roberto follari
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Referencia bibliográfica: Memorias de las II Jornadas Espectros de Althusser : diálogos y debates en torno a un campo problemático. Buenos Aires : Universidad de Buenos Aires. Facultad de Ciencias Sociales. Carrera de Ciencias de la Comunicación, 2012. ISBN 978-950-29-1370-4II Jornadas Espectros de Althusser -2011ALTHUSSER EN LA COYUNTURARoberto Follari¿Ahora, Althusser? Alguien podría razonablemente preguntarse por la pertinencia de la apelación. Tanto tiempo pasado desde la dominancia del marxismo en la academia francesa, allá por los años sesentas y comienzos de los setentas. Entonces parecía plausible ubicar al marxismo en un espacio de Ciencia que se escribía con mayúsculas; todo el resto de lo que habitualmente se tomaba por ciencia social quedaba archiTRANSCRIPT
II Jornadas Espectros de Althusser -2011
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ALTHUSSER EN LA COYUNTURA
Roberto Follari
¿Ahora, Althusser? Alguien podría razonablemente preguntarse por la pertinencia de la
apelación. Tanto tiempo pasado desde la dominancia del marxismo en la academia
francesa, allá por los años sesentas y comienzos de los setentas. Entonces parecía
plausible ubicar al marxismo en un espacio de Ciencia que se escribía con mayúsculas;
todo el resto de lo que habitualmente se tomaba por ciencia social quedaba archivado en
el espacio de la ideología.
Ideología que –bachelardianamente, en ese nexo indisputable del filósofo marxista con
el epistemólogo espiritualista1- era pensada como “flujo de la conciencia”, como
“sentido común” instalado en ella. Ideología que indudablemente aparecía como “lo
otro” del conocimiento, como su opuesto opaco y resistente que sólo la abstracción
científica podía atravesar.
A años luz estamos de aquellas aparentes seguridades. Sin dudas que hoy el marxismo,
para quienes creemos que está lejos de haber agotado su capacidad de explicación
crítica sobre el capitalismo, no basta para una interpretación suficiente de todos los
fenómenos sociales, sobre todo los surgidos en las últimas décadas. Aquel
descubrimiento -un tanto tautológico- del último Althusser sobre la finitud del
marxismo se nos impone hoy más que nunca. No se puede pensar prescindiendo del
marxismo, pero no puede pensarse la realidad actual sólo con él. Una evidencia para
nada asumida en la hipostasía del marxismo como “ciencia de la historia” plasmada en
los tiempos de oro de la producción althusseriana.
1 La relación de Althusser con la obra de Bachelard da para mucho analizar. Por un lado es muy marcada, y hace al rechazo de Althusser hacia Hegel, con el privilegio de la discontinuidad. Por otro, los seguidores de Althusser han reconocido poco este legado, que permitiría comprender mejor algunas posiciones del autor (singularmente su sobrevaloración de la ciencia, y su concepción sobre la ideología). Es destacable que el autor marxista contribuyó en gran medida a la fama post mortem de Bachelard; y lo hizo, paradojalmente, desde el análisis de lo social y desde el marxismo, espacios ambos ajenos al autor de Poética del espacio. Lo cierto es que esa “exportación” de Bachelard al campo de lo social no se hizo sin problemas: así, la asimilación de la idea de que la teoría no copia lo real, al concepto marxista de “producción” (de modo que Bachelard fuera interpretado como inconcientemente “materialista” por plantear que la teoría se produce) llevó a equívocos notables, en los que recayó en alguna época D.Lecourt, por entonces discípulo de Althusser (Ver D.Lecourt, Para una crítica de la epistemología, Cuad. Anagrama, Barcelona); respondió razonablemente M.Vadeé con su libro Bachelard o el nuevo idealismo epistemológico, Pre-textos, Valencia, 1977.-
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Pero, sin embargo, la pregunta abierta por la referencia a Althusser para pensar el hoy,
no deja de resultar pertinente e inquietante. Inquietante, porque nos despierta de esas
presunciones asumidas con el sedimento de los tiempos; de la quietud en que hemos
distraído muchos a la obra y los conceptos del autor francés. Hay que remover ahora la
biblioteca personal, las nociones a veces olvidadas. Pertinente porque muchos de sus
aportes aún hoy muestran productividad y capacidad heurística, al margen de que por
cierto sean dignos siempre de discusión y de un esclarecimiento imprescindible.
Pensemos en algunas de las categorías que nuestro filósofo introdujera. Determinación
en última instancia es una de las que alcanzó mucha llegada entre los académicos de
izquierda. Y lo es porque permite pensar la relación con lo económico de una manera no
esquemática; hay determinación por lo económico de las otras instancia sociales –como
por entonces las llamaba Althusser-, pero ella se da sólo “en última instancia”. Hoy
diríamos, con otra conocida categoría del filósofo francés nacido en Argelia, que
cualquier instancia social está sobredeterminada; está en parte determinada por lo
económico, pero en parte por determinaciones propias, también por otras instancias de
lo social, incluso por el efecto del “todo social” sobre cada una de sus partes
componentes.
Este modo de entender la “inversión” que Marx hizo de Hegel –al margen aquí del
antihistoricismo a veces problemático de Althusser- permitía superar las lecturas
mecanicistas que Moscú había impuesto por vía del marxismo soviético en los Partidos
comunistas de casi todo el orbe, así como se oponía al humanismo que ponía en el
espacio de lo subjetivo la totalidad de la impronta de la lucha social.
En verdad podemos entender que en Marx nunca existió algo así como “lo económico”
en tanto una especie de entidad fantasmáticamente independiente, sino la conjunción de
fuerzas productivas con relaciones de producción, lo cual podría leerse siempre como
“relaciones sociales respecto de lo económico”. En esta singular condición (que
Althusser no atendió por temor a quedar fuera de los espacios de cientificidad objetiva
que atribuía al marxismo), podemos reinscribir el aporte del autor de Para leer El
Capital. Es decir: esas relaciones sociales entabladas para plasmar lo económico y que
se dan también como efecto de ese proceso (proceso que es producción, distribución,
circulación y consumo) son la base del conjunto de las otras instancias sociales (lo
político, lo educativo, lo cultural, etc.), pero no determinan a estas últimas in toto.
Es importante dejar claro que la determinación por la organización social de lo
económico no es mecánica pero existe, con lo cual Althusser se oponía a cualquier
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idealismo, lo cual resultó especialmente pertinente como posición en el momento de la
propuesta del “hombre nuevo” por el Che y de la asunción inicial de la teología de la
liberación; corrientes éstas sumamente ricas para motivar hacia la militancia y forjar
valores nuevos, pero desprovistas a menudo del contrapeso de una suficiente
advertencia del factor objetivo en las posibilidades efectivas de modificación de la
historia. Las falencias de ese peso desmedido del componente subjetivo, sin dudas que
están presentes en el drama que se vivió en la Argentina con la existencia de la lucha
armada y su posterior represión ilegal por parte de la dictadura presidida por Videla2
Otra noción althusseriana de interés fue aquella de todo con dominante, la cual quedaba
asociada a la distinción entre lo dominante y lo determinante. Asumida la determinación
en última instancia por lo económico tal cual ya señalamos, sin embargo el factor
dominante en cada momento puede variar; de modo que en algún momento –alguna
coyuntura- puede ser lo cultural (momentos de lucha ideológica por encima de la lucha
propiamente política), en otras lo político (momentos de ofensiva o defensiva
inmediatas e irrenunciables), en otras lo jurídico (lucha en torno de imposición de
determinadas leyes o de cumplimiento de las mismas), y así siguiendo.
Se advertirá la pertinencia de esta distinción –previamente inexistente-, en tanto
permitía salir de una especie de metafísica de la presencia por la cual lo económico sería
siempre monótonamente el aspecto principal de la historia. Y sin negar su
determinación, se pudo advertir (y en esto se nota la huella de Mao con la cuestión de
contradicción principal y contradicciones secundarias) que hay que pensar la
especificidad de los diferentes momentos, y adecuar a los mismos la conceptualización
precisa.
Otra categoría althusseriana –trabajada largamente en Lenin y la filosofía3- es la de la
filosofía como “lucha de clases en la teoría”. Aquí queda muy en evidencia la tensión
que establecía Althusser al poner el acento en el momento teórico. Por una parte, podía
entenderse –y así lo hizo Oscar del Barco en un artículo que fue muy comentado en el
2 La guerrilla pasó en Argentina de gozar cuando su inicio de un gran apoyo de masas, a ser rechazada por un amplio sector de la población. Contra la dictadura militar de Onganía-Levingston-Lanusse las organizaciones armadas aparecieron claramente como presión para lograr la democracia, en convergencia con la gran mayoría de la sociedad; varias agrupaciones se identificaron con el peronismo y el líder de este movimiento las consideró parte integrante del mismo (“formaciones especiales”). Pero al romper con Perón y con el posterior gobierno de su esposa “Isabel” perdieron apoyo y se aislaron, antes de ser brutalmente diezmadas por la dictadura criminal iniciada en 1976. Cabe señalar que la conformación de estas organizaciones armadas era muy mayoritariamente hegemonizada por sectores medios, especialmente por profesionales y estudiantes. Ello se relaciona con la impaciencia histórica y el “ofensivismo” que contribuyó a la derrota estratégica de su lucha. 3 Althusser, L.: Lenin y la filosofía, ed. Era, México, 1978
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exilio de los años setentas4- que Althusser autonomizaba del todo el espacio teórico y,
consecuentemente, lo reificaba poniendo a la producción de teoría por fuera de las
condiciones político-globales en que ella se inscribe. Parecía que podía haber una lucha
de clases inmanente a la teoría, y a la vez indiferente a lo que ocurriera fuera de ella.
Este tipo de lectura llevó a la acusación realizada a Althusser de “teoricismo”, tal cual la
formulara, por ej., el marxista español radicado en México Alfonso Sánchez Vázquez5.
Pero también cabía leer la formulación como manifestación en el campo de la teoría de
lo que sucede en la lucha de clases; esta segunda versión sería más válida en cuanto a
mostrar que la teoría social no es inmanente a sí, que depende de condiciones que le son
extrínsecas. Sin embargo, también esta concepción podría fallar si se supone a su través
que la teoría viene a ser una especie de “expresión simple” de lo que ocurre fuera de
ella, y que carece de márgenes de determinación propia a la hora de su constitución.
De modo que si bien es cierto que para el marxismo el pensamiento deviene de
condiciones materiales que lo trascienden6, ello no impide pensar condiciones
específicas por las cuales la teoría puede configurarse. De tal manera la idea lukacsiana
de que el marxismo es “la conciencia teórica de la práctica del proletariado”7 no sería –
al menos a nuestro juicio, diferente aquí al de Althusser- falsa; pero sí estaría
incompleta. Porque no se trata aquí de “conciencia inmediata” sino de cristalización
teórica de dicha conciencia, y tal cristalización requiere de armas propiamente
conceptuales para su realización (aquello de la existencia de una materia prima teórica
que solía mentar Althusser, quien agregaba que está puesta a consideración bajo
categorías teóricas que la irían depurando/modificando).
De tal manera, el señalamiento de Althusser sobre el rol de la filosofía –que podría
adscribirse también casi a cualquier teoría sobre lo social- no necesariamente ha de
leerse en clave teoricista; puede también ser el modo de librarnos de una lectura que
4 Del Barco, O.: “Althusser en su encrucijada”, artículo publicado en rev. Dialéctica núm. 2, Univ. Autónoma de Puebla, México, 1977 5 La categoría de “teoricismo” la desarrolló Adolfo Sánchez Vázquez, teórico marxista de origen español radicado en México, en su libro Ciencia y revolución: el marxismo de Althusser. Este filósofo de larga obra recientemente fallecido, puede ser conocido a través de una entrevista recientemente publicada en la Rev. Crítica y emancipación núm. 6 (“Estética y marxismo: entrevista a A.Sánchez Vázquez”, por Sara Guardia), CLACSO, Buenos Aires, segundo sem. 2011 6 Sohn Rethel, A.: Trabajo manual y trabajo intelectual, ed. del Viejo Topo, Bogotá, 1980; ver comentarios en Del Barco, O.: “Concepto y realidad en Marx” (tres notas) en Dialéctica núm. 7, Univ. Autónoma de Puebla, México, 1979; y en Follari, R.: “Los rostros de Sohn Rethel”, en Herramienta núm. 44, Bs.Aires, 2010 7 Esto acorde al primer G.Lukács en Historia y conciencia de clase, Grijalbo, México, 1969
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achate la especificidad del momento teórico en aras de mostrar sólo la determinación
social que existe sobre el mismo.
Esto hace también a la postura que Althusser sostuvo en contra de la idea lukacsiana de
totalidad. Cierto es que nunca Lukács sostuvo que la totalidad era internamente
homogénea, o que estaba sometida a un principio único de determinación; pero lo es
también que poco contribuyó a esclarecer en ese sentido. De modo que la lectura
vulgarizada fue que el todo social depende de las condiciones de lo económico
(entendidas a menudo en un craso sentido cuantitativista), y se entendió de ese modo
que la diversidad de lo social podía ser reducida a una especie de esencia única.
La posición de Althusser pudo, es cierto, autonomizar en exceso a las partes en relación
con el todo social, y principalmente con las condiciones estructurantes de la lucha de
clases; pero también con ello ayudó a asumir que no sólo se trata de entender que la
totalidad existe y que sus componentes están dentro de la misma, sino también de
preguntarse de qué específico modo están dentro de ella en cada caso, y
diferencialmente en cada momento histórico.
De tal modo Althusser significó la posibilidad de superar reduccionismos y
homogeneizaciones, si bien al precio de que en muchos casos la politicidad
constituyente de lo social como un todo quedara opacada por la insistencia analítica en
la singularidad de sus instancias constituyentes.
En este sentido puede leerse la noción de “relativa autonomía” de las componentes
sociales en relación con lo económico, el otro modo de referir a su determinación sólo
en última instancia. Si se lo toma como ausencia de peso de la determinación
socioeconómica sobre los diversos espacios sociales, se está yendo por fuera del
materialismo hacia una versión espiritualista de la cultura y del mundo simbólico en
general; pero si se lo entiende como que la determinación por el todo no explica por
completo las determinaciones específicas de cada una de las partes componentes, se está
haciendo un importante aporte al pensamiento de lo social, pues en el marxismo fue
muy común la reducción simple de factores superestructurales a las condiciones
económicas a que se asociaban.
También en la misma tesitura puede leerse la noción tan discutida por entonces de
“práctica teórica”. Si por ella se entendiera que la producción o lectura de teoría son por
sí mismos reemplazantes de la práctica-práctica (ya sea productiva o política), estamos
en el grave problema de un reemplazo de la materialidad dura por la asunción de una
especie de independencia platónica en que radicara el campo del sentido y de las
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significaciones. Pero podemos entender de otra manera la cuestión, pues en efecto la
producción de teoría es algo que se realiza prácticamente; la teoría no viene del cielo
sino de los hombres, y de las condiciones prácticas en que los mismos producen y
reproducen sus vidas.
Siendo así, si bien no puede pensarse la actividad en relación a la teoría como
reemplazante de otro tipo de prácticas, tampoco puede pensarse correctamente sin
enraizamiento en el conjunto de las mismas. Las otras prácticas establecen “condiciones
de visibilidad histórica”, horizontes de sentido desde los cuales la teoría puede
establecerse. A su vez, la teoría exige condiciones prácticas para realizarse. Se requiere
universidades, libros, libertad de pensamiento, computadoras o –en los tiempos heroicos
de los años setentas- máquinas de escribir. En tanto lo conceptual no es simplemente
reductible a alguna exterioridad que “reflejara”, es que hay que considerar que implica
una materialidad (la del signo, además de las ligadas a lo económico y político) a partir
de la cual se hace posible. De tal manera, la noción de “práctica teórica” es cierto que
pudo leerse de manera ambivalente, pero también lo es que implicó un importante
aporte para sacar el campo de las significaciones del sempiterno espiritualismo dentro
del cual se había comprendido (o, en sus antípodas, se trataba de salir del materialismo
vulgar en que recaía el marxismo soviético, que llegó alguna vez a considerar al
pensamiento como “una secreción del cerebro”).
Presente sin brújulas El último Althusser, aquel del materialismo aleatorio, ése que resuena en filosofías
actualmente vigentes como la de Badiou (compañero de Althusser desde sus primeros
tiempos de producción)8, nos lleva a pensar en ciertas imposibilidades del socialismo.
El reemplazo de lo procesual-histórico por el culto al acontecimiento –ése que es
también foucaltiano y derrideano- implica una fuerte apuesta al posestructuralismo y a
la intensidad del instante, asumida, según mi interpretación, más que como promoción
de “nuevas formas de la política”, como reemplazo de la misma a partir del desencanto
que ella promueve.
8 Recordar el texto inicial de A.Badiou y L.Althusser Materialismo histórico y materialismo dialéctico, publicado en los años sesentas; allí se definía singularmente al materialismo dialéctico como “ciencia de la cientificidad de las ciencias”.
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El socialismo se volvió imposible en el capitalismo avanzado. No sólo su realización;
con el tiempo lo fue su misma enunciación. Los pocos gobiernos de izquierda –en
tiempos neoliberales- no tuvieron más opción que realizar los programas de la derecha.
La caída de D¨alema y luego de Prodi en Italia, el viraje de Felipe González al centro y
luego de Zapatero al mero ajuste privatista en España, los viejos fracasos de Mitterand
en Francia, la vergonzosa subordinación a Bush de Tony Blair en Inglaterra, nos han
mostrado sobradamente que la socialdemocracia ya no tiene posibilidad de sostener el
Estado de bienestar, y queda sujeta a la lógica monopólica del capital. Esto no se veía
claro, pero ya se avizoraba en tiempos de Althusser: no en vano el Partido Comunista
Francés lo había amonestado en su momento porque el filósofo advirtió propagandas
“autoperjudiciales” producidas por el aparato, el cual prefería perder elecciones que
ganarlas por pocos votos; pero no podía decirlo a sus militantes.
Se veía venir el eclipse de la izquierda europea. El eurocomunismo había desaparecido
como opción renovadora, tras el asesinato de Aldo Moro; y el bienestar cada vez más
sustentable, más marcado y sedimentado a largo plazo dentro del capitalismo, hacía a la
clase obrera totalmente ajena a aquella expresión de Marx según la cual los proletarios
tenían sólo “sus cadenas para perder”.
Es este el punto en que se encontraba Althusser; momento en el cual la confianza en “la
ciencia” marxista ya no aventaba fantasmas, no bastaba ante los nuevos problemas, y
llevaba a interrogantes fuertes y desgarradores.
En el capitalismo central esa tendencia se cristalizó y profundizó; a pesar de la actual
enorme crisis económica, no se visualiza todavía un previsible avance de la izquierda
que se daría a mediano o largo plazo. Pero las posibilidades de rupturas fuertes parecen
escasas, tras décadas de bienestar generalizado, dedicación de cada uno a su vida
privada, al aumento de su patrimonio, al abandono de la política y –por cierto- de toda
noción teórica o políticamente transformadora.
Hoy la situación es peor que eso. Ya no sólo es que el socialismo se ha hecho imposible
en el capitalismo avanzado. Nos ha llegado la hora en el Sur, y la revolución se ha
hecho improbable también en nuestros países.
Por el terror sembrado por las dictaduras, por la asunción de nuevo tipo de derechos y
aparición de nuevos actores, por la cultura posmodernizada de la fragmentación, por la
mediatización de la experiencia entre otros factores, lo cierto es que hoy muy pocos
están dispuestos a los aires de las épocas revolucionarias. A despecho de las
organizaciones minoritarias de izquierda que se sostienen en esa clave, las grandes
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mayorías sociales les han dado la espalda. Hoy la posibilidad de revoluciones armadas,
como las hubo en los años setentas y hasta los ochentas (caso de El Salvador), está
prácticamente clausurada. No hay espacio cultural para plantear en términos de
revolución armada las contradicciones entre el capital y el trabajo, o las nuevas que se
han visualizado, como la existente entre capital y ambiente9.
Pero si bien desde el marxismo a veces no queremos aceptar con suficiente crudeza los
retos de la realidad, hoy debemos admitir que está en crisis el modelo teórico desde el
cual juzgamos y entendemos la realidad social. Si somos materialistas deberíamos
sumar a la capacidad de crítica respecto del capitalismo –aspecto en el cual el marxismo
está aún intacto y en plena vigencia, según entiendo-, la asunción irrestricta de
condiciones materiales desde las cuales fundar nuestros puntos de vista.
El marxismo como negación del capitalismo está vivo, pero como afirmación de cuál es
el nuevo tipo de sociedad que pudiera reemplazarlo, se encuentra sin nociones
precisables. Hay que asumir esta carencia en toda su densidad: no sólo es casi imposible
que hoy alguien quiera hacer la revolución socialista. Más gravemente, la revolución
socialista ha fracasado en los sitios en que se ha producido. Y esto debemos tomarlo
con seriedad, a fin de reformular el modelo de sociedad deseable; pero a la vez con la
finalidad de modificar nuestros criterios de análisis, los cuales están presos de la ilusión
de validez de la idea del socialismo tal cual se la ha conocido a partir de la experiencia
soviética y las que le siguieron. Es decir, debemos asumir la ruptura epistemológica
(retomando a Bachelard) con nuestras pre-nociones establecidas en la creencia del
socialismo estatalista como momento necesario y superior de la lucha anticapitalista. Lo
cual tiene serias consecuencias para pensar el presente político, pues muchas
experiencias son pensadas inconcientemente en comparación con ese “modelo ideal” –
hoy materialmente inexistente- que es el “socialismo real”10.
Ello debiera a su vez llevar a pensar de otra manera las políticas redistribucionistas
hacia lo popular, que si bien operadas dentro del capitalismo, son lo que hoy predomina
en la región latinoamericana. La reacción contra los desastres del neoliberalismo ha
9 En este sentido son destacables las obras del mexicano Enrique Leff, quien enfatiza la oposición entre la lógica depredadora del capitalismo y el cuidado del ambiente 10 No cabe analizar en detalle las posiciones de agrupaciones trotskystas, las cuales por principio no toman ningún socialismo realmente existente como válido (menos aún experiencias populares no socialistas), pero a la vez reivindican modelos organizativos muy cercanos a los del estatalismo que critican. Su incidencia política hace a tareas de resistencia, pero carece de toda capacidad de masificarse y convertirse en alternativa de poder.
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llevado las elecciones de autoridades en esta dirección política, que –con las
limitaciones que sin duda puede asignársele- es la más definida que ponga límites al
capitalismo salvaje a nivel mundial en el actual momento.
Es que a partir de lo antedicho, estos gobiernos sudamericanos que son visiblemente
limitados en su modo de acotar al capitalismo –no pretenden abolirlo-, puede entenderse
que de ningún modo resultan “poco radicales”. Y se hace importante detenernos en este
punto.
Por cierto que atenidos a los esquemas conocidos, aquellos que desde la teoría nos
señalan que el modelo es el socialismo y que estamos lejos del mismo aún en estos
países sudamericanos, tienen –en abstracto- la razón. Lo que dicen es técnicamente
cierto. Pero también lo es que son gobiernos que no han surgido de revoluciones, que
por ello luchan en condiciones de fuerza y de institucionalidad desfavorables, a los que
no puede pedirse que hagan expropiaciones importantes, por ej., pues carecen de
condiciones de poder suficientemente asentadas como para sostenerlas.
De más está decir que los “críticos de izquierda” a estos gobiernos –críticos a menudo
celebrados muy claramente por las derechas- no sólo carecen de fuerza para
instrumentar una política más radicalizada que la de estos gobiernos, sino que no la
tienen siquiera para sostener remotamente algunas de las políticas que estos gobiernos sí
le han impuesto a los conglomerados empresariales en sus respectivos países (piénsese
en las misiones de salud y educación en Venezuela, en la ley de medios argentina, en la
salud gratuita de los hospitales ecuatorianos).
Es destacable esta falta de visión por parte de una izquierda que cree que las
tradicionales afirmaciones de los libros pueden llevarse a la realidad –y más aún a la
actual realidad- sin mediación. Ignoran a la política como arte de lo posible, y como
relación de fuerzas; viven en la metafísica del sujeto que propone la propia
intencionalidad como variable independiente del decurso histórico, sin advertir los
límites que nos ponen los demás actores sociales. Como dijo algún gran líder político
argentino “hay que hacer la política de la fuerza que se tiene, o buscar la fuerza para
hacer la política que se quiere”. Si hay quien hace la política que quiere sin la fuerza
para sostenerla, caerá. Simplemente. Basta pensar en la guerra como “política por otros
medios” para que se advierta que no podemos desafiar a nadie más allá de la fuerza con
que contemos. Y que si lo hacemos erróneamente, corremos el riesgo del
aniquilamiento.
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De tal modo, resulta que en este tiempo los que buscan lograr “todo”, en realidad
obtienen “nada”. La lucha por el poder es siempre constante, inacabada y variada en sus
manifestaciones. Quienes creen que pueden llegar a obtener la suma del poder y desde
allí organizar la sociedad a su antojo (al “de las masas”, según ellos, pero sólo mientras
éstas respondan al modelo conceptual elegido por la “vanguardia” que se somete al
viejo esquema teórico dándolo impensadamente como acertado), se encontrarán siempre
con que la realidad es más compleja e imprevisible que cualquiera de sus vaticinios.
Y se encontrarán, también –tal cual ya señalamos- con el hecho nada menor de que hoy
las revoluciones consumadas han fracasado como modelos de socialismo. ¿Desde qué
materialismo se habla cuando se enarbola un modelo ideal que en los hechos no ha
funcionado? Por supuesto que podemos pensar que aparecerá en el futuro un socialismo
diferente, pero al menos debiera reconocerse que por ahora se desconoce sus
características. Por ello, ninguna afirmación fuerte puede realizarse a partir de allí,
menos aún afirmaciones terminantes y apodícticas como las que solemos encontrar en
cierta izquierda libresca.
Lo que queremos destacar es que no sólo los procesos “reformistas” se han mostrado
impotentes para hacer desaparecer al capitalismo, cuestión largamente afirmada y
repetida; por cierto que los modelos revolucionarios también. ¿O la China surgida de la
larga guerra revolucionaria de Mao está hoy fuera del capitalismo? ¿O Argelia,
Vietnam, Corea, son modelos de la sociedad socialista que quisiéramos? ¿O no es cierto
que Cuba tiene hoy que dejar medio millón de trabajadores estatales fuera del Estado, al
margen de los logros de la revolución en salud, o en educación y ciencia?
Ojalá se entienda aquello a que apuntamos: no sólo en Nicaragua la revolución armada
precedió a la restauración capitalista. Es lo que ha ocurrido casi en todas partes y donde
no (recordar el socialismo bárbaro de Pol Pot en Camboya) la sociedad a que se dio
origen pudo tener aún más lacras que la capitalista, y disminuyéndose a veces la
explotación se aumentó enormemente la dominación.
De tal modo, lo que está en cuestión hoy es el “modelo ideal” desde el cual un sector
importante de la izquierda piensa la política, y quizá el que todos hemos incorporado
alguna vez en la crítica al capitalismo. No puede analizarse las experiencias concretas
exclusivamente a la luz del criterio de “cuánto capitalismo eliminaron”, pues el
momentáneo grado cero del capitalismo no ha sido el grado pleno de realización del
socialismo; ni siquiera algo que se parezca al ideal socialista, en realidad.
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Todo lo argumentado obliga a revalorizar lo que hoy se hace en nuestros países
latinoamericanos. Limitado, contradictorio, problemático. Pero más acorde a la lógica
epistémica de la época que no cree en el blanco y negro tradicional. Estos procesos de
limitación al capitalismo son hoy lo más avanzado de la época a nivel planetario, y en
los casos de gobiernos neopopulistas implica la consolidación de liderazgos y
voluntades políticas colectivas realmente dignos de mucha consideración11.
Esto permite esperar los próximos años con optimismo de la voluntad y pesimismo de la
inteligencia en nuestro subcontinente. Sabiendo que los latinoamericanos estamos en
procesos constructivos que requieren profundizarse, perfeccionarse, continuar. Pero que
han sentado las bases de esas construcciones, que conllevan ya consolidación
importante. No debiéramos renunciar a la crítica ni a la exigencia, pero dentro de estos
procesos, no en esa vereda de enfrente en que los grandes medios y las derechas
regionales se han establecido. Pues ellas juegan a la liquidación de estos gobiernos, y a
la re-imposición del liberalismo más burdo.
Lejos estamos ya en nuestro texto de Althusser y de sus tiempos en Francia, pero quizá
no tanto como parece. La decisión de renovación del marxista francés buscó acabar con
dogmatismos de la época; pudo parecer exceso de acento en la necesidad de teoría, pero
en todo caso abrió a nociones nuevas antes impensadas.
Ojalá desde el marxismo actual estemos a la altura de la exigencia de estos tiempos
renovados. Reelaborando la constitución de sujeto político en Europa, para ofrecer una
alternativa desde el campo contrahegemónico a la crisis planteada por los excesos del
capital financiero. Y situándonos desde Latinoamérica en un lugar que sea
efectivamente materialista, quitándonos modelos ideales que nada nos dicen del
presente, y que a menudo nos ponen lejos y en contra de procesos políticos que –en el
barro de la historia- desde su impureza desafían hoy tanto a los conceptos
preestablecidos como a los poderes que pretenden no simplemente sostener el
capitalismo, sino sostener el capitalismo salvaje, el privatismo absoluto, ese auge
neoliberal que en Sudamérica hoy se les está yendo de las manos.-
11 Sobre la cuestión del populismo (gobiernos como los de Chávez, Correa, Fdez. de Kirchner, Evo Morales) ver Laclau. E.: La razón populista, Fondo de Cult. Económica, Bs.Aires, 2005; Follari, R.: La alternativa neopopulista (el reto latinoamericano al republicanismo liberal), Homo Sapiens, Rosario, 2010.-