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c. 6 / LA BASE Y LA META DE LA SANTIFICACIÓN 103 IV. LA JUSTICIA DE DIOS REVELADA EN LA SANTIFICACIÓN DEL PECADOR, cc. 6-8. Empezando el capítulo seis hay un tema nuevo en nuestro estudio que continúa hasta el fin del capítulo ocho. Es el tema que en términos teológicos se define como “la santificación”. La palabra “santificación” quiere decir “separación”, y generalmente se refiere a la separación de personas y cosas para Dios. El Nuevo Testamento nos enseña tres aspectos en lo referente a la santificación del creyente. Estos son: Desde el mismo momento que una persona cree en el Señor Jesucristo y Su obra salvadora, esa persona es “separada” para Dios como propiedad Suya. Habiendo sido redimida de su esclavitud a Satanás, el pecado y la muerte, es completamente purificada y justificada por la sangre de Cristo (He. 10:10, 14): “Por esa voluntad hemos sido santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo ofrecida una vez para siempre… Porque por una ofrenda Él ha hecho perfectos para siempre a los que son santificados.” Delante de Dios no es meramente un pecador lavado, sino un santo —palabra de la misma raíz que “santificación” que quiere decir “persona santificada, apartada para Dios”—, tan perfecto, santo y justo como lo es Jesús. La santificación posicional es una obra de Dios aparte de cualquier esfuerzo o acto de justicia del creyente. “La santificación posicional es tan completa para el más débil como para el más fuerte de los santos. Depende solamente de su unión y posición en Cristo” (Grandes Temas Bíblicos). 1 — LA SANTIFICACIÓN POSICIONAL Se llama “experimental” porque tiene que ver con la santificación como algo que el creyente experimenta en su vida diaria, y “progresiva” porque es un proceso, una obra del Espíritu Santo a lo largo de la vida del creyente conformándolo “a la imagen” de Cristo (Ro. 8:29): “Porque a los que de antemano conoció, también los predestinó a ser hechos conforme a la imagen de su Hijo, para que Él sea el primogénito entre muchos hermanos;” En su posición delante de Dios el creyente es completamente santificado, separado de todo mal, purificado y sin mancha desde el momento que cree, pero en su vida práctica sigue siendo un pecador, lejos de la perfección. La voluntad de Dios es que seamos santos en la práctica como Él lo es (1 P. 1:14-16, NVI): “Como hijos obedientes, no se amolden a los malos deseos que tenían antes, cuando vivían en la ignorancia. Más bien, sean ustedes santos en todo lo que hagan, como también es santo quien los llamó; pues está escrito: ‘Sean santos, porque yo soy santo.’ ” Por eso, el Padre nos ha dado el Espíritu Santo para ayudarnos y darnos la victoria sobre el pecado. Mientras que la santificación posicional está completamente desligada de los esfuerzos y logros del creyente en su diario andar, la experimental depende de la cooperación del creyente con el Espíritu. 2 — LA SANTIFICACIÓN EXPERIMENTAL Y PROGRESIVA Ninguna persona ha logrado ni podría lograr la santificación definitiva este lado del Cielo. Tanto en nuestra posición como en la experiencia estaremos con nuestro Señor en la gloria. A pesar de las fallas de cada uno aquí en la tierra, ninguno tendrá “mancha ni arruga ni cosa semejante” (Ef. 5:27). Todos ya seremos “hechos conformes a la imagen de su Hijo” (Ro. 8:29), “semejantes a Él” (1 Jn. 3:2). Tan puros y santos en la experiencia como lo es el Señor Jesús. 3 — LA SANTIFICACIÓN DEFINITIVA

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c. 6 / LA BASE Y LA META DE LA SANTIFICACIÓN 103

IV. LA JUSTICIA DE DIOS REVELADA EN LA SANTIFICACIÓN DEL PECADOR, cc. 6-8.

Empezando el capítulo seis hay un tema nuevo en nuestro estudio que continúa hasta el fin del

capítulo ocho. Es el tema que en términos teológicos se define como “la santificación”. La palabra

“santificación” quiere decir “separación”, y generalmente se refiere a la separación de personas y cosas

para Dios. El Nuevo Testamento nos enseña tres aspectos en lo referente a la santificación del creyente.

Estos son:

Desde el mismo momento que una persona cree en el Señor Jesucristo y Su obra salvadora, esa persona es

“separada” para Dios como propiedad Suya. Habiendo sido redimida de su esclavitud a Satanás, el pecado y la

muerte, es completamente purificada y justificada por la sangre de Cristo (He. 10:10, 14):

“Por esa voluntad hemos sido santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo ofrecida una

vez para siempre… Porque por una ofrenda Él ha hecho perfectos para siempre a los que son

santificados.”

Delante de Dios no es meramente un pecador lavado, sino un santo —palabra de la misma raíz que “santificación”

que quiere decir “persona santificada, apartada para Dios”—, tan perfecto, santo y justo como lo es Jesús. La

santificación posicional es una obra de Dios aparte de cualquier esfuerzo o acto de justicia del creyente. “La

santificación posicional es tan completa para el más débil como para el más fuerte de los santos. Depende

solamente de su unión y posición en Cristo” (Grandes Temas Bíblicos).

1 — LA SANTIFICACIÓN POSICIONAL

Se llama “experimental” porque tiene que ver con la santificación como algo que el creyente experimenta en su

vida diaria, y “progresiva” porque es un proceso, una obra del Espíritu Santo a lo largo de la vida del creyente

conformándolo “a la imagen” de Cristo (Ro. 8:29):

“Porque a los que de antemano conoció, también los predestinó a ser hechos conforme a la imagen

de su Hijo, para que Él sea el primogénito entre muchos hermanos;”

En su posición delante de Dios el creyente es completamente santificado, separado de todo mal, purificado y

sin mancha desde el momento que cree, pero en su vida práctica sigue siendo un pecador, lejos de la

perfección. La voluntad de Dios es que seamos santos en la práctica como Él lo es (1 P. 1:14-16, NVI):

“Como hijos obedientes, no se amolden a los malos deseos que tenían antes, cuando vivían en la

ignorancia.

Más bien, sean ustedes santos en todo lo que hagan, como también es santo quien los

llamó;

pues está escrito: ‘Sean santos, porque yo soy santo.’ ”

Por eso, el Padre nos ha dado el Espíritu Santo para ayudarnos y darnos la victoria sobre el pecado.

Mientras que la santificación posicional está completamente desligada de los esfuerzos y logros del creyente en

su diario andar, la experimental depende de la cooperación del creyente con el Espíritu.

2 — LA SANTIFICACIÓN EXPERIMENTAL Y PROGRESIVA

Ninguna persona ha logrado ni podría lograr la santificación definitiva este lado del Cielo. Tanto en nuestra

posición como en la experiencia estaremos con nuestro Señor en la gloria. A pesar de las fallas de cada uno

aquí en la tierra, ninguno tendrá “mancha ni arruga ni cosa semejante” (Ef. 5:27). Todos ya seremos “hechos

conformes a la imagen de su Hijo” (Ro. 8:29), “semejantes a Él” (1 Jn. 3:2). Tan puros y santos en la experiencia

como lo es el Señor Jesús.

3 — LA SANTIFICACIÓN DEFINITIVA

104 LA CARTA DE PABLO A LOS CREYENTES EN ROMA

c. 6 / LA BASE Y LA META DE LA SANTIFICACIÓN 105

Todo lo que hemos estudiado sobre nuestra posición ante Dios, nuestra justificación y aceptación

incondicional por Él, es realmente maravilloso, pero, ¿cómo se relaciona todo esto con nuestra vida

cotidiana aquí en la tierra? ¿Cómo puedo tener victoria sobre el pecado y vivir de acuerdo a mi posición

como persona justificada? En los capítulos seis al ocho Pablo nos aclara este asunto tan importante

enseñándonos sobre la santificación experimental y progresiva.

A. NUESTRA IDENTIFICACIÓN CON CRISTO POR LA FE ES LA BASE Y LA META DE

LA SANTIFICACIÓN, c. 6

1. La base de la santificación, vv. 1-4

a. “¿Continuaremos en pecado para que la gracia abunde?” v. 1

v. 1 ¿Por qué hizo Pablo esta pregunta? Porque dijo en 5:20 que la Ley de Dios fue dada para poner

de manifiesto la rebelión y la pecaminosidad atroz de todas las personas. Hubo algo más que Pablo dijo

en ese versículo; ¿recuerdan lo que fue? Sí, dijo que “donde el pecado abundó, sobreabundó la gracia”.

La gracia de Dios, Su favor en salvar a los pecadores que merecen la muerte eterna, no tiene límites. El

pecador más malvado que cree encontrará que la gracia de Dios es muchísimo más grande que todo su

pecado. Aun un asesino que cree es considerado por Dios tan justo como lo es Jesús. Pablo sabía que

muchas personas no podrían aceptar esto, y fue por esta razón que hizo la pregunta para poder contestarla

luego (DHH):

“¿Vamos a seguir pecando para que Dios se muestre aún más bondadoso?”

Tanto incrédulos como creyentes que evalúan la gracia con el razonamiento natural hacen esta

pregunta porque les parece inconsistente con el carácter santo de Dios el hecho de que Él justifique y

bendiga a personas que no han hecho nada para merecerlo. Por eso, niegan la doctrina de la justificación

de pecadores, insistiendo que el pecador tiene que hacer algo bueno para que Dios le acepte; y para

probarlo citan a He. 12:14:

“Busquen (Sigan) la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor.”

Pero no reconocen que todos los creyentes son santos por obra divina.

Acusan al que enseña semejante “herejía” de promover el libertinaje y de ser

culpable de la condenación eterna de muchas personas quienes no se salvarán

por la falta de santidad.

b. Todos los creyentes han muerto al pecado, v. 2

v. 2 ¿Promovía Pablo el libertinaje y el pecado? ¿Estaba sugiriendo que los hijos de Dios debían

seguir pecando para que la gracia de Dios, que ha perdonado todo nuestro pecado, fuera manifestada con

más y más abundancia? “¡De ningún modo!” dice enfáticamente; y hace otra pregunta: “Nosotros, que

hemos muerto al pecado, ¿cómo podemos seguir viviendo en él?” (NVI).

Si vamos a poder comprender bien la enseñanza de los capítulos seis al ocho tenemos que reconocer

que la expresión “el pecado” no se refiere a un acto de pecado en particular, sino a la fuente de los

pecados, esto es, a la naturaleza pecaminosa. “Vivir en el pecado” es vivir bajo el control de la naturaleza

pecaminosa.

¿Cómo pudimos “morir” a la naturaleza pecaminosa si todavía estamos vivos? En la última sección

del capítulo cinco Pablo enseñó que hay dos hombres que son representantes de toda la raza humana.

Adán fue el primer representante. Nacimos en este mundo como hijos de Adán, absolutamente

identificados con él. Pecamos y caímos junto con nuestro padre Adán, llegando a ser identificados con su

maldad, y no sólo esto, sino que compartimos el castigo por su pecado, la muerte. Nacimos pecadores

La justificación por fe no

nos da licencia para pecar.

106 LA CARTA DE PABLO A LOS CREYENTES EN ROMA

destinados al infierno. Pero cuando creímos en la obra de Jesucristo a favor nuestro, todo cambió.

Llegamos a ser identificados con Cristo. Desde entonces hemos estado EN CRISTO. En la misma

manera que estuvimos EN ADÁN cuando pecó, llegando a ser identificados juntamente con él en su

pecado y maldad, así hemos llegado a estar EN CRISTO, de modo que morimos cuando Él murió y ahora

compartimos juntamente con Él Su justicia. Nuestra identificación con Adán terminó. Nuestro nuevo

representante es el Señor Jesucristo. Cuando Él murió, nosotros morimos.

La muerte es la última separación—no se olvide que el significado de la santificación es

“separación”. Cuando una persona muere todo lo que lo ligaba con esta vida es cortado para siempre.

Ya no puede acariciar a su esposa, alzar a sus hijos, reírse con sus amigos, o trabajar en su oficina o taller

como antes. No le volveremos a ver en esta vida. La muerte es el final. El Señor Jesucristo murió a la

naturaleza pecaminosa por nosotros hace dos mil años. Todos los creyentes estuvieron EN ÉL cuando

murió. Por medio de Su muerte nos “santificó” o nos “separó” del poder de la naturaleza pecaminosa.

Esta ya no tiene derecho para seguir dominándonos y, por consiguiente, no hay razón para seguir viviendo

sometidos a sus dictámenes. Esta identificación con el Señor Jesucristo por la fe en Su muerte,

sepultura y resurrección es la base de nuestra santificación, porque por medio de ella el poder que

la naturaleza pecaminosa tenía sobre nosotros ha sido roto.

También es la meta, porque el Espíritu Santo nos está

conformando en la práctica “a la imagen” de Cristo para que

haya una identificación completa con Él. Es por eso que Pablo

dice: “Nosotros ya hemos muerto al pecado [la naturaleza

pecaminosa]; ¿cómo, pues, podremos seguir viviendo en pecado?”

(DHH).

c. Todos los creyentes han sido bautizados en Jesucristo, vv. 3-4

Oír a Pablo decir que ya hemos muerto es una revelación para muchos creyentes (v. 3, DHH):

“¿No saben ustedes que, al quedar unidos a Cristo Jesús por el bautismo, quedamos unidos a

su muerte?”

Generalmente cuando hablamos del bautismo estamos pensando en el que se efectúa en agua, pero,

¿es por medio del bautismo en agua que llegamos a estar unidos a Cristo? Si no, entonces ¿cuál bautismo

nos une a Él?

En el mismo instante que creímos en el Señor Jesús como nuestro Salvador, fuimos “bautizados” en

Él por la obra del Espíritu Santo (1 Co. 12:12-13):

“Porque así como el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, pero, todos los miembros del

cuerpo, aunque son muchos, constituyen un solo cuerpo, así también es Cristo. Pues por un

mismo Espíritu todos fuimos bautizados en un solo cuerpo, ya Judíos o Griegos, ya esclavos o

libres. A todos se nos dio a beber del mismo Espíritu.”

Esto quiere decir que el Espíritu Santo nos hizo uno con Cristo, de modo que ya no estamos EN

ADÁN, sino EN CRISTO. Nos “separó” de nuestra relación EN ADÁN y nos “apartó” como propiedad

de Cristo. El Espíritu Santo nos unió a Él para que así como compartíamos todo con Adán, ahora

compartamos todo con el Señor Jesucristo. Por lo tanto, el bautismo que nos sumergió en Cristo,

uniéndonos a Él, fue un bautismo espiritual, efectuado por el Espíritu Santo en el mismo momento que

creímos.

Cuando estuvimos EN ADÁN, compartimos su

muerte espiritual —su separación de Dios—, tanto

como su esclavitud al pecado y la muerte física.

Todos los creyentes hemos muerto con

Cristo al “pecado” —nuestra naturaleza

pecaminosa,— por eso no hay razón

para seguir sometiéndonos a ella.

El “bautismo” a que se refiere no es al realizado en agua,

sino al Espíritu. Él nos ha “sumergido” EN CRISTO, de

manera que compartamos la muerte de Cristo que nos

separó del reino de la naturaleza pecaminosa y la muerte.

c. 6 / LA BASE Y LA META DE LA SANTIFICACIÓN 107

Ahora que estamos EN CRISTO es Su muerte la que compartimos, de modo que ya hemos muerto a la

relación anterior con Adán para nunca jamás volver a ella. La muerte de Cristo nos ha “separado”

permanentemente del reino del pecado —la naturaleza pecaminosa— y la muerte.

v. 4 No compartimos solamente la muerte de nuestro Señor, sino también Su sepultura y

resurrección. Morimos con Cristo, fuimos sepultados con Cristo y fuimos resucitados por Dios con

Cristo. Esto es semejante a lo que pasó con Noé y su familia. Cuando estuvieron dentro del arca, ellos

fueron dondequiera se fuera ésta. Si el arca se hubiera hundido, ellos se hubieran hundido también. Sin

embargo, el arca no se hundió. El juicio de Dios cayó sobre el mundo, pero Noé y su familia pasaron

seguros y salvos en medio del juicio porque estaban “apartados” dentro del arca (1 P. 3:20-21):

“…en los días de Noé durante la construcción del arca, en la cual unos pocos, es decir, ocho

personas, fueron salvadas por medio del agua. Y correspondiendo a esto, el bautismo ahora

los salva a ustedes, no quitando la suciedad de la carne, sino como una petición a Dios de una

buena conciencia, mediante la resurrección de Jesucristo,”

El arca fue un tipo del Señor Jesucristo, las aguas del diluvio un tipo del juicio de Dios que cayó

sobre el Señor en la cruz del Calvario. En Lc. 12:50 Jesús habló de Su muerte como “un bautismo”:

“Pero de un bautismo tengo que ser bautizado, y ¡cómo me angustio hasta que se cumpla!”

Es por medio de este bautismo de Jesús, tipificado en el arca de Noé pasando por las aguas del juicio

del diluvio, que nosotros somos salvos.

Por ser el Señor Jesús nuestro representante, nosotros estamos

escondidos —apartados— EN ÉL de la misma manera que Noé y su familia lo

estaban en el arca. Toda la gente que estaba fuera del arca pereció, mientras

que las aguas del diluvio nunca tocaron a Noé y su familia. El arca, sin

embargo, tipo de Cristo, pasó por el juicio de Dios. El Señor Jesucristo sufrió

el juicio de Dios por nosotros en la cruz. De igual manera como Noé y su

familia estuvieron seguros en el arca a pesar del juicio por el cual pasaba,

nosotros estuvimos EN CRISTO cuando Él fue juzgado por el pecado y

compartimos Su muerte, sepultura y resurrección aunque no sufrimos el juicio

en nosotros mismos.

Esto fue lo que mostramos a

todos cuando fuimos bautizados en

agua. Por medio de nuestro bautismo

estuvimos dando testimonio de que ya

habíamos sido unidos a Cristo por el

Espíritu Santo y que compartimos

todo con Él. Jesús murió, fue

sepultado y resucitó como nuestro

representante. El agua en el cual

fuimos sumergidos fue una ilustración

del sepulcro de Jesús. Al salir del

agua mostramos que compartimos la

resurrección del Señor y que ahora

somos copartícipes de Su vida.

Hay que tener bastante cuidado en establecer el tiempo de nuestra identificación con Cristo en Su

muerte, sepultura y resurrección porque muchos se han confundido pensando que es en el agua del

bautismo que nos identificamos con Cristo. El bautismo en agua es un testimonio delante de los hombres,

Como las aguas del diluvio

no pudieron tocar a la

familia de Noé, así tampoco

el juicio de Dios por

nuestro pecado nos

puede tocar, porque

estamos seguros EN

CRISTO.

108 LA CARTA DE PABLO A LOS CREYENTES EN ROMA

una ilustración de lo que nos pasó cuando creímos. Por medio de él estamos diciendo a todos que nos

hemos identificado con Cristo en Su muerte, sepultura y resurrección; que nuestra vida vieja ha terminado

y ahora tenemos una vida nueva. Podríamos decir que delante de Dios fuimos identificados con la muerte,

sepultura y resurrección de Cristo en el mismo momento que creímos, pero delante de los hombres en el

bautismo en agua (v. 4, NVI):

“Por tanto, fuimos sepultados con él mediante el bautismo en la muerte, a fin de que, así

como Cristo fue resucitado de entre los muertos mediante la gloria del Padre, también

nosotros llevemos una vida nueva.”

Hemos sido “separados” de nuestra vida anterior EN ADÁN por medio de nuestra identificación

CON CRISTO en Su muerte, sepultura y resurrección. Por medio de esta identificación hemos sido

“apartados” a gozar de una nueva vida, la cual es la misma vida de resurrección que actualmente tiene

Jesús. Es nuestro deber como “personas resucitadas” vivir de acuerdo a esta nueva vida y no someternos a

la naturaleza pecaminosa. Además, ya tenemos una naturaleza nueva, la divina que compartimos con el

Señor (2 P. 1:4):

“…Él nos ha concedido Sus preciosas y maravillosas promesas, a fin de que ustedes lleguen a

ser partícipes de la naturaleza divina, habiendo escapado de la corrupción que hay en el

mundo por causa de los malos deseos.”

Es Dios quien está obrando en nosotros dándonos

el deseo de hacer Su voluntad y el poder de llevarla a

cabo (Fil. 2:13):

“Porque Dios es quien obra en ustedes tanto el

querer como el hacer, para Su buena intención.”

2. Actitudes indispensables para la santificación, vv. 5-23

Nuestra santificación empieza con la regeneración, la introducción de vida espiritual en nosotros que

hemos creído. Desde ese punto en adelante la santificación consiste en la obra continua y progresiva de

Dios de “separarnos” del pecado —tanto de los actos de pecado como de la naturaleza pecaminosa— y

“apartarnos” para Sí mismo. De esta manera Dios está transformando toda nuestra vida y experiencia para

que sea de santidad y pureza. Este proceso de santificación nunca terminará hasta que estemos con el

Señor en la gloria, “hechos conformes a la imagen de su Hijo” (Ro. 8:29).

Nuestra identificación con el Señor Jesucristo por la fe en Su muerte, sepultura y resurrección

es a la vez la base y la meta de la santificación. Para que esta identificación sea una realidad

experimentada en nuestra vida cotidiana requiere tres actitudes de mente y de hecho por parte nuestra.

Estas son: 1. Saber; 2. Considerar; y 3. Presentar.

a. Saber, vv. 5-10

v. 5, NVI: “En efecto, si hemos estado unidos con él en su muerte, sin duda también

estaremos unidos con él en su resurrección.”

La palabra “si” no expresa una duda, sino más bien una ley o principio. La persona que ha sido

unida a Cristo en Su muerte necesariamente lo será también en Su resurrección. Cuando el Señor Jesús

murió y fue sepultado no dejó en el sepulcro a ninguna de las personas que estaban EN ÉL. ¡Todas

resucitaron con Él!

La palabra griega “sumphutos” traducida “unidos” (NVI, LBLA), o “plantados juntamente”

(RV60), quiere decir literalmente “crecer juntos”, y habla de la unión viva de dos individuos que crecen

Delante de Dios nos identificamos con Cristo en Su

muerte, sepultura y resurrección en el momento de

creer, pero delante de las personas por medio del

bautismo en agua. Ya tenemos la responsabilidad de

andar de acuerdo a nuestra nueva vida con Cristo.

c. 6 / LA BASE Y LA META DE LA SANTIFICACIÓN 109

juntos, por ejemplo en el caso de gemelos siameses quienes comparten la misma sangre y vida. Por medio

de la fe hemos sido estrechamente unidos a Cristo. Es una unión indivisible porque estamos

inseparablemente unidos con Él en todo desde Su muerte, sepultura y resurrección hasta Su gloria eterna

sin fin.

La misma palabra también ha sido traducida “injertados” (LBLA

margen). Antes de creer en el Señor Jesús estuvimos “injertados” EN

ADÁN y compartíamos su vida, su pecado y su muerte, pero ahora, por

la gracia de Dios, hemos sido “injertados” EN CRISTO y

compartimos Su muerte, Su sepultura, Su resurrección y Su vida. La

“savia” de vida que corre en nosotros es la “savia” de Jesucristo, quien

es “la resurrección y la vida” (Jn. 11:25-26):

“Jesús le contestó: ‘Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en Mí, aunque muera, vivirá,

y todo el que vive y cree en Mí, no morirá jamás.’ ”

v. 6 Siendo que fuimos unidos a Cristo en Su muerte y resurrección

sabemos por experiencia “que nuestro viejo hombre fue crucificado

juntamente con él”. “Nuestro viejo hombre” es lo que éramos antes de

creer en Jesús: bajo la condenación del pecado (Ef. 4:22b):

“…viejo hombre, que se corrompe según los deseos engañosos,”

(Ro. 3:9b): “…tanto Judíos como Griegos están todos bajo pecado;”

Débil e impío (Ro. 5:6):

“Porque mientras aún éramos débiles, a su tiempo Cristo murió por

los impíos.”

Pecador (Ro. 5:8):

“Pero Dios demuestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió

por nosotros.”

Y enemigo de Dios (Ro. 5:10ª):

“…cuando éramos enemigos fuimos reconciliados con Dios por la muerte de Su Hijo,”

Ese hombre era viejo en cuanto a su uso, gastado y de ninguna utilidad. Era todo lo que éramos en

Adán. Hemos experimentado un cambio en nuestras vidas, y día tras día estamos probando que el “viejo

hombre” sí fue crucificado con Cristo.

Fuimos identificados por la fe con la muerte del

Señor Jesús. Cuando Él murió, nosotros morimos

porque estuvimos unidos con Él en Su muerte.

“…nuestro viejo hombre fue crucificado con Cristo,

para que nuestro cuerpo de pecado fuera destruido”.

¿Qué es este “cuerpo del pecado”? Ya hemos visto

que el término “el pecado” en los cc. 6-8 se refiere, no

a los actos de pecado, sino a la fuente del pecado en el

hombre, su naturaleza pecaminosa.

Cuando Adán fue creado era señor de la creación;

no solamente de la creación animal y vegetal, sino que

también tenía el control de sí mismo. Pero cuando

Adán atendió a las sugerencias de Satanás y pecó,

Nosotros los que hemos creído,

hemos sido unidos permanente e

indivisiblemente a Cristo, de manera

que compartimos con Él, no sólo Su

muerte, sino también Su sepultura,

resurrección y vida eterna.

110 LA CARTA DE PABLO A LOS CREYENTES EN ROMA

comiendo del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal, él

se dejó controlar por sus propias pasiones. Él llegó a tener una

naturaleza pecaminosa, la cual usaba el mismo cuerpo de Adán como

el instrumento o medio para llevar a cabo sus designios malignos.

Como consecuencia de lo que hizo Adán toda su descendencia ha

sido controlada de igual modo. Todos, sin excepción, hemos sido

controlados por los impulsos y pasiones de nuestros cuerpos.

El cuerpo humano no es pecaminoso en sí, sino que es

controlado por la naturaleza pecaminosa que carece de un cuerpo

propio. El hombre natural, no regenerado, está bajo el control

tiránico de su propia naturaleza pecaminosa que usa su cuerpo comoquiera. Él hace lo que le dicta esa

naturaleza pecaminosa. El “cuerpo del pecado” entonces, es el cuerpo físico humano que es

controlado por la naturaleza pecaminosa.

Cuando creímos en el Señor Jesucristo “nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él,

para que el cuerpo del pecado sea destruido”. ¿Cómo es posible que nuestros cuerpos sean destruidos a

través de nuestra crucifixión con Cristo? La palabra griega traducida como “destruido” es “katargeo”

que también quiere decir “desactivar”, “hacer inoperante”, “inútil”, o “inválido”. Entonces, no estamos

hablando de la destrucción del cuerpo físico, sino de desactivarlo o hacerlo inoperante. Pero, ¿por

qué tiene que ser desactivado y hecho inoperante? Como ya hemos visto, desde que Adán pecó la

naturaleza pecaminosa que todos hemos heredado de él usa el cuerpo para esclavizarnos a nuestros

propios deseos carnales. Sin embargo, “nuestro viejo hombre [todo lo que éramos en Adán] fue

crucificado juntamente con” Cristo (RV60). Ya estamos

identificados con Cristo en vez de estarlo con Adán. El poder que la

naturaleza pecaminosa tenía sobre nuestros cuerpos como hijos de

Adán fue invalidado por la muerte de Cristo. Ya no estamos

obligados a hacer lo que nuestras pasiones nos dictan. Ni nuestro

cuerpo ni la naturaleza pecaminosa que lo controlaba tienen derecho

a esclavizarnos. Ahora Cristo es el Señor de nuestras vidas. Hemos

sido “apartados” para Su servicio exclusivo. Él ha puesto en

nosotros Su Espíritu Santo para darnos la victoria sobre nuestra

naturaleza pecaminosa que aún poseemos. Por medio de Él podemos

decir “¡NO!” a ella.

Podemos resumir el v. 6 con una paráfrasis del mismo:

v. 7, DGB: “Porque el que murió ha sido declarado justo en cuanto a la naturaleza

pecaminosa.”

“…sabiendo esto por experiencia, que nuestro antiguo ‘yo’, —todo lo que éramos

en Adán— fue crucificado con Cristo, para que el cuerpo del pecado, —el cuerpo

que pertenecía a la naturaleza pecaminosa, el cuerpo físico con sus deseos— sea

destruido, o mejor dicho, sea hecho inválido en cuanto a su dominio sobre nosotros

para que no sigamos sirviendo a la naturaleza pecaminosa —obedeciendo los deseos

del cuerpo— como si fuéramos esclavos de ella.”

c. 6 / LA BASE Y LA META DE LA SANTIFICACIÓN 111

Nuestra muerte con Cristo no nos ha libertado únicamente del poder de la naturaleza pecaminosa,

sino también de la culpa. Dios no nos juzga por tener todavía una naturaleza pecaminosa, porque esa

naturaleza fue juzgada en el Señor Jesucristo cuando Él murió.

El ser “declarado justo en cuanto a la naturaleza pecaminosa” es la clave de los cc. 6-8. El

sentirnos condenados delante de Dios por ser pecadores y por tener una naturaleza pecaminosa es lo que

no nos deja gozar de la vida gloriosa que Pablo disfrutaba. Pablo no muestra sentimiento de pena alguno

delante de Dios, ¡sino que avanza en bendito triunfo! ¿Por qué? Porque sabía que había sido justificado

tanto de toda culpa como de su naturaleza pecaminosa por la sangre de Cristo y, por lo tanto, —aunque

andaba en un cuerpo aún no redimido— era completamente celestial en cuanto a su posición, en su vida y

en su relación con Dios. Sabía que estaba tan verdaderamente justificado de la naturaleza pecaminosa

como de los actos de pecado. La conciencia de la presencia de la naturaleza pecaminosa en él, sólo le

recordaba que estaba EN CRISTO, que había muerto juntamente con Él, y por consiguiente, su relación

con su anterior naturaleza había cesado completamente. La presencia de esta naturaleza en su cuerpo no

le producía ningún sentimiento de condenación, sólo intensificaba su anhelo por la redención del cuerpo.

Dios le había declarado justo en cuanto a su naturaleza pecaminosa, y por eso no tenía temor alguno

delante de Él. Sabía que estaba libre de toda condenación aunque todavía tenía la naturaleza pecaminosa.

Dios le consideraba y le trataba como si no la tuviera. “¡Porque el

que murió ha sido declarado justo en cuanto a la naturaleza

pecaminosa!” ¡Gloriosa verdad! ¡Quiera Dios que tengamos fe

para hacerla nuestra como lo hizo Pablo! (Este párrafo fue adaptado

del comentario de W.R. Newell.)

Pablo vuelve a enfatizar lo que enseñó en los vv. 5-7 en el v. 8,

DGB:

“Siendo que morimos con Cristo [siendo que esta es una

verdad que sabemos], seguimos creyendo que viviremos con

Él”.

¿Cuándo empezamos a compartir la vida de resurrección de Cristo?

Fuimos identificados con Él en Su muerte, sepultura y resurrección

cuando creímos. Desde aquel momento de la fe Su vida ha llegado a ser

la nuestra (Gá. 2:20, NVI):

“He sido crucificado con Cristo, y ya no vivo yo sino que

Cristo vive en mí. Lo que ahora vivo en el cuerpo, lo vivo por

la fe en el Hijo de Dios, quien me amó y dio su vida por mí.”

Podemos comparar esta vida nueva con una rosa: mientras estamos aquí en la tierra somos como la

rosa cuando todavía está en botón, pero cuando estemos con Cristo en el Cielo estará abierta en toda su

gloria, y esto por toda la eternidad. La vida de resurrección de Cristo que vivimos aquí en la tierra es cada

vez más gloriosa, pero cuando estemos en la presencia de nuestro Salvador esa gloria será sin límites.

v. 9 Otra cosa que sabemos es que el Señor Jesucristo no puede volver a morir. Él experimentó la

muerte física y fue rescatado por Dios de sus garras y su dominio por medio de la resurrección (Hch. 2:24,

NVI):

“Sin embargo, Dios lo resucitó, librándolo de las angustias de la muerte, porque era

imposible que la muerte lo mantuviera bajo su dominio.”

(Jn. 10:17-18): “Por eso el Padre Me ama, porque Yo doy Mi vida para tomarla de nuevo.

Nadie Me la quita, sino que Yo la doy de Mi propia voluntad. Tengo autoridad para darla, y

tengo autoridad para tomarla de nuevo. Este mandamiento recibí de Mi Padre.”

Dios no nos juzga por tener una

naturaleza pecaminosa. A pesar de

tenerla todavía, estamos completamente

libres de toda condenación.

112 LA CARTA DE PABLO A LOS CREYENTES EN ROMA

Él conquistó la muerte, y nunca jamás será sujeto a ella (2 Ti. 1:10b):

“…nuestro Salvador Cristo Jesús, quien puso fin a la muerte y sacó a la luz la vida y la

inmortalidad por medio del evangelio,”

(He. 2:14-15, DHH): “Así como los hijos de una familia son de la misma carne y sangre, así

también Jesús fue de carne y sangre humanas, para derrotar con su muerte al que tenía poder

para matar, es decir, al diablo. De esta manera ha dado libertad a todos los que por miedo a

la muerte viven como esclavos durante toda la vida.”

La vida que compartimos juntamente con Él nunca acabará, y no está

sujeta a la muerte (Jn. 11:25-26, DHH):

“Jesús le dijo entonces: —Yo soy la resurrección y la vida. Él que cree

en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que todavía está vivo y cree en mí,

no morirá jamás. ¿Crees esto?”

v. 10 El Señor Jesús murió al pecado —la naturaleza pecaminosa— de una vez para siempre.

Como vimos en el v. 7 el Señor Jesús, a pesar de no tener una naturaleza pecaminosa, murió vicariamente

a ella por nosotros. Nuestra naturaleza pecaminosa fue juzgada y condenada en Cristo cuando Él murió.

Fue así que nos libró de su poder.

Cuando una persona muere, su naturaleza pecaminosa muere con ella. Nunca jamás podrá ser

dominada por ella. El Señor murió en nuestro lugar, y nosotros, por la fe fuimos identificados con esa

muerte. Su muerte llegó a ser la nuestra. Morimos con Él a nuestra naturaleza pecaminosa que

heredamos de Adán. Aunque tenemos todavía la naturaleza pecaminosa, ésta no tiene ningún derecho

sobre nosotros porque hemos muerto juntamente con Cristo. No estamos bajo obligación alguna de

obedecerla.

En conclusión: el Señor Jesús llegó a ser nuestro representante, y por medio de

Su muerte Él hizo todo lo necesario para “separarnos” y rescatarnos del castigo y del

poder del pecado —sea de los actos de pecado o sea de la naturaleza pecaminosa que

nos incita a pecar. El Señor gritó al morir: “¡Consumado es!” Fue sepultado,

resucitó y ahora vive con Su Padre en el Cielo. Nunca jamás tomará nuestro lugar

como un pecador delante de Dios. Ya vive por nosotros en perfecta armonía y unión

con Su Padre en el Cielo. Por eso tenemos que reconocer que nuestra esclavitud

obligatoria a la naturaleza pecaminosa ha terminado para siempre. Hemos sido

resucitados juntamente con Cristo y “apartados” como Su propiedad para que

vivamos para servirle a Él y hacer Su voluntad.

b. Considerar, v. 11

Todavía estamos estudiando la santificación experimental, y cómo nuestra identificación con Cristo

por la fe es la base y la meta de la santificación. Hemos dicho que hay tres actitudes en los vv. 5-23 que

son indispensables si vamos a hacer que nuestra identificación con Cristo en Su muerte, sepultura y

resurrección sea una realidad experimentada en nuestra vida cotidiana. Ya hemos estudiado la primera:

“Saber”. Tenemos que saber lo que Cristo ha hecho por nosotros, cómo todo lo que éramos EN ADÁN

—nuestra vida vieja— fue crucificado con Jesús, cómo morimos con Cristo, siendo así libertados del

poder de la naturaleza pecaminosa, y cómo hemos resucitado con Cristo a una vida nueva, compartiendo

con Él Su vida de resurrección y una nueva naturaleza.

v. 11 La segunda actitud es: “Considerar”. Una cosa es saber intelectualmente algo, otra cosa es

considerarlo como una realidad. Hemos muerto con Cristo. Es algo que sabemos, ¿pero lo hemos

considerado o creído como una realidad? ¿Lo estamos tomando en cuenta?

Por estar EN CRISTO, la

nueva vida que Él tiene

es también nuestra, ahora

y por toda la eternidad.

Aunque nunca tuvo

una naturaleza

pecaminosa, Cristo

murió a ella por

nosotros. La juzgó

para que seamos

librados para

siempre de su

dominio y poder.

c. 6 / LA BASE Y LA META DE LA SANTIFICACIÓN 113

Algunas personas no se han dado cuenta que nuestra identificación con

Cristo en Su muerte es ya un hecho. Piensan que todavía tienen que morir. Pero

Pablo dice: “Considérense muertos” esto es, estimar, creer y aceptar que ya están

muertos. No estamos en un proceso de muerte. Ya hemos muerto. La palabra

“nekrós” usada aquí para “muertos” es la misma usada en el v. 4: “como Cristo

resucitó de entre los muertos” y en el v. 9: “habiendo resucitado de entre los

muertos”, que en ambos casos se refiere a los que están en la tumba en el estado

de muerte y no muriéndose. Nuestra muerte con Cristo está tan consumada como

lo está la del Señor mismo. Nuestra responsabilidad es aceptarla por fe como una

verdad.

Otras personas creen que Pablo les está exhortando a hacer morir la naturaleza pecaminosa. Sin

embargo, esto sería ignorar lo que está escrito en los versículos anteriores como, por ejemplo (v. 2):

“hemos muerto al pecado”

(v. 3): “hemos sido bautizados en Su muerte”

(v. 4, RV60): “somos sepultados juntamente con él para muerte”

(v. 5): “hemos sido unidos a Cristo en la semejanza de Su muerte,”

(v. 7): “el que ha muerto”

(v. 8): “hemos muerto con Cristo”.

Los que hemos creído somos los muertos, no la naturaleza pecaminosa. Nuestra libertad del poder

de la naturaleza pecaminosa es por causa de nuestra muerte con Cristo y no por la muerte de ella.

El no considerarse muerto a la naturaleza pecaminosa ha sido la causa por la cual muchos creyentes

nunca han podido llevar vidas victoriosas. Quizás lo puedo explicar con la ilustración de un juego: Varias

personas son llevadas fuera del cuarto donde están los demás. Luego traen a una de ellas con los ojos

vendados. A ésta le hacen parar sobre una tabla que descansa sobre unos libros o bloques. Dos jóvenes

alzan la tabla lentamente unos treinta centímetros y le dicen a la persona parada sobre ella que tenga

cuidado de no pegarse en la cabeza con el cielo raso. Pensando que está más cerca del cielo raso de lo que

realmente está, se agacha, pierde el equilibrio y se cae de la tabla. Perdió el equilibrio porque consideró

que estaba donde realmente no estaba. De la misma manera, el creyente que no se considera muerto a la

naturaleza pecaminosa, y no cree que el poder que ésta tenía sobre su vida esté roto, nunca tendrá la

victoria sobre ella. Por consiguiente, tendrá una vida cristiana muy mediocre, y será impedido el

propósito del Espíritu de conformarle “a la imagen” de Cristo. Consideró que estaba donde no estaba.

Traen a otra persona con los ojos vendados y la hacen parar en la tabla. Pero esta persona conoce el

juego. Cuando alzan la tabla y le avisan que tenga cuidado de no pegarse en la cabeza con el cielo raso se

mantiene erguida y firme. Se considera donde realmente está y no se cae. Así es el creyente que

considera que el poder que la naturaleza pecaminosa tenía sobre él antes de ser salvo fue roto cuando

creyó en el Señor. Él sabe que no tiene que obedecerla, y que tiene el poder de decirle “¡No!” y por eso le

da la espalda y hace lo que es correcto (Este ejemplo fue traducido de los estudios de Wuest).

Lo que tenemos que considerar como un hecho no termina en nuestra muerte con Cristo, porque esta

es solamente la mitad de la historia. ¡Fuimos resucitados juntamente con Él para compartir Su vida!

Hay que creer que la vida del Cristo resucitado es nuestra junto con la nueva naturaleza que Dios nos ha

dado como hijos suyos. ¿Por qué no tenemos que obedecer a la naturaleza pecaminosa? Porque morimos

a ella una vez para siempre juntamente con Cristo, fuimos resucitados juntamente con Él a una vida nueva

y tenemos una naturaleza nueva y divina.

114 LA CARTA DE PABLO A LOS CREYENTES EN ROMA

Es nuestro deber estimar que estas cosas son así y actuar cómo criaturas

nuevas y no como personas sujetas al control de la naturaleza pecaminosa. Por

ejemplo, si voy a un almacén y me dan cambio de un billete de 500 cuando les

di solamente un billete de 100, fácilmente podría salir de allí gozoso de tener

400 más. Pero si me considero muerto a la naturaleza pecaminosa, le diré: “Tú

no tienes poder sobre mí, porque ya he muerto y resucitado con Cristo”. Así,

obedezco a la otra voz que me guía a ser honesto, y coopero con el Espíritu en

Su labor de conformarme “a la imagen” de Cristo.

c. La tercera actitud: Presentar, vv. 12-23

i. No dejen que la naturaleza pecaminosa reine de nuevo en sus vidas, vv. 12-14

v. 12 Si nos hemos considerado muertos con Cristo, liberados del poder de

nuestra naturaleza pecaminosa y poseedores de la naturaleza divina, no dejaremos

que la naturaleza pecaminosa reine como un rey en nuestro cuerpo mortal. Esta

naturaleza ha sido destronada y nosotros “apartados” como propiedad de Dios,

por eso es nuestro deber no dejarla ocupar el puesto que pertenece al Señor Jesús

(v. 12, DHH):

“Por lo tanto, no dejen ustedes que el pecado siga dominando en su cuerpo

mortal y que los siga obligando a obedecer los deseos del cuerpo.”

Aunque nuestra lucha parece ser con el cuerpo y sus concupiscencias o

malos deseos, en realidad el enemigo que nos quiere esclavizar es la naturaleza

pecaminosa. Ésta no es como un enemigo humano que podemos ver y de quien

nos podemos defender con facilidad. La naturaleza pecaminosa es una entidad

intangible e invisible y no puede ser vigilada fácilmente. Por ser invisible no podemos ver sus tácticas y

así defendernos de ella. Pero sí podemos vigilar los miembros de nuestros cuerpos: lo que vemos, lo que

oímos, lo que pensamos, lo que hacemos con las manos y donde nos llevan nuestros pies. Es imperativo

que tengamos control de nosotros mismos y de nuestras facultades, y que nos mantengamos “apartados”

del mal para servir a Dios.

Hay que vigilar el cuerpo y no dejar que los deseos, aun esos que en sí no son malos, nos dominen y

nos controlen, porque la naturaleza pecaminosa los utiliza para afirmar su poder y establecer de nuevo su

reino en nosotros. El apóstol Pablo siempre estaba consciente de este peligro y tomaba medidas para

evitar que su naturaleza ganara control sobre su ser, descalificándole como siervo del Señor (1 Co. 9:25-

27, DHH):

“Los que se preparan para competir en un deporte, evitan todo lo que pueda hacerles daño.

Y esto lo hacen por alcanzar como premio una corona de hojas de laurel, que en seguida se

marchita; en cambio, nosotros luchamos por recibir un premio que no se marchita. Yo, por

mi parte, no corro a ciegas ni peleo como si estuviera dando golpes al aire. Al contrario,

castigo mi cuerpo y lo obligo a obedecerme, para no quedar yo mismo descalificado después

de haber enseñado a otros.”

v. 13 La tercera actitud es: “Presentar”. Si vamos a mantener una victoria sobre la naturaleza

pecaminosa como lo hacía Pablo tenemos que obligar a los miembros de nuestro cuerpo a servirle a Dios y

no a ella. Hay que “presentar” los miembros de nuestro cuerpo a Dios, esto es, ponerlos a Su disposición,

para que Él los use. Según el tiempo del verbo en el griego, es algo que se debe hacer una vez para

siempre.

Hay que considerar

como una gran realidad

nuestra muerte con

Cristo que nos libró del

poder de la naturaleza

pecaminosa, y nuestra

resurrección a nueva vida

para servir a Dios.

c. 6 / LA BASE Y LA META DE LA SANTIFICACIÓN 115

Esto es algo que debemos hacer “como vivos de entre los muertos”, pero no como “personas que

han muerto y han vuelto a vivir” como lo expresa la DHH. Morimos con Cristo a nuestra vieja vida en

Adán, y hemos resucitado juntamente con Cristo a una vida nueva. De ninguna manera hemos de volver a

tener la misma vieja vida de antes. Nuestra muerte a la anterior fue tan completa como la de “los

muertos” (nekrós) que están en la tumba, y nuestra nueva vida es tan real y eterna como la que

actualmente goza nuestro Señor Jesús.

“Nuestro viejo hombre [todo lo que éramos en Adán] fue crucificado con Cristo” para que el poder

que el cuerpo controlado por la naturaleza pecaminosa tenía sobre nosotros fuera anulado. No tenemos

que obedecer a esa naturaleza haciendo lo que las pasiones de nuestro cuerpo nos inciten a hacer.

Podemos decirle: “¡No!” Sin embargo, hay un conflicto constante, una guerra que ruge entre nuestra

naturaleza pecaminosa y el Espíritu Santo que controla nuestra nueva naturaleza (Gá. 5:16-17, NVI):

“Así que les digo: Vivan por el Espíritu, y no seguirán los

deseos de la naturaleza pecaminosa. Porque ésta desea lo que

es contrario al Espíritu, y el Espíritu desea lo que es contrario a

ella. Los dos se oponen entre sí, de modo que ustedes no pueden

hacer lo que quieren.”

El campo de batalla es nuestro cuerpo mortal. Los miembros de

nuestros cuerpos pueden servir como “instrumentos” de guerra, o “armas”

(LBLA margen), tanto para la naturaleza pecaminosa como para Dios (del

griego “hoplon” —herramienta, instrumento, arma; se traduce “armas” en

Jn. 18:3 y 2 Co. 10:4). ¿Qué debemos hacer si queremos ganar

la victoria sobre la naturaleza pecaminosa? Lógico, no

entregarle las “armas” —los miembros de nuestro cuerpo—

para que luche con ellas. Más bien, démoselas a Dios, para que

sean usadas por el Espíritu Santo a fin de vencer a la naturaleza

pecaminosa haciendo justicia y no maldades.

v. 14 Una de las principales razones por la cual el dominio de la naturaleza pecaminosa en nuestras

vidas ha terminado, y por lo que asimismo podemos tener una victoria constante sobre su poder y

dominio, es que no estamos bajo la Ley sino bajo la gracia. (1 Co. 15:56b):

“el poder del pecado es la Ley”

Estar bajo la Ley es estar bajo el poder de la naturaleza pecaminosa, porque la Ley incita al hombre

a pecar. La Ley no ayuda a nadie a vivir rectamente, le sirve sólo para mostrarle cuán pecador es y

condenarle.

No estamos bajo este principio legal, que primero requirió obediencia y luego concedió la

bendición, sino bajo el principio de la gracia que nos da todas las bendiciones espirituales sólo por estar

EN CRISTO. Estando bajo el principio de la gracia, el principio del favor divino, sabemos que Dios nos

ama y que siempre nos acepta así como somos. No hay que luchar o hacer cosas para que nos acepte,

porque nos acepta por estar EN SU HIJO. Entre las bendiciones con las cuales Él nos ha colmado está Su

propio Espíritu Santo, la Tercera Persona de la Trinidad, el cual nos ha sido dado para ayudarnos y

capacitarnos para llevar a cabo Su voluntad, haciendo todo lo que nos ha mandado.

Es significativo que a nosotros, nuevas criaturas EN CRISTO, receptores del Espíritu Santo,

“separados” de este mundo y “apartados” para Dios, nos es anunciado que no estamos “bajo la Ley”. Es

una advertencia a no ponernos allí, donde la esclavitud y la impotencia serían el resultado. Solamente

cuando creemos que nuestra historia en Adán, con todos sus inútiles esfuerzos humanos para justificarnos

Para que la naturaleza pecaminosa no nos

domine como un tirano, nos entregamos a

Dios, y le damos el control de nuestros

miembros para que le sirvan únicamente a Él.

116 LA CARTA DE PABLO A LOS CREYENTES EN ROMA

y hacernos aceptos a Dios, terminó en la cruz,

estaremos en libertad para disfrutar nuestra

posición delante de Dios “BAJO LA GRACIA”.

ii. No dejen que la naturaleza pecaminosa les esclavice de nuevo, vv. 15-18

v. 15 En el v. 1 Pablo hizo la pregunta hipotética: “¿Qué diremos, entonces? ¿Continuaremos en

pecado para que la gracia abunde?” En los primeros once versículos mostró que hemos muerto con

Cristo y no debemos someternos a la naturaleza pecaminosa, llevando una vida de pecado. El poder de

esta naturaleza fue roto por medio de nuestra identificación con Cristo por la fe en Su muerte. Hemos sido

resucitados juntamente con Cristo y compartimos Su vida. Dios ha puesto Su naturaleza divina, que

aborrece la maldad y ama la justicia, en todos nosotros. No hay razón para seguir bajo la tiranía de la

naturaleza pecaminosa (v. 15, NVI):

“Entonces, ¿qué? ¿Vamos a pecar porque no estamos ya bajo la ley sino bajo la gracia?”

Posiblemente Pablo quería decir con esta pregunta, también hipotética: “¿Ya podemos pecar de vez

en cuando, siendo que no estamos bajo el régimen de la Ley, sino bajo el régimen de la gracia?”

Hay muchos creyentes que reconocen que debe haber ocurrido un cambio en sus vidas al ser salvos,

pero, a la vez, se disculpan por sus “fallitas” diciendo que nadie es perfecto, y no debemos esperar que lo

sean. Quieren seguir con sus pecados predilectos como si fuera un derecho que tienen. Están muy

conscientes de que la Ley les condena aun por los pecados más pequeños, pero piensan que la gracia no

les exige tanto (Stg. 2:10, DHH):

“Porque si una persona obedece toda la ley, pero falla en un solo mandato, resulta culpable

frente a todos los mandatos de la ley.”

¡Creen que la gracia es tan amplia que aun sus pecados caben bajo ella!

Es verdad que la Ley es inflexible y exigente, pero eso no quiere decir que la gracia no exige. La

gracia es más estricta de lo que la Ley podía ser. Disuade de maldad, mucho más de lo que la Ley podía.

Cuando viajo por las autopistas hay algo que siempre me causa risa. La mayoría de los choferes exceden

la velocidad máxima por 10, 20 ó 30 kilómetros a pesar de los muchos avisos que indican cuál es la

máxima permitida. Pero tan pronto aparece una patrulla todos frenan

y mantienen su velocidad dentro de los límites. La Ley es como las

señales de tránsito que indican la velocidad máxima. No tiene poder

alguno para obligar a su obediencia. Si la conciencia de la persona

no coopera con la Ley, la misma resulta inútil. Bajo la gracia es

como si tuviéramos al policía ocupando el puesto a nuestro lado en el

carro. La presencia del Espíritu Santo morando en nosotros nos

disuade de hacer lo malo. Está consciente aun del pecado más

mínimo y nos convence de él.

¿Cómo lo hace? Bajo la Ley, por ejemplo, tenemos el mandamiento (Ex. 20:14):

“No cometerás adulterio”

Pero, esto era sólo como las señales de tránsito —una advertencia externa que bien podía ser

obedecida o ignorada. Si la persona no cometía el acto del adulterio se sentía bien. Pero ahora, si yo

como creyente miro a una mujer para codiciarla, inmediatamente el Espíritu Santo me llama la atención y

me dice que estoy adulterando en mi corazón. Él no espera hasta que haya hecho el acto, sino que me

convence desde la raíz u origen del pecado, mientras todavía es un pensamiento no realizado. De esta

No estamos bajo la Ley que nos incita a pecar y luego nos

condena, sino bajo la gracia, por medio de la cual Dios nos

acepta sin condiciones y nos colma de bendiciones.

c. 6 / LA BASE Y LA META DE LA SANTIFICACIÓN 117

manera la gracia es más exigente que la Ley y mucho más efectiva. Además el Espíritu nos da el poder de

resistir la tentación y hacer lo correcto, lo que el Padre quiere que hagamos (Tit. 2:11-14):

“Porque la gracia de Dios se ha manifestado, trayendo

salvación a todos los hombres, enseñándonos, que negando la

impiedad y los deseos mundanos, vivamos en este mundo

sobria, justa y piadosamente, aguardando la esperanza

bienaventurada y la manifestación de la gloria de nuestro

gran Dios y Salvador Cristo Jesús. Él se dio por nosotros,

para REDIMIRNOS DE TODA INIQUIDAD y PURIFICAR PARA SÍ UN

PUEBLO PARA POSESIÓN SUYA, celoso de buenas obras.”

v. 16 ¿Cuál es el resultado de presentarnos o someternos a alguien para servirle? Esclavitud. El

Señor Jesús dijo (Mt. 6:24 DHH):

“Nadie puede servir a dos amos, porque odiará a uno y querrá

al otro, o será fiel a uno y despreciará al otro. No se puede

servir a Dios y a las riquezas”.

Tampoco se puede servir a Dios y a la naturaleza pecaminosa.

Cuando era joven pensaba que podía servir a Dios y de vez en cuando

hacer lo que a mí me diera la gana. “Siendo que le estoy sirviendo la mayor

parte del tiempo, lo más razonable es que Dios me permita tener mis

escapaditas al mundo”, pensaba. ¿Realmente podía servir al Señor? No,

porque me había hecho esclavo de mi naturaleza pecaminosa, y uno no

puede servir a dos amos. Llegó el día cuando el Espíritu Santo me mostró

mi condición delante del Señor como hijo desagradecido y rebelde. Me

había comprado a semejante precio y sólo podía mostrarle mi gratitud

entregándome al control de mi naturaleza pecaminosa (1 Co. 6:19-20, NVI):

“¿Acaso no saben que su cuerpo es templo del Espíritu Santo, quien está en ustedes y al que

han recibido de parte de Dios? Ustedes no son sus propios dueños; fueron comprados por un

precio. Por tanto, honren con su cuerpo a Dios.”

Ese día decidí presentarme a Él para servirle y no ser esclavo de esa naturaleza corrupta. Aunque a

menudo he obedecido a los dictados de mi naturaleza pecaminosa, perdiendo la comunión con el Señor, he

aprendido a confesar mi pecado al Señor lo más pronto posible para que me restaure a la comunión con Él

y pueda seguir sirviéndole como mi legítimo Amo (v. 16, NVI):

“¿Acaso no saben ustedes que, cuando se entreguen a alguien para obedecerlo, son esclavos

de aquel a quien obedecen? Claro que lo son, ya sea del pecado que lleva a la muerte, o de la

obediencia que lleva a la justicia.”

Un incrédulo se caracteriza por su pecaminosidad obedeciendo constantemente a la naturaleza

pecaminosa, de la cual es esclavo. El fin de tal clase de servicio es la muerte física y eterna. Al contrario,

la vida del creyente se debe destacar por su obediencia a Dios y su consecuente justicia que demuestren

que es un esclavo de Dios con destino al Cielo.

v. 17 Pensando en los distintos destinos que tienen los esclavos del Señor y los esclavos de la

naturaleza pecaminosa, Pablo da gracias a Dios que los creyentes romanos a pesar de haber sido esclavos

de su naturaleza pecaminosa, ya habían “obedecido [creído] de corazón a aquella forma de doctrina”,

esto es, las enseñanzas acerca de la obra redentora que Cristo consumó en la cruz.

La gracia no nos da licencia para seguir

pecando. Al contrario, es más

exigente que la Ley, porque tenemos

al Espíritu Santo morando en nosotros

y Él nos convence inmediatamente del

más mínimo pecado.

118 LA CARTA DE PABLO A LOS CREYENTES EN ROMA

Este versículo no dice: “...aquella forma de doctrina que les fue entregada”, sino “...aquella forma

de doctrina a la que fueron entregados”. Los creyentes habían sido entregados no a una teoría

inanimada sino a las verdades vivas y poderosas del Evangelio. ¡Sus pecados fueron perdonados!

¡Quitada su culpa! ¡Murieron con Cristo a todo lo que eran en Adán! ¡Resucitaron juntamente con Él!

¡Son eternamente aceptos por Dios EN CRISTO! ¡Nunca se perderán! Estas grandes verdades se

aplican a todos los creyentes, ¡aun cuando no lo sepan!” El Evangelio no está completo sin todos los

salvos que pertenecen a él por la fe.

v. 18 Otra verdad intrínseca del Evangelio es que todos los

creyentes, como parte de la obra de Cristo en la cruz, han sido

libertados o “separados” del poder de la naturaleza pecaminosa y

han sido “apartados” como esclavos de la justicia. Ya que ésta es

una verdad posicional que no se puede cambiar, debemos rehusar

en la práctica servir a nuestra naturaleza pecaminosa, y servirle

sólo a Dios.

iii. Rehúsen servir a la naturaleza pecaminosa y cooperen con Dios para su santificación, vv. 19-

23

v. 19, DHH: “(Hablo en términos humanos, porque ustedes, por su debilidad, no pueden

entender bien estas cosas.)”.

Pablo se vio obligado a ilustrar su enseñanza con algo muy común para los romanos, la esclavitud,

porque no hubieran entendido si les hubiera hablado en términos teológicos. Sin embargo, servir a la

naturaleza pecaminosa sí se puede comparar con la esclavitud porque ella es un amo tiránico, pero Dios no

es así, y el servirle a Él difícilmente se compara con la esclavitud. ¡En realidad los más libres en todo el

mundo son los siervos de Dios!

Estamos estudiando la santificación, ¿verdad? ¿Cómo encaja todo lo que estamos viendo acerca de

amos y esclavos con la santificación?

Primero, debemos considerar lo que es un esclavo y lo que es la santificación. Muchos esclavos

nacieron así porque sus padres eran esclavos. Nosotros nacimos esclavos a la naturaleza pecaminosa

porque nuestros padres también eran esclavos a ella. El único escape de la esclavitud para la mayoría de

los esclavos era la muerte. Por medio de nuestra identificación con la muerte de Cristo por fe, hemos sido

libertados de nuestro amo anterior, la naturaleza pecaminosa y Satanás, y hemos llegado a ser “esclavos”

de Jesús.

El significado de la santificación es “apartar” o “separar”. Por medio de Su obra en la cruz, Cristo

nos ha “separado” de nuestra esclavitud anterior y nos ha “apartado” como propiedad Suya. Ya que el

creyente nunca morirá seremos esclavos Suyos por toda la eternidad. Eternamente “santificados” o

“apartados” para Él.

El esclavo no puede ejercer su propia voluntad sino la de su amo. Es una persona “santificada” o

“apartada” para el uso absoluto de otro. Antes de ser salvos fuimos “apartados” para el uso de nuestra

naturaleza pecaminosa y por eso obedecimos sus mandatos y deseos, pero ahora que tenemos al Señor

Jesús por Amo, hemos sido “santificados” o “apartados” para Su servicio y es Su voluntad la que debemos

hacer.

Como ya hemos dicho, Pablo está enseñando en los capítulos seis al ocho sobre la santificación

experimental y progresiva. Esta santificación es obra del Espíritu Santo que mora en nosotros. Por medio

de ella nos está “apartando” más y más de este mundo, “separándonos” de lo que contamina, dándonos la

victoria sobre la naturaleza pecaminosa y conformándonos “a la imagen” de Cristo. A diferencia de la

Al someternos a la naturaleza pecaminosa

obedeciéndole, nos hacemos esclavos

de ella. Esto sería inconsistente con

nuestra posición EN CRISTO como

personas libertadas de la esclavitud de

la naturaleza pecaminosa.

c. 6 / LA BASE Y LA META DE LA SANTIFICACIÓN 119

santificación posicional, que no tiene nada que ver con los esfuerzos y acciones del creyente por ser algo

que descansa 100% en la obra consumada de Cristo, la experimental depende de la cooperación del

creyente con el Espíritu.

¿Cómo podemos cooperar con el Espíritu para que Él nos siga santificando? Antes de ser salvos no

había necesidad de clases especiales sobre “Cómo cooperar con la naturaleza pecaminosa”, porque por

naturaleza entregábamos los miembros de nuestro cuerpo “al servicio de la impureza y la maldad para

hacer lo malo” (DHH). Así ahora, como creyentes, estamos libres del poder de la naturaleza pecaminosa

y no tenemos que servirle. Además tenemos una naturaleza nueva que aborrece lo malo y ama la

justicia. Por estas razones debemos entregar los miembros del cuerpo al servicio de la justicia con el

mismo entusiasmo que antes de ser creyentes los entregábamos a la naturaleza pecaminosa, o, en otras

palabras, debemos deleitarnos en hacer sólo lo que se conforma a la voluntad revelada de Dios de la

misma manera que antes nos deleitábamos en hacer la maldad.

vv. 20-21 Antes de ser salvos, cuando éramos esclavos de la naturaleza pecaminosa, no teníamos

ninguna obligación con la justicia porque ésta no era nuestro amo. ¿Pero esa clase de vida y servidumbre

produjo algo de lo cual podemos gloriarnos? ¡Al contrario! Nos avergonzamos y nos sonrojamos al

contemplar lo que solíamos hacer, porque lo que cosechamos de esas cosas es la muerte eterna.

v. 22 Pero ahora, estando desligados, libres de ese amo tiránico (la naturaleza pecaminosa), hemos

sido puestos en una dulce servidumbre de amor a Dios. Una servidumbre que tiene un fruto deleitable: el

gozo de ser “separados” exclusivamente para Dios.

Cuando dos personas enamoradas se casan su gozo más grande es que se pueden dedicar

completamente el uno al otro. Se han “santificado” mutuamente, apartándose de todos los demás, para

compartir sus vidas juntas. Ella prepara las comidas con mucho amor porque lo considera un privilegio

hacer algo que le guste a su esposo. Él también se esmera en arreglar la casa nueva o en hacerle algún

mueble porque lo hace para ella. Están enamorados y todo lo que hace el uno para el otro es un deleite.

¡Está muy lejos de ser una servidumbre!

El fruto de presentarnos al Señor y servirle es nuestra santificación. Como vemos en el ejemplo de

los novios, ser “separado” de todos los demás y ser “apartado” para el Señor es algo sublime, por medio

de lo cual disfrutamos una comunión continua con Él junto con todas las bendiciones que acompañan tal

estado pasmoso. Además, tenemos por fruto el ser conformado cada día más “a la imagen” de nuestro

amado por la obra del Espíritu Santo.

“y como resultado la vida eterna.” La cosecha de la vida dedicada, “santificada” o “apartada” para

la naturaleza pecaminosa es la muerte eterna (v. 21), pero la cosecha de una vida “apartada” para Dios es

la vida eterna.

v. 23 En este versículo Pablo resume el

contraste entre el resultado de ser esclavo de la

naturaleza pecaminosa y el resultado de ser esclavo de

Dios. El salario por ser esclavo de la naturaleza

pecaminosa es la muerte eterna en el infierno,

mientras que Dios da la vida eterna como una “dádiva

de gracia” (significado literal de “dádiva”) a todos

los que le sirven. Nosotros también merecemos la

misma muerte eterna de los incrédulos, esclavos de la

naturaleza pecaminosa, sin embargo, ¡compartimos

juntamente con Cristo Su vida y gloria eterna!

120 LA CARTA DE PABLO A LOS CREYENTES EN ROMA

En este capítulo Pablo ha mostrado que nuestra identificación con el Señor Jesús es la base y la meta

de nuestra santificación. Por medio de nuestra identificación con Cristo en Su muerte, hemos muerto a la

naturaleza pecaminosa que antes nos controlaba. Ahora compartimos la vida del Cristo resucitado y no

estamos bajo obligación alguna con la naturaleza pecaminosa para obedecerla. Sabiendo que hemos

muerto y resucitado con Cristo hay que considerarlo como una realidad y vivir de acuerdo a ella,

presentándonos a Dios para servirle y no servir jamás a la naturaleza pecaminosa.

La meta de nuestra santificación es ser completamente

identificados con el Señor Jesucristo, llegando a ser en la

práctica tan santos como lo es Él. Esta meta sólo será alcanzada

cuando estemos con el Señor en gloria, pero a medida que

nosotros sigamos las enseñanzas e instrucciones de este capítulo

estaremos cooperando con el Espíritu Santo en Su obra de

conformarnos cada vez más “a la imagen” de Cristo mientras

que estemos aquí en la tierra.

[email protected]

El fruto de una esclavitud a la naturaleza

pecaminosa es toda clase de impureza e

iniquidad y como resultado final, la muerte

eterna. Mientras de la vida del esclavo de

Dios brota la justicia divina, hasta que él sea

recibido en su gloria eterna, completamente

conformado a la imagen de Cristo.