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Eduardo Nicol
Sócrates:
Que la hombría se aprende
Ócrates no está de moda. Claro
está que los filósofos y las
filosofas no tienen moda. Este
fenómeno social se produce con
respecto a usos, costumbres y
productos que por naturaleza
son efímeros. La verdad es
efímera. Y aunque también es un acto
filosófico la negación de la verdad de una
filosofía, pienso que realmente la critica
no actúa jamás negativamente. La critica
de una teoría se efectúa desde otra
teoría, y realza el valor de lo criticado. A
diferencia de la política, en filosofía se
aprende de aquello que discrepamos. La
teoría que “ya no se estila” (que esta
pasada de moda) mantiene su vigencia.
Nada se pierde en filosofía.
Pero se diría que en el siglo XX se ha
perdido mucho. Han tenido notable
actualidad, incluso a veces una
actualidad fomentada con vehemencia,
con hostilidad, varias filosofías que el
cabo de unos años han agotado su fuerza;
que implícitamente se desdeñan, y no por
efecto de una crítica, sino porque mas o
menos ya no se habla de ellas. Filosofías
que han resultado efímeras, como las
modas, y así puede decirse de ellas que
pasaron de moda. Este es un fenómeno
nuevo en la historia de la filosofía; como
si un virus de frivolidad hubiese
penetrado en el organismo del
pensamiento. La moda no es cosa seria.
El hecho de que una filosofía pueda
pasar de moda no es menos frívolo, pero
a demás es inquietante. ¿Qué clase de
actitud ante la filosofía ha tenido un siglo
en que pasaron de moda el neo-kantismo,
la fenomenología, la axiología, el neo-
tomismo, el historicismo, el vitalismo, el
existencialismo, el marxismo, el neo-
positivismo en sus varias
direcciones?¿Ha pasado Sócrates de
moda de la misma manera que, por
ejemplo Hermann Cohen o Edmundo
Husserl o Nicolai Hartmann? Ya no digo
un filósofo de pequeña talla y mucho
brío, como Sir. Alfred Aver. No, porque
Sócrates nuca estuvo de moda. Lo que
paso de moda es el humanismo. Lo cual
no se debe a una variación del “gusto”
intelectual del hombre del siglo XX sino
que es una literal de generación de este
hombre: Una de-formación o decadencia
de su ser. Pues ya sabemos que lo que
Sócrates hizo fue consolidar el
humanismo que nació en Grecia con la
primera paideia; convertir la educación
del hombre en un problema de rigurosa
filosofía. Sócrates solo puede pasar de
moda en un momento histórico en que ya
no se estila la reflexión del hombre sobre
su propio ser; en que este problema de la
introspección y dela autarquía ya perdió
vigencia para todos: educadores,
científicos, políticos y hasta filósofos. Un
tiempo en que volver a hablar de la
filosofía socrática es un anacronismo.
Hay otras cuestiones, se dirá, que
interesan más y son más útiles y
urgentes.
Pero resulta que no existe una filosofía
socrática. Sócrates no escribió nada, ni
dijo nada que tenga visos de un cuerpo de
doctrina sistemático; nada que pueda
identificarse con un ismo. ¿Qué seria el
socratismo? Sócrates mismo (por boca de
Platón), lo dice en su discurso de
Apología: es la adquisición y el cultivo de
una anthropine sophia, de una sapiencia
o ciencia del hombre. Esta no es una
doctrina; es una misión. No solo el
filósofo; todo hombre esta destinado a
vivir con un saber de lo humano. ¿Cómo
puede entrar en decadencia ese destino?
Tal decadencia no abre paso a una
sustitución, porque ella es algo
puramente negativa: se llama
deshumanización.
La cosa empezó en Grecia. Ninguna otra
civilización ha producido lo mismo, o cosa
parecida. Tres conceptos definen lo que
es humanismo. Paideia que significa
educación, cultura; no en el sentido de
una mera “adquisición” de conocimientos,
sino en el sentido de la adquisición de
una forma de ser ; ser educado, ser culto.
Esto lo inician los poetas: la épica y la
tragedia; es decir el estudio de tales
autores y el deleite ene se estudio.
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Eduardo Nicol
La paideia requiere maestros: ser
hombre es algo que se aprende.
El segundo concepto es la autognosis: la
reflexión, el conocimiento de si mismo.
Para ser hay que saber. Este saber es
algo que requiere un ejercicio
permanente; algo que se ejercita con
crítica, de donde viene criterio. Esta es la
base existencial de la Ética. El hombre es
el ser que prende a saber de si mismo y
por tanto que sabe criticarse a si mismo.
Si no sabe hacerlo, no es más que un
candidato a la hombría.
El tercer concepto es la autarkeia:
literalmente el dominio de si mismo. El
hombre es el ser destinado a poseer el
señorío de su vida. Esta soberanía no se
tiene no se da: se adquiere y se ejerce.
Puede poseerla un hombre humilde como
Sócrates, y puede carecer de ella el más
encumbrado y poderoso.
Estos tres conceptos configuran un ideal
de hombre en que resaltan como posibles
la eminencia de su ser y su degradación.
Porque el hombre se eleva y puede
decaer. El hombre no nace con la
hombría definida, como el árbol o el toro,
cuyo ser es completo desde que nace, y
que no tiene misión ni destino como el
hombre. A este, cuando nace, se abren
variadas posibilidades. Es un ser posible;
no solo porque puede ser, o hacer, esto o
lo otro, sino porque todavía carece de
mismidad: todavía no se puede decir de
él que es. La hombría es un posible: es
una posesión ganada y precaria. La
misión es hacerse y retenerse. El
humanismo podríamos decir que es la
texne, o el arte, o el método, de adquirir y
preservar la hombría.
Esto lo inventaron los griegos, y el
maestro de tal arte, oficio o método de
ser hombre fue Sócrates. Por esto, fue
que Sócrates no escribió, ni declaró
oralmente su pensamiento, sino que
procedía interrogada mente. Enseñaba a
preguntar. Esto es filosofía. Podría
decirse que los filósofos constituyen n a
hermandad de buscadores. Lo que
importa es eso que le pasa por dentro
cuando no sabe, pero sabe preguntar. Lo
que importa no son los hallazgos, las
afirmaciones; lo que importa es ese
beneficio existencial que consiste en la
docta ignorancia.
Pero ¿De qué cosas estoy hablando?
Paideia, autognosis y autarquía. ¿Cómo
pueden pasar de moda estas virtudes del
ser? Imposible. Salvo que haya pasado
de moda la autenticidad de la hombría.
Pues el humanismo no es una
especialidad. Los humanistas no están
aparte de los científicos. Los científicos
son, o pueden ser y han de ser,
humanistas. Ha decaído el socratismo;
pues ha decaído el humanismo; pues ha
progresado la deshumanización. Este
vacío del humanismo desaparecido se
llama Barbarie.
Desde sus remotos orígenes como país
civilizado, los griegos consideraban que
la convivencia humana, proclive a la
discordia, requería un principio de orden
que fuese universal y necesario; que
significa: valido igualmente para todos, y
con fuerza de obligar. Este principio que
ha suido base permanente de la cultura
occidental, se llaman nomos, la ley: un
invento que revoluciono la praxis. El
emperador de la china no era hombre de
leyes, establecía y mantenía le orden por
otros medios.
Pero el cosmos político, concebido como el
orden inmanente de la praxis, descubrió
el griego que era prácticamente
insuficiente. La praxis no se funda así
misma. También la ley demanda un
principio superior. Este principio,
claramente no podía surgir de la propia
actividad; ni siquiera de la actividad ya
regulada política o legalmente. Tuvo que
surgir de la filosofía. La filosofía es la
madre del orden racional en la
comunidad.
Esta revelación de la eminencia de la
filosofía se debe a Sócrates, en dos
sentidos: a su pensamiento ya su muerte.
Que se debe a su pensamiento esa cosa
clara. Se debe además a su muerte
porque está fue un acto filosófico. En ese
acto Sócrates demostró la superioridad
moral de la moral sobre la ley. Las
prolongadas meditaciones de Platón
sobre la política fueron promovidas por
un hecho asombroso y una pregunta a
saber: ¿Cómo pudo ser condenado a
muerte legalmente el más justo de los
hombres? Esta posibilidad de un crimen
según derecho revelaba la existencia de
un problema desconocido. Si no es la ley
¿Cuál es el principio superior que regula
inapelablemente la existencia individual
y la convivencia humana? Porque la ley
puede no ser justa. ¿Qué es la justicia?
Desde Sócrates existen en el mundo
occidental dos principios: el derecho y
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Eduardo Nicol
moral, los cuales, en la praxis, no
siempre concuerdan, y esa discordancia
ha producido numerosos y hondos
conflictos en la historia.
¿Cómo puede todo eso pasar de moda?
Solo si ha pasado de moda la idea
socrática (la ejemplaridad socrática) del
hombre justo. ¿Qué nos enseña la muerte
del filósofo? ¿Ante que tribunal de la
razón tiene que responder la razón de
Estado?
La modernidad parece que no ha
aprendido, o que ha olvidado, que la
razón que versa sobre la praxis es
superior a la que se ejerce en la praxis.
Más bien alguna filosofía, sin decirlo
exactamente así, ha pregonado lo
contrario. El anarquismo griego, post-
socrático, y el anarquismo moderno,
obtienen de las reflexiones sobre la
autarquía, sobre la ley y la justicia, una
firma convicción de la inferioridad de la
le. Pero el socratismo aspira a reforzar la
ley, cuando demuestra su influencia. Hoy
en día, como en días de Sócrates, habría
que demostrar que hay en el hombre algo
más de lo que importa la idea de su ser
como animal político (o económico: da lo
mismo).
Aunque no quedase legalmente prohibido
el ejercicio dela razón de verdad, como ha
sucedido tantas veces en la historia, la
muerte de algún pensador representa un
peligro latente, permanente, para la
propia filosofía. No es asunto meramente
anecdótico, sino trágico. Sócrates infunde
el sentimiento trágico de la vocación
filosófica. La normalidad comunitaria de
la filosofía no estaba no Grecia, ni está
nunca, plenamente asegurad, como están
las otras vocaciones humanas. De ahí
que la filosofía, además de su quehacer
teórico, deba asumir la misión de poner
a la política en su lugar. Porque si esto le
cuesta a la filosofía su libertad, y hasta
su vida, quedará sin embargo testimonio
de dónde estuvo el error y dónde la
culpa.
El socratismo, el humanismo, ha tenido
desde siempre dos enemigos: el sofista y
el demagogo. Para decirlo con una
simplificación extremada, el sofista
proclama como lema (no se puede decir
como principio) la indiferencia e la
verdad. Lo que importa en la vida es el
destino que os hombres dan a su verdad;
la utilización es decir, la respuesta
conveniente a la pregunta ¿para que
sirve la verdad? Este utilitarismo
práctico, este pragmatismo sin teoría, es
la primera forma histórica de cinismo.
Todas las verdades son iguales; ninguna
es auténticamente verdadera; ninguna es
efectivamente errónea; cualquiera puede
servir.
Es curioso observar que el sofista se sirve
igualmente de los tres conceptos del
humanismo socrático. Representa, pues,
la degeneración de algo que ya existía, y
no la creación de algo nuevo. Pues el
aprovechamiento de la verdad para
beneficio propio requiere una técnica que
se aprende, y que el sofista enseña.
Existe una paideia sofistica, como existe
una autognosis y una autarquía.
Lo que no existe es el sentido del error:
no existe el amor de la verdad, por la
verdad misma. Porque si el error no
existe, entonces todo es verdad, y su todo
es verdad, todo esta permitido. Lo cual,
cuando se afirma, parece escandaloso,
pero puede demostrase, demostrando el
error de cualquier tesis que se oponga a
cualquier tesis.
El cinismo es la tesis ( o mejor dicho, la
postura) de una razón vita, se ha
producido una deplorable metabasis eis
allo genos: la transferencia de un género
a otro destino, la razón , como
instrumento del pensar que busca la
verdad, se convierte en la razón como
instrumento que busca el éxito. El cínico
nos dice que es más vital la utilidad que
la especulación.
De lo cual se aprovecha el demagogo, que
también es hombre de razón, o mejor
dicho, de razones. Como su nombre
indica, el demagogo es el que mueve a las
masas, y las mueve con palabras. Pero es
un movimiento del que ha desaparecido
la responsabilidad, la cual es inherente a
la razón verdadera. El salto a un genero
distinto, en esas dos corrupciones que
son la sofistica y la demagogia, es le que
da la razón que degenera en
irracionalismo. En el sofista, subsiste
todavía un vestigio de la lógica, en el arte
de la argumentación. El demagogo ya no
argumenta: es pura irracionalidad.
No hemos de emplear muchas palabras
para caracterizar al demagogo. Está
presente, y los medios de información se
ocupan de él cotidianamente. Todos lo
vemos con su sequito de inocentes o de
fanáticos, vociferando en las plazas,
invadiendo las universidades. Es el
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Eduardo Nicol
hombre (o la mujer) que permanece
inmutable ante sus flagrantes
contradicciones y mentiras; el que no
sabe debatir, pues para esto se requiere
una tesis propia, sino que insulta,
denigra, difama, calumnia al adversario;
es el que usa la palabra con finalidad
polémica, donde resaltan por su notoria
ausencia las ideas y proyectos de
gobierno, y la noción del bien común. El
demagogo no es peligroso, pues, por una
virtud polémica que suele atribuírsele,
puesto que mueve a las masas, sino
justamente porque las mueve. Porque el
entendimiento no es movimiento, y el
demagogo maneja recursos emocionales,
no discursivos. Es peligroso porque ni
siquiera puede rebatirse, pues no
propone errores. Heredero del sofista, es
el que intenta privar la verdad ajena de
su natural eficacia, que es la eficacia de
la buna fe.
Se necesita un nuevo Sócrates. Tal vez
así se lograría que lo condenaran a
muerte, y esa muerte de actualidad
sería como un renacimiento de la
antigüedad, y transmitiría a los hombres
de mañana la lección socrática: que la
hombría se aprende.
El movimiento emocional, irracional, de
las masas es ambiguo. Unas veces es
conmovedor y heroico, por su generosidad
y bravura; otras es repelente por su
fuerza ciega, por su brutalidad
inconsciente, negativa y destructiva.
Tememos pero no sabemos discernir lo
que pueda ignorar esa palabra sin ley ni
razón del demagogo, al que estamos
contemplando en acción como un hombre
más bien mediocre, que oculta y hasta
ignora su poder, pero exhibe
inequívocamente su ambición de mando.
Es triste confesar que si no se hubiese
inventado la filosofía, no existiría ni la
sofistica ni la demagogia, que son
engendros nacidos de la buena razón. El
sofista tiene por lo menos, el merito de
haber hecho patente el valor de esa
razón. El contraste con ella es revelador
y patente, y se juzga por la que
permanece. Pues cuando empiezan a
hacer su mala obra el cinismo y la
responsabilidad, suceden cosas que
nunca se hubieran producido en el orden
normal de la comunidad.
Ciertamente lo de ante son era una
Arcadia feliz; existan errores y maldades,
pero no esos. Tal vez se entienda mejor si
no nos referimos a la actualidad, sino a
la lejana Grecia. Las consecuencias de la
sofistica y la demagogia no afectaron
solamente al orden privado de las vidas,
a los amantes de la sophia, a la
intimidad de un pensador que puede
estar equivocado (esto sucede), pero
cuyos errores son inocuos, o no hay quien
los escuche. No: los efectos son sociales.
El destino de la razón y la verdad es un
problema público. A Sócrates lo sentencia
la masa no la élite.
Eduardo Nicol, Sócrates: Que la
hombría se aprende, Gaceta de Fondo
De Cultura Económica, No 221,
México, 1989.