rex bellator

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introduccion de un libro definitivo sobre la caida de la orden del temple

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Page 1: rex bellator

REX BELLATOR

La estéril cruzada de Eymeric d'Usall de Banyoles.

JOSÉ MARíA REYES VIDAL

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Fig. 1 Portada del volumen que contiene los documentos de la Orden del Temple en el Archivo de la Corona de Aragón.

Rex bellator: así denominó el beato Ramón Llull al príncipede sangre real que había de regir las órdenes religioso-militares unidas hasta alcanzar la recuperación del Reino de Jerusalén.Entre 1291 (caída de San Juan de Acre) y 1308 (detenciónde los templarios), este proyecto, formulado por docenas deautores, fue el centro de gravedad de la política de la cristiandad.Ramon Llull efectuó tres propuestas sucesivas, todas ellasencaminadas a entregar a un príncipe de la Casa de Barcelonala mencionada responsabilidad. Jaime II llevó ciegamente a lapráctica el plan de Ramón Llull con resultados totalmente imprevistos.

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INTRODUCCIÓN.

La rojiza luz del amanecer del día quince de agosto de mil doscientos noventa y uno atravesaba las doradas arenas de la playa de Barcelona hasta iluminar la pared de la Iglesia de San Nicolás de Bari que se estaba acabando de construir en el convento de los franciscanos.

En su interior, el catafalco que mostraba a la pública piedad el cuerpo sin vida del joven rey don Alfonso estaba situado en el centro de la sala capitular de forma octogonal. El Guardián del convento, fray Pere de Puigfort, se había atrevido a vestir el cuerpo con el hábito de los frailes y a realizar las ceremonias fúnebres, desafiando con ello la bula de excomunión y el riguroso interdicto que había fulminado el Papa Nicolás IV que, por casualidad o ironía del destino, precisamente en esos momentos agonizaba en Roma.

Junto al cadáver, arrodillado con semblante oscurecido por la angustia, más que por el dolor, velaba desde hacía tres días su hermano, el nuevo monarca, don Jaime, que posteriormente sería llamado “el Justo”. Aún era un muchacho, pero era rey desde hacía seis largos años, durante los que no había disfrutado de un solo día de verdadero descanso. Había defendido fieramente y con éxito su trono de rey de Sicilia de las acometidas combinadas del Papa Nicolás, del rey de Francia, Felipe, y del tío de éste, rey de Nápoles, Carlos de Anjou. Ahora, sin embargo, al tomar posesión de las coronas de la Casa de Barcelona, había tomado una decisión sorprendente y terrible. Para prevenir una nueva invasión de Cataluña como la sufrida seis años atrás, iba a pedir un tratado de alianza militar con el sultán de Egipto, el terrible al-Ashraf Khalil, que acababa de destruir el Reino de Jerusalén, pacto dirigido contra todos los reinos de la Cristiandad.

En la misma ciudad de Roma donde moría el Papa Nicolás, y en un universo distinto, los rayos lumínicos que caían perpendicularmente no llegaban a desvanecer la sombra del rostro del anciano beato Ramón Llull, que, encorvado sobre una desvencijada mesa de su pobre celda, con el alma lacerada por la pérdida de San Juan de Acre, comenzó a escribir en letras firmes “Quomodo Terra Sancta recuperari potest ” ...De que manera Tierra Santa puede ser recuperada...con lo que daba inicio a la preparación del primero de los tres proyectos sucesivos de reconquista del Reino perdido. Pero su plan era, necesariamente, imperfecto, pues la guerra abierta entre las Casas de Barcelona y de Anjou impedía su realización. Sería necesaria la paz entre los dos poderosos reinos para que el segundo estudio, publicado catorce años después en su “Libro del Fin”, fuera tenido en cuenta, para bien y para mal, por todos los soberanos de la Cristiandad. Consistiría, nada más y nada menos, que en situar a un príncipe de la Casa de Barcelona como brazo armado de toda la comunidad cristiana (Rex Bellator) y jefe supremo de las órdenes militares para llevar a término una guerra a muerte con el imperio de los mamelucos, partiendo de Almería hasta alcanzar Egipto. Aún habría un tercer libro, de 1309, el “Libro sobre la adquisición de Tierra Santa”, cargado de una venenosa insidia contra el responsable de la destrucción de la Orden del Temple y con ello, de su anterior proyecto...

El declinante sol apenas permitía ya la lectura del “Comentario al Libro del Apocalipsis” en el atril de la biblioteca de la canónica de Santa María de Vilabertrán que ocupaba quien había de intentar conciliar y hacer posibles los planes tan contradictorios del rey don Jaime y del beato Ramón Llull. Se trataba de Eymeric d'Usall y era, tan sólo, un muchacho huérfano y cojo que desde los ocho años no había traspasado las pesadas puertas del recinto monacal, y estaba bien lejos de sospechar que la sofisticada

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educación que estaba recibiendo desde hacía dieciséis años le preparaba para intentar llevar a cabo la operación “Rex Bellator”.