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Introducción Edward Saïd dedica en Cultura e imperialismo 1 un apartado a Albert Camus. Allí lo presenta elocuentemente como representante convencido y tardío de la conciencia imperialista francesa 2 . La finalidad de este trabajo es comprender los motivos que llevan a Saïd a enfocar a Camus desde esta óptica y los que da el segundo para hacerlo. La estrategia para alcanzarla no puede pasar por juzgar ni defender a Edward Saïd o a Albert Camus, de esta forma solamente conseguiríamos incurrir en los mismos errores que, tal vez, ambos cometen. No nos interesa saber quién lleva razón, sino entender por qué cada uno cree que la tiene. Por ello intentaré contrastar sus posiciones, presentar un diálogo entre los dos que permita desentrañar la concepción de identidad que implícita o explícitamente, inconsciente o conscientemente, proyecta cada uno desde su perspectiva. Para poder establecer el juego de réplicas y contrarréplicas del diálogo imaginario entre estos dos autores utilizaré como hilo conductor los argumentos expuestos por Saïd en el apartado mencionado. Saïd, muy acertadamente, enfoca desde 1 SAÏD, E.W. (1996) Cultura e imperialismo, Anagrama, Barcelona. 2 op. cit. p. 273 1

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Introducción

Edward Saïd dedica en Cultura e imperialismo1 un apartado a Albert Camus. Allí lo

presenta elocuentemente como representante convencido y tardío de la conciencia

imperialista francesa2. La finalidad de este trabajo es comprender los motivos que llevan a

Saïd a enfocar a Camus desde esta óptica y los que da el segundo para hacerlo.

La estrategia para alcanzarla no puede pasar por juzgar ni defender a Edward Saïd o a

Albert Camus, de esta forma solamente conseguiríamos incurrir en los mismos errores que,

tal vez, ambos cometen. No nos interesa saber quién lleva razón, sino entender por qué cada

uno cree que la tiene. Por ello intentaré contrastar sus posiciones, presentar un diálogo entre

los dos que permita desentrañar la concepción de identidad que implícita o explícitamente,

inconsciente o conscientemente, proyecta cada uno desde su perspectiva.

Para poder establecer el juego de réplicas y contrarréplicas del diálogo imaginario entre

estos dos autores utilizaré como hilo conductor los argumentos expuestos por Saïd en el

apartado mencionado. Saïd, muy acertadamente, enfoca desde una perspectiva

inevitablemente contextual la razón de ser de la obra de los autores sobre los que escribe.

Sin embargo, hablando de Camus en el texto en que nos centramos, eso le conduce a

pasarlo todo por el cedazo de una supuesta “conciencia occidental”3, de la que él sería

partícipe y representante destacado. Aquí pondremos esto último en duda, analizando hasta

qué punto y en qué sentido esta etiqueta empaña la obra literaria y ensayística de Camus, o

si se mezcla o diluye junto con otras. Estudiaremos, en definitiva, si la obra de Camus

puede ser exclusivamente interpretada en estos términos o si permite una lectura alternativa

que incorpore otras vertientes de interpretación que incluyan o no el análisis de Saïd.

1 SAÏD, E.W. (1996) Cultura e imperialismo, Anagrama, Barcelona.2 op. cit. p. 2733 op. cit. p. 274

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En cualquier caso, defenderé que ambos autores pierden fuelle en un mismo punto. Los dos

escriben por los “suyos” y los dos reescriben , obvian, relativizan las historicidades que no

quieren, seguramente que no pueden, considerar. Intentaré demostrar en ambos un cierto

grado de miopía disimulada; ya no tras buenas intenciones, sino tras la inteligencia al

servicio de sus respectivas perspectivas identitarias, admitidas o no.

1. Camus como representante de la “sensibilidad colonial” y el conflicto de Argelia

Camus no es sólo representante de algo tan evanescente como la “conciencia europea”

sino de la dominación europea en el mundo no europeo4. En esta afirmación podría

resumirse todo el contenido del apartado que Saïd dedica a Camus en Cultura e

Imperialismo. Sin atrevernos a juzgar si es o no cierta pero con la certeza de que no es

infundada, partiremos de esta afirmación para considerar si las razones que expone Saïd

son las únicas des de las que puede justificarse la actitud de Camus, si pueden cotejarse con

otras y cuáles serían las que este último daría al respecto.

Para Saïd, el conjunto de la obra de Camus está imbuida de una sensibilidad colonial

extremadamente tardía5 con respecto a la época de los grandes logros del imperio. Una

sensibilidad que se inscribe en el proyecto imperialista; alimentado desde el comienzo de la

expansión colonial francesa y llevado a cabo durante generaciones para justificar la

ocupación, la posesión y la dominación de Argelia6. Según Saïd, que Camus se incorpore

tarde al proyecto de legitimación intelectual del imperio no es óbice para que éste logre

aglutinar sus razones e incluso actualizarlas7.

4 op. cit. p. 2755op. cit. p. 2796 op. cit. p. 2787 Saïd (op. cit. p. 285): “Hasta me atreveré a decir que las obras de Camus son actitudes imperiales y referencias geográficas francesas. Todo en su estilo depurado, en los angustiados dilemas morales expuestos en su desnudez, en los atormentados destinos personales de sus personajes tratados con tanta sutileza como regulada ironía, se alimenta de la historia de la dominación francesa en Argelia y de hecho la reactualiza con una precisión circunspecta y una notable ausencia de remordimiento o compasión.”

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A pesar de que la revolución argelina comenzó oficialmente en 1954, la resistencia de los

indígenas argelinos no dejó de producirse desde 1830, año oficial de la colonización. Entre

1830 y 1840 alrededor de cien mil europeos fueron trasladados a Argelia, principalmente a

las zonas costeras. Al principio, el imperio propuso conceder la ciudadanía francesa

general. Finalmente, la ciudadanía política quedó restringida exclusivamente a los colonos;

a los indígenas argelinos, en cambio, se les asignó el estatus de súbditos franceses

musulmanes. La represión y el control por parte de los colonos continuó recrudeciéndose

después de una revolución de las Kabilas en 1871. La participación de los argelinos en la

Primera Guerra Mundial obligó a Francia a hacer algunas promesas, entre ellas la de la

asimilación y la concesión de la ciudadanía francesa; sin embargo, la oposición de los

colonos nunca permitió que se cumplieran.

El enfrentamiento más conocido por su brutalidad, es quizá el que se producía en Sétif8 el 8

de mayo de 1945, el mismo día en que en París y en toda Francia celebraban la capitulación

de Alemania. La cifra de muertos en la conocida como Masacre de Sétif nunca ha sido

aclarada. No fue la única ciudad en que se produjeron enfrentamientos, -también fueron

sedes llamativas de la demostración de poder del imperio y de reparto gratuito de violencia

las ciudades de Guelma y Kherrata- pero sí en la que se dio el detonante de todos ellos. Allí

los argelinos convocaron una manifestación pacífica para celebrar y recordar a sus

combatientes en la Guerra. Butterlin, subprefecto de la ciudad, no tolera en esos días

ninguna manifestación de carácter político y prohíbe la exhibición de cualquier símbolo que

haga alusión a la independencia. Cuando un joven exhibe una bandera argelina, negándose

a esconderla ante la orden de un colono, comienza una masacre de miles de argelinos a

manos del ejército francés, la Legión extranjera y milicias de colonos que no sería

reconocida públicamente por Francia hasta abril del 2008.

8 Sétif fue uno de los centros de referencia nacionalista en la época. Fue, también, la ciudad de Fehrat Abbas, futuro presidente de la GPRA (Gobierno Provisional de la República Argelina) en 1958 y figura clave a partir de 1943 de la tendencia nacionalista moderada que representaba su Manifiesto del Pueblo Argelino -compilado en las Crónicas Argelinas encontramos un artículo, «El partido del Manifiesto», interesante también por la opinión que presenta Camus al respecto, referido a este documento-.Tendencia que, como este mismo documento vaticinaba, terminó por radicalizarse con el apoyo de la gran mayoría de la población indígena de Argelia. El mismo Fehrat Abbas, terminó siendo miembro destacado del FLN durante la guerra de liberación.

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Para Saïd, la postura de Camus frente los conatos más llamativos de violencia en Argelia y

frente al conflicto oficial argelino no es más que un síntoma. Su posición es ésa y no otra

porque es coherente con el proyecto de construcción de la autoconsciencia colonial, de la

legitimación a la que contribuyeron distintas generaciones de escritores e intelectuales. Pero

el análisis de Saïd no se ciñe exclusivamente a la posición pública de Camus. Va más lejos

e identifica como clave interpretativa del conjunto de su obra la participación, según él,

deliberada en el proyecto de construcción de la identidad imperial francesa. Camus, escribe

Saïd, ofrece en sus obras, como tantos otros, una versión idealizada de Argelia y sin rastro

de los nativos cuando la realidad argelina era ya conflictiva y para muchos miserable, tanto

en los años en que Camus vivió allí, como después de su exilio a Francia. ¿Qué tendría

Camus en la cabeza, parece que se pregunte Saïd, si siendo espectador aventajado de la

situación se dedica a escribir sobre la luz, el sol o el paisaje de Argelia obviando la cuestión

más relevante humanamente? Para Saïd la explicación se encuentra en que Camus, fruto de

su posición claramente imperialista, es insensible ante el efecto necesario de la

colonización: el sufrimiento, en el sentido más amplio imaginable, de los nativos. No

contempla, y en esto insistiremos más adelante, que Camus ofrezca una visión proyectada

desde su posición de origen en la sociedad de la Argelia francesa –en la que la evidente

separación entre la población de origen francés y los nativos daba lugar a universos de

relación completamente distintos- y que, por esa razón, los árabes “no existan” en sus

obras. Diferenciar claramente entre lo que significa leer su obra como medio de expresión

claro del proyecto colonial o como fruto de una educación y ambiente sociocultural a la que

el productor nunca puede ser ajeno; entre una voluntad de adoctrinamiento imperialista

consciente o lo que es en gran medida el resultado de la relación con el contexto social

directo del autor es realizar dos análisis distintos que, pudiéndose calibrar igual

moralmente, también darán lugar a conclusiones dispares.

En cualquier caso, para justificar su posición, Saïd propone un análisis de la obra de Camus

en tres direcciones: partiendo del espacio escogido para situar El extranjero, La peste y La

caída; del condicionante de quién realiza la interpretación de sus obras –críticos europeos-

franceses o Argelinos; y, por último, de la influencia y la herencia recibidas de figuras

destacadas del canon literario francés. Hecho que explicaría, no por casualidad según él, la

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interpretación habitual de las obras de Camus por parte de sus lectores europeos como las

de un crítico de la moral de su tiempo, a pesar del olvido de la realidad colonial. En mi

opinión estos tres aspectos, aún siendo distintos, están tan entrelazados los unos con los

otros que complica más la tarea separarlos que considerarlos en su conjunto. Al fin y al

cabo, si la dirección en la que se interpreta la obra de Camus es completamente distinta

dependiendo del origen de sus críticos –los argelinos destacarían, según Saïd, la clara

tendencia imperialista de Camus y los franceses su rol de referente moral- tendría que ver

con las afinidades y los intereses de unos y otros. A su vez, ello sería así porque Camus

participa de una tradición literaria determinada, ligada a un momento concreto de la historia

francesa9; con lo que, para Saïd, se explicaría que Camus utilice Argelia como un simple

decorado llamativo pero accidental en algunas de sus obras más representativas.

Antes de comenzar a recorrer las vías que Saïd propone, fijémonos en cómo hemos llegado

de su mano hasta este punto. Llama la atención la elaboración de la lectura que nos ofrece,

no basada en obras del mismo Camus sino en análisis de terceros. Ante una lectura de

Camus precipitada, centrada en un número de obras restringido y fundamentada más en la

lectura de comentaristas –todos afines a su interpretación de partida- que en conclusiones

extraídas por él mismo, Saïd opta por la vía fácil y crea un marco de opiniones en el que

acomodar sus impresiones. De esta manera, exhibe unos prejuicios que convierten en

dudosa la tarea de objetivación que debería caracterizar el análisis y nos hace sospechar,

incluso, que lo tiñen desde el principio.

La obra de Camus, vista en su conjunto, ofrece suficientes claroscuros como para, al

menos, intentar dar respuesta a su posición desde varios puntos de vista. Eso no significa

necesariamente que una lectura más concienzuda nos situara en las antípodas de lo que Saïd

tiene la intención de demostrar. Pero sí que tomar las consecuencias –en este caso los

aspectos de la obra de Camus y su recorrido como personaje público que fácilmente pueden

9 Esto puede entenderse en dos sentidos ausentes en la argumentación de Saïd, suficientemente diferenciados a mi modo de ver: uno, que Camus se enmarca en la tradición de la literatura francesa en términos de estilo, en un sentido menos ideologizado y más referido al tipo de “escuela literaria”; otro, en estricta relación con el anterior, que como muchos de los escritores de la tradición y estilo literario franceses exhibe directamente o indirectamente pero siempre de forma muy marcada lo que Saïd llama “la conciencia imperialista”, o lo que es lo mismo, su tendencia a la legitimación del imperio.

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coincidir superficialmente con las posiciones claras de escritores franceses y defensores de

la causa colonial- e instituirlas como causas ligándolas sólo a aquellos acontecimientos,

soporte ideológico o intenciones que se quiera que las sustenten es no contemplar una parte

importante de los recursos disponibles. No puede presentarse como análisis objetivo de un

fenómeno externo –para nosotros, aquí, la obra de Camus- lo que es realidad la disección y

la justificación de un argumento propio. La opción de Saïd se acerca mucho a hacerlo y ahí

flirtea con una gran equivocación: la de anteponer sus afinidades al análisis que pretende

realizar y presentar sus conclusiones como un hecho probado. Una equivocación fomentada

por una causa legítima: la justicia que requiere hacerse ante una cuestión tan seria como es

la opresión y el sufrimiento generados por el afán conquistador de las grandes potencias.

No obstante, a dicha causa se le hace un flaco favor reproduciendo los mismos argumentos

que la motivaron; merece un rigor que de esta forma no se le ofrece.

¿Es la solución ahondar en la división caracterizando a nativos de un lado y a franceses de

otro, hablando en nombre de dos colectivos homogéneos? ¿No se incurre así,

inevitablemente, en otro tipo de esencialismo que, aunque distinto al que utilizaban los

teóricos de la “conciencia europea”, está destinado igualmente a la polarización de la

realidad en función de la pertenencia geográfica y una supuesta herencia común? Si a Saïd

le resulta tan sencillo distinguir, atribuir un lugar a los que somete a análisis, debería

resultarnos cuando menos difícil no advertir que, aunque dándole la vuelta, el esencialismo

que denuncia en los que sitúa al otro lado es el mismo. No niego que las actitudes de las

que habla Saïd no se dieran, sólo que fueran las únicas. Reducirlo todo a éstas, forzando los

argumentos, sólo nos ayuda a discernir una parte del problema e incluso a crear un

problema análogo.

Con el denominador común de reconocer la injusticia colonial, existen ante el conflicto

argelino posiciones bien distintas entre sí. Las muestras de diferentes reacciones ante el

conflicto por parte de personalidades públicas ofrecen algunos ejemplos al respecto. Los

hay como el propio Camus: timoratos y menos conscientes de la acumulación de

padecimiento histórico de los argelinos ante la dominación que de la situación urgente de

peligro potencial para todos; descendientes de colonos que renuncian al exilio e intentan

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convivir con los nativos en una Argelia en transformación y ya independiente, como la

investigadora Christiane Chaulet-Achour; los convencidos de la necesidad inevitable de la

violencia para la defensa de la independencia, como el polémico abogado Jacques Verges;

o representantes de la creencia en la necesidad de una Argelia autónoma y no subyugada al

poder de la Francia imperialista, pero conscientes del dolor causado por la deriva del

conflicto, como el escritor argelino Yahia Belaskri. Estos tres últimos no encontrarían lugar

en el esquema de Saïd; o lo harían no sin, a la vez, poner en duda los argumentos que éste

utiliza para situar en él a Camus. Verges se alistó en el ejército francés durante la segunda

Guerra Mundial sin ninguna obligación de hacerlo, pero ello no le impidió, al terminar ésta,

defender a presos condenados a muerte de la FLN. Belaskri critica los argumentos de la

fuerza nacionalista árabe orquestada por el coronel Nasser tanto como el abuso de poder de

la metrópoli durante el conflicto, no obvia las secuelas de Argelia después de la

independencia a causa de unos y otros, pero aunque comparte muchos de los argumentos de

las células terroristas argelinas no apoya sus acciones. ¿Se trata de un imperialista

disfrazado en el primer caso y de un argelino demasiado influenciado por casi dos siglos y

medio de dominación francesa en el segundo? Ninguno de los dos casos -tampoco el de

Chaulet-Achour- coincide con el razonamiento de mínimos de Saïd, pero los tres –los

cuatro para los que quieran incluir a Camus, o al menos le concedan el beneficio de la

duda- a pesar de compartir de una u otra manera una cercanía con Francia en términos de

ascendencia o educación, comparten las críticas que el mismo Saïd dedicaría a los

argumentos injustificables y siempre asimétricos en términos de poder de la Francia

colonial.

Para intentar interpretar la obra de Camus, en lugar de la postura radical y más simplista de

Saïd, podemos utilizar documentadamente otros elementos de su contexto. Es importante

también recoger argumentos del propio Camus aparecidos en prensa, cartas, sus cuadernos

y diarios e intentar cotejarlos con lo que se dice y cómo en sus obras de ficción. Quizá así,

encontremos un sentido a sus razones y, del mismo modo que en el caso de Saïd,

encontremos una causa legítima aunque errónea para su justificación que nos ayude a

explicar su actitud. Como decíamos, la argumentación de Saïd, aunque muy seductora,

necesita de demasiadas referencias externas para sostenerse. Veamos si sigue haciéndolo

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descuidando referencias externas y poniendo el acento en la obra del propio Camus;

intentando encontrar una explicación alternativa, o no, desde su contexto, su trayectoria

vital y la repercusión de ambos en su obra.

2. Revisión del análisis de Saïd: espacio, interpretación y herencia francesa en la obra

de Camus

Comencemos por la primera de las vías propuestas por Saïd: el espacio. ¿Por qué escoger

Argelia si los personajes, la temática, los códigos y la organización sociales en las novelas

no hubieran diferido en nada si se hubiera situado en la metrópoli? Según Saïd, en resumen,

porque Argelia es un escenario sugerente y un espacio que desnuda las intenciones de

Camus. Para él sólo cabe tener en cuenta dos cosas: de un lado, una preferencia estética

vacía, parecida a lo que en el terreno cinematográfico vendría a ser la importancia para

Camus de la fotografía; y de otro, la absoluta despreocupación por la vida más allá de los

espacios coloniales, o lo que es aún peor, la incapacidad de Camus por ser permeable al

sufrimiento de los nativos desde la atalaya del imperio. Desde el punto de vista de Saïd se

trata, en definitiva, de un ejercicio de legitimación del poder colonial; una operación

orientada a reafirmar que Argelia es propiedad francesa.

Aquí cabe dar un paso atrás y no preguntarse por lo que era Argelia para la Francia

colonial, sino para el propio Camus. Si para él existía un lugar en el que sentirse como en

casa , y en ese sentido una patria10, ése era Argelia. Su vinculación a ella era sentimental,

10 Camus escribe en El verano (p. 568, en Obras completas, Alianza): Por lo que se refiere a Argelia, siempre he tenido miedo de pulsar esa cuerda interior que le corresponde en mí y cuyo canto ciego y grave conozco. Pero al menos puedo decir que es mi verdadera patria, y que en no importa qué lugar del mundo reconozco a sus hijos y hermanos míos en esa risa amistosa que se apodera de mí cuando me encuentro con ellos. Sí, lo que yo amo de las ciudades argelinas no se separa de los hombres que las pueblan.”

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pero en un sentido que nada tiene que ver con el “sentimiento” excluyente al que los

imperialistas, al igual que los nacionalistas en un sentido amplio, consagran todas sus

razones. Los recuerdos de inocencia infantil, de primera juventud, todas las imágenes

amables y cálidas a las que Camus acudiría en los momentos más críticos de su trayectoria

vital y profesional posterior comparten el paisaje argelino. En él, y ahí está la clave, nacen

las inquietudes y las ideas que poblarán la obra posterior de Camus. Naturalmente, se verán

modificadas por los diferentes contextos, situaciones y acontecimientos que vivirá

posteriormente, pero conforman un núcleo del que nunca se desprenderá. No hay más que

echar un vistazo a la primera obra que escribió, entre 1935 y 1936, El revés y el derecho.

En el prefacio, escrito por el propio Camus, de la reedición que de ella se hizo 20 años

después de que éste la escribiera, queda clara la importancia indiscutible de Argelia.

Aquí nos proponemos romper, en la medida de lo posible, con la descripción subjetiva y

literaria de Argelia por parte de Camus. No porque nos parezca nociva de partida, sino

porque acaba desembocando en las ambigüedades que pueden interpretarse luego de

maneras demasiado poco coherentes, como las que en algunos puntos muestra el análisis de

Saïd. Esta obra, y su prefacio tomado como declaración de intenciones, son de gran ayuda

para hacerlo. Argelia es para Camus, también, un privilegio del que no gozan los que viven

en la metrópoli y no precisamente porque sea un entorno exótico que reproduce los ideales

de la Francia colonial, sino porque alberga un valor propio:

Todavía hoy, cuando veo la vida de un hombre acaudalado en París, hay algo de compasión en el

alejamiento que a menudo eso me inspira. Hay en el mundo muchas injusticias, pero existe una de la

que jamás se habla: la del clima. De esta injusticia yo he sido beneficiario, sin saberlo, durante

mucho tiempo. Oigo ya desde aquí las acusaciones de nuestros feroces filántropos, en el caso de que

me lean. Quiero hacer pasar a los obreros por ricos y a los burgueses por pobres, a fin de conservar

por más tiempo la feliz servidumbre de unos y el poder de los otros. No, no es eso. Al contrario,

cuando la pobreza se conjuga con esta vida sin cielo ni esperanza que, al llegar a la edad de hombre,

escribí en los horribles suburbios de nuestras ciudades, se consuma entonces la injusticia más extensa

y escandalosa. Hay que hacer todo lo posible, en efecto, para que estos hombres escapen a la doble

humillación de la miseria y de la fealdad. Nacido pobre, en un barrio obrero, no supe, sin embargo, lo

9

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que era la verdadera desdicha hasta que conocí nuestros fríos suburbios. Ni siquiera la extremada

miseria árabe puede compararse con aquélla, bajo la diferencia de los cielos.11

En este fragmento aparecen muchos de los problemas que suscita el tratamiento de Argelia

en la obra de Camus, pero también su solución si lo leemos en clave autobiográfica.

No se trata nada más que de identificar en el paisaje argelino la sencillez de la que el

artificio de la metrópoli carece, una sencillez que se traduce del entorno a las afinidades del

propio Camus. La lección de pobreza y los valores aprendidos en un barrio obrero argelino

hacen consciente a Camus de aquello que es imprescindible para la vida en sociedad. Ello

no justifica la injusticia, la desigualdad, no legitima la necesidad de que ésta exista; sólo

ayuda a identificar las prioridades de una comunidad humana en unas circunstancias nada

favorables.

Por el momento, probablemente diría Saïd, nada de lo que decimos tiene que ver con haber

comprendido a “los árabes” de Argelia. Seguiremos insistiendo en buscar el por qué, aún

sabiendo que Camus no tendría más que asentir a su réplica. En cualquier caso, el rastro de

un conciencia europea proyectada intencionadamente por Camus desaparece cuando

descubrimos que éste subraya aspectos, para él fundamentales, de su tierra natal y de las

personas que la habitan, al menos en su entorno, que no aluden a la jerarquía expresada en

los valores del imperio. Directamente, más bien, los contradicen.

De otro lado, si este fragmento es interesante es también porque condensa el aire bucólico

que suele recriminársele a Camus –y que Saïd, tilda en su capítulo de exotismo- al hablar

de Argelia, pero muestra, a la vez, que éste no entra en colisión con la alusión a hechos

concretos. Aquí Argelia no es un decorado, las metáforas que sirven para describirla no

pierden su sentido, no son una mera cuestión de estilo. Así descrito, Argelia es un espacio

que obliga a las personas que lo habitan a comprender cuáles son las necesidades

fundamentales de los hombres en sociedad. De la desnudez de la realidad de su Argelia, de

la sencillez y la humildad de la gente que la habita, Camus extrae los valores que orientan

la forma de abordar los problemas de su tiempo y en ellos hay bien poco de odio,

superioridad moral o elitismo intelectual. Es por eso que Argelia aparece idealizada,

11 CAMUS, A., (1996) El revés y el derecho, en Obras, Alianza Editorial, Madrid.

10

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inevitablemente bonita, traducir literariamente esa belleza pasa por crear imágenes que le

hagan justicia, lo que no significa obviar su realidad sino, desde este punto de vista,

subrayarla.

Es cierto, sin embargo, que esta visión de Argelia corresponde a un periodo en que la

atmósfera social argelina aún lo permitía; y que también responde en parte a la ingenuidad

con que Camus vivía, aún joven, la realidad de su entorno. Sin tratar, aún, qué más podría

haber dicho Camus y por qué razón no lo hace, es crucial tener en cuenta que ésta es la

patria a la que Camus vuelve la vista cuando busca refugio y reconocer que difiere mucho

de la Francia de los ideólogos del imperio, cargada de prestigio de otra índole. Esta es la

misma Argelia que aparece en El primer hombre, la novela mediante la que Camus intenta

reconstruir, para sí mismo, su trayectoria. En ella aparece un elemento que entra en

contradicción directa con el intento de vincular a Camus al ideal colonial: la del exilio.

Contradice la opinión de Saïd que Argelia aparece a partes iguales como lugar

imprescindible y de paso. ¿Si Camus fuera, como afirma insistentemente Saïd, un

representante privilegiado de la voluntad de presentar a Argelia como propiedad

inevitablemente francesa sería eso compatible con el aire accidental que toma en el El

primer hombre? La ascendencia de Camus no lo vinculaba a Argelia necesariamente, ni era

árabe ni descendiente de colonos12. Su padre era descendiente de inmigrantes alsacianos que

primero se trasladaron a Francia y luego a Argelia; su madre, de ascendencia menorquina.

La Argelia de Camus era, como para muchos, el espacio querido y vivo en la memoria de la

infancia y sólo en ese sentido su única patria reconocida.

Ahora bien, hay que darle la razón completamente a Saïd en la cuestión de que la Argelia

de Camus nunca fue la Argelia de “los árabes”. Se le ha reconocido, y recriminado con

razón, su interés nulo por acercarse, siquiera superficialmente, a la cultura árabe. La

pregunta que deberíamos hacernos es si ello se debió a una decisión consciente o no.

12 En una anotación en los Carnets p.129: “Obreros franceses; los únicos a cuyo lado me siento cómodo, a quienes tengo ganas de conocer. Son como yo”.

11

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En Antropología de Argelia13, como Saïd comenta, Pierre Bourdieu estudia la sociedad

argelina identificando los distintos factores que dieron lugar a la guerra de la

independencia; para él no hay duda de que todos radican en uno: la dominación ejercida por

los colonos sobre la población autóctona. El cuerpo institucional, enteramente francés,

implantado a la fuerza con la colonización, reproduce a la perfección la organización de la

metrópoli borrando cualquier rastro de la anterior. El modelo económico impuesto por los

franceses, aplicado a la agricultura como actividad productiva fundamental, nada tiene que

ver tampoco con el precedente; en esa situación los argelinos pierden el control de los

bienes de producción. Los colonos reproducen el orden social de origen sin dejar participar

de él a los argelinos, la delimitación clara de los unos y los otros es fundamental para

ejercer lo que Bourdieu llamará dominación, dividiendo la sociedad argelina claramente

entre los dominadores –colonos- y los dominados –el resto-. Mientras tanto, los recursos y

su explotación quedan en manos de la minoría francesa, alimentando el conflicto latente.

Llevada a la práctica, la ideología y el aparato colonial francés, según Bourdieu, no prevén

que el alcance de la desigualdad que genera su modo de hacer no podrá más que sacar a la

luz todas las incongruencias de su fuerza simbólica, perjudicando gravemente la

legitimidad inventada para ocupar el territorio y controlar los recursos argelinos. Los

supuestos valores de la República no se materializan en la realidad colonial, sin embargo

exportarlos quiere ser el pretexto de la ocupación.

En el mecanismo de adoctrinamiento en la cultura francesa juega un papel fundamental el

sistema educativo –al que volveremos más adelante y en más detalle para poder entender la

óptica a la que Camus siempre estará parcialmente atado-, pero la pobreza extrema de la

gran mayoría de la población, y con ella la dificultad de acceso universal a la educación,

hace imposible tomarla como prioridad de adoctrinamiento en el caso de los indígenas –no

así, como veremos, en el caso de los colonos y otros “no árabes”-. Sin embargo, todo es

inútil, ya que, según Bourdieu, los mecanismos de dominación se recrudecen hasta tal

punto que están destinados inevitablemente a desestabilizar la propia relación generando su

propia fuerza antagónica14. Ésta sería para Bourdieu, junto con la emergencia del

13 BOURDIEU, P.(2007) Antropología de Argelia, Editorial universitaria Ramón Areces, Madrid.14 op. cit. p. 148

12

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nacionalismo árabe a principios del XX, parte de la explicación de la inevitable implosión

del conflicto en la sociedad argelina.

En este sentido, es lógico que Saïd acuda al estudio de Bourdieu para justificar su posición.

Claramente éste último presenta el conflicto como el resultado de dos sociedades

enfrentadas a resultas de una relación de dominación. Lo que no advierte Saïd es que

Bourdieu, además de explicar las causas del conflicto en estos términos, aporta una posible

explicación para la actitud de Camus sin necesidad de vincularla estrechamente con la

voluntad colonial.

La clave está en considerar a los argelinos y los franceses-argelinos como dos poblaciones

segregadas, absolutamente separadas en universos de relación nutridos de referencias y

códigos distintos. Un entorno como éste determina poderosamente e inconscientemente la

trayectoria de quiénes lo habitan a uno y otro lado, precisamente porque delimita lo que

puede pensarse y verse. Aunque no aparece aún en Antropología de Argelia, aquí Bourdieu

sólo necesita una palabra para referirse a la incorporación inconsciente de los factores

sociales que permitirán reproducir unos comportamientos sociales y no otros: habitus.

Aunque Bourdieu utilizará habitus para explicar comportamientos sociales en entornos y

espacios simbólicos autónomos más restringidos –los campos-, reconocer que este concepto

se encuentra detrás de la explicación que éste da sobre la separación simbólica entre las dos

poblaciones en Argelia nos sirve para explicar una tendencia de comportamiento social en

ambas.

Ahora bien, explicar esta tendencia social no es equivalente a condenar sin remedio. El

habitus muestra la importancia innegable del peso del contexto a la hora de explicar el

comportamiento social e individual, explica las regularidades y las tendencias, pero

utilizándolo Bourdieu no intenta legitimarlas y tampoco negar el margen de la variación

individual. Muy al contrario, sacarlas a la luz supone trazar una hoja de ruta para revisarlas,

jugar al juego, en cierta medida siempre fallido, de intentar controlar conscientemente lo

inconsciente.

13

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El análisis de Bourdieu aplicado a la obra de Camus proporciona una explicación para la

invisibilidad y la irrelevancia de los árabes en su obra literaria; también, junto con otros que

analizaremos a continuación, para comprender la postura de Camus ante la guerra de

independencia. Sin embargo no implica necesariamente que éstas se deban al desprecio o el

racismo explícitos derivados de una fe ciega en el sentido común colonial. Insisto en que la

intención no es exculpar a Camus, pero sí explicar todas las variantes posibles de su

comportamiento. Así podemos ver claramente que Saïd tiene razón en un sentido:

efectivamente Camus le hace el juego a la metrópoli, pero, como sospechábamos desde el

principio, parece que más como consecuencia que como causa consciente y buscada.

Estamos con Saïd en que el resultado es igualmente criticable, pero la interpretación de su

obra y su posicionamiento en el conflicto argelino varían forzosamente del suyo si tenemos

este análisis en cuenta.

Quizá, así, nos resulte más fácil identificar detalles como el que en El extranjero parece

pasarle desapercibido a Saïd: los jueces del juicio de Meursault son colonos, como todos

los representantes de las instituciones francoargelinas, y hubiesen indultado a Meursault por

el asesinato del árabe si éste no hubiese insistido en no exculparse. El poder –Francia, los

colonos- considera un crimen ínfimo el asesinato de un árabe; Meursault, no. Si resultase

que Camus hubiese querido utilizar adrede Argelia como decorado idealizado y reproductor

de la conciencia colonial su ridículo habría sido mayúsculo. La caricatura del poder

judicial, su desmitificación y con ella la del Imperio Francés, no es explícita ni satírica pero

no tiene nada que envidiarle a la del también crítico y menos enfurruñado Sciascia.

En cualquier caso, todo esto sirve para explicar por qué los árabes no están presentes en las

obras de ficción de Camus, pero lo que no puede negarse es que sí lo están en las demás,

fundamentalmente en las periodísticas. En el año 39, casi veinte años antes de que Bourdieu

escribiera sobre Argelia, Camus publicó en Alger républicain una serie de once artículos

titulados en conjunto Misère de la Kabylie15. Las coincidencias con el análisis, aunque no

15CAMUS, A., (1996) Misère de la Kabylie en Crónicas argelinas 1939-1958, en Obras, Alianza Editorial, Madrid.

14

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naturalmente en lo referente al aparato teórico, de Bourdieu son muchas. Lo que

probablemente irrita, en muchos sentidos con razón, a Saïd es que Camus no llegue a

pensar que las atrocidades que describe y ante las que claramente se indigna, no sean una

razón suficiente para pensar en la necesidad de la independencia del pueblo argelino.

Camus no escatima en detalles, identifica a los colonos como causantes de la pobreza, la

muerte, la enfermedad, las condiciones insalubres y el régimen de esclavitud a los que están

sometidos los cabileños. Señala como culpables a los colonos franceses de provocar y no

resolver los problemas de la gran mayoría de la población, pero sigue hablando de Francia

en términos de “responsabilidad” hacia los argelinos y de asimilación como solución.

Camus claramente no concibe una Argelia sin Francia, ni una Francia sin Argelia, pero para

dar eso por bueno era necesario aceptar inevitablemente una injusticia que Camus parecía

incapaz de reconocer. Sin que eso nos lleve a pensar, una vez más, que sus argumentos para

justificarlo serían los de un colono, está claro que Camus está completamente escindido

ante el problema. No suele reflexionar públicamente sobre el afán colonizador, pero sí ante

la violencia y los fundamentalismos. A Camus parecía preocuparle tan sólo el presente,

aunque es cierto que observado desde todas las perspectivas posibles: la tortura ejercida por

el Gobierno contra los nacionalistas y civiles árabes, los atentados de la FLN contra una

comunidad de franceses que ya no sabrían vivir fuera de Argelia, y la manipulación de los

líderes nacionalistas, en los que no había nada que le hiciera pensar que fueran a permitir en

Argelia un clima de libertad y justicia.

En las Crónicas Argelinas la postura de Camus es, en un sentido muy general, abiertamente

antinacionalista16. Sin embargo, parece no ser lo suficientemente consciente de que el

colonialismo17 entraña la proyección de un tipo concreto de nacionalismo. Las

consideraciones morales que le vemos esforzándose por perfilar y matizar al detalle

16 Camus en Crónicas Argelinas, p. 595: “(…)en lo tocante a Argelia, la independencia es una fórmula puramente pasional. Nunca hubo una nación argelina. Los judíos, los turcos, los griegos, los italianos, los bereberes, tendrían igual derecho a reclamar la dirección de esta nación. Actualmente los árabes no forman ellos solos toda Argelia.” 17 Que su crítica al colonialismo tope con los límites que veremos no significa que Camus apoye la causa colonial abiertamente, a lo largo de los artículos que conforman las Crónicas Argelinas encontramos varios ejemplos de ello. En Crónicas Argelinas, p. 511: “Si la conquista colonial pudiera alguna vez encontrar una excusa, la encontrará en la medida en que ayude a los pueblos conquistados a conservar su personalidad.”

15

Page 16: Saïd-Camus (1).doc

respecto a otras “ideologías” vivas en su contexto, parecen frenarse en el caso de Argelia en

el tope de la historia colonial. Camus es, en este sentido, demasiado poco crítico con la

metrópoli; tan sólo lo es respecto a las injusticias que conlleva en el presente

inmediatamente precedente a la explosión del conflicto, pero no con el hecho de la invasión

colonial. Mientras tanto, como decíamos, Camus piensa en el peligro que corre una

comunidad de franceses argelinos -probablemente la suya y no la de los colonos- que ya no

conciben su modo de vida fuera de Argelia, en el dolor que causará para los civiles en un

sentido amplio la violencia explícita desatada18 y critica con dureza la exaltación de los

nacionalistas árabes. Es lícito que Saïd y muchos de nosotros notemos la asimetría entre la

crítica respecto al nacionalismo árabe y la, al menos aparente, ausencia de ésta enfocada al

colonialismo si lo consideramos un fenómeno apuntalado por un nacionalismo exacerbado,

más aún en el caso francés. Sin embargo, esta ceguera parcial no deslegitima los

argumentos de Camus acerca de la peligrosidad de las reivindicaciones étnicas y nacionales

de la FLN y los nacionalistas árabes.

Camus sabe que algo debe cambiar, pero está verdaderamente confundido, a medio camino

entre la imagen subjetiva de la Argelia pacífica y sin conflicto de su juventud y no llegar a

comprender hasta qué punto la metrópoli no estaba dispuesta a revertir las consecuencias

nefastas de su influencia en la Argelia colonial.19

Aquí es indispensable analizar los factores que inducen a Camus a pensar como lo hace. En

primer lugar, debemos tener en cuenta que Camus es descendiente de trabajadores

18 Camus en Crónicas Argelinas, p. 558: “Si las dos poblaciones argelinas debieran, en efecto, lanzarse una contra otra en una especie de delirio xenófobo, e intentar destruirse mutuamente, ninguna palabra podría pacificar Argelia. Así como ningún reforma podría levantarla de entre sus ruinas. Aquellos, cualquiera que sea su procedencia y cualesquiera que sean sus razones o su locura, que reclaman tales matanzas, invocan con sus votos su propia destrucción. Los ciegos que exigen la represión generalizada condenan a muerte a inocentes franceses. Y lo mismo hacen aquellos que, confían en las voces de lejanos micrófonos que incitan innoblemente al asesinato, pues preparan también la matanza de la población árabe.”19 Camus se da cuenta de todos los factores que influyen a la hora de hablar del conjunto de la realidad de Argelia. En El verano (p. 566, en Obras completas, Alianza) escribe: ¿Acaso se hace inventario de los encantos de una mujer muy amada? No: se la ama en bloque, y me atrevo a decir que con un par de enternecimientos precisos que tienen que ver con un gesto favorito, con un modo de sacudir la cabeza. Yo tengo del mismo modo una larga relación con Argelia, que sin duda no acabará nunca y que me impide ser por completo lúcido cuando me refiero a ella. Todo lo más a fuerza de aplicación se puede llegar a distinguir de algún modo, en abstracto, el detalle de lo que se ama en quien se ama. Es ese tipo de ejercicio escolar el que puedo intentar aquí, referido a Argelia.”

16

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inmigrantes. Sabía que a los colonos su situación les importaba tanto como la de los árabes,

él nunca formó parte de ese colectivo. Sin embargo, y este es el lastre crucial de Camus,

siempre creyó que Francia le permitió ser quién era. Eso es, en mi opinión, lo que limita

fuertemente a Camus a la hora de juzgar a la metrópoli. El sistema educativo de la Tercera

República concedía becas que podían ofrecer la oportunidad de formarse a un niño con un

porvenir determinado de nacimiento. Eso fue exactamente lo que le ocurrió a Camus,

seguramente, forzando una fe inconsciente en los ideales de la República que, sin invocar

en absoluto la colonización como motor del progreso histórico de los pueblos indígenas,

hacía responsable a Francia del destino de Argelia. Por ello, en parte, quizá Camus se

mostrará crítico en muchos puntos, pero en definitiva incapaz de juzgar la perversión del

pasado colonial.

A ratos, leyendo las Crónicas, aunque entendamos bien lo que aquí intentamos mostrar,

notamos que se desdibuja demasiado el límite entre la exigencia de responsabilidad a

Francia del empobrecimiento masivo de la población argelina y el paternalismo. Siempre,

en cualquier caso, encontramos la distorsión latente de considerar tan sólo el presente, un

presente que para Camus parece intemporalmente francés en Argelia. A la confianza en

Francia a la que ya nos hemos referido hay que añadirle un rasgo que, independientemente

del tema social o político que tuviese en concreto entre manos, siempre caracterizó lo que

Camus escribió: la ausencia de separación entre política y moral. Opositor convencido de la

pena de muerte –como muestra en Réflexions sur la guillotine-, crítico de los crímenes del

franquismo, del nazismo o el stalinismo, no podía posicionarse en un conflicto en el que la

violencia no podía más que aumentar por las dos partes. Sus esfuerzos por una vía

intermedia de solución ya no tenían que ver con las opciones en juego en la realidad

argelina y fueron inútiles. Al final, Camus dejó de lado las manifestaciones públicas sobre

Argelia, aunque no precisamente porque en su caso callar significase otorgar.20 Sabemos

que Camus no podía defender los medios por los que la independencia quería llevarse a

cabo, que juzgó a quiénes aprovecharon la situación para ejercer otra forma de dominación

a través de ideales análogos a los de la metrópoli bajo otra forma de identidad, que criticó a

la metrópoli en todo lo que tenía que ver con la crueldad ejercida sobre el pueblo argelino y

20 En 1955 escribió a un amigo: “Estoy muy angustiado con Argelia. Tengo a esa tierra atrapada en la garganta y es todo lo que puedo pensar sobre ello.” Citado en Todd, Albert Camus, p. 615.

17

Page 18: Saïd-Camus (1).doc

que acusó la brutalidad en el conflicto de los dos bandos a partes iguales; pero que, sin

embargo, nunca llegó a juzgar con la misma lucidez la injusticia intrínseca a la existencia

de una Argelia francesa.

Nos queda tratar, por último, los dos elementos restantes del análisis Saïd: el condicionante

de quién realiza las interpretaciones de su obra y la influencia en la misma del canon

literario francés, con la proyección de los ideales coloniales que para Saïd conlleva. En el

capítulo, Saïd intenta hablar, por encima de todo, de lo que no aparece en la obra de Camus:

lo que para Saïd son los árabes y su historia, la desigualdad entre ellos y los colonos en el

universo argelino colonial, y, en definitiva, su presencia en el sentido más amplio que

podamos imaginar en el contexto social en el que muchas de las novelas de Camus están

ambientadas. En cambio, contraponiéndolo a lo anterior, Saïd critica la sola aparición de “la

conciencia occidental” como una esencia que puede conciliarse con el entorno, asentarse en

él de manera intemporal, como si ello estuviese legitimado de partida.

Sin embargo, a medida que el capítulo avanza van apareciendo elementos controvertidos

por poco fundamentados. Nos habla de críticos europeos, como si todos ellos en un solo

bloque representaran lo opuesto a lo que él argumenta o hablasen exclusivamente desde una

perspectiva eurocéntrica. El ejercicio de ampliar el análisis extendiéndolo a los escritores

cuya producción sea inmediatamente anterior o posterior a la de Camus, sin duda, ayuda a

entender el por qué de algunos temas, episodios, omisiones y la elección del espacio en

algunas novelas de Camus. Pero no confirman necesariamente que las novelas de Camus

tengan por objeto reafirmar la pertenencia de Argelia a Francia o, más aún, la legitimación

colonial. En la línea en que comentábamos antes, sigo creyendo que la diferencia entre

decir que las intenciones de autores citados en el capítulo como O’brien –radical donde los

haya y obsesionado con el Unionismo irlandés, con lo que por analogía comprendemos su

apoyo al otro gran imperio- o Bugeaud, mariscal francés director de las expediciones contra

poblados argelinos en la década de los 30 del siglo XIX, no es comparable a la de Camus.

Sin dejar de tener en cuenta los claroscuros que mencionábamos, podemos ver tanto en las

18

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Crónicas argelinas, como en los Carnets o en “Misère de la Kabylie” que él jamás

apoyaría una ofensiva semejante a la población civil.

Por otro lado, citar a O’brien exhibiendo argumentos del estilo “Camus es una figura moral

para los intelectuales de occidente” crea la ilusión de pensar que todo el que justifique lo

mismo es también un imperialista encubierto –o declarado como el propio O’brien-, que no

considerará que apoyar el colonialismo sea condenable. Ésta es, a todas luces, una forma

hábil pero falaz de argumentar por parte de Saïd. Es distinto decir que el contexto social de

Camus, su educación y la confianza en algunos aspectos que mencionábamos determinaron

su punto de vista, y otra muy distinta afirmar que Bugeaud o O’brien son influencias

directas en la postura de Camus, con más razón, quizá, si consideramos que la opción de

Camus fue antes retirarse que escoger entre dos opciones que a sus ojos condenaban igual

no sólo a “los suyos”, sino también a los argelinos.

Tanto para seguir hablando de quiénes son y cómo ven a Camus sus críticos europeos,

como para hablar de las influencias literarias de Camus y de cómo contribuyen a la

formación de su punto de vista, tenemos que ver desde qué posición Camus participa de

los círculos intelectuales parisinos. Hay que sacar a relucir aquí un cúmulo importante de

contradicciones en el análisis de Saïd. Simone de Beauvoir y Jean Paul Sartre, como

representantes de estos círculos de intelectuales “de prestigio” acusaron en su momento a

Camus de dejar demasiado abierta la “moraleja” política tanto de El extranjero como de La

peste. Evidentemente, especialmente en el caso de La peste, éstos pensaban que, a pesar de

estar situadas en Argelia, las novelas hablaban claramente de la Francia de la resistencia en

la 2ª Guerra Mundial y le reprochaban a Camus no ser más explícito a la hora de exponerlo.

Que el problema para éstos fuera sobre todo no encontrar en estas obras una lectura

fácilmente unívoca resulta contradictorio con la opción taxativa de Saïd de identificar el

espacio escogido en ambas obras y otros elementos de la trama con la voluntad de Camus

de reafirmar Argelia como espacio colonial, sobre todo si tenemos en cuenta que ambos

fueron defensores de la independencia de Argelia.

19

Page 20: Saïd-Camus (1).doc

Con respecto a las influencias literarias de Camus, no puede negarse que entre ellas no

figura ningún autor fuera del canon, ningún árabe o argelino. Para ello, de entrada, hay un

motivo de peso más allá de que Camus se formara exclusivamente en el sistema educativo

francés: que la novela como género literario no aparece en la literatura árabe hasta el propio

s. XX21. Saïd ofrece de nuevo, aquí, una visión sesgada. Destaca la incoherencia de que

Balzac o Gide -en cuyas novelas, nos dice Saïd, se relata de formas diversas la sumisión de

Argelia respecto a la Francia metropolitana con tanta naturalidad como en las de Camus-

son los autores, entre otros, de cabecera de los propios Sartre y de Beauvoir. Según su

razonamiento, pues, si la literatura camusiana es representativa de la ideología colonial la

de éstos dos también debería serlo y, sin embargo, como decíamos, ellos apoyaron la causa

de la independencia argelina desde el principio.

Este hecho mina la crítica de Saïd en este punto, por un lado; pero también nos sirve, ahora

sí, para enmarcar en su conjunto la actitud de Camus respecto a Argelia y el conflicto por la

independencia. Cuando hablamos de los críticos de Camus, al menos de sus críticos

contemporáneos, no es fácil encontrar voces amigas. La de Camus era incómoda para

muchos, pero a la vez fácil de desacreditar. Como explica Bourdieu en Los herederos y La

reproduction el sistema educativo es una gran maquinaria de producción y reproducción de

su propia jerarquía interna y de posteriores desigualdades de status en el campo social. Es

cerrado y endogámico, y aglutina mecanismos de reconocimiento que soportan la jerarquía

establecida de base. Las grandes instituciones educativas, explicado muy a grandes rasgos,

funcionan de lanzadera social. Haber estudiado y/o acabar formando parte de ellas marca la

diferencia entre un discurso emitido por un intelectual o científico al que merece la pena

escuchar y otro al que no, con el prestigio social y la acumulación de capital simbólico que

ello conlleva.

Por citar uno de los nombres más conocidos del entorno parisino al que llegó Camus

después de exiliarse de Argelia, podemos decir que Sartre sí era el típico representante de la

autoridad que otorga una institución como la École Normal Superieure. Camus, en cambio, 21 Sobre los inicios de la novela argelina en lengua francesa; la problemática de expresar las propias categorías mediante el discurso “del otro”, en un idioma y un género literario exportados en la imposición colonial ver DJEGHLOUL, A (1984) “Un romancier de l’identité perturbée et de l’assimilation imposible: Chukri Khodja” en Revue de l’Occident musulman et la Méditerranée, n. 37, págs. 81-96.

20

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era lo que Bourdieu llamaba un miraculé, alguien que por extracción social no estaba

destinado a acabar la enseñanza básica y continuar estudios superiores, pero consigue

hacerlo gracias al sistema de becas –que para Bourdieu produce, al fin y al cabo,

excepciones que confirman la regla-. Lo bueno en el caso de Camus, y también en el caso

de propio Bourdieu, es que la segunda parte de la definición de miraculé –la parte que

corresponde a la reproducción de la cerrazón en el campo de producción intelectual- nunca

se cumplió completamente.

Camus, por todo ello, nunca se sintió cómodo en según qué círculos de la intelectualidad

parisina. No sólo porque su origen en un sentido amplio no fuese el mismo, sino porque ése

origen -que es como decíamos al principio, la Argelia de sus novelas- le proporcionó una

visión menos racional, menos intelectualizada, menos exclusivamente teórica e

ideologizada de la realidad de su tiempo22. Allí dónde un intelectual supuestamente

progresista de la metrópoli veía un triunfo de la historia, él intuía una ideología pervertida;

dónde supuestamente se veían actos de justicia, como en las épurations que marcaron la

Francia de posguerra, Camus veía crímenes. Se diferenció de los intelectuales de su época

en que no estaba politizado del mismo modo, su compromiso no pasaba por la adhesión a

un partido; sino por el ejercicio de la crítica desde una distancia que, sin afiliaciones, podía

hacer esfuerzos por mantener viva una concepción de la política inseparable de la moral23.

Pero en un entorno más que estricto respecto a los colores y las etiquetas se le hizo difícil

encontrar comprensión.

Su actitud fue la misma ante todos los problemas que tuvo entre manos, por ello hemos

intentado desde el principio explicar por qué razones y en qué sentido el colonialismo

22 En febrero del 42, Camus escribía en su diario (Carnets, p. 112): “El francés ha conservado la costumbre y las tradiciones de la revolución. Lo único que ha perdido son las agallas. Se ha vuelto funcionario, pequeño burgués y modistilla. El rasgo genial es haberlo convertido en revolucionario legal. Conspira con autorización oficial. Arregla el mundo sin despegar el culo del sillón.”. 23 En una conferencia pronunciada en Argel el 22 de enero de 1956, titulada Por una tregua civil en Argelia, Camus daba muestras claras de ello también respecto al conflicto argelino («Por una tregua civil en Argelia» en Crónicas Argelinas p. 570): “Digamos ante todo, e insistamos en este punto, que, por la fuerza de las circunstancias, nuestro llamamiento está al margen de toda política. De no ser así, yo no tendría título alguno para hablar. No soy un político. Mis pasiones y mis gustos me llaman a otros lugares diferentes de las tribunas públicas. Vine aquí obligado por las circunstancias y por la idea que a veces me hago de mi oficio de escritor. Por lo demás, sobre el fondo del problema argelino, a medida que se precipitan y crecen las desconfianzas de una y otra parte, yo tendría tal vez que expresar más dudas que certezas”.

21

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francés pudo ser un excepción en este marco. Hemos ampliado el análisis de Saïd y sólo,

por tanto, le hemos dado la razón a medias.

Inconclusión

Querría que se comprendiese al leer este trabajo que entre los dos autores principales de los

que se habla hay un punto de intersección. El punto de confluencia, el espacio compartido

por Camus y Saïd, corresponde a la condena de las consecuencias del colonialismo para la

población argelina. Sin embargo, este espacio común no tiene nada que ver con la

separación taxativa –que esconde adscripciones identitarias- que Saïd establece en su

capítulo, intentando demostrar que Camus es un representante convencido de la causa

colonial y la “conciencia europea”. En todo lo demás: ya sea porque Camus no respaldó la

independencia de Argelia con todas las letras, pasando a formar parte automáticamente,

para Saïd, del colectivo de los colonos; ya sea porque Camus no piense con la misma

intensidad el presente de Argelia que la injusticia del hecho colonial; no coinciden.

He querido mostrar que los límites de la confluencia entre los dos, los establecen prejuicios

y prevenciones. En el caso de Saïd toman la forma de una excesiva homogeneización;

establecen con demasiada ligereza dos compartimentos estancos: el de “los árabes” y el de

los “occidentales” -la mayoría de veces, por cierto, han aparecido entre comillas en este

trabajo para resaltar, precisamente, su naturaleza dudosa-. En el caso de Camus se

materializan en la incapacidad de ser crítico más allá de los problemas y las soluciones que

Francia causó y podía llevar a cabo en la Argelia de su tiempo, descuidando en sí el hecho

colonial.

Desde el principio, quizá demasiado, sospechaba que las afirmaciones contundentes de Saïd

estaban distorsionadas. Después de la lectura que he presentado en este trabajo sigo

pensando, ahora con pruebas bajo el brazo, que lo están. Saïd, como decía al principio,

parte menos de la obra de Camus que de la comparación superficial con autores

convencidos de la causa colonial. Aquí he intentado hacer lo contrario, repasando y

escogiendo obras muy distintas de Camus para intentar destilar lo más representativo de su

22

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visión de Argelia, los árabes, los francoargelinos y los colonos. Todas las citas y las notas a

pie de página, siempre engorrosas en mayor o menor medida, se deben a que, al contrario

que Saïd, quería ilustrar claramente los fragmentos de los textos de Camus que incorporaba

mi discurso y, así, permitir al lector juzgar por sí mismo si compartía o no mi opinión sobre

lo que significaban.

He intentado, también, presentar el triángulo Saïd-Bourdieu-Camus para aterrizar en la

realidad argelina contemporánea a la de Camus y ver hasta qué punto no eran las esencias

“conciencia europea” y “nacionalismo árabe” las que contribuían a la separación entre unos

colectivos y otros sino, en gran medida, la segregación poblacional de la Argelia del

momento.

Pero, por mucho que he revisado las afirmaciones de Saïd y rebuscado entre las obras de

Camus para ver si se correspondían o no con ellas; aunque he intentado deshacer falacias,

incongruencias o argumentaciones simplistas de ambos, sólo he conseguido encontrar fuera

de los dos la versión más lúcida y, en mi opinión más justa, sobre el colonialismo en

Argelia. Viene de la mano de Yasmina Khadra, escritor argelino nacido aún en la Argelia

colonial y en la mescolanza de relaciones entre árabes, francoargelinos y colonos. Su punto

de vista es, en términos de Saïd, el de un “árabe” en contacto con “los otros”: colonos, de

un lado, y trabajadores, de otro, de ascendencia francesa. Después de todo lo dicho creo que

sólo añadiendo tres citas distintas de su última novela, Lo que el día debe a la noche24, que

ilustran tres conversaciones con un “árabe”, un colono y un amigo obrero de origen francés

del protagonista respectivamente, puedo dejar escrito lo que me ha sido imposible encontrar

en Saïd y Camus. Ver como el personaje protagonista -que puede leerse en clave

autobiográfica del autor y que es sintomático que cambie de nombre, de Yunes a Jonás, a lo

largo de la novela- cede la palabra a sus amigos, sea cuál sea su ascendencia, y retrata

directa e indirectamente todos los factores que intervinieron en el conflicto con toda

lucidez, habla por sí solo si lo que pretendemos es criticar la fuerza insustancial de las

24 KHADRA, Y (2009) Lo que el día debe a la noche, Destino, Barcelona.

23

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separaciones esencialistas de los argumentos identitarios. Que juzgue el lector, yo sólo las

dejo aquí:

“Así es como viven los nuestros, Jonás. Los nuestros también son los tuyos…Mira bien este

inmundo agujero. Éste es nuestro lugar en ese país, el país de nuestros antepasados. Mira

bien, Jonás. Ni Dios se ha perdido jamás por aquí”25.

(…)

“-Es increíble lo que nos está ocurriendo –suspiró, acordándose de nuevo en el balcón-.

¿Quién iba a imaginarse que nuestro país iba a caer tan bajo?

-Era previsible, Dédé. Había un pueblo arrastrado por el suelo, al que se estaba pisando

como si fuera césped. Un día u otro tenía que menearse Y así es como se pierde el

equilibrio.

-¿Piensas realmente lo que dices? -Esta vez me puse frente a él-.

-¿Hasta cuándo nos vamos a seguir engañando, Dédé?

Se llevó el puño a la boca y sopló dentro, meditando mis palabras.

-Es verdad que había cosas que no iban bien, pero de ahí a desencadenar una guerra tan

violenta, no estoy de acuerdo. Se habla de cientos de miles de muertos, Jonás. ¿No te

parece que es demasiada gente?

-¿Y eso me lo preguntas tu a mi?

-Me siento totalmente perdido. No me lo puedo creer…”26

(…)

“Si al menos nos hubiésemos ido por las buenas –se queja Gustave, al borde del coma

etílico-. Pero nos obligaron a dejarlo todo y a irnos con lo puesto y con las maletas llenas de

fantasmas y de penas. (…) No es justo, Jonás. No todo el mundo era colono, no todo el

mundo manejaba la fusta del amo. Teníamos nuestros pobres y nuestros barrios pobres,

25 op. cit. p. 175.26 op. cit. p. 328.

24

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nuestra gentuza y nuestra gente de buena voluntad, nuestros pequeños artesanos, más

pequeños que los vuestros, y a menudo rezábamos las mismas oraciones- ¿Por qué tuvieron

que meternos a todos en el mismo saco?¿Por qué nos hicieron pagar por un puñado de

feudales?¿Por qué nos hicieron creer que éramos extranjeros en la tierra que vio nacer a

nuestros padres, a nuestros abuelos y a nuestros tatarabuelos, que éramos los usurpadores

de un país que habíamos construido con nuestras manos y regado con nuestro sudos y

nuestra sangre?...Mientras no tengamos la respuesta, la herida no cicatrizará”27.

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-CAMUS, A. (1996) El hombre rebelde, en Obras, Alianza Editorial, Madrid.

27 op. cit. p. 368.

25

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26