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SABER Y TIEMPO REVISTA DE HISTORIA DE LA CIENCIA UNIVERSIDAD NACIONAL DE GENERAL SAN MARTIN ESCUELA DE HUMANIDADES CENTRO DE ESTUDIOS DE HISTORIA DE LA CIENCIA JOSÉ BABINI SAN MARTIN (BUENOS AIRES) JULIO-DICIEMBRE 2002

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SABER Y TIEMPOREVISTA DE HISTORIA DE LA CIENCIA

UNIVERSIDAD NACIONAL DE GENERAL SAN MARTIN ESCUELA DE HUMANIDADESCENTRO DE ESTUDIOS DE HISTORIA DE LA CIENCIA JOSÉ BABINISAN MARTIN (BUENOS AIRES) JULIO-DICIEMBRE 2002

SABER Y TIEMPO. Revista de Historia de la Ciencia

Publicación del CENTRO DE ESTUDIOS DE HISTORIA DE LA CIENCIA JOSE BABINIEscuela de Humanidades, Universidad Nacional de General San Martín,Calle 83 (Yapeyú) 2068, 1650 San Martín, Provincia de Buenos Aires.Teléfono: (011) 4580-7281; Fax: (011) 4580-7274. E-mail: [email protected]

ISSN 0328-6584Registro de la Propiedad Intelectual N° 690907Hecho el depósito que marca la ley.Impresa en Impresiones DunkenAyacucho 357 C1025AAG Buenos Aires

DirectorNicolás BabiniCodirectorDiego H. de Mendoza

Secretaria de RedacciónLeticia Halperin DonghiProsecretariaCristina Mantegari

Secretario de CoordinaciónAlejandro Drewes

ConsultoresMiguel J. C. de Asúa, Néstor T. Auza, Guillermo Boido, Horacio H. Camacho, Car-los D. Galles, Gregorio Klimovsky, Alfredo G. Kohn Loncarica, Celina A. LértoraMendoza, Marcelo Montserrat, Roberto A. Ferrari, Alberto G. Ranea, Luis AlbertoRomero, Mario Tesler, Gregorio Weinberg.

Este número se publica con el apoyo deAgropecuaria Río del Valle

Número suelto: $ 15,00. Suscripción a cuatro números (un volumen): $ 50,00.Ventas: Librería Dunken, Ayacucho 357; Biblioteca Babini, Av. Santa Fe 1145,3°, Buenos Aires.Suscripciones y consultas: Centro de Estudios de Historia de la Ciencia «José Babini»,

SABER Y TIEMPOVol. 4 No. 14 (2002)

Contenido

Editorial5 Saber y Tiempo en su nueva etapa

Mensaje7 Luis Alberto Romero

La historia de la ciencia, entre la ciencia y la historia

Artículos11 Cristina Mantegari

Naturaleza y modernización en el siglo XIX: la expansión de la instituciona-lización científica

33 Marisa C. García y Ailin M. ReisingLa consolidación del Centro Atómico Bariloche: una aproximación desde eldesarrollo de la física experimental.

Enfoques55 Carlos A. Andrada

El control de alimentos en los países flamencos en el siglo XIV63 Nicolás Babini

Las antecesoras de la computadora: las primeras máquinas de calcular.

11 Temas de Saber y TiempoEl pensamiento científico en la Argentina de entreguerras / 4

113 Omar A. BernaolaEnrique Gaviola y la física en la Argentina de entreguerras

119 Alberto Guillermo RaneaUna biblioteca y su sombra, 1916-1936: la vida intelectual de entreguerras enel reflejo de los libros y el pensamiento de Alejandro Korn

137 Diego H. de Mendoza y Miguel de AsúaLa historia de la ciencia en la Argentina de entreguerras.

161 ReseñasJ.-F. STOFFEL, Bibliographie d´Alexandre Koyré (G. C. Treboux); P. FORMAN;J. M. SÁNCHEZ RON (eds.), National military establishments and theadvancement of science and technology (D. H. de Mendoza); L. ZEA, El

positivismo y la circunstancia mexicana (P. G. Bruno); H. PALMA, “Gobernares seleccionar”. Apuntes sobre la eugenesia (L. Ferrero); A. A. PASSOS VIDEIRA;A. G. BIBILONI (orgs.), Encontro de história da ciência. Análises comparativasdas relações científicas no Século XX entre os países do Mercosul no campoda Física (N. Babini).

184 Noticias186 Publicaciones recibidas

Colaboradores de este Número

Carlos A. Andrada (1944). V. Saber y Tiempo, 3:

Miguel de Asúa (1952). V. Saber y Tiempo, 3:

Nicolás Babini (1921). V. Saber y Tiempo, 2:

Omar A Bernaola (1937). V. Saber y Tiempo, 10: 4

Paula Bruno (1975). V. Saber y Tiempo, 13: 4

Lorena Andrea Ferrero (1976). V. Saber y Tiempo, 13: 4

Marisa C. García (1976). Licenciada en Sociología (Univ. de Buenos Aires).Maestría en Historia y Filosofía de las Ciencias (Univ. Nac. del Comahue), en curso.

Diego Hurtado de Mendoza (1962). V. Saber y Tiempo, 1: 6

Elba Cristina Mantegari (1956). V. Saber y Tiempo, 1: 6

Alberto Guillermo Ranea (1950). Doctor en Filosofía (Universidad Nacional de LaPlata). Autor de trabajos de historia de la ciencia en: Beiträge zur Wirkungs- undRezeptionsgeschichte von Gottfried Wilhelm Leibniz (Stuggart,1986), Leibniz. Tradi-tion und Aktualität (Hannover, 1988), Analogía y expresión en Leibniz (Madrid,1994), Descartes’ Natural Philosophy (London, 2000).

Ailin M. Reising (1976), Licenciada en Sociología (Universidad de Buenos Aires).Maestría en Historia y Filosofía de las Ciencias (Univ. Nac. del Comahue), en curso.

Luis Alberto Romero (1944). V. Saber y Tiempo, 11: 4

Guillermo C. Treboux (1960). Profesor de Historia (Inst. Sup. del Profesorado, C. delUruguay). Maestría en Historia y Filosofía de las Ciencias (U.N. del Comahue), encurso.

EditorialSABER Y TIEMPO EN SU NUEVA ETAPA

A partir de este número, Saber y Tiempo es publicada por el Centro deEstudios de Historia de la Ciencia y de la Técnica José Babini, quedepende de la Escuela de Humanidades de la Universidad Nacional deGeneral San Martin (Unsam), como órgano de difusión de sus investi-gaciones y sus actividades académicas. La revista mantendrá las carac-terísticas que la distinguieron desde su aparición en 1996, en cuanto alcriterio y el rigor en la selección y publicación de colaboraciones, sibien se dará preferencia a las que provengan de trabajos de investiga-ción y de tesis del propio Centro de Estudios. La dirección seráejercida, conjuntamente, por quienes designen el Centro de Estudios yla Asociación Biblioteca José Babini, que es cofundadora del Centro.

En su nuevo papel, Saber y Tiempo espera contribuir a una delas finalidades que inspiraron la creación del Centro de Estudios JoséBabini, que es la de estimular el desarrollo de la historia de la cienciaen la Argentina y lograr que se constituya en materia de cátedrasuniversitarias, para que se fortalezca como disciplina científica y acti-vidad profesional. Servirán, seguramente, a esos propósitos, las rela-ciones que la revista ha logrado establecer con tantos cultores de lahistoria de la ciencia de nuestro país y del exterior, muchos de ellosde una misma y promisoria generación de jóvenes investigadores,que ofrecen un punto de partida serio y auguran una fecunda perspec-tiva posible.

Saber y Tiempo seguirá siendo, como lo expresó en su presen-tación inicial, una revista abierta “a la exposición seria y fundada delos estudios históricos, al debate alto y sin prejuicios de las ideas y ala información valiosa de las actividades desplegadas en esos terrenosdonde -ya se decía entonces- todavía queda tanto por hacer en mate-ria de cátedras universitarias y centros de investigación”. En ciertosentido, la creación del Centro de Estudios José Babini aparece comouna concreción de lo que quedaba todavía entonces por hacer, y comoun cumplimiento del propósito que, según esa misma presentación

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inicial, animaba la aparición de Saber y Tiempo, que era el de “pro-mover la investigación y la difusión de la historia de la ciencia y de latécnica en nuestro medio”. Todo ello justifica que la revista haya sidoescogida para servir de órgano de expresión del Centro de Estudios yla compromete, al mismo tiempo, a mantener los mismos objetivos ylos mismos criterios que inspiraron su aparición.

En el umbral de una nueva etapa de la revista, quienes la hace-mos, en el Centro de Estudios y en la Asociación que llevan el nom-bre de José Babini, pedimos a cuantos colaboraron hasta hoy enSaber y Tiempo que nos sigan ayudando a hacer de la historia de laciencia y de la técnica una disciplina respetada, en una Argentina quevuelva a ser respetada por sus logros en este dominio del saber.

Nicolás BabiniDirector

Diego H. de MendozaCodirector

SABER Y TIEMPO

MensajesLA HISTORIA DE LA CIENCIA, ENTRE LA CIENCIA

Y LA HISTORIA

La historia de la ciencia se constituyó en la intersección de dos saberes,la ciencia y la historia. En el caso de los científicos, suele ser parte deuna reflexión sobre sus propias prácticas, lo que los lleva también aotros territorios: el gnoseológico, el ético o el político. En el caso de loshistoriadores, impulsados por la fáustica aspiración a la “historia to-tal”, es parte de la infinita extensión de su campo de intereses.

Los científicos que hacen historia

El camino que de la práctica de una ciencia lleva, hipotéticamente, a lahistoria de la ciencia -el más frecuente en la Argentina- plantea algunosproblemas. El científico suele limitarse a la historia de su propiaciencia, o quizá de otra afín ¿Cómo pasar a la ciencia en general? ¿Poracumulación y yuxtaposición de historias particulares? ¿O hay quepensar en un salto cualitativo que instale la búsqueda de entrada en esehorizonte general? Puede agregarse que suele haber un punto no discu-tido acerca de qué ciencias integran este campo: las ciencias sociales ohumanas no suelen ser incluidas en este universo construido por loscientíficos devenidos historiadores.

Su práctica de historiadores suele ser segura en algunos terre-nos pero flaquea en otros, al punto de preferir no encararlos. Tienenclara percepción de los avances decisivos, los “descubrimientos”, asícomo del papel de los grandes innovadores. También incursionan conéxito en la ubicación de estos avances en el campo más general de lasideas dominantes o cosmovisiones, aunque les resulta más cómodauna visión universalista y evolucionista que aquella otra, más en bogahoy, acerca de los paradigmas científicos.

Es difícil, en cambio, que discutan los criterios de cada campocientífico acerca de la validez de sus paradigmas y, consecuentemen-te, las cuestiones de prestigio, poder y recursos derivadas. Lo mismoocurre con la trama institucional de la práctica científica: un Instituto

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o una Revista. Finalmente, está la cuestión de la relación entre laciencia local y la internacional, que es parte de otra más general,vinculada con lecturas, refracciones y resignificaciones locales de lasideas que circulan en el mundo. Los científicos no ignoran estosproblemas -es frecuente que los discutan en términos prácticos- peroen general carecen de las herramientas teóricas para abordarlos ensede científica.

Los historiadores y la historia de la ciencia

Los historiadores puestos a explorar el campo de la ciencia carecen deuna formación que los habilite para conocer una ciencia específica,salvo la propia historia. Carecen del conocimiento íntimo e interior deuna o varias ciencias cuyas claves, por otra parte, son cada vez másherméticas para el mero sentido común. Si han logrado familiarizarsecon un campo, deben resolver el problema -casi insoluble, por otraparte- de mirar en conjunto diversas ciencias: encontrar las equivalen-cias conceptuales que permitan armar un discurso de segundo grado.

No es un problema insoluble. Son los problemas que afrontancotidianamente una vez que han decidido no limitarse al estrechocampo de la historia política o diplomática. Les ocurre lo mismocuando tienen que hacer historia del derecho, o historia militar, ohistoria del deporte, o historia del arte. Aquí, el segundo problema sehace patente: durante mucho tiempo se intentó, sin éxito, encontrarcategorías que, como “el barroco”, sirvieran simultáneamente paradistintas artes: la pintura, la arquitectura y la música, un problemasimilar al del pasaje de una ciencia a “la” ciencia.

Esa necesidad de conocimientos específicos se plantea, tam-bién, con lo que hoy es el corazón mismo de la disciplina. Si se tratade historia económica, no puede avanzarse mucho sin conocer, ybien, la teoría económica. Para la historia social, o la política, cono-cer los pensadores clásicos es indispensables. Nadie abordaría la his-toria cultural sin conocer la antropología o la teoría del discurso.

En suma, lo que llamamos “la historia” es hoy un conjunto de“historias de...”. El trabajo del historiador consiste en la relación, laarticulación, la búsqueda de sentidos a partir de la recíproca determi-nación de las distintas historias, enlazadas con vistas a la totalidad, unideal tan inalcanzable como irrenunciable. Hacerlo requiere, en pri-mer término, un conocimiento adecuado de cada uno de los camposque busca relacionar. Difícilmente se lo pueda hacer sin ayuda. Es

SABER Y TIEMPO

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indispensable la colaboración entre los historiadores y quienes domi-nan un campo sistemático, sea la ciencia, la música o el derecho. Enalgunos terrenos, el especialista del tema puede avanzar más fácil-mente. En otros, el saber específico del historiador pesa más y puedehacer, rápidamente, aportes que beneficien el campo de estudios.

Uno de ellos es el estudio de las instituciones científicas: insti-tutos, universidades, revistas, es decir los lugares donde la actividadindividual se integra en una colectiva. Estas instituciones no son de-masiado distintas de otras, sociales, políticas o artísticas, bien conoci-das por los historiadores. Muchos de los problemas antes señalados,significativos para la historia de la ciencia, encajan en este sencillapropuesta de análisis. Los historiadores también se mueven con faci-lidad en el territorio de las ideas generales, las cosmovisiones, losclimas culturales. Su experiencia les permite articular en ellas losdistintos campos científicos, así como concebir su relación con losprocesos sociales y culturales más generales. Tienen, sobre todo, ex-periencia del peligro de las falsas generalizaciones, que entrampan alno experimentado.

Amateurismo y profesionalismo

Otra dimensión de la relación entre historiadores y científicos serelaciona con la formación de cada uno de ellos. La historia es uncampo del saber científico. Tiene sus reglas internas, referidas al rigorcon que se lo practica y al control que sobre cada uno de sus miembrosejerce el conjunto del campo académico. Pero hay una diferencia: ladisciplina carece de límites estrictos y en sus bordes coexiste con unaserie de prácticas parahistóricas. Quizá se deba a que no hay leyeshabilitantes, ni colegiación, ni siquiera un lenguaje específico y hermé-tico. Pero, en el fondo, el problema es otro: los historiadores constru-yen su saber en el terreno de la memoria que, por definición, estáabierto a todos. El pasado es de todos y no sólo de los historiadores,aunque sólo ellos construyen un saber riguroso.

Debido a esta apertura, suele pensarse que el saber históricoestá abierto a todos y que la buena voluntad, entusiasmo y pasióncompensan la falta de formación específica. Los científicos que histo-rian su disciplina suelen participar de esta idea. Difícilmente aplicana esta actividad las mismas exigencias de rigor y calificación queellos mismos exigen a sus disciplinas. Lo mismo le pasa a los milita-

MENSAJES

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res que hacen historia militar, los artistas que escriben historias delarte o los pedagogos que se ocupan de la historia de la educación.Parece importante establecer la idea de que los científicos que quie-ren hacer historia de la ciencia deberían tener formación en historia.

Qué hacer

Concluyo con algunas reflexiones referidas a las condiciones actualesdel campo de estudios de historia de la ciencia en la Argentina. Noestamos en condiciones de desperdiciar ningún aporte. Hay que capita-lizar todo. Es importante favorecer el diálogo y la cooperación entrecientíficos e historiadores interesados en la historia de la ciencia. Hayque apuntar a constituir una disciplina específica de historia de laciencia que integre sus dos procedencias pero que no desconozca todoslos problemas implicados en esa integración. Este campo debe ser de“las” ciencias, integrando las más clásicamente frecuentadas –las asíllamadas duras- con las sociales y humanas. Se descubriría que en esteterreno hay mucha gente que hace historia de la ciencia sin denominar-lo así, o quizá sin saberlo.

Una sugerencia práctica, de resultados rápidos, es estimular ajóvenes historiadores -muchos de ellos buscan un tema para sus tesis-para que investiguen las instituciones científicas del país: institutos,universidades, sociedades, museos. Hay mucho para hacer, y es rela-tivamente sencillo hacerlo.

Más en el largo plazo, el objetivo es constituir el campo acadé-mico. Se debe discutir qué es la historia de la ciencia y cómo se hace:objeto y método. Sobre todo, hay que fijar las reglas de calidad profe-sional, y distinguir amateurismo de profesionalismo. Los caminos -cualquier científico lo sabe- son la discusión pública de los trabajos yla regla del arbitraje para su publicación. Son tareas que exceden elámbito natural de la Asociación Biblioteca José Babini, pero a las queella puede ayudar con su prestigio y autoridad.

Luis Alberto RomeroPresidente de la Asociación Biblioteca José Babini

SABER Y TIEMPO

SABER Y TIEMPO14 (2002). 11-31 Separata 102.14

NATURALEZA Y MODERNIZACIÓNEN EL SIGLO XIX: LA EXPANSIÓN DE LAINSTITUCIONALIZACIÓN CIENTÍFICA*

Cristina MantegariEscuela de Humanidades, UNSAM

El desarrollo de las ciencias naturales durante los siglos XVIIIy XIX cobró un auge inusitado a partir de las necesidadescrecientes de sistematizar los conocimientos sobre la naturale-za, producidos en el marco de la acelerada y continua expan-sión europea por el planeta. Nuevos ejemplares, nuevas pre-guntas, nuevas ideas y un abanico inmenso de instituciones sedesplegaron estratégicamente buscando respuestas y difun-diendo discusiones entre las comunidades científicas y públicoscada vez más amplios.En la Argentina del siglo XIX se iniciaron las primeras accio-nes de institucionalización de las ciencias naturales, al compásdel proceso internacional. Durante las primeras décadas delsiglo, los intentos fueron espaciados y discontinuos. A partir dela década de 1860, con la fuerza del ideario modernizador,cobraron continuidad a través de acciones dirigidas a incorpo-rar las más recientes creaciones científico-institucionales inter-nacionales. Sin embargo, estos proyectos de modernizacióncientífica merecen una revisión historiográfica que dé cuentade sus particularidades y complejidades y nos posibilite unanueva comprensión del caso argentino.

El auge de las ciencias naturales y su institucionalización en elmarco internacional

El desarrollo de las ciencias naturales durante los siglos XVIII y XIXcobró un auge inusitado a partir de la necesidad creciente de sistemati-

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zar los conocimientos sobre la naturaleza, adquiridos en el marco de laacelerada y continua expansión europea por el planeta. El siglo XIX,particularmente, fue el escenario temporal del complejo proceso que,partiendo del amplio campo de la “historia natural”, asistiría a sufragmentación, con el nacimiento de nuevas disciplinas y especialida-des, y llegaría a reintegrar algunas de ellas en una nueva biología, apartir de la última década del siglo. Nuevos ejemplares, nuevas pregun-tas, nuevas ideas y un abanico inmenso de instituciones se desplegaronbuscando respuestas y difundiendo discusiones entre las comunidadescientíficas y públicos cada vez más amplios (Barber, 1980; Mason,1987; Sloan, 1990; Asúa, 1996; Nyhart, 1997).1

Los nuevos intereses cognitivos, junto a los intereses económi-cos de las naciones europeas, impulsaron complejas y renovadas ex-pediciones (Gómez de la Serna, 1974; Hurtado de Mendoza yMantegari, 2001) y, particularmente durante el siglo XIX, se acentuóla entidad propiamente “científica” de los viajes. Aunque es difícilprecisar el alcance de este término (Beer, 1997),2 su especificidadquedó asociada a la participación de los estudiosos y eruditos “natu-ralistas” y estas empresas simbolizaron la búsqueda desapasionadadel conocimiento y la expansión del afán civilizatorio a las más re-motas y desconocidas regiones de América, Asia y África.(Pyenson ySheets-Pyenson, 1999: 254-262).

Paralelamente al crecimiento de los viajes científicos, el sigloXIX asistió al surgimiento de las más significativas reorientacionesen el estudio de la naturaleza. Las prácticas y enfoques introducidospor Humboldt, la nueva interpretación geológica de Charles Lyell ylas respuestas de Darwin al problema de las especies, culminarían enel triunfo de nuevas concepciones evolucionistas.

La “ciencia humboldtiana”, con su nueva noción de orden na-tural, abarcó un conjunto de nuevas prácticas profesionales y unafilosofía natural que conduciría a concepciones materialistas dialécticasy a nuevas posiciones evolucionistas. Para Humboldt, el mundo natu-ral se explicaba por complejas relaciones entre fuerzas mecánicas yatracciones químicas, cuyo equilibrio debía evidenciarse mediante loscálculos de promedios y el método comparativo aplicado en escalanunca antes considerada. Luego de su famoso viaje a América, entre1799 y 1804, naturalistas y aficionados de todo el mundo se sumaron

CRISTINA MANTEGARI

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a la empresa científica de Humboldt, que tanto estimulaba nuevosestudios e interpretaciones (Botting, 1973; Dettelbach, 1997; Pratt,1997; Labastida, 1999; Arnold, 2000).

Las afirmaciones de Humboldt, por ejemplo, respecto de lasecuencia idéntica de las capas sedimentarias en los dos hemisferiosterrestres, influyeron en los estudios del geólogo Charles Lyell quien,inspirándose en la teoría uniformista de Hutton y en el estudio de lasfuerzas geológicas actuales, argumentaba hacia atrás y explicaba loscambios sufridos por la superficie terrestre, evidenciados en los estra-tos geológicos. Si bien Lyell no adhirió a las tempranas concepcionesevolucionistas respecto de los seres vivos, la sucesión de fósiles enlos estratos rocosos lo llevaron a apoyar la posibilidad de una co-nexión entre la evolución geológica, por él propuesta, y la evoluciónorgánica, hecha pública por Charles Darwin y Alfred Wallace en1858 (Mason, 1988, 4:7-29; Rudwick, 1997; Guntau, 1997).

Darwin expuso en 1859 los resultados de una larga indagación,que había iniciado hacia 1834, explicando su teoría sobre la evolu-ción biológica mediante el mecanismo de la selección natural. Influi-do, entre otros, por Humboldt, Lyell y Malthus, Darwin sostuvo quelas especies vivas luchaban por su existencia, condicionadas por in-fluencias hereditarias y por su capacidad de adaptarse al medio. Poreste mecanismo de selección natural, básicamente externo, los orga-nismos con mayor capacidad de adaptación tenían más posibilidadesde reproducirse y de generar especies nuevas, y otros se habían extin-guido en el tiempo. Así mismo, Darwin subrayaba el carácter pasivode la evolución orgánica, sin que incidiera en ella ninguna tendenciahacia una vida superior, y sostenía su continuidad, gradualidad yautomaticidad (Darwin, 1951; Mason, 1988, 4: 30-58; Hodge, 1990;Kingsland, 1997; Ruiz y Ayala, 1999).

Las nuevas afirmaciones generaron un extendido abanico decuestionamientos, provenientes de posiciones e intereses científicos,culturales y religiosos, pero, paulatinamente, el evolucionismodarwiniano comenzó a imponerse como gran marco teórico-científicoque podía albergar, y aun alentar, otras líneas de interpretación ynuevos descubrimientos, manteniéndose en discusión tanto el llama-do mecanismo de selección natural como sus causas (Mason, 1988,4: 45-58; Hodge, 1990; Shapin, 1990; Glick y Henderson, 1999).3

NATURALEZA Y MODERNIZACIÓN EN EL SIGLO XIX

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Esta proliferación de conocimientos y discusiones estuvo acom-pañada por un notable crecimiento y diversificación de instituciones,que patrocinaban, divulgaban y profesionalizaban la ciencia, y com-petían por el financiamiento estatal y privado, por el prestigio cientí-fico y por el reconocimiento público.

Ya a fines del siglo XVIII, las sociedades europeas dedicadas ala ciencia y la técnica, que estimulaban la investigación y la difun-dían a través de sus publicaciones, habían superado largamente elnúmero de doscientas. Básicamente siguieron los modelos de la RoyalSociety de Londres, fundada en 1662, y de la Académie des Sciencesde París, fundada en 1666 (Hahn, 1986; Roche, 1997; Pyenson ySheets-Pyenson, 1999: 90). Los dos modelos, con sus particularida-des propias, constituyeron manifestaciones de la alta cultura y fueronámbitos de elites, que intentaban concentrar los amplios interesesintelectuales de las aristocracias virtuosas, como gestos de alianzacon la modernización ilustrada y el progreso (Crosland, 1978; Mason,1988, 4: 59-76; Pyenson y Sheets-Pyenson, 1999: 90-97). Siguiendoestos tempranos ejemplos, fueron estableciéndose importantes acade-mias y sociedades nacionales en casi todas las grandes capitales ytambién en ciudades de provincia como Edimburgo, Bolonia, Gotinga,Montpellier y Turín. En los Estados Unidos, tanto la famosa Academyof Natural Sciences of Philadelphia como las que le siguieron, adop-taron el modelo inglés.4 También proliferaron, particularmente en elmundo anglosajón, las sociedades “literarias y filosóficas”, que de-seaban estimular y revitalizar la ciencia académica, llevándola a forosmás abiertos. Estas sociedades sirvieron como espacios institucionalesde legitimación de científicos aficionados, disidentes religiosos e in-dustriales en ascenso, quienes apoyaban la actividad científica por suprestigio, su incidencia tecnológica, su calidad de entretenimientoracional y su trascendencia moral (Thackray, 1974).

Durante las primeras décadas del siglo XIX, junto a esta ex-pansión de sociedades que tenían como objetivo el estímulo de am-plios campos científicos, comenzaron a crearse las sociedades “espe-cializadas”, como la Linnean Society en Londres y París. En Inglate-rra, este tipo de instituciones proliferó rápidamente y, en el lapso demedio siglo, Gran Bretaña contó con dieciseis sociedades especializa-das metropolitanas y más de veinticuatro provinciales. En Francia, la

CRISTINA MANTEGARI

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aparición de estas sociedades fue un poco más tardía y las especiali-dades no perdieron su marco predominante de referencia institucionalen las propias Secciones de la Académie. Algunas de estas asociacio-nes fueron: en Gran Bretaña, la Zoological Society (1826) y la RoyalEntomological Society (1833); en Francia, la Société Entomologique(1832) y en Alemania, la Deutsche Ornithologen Gesellschaft (1850)(Pyenson; Sheets-Pyenson, 1999: 97-100).5

A este complejo entramado de sociedades especializadas y noespecializadas, metropolitanas y provinciales, que creaban observato-rios, jardines y bibliotecas y financiaban colecciones, expediciones ypublicaciones, se sumó un nuevo tipo institucional, en general dentrode un mismo marco nacional. Las Asociaciones para el Avance de laCiencia encontraron inspiración en una iniciativa de los estados ger-mánicos al lograr, en 1822, una asociación “ambulante”, la GesellschaftDeutscher Naturforscher und Aertze, que recorría distintas ciudades yregiones. En el caso de Gran Bretaña, la British Association for theAdvancement of Science, fundada en 1831, tuvo como objetivos cen-trales llevar el glamour científico de Londres a todo el país y compe-tir con la tradicional Royal Society por el apoyo oficial. La “BritishAssociation” cobró una dimensión sin precedentes en el desarrollo delas sociedades ilustradas y convirtió a la ciencia en un recurso cultu-ral visible, a través de cuidadas imágenes simbólicas y espectáculos(Mason, 1988, 4: 72-75; Pyenson; Sheets-Pyenson, 1999: 322-325).Con un perfil similar fueron creadas la American Association for theAdvancement of Science, en 1848, y la Association Française pourl’Avancement des Sciences, en 1870.

También las universidades se sumaron a los procesos de insti-tucionalización científica. Las ideas más inspiradoras, y más rápida-mente difundidas en todo Occidente, fueron las que produjeron, en1810, la creación de la Universidad de Berlín. La nueva universidadfue concebida como un centro de altos propósitos académicos y su“modelo” sirvió como referente internacional, aunque siempre en co-rrelación con necesidades y particularidades, tanto nacionales comoinstitucionales. En Inglaterra, por ejemplo, se conjugaron elementostradicionales y renovadores, mediante las reformas introducidas enOxford y Cambridge y la creación de nuevas universidades con orien-tación técnica. En Francia, la investigación y la enseñanza se realiza-

NATURALEZA Y MODERNIZACIÓN EN EL SIGLO XIX

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ron paralelamente en el ya prestigioso Muséum d’Histoire Naturelle yen la École Polytechnique, y el proceso giró básicamente en torno ala centralidad de París y la competencia con el sistema universitarioalemán. En Estados Unidos, el modelo de Berlín fue eje de importan-tes debates, destinados a la búsqueda de nuevos criterios de investiga-ción y formación, acentuándose la tendencia a la especialización yatendiéndose, al mismo tiempo, los desafíos propios de la expansióneducativa y la articulación con los Colleges. Así, el llamado “modeloalemán”, teóricamente definido como unidad de enseñanza-investiga-ción, adoptó, hacia fines del siglo, formas muy distintas (Ben David,1968; Kloss, 1971; Weiss, 1983; Veysey, 1984; Rothblat y Wittrock,1996). Pero más allá de la diversidad, las universidades, en procesode transformación, intentaron abrir nuevas direcciones para la investi-gación científica, creando nuevas unidades institucionales como losinstitutos y laboratorios. El interés se dirigió hacia la experimenta-ción y la función, en detrimento de la descripción y la forma, y ellaboratorio se fue convirtiendo en la unidad de investigación porantonomasia (Barber, 1980: 286-295; Conn, 1998: 32-73; Nyhart,1997).

Estos cambios, operados en el seno de comunidades académi-cas o disciplinares, no tardaron en traspasar las instituciones y llegaral gran público. Desde las primeras décadas del siglo XIX, el interéspor la historia natural en todas sus ramas llegó a todos los sectoressociales (Allen, 1978; Barber, 1980; Merril, 1989; Drouin y Bensaude-Vincent, 1997). Aristócratas, sectores medios y trabajadores incorpo-raron con estusiasmo su estudio y prácticas en la vida cotidiana. Lasparticularidades de esta “popularización” de la historia natural varióde un país a otro pero fue un fenómeno cultural particularmenteextendido. Las publicaciones de divulgación o popularización prolife-raron, combinando material y criterios científicos, prosa sentimentaly cuidadas ilustraciones. Famosas revistas, como Gentleman’s Maga-zine o Edinburgh Review, y libros como Ansichten der Natur, deHumboldt, Le Monde des Fleurs, de Henri Lecoq, y Note-book of aNaturalist, de E. P. Thomson, eran leídos por hombres y mujeres queapreciaban estos temas porque permitían “elevar la mente y expandirel corazón” y porque “toda clase social puede lograr todos los díasmomentos de apacible regocijo”.6 El beneficio que se desprendía de

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estas prácticas, más allá de las discusiones de la alta ciencia,incrementó el afán de observar la naturaleza y coleccionar objetos,concebidos como fuentes básicas de conocimiento que, en un entra-mado de entendimiento, eran capaces de ilustrar hechos o representarideas (Conn, 1998: 4-12). La concurrencia a jardines botánicos yzoológicos, ferias, exposiciones y museos de historia natural se acen-tuó durante todo el siglo (Outram, 1997; Bennet, 1998).

Los museos de historia natural formaron parte del proceso dedesarrollo de las ciencias naturales, así como del proceso de divulga-ción del conocimiento científico, y se consolidaron como institucio-nes públicas, a partir de fines del siglo XVIII. Los directores demuseos se concentraron, en buena medida, en la búsqueda de nuevoscriterios de organización y funcionamiento, aunque éstos sólo pare-cen haberse impuesto significativamente hacia mitad de la centuria.A partir de la mitad del siglo XIX, cobraron importancia nuevasprácticas museológicas. Las exhibiciones comenzaron a basarse en laselección y el ordenamiento de los objetos, facilitando la captación deuna visión de conjunto a partir de referencias, descripciones, guías ycatálogos (Alexander, 1989; Findlen, 1994; Murray, 1998; Mantegari,2000). Para esto, fue necesario contar con nuevas concepciones fun-cionales de los espacios físicos, que hicieran posible contener el nota-ble incremento de las colecciones y facilitar las prácticas de mostrar,a fin de elevar el nivel cultural del público. La refuncionalización delespacio físico se vio, así mismo, asociada a las necesidades específi-cas de los distintos campos disciplinares, marcándose una tendencia alos museos especializados. El ejemplo más emblemático de esta ten-dencia en el campo de las ciencias naturales lo constituye, sin dudas,la separación del Natural History Museum del British Museum, bajouna nueva propuesta de organización espacial, concretada al trasla-darse de Bloomsbury a South Kensington entre 1881 y 1883 (Sheets-Pyenson, 1988: 5-8; Wood, 1997). Este modelo fue seguido tempra-namente por los museos estadounidenses y por algunos museos euro-peos. Así, los museos de historia natural, fieles a una prestigiosatradición científica y ajustándose a nuevas necesidades y demandas,se fortalecieron como instituciones de investigación y fueronpercibidos, al mismo tiempo, como instituciones fuertemente com-prometidas con los ideales decimonónicos de democratización cultu-

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ral, por lo cual recibieron apoyo político y social (Orosz, 1990;Alexander, 1997). Estas particularidades determinaron la gran expan-sión internacional de los museos de historia natural durante el sigloXIX. Hacia comienzos del siglo XX, sólo en Alemania, Gran Bretañay Francia existían alrededor de setecientos y Estados Unidos contócon un número aproximado de doscientas cincuenta instituciones,entre las que se destacaron el Museum of Comparative Zoology enHarvard, el American Museum of Natural History, en Nueva York, yel National Museum de la Smithsonian Institution, en Washington.Fuera de Europa y Estados Unidos, el interés por coleccionar, estu-diar y exhibir, ya a través de museos especializados o de secciones degrandes museos, se expandió significativamente por todos los conti-nentes (Sheets-Pyenson, 1988: 10-23 y 93-102; Lopes, 1999).

La institucionalización de las ciencias naturales en la Argentina

La década de 1860 marca un antes y un después en el proceso deinstitucionalización de las ciencias naturales en la Argentina. Desde lasprimeras décadas de vida independiente hasta entonces, los intentosfueron espaciados y discontinuos. A partir de aquella década, se afian-zaron y cobraron continuidad. (Babini, 1954; Halperin Donghi, 1962;Camacho, 1971; Montserrat, 2001; Mantegari, 2002).

En la primera etapa, las iniciativas parecen haber respondido aBernardino Rivadavia, cuando en 1812 intentó la fundación de un“museo de historia natural”, que no se concretó. Sin embargo, entre1821 y 1823, Rivadavia retomó iniciativas similares con la creaciónde la Universidad de Buenos Aires, de un Museo del País, dedicadoespecialmente a las ramas de la historia natural, la química, las artesy los oficios, y de una Sociedad de Ciencias Físicas y Matemáticas.Sin embargo, en la organización académica de la flamante Universi-dad, elaborada por Antonio Sáenz, no se proyectó un departamentode ciencias naturales ni la enseñanza de la historia natural, lo que sehabría debido a la no disponibilidad de profesores especializados(Halperin Donghi, 1962: 35; Camacho, 1971: 15-17). La particularatención al conocimiento natural pareció canalizarse a través de lacompra de instrumental para dos gabinetes experimentales y la orga-nización del mencionado museo, que hacia 1826 se instalaron en el

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Convento de Santo Domingo (Lascano González, 1980: 41-56; Ga-llardo, 1976). Sin embargo, las particularidades del museo y la inser-ción de las ciencias naturales en la Universidad de Buenos Aires noterminaron de aclararse en las siguientes tres décadas. El primero nologró precisar su perfil ni su denominación institucional, siendo lla-mado indistintamente Museo Público, Museo del País o Museo deHistoria Natural. Hacia 1830, cuando fue asimilado a la Facultad deMedicina, parecía ser tan sólo un gabinete de curiosidades y su situa-ción empeoraría en las siguientes dos décadas, signadas por la altaconflictividad política y el bajo presupuesto.7

La década de 1850 estuvo signada por los conflictos políticos yla Provincia de Buenos Aires se mantuvo separada de la Confedera-ción Argentina desde 1852, rivalizando con ésta por el dominio polí-tico y económico.8 No hubo grandes cambios que significaran avan-ces de importancia en la institucionalización de las ciencias naturales.En la universidad porteña, éstas no mejoraron su situación (HalperinDonghi, 1962: 56-59). En lo que respecta al museo, Santiago Torres,su Encargado hacia 1854, tomó la iniciativa de proponer una organi-zación que promoviera su rehabilitación. Así se constituyó la Asocia-ción de Amigos de la Historia Natural del Plata, cuyas funcionesprincipales fueron proteger, fomentar e incrementar el patrimonio del“Museo de Historia Natural” de Buenos Aires. Pero, el museo segui-ría a la deriva: sin dirección propiamente científica y sin definir superfil institucional, ni siquiera a través de la retórica discursiva dequienes lo apoyaban.9 Por su parte, el gobierno de la ConfederaciónArgentina tomaba iniciativas para promover los estudios naturales,creando, en 1854, un Museo Nacional en Paraná que quedó bajo ladirección a Alfredo Du Graty, militar belga al servicio del gobiernoconfederado. Sin embargo, el Museo de Paraná no parece haber cons-tituido un espacio museológico propiamente dicho, sino más bien unanominación institucional desde la cual se promovía el conocimientode la riqueza mineral del país y se difundían las prácticas de prepara-ción de muestras para ser enviadas al exterior. Du Graty dejó ladirección en 1858. Su sucesor, el geólogo francés Augusto Bravard,no cambió significativamente la situación, ya que centró su interés enestudiar y coleccionar piezas para museos extranjeros. Del mismomodo, la actividad del francés Aimé Bonpland en Corrientes, vincu-

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lada a la formación de un gabinete de historia natural, un jardínbotánico y un museo o “exposición provincial” apenas pudo sostener-se entre 1854 y 1858 (Babini, 1954: 131-133; Auza, 1981; Foucault,1994; Podgorny, 1997). Paralelamente, tanto en Buenos Aires comoen Paraná, se encararon acciones para difundir o producir conoci-miento científico. En Buenos Aires apareció la publicación El PlataCientífico y Literario, editada sólo entre 1854 y 1855. Desde Paranáse financiaron ediciones de algunas obras descriptivas del territorioargentino, a cargo de De Moussy y Du Graty. Pero ninguna de estasiniciativas significó avances importantes en la institucionalización.

Parece claro, por tanto, que en los dos centros políticos serealizaron esfuerzos, durante la década de 1850, para favorecer lainstitucionalización científica y el conocimiento de la naturaleza, es-fuerzos que se vieron comprometidos por las dificultades políticas ypor la imposibilidad de encontrar y retener científicos de relevancia.Por esos años, Du Graty y De Moussy dejaban el país. Bonplandmurió en 1858 y Bravard en 1861.

Pero, ya en la década de 1860, la mayor estabilidad políticacontribuiría a intensificar y consolidar los procesos de institucionali-zación científica. La asociación entre ciencia y modernización pudodesplegarse con nueva fuerza entre las elites que controlaban el Esta-do, favorecida por una mayor distensión, al menos en los términosdel duro enfrentamiento entre las facciones tradicionales.10 De igualmodo, la proliferación de nuevos espacios y medios culturales contri-buía a fortalecer y propagar el discurso modernizador.11 En lo referen-te a la ciencia, un recorrido por fuentes de la época da cuenta de losargumentos principales: la gran incidencia del conocimiento científi-co en el progreso económico del país, la entidad de la ciencia comoagente moralizador y la necesidad de insertar el país en el grupo denaciones “civilizadas”. Esto implicaba impulsar la producción, trans-formar la educación, particularmente la universitaria, reorientándolahacia nuevos fines y proyectar internacionalmente la imagen de unpaís donde la promoción y producción científicas eran cuestionesprioritarias.

Estas ideas tuvieron dos grandes promotores iniciales, JuanMaría Gutíerrez y Domingo F. Sarmiento, quienes serían, al mismotiempo, los principales ejecutores de la institucionalización científica

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en Buenos Aires y Córdoba, durante las décadas de 1860 y 1870(Vicuña Mackena, 1878; Schweistein, 1940; Sarlo Sabajanes, 1967;Weinberg, 1988; Montserrat, 1993; García Castellanos, 1994; Reggini,1996).12

Ambos promovieron activamente los proyectos científicos aten-diendo a la multiplicidad de sus beneficios. Durante la Presidencia deMitre, Sarmiento se afanaba por impulsar sus vínculos con el ambien-te científico norteamericano y Gutiérrez aconsejaba proteger y pro-mover el interés de los estudiosos extranjeros por la naturaleza y elterritorio argentinos. Los fines económicos alentaban asimismo susgestiones. Sarmiento, siendo Gobernador de San Juan, buscaba apoyopara instalar hornos de fundición en su Provincia, los que abriríanpaso tanto a las inversiones chilenas e inglesas como a la formaciónde personal especializado. En la misma línea de interés, Gutiérrezalentaba las empresas que contribuirían a traer al país los hombres ycapitales necesarios para el despegue económico. Para la nueva gene-ración de políticos e intelectuales en el ejercicio de la función públi-ca, la ciencia promovería el desarrollo social y cultural, mejorandolas condiciones de vida en su sentido más amplio: conocimiento,comunicaciones, actividades y goces públicos, higiene y salud (Sar-miento y Mitre, 1911; Avellaneda, 1928; Gutiérrez, 1942). Comoseñaló Gutiérrez en 1872, en buena síntesis, el progreso era el destinoforzoso de la humanidad y “la ciencia es el ministro de ese progreso.”(Gutiérrez, 1872: 65).

Si bien las retóricas discursivas de estos y otros impulsores,como Nicolás Avellaneda, Estanislao Zeballos, Marcos Sastre y Vi-cente Quesada, a veces no se tradujeron en acciones particularmentemancomunadas, 13 la institucionalización de las ciencias naturales re-cibió, más allá de los disensos, un fuerte e indiscutible apoyo guber-namental. Buenos Aires y Córdoba, especialmente, concentraron lasiniciativas más ambiciosas. Desde estas ciudades se estimuló la for-mación de especialistas, la edición de obras, los nuevos tipos desociedades y asociaciones y las reformas de las instituciones existen-tes (Babini, 1954: 107-162; Weinberg, 1998; Tognetti y Page, 2000;Tognetti, 2001; Mantegari, 2002).

Tanto en la Universidad de Buenos Aires como en la de Córdo-ba se programaron reformas académicas que pretendían poner al día

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la enseñanza de las ciencias. En la primera, con la creación del De-partamento de Ciencias Exactas en 1865 y su posterior transforma-ción en dos Facultades, la de Ciencias Físico-Matemáticas y la deCiencias Físico-Naturales (Piñero y Bidau, 1889: 109-194; Gutiérrez,1915; Halperin Donghi, 1962: 63-103; Myers, 1994). En la segunda,con la instalación oficial de la Facultad de Ciencias Físico-Matemáti-cas y la Academia de Ciencias, en 1878. La expansión institucional afavor del conocimiento natural fue completándose con la renovacióndel Museo Público de Buenos Aires (nacionalizado en 1884), la crea-ción del Observatorio Astronómico (1871), el nacimiento del Museode Antropología y Arqueología (1877) y del Museo de La Plata (1884),seguidos hacia finales del siglo con la concreción del Jardín Zoológi-co y el Jardín Botánico en Buenos Aires. Este movimiento de renova-ción se extendió a las ciudades del interior, lo que permitió, porejemplo, la revitalización y resurgimiento del Museo de Paraná. Lacomplejidad de estos proyectos determinó la necesidad de convocar aestudiosos y especialistas extranjeros. Un número significativo deitalianos y alemanes actuaron en Buenos Aires y Córdoba, recayendoen buena parte de ellos la elección de estrategias y criterios académi-cos y organizativos (Halperin Donghi, 1970; Montserrat, 1983; Vera,1995; Mantegari, 2002).14

Las asociaciones de promoción y apoyo a las actividades cien-tíficas también se expandieron significativamente. A la temprana ini-ciativa de la Asociación de Amigos de la Historia Natural, le siguie-ron la Sociedad Paleontológica (1866), la Sociedad Científica Argen-tina (1872), la Sociedad Entomológica (1873), luego transformada enSociedad Zoológica, el Club Industrial (1876) y el Instituto Geográfi-co Argentino (1879).

Todas estas instituciones y asociaciones, apoyadas por los go-biernos provinciales y nacional, encararon al mismo tiempo y condispares resultados, tanto la realización de actos que difundieran lacultura y el interés científicos como la edición y circulación de obras.Así, a partir de la década de 1870 comenzaron a realizarse exposicio-nes nacionales y continentales, conferencias y charlas públicas y edi-tarse publicaciones como los Anales del Museo Público (1864), elBoletín de la Academia de Ciencias y el Periódico Zoológico (1874),los Anales de la Sociedad Científica (1876), el Naturalista Argentino

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(1878), el Boletín del Instituto Geográfico (1881), la Revista del Mu-seo de La Plata y la Revista Argentina de Historia Natural (1891).Asimismo, se financiaron obras de mayor envergadura como la Des-cripción física de la República Argentina (1876-1886), de GermánBurmeister; La conquista de quince mil leguas (1878), de EstanislaoZeballos; la Uranometría Argentina (1879), de Benjamín Gould;Filogenia (1884) y Contribución al conocimiento de los mamíferosfósiles de la República Argentina (1889), de Florentino Ameghino.Algunas de estas publicaciones y obras, en las que se manifestaronlos disensos estratégicos y científicos que comenzaban a aflorar en elpaís, tuvieron como principal objetivo la divulgación del conocimien-to natural y territorial entre la población local y otras dieron prioridada su circulación en el extranjero, a fin de promover las inversioneseconómicas y lograr visibilidad internacional para el país.

A modo de cierre

El interés por el mundo “natural” atravesó con fuerza arrolladora elsiglo XIX, tanto en el plano científico como cultural. La proliferaciónde instituciones evidencia, al mismo tiempo, la propia fuerza deldesarrollo científico y la amplia atención social dispensada al conoci-miento de la naturaleza. Las instituciones, más abiertas o exclusivas,especializadas o más abarcadoras, destinadas a mostrar, investigar,promocionar o educar, convivían, competían o confrontaban dentro deun patrón cultural colectivo que las proyectaba científica, política ysocialmente.

Dentro de este panorama institucional, que incluyó desde lasgrandes academias, universidades y sociedades hasta jardines, obser-vatorios y pequeñas asociaciones de provincia, las creaciones se mul-tiplicaban y, con sus matices, las retóricas y acciones de los conduc-tores buscaban responder a las demandas de los grupos especializa-dos y de sus más amplios contextos sociales.

En la Argentina, los intentos de reproducir estos procesos cul-turales y científicos, que se desarrollaban fundamentalmente en elcontinente europeo, comenzaron tempranamente en el siglo XIX. Lasiniciativas tomadas desde las primeras décadas reprodujeron algunosde esos emprendimientos y enfrentaron las dificultades de impulsar-

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los dentro de las posibilidades concretas del país. Pero, a partir de1860, la mayor estabilidad política y un afán de modernización quealcanzaba la fuerza de un ideario, compartido más allá de las rivalida-des y los disensos personales, prepararon un transfondo político eintelectual más propicio para fortalecer los procesos de cambio. Uni-versidades, academias, museos y sociedades varias se sumaron alesfuerzo de la modernización institucional.

Sin embargo, pese a las similitudes y relativa simultaneidad delas iniciativas de institucionalización en el mundo y en la Argentina,en esta última se advierten dos circunstancias o condicionamientosparticulares: la dependencia de los aportes provenientes de los espe-cialistas extranjeros, cuyo compromiso con los proyectos locales de-bería revisarse en profundidad, liberándolos del marco conceptual deantecedentes prestigiosos de la “tradición” científica nacional, y elobjetivo imperioso de inserción y visibilidad internacional que perse-guían las dirigencias locales, a cuya preeminencia pudieron quedaronsubordinadas, y en ocasiones sacrificadas, muchas de las aspiracionesde la modernización científica y cultural.

Notas

* Este artículo es una síntesis, panorámica y comparativa, del desarrollo de lainstitucionalización científica en el mundo y en la Argentina, realizada en el marcode nuestro trabajo Germán Burmeister y los comienzos de la institucionalizacióncientífica en la Argentina del siglo XIX. Tesis de Maestría. Posgrado en Historia.Universidad de San Andrés, 2002.

1 Delimitar con precisión el campo de la historia natural fue un problema para lospropios especialistas del siglo XIX. Tradicionalmente se incluían en él la astrono-mía, la química, la geología y los estudios sobre los seres vivos. El término“biología” comenzó a ser aceptado en las últimas décadas del siglo, por considerar-se que era más preciso que el de historia natural. Permitía incluir la botánica, lazoología, la anatomía comparada y la fisiología.

2 Lo que denominamos viaje “propiamente científico” corresponde a lo que Beerindica como viajes que se programaron como “de conocimiento” más que deaventura, aunque la búsqueda del conocimiento natural fuera sólo parte de unprograma más amplio en el que se insertaba cada expedición.

3 En Gran Bretaña, el darwinismo fue aceptado con bastante rapidez y extendido aotras ramas del conocimiento natural y social. En Francia y Estados Unidos noencontró pronto eco científico pero comenzó a ganar seguidores entre las más

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jóvenes generaciones de científicos, luego de las oposiciones de, por ej., LouisPasteur y Louis Agassiz. En Alemania, la teoría de Darwin fue discutidaacaloradamente, tanto por cuestiones científicas como por su asociación congrupos políticos, siendo apoyada por grupos científicos que adherían al mismotiempo al liberalismo más radical e intentaban combinar la teoría darwiniana conlas líneas de investigación en embriología y teoría celular vigentes en el país.

4 Entre otras academias o sociedades científicas famosas, se crearon, en Alemania: laKönigliche Societät der Wissenschaften Göttingen (1751), la NaturhistorischeGesellschaft Hannover (1797) y la Deutsche für Naturkunde Württemberg (1814);en Bélgica, la Société Royal des Sciences de Liège (1835) y la Société Scientifiquede Bruxelles (1875); en España, la Real Academia de Ciencias Exactas y Naturales(1847) y la Real Sociedad Española de Historia Natural (1871); en Estados Unidos,la Academy of Natural Sciences of Philadelphia (1812), la New York Academy ofSciences (1817), la California Academy of Sciences (1853) y la Chicago Academyof Sciences (1857). Véase The World of Learning. Europa Publications, 1995.

5 Entre otras sociedades de este tipo pueden mencionarse: en Gran Bretaña, laGeological Society (1807), la Royal Astronomical Society (1841) y la ChemicalSociety (1841); en Francia, la Société Botanique (1854) y la Société Zoologique(1876); en Alemania, la Deutsche Botanische Gessellschaft (1882) y la DeutscheZoologische Gessellschaft (1890). Véase The World of Learning. EuropaPublications, 1995.

6 Frases citadas por Barber (1980: 17) y tomadas, respectivamente, de: CharlesColeman Sellers (1947), Charles Wilson Peale, Philadelphia, 2: 98, y E. P.Thompson (1845), The Note-book of a Naturalist. London: 23.

7 Puede verse la “Memoria” de Trelles, del año 1856, citada en Lascano González,1980: 70-72.

8 Para referencias generales, véase: C. A. Floria y C. A. García Belsunce (1975),Historia de los argentinos. Buenos Aires, Kapelusz, 2: 7-91, y A. Zinny (1986),Historia de los gobernadores de las provincias argentinas. Buenos Aires,Hyspamérica, 1 y 2. También N. Goldman (1998), (dir) Nueva Historia Argentina.Revolución, República, Confederación (1806-1852). Buenos Aires, Sudamerica-na.

9 Considérense estas palabras de Trelles: “El Museo Público de Buenos Aires, apesar de que su principal objeto es la Historia Natural, es, sin embargo, un Museogeneral que reúne toda clase de objetos que puedan servir para el estudio de lasciencias, de las letras y de las artes.” En A. Lascano González, 1980: 72-73.

10 Sobre el nuevo clima político e institucional, véase A. R. Lettieri (1999), “De la‘República de la Opinión’ a la ‘República de las Instituciones’”, en M. Bonaudo(dir), Nueva Historia Argentina. Liberalismo, Estado y Orden Burgués, 1852-1880. Buenos Aires, Sudamericana: 97-160.

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11 Véase A. Eujanián (1999), “La cultura: público, autores y editores”, en M. Bonaudo,(dir), Nueva Historia Argentina. Liberalismo, Estado y Orden Burgués, 1852-1880. Buenos Aires, Sudamericana: 545-605.

12 Los intereses intelectuales de Gutiérrez y Sarmiento fueron tan amplios que resultadifícil dar a sus supuestas preferencias algún carácter rector de sus acciones. Aunen el plano más reducido de las preferencias científicas, la amplitud de intereses fuegrande. Se han hecho notar ciertas predilecciones científicas en Gutiérrez y Sar-miento. Al primero se lo asocia al conocimiento matemático; al segundo alconocimiento natural. Pero, de hecho, Gutiérrez criticó la consideración de lamatemática como “ciencia de ciencias” y alentó, por ejemplo, el cultivo de losestudios antropológicos. Sarmiento, a su vez, apoyó empecinadamente toda inicia-tiva vinculada al desarrollo técnico, encarando la creación de la Oficina Meteoroló-gica en Córdoba, la Escuela de Ingeniería en San Juan o impulsando el tendidotelegráfico en el país.

13 No debe perderse de vista, por ej., que desde 1852 Sarmiento y Gutiérrez permane-cieron enfrentados a raíz de sus desacuerdos políticos durante el período urquicista.Véase, para referencias, J. R. Scobie (1964), La lucha por la consolidación de lanacionalidad argentina, 1852-1862. Buenos Aires, Hachette, y J. Victorica (1986),Urquiza y Mitre. Contribución al estudio histórico de la organización nacional.Buenos Aires, Hyspamérica.

14 En el caso particular de la actuación del naturalista prusiano Germán Burmeister en laArgentina, es notable el peso que tuvieron sus criterios de organización del MuseoPúblico de Buenos Aires y del proyecto de institucionalización científica en Córdo-ba, aun cuando aquéllos obstaculizaran el logro de algunos objetivos locales yestuvieran en vinculación mucho más estrecha con su estrategia personal de posicio-namiento científico. Puede verse Mantegari, 2002, especialmente capítulo 3.

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CRISTINA MANTEGARI

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Nombres citados

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1823-1913).Zeballos, Estanislao S. (jurista y natur.

arg., 1854-1923).

SABER Y TIEMPO14 (2002). 33-55 Separata 187.14

LA CONSOLIDACIÓN DEL CENTRO ATÓMICOBARILOCHE: UNA APROXIMACIÓN DESDE ELDESARROLLO DE LA FÍSICA EXPERIMENTAL

Marisa C. GarcíaAilin M. Reising

Conicet, Universidad Nacional del Comahue, Fundación Bariloche

El presente trabajo indaga los orígenes del Centro AtómicoBariloche y del actual Instituto de Física José Antonio Balseiro,a partir de la reconstrucción de los programas de investiga-ción experimental que se desarrollaron en esas dependenciasde la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA) en SanCarlos de Bariloche entre los años 1955 y 1962. Con estepropósito se analizan: la política científica institucional delentonces Instituto de Física Bariloche y el Centro AtómicoBariloche, sus relaciones con la CNEA y la estrategia deresolución de la crisis económico-institucional que los afectóentre 1958 y 1959, y se examina su incidencia en la consolida-ción de los programas de investigación.

El presente trabajo es parte de una investigación, recientemente inicia-da, cuyo principal objetivo es indagar los orígenes del actual Institutode Física Juan A. Balseiro y el Centro Atómico Bariloche, atendiendoespecialmente al desarrollo de la física experimental. El período estu-diado es el comprendido entre la puesta en marcha, en 1955, delentonces Instituto de Física Bariloche, bajo la dirección de J. A.Balseiro, y de la entonces Planta Experimental de Altas Temperaturas

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(Centro Atómico Bariloche desde 1957), que estuvo primero a cargo deOscar A. Quihillalt y luego de O. Cabrera, hasta la reorganizaciónadministrativa de ambas instituciones, en 1959, en una dirección cen-tralizada que fue ocupada por Balseiro hasta su deceso en 1962.

Como eje del estudio se adoptó la consolidación de los prime-ros programas de investigación experimental, para lo cual se conside-raron las relaciones institucionales establecidas entre el Instituto deFísica y diversos organismos nacionales e internacionales, elequipamiento de la Planta Experimental, y la forma en que se encaróla resolución y superación de la crisis económico-institucional queafectó a ambas instituciones en 1958 y 1959.

En este trabajo se trata, en primer lugar, el Instituto de FísicaBariloche en términos de modelo de institución de formación científi-ca. Se describen luego las líneas de investigación desarrolladas en laCNEA hacia mediados de la década de 1950 y la continuidad de lasinvestigaciones de los profesores incorporados al Instituto, así comolas precarias condiciones de trabajo en que debieron desenvolverse,deterioradas aún más con la crisis de los años 1958 y 1959. Porúltimo, se analiza la estrategia de resolución de dicha situación y suimpacto en el desarrollo de los programas de investigación.

Los inicios del Instituto de Física Bariloche: hacia la consolida-ción de un nuevo modelo de formación científica

A partir de 1952 comenzaron a elaborarse en la Comisión Nacional deEnergía Atómica (CNEA) distintos proyectos para utilizar los equiposdel Proyecto Richter disponibles en la Planta Experimental de AltasTemperaturas.1 Uno de ellos apuntaba a desarrollar un centro de inves-tigación y formación bajo la dirección de Enrique Gaviola, al que seincorporarían algunos de los científicos recientemente integrados en laCNEA,2 gran parte de los cuales se habían visto obligados a dejar suspuestos en las universidades nacionales por razones políticas.3 Losdesacuerdos entre Gaviola y el Secretario Científico de la CNEA, M.Beninson, sobre las condiciones de ingreso al Instituto frustraron eseproyecto. Como lo relata Gaviola:

[...] Se leyó (o se dio por conocida mi propuesta, no recuerdo) yenseguida el Secretario Científico leyó su informe, suprimiendo el

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primero y segundo año de Bariloche y comenzando con el tercero.Discutí el punto. [...] Al oír al Secretario Científico y su propuesta,me levanté, me despedí en general y me fui (Gaviola, s/f).

Sin embargo, autores como López Dávalos y Badino señalanque los motivos que truncaron la realización del proyecto de Gaviolase relacionan, especialmente, con la viabilidad de un modelo de insti-tución científica que articulara intereses militares y científicos “yaque [Gaviola] creía que la disciplina de una actividad y la libertadacadémica de la otra son esencialmente antagónicas” (López Dávalosy Badino, 2000: 169).

Hubo también proyectos para la utilización de las instalacionesde la Planta Experimental. En 1954, bajo la dirección de AlbertoGonzález Domínguez y la colaboración de Luis A. Santaló y Balseiro,se organizó allí un curso de verano, que continuaba el curso de reac-tores destinado a jóvenes investigadores que había organizado la CNEAen 1953 en Buenos Aires. Al año siguiente se realizó en la PlantaExperimental una segunda escuela de verano en la que se repitió elcurso de reactores, se dictaron cursos de física teórica destinados aestudiantes de física avanzados y se realizó un taller organizado porUnesco para profesores de física (López Dávalos y Badino, 2000:173-174).4

Tras la finalización de esta segunda escuela de verano, se con-cretaron las negociaciones para crear en las instalaciones de la PlantaExperimental un instituto de física, tal como se había pensado inicial-mente. En el marco de este nuevo proyecto, el Secretario Ejecutivode la CNEA, P. Iraolagoitía, 5 le pidió al presidente Perón que desig-nara a O. Quihillalt como responsable de la Planta Experimental.Quihillalt se propuso como objetivo la consolidación del Instituto deFísica, junto a Balseiro e investigadores como W. Meckbach, J.A. McMillan, A. Maiztegui y M. Abele.

El 29 de abril de 1954, el Rector R. Carretero e Iraolagoitía,suscribieron un convenio entre la Universidad Nacional de Cuyo y laCNEA, para la creación del Instituto de Física de Bariloche. Allí,luego de estipularse las responsabilidades de ambas instituciones, seexpresaba:

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[...] ambas partes declaran que el presente convenio tiene en su espí-ritu y finalidad un contenido esencialmente universitario, concurrien-do el esfuerzo de las dos Instituciones contratantes a coadyuvar soli-dariamente en la formación de especialistas en Física, con lo cual secontribuirá a apoyar y cimentar uno de los objetivos fundamentalesque en la materia prevé el Segundo Plan Quinquenal (Acta Convenio,1955).

En el marco de esta política de estado, el Instituto se conformócomo una institución de formación e investigación científica que arti-culaba las políticas tendientes al desarrollo industrial y militar, pro-movidas por la CNEA, con el interés de un grupo de científicospreocupados por superar las falencias existentes en la formación delos físicos argentinos, especialmente en el área experimental. Talconvergencia se plasmó en el perfil de científico que se aspiraba aformar en el Instituto, tal como aparece descripto, por ejemplo, en lasnotas enviadas por Beninson a las autoridades de las universidadesnacionales, informando sobre el inicio de sus actividades:

[...] con el propósito de formar investigadores en los distintos domi-nios de la física como ciencia pura y como ciencia de aplicacióntecnológica, y estimular particularmente las orientaciones que intere-san a la CNEA [...] (Beninson, 1955).

La significación del Instituto en términos de cuestión de estadose refleja en el informe que presentó Balseiro en 1955 al Interventorde la Universidad Nacional de Cuyo, G. Basso:

[...] fue creado el IFB [...] estimando que con ello se satisfacía unanecesidad nacional, pues el país en general y la CNEA necesitanurgentemente físicos con capacidad y adiestramiento científico entodas las ramas de la investigación pura y tecnológica [...] (Balseiro,1955c).

Como resultado de esta particularidad institucional, se generóun organigrama que recreaba el del Laboratorio de Los Álamos, en

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Estados Unidos, cuya dirección era compartida por un miembro delas Fuerzas Armadas y un científico reconocido de la comunidaddisciplinar. Esta organización fue parcialmente modificada, el 4 deenero de 1957, por una resolución del Directorio de la CNEA envirtud de la cual la Planta Experimental pasó a denominarse CentroAtómico Bariloche. (Resolución Directorio, 1957). Al año siguientese realizaron nuevas modificaciones en los organigramas del Institutoy del Centro debidas, por una parte, a la asunción del presidenteFrondizi en mayo de 1958 y el consecuente cambio de autoridades enla CNEA (Quihillalt fue reemplazado por Helio López hasta 1959,cuando volvió a ocupar la Presidencia hasta 1973) y, por otra, a lospermanentes conflictos entre el Director del Instituto, J. A. Balseiro,y el administrador del Centro, O. Cabrera. En este contexto, el 15 deseptiembre de 1958 Balseiro asumió, provisoriamente, también ladirección del Centro, “unificando así la dirección de ambas institu-ciones” (López Dávalos y Badino, 2000: 219). Esta reorganizaciónsignificó que, en lo sucesivo, habría una dirección centralizada enmanos de científicos, con prescindencia de miembros de las FuerzasArmadas. Ello estimuló la autonomía de ambas instituciones pero norompió sus lazos de dependencia con la CNEA.

Junto con estos cambios orgánicos hubo modificaciones en lapolítica educativa del Instituto en respuesta, por una parte, a la eva-luación de la formación de sus primeros graduados, en 1958, 6 y, porotra, a los efectos, en las condiciones de enseñanza e investigación,de la crisis económica que afectó al Instituto y al Centro entre 1958 y1959. Las primeras obedecieron a la necesidad de revertir el agota-miento de los estudiantes, fortalecer su formación experimental ypromover su iniciación en la investigación. Estos cambios, que fue-ron propuestos por Balseiro a la Universidad Nacional de Cuyo, in-cluían:

[...] la reducción de cuatro a tres materias en los últimos periodos, loque permitirá poner mayor énfasis en tareas en las que el alumno seinicia a la investigación [...] y el reemplazo de un curso optativo delcuarto periodo por la asignatura “trabajos de laboratorio V” que re-forzará la formación básica experimental [...] (Balseiro, 1958a).

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El impacto de la crisis económica sobre las condiciones deenseñanza e investigación, al generar la movilidad del cuerpo docen-te, afectó no sólo la dinámica de las clases sino la de las divisiones deinvestigación. Como le señaló Balseiro a Mario Báncora:

[...] hasta el momento no hemos podido contar con un plantel fijo depersonal docente especializado y hemos tenido que improvisar perío-do por período los cursos aprovechando de las visitas, generalmentedemasiado breves, de invitados extranjeros [...] Cualquier [...] espe-cialista en física sería bienvenido” (Balseiro, 1958c).

La solución de este problema se transformó en una urgenciainstitucional, cuya estrategia de resolución se apoyó en la políticacientífica promovida por la CNEA y fue una ratificación de los prin-cipios del Instituto sobre formación de investigadores en áreas expe-rimentales. Una formación que, como ya había afirmado Balseiro,“solo es posible mediante investigadores [...] en la actividad de recono-cida idoneidad” (Balseiro, 1955c). Este énfasis, que encuentra antece-dentes en el proyecto presentado por Gaviola a la CNEA en 1953,7

representó una toma de posición en las discusiones de la época sobre elestado de la física en el país y las políticas científicas conducentes a sudesarrollo.

La ingerencia de la CNEA en la política científica del IFB-CAB: loscondicionamientos de los primeros programas de investigación

La promoción de las actividades experimentales en el Instituto deFísica y Centro Atómico de Bariloche estuvo condicionada por tresfactores: (1) los intereses particulares de la CNEA, que se relaciona-ban, principalmente, con las actividades tecnológico-industriales, y lacontinuidad de algunas de las líneas de investigación que se desarrolla-ban en la institución desde principios de la década de 1950; (2) lasáreas de trabajo de los profesores contratados, y (3) las condiciones detrabajo a las que debieron adecuarse (1) y (2), y la incidencia en ellas dela crisis económico-institucional de 1958 y 1959.

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1. Líneas de investigación desarrolladas en la CNEA a mediadosde la década de 1950.

Luego de la cancelación del Proyecto Richter en 1952, la CNEAdesarrolló un importante programa de intercambio que posibilitó laformación y perfeccionamiento de científicos argentinos en el exteriorasí como la estada de prestigiosos especialistas extranjeros, con elobjeto de promover la investigación en áreas no desarrolladas o escasa-mente trabajadas en el país. En este marco, se becó a C. Mallmann, F.Alsina, E. Bosch y J. Roederer para que se capacitaran, en diversosinstitutos del extranjero, en el montaje y uso de maquinarias y equipos,tales como separadores de masas, espectrógrafos de masas yespectrógrafos beta magnéticos. Se financiaron, asimismo, las estadasde científicos como R. Bouchez y J. Teillac, del Institut du Radium, T.Gerholm, I. Bergstrom y T. Lindsqvist, quienes conformaron el gruposueco especializado en espectroscopia nuclear (Westerkamp, 1975:49). Se realizó, asimismo, una gran inversión en maquinarias, como unsincrociclotrón, un acelerador de cascadas Crockcroft Walton y unespectrógrafo de masas. Como señaló Iraolagoitía, dicha inversiónrepresentó una significativa innovación pues: “nunca se había gastadotanto en instrumentos de física en el país” (Mariscotti, 1985: 261).

Esta política científica le permitió a la CNEA ser reconocidapor la comunidad científica nacional e internacional como una insti-tución científica. Hacia 1955 sus miembros comenzaron a destacarseen diversos encuentros científicos, entre los que pueden mencionarselas reuniones de la Asociación Física Argentina (AFA) y la PrimeraConferencia Internacional sobre la utilización de la energía atómicacon fines pacíficos, que se realizó en Ginebra en agosto de 1955.8

Al momento de crearse el Instituto de Física, en la CNEA sedesarrollaban programas de investigación en áreas tales como:espectroscopia, radiación cósmica, placas nucleares, alta tensión,microscopia electrónica, espectroscopia óptica, separación de masas,separación de isótopos y químico-física, cada una de las cuales estabainstitucionalizada en un laboratorio.9 La mayor parte de las activida-des de estos laboratorios, enmarcadas en la política de promoción denuevas áreas de investigación trazada por la CNEA, se vincularoncon la construcción, montaje y puesta a punto de equipos y maquina-

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rias, como surge de la descripción de actividades en espectroscopianuclear o separación de masas.10 Asimismo, el condicionamiento delas políticas de estado en el estímulo de determinados programas deinvestigación se observa, por ejemplo, en la conformación de loslaboratorios de metalurgia y de química física (Acta de Directorio,1955).

2. Continuidad de las investigaciones y primeros trabajos de losprofesores contratados

La selección de los docentes e investigadores del Instituto estuvocondicionada por el interés de la CNEA en promover nuevas líneas deinvestigación o profundizar las anteriormente mencionadas, en funciónde las necesidades del Estado. Con este propósito fueron contratadospara el área de física experimental: W. Meckbach, responsable delcurso Trabajos de Laboratorio I, A. Maiztegui, profesor adjunto delcurso Trabajos de Laboratorio I, R. Platzeck, a cargo del curso Traba-jos de Laboratorio II, y M. Abele, responsable del curso Trabajos deLaboratorio III.11 Finalmente, en enero de 1956 fue contratado J. A. McMillan para el curso de Físico Química I. Entre las condiciones decontratación de estos profesores figuró la garantía de continuidad desus investigaciones en microondas, óptica instrumental y separaciónisotópica (M. Abele, 1955).

Abele había desarrollado actividades de investigación en Cór-doba, donde había trabajado, desde 1948, en la construcción de unacelerador lineal de electrones,12 y había diseñado un prototipo degenerador de microondas de baja potencia. Este equipamiento fuetrasladado y montado en la Planta Experimental, donde se intentóconstruir un generador de microondas de mayor potencia para ali-mentar el acelerador. En una de sus primeras investigaciones enBariloche, Abele estudió ondas de choque con el propósito de anali-zar cómo la ionización producida afectaba la propagación de ondaselectromagnéticas, para lo cual contó con la colaboración del alumnoJ. Olcese (López Dávalos y Badino, 2000: 196-197). El tema, deespecial interés para la CNEA por sus aplicaciones en la fabricaciónde explosivos, fue estudiado también por Maiztegui.13

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Otro de los aportes de Abele se relacionó con su capacidadpara armar y adecuar el material remanente del Proyecto Richter, conlo cual promovió nuevas líneas de investigación,14 tal como ocurriócon el estudio del efecto “pinch”, las condiciones del plasma iónico ysu eventual aplicación en experimentos de fusión. En esta línea traba-jaron W. Meckbach y L. A. Moretti.15 Sin embargo, “los estudios delplasma, no pasaron más allá de un proyecto” (Westerkamp, 1975:86).

Por su parte, Platzeck había desarrollado, durante la década de1940, investigaciones en el área de óptica instrumental y astrofísicaen el Observatorio Nacional de Córdoba, especialmente en métodosde control de superficies ópticas, junto a Gaviola (Bernaola, 2001:243, 274). En Bariloche estimuló programas de investigación en ra-yos X y microscopía y colaboró en la construcción del aceleradorlineal.

Mc Millan pertenecía al laboratorio de separación isotópica dela CNEA desde 1953. Junto a T. Buch desarrolló trabajos sobre sepa-ración isotópica de litio y determinación de coeficientes de viscosi-dad de gases reales,16 área en la que trabajó también M. Foglio, quienhabía realizado investigaciones en los efectos de los gradientes detemperatura en la difusión de neutrones térmicos.17 Asimismo, junto asu esposa, C. Massa, realizó estudios sobre refrigeración de blancosbombardeados por haces de iones intensos, estructuras cristalinas conrayos X y susceptibilidades magnéticas (Mc Millan, s/f).

Pese a su compromiso inicial de garantizar a los docentes lacontinuidad de sus investigaciones, adecuándolo a los interesesinstitucionales y científicos, la cobertura que proporcionó la CNEAno siempre tuvo en cuenta las condiciones óptimas de formación ytrabajo de investigadores y estudiantes. En este sentido, a propósitode un tema de tesis que le sugirió Quihillalt, Maiztegui señala:

[...] entiendo que la CNEA no es una entidad de beneficencia paracientíficos que quieran hacer lo que más les guste, por tanto si ella mepide que me dedique a esos trabajos, no veo, honradamente cómodecir que no [aunque] de acuerdo con lo expuesto [...] por Balseiro,de ese tema nadie sabe nada y, por tanto, nadie puede guiarme [...](Maiztegui, 1955).

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3. Condiciones de trabajo y la incidencia de la crisis económico-institucional de 1958 y 1959

Los programas de investigación experimental no sólo encontraronlimitaciones técnicas, dado que los equipos disponibles se vinculabanprincipalmente con investigación en fusión nuclear,18 sino que debie-ron adecuarse a precarias condiciones de trabajo, relacionadas con elsuministro discontinuo de energía eléctrica, la provisión de gas entuba-do, que debía encargarse a Bahía Blanca, y el abastecimiento de aguade arroyos y vertientes. A ello se sumaba que los insumos y elequipamiento para los laboratorios de enseñanza e investigación de-bían ser enviados por la CNEA desde Buenos Aires.

A pesar de la lentitud que estas condiciones impusieron a sudesarrollo, las actividades no perdieron continuidad gracias, en granmedida, al apoyo brindado por distintas instituciones locales. Balseirodio cuenta de estas limitaciones y apoyos en un informe de 1955 alRector de la Universidad de Cuyo:

[...] los trabajos prácticos de química se realizan en un laboratorioimprovisado para este objeto que adolece de ser de capacidad reduci-da y hasta ahora de la falta de gas. Análogamente a lo mencionado,en el curso de trabajos de física ha sido necesario acondicionar el tipode trabajos al material ya existente más que a razones didácticas eigualmente sería de una gran conveniencia disponer del material soli-citado con carácter de urgente y en forma especial de algunas balan-zas analíticas de las cuales no se dispone más que de una obtenida encarácter de préstamo por el Hospital Zonal de esta localidad (Balseiro,1955b).

Estas precarias condiciones de trabajo suscitaron una significa-tiva movilidad en el cuerpo docente, que se incrementó con la crisiseconómica que atravesaron el Instituto de Física y el Centro Atómicode Bariloche entre 1958 y 1959. Esta situación no sólo afectó eldesarrollo del currículo del Instituto sino también la dinámica de losgrupos de trabajo, algunos de los cuales quedaron acéfalos tras lapartida de Moretti, en julio de 1958, y de Abele y Mc Millan, en1959, a Estados Unidos.

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Estos problemas fueron resueltos mediante una estrategia insti-tucional que marcó una continuidad con la política científica de laCNEA y, al fortalecer los vínculos con organismos e institucionesinternacionales y del exterior, contribuyó a que el Instituto y el Cen-tro Atómico ingresaran en la comunidad disciplinar internacional. Sesuscribieron convenios con organizaciones como el Organismo Inter-nacional de Energía Atómica (OIEA),19 la Comisión de Fondo deApoyo para el Desarrollo Económico (Cafade) o la ComisiónFullbright, mediante los cuales se financiaron contratos con especia-listas (que evaluaron, desarrollaron o reorientaron líneas de trabajoacordes con la infraestructura y recursos humanos disponibles) y seotorgaron becas de perfeccionamiento en el extranjero a los egresadosdel Instituto; como la Fundación Ford, que dotó de material biblio-gráfico la biblioteca del Centro Atómico, o la Marina de EstadosUnidos, que donó instrumental para el desarrollo de investigacionesen física nuclear.

Esta estrategia contribuyó a resolver problemas inmediatos ygarantizó, también, la continuidad institucional del Instituto de Físicay Centro Atómico de Bariloche, como se desprende de los comenta-rios de Balseiro a M. Balanzat:

[...] están llegando todos los equipos necesarios y tenemos aseguradala colaboración de varios expertos extranjeros hasta fines de 1962.Además hay buenas posibilidades de obtener nuevos importantes sub-sidios por parte de organizaciones internacionales (Balseiro, 1961).

Consolidación de las primeras divisiones de investigación

El principal efecto de la estrategia de resolución de la crisis, que seacaba de describir, fue un mayor dinamismo en las actividades experi-mentales, si bien gran parte de ellas consistieron en diseñar, armar ymontar el equipamiento necesario para la consolidación de grupos deinvestigación en las áreas de física de metales, física nuclear, resonan-cia magnética o bajas temperaturas. Se conformaron cuatro divisionesde investigación experimental, para lo cual resultaron de vitalimportancia.las estadas de G. Schoeck, de la Universidad de Stuttgart,S. K. Allison, de la Universidad de Chicago, A. Nilson, de la Universi-

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dad de Uppsala, y J. Daniels, de la Universidad de British Columbia, enVancouver.

División Física de Metales

En 1957, respondiendo a los intereses industriales y militares de laComisión, se creó la División Metalurgia en los laboratorios de laCNEA en Buenos Aires, bajo la dirección de J. A. Sábato. Luego devarios intercambios entre Sábato, Balseiro e Iraolagoitía, se decidióponer en marcha un programa de investigación en física de metales enel Centro Atómico de Bariloche (Mariscotti, 1985: 283) Para tal fin segestionó, en 1959, la estada de Schoeck, financiada por el ConsejoNacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet). Durantelos dos años que duró esa estada, se desarrolló un proyecto de investi-gación sobre problemas de dislocaciones y átomos intersticiales enmetales, que contó con un subsidio de la Oficina de Investigaciones delEjército de Estados Unidos.

En este proyecto trabajaron varios egresados del Instituto, comoT. Halpern -quien se había perfeccionado en efectos electromagnéti-cos transversales en cristales de hierro silicio en Alemania-, M.Mondino -especializado en investigación básica en metalurgia- y A.Vidoz quien, luego de haber estudiado dos años en la Universidad deBirmingham, se dedicaba al estudio de efectos y dislocaciones contécnicas de rayos X.

Junto con la estada de Schoeck, la División contó con los apor-tes de otro especialista en el área, G. Davies, de la Universidad deBirmingham, quien desarrolló, hasta septiembre de 1961, un progra-ma de investigación en creeps financiado por el OIEA.

División Neutrones Rápidos

Balseiro, interesado en impulsar las investigaciones en el área de físicanuclear, le encargó a C. Mallmann -quien se encontraba en el ArgonneNational Laboratory, de Illinois- que contactara a un especialista enneutrones rápidos, que estuviera interesado en realizar una estada enBariloche financiada por el OIEA. Se iniciaron gestiones para contratara O. Hittmar, del Atominstitut de Viena, que ya había estado relaciona-

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do con la CNEA. Estas no prosperaron, debido a retrasos burocráticos,y en 1961 se contrató a S. K. Allison, del Fermi Laboratory de laUniversidad de Chicago. Cuando llegó a Bariloche, el grupo de neutronesrápidos, dirigido por W. Meckbach e integrado por A. Kestelman, I.Cisneros y E. Bonacalza, egresados del Instituto, estaba trabajando enel acelerador electrostático, que había sido desmontado de la CNEA enBuenos Aires, y en las dos fuentes de neutrones disponibles en elCentro Atómico.20 Este trabajo tenía el propósito de producir reaccio-nes nucleares utilizando los núcleos orientados que produciría la Divi-sión de Bajas Temperaturas, dirigida por J. Daniels, en el marco de unproyecto de investigación que integraba las actividades de las cuatrodivisiones experimentales consolidadas en el Centro Atómico.

Las contribuciones de Allison excedieron su apoyo a este gru-po: gestionó ante la Marina de Estados Unidos la donación deequipamiento para investigación en física nuclear, obtuvo ayuda pre-supuestaria de la Fundación Ford para equipar y modernizar la biblio-teca, y estimuló el desarrollo de otros programas de investigación,como el de electrónica, para el cual sus contactos con la InternationalCooperation Administration (ICA) de Washington posibilitaron la con-tratación, en 1961, de W. Overdahl, del Institute for Computer Researchde la Universidad de Chicago.

Una vez finalizado su contrato, Allison elevó al OIEA un in-forme detallando las ventajas y limitaciones de las instalaciones deBariloche para la promoción y desarrollo de líneas de investigacióninternacionalmente competitivas. En ese informe ponderó el nivel defísica teórica de los alumnos del Instituto de Física y señaló algunasfalencias en la formación experimental, particularmente en el área defísica nuclear.

Uno de sus aportes más significativos al grupo de neutronesrápidos fue sugerir la reorientación de sus actividades de investiga-ción hacia la física atómica, estimando que con ello sería posibleproducir ciencia internacionalmente competitiva, ya que, a su juicio,el equipamiento disponible no contribuiría con investigaciones derelevancia en el área de física nuclear (Allison, 1961).21 Siguiendoeste diagnóstico, a mediados de 1961 Meckbach se trasladó a la Uni-versidad de Chicago, con una beca del Conicet, y permaneció allíhasta fines de 1963 perfeccionándose en técnicas de haces de ionespara estudios en física atómica, junto a Allison y su grupo.

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División Resonancia Magnética

A comienzos de la década de 1960 el Centro Atómico adquirió, consubsidio del OIEA, un equipo de resonancia magnética de spin, quehabía estado destinado originalmente a las investigaciones en radicaleslibres del grupo de Mac Millan. Sin embargo, tras su renuncia en 1959,el equipo fue destinado a A. Nillson, un experto en rayos X y resonan-cia magnética de la Universidad de Uppsala, quién arribó al Centro, afines de 1960, financiado por el OIEA.22

Si bien había sido contactado inicialmente por Balseiro paracubrir el curso de Meckback durante su estada en la Universidad deChicago, su principal aporte consistió en organizar tanto un programade investigación como los cursos del Instituto sobre resonancia mag-nética. Su estada se prolongó hasta mediados de 1962 y con él traba-jaron estudiantes del Instituto como C. Fainstein, J. Abriata y A.García.

En ese mismo año, la División experimentó un gran impulso.Por un lado, al recibir un subsidio de la Comisión Interamericana deEnergía Nuclear para la compra de un espectrómetro banda Q, quefuncionaría en paralelo con el espectrómetro banda X donado por elOIEA y, por otro, mediante la reincorporación de algunos de losegresados del Instituto que habían finalizado su perfeccionamiento enel extranjero, como M. Foglio, en la Universidad de Bristol, y M.Salomón, en la Universidad de Uppsala.

División Bajas Temperaturas

Esta División se conformó en 1958, durante la estada de Daniels de laUniversidad de British Columbia, en Vancouver, financiada por laUniversidad de Buenos Aires, quien desarrolló investigaciones en elárea de física del estado sólido y física nuclear con técnica de bajastemperaturas.

El programa de Daniels tuvo como objetivo efectuar medicio-nes del calor específico de metales y aleaciones en temperaturas infe-riores a 1 grado kelvin y de la distribución angular de rayos gammade núcleos radiactivos en metales. Uno de los principales motivospara promover este programa era el desarrollo del proyecto de inves-

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tigación integral, mencionado anteriormente, en el cual el grupo deDaniels orientaría núcleos mediante campos intercristalinos usando elacoplamiento de estructuras finas.

El desarrollo de este programa de investigación constituyó unade las inversiones más importantes del Instituto de Física y CentroAtómico de Bariloche en aquellos años, puesto que significó, ademásde la capacitación de egresados del Instituto en áreas no desarrolladasen el país (para lo cual se promovió el viaje de J. Cotignola, O.Vilches y M. E. Porta a la Universidad de British Columbia, enVancouver, y se financió, a través de la CNEA, la estada de dosbecarios de Daniels, M. Haggerty y R. Hodgson), el montaje de unaestructura de laboratorio completamente novedosa.23

A mediados de 1961, Daniels regresó a su país y fue contratadoJ. Dabbs del Oak Ridge National Laboratory de Estados Unidos, através de la Comisión de Intercambio Educativo entre Estados Uni-dos y Argentina. En Bariloche, Dabbs dirigió trabajos sobre estructu-ra de metales y aleaciones, pero retornó a su país, al cabo de seismeses, disconforme con las medidas de seguridad existentes paratrabajar con el licuefactor de hidrógeno recientemente montado.

En 1962 arribó al Centro Atómico J. Wheatley, de la Universi-dad de Illinois, financiado por la Comisión Fullbright, quién tomó asu cargo el programa de bajas temperaturas y reorganizó las metasdel grupo en función de valores epistémicos, como la precisión y lacompetitividad (Fasano, 2000).

En líneas generales, se observa que los criterios de solicitud de especia-listas y de planificación de los programas de investigación tendieron aestimular líneas de trabajo internacionalmente competitivas y de bajocosto de implementación. En este sentido, el impacto de estas visitas,en su mayor parte financiadas por el OIEA, 24 puede percibirse envarios aspectos: (1) en el fortalecimiento y la reorientación de líneas detrabajo previamente existentes, como ocurrió con las Divisiones defísica de metales o de neutrones rápidos; (2) en el estímulo y desarrollode nuevas líneas de investigación, como sucedió con la consolidacióndel Grupo de bajas temperaturas; (3) en el equipamiento y moderniza-ción de los laboratorios, como ocurrió en la División resonancia mag-nética, y (4) en la continuidad de la formación de los egresados del

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Instituto en laboratorios o institutos extranjeros y su reincorporación alInstituto de Física y Centro Atómico de Bariloche.25

A modo de cierre

La creación y consolidación del Instituto de Física y Centro Atómicode Bariloche, como resultado de la convergencia de intereses de laUniversidad Nacional de Cuyo y de la CNEA, muestra el afianzamien-to de un modelo científico institucional novedoso para la comunidadcientífica nacional. Dicha convergencia significó un acuerdo de objeti-vos entre un grupo de científicos, interesados en subsanar las falenciasexistentes en la formación e investigación en física, especialmente enel área experimental, y un programa estatal de desarrollo industrial y dedefensa.

Esta articulación de intereses puede inscribirse en la tendenciade la investigación científica, de comienzos de la década de 1950, adesarrollarse al margen de las universidades (Myers, 1992:106-107),en instituciones creadas por el Estado para tal fin, como la CNEA, elInstituto Nacional de Tecnología Agraria (INTA) o el Instituto Na-cional de Tecnología Industrial (INTI) (Oteiza, 1992b: 38-39).

En el caso de la CNEA se generó un modelo de institucióncientífica cuyo funcionamiento resultó ejemplar en Bariloche, no sóloen su etapa de conformación sino también en la definición de políti-cas institucionales, tal como puede observarse en la estrategia deresolución de la crisis económico-institucional que se experimentó afines de la década de 1950. Este modelo se basó en la necesidad decontar con un mayor número de físicos, especialmente experimenta-les, capaces de desarrollar en el país las áreas más avanzadas de lafísica. Con este propósito, se dio prioridad a la formación experimen-tal y se promovieron vínculos con universidades, institutos y labora-torios extranjeros.

En el marco de este proceso, el Instituto de Física y CentroAtómico de Bariloche se consolidó como un centro de formación einvestigación con una fuerte inserción en la comunidad disciplinarinternacional que condicionó, en gran medida, el desarrollo de susprogramas de investigación. Asimismo, la continuidad de la políticacientífica de la CNEA, con respecto al intercambio de científicos,

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posibilitó la consolidación de programas de investigación que,enmarcados en las necesidades del Estado, resultaron viables para unpaís periférico. En este sentido, la principal innovación del Institutode Física y Centro Atómico de Bariloche consistió en la capacitaciónde recursos humanos en el diseño, montaje y manejo de equiposexperimentales, como así también en el área específica de investiga-ción.

Notas

1. El Proyecto Richter fue un intento de pretendida fusión nuclear que emprendió en1952 el fisico austriaco Ronald Richter, con apoyo del Presidente Perón, sobre elcual “Gaviola [...] consideraba que [...] el Presidente de la Nación había desprecia-do la opinión de los científicos del país, que lo habían alertado sobre el fraude, yadesde los inicios de la gestión de Richter. Por no tomar en cuenta esas opiniones, laNación había dilapidado enormes recursos económicos pero, por sobre todo, habíaafectado profundamente el prestigio científico internacional que la Argentina habíalogrado con gran esfuerzo” (Bernaola, 2001: 422).

2. La crisis de las universidades había motivado que muchos docentes e investigado-res se incorporaran a la CNEA, como ocurrió con Kowalewski, Bemporad, Bertomeu,Alsina, Scheuer, Mayo, Rosenblatt, Bosch, Pierre, Cairo, Crespi, Mc Millan,Puente, entre otros (Westerkamp, 1975: 47). Como sostiene Marzorati (2000: 167),

[...] la Comisión ofreció un espacio de libertad donde había posibilidades detrabajar sin la presión política que se ejercía entonces en las universidades. Fueel único organismo en el que no se pedía afiliación al partido gobernante y enque hubo total prescindencia partidista.

Esta situación estimuló una profunda diferencia entre los físicos que ingresaron a laCNEA y los que se negaron a hacerlo, que llevó a agudas controversias, algunas deellas plasmadas en publicaciones posteriores a 1955. Por este motivo, luego delderrocamiento de Perón en septiembre de 1955 se produjo un “natural éxodo” decientíficos de la CNEA hacia las universidades (Westerkamp, 1975: 48).

3. En la XVIII Reunión de la Asociación Física Argentina, que se realizó en Córdobaentre el 21 y 22 de septiembre de 1951, Gaviola se refirió al estado de lasuniversidades nacionales expresando una dura crítica del deterioro paulatino quesufrían, debido, a su juicio, a la preponderancia que habían alcanzado los factorespolíticos y personales sobre los educativos y científicos (Bernaola, 2001: 421).

4. Los cursos de 1955 abordaron temas como física nuclear (a cargo de C. Mallmann,Peyre, T. Suter, Mayo, Lagatta y Slodobrian), electrodinámica cuántica (a cargo deG. Beck, J. A. Balseiro. Bollini y D. Bes) y electromagnetismo. También participóel grupo de W. Seelmann-Eggebert, en temas relacionados con radioquímica y

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diversos trabajos experimentales desarrollados con el sincrociclotrón en BuenosAires (Mariscotti, 1985: 263-264).

5. El Capitán naval P. Iraolagoitía se desempeñó como Secretario Ejecutivo de laCNEA entre los años 1952 y 1955 y posteriormente ejerció la Presidencia delorganismo entre 1973 y 1976.0

6. El 7 de junio de 1958 se graduaron doce de los alumnos que habían comenzado susestudios en el Instituto el 1 de agosto de 1955. Los primeros graduados fueron: H.M. Antúnez, E. Bisogni, E. Bonacalza, H. Erramuspe, L. Falicov, V. Gründfeld, T.Halpern, A. J. Kestelman, N. Ladizesky, J. Litvak, J. J. Olcese y A. Vidoz.

7. La preocupación de Gaviola por la formación de físicos experimentales y lasmedidas a tomar para desarrollar la física en el país fue permanente. En el Informebianual del Presidente saliente de la Asociación de Física Argentina (AFA),periodo 1948-1950, Gaviola menciona que:

[...] persiste entre nosotros el desequilibrio entre física teórica y experimental.No sobran físicos teóricos, pero faltan físicos experimentales [...] Los estudian-tes, a punto de elegir especialización se apartan, naturalmente, de un campo detrabajo (la física experimental) que ven tratado con desprecio por la mayoría desus profesores. [...] Es bueno que nuestros teóricos recuerden que la física esuna ciencia de base empírica, que un teórico cada cinco experimentadores esuna proporción armónica, y que todos debemos colaborar en el desarrollo de lafísica experimental (Gaviola, 1951).

8. La participación argentina en la Conferencia e Ginebra resultó de gran importanciapara el desarrollo de la física nuclear en el país, ya que en dicha oportunidad serealizó, por primera vez, un intercambio sobre los conocimientos alcanzados pordiversos países en torno a la temática (Castro Madero y Tackacs, 1991: 30).

9. Entre los científicos que desarrollaban sus actividades en los laboratorios de laCNEA figuraban: J. Roederer, B. Cougnet, P. Waloschek, H. Ghielmetti, J.Cardoso, J. Anderson y E. Pérez Ferreira, entre otros, en radiación cósmica, a cargode A. Cicchini; E. Galloni a cargo del ciclotrón; G. Scheuer, a cargo del laboratoriode alta tensión; M. Bemporard, en la dirección del grupo de separación de isótopos;M. Vidal, como director del laboratorio de espectroscopia de masas; C. Mallmanna cargo del laboratorio de espectrocopía nuclear, y W. Seelmann-Eggebert en ladirección del grupo de radioquímica, conformado por J. Flegenheimer, R. RodríguezPasqués, S. Nassiff, J. Rodríguez, M. Palcos, J. Baró y R. Radicella, entre otros(Westerkamp, 1975: 47-49).

10. Los laboratorios que estaban dedicados a tales actividades eran los de espectrocopíanuclear, radiación cósmica, alta tensión, separación de masas y separación deisótopos (Acta de Directorio, 1955).

11. Los profesores Platzeck y Abele no ejercieron funciones docentes durante elprimer cuatrimestre, agosto-diciembre 1955, tiempo en el que sus actividades se

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centraron en el armado de algunos de los laboratorios en la Planta Experimental(Balseiro, 1955a).

12. Por aquel entonces sólo se contaba con una máquina similar en Stanford, California.Este tipo de acelerador utiliza resonadores cilíndricos de cobre unidos a lo largo desu eje. Oscilaciones electromagnéticas de alta frecuencia en dichos resonadoresdan lugar a un campo eléctrico en torno al eje del resonador, a partir de lo cual esposible acelerar partículas cargadas (López Dávalos y Badino, 2000: 196)

13. Maiztegui fue alumno de Balseiro en los cursos de verano de la Unesco, en 1954, yse graduó en 1956 en la Universidad de Buenos Aires, con una tesis sobremicroondas en cavidades especiales (Maiztegui, s/f).

14. A tal efecto readaptó y utilizó instrumentos, tales como condensadores yosciloscopios, y un equipo de 100 mil voltios, remanentes del Proyecto Richter(López Dávalos y Badino, 2000: 197).

15. Meckbach había llegado a la Argentina en 1951, luego de doctorarse en la Universi-dad de Frankfurt, donde había trabajado en el área de microondas. Antes de incorpo-rarse al Instituto de Física había desarrollado actividades en los laboratorios delInstituto Tecnológico del Sur, en Bahía Blanca, y de la Universidad Nacional de LaPlata (Ponce, 1997). Moretti había trabajado en la Escuela Superior de Aerotécnica yen la Universidad Nacional de Córdoba. En agosto de 1955 se incorporó al planteldocente del Instituto a cargo del curso de Mecánica (Moretti, s/f).

16. De esos trabajos de Mc Millan surgió el primer artículo del Instituto y la PlantaExperimental publicado en una revista internacional: “Wide-Range TermalConvection Manometer”, Rev. Sci. Inst (1957), 28: 881.

17. Foglio, Licenciado en Química, se incorporó al plantel docente como profesoradjunto del curso de Química en agosto de 1955 (Resolución UNC, 1955).

18. Según consta en el Inventario de la Planta Experimental elaborado por T. Hotz apedido de Gaviola en junio de 1953, se contaba con: 47 amperímetros de hierromóvil, 57 amperímetros bobina móvil, 2 amperímetros elctrodinámicos, 9 testers,26 amplificadores a cepillo, 10 actinómetros Kipp, 10 cámaras fotográficas paraosciloscopios, 11 cámaras filmadoras, 14 contadores Geiger Müller, 5 cronómetros,2 densitómetros, 5 detectores de radiación X y Gamma, 7 escalímetros, 10estabilizadores de tensión G. E. 5KVA, 5 estabilizadores de tensión G.E. 1KVA,13 puentes potenciométricos, 3 puentes de alta tensión, 5 puentes de tensiónestabilizada, 5 fotómetros, 36 galvanómetros de diversos tipos, 5 generadores debaja frecuencia, 2 generadores de alta frecuencia, 2 generadores de radiofrecuencia,16 integradores mecánicos, 2 medidores de ionización, 3 kilovoltímetros, 66microamperímetros, 89 miliamperímetros, 27 milivoltímetros, 10 mavómetros, 9osciloscopios, 32 oscilógrafos, 18 altoparlantes, 23 pirómetros, 16 preamplificadores,28 registradores fotoeléctricos G. E., 12 registradores de corriente contínua, 23registradores termoeléctricos, 14 oscilógrafos registradores de 6, 4 y 1 canal, 12relais electrónicos, 1 termocupla al vacío, 8 termocuplas, 6 termorelais Kipp, 28

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voltímetros hierro móvil, 75 voltímetros bolina móvil, 2 voltímetros a válvulaphillips y 1 voltímetro de alta frecuencia (Hotz, 1953).

19. El OIEA fue creado en julio de 1957 en el marco del Programa Átomos para la Paz,como organismo intergubernamental autónomo perteneciente al sistema de lasNaciones Unidas. El OIEA comprende: la Conferencia General (integrada por lospaíses miembros), la Junta de Gobernadores (conformada por miembros represen-tantes de todas las áreas geográficas, algunos de los cuales son miembros perma-nentes y otros se eligen anualmente en la Conferencia General) y la Secretaria(responsable de la administración y ejecución del programa del organismo). Cabedestacar que, desde su creación hasta 1991, la Argentina contó con un delegado enla Junta de Gobernadores (Castro Madero y Takacs, 1991: 204-205), que desem-peñó siempre un papel decisivo en la obtención de becas y financiación para elInstituto de Física.

20. Se refiere a las fuentes de deuterio-deuterio y deuterio-tritio que había en el CentroAtómico. Esta última funcionaba con un flujo del orden de 5.10 a 8 neutrones.

21. Como Allison menciona en su informe, “el acelerador y las técnicas de detección ymedición convencionales no [contribuirían] a que el Instituto de Física puedasituarse en un lugar relevante a escala internacional” (Allison, 1961).

22. Nillson había sido recomendado por I. Bergström, un destacado físico nuclear delNobel Institute of Physics de Estocolmo, que había visitado el Centro Atómicoentre 1958 y 1959, financiado por Unesco.

23. En una carta a M. Báncora, Balseiro le comenta: “este programa es bastanteambicioso en sí mismo e involucra una cantidad de etapas a cumplir casi al minuto:cualquiera de ellas que fracase puede hacer fracasar todo el proyecto. En elmomento actual es uno de nuestros mejores proyectos y mejor fundados” (Balseiro,1959).

24. En este aspecto, las relaciones entre Balseiro y Báncora, delegado ante el OIEA,parecen haber operado favorablemente. Lo mismo en el convenio entre el OIEA yla CNEA, de 1959, en virtud del cuál se proveerían anualmente, al Instituto deFísica, expertos en distintas especialidades, como fueron los casoS de G. Davies,de la Universidad de Birmingham, y M. A. Melvin, de la Universidad de Florida,EUA (Anónimo, 1959).

25. En este sentido, además del OIEA, desempeñaron papel primordial organismoscomo la Oficina de Investigaciones del Ejército de los Estados Unidos y laComisión de Intercambio Educativo entre Estados Unidos y Argentina.

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MARISA C. GARCÍA - AILIN M. RESING

EnfoquesEL CONTROL DE ALIMENTOS

EN LOS PAÍSES FLAMENCOS EN EL SIGLO XIV

Carlos A. AndradaUniversidad Nacional de Catamarca

Se ha calculado que en la antigüedad, el fraudede alimentos y bebidas en forma insidiosa, disi-mulada pero constante, ha producido mayor mor-talidad que todas las epidemias juntas de pestebubónica y de cólera.

A. MONTCHRETIEN

Corrían los siglos XII y XIII. En la región flamenca, que ocupaba partede Francia y de las actuales Bélgica y Países Bajos, cada ciudadutilizaba el derecho de dictar ordenanzas municipales con respecto a laproducción y el comercio de productos alimenticios: la carne, el pesca-do, el pan, el vino y la cerveza. Las comunidades debían, por lógica,velar por el precio y la calidad de las mercaderías provenientes de laszonas agrarias. Cualquier persona dedicada a faenar animales, a trans-formar el grano en harina y luego en pan, a importar y distribuir vinoso pescados, o a fabricar cerveza, ejercía un oficio y, a la vez, cumplíauna función relacionada con el abastecimiento de la ciudad. Las orde-nanzas alimentarias incluían prescripciones para estos proveedores ygozaban de un carácter anticorporativo. Se puede pues –y esto es lo quenos interesa– considerar estas ordenanzas de la Edad Media como unalegislación alimentaria precoz.

En los archivos de Amberes se encuentra el manuscrito deno-minado: “Estas son las Ordenanzas de la Ciudad de Amberes”, fecha-do en el año 1312. Los documentos tienen, sin duda, un origen másantiguo, pero los ejemplares anteriores se perdieron (Kestens, 1990).Es preciso valorar, 900 años después, con profundo respeto el texto

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de estas ordenanzas. En el siglo XIV la labor bromatológica era in-tensa en tierras flamencas y el castigo de los infractores severo yejemplar. En este artículo se recordarán, con nostalgia, algunos escar-mientos aleccionadores propios de la época.

CARLOS A. ANDRADA

CONTROL DEL VINO EN EL SIGLO XVGentileza de SA La Charte, Brujas

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El vino

El vino, que debía ser por entonces la bebida de mayor consumo, es elprimer alimento tratado en esas Ordenanzas (Blond 1976:229). EnAmberes se consumía entonces el vino del Rhin, que llegaba de Colo-nia por ese río en barcos denominados cogge; los vinos de Burdeos ydel Poitou, cargados en barcos franceses o ingleses, y los brabanzones,transportados en carretas. La ciudad gozaba de un raro privilegio paralos vinos, el “derecho de depósito”. Esto significaba que toda mercade-ría transportada por el Escalda –río que baña Amberes– debía serofrecida en venta pública en la plaza central de la ciudad. Las ventas devino eran controladas por zamecopers, jueces que representaban alvendedor y al comprador, que debían saborear el vino, estimar sucalidad y velar por un precio correcto. Les estaba prohibido aceptarvino o alimento, tanto del vendedor como del comprador. Otro funcio-nario. juramentado, el vergierere, debía establecer el contenido exactode cada tonel de vino. El habitante que adquiría así un tonel podíarevender el vino al detalle, en botellas de volumen conocido, quellevaban el sello de Amberes, y debía pagar un impuesto que era laprincipal fuente de ingresos para la ciudad. Estaba prohibida la mez-cla de vinos y, para evitar toda mixtura, debían almacenarlos enbodegas separadas. En caso de infracción se preveían multas y deco-misos que beneficiaban, con un porcentaje establecido de vino, alinspector vigilante. Pero, para facilitar la tarea de supervisión, se pusoen práctica un sistema ingenioso, propio del estilo de la época. Elvendedor debía jurar ante los magistrados municipales la no adultera-ción del vino, y se anotaba su nombre: si cometía la falta con posterio-ridad, el infractor no era sancionado con multas sino con castigoscorporales severos y públicos, ya que en ese entonces se consideraba elperjurio un sacrilegio.

La cerveza

Los archivos de la época demuestran que, hacia 1400, la cerveza era laque recaudaba los mayores impuestos, en razón de un aumento desme-dido en los gravámenes sobre los vinos. Sólo las clases acomodadas y

EL CONTROL DE ALIMENTOS EN LOS PAÍSES FLAMENCOS

58 CARLOS A. ANDRADA

UNA CERVECERÍA DE LA ÉPOCAGentileza de SA La Charte, Brujas

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eclesiásticas fueron fieles consumidoras de vino; estas últimas por laexención del vino de misa, que se extendía al uso privado.

La cerveza era mayormente importada, sobre todo la de cali-dad. Se consumía la Herlemsch de Haarlem, la Oostersch bier proce-dente de Europa oriental (Bohemia-Moravia), y la Homborchs deHamburgo. Todas estas cervezas llegaban en barriles, en barcos dealta mar. Para la descarga, la ciudad había construido un muelle demadera, llamado bierhoofd. El control de importación-exportación yla recaudación de impuestos se realizaba en una torre vecina albierhoofd.

Se consumía también cervezas locales, reservándose para losindigentes el koyte, una cerveza muy liviana, fabricada sin lúpulo,que pagaba un muy modesto gravamen. Ésta era una bebida indispen-sable, ya que los pobres, en aquel tiempo, por razones sanitarias aúnincomprendidas, jamás tomaban agua (Kestens, 1990:29). Para evitarmezclas fraudulentas, se exigía idéntico juramento que para los vinos,con los mismos castigos en caso de adulteración comprobada.

Carnes y pescados

Los magistrados municipales habían adquirido el poder necesario paraimponer a los carniceros normas de frescura y calidad en sus produc-tos. Los encargados de realizar la matanza de animales debían advertira la autoridad municipal sobre la detección de cualquier enfermedad oanomalía en la bestia, previo juramento solemne, como en el caso delvino. En verano, el producto de la matanza debía ser entregado en el díaen la Casa de los Carniceros; en invierno, al día siguiente. De dichacasa, la carne salía vendida o salada. En el caso del pescado se tomabanprecauciones especiales: se controlaba que su frescura fuese envidia-ble. Todo pescado que pareciera malo o dudoso era destruido sincontemplación; si el vendedor comercializaba pescados de un díaanterior, entremezclados con los frescos, sufría una prohibición deventa de un año y un día (Kestens 1990:32). El control del pescado sehacía basándose en su olor. En la Edad Media se creía que, en laalimentación, los malos olores eran indicio de enfermedades y, enconsecuencia, los jueces habían desarrollado una fina percepción sen-sorial, base del análisis.

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Es evidente que el dictamen de los inspectores era necesaria-mente cualitativo y empírico, pero el carácter inflexible de la sanción,ante cualquier anormalidad, manifiesta la intención preventiva delcontrol alimentario efectuado en tierras flamencas.

Importancia de la fruta

Los hortelanos y fruteros eran –como ocurre aún hoy– grandesabastecedores de la ciudad, a la que aprovisionaban de frutas y legum-bres. Una ordenanza sobre los mercados disponía un lugar específicopara los mercaderes de manzanas. En rigor, los períodos de desórdeneso guerras exigían la protección de la fruta a los ediles, quienes enviabanguardias armados contra los merodeadores. Las huertas y campos delegumbres del norte de Amberes fueron objeto de una ordenanzaparticular: se prohibió el paso de rebaños por caminos cercanos a lasplantaciones de legumbres y se permitió sólo el paso por las carreterasprincipales para acceder a los pastoreos. Aquí vemos que la preserva-ción y el control de alimentos suscitaban, también en las pequeñascomunidades, ordenanzas que contemplaban situaciones y medidasmuy similares (Stadarchief Antwerpen 1925: 43). Esto motivó quedocumentos de vieja data, como el de Huy, de 1066, y el de Grammont,de 1068, mostraran un derecho casi moderno para el sector alimentario,con multas, confiscación del objeto de litigio e interdicción de activi-dad en relación con el delito (Kestens 1990: 38).

Dura lex, sed lex

En una intervención en las Jornadas Nacionales de Calidad Alimentaria(Bahía Blanca, 1991) Pedro Cattaneo (1991) recordó la figura deCarlos A. Grau, un apasionado por las Ordenanzas de Amberes de1312, y según el cual en dicha ciudad se castigaba a quien vendía lecheaguada, hombre o mujer, poniéndole un embudo en la boca y haciéndo-le tomar la leche hasta que un facultativo dijera que no se podíaintroducir más sin peligro de muerte. El que vendía manteca adulteradaera atado al “palo de exhibición”, donde podían lamerlo los perros y elpueblo podía insultarlo. Si comercializaba huevos podridos, era atadoal mismo palo; los huevos se entregaban a los niños para que, como

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alegre entretenimiento, se los tiraran al culpable para hacer reir a lagente. Kestens (1990: 38) relata, por su parte, un hecho por demásasombroso. En un museo holandés está expuesta una silla de tipobutaca de aquella época, donde se ataba al culpable por la cintura,muñecas y tobillos. El vendedor de un pan por debajo del peso impues-to por las Ordenanzas era así sumergido en un canal –tan comunes enese país– el tiempo y la cantidad de veces que decidían los jueces.

Es mucho lo que el control de alimentos contemporáneo ledebe a las Ordenanzas flamencas de la Edad Media: una legislaciónalimentaria precoz, pero efectiva; una estrategia de prevención encuanto a alimentos frescos y, por fin, una implacable aplicación de laley en caso de fraudes. Quizás algún día podamos cumplir enLatinoamérica estos simples, contundentes propósitos. Mientras tantoquedarán como intento ejemplar de lo que el hombre pudo hacer –enun período particularmente difícil de su historia– para preservar lasalud alimentaria.

Referencias

Blond, G. & G. (1976). Festins de tous les temps. Paris: Librairie Fayard, 229.Cattaneo, P. (1991). Jornadas Nacionales de Calidad Alimentaria. Bahía Blanca:

Universidad Nacional del Sur,.Kestens, C. (1990). L’alimentation et le Droit, Introduction historique et juridique au

Droit de l’ alimentation. Bruges: La Charte: 27, 29, 32, 38.Stadsarchief Antwerpen (1925). Inventaris op het archief van gilden en ambachten.

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LA “CASA DE LOS CARNICEROS”, EN AMBERES

CARLOS A. ANDRADA

LAS ANTECESORAS DE LA COMPUTADORA:LAS PRIMERAS MÁQUINAS DE CALCULAR

Nicolás BabiniAsociación Biblioteca José Babini

La computadora, que nació como calculadora matemática, desciendede una progenie de máquinas de calcular cuyo origen se remonta a loscomienzos del siglo XVII. La evolución de esa genealogía coincide, engrandes líneas, con la de una hegemonía europea en el planeta quecobró impulso en el siglo XVII y encontró su fin al concluir la guerramundial de 1939-1945.

Ese “imperio europeo” se inició con una expansión mundial(1600-1870), 1 tuvo un largo momento de apogeo (1870-1914)2 yentró en su ocaso durante varias décadas de guerras, crisis y revolu-ciones (1914-1945), 3 que marcaron también el surgimiento de Esta-dos Unidos como potencia industrial y como heredero de la primeracivilización global de la historia. Esas tres etapas marcan también laevolución del cálculo mecánico que precedió a la aparición de lacomputadora.

Durante la expansión europea, en la que podríamos llamar faseexperimental del cálculo mecánico, se pueden distinguir dos etapas.La primera se extendió de 1600 a 1820 y estuvo poblada de investiga-dores e inventores aficionados, que propusieron ideas, a veces fecun-das, a veces imperfectas o irrealizables. La segunda arrancó con laaparición de la primera calculadora práctica, la Arithmomètre deThomas, y culminó con la Millionaire de Steiger y las distintas va-riantes de la Brunsviga de Trinks, que se produjeron hasta bien entra-do el siglo XX. En este período se produjo también la breve aparición

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de las calculadoras de tablas matemáticas (las máquinas de diferen-cias inspiradas en el invento de Babbage).

Durante el período de apogeo europeo, que se caracterizó porel ingreso masivo de las calculadoras de escritorio al mercado, hubotendencias diferentes a ambos lados del Atlántico. Mientras los euro-peos avanzaron en el perfeccionamiento de los mecanismos desarro-llados durante el siglo XIX, Estados Unidos dio a luz las calculadorasde teclado y las primeras máquinas de contabilidad de difusión uni-versal (las tabuladoras de Hollerith, que están en el origen de laactual I.B.M.).

El período comprendido entre ambas guerras mundiales, quemarcó el ocaso de la hegemonía europea, se caracterizó por un predo-minio casi absoluto de Estados Unidos, de donde surgieron, en ladécada de 1930, las primeras calculadoras analógicas (las analizadorasdiferenciales de Vannevar Bush) y electromagnéticas (basadas en reléstelefónicos) de gran porte. La vigencia de estas primeras calculadorasmatemáticas, o sea, máquinas capaces de hacer algo más que cálculosaritméticos, llegó a su fin en 1945, cuando la puesta en marcha de laENIAC, primera calculadora electrónica en funcionamiento, sentó lasbases para la aparición de la computadora, que sellaría el destino delcálculo mecánico.

Si seguimos la evolución de los mecanismos, advertimos que losprincipales problemas iniciales fueron de funcionamiento, especial-mente el acarreo de las decenas y la simplificación del producto denúmeros de muchas cifras. Cuando se obtuvieron soluciones satisfac-torias, la inventiva se orientó al registro de los subtotales y la impresiónde los resultados, logros que se alcanzaron sólo a fines del siglo XIX.Estos problemas pusieron a prueba la habilidad y el talento de losinventores, principales recursos de los que debieron valerse antes deque el saber científico jugara su dominante papel actual.

La construcción de artefactos que habían sido concebidos en elpapel o corporizados en modelos de gabinete, planteó otro tipo deproblemas, especialmente los relacionados con la facilidad de manejode la máquina, lo que hoy llamaríamos el punto de vista del usuario.Se trató de hacerlas más ligeras de manejar y de mover, de reducir elesfuerzo para el giro de la manivela, por ejemplo, y de disminuir el

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tamaño y el peso de los artefactos. Estos objetivos comenzaron aalcanzarse a principios del siglo XIX y culminaron en el siglo XXcon las calculadoras de escritorio y la utilización de la electricidadcomo fuerza motriz.

Como señalé al comienzo, llama la atención la coincidencia de laevolución del cálculo mecánico con la era de la dominación europeadel planeta. Es también llamativo que Europa cediera a Estados Unidosel papel protagónico que desempeñó durante casi dos siglos, para pasarde colonizadora a colonizada cuando esa evolución técnica había al-canzado su mayoría de edad.

El origen europeo del cálculo mecánico y las circunstancias desu nacimiento son explicables, porque ambos están relacionados conla adopción del sistema de numeración decimal, que en el siglo XVIIya había remplazado por completo al sistema de numeración de ori-gen romano. Parece menos explicable la desproporcionada duración,de más de dos siglos, de las primeras fases de ese desarrollo.

La lenta y casi imperceptible evolución inicial, que tuvo suprimer hito importante con una máquina que en 1820 aprovechó re-cursos que Leibniz había propuesto más de un siglo antes, no sepuede atribuir, como se ha alegado, a la falta de una demanda sufi-ciente para una difusión masiva de las calculadoras mecánicas. Laproliferación de tablas matemáticas de todo tipo, que se produjo enese período, revela la existencia de una demanda sostenida y crecien-te de cálculos aritméticos, que acompañó al crecimiento económico,la expansión de la navegación de ultramar y el progreso científico ytécnico de las llamadas potencias europeas.4

Parece más justificado atribuir el retardo europeo al peso defactores técnicos y culturales. La mecánica de precisión aplicada a laproducción masiva se mantuvo en un horizonte lejano hasta bienentrado el siglo XIX. Cuando ya existía la posibilidad de construirinstrumentos mecánicos refinados, el costo de fabricación los hizoinalcanzables. La situación comenzó a cambiar cuando la producciónde armamento liviano en masa, impulsada por los conflictos bélicosdel siglo XIX (desde las guerras napoleónicas hasta la Guerra deSecesión estadounidense, de 1861-1865), llevó a un perfeccionamien-to que se extendió a los usos civiles y se reflejó en la producción demáquinas de calcular.

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Es significativo que la aceleración del proceso de mecaniza-ción del cálculo se produjera en Estados Unidos, en parte por influen-cia de los avances técnicos de las primeras máquinas de escribir deproducción industrial, que se habían beneficiado con los progresos delas mecánica de precisión durante la Guerra de Secesión. También sedebió a los rasgos propios de una sociedad abierta a la innovación yla aventura que, además, logró crear un mercado interno de grandesdimensiones, en constante expansión y regido por una sola moneda.Resulta curioso que el Imperio Británico, que constituia un área eco-nómica de dimensiones planetarias, no hubiera logrado un desarrollosimilar al de Estados Unidos en los dominios del cálculo, como sí lohizo, por ejemplo, en materia de ferrocarriles o telecomunicaciones.

Al parecer, los inventores europeos chocaron con una sociedaden la que pesaban la tradición y la resistencia al cambio y estabamenos preparada para recibir innovaciones. Una de las razones queen este caso hicieron más fuerte el peso de la tradición fue, posible-mente, la centralización del control científico en instituciones vincu-ladas al poder político, lo que no ocurría entonces en Estados Unidos,que habían fundado su organización política en la mínima injerenciadel Estado y la máxima autonomía del ciudadano. Instituciones comolas Academias francesas, las universidades prusianas y el AstrónomoReal inglés, para poner algunos ejemplos, eran árbitros y podían deci-dir la suerte de un invento.

A ello se agregó una banca menos apegada al riesgo financiero,en una sociedad que daba más importancia al ahorro que a la inver-sión, mientras en Estados Unidos el capital, ganado generalmente enla dura y no siempre sana competencia, estaba más dispuesto a arries-garse cuando el inventor era audaz y confiable.

Así se explicaría que muchas invenciones europeas de fines delsiglo XIX no pudieran materializarse en su país de origen, mientrasideas similares hallaron terreno propicio en Estados Unidos, al queotorgaron un liderazgo mundial. Es lo que ocurrió con inventos euro-peos como el motor eléctrico, la válvula electrónica, el automóvil, elcinematógrafo y la televisión que, junto a la central eléctrica de Edison,resultaron verdaderos protagonistas de los grandes cambios del sigloXX.

En cuanto al período que transcurrió entre ambas guerras mun-diales, el predominio de Estados Unidos hallaría también explicación

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en las condiciones que afectaron a los países europeos con mayortradición científica. Entre esas condiciones adversas figura, en primertérmino, la aparición de regímenes políticos como el comunismo ruso,el fascismo italiano y el nazismo alemán, que ahuyentaron a algunosde sus mejores investigadores, justamente en provecho de EstadosUnidos. Luego el temor al estallido de una guerra, que se presumíainminente e inevitable, la cual paralizó muchas iniciativas en paísescomo Francia, que no estaban sometidos a esos regímenes, y la gue-rra misma, que acarreó el derrumbe de casi todo el Continente yobligó a las Islas Británicas a concentrarse en el esfuerzo bélico.

Ese predominio estadounidense se acentuó cuando la era delcálculo mecánico cedió paso a la era del cálculo electrónico, cuyasbases científicas habían sido establecidas en Europa y al cual losingleses hicieron importantes aportes iniciales. Tras la catástrofe béli-ca, las principales naciones europeas, que además se encontraron em-pobrecidas, se vieron llevadas a nacionalizar la investigación, el desa-rrollo y la producción de computadoras, como lo venía haciendo contodos los esfuerzos creativos y productivos la Unión Soviética desdesu creación, y con los mismos efectos negativos frente al empujeestadounidense. Aunque en Estados Unidos el papel del Estado habíacambiado sustancialmente, tras la huella abierta por F. D. Roosevelt yseguida por las exigencias de la preparación bélica, la creatividadsiguió confiada al talento individual y la iniciativa privada, lo queimpulsó un avance científicotécnico y un desarrollo sin igual de em-presas que conquistaron el mercado mundial.

Cuando concluyó la guerra de 1939-1945 y el “imperio euro-peo” entró en disolución, en Estados Unidos se iniciaba el procesoque conduciría a la aparición de la computadora. En ese procesoEuropa tendría todavía una breve aunque importante influencia, através de la labor experimental de un puñado de investigadores ingle-ses. Nunca pudo competir comercialmente con las grandes empresasestadounidenses. La que fue cuna de las ciencias y las técnicas quecambiaron el mundo en el siglo XX parece haber encontrado undestino parejo al que le tocó a Grecia, cuna de saberes fundamentales,en los albores del Imperio romano.

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El cálculo mecánico durante la expansión europea (1600-1870)

Hasta bien entrado el siglo XVI en Italia y el siglo XVIII en los paísesseptentrionales, como recurso para aliviar la laboriosa operación desumar números romanos, en Europa se siguieron utilizando los ábacosde mesa, derivados de los ábacos romanos, en los que se utilizabanpiedritas, llamadas calculi (de calx, guijarro), para efectuar las opera-ciones (de allí proviene nuestro cálculo, con el sentido que todavíaconserva cuando hablamos de cálculos del hígado). Los de origenoriental, del tipo del soroban japonés, llegaron tardíamente y se difun-dieron, quizá como efecto de la invasión mongola, más en Rusia que enel resto del continente.

En la Edad Media los ábacos se hacían trazando rayas en unatabla (en inglés counter, mostrador) y los calculi habían sidoremplazados por cuentas (counters), que eran piezas metálicas simi-lares a las monedas. La situación comenzó a cambiar cuando se intro-dujo el sistema de numeración decimal, cuyo origen se remonta a laIndia, donde también se inventó el cero. A comienzos del siglo XII setradujo y copió al latín un libro del médico y astrónomo árabeMohamed ibn Musa, llamado al-Juarizmi (oriundo de lo que hoy esUzbekistán), que había aparecido en el siglo IX y describía ese siste-ma de numeración. El nuevo arte de calcular, que se llamó Algorismus(de allí provienen nuestros guarismo y algoritmo) demoró más dequinientos años en imponerse en Europa. Aún en el siglo XVII pocagente sabía contar y sumar, menos aún multiplicar.

En sentido estricto, calcular significaba hacer cuentas con unábaco y computar hacerlo con símbolos numéricos. En latín medievalcomputus se refería al cálculo astronómico de calendarios y proveníade putare (cortar) porque se calculaba haciendo cortes en una tarja(en latin talea, de allí tallar), antiquísimo procedimiento que sería elorigen del sistema romano de numeración (I, II, III). A fines del sigloXVIII los ábacos y sus calculi habían desaparecido, pero calcular sehabía impuesto en muchos idiomas, como contrapartida de contar.

Los ábacos dejaron de utilizarse en Europa en el siglo XVIII,pero dos siglos después todavía se fabricaban pequeñas sumadorasmanuales basadas en los mismos principios como la Trick, verdaderoábaco mecánico compuesto de cremalleras que podían deslizarse conla ayuda de un estilete o la punta de un lápiz.

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El sistema de numeración decimal permitió sumar y restar sinnecesidad de recurrir a aquellos recursos milenarios. Pese a la ventajaque representaba, en general, para las operaciones aritméticas, persis-tió la preocupación por hallar medios que las facilitaran, sobre todoen lo que se refiere a la multiplicación y la división.

El barón Napier y la multiplicación simplificada

La invención del primer instrumento destinado a simplificar los cálcu-los aritméticos fue precedida, a comienzos del siglo XVII, por otrapuramente matemática que el barón escocés John Napier dio a conoceren 1614 con su libro Mirifici Logarithmorum Canonis Descriptio, quecontenía los fundamentos y las primeras tablas de logaritmos de lahistoria, en este caso basados en funciones trigonométricas. Diez añosmás tarde el profesor londinense Henry Briggs publicó las primerastablas de logaritmos de base 10, que serían las más difundidas.

El anciano barón publicó además, en 1617, un librito que llamóRabdologiae (del griego rabdo, vara) que describía tres instrumentospara calcular. Uno de ellos, cuyo nombre llevaba el libro, permitíamultiplicar un número de una cifra por otro de varias cifras. Consistíaen un conjunto de delgadas varillas rectangulares, deslizables, queNapier llamó rods y la posteridad bautizó bones (huesos o huesecillos)por el material con que estaban hechas (las había también de marfil).El instrumento estaba basado en un método (llamado de celosía) quese había originado en la India e introducido en Italia en el siglo XIV.El conjunto formaba una tabla de multiplicar, o tabla pitagórica, de10x10 en cuyas casillas las cifras del producto pitagórico aparecíanseparadas por una diagonal (por ejemplo, en la intersección de 6 y 8aparecían las cifras 4/8). El producto de una multiplicación se obteníasumando las cifras de los productos parciales en la dirección de lasdiagonales.5

Los “huesos” de Napier tuvieron seguidores, no así los otrosdos artificios (a uno de los cuales llamó MultiplicationisPromptuarium) que eran variantes complicadas o poco inteligibles deaquéllos.

Al margen de las aplicaciones posteriores de sus “huesos” ydel papel de los logaritmos en la propia evolución de la matemática,

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una consecuencia directa del invento de Napier fue la regla de cálcu-lo, aplicación práctica de la propiedad de los logaritmos de convertirproductos y divisiones en adiciones y sustracciones. Las primerasreglas, circulares, fueron construidas por William S. Oughtred yRichard Delamain en 1630, pero su consagración debió esperar másde dos siglos, hasta que Amedée Mannheim le dio, en 1850, la formaque perduraría hasta mediados del siglo XX.

La calculadora del profesor Schickard

La primera calculadora mecánica de la que se tenga noticia fue conce-bida y construida en 1623 por el matemático y astrónomo alemánWilhelm Schickard a pedido de Johannes Kepler. Su existencia perma-neció ignorada hasta que en 1957 se descubrió, en el archivo de Kepler,una carta en la que Schickard dibujó y describió el funcionamiento deun aparato que permitía efectuar las cuatro operaciones. Otra carta, de1624, relataba su construcción y su desaparición durante un incendio.El artefacto reunía las características que distinguieron luego a lasprimeras calculadoras mecánicas. Se basaba en la rotación de engrana-jes (ruedas o cilindros dentados), cuyos dientes representaban las cifrasdecimales, que estaban complementados por mecanismos que realiza-ban el transporte de las decenas.

Las indicaciones de Schickard permitieron al barón Bruno vonFreytag-Löringhoff, autor de los hallazgos de 1957, reconstruir elartefacto, que se componía de dos partes. La inferior contenía lasruedas dentadas y el mecanismo de transporte, consistente en unarueda con un solo diente que hacía avanzar un paso la rueda adyacen-te cuando pasaba del 9 al 0. La parte superior contenía una tablapitagórica constituida por ocho varillas cilíndricas horizontales, quepodían deslizarse como las de Napier.

La sumadora del joven Pascal

La segunda máquina conocida fue obra de un genio precoz, cuya famacontribuyó sin duda a darle mayor trascendencia que la que merecía,sin que ello disminuya el mérito de haber sido un verdadero precursor.La sumadora que Blaise Pascal terminó en 1645, a los diecinueve años

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de edad, era de construcción rústica, más obra de carpintería que derelojería, y su manejo no estaba exento de dificultades. Como noconsiguió vender ninguna de las muchas que hizo construir (se habla deuna cincuentena), las regalaba: en 1652 le envió una a la reina Cristinade Suecia. Esa profusión permitió que actualmente se conserven variasen el Conservatoire des Arts et Métiers de Paris.

La máquina estaba contenida en una caja de madera cuya partesuperior contenía varias ruedas dentadas (seis u ocho según el mode-lo) colocadas en posición horizontal, que llevaban las cifras 0 a 9 ensu contorno y se hacían girar mediante un estilete. El movimientogiratorio se transmitía a engranajes de madera, de los llamados delinterna (similares a los utilizados entonces en construcciones, comolos molinos de viento, capaces de vencer grandes resistencias). Estosengranajes hacían girar a su vez a pequeños cilindros, que actuabancomo totalizador, en los cuales también figuraban las cifras 0 a 9.Estas cifras componían el resultado de la adición, que se podía ver através de orificios de la caja. Otra serie de orificios, cubiertos por unatapa que al deslizarse ocultaba los anteriores, constituía un segundototalizador que exhibía el resultado de una sustracción. Luego decompletarse las cifras del primer sumando se hacía avanzar cadarueda hasta formar las unidades, decenas, etc., del sumando siguiente.Cuando una rueda pasaba del 9 al 0 el engranaje de la adyacenteavanzaba un paso, gracias a un dispositivo (que Pascal llamó sautoir)que funcionaba por gravedad: un peso ascendía a medida que girabacada engranaje y caía al pasar éste del 9 al 0.

El sistema de transporte de decenas era ingenioso, pero en lapráctica hacía más dificultoso el manejo de la máquina, que se traba-ba con frecuencia. Además de exigir gran esfuerzo cuando ese trans-porte alcanzaba a varias ruedas simultáneamente (como en el caso de9999+1), era irreversible y sólo permitía adiciones. Para las sustrac-ciones había que apelar al método de complementos de 9 (453+672en lugar de 453-327) y utilizar el totalizador respectivo. En cuanto alas multiplicaciones, sólo se las podía efectuar mediante el laboriosoprocedimiento de las sumas repetidas (para multiplicar 234 por 12había que sumarlo doce veces a sí mismo).

La máquina era de factura muy diferente y de alcances máslimitados que la de Schickard, pero no padeció el desconocimiento de

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aquélla. La solución de Pascal sirvió de inspiración a varios invento-res posteriores (Leibniz entre ellos) y la fama de la máquina, quizásalimentada por el merecido prestigio de su autor, trascendió su patriay su época. En 1746, un siglo después de su invención, la Academiade Ciencias le dedicó un artículo y Diderot la describió en el primertomo de su Encyclopédie en 1751.

Instrumentos inspirados en los de Napier y Pascal

Entre los varios intentos posteriores que habrían sido influidos por elinvento de Pascal, se suelen citar dos aparatos del noble inglés SamuelMorland (o Moreland) y una sumadora del relojero francés RenéGrillet. Morland, que unos diez años antes había construido un aparatopara hallar funciones trigonométricas, publicó en 1673 The Descriptionand Use of Two Arithmetic Instruments. El primer instrumento (queBabbage llamó “sumadora de dinero”) estaba contenido en una peque-ña caja, de 75x100 mm y 6 mm de espesor, que contenía ocho ruedassimilares a las de Pascal, que también se hacía avanzar mediante unestilete. Cinco permitían inscribir números decimales y las otras treseran para valores monetarios (chelines, peniques y cuartos de penique).El resultado de cada rueda aparecía en pequeños discos situados en laparte superior. No había por consiguiente transporte de decenas, que eloperador debía sumar a mano en cada caso. Un disco auxiliar llevaba lacuenta de todos los transportes haciendo avanzar una aguja cada vezque un disco pasaba del 9 al 0. No era, por cierto, una máquina desumar y su utilidad era muy relativa (Samuel Pepys comentó que era“muy bonita pero no muy útil”). Consciente de sus limitaciones, Morlandincluyó en el libro una variante que preveía un contador por rueda.

El segundo instrumento descripto en el libro, que no fue cons-truido, estaba basado en las tablillas de Napier, que Morland remplazópor un juego de discos, cada uno de los cuales llevaba impresas enambas caras sendas columnas de la tabla pitagórica. Para multiplicarpor una cifra se componía el multiplicando insertando los discos enclavijas situadas en la parte inferior del aparato. Luego se los tapabacon una plancha de bronce abisagrada, provista de perforaciones quecoincidían con la parte superior de los discos, y haciendo girar unallave se imprimía una rotación a los discos hasta que un indicador,

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que se desplazaba al mismo tiempo sobre una regla graduada, llegabaa la cifra del multiplicador. En las ventanillas de la placa aparecíanpares de cifras que el operador debía sumar mentalmente para hallarlas del resultado. Como se puede apreciar, tampoco era una calcula-dora mecánica, sino una especie de tabla matemática portátil. El pro-pio Morland aconsejaba complementarla con su sumadora, para po-der efectuar las cuatro operaciones (e inclusive la extracción de raícescuadradas y cúbicas) “sin necesidad de pluma ni tinta”.

René Grillet, relojero de Luis XVI, publicó en 1678 en el Journaldes Savants una breve descripción de un aparato inspirado en tablillasde Napier que, según el autor, permitía efectuar las cuatro operacio-nes. El escrito mencionaba a Pascal y a un “cilindro aritmético” dePierre Petit pero no daba detalles acerca de su construcción. Tressiglos después, más precisamente en 1977, el estudioso canadienseMichael R. Williams descubrió entre papeles de Babbage un manus-crito sin firma que contenía un dibujo que coincidía con la descrip-ción de 1678. El dibujo mostraba una caja en cuya tapa había 24ruedas compuestas de varios círculos concéntricos. En la parte infe-rior aparecían las tablillas de Napier grabadas en cilindros, además decilindros para raíces cuadradas y cúbicas. Como en el caso del apara-to de Morland, el invento de Grillet no era una máquina; su principalutilidad habría sido también facilitar las sumas parciales del métodode Napier.

En 1666 un jesuíta alemán, Gaspard Schott, publicó OrganumMathematicum, en el que describía una versión de las tablillas deNapier, consistente en cilindros horizontales que se hacían girar, yextendía su aplicación a la astronomía, la ingeniería civil y militar eincluso la música. Al año siguiente, Sir Charles Cotterell propuso unconjunto de tablillas alojadas en una caja cuya tapa era un ábaco decuentas o bolillas (tipo soroban) que se usaba para efectuar las sumasparciales. Traía un estilete para empujar las cuentas y una especie deescalerita de bronce que servía de cursor para las tablillas.

En cuanto a la trascendencia de estas curiosidades del sigloXVII, sólo suele ser recordada la multiplicadora de Morland, sobretodo porque, un siglo más tarde, Charles Mahon, conde de Stanhope,se habría inspirado en ella para concebir las máquinas de calcular quedio a conocer entre 1775 y 1780. Otro tanto habría ocurrido con una

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calculadora circular que inventó en 1709 el veneciano Giovanni Poleni,que habría servido de modelo a la que concibió F. K. Roth a media-dos del siglo XIX.

La calculadora de Leibniz

Durante su estada en París en misión diplomática, entre 1672 y 1676,Gottfried Wilhelm von Leibniz conoció la calculadora de Pascal y sepropuso mejorarla. Presentó un modelo de madera en la Royal Societyen 1673 y le llevó veinticinco años llegar a un diseño, que resultósatisfactorio en la teoría pero no en la práctica, porque su realizaciónexcedía la habilidad mecánica de la época. Se conserva una de las dosmáquinas que mandó construir que, aunque nunca pudo funcionar, daidea de una solución que influiría durante más de doscientos años.

La máquina era metálica y podía hacer las cuatro operaciones.La inscripción de los sumandos se hacía desplazando perillas a lolargo de sendas ranuras graduadas (0 a 9). Mediante el giro de unamanivela y la acción de engranajes internos, el número aparecía enun totalizador. El sumando siguiente se componía de la misma formay, mediante una nueva rotación de la manivela, se lo sumaba alanterior y el resultado volvía a aparecer en el totalizador.

Para lograr esta simplificación, su autor ideó la que la posteri-dad llamaría “rueda de Leibniz”, que consistía en un cilindro acanala-do provisto de nueve dientes longitudinales de longitudes crecientes.Las “ruedas” estaban colocadas en posición horizontal, en correspon-dencia y vinculación con engranajes que podían desplazarse hasta laparte del cilindro donde la cantidad de dientes correspondía a la cifradel sumando que se quería inscribir. La manivela hacía girar simultá-neamente todos los engranajes.

El conjunto estaba montado sobre un soporte provisto de rue-das, que permitía multiplicar como se lo hace con lápiz y papel.Luego de inscribirse el multiplicando, se lo multiplicaba, mediantesumas repetidas, por la cifra de las unidades del multiplicador. Luegose desplazaba el carro hacia la izquierda y se efectuaba la mismaoperación con la cifra de las decenas, y así sucesivamente. Este siste-ma reducía notablemente el número de vueltas de manivela: el pro-ducto de un número cualquiera por 125 hubiera requerido ocho vuel-tas (1+2+5) en lugar de 125.

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Aparte de idear también un sistema mejor que el de Pascal parael transporte de las decenas, la máquina de Leibniz hizo posibles laresta y la división directas, mediante la inversión de la rotación de lamanivela.

Digamos de paso que a ese genio singular se le atribuye tam-bién el invento de una regla de cálculo de corredera y que se hahallado un manuscrito de 1679 (De Progressione Dyadica, Pars I) enel que trata la posibilidad de una calculadora mecánica binaria.

La máquina de Leibniz estuvo perdida hasta 1879 y no fueestudiada hasta 1893. Quizá sin que se conociera la versión original,el mecanismo que concibió fue utilizado en calculadoras de variosexperimentadores y constructores posteriores. Entre las del siglo XVIIIpueden mencionarse la que Philipp M. Hahn terminó en 1774, quetenía una refinada factura; las ya citadas del conde de Stanhope,construidas entre 1775 y 1780 (una con cilindro acanalado similar alde Leibniz, y otras dos que podían multiplicar y dividir) y la queconcibió Johann H. Müller en 1784.

En general se conoce poco acerca de la calidad y efectividad delas invenciones de esa época, pero se conserva una máquina deposita-da en el Conservatoire des Arts et Métiers de Paris, de autor descono-cido (se la atribuye, al parecer falsamente, a Lépine), que todavíafunciona y revela un avance bastante aceptable. La máquina, quehabria sido construida en 1725, se asemeja a la de Pascal pero esmetálica, con ruedas dentadas similares a las de relojería. El sistemade transporte de decenas es de engranajes, simple e ingenioso. Lainscripción de los sumandos no se hace con estilete sino con perillascorredizas que sobresalen de la caja que la contiene.

Son también de la primera mitad del siglo XVIII las calculado-ras de Leupold, Poetius e Hilaire de Boistissandeau, y la “MáquinaAritmética” de Christian L. von Gersten. En 1750 Jacob Isaac Pereiredio a conocer una sumadora compuesta de ruedas montadas en unmismo eje que llevaban cifras decimales grabadas en su perímetro. Allado de cada cifra había orificios que se veían a través de ranuras,también graduadas, abiertas en la caja del aparato. Un estilete intro-ducido en los agujeros hacía que las ruedas avanzaran los pasos de-seados. Mencionemos, por último, que a un relojero y mecánico judíode Minsk (entonces Lituania), llamado Jewna Jakobson, se le atribu-

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ye la fabricación, antes de 1770, de una calculadora mecánica decuatro operaciones.

Entre los inventores de comienzos del siglo XIX que concibie-ron soluciones alternativas a los mecanismos de engranajes, se men-ciona a Jacques E. Bérard, que diseñó una “Balanza Algébrica” basa-da en la ley de la gravedad, y a Léon L. C. Lalanne, que imaginó unacalculadora que se basaba en la balanza romana. Son también de esteperíodo una sumadora circular de John Goss, que inspiró otra deLagrous, y una calculadora de cuatro operaciones construida porAbraham Stern, descripta en un artículo publicado en 1817 en unarevista científica de Varsovia.

La Arithmomètre de Thomas de Colmar

La primera innovación importante y de efectos duraderos fue obra deldirector de una compañía aseguradora de Paris, Charles Xavier Thomas,que se hacía llamar Caballero de Colmar, quien patentó en 1820 laArithmomètre, que fue la primera calculadora práctica. La máquina erasimilar a la de Leibniz pero no es seguro que Thomas la hubieraconocido o que, a siglo y medio de distancia, tuviera noticias de ella.Todavía en 1843 la máquina de Leibniz no figuraba en una lista deinventos desde Pascal, que publicó ese año F. K. Roth.

Los sumandos se inscribían mediante perillas que corrían enranuras graduadas abiertas en la tapa. Cada una empujaba una barraque hacía desplazar una rueda dentada hasta la parte correspondientede un cilindro acanalado, similar al de Leibniz (si la perilla corríahasta la cifra 5, la rueda dentada se situaba donde el cilindro acanala-do tenía cinco dientes). Las cifras se transportaban al totalizador ti-rando de una cinta que movía un tren de engranajes. El totalizadorestaba constituido por cuadrantes que llevaban una graduación de 0 a9 en el semicírculo superior; otra similar en el inferior servía para lassustracciones y divisiones. El transporte de decenas era progresivo.Los cilindros estaban acanalados sólo hasta la mitad de su longitud;el resto liso les permitía girar libremente durante el transporte.

Como en la máquina de Leibniz, el totalizador estaba montadoen una parte superior movible, que permitía obtener productos me-diante sucesivos desplazamientos del carro hacia la izquierda. A dife-

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rencia de aquella máquina, cuyo mecanismo de cálculo estaba monta-do en un carro movible mientras el totalizador estaba fijo, en laArithmomètre el mecanismo estaba fijo y se desplazaba el totaliza-dor. Un simple cambio en la máquina permitía hacer sustracciones ydivisiones. Las cifras del resultado se borraban mediante perillas es-peciales.

La primera calculadora que construyó tenía tres cifras en elinscriptor y un totalizador de seis cifras. Thomas, junto con su hijo,Thomas de Bojano, la perfeccionó durante treinta años. Remplazó lacinta por una manivela (cuyo sentido de rotación podía invertirse),agregó un contador de vueltas, cuadrantes para registrar las cifras delinscriptor y una doble cremallera movida a palanca, para llevar loscuadrantes a cero, e introdujo la llamada cruz de Malta, que se utili-zaba en relojería, para bloquear el mecanismo.

En 1855 Thomas exhibió una Arithmomètre de 20 m de largocon 30 cifras en la Exposición Universal de Paris en la cual, por otraparte, sólo recibió una mención. Recibió, en cambio, un premio en laExposición Universal de Inventos de Londres de 1868. Aunque sufama hizo que el propio nombre de Aritmómetro llegara a convertirseen sinónimo de máquina de calcular, tuvieron mejor destino las quese inspiraron en su diseño, que fueron las más exitosas del siglo XIXy se siguieron fabricando hasta la década de 1930.

Una de las primeras derivaciones fue un Aritmómetro, de 6cifras en el inscriptor y 10 en el totalizador, que Anselme Payenprodujo en 1848; otra, el Aritmómetro de Maurel, llamado tambiénArithmaurel, que fue perfeccionado por Jayet y presentado tambiénen la Exposición de 1855. Estaba basado en un solo cilindro acanala-do y tenía un mecanismo de relojería muy refinado, que lo hizocostoso e imposible de comercializar. Luego de inscribirse el multi-plicando, bastaba girar las agujas de sendos cuadrantes para formar elmultiplicador y hallar simultáneamente el producto.

El diseño de un Aritmómetro corriente, que perduró hasta en-trado el siglo XX, consistía en una tapa fija con ranuras graduadas, enlas que se desplazaban seis a ocho perillas para formar los sumandos;una parte superior, deslizable, donde aparecían las cifras del resultado(se la corría un paso a la izquierda para multiplicar); una manivelapara efectuar las operaciones de suma y otra para borrar (llevar a

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cero) el totalizador, y una palanca, o una perilla deslizable, paraseleccionar el tipo de operación (adición, sustracción, multiplicacióno división) que se quería ejecutar.

Las máquinas del Dr. Roth

Con posterioridad a la aparición de la máquina de Thomas, F. K. Rothcompletó hacia 1842 una sumadora, que estaba contenida en una cajarectangular, en la que remplazó el mecanismo a gravedad de Pascal porotro a resorte, que actuaba cada vez que la rueda dentada volvía a cero,haciendo avanzar la rueda siguiente. Como en el Aritmómetro deThomas, las ruedas se movían en sucesión al efectuar ese transporte yno simultáneamente, como en la sumadora de Pascal (en feu de file y node peloton, como él mismo lo definió). El totalizador se ponía en cerocon la simple presión de un botón.

Dejó en cambio inconclusos, por haberse vuelto ciego, dosmodelos de calculadoras circulares, que permitían hacer las cuatrooperaciones, en las que, como antes mencionamos, llevaba a la prác-tica una idea del veneciano Poleni de 1709. Se trata del remplazo delos dientes fijos de los engranajes, por dientes movidos a resorte, quese hacían sobresalir del cuerpo de la rueda en correspondencia con lacifra inscripta. Esta solución sirvió también de alternativa al cilindroacanalado de Leibniz y fue retomada en la década de 1870 por elinventor sueco Willigodt Odhner, en la llamada luego “rueda deOdhner”.

Mencionemos, por último, la calculadora de David D. Parmalee,de 1850, y la aparición de la calculadora de teclado (con diez teclas),concebida por Castle ese mismo año y construida por el estadouni-dense Riggs en 1854. Poco después apareció una calculadora de bol-sillo, que presentó Musina en la Exposición Universal de Paris de1867.

El sueño de Babbage

Las décadas que siguieron a la aparición del Aritmómetro de Thomasde Colmar están dominadas por la figura de Charles Babbage, quenació en el Devonshire inglés en 1791. En su vida se pueden distinguir

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tres etapas. Durante la primera fue un matemático (su último trabajo deese carácter data de 1824) y durante los veinticinco años siguientes seconsagró a inventar máquinas de calcular. Sus últimos años fueron losde un viejo amargado, un excéntrico que murió completamente olvida-do en 1871.

En 1810 ingresó al Trinity College de Cambridge, donde seapasionó por el cálculo analítico. Allí descubrió la notación de Leibnizque consideró superior a la de Newton, a la que seguían aferrados losingleses. Con dos compañeros, John Frederic William Herschel, quesería un notable astrónomo, y George D. Peacock, luego matemáticoimportante, fundó la Analytical Society para imponer la notación deLeibniz en Inglaterra, lo que a la larga lograron. Para facilitarlo publi-caron un texto con ejemplos, que se utilizó en colegios mayores deCambridge.

La Difference Engine

Al morir, el padre de Babbage le dejó una herencia de 10.000 libras, loque le permitió consagrarse a su vocación más entrañable, el cálculomecánico. Babbage comenzó a diseñar su primera máquina en 1820pero su interés se remontaba a cuando tenia veinte años y habíavislumbrado las posibilidades del cálculo mecánico de las tablas mate-máticas, que, además de lo laborioso de su confección, solían estarplagadas de errores.

Para entender la solución que halló Babbage, recordemos queuna tabla numérica es una sucesión de números que poseen algunacaracterística en común y aumentan o disminuyen siguiendo determi-nada ley. Babbage buscó esa ley y halló que el mejor procedimientopara confeccionarlas era el llamado método de las diferencias finitas,que reducía su elaboración a simples sumas, que una máquina podríahacer.

Entre 1820 y 1822 Babbage logró construir una pequeña má-quina, de dos órdenes de diferencia y 6 a 8 cifras, a la que llamóDifference Engine (máquina de diferencias). Pidió y obtuvo apoyo dela Royal Society, gracias a lo cual el gobierno le otorgó en 1823 unasubvención de 1.500 libras para construir en tres años una máquinade seis órdenes de diferencias y 20 cifras.

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Cuatro años después la máquina no estaba todavía terminada y,según propia confesión, Babbage ya había gastado 6.000 libras de supeculio. Después de hacer un viaje al Continente obtuvo otras 4.500libras, que igualaron los aportes del gobierno y del propio Babbagepero no lograron que se terminara la máquina, porque en 1833 laconstrucción quedó paralizada debido a un conflicto con JosephClement, que la dirigía, considerado entonces el mejor diseñador me-cánico de Inglaterra. Luego de varios intentos de continuarla, en 1848abandonó definitivamente la construcción de la Difference Engine ydurante los tres años siguientes se puso a diseñar otra máquina simi-lar, que llamó Difference Engine No. 2, en la que aprovechó la expe-riencia adquirida durante el diseño de otra máquina, la AnalyticalEngine (máquina analítica), a la que me referiré más adelante.6

El fracaso final de sus gestiones para obtener un subsidio, pre-cipitado en 1852 por la caída del gobierno tory (conservador), termi-nó definitivamente con la dedicación de Babbage a las máquinas dediferencias. Es posible que, si su propuesta inicial hubiera sido menosambiciosa (una máquina basada en un número menor de cifras y deórdenes de diferencias), el resultado habría sido entonces exitoso,como lo probó la reciente reconstrucción de la Difference Engine 2,que funcionó perfectamente. Merece destacarse, además, el extraordi-nario refinamiento técnico que se desplegó entonces, tanto en la con-fección de los planos como en la faz mecánica, de modo tal que uncontemporáneo pudo decir que, aunque la máquina no pudo terminar-se, los fondos asignados por el gobierno habían sido más que recom-pensados con las mejoras introducidas en los mecanismos que laconstituían.

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(Continúa en página 81)

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La Analytical Engine

Durante la construcción de la primera Difference Engine, Babbage sepropuso un objetivo más ambicioso, que era llegar a órdenes superioresde diferencias para que la máquina fuera capaz de resolver funcionestrascendentes y algebraicas, lo que consideró posible si modificaba sudiseño y resolvía el problema del transporte sucesivo de las decenas.Años después alegó que había inventado un mecanismo que “preveía”ese transporte, en lugar de hacerlo después de efectuar la suma de lascifras correspondientes.

La primera referencia a esa nueva máquina apareció en unacarta de 1834, una de las varias que Babbage escribió para conseguirque el gobierno siguiera financiando la construcción, entonces parali-zada, de la Difference Engine. En 1840 el diseño estaba lo bastanteavanzado como para que Babbage pudiera exponerlo en una reunióncientífica celebrada ese año en Turín, a la que volveremos a referir-nos más adelante.

Aparte de su extrema complejidad mecánica, los rasgos distin-tivos de la Analytical Engine eran la diferenciación de las funcionesde la máquina y la utilización de tarjetas perforadas para efectuar loscálculos. En la Difference Engine las columnas que contenían losnúmeros oficiaban también de acumulador. En la Analytical Engineservían sólo para inscribir valores numéricos y las operaciones eranefectuadas por otro mecanismo. Llamó store a las columnas que con-tendrían las cifras, y mill a la calculadora. Ambas denominacioneseran utilizadas en las primitivas hilanderías inglesas, que depositabanmaterias primas y productos terminados en un depósito o almacén,separado del taller donde se los elaboraba. Señalemos, de paso, questore o storage fue el nombre que los ingleses dieron luego a la partesimilar de la computadora que en Estados Unidos llamaron memory.

Babbage tenía en mente una máquina universal, capaz de efec-tuar, con distintos mecanismos para los diferentes tipos de operacio-nes, todos los cálculos matemáticos posibles. Ello equivalía a unartefacto de tamaño infinito que trabajara durante un tiempo limitado.Babbage advirtió que se obtendría el mismo resultado en una máqui-na de tamaño limitado que recibiera órdenes durante un tiempo ilimi-tado. En sus propias palabras:

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I have converted the infinity of space, which was required by theconditions of the problem, into the infinity of time (He convertido lainfinidad de espacio, que requerían las condiciones del problema, enla infinidad del tiempo).

La idea de utilizar tarjetas perforadas habría surgido en la men-te de Babbage cuando éste observó la analogía que existía entre unamáquina matemática, que a partir de fórmulas invariables deberíapoder ejecutar un número infinito de cálculos numéricos, y un telarmecánico que había inventado el francés Joseph Marie Jacquard acomienzos del siglo XIX, que mediante un juego de tarjetas perfora-das podía repetir el mismo dibujo con una cantidad innumerable devariaciones cromáticas. Babbage solía citar el ejemplo de un retratomagnífico de Jacquard rodeado de sus máquinas, que había sido con-feccionado, en una tela de seda de 1, 50 x 1, 50 m, mediante 24.000tarjetas de 1.050 perforaciones cada una.

Babbage comenzó el diseño de la Analytical Engine en 1833 yadoptó el sistema de tarjetas perforadas en 1836, después de descartarlos cilindros perforados de las cajitas musicales. Cuando se frustró unnuevo intento suyo de lograr apoyo para la segunda Difference Engine,suspendió también el diseño de la Analytical Engine, para la quehabía confeccionado doscientos planos. Lo reanudó en 1856 y eseempeño que ocupó, con intermitencias, el resto de su vida, le llevó aconfeccionar un millar de planos y a llenar de mecanismos inconclu-sos su empobrecida mansión de Londres.

Del material conservado, de las memorias del propio Babbagey, sobre todo, de las notas que publicó Ada Byron en 1843, surge que,en términos actuales, las operaciones de la máquina serían programa-das y las instrucciones serían impartidas mediante dos clases de tarje-tas perforadas, de operación y de variables. Como explicó el propioBabbage, “las primeras [servirán] para dirigir la naturaleza de la ope-ración que se ejecutará –llamadas tarjetas de operación; las otras paradirigir las variables particulares con las cuales operarán aquellas tar-jetas –estas últimas se llaman tarjetas de variables”.

O sea que las primeras contendrían las fórmulas de cálculo ylas segundas los datos numéricos del problema a resolver, cuyos va-lores se extraerían del store. Éste se compondría de 1.000 columnas

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de 50 discos giratorios cada una, que llevarían inscriptas las cifras 0 a9, de modo que se podrían almacenar 1.000 variables de hasta 50cifras cada una. El valor numérico de cada variable se compondríaverticalmente, haciendo girar cada cilindro (de unidades, decenas,etc.) hasta que presentara la cifra correspondiente.

El mill ejecutaría las operaciones con los valores extraídos y lamáquina perforaría los resultados intermedios. Los resultados finales,que aparecerían en la columna respectiva del store, podrían tambiénser impresos por la máquina. La necesidad de introducir nuevas tarje-tas sería anunciada por una campana, que advertiría también la pre-sencia de errores.

Además de diseñar el mill, que estaría compuesto de una infini-dad de aparatos mecánicos de precisión, Babbage tuvo que idearmecanismos especiales para satisfacer todas las condiciones descriptasy resolver problemas como el transporte de decenas y el funciona-miento de las tarjetas perforadas. Para facilitar el diseño y la cons-trucción de esos complicados mecanismos, Babbage se sirvió de la“Mechanical Notation”, sistema propio de dibujo técnico que habíadado a conocer en 1826 y había utilizado en el diseño de la DifferenceEngine 2. Más que una representación gráfica normalizada era unverdadero modelo gráfico de funcionamiento, concebido con la men-talidad que más de un siglo después daría origen al PERT y a losgrafos de camino crítico.

En la elaboración de la “Analytical Engine”, Babbage contó con lacolaboración ocasional de un personaje que también ocupa un lugar enla historia. En 1832 había conocido a una niña de diecisiete años quetenía la particularidad de haber sido hija única de Lord Byron, perocuyos méritos intrínsecos eran su inteligencia y su capacidad para lamatemática. En 1835 Ada Augusta Byron se casó con el conde deLovelace y en 1842 reanudó sus estudios matemáticos, esta vez con elasesoramiento epistolar de Augustus De Morgan, que tenía un altoconcepto de su inteligencia. Al año siguiente publicó en Taylor’sScientific Memories el trabajo que le dio la fama que hoy ostenta:Sketch of the Analytical Engine Invented by Charles Babbage by L. F.Menabrea. With Notes upon the Memoir by the Translator, Ada Augusta,Countess of Lovelace, traducción anotada de un artículo que el general

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e ingeniero italiano Luigi Frederico Menabrea había publicado en 1842en la Bibliothèque Universelle de Genève.

El artículo original describía la máquina de Babbage tal como suautor la había presentado en una reunión filosófica (como se estilaballamar entonces a lo que hoy llamaríamos científica) que había sidoconvocada por el rey Carlos Alberto de Saboya y se había celebrado enTurín en 1840. A ella habia asistido, entre otros, nuestro conocidoOctavio Fabrizio Mossotti, que hacía seis años que había vuelto de suaventura rioplatense. El artículo ocupa unas veinte páginas; las notasque Ada Augusta agregó a pedido de Babbage insumen no menos decincuenta e impresionan por su profundidad y su sagacidad. Hoy en díaes frecuente que se la cite por sus luminosas anticipaciones. Escribió loque cien años después se convirtió en una cita obligada:

The Analytical Engine weaves Algebraic patterns, just as the Jacquard-loom weaves flowers and leaves (La Máquina Analítica teje desarro-llos algebraicos como el telar de Jacquard teje flores y hojas).

Las pruebas de su lucidez surgen también de citas como lasiguiente, que parecen anticiparse a refutar tantos alegatos posterioressobre la inteligencia de la computadora:

The Analytical Engine has no pretensions whatever to originateanything. It can do whatever we know how to order it to perform. (LaMáquina Analítica no pretende crear nada. Puede hacer cualquiercosa que sepamos cómo ordenarle que haga).

Lo que equivale a decir que no hace nada por su cuenta sino loque le ordena un programa concebido por un ser humano.

Ada Augusta propuso incluir a título de ejemplo una “tabla”, comola llamó entonces, y comenzó a elaborar un Diagram for the computationby the Engine of the Numbers of Bernouilli que terminó Babbage y seasemeja a lo que hoy llamaríamos un programa. Esta contribución llevóa que se la consagrara, cien años después, como la primera programadorade la historia e hizo que el Departamento de Defensa de Estados Unidospusiera el nombre de Ada a un lenguaje de programación desarrolladohacia 1980 para las fuerzas armadas de ese país.

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Los sucesores de Babbage

En 1834 una revista de Edimburgo (la Edinburgh Review que editabaDyonisius Lardner) publicó un extenso artículo sobre la DifferenceEngine, “Babbage’s Calculating Engine”, que fue leido por un editorde Estocolmo llamado Pehr Georg Scheutz. Con su hijo Edvard co-menzó a diseñar en 1835 una máquina para calcular tablas de mortali-dad, mucho más sencilla que la de Babbage (de 14 cifras y cuatrodiferencias). En 1853 terminaron, gracias a un subsidio de la Academiasueca, un primer modelo y al año siguiente llevaron la versión definiti-va a Inglaterra, donde Babbage les brindó un generoso apoyo. Su hijoHenry Prevost dibujó los planos utilizando la Mechanical Notationinventada por el propio Babbage, quien redactó los comentarios a losdibujos, además de publicar un artículo sobre la máquina en la revistade la Academia de Ciencias de París. La máquina, que fue expuesta ypremiada en la Exposición Universal de Paris de 1855, fue adquiridatres años después en 5.000 libras por el Observatorio Dudley deAlbany, New York, cuyo director era entonces Benjamin A. Gould (elmismo que, quince años después, estaría a cargo del primer observato-rio astronómico argentino). En 1863 el gobierno inglés les encargó otraDifference Engine, que fue utilizada hasta 1870 para confeccionartablas de mortalidad.

Veinte años después de la presentación de la máquina de losScheutz, otro sueco, Martín Wiberg construyó, también con apoyodel gobierno, una máquina de diferencias basada en la de Babbage,que sirvió para producir tablas matemáticas y hacerle ganar una con-decoración. De ese mismo año 1874 es otra máquina del estadouni-dense George B. Grant.

Ya entrado el siglo XX se menciona una máquina de diferen-cias que habría sido concebida por Léon Bollée, y otra construida enInglaterra por H. Hamman en 1910. Cuatro años después el NationalAlmanac Office de ese país instaló una máquina, que llamó Anti-Differencing Machine que se basaba en una máquina del estadouni-dense William S. Burroughs.

De otro carácter, y más relacionada con la Analytical Enginede Babbage, sería una calculadora logarítmica mecánica que, segúnun escrito descubierto por Brian Randell, habría comenzado a diseñar

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el contador Percy Ludgate en Dublin, Irlanda, en 1903.7 Había cono-cido la obra de Babbage a través de sus memorias de 1864, delartículo de Ada Byron y de un informe de la British Association forthe Improvement of Sciences, de 1878. Ludgate, que no dejó ningúnmodelo ni planos de su máquina, la describió como portátil (ocuparíamenos de medio metro cúbico) y capaz de hacer seis multiplicacionesde dos números de 20 cifras por minuto. Sólo se conoce el escritodescubierto por Randell, que quizá sea, como en el caso de su maes-tro Babbage, otro ejemplo de technics-fiction.

Notas

1. En el siglo XVII ingleses y holandeses se lanzaron a la conquista del planeta, traslas huellas de los conquistadores ibéricos del siglo XVI. Luego se sumaron losfranceses, temporariamente los alemanes y, tardíamente, italianos y belgas. Alcabo de casi tres siglos de expansión, esas naciones, preferentemente lasnorteuropeas, se habían repartido África y Oceania, los restos del imperio otomano,la India, Indochina e Indonesia en Asia, y la mayor parte de Norteamérica. Habíancompensado la pérdida de sus colonias, convertidas en los Estados Unidos, ayu-dando a que España y Portugal perdieran las suyas en el resto del continenteamericano.

2. El año 1870 señala el comienzo de Europa como imperio multinacional. Coincidecon la constitución del Imperio alemán y el Reino de Italia, que se suman a las“potencias” coloniales de Inglaterra, Francia y Holanda. Curiosamente, en Japón esla época de la “revolución Meiji” (1868) y, en América, la del final de la Guerra deSecesión estadounidense (1861-1865) y de la Guerra del Paraguay o de la TripleAlianza (1865-1870), las dos matanzas mayores del siglo XIX después de lasnapoleónicas.

3. Hasta 1914 el reparto del mundo por los europeos se mantuvo incólume. La guerrade 1914-1918 significó sólo un cambio de manos, cuando Alemania perdió suscolonias. En vísperas de la guerra de 1939-1945 los mapas mostraban la mismagama reducida de colores: la enorme mancha del ex-Imperio (ahora Commonwealth)británico en los cinco continentes, rodeando el mundo; las mucho menores defranceses y holandeses, y las salpicaduras de las posesiones belgas y sudeuropeas(Italia, España y Portugal). Esa ocupación estalló en un centenar de naciones enpoco más de una década posbélica, mientras las antiguas metrópolis trataban deasimilar las nuevas condiciones, en medio de la ruina material y económica.

4. Para apreciar la importancia que tenían entonces las tablas matemáticas, recorde-mos que, cuando la efímera República Francesa (1792-1804) decidió contar con lastablas logarítmicas y trigonométricas más confiables de la época, encomendó las

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Tables de Cadastre al barón Gaspard Claire F. M. Riche de Prony, destacadoingeniero e inventor. Prony, que acababa de conocer el libro de Adam Smith sobrela riqueza de las naciones y sus ideas sobre la división del trabajo, distribuyó uncentenar de calculistas en tres secciones. La primera estaba constituida por mediadocena de matemáticos de primer nivel (entre ellos Legendre y el propio Prony),que tenían a su cargo el análisis teórico del problema y la elaboración de lasfórmulas del cálculo. La segunda incluia varios calculistas expertos, capaces deconvertir las fórmulas en valores numéricos, que entregaban a un tercer grupo de60 a 80 individuos que sólo sabían hacer las cuatro operaciones y confeccionabanla primera versión de las tablas, que eran luego revisadas por los expertos. Losoriginales de las tablas de Prony (confeccionadas entre 1795 y 1802) ocuparondiecisiete tomos in folio y nunca se publicaron, pero le sirvieron a Babbage parareforzar su argumento económico a favor de la mecanización del cálculo.

5. Por ejemplo, el producto de 4 x 365 se obtenía así: 3 6 5

4 1/2 2/4 2/0 luego 1, 2+2, 4+2, 0 o sea 14606. La segunda versión de la Difference Engine, que Babbage terminó de diseñar en

1849, admitía 7 órdenes de diferencias y números de 30 cifras, que se almacenabanen ocho columnas verticales de 31 ruedas cada uno, en las que estaban grabados lascifras de 0 a 9. Los valores iniciales se armaban de abajo hacia arriba, desbloqueandoy haciendo girar a mano cada rueda hasta hallar la cifra correspondiente. Unsistema de palancas y cremalleras, situado debajo de esas ruedas, hacía subir ybajar los ejes verticales para efectuar las sumas de diferencias. Una manivela hacíagirar una pila vertical de 14 pares de levas de las que dependían los ciclos decálculo. Los números no se sumaban de derecha a izquierda, sino en dos ciclos:primero se sumaban las columnas impares y luego las pares. Cada vuelta demanivela daba un nuevo valor de la tabla de diferencias con una precisión de 30cifras y dejaba la máquina preparada para el cálculo siguiente. El mecanismo deimpresión estaba acoplado a la última columna, que registraba el resultado final.

7. En su escrito, Ludgate proponía remplazar las dos tarjetas de la Analytical Enginepor una hoja o rollo de papel perforado (formula-paper) que reuniría ambasinformaciones, en el que cada renglón de perforaciones equivaldría a un paso delproceso. Las “variables” estarían almacenadas en reglillas deslizantes, de 20 cifrascada una, que estarían provistas de pernos salientes que sobresaldrían una a diezunidades, según la cifra representada. La multiplicación se haría en el Index, almodo de las reglas de cálculo, mediante el deslizamiento de las reglillas. Unmecanismo especial convertiría previamente las cifras en sus logaritmos y haríaluego la operación inversa con el resultado, que aparecería en un tren de engrana-jes, llamado mill. Las perforaciones se harían mediante un teclado.

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LAS ANTECESORAS DE LA COMPUTADORA

Nombres citados

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Babbage, Charles, matem. ingl. (1791-1871)

Babbage, Henry Prevost, mil. ingl.(m.1910)

Bérard, Jacques Etienne, inventor fr.(s.XIX)

Boistissandeau, Hilaire o Hillerand de,inventor fr. (s.XVIII)

Bollée, Léon, inventor fr. (1870-1913)Briggs, Henry, matem. ingl. (1561-1631)

90

Burroughs, William Seward, inventorestadoun. (1857-1898)

Byron, Ada Augusta, condesa deLovelace, matem. ingl. (1816-1852)

Castle, inventor (s.XIX)Clement, Joseph, ingen. ingl. (s.XIX)Cotterell, Charles, inventor ingl. (s.XIX)De Morgan, Augustus, matem. ingl.

(1806-1871)Genaille, Henri, inventor fr. (s.XIX)Gerstern, Christian Ludovicus von, in-

ventor al. (s.XVIII)Goss, John, inventor ingl. (s.XIX)Grant, George Barnard, inventor estadoun.

(1894-1917)Grillet, René, reloj. fr. (s.XVII)Hahn, Philipp Mathäus, inventor al.

(1730-1790)Hamman, H., inventor inglés (s.XX)Herschel, John Frederick William, astrón.

ingl. (1792-1871)Jacquard, Joseph Marie, inventor fr.

(1752-1834)Jakobson, Jewna, reloj. lituano (s.XVIII)Jayet, inventor fr. (s.XIX)Kepler, Johannes, astrón. al. (1571-1630)Lagrous, inventor fr. (s.XIX)Lalanne, Léon L. C., inventor fr. (s.XIX)Lardner, Dyonisius, period. escoc.Leibniz, Gottfried Wilhelm, filós. y

matem. al. (1646-1716)Leupold, inventor (s.XVIII)Ludgate, Percy, contador irland. (1883-

1922)Maurel, inventor fr. (s.XIX)Menabrea, Luigi Frederico, ing. mil. it.

(1809-1896)Morland, Samuel, matem. ingl. (1625-

1695)Mossotti, Octavio Fabrizio, físico it.

(1791-1863)

Müller, Johann Helfrich, inventor al.(s.XVIII)

Napier, John, matemático escocés (1550-1617)

Odhner, Willigodt Theophil, inventor sue-co (1845-1905)

Oughtred, William S., matem. ingl. (1574-1660)

Parmalee, David D., inventor ingl. (s.XIX)Pascal, Blaise, filós. y matem. fr. (1623-

1662)Payen, Anselme, quím. fr. (1795-1811)Peacock, George D., matem. ingl. (1791-

1858)Pepys, Samuel, escritor ingl. (1633-1703)Pereire, Jacob Isaac, inventor fr. (s.XVIII)Petit, Pierre, inventor fr. (s.XVII)Poetius, inventor (s.XVIII)Poleni o Polenus, Giovanni P., inventor

venec. (1683-1761)Prony, Gaspard Claire F. M. barón de,

ingen. fr. (1753-1839)Randell, Brian, histor. ingl. (s.XX)Roth, F. K., inventor (s.XIX)Scheutz, Edvard R., inventor sueco (1821-

1881)Scheutz, Pehr George, inventor sueco

(1785-1873)Schickard, Wilhelm, matem. al. (1592-

1635)Schott, Gaspard, S.J., inventor al. (1608-

1666)Stanhope, Charles Mahon, conde de, in-

ventor ingl. (1753-1816)Stern, Abraham, inventor pol. (s.XIX)Thomas de Bojano, inventor fr. (s.XIX)Thomas de Colmar, Charles Xavier, in-

ventor fr. (1785-1870)Wiberg, Martin, inventor sueco (1826-

1905)

NICOLÁS BABINI

Temas de Saber y Tiempo

EL PENSAMIENTO CIENTÍFICOEN LA ARGENTINA DE ENTREGUERRAS

4Con la presente entrega, Saber y Tiempo cierra la revisión crítica de laproducción científica y filosófica de la Argentina, durante el período com-prendido entre ambas guerras mundiales, que se inició en el Nº11 de larevista. En estos trabajos finales, Omar A. BERNAOLA se refiere a la física,Alberto Guillermo RANEA a la filosofía y Diego H. DE MENDOZA y Miguel DEASÚA a la historia de la ciencia.

Omar A. Bernaola centra su relato en la figura y la obra de Ramón EnriqueGaviola, que unió a su excepcional calidad de científico una no menos intensapreocupación por la suerte de la ciencia en la Argentina.La biografía deGaviola le permite señalar el papel que, a comienzos y a fines del período deentreguerras, jugaron dos científicos extranjeros, Richard Gans y GuidoBeck, para sentar las bases de la investigación en Física, en un mediouniversitario dominado por los intereses profesionales. El trabajo revela que,hacia el final del período, la prédica y la acción de Gaviola comenzaron asurtir efecto, con la creación de las primeras carreras, los primeras centros yla primera asociación científica relacionadas con la física teórica, realizacio-nes que fueron, en gran medida, fruto de su pasión por hacer de la Argentinaun país moderno.

Alberto Guillermo Ranea ubica también, en el centro de su estudio sobre lafilosofía del período, una personalidad excepcional, como la de AlejandroKorn, cuyo pensamiento analiza a través de sus lecturas. Este enfoque singu-lar fue posible gracias a su rica biblioteca, que se conserva en la UniversidadNacional de La Plata y de la que se da cuenta en el artículo. Las reflexiones ylas agudas críticas de Korn ofrecen, al mismo tiempo, una visión de algunasde las filosofías que se cultivaban entonces en la Argentina, mientras que en elartículo se destaca la originalidad de las ideas de Korn, que ubica en un linajeque asciende hasta Juan B. Alberdi a través de Juan B. Justo.

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Diego H. de Mendoza y Miguel de Asúa caracterizan el período que precedióla creación, en 1939, del Instituto que dirigió Aldo Mieli, como fragmentario yde aportes ocasionales a la historia de la ciencia, que pareció cumplir entoncesun papel similar al de la divulgación científica.Luego de mostrar estas caracte-rísticas a través de los trabajos publicados en la Revista de Filosofía y enCursos y Conferencias, los autores describen el “primer intento sistemático deorganizar el pasado de las ciencias exactas y naturales en el país”, refiriéndosea la colección de trabajos monográficos que publicó la Sociedad CientíficaArgentina sobre la evolución de las ciencias del período 1872-1922. Al aceptarque “a todo sistema científico en expansión le corresponde una historia de laciencia vigorosa”, los autores señalan la coincidencia que hubo entre la fe en laciencia, que había entonces, y la aparición a finales de la década de 1930 delInstituto de Mieli y del Grupo Argentino de Historia de la Ciencia, en marcadocontraste con el estancamiento y la debilidad que caracterizaron tanto lainvestigación científica como la propia historia de la ciencia, en la Argentina dela posguerra.

* * *

El cierre de esta sección dedicada a tratar el pensamiento científico en laArgentina de entreguerras no significa que el tema esté agotado. Aunque elpanorama que se ofreció sobre ese período fue, posiblemente, uno de las másamplios que se hayan presentado hasta hoy, quedaron varias disciplinasimportantes sin tratar y, sobre todo, quedó abierta la polémica sobre losenfoques adoptados por los autores. Saber y Tiempo queda abierto a ambosmodos de contribuir al conocimiento de nuestro pasado reciente.

Como se señaló en la introducción a la primera entrega de este Tema, elperíodo de entreguerras ha padecido, y en muchos aspectos aún padece, undesconocimiento, cuando no una desvirtuación, a los que no han sido ajenaslas vicisitudes políticas e ideológicas que sufrió la Argentina en la segundamitad del siglo XX. En ese sentido, las manifestaciones científicas y filosóficasdel período de entreguerras siguen siendo proyectos latentes de investiga-ción, que Saber y Tiempo alentará y recibirá con el mismo empeño que guióel desarrollo del Tema que acabamos de cerrar.

SABER Y TIEMPO

SABER Y TIEMPO14 (2002). 93-118 Separata 179.14

ENRIQUE GAVIOLA Y LA FÍSICAEN LA ARGENTINA DE ENTREGUERRAS

Omar A. BernaolaComisión Nacional de Energía Atómica

Durante el período comprendido entre ambas guerras mundiales (1914-1918 y 1939-1945), se originaron modificaciones políticas, científicas,económicas y sociales que afectaron a toda la humanidad. En mayor omenor grado, todo habitante del planeta sufrió las consecuencias globalesde ese período. La histórica denominación de mundiales, para ambasguerras, evidencia acertadamente su carácter y sus consecuencias. Losefectos de la Primera constituyeron ingredientes importantes en eldesarrollo del período que estamos considerando y, a su vez, ésteúltimo influyó fuertemente en el inicio de la Segunda.

La Primera Guerra Mundial tuvo no solo efectos económicos ypolíticos, sino también científicos y culturales sobre los países deAmérica Latina. Al finalizar la guerra, Estados Unidos se convirtió enpotencia mundial y sus relaciones políticas con los restantes países semodificaron en función de este nuevo papel. Como consecuencia, seinició el desplazamiento del liderazgo de la influencia europea enaquellos campos, en particular en el que aquí nos interesa, el científi-co cultural. En el período entre guerras, tanto el francés, que eraconsiderado el idioma de las ciencias a fines del siglo XIX e iniciosdel XX, como el alemán, que dominó a continuación, comenzaron aser desplazados por el inglés. Este desplazamiento se tradujo en unahegemonía categórica desde el final de la Segunda Guerra hasta elpresente.1

La Argentina no fue ajena a estos acontecimientos y, sin em-bargo, parece existir un incomprensible olvido de esta parte de su

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historia en ese contexto. Pocos autores se han dedicado a realizar unanálisis crítico de los factores que afectaron los intereses del país. Enparticular, los aspectos científicos son casi desconocidos e injusta-mente olvidados en lo que se refiere a su desarrollo local y su contri-bución al contexto universal. Es grato, entonces, el intento de Saber yTiempo de rescatar esta falencia, ya que sin duda este desconocimien-to impide evaluar acertadamente los acontecimientos del período deentreguerras e inferir su influencia en las peculiares características denuestra sociedad actual.

Al referirnos, entonces, al período de entreguerras, la elecciónde Ramón Enrique Gaviola como representante de la física argentinadurante ese período, tiene sus razones. En esta disciplina fue el cientí-fico argentino más destacado y de mayor trascendencia en la primeramitad del siglo veinte. Resultó notable la tarea que realizó, orientadaa impactar en el desarrollo cultural, político, tecnológico y económi-co de la Argentina de entonces, mediante la promoción de actividadescientíficas, tanto en lo que se refiere a la educación como a la políticainstitucional y de Estado.

Como estudiante en Europa, específicamente en Alemania, tuvoel privilegio de contar entre sus profesores a muchos de los científi-cos más notables del siglo veinte. Pero, al mismo tiempo, fue testigode las diversas propuestas sociales y del surgimiento del nazismo,cuya ideología no se difundiría solamente en Alemania.

Se formó como científico en el hemisferio Norte, en Alemaniay Estados Unidos entre 1922 y 1929, año en que regresó a la Argenti-na. A partir de entonces se constituyó en el insobornable Quijote quese dedicaría a intentar sacar a su patria, no sólo de su atraso científi-co, sino de todas las limitaciones que le impedían ser consideradacomo un país de avanzada y futuro venturoso.

En este trabajo nos dedicaremos a recordar algunos aspectos dela vida de Gaviola en relación con este tema y a relatar algunos de susintentos por lograr un país científico moderno. En la mayoría de loscasos resultaron intentos vanos, si se los considera desde el punto devista de las expectativas de Gaviola. Seguramente la sociedad noestaba “preparada” para aceptar las ideas revolucionarias que en esemomento sostenía, pero su lucha es representativa de lo que ha pro-puesto Saber y Tiempo en cuanto al rescate de los acontecimientosproducidos durante el período de entreguerras.

OMAR A. BERNAOLA

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Gaviola en la Universidad de La Plata (1917-1922)

Gaviola nació en Mendoza, el 31 de agosto de 1900, donde terminó subachillerato en 1916. Como le interesaban las ciencias exactas, al añosiguiente se trasladó a la ciudad de La Plata, único lugar en el país quepodía ofrecerle estudios universitarios de las características, por lomenos semejantes, a las que él pretendía.

En los inicios del siglo veinte, Joaquín V. González había reor-ganizado la antigua Universidad Provincial de La Plata, para conver-tirla, en 1905, en Universidad Nacional. El 28 de Mayo de 1905,González expuso así su pensamiento:

La Universidad que se establecerá en La Plata será científica [...] Elcarácter de los sistemas antiguos es anticientífico, aunque enseñenciencias y es clásico en el sentido de limitarse a la simple imagina-ción o verbalismo, conservando las organizaciones dogmáticas, sinrelación con los cambios que todos los conocimientos han sufrido enlas últimas épocas bajo el poder del método científico (Bibiloni, 2001).

Como Director del Instituto de Física fue designado Tebaldo J.Ricaldoni, quien ejerció ese cargo desde 1906 hasta 1909, año en quese contrató en Alemania a Emil Bose para sucederlo.2 Bose fallecióde tifus el 25 de Mayo de 1911 y el Instituto quedó a cargo de K.Simon, como Director Interino, hasta 1914, cuando fue remplazadopor Richard Gans.

Gans poseía una sólida formación académica y tenía la mismaposición que Bose y su esposa Margrete Heiberg, con respecto a lainvestigación científica como actividad universitaria. El inicio de lainvestigación científica en el Instituto de Física de La Plata fue obrade estos protagonistas. La evolución del Instituto durante las primerasdécadas del siglo veinte (1909-1925) se debió, sobre todo, a EmilBose, Richard Gans, Ramón G. Loyarte y Teófilo Isnardi.

Las actividades científicas del Instituto durante ese período yla casi totalidad de los trabajos publicados, cuya media era de unosdiez por año, fueron obra de los profesores contratados en el exterior:los esposos Bose, Gans y Walter Nernst; hubo menor contribución delos argentinos Loyarte e Isnardi. La orientación de los trabajos de los

ENRIQUE GAVIOLA Y LA FÍSICA

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extranjeros estuvo directamente relacionada con las líneas de fronteraen el estudio de calores específicos a bajas temperaturas y de magne-tismo y su relación con la emergente teoría cuántica. Los físicoslocales se orientaron hacia termodinámica y, por lo general, sus tra-bajos no aparecieron en revistas internacionales (Civitarese, 2001).

Durante la gestión de Gans se dio gran impulso a las tareas deinvestigación. Entre 1914 y 1918 Gans produjo unas veinte publica-ciones, la mayor parte en las Memorias de la Facultad de CienciasFisicomatemáticas (Andrini, 2001). Entre 1918 y 1925 estudió lasteorías moleculares del magnetismo, la teoría molecular de losdieléctricos y las teorías sobre dispersión de la luz en medios coloidalesy dieléctricos (Civitarese, 2001).

Gans debió dedicar, sin embargo, cada vez más tiempo a resol-ver problemas internos, debido al aislamiento científico y a los con-flictos que se producían entre los miembros del Instituto. En particu-lar, las confrontaciones entre Loyarte e Isnardi, y entre Gans e Isnardi,3

superaron el marco de los antagonismons personales y comprometie-ron seriamente a la Institución. Seguramente por estas razones, en1925 Gans decidió regresar a Alemania, donde fue designado Profe-sor en la Universidad de Königsberg. En 1926 fue sucedido por Loyarteen la Dirección, hasta 1928.

Con la ida de Gans, los conflictos latentes entre los defensores de lainvestigación como generadora de conocimientos y sustento de la actividaduniversitaria (Bose, Gans) y los defensores de la ciencia profesionalizada(profesores con formación tradicional, como Loyarte e Isnardi) se transfor-maron en conflictos reales y cambiaron definitivamente el panorama de laFísica en La Plata. Civitarese (2001) lo describe así:

Con el regreso de Gans a Alemania en 1926 desaparecen de la escenaplatense los defensores de la posición científica y el camino quedólibre para personas que defendieron actitudes más profesionalistas opuramente docentes.

Esta situación se tradujo en una notable declinación del niveldel Instituto y de su producción científica, desde 1925 hasta 1950. Enese ambiente universitario, Juan Bernardo Collo y Teófilo Isnardirecibieron el doctorado en 1912, Ramón Godofredo Loyarte en 1913,

OMAR A. BERNAOLA

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Héctor Francisco Benito Isnardi en 1916, Juan Adolfo Wilken en1917, Enrique Loedel Palumbo en 1925 y Rafael Grinfeld en 1928.Habría que esperar hasta 1936 para que se otorgara un nuevo doctora-do, el de Ernesto Sábato (Westerkamp, 1975).

Civitarese (2001) lo resume en estos términos:

El comienzo de las actividades en Física en la Argentina, debe bus-carse en la organización del Instituto de Física de la Universidad deLa Plata, en su relación con los desarrollos de la Física de comienzosde siglo y su posterior transformación en un Centro dedicado a ladocencia, sin mayor impacto en las contribuciones científicas.

A ese lugar llegó Gaviola, en 1917, y se inscribió como alum-no en Ingeniería. Pero ya el primer año, al concurrir a las clases deRichard Gans y Hugo Broggi, descubrió que existían estudios másexactos que los de ingeniería (Bernaola, 1990; 2001 a, b). Como lorelata él mismo:

Al final de 1918 hablé con Gans. Le dije que quería estudiar Física yno ingeniería. Me respondió que si quería estudiar Física de veras, nopodía hacerlo en Argentina, que tenía que irme al extranjero, preferi-blemente a Alemania (Grünfeld, 1997; Bernaola, 1990; 2001b).

Gaviola aceptó la sugerencia de Gans aunque sus recursos eco-nómicos no le permitían tomar esa decisión. Su padre, DomingoGaviola, que en una época había tenido una situación económicaholgada, había perdido parte de su fortuna y no podía ayudarlo. Deci-dió, entonces, optar por un camino más corto, graduarse como agri-mensor y realizar, luego, trabajos de mensura en su provincia. Deesta forma reunió algún dinero que le permitió viajar a Europa ypagar sus estudios en la Universidad. En marzo de 1922 se embarcóen tercera clase del Cap Polonio, un barco alemán que realizaba eltrayecto entre Sudamérica y el puerto de Hamburgo.

ENRIQUE GAVIOLA Y LA FÍSICA

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Gaviola fuera de la Argentina (1922 -1929)

Durante la década de 1920, los avances más importantes de la Físicatenían lugar en Europa, principalmente en Alemania. En esa década lasprincipales predicciones de la teoría de la relatividad de Einsteinhabían sido confirmadas experimentalmente. Ya estaban establecidaslas leyes de Planck y eran conocidas las leyes del decaimiento de losátomos. Se discutía sobre mecánica cuántica, sobre mecánicaondulatoria, sobre interacciones campo-materia, sobre los procesos deemisión y absorción atómica y ya era conocida la curva que describía eldefecto de masa. Se realizaban avances en ferromagnetismo, enconductividad térmica y eléctrica, efecto Raman, la naturalezaondulatoria de los electrones y se desarrollaba la teoría que describiríael comportamiento de las moléculas diatómicas. Es decir, se estable-cían las bases de la Física moderna.

A ese lugar y en esas circunstancias llegaría Gaviola. A media-dos de 1922 se inscribió en la Facultad de Ciencias Naturales y Mate-máticas de la Georg August Universität de Göttingen. Allí asistió alos cursos de, entre otros, James Franck, David Gilbert, RichardCourant, Max Born y Richard Pohl. A fines de 1923 se trasladó a laFriedrich Wilhelms Universität de Berlín, donde tuvo como profeso-res, entre otros, a: Max Planck, Max von Laue, Richard Edler vonMises, Peter Pringsheim, Albert Einstein, Walter Nernst y LiseMeitner. Es decir, que asistió a cursos de dos Premios Nobel enGöttingen y de cuatro en Berlín

Los profesores en Berlín se percataron enseguida de la capaci-dad de Gaviola para la investigación. Por esa razón, en el otoño de1923, mientras asistía al cuarto semestre de su carrera universitaria,Peter Pringsheim lo incorporó a su grupo de investigación. Gaviola fueuno de los pocos estudiantes que tuvo semejante privilegio, ya que elambiente académico en que estudió era muy cerrado y no cualquieraera aceptado en ese círculo de notables. Gaviola demostró que era unode ellos. Esas circunstancias lo convirtieron, además, en testigo presen-cial de acontecimientos históricos, tanto científicos como políticos ysociales, que cambiarían el futuro de la humanidad y le aportaron unaexperiencia que se pondría en evidencia posteriormente.

Las relaciones de Gaviola con los científicos que había conoci-do en Europa se mantendrían a través de los años y seguramente

OMAR A. BERNAOLA

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influyeron en sus hábitos y costumbres. Le permitieron, por vivenciapersonal, adquirir un cabal convencimiento de que el progreso y eldesarrollo de un país se basan, fundamentalmente, en su capacidadcientífico-tecnológica y en la habilidad de sus gobernantes para suadecuada utilización.

Al completar sus estudios universitarios, el 6 de junio de 1926le fue otorgado el diploma de Philosophiae Doctoris et ArtiumLiberalium Magister. Previamente, ante un jurado integrado por pro-fesores del nivel de los antes mencionados, había presentado su tesis,que aprobó con la calificación de Magna cum Laude y se publicó enAnnalen der Physik, 81, 681, 1926. Con anterioridad, siendo estu-diante, ya había publicado cinco artículos en Zeitschrift für Physik,cuatro de ellos en colaboración con Pringshiem.

Este conjunto de publicaciones, sobre temas relacionados confluorescencia y polarización, junto con otros tres que publicó a conti-nuación, entre los que se incluía el diseño y construcción de unfluorómetro de fase (Weber, 1998), establecieron los fundamentosteóricos y experimentales en este campo, ya que el aparato que cons-truyó permitía evaluar la fluorescencia de diversos materiales y medircon precisión el tiempo de vida de los estados excitados de los áto-mos emisores. Este logro dio origen a una nueva disciplina en biolo-gía y bioquímica: la espectroscopía fluorescente, que en las décadasposteriores, con la aparición de los fotomultiplicadores, constituyóuna herramienta esencial en la evaluación del comportamientohidrodinámico de las proteínas.

Luego de su graduación, trabajó con el Premio Nobel JeanBaptiste Perrin, pero Einstein le sugirió que se postulara para unabeca en Estados Unidos para trabajar con Robert Williams Wood, enBaltimore, en efecto Doppler transversal, algunas de cuyas caracterís-ticas habían sido predichas por la teoría de la relatividad. El 22 dejunio de 1927 el International Education Board le concedió la beca yel 7 de noviembre mereció un Fellowship de la Johns HopkinsUniversity de Baltimore, un Fellowship para el año lectivo 1927-1928, el primero otorgado a un latinoamericano.

Hasta ese momento la mayoría de los trabajos que había reali-zado eran de carácter teórico, pero ya asomaba su gran pasión por loexperimental, como lo demuestra la construcción del fluorómetro ya

ENRIQUE GAVIOLA Y LA FÍSICA

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mencionado. Por tal motivo, se trasladó en 1928 a la CarnegieInstitution de Washington para trabajar con Merle Tuve y HarryLawrence Hafstad en técnicas de vacío y alta tensión. El trabajo querealizaron fue notable y con el equipo que construyeron lograronobtener 5, 2 MV. Esto permitió abrir la física nuclear al campo expe-rimental, que en ese momento estaba limitado porque se contaba sólocon equipos con voltajes poco mayores a 1 MV. Además, los escasosequipos existentes habían estado orientados a aplicaciones de altatensión y potencia, mientras que el construido por ellos se orientabahacia investigación básica acerca de la estructura del núcleo atómico.Por esa razón dicho equipo es considerado como el primer anteceden-te importante de un acelerador de partículas. Una foto del equipo ysus constructores, considerada documento histórico, se encuentra enel Museo de Ciencia y Tecnología de la Smithsonian Institution enWashington D.C.

También en 1928 participó, aunque sólo parcialmente, en estu-dios sobre localización de objetos en la atmósfera aplicando la tecno-logía temprana del radar. Al mismo tiempo, los trabajos experimenta-les que realizaba sobre las características de las líneas espectrales delmercurio, permitieron analizar en forma crítica la teoría de Schrödinger.

Uno de los artículos que publicó sobre este tema, en Nature,está relacionado con los orígenes del laser. Por su importancia sereproduce una referencia de A. E. Siegman, de la Stanford University,en su libro clásico sobre Lasers:

Los conceptos básicos de los procesos de emisión estimulada y laposibilidad de “absorción negativa” coherente de los átomos en elnivel superior de una transición atómica, fueron claramente estableci-dos por A. Einstein en “On the quantum theory of radiation”.Physikalische Zeitschrift 18: 121 (1917), y nuevamente por R.C.Tolman en “Duration of molecules in upper quantum states”, Rev.Mod. Phys. 23: 693-709 (June 1924). Un interesante e instructivoestudio temprano sobre emisión espontánea pura de los átomos, fuereportado por E. Gaviola en “An experimental test of Schrödinger’stheory”, Nature 122, 722 (1928). Gaviola observó las líneas de emi-sión espontánea de una descarga en mercurio de 435.8 y 404.6 nmdel nivel superior común 23 S1 hacia los niveles inferiores 23

P1 y 23 P0,

OMAR A. BERNAOLA

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bajo amplias variaciones de presión y con varios gases adicionalesutilizados como “buffer”. Podía esperarse que las poblaciones relati-vas de esos niveles variaran ampliamente bajo condiciones tan dife-rentes. Aunque Gaviola no tenía forma de medir ninguna de estaspoblaciones, pudo observar que la relación de intensidades entre laslíneas de 435.8 y 404.6 nm, permanecía constante, aun cuando susintensidades absolutas variaran ampliamente. Esto indicaba fuerte-mente que la relación de las emisiones de estas transiciones dependíasolamente de su población común del nivel superior y no de suspoblaciones en los niveles inferiores (Siegman, 1986).

Usualmente se considera que 1955 es el año del surgimientodel laser, ya que en ese año J. P. Gordon, H. J. Zeiger y C. H. Townespublicaron “The maser, new type of microwave amplifier, frecuencystandard and spectrometer”. Phys. Rev. 18: 1264-1274 (August 15,1955), donde se describían las técnicas para la contrucción de lasventanas de extracción del haz. Pero la primera verificación experi-mental del fenómeno fue realizada por Gaviola, 27 años antes(Siegman, 1986). En 1929 publicó en Physical Review el notabletrabajo “On time lags in fluorescence and in the Kerr and Faradayeffects”.

El paso de Gaviola por la Universidad de La Plata (1929)

Gaviola tenía 29 años y ya era una figura de renombre internacional.Los homenajes se sucedían en todos los lugares donde se presentaba.Sin embargo, en la Argentina era casi un desconocido. A pesar de estasingratitudes Gaviola deseaba regresar al país, en particular a su lugarde origen, la Universidad de La Plata.

Cuando en la Carnegie Institution de Washington se enteraronde la irrevocable decisión de Gaviola de regresar a la Argentina, lolamentaron. J. A. Fleming, asistente del Director del Departamentode Investigaciones en Magnetismo Terrestre, le escribió con carácteroficial:

Ha sido un verdadero placer haber contado con usted en nuestroDepartamento y esperamos que mantenga el contacto con nosotros

ENRIQUE GAVIOLA Y LA FÍSICA

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[...] Tanto yo, como sus amigos del Departamento, nos unimos paradesearle un gran éxito en su nuevo trabajo.

Le comentaba, además, que la Institución había decidido pa-garle algunos días adicionales, después de su partida, como agradeci-miento por la labor que había realizado (Fleming, 1929).

Aunque al mismo tiempo se le había ofrecido una cátedra en laUniversidad de Wisconsin, optó por regresar a La Plata donde Loyartelo designó, el 11 de abril de 1929, investigador (Loyarte, 1929) y, enagosto, profesor suplente de Física Teórica. Después de siete añosexcepcionales en Alemania y Estados Unidos, regresaba a la institu-ción donde había dado sus primeros pasos en Física. Volvía con unaformación profesional única, lleno de entusiasmo y empuje. Confiabaen que su ejemplo y su gran capacidad de trabajo le permitirían lograrque la ciencia floreciera realmente en la Argentina. En esa época,sólo en dos lugares, la Universidad de La Plata y el Observatorio deCórdoba, se realizaban trabajos que podían considerarse verdadera-mente científicos.

Su regreso suscitó grandes esperanzas en el Instituto de Físicaya que, con el alejamiento de Gans en 1925, se había producido ungran vacío. Desgraciadamente, el ambiente del Instituto seguía conta-minado por rencillas internas que imposibilitaban concretar un traba-jo serio e impedían planificar el futuro. Intentó formar un grupo deinvestigación con Hilario Magliano, Alberto Sagastume Berra, Enri-que Loedel Palumbo y algunos estudiantes jóvenes, pero su intentono tuvo éxito y pronto se convenció de la inutilidad de “hacer Física”en esos momentos en La Plata (Westerkamp, 1975; Mariscotti, 1985).

Su utopía inicial no se había cumplido. Como dice Mariscotti,hubo en realidad dos retornos de Gaviola a Argentina y el primero, aLa Plata, fue un fracaso:

Volvía con una aureola merecida y lo esperaban como a un hijopredilecto. Desgraciadamente, en La Plata se encontró envuelto enuna rencilla de dudoso nivel, en la que se negó a participar, no obs-tante lo cual quedó sujeto a las presiones de las partes que se disputa-ban su apoyo. Nos referimos a la famosa polémica entre Loyarte yLoedel a raíz de la insistencia del primero sobre la pretendida exis-

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tencia de un nuevo número cuántico. Gaviola la recuerda así: “Porsupuesto la cosa no tenía sentido. Loedel le hizo una crítica muysevera a Loyarte y naturalmente se pelearon. Hasta libros se hanescrito criticándose uno al otro. ¿Y quien ganó? Políticamente ganóLoyarte, porque tenía influencia política. Loedel no tenía ninguna.Entonces se fue al interior [...] se fue a San Juan”. En esas condicio-nes Gaviola se cansó y a los seis meses se fue a Berlín con idea de novolver a Argentina (Mariscotti, 1985).

Durante su corta estada en La Plata, Gaviola publicó dos artí-culos notables en la publicación de la Universidad Contribuciones alEstudio de las Ciencias: “Una prueba experimental de la teoría deSchröedinger” y “Dualidad y Determinismo: El sistema doble de con-ceptos usados en la física y la ley de causa efecto”. Westerkamp(1975) se refirió así a estos trabajos:

En el primero señaló un hecho experimental importante en la inter-pretación de la mecánica cuántica, aun cuando el artículo permane-ciera por mucho tiempo relativamente ignorado. El segundo es unaexcelente exposición crítica de la situación en que se encontraba lafísica en la época en que fue escrito. La lectura de ambos artículos es,aún hoy, de gran provecho para entender muchos aspectos de la físicacuántica.

El paso de Gaviola por Europa (1930)

De vuelta en Alemania, Gaviola se puso en contacto con Schrödinger,con quien tuvo oportunidad de discutir su trabajo Dualidad yDeterminismo y, principalmente, el artículo crítico que él había publi-cado en Nature (Westerkamp, 1975). Muchos años después, en 1958, elCentro de Estudiantes de Física y Matemática de la Facultad de Cien-cias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires, volvió apublicar el artículo sobre dualidad y determinismo, con el agregado deun texto final de Gaviola que decía:

Treinta años después: el trabajo sobre el dualismo onda corpúsculofue expuesto inicialmente en el Seminario de Física de Johns Hopkins

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en Baltimore, en 1928. Una nota corta apareció en Nature del 20 deabril de 1929. El artículo detallado fue publicado en la Zeitschrift fürPhysik en el tomo 58 página 651 de 1929 primero, y después enContribuciones al Estudio de las Ciencias de La Plata en el tomo V,página 243 de 1931. En la misma época (1930), apareció un librobreve de W. Heisenberg titulado Die physikalischen Prinzipien derQuantentheorie (S. Hirsel, Leipzig). En él está expuesto el punto devista de la Escuela de Copenhagen por uno de sus principales maes-tros. El creador de la Escuela, Niels Bohr, publicó posteriormente, enel tomo dedicado a Einstein de la Biblioteca de Filósofos Vivos, suslargas discusiones con Einstein sobre el tema. En fecha reciente, HenryMorgenau ha hecho una notable presentación del problema en sulibro The Nature of Physical Reality (Mc Graw Hill, 1950). Poco seha adelantado en 30 años. Algunos, obedeciendo instrucciones deorganismos políticos, han intentado, en los últimos 5 años, una vueltaa un determinismo “materialista” sin renunciar a los corpúsculos de lamateria ni a las ondas de luz. Los intentos no pasan de ser dualismossuperpuestos, con todas sus contradicciones. Los autores parecen noconocer la abundante literatura de hace una generación. La solucióndel viejo problema no puede estar en ignorar lo ya conocido, sino ensuperarlo (Gaviola, 1958).

El regreso definitivo a la Argentina (1930-1945)

Pero el nuevo paso de Gaviola por Alemania fue corto. Después de sufrustración inicial, había decidido regresar a la Argentina. Su experien-cia en Europa y en Estados Unidos lo había convencido de que debía, ypodía, cambiarse la situación en que se encontraba la ciencia argentinay para ello traía planes, proyectos e ideas que, con su natural empuje ylaboriosidad, pensaba podían ponerse en vigencia sin demoras.

El plan de Gaviola no sólo pretendía cambiar las condicionesen que se encontraba la ciencia argentina sino, a través de ella,modificar las condiciones del país en su conjunto (Gaviola, 1931).Lo fundamentaba en la formación ética en la Universidad de loslíderes científicos y políticos que, naturalmente, al cabo de ciertotiempo serían los encargados de dirigir los destinos del país. Decíaal respecto:

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Los gobernantes de cualquier nación son los egresadosuniversitarios de veinte a cuarenta años atrás. La calidadintelectual y moral de las universidades de una época fija lacalidad intelectual y moral del gobierno veinte a cuarentaaños más tarde (Gaviola, 1959).

Pero también alertó sobre el extremo respeto y cuidado quedebía prestarse a los responsables de formar los futuros dirigentes delpaís:

El catedrático universitario es responsable de la formación definitivadel carácter de la crema intelectual de la próxima generación del país.El profesor moldea entre sus manos la mente de los futuros dirigentesde la Nación. Su responsabilidad es tanta o mayor que la de unmagistrado. El sueldo de un cargo debe estar de acuerdo con la res-ponsabilidad inherente al mismo. Profesores hambrientos solo podránformar futuros profesionales hambrientos y futuros gobernantes insa-ciables (Gaviola, 1931).4

El segundo retorno de Gaviola se produjo en 1930 cuandoaceptó el ofrecimiento del decano Enrique Butty, para hacerse cargode las cátedras de Fisicoquímica y de Física Teórica de la FCEFN dela UBA. Ante su insistencia logró que se dictaran, por primera vez ybajo su dirección, Electromagnetismo, Termodinámica de la radia-ción, Teoría cinética y Teoría cuántica, que hasta entonces no figura-ban en el plan de estudios.

Sin embargo, no permanecería más de cuatro años en esoscargos, ya que no lograba concretar los resultados esperados en elcambio que pretendía en la Facultad.5 Renunció el 5 de abril de 1933y, a continuación, obtuvo una beca del gobierno español para trabajaren espectroscopía con Miguel Catalán Ceñudo, en el InstitutoRockefeller de Madrid (Magallón Portolés, 1998). Durante su estadaen España se le otorgó una beca de la John Simon Guggenhem Me-morial Foundation, para trabajar en fisicoquímica con el futuro Pre-mio Nobel, Linus Carl Pauling (Mariscotti, 1983).

En la Argentina, como ya mencionamos, existía entonces otra institu-ción en la que se realizaban importantes trabajos de investigación: el

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Observatorio Astronómico de Córdoba, aunque desde su fundación porSarmiento en 1871 y bajo la dirección, primero, de Benjamin ApthorpGould y, luego, de John Macon Thome y Charles Dillon Perrine, sehabía dedicado sobre todo a trabajos de astrometría (Chaudet, 1926).En 1909, al hacerse cargo de la Dirección, Perrine tenía planeadoconvertirlo en un instituto de investigaciones astrofísicas. Sin embar-go, hasta mediados de la década de 1930 no se había logrado concretarla instalación de un gran telescopio, equipamiento esencial para cum-plir con ese proyecto. Además, desde su fundación hasta 1936, en quePerrine dejó el Observatorio, casi todos los investigadores eran estado-unidenses y no se había formado a astrónomos argentinos ni se contabacon estudiantes que participaran en los trabajos.

Precisamente, ambas circunstancias constituyeron los principa-les argumentos que alimentaron las críticas desfavorables, tanto anivel gubernamental, como político, universitario y público. Esto lle-vó a la intervención del Observatorio en 1933 para lo cual se designóuna Comisión investigadora constituida por Félix Aguilar y NorbertoB. Cobos, que tenía como misión definir su futuro como institución.Una de las soluciones propuesta, era desmantelarla y enviar algunosde sus instrumentos a una nueva instalación que se localizaría en elextremo sur del país y su cese de actividades como centro astronómi-co. Otra propuesta sugería que debía dedicarse solo a temas talescomo meteorología e instrucción en materia de geografía, geofísica yconfección de mapas, pero sin realizar investigaciones en el campoastronómico.

A fin de dar una respuesta definitiva a la situación del Obser-vatorio, en 1934, Félix Aguilar solicitó la presencia de Gaviola enArgentina, quien a pesar de los sinsabores y las frustraciones pasadas,prefirió regresar nuevamente ante el llamado de su país.

Sin descuidar los compromisos adquiridos con su beca de laMemorial Foundation, realizó un corto viaje a Argentina para poner-se al tanto del nuevo desafío que se le presentaba.

Cuando fue convocado por Aguilar, la dificultad principal delObservatorio era no disponer del gran telescopio proyectado porPerrine. El primer paso que dio Gaviola para enfrentarla fue aprenderempíricamente sobre el tema. Para ello, en 1935, reorientó los objeti-vos de su modesta beca y decidió trabajar durante trece meses con

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John Strong, en el lugar más especializado entonces en construcciónde telescopios, el California Institute of Technology.

En este caso se vuelve a apreciar la tremenda versatilidad deGaviola y se ponen en evidencia dos de los factores determinantes desu éxito: su capacidad científica y el nivel y experiencia adquiridascon los notables maestros que lo formaron. Gaviola no se había for-mado como óptico ni como astrónomo y sus trabajos iniciales sedesarrollaron en el campo teórico. Sin embargo su gran pasión era lafísica experimental, como lo habría de demostrar en los años siguien-tes, al lograr sus éxitos más importantes en esa orientación.

A partir de entonces, Gaviola revolucionaría la tecnología deconstrucción de telescopios, principalmente en lo referido a la altaprecisión requerida para la configuración de la superficie reflectorade grandes espejos. En forma secuencial, y a medida que se compro-metía en aspectos de mayor complejidad, hizo labor pionera en dife-rentes innovaciones en este campo:

- Análisis del camino libre medio de las partículas de materialutilizado durante el esmerilado de superficies ópticas.

- Análisis espectroscópico del material utilizado para el metali-zado en vacío de las superficies ópticas. Esto permitió lograr elprimer control de calidad del material depositado sobre lassuperficies reflectoras.

- Remplazo de la técnica de configuración mecánica de la topo-grafía superficial de grandes espejos, por la de depósitos deespesor variable previamente planificados. Esto permitió corre-gir espejos defectuosos, construir espejos parabólicos y realizarconfigurados no axiales

- Remplazo del tratamiento integral de la superficie de los espe-jos, por un análisis y configuración de tipo diferencial, previo ala configuración integral final. Esto último permitió reducir amás de un tercio la cantidad de personal, dinero y tiempo quese requería anteriormente pero, por sobre todo, logró precisio-nes en la configuración de grandes espejos imposibles de obte-ner con las técnicas clásicas. Fue particularmente importanteeste logro, para concretar la habilitación del gran espejo de 200pulgadas de Mount Wilson, que entonces tenía una demora demás de cinco años debido a la carencia de soluciones tecnoló-gicas adecuadas.

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Finalmente, junto con Ricardo Platzeck, puso el broche final enesta tecnología, con el notable método de la Cáustica, que se basaba enel análisis de la línea de los centros de curvatura de los elementos de lasuperficie óptica y mediante cuya aplicación se logró el verdaderocontrol de las aberraciones longitudinales y transversales y del astig-matismo en las superficies ópticas, con una precisión bastante mejorque un centésimo de longitud de onda del espectro de luz visible.

Estos trabajos dieron gran prestigio internacional a Gaviola. En todoslos lugares en que se presentaba era consultado sobre los temas másdiversos. Science Service describió en los números de enero, febrero ymarzo de 1940, los trabajos de Gaviola y Platzeck. En uno de ellosdecía: Si la mecánica fina de hoy en día trabaja con la precisión de 1/20.000 de pulgada, el trabajo óptico de espejos se ha ocupado deprecisiones de alrededor de 1/400.000 de pulgada. La prueba deGaviola se ocupa de precisiones de alrededor de 1/4.000.000 depulgada. En otro número, comparando el método de Gaviola y Platzeckcon el de Foucault, expresaba: La prueba de Gaviola facilita la deter-minación exacta de ambas variaciones (cambios de curvatura y deinclinación); la prueba de Foucault no (Science Service, 1940).

Gaviola recibió numerosas cartas de reconocimiento de Esta-dos Unidos por los logros obtenidos. A título de ejemplo: John A.Anderson, Director del Observatorio Astrofísico del California Instituteof Technology, manifestó: Deseo expresarles mi gran admiraciónpor este trabajo [...] Han hecho una obra maravillosa que, estoyseguro, llegará a ser clásica (Gaviola, 1940).

Conviene recordar, además, que durante la década de 1930 enque Gaviola estuvo en Europa y Estados Unidos, los avances másimportantes en Física tenían lugar en esos países, lo que le permitiómantener contactos personales con sus principales protagonistas. Serealizaban trabajos en decaimiento beta, en dispersión de partículasalfa y en procesos nucleares. Con la espectrometría nuclear se deter-minaban momentos angulares de niveles nucleares y se establecía laestructura del núcleo atómico. Se utilizaba el modelo de capas y ya sehablaba de la posibilidad de la fisión del uranio. Se descubrieron,también en ese período, el neutrón y el positrón.

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Después de los trabajos que realizó en 1935 en Mount Wilson,Gaviola fue nombrado en 1936 Jefe interino del Departamento deAstrofísica y profesor de Astrofísica en la Universidad de La Platapara el período 1936-1937. La física había tomado un nuevo impulsoen La Plata y, al finalizar esa década se habían graduado RobertoMercader, Ernesto Sábato, Florencio Charola y Alfredo Mercader(Westerkamp, 1975).

El 31 de octubre de 1936, Aguilar fue designado Director inte-rino del Observatorio de Córdoba y en noviembre solicitó a Gaviolaque evaluara las condiciones en que se encontraba el gran telescopioreflector. El extenso informe que presentó Gaviola constituyó el pri-mer peritaje técnico, veraz e imparcial, sobre las condiciones realesen que se encontraba el proyecto del gran telescopio.

El 15 de junio de 1937, Juan José Nissen fue nombrado Direc-tor del Observatorio de Córdoba y quince días más tarde Gaviola fuedesignado responsable de la Estación de Astrofísica de Bosque Ale-gre. La labor que realizaron para lograr el rescate de las actividadesdel Observatorio fue notable y en agosto de 1938, finalmente, seenvió el disco de vidrio para la configuración del gran espejo a G. W.Fecker de Pittsburg, Estados Unidos. Las innovaciones que habíaintroducido Gaviola en la configuración de espejos astronómicos, cuan-do fueron aplicadas por Fecker, permitieron lograr también la termi-nación del gran espejo destinado al Observatorio de Córdoba. El 15de mayo de 1939 se encargó a Gaviola que viajara a Estados Unidospara efectuar la recepción formal del espejo con su configuraciónfinal. El 16 de enero de 1940 el espejo arribó, finalmente, al puerto deBuenos Aires.

Nissen renunció a la Dirección del Observatorio a fines defebrero de 1940 y el 3 de marzo fue nombrado Gaviola en su remplazo.El inicio de la gestión de Gaviola al frente del Observatorio inaugura-ría una nueva etapa en la ciencia argentina. Como siempre, su trabajofue sin desmayos y obsesivo, aun en los detalles. Desarrollaba unacarrera contra el tiempo para tratar que la Estación de Astrofísica deBosque Alegre, donde se instalaría el nuevo telescopio, se pudieraponer en operación. Lo logró el 5 de julio de 1942 cuando las instala-ciones fueron finalmente inauguradas, con gran asistencia de públicoy de funcionarios del país y del extranjero.

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Gaviola aprovechó la presencia de los numerosos investigado-res para realizar el Pequeño Congreso de Astronomía y Física, poste-riormente considerado como la primera reunión de la AsociaciónFísica Argentina (AFA), que más adelante se concretaría formalmen-te, también por iniciativa suya. A partir de esta inauguración, el Ob-servatorio inició un período de producción científica que se tradujoen importantes aportes a la Astronomía.

El principal acontecimiento de 1943 fue la contratación de GuidoBeck, a quien Gaviola había salvado de la Segunda Guerra Mundial,lo cual por su calidad de judío significó, seguramente, salvar su vida.La llegada de Beck significaría el nacimiento de la Física Teóricaorganizada en Argentina y también, por su influencia, en Brasil. Comoproducto de esa labor se formaron, entre otros, Mario Bunge, ErnestoSábato, José Antonio Balseiro, Alberto Maiztegui, Fidel Alsina Fuer-tes, Cecilia Mossin Kottin y Daniel Canals Frau.

En ese mismo año se puso en operaciones el primerespectrógrafo estelar del mundo, que fue construido por Gaviola enCórdoba. George D. Birkhoff, Decano de la Facultad de Ciencias dela Universidad Harvard, 6 al contemplar el espectrógrafo de Gaviolaexclamó: Esta es la verdadera Declaración de independencia argen-tina (Gaviola, 1944). Así se calificó la labor que logró impulsarGaviola en el Observatorio de Córdoba durante su gestión como Di-rector. En 1944 dió a conocer su proyecto de fundación de un Institu-to, que denominó Escuela de Astronomía, Meteorología y Física, paraformar profesionales argentinos en esos campos.

Mientras tanto, la situación internacional había sufrido profun-das modificaciones por efecto de la Segunda Guerra Mundial. Laimportancia de los aspectos científicos y tecnológicos en el desarrollode la guerra, había determinado una nueva política de estado. Laciencia había perdido la “inocencia” de los años anteriores y el secre-to se imponía como norma.

Gaviola supo analizar la nueva situación mundial, las nuevasrelaciones que se habían creado entre ciencia y guerra, la persecucióneuropea, el progreso de Estados Unidos y de Europa entre 1930 y1940 y la actitud de los países beligerantes, respecto del secreto cien-tífico. Veía esta situación como una oportunidad única para la Argen-tina y expuso las medidas que debía adoptar el Estado para obtener

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beneficios para el desarrollo científico e industrial del país. Hastaredactó un proyecto detallado de ley de creación de la ComisiónNacional de Investigaciones Científicas, que tendría un Director Ge-neral con rango de Ministro Secretario de Estado. Era un planteovisionario de lo que posteriormente se convertiría en Consejo Nacio-nal de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) y Secretaríade Ciencia y Técnica (SECYT) (Gaviola, 1946a, b).

Gaviola publicó un artículo en la Revista de la Unión Matemá-tica Argentina sobre “Empleo de la energía atómica (nuclear) parafines industriales y militares”. En ese trabajo realizó no sólo unarevisión histórica del tema y una descripción detallada de los concep-tos básicos y tecnológicos del proceso de fisión nuclear: planteó hi-pótesis sobre las características de la bomba atómica desarrollada porEstados Unidos y hasta incluyó un diagrama de cómo había sido eldiseño experimental. Resulta asombroso comprobar cómo, pese alestricto y riguroso secreto que se guardaba sobre el tema, podía haberen la remota ciudad de Córdoba, una persona que estuviera al corrien-te de tantos detalles, con una versación que luego se comprobó queera real en cada uno de sus aspectos fundamentales.

Más aún, si se recuerda que Gaviola no era un físico nuclear,sino un buen teórico y un experimentador excepcional, aunque noespecíficamente en el tema que tratamos. Su caso es el mejor ejem-plo, y el definitivo argumento, para avalar lo que propugnaba: el paísdebe contar (y saber utilizar) los hombres de excepción que como“rara avis” surgen muy esporádicamente en cada sociedad. Sólo ba-sándose en su buena utilización se puede lograr un avance verdaderoen todos los campos del quehacer de un país (Gaviola, 1945 a).

Gaviola consideraba que el país contaba con suficiente dinero y, por lotanto, los planes podían ser ambiciosos ya que en ciencia estaba casitodo por hacer. Estaba convencido de que

[...] una coyuntura tan favorable como la presente para convertir a laArgentina en un país civilizado y culto puede no volver a presentarseen los próximos 100 años (Mariscotti, 1985).

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Decía entonces que

Había que buscar candidatos en Inglaterra, Francia, Italia y Alemania,entre los hombres de valor desplazados por las consecuencias de laguerra. Y había que hacerlo pronto, pues varios países, entre ellosRusia y los Estados Unidos mismos, estaban tratando de atraer a esoshombres de ciencia con ofertas tentadoras. Lo que nosotros podíamosofrecerles y ellos no, era libertad científica y seguridad personal yeconómica. Urgía enviar invitaciones oficiales a todos los científicosy técnicos que se deseara contratar, tan pronto fuese aprobado por elPoder Ejecutivo el convenio entre el Ministerio de Marina y la Uni-versidad (Gaviola, 1947).

Los hombres de ciencia son escasos en cualquier país. A veces, debi-do a la política miope de los gobernantes de un país dado, una partede sus mejores hombres emigra, y le es posible a otra nación, inteli-gentemente dirigida, adquirir algunos “cientistas” formados, con ex-periencia y en actividad. Pero este caso es poco frecuente. En condi-ciones normales, es prácticamente imposible importar “cientistas” for-mados de primera línea. Algunos de segunda y muchos de tercerapueden siempre obtenerse. Estos últimos hacen más mal que bien [...]a menos que estén guiados y dirigidos por “cientistas” de primeralínea (Gaviola, 1945b).

Interesó a Werner Heisenberg, Premio Nobel en 1932, para que vinieraa trabajar a la Argentina y aunque Heisenberg aceptó su propuesta, porcircunstancias políticas no muy claras, su designación no se concretó.Intentó, también sin éxito, contratar en Estados Unidos a LawrenceHafstad, Gregory Breit y Merle Tuve, que habían participado en eldesarrollo del radar. Merle Tuve, además, fue quien desarrolló durantela guerra la espoleta de proximidad para la Marina (Gaviola, 1947,Bernaola, 2001b).

La labor de Gaviola para concretar estas ideas fue vertiginosa yobsesiva. Consideraba que era una nueva carrera contra el tiempo yque la oportunidad que se presentaba era única. Pero no fue escucha-do y se confirmó lo que tanto pregonaba: la oportunidad no volveríaa repetirse.

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Es justo rescatar que Enrique Gaviola fue el argentino que másactuó para lograr que su país se incorporara a la ciencia del Siglo XX.Pretendió lograrlo en todos los niveles: el educativo, el ámbito políti-co, el estatal y, en fin, en el de toda la sociedad. Su convencimientode que la educación y el nivel cultural de un pueblo son requisitosindispensables para el desarrollo integral de un país y para el bienes-tar de su población, no tuvo desmayos y consideró este objetivo comoun desafío personal.7

Conviene recordar también que, probablemente, ni la sociedadargentina ni sus funcionarios estaban todavía preparados para aceptarlos desafíos revolucionarios que proponía Gaviola. Por otro lado, suobsesión por aprovechar el momento histórico y obtener de formarápida los objetivos que pretendía, seguramente afectó intereses quelo llevaron a vivir singulares enfrentamientos. Pero supo plantearestos objetivos cuando ni la mayoría de sus colegas ni los funciona-rios de los diversos niveles del Estado, habían pensado todavía enellos (Bernaola, 2001b, Hurtado de Mendoza, 2001).

Según sus propias palabras “en la mayoría de los casos salídescalabrado”, lo que evidencia una plena conciencia de la lucha queenfrentaba. Muchas de sus sensatas propuestas, que siempre elabora-ba con el máximo de detalles, sólo se concretarían en épocas poste-riores al período de entreguerras que estamos tratando. Fueron semi-llas que, lamentablemente no todas, germinarían a posteriori y daríanfrutos gracias a otros protagonistas, que continuarían su labor y sulucha.

Así pudieron concretarse, posteriormente, varias de las institu-ciones más representativas de nuestra ciencia actual. En la génesis dela mayoría de ellas se puede encontrar la tesonera y visionaria acciónde Ramón Enrique Gaviola.

Conclusiones

En los inicios del período de entreguerras, la ciencia argentina seencontraba en un estado muy incipiente y con logros importantes, peroaislados, sólo en algunas pocas áreas. La Argentina no contaba contradición científica, uno de los elementos básicos para el inicio de undesarrollo científico sostenido.

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Por el contrario, como hemos visto en la breve reseña anterior,la honestidad, el nivel científico, la lucha constante, la capacidad detrabajo y la visión de futuro de Gaviola se tradujeron, al final de eseperíodo, en un paulatino pero lento cambio, en los funcionarios y entoda la sociedad, en cuanto a considerar la ciencia y la tecnologíacomo elementos catalizadores del desarrollo y el bienestar del país.De esa forma, los preparó para poder tener, más adelante, un aprove-chamiento efectivo, tanto de los científicos como de las tecnologíasdesarrolladas durante el período de entreguerras.8

Aunque escapa a los alcances de este artículo, merece señalar-se que esa lucha de Gaviola, para que la Argentina se incorporara a laciencia del siglo veinte, continuó en forma intensa después de finali-zada la Segunda Guerra Mundial.9

Podemos decir, finalmente, que el de Gaviola fue el papel ab-negado, tenaz y solitario de un físico argentino que actuó en unperíodo caracterizado por dos polos científicos extranjeros, la cuplaBose-Gans y Beck, en un ambiente plagado de adversidades (quecostaron el cargo a Gans, un exilio externo a Beck y uno interno alpropio Gaviola), pero que logró sentar las bases de un desarrolloprometedor, aunque sometido, como todo lo nuestro, a las vicisitudesde un país que se ha ido empobreciendo vertiginosamente en todoslos órdenes.10

Notas

1. La incidencia y los efectos de los históricos cambios de poder, en los paísesconsiderados líderes mundiales, sobre la ciencia y la cultura de los países dependien-tes, han sido poco estudiados. Sólo en la década de 1970 Lewis Pyenson y su esposa,Susan Sheets, comenzaron a analizar estos aspectos desde un enfoque nuevo, quedenominaron Imperialismo Cultural. Como expresa el propio Pyenson: Mi objetivomayor es entender cómo las ciencias exactas [...] están relacionadas con estrategiasimperialistas explícitas [...] a fin de conocer un proceso al cual se le ha prestadopoca atención: el imperialismo cultural (Pyenson, 1985). Con este enfoque, Pyensonha analizado el imperialismo cultural de Francia e Inglaterra en Canadá, de Inglaterraen Europa Central, de Rusia en Europa del Este y de Alemania en la Argentina, Chinay Samoa. Su hipótesis es que la relación imperial, entre el país líder y los periféricos,no es inocente sino que se enmarca en un amplio soporte de ambiciones imperiales,cuyo resultado es mayor poder económico y político.El tema comenzó a ser considerado internacionalmente y fue motivo de discusiónen la International Conference on the Restructuring of Science between the World

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Wars, en Florencia y Roma en 1980, y en la Conference on Scientific Colonialismen Melbourne en 1981. Pyenson publicó sus primeros resultados sobre este tema en1982 (Pyenson, 1982).

2. Junto con Bose fue contratada su esposa, Margrete Heiberg, quien realizó una labornotable, similar a la de Bose (Reichenbach, Hara, López D’Urso, 2001).

3. Isnardi consideraba que la docencia debía tener prioridad con respecto a la investi-gación, opinión que era contraria a la sostenida por Gans. Ambos pretendían que laArgentina se incorporara al campo de las ciencias, pero las prioridades que fijabanpara lograrlo eran diferentes. La mayor experiencia internacional de Gans leindicaba que primero debía lograrse un desarrollo científico sostenido.

4. Estos y otros aspectos de la personalidad de Gaviola están expuestos con másdetalle en Bernaola, 2001b.

5. Entre los objetivos no concretados se encontraban los planes para el doctorado y lainvestigación, y la contratación de Yuri Borisovich Rumer, que le había sidosolicitada por Max Born en 1931 (Born, 1931; Bernaola, Bassani, 2000).

6. En 1942 la Universidad de Buenos Aires otorgó el Doctorado honoris causa aGeorge D. Birkhoff.

7. Gaviola no estuvo solo en esta lucha. Compartían sus ideas, entre otros: FélixCernuschi, Mario Bunge, Guido Beck, Eduardo Braun Menendez, José Babini,Bernardo Houssay, Venancio Deulofeu, Augusto Durelli y Fidel Alsina Fuertes.

8. La enciclopédica Notable Twentieth Century Scientists incluye a Gaviola entre losmás notables científicos del siglo veinte (Mac Murray, 1998).

9. Dado que el presente artículo se refiere sólo al período de entreguerras, nos hemoslimitado a describir, brevemente, la actuación de Gaviola hasta 1945. Para másdetalles sobre el período de posguerra remitimos a: Mariscotti, 1985; LópezDávalos, Badino, 2000; Hurtado de Mendoza, Busala, 2002; Bernaola, 2001b.

10. Muchos años después, en 2001, Mario Bunge afirmó que, pese a los esfuerzos yluchas de Gaviola, de sus contemporáneos y de cuantos continuaron su labor, laArgentina que salió de 1930 es hoy uno de los países cuyos mandatarios ponen enpráctica políticas de involución (“ajuste”) diseñadas al por mayor en el país deBenjamin Gould, para uso de naciones reducidas a la mendicidad por la incompe-tencia, codicia y deshonestidad de sus clases dirigentes, así como por la ingenui-dad política de su población. (Bunge, 2001).

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UNA BIBLIOTECA Y SU SOMBRA, 1916-1936:LA VIDA INTELECTUAL DE ENTREGUERRAS EN ELREFLEJO DE LOS LIBROS Y EL PENSAMIENTO DE

ALEJANDRO KORN

Alberto Guillermo RaneaUniversidad Torcuato Di Tella

Las huellas publicadas de la actividad filosófica de Alejandro Korncoinciden aproximadamente con el tiempo que medió entre las dosgrandes guerras en la primera mitad del siglo veinte. Buscar en ellas elreflejo del mundo europeo de esas dos décadas en la Argentina es hartorazonable. Sin embargo, el tono personal prevalece. Alejandro Korn noescribía con el modo abstracto y distante de la prosa de los humanistasacadémicos. La primera persona del singular, su primera persona, es elverdadero tema de sus escritos. Es muy difícil evitar el contagioestilístico. La lectura de la obra de Alejandro Korn no mueve a re-flexiones inconcretas; involucra al lector de manera personal, obliga ala reacción apasionada a favor o en contra, compromete a la toma deposición. Lamentablemente, nada ni nadie alienta en nuestros días a lajuventud a leerla. Como su biblioteca, sus escritos son visitados porpequeños grupos cuyo interés por ellos tiene diferentes raíces peronunca proviene de la búsqueda de tesoros intelectuales. En esto com-parte el destino de la mayoría de quienes han escrito sobre filosofía enla Argentina: el olvido y el desprecio. A diferencia de la mayoría deellos, sin embargo, de Alejandro Korn quedan sus libros. Entre ellos hebuscado alguna explicación para la escasa recepción de su obra entrelos filósofos y filósofas profesionales en la Argentina.

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La fuerte vinculación del pensamiento y acción de Korn conlas circunstancias históricas de su momento es parte importante de suactual olvido. Ello sugiere fuertes diferencias con la manera en que seforman los filósofos profesionales en Argentina desde hace pocasdécadas. En primer lugar, el filósofo profesional argentino ignora“oficialmente” el estudio de la historia; sólo la inquietud personalpodría llevarle a superar tal carencia. En segundo lugar, suele vincu-larse con la realidad a través del intermediario de alguna teoría filo-sófica ajena y aprendida con esfuerzo en las aulas. Nada de esoencontramos en Korn. Son factores que debemos tomar en cuenta yadmitir nuestra incapacidad de dialogar con su obra en el presente. Elintento de superar estas diferencias me ha obligado a revisar el senti-do que tuvo el haberme dedicado al estudio y a la enseñanza de lafilosofía durante más de treinta años.

Desde hace algunos años el recuerdo de la vida y del pensa-miento de Alejandro Korn me acompaña cálido y pertinaz. No setrata de un caso de alucinada parapsicología. Tampoco de un interésque hubiera despertado espontáneo en mí. Nada en mi formaciónuniversitaria me había alentado al conocimiento de los antepasadosde quienes, entre 1970 y 1974, fueron mis profesores en la Facultadde Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad de LaPlata. La enseñanza de la filosofía creaba la convicción de que nues-tro linaje remontaba directamente a Hegel, Kant, Marx o Popper.Nuestros profesores, aun cuando mucho los admirábamos, parecíanlimitarse a abrirnos en sus clases las puertas del verdadero recinto dela filosofía, lejano pero siempre europeo. No se preveía ni siquieraremotamente que vendrían tiempos de admiración excluyente por laobra de profesores norteamericanos o argentinos triunfantes en elprivilegiado mundo anglosajón. Pero la semilla de la depreciación dequienes enseñan en estas latitudes australes estaba ya sembrada. To-davía recuerdo con dolor a un prominente profesor porteño decirmeen La Plata en 1986, refiriéndose a un scholar norteamericano quehabía escrito su tesis doctoral sobre Korn, que se trataba con todaevidencia de alguien “que había decidido volar bajito”. Con la mismaperplejidad escuché a un colega afirmar hace pocos meses que Ale-jandro Korn no podría aprobar si rindiera examen ahora de la materiaa su cargo.

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Por fortuna, esta actitud que nos hace crecer en sueños hasta latalla de Fichte o Wittgenstein, queda equilibrada por quienes nosprotegen del desengaño cuando la ensoñación cede ante la vigilia.Hace aproximadamente cinco años, el 17 de noviembre de 1997, laUniversidad Nacional de La Plata creaba la Cátedra Libre “AlejandroKorn” que quedó a cargo de la profesora María del Carmen Lentinide Rocca (Rocca, 2001: 231-239). Al poco tiempo ella me llamó parainvitarme a participar en la cátedra. El 28 de mayo de 1998 se con-cretó la invitación con una conferencia a mi cargo sobre AlejandroKorn en la sede del Rectorado de la Universidad Nacional de LaPlata. Fue la última vez que la universidad que me formó desde eljardín de infantes me invitó oficialmente a sus recintos. La señoraLentini de Rocca había sido mi profesora en tres oportunidades en laUniversidad Nacional de La Plata, en su escuela primaria en unaocasión, en el Colegio Nacional “Rafael Hernández” durante dos añosconsecutivos. En ella yo veía parte de mis raíces. Su invitación tuvoun efecto lateral inesperado: me hizo recordar las palabras de miprofesor de filosofía en el Colegio Nacional, Juan Bautista Molinari,con las que narró con orgullo repetidas veces en nuestro curso de1969 su recuerdo de Alejandro Korn “bajando las escalinatas delMuseo de Ciencias Naturales de la UNLP”. También sentí que podríapenetrar en el misterio de la Universidad Popular “Alejandro Korn”,ubicada en pleno centro de La Plata y a la que nunca había entradopero que desde siempre atraía mi mirada cuando pasaba frente a ella.

Algo muy local me llamaba a abandonar por algunos momen-tos el estruendo de la gran capital y del mundo europeo en el queentonces todavía me aturdía con ingenua soberbia. Era una voz queprovenía de personas de la generación de mis padres, un llamado deatención que en ese momento no entendí y que trato aún hoy dedescifrar. Recurrí entonces a la Biblioteca Central de la UniversidadNacional de La Plata en los pocos minutos que mis exigentes obliga-ciones académicas diarias en la ciudad de Buenos Aires me lo permi-tían. Allí recordé que, siendo estudiante, tuve mi primer contacto ensu sala de lectura con libros que pertenecían a una enigmática “SalaKorn”: libros de ciencia y de filosofía en alemán, en italiano, enfrancés -curiosamente ninguno en inglés. Algunos de ellos eran tra-ducciones alemanas de autores griegos como Aristóteles o ingleses,1, 2

incluso de René Descartes.3 Otros eran magníficas colecciones, entre

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las que se contaban los veintidós volúmenes de las Oeuvres, deCondillac, 4 y los diez tomos de la magnífica obra de J. H. Fabre,Souvenirs entomologiques, 5 en cuyas páginas Henri Bergson hallófundamentos biológicos para su renovación de la filosofía; antiguoslibros de escritores argentinos y sudamericanos sobre la Argentina yAmérica del Sur, como los seis tomos de la Histoire du Paraguay, deX. Charlevoix; las ediciones del Teatro crítico universal y de lasCartas eruditas y curiosas de Benito Feijóo y Montenegro.6 No me-nos sorprendente era hallar entre tanta primicia una edición italianade una obra de Linneo impresa en 1767.7

La Biblioteca de Alejandro Korn había sido donada por susherederos a la Universidad Nacional de La Plata e inaugurada oficial-mente el 5 de mayo de 1939.8 Hoy es una de las “Salas Museo” de laBiblioteca Central de la UNLP, tal vez la menos castigada por unaremodelación del edificio y la falta de dinero para cuidar de ella. Enmi última visita volví a comprobar el esfuerzo y cariño con que lospocos empleados de la universidad que aún permanecen allí la man-tienen lejos de su destrucción. El inventario de la “Sala AlejandroKorn” llega hasta los 2818 volúmenes. Muchos de esos libros estánmarcados y anotados por su dueño como fruto de una lectura apasio-nada. Su ex-libris resalta en cada uno de ellos: “Mente latina corazóngermano”, reza en su parte superior apoyada sobre una columna cuyoextremo inferior está cubierto por la leyenda “ex-libris AlejandroKorn”. Completa el diseño el dibujo de una barca con su vela henchi-da navegando entre olas de suave ondulación bajo el cielo negro deuna noche serena con tres grandes estrellas.

La visita reciente que hice a la biblioteca que tan importantefue en mi juventud me obligó a reflexionar sobre algunas cuestionesque de otro modo hubiera eludido por incómodas. La más superficialpero no menos relevante la causaba la intriga por saber cómo unprofesor había reunido en La Plata en tiempos de entreguerras unabiblioteca privada tan rica, con ediciones del siglo XVIII, entre otrasbondades, y volúmenes en su gran mayoría publicados en Europa ytraídos desde allí directamente. Aún hoy, transformada en parte deuna biblioteca pública, el valor de la colección es inapreciable porcalidad y cantidad. No menos inquietante era la cuestión del signifi-cado que había tenido la biblioteca en la formación de su dueño y de

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quienes, luego de su muerte, la utilizaron. Recordé entonces que na-die, durante mis estudios universitarios, me señaló la importancia dela Colección Korn. Por fortuna, hábitos de estudio y de investigaciónaprendidos de mis profesores en los magníficos años del ColegioNacional (1964-1969) me guiaron hacia ella como aventura personal.Allí aprendí, por ejemplo, el nombre de pensadores socialistas de lasegunda mitad del siglo XIX que mis profesores de la Facultad deHumanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad Nacionalde La Plata durante la primera mitad de la década de 1970 jamásmencionaron. Se trata, entre otros, de Antonio Labriola y EduardBernstein, de quienes la biblioteca Korn conserva una obra de cadauno.9 Enigmáticamente la biblioteca no muestra huellas de la obra dedos autores, Pierre Guillaume Frédéric Le Play, ingeniero admiradopor Napoléon III, y de Gustav von Schmoller, el principal economistade la Alemania Imperial y dirigente del movimiento de losKathedersozialisten, cuyo estudio Korn recomienda como antídoto“frente a la acción crítica, demoledora, negativa del marxismo” (Korn,1918).

Sin duda alguna, la figura excluyente para lograr ese fin era, ajuicio de Korn, Jean Jaurès. Como Labriola y Bernstein, Jaurès tam-bién sostenía que el materialismo histórico por sí solo no sería capazde resolver los problemas del hombre de su tiempo. Era necesarioagregarle una dimensión ideal que sólo una teoría de la libertad seríacapaz de ofrecer:

Veía Jaurès en la evolución de la especie humana no tan sólo unproceso mecánico. La teoría del materialismo histórico en ningúnsentido le parecía falsa, sino insuficiente y rígida en demasía. Al ladodel factor real quería colocar un factor ideal [...] (Korn, 1918: 521).

En una única oportunidad anterior, en 1918, en los inicios desu labor como escritor, había reunido Korn a los tres autores mencio-nados en un mismo escrito:

Ya Bernstein ha abandonado la doctrina ortodoxa. El mismo Labriolareduce el valor del materialismo histórico al de un método; y en estotiene razón. ¿Y quién ignora que Jaurès buscaba en el estudio de la

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ética kantiana nuevos fundamentos para la teoría socialista? (Korn,1918: 504).

El propósito de Korn era desenmascarar la veta positivista delpensamiento de Marx que lo llevaba por la senda del cientificismo:“[...] la solución ‘científica’ no resuelve sino una parte del problemay exige para completarse una solución ética” (Korn, 1918: 503) por-que, en definitiva, “[...] solamente valores éticos y estéticos, no valo-res económicos, pueden dignificar la condición humana” (Korn, 1918:505).

Encerrado en esta breve nota de redacción encontré el corazóndel programa de la actividad filosófica futura de Alejandro Korn. Elpensamiento de la segunda mitad del siglo XIX se había sometido,sin quejas, a la tiranía de los métodos de las ciencias naturales. Losvalores económicos, éticos, religiosos y estéticos eran entonces con-siderados como una parte más del proceso cósmico regido por lasciegas leyes deterministas del mecanismo universal. Como su admi-rado Jaurès, Korn no desprecia los resultados de la ciencia y de laindustria; quiere colocarlos en un plano subordinado al respeto de ladignidad humana. De allí la manera recurrente con la que trató Kornde distinguir entre la necesidad mecánica, que rige en los procesosnaturales, y el reino de la libertad sometido a finalidades e ideales.De allí su Libertad Creadora y su Axiología.

No se trataba, sin embargo, de una postura académica adoptadapara beneficiarse con la estabilidad de la cátedra universitaria o lafama entre esnobs y diletantes. Por el contrario, Korn rechaza tanto louno como lo otro, sabedor de que un delgado hilo de banalidad haunido siempre la permanencia en la cátedra universitaria de profeso-res mediocres con la admiración y el apoyo con que ellos cuentanentre esnobs de prestigio y poder públicos. En este sentido, el juiciode Korn acerca del sector instruido de la sociedad argentina es lapida-rio. En su primera publicación, Korn abunda en referencias a caracte-rísticas locales que querría corregir. Se trata de una defensa que Kornhace de Paul Groussac en la que compara la actitud de éste ante eltrabajo intelectual con “nuestra incurable negligencia, refractaria a ladisciplina del trabajo”, reprueba “el hueco verbalismo criollo” y se-ñala “la mentira política, social, histórica, literaria, que infecta nues-tra vida nacional” (Korn, 1916: 590, 591).

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Estos comentarios parecen ser sólo resultado de una socarronaactitud de Korn ante la desmesurada dimensión que la “vida social”había alcanzado en Buenos Aires y La Plata en esos años. Sin embar-go, ellos encierran lo más personal del pensamiento filosófico deKorn, el problema más acuciante que un pensador y filósofo en Ar-gentina debía enfrentar, que Korn resume con la severa y anticipatoriamención a “la papanatería vernácula” (Korn, 1924: 395).

Korn no expresa de esta manera un simple e injusto despreciopor sus conciudadanos sino un proyecto filosófico en el que nuncadejó de creer como solución para los problemas argentinos. El tonopor momentos es insultante para quien se sienta aludido cuando Kornmenciona “la propensión simiesca de la imitación tan desarrollada enel espíritu argentino” (Korn, 1920: 662). En ningún caso se trata deexpresiones nacidas al calor de la contienda política circunstancial.Korn enfatiza con ellas su rechazo de todo intento por construir unafilosofía universal: ésta, simplemente, no es posible. La creencia enque la verdad filosófica, por ser única, no puede ser diferente depueblo en pueblo nos ha llevado a aceptar que “de allende los maresrecibimos [...] la indumentaria y la filosofía confeccionadas” (Korn,1927: 29).

Pero eso es simplemente imposible; cada pueblo impone susello distintivo al pensamiento. De allí el rechazo visceral que Kornexperimenta ante cualquier invento de lo que él llama “filosofía de lacátedra”, en particular si llega a nuestras tierras desde Europa conhueca autoridad. En su ensayo sobre Hegel, Korn describe con expre-siones que hoy serían consideradas irreverentes y que justificarían elostracismo de su autor de los claustros universitarios, a esos profeso-res de filosofía europeos que entonces asomaban con sus novedosasmetafísicas:

En nuestros días la reacción exagerada contra el positivismo y elNaturalismo del siglo pasado ha despertado en algunos profesores defilosofía el propósito de intentar de nuevo la cuadratura del círculo. Apesar de su enorme erudición no se han percatado de lo escabroso delintento. Muy confiados asientan sus pasitos de pigmeos sobre la hue-lla de los titanes. Con este motivo también han descubierto métodosnuevos. A juicio de sus autores, no tan falaces como los ensayados en

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veinticinco siglos de especulación filosófica. Y se permiten calificar-los nada menos que de Ciencia Rigurosa [...] (Korn, 1931: 447).

Las investigaciones metodológicas así desatadas como condi-ción previa al planteamiento de una metafísica futura terminan porser un fin en sí mismas y como tales, estériles. Glosando el poema“Plateniden” de Heinrich Heine, afirma Korn que estos nuevos filóso-fos “[...] de continuo, como diría el poeta irónico, nos anuncian: Einegrosse Tat in Worten, die sie einst zu tun gedenken”.10

Entre ellos descubrimos con facilidad a quienes adoptaron al-guna forma del por entonces novedoso método fenomenológico: “Nonos seduce el último producto de la filosofía de la cátedra que setitula fenomenología” (Korn, 1926: 254), incluyendo en el rechazoesta críptica alusión a Martin Heidegger:

[...] en nuestros días un profesor alemán ha osado afirmar que laCrítica de la Razón Pura no es una teoría del conocimiento, sino unafundamentación de la metafísica (Korn, 1931: 447)

una afirmación que podría sugerir alguna reminiscencia del debatecon Ernst Cassirer en Davos, si no fuera por la enigmática ausenciade obras de éste en la biblioteca de Alejandro Korn.

¿Por qué tanta despectiva agresividad ante las nuevas formasde hacer metafísica que despertaron con el comienzo del siglo XX?La respuesta de Korn es certera:

Reflejan estos espasmos la ansiedad de una generación europea, has-tiada del momento presente, perdida en una desorientación pesimista.Ninguna afinidad tenemos nosotros, los argentinos, con semejantesituación espiritual. Por otra parte, nos sobran asuntos de mayor inte-rés (Korn, 1931: 447).

Korn no expresa de esta manera los síntomas de un ataque dechauvinisme circunstancial. Por el contrario, considera que esas teo-rías metafísicas nacidas a la muerte del positivismo presentan comoflanco más deleznable su origen como filosofía de cátedra. Comotales, no sirven para resolver problemas prácticos, pues sólo los pro-

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fesores de filosofía iniciados podrían comprenderlas: “No empleo lajerga gremial por dos razones: primero, porque me desagrada; segun-do, porque la ignoro” (Korn, 1930b: 270, n.1).

La filosofía de escuela no es sino “un juego malabar de propo-siciones abstractas, sin contenido real” (Korn, 1935: 229) cuyo másnovedoso representante es la por entonces llamada logística, a la queKorn considera el más joven de los retoños del extravío de la razón,

un deporte intelectual; ejercicio desinteresado de altas dotes intelec-tuales, sólo promete la fruición del malabarismo abstracto, sin fin ysin provecho (Korn, 1925: 662).

En este comentario bibliográfico al libro pionero de LidiaPeradotto, 11 Korn asume su posición más extremada en contra de lafilosofía entendida como pensamiento abstracto puro. La filosofíadebe estar al servicio de la resolución de nuestros problemas y no delhalago personal del filósofo que dedica su ensayo “a las cinco o seispersonas que en el país pueden entenderlo” (Korn, 1931: 445).

No es sorprendente, pues, que los descendientes de la viejaguilda filosófica tomen su revancha con socarrones comentarios acer-ca de la personalidad y pensamiento de Korn.

Mucho más interesante que estos asuntos algo baladíes, es ad-vertir que cuando Korn se refiere a “nuestros problemas” no alude alos problemas comunes a la humanidad toda, sino a los propios de lacomunidad argentina. He aquí la más auténtica de las posiciones deKorn, que de manera recurrente repite a lo largo de sus veinte años delabor. La fuente de esta actitud filosófica de Alejandro Korn, sinembargo, no se encuentra en ninguno de los filósofos europeos cuyaobra está presente en su biblioteca. El mentor de su actitud es JuanBautista Alberdi. Una y otra vez nos recuerda Korn su deuda con untexto de Alberdi, las “Ideas para presidir a la confección del curso defilosofía contemporánea. En el Colegio de Humanidades. Montevideo1842” (Alberdi, 1900: 603-619). En este texto, Alberdi rechaza laexistencia de una filosofía universal “porque no hay una soluciónuniversal de las cuestiones que la constituyen en el fondo” (1900:604). Alberdi propone, por el contrario, aplicar “a la solución de lasgrandes cuestiones que interesan á [sic] la vida y destinos actuales de

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los pueblos americanos la filosofía que habremos declarado predilec-ta” (1900: 609).

El ejemplar del texto de Alberdi que pertenecía a Korn estáprofusamente marcado con dobles líneas verticales, cicatrices de unalectura afanosa y complacida. Algo más que un credo político encon-tramos en ese breve escrito. Hay en él un programa de filosofía, alque Korn se ha ceñido hasta el último de sus escritos. En un cursodictado en 1935 en la Escuela de Estudios Sociales Juan B. Justo, deBuenos Aires, Korn reproduce extensamente párrafos del textoalberdiano que, en el ejemplar de su biblioteca, aparecen vigorosa-mente resaltados. Entre ellos se destaca

[...] así la discusión de nuestros estudios será más que en el sentido dela filosofía especulativa, de la filosofía en sí; en el de la filosofía deaplicación, de la filosofía positiva y real, de la filosofía aplicada a losintereses sociales, políticos, religiosos y morales de estos países(Alberdi, 1900: 610).

Mucho más relevante aún es el siguiente enunciado de Alberdi,que resume a mi juicio el ideario filosófico que guió a Korn en todasu actividad: “La abstracción pura, la metafísica en sí, no echaráraíces en América” (Alberdi, 1900: 613).

Korn bebió de este texto pero supo filtrar las aguas con cuidado.Si Alberdi es encomiable por haberse anticipado a Comte y a Spencer(Korn, 1917: 361), y porque “[...] antes de Marx, Alberdi concibió losprincipios fundamentales del materialismo histórico” (Korn, 1925: 197),Korn señala la necesidad de superar sus soluciones:

La doctrina de Alberdi la hemos vivido hasta agotarla, hasta exagerary pervertir, hasta subordinar toda actividad a un interés económico. Ehicimos bien; ésa fue la ley del siglo y realizóse la obra nacional másurgente (Korn, 1918: 655).

La buscada superación del credo alberdiano la habría llevado acabo, siempre siguiendo a Korn, Juan B. Justo al incorporar la idea dejusticia social (Korn, 1928: 507). Pero algo más que conviccionespolítico-sociales ve Korn en Alberdi y en Justo. El fervor de la men-

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ción constante al texto de Alberdi y la admiración que despiertan enKorn las ideas de Justo son la fuente misma de su filosofía. Aquíencontré la gran diferencia entre la formación que recibí en la Uni-versidad Nacional de La Plata y la de Alejandro Korn. Mientras a míme enseñaron a ser heredero directo de los filósofos europeos enton-ces vigentes, Korn bebe su motivación filosófica de los pozos deautores argentinos en quienes la información filosófica ajena eratransmutada, metabolizada con enzimas locales. No fue la lectura deHenri Bergson ni la de ningún protometafísico antipositivista lo quellevó a Korn a su axiología o a la libertad creadora. Ciertamente, subiblioteca abunda en fuentes primarias e interpretaciones de la filoso-fía del siglo XIX, pero en su obra las ideas de Alberdi y de Justo sonde un peso específico inconmensurable. De la discusión con éstosparece haber aprendido Korn la necesidad de dejar atrás lo que élllama “positivismo argentino”, regido por la despiadada utilidad eco-nómica como valor superior. También en las páginas de las obras deesos dos pensadores y políticos argentinos pareciera haber recogidoKorn la necesidad de volver a poner límites a los abusos cometidosen nombre de la ciencia. Cuando leí por vez primera lo siguiente:

[...] a pesar de tener formación de hombre de ciencia, la clarividenciade Justo llega hasta el punto de no ilusionarse con el valor absolutode las conclusiones científicas. Se daba cuenta muy bien de que elestado actual de la ciencia es transitorio; que lo que hoy proclamamoscomo verdad científica no ha existido antes y desaparecerá a su vezfrente a nuevas concepciones (Korn, 1917: 362),

no pude evitar sentir que mis lecturas de filósofos europeos y estado-unidenses del siglo XX, que trataban ese problema central del conoci-miento científico, habían sido adelantadas y previstas a pocos metrosde distancia y no mucho tiempo atrás. No se trataba, sin embargo, delfruto distintivo de dotes didácticas o de una claridad estilística excep-cional. La diferencia entre el texto de Korn y mis lecturas universita-rias sobre filosofía y ciencia, radicaba en el compromiso que laspalabras de Korn trasuntaban. Superar la concepción de la cienciadivulgada en la segunda mitad del siglo XIX no era una tarea mera-mente académica. La crítica a la unidad de la ciencia, como, por

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ejemplo, “[...] la supuesta unidad de la ciencia, empero, es una ranciasuperstición positivista” (Korn, 1919: 254), o la defensa del carácterhipotético de las teorías científicas, como cuando afirma:

[...] de ahí la necesidad de fijar previamente la validez de los últimospostulados científicos y determinar si, a pesar de su carácter hipotéti-co, pueden servir de base a nuevas hipótesis (Korn, 1919: 595),

no eran mero juego intelectual circunscripto a las canchas de losdepartamentos de filosofía, en las que se jugaba siempre a puertascerradas. Ello no significa que Korn se hubiera despreocupado deldebate contemporáneo acerca de las teorías científicas. Su bibliotecay su obra en esto coinciden en perfecta armonía: Henri Poincaré,Ernst Mach, Albert Einstein, Federigo Enriques, Wilhelm Ostwald,John Burton Haldane están presentes en su biblioteca y en sus escri-tos. Pero en esas tesis filosóficas acerca del conocimiento científicoiba la vida misma de los pueblos sudamericanos. En nombre de esaconcepción de la ciencia se habían burlado todos los conceptos delibertad, en su nombre también se había tejido alrededor de los hom-bres una maraña de teorías en economía política:

[...] la economía política siempre me ha parecido el modelo de unapseudociencia verbalista, conjunto de abstracciones, que poco o nadatienen que ver con la realidad del proceso histórico (Korn, 1931:516).

Colocado en el linaje que asciende hasta Alberdi, a través deJuan B. Justo, comencé a comprender a Alejandro Korn. Sus diatribasen contra de la filosofía de cátedra, sus burlas despiadadas al uso dela lógica pura y al macaneo formalista que todo lo permite demos-trar,14 su desconfianza de cuño hegeliano ante toda abstracción, elrespeto por la ciencia dentro de la esfera de lo medible, así como ladenuncia de su abuso cuando se la vuelve filosofía o metafísica bara-ta, todo ello aparecía más claro en su intención. De esta maneraalcanzó toda su relevancia la mención que hace Korn de un episodioclave en el problema de la relación entre ciencia, ética y sociedad acomienzos del siglo XX, la llamada “bancarrota de la ciencia”: “En-

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tretanto se nos ha anunciado que ‘la ciencia ha hecho bancarrota’”(Korn, 1926: 225), y de manera más dramática aún:

En esto estábamos cuando en los años finiseculares estalló como unpetardo la frase: La Ciencia ha hecho bancarrota. La frase era necia;su vocero, poco autorizado. Sin embargo, halló un eco inesperado(Korn, 1930b: 508).

La proclama de la “bancarrota de la ciencia” la habían llevadoadelante littérateurs conservadores en Francia desde 1895. Su objeti-vo era denunciar los horrores que resultaron de querer fundamentar lamoral sobre lo que Alphonse Daudet llamó La lutte pour la vie.Algunos aspectos de la cuestión eran particularmente alarmantes. En1877, Jules Soury sostenía que la “selección natural” era la principalexplicación de la superioridad de los arios sobre los semitas.15 En1882 propuso la tesis de que los sistemas de propiedad, legales y deética derivaban de la lucha por la vida y de la selección social. Lareacción contra las ideas de Soury fue inmediata, pero Soury conti-nuó defendiendo la tesis de que la sociología era un caso especial debiología. El debate no se había originado en medios intelectuales sinoen un episodio policial, el caso “Lebiez-Barré”. El motivodesencadenante fue el crimen, ocurrido en abril de 1878, de unamujer anciana, Madame Gillet, vendedora de leche. Los dos autoresdel crimen le robaron su dinero y luego la descuartizaron. Los perió-dicos conservadores atribuyeron el crimen, entre otros factores, aldarwinismo. Durante el juicio, llevado a cabo entre el 29 y el 31 dejulio de 1878, el darwinismo apareció también en la corte como elverdadero autor del horrendo crimen. Algunos años después, MauriceBarrès, en su novela Les déracinés, atacaba el culto republicano de laciencia con un diálogo entre dos personajes que recordaba los episo-dios del caso Lebiez-Carré. El debate sobre la ciencia como fuente dela moral alcanzó su punto culminante en 1889 con la novela de PaulBourget, Le disciple, violento ataque contra el positivismo y el yamencionado culto republicano a la ciencia como responsables de ha-ber destruido la moral.16 La actitud de Alejandro Korn ante este episo-dio decisivo en la historia de la ciencia europea es de cautela. Korn

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cree que la situación no ha sido provocada por los enemigos de laciencia; los verdaderos responsables son quienes la han utilizado paraconstruir una pseudociencia, la metafísica monista de cuño haeckeliano:

Las ciencias tampoco ganan al complicar la investigación exacta conconcepciones trascendentales y supeditarla a preconceptos si no quie-re exponerse a que se repita aquella frase blasfema sobre su bancarro-ta (Korn, 1917: 358).

No es la ciencia, sino la ética y la metafísica que se pretendeextraer de ella la que ha caído en el desastre: “La ciencia es amoral;ningún malabarismo cientificista puede extraer de ella una obligaciónética” (Korn, 1922: 368).

Para conservar lo bueno que de la ciencia podía aprovecharsepero, a la vez, salvar al ser humano de la negación de la libertad, eraimperioso construir una filosofía como la que Korn propuso duranteveinte años. Korn creía así contribuir a la resolución de los problemasacuciantes del pueblo argentino. En llamativa coincidencia con lacasi contemporánea experiencia de Ernst Cassirer (1935: 59-60), larealidad misma del momento político que le tocó vivir le hizo colocarla filosofía académica en un plano secundario. Tal vez no sea coinci-dencia que entre sus libros, la “Sala Alejandro Korn” guarde tantasobras de quien inspiró a Cassirer el desesperado lamento por haberdedicado tanto tiempo a la filosofía de cátedra y no poder ayudar alas víctimas de los horrores de la guerra: Albert Schweitzer.17

A esta altura del relato las ideas y los escritos de Korn hansuperado decididamente, en importancia y en cantidad, a los libros desu biblioteca que, inicialmente, atrajeron en mi juventud mi atenciónhacia su nombre. Su sombra se proyecta más allá de los confines delos armarios que la contienen. La biblioteca fue el taller, el yunque desus pensamientos; ella sigue al alcance de quienes quieran revivirciertas experiencias intelectuales. Pero las ideas que de esa raiz, deesa fuente, brotaron son más difíciles de conservar, son menos acce-sibles que los libros. Explorar los vericuetos abiertos de su pensa-miento promete ser, al menos, tan atractivo como hurgar en los estan-tes que albergan la letra muerta de sus colecciones.

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Notas

1. Aristoteles, Kategorien oder Lehre von den Grundbegriffe. Hermeneutik oderLehre von Urtheil, übersetzt und erläutert von J. H. von Kirchmann. Leipzig, derDürr’schen Buchhandlung, 1876, referencia del Catálogo de la Biblioteca Centralde la Universidad Nacional de La Plata (en adelante: ref.) Korn Fa 756; ErsteAnalytiken oder Lehre vom Schluss, übersetzt und erläutert von J. H. von Kirchmann.Leipzig, der Dürr’schen Buchhandlung, 1877, ref. 753; Zweite Analytiken oderLehre von Erkennen, übersetzt und erläutert von J. H. von Kirchmann. Leipzig, derDürr’schen Buchhandlung, 1877, ref. Korn Fa 754; Metaphysik, übersetzt und miteiner Einleitung und erklärenden Anmerkungen versehen von E. Rolfes, 2 Bde.,Leipzig, der Dürr’schen Buchhandlung, 1904, ref. Korn Fa 755 y 756; Politik,übersetzt und erläutert von J. H. von Kirchmann. Leipzig, der Dürr’schenBuchhandlung, 1880, ref. Korn Fa 757; Die Topik, übersetzt und erläutert von J. H.von Kirchmann. Leipzig, der Dürr’schen Buchhandlung, 1882, ref. Korn Fa 1257;Sophistische Widerlegungen, übersetzt und erläutert von J. H. von Kirchmann.Leipzig, der Dürr’schen Buchhandlung, 1883, ref. Korn Fa 1258

2. Locke, John, Über den menschlichen Verstand, .… aus dem Englischen übersetztvon Th. Schulze. Leipzig, Ph. Reclam, 2 Bde., 1897, ref. Korn Fa 1689-1690;Hume, David, Eine Untersuchung über den menschlichen Verstand, 6. Auflage.Hrsg. von Raoul Richter. Leipzig, Verlag der Dürr’schen Buchhandlung, 1907,ref. Korn Fa 759; Hume, David, Dialoge über natürliche Religion. Über Selbstmordund Unsterblichkeit der Seele, Deutsch und mit einer Einleitung versehen vonFriedrich Paulsen, 3. Auflage. Leipzig, o.V., 1905, ref. Korn Fa 760; Hume, David,Über den Verstand. In Deutscher Bearbeitung mit Anmerkungen und einemSachregister. Hrsg. von Th. Lips, 2. Auflage, Hamburg, L. Voss, 1904, ref. KornFa 1981; Hume, David, Über die Affekte. Mit Zugrundlegung einer Übersetzungvon B. Meyer. Deutsch mit Anmerkungen und einem Index von Th. Lips. Hamburg,L. Voss, 1904, ref. Korn Fa 1980;

3. René Descartes, Abhandlung über die Methode des rechtigen Vernunfgebrauchsund der wissenschaftlichen Wahrheitsforschng. Übresetzt von L. Fischer, Leipzig:Ph. Reclam, s. a., ref. Korn Fa 1683.

4. Condillac, Oeuvres, Imprimées sur ses manuscrits autographes, et augmentées dela Langue des Calculs. Ouvrage posthume. Paris: Ch. Houel, 22 vols., 1798, ref.Korn Lg 2019-2040.

5. Jean-Henri Fabre, Souvenirs entomologiques, 10 séries, Paris: Delagrave, 1914-1924, ref. Korn Nd 2690-2698.

6. X. Charlevoix, Histoire du Paraguay, Paris: Imp. Didot, 1757, ref. Korn Hd 610-615; Benito Feijóo y Montenegro, Teatro crítico universal, Madrid: J. Ibarra,1769-1779, ref. Korn Lc 598-606; B. Feijóo y Montenegro, Cartas eruditas ycuriosas, Madrid: J. Ibarra, 1769-1774, ref. Korn Lc 1093-1098.

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7. Linne, C. Termini botanici, Lipsiae: ed. Nova Auctior, 1767, ref. Korn Ne 431.8. Por la información acerca de la “Sala Museo Alejandro Korn” quisiera agradecer

muy especialmente al Director de las Salas Museo de la Universidad Nacional deLa Plata, profesor Mario Espíndola.

9. A. Labriola, Del materialismo histórico, traducción de J. Prat. Valencia: F. Sempereet Cia., s. a., ref. Korn Fa 1746; E. Bernstein, Der Streik. Sein Wesen und seinWirken, Frankfurt: Ruetten und Loenig, 1906, ref. Korn Se 2297.

10. “Una gran acción en palabras que esperan realizar algún día”. Se trata de unaversión modificada de las dos primeras líneas de la segunda estrofa del poema deHeinrich Heine. Korn remplaza con la tercera persona del plural (sie) a la segundapersona del singular (du) del texto original: “Eine grosse Tat in Worten, / Die dueinst zu tun gedenkst! - / O, ich kenne solche Sorten / Geigstger Schuldenmacherlängst”.

11. Lidia Peradotto, La Logística, Buenos Aires, Imprenta de la Universidad, 1925,ref. Korn Fa 1531. También encontramos en la biblioteca de Korn otro texto dePeradotto, Aporte al estudio de la inducción, 1928, ref. Korn Fa 2669.

12. Reproducido en Alejandro Korn, “Exposición crítica de la filosofía actual”, Bue-nos Aires, 1935. En: Korn, 1930a: 499. Korn transcribe “dirección” en lugar de“discusión”.

13. Véase también Korn, 1926: 254.14. “Son los filósofos de oficio, los especulativos -como Guerrero que debe estar en

Berlín- los que me critican por pedestre y simple porque yo no puedo remontarmea las cumbres del macaneo lógico y abstracto”. Alejandro Korn en carta íntima,1931, “Epístola antipedagógica”, Korn, 1937: 647

15. Alphonse Daudet, La lutte pour la vie. Paris: Calmann Lévy, 1890; Jules Soury,Études historiques sur les religions, les arts, la civilisation de l’Asie antérieure dela Grèce. Paris: Reinwald, 1877.

16. Maurice Barrès, Les déracinés, 2 vols. Paris: Plon; Paul Bourget, Le disciple. Paris:Nelson, 1910.

17. Albert Schweitzer, Das Christentum und die Weltreligionen, s.a., ref. Korn Fd2470; Zwischen Wasser und Urwald. Erlebnisse und Beobachtungen eines Artzesim Urwalden Äquatorialafrikas, München: C. H. Beck’sche Verlagsbuchhandlung,1926, ref. Korn Fd 2471; Mitteilungen aus Lambarene, München: C. H. Beck’scheVerlagsbuchhandlung, 1929, ref. Korn Fd 2472; Aus meiner Kindheit undJugendzeit, München: C. H. Beck’sche Verlagsbuchhandlung, 1924, ref. Korn Fd2473; Aus meinem Leben und Denken, Leipzig: F. Meiner, 1933 [1931], ref. KornFd 2474; Die Weltanschauung der Indischen denker (Mystik und Ethik), München:C. H. Beck’sche Verlagsbuchhandlung, 1935, ref. Korn 2476.

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Referencias

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[En Korn, 1949].

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Nombres citados

Alberdi, Juan Bautista (jurista arg., 1810-1884).

Aristóteles de Estagira (filós. gr., 384-322).

Barrès, Maurice (escrit. fr., 1862-1923).Bergson, Henri (filós.fr., 1859-1941).Bernstein, Eduard (pol. y escrit. al., 1850-

1932).Bourget, Paul (escrit. fr., 1852-1935).Charlevoix, François-Xavier de (explor.

fr., 1682-1761).Comte, Auguste (filós. fr., 1798-1857).Condillac, Etienne Bonnot de (filós. fr.,

1715-1780).Daudet, Alphonse (escrit. fr., 1840-1897).Descartes, René (filós. y matem. fr., 1596-

1650).Einstein, Albert (físico al., 1879-1955).Enriques, Federigo (matem. e histor. it.,

1871-1946).Fabre, Jean Henri (entomól. fr., 1823-

1915).Feijóo y Montenegro, Benito Jerónimo

(escrit. esp., 1676-1764).Fichte, Johann Gottlieb (filós. al., 1762-

1814).Groussac, Paul (escrit. fr., 1848-1929).Haldane, John Burdon Sanderson (biól.

ingl., 1892-1964).

Hegel, Friedrich (filós. al., 1770-1831).Heidegger, Martin (filós. al., 1889-1976).Heine, Henri (poeta al., 1791-1856).Kant, Emmanuel (filós. al., 1724-1804).Korn, Alejandro (filós. arg., 1860-1936).Labriola, Antonio (filós. it., 1843-1904).Lentini de Rocca, Maria del Carmen (prof.

it.)Le Play, Pierre Guillaume Fréderic (ing.

fr., 1896-1882).Linneo, Carl von [Linné] (natur. sueco,

1707-1778).Mach, Ernst (físico austriaco, 1838-1916).Marx, Karl (econ. y sociól. al., 1818-

1883).Molinari, Juan Bautista (prof. arg.)Ostwald, Wilhelm (quím. al., 1853-1932).Peradotto, Lidia (prof. it., 1982-1951)Poincaré, Henri (matem. fr., 1854-1912).Popper, Karl Raimund (filós. austriaco,

1902-1994).Soury, Jules (escrit. fr., 1842-1915).Schmoller, Gustav von (econ. al., 1883-

1917).Schweitzer, Albert (méd. y teól. fr., 1875-

1965).Spencer, Herbert (filós. ingl., 1820-1903).Wittgenstein, Ludwig (filós. austriaco,

1889-1951).

SABER Y TIEMPO14 (2002). 137-159 Separata 104.14

LA HISTORIA DE LA CIENCIAEN LA ARGENTINA DE ENTREGUERRAS

Diego H. de MendozaEscuela de Humanidades (UNSAM)

Miguel de AsúaConicet, Escuela de Posgrado (UNSAM)

La creación del Instituto de Historia y Filosofía de la Ciencia de laUniversidad Nacional del Litoral a fines de la década de 1930, del cualfue nombrado Director el historiador italiano Aldo Mieli, representa elprimer intento de establecer en el país un enclave institucional con elobjetivo de desarrollar actividades de investigación y enseñanza enhistoria de la ciencia. De la participación en la organización y en lastareas asumidas por este Instituto surgirá el primer historiador de laciencia profesional argentino, José Babini, quien, al momento de co-menzar a trabajar junto a Mieli, era un activo integrante de la comuni-dad científica.1

De esta forma, retrotraer el estudio de la historia de la cienciaen el país al período de entreguerras (1919-1939) supone tratar conun panorama fragmentario, caracterizado por aportes ocasionales, quetuvieron como agentes a los propios miembros de la comunidad cien-tífica argentina en formación. Los trabajos surgidos de esta actividadno fueron motivados por el interés en desarrollar la historia de laciencia como disciplina académica. Por el contrario, los científicosasimilaron la historia al conjunto de recursos útiles para la promocióny legitimación social y cultural de sus propias disciplinas. En estesentido, y ante la percepción de un escenario político y social que no

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contaba a la ciencia entre sus prioridades, la historia de la cienciaaparece integrada al mismo rango de actividades que la divulgacióncientífica, como uno de los instrumentos eficaces para proyectar unaimagen pública que favoreciera el estatus de la investigación y sugestión por los recursos.

Refiriéndose a los Estados Unidos, dice el historiador de laciencia Thomas Kuhn en un artículo publicado originalmente en 1968:

Hasta hace poco, la mayoría de quienes escribían historia de la cien-cia eran científicos profesionales, a veces eminentes. Por lo común, lahistoria era para ellos un producto derivado de la pedagogía. Veíanen aquélla, además de su atractivo intrínseco, un medio de aclarar losconceptos de la especialidad, de establecer su tradición y de ganarestudiantes (Kuhn, 1977: 129).

Kuhn aclara, en otro lugar, que la actividad de esta tradición decientíficos historiadores ha mostrado que sólo es capaz de producirhistorias internas que imponen al pasado los valores y conceptos cientí-ficos contemporáneos (Kuhn, 1977: 172-173). Acorde con esta afirma-ción, puede sostenerse que las primeras manifestaciones de historia dela ciencia en la Argentina repiten un patrón característico de la discipli-na en las tradiciones académicas de otros países, si bien con las pecu-liaridades propias de la periferia: no aparece integrada en sus orígenesa la historia, sino en la forma de historias disciplinares subordinadas alos intereses de la comunidad científica. Incluso, puede afirmarse queesta característica perdura parcialmente en el presente.

Como ejemplo paradigmático de la dependencia de los prime-ros intentos de organizar la historia de la ciencia local respecto delproceso de consolidación de la comunidad científica, puede citarse lacolección de monografías sobre la historia y el estado de las cienciasexactas y naturales en el país que llevó el título de Evolución de lasciencias en la República Argentina. 1872-1922, en ocasión del 50°aniversario de la Sociedad Científica Argentina en 1922. Este em-prendimiento pone de manifiesto la intención de construir (o demos-trar la existencia de) una tradición científica local a partir de unconjunto de narraciones disciplinares.

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Historia de la ciencia y divulgación científica

Como temprano antecedente, se puede comenzar con la figura deEnrique Herrero Ducloux, el primer egresado de la carrera de Químicade la Universidad de Buenos Aires (creada en 1896), primer Directorde la Escuela de Química y Farmacia en el Instituto del Museo de LaPlata y, más tarde, en 1919, primer Decano de la Facultad de CienciasQuímicas de la Universidad Nacional de La Plata (Vernengo, 2001:155-156).

Ligado a las actividades del Museo de La Plata y a su “Biblio-teca de difusión científica”, Herrero Ducloux aparece como activoparticipante del programa de “extensión universitaria” que Joaquín V.González puso en marcha en la Universidad Nacional de La Plata acomienzos del siglo XX. Considerado “como uno de nuestros escrito-res más agradables, rico de lenguaje y de buen gusto” (González,1935: 483), ya en la primera década del siglo XX, Herrero Duclouxinicia una actividad considerable en el amplio género que en esaépoca se conocía como “vulgarización de la ciencia”, en calidad deasiduo conferencista y como autor de numerosos artículos,2 muchosde los cuales introducen cuestiones relativas a la historia de la cien-cia.3 Como parte de esta producción, si bien con lenguaje un pocomás técnico y dirigido al ámbito universitario, Herrero Ducloux pu-blicó en 1912 la obra Los estudios químicos en la República Argenti-na (1810-1910).4 Más adelante se verá que este autor también partici-pó del mencionado proyecto de la Sociedad Científica Argentina.

A partir de mediados de la década de 1910, es posible rastrearel interés de los científicos por difundir la historia de la ciencia, enlas páginas de la Revista de Filosofía, publicación bimestral fundadaen 1915 por José Ingenieros, su primer Director.5 A semejanza de laproducción de Herrero Ducloux, los temas de historia de la ciencia enla Revista de Filosofía aparecen en los artículos sobre cuestionescientíficas, los cuales pueden caracterizarse como divulgación cientí-fica para gente culta. En este sentido, Rossi (1999: 26-30) señalacomo uno de los rasgos salientes de la Revista el diletantismo, enten-dido como forma de una “ensayística amable” y algo anacrónica.Respecto de la importancia que la revista otorgó a las cuestionescientíficas, debe recordarse el biologicismo de corte spenceriano do-

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minante en las especulaciones filosóficas de sus colaboradores.6 Esdable señalar que, para Ingenieros, la ciencia constituía un compo-nente necesario para concretar uno de los principales objetivos que sepropuso la Revista: el establecimiento de una tradición cultural propia(Rossi, 1999: 16).

Dentro de este marco deben ser considerados los artículos queabordan temas relacionados con la historia de la ciencia, como “Lafilosofía de las matemáticas y su evolución en el siglo XIX” (1916)de Camilo Meyer, “Otto von Schrön y la vida de los cristales” (1918)de Enrique Herrero Ducloux, “Historia del principio de la relatividad”(1921) de Richard Gans o “La evolución de la físico-química” (1927)y “La mecánica química y la termoquímica en Berthelot” (1928) deHoracio Damianovich. Podrían incluirse también en esta lista algunostrabajos de Jorge Duclout, Jakob Laub y Julio Rey Pastor, que pre-sentan perspectivas históricas de cuestiones epistemológicas.7 Puedenotarse que, con excepción de Herrero Ducloux y Damianovich, elresto de los autores que componen esta lista son investigadores ex-tranjeros que se encuentran trabajando en el país y que en el escena-rio local lideran sus disciplinas. Este rasgo queda significativamentede manifiesto con la publicación en la Revista de una versión, sincontenido matemático, del ciclo de ocho conferencias que pronuncióAlbert Einstein en la Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Natura-les de la Universidad de Buenos Aires, durante su visita a la Argenti-na, en el período marzo-abril de 1925.8

Ya en la década de 1930 es posible seguir el interés de losinvestigadores por la difusión de la historia de sus disciplinas científi-cas en otra de las revistas que, durante el período de entreguerras, sepropusieron objetivos políticos y culturales. Nos referimos a Cursos yConferencias, publicación del Colegio Libre de Estudios Superiores -fundado en mayo de 1930- donde se reunieron los grupos liberales entorno a la lucha antifascista y contra la reacción “tradicionalista” decatólicos y nacionalistas (Neiburg, 1998: 138-139).9

Cursos y Conferencias comenzó a publicarse al año siguientede la fundación del Colegio Libre. Como en el caso de la Revista deFilosofía, los trabajos sobre historia de la ciencia, que aparecen ensus páginas, deben ser comprendidos dentro del marco más generalde la presencia de las ciencias naturales y exactas. Si bien en el acta

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de fundación se lee que el Colegio no aspira a ser “ni universidadprofesional, ni tribuna de vulgarización”,10 la historia de la cienciapresente en Cursos y Conferencias nunca superó la última categoría.Entre los trabajos con contenido histórico que se publicaron en estarevista pueden mencionarse los siguientes: Félix Aguilar, “Anteceden-tes relacionados con la determinación de la forma y dimensiones de latierra” (1932); Venancio Deulofeu, “Herman Boerhaave (1668-1738)”(1938); Ernesto Galloni, “André Marie Ampère” (1937); BernardoHoussay, “La fisiología y la medicina de Descartes” (1937);11 y Enri-que Zappi, “Ensayo sobre la evolución de las doctrinas de la químicaorgánica” (1933, 1934, 1935) y “Bosquejo sobre el desarrollo históricode los conocimientos químicos en la República Argentina” (1935).12 Encontraposición a lo visto en la Revista de Filosofía, es interesante notarque en Cursos y Conferencias la lista de colaboraciones está compuestaexclusivamente por trabajos de científicos argentinos.13

En síntesis, los artículos de la Revista de Filosofía y de Cursosy Conferencias que exponen temas de historia de la ciencia son traba-jos de divulgación de historia de las disciplinas científicas escritospor investigadores destacados. Sus autores utilizaron el material dis-ponible en bibliotecas no especializadas (pues no las había), con laconsecuente ausencia de fuentes primarias. Invariablemente, se tratade catálogos más o menos detallados de nuevas ideas y descubri-mientos que se estructuran en una sucesión lineal. A lo largo de estaprogresión temporal, los relatos presentan la actividad científica comouna lenta, trabajosa y, podríamos decir, heroica aproximación a lasconfiguraciones presentes de las disciplinas.

Como ejemplo de esta orientación, puede citarse el caso deHoracio Damianovich, primer profesor de físico-química en la Uni-versidad de Buenos Aires en 1909, organizador de la Facultad deQuímica Industrial y Agrícola de la Universidad Nacional del Litoralcreada en Santa Fe en 1919, y destacado en este período por susinvestigaciones sobre gases raros (Vernengo, 2001: 157-159). En elúltimo párrafo del trabajo sobre Berthelot publicado en la Revista deFilosofía, Damianovich sostiene:

Berthelot con sus concepciones geniales, su habilidad experimental,su inmensa capacidad para el trabajo y su perspectiva sostenida por

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una vocación sin límites, se acercó mucho a la anhelada solución aldemostrar que aquella fuerza [la afinidad] igual que las otras podíaser regida por los principios generales de la mecánica (Damianovich,1928: 92).

Es claro el interés de Damianovich por la historia de la ciencia,si se tiene en cuenta su propósito de incorporar esta disciplina a laenseñanza superior. Con esta finalidad, Damianovich creó la cátedrade Metodología e Historia de las Ciencias, en la Facultad de QuímicaIndustrial y Agrícola, tomando a su cargo el contenido de metodolo-gía, mientras que distintos profesores -como José Babini en el casode matemática- dictaron la historia de la disciplina respectiva (Ferrari,1997: 438-439).14

La mención de esa Facultad nos remite a la figura del científi-co alemán Georg Gustav Anselm Fester, quien llegó a Santa Fe en1924. Un año antes de su arribo al país, Fester ya había publicado unahistoria de la tecnología química.15 Entre sus actividades en Santa Fe,además de destacarse en variados temas de tecnología química, dedi-có cierto tiempo a la divulgación científica y, como parte de ella, dela historia de la ciencia y de la técnica (Ferrari, 1997: 432).

Es interesante notar, en los casos analizados, la presencia do-minante de químicos y, como consecuencia, de trabajos referidos a laquímica. Al respecto, puede pensarse que esto se debe a que la quími-ca fue, después de la medicina -y, entre otras razones, como conse-cuencia de su relación con ella, pero principalmente por su desarrolloen el ámbito de la industria-, 16 la disciplina científica que, desde unaperspectiva económica, se encontraba más consolidada en el ámbitolocal.

Finalmente, digamos que, además de la cátedra de Damianovich,desde 1927 hubo una cátedra de Epistemología e Historia de la Cien-cia en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de BuenosAires, a cargo de Alfredo Franceschi, filósofo interesado en teoría delconocimiento e informado sobre cuestiones científicas, 17 a quien en-contramos a comienzos de la década de 1920 asumiendo el papel de“divulgador” de la teoría de la relatividad entre los filósofos.18

Franceschi fue sucedido en esta cátedra por Rey Pastor en 1934 (Galles,1996: 165). En esta misma época, el historiador Alberto Palcos dictó

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Teoría e Historia de la Ciencia en la Universidad Nacional de LaPlata.

La construcción de un pasado

En paralelo con el panorama presentado en el apartado anterior, elprimer intento sistemático de organizar el pasado de las ciencias exac-tas y naturales en el país fue llevado a cabo por la Sociedad CientíficaArgentina a través de la publicación de la serie titulada Evolución delas ciencias en la República Argentina. 1922-1972. De ella participa-ron: Herrero Ducloux, con Las ciencias químicas (1923); CristóbalHicken, con Los estudios botánicos (1923); Claro C. Dassen, con Lasmatemáticas en la Argentina (1924); Ramón G. Loyarte, con La evolu-ción de la Física (1924); Franco Pastore, con Nuestra Mineralogía yGeología (1925); Nicolás Lozano y Antonio Paitoví, con La HigienePública y las Obras Sanitarias Argentinas (1925); Guillermo Hoxmark,con La evolución de la Meteorología (1925), y Enrique Chaudet, conLa evolución de la Astronomía (1926).19

Los trabajos que componen esta colección son heterogéneos ensu estructura, enfoque y extensión, que oscila entre las 30 y las 160páginas, aunque, desde el punto de vista historiográfico, existe ciertauniformidad en el enfoque, el cual coincide con lo descripto en elapartado anterior. Como ejemplo del enfoque que campea en estapublicación, podemos considerar el trabajo de Guillermo Hoxmark,dedicado a la meteorología. Este autor, en dos páginas, atribuye losorígenes de la disciplina a Aristóteles, quien según él “formó unconcepto de atmósfera que fue la base de todos los libros de textohasta fines del siglo XVII”. El texto alcanza rápidamente el sigloXIX, cuando “fue oficialmente admitida la necesidad de efectuar es-tudios sistemáticos de meteorología” (Hoxmark, 1925: 7-8). En cuan-to a la epistemología subyacente al relato, queda sintetizada en lasiguiente expresión:

Uno de los grandes anhelos del hombre ha sido poder prevenir loscambios atmosféricos. Indudablemente, por ejemplo, los sacerdotesde Babilonia y Egipto estudiaron la climatología de sus países y seocuparon de formular místicos pronósticos del estado del tiempo y de

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las alturas de los ríos sagrados para poder conservar y afianzar suinfluencia [...] Con el mejor conocimiento de las leyes que rigen laatmósfera y con la perfección de los instrumentos apropiados paraefectuar observaciones se inició un período de investigaciones condu-cidas científicamente (Hoxmark, 1925: 21).

Como vemos, se trata de un relato de logros institucionales,instrumentales y teóricos y de los “héroes” asociados a ellos, quedestaca las incumbencias de la disciplina y reivindica su especifici-dad, necesidad y fertilidad para el futuro. Una breve introducción delpanorama internacional permite a Hoxmark enmarcar los logros deldesarrollo de la disciplina en escala nacional: “En la América del Surla Argentina fue el primer país que creó un servicio oficial”. Respec-to de la publicación de la Carta de tiempo -que se inició a fines de1902- el autor sostiene que se trata de “una verdadera ayuda para losintereses primarios del país, como lo son la agricultura y la ganade-ría”. También afirma que “en Brasil, Chile y Uruguay la fundación deinstitutos meteorológicos oficiales datan de fecha mucho más recien-te que la de nuestro país”, para concluir que “se reconoce universal-mente en el mundo científico que la Oficina Meteorológica Argentinatiene el honor de haber iniciado los estudios para determinar lasrelaciones entre la radiación solar y el tiempo” (Hoxmark, 1925: 14-16). Es evidente que la historia de la disciplina se funde con el relatolegitimador y el informe técnico de evaluación de su estado presente.

Algunos autores de esta serie sobre Evolución de las cienciasen la República Argentina aprovechan la oportunidad para deslizarevaluaciones panorámicas que desbordan sus propias disciplinas. Porejemplo, Franco Pastore, en su trabajo dedicado a la mineralogía ygeología, sostiene:

Es verdad, aunque nos pese, que las ciencias puras no despiertan entrenosotros bastante interés y que, en particular, tenemos hacia las que sefundan en la observación de la naturaleza bien poca inclinación... Ex-perimentamos un pasajero sentimiento de vergüenza cuando recorda-mos la poca suerte de nuestros museos e instituciones de investigaciónno comerciables; pero lo olvidamos pronto (Pastore, 1925: 47).

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Pastore atribuye este problema a “un defecto de nuestro pue-blo, que quita altura a sus méritos intelectuales”. También Dassen(1924: 8), refiriéndose a la pobreza del escenario matemático local,afirma: “Nunca le ha sido ni le será favorable la atmósfera de positi-vismo que rodea a pueblos nuevos y en continua evolución”.

En cuanto a qué se entiende por historia e historia de la ciencia,Herrero Ducloux sostiene:20

Hacer historia es tarea ingrata, cuando debe considerarse todo unpueblo, una dinastía o un partido, porque las luchas con el extranjero,las manifestaciones de fuerza para asegurar el poder o los espasmosde rebelión para conquistar libertades, se resuelven en el telón delpasado como un torbellino inacabable de injusticias y de crímenes.Pero cuando el historiador sólo contempla el esfuerzo de las inteli-gencias y olvida la violencia de las pasiones, cuando observa el hor-miguero en sus jornadas y sigue los pasos de los obreros obscuros ybrillantes que construyen el edificio de la nacional grandeza [...] (He-rrero Ducloux, 1923: 7).

Es de destacar que en el trabajo del agrimensor y doctor enciencias naturales porteño Cristóbal Hicken, Los estudios botánicos -que aparece como la obra más rigurosa y estructurada de la serie- sehace evidente la intención de superar una visión puramente internalista.Si bien el relato de Hicken no escapa al enfoque presentista, el autorintenta integrar, al relato de logros científicos, las dimensiones cultu-ral e institucional, marcando las diferencias y conexiones entre Euro-pa y la América hispana. En la sección titulada “Época de la colonia(1512-1810)”, Hicken comienza evaluando la ciencia europea de lossiglos XV-XVII y dedica cierto espacio a temas como las sociedadesy academias científicas europeas o las universidades y las imprentasen el período colonial. La primera parte de Los estudios botánicos secompleta con los capítulos “Época de transición (1770-1821)” y “Épocauniversitaria (1821-1922)”. La segunda parte se concentra en la cien-cia local, en el período posterior a la fundación de la Sociedad Cientí-fica Argentina.

También como parte de una estrategia de construcción de unatradición, pero esta vez desde la perspectiva de las actividades jesuíticas

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en la época virreinal, especialmente en el territorio de lo que sería laArgentina, deben mencionarse los muchos trabajos de GuillermoFurlong Cardiff sobre la historia de la ciencia colonial. Entre susobras tempranas se encuentran los artículos “El primer astrónomoargentino: Buenaventura Suárez S. J. (1678-1750)” y “Otro astróno-mo argentino: Alonso Frías S. J. (1745-1824)”, ambos de 1919. Defines de la década de 1920, La personalidad de Tomás Falkner (S. J.)y algunos capítulos de Glorias santafesinas. De estos aportes debedestacarse la notable cantidad y variedad de fuentes primarias em-pleadas y un aparato erudito al nivel de los estándares internacionalesde la época, que revela la formación que su autor había adquiridocuando estudió en la Universidad de Georgetown. Sin embargo, laperspectiva histórica de estos mismos trabajos sufre de una no disi-mulada -y por momentos fastidiosa- intención apologética yreivindicatoria de la actividad cultural jesuítica.21 Las extensas inves-tigaciones de este autor sobre la historia de la ciencia en la coloniafueron reunidas en tres volúmenes que formaban parte de la serie“Cultura colonial argentina” de la editorial Huarpes: Matemáticosargentinos durante la dominación hispánica (1945), Médicos argen-tinos durante la dominación hispánica (1947) y Naturalistas argenti-nos durante la dominación hispánica (1948). Se ha señalado que lacomparación del trabajo de Furlong, celebrador de la ciencia colonial,con el tratamiento llamativamente sucinto del mismo tema por auto-res como Babini, en su Historia de la ciencia en la Argentina (1949),en cierta medida refleja y traduce, con los acentos propios de lahistoria de la ciencia, la polémica entre historiadores “tradicionalis-tas” y “liberales” tal como estaba planteada a fines de la década de1940 (Asúa 1993: 17-18).22

Los antecedentes europeos

Químico por formación, Aldo Mieli comenzó a desarrollar, poco antesde la Primera Guerra Mundial, una intensa actividad como escritor yeditor de historia de la ciencia. Entre 1913 y 1914, Mieli publicó en larevista Isis cinco artículos y siete reseñas bibliográficas sobre libros deautores italianos.23 En 1919 inició en Roma la publicación de Archiviodi storia della scienza, revista que a partir de 1925 adoptará el nombre

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de Archeion. Mieli es considerado uno de los iniciadores de la historiade la ciencia como actividad académica en Italia, si bien, según Abbri yRossi (1986), el idealismo dominante de figuras como Benedetto Crocey Giovanni Gentile frustraron los esfuerzos de Mieli por institucionalizarla historia de la ciencia en su país. En 1928, escapando del fascismo,Mieli se instaló en París, donde contribuyó decisivamente a la creaciónde la Academia Internacional de Historia de la Ciencia (1929).24

Por su parte, Umberto Giulio Paoli, ingeniero químico radica-do en la Argentina y vinculado a la industria, tuvo una tempranaparticipación en Archivio.25 Paoli, que había sido profesor de Mieli enla Universidad de Pisa, ya en el primer tomo de esta publicación -correspondiente a 1919-1920- publicó una nota sobre una colecciónargentina de libros editados por él mismo y dedicados a la cienciahispanoamericana.26 También colaboró con frecuencia en Archivio y,más tarde, en Archeion con artículos sobre temas de metalurgia, botá-nica y farmacopea latinoamericanas durante el período colonial.27 Apartir del volumen correspondiente a 1928 de Archeion, Paoli figuracomo “redactor en el exterior”.

Ese mismo año, entre las actividades del Congreso Internacio-nal de Ciencias Históricas celebrado en Oslo, Mieli creó el ComitéInternacional de Historia de la Ciencia, que quedó integrado por AbelRey, George Sarton, Henry Sigerist, Charles Singer, Karl Sudhoff yLynn Thorndike. Desde su sede de París, Mieli se dedicó a la organi-zación de los congresos internacionales y de los “grupos nacionalesde historia de la ciencia” asociados al Comité, el cual a partir de1934-1935 comenzó a llamarse Académie Internationale d´Histoiredes Sciences. Mieli ganó cierta visibilidad luego del congreso deParís de 1929, en el que fue nombrado “secretario perpetuo” de laAcademia. En 1930 aparece mencionado entre los miembros elegidosde la History of Science Society.28 Desde entonces, su presencia enIsis estará en función de su papel como figura central del Comité ysus sucesivos congresos.

En 1933, el mismo año en que se creó la Asociación Argentinapara el Progreso de las Ciencias, Umberto G. Paoli y el matemáticoespañol Julio Rey Pastor crearon el Grupo Argentino de Historia dela Ciencia asociado al Comité de Mieli. Con excepción de losconvocantes y de Herrero Ducloux, los restantes miembros originales

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del Grupo -Amado Alonso, Nicolás Besio Moreno, Angel Cabrera yEmilio Ravignani- tuvieron, en el mejor de los casos, una relaciónocasional con la historia de la ciencia.29 Paoli y Rey Pastor fueronnombrados, respectivamente, Secretario y Presidente. Posteriormente,el número de sus participantes activos parece haber mermado. Archeionalude a la reunión del Grupo en junio de 1935. Allí puede verse que,de los integrantes originales, sólo quedan Rey Pastor, Paoli y Alonso,y que se han agregado Enrique Zappi, profesor de química en LaPlata y Buenos Aires (a quien ya mencionamos como colaborador deCursos y Conferencias) y el doctor Bernardo I. Baidaff, del Semina-rio matemático de Buenos Aires.30 Finalmente, Rey Pastor y Paolifueron elegidos miembros correspondientes de la Académie (1934 y1935, respectivamente).31 Ambos científicos aparecen en la lista demiembros agrupados por país, que se publicó en Isis en 1936, comorepresentantes de América del Sur. Rey Pastor fue nombrado miem-bro efectivo en 1938.32

En marzo de 1938, Mieli le escribió a Rey Pastor ofreciéndosecomo organizador de un Instituto de Historia de la Ciencia. Luego deun intento fallido en la Universidad de Buenos Aires, Rey Pastorgestionó la creación de este Instituto en la Universidad Nacional delLitoral, por entonces bastión del reformismo. El proyecto se concretóa mediados de 1939 con la ayuda del Decano de la Facultad deCiencias Matemáticas y Consejero, el ingeniero Cortés Plá, el apoyodel Rector Josué Gollán y la firma de José Babini, por entoncesDecano de la Facultad de Química Industrial y Agrícola.33 Deberecordarse que en esta Facultad ya existía la cátedra de Metodología eHistoria de las Ciencias, a cargo de Damianovich.

Mieli se hizo cargo del nuevo Instituto durante los últimosmeses de 1939. Comenzó entonces la edición de Archeion en SantaFe, de la que se editó una buena cantidad de números, agrupados encuatro volúmenes, entre 1940 y 1943. Paoli y Babini, que formabanparte del comité de redacción, fueron los colaboradores locales másfrecuentes (tres artículos el primero y dos el segundo).34 Isis informóde la publicación de Archeion en la Argentina en el volumen corres-pondiente a 1941, que se publicó, a causa de la guerra, en 1947.35

El optimismo con el cual Mieli asumió esta empresa fue prontodesmentido por los hechos. El golpe militar del 4 de junio de 1943

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derivó en la intervención de la Universidad Nacional del Litoral. Elcontrato de Mieli fue dejado sin efecto y su Instituto suprimido. Sartonse refirió a este hecho en las páginas de Isis: “Desafortunadamente,de la misma forma en que lo hicieron en España, Italia y Alemania,algunas nubes se ciernen sobre la Argentina”. Luego de mencionar aBernardo Houssay y la pérdida de la biblioteca de Mieli, 36 Sartondetalla:

El espacio que [Mieli] ocupaba y en el cual había instalado su propiabiblioteca fue repentinamente solicitado para otros propósitos, y en elplazo de dos días fue obligado a trasladar sus libros y archivos a undepósito.37

A semejanza de Mieli, el historiador de la matemática españolFrancisco Vera también llegó a Buenos Aires como consecuencia delexilio. Republicano y masón, al final de la guerra civil española Veratuvo que irse de España. Después de residir unos meses en Francia, en1940 arribó a la República Dominicana. Al año siguiente partió haciaColombia donde pasó tres años. Finalmente, en abril de 1944, Verallegó a Buenos Aires, donde produjo una parte importante de su obra ytrabajó como profesor de matemática y de historia de la matemática enlas Universidades de Buenos Aires y La Plata hasta el final de su vida,en 1967 (Cobos y Vaquero, 1999). En la lista de sus numerosos traba-jos publicados en España (Cobos y Pecellin, 1997: 516-518), puedeverse que su producción en historia de la matemática se inició en 1929.De este período pueden citarse El matemático árabe madrileño MaslamaBenhamed (1932) y los cuatro volúmenes de su Historia de la Matemá-tica en España (1933). De los muchos que Vera escribió, durante losveintitrés años que vivió en Buenos Aires (Cobos y Pecellin, 1997:519), su proyecto más ambicioso fue la Historia de la Cultura Científi-ca (1956-1969). Concebida en siete volúmenes, solamente llegó a es-cribir cinco (el quinto se publicó después de su muerte).

Epílogo

Los años de entreguerras pueden caracterizarse como un período demaduración y consolidación de la comunidad científica argentina. Así,

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una de sus dimensiones, dentro del multifacético proceso de legitima-ción de la investigación científica en el país, consistió en difundir elvalor cultural de la ciencia y las virtudes éticas del investigador. Eneste sentido, la divulgación científica y, como parte de ella, la historiade la ciencia, fue una de las estrategias que los científicos localesencontraron para canalizar estos objetivos. De este modo se comprendeque buena parte de los científicos interesados en la historia de laciencia hayan estado fuertemente comprometidos con la promoción deproyectos de universidades, institutos de investigación y asociaciones.Como casos paradigmáticos, podemos mencionar a HoracioDamianovich, Venancio Deulofeu, Bernardo Houssay o Enrique Zappi,miembros fundadores de la Asociación Argentina para el Progreso delas Ciencias. Dentro de este marco pueden ubicarse los primerosintentos de trazar historias disciplinares y de demostrar la existencia deun pasado científico valioso, a partir del cual proyectar un porvenirpromisorio para la ciencia en la Argentina.

En cuanto a la situación de la historia de la ciencia en Américalatina, Saldaña (1993: 73) señala que en la década de 1950 se descu-brió la ciencia latinoamericana como un producto de su historia. El“caso argentino” coincidiría con esta afirmación, si se considera quela Historia de la ciencia argentina de José Babini se publicó en1949.38

Respecto de una comparación de los desarrollos de los destinosacadémicos de la historia de la ciencia en la Argentina y EstadosUnidos, resulta sugerente el paralelismo que puede establecerse entrelas trayectorias de George Sarton y Aldo Mieli. Si se acepta la máxi-ma de que a todo sistema científico en expansión le corresponde unahistoria de la ciencia vigorosa, se comprende el hecho de que en 1939se haya producido el primer intento de crear un instituto dedicadoexclusivamente a la historia de la ciencia, como indicio de las expec-tativas que, en un momento de justificado optimismo, despertó eldesarrollo científico entre los investigadores locales. En conexión conesto, quizá pueda interpretarse, también, la coincidencia en la fechade fundación (1933) de la Asociación Argentina para el Progreso delas Ciencias y del Grupo Argentino de Historia de la Ciencia. Estamisma perspectiva hace también posible comprender la “explosión”de la historia de la ciencia, como disciplina académica, en el ámbito

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universitario estadounidense, a partir de la década de 1950, y losderrumbes periódicos y el consecuente estancamiento de esta disci-plina en el escenario local.

En este sentido, el inicio en el país de la historia de la ciencia,como actividad profesional, a partir de Mieli no fue seguido por undesarrollo continuo y creciente de la disciplina. Por el contrario, sucarácter de subordinada a las ciencias exactas y naturales y aislada dela historia, la convirtieron en una disciplina institucional y académi-camente débil, susceptible de padecer, doblemente, los embates so-cio-políticos desde un segundo plano silencioso, nunca protagónico yocasionalmente funcional. Los cataclismos políticos recurrentes seencargarían de frustrar todo intento de consolidar la profesionalizaciónde la historia de la ciencia. Dentro de este marco debería entendersela trayectoria de José Babini, el primer historiador de la ciencia pro-fesional argentino, quien logró mantener la visibilidad y la represen-tación académica y cultural de la disciplina durante las décadas pos-teriores a la Segunda Guerra Mundial, prácticamente sobre la únicabase de su esfuerzo individual.

Notas

1. Sobre la trayectoria de José Babini como matemático puede verse Santaló, 1997.El detalle de sus publicaciones hasta la creación del Instituto de Historia y Filosofíade la Ciencia puede verse en Babini, 1994: 69-73.

2. Como representativas de esta actividad, pueden mencionarse: E. Herrero Ducloux,La ciencia y sus grandes problemas, Buenos Aires, Coni, 1908 (publicado en lacolección de la “Biblioteca de vulgarización científica” del Museo de La Plata) yFantasía y ciencia, Buenos Aires, Cabaut y Cía., 1909. En esta fecha HerreroDucloux era Vicedirector del Museo de La Plata.

3. Como ejemplo podemos citar, de Fantasía y Ciencia, los artículos “Los museosargentinos”, “Mendeleef” o “Berthelot”.

4. Mencionemos, de paso, Herrero Ducloux, E. (1947), “Los estudios químicos en laRepública Argentina”, Anales de la Academia Nacional de Ciencias, XI, pp.97-133.

5. Desde 1922 Ingenieros compartió la dirección de la Revista de Filosofía conAníbal Ponce. A la muerte de Ingenieros, en 1925, Ponce la ejerció hasta elsegundo semestre de 1929, cuando se publicó el último número.

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6. Rossi (1999: 28) cita como ejemplos a Carlos O. Bunge o Ingenieros, en susintervenciones sobre psicología y sociología, a Augusto Bunge, sobre moral ybiología, y a Rodolfo Senet, sobre los sentimientos estéticos.

7. Citemos, a modo de ejemplo, la primera sección titulada “Evolución de las cienciasexactas” del artículo “La tendencia económica y axiomática en las ciencias exac-tas” (1915) de Jorge Duclout, dos artículos de Julio Rey Pastor, “Ciencia abstractay filosofía natural” (1925) y “La unidad de la ciencia” (1926), y el de Jacob Laub,“¿Qué son espacio y tiempo?” (1919).

8. Einstein, A. (1925), “Conferencias sobre relatividad”, Revista de filosofía, XXI, 3:322-347. Sobre las discusiones de la teoría de la relatividad en esta publicación,puede verse Hurtado de Mendoza, 1999.

9. Al respecto, sostiene Neiburg (1998: 140): “Desde su fundación, el Colegio setransformó en un importante sitio de reunión de políticos, empresarios, financistase intelectuales consagrados. Era un lugar de discusión y de elaboración de proyec-tos, un foco de irradiación de propuestas, de militancia y de proselitismo”.

10. Citado en Neiburg, 1998: 143.11. Este trabajo se publicó también en el primer tomo de Descartes. Homenaje en el

tercer centenario del “Discurso del método” (3 tomos), Buenos Aires, Espasa-Calpe, 1937: 33-56. En el mismo tomo Teófilo Isnardi publicó “La física deDescartes” (pp. 75-139) y, en el segundo, Rey Pastor “Descartes y la filosofíanatural” (pp. 44-66).

12. También pueden incluirse, como perspectivas históricas de cuestionesepistemológicas, los trabajos de Enrique Gaviola, “El mundo real y el determinismo:la ciencia, algunas doctrinas filosóficas y la religión” (1932) y “Espíritu y materia.Una contribución a la filosofía científica” (1933), y de Venancio Deulofeu, “Rela-ciones entre la Química y la Medicina” (1934).

13. Incluimos en esta lista los artículos publicados en el período de interés del presentetrabajo. Fuera de este período, por ejemplo, encontramos cuatro trabajos de historiade la ciencia de José Babini: “Ideas acerca del origen de la ciencia” (1944), “LaGeometría de 1637” (1950), “El Discurso Preliminar de la Enciclopedia” (1951) y“La ciencia en la Argentina en los últimos cincuenta años” (1952).

14. Ferrari, 1997: 439 y 443. Ferrari señala, también, la influencia de Walter Sorkauen esta iniciativa. Sorkau había llegado de Danzig en 1905 y dictaba en el InstitutoNacional de Profesorado Secundario un curso de historia de la química, que larevista de alumnos del INPS publicó por entregas.

15. G. Fester, Die Entwicklung der chemischen Technik bis zu den Anfangen derGrossindustrie (La evolución de la técnica química desde los comienzos de la granindustria), Berlin: Springer Verlag, 1923.

16. La química tuvo papel central en el ascenso económico del país entre 1875 y 1935.El censo de 1895 registró 317 plantas químicas en el país; en 1914 se registraron567, si se consideran tanto las respaldadas por capitales nacionales como extranje-

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ros (Barón, 2000: 4-5). Al respecto, en la serie de monografías titulada Laevolución de las ciencias en la República Argentina. 1872-1922 de la SociedadCientífica Argentina, el único trabajo que incorpora un apartado sobre la industriaes el dedicado a la química (Herrero Ducloux, 1923: 25-26).

17. Según Coriolano Alberini, Franceschi “tenía una sólida preparación filosófica ycientífica, descollando sobre todo en lógica, epistemología e historia de la ciencia”,Actas del Primer congreso nacional de filosofía, I: 71 (citado de Farré, 1958:154).

18. Sobre Franceschi como divulgador de la teoría de la relatividad entre los filósofos,puede verse Hurtado de Mendoza, 2000: 40-42.

19. En un folleto de la Sociedad Científica Argentina de julio de 1924, que se encuentraen la Biblioteca José Babini, figura la lista de monografías proyectadas y de losrespectivos autores asignados a cada una de ellas. Además de las que se publicaron,figuraban en el proyecto original: Historia de la Sociedad hasta la fecha, porNicolás Besio Moreno; Evolución de la Zoología durante los últimos cincuentaaños, por Eduardo L. Holmberg; Evolución de la Paleontología durante losúltimos cincuenta años, por Martín Doello Jurado; Evolución de la Antropologíadurante los últimos cincuenta años, por Felix F. Outes; Evolución de la Medicinadurante los últimos cincuenta años, por Gregorio Aráoz Alfaro; Evolución de laEstadística durante los últimos cincuenta años, por Alejandro E. Bunge; Evolu-ción y progreso de la industria en el país durante los últimos cincuenta años, porM. Leguizamón Pondal.

20. También puede destacarse que, en la sección “Bibliografía selecta”, dedica un ítema la historia de la química (Herrero Ducloux, 1923: 51-54).

21. Sobre los escritor de Guillermo Furlong Cardiff, puede verse el detallado trabajoGeoghegan, 1957.

22. Sobre esta discusión, puede verse Seibold, 1975.23. Un estudio detallado de la relación mantenida por Mieli con Isis, puede verse en

Asúa, 2000: 241-244. El contenido de este apartado sigue de cerca el tratamientode ese tema en el trabajo citado.

24. Sobre diferentes momentos de la trayectoria de Mieli, puede verse: Mieli, 1948;Plá, 1950; Sergescu, 1950; Babini, 1962a;b; Asúa, 1997; Tosi, 1997.

25. Sobre Paoli, puede verse: Babini, 1953; Valentinuzzi, 1953; Ferrari, 2000.26. Paoli alude a los siguientes libros: El arte de los metales de Alonso Barba, parte de

la Historia medicinal de Monardes y Los nueve libros de Re Metallica de Pérez deVergas. Archivio di Storia della Scienza, 1 (1919-1920): 440-442.

27. La bibliografía de Paoli puede consultarse en los volúmenes de Isis CumulativeBibliography, 1913-1965, Londres, Mansell, 1971-1976, y en Ferrari, 2000.

28. Isis, 14, 1930: 280-283.

LA HISTORIA DE LA CIENCIA EN LA ARGENTINA DE ENTEGUERRAS

154

29. Amado Alonso era Director del Instituto de Filología de la UBA; Nicolás BesioMoreno era Director General de Bellas Artes; Ángel Cabrera era Director de laSección Paleontología del Museo de La Plata; Emilio Ravignani era Director delInstituto de Investigaciones Históricas de la Universidad de Buenos Aires.

30. Archeion, 17, 1935: 248-249.31. Archeion, 16, 1934: 104-105 y Archeion, 17, 1935: 230.32. Babini, 1962c.33. Cortés Plá, 1972. Una versión anterior, Cortés Plá, 1950, apareció como noticia

necrológica a la muerte de Mieli. También puede verse Cortés Plá, 1970: 161-163.34. Además de continuar con la edición de Archeion, Mieli comenzó un catálogo

bibliográfico y un repertorio temático, tareas a las que se vinculó José Babini. Laserie santafesina de Archeion es analizada en Ferrari; Galles, 1982.

35. Isis, 33, 1941: 339-340.36. Sobre el tema y la invitación formulada en las páginas de Science a los “colegas

norteamericanos” a colaborar con el fisiólogo argentino, puede verse Science, 99(1944), pp.360-361

37. Unfortunately, the clouds gathered in Argentina as they had in Spain, Italy andGermany, very much in the same way [...] The space which he occupied and inwhich he had established his own library were suddenly needed for other purposes,and within two days he was obliged to move his books and archives into astorehouse (Sarton, 1944: 336). Sobre el singular destino de Mieli y de subiblioteca en los años que siguieron al golpe militar de 1943, puede verse Asúa,1997.

38. Sobre el tema, puede verse también Beltrán, 1984: 20. En el contexto de la historiade la ciencia en América latina, este trabajo destaca a la Argentina, “debido a labenéfica influencia que ejerció el eminente historiador italiano de la ciencia, AldoMieli” y menciona como importantes los volúmenes de la serie Evolución de lasCiencias en la República Argentina. 1872-1922.

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LA HISTORIA DE LA CIENCIA EN LA ARGENTINA DE ENTEGUERRAS

Reseñas

Bibliographie d´Alexandre Koyré. por Jean-Françoise Stoffel. Intro-ducción de Paola Zambelli. Firenze: Leo S. Olschki / Biblioteca diNuncius: Studi e testi, 39, 2000, 195 pág.

En esta reciente investigación de Jean-Françoise Stoffel, quienes nosinteresamos por la inagotable obra de Alexandre Koyré (Taganrog,Ucrania, 1892-París, 1964) tendremos muchos motivos para conocermejor la actualidad de sus ideas y las decisivas derivaciones de laúltima de las historias que produjo la historia: la historia de las cien-cias.

Más considerado como historiador de las ciencias por los esta-dounidenses, y como historiador de la filosofía por los europeos,Alexandre Koyré admite también un punto de vista más: como filóso-fo de las ciencias.

Los estudios sobre Koyré han ido extendiéndose a lo largo delos años. Su temprana comprensión de que la historia de las cienciasno podía escribirse de acuerdo con una equivalencia del orden históri-co y del orden lógico de los descubrimientos científicos, lo llevó aponer en cuestión la relación establecida, por el recurso a los precur-sores, en el Gran Relato de la historia positivista de las ciencias.Habrá que agregar que ese cambio de perspectiva no la invalidó, sinoque hizo más complejas su interpretación y su historiografía. Koyrése sitúa como un filósofo clave ante la necesidad de replantear laposición epistemológica de las filosofías de la naturaleza que ya ha-bían reclamado Auguste Comte, Wilhem Dilthey y Friedrich Engels.Todos ellos sintieron el cambio de ontologías de la evolución, y delcambio de preguntas y de respuestas, aun de las entidades reconociblesdel universo material y espiritual. Koyré no excluyó el cerco herméti-co de la metafísica en nombre de una validación tecnológica delconocimiento científico.

162

Tampoco clausuró el retorno de filosofías hilozoístas -el “pasa-do animista” anidaba en los conceptos de la física moderna. Pero ensus numerosas monografías supo escuchar la voz interior de las di-versas filosofías, cultivando la empatía metodológica. En sus obrasmás abarcadoras se encuentran sus tesis panorámicas: en Del mundocerrado al universo infinito, en sus Estudios galileanos, en TheAstronomical Revolution y en la menos estudiada Mystiques, spirituels,alchimistes du XVIe siècle allemand, Koyré se expresaba también convoz propia. Y esa es una de las claves koyreanas: toda la historia dela filosofía puede ser releída en contrapunto o polifonía con la histo-ria de las ciencias. El trabajo de Jean-Françoise Stoffel será acasoindispensable para quienes queramos proseguir sus Études y susRecherches teniendo a la mano los registros de centenares de investi-gaciones que se han publicado.

Jean-Françoise Stoffel, investigador en Filosofía de las Ciencias de laUniversidad Católica de Lovaina, Bélgica, ha publicado diversos artí-culos y obras colectivas, particularmente sobre Pierre Duhem, GeorgesLemaître, René Descartes y la revolución copernicana. Mencionamosespecialmente: “Pierre Duhem et ses doctorands: bibliographie de lalittérature primaire et secondaire. Introduction de St. L. Jaki. Louvain-la-Neuve: Centre interfacultaire d´ètude en histoire des sciences, 1996,325 p. (Réminiscences; 1) y el libro que nos ocupa, la Bibliographied´Alexandre Koyré.

La Bibliographie contiene una biografía, narrada por PaolaZambelli, en la que encontramos algunas de las ideas que vertebraronlos “études” koyreanos, como su posición epistémica animada por elcriterio de que el pensamiento científico nunca ha estado enteramenteseparado del pensamiento filosófico. El recorrido -itinerante ymetodológico- de Koyré, que lo llevó de la Rusia natal a sus estudioscon Husserl y Hilbert en Götingen, y de allí a París, con Brunschvicgy Delbos, en una atmósfera bergsoniana. Luego proseguiría abrevan-do de fuentes tan dispares como relecturas, seminarios y traduccionessobre Hegel y temas de lógica formal y teoría de conjuntos en BertrandRussell. Sus ensayos teológicos empiezan con análisis sobre Anselmode Canterbury y René Descartes, y proseguirán desde Jacob Boehmehasta Spinoza y Barwardine, entre otros.

SABER Y TIEMPO

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La historiadora italiana Paola Zambelli se detiene en algunosde los aspectos académicos menos conocidos de Koyré, sus activida-des en Francia y su llegada a Estados Unidos con dos valijas y sin subiblioteca ni sus manuscritos. Pero, sobre todo, su ámbito cercano deinteracción filosófica: Émile Meyerson, León Brunschvicg, LucienLévi-Bruhl, Hélène Metzger, Roman Jakobson en Francia, I. BernardCohen y George Sarton en Estados Unidos, y quienes asistieron a susseminarios en ese país: nada menos que Ch. Gillespie, Rupert Hall,Gerald Holton y Thomas S. Kuhn. Paola Zambelli, en su presentaciónde la Bibliographie, nos dice algo que muchos lectores compartirán:ninguna bibliografía será más útil que ésta.

La primera parte de la Bibliografía compilada por Stoffel in-cluye todos los trabajos de Alexandre Koyré. Tanto los artículos yensayos como las recensiones, tesis y memorias, su participación enobras colectivas, como la Science Moderne 1450-1800 de René Taton,hasta sus libros, incluyendo algunas publicaciones post-mortem, comolos Newtonian Studies (1965). La minuciosa y exhaustiva compila-ción bibliográfica hecha por Stoffel nos permite situar cualquier obrade Koyré, incluso las de menos circulación y acceso. Las edicionesincluyen lo publicado en los siguientes idiomas: francés, inglés, ita-liano, castellano, alemán, ruso, portugués y japonés.

Koyré publicó en muchas revistas y en actas de congresos in-ternacionales de filosofía, a partir de 1912, cuando escribió sobre lasparadojas de Russell, por lo que al cabo de la década de 1960 suspublicaciones ya podían contarse por centenares.

La segunda parte de la Bibliografía -literatura secundaria- reúnetodos los artículos, ensayos y análisis críticos que se realizaron y publi-caron, sobre algún tema en particular, de la vasta investigación histó-rica de Koyré. De indudable interés, esta compilación que indicaautores, títulos de trabajos, fecha y lugar de edición, significa unaguía hermenéutica y una economía única en su género y estilo, paratodas las investigaciones koyreanas por realizarse: fuente que se irátornando en necesidad de consulta para los interesados.

A diferencia de los centenares de artículos, los libros sobreKoyré no son numerosos: Gérard Jorland (1981) y Soren Olesen(1997). Hay algunas tesis y memorias, como la del propio Stoffel(1992) y las de Gustavo Valencia (1988) e Iván Arango (1990). Des-

RESEÑAS

164

de los trabajos de Pietro Redondi, también en Italia se han desarrolla-do muchas investigaciones en torno a Koyré. No son muchos lostrabajos con primera versión en lengua castellana a la fecha, aunquehay estudios como los de Antonio Beltrán (1995) y Carlos Solís(1994). Muchos de los textos documentados en esta Bibliografía sonnovedosos y su cita inédita, lo que potencia su interés historiográfico.

La tercera parte está conformada por un Index, compuesto portodos los filósofos, científicos, ensayistas, investigadores y autores engeneral que aparecen referidos en las dos primeras partes del libro.

Finalmente, podemos considerar que historiadores de la filoso-fía y de las ciencias, estudiantes universitarios y nuevos investigado-res, verán facilitada su actividad y hallarán en esta Bibliografía mu-cho más de lo que trabajosamente puede obtenerse consultando lasediciones disponibles.

Guillermo C. TrebouxUniversidad Nacional del Comahue

National Military Establishments and the Advancement of Scienceand Technology, Paul Forman y José M. Sánchez-Ron (eds.). Dordrecht,Boston, London: Kluwer Academic Publishers, 1996, 340 págs.

El libro compilado por el historiador norteamericano Paul Forman y elespañol José M. Sánchez-Ron se concentra en el período que va de lasegunda mitad del siglo XIX hasta la primera del XX. Los trabajosincluidos tratan sobre la multifacética interconexión entre ciencia,tecnología, industria, política y actividades militares. Algunos de losinterrogantes recurrentes son: ¿en qué medida las actividades militaresdominaron las iniciativas económicas y las políticas de gobierno en elárea del desarrollo científico y tecnológico a fines del siglo XIX ydurante la primera mitad del XX?, ¿cómo caracterizar los patronesinstitucionales surgidos de los intentos de integración de proyectos dedesarrollo tecnológico militar y laboratorios de investigación?, ¿quédicen los científicos de la relación de su trabajo con la guerra y cómoactúan?

SABER Y TIEMPO

165

La primera sección, titulada “Britannic overture” está dedicadaal trabajo de D. E. H. Edgerton (Imperial College of Science,Technology and Medicine, Londres), “British scientific intellectualsand the relations of science, technology and war”. Edgerton cuestio-na los relatos impuestos por los historiadores de la ciencia y la tecno-logía ingleses. Productos de una representación promovida por lapropia comunidad científica británica durante el período deentreguerras, estas historias presuponen que el progreso científicopuede ser estudiado independientemente de las inversiones en cues-tiones bélicas. “Lecturas acríticas, sugiero, han conducido a unahistoriografía de las relaciones entre ciencia, estado y guerra escritascasi exclusivamente en términos de ciencia y tecnología civil confondos del estado. En contraste con el caso de los Estados Unidos, larelación entre la ciencia, el estado y los militares ha sidosistemáticamente relegada”. Para el autor, el tratamiento de las rela-ciones entre ciencia y guerra muestran semejanzas con las oscilantesreflexiones sobre la relación entre modernidad y Holocausto.

La segunda sección, “Mainly in Germany”, se inicia con elartículo “Telephone technology and its interactions with science andthe military, ca. 1900-1930”, por H. Kragh (Universidad de Oslo). Apartir del estudio de los aspectos científicos y tecnológicos presentesen el desarrollo del teléfono durante los primeros treinta años delsiglo XX, Kragh sostiene que en las sociedades modernas tiene pocosentido una marcada distinción entre la tecnología militar y la que nolo es. Entre otras razones, la tecnología de interés militar no se limitaa las aplicaciones en tiempos de guerra. Kragh relata cómo muchasde las soluciones a problemas claves de la telefonía de larga distancia-p.e., el tubo amplificador de vacío- llegaron de la ciencia. En unescenario de competencia entre la industria y los laboratorios euro-peos y norteamericanos, Kragh pone de manifiesto el valor estratégi-co de esta tecnología. El resultado es la comprensión de las potencia-lidades del tendido de cables para redes telefónicas. Sin embargo, sibien las primeras redes tendidas en Europa en tiempos de concilia-ción y prosperidad estuvieron bajo el estricto control civil, significa-ron una lucha de poder indirecta con significación militar.

El siguiente artículo, “Theoretical physicists at war: Sommerfeldstudents in Germany and as emigrants”, por M. Eckert (Universität

RESEÑAS

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München), retoma algunos de los eternos interrogantes que rodean alproyecto nuclear alemán y su contraparte, el proyecto Manhattan.Siguiendo la trayectoria de Hans Bethe y Heinrich Welker, dos discí-pulos de “la eminencia gris” de la física alemana, Arnold Sommerfeld,Eckert intenta dar cuenta del exitoso crecimiento de la física estado-unidense durante la Segunda Guerra Mundial, destacando el fuerteempirismo y el vívido espíritu cooperativo reinante en sus laborato-rios, en contraposición al estancamiento de la física alemana, caracte-rizada por un espíritu de autonomía de sus institutos de investigación.Mientras que para físicos como Slater, del M.I.T., la mecánica cuánticaera un instrumento para calcular las propiedades de los sólidos, paralos físicos alemanes los sólidos eran considerados como una oportu-nidad para ver cómo trabaja la teoría. Así, este “estudio ecobiográfico”analiza dos casos de desarrollo científico divergente bajo el auspiciomilitar.

La segunda sección se cierra con el trabajo de H. Mehrtens(Technische Universität, Braunschweig), “Mathematics and war:Germany, 1900-1945”. Mehrtens dedica el primer apartado a unareflexión epistemológica: “En la empresa tecnocientífica moderna lamatemática está profundamente comprometida en cuestiones de do-minación y control”. Estudiando figuras como Wilhelm Süss, Presi-dente de la Deutsche Mathematiker-Vereinigung, asociación dedicadaa la matemática “pura”, Mehrtens destaca la “auto-movilización” delos matemáticos alemanes durante la Segunda Guerra Mundial. Laguerra apareció como una oportunidad para demostrar la utilidad realde la matemática y los matemáticos, en un clima ideológico de adora-ción de los productos tecnológicos. También dedica una sección alfenómeno opuesto a la auto-movilización: el Institut für DeutscheOstarbeit empleó matemáticos prisioneros de guerra o internados encampos de concentración en sus departamentos. Concluye Mehrtensque la guerra puso de manifiesto la habilidad de los matemáticos paracomprometerse en empresas tecnocientíficas estableciendo gruposinstitucionalizados y redes de colaboración orientados a la resoluciónde problemas bélicos.

La tercera sección se titula “Three Latin countries” y se iniciacon el trabajo “On the military and the exact sciences in France” porL. Pyenson (University of Louisiana, Lafayette). Con fuerte retórica

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antimilitar, Pyenson enfoca la persistente presencia de los militaresfranceses en las ciencias exactas de Francia: “La perspectiva ofrecidaaquí no es fácilmente conciliable con la imagen de Francia comonación abierta y tolerante, tribu de literatos librepensadores y artistasinnovadores”. A partir de la conexión de la astronomía francesa conproblemas prácticos de medición de la superficie terrestre, el autor serefiere a cuestiones tales como la incidencia militar sobre la ÉcolePolytechnique y el Observatorio de París, o la asistencia naval ymilitar en las expediciones astronómicas. En la Francia de mediadosdel siglo XIX, oficiales e ingenieros navales fueron la principal reser-va de talentos astronómicos. En este escenario aparecen mencionadoslos observatorios de Santiago de Chile y La Plata, en el hemisferiosur, como parte de un amplio programa de observaciones impulsadopor Francia. Concluye Pyenson: “Los asesinos profesionales no selimitaron a autorizar partidas de dinero. Tuvieron voz determinanteen cuestiones de discurso científico a través de su presencia en laAcademia de Ciencias. La estructura de la Academia les reservó unsitio de honor”.

El siguiente trabajo, titulado “Army and science in Argentina:1850-1950”, corresponde al historiador de la ciencia argentino E. L.Ortiz (University of London). Si bien el artículo se inicia a comien-zos del siglo XIX con el “Ejército de los Andes” del general J. de SanMartín, que considera el proyecto logístico y tecnológico más elabo-rado que se llevó a cabo en esta área hasta 1914, Ortiz señala que laciencia y el ejército se desarrollaron en el país de manera estructuradaa partir de 1860, ambos imitando modelos europeos. Ortiz divide eltrabajo en pequeñas secciones que exponen el proceso de consolida-ción de la física y la ingeniería y su relación con la modernización ytecnificación de las fuerzas armadas. En el período que se inicia conla campaña al desierto de 1879 -en la cual el general Roca fue acom-pañado por un grupo de naturalistas alemanes- y llega a los comien-zos del siglo XX, el autor encuentra que la intervención de algunoscientíficos e ingenieros en decisiones políticas sugiere la presencia deuna comunidad científica que ha adquirido una nueva dimensión so-cial. Ortiz dedica algún espacio a interpretar la asistencia alemana enel desarrollo de la ciencia y de las fuerzas armadas y la tensión con elpoder económico británico dominante en el país. En la relación de la

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ciencia con la industria, a partir de la década de 1930 aparece comofigura dominante Manuel Savio. Entre otros aspectos de su trayecto-ria, se menciona su libro Movilización industrial (1933) y la creaciónde la Dirección General de Fabricaciones Militares. El trabajo secierra con las incursiones militares y navales en el campo de la ener-gía atómica. Ortiz destaca que, aun considerando los aspectos positi-vos promovidos por una investigación sustentada por las fuerzas ar-madas, ésta “puede no haber sido la mejor elección posible para eldesarrollo de la ciencia en la Argentina”.

Cierra la tercera sección el trabajo de J. Ordoñez y J. M.Sánchez-Ron (Universidad Autónoma de Madrid), “Nuclear energyin Spain: From Hiroshima to the Sixties”. El trabajo estudia la inte-gración de España al “mundo de la energía nuclear” en el marco delas relaciones diplomáticas, económicas y militares con los EstadosUnidos entre la posguerra y mediados de la década de 1960. Losautores señalan el colapso social, político y cultural resultante de laGuerra Civil Española (1936-1939). Más allá de los aportes destaca-dos de algunas singularidades, como Miguel Catalán en el área de laespectroscopía atómica, las secuelas se prolongarían por mucho tiem-po en el desarrollo científico español. Este panorama se vio agravadopor el aislamiento que sufrió España a continuación de la derrota delEje, el exilio, tanto en el extranjero como el “exilio interno”, de losmejores científicos y la ambición del régimen de Franco de instalaren la práctica científica la ideología política y religiosa triunfante.Por último, la creciente influencia de las instituciones militares die-ron a este sector un rol protagónico en el desarrollo de la energíanuclear en España. Con cierta ironía, concluyen los autores: “Así,desde 1945 hasta mediados de los sesenta, la ´historia de la energíanuclear´ en España fue una ´historia feliz´. Sus principales protago-nistas, los líderes políticos de España y los Estados Unidos, se sintie-ron felices con los beneficios (principalmente políticos y militares)que obtuvieron. Mientras, la sociedad española fue un instrumentoobediente y pasivo en manos de sus legisladores”.

El trabajo de B. Hevly (University of Washington), “The toolsof science: Radio, rockets, and the sciences of naval warfare”, abre laúltima sección del libro titulada “In the United States”. Helvy estudialas actividades previas a la Segunda Guerra Mundial de un laborato-

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rio de investigación militar estadounidense, el Naval ResearchLaboratory (NRL). Los problemas relacionados con la investigacióny desarrollo en el área de ondas de radio y guías misilísticas conduje-ron a tópicos más abstractos: física atmosférica y solar. En el carácter“híbrido” de las actividades desarrolladas en el NRL -investigaciónbásica y operacional- Helvy observa “un signo característico de unperíodo en el cual las instituciones de alta cultura comienzan a sermoldeadas por la mentalidad empresarial”. No se trata de haber en-contrado áreas tecnológicamente importantes, sino de haberlas crea-do. Los transmisores y los cohetes fueron centrales en la conformaronde las ideas científicas, al introducir propósitos utilitarios en los pro-cesos experimentales. Instituciones como el NRL fueron diseñadaspara ir detrás del poder económico o militar y para el desarrollo delos intereses corporativos. Helvy concluye dudando que el conoci-miento científico exista separadamente de la historia de su produc-ción. “En el siglo XX, la democracia, el capitalismo y el estadoactúan como agentes de cambio a través de la creación de institucio-nes e instrumentos que combinan investigación y desarrollo en unaentidad simple generando conocimiento científico como un elementomaleable que es moldeado por la sociedad”.

En “The military origins of the space sciences in the AmericaV-2 Era”, D. H. Devorkin (Smithsonian Institution, Washington) des-cribe el surgimiento del campo de investigación científico-militar im-pulsado por la captura de algunos ejemplares del cohete alemán V-2como antecedente del programa espacial estadounidense. Después dela Segunda Guerra Mundial, los V-2 fueron utilizados por varioslaboratorios militares como vehículo para lanzar instrumentos cientí-ficos al interior de la alta atmósfera terrestre. Devorkin sostiene quelos límites y los intereses de las investigaciones relativas a físicasolar, ionosférica y al estudio de rayos cósmicos, resultaron parcial-mente redefinidas por los intereses militares orientados al desarrollodel vehículo. El trabajo tiene dos propósitos: describir cómo la ArmyOrdnance Rocket Development Division se hizo responsable de ini-ciar la investigación científica con cohetes en los Estados Unidos, eidentificar los tipos de individuos y grupos que respondieron a suinvitación. Este último punto incluye la descripción del medio institu-cional y la infraestructura técnico-científica. Entre otros puntos, el

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autor destaca que algunos científicos, como James A. Van Allen, seconvirtieron en diseñadores de programas científicos de coheteríapara el IGY (International Geophysical Year).

El libro finaliza con el artículo de P. Forman (SmithsonianInstitution´s National Museum of American History, Washington),“Into quantum electronics: the maser as ´gadget´ of Cold-WarAmerica”. En un trabajo anterior titulado “Behind quantum electronics”(1987), Forman sostuvo que las vastas inversiones en seguridad na-cional durante los quince años posteriores a la Segunda Guerra Mun-dial en los Estados Unidos reorientaron la investigación física haciala técnica. En este escenario, el maser -antecedente del laser y “dispo-sitivo electrónico-cuántico paradigmático”- fue empleado como ejem-plo significativo del secreto científico. Profundizando esta línea, elautor explora la “cultura de compartimentalización de la Guerra Fría”como mecanismo psíquico característico de los físicos norteamerica-nos de este período en algunos laboratorios universitarios de investi-gación financiados por militares. Por encima de las tensiones queplantean las posturas académicas en contraposición a los objetivosmilitares, Forman destaca un componente de la ideología imperanteentre los físicos en este escenario: la exclusión de las circunstancias“externas” a la producción de conocimiento.

La relación entre la ciencia y las actividades militares promue-ve la indagación de aspectos de la actividad científica especialmenteaptos para el cuestionamiento de mitos historiográficos, la detecciónde los “usos de la ciencia”, de construcciones discursivas acerca de sunaturaleza, de elementos ideológicos internos a su práctica o sobre lasincumbencias (en este terreno especialmente borrosas) de lo que lla-mamos “científico”. Desde una perspectiva más amplia, la relaciónentre la ciencia y las actividades militares también plantea cuestionescomo las tradiciones científicas nacionales y la relación de la cienciacon el Estado. El valor más destacable del libro que comentamos talvez se encuentre en que esta diversidad de cuestiones se encuentranpresentes en sus páginas.

Diego H. de MendozaUniversidad Nacional de General San Martín

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El positivismo y la circunstancia mexicana, por Leopoldo Zea. Méxi-co: Fondo de Cultura Económica, 1997 (primera edición: 1985), 247 p.

Leer a Leopoldo Zea es leer a un clásico de la filosofía latinoamerica-na. Esta reedición de la primera parte de su clásica obra, El positivismoen México, nos coloca frente a una muestra que condensa los principiosrectores de la trayectoria intelectual de este pensador mexicano. Unade las propuestas fundamentales que el autor sostuvo a lo largo de susintervenciones apunta a pensar Latinoamérica con un arsenal teórico-conceptual que se ajuste a las realidades de la región. La particularidadde este abordaje, gestado en torno a la década de 1940, radica enemprender una búsqueda de carácter filosófico que, sin renunciar aldiálogo con referentes europeos, se centre en la interpretación de lasparticularidades de los rasgos culturales de Hispanoamérica.

Este pensador, tanto en sus producciones escritas como en losproyectos culturales por él impulsados, es un personaje partidario deestudiar en forma sistemática los problemas a los que se enfrentan lassociedades latinoamericanas y de generar espacios de discusión yanálisis para su tratamiento. Sus intenciones fueron concretadas enempresas tan destacadas como la Revista de Historia de las Ideas, elAnuario Latinoamérica y la editorial del Fondo de Cultura Económi-ca; además, en el transcurso de su trayectoria intelectual ha publicadodestacadas obras destinadas a convertirse en clásicos como La filoso-fía como compromiso y otros ensayos (1952), Filosofía de la historiaamericana (1978), Discurso desde la marginación y la barbarie (1990),entre otras.

El libro que en esta ocasión comentamos está dividido en cincopartes (una introducción y cuatro secciones). Varias son las preocupa-ciones que actúan aquí como hilos conductores a lo largo de esteescrito, que permiten al lector contar con ciertas claves de compren-sión. Está antecedido de un prefacio, escrito en 1943 y un prólogo ala segunda edición que data de 1968. Allí están presentes ciertaspreocupaciones centrales que forman parte de una serie de tópicos dereflexión acerca de la conformación de las naciones latinoamericanas,tratados durante las décadas siguientes por destacadas personalidadesde la intelectualdad latinoamericana como Arturo Ardao, Ángel yCarlos Rama y José Luis Romero, entre otros.

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En el prefacio, escrito en el contexto de la Segunda GuerraMundial, señala que las culturas hispanoamericanas son “culturas so-brepuestas” dado que superponen, no siempre en forma armónica,rasgos culturales autóctonos con otros provenientes de la cultura eu-ropea, impuesta por los procesos de colonización y conquista. Estaparticularidad empuja al pensador en cuestión a buscar indicios yelementos que permitan pensar en una cultura propia de las nacionesde la región, en la que los elementos provenientes de diversos estra-tos culturales se resignifican hasta dar como resultado experienciaspeculiares y propias.

Encarnando tal programa de búsqueda, Leopoldo Zea se lanzaen esta obra a rastrear y analizar el bagaje de ideas y acciones quemoldeó a la sociedad mexicana desde mediados del siglo diecinueveen adelante.

El pensador mexicano encuentra la clave para estudiar estosprocesos, que vinculan ideas y realidades históricas determinadas, enla recepción del sistema de ideas provisto por el positivismo en suvertiente comteana. Partiendo de esta premisa ordenadora, el autor nose propone ver la filosofía propuesta por Augusto Comte como unaserie de ideas abstractas y generales aplicadas en forma automática ala realidad mexicana, sino que intenta pensar en qué medida estasideas podían ser de utilidad a las elites dirigentes que lograron hacer-se con el poder en México, con el triunfo del programa liberal en1867.

Para cumplir con su propósito, Zea presenta una serie de pun-tos de partida en la introducción de la obra, compuesta por cuatro ejestemáticos presentados bajo los títulos: “La filosofía y su historia”,“El positivismo en la circunstancia mexicana”, “El positivismo deAugusto Comte” y “El positivismo mexicano”. En esta introducciónnos encontramos con el mapa que permite transitar el resto de la obra.Zea propone no pensar anacrónicamente el positivismo sólo comouna teoría universal sino más bien destacar en qué medida este siste-ma de ideas funcionó como operador teórico en la realidad mexicanadel siglo XIX. Llevar adelante esta tarea se enmarca en otra propuestadel autor en cuanto a vincular la historia y la filosofía como parte deun mismo programa: “abstraer las ideas de sus circunstancias es abs-traer la filosofía de su historia” (p.23). Así, Zea se propone acercarse

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a la historia de las ideas mexicanas del siglo XIX estudiando y anali-zando los perfiles de los hombres que dieron forma a esas ideas.

En la primera sección, que lleva como título “El nacimiento” yse divide en dos apartados: “Interpretación positivista de la historiade México” y “La situación histórica de México en 1867”, hallamosun meditado análisis de la historia de México desde una doble pers-pectiva. Por una parte, el autor nos coloca frente a un relato históricoen el que se describe el escenario mexicano en torno a 1867; por otraparte, nos introduce al relato histórico producido por los propiospositivistas acerca de la historia mexicana, en la que se enlaza unaserie de acontecimientos como la ejecución del emperador Maximilianode Habsburgo en Querétaro, el ascenso indiscutido del partido liberalcon Benito Juárez a la cabeza y la imposición de diversas medidasdestinadas a reorganizar la nación desligándola definitivamente delos resabios coloniales. Estos sucesos son vistos como el punto departida de una nueva realidad mexicana que debe ser encauzada porun grupo letrado (los mismos positivistas) con el objetivo último dederribar todos los vicios que sobrevivieron de la etapa colonial y darorden y estabilidad a la sociedad mexicana. En este segundo relato,los positivistas se autopercibían como portadores de una misión: la dealcanzar y compatibilizar los principios del orden con los del progre-so. Con este objetivo debían enfrentar tanto a las fuerzas conservado-ras (representadas por las corporaciones eclesiástica y militar) comoa los diversos grupos sociales que desde los tiempos de la indepen-dencia, 1810, habían tenido un protagonismo determinante en la vidapública y política de México.

En la segunda sección, “Los orígenes”, se ordenan cuatro ejesbajo los títulos: “Las fuerzas del progreso y las del retroceso”, “Elideal educativo y estatal del liberalismo mexicano” y “La ideologíade la burguesía mexicana en su fase combativa”. Esta parte del libroestá destinada a establecer un linaje intelectual-político que, desde laperspectiva de Zea, encuentra una continuidad entre dos figuras des-tacadas de los grupos letrados mexicanos. El punto de partida de estelinaje estaría representado por José Luis María Mora (1794-1850)considerado como el principal teórico de los liberales mexicanos ycaracterizado por Zea como el mentor de la ideología de la burguesíamexicana, cuyas ideas serían retomadas y enriquecidas por figuras

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destacadas de la generación letrada posterior, es decir la de lospositivistas.

“El desarrollo” es el título de la sección tercera, organizadaalrededor del abordaje multidimensional de la figura y trayectoriapública de Gabino Barreda (1818-1881). La sección se divide en: “Elproblema de la libertad en Gabino Barreda”, “Barreda y su defensa delos intereses de la burguesía mexicana”, “Planificación educativa deGabino Barreda” y “Defensa hecha por Barreda de su plan educati-vo”. En cada uno de estos apartados, Zea nos coloca frente a las ideasy los proyectos de quien considera el sucesor de Mora, en lo querespecta a moldear un arsenal de ideas y prácticas destinadas a conso-lidar y legitimar a la elite dirigente en el poder. En este caso específi-co, el análisis se dirige a la labor más destacada de Barreda, comoartífice de la reforma educativa. Esta tarea, desde la perspectiva delpensador mexicano, ubicaba a este personaje en un lugar clave, dadoque le permitía consolidar un aparato cultural y educativo destinado,en forma íntegra, a dotar a la sociedad mexicana de un orden queviabilizaría la reproducción y perpetuación de la clase burguesa alfrente del Estado. Para alcanzar este orden, entendido como ordenburgués, Barreda recurrió a los principios del positivismo, que confe-ría un halo de legitimidad al poder de la burguesía.

La sección que cierra el libro lleva por título “El desarrollo:‘los discípulos’”, y comprende cuatro apartados: “Los positivistas yla construcción del nuevo orden”, “La aplicación del método positi-vo”, “Teoría del orden social de algunos positivistas” y “La realiza-ción del orden social”. En esta última parte del libro se presentan lasobras de algunos personajes destacados de la intelectualidad mexica-na (Porfirio Parra, Pedro Noriega y Miguel Macedo, entre otros) for-mados en la Asociación Metodófila “Gabino Barreda”, fundada por elpropio Barreda en 1877. El autor rastrea en estas obras las influenciasdel ideólogo mencionado y concluye: “la educación implantada porGabino Barreda fue así el lazo de unión por medio del cual se fueronunificando los mexicanos” (p. 246). Desde la perspectiva de Zea, estaunificación se gestó bajo “el ideal del orden de la burguesía mexica-na” (p. 247). Así, Barreda es considerado como el artífice ideológicode una paz social y de un orden político cuyos principios consolida-ban los intereses de la clase en el poder y llegarían más tarde a

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cristalizar en el proyecto político liderado por Porfirio Díaz. Debetenerse en cuenta que, en el período analizado por Leopoldo Zea, aúnno se perfilaban los efectos que la Revolución iba a tener en la vidamexicana desde 1910.

El autor concluye sosteniendo que el positivismo fue importa-do en México por un grupo político que logró consolidarse en elpoder como clase dirigente, generación cuyo arquetipo se sintetiza enla figura de Gabino Barreda. Siguiendo esta reflexión, Zea asume ladenominación de burguesía mexicana, propuesta por Justo Sierra, parareferirse a este elenco que supo servirse de algunas ideas del positi-vismo y aplicarlas a las circunstancias mexicanas en pos de un pro-yecto político definido. Los positivistas mexicanos eran, desde laperspectiva de Zea, muy conscientes del uso instrumental que podíanhacer del positivismo y esto los condujo a tener una actitud para nadapasiva hacia los principios propuestos por Comte.

Un rasgo llamativo de este libro es que en él pueden encontrar-se esbozos y sugerentes ideas vinculadas con la problemática de laconstrucción simbólica de las naciones modernas, problemática queha comenzado a ser considerada en forma sistemática por lashistoriografías europeas en las últimas dos décadas y, más reciente-mente, por las historiografías de América Latina. Comparte además,con estos análisis, un registro interpretativo que focaliza la atenciónen los proyectos de las elites para organizar aparatos estatales quesería interesante completar con estudios que reparen en la recepciónde esos proyectos en contextos históricos concretos.

Esta obra puede considerarse un material de referencia ineludi-ble, tanto para los especialistas en historia social de la ciencia, enhistoria de las ideas y en historia de los intelectuales, como paraaquellos lectores que deseen acceder a una interesante interpretaciónacerca de los mecanismos y las estrategias puestas en marcha por laselites políticas y letradas en el contexto de la consolidación de unestado nacional latinoamericano.

Paula G. BrunoUniversidad de San Andrés

Universidad de Buenos Aires

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“Gobernar es seleccionar”. Apuntes sobre la eugenesia, por HéctorPalma. Buenos Aires: Jorge Baudino Ediciones, 2002, 182 p.

Un manto de opiniones condenatorias ha perseguido el fenómeno delas teorías eugenésicas desde hace ya varias décadas. La consecuenciamás notable de ello ha sido la emisión de un veredicto irrevocable,surgido desde varias disciplinas, que ha arrojado a la eugenesia fuerade las fronteras del conocimiento científico.

En su libro “Gobernar es seleccionar”, Héctor Palma se hapropuesto realizar un tratamiento diferente de este controvertido tema,exponiendo algunas consideraciones que enfatizan la importancia dereintroducir la historia de la eugenesia en el devenir de la ciencia definales del siglo XIX y principios del XX.

Vale recordar que la eugenesia consistió, esencialmente, en larealización de investigaciones tendientes a promover la elaboraciónde planes que propiciaron el mejoramiento de la descendencia huma-na, posibilitando la reproducción diferencial de ciertos individuos ogrupos considerados valiosos.

A posteriori, los juicios que se han desarrollado en torno a lasprácticas eugenésicas, en su gran mayoría, condenaron dichas prácti-cas al exilio del campo científico al otorgarle el estatus depseudoconocimientos, hijos ilegítimos de la comunidad académica.Comúnmente, la eugenesia ha quedado estrechamente asociada a lautilización radical y despiadada de muchas de sus posiciones en eldiseño y ejecución de planes políticos generados por movimientos dederecha, cuyo caso emblemático resultó cristalizado históricamenteen la Alemania nazi. Esta valoración, a la que Héctor Palma tilda dereduccionista y simplista, es la que prevaleció en la producción aca-démica que ha aspirado a dar cuenta del tema. Así, la eugenesia, a losojos de la mayor parte de la historiografía, no fue otra cosa que unafalsa ciencia, utilizada a favor de la realización efectiva de ambicio-sos planes político-sociales de base racista y con fuerte improntadiscriminatoria.

“Gobernar es seleccionar” comienza realizando afirmacionesdiametralmente opuestas a las que tradicionalmente se han esgrimidorespecto de este tópico. El primer objetivo declarado es incentivar elreplanteo de la historia de la eugenesia como parte relevante del

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desarrollo de la historia del la ciencia a fines de la centuriadecimonónica y a comienzos de la siguiente. Mostrar, así mismo, através de la enumeración de varios hechos históricos y de una prolijay cuantiosa cita de documentación, que los principios eugenésicoshan resultado de la construcción paulatina de un objeto de estudioespecífico diseñado por la comunidad científica, que promovió du-rante décadas la participación activa de gran número de disciplinas(la biología, las ciencias jurídicas, la medicina, la genética, la demo-grafía, la psiquiatría, la psicología, la criminología, entre otras). Susalcances fueron de escala planetaria, hecho que ha quedado constata-do por las huellas dejadas por organizaciones de carácter nacional yfederaciones internacionales dedicadas al tema.

Para emprender esta tarea, Palma organiza su trabajo en tresapartados, al que añadirá un cuarto en el que explicita sus conclusio-nes. En el capítulo inicial, al que titula “El determinismo biológico”,realiza un desarrollo del conjunto de ideas que van a ir configurandoel contexto en el que más tarde va a insertar el fenómeno de laeugenesia. Básicamente, se trata de una breve síntesis del surgimientode las teorías evolucionistas y las repercusiones que se hicieron sentiren el plano social. El determinismo biológico sostuvo que las normasde conducta compartida, pero sobre todo las diferencias sociales yeconómicas que existen entre los grupos humanos, derivan de ciertascondiciones hereditarias o innatas. Insertas estas ideas en el convul-sionado clima de fines del siglo XIX, con sus vientos imperialistas,pronto dieron lugar a la formulación de teorías cuyos principalespostulados se relacionaron con la observación meticulosa de expe-riencias de medición del cuerpo. Por ello Palma dedica algunos bre-ves apartados a desarrollar el surgimiento y alcances de áreas deinvestigación tales como la craneometría, la antropología criminal yla biotipología.

Habiéndose a esta altura bosquejado el marco historicocientíficogeneral, el autor se decide a ingresar de lleno en su segundo capítulo,donde se ilustra el momento en que surge la eugenesia. Sir FrancisGalton es señalado como personaje central en esta historia, pues a élse le atribuye la paternidad de estas teorías. La formulación de susideas, se destaca, es bien recibida en un marco signado por el auge delas corrientes evolucionistas. Importante es, pues, destacar a la euge-

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nesia como un fundamento científico que, muy lejos de considerarsemarginal, se fue perfilando como uno de los primordiales argumentossobre los cuales sustentar creencias y prejuicios corrientes, tales comoel racismo o el fenómeno de la degeneración de las clases menosfavorecidas.

Palma subraya el carácter heterogéneo que caracterizó el movi-miento eugenista, resaltando las diferentes variantes existentes, pu-diendo encontrar entonces entre sus seguidores a radicales como Richety Spencer, o más moderados, como Finot. Esta gran flexibilidad encuanto a la intensidad de los alcances que pudieran ser perseguidosen las investigaciones vinculadas a las corrientes eugenésicas permi-tió en aquella época la formulación de un gran abanico de propuestas.En general, éstas estuvieron vinculadas a reclamos en favor de laimplementación de políticas públicas y tecnologías, tanto biológicascomo sociales, que tuvieran una repercusión concreta en la modifica-ción de la composición media de la población de varios países con elobjetivo de mejorarla. La cristalización real de los postuladoseugenésicos en las políticas públicas, señala el autor, estuvo asociadaa planes diseñados a nivel gubernamental proclives a propiciar prácti-cas tales como la exigencia de certificado médico prenupcial, controlde natalidad, esterilización de determinados grupos (por ejemplo, dé-biles mentales o criminales), el aborto eugenésico, restricciones a lainmigración, o la optimización de recursos humanos, esencialmentemediante el papel de la educación.

De todos modos, los alcances de la eugenesia lejos estuvieronde agotarse en las instancias previamente mencionadas, sino que tam-bién dieron lugar al desarrollo de investigaciones tan ambiciosas comolos test de inteligencia, cuestión ya de cierta antigüedad, llegandomás cerca del presente a las reflexiones en torno a los lazos de inter-sección que muestran a la eugenesia muy cercana a la sociobiología.

El capítulo tercero tal vez deba ser considerado, por variasrazones, la sección más sustanciosa y original del trabajo de HéctorPalma. Titulado “La eugenesia en la Argentina”, es un intento porrealizar un acercamiento detallado a las repercusiones y alcances rea-les de la eugenesia dentro de la comunidad científica de nuestro país.Ya en las primeras líneas se verá al autor esgrimir un juiciointerpretativo central respecto a la cuestión específica que lo ocupa:

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comprender el fenómeno de la eugenesia en la Argentina implicaanalizar las diferencias entre sus partidarios. Pese a pretender formarun frente unido, los integrantes de este grupo de intelectuales fueroncapaces de desarrollar opiniones muy disímiles, desde las que mues-tran reflexiones acerca de preocupaciones sanitarias en un marco desolidaridad humanista, hasta aquellas que se mostraron como proyec-ciones de sectarismo, racismo y totalitarismo. Mencionar, así mismo,que la corriente eugenésica en la Argentina tuvo interesados en loscampos de la medicina, la psiquiatría, la política, la literatura, o entrebases políticas tan diversas como el socialismo, el anarquismo, elliberalismo y el conservadurismo, es otra forma de incentivar al lec-tor acerca de las posibles consecuencias que de ello derivan, para laformulación de una gran variedad de posibilidades intelectuales, cien-tíficas y políticas.

Encontrar el marco histórico adecuado para el análisis de lasrepercusiones de los ideales eugenésicos en la Argentina de fines delsiglo XIX y principios del XX significa, necesariamente, remontarsea los procesos de consolidación del estado nacional, a la propiciaciónde una unidad administrativa real, al proceso de creación de unaidentidad como nación. Por ello se señala que tópicos tales como lahigiene pública, la política sanitaria, la defensa social y los planespara incentivar el proceso inmigratorio, constituyeron ejes esencialesen la agenda de una clase política con pujantes planes de gobierno.Resulta entonces importante, para Palma, recorrer en su investigaciónel camino seguido en torno a las reflexiones surgidas para abordar lasalud en el trabajo, el control, prevención y erradicación de enferme-dades venéreas, la lucha contra el alcoholismo, la prostitución, latuberculosis, el uso indebido de drogas, todas manifestaciones consi-deradas en la época como las expresiones más representativas del“veneno racial”.

También se mencionan los medios de difusión más frecuentesque dieron soporte real al surgimiento de las ideas y opiniones vincu-ladas a estos temas. Entre ellos encontramos, además de las políticaspúblicas impulsadas desde el plano gubernamental, una amplia varie-dad de publicaciones (Anales del Departamento Nacional de Higiene,La Semana Médica, Boletín del Museo Social Argentina, Revista dela Liga Argentina de Higiene Mental, Archivos de Psiquiatría y

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Criminología o Anales de la Sociedad Científica Argentina), así comotambién frecuentes participaciones en reuniones académicas de carác-ter nacional e internacional de muchos eugenistas argentinos.

Por otra parte, desde la perspectiva institucional, tres hechos seconsideran primordiales, según Palma, en el arraigo de las ideaseugenésicas en nuestro país: la fundación, en 1918, de la SociedadArgentina de Eugenesia; en 1921, la creación de la Liga Argentina deProfilaxis Social y, en 1932, la fundación de la Asociación Argentinade Biotipología, Eugenesia yMedicina Social, hechos todos que ocu-rrieron en el marco de lo que se llamó “una creciente medicalizaciónde las relaciones sociales”.

Palma sugiere, mediante la organización de los apartados quecomponen este capítulo, que las temáticas abordadas por cuantos es-tuvieron relacionados con los postulados eugenésicos, respondieron alos ya planteados internacionalmente, aunque en algunos casos ajus-tados a la realidad nacional.

Reflexión especial merece, sin embargo, la cuestión de la polí-tica inmigratoria. Esta conllevó al enfrentamiento de dos postulados:uno, el alberdiano “gobernar es poblar”, más antiguo y con el peso dela tradición, y otro, más moderno, asociado a las posturas eugenésicas,“gobernar es seleccionar”, que buscó imponerse a inicios del sigloXX y fue asociado al objetivo de promover una selección cuidadosa afin de formar una raza fuerte y capaz desde la perspectiva psíquica yfisiológica. Los albores del nuevo siglo vieron proliferar argumenta-ciones orientadas a la aplicación de criterios más estrictos que defi-nieran la política inmigratoria. Para ello era necesario pensar en lanecesidad de no propiciar el ingreso de determinados grupos, entrelos que podían contarse ciertas razas, inválidos, ex convictos, alcohó-licos, imbéciles, etc. Estas nuevas ideas convivieron en permanentetensión con los ideales primigenios que alentaban una inmigraciónmasiva y cuasi irrestricta.

Finalmente, en el cuarto y último capítulo, Palma llama a lareflexión sobre lo que considera la emisión de juicios erróneos y muydifundidos asociados a la eugenesia, sosteniendo que es de funda-mental importancia reconsiderarla como un camino para comprenderbuena parte de la mentalidad occidental de las primeras décadas delsiglo XX en el ámbito político y cultural; reinsertarla en la historia de

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la ciencia concibiéndola como el resultado de esforzadas investiga-ciones científicas que tan solo en algunas de sus manifestaciones másradicalizadas derivaron en la elaboración de políticas perversas, peroque de ningún modo se circunscribió a ellas; por último, señalar lospeligros de interpretar, indiscriminadamente, algunas prácticas actua-les consistentes en terapias y manipulaciones de la descendencia comoresurgimientos de algunos postulados eugenésicos.

Lorena FerreroUniversidad de Buenos Aires

Encontro de história da ciência. Análises comparativas das relaçõescientíficas no Século XX entre os países do Mercosul no campo daFísica, por Antonio Augusto Passos Videira e Anibal G. Bibiloni(organiz.). Rio de Janeiro: CBPF, 2001, 369 p.

Para quienes, como el autor de estas lineas, han sufrido la experienciade tener que buscar gente que se ocupe de la historia de una disciplinacientífica particular en la Argentina, la aparición del libro del epígrafees reconfortante. Con respecto a la Física, en particular, el últimopanorama histórico fue escrito por José Westerkamp hace treinta añosy, con posterioridad, aparecieron unas pocas obras que trataron aspec-tos parciales, como la de Mario Mariscotti sobre el caso Richter, la deA. López Dávalos y N. Badino sobre José A. Balseiro y la reciente deOmar Bernaola sobre Enrique Gaviola y el Observatorio de Córdoba.

Este Encontro de história da ciência reúne una veintena detrabajos expuestos en Buenos Aires en septiembre de 2000, en unareunión organizada por la Asociación Física Argentina y presidida,conjuntamente, por Anibal G. Bibiloni, de la Universidad Nacionalde La Plata y Antonio Augusto Passos Videira, de la Universidade doEstado do Rio de Janeiro. El detalle de autores y títulos figura en las“Publicaciones recibidas” de este mismo número de Saber y Tiempo.

El objeto del Encuentro, como reza el epígrafe, fue comparar eldesarrollo de la Física, en el siglo veinte, en la Argentina, Brasil,Chile y Uruguay. Las contribuciones que figuran en el libro se refie-ren, mayormente, a la Argentina. Hay tres sobre Brasil, dos sobreUruguay (del mismo autor) y ninguna de Chile.

RESEÑAS

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Los trabajos sobre pioneros, como se titula la primera parte, seocupan de Emil H. Bose, Richard Gans y Teófilo Isnardi, que actua-ron en La Plata, de José Würschmidt (Universidad de Tucumán), deGaviola, que actuó en Buenos Aires y La Plata y de Juan JoséGiambiagi, que actuó en la Argentina y Brasil. Guido Beck es tratadosólo en lo que se refiere a su papel en Brasil. En la segunda parte, quetrata de las instituciones, la Argentina está representada por el Institu-to de Física de La Plata, la Comisión Nacional de Energía Atómica yel Instituto Balseiro. Las instituciones brasileñas mencionadas son: elCentro Brasileiro de Pesquisas Físicas (CBPF), que data de 1949 y laSociedade Brasileira de Física, de 1966. Un artículo se refiere alCentro Latinoamericano de Física, creado en 1962, y se dedica unabrevísima referencia al Uruguay, si bien se aclara, en la sección si-guiente, que la investigación en Física en ese país es muy reciente.

La última sección reúne cinco trabajos de distinta naturaleza yextensión: sucintas reflexiones de Ángel Luis Plastino sobre un cien-tífico metido a político, un anticipo de Hugo Lovisolo de su librosobre la ciencia en Brasil y Argentina, un relato de Ramón MéndezGalain sobre Uruguay. El más extenso, de Roberto A. Ferrari sobre laradiactividad en la Argentina entre 1900-1930, contiene una copiosay útil bibliografía, y cierra el volumen una selección de fotos, presen-tada por Cecilia von Reichenbach, de la muestra de instrumentos ylibros que acompañó las reuniones realizadas en el edificio de laBiblioteca Nacional.

Un enfoque riguroso del libro daría lugar, seguramente, a va-rias observaciones. Es posible que el tratamiento dado a algunas figu-ras sea desproporcionado, en comparación con el que merecen lasmás significativas e influyentes. Extraña que falte algo sobre la Aso-ciación Física Argentina, cuando la Asociación Amigos de la Astro-nomía merece una cuidadosa mención en el artículo sobre Würschmidt.Gracias a la bibliografía del artículo de Ferrari, que incluye trabajosde Francisco Urondo, hay una presencia, indirecta, de la UniversidadNacional del Litoral. Menciono estas omisiones, no como un cargo alEncontro, cuya realización en la Argentina actual puede considerarsemilagrosa, sino como una evidencia más de la escasez, si no ausen-cia, de estudiosos que se interesen por nuestro pasado científico.

SABER Y TIEMPO

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Aunque el material reunido en el libro no es suficiente parahacer una comparación válida acerca de la Física en ambos países, sí loes para dar, por lo menos, la sensación de que en Brasil quienes teníanpoder de decisión, fueran funcionarios o universitarios, civiles o milita-res, le dieron más importancia que sus homólogos argentinos. Pensan-do en Perón y el caso Richter, uno se inclina a pensar que fueron másserios (o más inteligentes) que nosotros. Otros alegarán que son, histó-ricamente hablando, más jóvenes y están atravesando una etapa similara la nuestra de hace casi cien años, cuando un Joaquín V. Gonzáleztraía un Bose o un Gans. La edición en Brasil de un libro sobre algoque se realizó en la Argentina hace fútiles esas interpretaciones y nosllama a reflexionar sobre nuestros deberes incumplidos.

Nicolás BabiniAsociación Biblioteca José Babini

RESEÑAS

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Noticias

Centro de Estudios de Historia de la Ciencia y de la Técnica JoséBabini

La Escuela de Humanidades de la Universidad Nacional de GeneralSan Martín (Unsam) y la Asociación Biblioteca José Babini suscribie-ron, en julio del corriente año, un convenio de colaboración por el cualse creó un Centro de Estudios de Historia de la Ciencia y de la Técnicaque lleva el nombre del matemático e historiador José Babini. ElCentro funciona en la Escuela de Humanidades, de la que depende, yestá consagrado al estudio y la investigación en historia de la ciencia yde la técnica.

De acuerdo con los propósitos que inspiraron su creación, elCentro de Estudios cuenta también, entre sus finalidades, la difusiónde su producción científica y la evaluación permanente del estado dela historia de la ciencia y de la técnica en el país y en el exterior. Paraservir a estos propósitos, que tienden a impulsar el desarrollo deaquellas disciplinas en la Argentina, la revista Saber y Tiempo, quepublicaba la Asociación Biblioteca José Babini, se ha convertido enórgano del Centro de Estudios, que la edita conjuntamente con laAsociación.

Si bien el Centro está destinado a alumnos y docentes de laEscuela de Humanidades, está abierto a la participación de investiga-dores calificados de otras procedencias, ya sea para colaborar entareas de investigación histórica o para dirigir tesis y trabajos de lapropia Escuela. Con el mismo criterio, ha establecido las categoríasde miembros asociados y correspondientes, según se trate de investi-gadores que residen en las proximidades del Centro o de residentesen el interior o el exterior del país.

El Centro de Estudios se propone, así mismo, mantener rela-ciones activas con otras entidades afines, con vistas al fortalecimientode la historia de la ciencia y de la técnica en nuestro país y suprogresiva incorporación, como materia de formación e investiga-ción, en las restantes universidades argentinas.

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La creación del Centro de Estudios de Historia de la Ciencia yde la Técnica José Babini se inscribe, así, en la trayectoria que inició,hace casi setenta años, el Grupo Argentino de Historia de la Cienciaque inspiró Julio Rey Pastor, trayectoria que estuvo signada por lasfrustraciones que significaron el Instituto de Historia y Filosofía de laCiencia de 1939, que tuvo a Aldo Mieli como Director hasta sudestrucción en 1943, y el que intentó crear José Babini en la Univer-sidad de Buenos Aires en 1966 y fue eliminado en 1967. Cabe espe-rar que esta creación, forjada en el clima adverso de una profundacrisis política y económica, sea un verdadero recomienzo que permitarecuperar el puesto que ocupó la Argentina en el dominio de la histo-ria de la ciencia en América Latina.

Nuevas autoridades de la Asociación Biblioteca José Babini

La Asociación Biblioteca José Babini eligió nuevas autoridades en laasamblea realizada el 6 de septiembre de 2002. La Comisión Directivaque regirá sus destinos hasta 2004 está presidida por el historiador LuisAlberto Romero y la completan Laura Levi, como Vicepresidenta,Leticia Halperin Donghi como Secretaria y Nicolás Babini como Teso-rero. Son Vocales titulares: Iris P.Ucha, Emilio Marzano y Alfredo G.Kohn Loncarica, y Vocales suplentes: Sara B. de Rietti, Marcelo M.Larramendy y Luis Alejandro Dubois. La Comisión Revisora de Cuen-tas está compuesta por Rodolfo D’Agostino y Julio A. de Orué comotitulares y Carlos Chiavarino como suplente.

La ciencia en la Argentina (siglos XIX y XX)

El viernes 6 de diciembre de 2002 se realizó en la Academia Nacionalde Ciencias de Buenos Aires el Segundo Encuentro de Historia de laCiencia. Organizado por el Centro de Estudios de Filosóficos EugenioPucciarelli, el Instituto de Ciencias Sociales y la Escuela de Posgradode la Universidad Nacional de Gral. San Martín, fueron presentados lossiguientes trabajos: “La narración del Voyage de Alcide d´Orbigny”,por Miguel de Asúa; “La casaca del naturalista. Imagen del nuevocientífico en dos novelas de E. L. Holmberg, por Sandra Gasparini; “ElInstituto Bacteriológico y las alianzas de un colegio invisible en los

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inicios de la fisiología argentina (1915-1918)”, por Alfonso Buch;“Críticas y alternativas a la institucionalización de la ciencia en laArgentina de entreguerras (1919-1940), por Analía Busala; “Forma-ción sistemática preprofesional en psicología: intersecciones entre lalínea de formación en orientación y la intencionalidad asistencial(1920-1950)”, por Lucía Rossi; “De la docencia a la investigación: elDepartamento de Historia de la Ciencia de la Universidad de BuenosAires en la década de los años 60”, por Cristina Mantegari; “LaArgentina en los inicios de la ciencia de la computación”, por NicolásBabini; “La organización de la ciencia periférica: los primeros años dela Asociación Argentina para el Progreso de las Ciencias”, por DiegoH. de Mendoza.

NOTICIAS

Publicaciones recibidas

Ciencia, positivismo e identidadnacional en el Cono Sur: la parti-cipación argentina en los proyec-tos documentales contemporáneos(1895-1928), por Alfredo MenéndezNavarro, Guillermo Olagüe de Rosy Mikel; Astrain Gallart. Separata deHispania, LXII/1, 210 (2002), 38 p.,24 cm.

Encontro de história da ciência.Análises comparativas das relaçõescientíficas no Século XX entre ospaíses do Mercosul no campo daFísica, por Antonio Augusto PassosVideira e Anibal G. Bibiloni(organiz.). Rio de Janeiro: CBPF,2001, 369 p., 21 cm.A. G. BIBILONI, Emil Hermann Bosey Margrete Elisabet Heiberg-Bose,pioneros de la investigación en físi-ca en la Argentina; CARLOS D.GALLES, Semblanza de Ricardo Gans;ORLANDO BRAVO, José Würschmidt:el hombre y misionero de la Física;J. F. WESTERKAMP, El profesor TeófiloIsnardi. 1889-1966; OMAR A.BERNAOLA, Ramón Enrique Gaviola;ANTONIO AUGUSTO PASSOS VIDEIRA,Um vienese nos trópicos. A vida e aobra de Guido Beck entre 1943 e1988; CARLOS GARCÍA CANAL, JuanJosé Giambiagi Pionero; OCIVITARESE, Sobre la investigación enfísica en los primeros años del Insti-

tuto de Física de la Universidad deLa Plata; ANA MARÍA RIBEIRO DEANDRADE, O Centro Brasileiro de Pes-quisas Físicas e Historia; EMMA PÉREZFERREIRA, La Comisión Nacional deEnergía Atómica; LUIS MASPERI, ElCentro Latinoamericano de Física(CLAF); SILVIO R. A. SALINAS,Formação e desenvolvimento de laSociedade Brasileira de Física (SBF);RAMÓN MÉNDEZ GALAIN, Las institu-ciones en la física uruguaya; ARTUROLÓPEZ DÁVALOS y NORMA BADINO,Antecedentes históricos del InstitutoBalseiro; ANGEL LUIS PLASTINO, LaUniversidad Nacional de La Plata;HUGO LOVISOLO, Ciencia y políticacientífica en épocas de transición;RAMÓN MÉNDEZ GALAIN, La física enUruguay: una historia reciente; RO-BERTO A. FERRARI, Los inicios de losestudios sobre radiactividad en la Ar-gentina, 1900-1930; CECILIA VONREICHENBACH, Historia de la física enla vida cotidiana.

Filosofía e historia de la ciencia enel Cono Sur, por Pablo Lorenzano yFernando Tula Molina (edit.). Bernal(Buenos Aires): Universidad Nacio-nal de Quilmes Ediciones, 2002, 512p., 19, 8 cm.ROBERT OLBY, Mendelism: fromhybrids and trade to a science. His-toria de la ciencia del Cono Sur:

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ELIANE GARCINDO DE SÁ, O NovoMundo e o conhecimento científico.Primórdios; MARIA EMILIA PRADO,Manoel Bomfim e a análise do lega-do ibérico a partir de uma leitura dasociedade brasileira pelo métodocientífico; GABRIEL GARCÍA, EUGENIOLUIS LARINSON y MARTA RAVENTOS,La fiebre amarilla en Buenos Aires(1870/71). Supuestos científicos y di-ficultades de implementación de lasmedidas sanitarias, reflejados en do-cumentos de la época; ANA MARÍATALAK, Las primeras historias de lapsicología en la Argentina; CECILIAMAYORGA y GUSTAVO A. BRANDARIZ,El doctor Nicolás Repetto y lahistoriografía argentina; CARLOS D.GALLES, Vicisitudes de un profesoruniversitario: la trayectoria deMarcelo S. Neuschlosz; CÉSARLORENZANO, César Milstein, PremioNobel de Medicina 1984.

Reinaldo Vanossi (1897-1974). Susservicios a la química analítica, porJosé Miguel Castagnino y EduardoFrancisco Recondo (comp.). BuenosAires: Editorial Ciudad Argentina,2002, 345 p., 19, 5 cm.

Publicaciones seriadas

ANUARIO DE LA ESCUELA DE HISTO-RIA. Universidad Nacional de Cór-doba.Año 1, N° 1 (2001): YOLANDA ERASO,Ni parteras ni médicos: obstretas. Es-pecialización médica y medicaliza-ción del parto en la primera mitaddel siglo XX.

ASCLEPIO. Revista de Historia de laMedicina y de la Ciencia. Madrid:Consejo Superior de InvestigacionesCientíficas. Instituto de Historia.Vol. LIV, Fasc. 1 (2002): AgustínAlbarracín Teulón (1922-2001). Do-ssier: Historia de la enfermedad: JOSÉLUIS PESET, The history of disease:Introduction; ANDREW CUNNINGHAM,Identifying disease in the past:cutting the gordian knot; MARIE-CHRISTINE POUCHELLE, Pour unahistoire et une anthropologie deseffets iatrogènes du “combat” contrela maladie; JON ARRIZABALAGA,Problematizing retrospective diagno-sis in the history of disease; PETERSKÖLD, The history of smallpox andits prevention in Sweden; LORS-GÖRAND TEDEBRAND, Comments onthe round table the history of disease.Estudios: ÁNGEL GONZÁLEZ DE PABLO,De la razón al juego: la teoría delconocimiento de la enfermedad enKarl Jaspers y su reconsideracióndesde la epistemología actual; MER-CEDES PASCUAL ARTIEGA, La ciudadante el contagio: medidas políticas yadministrativas en la epidemia de fie-bre amarilla de 1804 en Alicante;SANDRA CAPONI, Miasmas, microbiosy conventillos; MARÍA SILVIA DILISCIA, Cuerpos para experimentar.Objetivación médica, positivismo yeliminación étnica en Argentina(1860-1890); ISABEL JIMÉNEZ LUCENA,MARÍA JOSÉ RUIZ SOMAVILLA y JESÚSCASTELLANOS GUERRERO, Un discursosanitario para un proyecto político.La educación sanitaria en los mediosde comunicación de masas duranteel primer franquismo; MARÍA ISABEL

SABER Y TIEMPO

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PORRAS GALLO, Un acercamiento a lasituación higiénico-sanitaria de losdistritos de Madrid en el tránsito delsiglo XIX al XX; JUAN L. CARRILLO,De la consolidación a la cesantía:evolución del profesorado de medi-cina en la universidad literaria de Se-villa (1833-1845).

CIENCIA HOY. Revista de divulga-ción científica y tecnológica de laAsociación Ciencia Hoy.Vol.12, N° 71 (Octubre/Noviembre2002): JUAN G. ROEDERER, Las pri-meras investigaciones de radiacióncósmica en la Argentina (1949-1959).

CUADERNOS DE HISTORIA. Serie Eco-nomía y Sociedad. Córdoba: Uni-versidad Nacional de Córdoba.N° 4 (2001): JUDITH FARBERMAN, So-bre brujos, hechiceros y médicos.Prácticas mágicas, cultura popular ysociedad colonial en el Tucumán delsiglo XVIII; MARÍA CRISTINA LÓPEZDE ALBORNOZ, La Colección AlfredoNougués del Museo Histórico Pro-vincial de Tucumán. Sección de do-cumentos del período colonial.

DYNAMIS. Acta Hispanica adMedicinae Scientarumque HistoriamIllustrandam. Universidad de Grana-da, España.Vol.22 (2002): La realidad de lapráctica médica: el pluralismoasistencial en la monarquía hispáni-ca (ss. XVI-XVIII): ROSA BALLESTER,MARÍA LUZ LÓPEZ TERRADA y ÁLVARMARTÍNEZ VIDAL, Introducción; JONARRIZABALAGA, Francisco López de

Villalobos (c.1473-c.1549), médicocortesano; SOLEDAD CAMPOS DÍEZ, Lasenfermerías de damas y criadas enla corte del siglo XVII; MARÍA LUZLÓPEZ TERRADA, Las prácticas médi-cas extraacadémicas en la ciudad deValencia durante los siglos XVI yXVII; ENRIQUE PERDIGUERO GIL, “Conmedios humanos y divinos”: la lu-cha contra la enfermedad y la muer-te en el Alicante del siglo XVIII;MERCEDES GRANJEL, Médicos y ciru-janos en Extremadura a finales delsiglo XVIII; ASUNCIÓN FERNÁNDEZDOCTOR y LUIS A. ARCARAZO GARCÍA,Asistencia rural en los siglos XVII yXVIII: los tipos de “conducción” delos profesionales sanitarios enAragón; ISABEL M. R. MENDESDRUMOND BRAGA, Medicina popularversus medicina universitaria en elPortugal de Juan V (1706-1750);MARÍA JOSÉ RUIZ SOMAVILLA, Las nor-mas de higiene y los consejos de ca-rácter moral en la práctica médica;JOSÉ LUIS FESQUET FEBRER, La prácti-ca médica en los textos quirúrgicosespañoles en el siglo XVI; PILARLEÓN, La consulta médica. Una prác-tica de la medicina en el siglo XVIII;JOSÉ PARDO TOMÁS y ÁLVAR MARTÍNEZVIDAL, Las consultas y juntas de mé-dicos como escenarios de controver-sia científica y práctica médica en laépoca de los novatores (1687-1725).Artículos: MIGUEL LÓPEZ PÉREZ, Al-gunos rasgos sobre la relación entrelulismo y pseudolulismo en la EdadModerna; ANA MARÍA CARRILLO, Mé-dicos del México decimonónico: en-tre el control estatal y la autonomíaprofesional; LUIS NAVARRO VEGUILLAS

PUBLICACIONES RECIBIDAS

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y ENRIC PÉREZ CANALS, Principio deBoltzmann y primeras ideas cuánticasen Einstein. Documentos: ALFREDORODRÍGUEZ QUIROGA, Sobre las inves-tigaciones neurofisiológicas de la es-cuela histológica catalana: la corres-pondencia entre Santiago Ramón yCajal y Rafael Lorente de Nó (1930-1934). In memoriam: Luis GarcíaBallester (1936-2000), Pedro LaínEntralgo (1908-2001), AgustínAlbarracín Teulón (1922-2001), RoyS. Porter (1946-2002).

HISTÓRIA, CIÊNCIAS, SAÚDE.MANGUINHOS. Rio de Janeiro: Casade Oswaldo Cruz.Vol.9, N° 2 (Maio-Agosto 2002):BARBARA WEINSTEIN, Expêriencia depesquisa en uma região periférica: aAmazonia; SERGIO LUIS CARRARA eJANE ARAÚJO RUSSO, A psicanálise e asexologia no Rio de Janeiro deentreguerras: entre a ciência e a auto-ajuda; FLAVIO COELHO ELDER, A EscolaTropicalista Baiana: um mito deorigem da medicina tropical no Bra-sil; ALEX GONÇALVES VARELA, MARIAMARGARET LOPES e MARIA RACHELFRÓES DA FONSECA, Os minerais sãouma fonte de conhecimento e de ri-quezas: As memórias mineralógicasproduzidas por José Bonifácio deAndrada e Silva.

INVESTIGACIÓN Y CIENCIA. Ediciónespañola de Scientific American. Bar-celona: Prensa Científica S.A.N° 300 (Septiembre 2001):EMMANUEL POULLE, El astrario deGiovanni Dondi.

N° 301 (Octubre 2001): J. M. AROCAHERNÁNDEZ-ROS, El progreso de lamatemática en los últimos 25 años;GOTTHARD STROHMAIER, Al-Biruni, elsabio que Occidente ignoró.N° 303 (Diciembre 2001): XAVIERROQUÉ, La física en el último cuartodel siglo XX.N° 304 (Enero de 2002): AGUSTÍNUDÍAS, Las ciencias de la Tierra enel último cuarto de siglo.N° 305 (Febrero de 2002): JOSÉ MA-RÍA VALDEIRAS, La biología en el úl-timo cuarto de siglo.

MEDICINA & HISTORIA. Barcelona:Centro de Documentación de Histo-ria de la Medicina de J. Uriach &Cía. S. A.N° 1 (2002-4a. época): MARÍA ISA-BEL PORRAS GALLO, Buscando la re-novación de la enseñanza médica enla España decimonónica: La EscuelaTeórico-Práctica de Medicina y Ci-rugía del Hospital General de Ma-drid y la Escuela Práctica de Medi-cina y Cirugía de Pedro González deVelasco.

MÉDICOS & MEDICINAS EN LA HISTO-RIA. Nº4 (Primavera 2002, Noviem-bre): ALFREDO G. KOHN LONCARICA,NORMA ISABEL SÁNCHEZ Y JOSÉ MA-RÍA TRUJILLO, La obra histórica de Vi-cente A. Risolía (1893-1962); FAVIOH. PEIRANO, Los araucanos: el artede curar y su influencia en la socie-dad indígena; ROXANA L. PANZERI DEROSELL, Pío del Río Hortega en Bue-nos Aires. A 120 años de su naci-miento; GUILLERMO R. GAGLIARDI,Sarmiento y la medicina.

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NUNCIUS. Annali di Storia dellaScienza. Firenze: Leo S. Olschki.Anno XVII, Fasc. 1 (2002): STEFANOCASATI, The new Library of theInstitute and Museum of History ofScience; FABIO BELLISSIMA, Il siste-ma assiomatico-deduttivo degliElementi Armonici di Aristosseno;ANNE REYNOLDS, Galileo Galilei andthe satirical poem “Contro il portarla toga”: the literary foundations ofscience; STEFANO CASATI, GIORGIOSTRANO, Il “Candore Lunare” e ladifesa del sistema copernicano in duelettrere galileiane conservate pressola Biblioteca dell’Istituto e Museo diStoria della Scienza di Firenze;EDOARDO PROVERBIO, FirstSupplement to the Provisional Ca-talogue of R. J. Boscovich letters;DANIELE VERHARI, La corrispondenzadi Ottaviano Targioni Tozzetti; AL-BERTO MESCHIARI, Corrispondenza diGiovanni Battista Amici con FranzXaver von Zach; MARTA BERTINI, IlTrattato di diversi istrumentimatematici di Antonio Santucci;MARTINO MARANGON, I CodiciAstronomici nel Fondo Cicogna alMuseo Correr di Venezia; GIORGIOJULES MASTROBISI, Il “Manoscritto diSingapore” (1923) di Albert Einstein.Per una teoria del “campo unificato”tra possibilità fisica e necessitàmatematica; GRAZIANO FERRARI,Census, filing and elaboration ofscientific letters in the Earth

Sciences; PATRIZIA RUFFO, Labibliografia galileiana nell’ArchivioIntegrato Galileothek @; ALESSANDRALENZI, Attività bibliograficadell’Istituto e Museo di Storia dellaScienza: lo spoglio dei periodici.

Otras publicaciones recibidas

Boletín de la Academia Nacional deCiencias (Córdoba)Tomo 66 (2001): Secciones Zoolo-gía y Antropología.Bollettino della UMI.Serie VIII, Vol.IV-A N° 3 (Dicembre2001). Fascicolo Tesi di Dottorato.Ciencia Hoy.Vol.12, N° 70 (2002)Estudios Sociales. Santa Fe: Univer-sidad Nacional del Litoral.Año 12, N° 22-23 (2002)Fundación Facultad de Medicina.Universidad de Buenos Aires. Vol.XII, Nº45 (Septiembre 2002)Noticiero SADIOAño 34, N° 2 (Julio-Agosto 2002)Periodismo Científico. AsociaciónEspañola de Periodismo Científico.N° 43 (Julio-Agosto 2002); N° 44(Septiembre-Octubre 2002)Revista Científica de la UniversidadBlas Pascal, Córdoba.N° 16 (2002)Rhema. Juiz de Fora, MG, Brasil:Instituto Teológico ArquidiocesanoSanto Antônio.Vol. 8, N° 27 (2002)

PUBLICACIONES RECIBIDAS

Se terminó de imprimir en Impresiones DunkenAyacucho 357 (C1025AAG) Buenos Aires

Telefax: 4954-7700 / 4954-7300E-mail: [email protected]

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