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S S o o b b r r e e p p a a t t r r i i a a s s , , n n a a c c i i o o n n a a l l i i s s t t a a s s , , y y s s u u s s v v a a l l o o r r e e s s A A X X I I O O L L O O G G Í Í A A D D E E L L N N A A C C I I O O N N A A L L I I S S M M O O por Jaume Balboa Biblioteca Omegalfa

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por Jaume Balboa

BibliotecaOmegalfa

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Axiologíadel nacionalismo*

Sobre patrias, nacionalistas y sus valores

Jaume Balboa([email protected])

Biblioteca virtualOMEGALFA

ACE unos años una niña me preguntaba aturdidapor qué la gente colgaba esos trapos en los balco-nes. Era un 11 de septiembre, fiesta nacional de

Cataluña, día en que mucha gente tiene por costumbre sacarlas “senyeras” del armario y expresar su sentir patrio. Nopude reprimir una sonrisa, mientras se escapaba por mis la-bios un “por estupidez” que dejó más aturdida aún a la niña,hasta que otras cosas le llamaron la atención, y la llevaron anuevas preguntas. Años después, ya adolescente, su identifi-cación con ese trapo es total. A ella le parece un hecho yaincuestionable, una Verdad sobre la que ya no puede ni tansiquiera hacerse esa pregunta sencilla y lapidaria que salió deuna mente inquieta y abierta, aún no moldeada: “¿Por qué

* Procedencia del texto: www.escuelalibre.orghttp://www.escuelalibre.org/LaHoguera/Internacionalismo/hogueraintern

acionalismo.html

H

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cuelgan esos trapos en las ventanas?”. Y ahora, ante ese tra-po, ella sonríe y yo soy el aturdido. Alguien, sin duda, haefectuado un buen trabajo.

Esta anécdota explica sobradamente la historia del nacio-nalismo y de su construcción, que es la Nación. Es decir,para que haya una Nación debe haber, previamente, la ma-quinaria ideológica que genere dicha creencia. Un discursoconstruido, grupos insertos en determinada estructura socialcon suficiente poder y legitimidad para convertir una creen-cia en una apariencia de realidad.

La maquinaria propiamente nacionalista no aparece hastael siglo XIX (si seguimos a Hobsbawn), aunque para otrosautores su punto de partida es la Revolución francesa o in-cluso las revoluciones anglosajonas del siglo anterior. Lo queestá claro es lo novedoso tanto de la ideología (el naciona-lismo) como de su producto (la Nación). Anteriormente noexistía Nación alguna. Nadie pensaba en estos términos, ni anivel político, ni económico, ni mucho menos a nivel socialy cultural.

Es más, parece claro que el mundo pre-nacional es unmundo que se arremolina alrededor de creencias religiosas,de los dioses y de los juegos de poder entre sus represen-tantes en la Tierra. Esos reyes endiosados, escudados bajo sudios totalitario, impulsaban guerras y más guerras de poder yde dominio, legitimados por verdades providenciales.

El nacionalismo surge, precisamente, porque el mundoque se escudaba tras esos dioses para justificar una determi-nada estructuración social (que unos estuvieran por encimade los demás) estaba en plena convulsión. Ya sea por pugnasde poder intestinas, por colapso decadente, por las relacio-nes de fuerza que estaban emergiendo del mundo feudal,

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etc., toda esa estructuración social se estaba poniendo enduda. Y dudar de ello era, de una forma directa o indirecta,cuestionar esa verdad arrolladora que afirmaba que las cosasasí estaban dispuestas por la gracia de dios.

Y el nacionalismo aparece en ese momento de transfor-mación social, de eclosión de nuevos poderes que exigíanuna nueva organización del Estado, así como un cambio enlas relaciones respecto a él y con él. En algunos lugares lamutación es lenta y poco traumática, en otros es de una pro-fundidad sorprendentemente transformadora, e incluso re-volucionaria, hasta el punto de cuestionar la necesidad delEstado mismo. Pero en general, se van produciendo cam-bios en todas las dimensiones de la sociedad, y se van defi-niendo nuevos puntos de apoyo sobre los que organizar unanueva dominación, una nueva forma de conducir los indivi-duos y controlar sus conductas.

El siglo XIX es, pues, el siglo de esta mutación. Es lamuerte de antiguos imperios y sus marcos simbólicos, y laemergencia de otros nuevos, de nuevas formas de entenderel poder y su nueva territorialidad, así como de sus resisten-cias. De toda una nueva fronterización que impulsó a unanueva fase de conquistas basadas ya no en las verdades pro-videnciales de reyes y sacerdotes, sino en la potencia tec-nológica de las naciones y sus verdades científicas.

Al principio fue una fronteraEn cierto sentido, así de entrada, toda Nación se nos pre-

senta como un signo prácticamente vacío, de allí su poten-cialidad simbólica, su adaptabilidad axiológica a casi todas lasideologías. Y quizás por ello en apenas tres siglos que fun-ciona, se ha conseguido en su nombre generar toda una

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nueva configuración del planeta. Sin duda el Estado Nacio-nal ha mostrado un éxito total en su replicación, pues en sucorta existencia ha impregnado todo el planeta con su pre-sencia. Del cadáver de una conquista, ha emergido una fron-tera, una nueva nación donde jamás fue pensada. Allí dondeel Estado ha puesto un pie, ha emergido una bandera. Sucolor, y aquel que la empuña, ya es otra película. Es hora dedesnudar la Nación.

Pues poca gente, muy poca, se para a reflexionar sobrequé es la Nación. Y no sobre lo que uno cree que es por ellugar donde ha nacido, o por quien le ha visto crecer, ni porlo que uno cree que está construyendo con su conversiónnacionalista. No hablamos de si su nación es una u otra, sinode pararnos a pensar en la propia idea de Nación.

Pasa exactamente igual que con el tema religioso. Unopuede discernir sobre si cristiano, judío o musulmán, que siuna secta o la del lado, pero sobre dios, la idea de dios (endefinitiva, ¿qué es dios?) no se admiten demasiadas incursio-nes reflexivas. Es la funesta herencia de Platón y el idea-lismo, que lleva siglos maltratando la humanidad. De todoese sistema de ideas puras, de verdades esenciales y totalita-rias que están en una realidad que, según nos dicen algunos,no podemos alcanzar por nosotros mismos. Excepto poraquellos iluminados que, curiosamente, se dedican al negociode descubrir, difundir y reproducir dichas ideas y creencias.Para nosotros, claro, la fe en las esencias y en sus represen-tantes. Empieza a notarse cierto tufo autoritario...

Pues cuando la sociedad se ha estructurado a partir de lasrelaciones de poder, cuando su principio es una cadena deviolentas imposiciones, su forma de legitimarse debe necesa-riamente esencializarse. Debe sacralizarse, hacerse ideológi-

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camente acrítica. Y cuando las relaciones de poder se vieroncuestionadas hasta tal punto que ni el terror de dios, ni laamenaza de excomunión, ni de los infiernos eternos podíanya sostenerlo, se necesitó generar otra espiritualidad másacorde a los nuevos tiempos.

Y el nacionalismo saldrá al rescate de las nuevas formasde poder generando un nuevo objeto de culto: la Nación.Para ello el nacionalismo ha demostrado ser ideológicamentemuy dinámico, como hoy podemos constatarlo por todaspartes del planeta: desde la Europa del capital, al patriotismochavista, pasando por los nacionalismos disgregadores, y losindigenismos etnicistas. Naciones históricas y otras total-mente nuevas; algunas neoliberales, otras “resistentes”; unaspocas laicas y otras naciones cada vez más tocadas por elcapricho de dios. Da igual. Tremenda facilidad para producirnaciones, para llenarlas de significado, cualquiera que sea.Porque la Nación connota muchas cosas. Una misma deellas puede inspirar para algunos auténticos paraísos, mien-tras que para otros no es sino el auténtico mal. Se las trabajaen lo simbólico, se las adapta a cada contexto histórico (quesi democráticas, que si socialistas, que si republicanas, que siteocráticas....), pero, ¿qué denotan en realidad? El denomi-nador común de todo lo nacional, lo mínimo que nos señalatoda nación, es un Estado. Independientemente de su marcojurídico, de sus especificidades históricas, hablamos de Es-tado en sentido lato, como forma organizativa moderna degestión de un territorio, un pedazo de tierra (y su proyecciónen el mar y en el aire), y de una comunidad sedentaria allíestablecida. Territorio, Estado y Comunidad se postulancomo los ingredientes básicos del caldo nacional.

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Primera dimensión: el territorio.Francia, España, Venezuela, Argentina, Euskadi. Cual-

quiera. Pensamos rápidamente en un pedazo de tierra, más omenos definido. Un pedazo de tierra, y sus límites fronteri-zos. Las fronteras. Una trinchera reconvertida a un murocon bandera. Principio y fin de todo lo nacional.

Principio, en primer lugar, porque lo nacional nace de unanueva territorialización, de una nueva organización sedenta-ria sobre el territorio. Primer cambio: fin de la fragmenta-ción feudal, y expansión definitiva del Estado por el territo-rio que controla. Y llega por una profunda transformaciónen las relaciones de poder: fin de una tierra que poseía a losindividuos, que los estructuraba y los ataba encima de ella,según ley divina. Ahora son los individuos y el Estado quie-nes pueden poseer la tierra, mediante un sistema de inter-cambio, de compra-venta, y el mecanismo hereditario de lapropiedad. Todo un giro reptiliano que deja a muchos sinacceso directo a los productos de la tierra. Así se genera lacarne de explotación para la nueva economía del salario: ge-neralización definitiva del sistema de explotación basado enel intercambio de trabajo por un jornal. Imposición de otrosistema simbólico basado en la fe ciega a una moneda nacio-nal que sustenta, para más sarcasmo, el propio Estado. Elterritorio es ahora un único mercado, con una sola moneda yuna única política económica, sea cual sea (más o menosproteccionista, más o menos intervencionista; más neoliberalo socialista). Pero siempre, siempre, defendido y gestionadodesde el Estado.

En segundo lugar, la frontera como fin, como objetivo.Toda nación no aspira más que al atrincheramiento, al le-vantamiento de sus fronteras. A poder ser, siempre un poco

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más lejos, ganando palmo a palmo territorialidad. Fuente deconflictos, puesto que los del otro lado no difieren muchoen los objetivos. Y si la zona de conflicto presenta algúninterés geoestratégico (recursos, una posición militar aven-tajada,…), más aumentan las tensiones y las fricciones.Cuántas guerras han estallado por un pedazo de tierra…

Pero la tierra se mueve, y cambia. Por lo general, muy len-tamente, lo que da apariencia de inmutabilidad. No obstante,desde la geología se recuerda que la Tierra no es lo que fue, ynada será seguramente igual. Esa base territorial nacional-mente reivindicada, ese principio nacional sacralizado, es enrealidad de una naturaleza amorfa y cambiante. Todo semueve, todo cambia. En este sentido, toda Nación no remitemás que a un pedazo de barro por donde los nacionales serevuelcan con una fe ciega en que no se quede seco y estérilen el insignificante tiempo que duran las vidas humanas.

Por lo tanto, nos encontramos con la primera violencia delo nacional: la relación entre Nación y Territorio es una sim-ple ficción. No hay nada en el territorio que respire naciona-lidad. Son los nacionalistas los que aspiran, y absorben, te-rritorio.

Segunda dimensión: el Estado.Esa estructura gubernamental formada por centros auto-

ritarios de decisión y sus órganos de ejecución. Ese mediolegitimador y reproductor del mundo sedentario, cierto, perosólo después de garantizar su dominio por la violencia. Enotras palabras, puede prescindir de todas sus funciones, ex-cepto de la violencia que organiza todos sus procesos auto-ritarios. De la superioridad en las relaciones de violencia, desu capacidad de imponer ley y orden en ese territorio que ha

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hecho suyo, depende en última instancia su existencia.Y cuando hablamos de Nación, hablamos de Estado. Loinstituido (la violencia), y lo simbólico (la patria). El Estadoes pues el esqueleto de toda Nación. Lo que dice, ya de en-trada, muy poco de todo nacionalismo, puesto que el Estadoes indiferente a los matices ideológicos. Y tanto mejor sereproduce cuánto más de él se exija, pues más obligado (ylegitimado) se ve para extender sus aparatos de violencia,para mejor imponer su ley y cumplir así con los objetivos deorden. Es por eso que todos los nacionalistas sienten unaauténtica devoción por sus instancias de violencia. Y quienmás lo manifiestan son los nacionalismos que están exi-giendo un Estado propio, incluso aquellos que se presentancomo revolucionarios. Ya sea por arriba o por abajo, connegociación o con agitación violenta, su proyecto es un Es-tado asentado con policía y ejército que porten sus emble-mas.

Tercera dimensión: la comunidad.Por una parte, nos encontramos una herencia cultural,

una mutación de esa concepción religiosa de comunidadconformada por pastores y rebaños. En definitiva de esagestión autoritaria por la que los representantes de dios en laTierra “conducían” al rebaño humano, cercado en una vidasedentaria de abnegación, hacia la salvación post-mortem.Pero todo este mundo es el que se rompe. Esa comunidadestructurada jerárquicamente por la mano de dios sucumbe aotras “manos invisibles”, igualmente humanas, que estántomando las riendas del rebaño. Es decir, los mandos delEstado.Lo que estructura la comunidad ahora es la propiedad pri-

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vada de la tierra (los que la poseen y los que no), y el accesoal pedazo de barro vendrá dado por nuevas relaciones desometimiento y de abusos de poder contra la sociedad. Elnacionalismo incipiente aboga claramente por la legitimaciónde esta nueva forma de jerarquización.

Por otra parte, en la corta historia del nacionalismo, lacomunidad nacional ha cambiado su significado, adaptán-dose camaleónicamente a los tiempos y a los lugares. En susinicios “transformadores”, en esa liquidación del orden feu-dal, lo que estructura la comunidad nacional es el elementobásico y exclusivo del nuevo orden: la propiedad privada.Los nacionales son aquellos con propiedades, los ciudadanosde primera, aquellos que pueden decidir sobre el resto por-que tienen intereses en juego. El Estado es su Estado, y elacceso y participación activa en el sistema político vienenfijados por límites relativos a la posesión de propiedad pri-vada. La mayoría de población queda excluida de esa pri-mera y elitista comunidad nacional.

Posteriormente, se extiende la nacionalidad a gran partede la población. Esta extensión viene impulsada por dife-rentes realidades que obligan a los poderosos a replantear elmecanismo de identificación nacional. En primer lugar, exis-te una férrea necesidad de control. Y ello porque aparecenmovimientos internacionalistas que ofrecen una contes-tación al orden existente, manifestando una voluntad organi-zativa para enfrentarse a los Estados que organizan el sis-tema capitalista moderno. Y se encienden todas las alarmas.Porque, además, hay una creciente necesidad de recluta-miento. Desde la segunda mitad del siglo XIX, ante un con-texto internacional de escalada bélica y colonización, se em-piezan a buscar los mecanismos para integrar ese sujetohistórico que aparece, la masa, dentro de la comunidad na-

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cional. O se apacigua y somete, o se puede volver en contra.En otras palabras, se requiere carne de cañón, para la indus-tria y para la guerra. Pero esta carne empieza a vender muycaro su pellejo. Se desarrollan mecanismos de identificaciónde esa masa de explotados con la estructura que perpetúasus cadenas. ¿Cómo amar al amo? Entramos en la fasemística del nacionalismo, ese romanticismo embaucador quepone las bases del nacionalismo populista, de la modernacomunidad rebaño.Es así como se van buscando los mecanismos de identifica-ción de la población con ese Estado Nacional que hasta en-tonces se ha mostrado excesivamente elitista. En esta expan-sión nacionalizante, el centro de gravedad de lo que define laidentidad nacional se traslada lenta y progresivamente de lapropiedad privada a algo menos exclusivo como es el lugarde nacimiento y/o de desarrollo. Es el paso de lo estricta-mente económico a lo puramente cultural. No es que la pro-piedad privada pierda peso específico, en absoluto, sino quese despliegan otros mecanismos para potenciar una mayoridentificación con el Estado. El individuo nacional acabarásiendo definido no tanto por lo que uno posee sino pordonde le han visto nacer y crecer. Exaltación patriotera,mística nacional, esencia patria. Culto, bandera, sentimenta-lismo inducido. El nacionalismo se extiende por todas partescomo si de una realidad se tratara.

Esta nacionalización masiva se desarrolla por el desplie-gue progresivo de los aparatos ideológicos: escuelas religio-sas y estatales, la incipiente prensa de masas y literatura de laépoca, desde los púlpitos y desde las tribunas… Todos tra-bajan en lo simbólico la nueva estructuración jerárquica de lasociedad. Se produce una unión de viejos y nuevos pastores,de los curas y los políticos, ahora que éstos últimos contro-

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lan los asuntos de Estado. Una nueva mística comunitariaque une a ricos y pobres, banqueros y asalariados, al explo-tador con el explotado, al especulador con el esclavo. No setrata, en absoluto, de una relación simbiótica mutuamenteinteresada, en absoluto, sino de la naturalización de las nue-vas relaciones parasitarias bajo el grito de Dios y Patria, Na-ción y Fe.

Este sentido vertical del nacionalismo choca con las pro-puestas horizontales que salen desde algunos sectores delmovimiento obrero, y que será uno de los escollos que losEstados deberán superar. Luego llegarán en su ayuda la radioy la televisión, tecnologías que permiten una distribución agran escala, continua y machacona, de las nuevas identidadesen construcción.

La recuperación de la idea religiosa de comunidad, ahoramodernizada con su nacionalización, será sin duda la clavedel éxito nacionalista. Comunidad, Nación, Pueblo. Palabrasque apelan al rebaño, a la fe hacia los pastores (ahora llama-dos líderes políticos) que lo gestionan, con la novedad quedicha comunidad puede ser religiosa, o no; democrática odictatorial; liberal o socialista. Las combinaciones son múlti-ples y difusas, pues la idea de Nación es de un vacío escalo-friante. Sólo el que tiene fe en ella, el que cree en ella, veamor y esperanza donde no hay más que Estado.

La Verdad Nacional como apariencia de realidadPara poder adentrarnos un poco en esa comunidad na-

cional, en la creencia de su existencia, debemos partir de losdos modos de entender toda Nación. Del cómo se cree po-der formar parte de ella.

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Ésta se puede imaginar bajo dos modelos que aún hoypersisten, se retroalimentan y dan empuje a todo naciona-lismo. Por un lado, la Nación entendida como proyecto enconstrucción, lo que implica que exista la voluntad de sernacionalista. Y, por otro, nos encontramos la idea de Naciónesencial y determinista, como si viajara inmutable e indepen-diente por los tiempos y sus gentes, y cuyo enclave vienefijado por el lugar de nacimiento. En este caso, se es nacio-nal de ese lugar, se quiera o no.

Estos dos modelos no existen en estado puro. Más biense retroalimentan para mayor confusión. En otras palabras,uno se puede preguntar por qué es nacional de un lugar(¿porque ha nacido allí? ¿Porque quisiera haber nacido allí?).Pero lo que se mantiene y se reproduce dentro del marcosimbólico de ambos modelos, es la idea difusa, esencial ycasi mágica de toda Nación.

¿Qué define en realidad cualquier Nación? ¿Qué le dacierta apariencia de realidad a esa construcción simbólica, aesa creencia? Somos una especie que nos movemos en di-mensiones espacio-temporales, y allí es donde debemos en-contrar su apariencia de realidad.

Ya hemos visto su clara referencia al espacio, esto es, alterritorio sobre el cual se generan aspiraciones nacionales.Un nacionalista puede afirmar que el mundo está confor-mado de naciones, y esa es una realidad incontestable. Perosólo hay que visionar mapas políticos, haciendo un recorridoatrás en el tiempo, para ver que todo el escenario político sedibuja y desdibuja hasta diluirse totalmente en los tiemposdel nomadismo. Y no digamos si nos ponemos a escala ge-ológica, donde los mapas nacionales no son sino una bromade mal gusto, demasiado recientes para haber escupido tanta

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sangre.En todo caso, los nacionalistas presentan su Nación comouna realidad independiente de si los juegos de poder le handado cabida en los mapas políticos (esto es, si se han podidoforjar un Estado propio). De este modo, lo que viene a fijaresta mística esencialista, es que si la Nación es una verdadindiscutible, tampoco es cuestionable la apropiación del te-rritorio que se reivindica (otra cosa es hasta dónde llega di-cha reivindicación, lo que genera histéricos debates entrenacionalistas del mismo credo).

Pero no sólo el espacio es despedazado en la mente na-cionalista. El tiempo también sufre por igual una violentamanipulación, reproduciendo una linealidad artificiosa deltranscurrir nacional sobre este planeta. Hacia el pasado, elnacionalismo explota la historia a su favor, para justificar sureivindicación actual. Como no deja de ser una novedadhistórica, el nacionalismo rescata de otros tiempos hechos ypersonajes (la mayoría heroicidades bélicas), los refunda ensus pretensiones, los adapta a los objetivos actuales, los miti-fica hasta tal extremo que la Historia misma pasa a ser otraVerdad dogmática sobre la que no se puede cuestionar.

Pero si esta sacralización del pasado sirve para decapitarpretensiones críticas a los objetivos actuales, quizás la poten-cia del nacionalismo se halla en la construcción del futuro.Ofrece, sin duda, objetivos imaginarios donde “llegar”cuando en realidad, y más el nacionalismo, es una ideologíadesgarradoramente sedentaria. De dónde venimos, a dóndevamos… en el tiempo. El lugar es en realidad estático, es elterritorio a conquistar, a reconquistar, a recuperar, a cercar.A controlar y dominar.

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El futuro nacional, pues, activa horizontes para impedirque los individuos se desvíen en los objetivos. El futuro…Lo imaginario se activa rápido en los cerebros, se asienta concomodidad, incluso lo más absurdo, y posee la terroríficacapacidad de inyectar miedos ficticios que siempre son dis-ciplinantes. Lo crítico, como es lógico, requiere de tiempopara leer, reflexionar, valorar, discutir, dudar de esas cons-trucciones, de esas verdades, que nos ponen como cebo.

Construir un criterio propio y abierto requiere de untiempo que los que disponen de poder no están dispuestos aconceder. La educación nacional tiene por objetivo parasitaren los cerebros dichas coordenadas espacio-temporales ope-rativas, encerradas en lo sagrado de su Verdad. Maldita fic-ción de la Verdad.

Un pasado nacional para un futuro nacional. El presentedebe estar cercado en lo más profundo. En el día a día lonacional se trabaja, desde todos los medios ideológicos dis-ponibles. En lo temporal, lo que une el pasado y el futuro noes el presente, que discurre a pesar de todo lo humano, in-cluso de lo nacional. Es la tradición lo que articula una ma-nera de vivir la nación. Y lo nacional, en tanto que se cons-truye, no cesa de reproducir la ficción de la tradición. Fic-ción que le permite enclavar en el pasado unas raíces de lascuales no goza. Cada nación rescata y reinventa para sí fol-clore, festejos, actividades lúdicas, cantos y bailes… Re-construye y categoriza como estrictamente nacional lo queno deja de ser una verdad más que en lo simbólico. Fuera deello, sin el velo nacional, no es más que un esperpento.Lo tradicional aglutina, precisamente, a viejos y a jóvenes. Esla fuerza de la repetición, que no exige demasiada originali-dad. Es el punto más oscuro de lo cultural, donde no brillamás que la simbología, donde se exalta todo inmovilismo,

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donde se sospecha de todo cambio. Así lo tradicional seadueña del presente, lo cerca dentro de la sociedad civil, queno es otra que la que aplaude y vive del Estado. Esa culturaestereotipada que se nutre y reproduce de la subvención.

De fiesta en fiesta, de festivo a festivo, de domingo adomingo, la tradición suplanta el tiempo libre, ya de por sicercado por los tiempos del tiempo. Y allí irrumpe con ma-yor fuerza toda la simbología, es cuando se hace más ba-rroca, pues es cuando más tiempo hay para la reflexión, ycuando menos se quiere ejercitada. Banderas, emblemas,pancartas… colores. Desde la autoridad instituida hasta elcombatiente caído, todo rezuma lo nacional, todo embauca,todo parece comunidad. Pero sólo existe en lo simbólico.Sólo existe una orgía identitaria, un “Somos” simbólico queúnicamente tiene sentido por lo que se niega a todos los de-más.Y este “somos” enreda al individuo con la tradición inven-tada de un lugar donde, en el mejor de los casos, le ha vistonacer. Enreda porque, mermadas sus capacidades críticasrespecto a lo que se ha instituido como su identidad, el indi-viduo difícilmente podrá escapar de lo que se espera de él.

La salvaje comunidad nacionalPero el éxito del nacionalismo es indiscutible. Es por eso

que debe ofrecer a los individuos ciertas ventajas estratégicaspara que se asuma con tanta naturalidad, o se padezca contanta violencia. En otras palabras, hay que ver qué utilidadpresenta el nacionalismo para que se reproduzca la creenciaen esa imaginaria comunidad nacional. Y ésta no es sino lade proporcionar ciertos criterios de selección social. Es de-cir, decidir quién adquiere la categoría de nacional y, muy

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especialmente, quiénes no. Pero dichos criterios de selecciónnacional (y, por lo tanto, absolutamente artificiales), han mu-tado, y mucho, a lo largo del tiempo.

En primer lugar, cada nación adopta como criterio de se-lección nacional lo que más se adapta a lo que se quiereconstruir. El color de la piel, la práctica de determinada reli-gión, el uso de un código lingüístico u otro, determinadopasado común... Todo vale para articular la manada nacio-nal.

En segundo lugar, la comunidad nacional ha buscadofundamentarse a partir de distintos criterios de nacionalidad.Es curioso como desde sus inicios se le ha intentado darbase científica a la selección y diferenciación nacional (aun-que sigue sirviéndose, no sin menor importancia, de todamística religiosa). Así nos encontramos con el nacionalismode base biológica, cuya aspiración residía en legitimar la je-rarquía social a partir de divisiones de la especie en razas.Toda una teorización científica que partiendo de la biologíase construía todo el edificio diferencial. Se desarrollaba en laantropología, pasando por la historia y la sociología… desdetodas las ramas científicas se hacía florecer el árbol de la su-perioridad racial de unas naciones sobre otras, y de unosindividuos respecto a otros.

No obstante, desde la misma ciencia se han ido dinami-tando los postulados racistas. Biológicamente, no hay nin-guna diferencia sustancial en la especie. No hay ningún crite-rio que fundamente la jerarquización y el autoritarismo másallá del mundo social. Es por ello que el elemento a partirdel cual mejor se han desarrollado los criterios de selecciónnacional es la cultura. Y ello porque proporciona muchas

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ventajas que el nacionalismo de base racista ya no puedelegitimar.

En primer lugar, porque permite abrir y cerrar el “grifo”según necesidades del momento. A diferencia del racismo(que se nace o no se puede ser), la cultura permite un apren-dizaje, una asimilación claudicante. Digamos que permite alnacionalismo presentarse como más “amable”, “integrador”.

En segundo lugar, permite imbricarse perfectamente conla religión, puesto que todo lo nacional, como lo religioso, setrabaja y no existe más que en lo simbólico e imaginario. Ylo simbólico, por artificial, permite desarrollar las diferenciasque el racismo no ha podido desplegar. Esta imbricación,siempre presente, sigue siendo muy útil en la era de las civili-zaciones.

En tercer lugar, el nacionalismo cultural permite presen-tarse igualmente como “científico”, algo que el racismo yano puede conseguir. Se pueden presentar estudios históricos,sociológicos, literarios, lingüísticos, incluso hasta étnico-an-tropológicos… que señalan lo muy diferentes que somos anivel cultural. Efectivamente, el racismo cultural vigente seesconde muy bien tras metodologías y técnicas de investiga-ción. Sólo basta con dar un vistazo por las universidades...En todo caso, se ha pasado del racista biológico al funda-mentalista cultural, cuya diferencia no se haya ni en los prin-cipios, ni en los objetivos. Ambos construyen y edifican ladiferencia, la jerarquización social y el autoritarismo propio.La diferencia estriba en el criterio empleado para tales fines.Esta selección nacional que tan bien funciona a nivel popu-lar explota la estrategia de grupo ante los depredadores so-ciales, a quienes se da, precisamente, cobijo y centralidaddentro de la manada, y a quiénes se idolatra en las relaciones

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de poder: a nivel individual, este agrupamiento alrededor delEstado garantiza que si voy dentro del grupo más posibili-dades habrá que otro salga socialmente más perjudicado. Porejemplo, si hablo la lengua del Estado, tengo una ventajaestratégica respecto a aquellos que deben aprenderla. Deaquí la exigencia nacionalista que institucionalmente se mar-que a ciertos grupos como los “otros”. Los cuales se venconstantemente señalados, simbólicamente pintados concierta estigmatización que los conduce a los márgenes de lacomunidad nacional. Allí donde se ejecuta la explotación yse cultiva la margi-Nación.

Nos acercamos a lo más profundo de lo nacional. Aquelloque la identidad nacional, adoptada con mayor o menor vo-luntad, naturaliza, y que son los valores mismos que funda-mentan la ideología nacional.

Axiología de la verdad nacionalLo nacional, que surge de la quiebra religiosa como ima-

ginario único del poder, moviliza unos valores que le sonespecíficos y que, además, son lo suficientemente vacíoscomo para poder articularse con otros sistemas de valores,siempre que éstos sean “por el poder”. Ya sea nacional-ca-tolicismo, nacional-islamismo, nacional-liberalismo, nacio-nalsocialismo, nacional-comunismo… En todos ellos hay encomún un repertorio de valores que, a fin de cuentas, no sonexclusivos de lo nacional, pero sí han sido asumidos por él.¿Qué valores esconde lo nacional?

El valor superficial del nacionalismo, que está en su mis-ma génesis y que se exhibe con estridencia en la simbología,es el de la propiedad, que siempre expresa una privación.

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Es la reivindicación de un espacio nacional, privado a losdemás, exclusivo de los propios. Subyace, dentro de esa fic-ción política nacional, una clara y evidente reafirmación del“esto es mío” dentro del “esto es nuestro”. Se gesta en losocial, de una apropiación individualizada (legalizada, porsupuesto), hasta los límites de la organización legalizadora (elEstado), y fijando en lo simbólico los objetivos, que siempreson expansivos. Así, el nacionalismo funciona dentro de unpéndulo alrededor de la propiedad, donde las pretensionesterritoriales a veces despiertan dudas de dónde se sitúa cadacual. En realidad, todo es una ficción circular donde el epi-centro intocable es el poder, como si estuviésemos mante-niendo un fuego y todos, absolutamente todos, van echán-dole la leña de la propiedad al fuego de la vanidad.

Algunos de los llamados “extrema izquierda” se quejaránde esta afirmación, alegando que su lucha tiene por objetivola abolición de la propiedad privada. Lo cual no deja de ser,por lo menos, algo tramposo. En realidad lo que se proponees una estatalización de la tierra, donde pasaría de ser deunos pocos a ser, en teoría, pública, es decir, de un “todos”imaginario, puesto que su propietario único, pero propieta-rio, es el Estado. Esto no hace sino dejar en franca ventaja alos gestores del Estado, como han demostrado todos losproyectos de raíz marxista: desde la URSS a la China actual,pasando por los neopopulismos latinoamericanos actuales(extraña mezcla de fascismo y marxismo), donde ese “to-dos” imaginario sigue siendo una buena estrategia para cam-biar las caras de los que mandan. En realidad, las tan aplau-didas, desde la izquierda, “nacionalizaciones” no son másque dar a la estructura del poder (¡al Estado!) la propiedad deaquello que se busca nacionalizar. Eso sí, una vez que sus

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defensores tomen el mando… Un juego de manos, un cam-bio de amos.

Todo este juego de política nacional girando alrededor delfuego del poder no hace sino impedir, deliberadamente, eldebate sobre el problema social, que es la violencia entre losde arriba y los de abajo. No deja de ser lógico, pues, ¿cómovan a cuestionarse a sí mismos los que aspiran a ciertas altu-ras?

Esto nos lleva al valor fundamental y más profundo quesubyace en lo nacional: el de la autoridad. En este caso, elnacionalismo define claramente quiénes tienen derechosautoatribuidos sobre el territorio que exigen para sí. Es decir,unos, llamados “nacional-lo que sea”, que se presentan anteel mundo como una comunidad que no existe, con un pa-sado por lo menos falseado, cuando no inventado, con al-guna característica común (una lengua, el color de piel… loque sea), dicen: “¡aquí debo de mandar yo!”

En base a un dios que los ha elegido como pueblo (¡estosí que es que toque la lotería cósmica!), en base a una lengua,en base a supuestos rasgos físicos… en base a cualquier“elemento diferencial” (lo que construya una diferencia, aveces puramente inventado, otras sencillamente forzado has-ta el esperpento) se exclama ¡aquí mando yo! La autoridad esel fundamento de todo nacionalismo. La propiedad sólo nosfija su ámbito de influencia en un momento histórico, sucampo de poder.

Los unos y los otros. Arriba y abajo. Un destino comúnen lo nacional. El nacionalismo articula la estructuraciónjerarquizada de la sociedad en una comunidad imaginada.Para ello el nacionalismo explota otro valor, que se mani-fiesta en un plano intermedio entre la autoridad y la propie-

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dad (la instancia simbólica que vincula poder con espacio)por eso más artificioso, más manejable, tanto para el indivi-duo como por el Estado. Este valor es el de la identidad na-cional.

La identidad es el cruce de caminos entre el Estado y elindividuo, es la fuerza que vincula lo uno con lo otro, es elprincipio moderno de la relación de poder. Es la forma en laque el poder nos atraviesa, nos ata, nos atrapa. Nacional yextranjero, lo que identifica y la posibilidad de asimilarse. Laidentidad nacional es lo que pone en marcha el mecanismode la exclusión.

Es por ello que el Estado siempre anda tras la identifica-ción. “Quién eres”, reducido a “un de dónde vienes”,“cuándo naciste”. Espacio y tiempo. Ecuación de la proba-bilidad de una rebeldía que hay que vigilar. Para facilitar elejercicio del control, plasmada en su necesidad de identificarquién se mueve, a dónde va, el Estado desarrolla la identi-dad. Ha convertido una circunstancia (dónde he nacido) enuna cadena simbólica que privilegia a unos, y penaliza aotros.La identidad. Esa doble faceta de identificar e identificarse.¿Quién eres? ¿Quién soy? Con la identidad, lo nacional seasienta en el individuo como el soporte del poder instituido,generando desde ella toda la red nacional que fragmenta losocial, abriendo con su expansión el cisma de la exclusión.

La identidad nacional. Igual a unos y diferente a otros. Sefiltra dentro de los individuos desde tempranas edades, des-de lo más cercano. Desde la familia, desde la escuela, desdelos medios. Se reproduce con tremenda facilidad dentro denosotros. Aparentemente, llena vacíos, impide dudas y con-tradicciones molestas, ofrece cierto sentimiento de formar

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parte de una comunidad. Sobre todo cuando no podemosentender nada. Y luego, con los años, cuando no queremosentender nada ya…

En realidad, su funcionamiento es como el de un virus.Nacemos libres de cualquier identidad. Pero sólo al poner lacabeza en este mundo se pone en marcha un perverso me-canismo de identificaciones, toda una red de la que es casiimposible escapar. Se proyecta sobre nosotros un mundoque intenta acotar el margen de construcción, de edificaciónpersonal. Se establece una batalla de elementos simbólicosque nos llevan a la perpetua identificación: deportes, ídolos,dioses, sindicatos, partidos políticos… Líderes y dirigen-tes… patrias. La patria.

La identidad nacional lucha por reducir todas las identi-dades que nos conforman a la suya propia. Banquero y obre-ro, político y sindicalista, viejo y recién nacido. Una identi-dad que pretende englobar todo lo que bajo de esas etiquetassubyace, todas las relaciones que se tejen y que no hacensino edificar la estructura de poder y sumisión.

Como lo nacional es una construcción en todas sus di-mensiones, la identidad que forja imagina cierto modelo depureza, dada por la posesión de ciertas características (yasean biológicas, pero casi siempre culturales) que legitimanlos no tan casuales privilegios sociales. En otras palabras: loque acaba por definir la identidad nacional es una purezaconstruida por los que tienen (o quieren) el poder. Pero parano cuestionar dicha construcción, para esconder dicha pu-reza macabra que edifica la exclusión, el nacionalismo ex-plota, reiteradamente, el sentimentalismo de la vanidad y delegoísmo, que parte del victimismo acrítico al orgullo ofen-sivo.

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Efectivamente, todo nacionalismo respira, en mayor o me-nor grado, cierto victimismo. El otro del que uno se quierediferenciar, al que se le quiere distanciar, debe presentarsecomo una amenaza: por sus modales, por su agresividad, porsu cultura, por su lengua… todo él despierta una agresión ala identidad que uno ha asumido como propia. Tenga o nobase histórica alguna, este victimismo está inserto en la tra-dición, se replica sin que decaiga la sensación de amenaza. Elotro siempre está al acecho, quiere dominar, quiere someter,quiere intoxicar. Somos, nosotros, víctimas con heridasabiertas por donde se infiltra el dolor y la amenaza. El otroarrolla desde la cultura, desde la lengua, desde la política,desde la fuerza. La identidad está perpetuamente amenazaday hay que reproducirla, encerrarla, evitar contaminaciones einfiltraciones traicioneras. Miedo al otro, miedo a perder laidentidad que se edifica. Pureza histórica, pureza lingüística,pureza biológica… Tanta pureza, tanta endogamia a tantosniveles, tan estancadas las aguas de la vida… Algo impulsahacia lo muerto. Como en las viejas dinastías, que de tantapureza dinástica, de tanta sangre azul, parían las reinaspríncipes mermados…

Esta naturaleza endogámica del nacionalismo, de signoinevitablemente decadente, se atrinchera en la reafirmación,expirando y escupiendo orgullo por doquier, intentando es-conder el tufo putrefacto de sus intenciones autoritarias. Losgrupos de poder, que se escudan en lo nacional, buscanmantener las relaciones sociales de poder y privilegio, em-pujando a los otros hacia lo más bajo de la red de relacionessociales, hacia los límites que fijan la exclusión.

El poder de excluir busca regular lo que es inevitable: lagente se mueve, salta fronteras, busca trabajar, sobrevivir…Lo nacional responde, en lo simbólico, al encierro de los

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privilegios que se niega a los demás. Y cuando más poder seadquiere, cuando más relaciones verticaliza, más atraccionesrecibe, más se codician sus privilegios. Así, la identidad na-cional empuja al que llega hacia afuera, y cuando se necesitade su trabajo, hacia abajo.

Terrible mecanismo que destruye el individuo en lo social.Es la frontera legitimada (ya sea la establecida por la violen-cia, ya sea la simbólica que reúne fuerzas suficientes parainstituirse) que busca incesante la jerarquización como prin-cipio del funcionamiento social.

Lo nacional construye la ficción de la integración dondese abre ante todo individuo una puerta a la asimilación clau-dicante, a una voluntaria conversión. Pero la integración nodeja de manifestar que el mecanismo de exclusión funcionacomo engranaje, como lo realmente instituido. Desde el pu-ro racismo hasta el clasismo más popular, el nacionalismoexplota lo identitario en una especie de masturbación del egode donde no sale más que un placer masoquista, un chorrode odio y vanidad que se lanza contra el otro, ya esté insti-tuido como representante del poder, o sometido a él.

Este mecanismo de exclusión es el combustible que ali-menta lo nacional, y lo que empuja hacia la violencia a gene-raciones enteras. El soldado, el combatiente, el caído, el pre-so. Ese ejército de individuos dispuestos a matar y dejarsematar por una identidad macabra que exige sacrificio, disci-plina, obediencia. Ese agujero negro que se alimenta de sucarne y que expresa un reverso de las fuerzas organizadaspara el botín. El soldado se encuentra entre el otro y el no-sotros. Entre la muerte y la traición.

La traición a la identidad nacional. A la patria. Se esgrimeuna polaridad ficticia, pues si no eres de los unos es que

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estás con los otros. El nacionalista no admite mestizajes, nibiológicos, ni culturales, ni sociales, pues allí donde se enri-quece la vida social, es donde los que tienen poder puedenperder el control. Pues todos los avances sociales, lo quehace grande a la humanidad, contradicen siempre a la auto-ridad, se cultivan fuera de ella, de sus cadenas y sus claudica-ciones. Evidencia que sus fundamentos son vanidosos en lopolítico, mezquinos en lo económico, decadentes en lo cul-tural y jerarquizantes en lo social.

En cierto sentido, el nacionalismo fija un punto máximode implosión, un tope máximo de crítica profunda a las rela-ciones de poder establecidas. Tope máximo que fija los lími-tes críticos a partir de los cuales cualquier cambio puedaamenazar en llevarse por delante a los poderes organizados,es decir, al Estado mismo. En otras palabras, el naciona-lismo sólo habla un lenguaje, que es el del Estado.

Su visión económica, política y social sólo gira alrededorde éste, como única forma de organización social posible.En cierto sentido, el nacionalismo es un nuevo mediosimbólico sobre el que desarrollar la dominación. A falta dedioses, buenas son patrias... Por eso cuánto más se quiereevitar crítica alguna, más oímos gritos de patria, patria, pa-tria.El nacionalismo es, pues, básicamente una ideología contra-rrevolucionaria, neutralizante y represora. Contrarrevolucio-naria porque se desarrolla siempre para el fortalecimiento yestabilización del Estado, en base a una simple acusación: lade la traición. Neutralizante porque se asienta acríticamentecomo visión del mundo, en un doble juego de integración-exclusión de consecuencias terribles para los individuos, enbase a una única resolución: la de la conversión. Represoraporque hace del encierro social un paradigma ilusorio donde

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el muro, la frontera, se alza como culminación de un pro-ceso de purificación y salvaguarda social.

El nacionalismo, hoyDesde la caída del bloque soviético, el mundo vive lo que

se ha llamado globalización. Un proceso que ha hecho pe-queño el planeta, donde las posibilidades de movilidad y dedesarrollo de todos los procesos humanos han aumentado aescala planetaria. No obstante, paradójicamente siguen flore-ciendo nacionalismos por todas partes que sueñan en parce-laciones de nuevo cuño.

Todo ello no hace sino expresar la tensión con la que searticulan las relaciones de poder: por un lado, esa voluntadde seguir expandiendo sus ámbitos de influencia. Lo quelleva a alianzas y pactos claudicantes entre las élites que im-pulsan hacia la creación de nuevas identidades, como la Co-munidad Europea, que exigen una paulatina conversiónidentitaria de las antiguas señas de identidad hacia nuevosimaginarios, algunos de ellos de raíz religiosa. Vuelven losdioses con fuerza… Esta lenta conversión convive en ten-sión con las identidades elaboradas durante los dos últimossiglos, y que habían llevado a guerras catastróficas difícilesde enterrar de la memoria humana.

Los millones de muertos en las dos contiendas mundialesdeberían levantar la cabeza para ver de qué sirvió su patrio-tismo, a quien sirvió su muerte. Pero para los que disponende poder todos esos millones de muertos realizaron su co-metido, sacrificaron su vida por la nación, y los empujaríande igual modo allí donde se celebre un nuevo pulso mili-tar.Hoy las nuevas generaciones estudian ese descalabro de

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apenas 60 años atrás como quien habla del Big Bang. Comosi ese mundo eclosionase por dos veces sucesivas porque alos muy malos (los que perdieron, por supuesto) se les teníaque frenar en sus pretensiones. Como si las pretensiones delos muy buenos (los vencedores que cuentan la historia) fue-ran de otro calibre.

De todas esas cenizas se levantan nuevas identidades, sinque se perciba el más mínimo cambio en las pretensionesiniciales. Americanos (todas las américas), europeos, chinos,indios, rusos, judíos, pakistaníes… hasta el más pequeñopoder articulado o que quiere articularse. Un mundo extre-madamente nacionalizado, y aún nacionalizante, sigue confi-gurando fronteras y fronteras por donde se oyen rugir losecos de la violencia.

Y ello porque, por otro lado, a las pretensiones imperialesle acompaña su inevitable destino: estallar en pequeños re-inos de taifas. Así, de su interior emergen nuevas pretensio-nes, nuevas exigencias de dominio que se articulan en nacio-nalismos de más o menos trayectoria. Por ejemplo, del esta-llido del imperio soviético han eclosionado nuevos estados ynuevas nacionalidades, algunas de las cuales ya han dejadoun buen baño de sangre en su estreno.

Pero no sólo de esa decadencia se han levantado fronte-ras. Dentro del mundo rico, emergen nacionalismos quehacen de la resistencia una excusa para levantar nuevas fron-teras, para desatar odios y violencia contra los otros, paraconstituirse en Estado independiente justamente cuando esaindependencia soñada no existe ya para nadie. Y así cono-cemos nuestro mundo, jamás tan parcelado, en una orgía defronteras artificiales que recuerdan a cada instante las trin-cheras de las que parten, y donde amenazan en regresar.

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En este marco de multiplicación de Estados, se ha va-ciado el internacionalismo que apostaba por la eliminaciónde las fronteras, por un esperpéntico interculturalismo quesirve para potenciarlas. Cuando ya la pureza racial o culturalsólo existe en la mente retorcida de los que sueñan con en-cerrarse en sus privilegios, no hacemos más que generar en-cierros tras encierros, fronteras tras fronteras, esclavos detodo aquello que nos debería ayudar a liberarnos y que nohace más que esclavizarnos. Cuantas más posibilidadestécnicas hay para desplazarse por el planeta, más fronterasemergen que dificultan su potencialidad. De hecho, tende-mos más hacia un mundo videovigilado y cerrado, que no aun mundo abierto, rico en sus formas y contenido. Sin duda,el nacionalismo ha contribuido profundamente en este de-plorable estado del mundo, habiendo proporcionado al po-der político de turno una ideología con la que la gente encie-rre su mente y su corazón.

En la era nuclear, no obstante, se divisa un horizonte delo más oscuro. El pasado reciente nos ha alertado de lo quenos aleja de las cloacas es un maldito botón en manos de losrepresentantes de unos pocos Estados, cuyas amenazas co-bran un sentido aterrador. Esta capacidad autodestructivade la especie ha hecho que el poder juegue sus partidas amicroescalas, haciendo uso del terrorismo como arma y co-mo enemigo, construyendo y financiando tanto grupos quesiembran terror, como construyendo la figura del terroristaenemigo. Es difícil saber quién golpea, a través de quién, ydesde dónde.

La lógica de las nuevas macro-identidades, eso llamadocivilización, tiene demasiado que ver con la perpetua necesi-dad del enemigo. Al hacerse pequeño el planeta, con tantainmigración y tantas posibilidades de contacto y movilidad,

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la identidad civilizatoria permite ahondar en diferencias conotra parte de la humanidad que está lejos y, por lo tanto,vencible y sometible. Es por lo menos paradójico que cuan-do más pequeño se ha hecho el planeta, cuando más posibi-lidades de comunicación, de intercambios y de movilidad atodos los niveles, hay cierta tendencia a distanciarse, separar-se, de pretender el aislamiento donde justamente se pudre losocial. Viejos y nuevos muros siguen levantándose para im-pedir un desarrollo social que escape a los que tienen poder.A lo largo de esta corta historia de lo nacional, pero historiade tres siglos, hemos visto Estados de todo tipo y colores:gestionados por ultra-liberales, y por iluminados por dios;por revolucionarios de salón, y por revolucionarios de ac-ción; por fascistas sanguinarios, y por populistas iluminados;por premios nobel de la paz belicistas, y por militares revo-lucionarios por la gracia de dios… ¿Por qué esperar que elsiguiente Estado vaya a ser mejor? El único dilema existentees si queremos una sociedad orquestada por los autoritariosque imponen sus iluminadas visiones mediante la violencia, yde la que viven los sectores acomodados de la sociedad; o siempezamos a construir una sociedad alternativa desde susfundamentos, esto es, desde sus propios valores. Lo queexige como premisa expulsar de nosotros mismos la admira-ción y apremio por las manifestaciones autoritarias. En estesentido, ninguna Nación, y ningún “naciona-listo”, tienecabida. No se puede empezar a construir a partir de las dife-rencias que otros nos han impuesto para facilitar su dominioy gestión. Pues no se trata de averiguar quién tiene legitimi-dad para gobernarnos, sino de la necesidad misma de ungobierno.La única opción que tenemos es transformar este mundodesde los valores y principios que nieguen a toda autoridad y

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explotación. Transformar para que se rompan definitiva-mente todas las cadenas con las que se construye este mun-do de poderosos y destructores, y al que nos atan con susconstrucciones imaginarias, sus identidades distanciadoras ysus violencias desgarradoras.

Despertar nuestro impulso nómada que todas las visionessedentarias intentan aplacar. Desatar la rebeldía contra todopoderoso que nos encierra, a cada momento histórico, den-tro de sus muros de piedra y tecnología. Liberar el pensa-miento de las cadenas simbólicas que nos arrastran hacia elvacío de la nada.

En definitiva, enfrentarse a todas las mentes endogámicascuyos pensamientos hacen el corto recorrido que va del om-bligo al orgullo. Pues ante este mundo cada vez más ence-rrado en parcelaciones, exigimos poder desarrollarnos allídonde uno ha encontrado su lugar en el mundo. Pues elmundo no es vuestro. Sólo podéis destruirlo.

Barcelona, 31 de enero de 2010