sampson - de la verdad y otras quimeras - revestsoc 40 - 2011

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  • 8/6/2019 Sampson - De La Verdad y Otras Quimeras - RevEstSoc 40 - 2011

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    porAnthony Sampson**Fecha de recepcin: 6 de diciembre de 2010Fecha de aceptacin: 29 de marzo de 2011Fecha de modifcacin: 13 de mayo de 2011

    * Esteartculoesresultadodeunainvestigacinindependiente.** PsiclogodelaUniversidaddelValle,Colombia.Psicoanalista,miembrodelacolelacaniennedepsychanalyse.ProfesortitulardelInstitutodePsicologa,

    UniversidaddelValle,Colombia.Correoelectrnico:[email protected]

    De la Verdad y otras quimeras*

    REUEMe propongo explorar los orgenes griegos de nuestro modo occidental de pensar y de poner en cuestin algunas de las

    nociones centrales que rigen nuestros hbitos mentales. Examino el impacto psicolgico de algunos de los actores (histricos,sociales, tecnolgicos y cientfcos) ms relevantes en este proceso. Al fnal orezco una visin ms modesta de la empresa

    cientfca que la que a menudo se proesa.

    PRCVE

    Grecia clsica, verdad, razn, universales, lgica conversacional.

    On Truth and Other Chimeras

    RCI explore the Greek origins o our Western mode o thinking and question some o the central notions that structure our mentalhabits. I examine the psychological impact o certain actors (historic, social, technological, and scientifc). Finally, I oer a more

    modest vision o the scientifc enterprise than that oten proessed.

    KEwRClassical Greece, Truth, Reason, Universals, Logical Conversation.

    Da Verdade e outras quimeras

    REUProponho-me explorar as origens gregas de nosso modo ocidental de pensar e de questionar algumas das noes centrais

    que regem nossos hbitos mentais. Examino o impacto psicolgico de alguns dos atores (histricos, sociais, tecnolgicos ecientfcos) mais relevantes neste processo. Ao fnal, oereo uma viso modesta da empresa cientfca que com requncia se

    proessa.

    PVRCVEGrcia clssica, verdade, razo, universais, lgica conversacional.

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    Revista de Estudios Sociales No. 40rev.estud.soc.

    agosto de 2011. Pp. 160. ISSN 0123-885XBogot, pp. 72-79.

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    El error cardinal, la trampa, consiste en transferir los hbi-tos y convenciones ms estables y difundidos de un lugar

    y una poca particulares a un modelo abstracto y luego

    denominar a este modelo naturaleza humana(Hampshire 2000).

    A ntao cualquier colegial saba hasta qupunto la civilizacin occidental se arraiga en los esplen-dores de la cultura griega. Actualmente, se ya no es elcaso, pues la educacin secundaria parece haberse fijadola tarea de producir una amnesia generalizada. No obs-tante, las instituciones polticas griegas, sus prcticas ymodos de pensamiento sin paralelo en otras civilizacio-nes antiguas, por brillantes que fuesen nos han marcadopara siempre (en la reflexin poltica, basta con recordarla obra de Hannah Arendt para convencerse de ello). Enotro mbito, la mitologa griega es una fuente inagotablede la que han bebido siglos de escritores y pensadoresdel mundo occidental. La tragedia es otra invencin grie-ga sin la cual el mundo occidental no se reconocera as mismo. Y se podra seguir y seguir anotando nuestrasherencias legadas directamente por los antiguos griegos

    a todo el mundo occidental. No es una afirmacin te-meraria aseverar, entonces, que la deuda con esa lejanacultura es prcticamente imposible de exagerar.

    Empero, no siempre se percibe la incidencia decisiva,pero a menudo sutil, de la antigua episteme griega sobrenuestras formas habituales y actuales de hablar y pensar.Como es tan endemoniadamente difcil tomar distanciacrtica frente al medio lingstico en el cual estamos su-mergidos, no nos percatamos del legado lxico y semnticogriego que estructura incluso nuestras concepciones msbsicas y banales. Por lo dems, la llamada episteme (en elsentido del Foucault de laArchologie du savoir[1969]) de

    la modernidad, caracterizada por el surgimiento de la fsicamatemtica en el siglo XVII, es en muchos aspectos unaconservacin radicalizada de la antigua griega. Es decir, elsueo griego (imposible de cumplir en ese entonces, paragran decepcin de Platn) de lograr la certidumbre en elsaber de obtener demostraciones apodcticas y prediccio-nes exactas en todos los rdenes de la naturaleza, final-mente comenz a realizarse con la revolucin galileana.

    Hoy en da, no obstante, este legado epistmico grie-go est siendo examinado crticamente desde diver-

    sos ngulos. Muchas evidencias han comenzado aresultar cada vez menos convincentes y lo obvio empie-za a revelarse slo como un inveterado hbito lings-

    tico. Se descubre que algunas de nuestras categorasms apreciadas no poseen ms existencia que la de losanimales fantsticos de la mitologa griega; es decir,son quimeras.

    Quiero hacer unas consideraciones sucintas respec-to a tres de estas figuras que han sido centrales en latradicin occidental, tanto en la filosfica como en la psi-colgica: la Verdad (Aletheia), la Razn (Logos) y los lla-mados Universales. Mi tratamiento no ser exhaustivo

    y tampoco reivindico una particular originalidad. Dehecho, me ver obligado a ni siquiera tener en cuentalos lcidos ensayos de Donald Davidson, sin hablar dela filosofa analtica en general. Mi propsito es muchoms modesto: simplemente veremos cmo otra concep-cin lingstica puede conducir a una formulacin quese aparta notablemente de lo que ha sido el modo tra-dicional, en Occidente, de pensar estas categoras. Peroprimero quisiera sealar algunos de los factores que hanconcurrido para producir este nuevo modo desengaadode pensar.

    El multiculturalismo y el pluralismo concomitante hanpuesto en tela de juicio las hegemonas y valores con-suetudinarios (Appiah 2005 y 2006). Las poblaciones,

    otrora marginadas, de las mujeres, de los discriminadospor el color de su piel o por sus elecciones sexuales hanconquistado su voz y hacen or sus reivindicaciones(Butler 1993 y 2004; Bersani 1995). Luego, la globaliza-cin de la modernidad subvierte los modelos culturalesconsagrados. La insaciable voracidad del capitalismo,para sostener sus niveles de ganancia en perodos cr-ticos, fomenta desplazamientos laborales, o bien pormedio de migraciones desde la periferia hacia el cen-tro, o bien por medio de la descentralizacin, creandolo que Saskia Sassen denomina Export Processing Zo-nes (Sassen 2006). La fuerza laboral es recompuesta,trastornando las formas tradicionales de reproduccin

    social. Los medios de comunicacin internacionales,cada vez ms invasores, atraviesan las fronteras nacio-nales y traen lo extico y lejano a todos los hogares. Lastecnologas, como el correo electrnico, o Facebook ySkype, generan una internacionalizacin instantnea.El cosmopolitismo se vuelve el comn denominador delos centros urbanos modernos, tanto en los pases desarro-llados como en los que estn en vas de desarrollo, comoeufemsticamente se dice. Los viajes internacionales, elturismo la mayor industria del mundo, segn Agam-ben, que involucra cada ao ms de 650 millones de

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    personas (Agamben 2007, 85) y las comisiones acad-micas al extranjero para los universitarios disminuyen laestrechez mental de la propia parroquia y diversifican

    las perspectivas.

    Pero hay algo previo al cosmopolitismo y mucho msdesconcertante que ha minado la confianza en las ver-dades de otrora, y que data de la Primera GuerraMundial: el siglo que no hace mucho termin sin duda

    fue el ms sangriento y ms cruel de la historia de la hu-manidad. Es un siglo que se podra bautizar, para em-plear las palabras del historiador Hobsbawm, como laedad de los extremos: extremos de civilizacin y debarbarie, de esperanza y de fracaso, de progreso y de ig-nominia. Los cataclismos sociales de los ltimos cienaos inevitablemente han generado legtimas sospechasrespecto a las verdades asociadas con las institucionesdominantes que han propiciado tanto derramamientode sangre humana (Hobsbawm 1995). El universo con-centracionario, expresin acuada por David Rousset(1965), sobreviviente de Buchenwald, condensa todoel horror del sistema moderno, burocrtico-administrativo,para gerenciar la nuda vida.

    Hay muchos otros factores que podran sealarse. Perola brevedad del espacio que tengo a mi disposicin meobliga a nombrar, en un orden cualquiera, slo a algu-nos: el modernismo en las artes (Sass 1992), el des-

    encantamiento del mundo (Gauchet 1985), las luchasanticolonialistas (Fanon 1961), el nacimiento de labiopoltica (Foucault 2004). Por tanto, examinar unnico elemento ms que, a mi modo de ver, es crucial.

    Me refiero al avance fulgurante de la investigacincientfica y a la innovacin tecnolgica que le estasociada. Es tal su crecimiento que literalmente nadieest en condiciones de abarcarla en su totalidad. Lasdisciplinas proliferan y las subdisciplinas se vuelvenreas de una especializacin que ningn generalistapuede dominar. Por fuera de su propia restringida zonade pericia, el experto resulta casi tan lego como el no

    iniciado en los arcanos de la ciencia. Dicho en otrostrminos, la ciencia ha perdido su transparencia p-blica, pues el que no es experto simplemente no tienemodo alguno de opinar.

    En cambio, en el siglo XVIII, Voltaire y su amante, Ma-dame du Chtelet, eran lectores (y ella traductora) deNewton y de los qumicos, fsicos y matemticos de supoca (Leibnitz en primer lugar) (Badinter 1983). As,personas mundanas pero cultivadas, claro est po-dan estar al tanto de la produccin cientfica en todos

    los dominios. Goethe es, probablemente, la ltima figu-ra que encarna la posibilidad de abarcar la casi totalidaddel saber de su tiempo, pues la ciencia estaba al alcance

    de todo aquel que se empeara en instruirse.

    Hoy en da, la legitimidad cientfica depende por en-tero del consenso del nico pblico supuestamentecompetente para decidir: el pblico endgeno, o audi-torio de acuerdo con la terminologa de la Nueva Ret-rica de los llamados pares. Los dems se ven obligadosa aceptar su verdad como un acto de fe. Los criterios deimportancia de los textos publicados ya no consisten en laevaluacin de sus mritos intrnsecos y de su capacidadheurstica. Se recurre meramente al conteo mecnico delnmero de citaciones como instrumento de medicin,descuidando todos los efectos de secta que son fomen-tados por los dispositivos burocrtico-administrativospropios de los mundillos universitarios. Esto es proba-blemente an ms cierto en el campo cerrado de la psi-cologa acadmica, en el que el manual estilstico dela APA (2009) dicta normas de citacin que tienden aerigir en expertos a los autores nombrados por el merohecho de ser citados frecuentemente (Madigan, John-son y Linton 1995).

    La verdad, as, adquiere el estatuto de una particulari-dad, vlida propiamente slo para un restringido grupode expertos, mientras que para el vulgo que por defi-

    nicin no sabe slo puede ser una creencia fundada enel veredicto de los que supuestamente s saben. Para ellego, por tanto, discernir la ciencia de la seudocienciaslo se puede lograr si ejerce una extremada vigilanciacrtica de los medios informativos y de los abusos delas estadsticas. Afortunadamente, hay un cierto nme-ro de investigadores que acuciosamente exponen talesabusos y pueden ayudar al lego a poner en duda las

    verdades cientficas proclamadas por los medios decomunicacin. Pienso, en particular, en Martin Gard-ner (1989), Massimo Pigliucci (2010), Chris Mooney ySheril Kirshenbaum (2009), Charles P. Pierce (2010)

    y Ben Goldacre (2010).

    sta es una mutacin moderna que afecta de maneramuy insidiosa a la concepcin que hemos heredado delos griegos de lo que ha de entenderse como la verdad;pues desde Platn, la verdad es una, inmutable e in-

    mortal. La razn humana encuentra la verdad en unabsqueda implacable, animada por el deseo de lo mis-mo por acoplarse con lo mismo: aquello de cuya esenciaparticipa. Una psique o mente individual, universal-mente la misma, ejercita la razn, virtud intelectual porexcelencia, para obtener el mximo goce de la conquista

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    de la verdad. As, no es un azar que se haya represen-tado tradicionalmente a la verdad como una bella don-cella que emerge desnuda de un pozo. Est claro que

    sta es una visin que postula lo que se ha llamado elindividualismo metodolgico: un individuo ejerce surazn para hallar la verdad.

    Por el otro lado, la verdad al ser una inmediatamen-te conjura lo universal. En el Discurso del mtodo,Descartes afirma la anterioridad lgica de la idea delo perfecto con respecto a la idea de lo imperfecto. Elser imperfecto slo se comprende con respecto al serperfecto, cuya existencia es as englobada por la suyapropia. En Platn, esto se deca an ms explcitamen-te. Por el hecho de que existan cosas que llamo bellas,debo concluir que existe algo que se llama la belleza, yen la cual las cosas bellas participan al menos hastacierto punto. Y, as mismo, por ejemplo, con las cosasque denomino blancas; ellas tan slo participan de lablancura. Por tanto, la blancura como tal no puede serde este mundo, a pesar del esfuerzo conjunto de los pu-blicistas y de las marcas de detergentes por volverla unamercanca de fcil obtencin.

    La mutacin epistemolgica, que comenz a hacersevisible a mediados del siglo pasado, a la que quisieraatraer la atencin, es lo que ha sido denominado elviraje lingstico. Richard Rorty famosamente titu-

    l as un importante compendio de textos filosficos(Rorty 1967). Y, sin duda, tal viraje ya est presenteen la obra de Wittgenstein (1953) (sobre todo en elsegundo Wittgenstein). Primero exploraremos estamutacin en lo que concierne a los universales, yluego en lo que atae a nuestras otras dos categorasde la verdad y la razn.

    Es un hecho indiscutible que no hay sociedad humanasin lenguaje. El ser humano es por definicin Homo lo-quens. Sin embargo, no es una paradoja afirmar que ellenguaje no lo hallamos en ninguna parte. Porque siem-pre lo encontramos bajo la forma especfica y particu-

    lar de una lengua dada. Dicho en otras palabras, nadiehabla lenguaje, sino un idioma en particular, en primertrmino, la lengua materna. Un nio jams aprendelenguaje, aprende una lengua especfica. El primer uni-

    versal, que el mismo hecho de hablar hace surgir, es lanocin misma de lenguaje. Pero como universal no esms que una clase, la clase compuesta por todas las len-guas que se hablan o que se han hablado. Es una deno-minacin conveniente, pero en otro sentido es anlogo ala palabra unicornio, por ejemplo. Es decir un nombre

    vaco que carece de referente especfico.

    Ahora bien, se ha dicho del lenguaje, tomndolo en otrosentido, que es el medio del hombre, en la doble acep-cin del elemento en el que vive y del instrumento con

    el cual opera. Si se acepta esta proposicin, entoncespodramos permitirnos esta metfora: as como ciertospeces pueden prosperar en todas las aguas, tanto sala-das como dulces, el hombre es capaz de nadar en todaslas lenguas posibles. Es decir, por principio, el hombrees capaz de aprender cualquiera y todas las lenguas queson habladas o que se han hablado. Naturalmente, staes una ficcin, pues sera irrealizable en una sola vida.Los expertos cuentan unos seis mil quinientos idiomas(otros elevan el nmero hasta seis mil ochocientos), yse calcula que ms del doble de este nmero ha exis-tido histricamente. Sera, pues, una proeza fuera delalcance humano individual dominar semejante rique-za lingstica. Pero el hecho incontrovertible es que elhombre puede pasar de una lengua a otra, y de sta ana otra, potencialmente sin lmite distinto a su propia fi-nitud. No hay nada inherente a ninguna lengua que lahaga imposible de aprender.

    Ahora bien, as como no existe el lenguaje sino lenguasespecficas, de la misma manera lo universal, los uni-

    versales no se dan en las lenguas como entidades atem-porales, sino en la capacidad semitica, es decir, la designificar, de todas las lenguas y, por ende, del hombreque es capaz de aprenderlas (Hagge 1985). Esta capa-

    cidad semitica, la de generar significados, es justamen-te la que hace posible pasar de una lengua a otra. Esdecir, es lo que hace factible la traduccin. El principiounificador, que genera una universalidad claro est,slo aproximativa, es el principio de la traducibilidad.

    En la prctica, una lengua corriente es un lenguajeen el cual todos los dems lenguajes pueden sertraducidos, tanto las dems lenguas como todas lasestructuras l ingsticas concebibles. Esta traducibili-dad resulta del hecho de que las lenguas y slo ellasson capaces de dar forma a cualquier sentido. Sloen la lengua de todos los das puede uno ocuparse

    de lo inexpresable hasta que sea expresado. Por lodems, es esta propiedad la que vuelve a la lenguautilizable en cuanto tal, y que la hace adecuada paracumplir su propsito en cualquier situacin [...] Nosinclinamos a suponer que la razn de ello reside enla posibilidad ilimitada de formacin de signos y lasreglas muy libres que rigen la formacin de unida-des de gran extensin (como las frases, por ejemplo)en todas las lenguas, lo que, por otro lado, tiene porefecto permitir formulaciones falsas, ilgicas, preci-sas, bellas o morales (Hjelmslev 1968, 148).

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    Este principio de la traducibilidad, inherente a la es-tructura de toda lengua, es lo nico que podramos con-siderar como universal. Es claro que, al menos despus

    de Babel, ninguna lengua particular, con su sistema decategorizacin, de valores semnticos, de morfosintaxisy lxico, es universal. Y cada lengua genera, a su vez,sus propias abstracciones taxonmicas. En cambio, lossistemas semiticos son mutua y recprocamente tradu-cibles entre s. El hombre puede pasar de una lengua aotra. Es este principio el que funda todo proyecto an-tropolgico, tanto en el sentido filosfico como en elsentido disciplinario.

    Como consecuencia, nos vemos obligados a aseverarque no existe una razn universal, dictada por las estruc-turas esenciales de una mticamente independiente de lacultura y de la historia (Sampson 1999). El etnocentrismode los griegos nos ha jugado una mala pasada. Ellos conci-bieron como definicin de la condicin humana lo que, enltimas, no era ms que una concepcin muy local, opues-ta a la de los brbaros (brbaros como los persas!),que no hablaban griego, es decir que no hablaban lo quepara ellos era lenguaje, sino una cacofona ininteligible.La conjuncin de la psique con el logos, que slo en elsiglo XIX, formalmente, inaugurara una profesin, ha-ba comenzado milenios antes. La psicologa acadmicacontempornea es heredera de esta visin etnocentris-ta griega, que universaliza la visin de la parroquia

    la polis y la encuentra en todas partes (la psicologacognitiva y transcultural estn, ambas, profundamenteimpregnadas de innatismo).

    Salta a la vista que la psique es una invencin griega.No lo es menos el logos, cuya polisemia podemos dis-tribuir convenientemente entre dos polos: la palabra y elraciocinio. La conjuncin de estas dos grandes acepcio-nes en un mismo trmino es altamente instructiva; puesno hay razn por fuera de la palabra, de los enunciados,es decir, del ejercicio de la lengua. Cmo razonar si no espor medio de razones? Y dnde se sitan las razones, elorden de la razn, si no es en la lengua misma? Dicho

    en otros trminos, la razn es indisociable del uso de lalengua, del ejercicio de la palabra. O, aun en otros tr-minos, no hay razn sin el uso, socialmente sancionadocomo apropiado, de una lengua particular.

    Por tanto, si la razn se ejerce siempre en una lenguaparticular, es necesariamente relativa. Es relativa a lascategoras y a los ordenamientos que una lengua dadahace posible. Ciertamente, en cada lengua se razona; larazn existe en todas las culturas, que por definicin seconstituyen de seres hablantes. Pero la razn, concebida

    lingsticamente, slo emerge gracias a las reglas queimperan en la lengua de que se trata. Por eso, la raznsiempre tiene que ser transindividual y jams puede ser

    concebida de una manera solipsista o caprichosamenteidiosincrsica (Wittgenstein ha hecho ver la imposibili-dad de una lengua privada). As como la lengua posee unaexistencia social, objetiva, exterior al hablante individualpues no depende de un nico individuo sino de la colec-tividad de los hablantes, as tambin la razn habita unadimensin extraindividual, exterior al hablante, que esinvocada para validar la rectitud de una argumentacin,

    vale decir, una cadena de significantes constitutiva de suenunciado. En resumen, slo hay razn porque existe lalengua, y la una no se da nunca sin la otra.

    Ahora bien, este proceso que debe recibir sancin so-cial, y que se somete a reglas pblicas y colectivas (lasde la lengua misma), es de naturaleza eminentemen-te dialogal. Aqu se podra inmediatamente apelar a lastesis, justificadamente apreciadas en la actualidad, deBajtn. Prefiero, en cambio, recordar las consideracio-nes del eminente socilogo C. Wright Mills, injustifica-damente cado en el olvido hoy en da.

    Wright Mills desarroll en su texto Language, Logic andCulture ciertos postulados bsicos que son particular-mente valiosos para mis propsitos en este texto (WrightMills 1963). La primera formulacin que quisiera des-

    tacar es la exigencia de un concepto de la mente queincorpore los procesos sociales como intrnsecos a lasoperaciones mentales. Pero para lograrlo, cmo com-pensar las carencias conceptuales de la psicologa parapensar la incidencia de los procesos sociales?; pues,tradicionalmente, el pensamiento parece ser la accinde un sujeto aislado, una realizacin lingstica de unpensador individual, cartesiano. No se puede invocaruna especie de monstruoso sujeto colectivo, ni una

    vaga y difusa consciencia colectiva, como tampoco esconcebible una especie de mente grupal. En cambio,utilizando formulaciones de G. H. Mead, Wright Millspuede postular la existencia de un Otro generalizado.

    Este Otro generalizado es el pblico interiorizado conel cual el pensador conversa: es una organizacin fo-calizada y abstracta de actitudes de aquellos que estnimplicados en el campo social del comportamiento y deexperiencia (Wright Mills 1963, 426).

    Entonces, el pensamiento sigue el esquema de la conver-sacin. Es un autntico intercambio. Es una constanteinteraccin de significaciones. El pblico condicionaal hablante; el Otro condiciona al pensador, y el resul-tado de su interaccin es una funcin de los dos que

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    interactan. El pensamiento no es la interaccin entredos tomos (la doctrina del atomismo) impenetrables;es conversacional y dinmico, es decir que los ele-

    mentos involucrados se compenetran y modifican suexistencia y estatuto respectivos. Es esta interaccinsimblica la que constituye la estructura de la men-te. Conversando con esta organizacin interiorizadade actitudes colectivas, se ponen a prueba las ideas y seconfrontan con criterios lgicos. El razonar implica lasancin social del razonamiento.

    Stuart Hampshire, el clebre filsofo de la mente,poco antes de morir, escribi algo parecido a lo queMills sostiene:

    Los procesos mentales en las mentes de los indivi-duos deben verse como las sombras de procedimien-tos pblicamente identificables [] Las palabras quehabitualmente empleamos para distinguir procesosmentales deliberar, juzgar, adjudicar, revisar,examinar, y muchas otras poseen tanto un usopblico como mental e interno. Los usos mentalesinternos se explican de la mejor manera con referen-cia a actividades pblicas. Las relaciones entre lasactividades pblicas de la deliberacin y la adjudicacinestn expuestas a la observacin de cualquiera, ysus sombras, las correspondientes actividades men-tales privadas, son presuntamente la duplicacin de

    estas relaciones []. En la deliberacin privada, elprincipio adversativo de escuchar a ambos lados esimpuesto por el individuo sobre s mismo como elprincipio de la racionalidad [] aprendemos a trans-ferir, mediante una especie de mmica, el patrnadversativo de la vida pblica e interpersonal sobreun escenario silencioso llamado la mente. Los di-logos se interiorizan, pero, aun as, no pierden lashuellas de su origen en la argumentacin adversa-tiva interpersonal [] la mente es el foro invisible eimaginado sobre el cual aprendemos a proyectar losprocesos sociales, audibles y visibles, que primeroencontramos en la infancia (Hampshire 2000, 7-12).

    Vygotsky, en el ms all, estar asintiendo silenciosa-mente. Y Charles Sanders Peirce, igualmente. Pero nohay espacio para concederles la palabra. Volvamos ami parfrasis de Mills: se opera lgicamente (aplican-do criterios normativos) sobre las proposiciones y losargumentos desde el punto de vista del Otro. No haylgica sino donde hay acuerdo entre los miembros deluniverso del discurso en cuanto a la validez de lo queconstituye un buen razonamiento. As, las leyes de lalgica simplemente son las reglas que debemos seguir si

    queremos socializar nuestro pensamiento. No son apre-hendidas intuitivamente, ni tampoco son innatas. Sonaprendidas como vlidas extensiones conversacionales.1

    Por eso Mills puede llegar a afirmar que los principios dela lgica son formulaciones abstractas de reglas socialesderivadas de la difusin de los esquemas dominantes deideas. Es decir, no son leyes ahistricas, atemporales,sino derivadas de la relacin social conversacional.

    Adems, los patrones del comportamiento social, juntocon sus variaciones culturales, valores y orientacionespolticas, ejercen un implacable control sobre el pensa-miento por medio del lenguaje. Un pensador slo puedepensar y comunicar el pensamiento que le ha sidoinspirado por la lengua, empleando los trminos com-partidos precisamente por su comunidad lingstica.Me remito en este punto al clebre estudio de mileBenveniste, Categoras de pensamiento y categoras delengua (Benveniste 1971), que muestra cmo la catego-rizacin lgica de Aristteles se desprende directamentede las categoras gramaticales de la lengua griega.

    Adems, siguiendo a Mills, el lenguaje construido ysostenido colectiva y socialmente conlleva manda-

    mientos implcitos y evaluaciones sociales. Dicho enmis palabras, cuando adquirimos las categoras de unalengua, adquirimos de paso las valoraciones morales,

    la moralina (moralidad inoportuna, superficial o falsaDRAE), los insultos y todos los trminos no predicativos,que luego llegarn a incluir tambin las categorizacionesestigmatizantes del DSM IV.

    En resumidas cuentas, nuestro pensamiento y nuestralgica caen bajo el control de un sistema lingsticodado. Y Mills termina, apoyndose en estudios sobrela lengua y el pensamiento chinos,2 por mostrar quenuestros conceptos y distinciones, en primer lugarpor nuestra jerga filosfica, psicolgica y sociolgica,cumplen adems la finalidad ideolgica no atribui-ble a ninguna voluntad maquiavlica de ocultarnos a

    nosotros mismos los mltiples factores socioeconmi-cos-polticos que determinan nuestro modo de pensar(Sampson en prensa).

    1 Creo que sera de gran inters cotejar las intuiciones de Mills con lasbrillantes y encantadoras reexiones de Paul Grice (1989) sobre la l-gica y la conversacin en Studies in the Way of Words.

    2 Franois Jullien (2006), el clebre sinlogo, conrma ampliamente es-tas tesis de Mills en una serie muy notable de publicaciones de obrassobre la civilizacin china, de la cual destaco, sobre todo, Si parler vasans dire, du logos et dautres ressources.

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    En cierto sentido, entonces, podramos decir que len-guas diferentes codifican diferentes modos de com-prender nuestra condicin humana comn, pues los

    significados no estn encerrados (como las definicionesen un diccionario) dentro del espacio interior la men-te del individuo: formas pblicas y colectivas de exis-tencia y accin constituyen su medio natural.

    Vincent Descombes sostiene que Comprender el sig-nificado de algo no implica tener su representacinpresente en la mente (Descombes 1994, 105). Si laexplicacin de algo es la explicacin de su uso(Wittgenstein 1953, 20), se sigue que el entendimien-to, a su vez, no implica la posesin de un estado deconciencia, sino ms bien la posesin de una capaci-dad. La actual teora constructivista de la mente pue-de resumirse en esta corta cita: Nada est en la menteque no haya estado antes en la conversacin (Harr 1983,116). El viraje lingstico consiste en pensar la ra-zn humana en trminos de un intercambio dialogal,en oposicin a las teoras clsicas segn las cuales la ra-zn es una facultad individual que permite al individuoun acceso solitario a verdades necesarias (Descombes1994, 105). En este sentido, Piaget y Chomsky, por msque se trenzaron en arduo debate en el legendario co-loquio de Royaumont, en octubre de 1975, son las doscaras de la misma moneda clsica.

    Para concluir, los cientficos no buscan la Verdad; tan-to Thomas Kuhn como Paul Feyerabend ensearon questos prosaicamente pretenden solucionar problemas.La Verdad no es su meta. La meta, en ltimas, es sim-plemente el acuerdo, el entendimiento, el consenso enla medida de lo posible. Como lo dice Richard Rorty:Verdadero es un adjetivo indefinible pero imposiblede eliminar que se aplica a creencias y enunciados, yverdad es meramente la propiedad atribuida por tal ad-

    jetivo. La verdad no tiene el derecho de convertirse enel nombre de algo hacia lo cual somos guiados o hacialo cual convergemos (Rorty 1995, 75). J. L. Austin, ensu caracterstico estilo ingls de dry humour, deca: In

    vino, posiblemente, veritas, pero en un sobrio simposio,verum (Austin 1979, 117).

    Concuerdo con Rorty en que el nico ideal presu-puesto por el discurso es el de ser capaz de justificarlas creencias de uno ante un auditorio competente. Siuno puede ponerse de acuerdo con otros miembros desemejante auditorio respecto a lo que hay que hacer,entonces uno no tiene por qu preocuparse por la relacincon la realidad, ni por algo llamado la verdad (Rorty1995, 77-78). El clebre fsico Freeman Dyson (2011),

    en una resea reciente, publicada en The New York Re-view of Books (10 de marzo), sostiene:

    [] el pblico tiene una visin distorsionada de laciencia, porque a los nios les ensean en la escuelaque la ciencia es una coleccin de verdades firme-mente establecidas. De hecho, la ciencia no es unacoleccin de verdades. Es una exploracin conti-nua de misterios [] La ciencia es la suma total deuna gran multitud de misterios [] Se parece muchoms a Wikipedia que a la Encyclopaedia Britannica(Dyson 2011).

    Rortianamente, no presumo haber dicho la verdad sobrela verdad. No pongo en duda la competencia del audi-torio de mis eventuales lectores para juzgar, pero unasana humildad me lleva a dudar de mi competencia parapersuadirles. Es decir, no me tomo por Belerofonte y noproclamo haber matado la Quimera.

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