rubia francisco - el cerebro espiritual - presentación

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El cerebro espiritual. Francisco J. Rubia Presentación del autor Francisco J. Rubia Vila es Catedrático de la Facultad de Medicina de la Uni- versidad Complutense de Madrid, y también lo fue de la Universidad Lud- wig Maximillian de Munich, así como Consejero Científico de dicha Universi- dad. Estudió Medicina en las Universi- dades Complutense y Düsseldorf de Alemania. Ha sido Subdirector del Hospital Ramón y Cajal y Director de su Departamento de Investigación, Vice- rrector de Investigación de la Universidad Complutense de Madrid y Director General de Investigación de la Comunidad de Madrid. Durante varios años fue miembro del Comité Ejecutivo del European Medical Research Council. Su especialidad es la Fisiología del Sistema Nervioso, campo en el que ha traba- jado durante más de 40 años, y en el que tiene más de doscientas publicacio- nes. Es Director del Instituto Pluridisciplinar de la Universidad Complutense de Madrid. Es miembro numerario de la Real Academia Nacional de Medicina (sillón nº 2), Vicepresidente de la Academia Europea de Ciencias y Artes con Sede en Salzburgo, así como de su Delegación Española. Ha participado en numerosas ponencias y comunicaciones científicas, y es autor de los libros: “Manual de Neurociencia”, “El Cerebro nos Engaña”, “Percepción Social de la Ciencia”, “La Conexión Divina”, “¿Qué sabes de tu cerebro? 60 respuestas a 60 preguntas” y “El sexo del cerebro. La diferencia fundamental entre hom- bres y mujeres”.

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Desde tiempos inmemoriales, la humanidad ha buscado trascender la reali-dad cotidiana: evadirse del mundo natural y hallar una «segunda realidad», el ámbito que ha llamado sobrenatural. Tanto la realidad cotidiana como esa segunda realidad son ilusiones generadas por el cerebro. La consciencia egoica es la responsable de la realidad cotidiana; la consciencia límbica, de la segunda realidad. Ambos tipos de consciencia conviven en el hombre contemporáneo. Desde el punto de vista neurobiológico, o cerebral, tan real es la realidad cotidiana como la segunda realidad, ya que ambas son fruto de la actividad de nuestro cerebro.

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El cerebro espiritual. Francisco J. Rubia

Presentación del autor

Francisco J. Rubia Vila es Catedrático de la Facultad de Medicina de la Uni-versidad Complutense de Madrid, y también lo fue de la Universidad Lud-wig Maximillian de Munich, así como Consejero Científico de dicha Universi-dad. Estudió Medicina en las Universi-dades Complutense y Düsseldorf de Alemania. Ha sido Subdirector del

Hospital Ramón y Cajal y Director de su Departamento de Investigación, Vice-rrector de Investigación de la Universidad Complutense de Madrid y Director General de Investigación de la Comunidad de Madrid. Durante varios años fue miembro del Comité Ejecutivo del European Medical Research Council. Su especialidad es la Fisiología del Sistema Nervioso, campo en el que ha traba-jado durante más de 40 años, y en el que tiene más de doscientas publicacio-nes. Es Director del Instituto Pluridisciplinar de la Universidad Complutense de Madrid. Es miembro numerario de la Real Academia Nacional de Medicina (sillón nº 2), Vicepresidente de la Academia Europea de Ciencias y Artes con Sede en Salzburgo, así como de su Delegación Española. Ha participado en numerosas ponencias y comunicaciones científicas, y es autor de los libros: “Manual de Neurociencia”, “El Cerebro nos Engaña”, “Percepción Social de la Ciencia”, “La Conexión Divina”, “¿Qué sabes de tu cerebro? 60 respuestas a 60 preguntas” y “El sexo del cerebro. La diferencia fundamental entre hom-bres y mujeres”.

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Entrevista con el autor Tomado de http://ilevolucionista.blogspot.mx/

La espiritualidad en el cerebro (Entrevista a Francisco J.Rubia) 1.- ¿Qué nos dice la neurociencia sobre el yo y el libre albedrío? ¿Pueden extrapolarse algunas de sus conclusiones al terreno legal, político, socioló-gico…?

R.- Hoy por hoy lo que la neurociencia nos dice es que es muy posible que tanto el yo como el libre albedrío o la voluntad libre puedan ser una ficción cerebral, una más a las que el cerebro nos tiene ya acostumbrados. Respecto al yo, se suele decir que la vida humana está basada en tres grandes ilusiones: la ilusión del amor romántico, la ilusión del libre albedrío y la ilusión del yo. Sabemos que nada es permanente y, a pesar de ello, insisti-mos en la permanencia de esa construcción cerebral a la que llamamos yo y que suponemos no cambia a lo largo de toda la vida. En los Veda ya se dice que el yo es maya, o sea ilusión. El filósofo empirista, David Hume, decía que el yo es la suma de nuestras percepciones. Y hoy se pueden utilizar varios ar-gumentos a favor de esa ilusión. En primer lugar, el desarrollo ontogenético, ya que ese yo aparece sólo tras algunos años de vida. En segundo lugar, que parece ser una construcción cultural, es decir, que la experiencia de nuestra propia persona depende del entorno cultural en el que esa persona se desa-rrolla. Y en tercer lugar, que ese yo no es indivisible, como lo muestra el caso de los enfermos con cerebro partido o escindido, donde existen dos yos dife-rentes, o en la enfermedad conocida como el trastorno de personalidades múltiples.

Por lo que respecta al libre albedrío, experimentos relativamente recientes, el último este mismo año, muestran que el cerebro se activa, cuando vamos a tomar una decisión, mucho antes de que tengamos la impresión subjetiva

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de libertad, o sea de decidir algo. Esta activación es inconsciente y puede lle-gar hasta los 10 segundos antes de la decisión. Por tanto, la impresión subje-tiva de voluntad no es la causa de la activación cerebral, sino una consecuen-cia, al igual que la propia decisión.

Por lo que respecta a las consecuencias de estos hechos habría que decir que ya se está discutiendo, al menos en Alemania, la modificación del código pe-nal. Si no somos libres, tampoco somos responsables, ni existe la culpabili-dad, ni la imputabilidad, ni el pecado. Cualquier sociedad que se precie ten-drá siempre que apartar de sí a los que no cumplan con las reglas que la misma sociedad ha establecido. Esto es lógico y también observable en ani-males que viven en sociedad y que están muy cerca de nosotros por su desa-rrollo cerebral. Pero lo que cambiaría es la imagen que tenemos de esos que trasgreden las reglas sociales. No seguiríamos considerándolos culpables. Por eso siempre he dicho que la neurociencia va a cambiar la imagen que tene-mos de nosotros mismos y del mundo.

2.- En su reciente obra sobre el sexo del cerebro expone con claridad las evidencias que se derivan de los actuales conocimientos neurocientífi-cos sobre las diferencias ana-tómicas y funcionales de los cerebros masculino y feme-nino. Esto, conjuntamente con lo que muestra la psicología evolucionista ¿no echa por tierra algunas de las teorías sociológicas más radicales sobre la igualdad de los sexos, tan en boga hoy en día?

R.- Por desgracia suele confundirse la igualdad de los sexos ante la ley, la igualdad de oportunidades, la igualdad de salario por el mismo trabajo y to-das las conquistas sociales en las que la mujer aún no ha sido equiparada al hombre con la igualdad biológica que, simplemente, es inexistente. No lo di-go yo, sino todas aquellas mujeres neurocientíficas que se han ocupado de

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este tema. Sabemos todavía muy poco sobre esas diferencias anatómicas y funcionales. Estos conocimientos se han acumulado muy recientemente, a finales del siglo pasado, pero parece ser que son confirmados una y otra vez por experimentos y yo supongo que nos queda aún mucho por descubrir. Si los comportamientos de hombres y mujeres, así como de los que se dicen pertenecientes al tercer sexo son distintos entre sí, lo lógico es pensar que las estructuras cerebrales que controlan estos comportamientos sean asimismo distintas.

3.- La religión parece ser un fenómeno natural, no únicamente cultural, co-mo suponen algunos. ¿No queda esto de manifiesto con sus correlatos neu-ronales? ¿Cuál diría que es su razón de ser, los atributos que permitieron su selección, su origen evolutivo? ¿Hasta qué punto diría que es necesa-ria?

R.- Yo no diría que la religión es un fenómeno na-tural, sino social. Lo que parece natural es la espi-ritualidad, la sensación de trascendencia, o sea, lo que es hoy posible provocar por medios artificia-les y siempre lo fue con técnicas activas, pasivas o por medio de sustancias alucinógenas. Es muy probable que esta experiencia espiritual que sur-ge de estructuras cerebrales cuando son activadas experimentalmente, o de manera espontánea, o por un tipo especial de epi-lepsia, tenga que ver algo con la religión, al menos con sus comienzos. No parece casual que los fundadores de religiones hayan tenido esta experien-cia. Ahora bien, la interpretación de estos resultados puede ser distinta, co-mo expresé en mi libro “La conexión divina”, ya que el creyente puede pen-sar en la intervención de Dios en el desarrollo de estas estructuras para que el ser humano pueda ponerse en contacto con Él. El no creyente puede con-siderar que ahí está uno de los orígenes del pensamiento espiritual y religio-so. Falta por saber, desde el punto de vista científico, evolutivo, el valor de supervivencia que estas estructuras pueden tener. Sobre este punto hay mu-

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chas hipótesis, ninguna todavía lo suficientemente convincente. Mitigar la angustia, dicen algunos autores, que produce la consciencia de la muerte. Consuelo en la aflicción. Pero también puede ser que sea producto accesorio de otras funciones, como algunos autores suponen lo sería de la sexualidad. La proximidad anatómica de estas estructuras con las que sustentan la sexua-lidad en el cerebro y las connotaciones sexuales de estas experiencias esta-rían a favor de esta hipótesis. Pero, por ahora, ninguna es totalmente convin-cente.

4.- ¿Dónde ubicaría, filogenéticamente ha-blando, el nacimiento de la consciencia? ¿Y el de la consciencia de uno mismo?

R.- Tras la respuesta a esta pregunta hay una legión de neurocientíficos, filósofos, psicólo-gos evolutivos y un largo etcétera. Ni sabe-mos para qué sirve ni cuándo surge. Lo que sí sabemos es que cuando se dan situaciones de emergencia, el cerebro no confía en la cons-ciencia, sino en estructuras cuya actividad es

inconsciente. Respecto a la autoconsciencia, parece ser que la poseen otros animales aparte del ser humano, como el chimpancé, el delfín, la ballena y, últimamente, el elefante, porque todos ellos se reconocen a sí mismo ante un espejo. Gerald Edelman diferencia entre consciencia primaria y conscien-cia de la consciencia o consciencia de orden superior. La primera la poseerían muchos mamíferos, la segunda sería exclusiva del ser humano. Respecto a su origen, sigue siendo un misterio. Se sabe que determinadas estructuras del sistema nervioso son necesarias, aunque no suficientes. Este es el caso de la formación reticular o de las conexiones entre el tálamo y la corteza. Se supo-ne que la consciencia está ligada a la actividad de la corteza cerebral, aunque no toda la corteza produce consciencia, como es el caso de la vía dorsal que va desde las áreas primarias de la visión al lóbulo parietal, o vía del “dónde”

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para la ubicación espacial de los objetos percibidos visualmente. Esta vía no es consciente.

5.- El dolor físico parece ser un meca-nismo informativo bastante efectivo para mantenernos vivos y sanos. ¿Qué decir del dolor por la pérdida de un ser querido? ¿Qué explicación le daría? ¿Comparten estos dos tipos de dolor vías neuronales, tienen neuro-biológicamente algo que ver uno con otro?

R.- Efectivamente el valor de supervi-vencia del dolor es obvio. Enfermos que no poseen la capacidad de sentirlo no viven mucho tiempo. Pero es cierto que el dolor no es sólo una sensación transmitida desde los receptores, llamados nociceptivos, al cerebro, sino que tiene un componente centrífugo, como muestran los casos de enfermos con miembros fantasma. Se supone que en todos los casos hay dos flujos senso-riales que interaccionan entre sí: uno que va desde la periferia al centro y otro del centro a la periferia. Esto explicaría por qué un dolor crónico es tan difícil de eliminar, a pesar de la sección de las vías que transmiten el dolor desde la periferia al centro. El dolor por la muerte de un ser querido no debe-ría llamarse así, sino quizá aflicción, para diferenciarlo del dolor propiamiento dicho. No se trata de la misma sensación, sino de un sentimiento interno producido por estructuras del sistema límbico ante determinadas desgracias.

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6.- ¿Cómo evoluciona el cerebro a lo largo de nuestras vidas? ¿Se puede decir que somos la misma persona en nuestras distintas edades?

R.- Ya he dicho anteriormente que el cerebro nos hace creer que sí, pero que no debe ser cierto. Hoy sabemos que el aprendizaje es capaz, incluso en el adulto, de modificar la microestructura cerebral, es decir, las conexiones en-tre las neuronas. Se supone que la macroestructura viene dada por herencia, pero la microestructura puede cambiar y no sólo para aumentar esas cone-xiones, sino también para que si no se usan, disminuyan. Los anglosajones lo expresan con la frase “use it or loose it”, o lo usas o lo pierdes.

7.- Usted, que ha investigado con animales, ¿Qué nos puede decir sobre el trato que reciben estos por parte de los investigadores? ¿Qué opina del Proyecto Gran Simio?

R.- No puedo opinar sobre el trato en general a los animales de experimentación. Sólo sé que existen unas reglas que hay que cumplir para evitar el sufrimiento de estos animales y que estas reglas ahora son europeas y muy rígidas. Es posible que se haya abusado, sobre todo se discutía durante mi estancia en Alemania el maltrato que daban algunas empresas farma-céuticas a los animales de experimentación. Su-pongo que las normativas europeas se aplican ahora con toda severidad. En principio nadie

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puede estar en contra de un trato “humano” a animales que tienen un cere-bro muy desarrollado. Pero también hay que tener en cuenta lo que los ani-males de experimentación han supuesto para el avance científico. El proble-ma surge cuando la compasión por los animales se convierte en una ideología y en un arma arrojadiza para cualquier campaña. El argumento genético, por ejemplo, que los simios tengan un genoma muy semejante al nuestro, no es riguroso. El genoma de la cebolla es tres veces mayor que el genoma humano y hay plantas con un genoma 50 veces mayor. ¿Deberíamos, por ello, dejar de comer cebollas? Es cierto que parece que algunos simios, no todos, tienen autoconsciencia, pero no sabemos si es la misma que la humana. Yo restringi-ría la experimentación con chimpancés, a no ser que sea absolutamente im-prescindible en beneficio del ser humano. Cerrar la puerta a cualquier expe-rimentación, o sustituirla por ordenadores, como algunos fanáticos partida-rios de la supresión total de la experimentación animal argumentaban en Alemania en los años 60, me parecería suicida y absurdo.

8.- La polémica naturaleza/cultura, en la neurociencia, ¿podría darse sutil-mente entre los que creen en un cerebro organizado en módulos y los que creen que las funciones están muy distribuidas, entre los que piensan que hay una gran plasticidad neuronal y los que piensan que esta no es suficiente para permi-tirnos grandes cambios, entre psicologicistas y biologicistas? ¿dónde se ubicaría usted?

R.- Suelo argumentar que el planteamiento dualista herencia/medio ambiente es un plan-teamiento equivocado. Los genes, que son el resultado evolutivo de la interacción del organismo con su entorno, tienen que expresarse en un entorno apropiado. Sin un entorno parlante, la mejor gramática universal innata sería inútil, como se ha mostrado en niños criados por fieras que nunca hablaron bien. Por tanto, preguntarse qué es más im-portante, no tiene mucho sentido. También fruto de un pensamiento dualista es la antítesis localización de funciones/distribución de ellas por todo el cere-bro. Generalmente, cuando se plantean estas antinomias, el tiempo suele dar la razón a ambas partes. Es evidente, y el sistema visual es un claro ejemplo, que existe la localización, pero también lo es que la visión, como función, es-tá distribuida por muchas regiones del cerebro. Lo mismo ocurre con la plas-ticidad/rigidez de las estructuras cerebrales. Ya he dicho antes que la micro-

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estructura es maleable, como lo indican muchos experimentos, tanto en se-res humanos como en otros animales. Si no, ¿cómo se explicaría el mayor tamaño del hipocampo en los taxistas londinenses, que tienen que ejercer la memoria espacial, función que necesita de esa estructura del sistema límbi-co? No entiendo muy bien la diferenciación entre psicologicistas y biologicis-tas, otra antinomia, cuando en realidad no hay más que cerebro y sus funcio-nes.

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Presentación del libro

Desde tiempos inmemoriales, la humanidad ha buscado trascender la realidad cotidiana: evadirse del mundo natural y hallar una «segun-da realidad», el ámbito que ha lla-mado sobrenatural. Tanto la realidad cotidiana como esa segunda realidad son ilusiones generadas por el cere-bro. La consciencia egoica es la res-ponsable de la realidad cotidiana; la consciencia límbica, de la segunda realidad. Ambos tipos de consciencia conviven en el hombre contemporá-neo. Desde el punto de vista neuro-biológico, o cerebral, tan real es la realidad cotidiana como la segunda realidad, ya que ambas son fruto de la actividad de nuestro cerebro.

Existen en el cerebro estructuras que, cuando son estimuladas, son capaces de generar experiencias es-pirituales, místicas, religiosas, numinosas o de trascendencia. No existe reli-gión sin espiritualidad, pero sí espiritualidad sin religión. El origen de la espiri-tualidad en el ser humano hay que buscarlo en los estados alterados de cons-ciencia que se producen durante el éxtasis o trance. Estos estados alterados de consciencia se alcanzan de manera espontánea, utilizando ciertas técnicas o ingiriendo sustancias llamadas alucinógenas o enteógenas. No son estados patológicos, sino una posibilidad más de expresión de estructuras cerebrales.

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Comentarios al libro El Cerebro Espiritual Tomado del Blog de Antonio Piñero

Antonio Piñero

Espero que los lectores se acuerden de que en este mismo Blog reproduje una conferencia del Prof. Rubia, con un título muy parecido, que hizo surgir entre los lectores una interesante discusión. Ahora la conferencia se ha trans-formado en un libro pequeño, de fácil lectura, con una inmensa cantidad de datos, sobre todo de resultados de experimentos e indagaciones neurofisio-lógicas, con gran una exposición neta y clara de los resultados y una notable bibliografía. La casa editorial es “Fragmenta” (Colección “Fragmentos” 31), Barcelona 2015, 21 x 13 cms., 221 pp. Rústica. De esta misma editorial he comentado un libro de Abdelmunin Aya, El arameo en sus labios. Saborear los cuatro evangelios en la lengua de Jesús.

Entre mis notables colegas de la Universidad Complutense es el Prof. Rubia uno de los más laureados que conozco y ha sido catedrático de La Ludwig Maximillian Universität de Múnich (en conjunto una de las mejores universi-dades de Alemania) y consejero científico de ella. Ha sabido, además unir, el rigor de más de cuarenta años de investigación (más de doscientas publica-ciones) en el campo de la neurofisiología con una dedicación, cuando ha sido oportuno, a la tarea de promover el desarrollo científico. Francisco Rubia ha sido subdirector del Hospital Ramón y Cajal de Madrid, director de su “De-partamento de Investigación”, vicerrector de investigación de la Univ. Com-plutense y director general de Investigación de la Comunidad de Madrid. En la actualidad pertenece al prestigioso Colegio Libre de Eméritos.

En el “Prefacio” el autor deja muy clara la intención del libro. “Cerebro espiri-tual” quiere decir que este órgano humano posee “estructuras que, debida-mente estimuladas son capaces de generar experiencias espirituales, místi-cas, religiosas o de trascendencia”. El que el cerebro produzca experiencias espirituales plantea problemas para delimitar entre materia (el cerebro es puramente material) y espíritu, entre natural y sobrenatural, e incide direc-tamente en la cuestión del origen de la religión, puesto que –aunque espiri-tualidad y religión no son iguales-- la segunda se basa sobre la primera.

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El autor postula que el vocablo “espiritualidad” que defiende este libro debe ser correctamente definida, teniendo en cuenta que la experiencia espiritual –que no es igual, ni mucho menos, a la experiencia religiosa-- se da en niños y agnósticos, amén de personas que pertenecen a corrientes religiosas que de-ben ser estrictamente definidas como ateas, tales como el budismo (otra co-sa es que muchos budistas iletrados hayan considerado, a posteriori, a Buda como un dios y le rindan culto), jainismo, taoísmo, confucionismo y algunas formas del hinduismo. El autor define así la espiritualidad: “Sentimiento o impresión subjetiva de alegría extraordinaria, de atemporalidad, de acceso a otra realidad diferente a la cotidiana, que se experimenta más vívida e inten-samente que la realidad cotidiana, producida por una hiperactividad del ce-rebro emocional”. La espiritualidad aún no es religión (por ejemplo, los esta-dos espirituales producidos por la audición de música ), pero es la base de toda religión, que no se entiende sin la existencia de la “segunda realidad”.

La espiritualidad es tan antigua como el ser humano y no es extraño que ya en los homínidos se dieran manifestaciones de una cierta espiritualidad, qui-zás de manera fortuita al descubrir por casualidad el potencial de alteración de la mente de plantas u hongos durante la exploración de su entorno en busca de alimento. Al ser definida de este modo, la primera constatación es que la espiritualidad es inherente al ser humano, pero que el origen de ella hay que buscarla en los “estados alterados de la consciencia”. Advierte el au-tor de que esta expresión no significa enfermedad o patología alguna, sino un estado especial, no usual, que conecta al ser humano con una realidad que no es la cotidiana y normal, una segunda realidad, transcendente. Pero no es más que un estado fisiológico, una facultad humana como otra cualquiera.

La idea de que la espiritualidad se genera en el cerebro sin duda alguna se prueba por múltiples y repetidos experimentos. Así la ingesta de fármacos que producen trances extáticos, o electrodos que dan impulsos, por ejemplo, al lóbulo temporal. Con el avance de la neurofisiología se ha comprobado re-petidísimas veces que estimulando determinadas estructuras cerebrales per-tenecientes a nuestro cerebro emocional o sistema límbico, sobre todo la amígdala cerebral y el hipocampo, este cerebro genera emociones, memoria, atención y un sistema de recompensas. Además de la neurofisiología, tam-bién por la historia de la humanidad apunta a que los fenómenos espirituales son un mero producto de nuestro cerebro. La historia ha observado repetidas veces que utilizando ciertas técnicas –como el ritmo, la música, la danza, el

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aislamiento, la falta de sueño y de alimento-- así como drogas naturales el ser humano se ha procurado artificialmente el acceso a esa “segunda realidad”, que ha considerado trascendental respecto a la realidad cotidiana..

El libro plantea muchas preguntas que surgen de estas observaciones. Una de ellas y muy importante es: ¿hizo Dios el cerebro y, por tanto, la espiritualidad y la realidad en la que ella se inserta de modo que el hombre llegara a cono-cerlo de algún modo? Y el autor responde que la pregunta en sí no es perti-nente científicamente porque la idea de Dios no es demostrable ni falsable, es decir negable. Por tanto, desde un punto de vista estrictamente científico hay que decir que la espiritualidad –y consecuentemente la religión cuando se deriva de ella en determinadas circunstancias-- es un producto de la evo-lución. Naturalmente, algunos, o muchos lectores, argüirán que esta evolu-ción ha sido decidida por Dios como un “diseño inteligente”. Cada uno verá que le convence más.

¿Para qué sirve la espiritualidad? Se pregunta también el autor ¿Cuáles han sido las modificaciones del entorno que han llevado a provocar su surgimien-to en el ser humano? En líneas generales responde Rubia con diversos auto-res que la espiritualidad nació por tener un valor biológico para la supervi-vencia, pero entendida de un modo amplio: no solo la supervivencia prima-ria, sino tab la secundaria, es decir, la necesidad de una vida placentera y se-gura y de un sistema que sirve igualmente para la cohesión del grupo.

El autor apunta también que concepto de “sobrenatural” está íntimamente ligado al de lo “espiritual”, pero sostiene que en sí es totalmente distinto, ya que lo sobrenatural es una súper interpretación que el cerebro mismo pro-pone de algunas de sus producciones espirituales. Por ejemplo, fenómenos espirituales básicos son los trances provocados por la música o las expresio-nes artísticas, que nada tienen que ver con lo sobrenatural. Es este un con-cepto que nace secundariamente y que está ligado con el origen de la religión que es muy discutido. Otras secciones del libro abordan cuestiones como la “búsqueda de la espiritualidad”, la utilización de sustancias enteógeneas (es decir, generadoras de la idea de que un dios habita en el ser humano en al-gunos momentos) en ritos y cultos religiosos”, la “neurobiología de la expe-riencia espiritual” (i. e. cuáles son las estructuras cerebrales que debidamen-te excitadas generan la espiritualidad, en especial el lóbulo temporal, cues-tión que podría definirse como neuroquímica de la trascendencia).

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La última parte del libro me ha parecido en extremo interesante, pues es en primer lugar una exposición de la teoría del autor sobre “el éxtasis como probable origen de la religión”. En síntesis podría sostenerse según el autor que los hombres descubren los estados alterados de conciencia = la espiritua-lidad en tiempos remotos bien por observación Dios los animales que ingie-ren sustancias alucinógenas y entran en una suerte de trance observable, o bien por casualidad al ingerir hongos o hierbas con poderes enteogénicos. Y una vez descubierta la espiritualidad y sus posibles beneficios, los grupos humanos hacen el resto para su beneficio y seguridad últimos

Finalmente el libro se cierra con una historia abreviada, muy sintética, de las hipótesis o teorías que en los últimos siglos se han expuesto sobre el “origen de la religión”. Se trata de una verdadera enciclopedia de ideas. Aunque el autor no se decanta por una teoría concreta, da la impresión de que le satis-facen más, como propuestas más convincentes sobre el origen, las teorías sociales que hacen hincapié en la función del grupo o conjunto social. La espi-ritualidad es individual e intransferible, pero la religión es ante todo una fun-ción social.

No rechaza el autor ideas como el antropomorfismo/ animismo (el ser hu-mano dota espontáneamente de vida semejante a la suya, con sus misma cualidades, a objeto inanimados, a seres que se aparecen en los ensueños, y también a fenómenos poderosos de la naturaleza que le aterrorizan), o bien otras doctrinas que sostienen que la creencia en los agentes sobrenaturales son en gran parte productos accesorios de un mecanismo cognitivo, seleccio-nado por la evolución, para detectar agentes, como predadores o protecto-res; y de ahí el paso a agentes supranaturales que explican al hombre primiti-vo el universo, o que le protegen y aseguran un más allá confortable, etc. Multitud, pues, de teorías que sería conveniente, quizás que el autor desarro-llara críticamente en un ensayo autónomo, pues ya ha reunido y conoce bien la necesaria bibliografía.

Por último: disiento en algunos aspectos o puntos de vista de este libro. El primero es la consideración de que el cristianismo fue fundado por Jesús de Nazaret (al menos el lector puede pensarlo así). Hoy día desde el punto de vista histórico es esta posición insostenible, ya que el cristianismo solo nace después de la muerte de Jesús y como una reinterpretación, a la luz de la pa-labra de Dios, las Escrituras, y por parte de sus seguidores de la figura y mi-

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sión de su Maestro. Y segundo, porque parece imposible que alguien sea el fundador de una religión cuando jamás se lo propuso ni jamás fue infiel a la suya, el judaísmo, al que sólo y en todo caso, se propuso reformar y profun-dizar en lo que creía lo mejor de sus esencias. Igualmente, unir el cristianismo con Jesús de Nazaret y este con el chamanismo (tesis no propuesta por el au-tor, pro citada largamente y sin comentario alguno) o proponer aunque sea solo modo de hipótesis que Jesús fue un chamán es superficial e incorrecto.

Tampoco es correcto dar credibilidad a la historia del éxodo atribuyendo, sin discusión a Moisés experiencias chamánicas, ya que se trata de racionalizar algo que es pura leyenda. De dejarse más claro en el libro que se parte de ese punto de vista y que lo que se explica es como chamanismo es la historia le-gendaria y no la historia a secas. La interpretación moderna va evidentemen-te por otros derroteros.

Mucho menos correcto es decir que el cristianismo copia de la religión de Mitra. He aclarado en multitud de ocasiones que hay que distinguir entre dos Mitras: A) Lo que sabemos del Mitra Zoroástrico por medio de los himnos Gathas, avésticos, que es poco, que se refiere a una divinidad de la luz, coor-denadora y cocreadora del universo, que arregla el caos primordial, por tanto una divinidad más bien abstracta, del orden y la luz, en la que el torno no re-presenta otra cosa que la vida o energía primordial, y B) otra cosa muy distinta de lo que sabemos (apenas textos; solo arqueolo-gía y representaciones iconográficas altamente discutidas por los historiado-res de la religión de Mitra, creación artificial, igual a la de Serapis en Egipto, por sacerdotes al servicio del emperador Adriano, a partir de la mitad del si-glo II d.C., cuando el cristianismo ya está relativamente bien conformado en su cristología. De este segundo Mitra es del que se afirman su nacimiento en una cueva el 25 de diciembre (¡no hay ni un solo texto de la antigüedad que lo diga!), el taurobolio y el ser rociado con su sangre, etc. Pero por estas fe-chas de los siglos II y III no necesitaba el cristianismo copiar nada, pues su teología estaba ya bien contorneada. En todo caso –se ha argumentado tam-bién, creo, sin más razones que la apologética-- que el mitraísmo copió algu-nas cosas del joven cristianismo. En realidad tampoco lo necesitaba. Sobre el tema he recomendado varias veces la lectura del libro de Jaime Alvar, Los Misterios. Religiones orientales en el Imperio romano ().

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Aparte estas pequeñas disensiones, el libro del Prof. Rubia me parece exce-lente y digno de leerse, pues recoge unos datos de la neurofisiología actualí-sima que no pueden negarse y que obligan a plantearse la cuestión de la es-piritualidad y la religión con otros ojos. Es inútil no querer prestar atención a lo que la investigación médica sobre nuestro cerebro pone una y otra vez de manifiesto.