusalén, Juvenal, había reclamado extender su jurisdicción sobrelas tres Palestinas (Cesarea, Petra y Escitópolis, actualmente Beth Shean), la Fenicialibanesa (Damas) y Arabia (Bostra). Eso le fue negado entonces, pero finalmente le fueconcedido en el Concilio de Calcedonia del 451. La sede de Antioquía perdía así la mitadde su territorio.

En el 441 moría el obispo Juan. Fue él quien había compuesto la profesión de fe quedebía servir de acta de unión en el 433, como ya hemos visto. Fue su sobrino, Domnos,el que le sucedió.

No se nos ha conservado ninguna correspondencia con Roma. Sin embargo, variosasuntos agitaron esta porción de la Iglesia. Todos concernían a prelados favorables alnestorianismo. Dado que el mismo Domnos no escondía sus simpatías por esta doctrina,varias veces fue desautorizado por el emperador Teodosio II, que unas veces condenó auno [de los obispos], y otras depuso al otro. De este modo, el conde Ireneo, ordenadoobispo de Tiro por Domnos, fue depuesto y exiliado por el emperador el 17 de febrerodel 448. Teodosio no había olvidado que este Ireneo había acompañado a Nestorio alConcilio de Éfeso para apoyarle y tomar parte en su defensa. Al destituir a este obispo, elmonarca desaprobaba públicamente al patriarca. Seguimos todavía en el 448, el obispo

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Ibas de Edesa fue acusado por cuatro de sus sacerdotes de nestorianismo. Domnosconvocó un concilio para juzgar la causa, pero dos de los acusadores van directamente aConstantinopla. El emperador instruye allí mismo el asunto sin consultar con el patriarca.Teodosio II constituye una comisión en la que queda excluido Domnos. Finalmente, en el449, Ibas firma una declaración en la que proclama la verdadera fe y promete el perdón alos sacerdotes acusadores. Todo vuelve a su sitio, pero todo fue reglamentado enausencia del patriarca.

Alejandría guardaba intacta la herencia de Cirilo. Antioquía simpatizaba con elnestorianismo. Constantinopla oscila entre uno y otro error, oscilando entre uno malo yotro peor.

La reconciliación y la muerte

La paz y el entendimiento parecían reinar en la capital. Había llegado la hora de lareconciliación. El 27 de enero del 438, las cenizas de Juan Crisóstomo eran enterradascon gran solemnidad en la iglesia de los Apóstoles en Constantinopla. La muchedumbreen masa acudía presurosa y la familia imperial también asistía. Juan Crisóstomo habíasido exiliado por la emperatriz Eudoxia. Ahora era honrado por el emperador Teodosio.El hijo celebraba al que su madre había perseguido. Este curioso cambio de rumbomanifiesta bien a las claras la voluntad de reconciliación. Todo eso podía continuarmientras que los protagonistas, ya maduros por las controversias el pasado, permanecíantodavía en el lugar. Pero la muerte se fue llevando en pocos años a todas estaspersonalidades.

En el 440, el papa Sixto III desaparecía; en el 442, Juan de Antioquía; Cirilo deAlejandría muere en el 444 y Proclo de Constantinopla se unió a sus ancestros en el 446.Sus sucesores apenas tenían la talla necesaria para asumir las pesadas responsabilidadesque se les había confiado. Es el caso de Flaviano en Constantinopla y de Domnos enAntioquía. En Alejandría, a Dióscoro le faltará altura de miras y envenenará las cosas pormera ambición personal. El genio y la brutalidad de Cirilo, su predecesor, habíanasegurado a la sede patriarcal de Egipto una influencia y un peso político sin precedentes.Dióscoro creyó poder continuar en esta línea, pero era más político que un grande deespíritu. El comienzo de su episcopado muestra toda la ambigüedad de este personaje.Su primer acto fue distribuir a los panaderos y a los vendedores de vino grandescantidades de plata acumuladas por su predecesor. Eso permitiría a estos comerciantesvender a mejor precio estos productos básicos. Resulta fácil imaginar la gran popularidadque adquirió así el nuevo prelado. Pero ¿esto era verdaderamente un gesto degenerosidad? Lo que siguió mostrará que sobre todo era un cálculo político. Dióscorodeseaba poder contar con el apoyo de su pueblo en el interior [de su patriarcado] paramejor imponer su autoridad en el exterior. Solamente León buscará el cuidado del bien

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común, pero, en este ambiente eclesiástico, hay que tener en cuenta a un personajeigualmente importante: al emperador.

La corte imperial

Teodosio II era el hijo de Arcadio, emperador desde el 395 hasta el 408, y nieto deTeodosio I el Grande, que reinó desde el 379 hasta el 395. Su poder, pues, no erausurpado, ni estaba contestado. ¡Desgraciadamente, las fronteras del Imperio se rompíanpor todas partes!

Nacido en el 401, se revistió con la púrpura imperial a la muerte de su padre. El niñono tenía más que ocho años. Antemio aseguró la regencia hasta el 414. Era un hombresabio y hábil. Cuando se retiró, era bien consciente de la debilidad del futuro emperador,la razón por la que hizo sentar a su lado a la hermana de Teodosio, la joven Pulqueria,con apenas quince años, pero dotada de unas notables cualidades. Sin embargo, ella llevóa cabo una primera maniobra ambigua: casó a su hermano, Teodosio, con la bella y sabiaAtenea, hija del filósofo Leoncio. La nueva emperatriz tomó el nombre de Eudoxia(421). Esta unión fue de todo, menos feliz. ¿Qué podría tener en común un hombresimple, débil y piadoso con una mujer dotada de buenas cualidades e intelectualmentebrillante? Las malas lenguas afirman sotto voce que la princesa Pulqueria esperaba asípoder imponer mejor su autoridad sobre el indeciso emperador.

Ella se consagrará en virginidad. Sus dos hermanas la seguirán por este austerocamino. Se hicieron rodear por un grupo de jóvenes de distinguido nacimiento. De estemodo, una comunidad religiosa vivía en el palacio.

Durante ese período, las guerras fueron desgraciadamente numerosas. En el este,contra los persas (421). En el 422, una paz de cien años fue firmada entre las dosgrandes naciones. Fue rota en el 441. En Occidente, se hizo necesario dominar a Juan,un usurpador, y, en el 425, restablecer a Valentiniano III sobre su debilitado trono. EnÁfrica, los vándalos plantaban cara a las tropas imperiales (431). En Grecia y en Tracia,del 441 al 449, Atila devastaba ciudades y pueblos. Y, además, imponía tributos cada vezmás costosos. Solamente su definitiva partida de estas regiones devastadas trajo la paz yla esperanza de la reconstrucción.

Desde el 435 al 468, juristas y hombres entendidos en Derecho emprendieron ladifícil tarea de reunir las leyes y los edictos de los emperadores precedentes. Esoconcluyó con el Código Teodosiano.

En el 443, la emperatriz Eudoxia consigue debilitar a Pulqueria. Esta última pierdetoda influencia sobre el emperador. El eunuco Crisafio, aprovechándose de su posiciónde gran chambelán, es el que se convierte en personalidad de referencia. Ahijado deEutiques, protegió las nuevas ideas en cristología. Pero los favores imperiales soncambiantes: en el 449, Teodosio hizo exiliar a Eudoxia a Palestina y volvió a llamar a

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Pulqueria. Este mismo año murió el emperador, y es Pulqueria la que accede al trono,incorporando a Marciano, un viejo senador, a la corte imperial. Volveremos a hablarsobre ello.

Incompetencia y manipulaciones, estrechez de espíritu y ambición personal, talesparecen ser los signos dominantes de esta época en la corte, en la que el enemigo sehacía fuerte en el corazón mismo del Imperio. Las mismas características marcaron lasdiscusiones teológicas, esenciales para la doctrina de la salvación.

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II

EUTIQUES Y EL MONOFISISMO

Todo comenzó de una manera aparentemente anodina. En el 448, el superior de ungran monasterio de Constantinopla escribe al papa León para alertarle que la herejíanestoriana estaba a punto de rebrotar debido a las maniobras de algunos. Este superior, oarchimandrita, no es un desconocido. Se llama Eutiques.

Eutiques

Era un hombre importante. El monasterio que dirigía en Constantinopla tenía nomenos de trescientos monjes. Su fama de santidad y de asceta le habían convertido en eljefe de filas del movimiento monástico, no solamente en la capital imperial, sino tambiénen todo el Oriente. Además, disfrutaba del favor del piadoso Teodosio. El granchambelán Crisafio era, como ya hemos señalado, el ahijado de este monje austero y unmiembro cualificado del círculo del soberano. Toda su influencia la usó para proteger ysostener a su padrino.

Eutiques, además, era un personaje inquieto. Desde las primeras controversias entorno a la herejía de Nestorio, en el 428, interviene, habla y vocifera. Incluso después delConcilio de Éfeso (431), persigue y acosa a todos los que admitan las dos naturalezas enCristo. Mantiene inmejorables relaciones con Cirilo de Alejandría. Se mantiene ligado alos anatemas pronunciados por el patriarca egipcio contra Nestorio, incluso después delacta de unión del 433. En el 448, cuenta ya con setenta años de vida monástica. La edady la oración no parecen haber atemperado esa violenta personalidad. Nestorio, en unaobra tardía de justificación, el Libro de Heráclides de Damas, presenta a Eutiques comoun hombre decepcionado al no haber podido acceder al episcopado y este fracaso lointenta compensar con una ambición más grande todavía: ser obispo de los obispos,gracias a la protección imperial. Este juicio, particularmente severo, debe ser acogido conuna cierta reserva, puesto que proviene de uno de los más encarnizados enemigos deEutiques. Sin embargo, hay que reconocer que, en todo este asunto, el monje canosoactúa como un polemista retorcido.

Defendía con entusiasmo la teología de Cirilo, más en la letra que en el espíritu. Esasí que interpretaba la célebre fórmula ciriliana: «única es la physis encarnada del Verbo»como: «única es la naturaleza encarnada del Verbo». Eutiques parece que no reconoceque la naturaleza divina, o una naturaleza que mezcla divinidad y humanidad, existe en elVerbo encarnado. Esto recordaba mucho la herejía de Apolinar de Laodicea, que, en el

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siglo IV, rechazaba un alma humana en Cristo, juzgándola incompatible con Sudivinidad. La humanidad de Jesucristo no era completa, según él. Esta herejía recibe elnombre de monofisismo. Las teorías de Eutiques parecían estar muy próximas a esteerror.

Teodoreto de Ciro reacciona

La virulencia de sus propósitos y el extremismo de sus posiciones cristológicas habíanmolestado a más de uno. Teodoreto, obispo de Ciro, en la Siria eufratesina, compuso enel 447 un tratado llamado El Eranistés (en griego, «el mendigo»). Tampoco este es undesconocido. Pasa por ser el principal teólogo y exegeta antioqueno del siglo V. Obispodesde el 423, se había enfrentado a Cirilo de Alejandría durante el asunto nestoriano y sehabía erigido como el defensor de la teología de Antioquía. No tiene nada de extraño,pues, que él reaccione contra Eutiques. Su tratado se presenta como un diálogo entre unortodoxo y un monofisita, es decir, un teólogo que pretende que no haya más que unasola naturaleza en el Cristo encarnado. Aunque su nombre no sea mencionado, loslectores han comprendido rápidamente que el objetivo era Eutiques. El emperador se dacuenta y prohíbe a Teodoreto salir de la ciudad de Ciro.

Esta primera intervención imperial irá seguida de otras, todas en el mismo sentido:condenar a los nestorianos y proteger a Eutiques. Un edicto del 16 de febrero del 448ordena quemar los escritos de Nestorio y, para que sirva de ejemplo, depone a Ireneo, elnuevo obispo de Tiro. Ya hemos hablado de él: Ireneo había apoyado a Nestorio en elConcilio de Éfeso. Ibas, obispo de Edesa, igualmente se muestra preocupado; ya habíadestacado por sus críticas contra los anatemas de Cirilo.

Durante este tiempo, las relaciones entre Alejandría y Antioquía se envenenaron.Dióscoro escribe a Domnos para criticar la situación de la Iglesia de Tiro y para alertarlede los sospechosos discursos de Teodoreto en Antioquía. Este último se queja a Flavianodel orgullo que manifiesta el patriarca de Alejandría, que llega a despreciar la sede deAntioquía. Este poco amable intercambio de cartas se conserva en la versión siriaca de lasegunda sesión del Latrocinio de Éfeso del 449. La situación está crispada y tensa. Enmedio de esta degradación de las relaciones entre los patriarcas es cuando Eutiquesquiere que intervenga Roma contra lo que él denuncia como el renacimiento delnestorianismo.

En su respuesta, León permanece prudente. Alaba el celo de Eutiques por la justadoctrina de la fe, pero no quiere tomar partido hasta que tenga informaciones másamplias. «Cuando hayamos podido conocer más plenamente el tema de esta audacia, noshabremos de intervenir, con la ayuda de Dios» (carta 20, col. 713 B). En Roma, la curiano sabe nada de esta nueva agitación.

En Constantinopla, Flaviano se ve superado. El 9 de septiembre del 448, Ireneo es

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sustituido en la sede de Tiro por Focio, un partidario de Dióscoro. El 26 de octubre del448, el emperador instituye una comisión de investigación sobre Ibas de Edesa, de la quees excluido el patriarca de Constantinopla.

Eutiques es condenado en Constantinopla (448)

Todo se precipita cuando Eusebio de Dorilea (Frigia, en la actual Turquía) se queja aFlaviano de Eutiques. Él tampoco es un desconocido. Ya, en el 428, se enfrentó aNestorio, aunque no era clérigo en ese momento. Si interviene ahora, no es porque estéaliado con una u otra facción, sino por iniciativa personal, generosa, pero a la vez pesada.Un sínodo está convocado en Constantinopla a partir del 8 de noviembre del 448.Cuando transcurre la segunda sesión, el día 12, Flaviano proclama su fe con una fórmulapróxima a la de la unión del 433: la encarnación realiza la unión de dos naturalezas enuna hipóstasis o persona. Esta actitud traduce bien la política del patriarca deConstantinopla: Flaviano no ha deseado ni desea intervenir en las controversias entreAlejandría y Antioquía. Él quiere respetar la fórmula de compromiso del 433. Sinembargo, deberá tomar postura a pesar de la hostilidad circundante.

Por tres veces, Eutiques fue invitado a asistir al concilio. Pero, cada vez, el monjebusca una excusa. Unas veces, es su voto de clausura monástica el que le retiene en suabadía; otras, es su estado de salud. Finalmente, el 22 de noviembre, durante la séptimasesión, Eutiques se dignó aparecer, pero no estaba solo. Lo acompaña el patricioFlorencio. Lleva una carta del emperador que lo acredita como representante deTeodosio durante las discusiones. Ante esta asamblea, Eutiques proclama [que Cristo]tenía dos naturalezas antes de su unión en la encarnación, y que, posteriormente, notiene más que una, la del Logos encarnado. El resultado no se hace esperar: Eutiques escondenado y excomulgado.

Lejos de arrepentirse, el monje lanza una amplia campaña epistolar. Escribe alemperador. Como respuesta, Teodosio enviará una carta a Dióscoro de Alejandría; es, almenos, lo que afirma Nestorio, en su Libro de Heráclides. Eutiques escribe a León,adjuntando una carta personal del emperador al obispo de Roma. Cuando se dirige aLeón, el condenado en Constantinopla le hace un relato personal del proceso (carta 21).Vuelve a insistir en que el sínodo no le ha dejado la posibilidad de explicarse. Eutiquesllega incluso hasta escribir a Pedro Crisólogo, patriarca de Rávena (carta 25, febrero del449). La acogida tiene de todo, menos calidez. El brillante orador italiano se queja de losnefastos efectos de las controversias de la Iglesia. Recomienda creer con respecto a laEncarnación, sin querer explicar demasiado este misterio. Exhorta a Eutiques a dar unaprueba de obediencia y de sumisión a los escritos que vienen de Roma, «puesto que essan Pedro el que vive y preside en su sede» (carta 25, 2, col. 743 A). Él mismo, afirmasustancialmente, por amor a la paz y a la verdadera fe, no quiere discutir cuestiones

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relativas a la fe, sin el beneplácito del obispo de Roma (ibíd.).En este mismo mes de febrero del 449, el día 18 más exactamente, León escribe al

emperador Teodosio informándole sobre todo este asunto (carta 24). Primeramentealaba al monarca por el celo que despliega en la salvaguardia del Imperio y de la fe. Selamenta por el hecho de que Flaviano no le tenga informado de esta controversia.Reconoce que no encuentra nada reprensible en la profesión de fe escrita por Eutiques:se hace necesario señalar que el recalcitrante monje se había declarado partidario delCredo de Nicea. León no conocía de este litigio más que lo que Eutiques le ha escrito.No sabe nada de las maniobras emprendidas por este último contra los otros patriarcas.El papa no quiere cerrar este asunto más que después de haber recibido el visto bueno deFlaviano.

Aquí está la razón por la que le escribe el mismo 18 de febrero del 449 (carta 23).No esconde su enfado: «nos extrañamos de que Tu Fraternidad haya podido callar lo quesea de este escándalo y que no nos hayas enviado más que un mero informe que nosinstruye someramente, por temor a que pudiéramos vivir con incertidumbre lo que serefiere al crédito que hay que conceder a estos acontecimientos» (1, col. 731 B). Ellector habrá notado lo diplomático, pero también lo firme del «nos extrañamos». El papale señala así que este asunto también es responsabilidad suya y que tiene que estarinformado.

En esa misma época, León recibe de Flaviano las informaciones deseadas (carta 22).Quizá se hayan cruzado las dos cartas. El patriarca de Constantinopla no envía unarelación objetiva del desarrollo de la crisis. Presenta más bien una evocación dramática:«puesto que uno de los que están bajo mi jurisdicción, un clérigo, se ha levantado, y yono he podido salvarle, ni arrancárselo al lobo» (1, col. 723 A). Sin embargo, sí precisaque Eutiques recupera las viejas herejías de Valentín y de Apolinar. El primero de losherejes era gnóstico; hacia el año 150, pretendía defender que Dios era un puro espíritu yque no podía tomar carne. El segundo, en el siglo IV, negaba la plena humanidad deCristo, en particular la existencia de un alma humana en Él. Flaviano añadió a su carta lasactas del sínodo de Constantinopla, que ya había condenado a Eutiques.

En marzo del 449, Flaviano parece desesperado. Escribe de nuevo a León (carta 26).El asunto toma una deriva tal que se convierte en una amenaza para Constantinopla. Elemperador mantiene intacto su odio contra su patriarca. Él prefiere mantenerse retirado,pero ve con buenos ojos cómo el partido de Eutiques y, sobre todo, Dióscoro maquinanpara conseguir la organización de un sínodo. Flaviano suplica: «estoy conmocionado,muy santo Padre, por todo lo que ha maquinado [Eutiques], y por todo lo que ha hechoy hará contra nosotros y contra la santa Iglesia» (3, col. 750 C). Escribe incluso unaspalabras proféticas: «la herejía que [Eutiques] resucita y los problemas que aparecen porcausa de esta serán destruidos fácilmente, con la ayuda de Dios, por vuestras santas

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cartas» (3, col. 751 A).

La convocatoria del Concilio de Éfeso

Ya es demasiado tarde. Los partidarios de Eutiques tienen la causa ganada. El 30 demarzo del 449, el emperador Teodosio ordena a Dióscoro de Alejandría acudir a Éfeso el1 de agosto con diez metropolitanos y diez obispos de Egipto. Es probable que esta ordenfuese dirigida igualmente a los demás patriarcas. El mismo León está invitado a asistir aeste sínodo. La ciudad de Éfeso, ciertamente, ha sido elegida en recuerdo del conciliocelebrado en el mismo lugar en el 431. Dirigido por Cirilo, predecesor de Dióscoro, esaasamblea había condenado a Nestorio. Ahora era preciso rehabilitar a uno de los másardientes opositores del antiguo hereje. El nuevo concilio se mantendría, pues, en latradición de la condena del nestorianismo.

León recibe, por fin, las actas relativas a la condena de Eutiques. El 21 de mayo,escribe brevemente a Flaviano para darle las gracias (carta 27). Una primera lectura deestos documentos ha bastado para convencerle del error justamente denunciado. Para él,un nuevo concilio es inútil, pero, dado que el emperador lo reclama, confirma el envío delegados suyos a Éfeso. Serán Juliano de Puteoli (actualmente Puzzuoli, cerca deNápoles), el sacerdote Renato y el diácono Hilario, que más tarde sucederá en la sedepontificia a León (carta 29, del 13 de junio del 449). Para que quede bien claro que noduda de la culpabilidad de Eutiques, el obispo de Roma precisa que recibirá conbenevolencia su conversión. Por último, añade que enviará dentro de poco una carta aFlaviano que recogerá la verdadera doctrina en este asunto (ibíd.).

Este mismo 13 de junio del 449, León lanza una amplia campaña epistolar. Escribedos cartas a la emperatriz Pulqueria, hermana de Teodosio. En la primera (carta 30),afirma que atacar la verdad de la carne en Cristo es atentar contra la totalidad de la fe.Pero también añade que, «allí donde [Eutiques] merece la condena, allí mismo obtengala indulgencia» (2, col. 789 A). En la segunda carta, pide el apoyo de la emperatriz en sulucha contra Eutiques. Le recuerda que la nueva herejía zarandea la fe de los apóstoles.Y, finalmente, le indica el dossier dogmático que ha enviado a Flaviano. Siempre con lamisma fecha, envió una carta a Fausto, Martín y a los demás archimandritas deConstantinopla (carta 32). Después de haber condenado la doctrina de Eutiques, lesexhorta a dar pruebas de misericordia si el culpable reconocía su error. Aquí también,anuncia su Tomo a Flaviano. El concilio tiene derecho a una carta de parte del papa.Explica aquí la famosa confesión de Cesarea: «Tú eres el Hijo de Dios vivo» (Mt 16,16). León la interpreta de la manera siguiente: «Tú eres verdaderamente hijo del hombre,y tú eres verdaderamente hijo de Dios vivo; tú, verdadero en la divinidad, verdadero enla carne, y formando un todo, dejando a salvo la propiedad de las dos naturalezas» (1,col. 797 B). El papa exige del hereje una plena y pública retractación, oral y por escrito.

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Aquí también anuncia su carta dogmática a Flaviano. Por último, envía dos cartas aJuliano, obispo de Cos (o Kios), en Bitinia (actualmente en el noroeste de Turquía). Esteúltimo era un cercano y fiel colaborador de León. El papa le apreciaba por elconocimiento que tenía de los asuntos orientales y por el celo por la fe católica. Leenviará como legado al Concilio de Calcedonia del 451. Le pedirá recopilar las actas deeste sínodo y traducirlas al latín, igual que le confiará la traducción al griego del Tomo aFlaviano. Se nos han conservado veinte cartas escritas por León a Juliano, lo que pruebasu estrecha colaboración. La primera carta del 13 de junio el 449, León le manifiesta sudolor al ver cómo Eutiques ha abandonado voluntariamente la unidad de la fe y le remitea su escrito, enviado a Flaviano (carta 34). En la segunda, le recuerda que el alma deCristo no ha existido antes que el cuerpo y que el cuerpo de Cristo no ha sido creado dela nada, sino que su alma y su cuerpo son de la misma naturaleza que los nuestros (carta35).

De toda esta actividad epistolar, recordamos que a cada uno envía la lista de suslegados al Concilio de Éfeso para mejorar acreditarlos. Por lo demás, no le queda másque exhortar a la misericordia, si es que Eutiques renuncia a sus errores cristológicos.Finalmente, le anuncia su próximo Tomo a Flaviano, con el fin de darle la más ampliadifusión posible.

El «Tomo a Flaviano»

Lo que todavía hoy impresiona al lector es la seguridad con la que León anuncia laaparición de su tratado dogmático. Está seguro de que eso resolverá los problemas yapaciguará los conflictos. No es orgullo. Es tener la certeza de que puede aportar a estedebate el resumen de la fe comúnmente admitida. De hecho, el Tomo a Flaviano noaporta ninguna novedad ni presenta ninguna originalidad. Recupera de maneraestructurada la cristología occidental. Lejos de querer definir los conceptos de naturalezay de persona, o incluso de querer precisar las relaciones entre la divinidad y la humanidaden Jesucristo, León presenta la Encarnación como una realidad de la que no se puededudar e ilustra sus deseos con los hechos relatados en la Escritura. Él zanja, sin resolver,las cuestiones. Esto no es una nueva definición proclamada ex cathedra, sino unaexposición de la fe que es, de hecho, la fe de la Iglesia. León tiene la pretensión de hacerde su Tomo a Flaviano el tratado de referencia para las discusiones posteriores. Y lahistoria le dará la razón.

Desde el principio, reprocha a Eutiques tener visiones impías y no ceder ante los mássabios y más doctos que él; en resumen, le echa en cara que se fía solamente de supropio sentimiento. Llega incluso hasta a ironizar: «en efecto, ¿qué conocimiento haadquirido de las páginas sagradas de Nuevo y del Antiguo Testamento, este hombre queni siquiera conoce los rudimentos del símbolo?» (Carta 28, col. 757 A).

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En efecto, la base de todo el tratado está formada por la Escritura y el Símboloprofesado por todas partes. Precisa los puntos en discusión: creer en Dios Padretodopoderoso y en Jesucristo su único Hijo, nuestro Señor, que ha nacido del EspírituSanto y de la Virgen María. Y añade este principio: el nacimiento terreno no ha quitadonada, ni ha añadido nada al nacimiento divino y eterno. Recuerda la perspectivasoteriológica: la Encarnación tenía como objetivo vencer la muerte y destruir al diablo.

Viene a continuación una descripción del nacimiento de Jesús. «La fecundidad de laVirgen es un don del Espíritu Santo, pero un cuerpo real ha sido tomado de su cuerpo»(col. 763 A). Insiste en la salvaguarda de las propiedades de cada una de las naturalezas,unidas en una única persona. Así es como aparece esta extraña paradoja: Jesucristo escapaz de morir, en tanto que hombre, e incapaz de morir, en tanto que Dios. Lanaturaleza humana en la que se ha encarnado es la condición en la cual el Creador nos haestablecido desde el comienzo: sin falta, pero sin debilidad. León recuerda que laEncarnación es fruto de la condescendencia de la misericordia divina, no la consecuenciade cualquier deficiencia de su poder. A continuación argumenta con diversos relatos delNacimiento y del bautismo de Jesús.

El autor pontificio prosigue evocando la vida terrestre de Jesús. Habituado a lasfórmulas lapidarias, escribe: «El que es verdadero Dios, él mismo, es verdadero hombre»(col. 767 A). Y desarrolla esta idea. «Una y otra forma cumplen su tarea propia en lacomunión de una con la otra, el Verbo operando lo que es propio del Verbo, la carneobrando lo que es propio de la carne» (col. 767 B). Ilustra esta afirmación con unejemplo: «una de las dos naturalezas resplandece por los milagros, la otra sucumbe a losultrajes» (ibíd.). Y va argumentando con diversos relatos de milagros obrados por elHombre-Dios.

Finalmente, anota algunas reflexiones relativas a la resurrección. Con estas completala aplicación del principio de la comunicación idiomas: «se lee, a la vez, que el Hijo delhombre ha bajado del cielo y que el Hijo de Dios ha sido crucificado y sepultado» (col.771 A). Todo creyente puede, pues, aplicar a la persona de Jesucristo tanto lo que espropio de la naturaleza divina como de la naturaleza humana. Esto no es puraespeculación filosófica. «Él mismo es el Hijo de Dios y Cristo: admitir lo uno sin lo otroes inútil para la salvación» (col. 773 A).

León va aplicando todo lo aquí expuesto a la controversia en curso. Reprocha aEutiques no percatarse que negar la verdadera carne es negar la pasión corporal y, portanto, la obra de la salvación. Y vuelve a retomar la tesis fundamental de su contrincante,según la cual, antes de la unión, había dos naturalezas, pero, después de esta, no haymás que una.

Y pronunció a modo de sentencia: que Eutiques condene de viva voz, y suscribiendola presente carta, todo lo que ha pensado equivocadamente. Reitera su ofrecimiento de

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perdón: «que la justicia persiga a los pecadores, pero que la misericordia no rechace a losconvertidos» (col. 779 B).

León afirma, pues, la doble consustancialidad de Jesucristo con Dios y con loshombres. Y en la Encarnación ve un doble movimiento de acercamiento: Dios se havolcado hacia lo humano y el hombre ha sido elevado a una vida de unión personal conDios.

Una de las más grandes cualidades de este documento es la simplicidad de lengua.Después de los sutiles tratados de los autores griegos y de sus discusiones ricas en unvocabulario matizado, el lector tiene asegurado poder leer y comprender desde elprincipio una exposición clara sobre un tema difícil. Los pasajes bíblicos sirven más deilustraciones que de puntos de partida para las nuevas teorías. El sínodo de Milán en el451 celebrará esta simplicidad de lenguaje. «Es evidente que [la carta de León aFlaviano] brilla por la plena simplicidad de la fe, por las afirmaciones de los profetas, laautoridad de los Evangelios y el testimonio de la doctrina apostólica… resplandece comoun rayo de luz y como el esplendor de la verdad» (carta 97, 2, col. 946 B).

A continuación, León añadirá a este documento un conjunto de textos patrísticos parareforzar sus afirmaciones. Este florilegio conocerá dos versiones. La primera fue enviadaa Constantinopla en el 450 con el Tomo a Flaviano. El texto estaba redactado en griego ycomprendía extractos de Padres latinos (Hilario, Ambrosio y Agustín) y griegos (Gregoriode Nacianzo, Juan Crisóstomo y Cirilo de Alejandría). Una segunda versión más largafue redactada en el 458. Añadía a Basilio de Cesarea, a Atanasio y a Teófilo deAlejandría. La traducción latina de esta segunda versión había aportado algunos cambiosen el orden y la extensión de los textos citados. El hecho es que, frente a las Iglesiasorientales, León ha sentido la necesidad de reforzar sus posiciones [cristológicas] con eltestimonio de Padres reconocidos, fuera de toda sospecha.

Naturalmente, la cuestión que se nos plantea es saber qué autores han podido ejerceruna influencia directa sobre el pensamiento de León. Recordemos una vez más que elobispo de Roma no innova nada en su Tomo a Flaviano. Resume la doctrina conocidahabitualmente en Occidente. Una fórmula, como «una persona en Cristo»,automáticamente nos hace pensar en Agustín. El obispo de Hipona ya había pulido estaexpresión en el marco de la controversia contra los arrianos, que negaban la divinidad deCristo. Los dos prelados teólogos tienen en común considerar a la persona, en la que seunen las dos naturalezas, como resultado de esta unión.

Otra influencia más directa sería la de Próspero de Aquitania. Ya hemos hablado deél en la primera parte. Simplemente recordemos que este monje de Marsella polemizóprimeramente contra Casiano y Vicente de Lérins, por el rechazo que ellos ofrecían a lateoría agustiniana de la gracia. Desde el año 440, se convertirá en un cercanocolaborador del papa León. Los historiadores piensan que el obispo de Roma había

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pedido a su secretario, más concretamente para el Tomo, preparar un borrador a partirde sus sermones. Próspero, pues, habría copiado algunos pasajes íntegramente, y otroslos habría resumido. La única modificación constante que habría aportado sería la desuprimir el concepto de «sustancia». El fiel compilador habría compuesto también unaintroducción y una conclusión más personales. León habría aceptado este primerborrador con el consabido cambio de vocabulario. Sin embargo, habría realizado algunoscambios de estilo para mejorar su lectura en público. El Tomo es, pues, de principio afin, obra de León. Un documento tan importante no podía ser producto de un secretario.El papa debía estar en el origen de la redacción de este tratado llamado a convertirse enuna referencia dogmática.

Esta admirable síntesis teológica que es el Tomo a Flaviano no tendrá ningunautilidad en lo inmediato de su publicación. Las ambiciones personales y el orgulloparticular triunfaron sobre la honestidad intelectual y el rigor teológico de un gran hombrecomo León.

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III

EL LATROCINIO DE ÉFESO

Los acontecimientos se precipitaron y las diferencias de puntos de vista entre el papay el emperador aumentan, en lo que se refiere a la utilidad y organización del concilio. El20 de junio del 449, León escribe a Teodosio, primeramente, para excusarse de no poderalejarse de la ciudad de Roma; después, para decirle que la cuestión de la fe cristológicaestá muy clara, y que sería más razonable renunciar a la convocatoria de un concilio(carta 37, col. 812 A). Concluye recordando que se trata de un asunto sobre el que no sepuede ni se debe tener la menor duda (ibíd.). Para el hombre de Iglesia, la condena deEutiques y de sus teorías está ampliamente justificada, y no merece ninguna discusión.Pero el jefe del Estado tiene otra manera de pensar en este asunto.

El hecho es que el emperador está dominado por el eunuco Crisafio, su chambelán,completamente sometido a Eutiques. Mientras que el papa desea ver al herejecondenado, el emperador trabaja por rehabilitar al archimandrita. Para eso, nombra doscomisarios importantes: el comes Elpidio y el notario Eulogio. Estos altos funcionariospresionarán con todas sus fuerzas sobre la asamblea en el transcurso de las discusiones.Es verdad que no han venido solos. Una curtida guardia armada les acompaña. Algunosobispos tampoco han venido solos. Una multitud de monjes rodean a los patriarcas deConstantinopla, de Antioquía y de Siria. Entre ellos, los tristemente célebres parabolanide Egipto. Al principio, estos hombres estaban consagrados al servicio de los enfermos,pero rápidamente formaron una guardia cercana al emperador, tan armados y vigorososcomo faltos de mansedumbre en los altercados.

En total, ciento treinta obispos se reunieron en Éfeso el 8 de agosto del 449.

El desarrollo

El destino se ceba contra la delegación romana. Durante la travesía del Mediterráneo,el sacerdote Renato muere en Delos. Este inesperado suceso tendrá un doble perjuicio.Este hombre tan desafortunado era el mejor conocedor del dossier del papa León.Además, su desaparición plantea un problema de procedimiento. El obispo Juliano dePuteoli queda a la cabeza de la representación romana e Hilario no puede asumir lapresidencia del concilio porque no es más que un diácono. Ciertamente, hace falta unobispo para dirigir los debates. El camino queda libre para las maniobras de Dióscoro deAlejandría, apoyado por las armas de Teodosio.

Se nombra, pues, al patriarca egipcio presidente del concilio sin ninguna dificultad.

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Inmediatamente procede a dar lectura de las cartas imperiales. Eso hace que Juliano eHilario pidan que la carta del papa se lea también ahora. Esta (carta 33) exhorta a laasamblea a fundamentar la fe en la Encarnación sobre la confesión de Pedro. Fiel a símismo, León asocia la verdad de la fe al primado romano. La proposición se verechazada bajo el falaz pretexto de que otras cartas imperiales tienen que ser leídastodavía. Dióscoro y los legados imperiales asumen firmemente el control de los debates.Los representantes romanos quedan prácticamente reducidos al silencio.

Dióscoro hace leer las actas del Concilio de Constantinopla que, en el 448, habíacondenado a Eutiques. Sube la tensión. Gritos y voces hostiles reciben el pasaje quenarra la valerosa denuncia que realizó Eusebio de Dorilea contra los errores de Eutiques.En este clima agitado y apasionado es cuando Dióscoro obliga a votar el rechazo de ladoctrina de las dos naturalezas. En medio de este desaforado entusiasmo que sacude elconcilio, hace aprobar además la rehabilitación de Eutiques. A Juliano e Hilario se lesdeja de lado. No comprenden nada de lo que se está tramando: no conocen el griego. Sinembargo, se sorprenden de algunas cosas. Cuando Flaviano y Eusebio son condenadospor la exaltada asamblea, Hilario se levanta y grita: «Contradicitur» (Mansi 6, 907 D).No hay nada que hacer. A Flaviano y Eusebio se les condena al exilio. Es en esemomento cuando, en el colmo de la infamia, los soldados y los monjes armadosirrumpen en el aula y fuerzan a los recalcitrantes a firmar la condena de Flaviano. Enmedio de este indescriptible altercado, Hilario consigue escapar, mientras que a Flavianose le golpea fuertemente. La misma violencia de los medios empleados juzga por símisma la valía de las decisiones impuestas.

Ya en la misma tarde del 8 de agosto, Dióscoro envía una carta triunfal al emperador.Dos semanas más tarde, remataba su obra: el 22 de agosto, durante la segunda sesión delconcilio, consigue deponer a los obispos hostiles a Eutiques. Entre ellos figuran Ibas deEdesa, Teodoreto de Ciro y Domnos de Antioquía, aunque este último haya aprobado lacondena de Flaviano y Eusebio (Mansi 6, 910 B).

Los obispos injustamente condenados acuden a Roma

Completamente destrozado, León recibe a Hilario, que había conseguido escapar.Debió de llegar el 22 de septiembre, poco antes de la fecha del aniversario de la elecciónepiscopal de León. Esta celebración daba lugar a una reunión de los obispos situadosbajo la jurisdicción inmediata del patriarca de Occidente. El desdichado legado, ante estaasombrada asamblea, cuenta las violencias sufridas y la afrenta infligida a la fe. «Enefecto, supimos, y no de un enviado sospechoso, sino de un narrador muy fiel, las cosasque han pasado; Hilario, nuestro diácono, con dificultad, pudo huir, para así no tener quefirmar a la fuerza, y contarlo, mientras que numerosos obispos estaban reunidos en unsínodo [en Roma]» (carta 44, col. 827 B).

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El desafortunado diácono trae con él una carta de Flaviano. Este precioso documentoha sido descubierto a finales del siglo XIX. Theodor Mommsen lo público en 1886 en larevista Neues Archiv de Hanovre (t. XI). En él, Flaviano grita su desesperación: «ahoratodo está alterado: se han anulado las ordenaciones episcopales, lo que concierne a la feestá perdido, las almas piadosas están retenidas por el cisma, ya no se habla de la fe delos Padres, sino que esta ahora nos llega de la mano de Dióscoro, obispo de Alejandría»(p. 362, 1. 8-12). Flaviano cree que puede explicar toda esta revuelta por la envidia:«desde el día en que fui ordenado obispo, me agita con una violencia repleta deimplacables poderes diabólicos, y eso sin razón» (ibíd., 1. 26-28). Describe losaltercados cometidos durante el Concilio de Éfeso, sobre todo cuando se apeló a Roma:«cuando yo me dirigí al trono de la Sede apostólica de Pedro, el príncipe de losapóstoles, y reclamé un sínodo universal bajo Vuestra santa Autoridad, de inmediato, unamultitud armada me rodeó y se opuso a que yo me volviera hacia el santo altar, comoquería» (p. 364, 1. 83-86). Refugiado en una de las estancias de la iglesia, me escondí desu vista. Por último, suplica al papa «ofrecer una regla que Dios inspirará a vuestroespíritu, para que la fe sea predicada por todas partes de la misma forma, fijadaconjuntamente por un sínodo tanto occidental como oriental» (ibíd., 1. 106-108). Sonsus últimos escritos. Llevado al exilio, Flaviano morirá en el camino, rodeado de losmalos tratos y desprecios. Esta última apelación consagra aún más el reconocimientoimplícito del primado romano. ¿Qué cosa sorprende más que el patriarca deConstantinopla, de la nueva Roma, haya recurrido al obispo de la antigua capital ahoradevastada? Todo ese orgullo pacientemente acumulado e impuesto a todo el Imperio seve obligado a mendigar la ayuda de un prelado abandonado. En este desastre, todos «loscondenados» se vuelven hacia León.

Mommsen ha publicado la carta de Eusebio de Dorilea, junto con la de Flaviano. Elobispo depuesto se queja, justamente, de haber sido condenado sin haber sidoescuchado. Ni siquiera fue autorizado a entrar en el aula del concilio. Por el contrario,fue retenido en un lugar escondido y oscuro, donde nadie pudo consolarle en medio delos duros castigos impuestos por Dióscoro (p. 366, 1, 75-79).

Teodoreto de Ciro, igualmente, apeló. Pero lo hace con un estilo ampuloso.Primeramente exalta el celo desplegado por León en su combate contra los maniqueos. Acontinuación, alaba la magistral obra que es el Tomo a Flaviano. Y, finalmente, se quejade que, aunque estuvo ausente durante los debates, también fue condenado y depuesto.Desde hace veintiséis años sirve a su diócesis y defiende la fe. Incluso invita al papa ajuzgar su doctrina a partir de sus escritos (carta 52).

El prestigio de León no se debilita en Occidente. Su Tomo a Flaviano recoge laaprobación de Ravenio de Arlés (carta 67, de mayo del 450), de los obispos galos (carta68, de mayo del 450), de Eusebio de Milán y de sus obispos (carta 97, de agosto-

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septiembre del 451) y del gran sínodo galo (carta 99, de diciembre del 451).Sin embargo, León no quiere zanjar por sí mismo la cuestión. Respeta las leyes

eclesiásticas vigentes en el Imperio. Un sínodo tendrá que decidir.¡Mala suerte! Las informaciones no llegan. Por dos veces León escribe a Flaviano;

una primera vez, para exhortarle a guardar la verdadera fe, explicada en las cartaspontificias anteriores (carta 38, del 23 julio del 449); la segunda vez, para lamentar de nohaber tenido noticias suyas: «tu silencio aumenta nuestra solicitud, puesto que, al día dehoy, no he recibido ningún escrito de Tu Caridad» (carta 39, col. 813 C, del 11 deagosto del 449). El desdichado destinatario de estas cartas está sufriendo por los caminosdel exilio, que rápidamente le conducirán hacia la patria eterna.

Atila y Ravenio, amenazas exteriores e interiores

En Occidente, surgen nuevas fuentes de problemas. Primeramente está el obispo deArlés con sus pretensiones de ser el patriarca en la Galia. La fe está amenazada, la Iglesiadesgarrada, Oriente y Occidente se oponen no solamente por la supremacía política, sino–lo que es más grave todavía– por la doctrina de la salvación. Y, durante este tiempo, unprelado «menor» se dirige a una tierra dominada por los visigodos, los burgundios y losfrancos. Eleva su tono amenazante para así defender mejor sus pretendidos derechos yprivilegios.

Como ya hemos visto, el verano del 449, León lo consagrará a este asunto. Enagosto, el papa escribe a los obispos de la provincia de Arlés: primeramente, secongratula de la buena y pacífica elección de Ravenio; espera que el nuevo obispocorresponderá a la buena opinión que tiene de él (carta 40). En la misma época, escribeal afortunado candidato para felicitarle; sin embargo, le recomienda practicar las virtudesepiscopales y escribirle a menudo (carta 41 a Ravenio). Con otra carta le pone enguardia contra Petroniano, un charlatán, pretendidamente clérigo, que anda rondando ensu región (carta 42).

Y, más grave todavía, las huestes bárbaras presionan sobre los pueblos germánicos y,habiéndoles derrotado, avanzan hacia los Balcanes por el este y hacia sur de la Galia porel oeste. Italia tampoco se verá libre. Son los hunos. Es Atila.

En el 448 finalizaba el pacto de amistad entre Aecio, general romano, y Atila. Esteúltimo había recibido a Eudoxio, jefe fugitivo de los bagaudas, campesinos de la Galiaromana que, arruinados por las continuas guerras, frecuentemente se habían levantado enrebelión y finalmente fueron aplastados. Eudoxio, que conocía bien la situación militar enla Galia, no tarda en darse cuenta de las grandes debilidades estructurales del ejércitoromano en esta región. Además, los francos ripuarios son derrotados por una guerra desucesión. Por último, Genserico, rey vándalo en África del Norte, desea la ayuda de loshunos, para apoderarse por la espalda de los visigodos en España.

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A todo esto hay que añadir una historia rocambolesca de amor político que resultademasiado larga para poder desarrollarla aquí. Quedémonos simplemente con que, en elaño 449, Justa Grata Honoria, hermana del emperador Valentiniano III, acude a Atilapara que la libre de la corte imperial. ¡Incluso declara que está dispuesta a casarse!Demasiado ingenuo, el salvaje guerrero la pide oficialmente en matrimonio y exige comodote la mitad de los Estados de Valentiniano. Este lo rechaza. En Constantinopla,Marciano aprovecha para dejar de pagar el tributo anual que debía ofrecer a los hunos.Sube la tensión. La guerra resulta inevitable.

Durante todo este tiempo, durante el invierno del 450-451, una terrible hambrunadiezma toda Italia. Muchos padres se ven obligados a vender a sus propios hijos comoesclavos para intentar sobrevivir hasta las próximas cosechas.

En el 451, Atila avanza con una pequeña parte de sus tropas hacia los Balcanes,incursión que será rechazada fácilmente por Marciano en septiembre del 451. Pero noera más que «una diversión». El grueso mayor del ejército de los hunos atraviesa el Rin,al que se suman varias tribus germánicas, entre ellos, buen número de francos ripuarios.El 7 de abril del 451, Metz arde en llamas. Atila se olvida de París y su región. Él quieredirigirse hacia el sur. Orleans, punto de paso obligado sobre el Loira, está asediada.

Al tomar conciencia del peligro que representan los hunos para la salvaguarda de supropio reino, Teodorico se alía con Aecio e incorpora también el refuerzo de soldadosvisigodos. Orleans es liberada en junio del 541. Desde su repliegue en Champagne, Atilase ve forzado a librar la gran Batalla de los Campos Catalaúnicos contra la nuevacoalición formada recientemente. Las pérdidas son enormes, de una y otra parte.Teodorico, rey de los visigodos, muere en combate. Turismundo, su hijo, le sucede muypronto. Atila, más extenuado que derrotado, se retira al otro lado del Rin y, agazapado enGermania, espera al año siguiente para devastar Italia. Es ese momento cuando tienelugar, en el 452, la célebre embajada de León con el gran jefe de los hunos. De eso yahemos hablado. Todo el mundo conoce el final de esa aventura. Atila muere brutalmenteen el 453. Turismundo, rey de los visigodos, es asesinado por sus hermanos, mientrasque intentaba conquistar la ciudad de Arlés.

León apela a «la necesidad de tiempo». Varias veces en sus cartas, utiliza estaexpresión: por ejemplo, el 20 de junio del 449, cuando se excusa ante el emperadorTeodosio de no poder ir personalmente al concilio, ya que, por «la necesidad temporal noconviene que yo me aleje de la ciudad de Roma» (carta 37, col. 811 B), el 9 de junio del451, cuando aconseja al emperador Marciano retrasar el concilio general, porque «lanecesidad del tiempo presente no permite que de ninguna manera los obispos de lasprovincias puedan ser convocados» (carta 33, col. 920 C). En este año del 451 escuando la expresión será más utilizada: carta 91, col. 935 A, a Anatolio deConstantinopla, 26 de julio del 451; carta 93, col. 927 A, al Concilio de Calcedonia.

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Incluso precisa que enviará un legado desde Sicilia, porque esta región es la más segura(carta 91, col. 935 A). La «necesidad del tiempo» aparece, pues, en el 449, desapareceen el 450 y resurge con fuerza en el 451, tiempo que corresponde a las presionesejercidas por Atila y los hunos sobre el Occidente latino.

El mismo término de necessitas es difícil de traducir en español. De entrada, significauna cosa que es indispensable. César emplea ese término para referirse a un lugar depaso a través de un río: este paso convenía por la «necesidad de la guerra» (Guerra delas Galias VII, 56, 4). La palabra puede tener un sentido más preciso y definir unalimitación impuesta por las circunstancias. El mismo César habla de los eduos que,derrotados por los secuanos, ven a sus hijos secuestrados y su territorio, invadido.«Llevado hasta este extremo [necessitate]», el jefe eduo busca ayuda cerca de Roma(Guerra de las Galias VI, 12, 5). Calladamente hace una petición en la que solicita lamisericordia imperial, puesto que «el senado no está obligado por ninguna necesidad», esdecir, por ninguna presión ni peligro exterior (Anales XIV, 48). León expresa, pues,perfectamente la amenaza que la dominación de los hunos ejerce sobre el Occidente.

La ofensiva epistolar de los días 13 y 15 octubre del 449

El diácono Hilario, huido del Concilio de Éfeso, llega a Roma, pues, poco antes delsínodo anual celebrado en honor del dies natalis, el 22 de septiembre. Sin embargo, laasamblea tarda en tomar una posición clara en ese desdichado asunto. Habrá que esperarhasta el 13 de octubre, es decir, tres semanas, para que las primeras reacciones oficialesqueden puestas por escrito. Quizá haya un indicio que nos permita explicar este aparenteretraso. El mismo 13 de octubre, el papa León envía al patriarca Flaviano una carta deconsolación y de ánimo. Le promete incluso intervenir en su favor. «Y, puesto que ladivina providencia siempre concede a los suyos la ayuda necesaria, Vuestra Fraternidaddebe saber que, por la causa común, no descuidaremos nada de lo que hay que hacer»(carta 49, col. 841 A). León presenta su acción como mera realización de la solicituddivina para con los creyentes. Sin embargo, sus palabras de consolación resuenan de unamanera particularmente fúnebre cuando escribe: «permanece con ánimo, que, por elmomento, Vuestra Caridad soporta lo que no debe dudar que es provechoso para lagloria eterna» (ibíd.). Claramente, las noticias llegan mal. León y su sínodo,probablemente, han esperado informaciones complementarias antes de tomar unapostura. Pero pocos detalles llegaron a Roma. La prueba es que León se dirige a Flavianocomo a uno que vive aún y que goza de libertad de movimientos.

Así, todavía un poco a ciegas y sobre la base de algunas indicaciones fragmentarias,es como el papa lanza su primera ofensiva epistolar el 13 de octubre del 449.Naturalmente, se dirige al mismo emperador. Le pide que convoque un concilio especial«que rechace o mitigue todas las heridas, para que en adelante no existan ya, sea dudas

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en la fe, sea división en la caridad» (carta 43, col. 836 A). León señala que esa peticiónse corresponde con el deseo expresado en «la carta de socorro», redactada por eldesdichado Flaviano. Refiriéndose al depuesto patriarca, el papa califica como injusta sucondena y presenta como digna de mención la acción desarrollada con él en el exilio.Finalmente, añade que este concilio debe ser celebrado en Italia. Eso nos permitesuponer que, por una parte, la amenaza de los hunos no es todavía real, y, por otra, queel obispo de Roma prefiere que ese sínodo se reúna lejos de las intrigas de los orientales.Justifica esta demanda por los cánones de Nicea (col. 826 B). Curiosamente, es máspreciso el canon 4 del concilio de Sárdica (actualmente Sofía) celebrado en el 343, queprecisa que todo obispo depuesto que haya recurrido a Roma no podrá ser sustituido porotro obispo, mientras que el papa no haya establecido qué hacer en este asunto. Estadisposición se tiene que aplicar a este conflicto, puesto que Flaviano ha apelado a León.

Es probable que, en esta misma época, una carta escrita por Teodosio haya llegadohasta León. En efecto, el papa escribió en el mismo día otra carta al mismo emperador.Este envío comienza con estas reveladoras palabras sobre la confusión originada por lalentitud de los correos: «A partir de las cartas de Vuestra Clemencia, que recientementehabéis enviado a la sede del bienaventurado Pedro apóstol, por amor a la fe católica, anosotros se nos ha agotado la confianza en vuestra implicación en la defensa de la verdady de la paz, tanto que pensamos que, en una causa tan simple como segura, no puedeexistir nada que pueda causar malestar» (carta 44, 827 A). De esta introducción,quedémonos con varios elementos reveladores de cómo estaba el espíritu del pontíficeromano. Primeramente, la causa está clara y bien entendida: la condena de Eutiques quese había pronunciado desde antes del sínodo de Éfeso, para él permanece válida y sigueestando de actualidad. A continuación, León no está preocupado solamente por lasalvaguarda de la verdad doctrinal, sino también por la paz en el interior de la Iglesia. Y,por último, domina la ironía con gran diplomacia, puesto que alaba al emperador por subúsqueda de la verdad, mientras que el obispo de Roma sabe muy bien que el emperadorde Constantinopla mantiene un complot, urdido por el obispo de Alejandría.

En la misma fecha, el 13 de octubre del 449, León envía una carta a Pulqueria, lahermana del emperador (carta 45). Allí le expone las mismas peticiones que en las dosmisivas anteriores (cartas 43 y 44). Aunque separada por Crisafio del entorno másinmediato de Teodosio, aún conserva la función que le otorga el título de emperatriz.Sobre todo, está menos implicada en la debacle de Éfeso que lo está su hermano, por elmomento, desaparecido.

Razón por la que, sin duda, también el diácono Hilario acude a Pulqueria. Allí leexpone con gran sinceridad las perversiones cometidas durante el último sínodo. «Quevuestra venerable Clemencia sepa todas las cosas condenadas por el papa junto con todoel concilio occidental [la reunión tuvo lugar en Roma el 22 de septiembre del 449], cosas

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que el obispo Dióscoro ha incumplido, atentando contra los cánones, en medio de gravestumultos y odios seculares» (carta 46, col. 837 C). Afirma con gran animosidad que, eneste momento, «ni los látigos ni los tormentos pudieron hacerme aprobar esta sentencia»de condena, pronunciada contra Flaviano (ibíd., col. 837 B).

León, sin embargo, quiere asegurar la participación de sus colaboradores máspróximos. A Atanasio, obispo de Tesalónica, que es su vicario en el Oriente, le envía unacarta en la que denuncia «las viejas envidias y odios privados» de Dióscoro contraFlaviano (carta 47, col. 839 B). Agradece al cielo que «la mano de Dios te haya retenido[a ti = Atanasio] con oportunos obstáculos, a ti que querías ir a ese concilio» (ibíd.).León ve, pues, una prueba de la providencia divina que Atanasio no haya podidoparticipar en el sínodo de Éfeso y de esta manera no quedó implicado en este trágicoasunto.

Escribe igualmente a Juliano de Cos, en Frigia. Ya le había escrito el 13 de junio del449 para lamentar la actitud de Eutiques (cartas 34 y 35). Su interlocutor se convertirárápidamente en su mejor consejero para los asuntos orientales. León le escribe ahorapara exhortarle a guardar la fe «hasta que la verdad extienda sus rayos sobre el universoy consuma las tinieblas de la infidelidad» (carta 48, col. 840 C).

El 15 de octubre, el pueblo de Constantinopla es el que recibe una exhortaciónparecida. Allí, naturalmente, León añade un llamamiento a permanecer fiel a Flaviano(carta 50). Escribe igualmente a los archimandritas de esta misma ciudad. Eutiquesejercía también esta responsabilidad de gobierno en su monasterio. Debía, pues, existiruna cierta solidaridad entre los jefes de las comunidades monásticas. Además, sabemosqué fuerza tan tumultuosa podían ejercer estos hombres de Dios consagrados a laoración, durante los debates teológicos. León quería, sin duda, tener asegurada sufidelidad a la verdadera fe y su unión con la Sede apostólica (carta 51).

De toda esta actividad epistolar, nos quedamos con que León no conocía todos losdetalles del asunto, puesto que escribe a Flaviano y todavía le habla como a un obispoque está vivo. El asunto, sin embargo, está muy claro para el papa: las tesis de Eutiquesson incompatibles con la verdadera fe y deben ser, pues, condenadas. Se apoya en loscánones de un concilio precedente para justificar la derogación de las sanciones contra elobispo de Constantinopla y pedir la convocatoria de un nuevo concilio. En todas estascartas, finalmente, se vale del apoyo aportado por el sínodo reunido en Roma para sudies natalis, lo que da más peso a su intervención ante el emperador, Pulqueria, elpueblo de Constantinopla y sus archimandritas. Esta amplia operación pudiera parecerque fue claramente infructuosa, porque ninguna respuesta le llegará durante el inviernodel 449-450.

Al contrario, Teodosio en esta época es cuando promulga un rescrito que consagra lavictoria de Dióscoro. El emperador no solamente confirma la condena de Flaviano, de

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Eusebio, de Domnos, de Teodoreto y de otros, sino que ordena igualmente que losdecretos de Éfeso sean suscritos por todos los metropolitanos del mundo entero (Mansi7, 497 B).

El año 449 acaba sin que León perciba una reacción a su intervención. SolamenteTeodoreto de Ciro le escribe de nuevo. Siempre con su estilo ampuloso, alaba la reaccióndel papa en su lucha contra los maniqueos y su redacción del Tomo a Flaviano. Recuerdaque ha sido depuesto injustamente y suplica que su petición no sea rechazada por la Sedeapostólica. Finalmente, pregunta cómo debe actuar con la sentencia pronunciada enÉfeso contra él (carta 52). Nada cambia. Todos se inquietan.

Con una indiferencia suprema por el tumulto causado, Anatolio, el nuevo obispo deConstantinopla, escribe bondadosamente a su colega romano para señalarle cómo elemperador había procedido a su elección (carta 53). El prelado oriental disfrutaba delfavor de Dióscoro y de Teodosio. En efecto, era apocrisario, es decir, el representantedel obispo de Alejandría para los asuntos eclesiásticos en el entorno de la corte imperial.Esta preeminencia de lo político sobre lo religioso aparece en el texto mismo de su carta.En efecto, Anatolio comienza su mensaje por una alabanza al «muy piadoso y amigo deCristo, el emperador Teodosio» (col. 853 B).

No pudiendo aguantar más, León se dirige de nuevo a Constantinopla el mismo díade Navidad del 449. Pone en guardia al jefe del Imperio contra las intrigas que le rodean.Le recuerda las cartas ya enviadas y renueva su petición de un concilio en Italia (carta54).

Valentiniano III interviene y Teodosio responde

En febrero del 450, Valentiniano III se instala en Roma con toda su corte, dondepermanecerá hasta su muerte el 16 de marzo del 455. Está en la ciudad del Tíber para lafiesta de la Cátedra de San Pedro, el 22 de febrero del 450. León no se priva. Explica tanbien la situación que el entorno imperial se pone a su favor. Cuatro cartas salen de Romahacia Constantinopla. El mismo Valentiniano retoma la petición de un concilio en Italia.Adjunta a las súplicas de los obispos las actas del concilio romano de septiembre del 449.No falta más que subrayar la primacía de la Sede apostólica: «el muy santo obispo de laciudad Roma, a quien la antigüedad ha conferido la preeminencia del sacerdocio sobretodos, tiene el rango y la facultad para juzgar sobre la fe y sobre los obispos» (carta 55,col. 859 A). Su madre, Gala Placidia, también escribe a Teodosio. Expresa las mismasquejas contra Éfeso, la misma exaltación del primado romano y el mismo llamamientopara que se convoque un concilio general en Italia «para que, según el procedimiento, losdecretos de la Sede apostólica, de la que veneramos la superioridad, se estudie el asuntopara ser juzgado por el concilio y la Sede apostólica, en la que, el que ha sido juzgadodigno de recibir las llaves celestiales, ha establecido, lo primero, la primacía del

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episcopado» (carta 56, col. 861 B). Llena de un celo sagrado, Gala Placidia se dirigeigualmente a Pulqueria (carta 58). Licinia Eudoxia, esposa de Valentiniano, que esigualmente hermana de Teodosio, toma también la pluma, o más exactamente el cálamo,para transmitir los reproches de León (carta 57).

En la misma época, León escribe de nuevo al pueblo y al clero de Constantinoplapara felicitarles por su fidelidad a Anatolio y su resistencia a las presiones imperiales.Envía una flecha envenenada a Crisafio y a su maestro: «si la ignorancia apenas parecetolerable entre los laicos, cuánto más entre los gobernantes no merece ni excusa, niperdón, sobre todo cuando están puestos para combatir de plano las opiniones perversasy transforman, por miedo o por favoritismo, algunas opiniones cambiantes enconvicciones propias» (carta 59, col. 867 B).

Entretanto, recibió una respuesta de Pulqueria. Ya con las primeras palabras, Leónexpresa su alivio: «las cartas de tu Piedad me hicieron sentir una alegría considerable yme hicieron exultar en el Señor. Por estas cartas, se ha demostrado con gran evidenciacuánto amáis la fe católica y cuánto detestáis el error herético» (carta 60, col. 873 A).Pulqueria, ciertamente, ha perdido mucho de su influencia sobre Teodosio, pero aún semantiene como un personaje importante y el futuro mostrará cómo León ha hecho bienen mantener buenas relaciones con ella.

En abril del 450, Teodosio responde a la corte imperial de Occidente, instalada enRoma. El tono ya lo ha dado desde la primera carta. Dirigida a Valentiniano, habla deLeón como de un «patriarca» (carta 62, col. 875 A). El emperador rechaza, pues, todaprimacía y toda referencia a la sucesión de Pedro en el papa. Para él, es un patriarcacomo los demás que están en Constantinopla, en Alejandría y en Antioquía. Por elcontrario, Teodosio se presenta como fiel a «la religión de los Padres y a la Tradición desus predecesores» (col. 875 B). Defiende que ninguna irregularidad ha entorpecido losdebates durante el Concilio de Éfeso y que, por el contrario, reinaba «mucha libertad yuna plena verdad» (ibíd.). Nada de lo que sucedió fue contrario a las reglas de la fe y dela justicia (col. 875 C). Flaviano fue depuesto porque desarrollaba nocivas novedades(ibíd.). Algunos han pensado que el contenido de esa carta había sido inspirado por elchambelán Crisafio. En todo caso, sí aparece cómo Teodosio excluye a Roma de todainjerencia en los asuntos de la Iglesia de Oriente. El emperador responde también a GalaPlacidia. Se refiere a Flaviano como «promotor de cizaña» (en latín, princepscontentionis) (carta 63, col. 877 B). Por último, también Eudoxia recibe una respuestaimperial, en la que se afirma que «no se puede decidir nada que no lo haya sido ya»(carta 64, col. 879 A). Para Teodosio, el asunto está cerrado.

En mayo del 450 es cuando los obispos de la región de Arlés reclaman al papa quelos privilegios sean confirmados en favor de su obispo metropolitano. Se basan en lapredicación de san Trófimo, discípulo de Pablo, que fue el primero que evangelizó la

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Galia (carta 65). León, bien se recordará, les responde fijando los límites de las zonasapostólicas de Arlés y de Vienne (carta 66). En la misma época, el 5 de mayo del 450,envía al ambicioso Ravenio su Tomo a Flaviano (carta 67). Este documento,ampliamente difundido, conoció un gran éxito, puesto que algunos obispos galosfelicitaron a su autor con entusiasmo (carta 68).

El 16 de julio del 450 comienza una nueva ofensiva epistolar pontificia. León escribede nuevo a Teodosio y pone las cosas en su sitio. El papa no ha respondido todavía aAnatolio porque espera de él una clara profesión de fe, basada en la carta de Cirilo aNestorio, las actas del Concilio de Éfeso del 431 y el Tomo a Flaviano. Además envíauna delegación a Constantinopla, dos obispos, Abundio y Asterio, y dos sacerdotes,Basilio y Senador (carta 69). De la misma manera explica a los archimandritas deConstantinopla el retraso que conlleva entrar en contacto con su nuevo obispo (carta71). Es más prudente con Pulqueria. En la carta que le dirige, dice que no rechaza lacomunión con Anatolio, sino que espera de él una profesión de fe basada en losdocumentos citados más arriba. «Yo no niego la amistad, yo espero la manifestación dela verdad católica» (carta 70, col. 890 B). Por lo demás, León evita citar el nombre deAnatolio; habla de «la ordenación del que comienza a presidir la Iglesia deConstantinopla» (ibíd.). No menciona tampoco el nombre de Flaviano, sino que haceexplícitamente referencia al Tomo que le había enviado. León se concentra en losasuntos de la fe y trata de superar las cuestiones personales.

La atmósfera, pues, desde agosto del 449 hasta julio del 450 está muy agitada. Leónmultiplica sus intervenciones, pero no ve ningún porvenir. Teodosio se empeña y se haceel sordo. Por una parte, promulga un rescripto, con el que se limitan las decisionestomadas en Éfeso; por otra, responde con altivez a los mediadores de Valentiniano y desu entorno. Todo parece bloqueado. Solamente un acontecimiento importante puedealiviar tanta tensión.

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IV

EL EMPERADOR MARCIANO

El 28 julio del 450, una desgraciada caída del caballo provoca la inesperada muertede Teodosio. El emperador, sin hijos, dejará una sucesión incierta. Sin embargo, larelación de fuerzas en la corte imperial había cambiado poco antes.

La corte imperial en Constantinopla

Probablemente superados por la enorme influencia de su esposa en los asuntosreligiosos, Teodosio habría exigido a Eudoxia que se retirase a Jerusalén. El monarca hizollamar a Pulqueria, su hermana, con la cual había compartido el poder anteriormente. Ala muerte de su hermano, la princesa tomó el poder. Por eso, goza del apoyo activo deAspar, jefe del ejército (en latín, magister militum).

Este hombre debía tener una gran valía, porque había entrado a formar parte delservicio imperial por su origen y su religión: era alano de raza, es decir, salido de esastribus bárbaras que devastaron la Galia en el 408, pero que fueron derrotadas en Españapor los visigodos poco antes (409). Además, era arriano, es decir, pertenecía a esa Iglesiaque negaba la divinidad de Cristo, tesis que había sido condenada por los concilios deNicea (325) y Constantinopla (381). Fue un destacado jefe del ejército puesto que, ya enel 435, derrotó en Italia a la facción de Juan, levantada contra Valentiniano III.Seguidamente, sufrió una gran derrota en África frente a Genserico y a sus vándalos.Colocado a la cabeza de las fuerzas armadas, era un personaje clave en elfuncionamiento del Estado. A continuación veremos que jugó un papel importante en latoma de posesión del nuevo emperador.

Pulqueria se beneficia, pues, de este precioso apoyo. Con habilidad, se alía conMarciano, un viejo senador, servidor celoso del Imperio. Originario del Ilírico,ciertamente no era un italiano, pero su pueblo ocupaba la costa oriental del mar Adriáticoy desde el siglo III a. C. estaba bajo administración romana. Personalmente, habíaservido durante mucho tiempo a Aspar como domesticus, probablemente como oficial ensu entorno próximo. Pulqueria lo hizo proclamar emperador por el Senado y por elejército. Reveló ser más un brillante gestor que un gran general de guerra. Saneó lasfinanzas y redujo así las cargas fiscales. En esto, las circunstancias le ayudaron. Poraquel entonces los hunos descuidaron el Oriente para centrarse en el Occidente, antes dedesaparecer rápidamente como poder devastador. Además, Marciano no se preocupabade los territorios que controlaba efectivamente, es decir, la Europa del sureste y el

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Próximo Oriente. Prefería dejar que las Galias e Italia siguieran las riendas de su destino.De otro carácter era la emperatriz Pulqueria. Hija de Teodosio el Grande, poseía una

inteligencia fuerte y un espíritu dominador. Puso sus cualidades al servicio de laortodoxia. Para ella, la cohesión del Imperio estaba ligada a la unidad de la Iglesia.

El cambio de política estuvo marcado primeramente por la ejecución del eunucoCrisafio, el influyente chambelán de Teodosio, el protector de Eutiques. Pero, sobretodo, fue en las relaciones entre Roma y Constantinopla donde los cambios se hicieronsentir más.

Las nuevas relaciones entre Roma y Constantinopla

En agosto o septiembre del 450, el nuevo emperador toma la iniciativa de reanudarlos contactos con el papa. El texto parece muy halagador. Marciano saluda «a SuSantidad, que posee la primacía del episcopado por fe divina» (carta 73, col. 899 A). Almenos, es lo que la versión latina nos presenta. El texto original, en griego, es menospontifical: «Tu Santidad que es el obispo y el jefe de la fe divina» (col. 900 A). Sinembargo, el verdadero cambio aparece en la convocatoria de un gran concilio: «todoerror impío será descartado por el sínodo que debe celebrarse; tú, allí, serás el garante dela fe, y una gran paz se dará entre todos los obispos de la fe católica» (899 B).

León permanece prudente. No responde al emperador, sino que se dirige a losarchimandritas de Constantinopla el 9 de noviembre del 450. Reiteró sus críticas contrael Concilio de Éfeso, pero reconoce un cambio real en el mundo político: «gracias a Dios,la libertad de los cristianos ha aumentado enormemente» (carta 75, col. 902 B).

Marciano no se desanima. De nuevo, el 22 de noviembre del 450, escribe a León alque revela parte de sus intenciones: «no dudamos que la seguridad de nuestro poderdescansa sobre la verdadera religión y la benevolencia de nuestro Salvador» (carta 76,col. 903 B). Le informa que ha enviado cartas a todo el Oriente, incluso a Tracia y aIliria, para convocar un concilio «en algún lugar previamente decidido, donde nosagrade» (col. 903 C). Antes de nada, caigamos en la cuenta de esta precisión: «incluso aTracia y a Iliria». Esta nota era necesaria, porque estos territorios del Orientepertenecían, según el Derecho civil, a la autoridad del emperador, pero, según el Derechode la Iglesia, a la solicitud del obispo de Roma. Marciano lleva, pues, su intervenciónhasta la jurisdicción eclesiástica de León. Más importante todavía es que el emperador nodeja al papa la elección del lugar donde se ha de celebrar el concilio. León pedía Italia.Marciano elegirá el que le convenga.

En la misma época, Pulqueria escribió una larga carta a León. En primer lugar, leinforma que Anatolio ha firmado la confesión de fe expresada por las cartas apostólicasdel papa. Añade que los restos del desdichado Flaviano, muerto en el exilio, han sidollevados a Constantinopla y enterrados en la cripta de la iglesia de los Santos Apóstoles.

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Finalmente, le anuncia que los obispos exiliados han sido llamados por orden imperial yesperan poder volver a ocupar su sede, teniendo en cuenta lo que el próximo concilioestablezca en lo referido a estas cuestiones (carta 77).

La corte imperial desea, pues, desbloquear este asunto. Ha presionado al orgulloso eintrigante obispo de Constantinopla. Ha puesto fin a las injustas condenas pronunciadaspor Teodosio bajo la influencia de Eudoxia y Crisafio. Sin embargo, todo esto no parecesatisfacer plenamente al obispo de Roma. Esperará hasta el 13 de abril siguiente, o sea,cinco meses, para dirigirse a Anatolio y a la pareja imperial.

El emperador les agradece las cartas enviadas, pero no dice nada sobre el próximoconcilio. Sin embargo, sí que les anuncia una carta más completa (carta 78). No es lasegunda carta que envía el mismo día, la que aporta ese complemento de información.Simplemente el papa recuerda que el destino del Imperio está ligado al de la Iglesia:«quedó acordado según una digna igualdad que el Estado que deseáis para la religión lotenéis para nuestro reino» (carta 82, col. 917 B).

Con Pulqueria, se muestra más desenfadado. Saluda cálidamente el honor prestado alos restos de Flaviano en Constantinopla. Y hace una ardiente llamada a la misericordiapara los obispos arrepentidos: «A los que se corrigen y a los que condenan, mediante unacto firmado por ellos mismos, el mal que se ha hecho, que la gracia de la paz les seaconcedida por el cuidado dado a nuestros legados, concedido por el obispo [Anatolio]»(carta 79, col. 912 A). La reconciliación no depende solamente del obispo deConstantinopla. Se hará bajo la supervisión de los obispos enviados por Roma. Leónresume en una frase lapidaria su política: «que la verdadera justicia castigue a losobstinados y que la crueldad no rechace a los arrepentidos» (ibíd.).

Finalmente, cinco meses después de las primeras intervenciones de Marciano y dePulqueria, dirige una carta al obispo de Constantinopla. León reitera su personal acuerdopara la reintegración de Anatolio en la comunión universal. «Por toda la tierra, paranosotros una es la integridad de la casta comunión con el único [Señor], con la queabrazamos a la comunidad de Tu Caridad» (carta 80, col. 913 B). De entre los obisposcómplices en el Concilio de Éfeso, León recibe en su comunión a los que el informe delos legados romanos y las cartas de Anatolio presentan como totalmente arrepentidos,porque habían actuado bajo presión. El papa, sin embargo, no les concede más que unacomunión provisional con la Iglesia. Él utiliza el término interim (col. 914 A). Alude enese momento al canon 11 del sexto concilio de Cartago del 401. En la práctica, eso quieredecir que los obispos restablecidos de esta manera pueden volver a ocupar su sede, perono pueden entablar relaciones con otros obispos, ni tampoco participar en los conciliosprovinciales. La plena comunión no se les concederá más que si ellos «condenan susmalas acciones con plenas reparaciones» (ibíd.). En este asunto, queda resumida suactitud con este principio: «la gracia de nuestra comunión no debe ni rechazarse con

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dureza ni concederse a la ligera» (col. 914 B). Aplica este principio a Dióscoro deAlejandría, Juvenal de Jerusalén y a Eustacio de Beryte (Beirut en la actualidad). Enefecto, exige que sus nombres sean suprimidos de los dípticos, es decir, de los anaquelesdonde se leían durante los oficios y las misas.

León no olvida a su querido colaborador en Oriente, el obispo Juliano de Cos, enBitinia. «Nosotros hemos recibido las cartas de Tu Fraternidad, transmitidas por nuestrosqueridos clérigos de Constantinopla. Allí señalas que estás triste por las grandestribulaciones, puesto que no faltó materia que había que proteger y trabajo» (carta 81col. 916 A). El papa tiene la suerte de tener en él a un hombre fiel y eficaz. Le daalgunas instrucciones que introduce con esta hermosa fórmula: «con confianza es comoyo te exhorto» (col. 916 B).

Frente al nuevo emperador y la nueva política eclesiástica, el papa no se precipita.Espera un tiempo para poder juzgar mejor el alcance de este retroceso. Además, nodesea figurar como un empleado manejado por el poder civil. Él es el que dirige lapolítica de reconciliación, dictando las reglas que son transmitidas y aplicadas enConstantinopla. En Anatolio no quiere poner más que una confianza muy ponderada,dado que es un hombre impuesto por el difunto Teodosio y obligado por el criminalCrisafio. Teme, sobre todo, que el patriarca de Constantinopla dé pruebas de parcialidaden los necesarios ceses que se anuncian. Otros intereses particulares alentaron a Anatolio.León no es consciente. Intentará oponerse para salvaguardar el bien común, el de laIglesia y el de la fe.

Marciano prepara un nuevo concilio

Esta divergencia de puntos de vista entre León y Anatolio aparecen mencionadoscruelmente en una carta que León dirige a Pulqueria el 9 de junio del 451. Allí anota que,según las cartas de los obispos legados y según el informe de sus clérigos, es manifiestoque «muchos asuntos tienen que ser tratados con gran indulgencia y que otros muchosdeben ser zanjados con más justicia» (carta 84, col. 921 B). No es difícil imaginar queciertos obispos orientales quieran aprovecharse de estos procedimientos judiciales parasolventar alguna vieja rencilla o para situar mejor a algunos amigos personales. León,incluso, va más lejos: con los testarudos, con los que no quieren mejorar honestamente,Roma solo podrá actuar con la competencia requerida. «Si hay que discernir másampliamente sobre algunos, que se nos envíe un informe rápidamente para que, despuésde hacer un examen pormenorizado de las causas, nuestra solicitud, que tiene que serobservada, puede entonces decidirse» (col. 924 B). El lector habrá notado la claraaseveración de la autoridad romana: «nuestra solicitud, que tiene que ser observada». Dehecho, el papa es la única competencia que concede a sus legados romanos enviados aConstantinopla, y sobre todo al obispo de esta capital, la de negociar la reintegración de

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los arrepentidos. Los obstinados escapan a su jurisdicción. El papa lo juzgará todo,permaneciendo alejado de todas las intrigas y todas las pasiones de este Oriente tancomplicado.

En efecto, el ambiente resulta insano. Eutiques, aunque recluido en su monasterio,sin embargo, permanece muy próximo a la capital, y son muchos los que vienen aconsultarle. León pide, pues, a Pulqueria que intervenga y consiga el cese definitivo deeste creador de problemas.

El mismo Marciano recibe en esa misma época informaciones complementarias,prometidas anteriormente. El papa reconoce con gratitud que la obra ha llegado a su fin:el patriarca de Constantinopla ha reconocido la verdadera fe, los obispos injustamenteexiliados han podido volver a su diócesis, las cenizas de Flaviano han recibido unasepultura digna de su fe y de su martirio. Sin embargo, le indica que ha pensado quesería bueno enviar legados a Constantinopla para poder emitir así una sentencia sobre losobispos cómplices del desastre de Éfeso. En ese momento es cuando aborda la cuestiónde un futuro concilio, ese que León se empeña en un cambio completo de opinión:«nosotros mismos hemos reclamado, como Vuestra Clemencia recuerda, que seconvoque un concilio, pero la necesidad del tiempo presente no permite de ningunamanera que los obispos de todas las provincias puedan reunirse, puesto que lasprovincias que se deben convocar sufrirán, si su obispo se ausenta de su iglesia,preocupados como están por la guerra» (carta 83, col. 920 B). Como ya lo hemosindicado más arriba, la amenaza de los hunos se concentra sobre las Galias e Italia, pero,como también ya hemos escrito anteriormente, Marciano apenas se preocupa por eldestino de Occidente.

El 17 de mayo del 451, el emperador promulga un edicto por el cual convoca unconcilio en Nicea para el 1 de septiembre del mismo año (Mansi 6, 552 C-D). Estadecisión supone una doble afrenta para León. Por una parte, se mantiene la reunión apesar de los riesgos reales de invasión; por otra, elimina de un plumazo toda posibilidadde un sínodo en Italia. León lo deseaba para poder proponer mejor la teología occidentalen ese debate tan pervertido por las sutilezas orientales.

Felizmente, León encuentra acogida y apoyo en Juliano. «Siempre me resultaagradable recibir tus cartas de amistad, no solamente porque es conveniente que nuestrosescritos te lleguen, particularmente en lo que nos es común, no solo por la amistad, sinotambién y sobre todo por lo que hacemos ante la situación de la Iglesia universal»; conestas palabras comienza la carta que le envía el 9 de junio (carta 86, col. 925 A).

Ciertamente, existen motivos para preocuparse. El 19 de junio, el papa está obligadoa intervenir personalmente, junto con el patriarca de Constantinopla, porque dos obisposhan sido injustamente acusados de herejía: «acerca de la Encarnación de Nuestro SeñorJesucristo, no han recibido otra cosa que lo que, instruido por el Espíritu Santo, hemos

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enseñado y enseñamos» (carta 87, col. 926 B). El lector ya se habrá percatado de que elpapa alude a su Tomo a Flaviano como referencia para la ortodoxia. Esta serenaseguridad marcará todas sus intervenciones durante el concilio siguiente.

León prepara el concilio

El 24 de junio, León lanzó una gran ofensiva epistolar, no para desconvocar eseconcilio, puesto que así lo había decidido el emperador, sino para fijar las reglas defuncionamiento. El peligro es doble: la intromisión del emperador en los asuntosdoctrinales y la posible usurpación de poder del obispo de Constantinopla. El concilioserá celebrado en territorio sometido a la jurisdicción de Anatolio y este tiene queenfrentarse a una situación realmente nueva. Bajo el reinado de Teodosio, hacía ydeshacía los nombramientos de los obispos de Oriente. Con Marciano, debe someterse alas instrucciones pontificias y los legados romanos las aplican en su propia diócesis. Porlo que su papel queda reducido a la simple función de intermediario. Así es como el papalo presenta a Pascasino: «tú habrás sabido que recientemente he recibido una carta delobispo de Constantinopla que contaba que el obispo de Antioquía, los archimandritas ytodos los demás obispos habrían aprobado las cartas de condena [pronunciadas] contraEutiques y Nestorio, y también mis cartas» (carta 88, col. 920 A). León permaneceráatento para que el primado disciplinar y doctrinal de la Sede apostólica no sea pisoteado,como lo fue tres años antes en Éfeso.

Pascasino de Lilibeo (actualmente, Marsala en Sicilia) fue nombrado jefe de ladelegación pontificia en el próximo concilio. Por eso, recibe el Tomo a Flaviano y, enanexo, el testimonio de los Padres en este campo doctrinal (carta 88). Estadocumentación la volverá a insertar el 17 de agosto del 458 en una carta enviada alemperador León I. Se eligió a Pascasino porque su Iglesia no está amenazadadirectamente por las huestes de los hunos. Igualmente se la envía a Juliano de Cos, peropor sus competencias en este asunto complejo y, probablemente también, por su buenconocimiento del griego (carta 92). El emperador es advertido de la llegada de unadelegación romana: se compondrá de los dos obispos ya citados y del sacerdoteBonifacio de Roma. El papa añade que desea ver a Pascasino presidir, en lugar suyo, elconcilio (carta 89). Otra carta fechada el 26 de junio pide diferir esta reunión, y sobretodo no cuestionar la fe, ni separarse de Nicea (carta 90). En la misma época, Anatoliove claramente que los temores de León se cumplen: el tiempo es demasiado escaso paraorganizar y preparar tal sínodo (carta 91). Juliano recibe la lista completa de ladelegación: Lucencio, obispo de Ascoli, y Basilio, sacerdote de Roma, participarántambién en el concilio (carta 92). Finalmente, el papa se dirige a todos los obisposreunidos en este sínodo. Lamenta no poder estar presente, desea ver contenido todoatrevimiento en las discusiones sobre la fe, espera que sean restablecidos los obispos

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injustamente depuestos y mantenidos los decretos de Éfeso contra Nestorio (carta 93).Para León, ese concilio no es lugar para que haya libres discusiones, sino una ocasiónpara restablecer el derecho y, sobre todo, la verdadera doctrina. Recuerda: esta fe ha sidoproclamada por los Evangelios y la doctrina apostólica, y muy claramente expresada en elTomo a Flaviano (§ 2). Y reafirma su autoridad: «Que en los hermanos, es decir, enPascasino y Lucencio, obispos, y Bonifacio y Basilio, sacerdotes, que han sido enviadospor la Sede apostólica, Vuestra Fraternidad considere que soy yo el que preside elsínodo, no estando mi presencia separada de vosotros, puesto que yo estoy presente enmis vicarios» (col. 937 B). Finalmente, escribe a Pulqueria. Se encomienda a suclemencia y escribe la palabra que tendrá un gran éxito. Habla del Concilio de Éfeso del449 como de un latrocinio (en latín, latrocinium) (carta 95, col. 943 B). La palabra laretomará en el siglo VIII un historiador bizantino, Teófanes el Confesor, en suCronografía (ad a. 5941) y será la utilizada comúnmente por la posteridad.

La fecha se echa encima. Enseguida tendrá lugar el gran concilio. León, preocupado,escribe de nuevo a la corte imperial. Tiene mucho miedo de que vuelvan a repetirse losmismos errores que se cometieron en Éfeso. El 20 de julio del 451, recuerda alemperador que Pascasino de Sicilia será su representante (vicem meam, carta 94, col.941 B). Este gozará, pues, de todos los privilegios normalmente concedidos al papa,entre otros, la presidencia del concilio. Y añade: «no se puede admitir ninguna discusión[doctrinal] ni cualquier retoque, por pequeño que sea» (col. 941 C). Con Pulqueria, estacuestión la trata con misericordia. Espera que el nuevo sínodo dará pruebas de unamoderación que tanta falta había hecho en Éfeso, y que sepan que los culpables no seránrechazados, si reconocen su error (carta 95).

En agosto-septiembre, poco antes de la apertura del concilio, León recibe un últimoconsuelo: Eusebio de Milán y todos sus obispos reunidos en sínodo han aprobado conentusiasmo el Tomo a Flaviano; todos suscriben la condena de los eutiquianos (carta 97).

Conclusión

De todo este período intermedio, hemos de quedarnos con el conflicto de poderes, apesar de que existía un profundo acuerdo como telón de fondo. Tanto León comoMarciano desean ver restablecida la verdadera doctrina. Pero, para eso, es necesariosometer a los insurgentes. Sin embargo, las motivaciones son divergentes. Para elemperador, la unidad de la Iglesia es el cimiento más seguro de la cohesión en el Imperio.Marciano considera que Occidente está perdido. No tiene los medios para protegerlocontra las continuas incursiones de los ejércitos bárbaros. Oriente mismo estáamenazado. Tiene que elegir lo que sea más provechoso para sus territorios máscercanos. Las controversias teológicas no hacen más que debilitar su posición en elinterior de la Iglesia. Hay que ponerles fin, ¿pero cómo? Su obispo, el obispo de

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Constantinopla, él mismo es juez y parte. Los otros metropolitanos no son objetivos:Dióscoro de Alejandría aviva el fuego de la cizaña, Juvenal de Jerusalén le sigue, paraintentar agrandar su jurisdicción. Solamente uno permanece neutro: el papa. Elemperador cuenta con él. Pero el obispo de Roma no quiere ser un valido deConstantinopla.

León quiere salvaguardar la fe, es su deber, pero respeta la ley, porque es un romano.Para él, como para Marciano, la suerte de la Iglesia está unida a la del Imperio, einversamente. El jefe del Estado es el brazo armado de la jerarquía eclesiástica. Aplicalas decisiones tomadas por la institución religiosa, ejecutando las condenas pronunciadas.Los obispos que el papa depone son llevados al exilio por el emperador. Es lo queTeodosio había hecho con los prelados cesados por Anatolio de Constantinopla. Además,los concilios los convoca el emperador, porque él tiene los medios económicos y el poderde coerción. Esto en lo que se refiere al plano disciplinar.

El plano doctrinal es más sutil. Algunos emperadores se han creído dotados decapacidades teológicas. Intervinieron en algunos debates y los zanjaron con tantabrutalidad como incompetencia. Fue el caso de Constancio II en tiempos de Hilario dePoitiers. Sucedió de nuevo con Teodosio. Aquí está la razón por la que León insisteahora y siempre sobre el verdadero trasfondo del debate. Redacta el Tomo a Flaviano,que de ahora en adelante será la referencia para las discusiones venideras. Estedocumento no aporta nada nuevo, resume lo que ya se ha afirmado; es inútil, pues,volver sobre este tema.

La falta de acuerdo sobre el lugar en que se ha de celebrar el sínodo ya es reveladordel conflicto de intereses entre el emperador y el papa. León deseaba realizarlo en Italiapara escapar de las presiones orientales y para poder ofrecer la visión más simple de losteólogos occidentales. El emperador lo sitúa cerca de su capital para evitar demasiadadependencia del jefe de la Iglesia. La institución religiosa debe servir al Estado. Debe,pues, quedar bajo su control. Esta controversia amenazará el buen desarrollo del conciliorecién convocado.

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V

EL CONCILIO DE CALCEDONIA

El 22 de septiembre del 451, el emperador Marciano decide cambiar el lugar de lareunión. El concilio no se celebrará en Nicea, como había previsto inicialmente, sino enCalcedonia. Su primera elección estaba motivada naturalmente por lo simbólico del lugar.Eso situaría a la asamblea en la misma tradición que el primer gran concilio, pero lasamenazas exteriores requerirían una presencia permanente del jefe supremo del ejércitoen la capital imperial. La primera sesión se retrasó del 1 de septiembre al 8 de octubre.Los obispos ya habían llegado a Nicea. Estaban a la espera. Ahora les tocó desplazarsehacia el Bósforo, porque tal es la voluntad del «amo».

El desarrollo

La reunión resulta impresionante: cerca de seiscientos participantes. Es la cifra queLeón da en la carta que dirige a los obispos galos el 27 de junio el 452 (carta 102, col.986 A). Nunca había tenido lugar tal convocatoria de obispos y esta cifra raramente serásuperada por la posteridad. A modo de recordatorio, señalemos que Nicea, en el 325,había congregado a trescientos dieciocho obispos; en Constantinopla, en el 381, cientotreinta, y en Éfeso, en el 431, doscientos. Habrá que esperar a Letrán II en el año 1139para encontrar un resultado comparable al de Calcedonia: quinientos participantes. Ladiferencia es importante. El emperador quería congregar la asamblea más grande posible.

Entre los patriarcas aparece una nueva figura: la de Máximo de Antioquía. Élsustituye a Domnos, juzgado como dimisionario.

El emperador se hace representar por los más altos funcionarios de su administración.Está el jefe del ejército, el prefecto del pretorio, el prefecto de Constantinopla, el maestrode oficios, y así otros más (Mansi 6, 564 B-C). Todos ocupan u ocuparon los cargos másimportantes del Imperio. Son dieciocho. De hecho, son los que dirigirán los debates.

La basílica Santa Eufemia acoge esta gran asamblea, en medio de la cual estáentronizado el libro de los Evangelios.

Pascasino de Lilibeo, al que León había presentado como presidente del concilio, esel primero en tomar la palabra. «En nombre del muy santo y apostólico papa de la ciudadde Roma, que es la cabeza de todas las Iglesias, cuyas órdenes [en latín, preacepta]sostenemos en las manos, órdenes con las que su autoridad episcopal juzga mandar[praecipere] que Dióscoro no asista al concilio, sino que sea invitado como sospechoso»(Mansi 6, 580 D). Lucencio, obispo legado de Roma, lee el acta de acusación: Dióscoro

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«se ha atrevido a hacer [sic] un sínodo sin la autoridad de la Sede apostólica, que nuncase ha permitido, ni nunca se ha autorizado» (ibíd.). Eusebio de Dorilea expone en esemomento el contenido de su queja contra Dióscoro. El obispo de Alejandría ha sidocondenado injustamente, él y el afligido Flaviano.

Las protestas proceden de las bancas ocupadas por los obispos egipcios e ilíricos,cuando ven que Teodoreto de Ciro sí es admitido en el aula, aun cuando había sidodepuesto en Éfeso. Pero los funcionarios imperiales consienten su presencia, porque elcondenado parece ser ahora el acusador. Este derecho lo había rechazado Eusebio deDorilea durante el Latrocinio de Éfeso del 449. El concilio no se detiene: Dióscoro y suscómplices, es decir, Juvenal de Jerusalén, Talasio de Cesarea, Eusebio de Ancira,Eustacio de Beryte (en la actualidad Beirut) y Basilio de Seléucida, todos los que handirigido el Latrocinio de Éfeso, son depuestos en la primera sesión.

El 10 de octubre, la dirección imperial propone discutir sobre el contenido de la fe.Los obispos lo rechazan. Quieren respetar los concilios de Nicea (325) y de Éfeso (431),así como las cartas de Cirilo y de León. El Tomo a Flaviano, acompañado de lostestimonia patrum, fue recibido con una vibrante aclamación. Para León y para elpapado es un triunfo. Se reconoce la autoridad doctrinal del sucesor de Pedro. León sehabía comprometido personalmente en esta controversia doctrinal. Había redactado elTomo a Flaviano y lo había presentado como la solución a los conflictos presentes y,para el futuro, como el resumen de la verdadera fe. Esto es lo que hay. De ahora enadelante, su carta figurará entre las obras de referencia dogmática. Entre los gritos deaclamación, se ha podido oír: «Pedro ha hablado por León» (Mansi 6, 972 B).

Este éxito le será reconocido por la posteridad. Casiodoro (490-580) llamará a Leónel «doctor apostólico», es decir, que, para este gran erudito latino, la enseñanza delobispo de Roma equivale al testimonio de los apóstoles. En el siglo IX, el papa Nicolás Icompara a León con el «león de la tribu de Judá», anunciado en el Apocalipsis (5, 5). Ylos hermanos Ballerini, editores de este gran papa en el siglo XVIII, lo proclamaron«doctor de la Iglesia».

Este repentino entusiasmo de los obispos orientales por el Tomo a Flaviano es tanemocionante como sospechoso. Sin duda, la razón hay que buscarla en la laxitud de losprelados, después de tantas discusiones contradictorias. Pero la zozobra no debía estarausente. Teodosio había depuesto y exiliado a varios obispos. Los «rescatados» notan uncambio de orientación con Marciano. Se adaptan a las circunstancias y, quizá, piensan ensu propia seguridad.

El 13 de octubre, pondrán en práctica su hábil diplomacia. Toda esta sesión seconsagra al proceso llevado a cabo contra Dióscoro y sus colegas. El principal advertidorechaza la comparecencia a pesar de las tres convocatorias formales realizadas. Despuésde estas tres convocatorias, el concilio, transformado en corte de justicia, puede

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legalmente emitir sentencia, a pesar de la ausencia del acusado. La sentencia se confirma:el cese. Comunicado el veredicto al emperador, esta decisión se transforma en un edictode exilio. El lugar también quedaba fijado: será Gangres, en la Paflagonia (actualmente,Turquía occidental). Observemos que el motivo de su condena no es de orden teológico,sino procedimental. Dióscoro es juzgado por abuso de poder, no por error en elcontenido de su fe. En el fondo nadie desea comenzar de nuevo con las discusiones, esdecir, las cuestiones referidas a la doctrina.

Durante la misma sesión, los obispos dan pruebas de gran mansedumbre. Loscómplices de Dióscoro en el Latrocinio de Éfeso son amnistiados, después de haber sidodepuestos algunos días antes. Ha llegado la hora de la reconciliación. Nadie quierecrearse enemigos. Todos tienen una víctima expiatoria, Dióscoro, el obispo deAlejandría.

El 17 de octubre, los delegados imperiales intentan conseguir una nueva fórmula defe. Los obispos egipcios presentan entonces su propio texto, pero este no contiene unacondena explícita de Eutiques ni un acuerdo sobre el Tomo a Flaviano. Rechazan todanegociación, porque sin un nuevo patriarca, es lo que ellos pretenden, no pueden cambiarnada de las decisiones anteriores. La Iglesia de Egipto, atacada en su cabeza, presiona alconcilio bloqueando todo posible debate. Es probable que los comisarios imperialeshayan permitido que la situación llegase a envenenarse. Eso serviría a los intereses de suamo.

¿Qué desea Marciano? La paz y la unidad de la Iglesia. ¿Cómo puede conseguirlo?Reconciliando las dos facciones extremas, es decir, a los partidarios de Eutiques y a susopositores. ¿Cuál es el mayor obstáculo? El Latrocinio de Éfeso. Parece imposiblesuperar las terribles condenas pronunciadas sin que los mismos obispos se desacrediten ypierdan su buena imagen. Razón por la que el emperador anuncia una nueva discusiónsobre el contenido de la fe para llegar a una fórmula que satisfaga a todo el mundo, sinobligar a nadie a retractarse. La polémica lanzada por los obispos egipcios y su tenazoposición debieron de convencer a la asamblea que una nueva negociación era necesaria.Para León, no es necesaria. Eutiques se equivoca. Se hace necesario restablecer la fe y ladisciplina. No hay materia para la discusión.

El 22 de octubre, una comisión inspirada por Anatolio propone una nueva fórmula defe. Al principio, se aprueba el texto, pero los legados romanos se han opuesto tanviolentamente que amenazan con abandonar el concilio. Es, pues, probable que eldocumento propuesto fuese demasiado vago e impreciso. Sin embargo, los demásobispos se dan por contentos, pero los comisarios imperiales, zarandeados por ladeterminación de los legados romanos, crean una nueva comisión más abierta a lasdemandas occidentales. La asamblea se opone de nuevo y no cede más que cuandoMarciano les amenaza con un nuevo concilio en Occidente. La mayoría de los obispos

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orientales siente una gran empatía con las tesis defendidas por Eutiques, pero deseaenterrar esta diatriba bajo fórmulas ambiguas, porque teme que un nuevo emperadorimponga una nueva política religiosa y que de repente surja la sombra del exilio.

De hecho, el proyecto realizado no es más que una compilación de documentosanteriores: el símbolo de Nicea y de Constantinopla, las cartas de Cirilo a Nestorio y a losorientales, así como el Tomo a Flaviano. En ese momento es cuando aparece la célebrefórmula: Cristo es reconocido en dos naturalezas, sin confusión y sin cambio, sin divisióny sin separación. Estas dos naturalezas se unen, en Cristo, en una persona y en unahipóstasis.

El 25 de octubre, en presencia del emperador, se lee oficialmente el formulario y esfirmado por todos los participantes. Para León, es un triunfo y un fracaso, a la vez. Suautoridad dogmática sí es reconocida, pero la aprueba una asamblea convocada por elemperador. La Iglesia no es libre frente al Estado. Siempre son posibles nuevasinjerencias.

El patriarcado de Jerusalén

Una vez reglada la cuestión de fe, quedan al descubierto los problemas de laprecedencia, más en concreto con el patriarcado de Jerusalén y con el de Constantinopla.

En el terreno eclesiástico, Jerusalén está subordinada a Cesarea de Palestina. Estasituación fue confirmada por el canon 7 del Concilio de Nicea en el 325. Desde queJuvenal fue consagrado obispo de Jerusalén, en el 421-422, no ha parado de intentar quese reconozca su sede como patriarcal. Llegó, incluso, hasta redactar documentos falsosen el Concilio de Éfeso del 431. Esta malversación le es reprochada por León a Máximode Antioquía en su carta del 11 de junio del 453 (carta 119, 1044 A). Sus pretensionesson desorbitadas: pide la primacía sobre toda la Palestina y la autoridad sobre Antioquía.Sus demandas quedan rechazadas.

Juvenal vuelve a la carga durante el Concilio de Calcedonia. El 26 de octubre del451, llega a un acuerdo con Máximo, el nuevo patriarca de Antioquía. Este último cedelas tres diócesis de Palestina: Cesarea, Petra y Scythópolis (actualmente Bet Shean). Elhonor está a salvo. La ciudad permanece como metrópoli.

Este acuerdo logrado entre estos dos obispos no ha sido debatido en la gran asambleay constituye, pues, más un reajuste que un verdadero tratado. León no lo apreciaráapenas, y no tanto por el método utilizado, sino porque es un cambio del antiguo ordenfijado por el Concilio de Nicea, que es la única y verdadera referencia. Volveremos ahablar de ello más tarde.

El patriarcado de Constantinopla

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Al final del concilio, un conjunto de puntos administrativos quedaban reglamentadosy presentados bajo la forma de cánones. Dos de ellos se refieren a la sede deConstantinopla. Apuntan en el mismo sentido: en caso de conflicto entre un obispo y sumetropolitano, el asunto debe ser presentado o delante del hexarca de la diócesis (esdecir, el metropolitano superior), o delante del obispo de Constantinopla (cánones 9 y17). Esta laxitud abre el camino a conflictos de competencia, pero en la práctica pareceque se ha optado por la segunda solución: de hecho, el patriarca de Constantinopladisfrutaba de una cierta primacía en la región.

Más discutible parece el canon 28. Se sirve de una decisión tomada por el Concilio deConstantinopla en el 381: «los ciento cincuenta obispos muy amados de Dios» yaentonces habían «acordado conceder las mismas prerrogativas a la muy santa sede de lanueva Roma». La razón que se arguye es que Constantinopla se ha convertido en laresidencia del emperador y la sede del Senado. Sin embargo, permanece como segunda,después de Roma. Es exactamente lo que el canon 3 de Constantinopla afirmaba: «que elobispo de Constantinopla tenga la primacía de honor después del obispo de Roma,porque esta ciudad es la nueva Roma».

El canon 28 fue promulgado, pues, en Calcedonia el 31 de octubre en ausencia de loslegados romanos. Estos reaccionan de inmediato y el 1 de noviembre exigen laderogación de ese texto. El obispo Lucencio acusa formalmente a los legados imperialesde haber forzado a los obispos a firmar cánones que todavía no estaban escritos. Laasamblea grita: «nadie ha sido contrariado» (Mansi 7, 442 D). El asunto se complica mástodavía: la expresión «todavía no escritos» figura en la traducción latina de las actas delconcilio, pero no están en el texto griego, ¿es una invención o una omisión? Nadie puededecirlo.

La confusión es total: para los orientales, es la puesta por escrito de una práctica yabien establecida; para los occidentales, es la introducción forzada de un texto normativo,redactado en su ausencia. Sin embargo, el conflicto todavía es más profundo. Para elOriente, la argumentación es que Constantinopla es la nueva capital. Las prerrogativaseclesiásticas están ligadas al poder político. Para Occidente, la primacía romana descansasobre el testimonio de Pedro. Es, pues, independiente del estatuto administrativo de laciudad de Roma.

Sin embargo, esta confusión entre la Iglesia y el Estado era comúnmente compartiday muy presente en la corte imperial. No es, pues, extraño que Gala Placidia, la madre delemperador Valentiniano III, haya podido escribir a Teodosio: «el primero, el que ha sidodigno de recibir las llaves celestes, ha fijado la primacía del episcopado; evidentemente,conviene que, en todas las cosas, guardemos el respeto para esa gran ciudad, que es ladueña de todas las ciudades terrenas» (carta 56, col. 861 B, finales de febrero del 450).

Esta carta es muy clarificadora de las ambiguas relaciones entre la Iglesia y el Estado,

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entre Oriente y Occidente. En el momento en que Gala Placidia escribe, el ImperioRomano de Occidente está en plena decadencia. Vastos territorios escapan a su control:la Bretaña, las Galias y España están sometidas por las tribus germánicas, firmementeestablecidas en reinos autónomos. El mismo norte de África, fuente indispensable decereales, se ha doblegado bajo el yugo de los vándalos. Sin embargo, la madre delemperador se cubre con la marchita gloria de la Ciudad eterna. La ironía del destinoquiere que este elogio coincida con la mudanza de la corte desde Rávena a Roma. Launión a la ciudad de Roma no era tan fácil como un nuevo traslado. Parece que hizo faltabuscar además varias razones para esta «devoción». Ya lo hemos dicho, el Imperio deOccidente no es más que la sombra de lo que fue. Sin embargo, Valentiniano III y, sobretodo, su madre, llena de ambición, deseaban conservar todo el prestigio de la antigüedadfrente a Constantinopla, la nueva capital. Al exaltar la primacía romana en la Iglesia,realzan otro tanto su propia autoridad.

Los intereses en Oriente y en Occidente son demasiado discordantes. El textoconciliar está aprobado. Constantinopla goza de los mismos derechos y del mismo honorque Roma. Su obispo tiene el poder de ordenar a los metropolitanos de Asia, de Tracia ydel Ponto. Sin embargo, los obispos de estas regiones son ordenados por sus hermanos yvecinos, con la aprobación del metropolitano de la provincia, sin que el obispo deConstantinopla tenga que manifestar su aprobación.

Superados por estas maniobras procedimentales, los legados romanos exigen que suprotesta figure en las actas del sínodo. Informarán a Roma que, sin ninguna duda, sabráreaccionar. Occidente ha salvado la doctrina, Oriente ha reforzado su autoridad.

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VI

LA RECEPCIÓN DE CALCEDONIA

Cartas al papa, noviembre y diciembre del 451

Desde noviembre del 451, los obispos reunidos en concilio le envían las conclusionesde su sínodo. Se trata de la carta 98. El comienzo es un vibrante homenaje a León,«intérprete de la voz de Pedro», lo que hace alusión al Tomo a Flaviano (1, col. 951 B).No dudan en retomar una imagen de san Pablo y aplicarla al papa: «eres tú el que, comocabeza sobre los demás miembros, nos presides a todos» (col. 951 C). A continuación,sigue una relación detallada de los crímenes cometidos por Dióscoro, y, al terminar, laexcomunión que se había atrevido a proferir contra León, «que se esfuerza en unir elcuerpo de la Iglesia» (2, col. 953 B). Una solemne profesión de fe precede a la delicadacuestión de las prerrogativas concedidas a la sede de Constantinopla. Los Padresconciliares insisten desde el principio en que ellos han puesto por escrito una costumbreya antigua (en latín, ante multa tempora mos fuit, col. 961 C). Afirman haberdictaminado así «para evitar toda confusión y, al revés, para confirmar la disciplinaeclesiástica» (4, col. 962 A). Ya el canon 3 del Concilio de Constantinopla (381)concedía esta preferencia a la sede de la nueva capital imperial. El sínodo de Calcedoniaaparece, pues, en continuidad con las decisiones conciliares. Además, los firmantestienen la habilidad de presentar las protestas de los legados romanos como ocurridas enotro día distinto. Estos representantes lo ponen por escrito, sin duda, porque querían«que esto hubiese comenzado por Vuestra Providencia» (ibíd.). La carta termina coneste llamamiento tan emotivo, presentado bajo la forma de proverbio oriental: «todo elbien que se haga sobre los niños revierte sobre sus propios padres» (col. 962 B).

Todo esto resulta muy hábil, pero merece algunas precisiones. Acudir a la autoridaddel Concilio de Constantinopla parece muy convincente, pero nadie debe olvidar que estesínodo no disfruta de ninguna aprobación papal. En su época, Dámaso no intervino ni enla convocatoria ni durante el desarrollo del concilio, y no aportó ninguna confirmaciónoficial a sus conclusiones. Sin embargo, las decisiones de esta asamblea fueron impuestasen todo el Imperio Romano por la sola autoridad del monarca, Teodosio el Grande.

Setenta años más tarde, la situación es completamente otra. El canon 28 fue votadopor el concilio y aprobado por el emperador, pero queda letra muerta sin la aprobacióndel papa. La asamblea conciliar promete enviar las actas del sínodo a Roma, cuantoantes. Estos documentos probablemente no tuvieron un papel determinante en la

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reflexión de León, porque él mismo, algunos años más tarde, recurrirá a Juliano de Cospara conseguir una traducción latina: el texto griego es «poco claro a causa de ladiferencia de lenguas» (carta 113, 11 de marzo del 453, col. 1028 A). León prefierefiarse del testimonio de sus propios legados, que tardan en volver.

El 27 de enero del 452, responde a los obispos galos. Estos acaban de enviarle suplena aprobación para el Tomo a Flaviano. León no puede ocultar su decepción. Suapoyo llega muy tarde. Habría hecho falta que esta aprobación hubiese acompañado a loslegados romanos en su difícil misión en Calcedonia. Sin embargo, el papa está feliz deanunciarles que en el concilio «se dio conformidad a los escritos de mi humildad» (carta102, 4, col. 987 B). León, pues, está al corriente de las conclusiones dogmáticas de estareunión, pero le faltan todavía los detalles de todo ese procedimiento. «Que VuestraAmistad ruegue para que nos alegremos de que nuestros hermanos, ante nuestra atentaespera, vuelvan lo antes posible sanos y salvos y que podamos instruirnos máscabalmente sobre todo lo que, con la ayuda de Dios, ha pasado» (carta 102, 5, col. 988A).

A finales de enero del 452, finalmente, llegan los legados a Roma. León no puedeocultar su alegría. Exclama ante los obispos galos: «al haberse cumplido por lamisericordia de Dios los votos comunes, es digno que Vuestra Fraternidad comparta estassantas alegrías» (carta 103, col. 988 B). Les envía un ejemplar de la carta de condenaredactada contra Dióscoro. Queda claramente señalado que «es manifiesto que Dióscoro,obispo de Alejandría, ha atentado contra la disciplina de los cánones y las reglaseclesiásticas por un impío orgullo» (col. 989 B). Les pide que hagan llegar esta carta a losobispos españoles. León se informa, reflexiona, pero no escribe una palabra ni alemperador ni al patriarca de Constantinopla.

Intercambio de cartas entre Constantinopla y Roma, en mayo del 452

La espera parece muy larga en Oriente. En mayo del 452, Anatolio insiste a Marcianoque envíe al obispo Luciano y al diácono Basilio a Roma, portando una carta imperial.En esta misiva (carta 100) reitera las mismas ideas que la carta sinodal de noviembre del451, los mismos propósitos aduladores respecto de León y los mismos argumentos parala precedencia de Constantinopla. También Anatolio escribe al papa, pero criticavivamente la actitud de los legados romanos durante el concilio. «Han rechazado elsínodo, han alterado y llenado de confusión la concordia, han tenido en nada a esta sede[de Constantinopla] y han hecho todo lo que se puede hacer injuriándome a mí como a lasanta Iglesia de Constantinopla» (carta 101, 5, col. 981 C).

En este momento, y precisamente en este momento, es cuando León reaccionóoficialmente. El 22 de mayo del 452, dirige una carta al emperador, a la emperatriz, alpatriarca y a Juliano de Cos.

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Respecto a Marciano, adoptó un tono diferente. En principio alaba el interés delemperador por la causa doctrinal. «Por una gran gracia de la misericordia de Dios paratoda la Iglesia católica, las alegrías se han multiplicado, cuando el muy pernicioso errorfue apagado por el celo de Vuestra santa y gloriosa Clemencia» (carta 104, 1 col. 991B). Inmediatamente se distinguen dos niveles de reflexión: «por un lado, hay unaevaluación de las cosas seculares; por otro, otra de los asuntos divinos» (3, col. 995 A).La sede de Constantinopla es honorable porque está cerca de la residencia imperial, y nopor su origen apostólico. El tono se convierte en sentencioso y amenazante: «pierde loque le pertenece en propiedad, lo que desea que no le ha sido dado; ya es bastante queesta ciudad haya obtenido el episcopado con la ayuda de Vuestra Piedad y con el acuerdode mi favor» (col. 995 A). El papa pide al emperador que presione al patriarca para quemodere sus exigencias (§ 4).

En la carta que dirige a Pulqueria, León es más completo. Ataca notoriamente elorgullo de Anatolio: «él, el obispo de la Iglesia de Constantinopla, ¿qué más desea que yano haya obtenido? O ¿qué es lo que le dará satisfacción, si la magnificencia y la gloria detal ciudad no le basta?» (Carta 105, col. 999 C). Con cierta crueldad, opone las intrigasde Anatolio con la simplicidad de Flaviano, su desdichado predecesor: «que reconozca aqué hombre sucede y, habiendo rechazado todo espíritu de orgullo, que imite la fe deFlaviano, la modestia de Flaviano y la humildad de Flaviano, que lo han conducido hastala gloria del martirio» (col. 1000 A). León da un paso más en su argumentación: pone enduda, sin nombrarlo explícitamente, la validez jurídica del canon 3 de Constantinopla.«Las asambleas de obispos, que se rebelan contra las reglas de los santos cánones fijadosen Nicea, los anulamos por nuestra piedad unida a nuestra fe, y lo derogamos por laautoridad del santo apóstol Pedro mediante un decreto universal» (col. 1000 B).

Es más agresivo en su carta Anatolio: «sufro porque Tu Amistad se pierda, porhaberme atrevido a tener que enfrentarte a las santas decisiones de los cánones deNicea» (carta 106, 2, col. 1003 B). Le reprocha haber despojado a Alejandría y aAntioquía de su segundo y tercer rango de honor, y querer apropiarse de su dignidad. Loafirma y lo recuerda: el concilio se ha «reunido para extinguir la única herejía y paraconfirmar la fe católica, gracias al celo de un príncipe muy cristiano» (ibíd.). Ofrececomo freno no aceptar cualquier intento de privilegiar a los cánones de Constantinopla,porque estos nunca fueron enviados a Roma para recibir su aprobación. Al contrario,insiste en los privilegios de la sede de Alejandría y de Antioquía. La primera fue fundadapor Marcos, discípulo de Pedro, y por la impiedad de Dióscoro no puede alcanzar suesplendor. La segunda puede presumir de que en ella, por primera vez, los discípulos deCristo recibieron el nombre de cristianos (§ 5). Con diplomacia, no menciona a la sede deRoma.

Finalmente, escribe una última carta a Juliano de Cos. Denuncia sin rodeos el

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desmesurado orgullo de Anatolio: «que se guarde de todo ávido deseo de bienes ilícitos»(carta 107, 2, col. 1010 B).

En primer lugar, sorprende el largo silencio de León. El concilio concluyó sus trabajosen noviembre del 451, pero el papa no escribe más que en mayo del 452, o sea, seismeses más tarde. La excusa de falta de informaciones directas parece muy diplomática,puesto que los legados ya han vuelto en enero del 451. ¿Por qué tanto retraso? Lapregunta buena sería: ¿y para qué darse prisa? El concilio y el emperador no puedennada sin el acuerdo del papa. Este no esperaba más que una sola cosa: la condena deEutiques y el restablecimiento de la situación en la Iglesia, tal como estaba antes delLatrocinio de Éfeso. Todo eso ya fue establecido por el concilio y reconocido por elemperador. Con gran disgusto del papa, los obispos reconocen una cierta primacía a lasede de Constantinopla. León no quiere oír hablar nada de este tema, porque esoacrecentaría más aún el foso que separa las dos partes de la Iglesia. No decir nadaperturba al Oriente. No hacer nada consolida a Roma. Buena prueba de ello es lapreocupación de Anatolio.

El resto no es más que cuestión de procedimiento. León no reconocía al Concilio deCalcedonia más que una única función: la de condenar a Eutiques y a Dióscoro. Además,el papa se agarra al único sínodo reconocido, el de Nicea.

Sea como sea, el emperador actúa como si hubiese recibido el permiso del papa. Defebrero a julio del 452, publica varios edictos que van aplicando los cánones deCalcedonia (Mansi 7, 476, 477, 497). En particular, promulga el exilio para Eutiques ysus intransigentes monjes (Mansi, 501). Notemos que los escritos del emperador notratan de la parte dogmática del concilio. Pero, incluso en este campo, la situación seencuentra lejos de estar tranquila. Algunos monjes palestinos se han rebelado contraJuvenal de Jerusalén, que ha tenido que refugiarse en Constantinopla. Podría parecer queEudoxia, la anciana emperatriz, es la instigadora de toda esta situación. El 25 denoviembre del 452, León escribe a Juliano para obtener mayor información. Lerecomienda aportar pruebas fehacientes respecto a los sediciosos: el exilio castigará a losmonjes rebeldes. Para mejor construir la argumentación teológica, el papa envía al obispoun ejemplar de la carta de Atanasio a Epicteto (carta 109).

Mientras tanto, Atila lanza una nueva ofensiva en el norte de Italia. Se apodera deAquileya, que queda arrasada. La agotada población huye y se refugia en inhóspitosterrenos pantanosos. Fundaron una nueva ciudad, que se llamará Venecia.

Doble ofensiva, imperial y patriarcal, en el 453

La corte está agitada. El 15 de febrero del 453, el emperador Marciano escribe alpapa León: «nos extraña mucho que, después del Concilio de Calcedonia y tras las cartasde los venerables obispos, enviadas a Tu Santidad, en las que se explicaban todos los

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sucesos acontecidos en este sínodo, Tu Clemencia no haya enviado ninguna carta porningún medio, cartas que, siendo leídas en todas las santas iglesias, habrían llegado alconocimiento de todos» (carta 110, col. 1017 B). De nuevo, la cuestión del primado,maniobrada por la sede de Constantinopla, es la que agita los ánimos. El emperadorquiere estar seguro: «nada de la antigua costumbre y del orden establecido antiguamentee inviolablemente observado hasta este día, nada de todo esto va a sufrir innovaciónalguna» (col. 1019 A). Es interesante indicar que Marciano no es totalmente honesto ensu carta. De febrero a julio del 452, había promulgado varios edictos para combatir a losdiscípulos de Eutiques. Lo que le falta, es el pleno acuerdo de Roma sobre la primacía deConstantinopla. León no tiene tiempo de responder al emperador antes que Anatolio tratede hacerse fuerte.

El lector se acordará que este en el 449 había sido nombrado patriarca deConstantinopla por el emperador Teodosio, inmediatamente después de la destitución deFlaviano. Viniendo de Alejandría y del inmediato entorno de Dióscoro, el recién elegidoera más que sospechoso. Para librarse de las sospechas de Pulqueria, destituyó a supropio archidiácono Andrés, y nombró a Aecio en su lugar. Dos años más tarde, Anatolioya se siente bastante fuerte para manifestarse abiertamente tal como es. Nombra a Aeciopara un puesto puramente administrativo: coordinar el uso de los cementerios, un cargosin influencia política. Esta promoción, totalmente eclesiástica, le permite volver a llamara Andrés para esta función central de archidiácono. Esta peligrosa deriva no se le escapaa Juliano, que enseguida se lo advierte a León (carta 113, 1, col. 1024 B).

León se toma este asunto muy en serio. Adoptó una decisión sorprendente: nombra aJuliano como legado extraordinario permanente en la corte de Constantinopla con plenospoderes. Así se lo advierte a la pareja imperial. En una carta a Marciano, el 10 de marzodel 453, le recuerda que siempre ha tenido dudas sobre la legitimidad de la promoción deAnatolio al episcopado. Y esta era la razón por la que tardaba tanto en confirmar estaelección patriarcal. Sus sospechas habían disminuido al ver la profesión de fe delsospechoso. León le había creído sinceramente. Pero el reciente nombramiento deAndrés, fiel seguidor de Eutiques, en el puesto clave de archidiácono le pareceincomprensible. Juliano de Cos, en lo sucesivo, estará en Constantinopla «contra losherejes de nuestro tiempo y para la protección de la paz eclesiástica» (carta 111, 3, col.1022 B). Y prosigue: «como míos que sois, negaos a escuchar sus consejos en favor dela concordia de la unidad universal» (ibíd.). No dice otra cosa a Pulqueria: Juliano«ejecuta mi solicitud para la salvaguarda de la fe y por la disciplina eclesiástica» (carta112, 2, col. 1024 B). ¿Es necesario recordar que el término solicitud designa, segúnLeón, la carga pastoral del obispo de Roma? Juliano es, pues, la encarnación de León enla corte imperial.

Esto es lo que León escribe a su obispo de Cos: «tú asumirás este cargo especial

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obrando en mi lugar» (carta 113, 2, col. 1025 B). El papa no esconde la dificultad de esamisión porque no hay «en el obispo de Constantinopla vigor católico ninguno» (col. 1025C). La revuelta entre los monjes palestinos mantiene en vilo su atención: «deseo serinformado más ampliamente para que pueda aplicar la corrección adecuadamente porqueuna cosa es estar armado impíamente contra la fe, y otra es estar agitado excesivamentepor la falta de moderación en cuestiones vitales para la fe» (3, col. 1026 C). León no seatreve a zanjar este asunto: ¿estos monjes son muy fervorosos o se han convertidorealmente en herejes? Les deja el beneficio de la duda hasta que llegue el próximoinforme de Juliano. Igualmente, el papa se preocupó por la situación en Egipto, enparticular, por el nombramiento del nuevo patriarca en Alejandría (§ 3). Hay que señalarque León no aborda el problema de la primacía, reivindicada por la sede deConstantinopla. Y, por tanto, Juliano, en su nuevo puesto, estará situado entre elpatriarca y el emperador. Es que, para el obispo de Roma, esta cuestión no se plantea, nisiquiera existe. Aunque esta no es la opinión de todo el mundo. En este contexto tantensionado es cuando León reacciona ante la injerencia imperial del 15 de febrero del453, en la que Marciano expresa su irritación ante la iniciativa del papa.

El 21 de marzo del 453, León se dirige a los obispos que habían participado en elConcilio de Calcedonia. Ahora bien, el sínodo se clausuró en noviembre del 451, o sea,un año y medio antes. El papa, más bien, se extraña que le reclamen su aprobación. Ya lahabía concedido en una carta dirigida a Anatolio el 22 de mayo del 452 (carta 114).Además, para el obispo de Roma, el único fin de esta reunión en Calcedonia eracondenar a todos los que, después de Nestorio, de Eutiques y de Dióscoro, ponían enduda la verdadera Encarnación de Nuestro Señor Jesucristo. León les recuerda suposición en materia de privilegios y de primacía: hay que mantener los decretos delConcilio de Nicea.

En la misma época, envía una carta al emperador. El tono es muy prudente.Primeramente, da gracias a Dios que, durante este período crítico en el que tantasherejías pululaban por todas partes, «el poder real y el celo presbiteral hayan podido darpruebas de su moderación» (carta 115, col. 1031 B). Igualmente recuerda su carta aAnatolio, por cierto, con su aprobación del concilio, pero también con sus advertencias.Sobre todo, insiste en que el emperador debe guardar íntegramente la fe de Nicea y losprivilegios de las Iglesias. Esta recomendación no es anodina, porque, poco tiempo antes,Anatolio había dado un giro brusco, sustituyendo a Aecio por Andrés.

El asunto no es fácil y León dejó un cierto margen de maniobra a Juliano. El 21 demarzo del 453, le envía dos ejemplares de su carta de aprobación del concilio: el primerocon la carta 116 dirigida a Anatolio, y el segundo sin este documento. A Juliano le tocadecidir qué ejemplar es mejor hacer llegar a todos los obispos. Él está mejor situado queLeón para juzgar, puesto que está en el lugar, en Constantinopla (carta 117, 5).

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Igualmente León da otras instrucciones y otras informaciones. Ha escrito una carta a laemperatriz viuda Eudoxia, que causa problemas entre los monjes palestinos. Le recuerda,tanto a ella como al emperador Valentiniano III, que hay que respetar la ortodoxia (§ 3).En el asunto referido a Andrés y a Aecio, hay que dar pruebas de una gran paciencia (§4). Y, por último, a Anatolio no le falta audacia: ha intentado unir a los obispos ilíricos asu autoridad. Eso significaría que esta región quedaría separada del patriarcado de Romay unida al de Constantinopla. León decide no escribirle, porque Anatolio,verdaderamente, no quiere cambiar (§ 5).

Finalmente, el emperador es el que impondrá la reconciliación entre el obispo deRoma y el patriarca de Constantinopla. A finales del 453, Marciano escribe a León, queresponde el 9 de marzo del 454. El papa dice estar dispuesto a entablar de nuevocontactos con Anatolio, al menos si reconociera los cánones de Nicea y diera pruebas deuna real humildad (carta 128). Las condiciones impuestas por León son bastante duras,puesto que reducen a nada todos los privilegios que Anatolio quería otorgarse. Elemperador convoca a su obispo, le da a leer la carta papal y le convence para quetambién él escriba a León.

Es la carta 132 de abril del 454. El latín utilizado en esta misiva es mediocre. Esoprobaría que la traducción original se habría hecho en Constantinopla. Anatolio esparticularmente generoso. Con la mano en el corazón, jura que lamenta la ruptura que lesepara de Roma. Está feliz al poder anunciar que Aecio ha sido restablecido en su puestode diácono y que Andrés ha sido cesado. Afirma que toda esa agitación en torno al canon28 ha sido provocada por el pueblo y por el clero de Constantinopla. Él mismo confiesaque no le mueve ninguna ambición personal. Démonos cuenta que, gracias a esta acción,Anatolio reconocía implícitamente que las decisiones de Constantinopla quedan sinefecto, si no han sido aprobadas por Roma. Eso afecta particularmente al famoso canon28. Además, en el asunto referido a Aecio y a Andrés, el patriarca de Constantinoplacede ante las medidas disciplinares impuestas por el obispo de Roma. Por tanto, era unacuestión interna, pero el prestigio de la Sede apostólica es tal que ha tenido quesometerse a ella.

León será muy diplomático en su respuesta (carta 135, del 29 de mayo del 454). Nohace ninguna mención del famoso canon 28: evita abordar de frente lo que les separa.Sin embargo, lamenta que Anatolio no haya respondido antes y que de este modo sehaya roto el intercambio regular de cartas. León echa la culpa de esta ruptura sobre lasespaldas de Anatolio. Además, está feliz al volver a encontrar en el patriarca deConstantinopla las cualidades de sus predecesores: la doctrina de Juan Crisóstomo, laautoridad de Ático, el celo de Proclo y la fe de Flaviano. De esta manera, León quierecontar con la ayuda y el apoyo de Anatolio para que «ninguno se atreva a oponerse a lafe universal o a las reglas de los venerables Padres de Nicea» (col. 1096 B). El patriarca

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de Constantinopla queda, pues, sometido a la política general de la Sede apostólica.

La relaciones entre Roma y los otros patriarcados

El Oriente se queja. La condena de Eutiques y de su teología fue mal recibida por lasIglesias griegas.

Jerusalén

Los monjes palestinos, alentados por Eudoxia, se han rebelado contra Juvenal, queha tenido que huir y refugiarse en la corte imperial. Ya el 2 de abril del 453, León habíaescrito a Juliano de Cos, para que vigile que la predicación esté reservada solamente a lossacerdotes y a los obispos, no a los monjes. Recuerda así una prohibición ya promulgadapor el papa Celestino I (422-432) contra los monjes semipelagianos en la Galia. Pide aJuliano que inste al emperador a que los insurrectos sean conducidos ante los tribunalesciviles, evitando a toda costa condenarles a muerte (carta 118, col. 1040). En efecto, eldiálogo quedó interrumpido. Sin embargo, el 15 de junio del 453, León escribe a Eudoxia(carta 123) y a los monjes palestinos (carta 124). Les habla de su solicitud pastoral porla Iglesia universal y por todos sus hijos (carta 124, 1, col. 1062 A). Cree que laagitación entre los monjes palestinos se debe a una mala comprensión de sus cartas. ElTomo a Flaviano, sin duda, habría sido mal traducido. Poder argumentar con rigor, ya esdifícil, incluso en su misma lengua. ¿Qué no sucederá entonces, a partir de unatraducción (1, col. 1062 B)?

No se hace nada. Marciano tiene que intervenir. Envía tropas que recuperanJerusalén y restablece a Juvenal por la fuerza. El 9 de enero del 454, León le da lasgracias por esta acción militar: «estoy seguro de que Dios vela por mantener este celomuy saludable de Vuestra Piedad, para que la tranquilidad plena sea concedida a la fecristiana y a nuestro Imperio» (carta 126, col. 1070 A).

Antioquía

La confusión es igualmente grande en Antioquía. El 11 de junio el 453, León anima aMáximo, el nuevo patriarca, a que proteja a todos los obispos bajo su jurisdicción (carta119, col. 1042 A). Se opone de esta manera al acuerdo alcanzado con Juvenal sobrePalestina. El papa permanece fiel a su política: «lo que ha sido establecido por los santosPadres [de Nicea], no permitiré ni dejaré que sea violentado por cualquier novedad» (col.1043 A). Antioquía debe conservar su tercer rango en la precedencia entre los patriarcas.León es absolutamente partidario de respetar esta ley.

Se dirige igualmente a Teodoreto de Ciro, que es el teólogo de referencia en elOriente. Le escribe una carta en la que le recuerda muy claramente la primacía doctrinalde Roma. «Lo que primeramente había sido definido por nuestro ministerio, ha sido

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confirmado por el acuerdo irrevocable de la Fraternidad universal» (carta 120, 11 dejunio del 453, 1, col. 1046 C). Incluso llega a oponer la rigurosa ortodoxia latina a loserrores dogmáticos de los griegos: «la salida del sol de justicia, ocultado en Oriente porlas espesas nubes de Nestorio y de Eutiques, ha resplandecido con pureza en Occidente,donde desde el principio ha llegado a su culmen gracias a los apóstoles y a los doctores»(2, col. 1049 B). Afirma claramente la superioridad de su enseñanza en el Tomo aFlaviano, al ser «confirmado por el acuerdo del santo sínodo universal y habiendorecogido tan gran cantidad de testimonios de la autoridad divina» (4, col. 1052 C).

Pero, he aquí que Máximo desaparece misteriosamente. El emperador anuncia susustitución sin dar explicación alguna. León no pide ninguna. Simplemente lamenta queeste cambio no haya tenido lugar según las reglas establecidas. El 1 de septiembre del457, escribe en el inicio de su carta al nuevo patriarca: «tendríamos que haber conocidola ordenación de Tu Dilección, según el uso eclesiástico, gracias a tu comunicación o a lade los hermanos obispos de tu provincia» (carta 149, col. 1119 A). E, intentando serconciliador, sigue: «no podemos dudar de tus méritos» (col. 1119 B). Hablaremosenseguida de esta carta.

AlejandríaLa situación no es más tranquila en Egipto. En noviembre del 451, Proterios es

nombrado patriarca de Alejandría para suceder a Dióscoro, depuesto por el concilio deConstantinopla. Es mal recibido. Allí, los monjes provocaron verdaderas revueltas.Marciano debe intervenir. El 28 de julio del 452, promulga un edicto con el que amenazaa los cristianos que permanezcan fieles a Dióscoro (Mansi 7, 501). Sin embargo, Leónsigue desconfiando de Proterios y de su ortodoxia. A principios del año 453, le dirige unacarta a él y a sus electores, para obtener así más información. Menciona esta injerenciaen una misiva que envía a Juliano de Cos, el 11 de marzo del 453 (carta 113, 3). El añosiguiente, el 9 de enero del 454, se la dirige al emperador. El papa está preocupadoporque Egipto sigue sumido en las tinieblas (carta 126). Marciano reaccionarápidamente. En febrero del 454, León recibe una carta del emperador y otra deProterios. El 9 de marzo responde a una y a otra. Al jefe del Imperio le expresa toda sugratitud (carta 128). El solo hecho de que el emperador sea garante de la ortodoxia delpatriarca de Alejandría ya basta para reducir los temores del obispo de Roma. Leónañade que Proterios le ha enviado otras cartas que le han dado plena satisfacción en lascuestiones romanas. Todas esas hermosas protestas parecían más educadas queverdaderas, porque León pide a Marciano que el Tomo a Flaviano sea traducido al griegopor alguien competente, que esta traducción quede sellada con el sello imperial y que sealeída en todas las iglesias de Alejandría. El papa no está convencido de que se estéevitando toda confusión en los acalorados espíritus de los alejandrinos. Con este estadode ánimo es con el que hay que leer la carta que León dirige a Proterios (carta 129).

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Proclama que la fe del nuevo patriarca está en la misma línea que la confesada por suspredecesores, es decir, Atanasio, Teófilo y Cirilo. Y pide que el Tomo a Flaviano seinserte en una colección de textos dogmáticos egipcios, para que la continuidad en la fequede probada por estos documentos. Finalmente, le recuerda que los privilegios deAlejandría tienen que ser mantenidos en todo Egipto, a pesar de la ambición de algunos.La alusión a Anatolio es evidente.

El futuro inmediato probará que las preocupaciones de León eran más que fundadas.En el 457, tras la muerte de Marciano, el episcopado egipcio se eligió un nuevo patriarca,Timoteo Eluro, conocido por su oposición a Calcedonia. Ante las amenazas deinsurrección, el gobernador militar no podrá hacer otra cosa más que tolerar la presenciade dos patriarcas en la misma ciudad. La revolución sigue su curso. El 28 de marzo,Proterios es asesinado en el transcurso de una revuelta. La Iglesia de Egipto vive sumidaen el caos y en el cisma. Nadie se dirige al papa. Todos se vuelven hacia el nuevoemperador.

El emperador León I

El 26 de enero del 457 muere el emperador Marciano. ¿Quién puede sucederle? Ladescendencia masculina de Constantino ya se ha extinguido desde hace mucho tiempo.Para asegurar la legitimidad a la hora de acceder al poder, Marciano se había casado conPulqueria, la hija pequeña de Teodosio. Su unión no conoció descendencia, puesto que laemperatriz se había consagrado al Señor en virginidad. Ya hemos visto anteriormente queel dueño de la corte imperial, de hecho, era Aspar, jefe del ejército (en latín, magistermilitum). Su origen bárbaro (era alano) y su pertenencia religiosa (era arriano) le alejabande los altos cargos políticos y sociales. Sin embargo, presentó a León a su antiguointendente, al Senado y al ejército, y le hizo aclamar emperador por unos y por otros.Nacido hacia el año 400, este León procede de una «oscura» familia, originaria delnoreste de Grecia, de ahí su sobrenombre León el Tracio. Protegido por Aspar, llega aser tribuno militar. Salido de la nada, sin ningún lazo de sangre con Constantino ni conTeodosio, León debería recibir una señal oficial que le acreditase. La Iglesia fue la quevino en su ayuda. El obispo de Constantinopla, Anatolio, le coronó emperador. Era laprimera vez que un príncipe cristiano era consagrado de esta manera por un sacerdote.Sin embargo, en la sombra, la influencia de Aspar será tan grande y agobiante, que elemperador le «llevará» a la muerte en el 471, tras una campaña catastrófica contraGenserico, el vándalo.

Las relaciones entre Roma y Constantinopla no son nada afectuosas. El 11 de juliodel 457, el papa agradece a Anatolio haberle notificado el trágico fin que habíasorprendido a Proterios (carta 126). Démonos cuenta que nadie en Egipto había pensadoen notificar a la Sede apostólica esta muerte horrorosa, cometida durante una revuelta. El

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dueño del Imperio parece ser el único superior legítimo de los patriarcas en la Iglesia. Enla misma carta, el obispo de Roma exhorta a su colega de Constantinopla a que vele porel celo religioso del nuevo emperador. El mismo día, el papa León se dirige al emperadory le pide intervenir en Alejandría para que sea nombrado un obispo que no tenga «nadairreprensible ni en la honorabilidad de su vida ni en la profesión de su fe» (carta 145, col.1114 B). Una tercera carta se la dirige al fiel legado romano en Constantinopla, Juliano deCos (carta 147). Le recomienda mantener sin cambios las decisiones del Concilio deCalcedonia y elegir un nuevo obispo de Alejandría.

Surge otro motivo de inquietud cuando León se entera de que los ambientesfavorables a Eutiques deseaban que se reúna un nuevo concilio para derogar lasdecisiones hostiles al monofisismo. León reacciona con una larga campaña epistolar el 1de septiembre del 457. Con Basilio, el nuevo obispo de Antioquía, rompe la costumbreeclesiástica de no responder más que después de haberle notificado oficialmente sunombramiento. Le escribe para advertirle de la nefasta influencia de los eutiquianos(carta 149). Da las mismas recomendaciones a Euxtheum de Tesalónica, a Juvenal deJerusalén, a Pedro de Corintio y a Lucas de Dirraquio (actualmente Dürres, en Albania;carta 150). De pronto, tributa grandes elogios a Anatolio de Constantinopla por lafirmeza de su fe y, a continuación, le anima a que resista frente a la herejía (carta 151).Juliano de Cos y el archidiácono Aecio reciben la consigna de velar para que las cartasenviadas desde Roma al Oriente lleguen a sus destinatarios. León señala a Juliano que nohay, en sus escritos, nada nuevo, ni oscuro, ni dudoso (carta 152). Aecio recibe, además,las distintas aprobaciones que los obispos de la Galia y de Italia habían enviado,aprobando el Tomo a Flaviano, poco antes del Concilio de Calcedonia (carta 154).

En Alejandría, la situación es tan tensa que los obispos y sacerdotes que permanecenfieles a Calcedonia tienen que huir y encontrar refugio en Constantinopla. La acogida sehace sin ningún entusiasmo. El 11 de octubre del 457, León es obligado a consolar a losexiliados (carta 154) y a exhortar a Anatolio a permanecer vigilante frente a los herejes, eincluso con su propio clero (carta 155).

Los rumores no paran. El emperador será objeto de repetidas presiones para queconvoque un nuevo concilio. El 1 de diciembre del 457, el papa, preocupado, se dirige almonarca y le recuerda que no hay nada nuevo que tratar acerca de la fe, después de lasdecisiones tomadas en Calcedonia. Le promete enviarle un tratado más completo sobreestas cuestiones doctrinales. Se queja de la inquina de Anatolio (carta 156). Al mismoAnatolio, le escribe para que conserve firme la verdadera fe en Constantinopla y que velepor restablecer la paz en Alejandría (carta 157).

En el 458, el asunto no está resuelto en absoluto. El emperador pide entonces al papaque envíe legados, sin duda, para poder arreglar la oposición doctrinal amigablemente. Elobispo de Roma obedece, pero añade inmediatamente que sus representantes no van allí

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para discutir, sino para explicar [la doctrina de Nicea] (carta 162, 3). El mismo 21 demarzo del 458, reitera esta firme oposición a toda nueva negociación sobre la fe, en unacarta dirigida al clero egipcio refugiado en Constantinopla (carta 160). Avisa con lamisma severidad tanto al clero de esta ciudad como a su obispo (carta 161 y 163). ¿Hayque recordar que en esa misma época el papa tiene que dar instrucciones a Nicetas deAquileya respecto al tema de los matrimonios separados debido a las invasiones de loshunos, y respecto a los prisioneros forzados a la apostasía por miedo o por hambre(carta 159)? Occidente está descuartizado por las huestes bárbaras, mientras que elOriente se ve desgarrado por las cuestiones de la precedencia y de terminología.

En Egipto la oposición es muy fuerte como para quedar sofocada solamente por larazón o por la fuerza. El emperador lanza una encuesta escrita a todas las provinciaseclesiásticas. Dos cuestiones quedan planteadas: ¿hay que reconocer a Timoteo Elurocomo legítimo obispo de Alejandría? ¿Y hay que mantener las decisiones dogmáticas deCalcedonia? La respuesta es mayoritaria: no a Timoteo, sí a Calcedonia. Eso no apacigualos ánimos en Egipto.

El 17 de agosto del 458, León envía dos cartas al emperador (cartas 164 y 165). Sonlas dos últimas que, conservadas en la colección epistolar del papa, dirige al Oriente.Enviará dos legados como se le había pedido y volverá a escribir un nuevo tratadodogmático. Este último volverá a ocuparse de las grandes líneas doctrinales del Tomo aFlaviano, pero será más moderado en los pasajes en los que explícitamente se trata de lasdos naturalezas en Cristo. En estos escritos, León expresa con tanto ardor su deferenciahacia el emperador que aún no ha denunciado las sutilezas bizantinas. Primeramente,exalta la inteligencia del monarca en los asuntos religiosos: «Tu Clemencia no hanecesitado enseñanzas humanas» (carta 165, 1, col. 1155 A); «tú mismo brillas enprimer lugar en la fe, según la enseñanza del Santo Espíritu» (carta 164, 1, col. 1128 B).Sin embargo, rechaza que se pongan en duda las decisiones tomadas en Calcedonia: «siestuviese permitido juzgar a partir de razonamientos humanos, siempre habría gente quese atrevería a oponerse a la verdad y a fiarse de la verborrea de la sabiduría mundana»(carta 164, 2, col. 1149 B). Denuncia los prejuicios y las manipulaciones. «Buscan sugloria en primer lugar, cuando, en los asuntos inciertos y confusos, a causa de ladiversidad de opiniones, arrastran la opinión de los oyentes en lo que [anteriormente] yahabían elegido para probar su ingeniosidad y su elocuencia. Ellos llegan a eso: lo que estáprohibido, mediante una gran facilidad de palabra, se toma como lo más verdadero»(carta 164, 2, col. 1150 A).

Finalmente, en el 460, Timoteo Eluro fue exiliado. León escribe enseguida para queel depuesto no sea reincorporado tan fácilmente, firmando una simple fórmula decompromiso sobre la fe, sino que quede proscrito por las criminales revueltas que haprovocado (carta 169, al emperador, y la 170, a Genadio de Constantinopla). El anciano

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obispo de Alejandría será deportado al Gangres, en Paphlagonia, posteriormente aCherón, en las orillas del Mar Negro. Otro Timoteo, llamado Salofaciolo, es decir, «el deturbante blanco», le sucederá, apoyado por una pequeña minoría de obispos egipcios.León le escribirá para solicitarle y pedirle que le tenga al corriente de la evolución de lasituación (carta 171).

Muerte e influencia de León

Después de 21 años de episcopado en Roma, León muere en el 461. Nada nos hallegado ni sobre su ancianidad ni sobre sus últimos momentos, solo se conoce la fecha desu muerte, el 10 de noviembre.

Enterrado el mismo día, fue inhumado a la entrada de San Pedro. Sin que se sepabien por qué fue el primer obispo en ocupar este lugar. En el 688, el papa Sergio Itrasladará los restos mortales al interior de la basílica. Un epitafio escrito entoncespresenta al gran papa como verdadero guardián de la Iglesia, vigilante para que el lobo noataque el rebaño de Dios. Ahora reposa bajo uno de los altares consagrados a la Virgen,en el brazo izquierdo del transepto.

León, muy rápidamente, fue rodeado de respeto y veneración. El título de «magno»le fue atribuido casi de inmediato. El culto rodeó espontáneamente su memoria. Elmartirologio jeronimiano, lista de santos establecida a finales del siglo V y conservada endos manuscritos redactados hacia el año 600, fija la veneración del gran papa para el 10de noviembre. Los griegos lo celebrarán el 18 de febrero. La Iglesia latina, primeramente,había colocado su fiesta el 11 de abril, fecha de la primera traslación. Después delVaticano II, el 10 de noviembre, fecha de su muerte, es cuando se le honra.

En 1754, el papa Benedicto XIV lo proclamó doctor de la Iglesia. No solamente sugran síntesis teológica, el Tomo a Flaviano, quedaba coronado, sino que es toda su vida ysu obra, tanto epistolar como homilética, pastoral y política, litúrgica y humana, la queera reconocida, citada como ejemplo y propuesta tanto para el estudio como para lameditación. Juan XXIII no encontró un título más bello para la encíclica que promulgóen el XV centenario de su muerte, el 11 de noviembre 1961, que Aeterna Dei sapientia,la sabiduría eterna de Dios.

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CONCLUSIÓN

En un mundo que se derrumba, frente a las huestes bárbaras que avanzan sobre elcontinente y en medio de las controversias internas, que desgarran el Imperio y la Iglesia,avanza León, fuerte en sus derechos y animado por su deber. No es el orden antiguo loque quiere restablecer, es la verdad de siempre.

León es un romano, de origen y de sensibilidad. Está fuertemente impregnado de esasublime idea que sus antepasados tenían del bien común en los tiempos gloriosos de laRepública. Dentro del más estricto respeto por el derecho, vela por el desarrollo de laIglesia en la unidad del Imperio.

Esta es la razón por la que reprueba la conducta de Hilario de Arlés. El intempestivocelo de este reformador rebasaba los límites canónicos de su territorio y de susatribuciones. Que permanezca en su casa y que cese en esta dolorosa agitación. Hayotras personas encargadas de velar por los intereses de la Iglesia y de la fe. Ellas vigilansobre el conjunto de la cristiandad. Que cada uno cumpla con su deber allá donde esté.De manera aproximada, esta es la posición de León en este asunto.

La misma irritación que le había alterado, cuando descubrió los horrores cometidospor los maniqueos en Roma. Al principio, apenas se preocupa. No les conocía bientodavía. Cuando descubre la realidad, termina por fulminarlos: estos herejes nosolamente desfiguran el verdadero culto, sino que se entremezclan perniciosamente enmedio del pueblo creyente. Llevan a cabo perversiones que no se atreve a describirdelante de sus interlocutores. Este mensaje y esta perversión tienen que ser erradicadosde la Iglesia y del pueblo.

En cada uno de estos dos asuntos, León pide y consigue la intervención delemperador Valentiniano III. El obispo de Roma es el primer responsable del bienestar dela Iglesia. El jefe del Estado debe ayudarle. Uno y otro, cada uno en su nivel, tienen lamisma misión: velar por la salvaguarda y el pleno gozo de la comunidad que les ha sidoconfiada. En eso, León es un perfecto representante de la Antigüedad. No hayseparación entre Iglesia y Estado. Hay connivencia y una cierta complicidad. Estas dosinstituciones colaboran en la misma tarea y para el mismo pueblo. Pero los interlocutoresson de una calidad desigual.

Valentiniano III parecía muy débil de carácter. Seducido por las ciencias ocultas,pierde el sentido de la realidad y el cruel peso del deber. Mientras que está rodeado porfuertes personalidades, como su madre, Gala Placidia, y su general, Aecio, el Imperio sehunde, pero todavía no se derrumba. Pero, cuando estos dos apoyos desaparecen, elemperador acaba muriendo, también él, asesinado. No tiene como sucesores más que afantoches puestos y depuestos por un ejército en manos de los bárbaros.

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La situación en Oriente es más compleja. Teodosio II, el emperador niño, se cree tanbuen teólogo como diplomático. Pero se dejará superar por Eutiques y Dióscoro. ElLatrocinio de Éfeso es el resultado de las intrigas llevadas a cabo por el obispo deAlejandría. El emperador Marciano está en otro nivel. Es un fiel servidor del Estado.Limita sus ambiciones al Imperio de Oriente. Italia y lo que queda de la Galia quedanabandonadas a su suerte. Pero, en sus dominios, el nuevo emperador quiere gobernar yrestablecer la situación. Para eso, necesita de la Iglesia y de su unidad. Está dispuesto anegociar una nueva fórmula de fe, si eso conduce a la pacificación religiosa. León es deotra opinión. La fe es una. Ha sido profesada en las Escrituras y por el Concilio deNicea. Es inútil e incluso blasfemo querer volver atrás. El obispo de Roma aguanta: loque ha sido dicho, no debe ser cuestionado. Ante el emperador León, se verá asaltadopor las mismas dudas. La seguridad del Estado no puede conseguirse a precio de erroresteológicos.

El pontificado de León marcará así la transición de una Iglesia sometida a una iglesiaautónoma. Constantino había autorizado poder practicar la fe cristiana, pero habíaintegrado la institución eclesial en su Imperio. Organizó el Concilio de Nicea. Restituyólas iglesias y los edificios confiscados anteriormente durante las persecuciones. En sucorrespondencia, León se mantiene respetuoso con los diferentes emperadores con losque trata. Permanece ciudadano romano. Pero se da cuenta que Valentiniano III no escapaz que contener a los pueblos bárbaros que avanzan por Italia. Es él, el obispo deRoma, el que tiene que negociar con Atila y con Genserico. El Oriente se repliega sobrela Península balcánica y la actual Turquía. El emperador deja a su obispo deConstantinopla ganar en poder e influencia sobre las Iglesias del entorno. Occidente,entre matanzas y pillajes, se rompe. Oriente se agota en controversias sobre laprecedencia y viejas envidias. En los Campos Catalaúnicos, visigodos, francos y romanossufren la llegada arrasadora de los hunos. El obispo de Alejandría es asesinado en eltranscurso de una revuelta religiosa. El antiguo Imperio Romano que se extendía por todoel Mediterráneo, ahora está muy dividido. Cada una de las dos partes sigue su ruta enmedio de las tempestades de la historia.

Frente a esto, León manifiesta la simplicidad de la fe, en ese bello documento que esel Tomo a Flaviano. Allí está todo resumido. Allí está todo dicho. Todo lo que se leañade no son más que especulaciones ociosas y peligrosas. El pisoteado derecho en elLatrocinio de Éfeso, es respetado escrupulosamente en Calcedonia. Los acusados sonllamados y pueden defenderse. No son perseguidos por cuestiones dogmáticas, siempresutiles, sino por defectos procedimentales, claramente definidos.

Durante este largo debate, León siempre ha recordado la necesaria justicia y laindispensable misericordia. Que los que se retracten sean perdonados. Esta mansedumbreno es signo de debilidad. El obispo de Roma recomienda firmeza frente Anatolio. Una

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vaga fórmula de fe no podía bastar para su readmisión. El obispo de Constantinoplasiempre ha dado pruebas de ser un testarudo. A la sombra de esta obstinación es comohay que juzgar al acusado. El mismo rigor es el que mueve a León frente a losmaniqueos y a Hilario de Arlés. El error es perdonable; el endurecimiento, no.

Toda esta amplia carrera no puede hacernos olvidar lo esencial: la obra pastoral. Leónes ante todo un pastor. Vela por el bien de su rebaño. Investido de la carga de la sede deRoma, goza por la presencia de su fundador, el apóstol Pedro. Este último es el quehabla, el que obra a través de su indigno sucesor. Esta gracia particular no es fuente deorgullo. No hace más que aumentar la solicitud apostólica del obispo. Esta aparece yresplandece en los Sermones. La firmeza de los propósitos se junta con la simplicidad dela expresión. León no se deja llevar por grandes alardes místicos. Nos ofrece reflexionestan plásticas como profundas. Creer es vivir. Vivir es practicar.

La misma simplicidad de lenguaje se encuentra en un buen número de himnosconservados en el Sacramentario leoniano. Es difícil no ver una influencia directa deeste gran papa sobre estos textos litúrgicos. ¿Cómo es que León, protector de la fe,guardián de la herencia de Pedro, no habría hecho cantar a las masas para ese Dioscreador y Salvador, al que tanto ha amado y servido?

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ÍNDICE DE NOMBRES PROPIOS

(En cursiva, se señalan los personajes ilegítimos)

CONCILIOS

Nicea (325)Emperador Constantino y papa Silvestre.

Constantinopla (381)Emperador Teodosio I, papa Dámaso en Roma y Gregorio de Nacianzo en

Constantinopla.

Éfeso (431)Emperador Teodosio II, papa Celestino I en Roma, Nestorio en Constantinopla y

Cirilo en Alejandría.

Latrocinio de Éfeso (449)Emperador Teodosio II, papa León I en Roma y Dióscoro en Alejandría.

Calcedonia (451)Emperador Marciano, papa León I en Roma y Anatolio en Constantinopla.

Papas

Dámaso I, del 366 al 384.Siricio, del 384 al 399.Anastasio, del 399 al 401.Inocencio I, del 401 al 417.Zósimo, del 417 al 418.Bonifacio I, del 418 al 422.Celestino I, del 422 al 432.Sixto III, del 422 al 440.León I, el Magno, del 440 al 461.Hilario, del 461 al 468.

Emperador romano

Teodosio I, nacido en el 347; emperador del 379 al 395.

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Emperadores del Oriente

Arcadio, hijo mayor de Teodosio I, emperador del 395 al 408.Teodosio II, hijo pequeño de Teodosio I, nacido en el 401, emperador del 408 al450; su mujer, Eudoxia.Aspar, federal romano de origen bárbaro (alano), asesinado en el 471.Pulqueria, hija de Arcadio, nacida en el 399, emperatriz del 450 al 453.Marciano, nacido en el 391, emperador por el matrimonio con Pulqueria en el 450,muerto en el 457.León I, emperador del 457 al 474.

Emperadores de Occidente

Eugenio, usurpador del 392 al 394.Honorio, segundo hijo de Teodosio I, nacido en el 384, emperador del 395 al 423.Estilicón, general romano de origen vándalo, suegro y regente de Honorio,muerto en el 408.Juan, usurpador desde el 423 al 425.Valentiniano III, sobrino de Honorio, hijo de Gala Placidia, nacido en el 419,emperador del 425 al 455.Gala Placidia, hija de Teodosio I, nacida hacia el 390, regente del 425 al 450.Aecio, general romano de origen bárbaro, asesinado en el 454.Petronio Máximo, emperador en el 455.Eparquio Avito, emperador del 455 al 456.Ricimero, general romano, de origen suevo, pone y quita a los siguientesemperadores, 456- 472:Mayoriano 457-461.Severo 461-465.Procopio Antemio 467-472.Flavio Anicio Olibrio 472.

Obispos

Constantinopla

Nestorio, del 10 de abril del 428 a finales de julio del 431.Maximiano, del 5 octubre del 431 al 12 abril del 434.Proclo, del 12 abril del 424 al 12 julio del 446.Flaviano, de julio del 446 al 11 agosto del 449.Anatolio, de noviembre del 449 al 3 julio del 458.Genadio, de agosto-septiembre del 458 al 20 noviembre del 471.

Alejandría

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Cirilo, del 412 al 444.Dióscoro, del 444 al 451; depuesto y muerto en el exilio en el 454.Proterios, del 452 al 457; muerto por asesinato en una revuelta.Timoteo Eluro, del 457 al 477: eutiquiano.Timoteo II Salofaciolo, del 460 al 482.

Antioquía

Juan I, del 428-429 al 441-442.Domnos II, del 441-442 a septiembre del 449.Máximo I, del 449-450 al 455.Basilio I, del 456 al 458.Acacio, del 458 al 459.Martyrios, del 459 al 468/470.

Jerusalén

Juvenal del 421-422 al 458.Teodosio, monje eutiquiano, Pascua del 452.Anastasio del 458 al 478.

Rávena

Pedro Crisólogo, muerto en el 450, carta 25.Neón, carta 166, en el 458.

Aquileya

Jenaro, carta 18, en el 447.Nicetas, carta 159, en el 458.

Arlés

Patroclo, 412-426.Honorato, 426-429.Hilario, 429-449.Ravenio, 449-455.Augustal, 455-?

Bitinia

Juliano de Cos (o Kios)

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Índice

Prólogo a la edición española

Introducción

Primera parte. El hombre, el papa y el pastor

I. Hacia el pontificadoSituación generalHasta el pontificadoII. La doctrina del primado romanoLa dignidad del obispo de RomaEl primado romano en los primeros siglosPedro y la primacía romana en los «Sermones»Títulos y conceptos ligados a la primacía romanaConclusiónIII. Las obrasLas cartasLos «Sermones»La salvación en los «Sermones»La limosna en los «Sermones»Otros temas en los «Sermones»IV. León y la liturgiaEl «Sacramentario leoniano»El teólogo de la liturgiaSan LorenzoLa influencia de Próspero de Aquitania

Segunda parte. León y Occidente

I. León y RomaSituación generalLos maniqueos antes de octubre del 443El escándalo de octubre del 443La condena de los maniqueosLeón, ¿precursor de la Inquisición?II. León e ItaliaLas iglesias suburbicarias

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León y las iglesias suburbicariasEl resto de ItaliaIII. León y La GaliaLa Galia e Hilario de ArlésEl rescrito de Valentiniano IIIRavenio de ArlésIV. León y el entorno mediterráneoEspañaÁfricaEl Ilírico

Tercera parte. León y el Oriente

I. La crisis nestorianaNestorio y el nestorianismoLa unión del 433AlejandríaLa fecha de la PascuaAntioquíaLa reconciliación y la muerteLa corte imperialII. Eutiques y el monofisismoEutiquesTeodoreto de Ciro reaccionaEutiques es condenado en Constantinopla (448)La convocatoria del Concilio de ÉfesoEl «Tomo a Flaviano»III. El Latrocinio de ÉfesoEl desarrolloLos obispos injustamente condenados acuden a RomaAtila y Ravenio, amenazas exteriores e interioresLa ofensiva epistolar de los días 13 y 15 octubre del 449Valentiniano III interviene y Teodosio respondeIV. El emperador marcianoLa corte imperial en ConstantinoplaLas nuevas relaciones entre Roma y ConstantinoplaMarciano prepara un nuevo concilioLeón prepara el concilioConclusiónV. El concilio de Calcedonia.

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El desarrolloEl patriarcado de JerusalénEl patriarcado de ConstantinoplaVI. La recepción de CalcedoniaCartas al papa, noviembre y diciembre del 451Intercambio de cartas entre Constantinopla y Roma, en mayo del 452Doble ofensiva, imperial y patriarcal, en el 453La relaciones entre Roma y los otros patriarcadosEl emperador León IMuerte e influencia de LeónConclusión

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