ruth benedict-el crisantemo y la espada

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Annotation En junio de 1944, las autoridades estadounidenses —desconcertadas ante las dificultades para predecir el comportamiento del enemigo en el Pacífico y necesitadas de un repertorio de soluciones para acelerar la victoria primero e institucionalizar la ocupación después— encargaron a Ruth Benedict un estudio de antropología cultural sobre las normas y valores de la sociedad japonesa. Resultado del trabajo llevado a cabo, El crisantemo y la espada —título que hace referencia a las paradojas del carácter y el estilo de vida japoneses— se convirtió prácticamente desde su aparición y hasta el día de hoy en un clásico imprescindible para aproximarse al conocimiento de los complejos patrones de la cultura japonesa, que explican no solo el militarismo de tiempos pasados, sino también la fabulosa expansión pacífica llevada a cabo por el pueblo japonés desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Prefacio Nota de agradecimiento 1. Destino: el Japón 2. Los japoneses en la guerra 3. Cada uno en su lugar 4. La reforma Meiji

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Ruth Benedict-El Crisantemo Y La Espada

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  • Annotation

    En junio de 1944, las autoridades estadounidenses desconcertadas ante las dificultades parapredecir el comportamiento del enemigo en el Pacfico y necesitadas de un repertorio de solucionespara acelerar la victoria primero e institucionalizar la ocupacin despus encargaron a RuthBenedict un estudio de antropologa cultural sobre las normas y valores de la sociedad japonesa.

    Resultado del trabajo llevado a cabo, El crisantemo y la espada ttulo que hace referencia a lasparadojas del carcter y el estilo de vida japoneses se convirti prcticamente desde su aparicin yhasta el da de hoy en un clsico imprescindible para aproximarse al conocimiento de los complejospatrones de la cultura japonesa, que explican no solo el militarismo de tiempos pasados, sino tambinla fabulosa expansin pacfica llevada a cabo por el pueblo japons desde el final de la SegundaGuerra Mundial.

    PrefacioNota de agradecimiento1. Destino: el Japn2. Los japoneses en la guerra3. Cada uno en su lugar4. La reforma Meiji

  • Ruth Benedict

    El crisantemo y la espada

    Patrones de la cultura japonesa

  • TTULO ORIGINAL: The Chrysanthemum and the Sword: Patterns of Japanese CultureTRADUCTOR : Javier AlfayaPrimera edicin en El libro de bolsillo: 1974Primera edicin en rea de conocimiento: Ciencias sociales: 2003Tercera reimpresin: 2006 1946 by Ruth Benedict 1974 renewed by Donald G. Freeman 1989 foreword by Ezra F. Vogel Alianza Editorial, S. A., Madrid, 1974, 2003, 2004, 2005, 2006ISBN: 84-206-5585-6Depsito legal:M. 37.215-2006

  • Prefacio

    A raz de su publicacin en 1946, El crisantemo y la espada cosech un xito fulgurante.Entonces ms de medio milln de soldados estadounidenses seguan desplazados en el Japn comoparte de las fuerzas de ocupacin, mientras que varios millones haban luchado durante aos contraesta pequea nacin insular. No obstante, aparte del importante estudio de John Embree sobre unaaldea japonesa, Suye Mura, y de su obra Japanese Nation, no haba ningn otro estudio de cienciassociales sobre Japn que merezca la pena destacar. Al ser el primer estudio importante que trataba dedescribir la idiosincrasia y la mentalidad japonesas, El crisantemo y la espada se convirtiinmediatamente en un clsico.

    Ruth Benedict y Margaret Mead eran consideradas las dos antroplogas ms importantes delmomento. Mead era brillante, agresiva, controvertida. Benedict tambin, pero era ms sutil,sofisticada y moderada. Sin embargo, a su manera, tena la misma capacidad que Mead para ocupar unprimer plano. Su famosa obra Patterns of Culture haba constituido un importante avance para lacomprensin de las actitudes subyacentes y los sistemas de pensamiento y comportamiento dediferentes culturas.

    El crisantemo y la espada intent aplicar al Japn el enfoque elaborado en Patterns of Culture.Pero en 1944, cuando comenz su investigacin, Estados Unidos estaba en guerra con el Japn, lo queimpeda llevar a cabo un trabajo de campo en dicho pas. Los especialistas en ciencias sociales queintegraban los equipos de investigacin en la Oficina de Informacin de Guerra (Office of WarInformation) y la Oficina de Estudios Estratgicos (Office of Strategic Studies) en Washington,preocupados por la imposibilidad de realizar un trabajo de campo de primera mano, fijaron una seriede tcnicas para el estudio de la cultura a distancia. Aunque la cultura a distancia disfrut delprestigio de una moda acadmica vlida, el mtodo no difera tanto del que suele utilizar cualquierhistoriador: servirse de las fuentes escritas del modo ms creativo e imaginativo posible. Pero aadaun componente nuevo: la entrevista.

    Benedict se benefici de la investigacin que el Gobierno estadounidense llevaba a cabo entoncessobre el Japn y, de hecho, muchos de sus compaeros de trabajo pensaron que no haba reconocidosuficientemente sus aportaciones. Su principal herramienta de trabajo eran las entrevistas a losinmigrantes japoneses que llegaban a Estados Unidos. Recuerdo que algunos de aquellos informadoresme explicaban cmo se sentan despus de hablar con ella da tras da, a la hora de comer. Admirabanla minuciosidad de sus preguntas pero les atemorizaba el acusado empeo de Benedict en profundizaren todos los aspectos relacionados con sus sentimientos y experiencias. Tenan la impresin de queella quera escuchar, una y otra vez, hasta el ms mnimo detalle que ellos pudieran rememorar.Recordaban el agotamiento y el alivio que sentan cuando los dejaba marcharse al final de la comida.

    Durante aos, se consider El crisantemo y la espada como la obligada introduccin a laidiosincrasia y el temperamento japons. En los aos cincuenta haba muy pocos libros sobre Japn ytodo el mundo lea a Benedict. Hoy, en cambio, existen cientos de estudios pero el lector no sabe pordnde empezar. Ahora, que contamos con tantas y tan buenas investigaciones, resulta mucho ms fcilcontemplar la obra de Benedict desde una perspectiva histrica como un brillante estudio sobre elJapn de la Segunda Guerra Mundial. Benedict quera averiguar por qu los japoneses estabandispuestos a seguir luchando aun cuando saban que estaban perdiendo la guerra, por qu estabandispuestos a morir antes que dejarse capturar. Le desconcertaban las paradojas que observaba: unpueblo que poda ser corts e insolente a la vez, rgido y al mismo tiempo permeable a lasinnovaciones, sumiso y sin embargo difcil de controlar desde arriba, leal y a la vez capaz de

  • traicionar, disciplinado y, en ocasiones, insubordinado, dispuesto a morir por la espada y a la vez tanafectado por la belleza del crisantemo.

    Quizs lo que ms inters despertara en El crisantemo y la espada fuera el anlisis de Benedict dela vergenza y la culpa. Intrigaba a la autora el hecho de que los japoneses fueran extremadamentesensibles a la opinin de los dems, mientras que las normas interiorizadas y estandarizadas sobre lobueno y lo malo les preocupaban mucho menos. Gracias al estmulo de sus preguntas, se publicarondocenas de artculos eruditos en los que se defina y redefina la relacin entre la culpa y la vergenzaen la cultura japonesa. La muerte, a finales de la dcada de los cuarenta, de los dos principalesexpertos en la materia, John Embree y Ruth Benedict, cuando estaban a punto de alcanzar la plenituden su carrera, supuso un duro golpe para los estudios sociales sobre Japn.

    No obstante, los pocos cientficos sociales occidentales que realizaron sus trabajos de campo enel Japn durante los aos cincuenta y sesenta, pensaban que Benedict llevaba demasiado lejos susobservaciones. Presentaba a los japoneses como demasiado rgidos, demasiado encorsetados por eldeber y la posicin social, demasiado entregados a la ideologa y demasiado preocupados por sureputacin. Cada saludo, cada contacto, escribi, debe indicar el grado de distancia social entre loshombres. Aquellos de nosotros que llevamos a cabo estudios en el pas, descubrimos que losjaponeses eran ms espontneos, ms amantes de la diversin y ms relajados. Nos pareca queBenedict, en su esfuerzo por fijar esquemas, primaba las imgenes ms rgidas de sus entrevistados.

    Los estereotipos estadounidenses sobre los japoneses han cambiado mucho desde la SegundaGuerra Mundial, pasando de la imagen del enemigo dentudo y de piernas arqueadas, a la de laencantadora y gentil geisha, y de sta a las del contemplativo maestro zen y el diligente hombre denegocios y, finalmente, a las del turista con la cmara en ristre y el banquero arrogante. Quizs no seapor casualidad que este estudio de Benedict sobre los decididos combatientes, realizado en tiempo deguerra, vuelva a atraer el inters de los estadounidenses, algunos de los cuales empiezan a sentirsemenos complacientes ante los resueltos exportadores japoneses que estn adquiriendo suspropiedades.

    Si Benedict viviera, quiz se quedara tan sorprendida ante el xito econmico del Japn como loestn hoy sus compatriotas. En 1946, cuando muchos japoneses eran tan pobres que sufran demalnutricin, su cauta conclusin fue que los japoneses tienen un largo camino por delante, sin duda,pero [sin rearme] tienen la oportunidad de elevar su nivel de vida. Efectivamente. Es posible queBenedict sobrestimase la preocupacin de los japoneses por el deber, la disciplina y su disposicin alsacrificio, pero tambin pudiera ser cierto que aquellos de nosotros que vimos a los japoneses en suscasas y en sus horas libres en los aos cincuenta, menosprecisemos su determinacin.

    En cierto modo, resulta irnico que se recuerde ms a Benedict por su estudio a distancia sobreel Japn que por su trabajo de campo. Y, por paradjico que parezca, los esfuerzos de Benedict porcomprender desde lejos los esquemas de comportamiento japoneses pueden haberse aproximado ms auna identificacin de algunos rasgos permanentes de este pueblo que muchos estudios de campo, quemuestran una imagen mucho ms matizada, detallada y humana del Japn. Los misterios del carcterjapons han quedado desvelados para aquellos que quieren conocerlos, y el caso es que quizs resultetan crucial comprender a los japoneses hoy, cuando el progreso del pas est representado porcontingentes de ejecutivos trajeados, como cuando avanzaban vestidos con sus uniformes caqui.

    EZRA F. VOGEL

  • Nota de agradecimiento

    Los japoneses, hombres y mujeres, que, nacidos o educados en el Japn, vivan en los EstadosUnidos durante los aos de la Segunda Guerra Mundial pasaron por momentos muy difciles debido ala desconfianza de los americanos. Por ello, me complace testimoniar aqu que agradezcoprofundamente su amabilidad y la ayuda que me prestaron en la poca en que estaba reuniendomaterial para este libro.

    A todos ellos les doy las gracias, y especialmente a mi colega de entonces Robert Hashima,quien, nacido en Norteamrica y criado en el Japn, opt por volver a los Estados Unidos en 1941.Estuvo en un War Relocation Camp (campo de concentracin), y le conoc cuando vino a Washingtonpara trabajar en el departamento de asuntos blicos del Gobierno americano.

    Tambin tengo que dar las gracias a la Oficina de Informacin de Guerra, que me encomend eltrabajo que constituye este libro, y especialmente al profesor George E. Taylor, subdirector deAsuntos del Lejano Oriente, y al comandante Alex H. Leighton, MC-USNR, quien presida la seccinde Estudio de la Moral Extranjera.

    Estoy muy agradecida tambin a todos aquellos que leyeron el manuscrito, ya sea total oparcialmente; al comandante Leighton, al profesor Clyde Kluckhohn y al doctor Nathan Leites,miembros de la Oficina de Informacin de Guerra en la poca en que yo trabajaba sobre el Japn yquienes me ayudaron de diversas maneras; al profesor Conrad Arensberg, a la doctora Margaret Mead,a Gregory Bateson y a E. H. Norman. Les estoy muy agradecida por sus sugerencias y ayuda.

    RUTH BENEDICT

  • 1. Destino: el Japn

    El Japn fue el enemigo ms enigmtico con que se enfrentaran los Estados Unidos en unacontienda. En ninguna otra guerra contra un enemigo poderoso haba sido necesario tener en cuentaunos modos de actuar y de pensar tan profundamente diferentes. Al igual que la Rusia zarista antesque nosotros, en 1905, luchbamos contra una nacin perfectamente armada y adiestrada que noperteneca a la tradicin cultural de Occidente. Era obvio que para los japoneses no existan lasconvenciones blicas que las naciones occidentales haban llegado a aceptar como hechos humanosnaturales, lo cual converta a la guerra del Pacfico en algo ms que una serie de desembarcos en lasplayas isleas, en algo ms que un insuperable problema logstico: en realidad, el problema principalestaba en la propia naturaleza del enemigo. Debamos, ante todo, entender su comportamiento paraenfrentarnos con l.

    Las dificultades eran grandes. Todas las descripciones del carcter japons que se han hechodurante los setenta y cinco aos desde que el Japn abriera sus puertas al mundo van acompaadas dela frase pero tambin son..., con una frecuencia nunca empleada al describir otra nacin del mundo.Cuando algn observador competente escribe sobre cualquier otra nacin y dice que sus habitantes soncorteses en grado sumo, no se le ocurre aadir pero tambin son insolentes y autoritarios; si diceque son rgidos en sus normas de comportamiento, no agrega pero tambin se adaptan fcilmente alas innovaciones, por extraas que stas sean; si dice que un pueblo es dcil, no explica acontinuacin que es difcil de controlar desde arriba. Si afirma que es leal y generoso, no dice despuspero tambin traicionero y rencoroso. Cuando dice que los nativos de un pas son valientes pornaturaleza, no nos habla a continuacin de su timidez. Si comenta que actan teniendo siempre enmente las opiniones de los dems, no agrega que tienen una conciencia rigurossima. Al describir ladisciplina estricta de un ejrcito, no se contradice a continuacin explicando la forma en que lossoldados actan por su cuenta, llegando incluso a la insubordinacin. Si describe a un pueblo queestudia con pasin la cultura de Occidente, no menciona su ferviente conservadurismo. Cuandoescribe un libro sobre una nacin consagrada al culto popular de la esttica, que concede grandeshonores a actores y artistas y que hasta el cultivo de los crisantemos considera como un arte, no escorriente que necesite un libro adicional sobre el culto a la espada y el supremo prestigio del guerrero.

    Sin embargo, todas estas contradicciones constituyen la trama y urdimbre de los libros sobre elJapn, y son ciertas. Tanto la espada como el crisantemo forman parte de la imagen. Los japonesesson, a la vez, y en sumo grado, agresivos y apacibles, militaristas y estetas, insolentes y corteses,rgidos y adaptables, dciles y propensos al resentimiento cuando se les hostiga, leales y traicioneros,valientes y tmidos, conservadores y abiertos a nuevas formas, preocupados excesivamente por el qudirn y, sin embargo, propensos al sentimiento de culpa, incluso cuando los dems no saben que handado un paso en falso; soldados en extremo disciplinados, pero con tendencia tambin a lainsubordinacin.

    En el momento en que para los Estados Unidos lleg a ser tan importante comprender al Japn,estas contradicciones y muchas otras igualmente notorias no podan pasarse por alto. Nosenfrentbamos con una serie de interrogantes: Qu haran los japoneses? Sera posible quecapitularan sin tener que invadirles? Deberamos bombardear el palacio del emperador? Qupodamos esperar de los prisioneros de guerra japoneses? Qu debamos decir en nuestra propagandaa las tropas japonesas y a los habitantes del Japn, con objeto de salvar vidas americanas e impedir ladecisin japonesa de luchar hasta el ltimo hombre? Hubo violentos desacuerdos entre aquellos quemejor conocan a los japoneses. Cuando llegara la paz, sera necesario imponer al pueblo japons una

  • ley marcial perpetua para mantener el orden? Deba prepararse nuestro Ejrcito para luchar contragrupos irreductibles atrincherados en las escarpaduras de cada montaa japonesa? Tendra queproducirse en el pas una revolucin del tipo de la Revolucin Francesa o de la rusa para que fueraposible la paz internacional? Quin la llevara a cabo? Sera el exterminio de los japoneses la nicaalternativa? Las respuestas eran de vital importancia.

    En junio de 1944 fui designada para realizar un estudio sobre el Japn. Se me pidi que utilizaratodas las tcnicas posibles de la antropologa cultural para explicar cmo eran los japoneses. Durantelos primeros das de aquel verano, nuestra ofensiva contra el Japn haba empezado a mostrarse en suverdadera magnitud. En los Estados Unidos se deca que la guerra durara por lo menos tres aos,acaso diez, quiz ms. En el Japn se aseguraba que iba a durar cien. Afirmaban que los americanoshaban tenido victorias locales, pero que Nueva Guinea y las islas Salomn se hallaban a miles demillas de sus propias islas. Sus comunicados oficiales apenas haban admitido las derrotas navales, ylos japoneses seguan considerndose vencedores.

    Pero en junio la situacin empez a cambiar. Se abri el segundo frente en Europa, y la prioridadmilitar que el Alto Mando haba concedido al teatro europeo durante dos aos y medio result por finbeneficiosa. Se prevea el final de la guerra contra Alemania. En el Pacfico, nuestras fuerzasdesembarcaron en Saipn, gran operacin que presagiaba ya la consiguiente derrota japonesa. A partirde ese momento, nuestros soldados iban a enfrentarse con el Ejrcito japons en puntos cada vez msprximos. Y sabamos muy bien, por la lucha en Nueva Guinea, en Guadalcanal, en Birmania, en Attu,Tarawa y Biak, que nos enfrentbamos a un enemigo formidable.

    Por tanto, en junio de 1944 era vital hallar respuesta a una multitud de preguntas sobre nuestroenemigo, el Japn. Era importante saber si la solucin al conflicto sera militar o diplomtica, si seraresuelto por medio de la alta poltica o por medio de octavillas arrojadas detrs de las lneasjaponesas. En la lucha desesperada que el Japn estaba llevando a cabo, nos era necesario conocer noslo los objetivos y motivaciones de quienes ostentaban el poder en Tokio, no slo la larga historia delJapn y las estadsticas econmicas y militares; tambin debamos saber hasta qu punto poda contarsu Gobierno con el pueblo. Debamos tratar de comprender la mentalidad de los japoneses, susemociones y las lneas de conducta correspondientes a esas formas de pensar y sentir. Haba queconocer las motivaciones que se ocultaban tras sus actos y opiniones. Debamos dejar de lado, por elmomento, las premisas sobre las que nosotros, americanos, actubamos y evitar por todos los mediosel suponer que, en una situacin determinada, ellos reaccionaran del mismo modo que nosotros.

    Mi tarea era difcil. Los Estados Unidos y el Japn estaban en guerra, y en tiempo de guerraresulta fcil condenar las actitudes del enemigo, pero difcil tratar de ver cmo percibe el enemigo lascosas a travs de sus propios ojos. Y, sin embargo, esto era lo que haba que hacer. La cuestin eradeterminar cmo se comportaran los japoneses, no cmo nos habramos comportado nosotros en sulugar. Haba que intentar utilizar el comportamiento japons en la guerra como una ventaja que se meofreca para comprenderles, no como una desventaja. Y tena que considerar este comportamientocomo un problema cultural, no como un problema militar. En la guerra, como en la paz, los japonesesactuaban segn su carcter. Qu particularidades de su modo de vida y de pensar se podan deducir dela forma en que hacan la guerra? La manera en que sus lderes alentaban el espritu guerrero oanimaban a los desalentados, la forma en que utilizaban a sus soldados en el campo de batalla, todasestas cosas mostraban lo que a su juicio constitua sus puntos ms fuertes, de los que sacaran mayorprovecho. Haba que seguir el curso de la guerra para ver paso a paso cmo se revelaban en ella losjaponeses.

    El hecho de que nuestras dos naciones estuvieran en guerra significaba inevitablemente una grandesventaja. Significaba que deba renunciar a la tcnica ms importante del antroplogo cultural: lainspeccin sobre el terreno. Era imposible vivir la vida japonesa, observar los esfuerzos y tensiones de

  • la vida diaria, ver con mis propios ojos qu problemas eran cruciales y cules no. No podacontemplarles en el complicado proceso de tomar decisiones. No poda ver cmo educaban a sus hijos.El nico estudio antropolgico que exista sobre una aldea japonesa, Suye Mura, de John Embree, erade valor incalculable, pero muchas de las cuestiones con las que nos enfrentbamos en 1944 no sehaban planteado cuando se realiz dicho estudio.

    Como antroploga cultural, a pesar de estas dificultades, tena confianza en ciertas tcnicas ypostulados que podan utilizarse. Al menos, no tena que renunciar a uno de los principalesinstrumentos del antroplogo; es decir, al contacto directo con la gente que uno est estudiando. Enlos Estados Unidos vivan muchos japoneses que haban sido educados en el Japn, y podainterrogarles sobre los hechos concretos de sus propias experiencias, determinar cmo los juzgaban,llenar con sus descripciones muchas lagunas que, como antroploga, consideraba esenciales paraentender una cultura. Otros cientficos sociales que estudiaban el Japn lo hacan en las bibliotecas,analizando estadsticas o acontecimientos pasados y siguiendo el desarrollo de los acontecimientos atravs de los escritos y emisiones radiadas de la propaganda japonesa.

    Yo tena la seguridad de que muchas de las respuestas que ellos buscaban se hallaban ocultas enlas normas y valores de la cultura japonesa y podan encontrarse de modo ms satisfactorio all, encontacto con personas que de hecho la haban vivido.

    Esto no exclua el que yo leyera y me guiara constantemente por los juicios de algunosoccidentales que haban vivido en el Japn. La amplia literatura sobre la cultura japonesa y el grannmero de buenos observadores occidentales que haban estado en este pas suponan para m unaventaja que no tiene el antroplogo que va a las fuentes del Amazonas o a las mesetas de NuevaGuinea para estudiar una tribu sin cultura escrita. Al carecer de lenguaje escrito, estas tribus no hanpodido plasmar sobre el papel su personalidad. Los comentarios de los occidentales son escasos ysuperficiales. Nadie conoce su historia pasada. En sus trabajos de campo, el antroplogo debedescubrir sin ayuda alguna de estudios anteriores el funcionamiento de su vida econmica, hasta qupunto est estratificada su sociedad, cules son los valores ms altos de su vida religiosa. Al estudiarel Japn, me senta heredera de numerosos investigadores. En los textos antiguos se hallabanrecogidas descripciones muy detalladas de su vida. Hombres y mujeres europeos y americanos habanreflejado las experiencias vividas all, y los japoneses haban escrito sobre s mismos pginasverdaderamente reveladoras. Al revs de lo que sucede con muchos pueblos orientales, los japonesestienen una gran tendencia a escribir sobre s mismos. Escribieron sobre las trivialidades de su vida, lomismo que sobre sus programas de expansin mundial. Y eran notablemente francos. Claro est queno daban una imagen completa. Nadie lo hace. Un japons que escriba sobre el Japn pasa por altocuestiones verdaderamente cruciales, pero que son para l tan difanas e invisibles como el aire querespira; y lo mismo hacen los americanos cuando escriben sobre los Estados Unidos.

    Pero sea como fuere, los japoneses se han mostrado siempre muy aficionados a revelar suspensamientos.

    Le esta literatura como Darwin dice que lea cuando estaba trabajando en sus teoras sobre elorigen de las especies, anotando todo aquello que no lograba comprender. Qu necesitara saber paraentender la yuxtaposicin de ideas en un discurso pronunciado en la Dieta ? A qu responda larepulsa de un acto que pareca trivial y la fcil aceptacin de otro que pareca ultrajante? Yo leahacindome siempre la misma pregunta: Hay algo absurdo en esta imagen. Qu necesitara saber paraentenderla?

    Fui tambin a ver pelculas escritas, filmadas y producidas en el Japn; pelculas de propaganda;pelculas histricas; pelculas sobre la vida contempornea en Tokio y en los pueblos rurales. Lascoment despus con japoneses que las haban visto en el Japn y que vean al hroe, a la herona y alrufin como los japoneses los ven, no como los vea yo. All donde yo me desconcertaba era evidente

  • que a ellos no les ocurra lo propio. Las tramas, las motivaciones, no eran como yo las vea, perotenan sentido por el modo en que la pelcula estaba construida. Lo mismo que suceda con lasnovelas, haba mucha ms diferencia de lo que pareca entre lo que esas pelculas significaban para my lo que significaban para los nativos del Japn. Algunos de estos japoneses eran propensos a defendersus convencionalismos, mientras que otros odiaban todo lo japons, y es difcil decir de qu grupoaprend ms. Pero todos estaban de acuerdo con la imagen ntima que las pelculas daban de la formaen que se regula la vida en el Japn, tanto si la aceptaban como si la rechazaban con amargura.

    En la medida en que el antroplogo busca su material y su comprensin directamente entre lagente cuya cultura est estudiando, hace lo mismo que han venido haciendo los observadoresoccidentales ms capacitados que han vivido en el Japn. Si esto fuera todo cuanto un antroplogopuede ofrecer, nada podra esperar yo aadir a los valiosos estudios que los residentes extranjeros hanhecho sobre los japoneses. Pero el antroplogo cultural tiene, como resultado de su adiestramiento,ciertas condiciones que parecen justificar el intento de ofrecer su propia contribucin en un campo tancultivado por observadores e investigadores.

    El antroplogo conoce muchas culturas de Asia y del Pacfico. Existen en el Japn multitud denormas sociales y costumbres que guardan un estrecho paralelismo, incluso con las tribus primitivasde las islas del Pacfico. Algunos de esos paralelismos se encuentran en Malasia, otros en NuevaGuinea, otros en Polinesia. Es interesante, naturalmente, especular sobre si ello es indicio de antiguasmigraciones o contactos, pero el problema de esa posible relacin histrica no era el motivo por el queel conocimiento de estas similitudes pudiera interesarme. Se trataba, ms bien, de que yo conocacmo funcionaban estas instituciones en aquellas culturas ms primitivas, y ello poda darme unaclave para deducir diversos aspectos de la vida japonesa a partir de las similitudes o diferencias queencontrara. Saba tambin algo de Siam, de Birmania y de China, en el continente asitico, y poda,por tanto, comparar el Japn con otras naciones que forman parte de esta gran herencia cultural. Losantroplogos han demostrado una y otra vez en sus estudios de pueblos primitivos lo valiosas quepueden ser estas comparaciones culturales. Por ejemplo, una tribu puede tener en comn con susvecinos un 90 por ciento de sus costumbres, y, sin embargo, haberlas renovado, adoptando un sistemade vida y un cuadro de valores que no comparte con ninguno de los pueblos que viven a su alrededor.En este proceso quiz haya tenido que rechazar algunas estructuras fundamentales que, por muyinsignificantes que sean en comparacin con la totalidad, proyectan el curso de su desarrollo futuro enuna direccin nica. Nada le es ms til al antroplogo que estudiar los contrastes que encuentra entrepueblos que, en su conjunto, comparten muchos rasgos fundamentales.

    Los antroplogos han tenido que acostumbrarse tambin a grandes contrastes entre su propiacultura y las dems, refinando y adaptando sus tcnicas a este problema concreto. Saben porexperiencia lo mucho que difieren entre s las situaciones con que los hombres tienen que enfrentarseen distintas culturas y la forma en que las diversas tribus y naciones definen el significado de estassituaciones. En un pueblo rtico o en un desierto tropical se encontraron con normas tribales deresponsabilidad familiar o de intercambio econmico que la imaginacin ms despierta jams podrahaber inventado. Pero el antroplogo ha tenido que investigar no slo los detalles de estas relacionesde parentesco o de intercambio, sino cules fueron las consecuencias de las mismas, para elcomportamiento de la tribu, y de qu forma cada generacin estaba condicionada desde la infancia acomportarse como lo hicieran sus antepasados.

    Esta preocupacin profesional por las diferencias, su condicionamiento y consecuencias podamuy bien utilizarse en el estudio del Japn. De sobra conocidas son las profundas diferenciasculturales entre los Estados Unidos y el Japn. Tenemos incluso un dicho popular que afirma que losjaponeses lo hacen todo al revs que nosotros. Tal conviccin a propsito de las diferencias slo espeligrosa si el investigador se contenta con decir simplemente que estas diferencias son tan fantsticas

  • que es imposible entender a esa gente. El antroplogo sabe por experiencia que incluso elcomportamiento ms extrao puede llegar a entenderse; l, ms que ningn otro cientfico social, havisto en las diferencias ms una ventaja que una dificultad para su tarea. Ninguna otra cosa le hallevado a prestar tanta atencin a ciertas instituciones y pueblos como el hecho de que fueransumamente extraos. Y como en la forma de vida de la tribu que estuviera estudiando no haba nadaque pudiera dar por supuesto, ello le obligaba a observar no slo algunos aspectos espigados aqu yall, sino todo el conjunto. En los estudios de las naciones occidentales, una persona que no estadiestrada en el anlisis comparativo de las culturas pasar por alto grandes zonas delcomportamiento. Da por supuestas tantas cosas que no explora la gama de costumbres triviales de lavida diaria ni esas normas, aceptadas de antemano, sobre cuestiones cotidianas que, proyectadas en lapanormica nacional, tienen ms influencia en el futuro de la nacin que los tratados firmados por losdiplomticos.

    El antroplogo ha tenido que desarrollar tcnicas especiales para estudiar las trivialidades de lavida cotidiana, porque dentro de una tribu dichas trivialidades son completamente distintas de lasequivalentes en su propio pas. Para comprender la extrema malicia de una tribu o la extrema timidezde otra, al tratar de predecir la forma en que actuaran o sentiran en una situacin dada, vio que debabasarse en observaciones y detalles que, por lo general, no se tienen en cuenta cuando se trata denaciones civilizadas. Tena motivos para creer que esas observaciones y detalles eran esenciales ysaba el tipo de investigaciones que podran revelarlas.

    Mereca la pena intentarlo en el caso del Japn. Slo cuando uno ha observado los detallesintensamente humanos de la rutina cotidiana de cualquier pueblo, puede apreciar en toda suimportancia la premisa del antroplogo de que el comportamiento humano en una tribu primitiva o enuna nacin civilizada se aprende en la vida diaria. Por muy extrao que sea un acto, por muycaprichosa que parezca su opinin, la forma en que un hombre siente y piensa guarda siempre algunarelacin con su experiencia. Cuanto ms asombrada estaba yo ante un aspecto del comportamiento,tanto ms fuerte era mi conviccin de que en algn sector de la vida japonesa exista un motivo quecondicionaba esta rareza. Si la investigacin me llevaba a detalles triviales de la vida diaria, tantomejor. Era en esos detalles donde la gente aprenda.

    Como antroploga cultural, parta tambin de la premisa de que incluso los fragmentos msaislados de comportamiento tienen alguna relacin sistemtica entre s. Tuve, pues, muy en cuenta laforma en que centenares de pequeos detalles encajan al final dentro de unas pautas generales. Todasociedad humana tiene que trazarse una especie de coordenadas vitales: aprobar ciertas formas deenfrentarse con las situaciones y ciertos modos de resolverlas. La gente que vive en dicha sociedadconsidera esas soluciones como fundamentos del universo y las incorpora, cualesquiera que sean lasdificultades. Una vez aceptado un sistema de valores con arreglo al cual vivir, el individuo no puedemantener durante mucho tiempo, sin peligro de caer en la ineficacia y en el caos, una parcela separadade su vida en la que piense y se comporte con arreglo a un sistema de valores opuesto. Dentro de unasociedad, los hombres tratan de buscar una mayor conformidad, una justificacin y unas motivacionescomunes. Sin este grado de coherencia todo el entramado se desmoronara.

    El comportamiento econmico, las estructuras familiares, los ritos religiosos y los objetivospolticos se entrelazan, por tanto, unos con otros. En un sector, los cambios pueden ocurrir msrpidamente que en otros y someter a estos ltimos a una gran tensin, pero la tensin misma surge dela necesidad de coherencia. En las sociedades que no conocen todava la escritura y cuyo empeo secentra en el dominio sobre otros pueblos, la voluntad de poder se expresa en las prcticas religiosas nomenos que en las transacciones econmicas y en sus relaciones con otras tribus. En las nacionescivilizadas que conocen de antiguo la escritura, la Iglesia establecida conserva necesariamente ellenguaje de pocas pasadas, cosa que no ocurre en las tribus sin escritura, pero, en cambio, renuncia a

  • su autoridad en los campos que pudieran interferir con la creciente aprobacin pblica del podereconmico y poltico. Las palabras permanecen, pero el significado se altera. Los dogmas religiosos,las prcticas econmicas y polticas, no se circunscriben a pequeos compartimientos estancos, sinoque fluyen por encima de sus supuestas fronteras y sus aguas se mezclan inextricablemente unas conotras. Como esto se cumple siempre, cuanto ms extienda el investigador su estudio a aspectosaparentemente diversos como el econmico, el sexual, el religioso o el cuidado de los nios tantomejor podr seguir la marcha de los acontecimientos en la sociedad que estudie. Plantear hiptesis yobtendr datos de cualquier sector de la vida. Y aprender a ver las exigencias de cualquier nacin tanto si se manifiestan en trminos polticos, econmicos o morales expresadas en forma de hbitosy modos de pensar aprendidos en su experiencia social. Este libro, pues, no se ocupa especficamentede la religin o de la vida econmica, la poltica o la familia en el Japn. Examina los supuestos deljapons sobre el comportamiento en la vida y los describe tal como se manifiestan en cualquiera de lasactividades sometidas a examen. Este libro habla de las caractersticas peculiares gracias a las cualesel Japn es una nacin de japoneses.

    Uno de los handicaps del siglo XX es que todava seguimos aferrados a conceptos vagusimos yllenos de prejuicios, no slo respecto a las caractersticas que hacen del Japn una nacin dejaponeses, sino respecto a las de cualquier otro pas. Como nos falta ese conocimiento, cada pas seequivoca en lo que atae a los dems. Tememos estar separados por diferencias irreconciliablescuando el problema se reduce, en realidad, a una fruslera, y hablamos de propsitos comunes cuandola nacin que tenemos enfrente, en virtud de su historia y de su sistema de valores, piensa en unaforma de actuar completamente distinta de la que nosotros tenemos en mente. No nos paramos adeterminar cules son sus hbitos y valores. Si lo hiciramos, descubriramos que cierta forma deactuar no es necesariamente malvola por el hecho de no ser la que nosotros conocemos.

    No es posible confiar a ciegas en lo que cada pas dice acerca de sus propios hbitos depensamiento y accin. Todos los pases, a travs de sus escritores, han tratado de dar una imagen de smismos. Pero no es cosa fcil.

    Las lentes a travs de las cuales las diversas naciones contemplan la vida son muy distintas. Odigmoslo as: resulta muy difcil ser consciente de nuestros propios ojos. Debido a mecanismos deenfoque y perspectiva, cada pas tiene una visin propia de la vida, sobre la cual no se interroga porconsiderarla reflejo del mundo tal como la voluntad divina lo estableci. Si no podemos pretender queun hombre que usa gafas conozca la frmula para hacer lentes, tampoco podemos esperar que lasnaciones analicen su propio punto de vista sobre el mundo. Cuando queremos saber algo sobre gafas,se le ensean a un ptico las materias necesarias para que pueda facilitarnos la frmula de cualquierclase de lentes que le llevemos. Algn da se reconocer que sta es, precisamente, la tarea que lasnaciones del mundo contemporneo han de reservar para quienes se dedican a las ciencias sociales.

    Esta tarea requiere cierta dureza y, a la vez, cierta generosidad. Requiere una dureza que la gentede buena voluntad, seguramente, habr condenado en ocasiones. Estos defensores de un mundouniforme han tratado de convencer a la gente de todos los rincones de la tierra de que las diferenciasentre Oriente y Occidente, blancos y negros, cristianos y mahometanos, son superficiales y de quetodos los seres humanos tienen una mentalidad similar. A este punto de vista se le llama a menudofraternidad humana. No comprendo por qu la creencia en esta fraternidad significa no poderafirmar que los japoneses tienen su propia versin sobre cmo entender la vida y que los americanostienen la suya. A veces da la impresin de que los pensadores bondadosos slo pueden basar sudoctrina de buena voluntad en un mundo compuesto de pueblos que no son sino una reproduccin delmismo negativo. Pero exigir esta uniformidad como condicin para respetar a otra nacin es tanabsurdo como exigrselo a la propia mujer o a los propios hijos. Los duros se alegran de que existandiferencias y las respetan. Su objetivo es un mundo en el cual puedan existir las diferencias, un mundo

  • en el que Estados Unidos pueda ser todo lo americano que quiera, sin por ello amenazar la paz delmundo, y donde Francia pueda ser Francia y Japn pueda ser Japn bajo las mismas condiciones.Impedir la maduracin de cualquiera de estas actitudes respecto a la vida, mediante interferenciasexternas, parece injustificable a cualquier investigador para el cual las diferencias no han de sernecesariamente una espada de Damocles que amenaza al mundo. Tampoco debe temer que, al adoptaresa actitud, est contribuyendo a congelar el mundo en su actual situacin. Fomentar las diferenciasculturales no supondra un mundo esttico. Inglaterra no dej de ser inglesa porque a la pocaisabelina le sucediese la de la reina Ana y a sta la poca victoriana. Gracias precisamente a que losingleses mantenan su propia personalidad pudieron afirmarse, en diferentes generaciones, diversasnormas y actitudes nacionales.

    El estudio sistemtico de las diferencias nacionales requiere cierta generosidad al mismo tiempoque cierta dureza. El estudio comparativo de las religiones logr florecer slo cuando los hombres sehallaron lo suficientemente seguros de sus propias convicciones como para mostrarse inusitadamentegenerosos. Podan ser jesuitas, estudiosos del rabe o descredos, pero en ningn caso fanticos. Elestudio comparativo de las culturas tampoco puede florecer cuando los hombres se colocan en unaactitud tan defensiva respecto a su propia forma de vida que la consideran, por definicin, la nicasolucin posible. Estos hombres nunca conocern el verdadero amor a su propia cultura, que procededel conocimiento de otras formas de vida. Voluntariamente rechazan una experiencia grata yenriquecedora. Estando a la defensiva, no tienen otra alternativa que exigir la adopcin, por parte deotras naciones, de sus soluciones particulares. Como americanos, proponen nuestros principiosfavoritos a todas las naciones. Pero otras naciones no pueden adoptar de la noche a la maana nuestrasformas de vida, de la misma manera que a nosotros nos sera imposible hacer clculos en unidades dedoce en vez de diez o mantenernos en posicin de descanso sobre un solo pie, como hacen en ciertastribus del frica oriental.

    Este libro trata, pues, de los hbitos que la gente considera propios de los japoneses y da porsupuestos. Trata de aquellas situaciones en que un japons puede recurrir a la cortesa y de aquellas enque no puede hacerlo, de cundo se siente avergonzado y cundo turbado, de lo que se exige a smismo. La fuente ideal de cuanto se afirma en este libro sera el proverbial hombre de la calle.Cualquier persona. No significara que este cualquiera se hubiese encontrado personalmente en cadacircunstancia determinada, sino que habra reaccionado de igual modo bajo las mismas condiciones.El objetivo de un estudio como ste es describir actitudes de pensamiento y comportamientoprofundamente enraizadas. Y aunque no se logre del todo, ste fue, sin embargo, el ideal con el cualemprend la obra.

    En un estudio de estas caractersticas se llega pronto a un punto en el cual el testimonio de grannmero de nuevos informantes no proporciona mayor validez. Por ejemplo, no hace falta hacer unestudio estadstico de todo el Japn para saber quin debe inclinarse al saludar y cundo o ante quindebe hacerlo; cualquiera puede informar acerca de las circunstancias en que habitualmente se hace y,tras confirmarlo en dos o tres ocasiones, no es necesario pedirle a un milln de japoneses msinformacin sobre el asunto.

    El investigador que intenta descubrir los supuestos sobre los que el Japn construye su modo devida se enfrenta con una tarea mucho ms difcil que la comprobacin estadstica. Lo verdaderamenteimportante para l es informar de cmo estas prcticas y juicios generalmente aceptados se conviertenen el prisma a travs del cual los japoneses contemplan la existencia. Debe explicar la forma en quelos supuestos sociales afectan el foco y la perspectiva desde los cuales ven el mundo, y ha de hacerlode un modo inteligible para los americanos, que ven la existencia desde un ngulo muy diferente. Enesta tarea de anlisis, la piedra de toque no es necesariamente la opinin de Tanaka San, el hombrede la calle japons, ya que Tanaka San no declara explcitamente sus supuestos, y las interpretaciones

  • descritas para el lector americano le parecern, sin duda, excesivamente elaboradas.En los estudios sobre sociedades realizados por americanos no se ha tenido por costumbre

    adjudicarle un lugar al anlisis de las premisas sobre las que estn construidas las culturas civilizadas.La mayor parte de los estudios suponen que estas premisas son evidentes por s mismas. Lossocilogos y los psiclogos se preocupan por la dispersin de la opinin y la conducta, y el materialtcnico preferente es la estadstica. Someten a anlisis estadsticos numeroso material de censo, grannmero de respuestas a cuestionarios o a preguntas de entrevistadores, mediciones psicolgicas, etc.,con el fin de colegir la independencia o interdependencia de ciertos factores. En el campo de laopinin pblica, la valiosa tcnica de encuestar al pas utilizando una muestra de la poblacinseleccionada por medios cientficos ha adquirido un nivel alto de perfeccin en Estados Unidos. Esposible determinar cuntas personas estn a favor o en contra de determinado candidato a un cargopblico o de determinada poltica. Los defensores y los detractores pueden ser clasificados comopoblacin rural, o urbana, de renta baja o renta alta, republicanos o demcratas. En un pas consufragio universal, en el que las leyes son redactadas y promulgadas por los representantes del pueblo,los resultados obtenidos tienen gran importancia prctica.

    Un americano puede encuestar a un grupo de compatriotas y entender los resultados, pero esto sedebe a una circunstancia previa tan evidente que nadie la menciona: sabe muy bien cmo se desarrollala vida en Estados Unidos y la da por supuesta. Los resultados de la consulta no hacen sino ampliaruna informacin que ya conocamos. Al tratar de comprender a otro pas es esencial un estudio previo,sistemtico y cualitativo de los hbitos y supuestos de sus habitantes, para poder realizar la encuestacon xito.

    Preparando con cuidado el muestreo, una encuesta puede descubrir cuntas personas estn a favoro en contra del Gobierno. Pero eso qu nos dice de ellos si no sabemos qu concepto tienen delEstado? Slo de este modo podemos saber qu es lo que las diversas facciones discuten entre s, ya seaen la calle o en la Dieta. Los supuestos que tenga una nacin sobre el Gobierno son de importanciams general y permanente que el nmero de afiliados a cada partido. En Estados Unidos, el Gobierno,tanto en opinin de los republicanos como de los demcratas, es casi un mal necesario que limita lalibertad individual; los empleos estatales, excepto tal vez en poca de guerra, no alcanzan la mismacategora social que un trabajo equivalente en una empresa privada. Esta interpretacin del Estado estmuy lejos de la japonesa e incluso de la de muchas naciones europeas. Ante todo, necesitamos saberexactamente cul es su idea del Gobierno. Su punto de vista se trasluce en las costumbres, en loscomentarios sobre las personas que han alcanzado el xito, en los mitos de su historia nacional, atravs de los discursos en las fiestas nacionales; puede estudiarse en estas manifestaciones indirectas,pero requiere necesariamente un estudio sistemtico.

    Los supuestos bsicos que cualquier nacin tiene sobre la vida y las soluciones que ha sancionadopueden ser estudiados con la misma atencin y minuciosidad que ponemos en averiguar quproporcin de la poblacin votar o no en unas elecciones. El Japn era un pas cuyos supuestosfundamentales mereca la pena explorar. Una vez hube comprendido en qu aspectos mis supuestosoccidentales no se adaptaban a sus criterios sobre la vida, y me hube hecho una idea de las categorasy smbolos que utilizaban, descubr que muchas de las contradicciones que los occidentales estnacostumbrados a ver en el comportamiento japons dejaban de ser contradicciones. Empec acomprender cmo era posible que los japoneses consideraran ciertas oscilaciones violentas de sucomportamiento como partes integrantes de un sistema congruente consigo mismo. Tratar deexplicar por qu. A medida que trabajaba con ellos empezaron a utilizar frases e ideas extraas, quecon el tiempo resultaron tener profundas implicaciones y estar llenas de resonancias antiqusimas. Lavirtud y el vicio, tal como los entiende Occidente, haban sufrido un enorme cambio. Era un sistemasingular. No era budismo, ni tampoco confucionismo. Era japons la fuerza y la debilidad del Japn.

  • 2. Los japoneses en la guerra

    En todas las tradiciones culturales existen criterios ortodoxos sobre la guerra, algunos de loscuales son compartidos por todas las naciones occidentales, cualesquiera que sean sus diferenciasespecficas. Existen ciertos toques de clarn para convocar a una guerra general, ciertas formas derestablecer la confianza en caso de derrotas parciales, cierta regularidad en la proporcin entre elnmero de muertos y la rendicin, as como ciertas normas de comportamiento respecto a losprisioneros de guerra, que suelen aplicarse en las contiendas entre pases occidentales, ya que stoscomparten una tradicin cultural que se extiende incluso a la guerra.

    Las diversas formas en que los japoneses se apartaron de las convenciones occidentales enmateria de guerra constituyen datos sobre su actitud ante la vida y sobre sus convicciones respecto alos deberes del hombre. A efectos de un estudio sistemtico de la cultura japonesa y delcomportamiento japons, no interesaba si sus diferencias con nuestros criterios ortodoxos eran o noimportantes desde el punto de vista militar; cualquiera de ellas poda serlo por plantear problemasacerca del carcter de los japoneses, para los cuales debamos hallar una respuesta.

    Las premisas mismas sobre las que el Japn justificaba la guerra eran todo lo contrario a las deEstados Unidos, y tampoco coincidan sus puntos de vista sobre la situacin internacional. EstadosUnidos atribua la guerra a la agresin del Eje. El Japn, Italia y Alemania haban atentadoinjustamente contra la paz internacional con sus actos de conquista. Lo mismo daba que su vctimafuese Manchukuo, Etiopa o Polonia; era indiscutible que se haba propuesto oprimir a los pueblosms dbiles, atentando contra el cdigo internacional de vivir y dejar vivir o, al menos, contra elprincipio de puerta abierta a la libre empresa. El Japn vio las causas de la guerra con un criteriodiferente. Habra anarqua en el mundo mientras todas las naciones tuvieran soberana absoluta; eranecesario que el Japn tratara de establecer una jerarqua bajo su mando, naturalmente, ya que erala nica nacin verdaderamente jerarquizada a todos los niveles y, por tanto, consciente de lanecesidad de que cada uno ocupara su propio lugar. Haba alcanzado la unificacin y la paz en lametrpoli, haba eliminado el bandidaje, construido carreteras e industrias de energa elctrica y deacero; haba educado, segn las cifras oficiales, al 99,5 por ciento de la joven generacin en lasescuelas pblicas y, de acuerdo con sus ideas jerrquicas, tena la obligacin de educar a su hermanamenor y ms atrasada, la China. Siendo de la misma raza que los pases de la Gran Asia Oriental,deba expulsar a Estados Unidos, y despus a Gran Bretaa y a Rusia, de esa parte del mundo yocupar el puesto que le corresponda. Todas las naciones formaran parte de un solo mundoordenado segn una jerarqua internacional. En el prximo captulo, al examinar el enorme valor quela cultura japonesa otorgaba a la jerarqua, veremos cun lgico resultaba que el Japn concibierasemejante fantasa. Desgraciadamente, los pases que ocup no compartan el mismo criterio. Sinembargo, ni siquiera la derrota ha suscitado entre los japoneses el rechazo moral de sus ideales sobrela Gran Asia Oriental. Generalmente, ni los prisioneros de guerra menos jingostas llegaron tan lejoscomo para condenar los objetivos del Japn respecto al Continente y el Pacfico sudoccidental.Durante mucho tiempo, el Japn conservar forzosamente algunas de sus actitudes innatas, y una delas ms importantes es su fe y su confianza en la jerarqua. Esto resulta extrao para los americanos,amantes de la igualdad. Pero no por ello deja de ser necesario para nosotros comprender lo que elJapn entenda por jerarqua y las ventajas que estaba acostumbrado a atribuirle. Del mismo modo, elJapn bas sus esperanzas de victoria en principios distintos de los que prevalecan en EstadosUnidos. Afirmaba que la suya sera una victoria del espritu sobre la materia.

    Estados Unidos era un pas grande con armamento superior, pero qu importaba? Todo esto,

  • decan los japoneses, haba sido previsto y se contaba con ello. Si hubiramos tenido miedo de lascifras deca un artculo del respetado peridico Mainichi Shimbun, la guerra no habra empezado.Los grandes recursos del enemigo no fueron creados por esta guerra.

    Incluso cuando la victoria pareca ser suya, los hombres de Estado, el Alto Mando y los soldadosrepetan que aqulla no era una lucha entre armamentos; era un enfrentamiento entre nuestra fe en lascosas y la fe de los japoneses en el espritu. Cuando ramos nosotros quienes ganbamos la guerra,ellos repetan una y otra vez que en aquella lucha el poder material deba necesariamente fallar. Estedogma sirvi, sin duda, de coartada en el momento de la derrota de Saipn o de Iwo Jima, pero no fueideado como comodn para las derrotas. Fue un toque de clarn durante los meses de las victoriasjaponesas y constituy el eslogan habitual desde mucho antes de Pearl Harbor. En los aos treinta, elgeneral Araki, militarista fantico y ex ministro de la Guerra, escribi en un panfleto dirigido a todala raza japonesa, que la verdadera misin del Japn era difundir y glorificar el espritu imperialhasta el confn de los cuatro mares. La limitacin de nuestras fuerzas no constituye una preocupacinpara nosotros. Por qu preocuparnos de lo material?.

    Pero, como cualquier otra nacin que se prepara para la guerra, s se preocupaban. Durante losaos treinta, la proporcin de la renta nacional dedicada al armamento creci astronmicamente. En elmomento de su ataque a Pearl Harbor, casi la mitad de la renta nacional se dedicaba a proyectosmilitares y navales, y de los gastos totales del Estado solamente el 17 por ciento se destinaba a lafinanciacin de sectores relacionados con la Administracin civil. La diferencia entre el Japn y lasnaciones occidentales no era que el Japn descuidara su armamento material, sino que los buques y loscaones eran tan slo la manifestacin exterior del inquebrantable espritu japons. Eran smbolos,igual que la espada del samurai haba sido el smbolo de la virtud.

    Consecuente con su modo de ser, el Japn puso gran nfasis en los recursos espirituales, delmismo modo que Estados Unidos persegua el incremento de su fuerza. El Japn tuvo que hacer unacampaa nacional para lograr una produccin en gran escala, como lo hizo Estados Unidos, pero sucampaa se bas en sus propias premisas. El espritu eterno lo era todo; las cosas materiales eran,naturalmente, necesarias, pero tambin subordinadas y efmeras. Existen lmites a los recursosmateriales afirmaba la radio japonesa: es evidente que las cosas materiales no pueden durareternamente. Y esta confianza en el espritu se aplicaba literalmente a la rutina de la guerra; suscatecismos de guerra utilizaban el eslogan un eslogan tradicional y no creado especialmente paraesta guerra de nuestra formacin contra su superioridad numrica y nuestra carne contra su acero.Los manuales de guerra empezaban con la frase en maysculas: Lee esto y ganaremos la guerra. Lospilotos que dirigan sus pequeos aviones en ataques suicidas contra nuestros buques de guerra eran unconstante argumento en apoyo de la superioridad del espritu sobre la materia. Les llamaban el Cuerpode Kamikaze, pues kamikaze era el nombre del viento divino que haba salvado al Japn de la invasinde Gengis Khan en el siglo XIII al dispersar y hundir los barcos mongoles.

    Incluso en el contexto civil, las autoridades japonesas interpretaban al pie de la letra el dominiodel espritu sobre las circunstancias materiales. Estaba la gente fatigada por trabajar doce horas enlas factoras y por los largos bombardeos nocturnos? Cuanto ms agotados estn nuestros cuerpos,ms se levantarn nuestra voluntad y nuestro espritu por encima de ellos. Cuanto ms cansados,ms esplndida ser nuestra formacin. En el invierno, padeca fro la gente en los refugios? Por laradio, la Sociedad de Cultura Fsica del Gran Japn recomendaba la calistenia para calentar el cuerpo,no slo como sustitutivo de la calefaccin y las mantas, sino, mejor an, como sucedneo de lacomida, que ya escaseaba, y as mantener las fuerzas normales de la gente. Algunos dirn que con laactual reduccin de alimentos no podemos pensar en hacer gimnasia. No! Cuanto ms parvos seannuestros alimentos, ms hemos de aumentar nuestra fuerza fsica por otros medios. Es decir,debemos aumentar nuestra fuerza fsica gastndola todava ms. El punto de vista sobre la energa

  • corporal del americano medio, que para calcular cunta energa puede gastar tiene siempre en cuentasi ha dormido cinco u ocho horas la noche anterior, si se ha alimentado debidamente, si ha tenido fro,etc., contrasta con este clculo que no tiene en cuenta el almacenamiento de la energa ellosignificara una actitud materialista.

    En el transcurso de la guerra, la propaganda japonesa transmitida por radio iba an ms lejos. Enla batalla, el espritu superaba incluso el hecho fsico de la muerte. Una emisin describa as elherosmo de un piloto y el milagro de su conquista de la muerte:

    Terminado el combate areo, los aviones japoneses regresaban a la base en pequeasformaciones de tres o cuatro. Un capitn que pilotaba uno de los aviones primeros en llegar,tras descender de su aparato, contempl el cielo con unos prismticos. Fue contando a sushombres a medida que regresaban. Estaba plido, pero se mantena firme. Cuando lleg elltimo de los aviones se dirigi al cuartel general, donde dio el parte al comandante, pero heaqu que, inmediatamente despus de dar su informe, cay repentinamente al suelo. Losoficiales presentes corrieron a ayudarle, pero desgraciadamente haba muerto. Al examinarel cuerpo comprobaron que estaba ya fro y que tena una herida de bala en el pecho. Esimposible que el cuerpo de una persona recin fallecida est fro; sin embargo, el del capitnlo estaba, tanto como el hielo. Seguramente haba muerto haca ya tiempo y fue su esprituel que dio el parte. Este hecho milagroso se produjo sin duda gracias al sentido estricto de laresponsabilidad que posea el capitn fallecido.

    Para nosotros, esto es pura fantasa; pero los japoneses cultos no se rieron al escuchar la emisin.Estaban seguros de que ningn oyente japons lo interpretara como una patraa. En primer lugar,sealaban que el locutor haba dicho la verdad al calificar como hecho milagroso la proeza delcapitn. Pero por qu no? Al alma se la puede educar, y, evidentemente, el capitn haba sido unmaestro en la tcnica de la autodisciplina. Si todo el Japn saba que un espritu debidamenteformado poda durar mil aos, por qu haba de extraar que permaneciese durante unas horas en elcuerpo de un capitn del Ejrcito del Aire que haba hecho de la responsabilidad la regla central detoda su vida? Los japoneses crean que la disciplina poda utilizarse para dotar al espritu de unhombre de una fuerza todopoderosa. El capitn aprendi estas enseanzas, que tan buenos resultadosle daran.

    Los americanos podemos interpretar semejantes extravagancias de los japoneses como pretextosde los que se vale una nacin pobre, o como los sueos infantiles de una nacin ilusa. Pero si lohiciramos, nos encontraramos tanto ms incapacitados para tratar con ellos, no slo en la guerra,sino tambin en la paz. Los principios por los que se rige el japons germinaron en su mentalidaddebido a ciertos tabes y renuncias, a ciertos mtodos de adiestramiento y disciplina. No se trata desimples extravagancias aisladas. Slo advirtiendo esto podremos comprender sus afirmaciones, trassufrir la derrota, en las cuales admiten que defender posiciones con lanzas de bamb era unaquimera*. Ms importante todava es que sepamos apreciar la afirmacin de que fue su espritu el queresult insuficiente, al enfrentarse en los campos de batalla y en las fbricas, contra la superioridaddel espritu del pueblo americano. Como decan despus de la derrota, durante la guerra se habanentregado al subjetivismo.

    La forma japonesa de decir las cosas durante la guerra y no slo acerca de la necesidad de lajerarqua y la supremaca del espritu era muy reveladora para el estudiante de culturas comparadas.Decan constantemente que la seguridad y la moral eran simplemente cuestin de estar sobre aviso.

  • Por grande que fuera la catstrofe sufrida, tanto si se trataba de un bombardeo sobre las ciudades, de laderrota sufrida en Saipn o de la imposibilidad de defender las Filipinas, el argumento que losjaponeses daban siempre a su pueblo era que aquello estaba previsto y que no haba por qupreocuparse. La radio haca esfuerzos inusitados, confiando en la tranquilidad que le supona al pueblojapons verse en un mundo an plenamente familiar. La ocupacin americana de Kiska coloca alJapn dentro del radio de accin de los bombarderos americanos. Pero nosotros conocamos estacontingencia y hemos hecho los preparativos necesarios. Indudablemente, el enemigo lanzar unaofensiva contra nosotros mediante operaciones combinadas de tierra, mar y aire, pero esto estprevisto en nuestros planes. Los prisioneros de guerra, incluso aquellos que esperaban la prontaderrota del Japn en una guerra sin esperanza, estaban seguros de que los bombardeos no debilitaran alos japoneses en el frente nacional, porque ya estaban prevenidos. Cuando los americanosempezaron a bombardear las ciudades japonesas, el vicepresidente de la Asociacin de Fabricantes deAviones dijo por la radio:

    Los aviones enemigos vuelan por fin sobre nuestras ciudades. No obstante, los queestamos dedicados a la industria de la produccin de aviones esperbamos que estosucediera, y hemos hecho los preparativos necesarios para enfrentarnos con la situacin. Portanto, no hay por qu preocuparse.

    Una vez aceptado que todo estaba planeado y previsto, podan los japoneses seguir haciendodeclaraciones, tan necesarias para ellos, al efecto de que todo haba ocurrido tal como ellos loquisieron; nadie les haba tomado por sorpresa. No debemos pensar que nos hemos dejado atacar,sino que voluntariamente arrastramos al enemigo hacia nosotros. Enemigo, ven si quieres. En lugarde decir: Ha sucedido lo que tena que suceder, diremos: Ha sucedido lo que esperbamos quesucediera. Y nos alegramos de ello.

    El ministro de Marina cit en la Dieta una frase del clebre samurai de los aos setenta del siglopasado Takamori Saigo: Existen dos clases de oportunidades: una que nos ofrece la suerte, otra quenos creamos nosotros mismos. En los tiempos de grandes dificultades, no debemos dejar de crearnuestra propia oportunidad. Y el general Yamashito, al entrar las tropas americanas en Manila,observ con una amplia sonrisa segn dijo la radio que ahora tenemos al enemigo en nuestroseno.... La rpida cada de Manila, poco despus de los desembarcos enemigos en la baha deLingayen, fue solamente posible como resultado de la tctica del general Yamashito y de acuerdo consus planes. Las operaciones del general Yamashito progresan ahora ininterrumpidamente. En otraspalabras, nada representa un xito tan grande como la derrota.

    Los americanos llegamos a los mismos extremos, si bien en la direccin opuesta, que losjaponeses. Si nos lanzbamos a la guerra, era porque habamos sido obligados a ello. Nos habanatacado, de modo que ya poda guardarse de nosotros el enemigo. Ningn portavoz militar, al tratar dedar confianza a las tropas americanas, dijo de Pearl Harbor o de Bataan: Esto estaba perfectamenteprevisto en nuestros planes. En su lugar afirmaban nuestros oficiales: El enemigo se lo ha buscado.Vamos a darles una leccin. Los americanos ajustan sus vidas para enfrentarse con un mundosiempre desafiante; pero es un reto que estn dispuestos a aceptar. Para establecer la confianza en elnimo del japons, por el contrario, hay que acudir a un modo de vida planificado y previsto deantemano, cuya mayor amenaza procede de lo imprevisible.

    Igualmente revelador de la forma japonesa de entender la vida fue otra constante que se observen su actuacin durante la guerra. Hablaban continuamente de que el mundo tena puestos los ojos en

  • ellos. Deban mostrar, por tanto, todo el espritu del Japn. Al desembarcar los americanos enGuadalcanal, las rdenes que los japoneses dieron a los soldados decan que estaban ahora bajo ladirecta observacin del mundo y que deban demostrar de lo que eran capaces. Se advirti a losmarinos japoneses de que, en caso de que fueran torpedeados y se les diera la orden de abandonar elbuque, deban tripular los botes salvavidas con el mximo decoro para que el mundo no se ra devosotros. Los americanos os fotografiarn, tomarn pelculas y las exhibirn en Nueva York. Lespreocupaba la imagen que de s mismos ofrecan al mundo, y su preocupacin en este aspectocorresponda a una preocupacin arraigada profundamente en la cultura japonesa.

    La actitud del japons hacia su majestad imperial, el emperador, era la ms notoria de cuantasinterrogaciones se haca la gente respecto a este pueblo. Cul era la autoridad del emperador sobresus sbditos? Algunos autores americanos sealaban que, a lo largo de siete siglos de feudalismo, elemperador haba sido una figura decorativa. Cada persona deba lealtad a su seor inmediato, eldaimio, y, despus de l, al generalsimo militar, el Shogun. Apenas se hablaba de la lealtad alemperador. Se le mantena encerrado en una corte aislada, cuyas ceremonias y actividades estabanrigurosamente delimitadas por las reglamentaciones del Shogun. Incluso se consideraba traicin queun gran seor feudal presentara sus respetos al emperador, y ste, para el pueblo japons, apenasexista. Dichos autores americanos sostenan que solamente podra comprenderse al Japn a travs desu historia; pero en ese caso, cmo poda un emperador sacado de la oscuridad y prcticamentedesconocido por el pueblo convertirse en el elemento integrador de una nacin conservadora comosta? Los propagandistas japoneses, que una y otra vez reiteraban la eterna autoridad del emperadorsobre sus sbditos, exageraban sus manifestaciones, y su insistencia tan slo demostraba la debilidadde su argumentacin. No haba razn, por tanto, para que la poltica americana durante la guerraactuara con guante blanco al tratar con el emperador. Existan, por el contrario, todos los motivos paradirigir nuestros ms violentos ataques contra este peligroso concepto de caudillista que el Japn sehaba confeccionado recientemente. Era el ncleo del sintosmo nacionalista en su versin moderna; ysi desafibamos y ponamos en entredicho la santidad del emperador, toda la estructura del Japn sedesmoronara.

    Muchos americanos capacitados que conocan el Japn y que estudiaban los informes del frente,as como los procedentes de fuentes japonesas, eran de la opinin contraria. Quienes haban vivido allsaban que nada provocaba tanto resentimiento y enardeca tanto la moral de los japoneses como unapalabra despreciativa contra el emperador o una agresin directa contra l. En su opinin, losjaponeses no interpretaran un ataque contra el emperador como una ofensiva contra el militarismo.Haban comprobado que la veneracin al emperador haba sido igualmente fuerte durante los aosposteriores a la Primera Guerra Mundial, cuando democracia era la palabra clave y el militarismoestaba tan desacreditado que los militares se vestan de paisano para salir a las calles de Tokio. Ladevocin de los japoneses por su jefe imperial no poda compararse, insistan los antiguos residentesen el Japn, con la veneracin de los alemanes hacia Hitler, que era el barmetro de los avatares delpartido nazi y estaba ligada a todos los horrores de un programa fascista.

    Ciertamente, el testimonio de los prisioneros de guerra japoneses lo confirmaba. A diferencia delos soldados occidentales, no haban recibido instrucciones respecto a lo que deban callar en caso deser capturados, y sus respuestas, fuera cual fuese el tema, eran asombrosamente espontneas. Estafalta de adoctrinamiento se deba, naturalmente, a la poltica de no rendicin del Japn, y hasta losltimos meses de la guerra no se tomaran medidas para remediarlo, aunque stas slo afectaron aciertos cuerpos del Ejrcito y a unidades locales. Mereca la pena prestar atencin a los testimonios delos prisioneros, pues representaban una muestra de lo que opinaba el Ejrcito japons. No se trataba desoldados cuya moral baja les hubiera obligado a rendirse y que, por tanto, pudieran ser consideradoscomo casos no representativos. Salvo escasas excepciones, todos se hallaban heridos y en estado de

  • inconsciencia en el momento de ser capturados, por lo que no pudieron oponer resistencia.Los prisioneros de guerra japoneses, que mantenan una actitud irreconciliable, imputaban su

    extremo militarismo al emperador y decan estar ejecutando su voluntad, tranquilizando suconciencia, muriendo por orden del emperador. El emperador condujo a su pueblo a la guerra, ymi deber era obedecer. Pero aquellos que rechazaban la guerra y los planes futuros de conquista porregla general atribuan tambin al emperador sus convicciones pacifistas. l era lo que cada cualquera que fuera. Quienes odiaban la guerra le describan como su majestad amante de la paz;insistan en que siempre haba sido liberal y contrario a la guerra. Fue engaado por Tojo.Durante el incidente de Manchuria demostr que estaba contra los militares. La guerra se inicisin saberlo ni sancionarlo el emperador. El emperador detesta la guerra y no hubiera permitido que supueblo fuera arrastrado a ella. El emperador no sabe lo mal que tratan a sus soldados. Estasafirmaciones no se parecan a las de los prisioneros de guerra alemanes, quienes, por mucho que selamentaran de que Hitler haba sido traicionado por sus generales o su Alto Mando, atribuan la guerray los preparativos blicos a Hitler como incitador supremo. El prisionero de guerra japons dejaba verclaramente que la veneracin debida a la casa imperial era independiente del militarismo y de lapoltica de agresin. Sin embargo, el emperador era para ellos inseparable del Japn. El Japn sin elemperador no es el Japn. Un Japn sin emperador es inconcebible. El emperador es el smbolodel pueblo japons, el centro de su vida religiosa. Es un objeto sper-religioso. No se les ocurriratampoco acusarle de la derrota si el Japn perda la guerra. El pueblo no considera al emperadorresponsable de la guerra. En caso de derrota, los culpables seran el Gobierno y los lderes militares,pero no el emperador. Incluso si el Japn pierde la guerra, diez de cada diez japoneses seguiranreverenciando al emperador.

    Esta unanimidad en situar al emperador por encima de las crticas les pareca sospechoso a losamericanos, acostumbrados a no eximir a ningn ser humano de crtica y anlisis. Pero eraindiscutible que as lo sentan los japoneses, incluso en la derrota. Aquellos con mayor experiencia enlos interrogatorios de prisioneros afirmaban que era innecesario incluir en la hoja de las declaracionesla frase: Se niega a hablar contra el emperador; todos los prisioneros se negaban a ello, incluso losque cooperaban con los aliados y hablaban en nuestras emisiones radiadas a las tropas japonesas. Detodos los interrogatorios formulados a prisioneros de guerra, y posteriormente recopilados, sloaparecieron tres en los que los interrogados se mostraron ligeramente contrarios al emperador, y slouno lleg a decir: Sera un error dejar al emperador en el trono. Otro dijo que el emperador era untontaina, slo un mueco. Y el tercero se limit a aventurar la posibilidad de que el emperadorabdicara en favor de su hijo y de que si se abola la monarqua, las jvenes japonesas obtendran lalibertad que envidiaban a la mujer norteamericana.

    Los jefes militares, pues, contaban con la veneracin casi unnime del pueblo japons hacia susoberano al distribuir entre las tropas cigarrillos, de parte del emperador, o cuando, en elcumpleaos de ste, les ordenaban hacer tres reverencias hacia el Levante, gritando: Banzai!, ocuando cantaban con todas sus tropas por la maana y la tarde, aunque la unidad estuviera sometidada y noche al bombardeo..., las sagradas palabras que haba dado a las Fuerzas Armadas elemperador en su Rescripto a los Soldados y Marinos, mientras el canto resonaba en el bosque. Losmilitaristas utilizaban la lealtad al emperador de todas las formas posibles. Pedan a sus hombres quecumplieran los deseos de su majestad imperial, que disiparan todas las ansiedades de su emperador,que demostraran su respeto por la benevolencia imperial, que murieran por el emperador. Pero estaobediencia era un arma de dos filos. Como afirmaron muchos prisioneros, los japoneses lucharnhasta el fin, aunque slo tengan lanzas de bamb por armas, si el emperador as lo decreta; de igualmodo dejaran de luchar al instante, si as lo decidiera; el Japn depondra las armas maanamismo, si el emperador dictara tal orden; incluso el ejrcito de Kwan-tung, en Manchuria el ms

  • belicoso y nacionalista, depondra sus armas; slo sus palabras pueden hacer que el pueblojapons acepte una derrota y se resigne a vivir para la reconstruccin.

    Esta lealtad incondicional y sin lmites al emperador contrastaba con las crticas dirigidas a todaslas dems personas y grupos. Tanto los peridicos y revistas como los prisioneros en sus testimonioscriticaban al Gobierno y a los jefes militares. Los prisioneros de guerra denunciaban sin reparos a susjefes locales, especialmente a aquellos que no haban compartido los peligros y privaciones de sussoldados. Criticaban sobre todo a aquellos que haban huido en aviones, abandonando a sus hombresen la lucha. Normalmente, alababan a algunos oficiales y criticaban duramente a otros; no habaindicio alguno de que rehusasen distinguir entre lo bueno y lo malo de su pas. Incluso en las islas, losperidicos y las revistas criticaban al Gobierno, pidiendo un mando ms unificado y una mayorcoordinacin en la direccin de la guerra, sealando que el Gobierno no daba al pas lo que necesitaba.Criticaban incluso las restricciones de la libertad de expresin. Un informe sobre cierta reunin dedirectores de peridicos, antiguos miembros de la Dieta y jefes del partido totalitario japons-laAsociacin de Asistencia a la Autoridad , publicado en un peridico de Tokio en julio de 1944,proporciona un buen ejemplo de esto. Uno de los oradores dijo:

    Yo creo que hay diversos modos de elevar la moral del pueblo japons, pero el msimportante es la libertad de expresin. En estos aos, la gente no ha podido decirfrancamente lo que piensa. Tienen miedo de que se les acuse si hablan de ciertas cuestiones.Vacilan, tratan de embellecer las apariencias, y por ello la opinin pblica se ha vueltotmida. De esta forma, nunca podremos utilizar al mximo toda la energa de nuestro pueblo.

    Otro orador insisti sobre el mismo tema:

    He celebrado conversaciones casi todas las noches con la gente de los distritoselectorales y les he preguntado acerca de muchas cosas, pero todos tenan miedo de hablar.Se les ha negado la libertad de expresin, y ste no es, ciertamente, el camino adecuado paraestimular su voluntad de lucha. La gente est tan atemorizada por el llamado Cdigo PenalEspecial para Tiempos de Guerra y por la Ley de Seguridad Nacional que se han vuelto tantmidos como los sbditos de la poca feudal. Por tanto, ha quedado truncado el poder delucha que habra podido desarrollarse.

    As, pues, incluso durante la guerra, los japoneses criticaban al Gobierno, al Alto Mando y a sussuperiores inmediatos. No crean ciegamente en las virtudes de toda la jerarqua, pero el emperadorera una excepcin. Cmo se explicaba esto si su primaca era tan reciente? Qu peculiaridad delcarcter japons hizo posible que alcanzase una posicin tan sagrada? Tenan razn los prisioneros deguerra japoneses al afirmar que, del mismo modo que la gente luchara hasta la muerte con lanzas debamb, si l lo ordenaba, aceptaran pacficamente la derrota y la ocupacin, si ste era su deseo?Acaso queran engaarnos con semejante contrasentido? O sera verdad?

    Todas estas preguntas cruciales acerca del comportamiento japons en la guerra, desde supredisposicin antimaterialista hasta su actitud respecto al emperador, concernan tanto a la metrpolicomo a los frentes de combate. Otras actitudes se referan ms concretamente al Ejrcito japons. Noexistan reparos, por ejemplo, a la hora de sacrificar a las fuerzas de combate si con ello se consegua

  • el xito de una misin. La radio japonesa puso de relieve el contraste entre su actitud y la americana alrespecto cuando describi con incredulidad la condecoracin que la Marina concedi al almiranteGeorge S. McCain, comandante de una unidad que operaba frente a Formosa.

    La razn oficial de la condecoracin no ha sido que el comandante George S. McCainhiciera huir a los japoneses, aunque no comprendemos el porqu, ya que esto era lo queafirmaba el comunicado de Nimitz [...] Pues bien, la razn invocada para conceder talcondecoracin al almirante McCain es que logr rescatar dos buques averiados de la Marinanorteamericana y los escolt hasta su base. Lo que da importancia a esta informacin es queno se trata de una ficcin, sino de una realidad [...] No es que estemos poniendo enentredicho la veracidad de la noticia de que el almirante McCain rescatara dos buques. Loque nos interesa resaltarles a ustedes es el hecho curioso de que, en Estados Unidos, rescatardos buques averiados merezca una condecoracin.

    Los americanos vibran de emocin ante un rescate, ante la ayuda prestada a quienes seencuentran en una situacin comprometida; y si tal proeza sirve para salvar a los que estn en peligro,es un acto de herosmo an mayor. El concepto de valor japons, sin embargo, repudia este tipo dehazaas. Incluso los mecanismos de seguridad instalados en nuestros B-29 y aviones de caza hacanque los japoneses nos acusaran de cobarda. La prensa y la radio volvan una y otra vez al mismotema. La nica virtud estaba en aceptar los riesgos de la vida y de la muerte; era indigno tomarprecauciones. Esta actitud se manifestaba tambin en el caso de los heridos o de los enfermos demalaria. Los soldados en estas condiciones eran objetos averiados, y los servicios mdicos que seles prestaban resultaban del todo insuficientes, incluso para un rendimiento normal de las tropas. Amedida que fue pasando el tiempo, las dificultades de los suministros agravaron las deficiencias de losservicios mdicos, pero esto no era todo: el desdn de los japoneses hacia el materialismodesempeaba tambin aqu su papel. Se les enseaba a los soldados que la muerte era una victoria delespritu, y para ellos el cuidado que nosotros prodigbamos a los heridos significaba interferir con elherosmo, como hacan los mecanismos de seguridad en los bombarderos. En la vida civil, losjaponeses tampoco tienen en los mdicos y cirujanos la confianza que ponen en ellos los americanos.La preocupacin compasiva hacia el sufrimiento fsico, ms que por otras medidas de bienestar, esespecialmente importante en Estados Unidos y en ocasiones ha sido objeto de comentarios por partede los viajeros de algunos pases europeos que nos han visitado en tiempos de paz. Desde luego, esalgo completamente ajeno a la mentalidad japonesa. Durante la guerra, el Ejrcito japons no tenaequipos de salvamento preparados para retirar a los heridos que se encontraban bajo el fuego enemigo,ni para prestar los primeros auxilios. No tenan tampoco un servicio mdico de hospitales instaladosen el frente, en la retaguardia y en lugares ms alejados. La atencin que prestaban a los suministrosmdicos era lamentable. En ciertos casos de urgencia, los heridos hospitalizados eran simplementeasesinados. En Nueva Guinea y en las Filipinas, ms que en ningn otro sitio, los japoneses tuvieronque retirarse a menudo de una posicin donde haba un hospital. Al no existir un sistema para evacuara los enfermos y heridos, mientras todava exista la posibilidad de hacerlo, solamente se decidan aactuar cuando tena lugar la retirada prevista del batalln, o cuando el enemigo les invada: enmuchas de estas situaciones el oficial mdico que estaba al mando mataba de un disparo a cada uno delos enfermos del hospital antes de marcharse, o bien ellos mismos se daban muerte con granadas demano.

    Si esta actitud de los japoneses respecto a los objetos averiados era fundamental en su

  • conducta hacia sus propios compatriotas, no lo era menos en el trato que daban a los prisioneros deguerra americanos. Guindose por nuestras normas, los japoneses fueron culpables de atrocidadescometidas contra sus propios hombres y tambin contra sus prisioneros. El antiguo jefe mdico de lasFilipinas, coronel Harold W. Glatty, afirm, tras haber pasado tres aos en Formosa como prisionerode guerra, que

    los prisioneros americanos reciban mejor tratamiento mdico que los soldadosjaponeses. En los campos de prisioneros, los oficiales mdicos aliados atendan a susenfermos, mientras que los japoneses no tenan mdicos. Durante algn tiempo, el nicopersonal mdico que tuvieron para sus propios hombres fue un cabo, y ms tarde, unsargento.

    Slo vea a un oficial mdico japons una o dos veces al ao[1].La poltica de no rendicin fue la aplicacin extrema de esta teora sobre la disponibilidad

    absoluta de la vida de los soldados. Si un ejrcito occidental, tras haber hecho cuanto pudo, ve que nole queda salida alguna, se rinde al enemigo. Estos hombres siguen considerndose soldados dignos detodo respeto y, por acuerdo internacional, se enva una lista con sus nombres al Gobierno de su paspara que las familias sepan que siguen vivos. No caen en desgracia ni como soldados ni comociudadanos, y sus familias no se sienten avergonzadas de ellos. Los japoneses, en cambio,consideraban la situacin de manera distinta. El honor estaba ntimamente ligado a la idea de morirluchando. En una situacin desesperada, un soldado nipn deba suicidarse con la ltima granada quele quedaba o arrojarse sin armas contra el enemigo en un ataque suicida masivo, pero jams rendirse.Incluso si se le haca prisionero cuando estaba herido o inconsciente, no podra andar con la cabezaalta en el Japn; haba cado en desgracia; haba muerto para su gente.

    Naturalmente, el Ejrcito dictaba rdenes en este sentido, pero, al parecer, no haba necesidad deun adoctrinamiento especial en el frente. El Ejrcito se atena a su cdigo, de tal manera que, durantela campaa en el norte de Birmania, la proporcin de prisioneros con respecto a los muertos fue de142 a 17.166; es decir, una proporcin de 1 a 120. Y de los 142 soldados que se encontraban en loscampos de prisioneros, todos, excepto una pequea minora, se hallaban heridos o inconscientescuando fueron apresados; slo unos pocos se haban rendido individualmente o en grupos de dos otres. En los ejrcitos de las naciones occidentales es un hecho reconocido que las unidades no puedenresistir la muerte de la cuarta o la tercera parte de sus efectivos sin rendirse. La proporcin entre losque se entregan y los muertos es de cuatro a uno. Sin embargo, cuando en Hollandia[2] por vez primerase rindi un nmero apreciable de soldados japoneses, la proporcin fue de uno a cinco, lo cualsignificaba un tremendo avance sobre el 1 a 120 del norte de Birmania.

    Por tanto, para los japoneses, los prisioneros de guerra americanos haban cado en desgracia porel mero hecho de rendirse. Eran objetos averiados, incluso cuando las heridas, la malaria o ladisentera no les haban colocado ya fuera de la categora de hombres completos. Muchosamericanos cuentan lo peligroso que era rerse en el campo de prisioneros y el enojo que les producaa los guardianes. A los ojos de stos, haban sufrido una humillacin y les molestaba que losamericanos no se dieran cuenta. Muchas de las rdenes que haban de obedecer los prisioneros eran lasmismas que los oficiales exigan a los propios guardianes japoneses; las marchas forzadas y lostransportes hacinados en barcos eran cosas corrientes para ellos. Los prisioneros de guerra americanoscontaban tambin que los centinelas les exigan rigurosamente ocultar cualquier incumplimiento delas normas; lo imperdonable era incumplirlas abiertamente. En aquellos lugares en que los prisioneros

  • trabajaban fuera durante el da, en carreteras o instalaciones, la regla que prohiba regresar conalimentos recogidos en el campo era muy a menudo papel mojado, siempre que la fruta o las verdurasse tapasen cuidadosamente. Si iban al descubierto, constitua un flagrante delito, pues significaba quelos americanos se haban burlado de la autoridad de los centinelas. Desafiar abiertamente la autoridadsupona un duro castigo, aunque solamente se tratara de haber contestado. Las normas japonesas sonmuy estrictas contra la persona que se atreve a contestar, incluso en la vida civil, y en el Ejrcito secastigaba rigurosamente. Sin que ello represente disculpar las atrocidades y crueldades que ocurranen los campos de prisioneros, hay que distinguir entre estas crueldades y aquellos actos que no eransino consecuencia de hbitos culturales.

    Especialmente en las primeras fases del conflicto blico, la vergenza de la captura se vioreforzada por la firme creencia, extendida entre los japoneses, de que el enemigo torturaba y mataba atodos los prisioneros. El rumor de que los cuerpos de quienes fueron capturados en Guadalcanalhaban sido apisonados por tanques se difundi por casi todos los sectores. Por otra parte, algunosjaponeses que trataron de entregarse suscitaron tanta sospecha entre nuestros soldados que se les diomuerte simplemente como precaucin, y en realidad aquella sospecha era a menudo justificada. Paramuchos japoneses a quienes no les quedaba otro camino que la muerte, era un motivo de orgullollevarse consigo a la muerte a un enemigo; y eran capaces de hacerlo incluso despus de sercapturados. Habiendo decidido, como dijo uno de ellos, ser incinerado en el altar de la victoria, serauna desgracia morir sin realizar un acto heroico. Estas posibilidades pusieron a nuestro Ejrcito enguardia y contribuyeron a reducir el nmero de rendiciones.

    La vergenza de la rendicin estaba profundamente enraizada en la conciencia de los japoneses.Aceptaban con naturalidad un comportamiento que era extrao a nuestras convenciones de guerra, eigual de incomprensibles les parecan a ellos las nuestras. Hablaban con sorprendido desprecio de losprisioneros americanos que pedan que se dieran sus nombres al Gobierno americano para tranquilizara los familiares. Las tropas japonesas, al menos el soldado raso, no estaban preparadas para larendicin de los americanos en Bataan, pues supusieron que lucharan hasta el fin, como ellos, y lesera imposible aceptar el hecho de que no sintieran vergenza al caer prisioneros.

    La diferencia ms asombrosa, en cuanto al comportamiento, entre los soldados occidentales y losjaponeses fue, indudablemente, la cooperacin que estos ltimos prestaron a las fuerzas aliadas comoprisioneros de guerra. No tenan normas morales que aplicar a esta nueva situacin; estabandeshonrados, y su vida como japoneses haba terminado. Slo en los ltimos meses de la guerrapensaron unos cuantos en el retorno a la patria, cualquiera que fuera el resultado de la guerra. Algunospedan que se les matara; pero si sus costumbres no se lo permiten, ser un prisionero modelo. Y, enefecto, fueron ms que prisioneros modelos. Soldados veteranos y hombres que durante largo tiempohaban sido nacionalistas fanticos daban informes sobre la situacin de los depsitos de municiones,explicaban cuidadosamente la disposicin de las fuerzas japonesas, escriban nuestra propaganda yvolaban con nuestros pilotos de bombardero para guiarles hasta los objetivos militares. Era como sihubieran pasado una pgina nueva de su vida; lo que estaba escrito en esta nueva pgina era lo opuestoa lo que haba escrito en la anterior, pero lean sus lneas con la misma fidelidad.

    Naturalmente, esta descripcin no corresponde a todos los prisioneros de guerra; hubo unos pocosque se mostraron irreconciliables. Y, en cualquier caso, deban darse determinadas circunstanciasfavorables para que este comportamiento fuera posible. Como es lgico, los jefes del Ejrcitoamericano sentan recelo ante la idea de aceptar sin reservas la ayuda japonesa, y hubo campos deprisioneros en los cuales no se hizo ningn intento de utilizar los servicios que quiz hubieran podidoprestar. En los campos en que s hubo tal intento se fueron disipando las sospechas iniciales y seconfi cada vez ms en la buena fe de los prisioneros japoneses.

    Los americanos no esperaban un cambio tan radical entre los prisioneros, por ir totalmente en

  • contra de nuestro cdigo. Pero los japoneses actuaban como alguien que, tras haber puesto todo suentusiasmo en un ideal de conducta, fracasa y decide tomar otro camino. Era ste un comportamientocaracterstico tan slo de los prisioneros capturados individualmente, o se poda contar con unareaccin masiva similar al terminar la guerra? Igual que las dems peculiaridades del carcter japonsque se nos ofrecieron durante la guerra, sta suscitaba una serie de cuestiones sobre el modo de vidapara el que estaban condicionados, el modo en que funcionaban sus instituciones y la manera depensar y actuar que haban aprendido.

  • 3. Cada uno en su lugar

    El que intente conocer a los japoneses tiene que empezar por comprender lo que para ellossignifica ocupar cada uno el lugar que le corresponde. Su confianza en el orden y en la jerarqua ynuestra fe en la libertad y en la igualdad son dos polos opuestos, y a nosotros nos resulta difcil dar ala jerarqua su justo valor como posible mecanismo social. La confianza del Japn en la jerarqua esun sentimiento bsico en su concepto de la relacin del hombre con sus semejantes, as como en la delhombre con el Estado, y slo describiendo algunas de sus instituciones nacionales, como la familia, elEstado, la vida religiosa y econmica, nos ser posible entender su punto de vista sobre la vida.

    Los japoneses han enfocado el problema de las relaciones internacionales segn su interpretacinde la jerarqua, igual que han hecho con problemas internos. Durante la ltima dcada se habanimaginado a s mismos a punto de alcanzar el vrtice de esa pirmide, y ahora que esta situacincorresponde, por el contrario, a las naciones occidentales, ese mismo sentido de jerarqua condicionasu aceptacin del actual estado de cosas. Sus documentos internacionales manifiestan constantementeel valor que conceden los japoneses a esta idea. El prembulo del Pacto Tripartito con Alemania eItalia que el Japn firm en 1940 dice: Los gobiernos del Japn, Alemania e Italia consideran comocondicin primordial de una paz duradera el que a cada nacin del mundo se le garantice el lugar queles corresponde [...]. Y el Rescripto Imperial dado en la firma del Pacto afirmaba lo mismo:

    Acrecentar nuestra justa reputacin en toda la tierra y convertir el mundo en un solohogar es el gran mandamiento que nos legaron nuestros antepasados imperiales y quellevamos en nuestro corazn da y noche. En la enorme crisis con que ahora se enfrenta elmundo parece evidente que la guerra y la confusin se agravarn indefinidamente, debido alo cual la humanidad sufrir desastres incalculables. Esperamos fervientemente que cesenlos disturbios y sea restaurada la paz lo ms pronto posible [...] Estamos, por tanto,satisfechos de la firma de este Pacto entre las Tres Potencias.

    La tarea de hacer posible que cada nacin encuentre su lugar en el conjunto y que todaslas personas vivan en paz y seguridad es de suma importancia. No tiene paralelo en lahistoria. Pero este objetivo est todava distante [...]

    El da mismo del ataque a Pearl Harbor, los enviados japoneses entregaron al secretario deEstado, Cordell Hull, una declaracin muy explcita sobre este punto:

    Constituye la poltica inmutable del Gobierno japons [...] hacer posible que cadanacin encuentre su propio puesto en el mundo [...] El Gobierno japons no puede tolerarque se perpete la situacin actual, ya que va contra la poltica fundamental del Japn deposibilitar que cada nacin disfrute de su propia posicin en el mundo.

    Este memorndum japons era la respuesta al que les haba entregado el secretario Hull unos dasantes, invocando principios americanos tan bsicos para nosotros, y tan venerados, como lo era el dela jerarqua para ellos. El secretario Hull enumeraba cuatro principios: la inviolabilidad de lasoberana y de la integridad territorial; la no intervencin en los asuntos internos de otras naciones; la

  • confianza en la cooperacin y conciliacin internacionales, y el principio de igualdad. stos sonpuntos fundamentales de la fe americana en la igualdad e inviolabilidad de derechos y constituyen losprincipios sobre los cuales pensamos nosotros que deben basarse la vida cotidiana y tambin l