rosmini. las cinco llagas ii

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El famosos libro de Rosmini. Que fue incluido en la lista de libros prohibidos.

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    Las cinco llagas de la IglesiaAlgunas palabras preliminaresque hay que leer

    Antonio Rosmini (1797-1855)

    1. Hallndome en una casa de campo de la reginde Padua, me puse a escribir este libro como desahogode mi nimo afligido. Y quizs tambin para confortamien-to ajeno. Dud antes de hacerlo, ya que me preguntabaa m mismo: Est bien que un hombre sin jurisdiccincomponga un tratado sobre los males de la santaIglesia? No hay algo de temerario, por su parte, en elhecho de preocuparse y escribir sobre ello cuando todasolicitud de la Iglesia de Dios corresponde por derecho alos Pastores de la misma? Sealar las llagas no ser talvez una falta de respeto a los mismos Pastores, como siellos no conocieran tales llagas, o no les pusieran reme-dio?.

    A esta pregunta yo me contestaba que el hecho demeditar sobre los males de la Iglesia no poda serlereprochado ni a un laico, mientras fuera movido por elcelo vivo del bien de la misma y de la gloria de Dios. Y mepareci, examinndome a m mismo, en cuanto un hom-bre puede estar seguro de s, que mis meditaciones noderivan de otra fuente que sta. Y aun me responda quesi algo de bueno haba en estas meditaciones, no habarazn de esconderlo; y si algo haba de malo, sera recha-

    PGINAABIERTA

    IGLESIA VIVAN 245, enero-marzo. 2011

    pp. 143-146 Asociacin Iglesia Viva

    ISSN. 0210-1114

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  • zado por los Pastores de la Iglesia; ya que no hablaba con intencin dedecidir cosa alguna, sino que me propona, al contrario, al exponer misideas, someterlas a los Pastores, y principalmente al Sumo Pontfice,cuyas declaraciones venerables me sern siempre norma recta y segurapara cotejar y corregir todas mis opiniones. Me deca tambin que losPastores de la Iglesia, ocupados y cargados por muchos asuntos, nosiempre tienen la tranquilidad suficiente para dedicarse a apaciblesmeditaciones, y que ellos mismos suelen desear que otros les propon-gan y sugieran aquellas reflexiones que pueden ayudarles en el gobier-no de sus Iglesias particulares y de la universal. Y finalmente comparecanante mis ojos los ejemplos de tantos hombres santos que en todos lossiglos han florecido en la Iglesia, los cuales sin ser obispos, como unsan Jernimo, un san Bernardo, una santa Catalina y otros, hablaron yescribieron con admirable libertad y sinceridad sobre los males que afli-gen a la Iglesia de su tiempo, y sobre la necesidad y el modo de res-taurarla. No es que yo me compare, ni de lejos, a aquellos grandes, sinoque pens que su ejemplo demostraba que de suyo no era reprobableinvestigar y llamar la atencin de los Superiores de la Iglesia, sobre lo queangustia y fatiga a la Esposa de Jesucristo.

    2. Reanimado lo suficiente con estas consideraciones a saber, quepoda sin temeridad dar paso a ideas que se amontonaban en minimo sobre el estado y condicin presente de la Iglesia, y que noera reprensible tampoco traducirlas sobre el papel y comunicarlas aotros, naca en m otra duda, aparte de la honestidad de la cues-tin, respecto a su prudencia. Consideraba que todos cuantos hanescrito sobre semejantes materias en nuestros tiempos, y se propu-sieron y declararon querer mantener una va media entre los dos extre-mos, en vez de complacer a los dos poderes, el de la Iglesia y el delEstado, han desagradado igualmente a ambos. Esto me probaba la grandificultad que presentan tales materias para ser tratadas con satisfaccinuniversal, y por lo tanto, me profetizaba que, en vez de ayudar, escri-biendo mis susodichas meditaciones no hara otra cosa que ofender ychocar contra ambas potestades.

    Pero a todo esto yo me responda de nuevo que razonaba en con-ciencia y que, por lo tanto, nadie tena razn de tomrselas conmigo aun-que yo me equivocara: yo no buscaba para nada el favor de los hombresni ventaja alguna temporal. En caso que hombres de las dos partes selas tomaran contra m*, yo hallara compensacin en el testimonio de miconciencia y en la esperanza del juicio sin apelacin.

    (..)

    PGINA ABIERTALas cinco llagas de la Santa Iglesia.Palabras preliminares

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    * Digo hombres de las dos partes, ya que en la misma Iglesia no penetran ni pasiones nipartidos, siendo asistida por el Espritu Santo, y por lo tanto, bajo este aspecto, no hay nadaque temer por parte de ella. (Nota aadida a lpiz).

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  • 4. Por cuanto atae a la Iglesia, no descubra nada, en la materia de estelibro que pudiese disgustar a alguien, a no ser quizs lo que indicosobre las excesivas reservas pontificias en las elecciones. Pero, porotra parte, este abuso ya no es propio del tiempo presente, sino queha pasado ya a la historia. Y todos los hombres de buen sentido estarnde acuerdo conmigo en que, cuando el hilo de la exposicin lo exija, nohay por qu temer confesar sencillamente abusos tan patentes. Ya quecomportndonos as, es manifiesto que no andamos con partidismos afavor de los hombres y de sus obras, sino que nicamente llevamos enel corazn la verdad y la causa de Dios y de la misma Iglesia. Por otraparte, me parece que no deba disuadirme de escribir la molestia quepudiera causar a personas que posean ms buenas intenciones queamplias perspectivas, ya que tena la conviccin de que mi escrito noera para desagradar a la Santa Sede, a cuyo juicio me propongo some-ter toda cosa ma, puesto que su pensamiento siempre lo he considera-do noble, digno y sumamente conforme con la verdad y la justicia, y susdecisiones dogmticas, infalibles. Ahora bien, yo no he calificado deabuso sino lo que los Sumos Pontfices han reconocido como tal y encuanto tal lo corrigieron: abuso, empero, que fue exagerado por losherejes y maliciosos, por lo cual yo mismo en parte he justificado aque-llas reservas (ver n. 71). Recordaba, entre otras cosas, aquella insigneCongregacin de cardenales, obispos y religiosos a la cual Pablo IIIen 1538, encarg bajo juramento el deber de investigar y manifestarlibremente a Su Santidad todos los abusos y desviaciones del rectocamino introducidos en la misma corte romana. No podan darse per-sonas ms respetables que aqullas que la componan, ya que forma-ban parte de ella cuatro de los ms insignes cardenales, a saber:Contarini, Caraffa, Sadoleto y Polo. Tres de los ms doctos obispos:Federico Fregoso de Salerno, Girolamo Alessandro de Brindisi,Giovammateo Giberti de Verona. Junto a ellos, Cortesi, abad de S.Giorgio de Venecia, y Badia, maestro del sagrado Palacio, ambos mstarde cardenales. Pues bien, estos hombres excelsos en doctrina, pru-dencia e integridad, cuyos nombres valen ms que cualquier elogio,cumplieron fielmente el encargo recibido del Pontfice, y no dejaron desealar al Santo Padre, entre los mximos abusos, el de las graciasexpectativas y el de las reservas, y todo lo que haba de defectuoso enla colacin de beneficios. No dejaron tampoco de descubrir y sealarcon visin penetrante, la raz profunda de tales abusos: indicaron laque suele consistir en desviarse del recto camino en el uso de supoder, tanto el Estado como los ministros de la Iglesia, la cual tam-bin yo he llegado a sealar como tal, es decir, la adulacin refinadade los hombres de leyes. Las palabras que usaron sobre esta cues-tin aquellos Consultores llenos de sabidura, en la relacin quesometieron al Pontfice, no pueden ser, sin duda, ms francas y efica-ces. Ya que dicen as: Tu Santidad, amaestrada por el Espritu divi-no que, como dice Agustn, habla a los corazones sin estrpito alguno

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  • de palabras, conoce muy bien cul fue el principio de estos males, asaber, cmo algunos Pontfices predecesores tuyos se circundaron demaestros de acuerdo con sus deseos, con el prurito de escuchar,como dice el Apstol, y no precisamente para aprender lo quedeban hacer, sino para hallar razones en el estudio y en la astuciade aqullos a fin de justificar lo que les agradaba. De lo cual se sigui(sin considerar que la adulacin sigue detrs de todo principadocomo la sombra al cuerpo, y que siempre fue difcil sobremaneraescuchar la verdad junto a los odos de los Prncipes) que inmediata-mente mataron a los doctores que enseasen que el Papa era elseor de todos los beneficios, y por ello (pudiendo el propietario ven-der sin injusticia lo que es suyo) se concluyera que en el Pontfice nohay caso de simona: por esta razn, adems, cualquier voluntad delPontfice era regla segn la cual l poda dirigir sus operaciones yacciones. Por lo tanto, lo que era codicia, se converta en lcito en vir-tud de tal ley. De manera que de esta fuente, Santo Padre, como decaballo troyano desembocaron en la Iglesia de Dios muchos abusos ygravsimas enfermedades que ahora vemos oprimirla como un desafo. Yas la fama de tales vergenzas (crea Tu Santidad a quien lo sabe) lleghasta los infieles: por esta razn precisamente se mofan de la religincristiana, de modo que a causa de nosotros el nombre de Cristo es blas-femado entre las naciones.

    Despus de tales consideraciones, aquiet en m toda duda, y connimo seguro y mano libre empec a escribir este pequeo tratado, queruego a Dios que lo dirija para su gloria y provecho de su Iglesia.

    Correzzola, 18 de noviembre de 1832.

    [Texto tomado de una introduccin del mismo Rosmini a sulibro Las cinco llagas de la santa Iglesia, publicada no entodas las ediciones, pero s en la edicin de Pennsula,Barcelona 1968, pp. 37-41. Este libro fue puesto en el ndicede libros prohibidos en 1849 por Po IX. Varias proposicionesde Rosmini fueron declaradas reprobadas y proscritas por undecreto de Leon XIII. Pero Juan Pablo II inici en 1998 su reha-bilitacin y Benedicto XVI lo beatific en 2007]

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