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REVISTA EUROPEA. NÚM. 179 29 DE JULIO DE 1 8 7 7 . AÑO IV. LAS CAUSAS DEL SUEÑO. Entre los numerosos enigmas de la vida que el hombre se ha acostumbrado á considerar como co- sas que se explican por sí mismas y cuya solución parece hallarse aplazada indefinidamente á los ojos del más curioso observador, ocupa un preferente lugar la desaparición periódica de la actividad inte- lectual superior, es decir, el problema de las alter- nativas de la vigilia y el sueño. Desde hace siglos se trabaja en la solución de este problema; pero son muy pocos los materiales que se pueden utilizar, si se pone en práctica la máxima de Morgagni: Non numerande sed perpendendce ob- servaliones. La fenomenología del sueño humano cuenta cier- tamente con un buen número de observaciones, y sobre el sueño invernal de muchos animales se han hecho algunas experiencias interesantes. Pero el punto capital de la cuestión, es decir, la etiología, el estudio de las causas del sueño, son, por decirlo así, desconocidos todavía. Verdad es que este estudio se ha hecho difícil por la falta de crítica. Desde Hipócrates, efectivamente, han confundido los autores, sin establecer distincio- nes convenientes, los sueños producidos artificial- mente por medio de toda clase de narcóticos, los diferentes estados mórbidos asfícticos, soporosos, soñolientos, hasta la muerte aparente, en fin, con el sueño del hombre, reparador, periódico, normal, en una palabra, el sueño fisiológico. La leyenda mitológica hacía de Eudymion la per- sonificación del Sueño, el hijo de la Noche, el her- mano gemelo de la Muerte, estrechando al mundo entero con los mismos lazos, insinuándose igual- mente entre los dioses que entre los hombres, re- posando sobre el monte del Olvido, y le daba, entre otros atributos, la adormidera. Este error se ha conservado á través de los siglos en la ciencia mé- dica. Pero hoy ya se sabe que el envenenamiento por el opio es una cosa completamente distinta del sueño normal, y debemos establecer una diferencia absoluta entre el sueño natural y el sueño E.rliíicial. Aquí sólo trataremos del primero, y únicamente en lo que concierne al hombre y á los animales supe- riores. El examen crítico de las opiniones sobre las cau- sas del sueño normal, sobre esas causas llamadas TOMO x. causa próxima et remoíiores, no merece el trabajo que costaría seguirle en medio de una infinidad de escritos. Nos limitaremos á consignar un corto número de esas opiniones. Aristóteles y Galeno se contradicen uno á otro, y el segundo acaba por confesar franca- mente que ignora en absoluto la causa del sueño. Autores más recientes, de menos buena fe y menos prudencia, han emitido, hasta en los últimos tiem- pos, las más aventuradas hipótesis. Lo mismo se achaca el sueño á la sequía que á la humedad, á una alteración del bazo que á un aumento ó una disminu- ción de la masa sanguínea en el cerebro, á una com- presión de este órgano que á un colapso de susven- trículos. Unos creen en una acumulación de ácido carbónico, y otros en un abatimiento de los nervios. Juan Argenterins, que escribió en 1560 una obra más rica en palabras que en ideas sobre el sueño y el estado do vigilia, considera la disminución «del calor innato» como la causa del adormecimiento na- tural; lo cual parece de mayorsensatez en todoslos casos que la hipótesis más moderna de que el sueño dependa de un estado de excitación del cerebro. Por otra parte, la fantasía fisiológica llegó á su apogeo en 1818. En aquella época, un joven módico intentó con la mayor seriedad del mundo estable- cer una teoría según la cual el sueño era una ex- plosión debida á «la combinación en el cerebro de la electricidad positiva y la electricidad negativa.» Si á pesartfe tan considerable número de hipótesis emprendemos la tarea de fundar una nueva teoría de las causas del sueño, es porque ninguna de esas hipótesis ha llegado á obtener la aprobación de los jueces competentes. Ninguna de las opiniones emitidas hasta hoy ex- plica el sueño como una manifestación consecutiva á otras ya conocidas. Todas ellas empiezan por ad- mitir un punto de partida que no está demostrado; ninguna se hace cargo suficientemente de los he- chos bien establecidos. Nosotros adoptamos como base ese hecho de constante experiencia, respecto al cual parecen ha- llarse unánimemente do acuerdo cuantos se han ocupado de la cuestión: el de que tanto el abati- miento corporal como el abatimiento intelectual tienen por natural consecuencia el sueño normal. Esto no puede negarse. El abatimiento de los órga- nos de los sentidos, es decir, de la vista y del oido; el abatimiento del cerebro, preceden al sueño. Del 9

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REVISTA EUROPEA.NÚM. 179 29 DE JULIO DE 1 8 7 7 . AÑO IV.

LAS CAUSAS DEL SUEÑO.

Entre los numerosos enigmas de la vida que elhombre se ha acostumbrado á considerar como co-sas que se explican por sí mismas y cuya soluciónparece hallarse aplazada indefinidamente á los ojosdel más curioso observador, ocupa un preferentelugar la desaparición periódica de la actividad inte-lectual superior, es decir, el problema de las alter-nativas de la vigilia y el sueño.

Desde hace siglos se trabaja en la solución de esteproblema; pero son muy pocos los materiales quese pueden utilizar, si se pone en práctica la máximade Morgagni: Non numerande sed perpendendce ob-servaliones.

La fenomenología del sueño humano cuenta cier-tamente con un buen número de observaciones, ysobre el sueño invernal de muchos animales se hanhecho algunas experiencias interesantes. Pero elpunto capital de la cuestión, es decir, la etiología,el estudio de las causas del sueño, son, por decirloasí, desconocidos todavía.

Verdad es que este estudio se ha hecho difícil porla falta de crítica. Desde Hipócrates, efectivamente,han confundido los autores, sin establecer distincio-nes convenientes, los sueños producidos artificial-mente por medio de toda clase de narcóticos, losdiferentes estados mórbidos asfícticos, soporosos,soñolientos, hasta la muerte aparente, en fin, conel sueño del hombre, reparador, periódico, normal,en una palabra, el sueño fisiológico.

La leyenda mitológica hacía de Eudymion la per-sonificación del Sueño, el hijo de la Noche, el her-mano gemelo de la Muerte, estrechando al mundoentero con los mismos lazos, insinuándose igual-mente entre los dioses que entre los hombres, re-posando sobre el monte del Olvido, y le daba, entreotros atributos, la adormidera. Este error se haconservado á través de los siglos en la ciencia mé-dica. Pero hoy ya se sabe que el envenenamientopor el opio es una cosa completamente distinta delsueño normal, y debemos establecer una diferenciaabsoluta entre el sueño natural y el sueño E.rliíicial.Aquí sólo trataremos del primero, y únicamente enlo que concierne al hombre y á los animales supe-riores.

El examen crítico de las opiniones sobre las cau-sas del sueño normal, sobre esas causas llamadas

TOMO x.

causa próxima et remoíiores, no merece el trabajoque costaría seguirle en medio de una infinidad deescritos.

Nos limitaremos á consignar un corto número deesas opiniones. Aristóteles y Galeno se contradicenuno á otro, y el segundo acaba por confesar franca-mente que ignora en absoluto la causa del sueño.

Autores más recientes, de menos buena fe y menosprudencia, han emitido, hasta en los últimos tiem-pos, las más aventuradas hipótesis. Lo mismo seachaca el sueño á la sequía que á la humedad, á unaalteración del bazo que á un aumento ó una disminu-ción de la masa sanguínea en el cerebro, á una com-presión de este órgano que á un colapso de susven-trículos. Unos creen en una acumulación de ácidocarbónico, y otros en un abatimiento de los nervios.

Juan Argenterins, que escribió en 1560 una obramás rica en palabras que en ideas sobre el sueño yel estado do vigilia, considera la disminución «delcalor innato» como la causa del adormecimiento na-tural; lo cual parece de mayorsensatez en todosloscasos que la hipótesis más moderna de que el sueñodependa de un estado de excitación del cerebro.

Por otra parte, la fantasía fisiológica llegó á suapogeo en 1818. En aquella época, un joven módicointentó con la mayor seriedad del mundo estable-cer una teoría según la cual el sueño era una ex-plosión debida á «la combinación en el cerebro dela electricidad positiva y la electricidad negativa.»

Si á pesartfe tan considerable número de hipótesisemprendemos la tarea de fundar una nueva teoríade las causas del sueño, es porque ninguna de esashipótesis ha llegado á obtener la aprobación de losjueces competentes.

Ninguna de las opiniones emitidas hasta hoy ex-plica el sueño como una manifestación consecutivaá otras ya conocidas. Todas ellas empiezan por ad-mitir un punto de partida que no está demostrado;ninguna se hace cargo suficientemente de los he-chos bien establecidos.

Nosotros adoptamos como base ese hecho deconstante experiencia, respecto al cual parecen ha-llarse unánimemente do acuerdo cuantos se hanocupado de la cuestión: el de que tanto el abati-miento corporal como el abatimiento intelectualtienen por natural consecuencia el sueño normal.Esto no puede negarse. El abatimiento de los órga-nos de los sentidos, es decir, de la vista y del oido;el abatimiento del cerebro, preceden al sueño. Del

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mismo modo que los aparatos sensoriales son losórganos terminales periféricos de los nervios sensi-tivos, así los músculos pueden ser considerados,morfológica y fisiológicamente, como los órganosterminales periféricos de los nervios motores. Ycomo, además, las células ganglionarias deben serconsideradas como los órganos nerviosos termina-les centrales, se puede deducir do una manera ge-neral que el sueño fisiológico sobreviene cuandolos órganos terminales del sistema nervioso se en-cuentran abatidos.

Nuestro punto de partida, que es la hipótesis fun-damental, exige que cada operación intelectualvaya unida a un activo consumo de oxígeno, porparte del substractum, en el cerebro. Ninguna ma-nifestación motriz, ninguna sensación y hasta nin-guna percepción, cualquiera que sea su territoriosensorial; ninguna pasión, sea en estado de primerachispa ó en el do llama ya desarrollada; en una pa-labra, ninguna manifestación la de actividad cerebralpuede producirse sin que el oxígeno, llevado por lasangre al cerebro, sea consumido por las célulasganglionarias. Cuando estas células carecen desangre, se extingue la actividad cerebral qne cons-tituye la conciencia, la atención se paraliza y la vo-luntad y el pensamiento enmudecen; todo cornodurante el sueño. Si, por el contrario, se verifi-can estas acciones psíquicas, es que no falta: oxí-geno on las células ganglionarias.

Este aserto no ha sido comprobado todavía porinvestigaciones directas; pero está en camino doserlo. Su verosimilitud lia sido expuesta con senci-llez, á nuestro juicio, sin ninguna ambigüedad, porAlejandro de Ilumboldt en 1797, en su célebre «Me-moria sobre la irritabilidad de las fibras muscularesy nerviosas, con consideraciones sobre los fenóme-nos químicos de la vida en el reino animal y el ve-getal.» En un notable pasaje do esta obra dice pre-cisamente que aunque el pensamiento no sea ni unaoperación química, ni ei resultado de una conmo-ción mecánica, no parece anüfilosóh'co admitir «unmovimiento ó descomposiciones químicas en el ór-gano de la razón,» cooxistente con el pensamiento.1

Durante «estas actividades sensoriales» se consumemayor cantidad de oxígeno en el estado do vigiliaque en el de sueño. En efecto, durante las reflexionesmuy absorbentes circula más sangre en el cerebro,'absolutamente lo mismo que sucede respecto á losvasos musculares durante los. esfuerzos físicos. Asíyuna masa considerable de sangro arterial, rica, porconsiguiente, en oxígeno, sube por las carótidas ála cabeza y vuelve al corazón en estado de sangrevenosa, es decir, habiendo perdida¡saiGRrgeno. Estedebe, pues, haber sido retenido poriol cerebro, uti-lizado para las oxidaciones.

De los análisis que hemos hecho resulta que no

hay tejidos en el organismo, á excepción tal vezdel hígado, que tomen tanto oxígeno do los glóbu-los como la sustancia cerebral, ni que provoque tanrápidamente su segregación, aun en temperaturapoco elevada. Bajo este punto de vista químico, eicerebro se encuentra en igual caso que el músculo,porque este, ya se sabe, quita también mucho oxí-geno á la sangre que ijor él qasa.- Por. oto. tjanfe.,3i se ligan los vasos que conducen á una glándula,ó los que desembocan on un músculo, aquella de-tiene su función secretoria y este sus contraccio-nes. De igual modo suspende el cerebro su trabajo,en parte, cuando las dos carótidas se ligan ó com-primen. También está reconocido que después degrandes pérdidas de sangre sobreviene fácilmentela soñolencia. Que en este último caso sea la faltade oxígeno la causa principal de la disminución dela actividad cerebral, de la actividad sensorial lomismo que de la actividad motriz, es lo que resultacon más probabilidades de los experimentos en quese provoca, sin ligadura de vaso y sin sangría, se-mejantes manifestaciones, de modo que la oxigena-ción de la sangre por el contacto del aire sea reco-gida en los pulmones: esto es lo que sucede, porejemplo, cuando se sustituye el oxígeno del aire

i con el ácido carbónico,—ó para evitar cualquieracomplicación tóxica con el ázoe,— que aumentaprogresivamente en un espacio respiratorio artifi-cialmente cerrado. En estas circunstancias no seproduce convulsiones, sino únicamente el sueño óun estado análogo; después la muerte real sigue alamuerte aparente, si no se cuenta con algún socorro,• Tales experiencias hemos hecho en los años 1872

y 1873. Los animales respiraban lenta y continua-mente, con el aire, crecientes cantidades de gas quereemplazaban al oxígeno. Todos los fenómenos deexcitación cesaban de producirse, y las funcionescerebrales se iban extinguiendo gradualmente comoal principio del sueño. Los individuos asfixiados deeste modo vuelven en sí también gradualmente,cuando se les suministra el oxígeno de nuevo,siem-pre como el sueño fisiológico.-'Por diferentes que sean las causas do la inaccióndel: cerebro on estos experimentos do las del sueñonatural, el hecho de sobrevenir gradualmente esainacción por consecuencia d3 la supresión progre-siva del oxígeno, es un fenómeno fácil de compro-bar en ambos casos.

'• Resulta de todo esto que casi no hay duda posi-ble respecto á la necesidad de una provisión desangre rica en oxígeno para sostener la actividadcerebral en el estado de vigilia. Todos los actospsíquicos en que toma parte la atención, exigencombinaciones químicas fijas del oxígeno que lasangre lleva á las regiones cerebrales. Cuando faltael oxígeno, sea por consecuencia de la pobreza de

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la sangre que afluye, sea por efecto de una dismi-nución en la cantidad que queda de ella por otrasregiones de una composición normal, entonces laatención se extingo. Hay pérdida del conocimientoy sueño.

De aquí surge la cuestión de saber si el sueñoperiódico, natural, se produce de la primera mane-

La otra opinión se apoya, es cierto, en muchasexperiencias evidentes, según las cuales los peque-ños vasos se reducen realmente hasta borrarse todoindicio de su existencia. Pero, en nuestro concep-to, todos esos casos no so refieren mas que a losletargos artificiales, obtenidos, por ejemplo, conauxilio del cloroformo, ó á estados soporosos de

fio la cantidad de sangre y, por consiguiente, deoxígeno destinados á las células ganglionarias, sedisminuye, ó si dichas células reciben únicamenteuna proporción menor do oxígeno sin disminuciónen el aflujo sanguíneo, por consecuencia del empo-brecimiento de la sangre en oxígeno.

Como no es posible admitir que la sangre arterialen circulación durante el sueño contenga menosoxígeno que en el estado de vigilia, la cuestión eneste caso debe plantearse así: la cantidad de oxí-geno necesario para la producción de los actos in-telectuales, que la sangre lleva al cerebro, ¿no seráutilizada para otra función que durante el estado devigilia? ¿Cómo se verifica esto? 0 bien, ¿afluye me-nos exígeno al cerebro durante el sueño, porquecircula entonces menos sangre que durante la -vi-gilia?

Ninguna de estas alternativas se considera de or-dinario, como absolutamente establecida, porquetodavía hoy se contradicen las experiencias.

Creemos, sin embargo, que los resultados expe-rimentales, en cunnto nos son conocidos, por lomenos, pueden ponerse de acuerdo. Solo las inter-pretaciones se contradicen.

Algunos autores de otros tiempos, Marshail-Hall,el gran Haller y muchos otros después do ellos,creían que el cerebro se hallaba con mucha abun-dancia de sangre durante el sueño, y que las venas,también repletas de sangre, determinaban una com-presión de aquel órgano.

Otros, por el contrario, como lilumenbacli, admi-tían una disminución do la cantidad de sangre en elcerebro durante el sueño. Durham (18(30) ha vistoen animales trepanados, en los que se habían em-butido placas de vidrio entre ios huesos del cráneo,que la superficie del cerebro^ se ponía pálida des-pués de haber sido roja. Afirma que en el sueñoprofundo se produce no la abundancia de sangrepero sí la disminución por electo do la contracciónde las arterias, y que esta disminución en el aflujosanguíneo al cerebro es la causa del sueño.

¿Tendría razón Blumenbach, y con él muchos au-tores que sostienen todavía la misma opinión?

En realidad ninguno de los dos partidos la tiene.La primera opinión no ha podido alegar en su fa-

vor ninguna experiencia; el aumento de la repleciónde los vasos no ha sido hasta ahora comprobadodurante el sueño natural, sino únicamente afirmado.

rham ha hecho sus experiencias en la ilustrada In-glaterra; y entóneos, comoahora, se necesitaba mu-cho valor para practicar una vivisección sin agentesanestésicos. Los experimentadores que han estudia-do á los trepanados, fuera deesas intervenciones (lasdel cloroformo) y de esas anomalías (los estadospatológicos), no han visto jamás sobrevenir de unamanera regular, ya la dilatación, ya la reducción delos vasos del cerebro y de sus membranas; solo hancomprobado el crecimiento y la disminución de ori-gen respiratorio del cerebro, y las pulsaciones deeste órgano, descubiertas por Realdo Colombo enel siglo 'XVI. Rocíen, en 1849, y Valentín han sidolos que han hecho buenos experimentos sobre estepunto. Valentín llegó á trepanar marmotas sumer-gidas en el sueño universal, sin que so despertaranhasta que él lo hizo después. Según esto, los vasosdel cerebro no cambian de aspecto; era imposibleal menos comprobar la reducción regular.

Por regla general, todos los hechos conocidosconcernientes á este asunto, nos inducen á partici-par de la opinión ya emitida por Lonhossek, de queel sueño natural, normal, no puede consistir en elaumento ni en la disminución del aflujo de la san-gre al cerebro. Es verdad que las abundancias y lasfaltas do sangre do origen artificial, y los aumentosó las disminuciones correspondientes del líquido cé-falo-raquídeo en el cerebro, pueden ocasionar es-tados soñoífentos; pero no se trata aquí do esosestados. Kn este examen de las causas del sueñonatura!, se debe partir, pues, con preferencia deque durante dicho sueño no hay disminución ni au-mento de la provisión del oxígeno de los glóbulosque suministran las arterias al cerebro. Pero enton-ces, según lo que precede, solo falta admitir que eloxígeno tiene otro empleo en el sueño que en ol es-tado de vigilia. Se preguntará seguramente: ¿cuál eseso empleo? Y nosotros contestamos que, durantela vigilia, las fibras musculares y las células gan-glionarias fabrican ciertas sustancias que no existendonde están en cantidad muy pequeña en el estadode reposo, pero que se producen y se acumulantanto más rápidamente cuanto mayores son los es-fuerzos y más intensa es la actividad sensorial. Es-tos productos de la actividad muscular y de la acti-vidad cerebral, es decir, los productos del abati-miento, son fácilmente oxidables, y, á falta de ex-citación, se apoderan del oxígeno para oxidarse ellos

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mismos: hé aquí, en nuestra opinión, lo que tie-ne lugar durante el sueño. Cuando la oxidación y,por consiguiente, ia desaparición de las secrecionesdel abatimiento, que se podrían llamar sustanciasponogenas (del griego múvo<r, fatiga),llega á un gra-do considerable, bastan ligeras excitaciones paraque las células gangiionarias recobren su actividad;entonces se despierta.

Si estos materiales se acumulan de nuevo duranteel estado de vigilia, disminuye la excitabilidad, laposesión de sí mismo se hace más difícil de soste-ner y sobrevienen el abatimiento y el sueño, á noser que fuertes excitaciones impidan al oxígeno ar-rojarse sobre las sustancias ponogenas para destruir-las. En el estado de vigilia, es en efecto precisa-mente el oxígeno lo que se utiliza para el sosteni-miento de la actividad muscular, así como tambiénpara las funciones psíquicas.

Tal es la base de la nueva teoría. Cabe, pues, porel pronto, asegurar que los productos que nosotrosllamamos sustancias ponogenas se forman realmen-te y se acumulan en la sangre ; y luego, que estosproductos obran produciendo el sueño.

El primer punto está demostrado hace muchosaños; el segundo ha sido comprobado por nuestrosexperimentos.

En 1807 ya habia descubierto Berzelius, en elmúsculo muerto, el ácido sarcoláctico ó láctico ; loencontró en mucha mayor proporción en los múscu-los de la caza fatigada, y en menor cantidad en losmúsculos paralizados que en los de los animalessanos.

En 18S0 hizo constar Bois-Reymond , en un céle-bre trabajo sobre la reacción de los músculos vivos,que ésta era neutral con tendencia al alcalinitadoen los músculos en reposo, y acida en los músculostetanizados. En el intervalo, reconoció Liebig unacantidad más grande de creatina en la carne de losanimales salvajes que en la de los animales seden-tarios y domesticados.

En 1845 estableció Helmholtz que el músculo te-tanizado encierra más sustancias volubles en el al-cohol y menos sustancias solubles en el agua, queel músculo en reposo. Así se hallaban fundadas lasbases de la química muscular: durante la contrac-ción, tienen lugar descomposiciones químicas, porconsecuencia de las cuales se producen ciertas com-binaciones, á expensas unas de otras. Juan Rankeconfirmó y dio más extensión á estos descubrimien-tos, demostrando que el músculo, durante su tra-bajo, acumula en sí mismo los productos de su ac-tividad, especialmente el ácido lácteo y la creatina.Por regla general, el ácido láctico no se encuentraen el músculo sano y vivo, y en el descanso.

Ya sabemos que se ha intentado demostrar porotro camino que se verifica iguales trasformacio-

nes químicas durante el trabajo. Muchos experi-mentadores han establecido que las excreciones delorganismo no son las mismas después de un trabajomuscular exagerado, que en el estado de reposo.Pero por más que se haya discutido con calor sobrela naturaleza de esas modificaciones, lo que no pue-de negarse es su realidad. Por lo demás, la exage-ración de la excreción del ácido carbónico por elpulmón durante el trabajo, es indudable. Por últi-mo, en 1858, demostró C. Bernard, y Ludwig ySczelkow lo confirmaron por análisis cuantitativos,que el músculo en trabajo abandona más ácido car-bónico á la sangre y le sustrae más oxígeno que elmúsculo en reposo.

Ninguna duda se puede ofrecer sobre este punto:en el estado de actividad se verifican, en los múscu-los que contienen sangre, fenómenos de desasimila-cion más activos que en el estado de reposo. Por lotanto, durante la más alta expresión del reposo, do-rante el sueño, puede muy bien producirse una eli-minación de aquellas sustancias , engendradas du-rante el período do actividad, bajo la forma de laoxidación. Si dichas sustancias han sido acumuladasantes de empezar el reposo, disminuirán en la mis-ma medida. Que el mismo fenómeno se produzca enlos órganos nerviosos centrales y acaso también enlos nervios periféricos, es una cosa completamenteverosímil, por más que no haya sido probada en ab-soluto.

También se discute aún sobre la producción deácido en los nervios durante su actividad, y nues-tras indagaciones dejan dudosa la cuestión de saberqué reacción puede ofrecer el contenido del nerviovivo. Sin embargo, no se trata aquí de los nerviosen toda su extensión, sino únicamente de sus apa-ratos terminales; y sobre esto tenemos un hechodescubierto por Bois-Reymond, que adquiere grandeimportancia: el cambio de la reacción neutral en re-acción acida de los órganos eléctricos, después delabatimiento, en el momento de morir el animal. Peroel hecho capital es que el cerebro y la médula, so-bre todo las células gangiionarias y los ganglionesdel gran simpático, no sólo presentan, según lasaveriguaciones de Gscheidlen¡ una reacción acida,sino que contienen un ácido fijo, que probablemen-te debe ser el ácido láctico, cuantío se examinandichos órganos después de la muerte del animal, ósea después de un período de actividad. Es verdadque los descubrimientos son todavía contradictoriosrespecto á saber si la producción de ácido aumentaen las células gangiionarias cuando éstas pasan delestado de reposo al de actividad, es decir, cuandodespierta el cerebro.

Para dilucidar esta cuestión, no se debería teta-nizar dichos órganos por medio de la electricidad,sino indagar, tratar de conocer la reacción de las

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N.° 179 MENENDEZ PELAYO. LA POESÍA HOUAC1ANA EN CASTILLA. 133

más diversas partes del cerebro, en los animalestrepanados, tanlo mientras duermen como cuandoestán despiertos; experiencias, sin duda alguna,practicables. La falta do animales únicamente, nosha impedido llevarlas á cabo.

En resumen, con arreglo á los precedentes datos,que se contradicen continuamente, la cuestión dela reacción de los nervios queda en esto: la produc-ción de ácidos es posible bajo la influencia del aba-timiento, y probablemente en el momento de lamuerte, así en los nervios cilindráceos, fáciles decolorear por el carmín, de los nervios periféricos,como en la sustancia gris del cerebro.

En cuanto á los resultados obtenidos por otrosautores para fundar una psicoquímica en la inda-gación de las modificaciones, de las excrecionesdel organismo bajo la influencia de esfuerzos inte-lectuales sostenidos, tienen poco valor. Se ha en-contrado en el hombre un aumento de la cantidadde ácido fosfórico y de ácido sulfúrico excretadosdespués de una exagerada actividad cerebral. Peroestos datos no han sido confirmados, y, por reglageneral, semejantes resultados quedan siempre du-dosos. Por otra parte, en el caso presente se trata,¡inte todo, no de saber si el movimiento nutritivose modifica en el momento de un trabajo intelec-tual extremadamente exagerado, sino de si difiereentro el estado de vigilia y el sueño.

Todo lo que sabemos sobre los fenómenos quí-micos respectivos do los órganos en función y onreposo, nos induce á admitir diferencias. Pero, has-ta hoy, no se pueden dar pruebas, que se apoyenen hechos experimentales, de la necesidad de laexageración de las acciones químicas, cuando losactos psíquicos son más activos.

(Concluirá.)

W. PRKYEU,Catedrático de la Universidad de lena.

LA POESÍA HORACIANA EN CASTILLA.

(Continuación.)

XI. *

D. Leandro Fernandez de Moratin dejó como lí-rico escasa fama, por faltarle ciertas condiciones delas que atraen y subyugan la admiración y el aplau-so. Y sin embargo, sus Poesías sueltas, que apenashan obtenido otros elogios que los do Hermosilla,son modelos clásicos insuperables. Táchanlas defrias y secas, negándolas por ende todo merecimien-to, y no ven los que tal dicen que en el reino de lapoesía hay muchas coronas, y que no está reserva-

véanse los números 176. 171y 118, págs. 31,68 y 109.

da la última al artista laborioso y concienzudo quetrabaja con exquisita perfección la forma externa.Yo admiro á Moratin como lírico, y no tengo repa-ro en confesarlo. Pocos versos hay en castellanoque reproduzcan tanto como los suyos el eco de lamusa latina. El numen inspirador de Inarco, asi enlas odas y epístolas como en el teatro, era e\ gusto,gusto de sobra estrecho, es verdad, pero sano, pu-rísimo y acrisolado. No abunda en pensamientos ori-ginales y enérgicos, ni en emociones vivas, pero deaquí á decir que le falta toda poesía, hay gran dis-tancia. Poesía de dicción y de estilo la tiene siem-pre, y no con intermitencias como otros de su tiem-po, aunque entren en cuenta los más célebres sal-mantinos. Y esa poesía es siempre de buena ley,sin que se observen jamás en Moratin las declama-ciones frenéticas, el ostentoso aparato de figuras re-tóricas, y las tiradas rimbombantes y ampulosas enque se complacían Cienfuegos y el mismo Quintana,dicho sea sin mengua do tan gran nombre. Siempreserán fuera de tono ó bijas de un entusiasmo facti-cio salidas de este tenor, que quieren pasar porraptos pindáricos:

Libre, sí, libre, ¡oh dulce voz! Mi pechoSe dilata escuchándote, y palpita,Y el numen que me agitaDe tu sagrada inspiración henchido,A. la región olímpica me eleva,Y en sus alas flamígeras me lleva.¿Dónde quedáis, mortalesQue mi canto escucháis?...

Esto es equivocar el vuelo lírico con la hinchazóny la bambolla; y sin embargo, este pasaje está enla oda Á la Imprenta. No es mi intento,sin embargo,comparar polta con poeta. El uno es un gran lírico,igual á los mayores del mundo todo; el otro un lite-rato elegante y correctísimo, pero no muy inspirado.Lo que sí afirmo es, que Moratin comprendió mejorque nadie de su tiempo en España la austera sobrie-dad del gusto clásico, y que mereció bien de nues-tras letras oponiéndose dura é inflexiblemente alpanfilismo y al manierismo de Cienfuegos, á suafectación continua y á su frase neológica, y dandoejemplos de tersura y limpieza de lenguaje, de mo-destia y sencillez en el pensamiento, de bruñida yacicalada versificación. Nadie habia manejado enEspaña como él el verso suelto, y hoy mismo nadahay que exceda á pasajes como este de la bellaElegía á ls Musas:

Yo vi del polvo levantarse audacesA dominar y á perecer tiranos,Atrepellarse efímeras las leyes,Y llamarse virtudes los delitos.

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134 REVISTA K0KOPEA. 2 9 DE JULIO DE 4 8 7 7 . N.° 179

Vi las fraternas armas nuestros murosBañar en sangre nuestra, combatirseVencido y vencedor, hijos de España,¥ el trono desplomándose al vendidoímpetu popular. De las arenasQue el mar sacude en la fenicia GádesA las que el Tajo lusitano envuelveEn oro y conchas, uno y otro imperio,Iras, desorden esparciendo y luto,Comunicarse el funeral estrago.Así cuando en Sicilia el Etna roncoRevienta incendios, su bifronte cimaCubre el Vesubio en humo denso y llamas,Turba el Averno sus calladas ondas,Y allá del Tibre en la ribera olruscaSe estremece la cúpula soberbiaQue al vicario de Cristo da sepulcro...

Los más hermosos versos sueltos italianos, losde Parini, Monli ó Hugo Foseólo, no tienen más ar-monía que éstos. Y la expresión do Inarco es dondequiera robusta y sostenida. En la parte de lenguajees modelo intachable.

Su pensamiento es siempre poético, aunque po-cas veces nuevo. ¿Pero tienen más originalidadotros líricos muy celebrados? Ciertamente que sonvulgares las ideas expresadas en las epístolas ÁJove-Llanos y Á un ministro sobre la utilidad de lahistoria, pero ¿no pueden pasar por vulgaridades lamayor parte de las cosas que se han dicho y escritoon el mundo? ¿Qué grandes intuiciones históricashabíamos de pedir á un poeta académico y arcadodel siglo XV11I? Basta que pensase bien y escribiesenoblemente. Las ideas de Moratin, aunque pocas ynada originales, tienen la ventaja de ser claras,precisas y exactas, y de no haber envejecido, alrevés de los vagos presentimientos y trasnochadasfilosofías del grupo salmantino.

Dicen que Moratin carece de afectos. Tiónelos,sin embargo, aunque reposados y dulces, en su tea-tro, y tiénelos de la misma clase en sus versos líri-cos. Tiene entre otros, no sé si propio ó prestado,el sentimiento religioso on los dos primorosos cán-ticos La Anunciación, y Los Padres del limbo, y enla oda Á la Virgen de Lendinara. Ningún poeta delsiglo pasado hizo nada que se pareciera á esto. Sonversos de una pureza y una dulzura inimitables. SiMoratin fue volteriano, lo cual dudo mucho al leerestas y otras composiciones suyas, es fuerza con-fesar que sus facultades de asimilación eran por-tentosas. El último de esos cantos es en la formahoraciano y de la escuela de Francisco de la Torre:

Madre piadosa, que el lamento humanoCalma, y el brazo vengador suspende,Cuando al castigo se levanta, y tiembla

De su amago el Olimpo.Ella su pueblo cariñosa guarda,Ella disipa los acerbos malesQue al mundo cercan, y á su imperio prontos

Los elementos ceden.Basta su voz á conturbar los senosDonde, cercado de tiniebla eterna,Reina el tirano aborrecido, origen

De la primera culpa.Basta su voz á serenar del hondoMar, que los vientos rápidos agitan,Las crespas olas, y romper las nubes

Donde retumba el trueno.Ó ya la tierra con rumor confuso.Suene, y el fuego que su centro ocultaHaga los montes vacilar, cayendo

Los alcázares altos;0 ya, sus alas sacudiendo negras,El Austro aliento venenoso esparza,Y á las naciones populosas lleve

Desolación horrible.Ella invocada, de el sublime asientoDesde donde á sus pies ve las estrellas,Quietud impone al mundo, y los estragos

Cesan, y huye la muerte...

Todos los razonamientos del mundo no bastaráná persuadirme que ésta es pobre y. despreciablepoesía, precisamente por ser muy correcta, muyacabada en la estructura. No le ha de dañar á Inar-co su propia perfección, ni pasaron jamás por méri-to la negligencia y el desaliño. ¡Lástima que seanpocas las odas de Moratin! La dedicada A Nísidaos tal, que parece traducida de Horacio:

¿Ves, cuan acelerados,Nísida, corren á su fin los dias?Y los tiempos pasadosEn que joven reías,¿Ves que no vuelven, y en amor porfías?Huyó la delicadaTez, y el color purísimo de rosa,La voz, y la preciadaMelena de oro undosa;Todo la edad lo arrebató envidiosa.¡Ay! Nísida, y procurasVer á tus pies un amador constante...En vano es el adornoArtificioso, y la oriental riquezaQue repartida en tornoCorona tu cabeza,Si falta juventud, gracia y belleza...

No es menos latina la oda Á los colegiales de SanClemente de Bolonia, de artificio métrico gracio-sísimo;

I

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N.° 179 MENENDKZ PELA YO. LA POESÍA HOHACIONA PIN CASTILLA. 1 3 5

¿Por qué con falsa risaMe preguntáis, amigos,El número de lustros que cumplí...

En el mecanismo do la versificación adelantó mu-cho Moralin, gracias al estudio de los poetas italia-nos. En la elegía A la muerte de Conde el movi-miento animado y verdaderamente lírico de lasestrofas contrasta con la pobreza rítmica y las es-cabrosidades y tropiezos con que solían versificarlos salmantinos en silva perenne:

Desdo que el cielo airadoLlevó á Jerez su sañaY al suelo derribadoCayó el poder de España,Subiendo al trono góticoLa prole de Ismael,Hasta que rotas fueronLas últimas cadenas,

Y tremoladas vieronDe Alhambra en las almenasLos ya vencidos árabesLas cruces do Isabel.

No quisiera citar la oda en elogio del mariscaSuehet, porque honra poquísimo el patriotismo deMoratin; pero sí mencionaré la bella elegía Á lamarquesa de Villa/ranea que, con ser imitación delNon semper, llega á confundirse con ól en algunospasajes.

Pensó Moratin haber añadido una nueva cuerda ila lira española con los vosos que empiezan:

Id en las alas del raudo céfiro...

llamados por Hermosiila áselepiadéos, pero donosa-mente advirtió Gallego que tal metro no era otracosa que la reunión de dos pentasílabos semejantesá los usados por Marte en su fábula El naturalistay las lagartijas, y aun hizo una parodia do ellos nopoco chistosa:

RECETA.

Toma dos versos de á cinco sílabasDe aquellos mismos que el buen IriarteHizo en su fábula lagartijera.Forma de entrambos un solo verso,Y esto repítelo según te plazca.Mezcla, si quieres,- que es fácil cosa,Algún esdrújulo de cuando en cuando;Con esto sólo, sin más fatigaHarás á cientos versos magníficos,Como estos mios que, estás leyendo.Así algún dia los sabios todos,Los Hermosillas del siglo próximo,Darán elogios al digno invento,

Ora diciendo que son exámetrosÓ aselepiadeos, ora que aumentasCon nuevas cuerdas la patria lira,No hallando en Córdoba laurel bastanteCon que enramarte las doctas sienes.

Las sátiras do Moratin han alcanzado más generalaplauso que sus odas. Todas son horacianas. LaLección poética vencida on concurso por la do For-nér ante la Academia Española, supera mucho á laobra premiada en igualdad y gusto, sobretodo des-pués que su autor la corrigió (con rigor tal vez ni-mio) y redujo á menores proporciones, on los últi-mos años de su vida. -I Aloso/astro empieza conuna pintura cómica muy feliz, y acaba con una brio-sa invectiva. La epístola A Andreses un centón deneologismos tomados de poetas salmantinos, frasesno todas censurables, mas sí, combinadas del modoque el maligno censor las presenta. Casi todos losromanees do Moratin son, á pesar de su forma, sá-tiras horaeianas.

En la epístola moral rayó Moratin á la altura deFernandez do Andrada, acercándose mucho más queél á Horacio. Véase este retazo, y dígase si el poetade Tíbur escribiría de otra suerte en castellano:

En vano al sueñoinvoca en pavorosa y luenga noche;Busca reposo on vano, y por las altasBóvedas de marfil vuela el suspiro.¡Oh tú del Arias vagaroso humildeOrilla, rica do la mies de Cores,De pámpanos y olivos! Verde prado(Jue pasta mudo el ganadillo errante,Áspero monte, opaca sombra y fría.¿Cuándo será que habitador dichosoDo cornado, rural, pequeño albergue,Templo de la amistad y de las Musas,Al cielo grato y á los hombres, veaKn deliciosa paz los años miosVolar fugaces. Parca mesa, amenoJardin, de frutos abundante y llores,Que yo cultivaré, sonoras aguasQue de la altura al valle se deslicen,Y lentas formen trasparente lagoA los cisnes de Venus, escondidaGruta de musgo y de laurel cubierta,Aves canoras revolando alegres,Y libres como yo, rumor suaveQue en torno zumbe del panal hiblco,Y leves auras espirando olores;Esto á mi corazón le basta... Y cuandoLlegue el silencio de la noche eternaDescansaré, sombra feliz, si algunasLágrimas tristes mi sepulcro bañan...

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¿Era ó no poeta el que de esta suerte atinó con lapureza, no á todos revelada, del arte pagano?

Moratin fue cabeza de un grupo literario en queabundaron más los filólogos y liumanistas que lospoetas. Melón, Estala, Hermosilla, Tinóo y algunosmás, señalados por la erudición ó por la crítica,figuraron en ese bando.

No perteneció á él, pero tampoco al salmantino,el célebre repentista Arriaza, ingenio poco clásicoy cultivado, aunque agudo y donairoso versificador.Siguiendo con indecisión los rumbos de la crítica ydel gusto por aquellos días, Arriaza hizo algún en-sayo de poesía hasta cierto punto horaciana, aun-que teniendo á la vista más que á Horacio, á susimitadores castellanos. Una de las piezas suyas másseñaladas en este genero es La profecía del Piri-tieo, cuyo título sólo revela el propósito do imitar á

• Fr. Luis de León y á Valbuena. Hay en esta oda, ga-llardamente versificada, estrofas tan nutridas y va-lientes como esta:

Mira en haces guerrerasLa España toda hirviendo hasta sus fines,Batir tambores, tremolar banderas,Estallar bronces, resonar clarinesY aun las antiguas lanzasSalir del polvo á renovar venganzas...

En la sátira literaria, que Arriaza cultivó con pre-dilección y buen éxito, tiene tal cual rasgo horacia-no. Tradujo la Poética de Boileau, que ya habíanintentado nacionalizar Alegre, Madramany y algúnotro.

Marino como Arriaza, y como ól de ingenio zum-bón y chancero, fue el distinguido historiógrafo yerudito D. José de Vargas Ponce. La única poesíaque le ha sobrevivido es su chistosísima Proclamadel solieron, sátira en cierto modo horaciana, perode carácter muy español y castizo, rica de donairesy de sales, y escrita con hechicero desenfado. DonJuan Nicasio Gallego tuvo cuidado de pulir y aliñarla versificación, al principio dura y descuidada,de esta Proclama. Entre los demás ensayos poéticosde Vargas, que son medianísimos, hay una epístolaá D. Ángel de Saavedra, después duque de Rivas,incitándole á escribir un poema épico, epístola quefue contestada con otra, harto mejor, ambas inédi-tas hasta el presente año (í).

A la escuela que pudiéramos llamar de Moralinpertenecieron sólo dos poptas: D. Dionisio Solís yD. Manuel Norberto Pérez del Camino. El primero,más conocido como dramático, tiene entre sus ver-sos líricos alguna epístola en endecasílabos sueltos,

(1) Poetas líricos del siglo XVIII, tomo III. Colección or-denada é ilustrada por O. Leopoldo A. de Cueto. (TomoLXVII de AA. Españi

imitación feliz do las de Inarco, y una ó dos odasen el estilo de Francisco de la Torre. Véanse estasestrofas:

Pues á tí, Cloé mia,A tí ofrece la madre primaveraLa luz del nuevo dia.La rosa placentera,La clara fuente, y áurajlisonjera.

Vuélvete al cielo, y mira, !Vuelve los ojos hacia el fértil suelo,Y todo amor respiraQue con rápido vueloHinche ligero el mar y tierra y cielo.

Pérez dei Camino es, después de Burgos, el tra-ductor más afortunado de los poetas latinos que dioesa generación literaria. Él trasladó á lengua y poe-sía castellanas los versos de Catulo, las elegías deTibulo y las Geórgicas virgilianas. Mas sus obrasoriginales son bastante inferiores á las versiones,con haber entre las primeras algunas de mérito másque mediano. De sus odas horacianas sirva de mo-delo la dedicada á Galatea, en que hay algunas es-trofas regulares:

Antes que el fuego de tus ojos viera,Cual joven pino, de la selva gloria,Tal se ostentaba con altiva frente

Bello y lozano...Si dichas guarda la benigna DiosaAl blando pecho que agradece y ama,Que el ponto airado la engendró en su seno

Prueba el ingrato.

Escribió Pérez del Camino tres sátiras dedicadasá Moratin, á quien dice en la epístola nuncupa-toria:

Dame tu sal, tu gusto peregrinoDigno del Parthenon, digno del Lacio;De tu cítara dame el son divino,Y la España también tendrá su Horacio.

Los asuntos de dos de estas sátiras, de sabor asazvolteriano, son La falsa devoción y La intoleran-cia. Por lo demás, están bien escritas, aunque lesfalta el nervio de Quovedo ó la severa austeridad delos Argensolas. El autor mismo reconoce que no lellevaba su genialidad por este camino.

De dulce natural formado he sido,Más que para decir duras verdades,Para cantar los hurtos de Cupido.

La Poética de Pérez del Camino, há poco reimpre-

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sa en esta ciudad de Santander, es su obra maes-tra, aunque la doctrina no ofrezca novedad grande,siendo, como ya advirtieron los Sres. Cueto y La-verde, la de Boileau y su escuela en toda su pureza.Pero como poema supera bastante al do Martínezde la Rosa. De la riqueza de su estilo y gallardía desu versificación da muestra el pasaje que á conti-nuación trascribo, por ser imitación, tan libre comoafortunada, de uno de la Epístola ad Pisones:

¿Qué no alcanza la lira sonorosaCuando regala blanda los oidos?La misma religión su majestuosaVoz adornó con métricos sonidos:En ellos á la plebe pavorosaDel numen los oráculos temidos,Llena del santo horror quo la agitaba,La Pithia sobre el trípode exhalaba.

La misma religión de esta maneraDel canto proclamaba el son potente.Movió en tanto á l;i gloria lisonjeraDe Aquilcs el cantor la griega gente:Su Musa que honrará la edad postrera,Sonora celebrando y elocuenteDe los antiguos héroes las accionesA pueblos y caudillos dio lecciones.

Hesiodo, preceptor de labradores,En versos exhaló su zelo caro,Y cantando del campo las labores,Pródigo supo hacer el suelo avaro:Píndaro aseguró á los vencedoresDel polvoroso circo nombre claro,Y del grave Lucrecio en la armoníaOir nos dio su voz Filosofía.

Así amor, así honores soberanosEn la tiorra las musas alcanzaron,Y aromas on sus aras pías manosDel Ródope al Pirene derramaron,Ni vivieron oscuros los humanosA cuyo ardor la cítara fiaron:Legislador, filósofo, profeta,Un objeto de culto fue el poeta.

Era en plazas y templos admiradaSu lira y en las cámaras reales:Un poeta de Alcino en la moradaCanta á Ulíses sus hechos inmortales;Un poeta á Penélope, asaltadaPor el loco furor de cien rivales,Consuela con su canto melodiosoDel largo apartamiento de su esposo.

Aun de las hiperbóreas regionesEl bronco ferocísimo guerreroEl halago de armónicas cancionesEn el festín amaba placentero:De la lira de Ossian los blandos sonesCalmaban de su pecho el ardor fiero,

Si de Morvón lloraba la ruinaÓ la temprana muerte de Malvina.

Trozos parecidos pueden entresacarse de casitodos los cantos del poema.

Pero después de Moratin nadie acertó tan com-pletamente con la poesía horaciana como el insignelírico catalán I). Manuel de Cabanyes, muerto en laflor de sus años, el de 1832. Extraño y nuevo pa-recerá este nombre á muchos de nuestros lectores,ya que raros caprichos de la suerte han queridoque permanezca olvidado, al par que han alcanzadono poco renombre ingenios de las primeras déca-das de este siglo, muy inferiores á él en todo. Ca-banyes tenía lo que faltó á Moratin; ideas, senti-mientos y vida poética propia. Imitaba los modelosantiguos con la libertad del verdadero genio lírico.Su educación literaria fue rica, fecunda, y paraaquel tiempo muy variada. Conocía y admiraba lasobras de los corifeos del romanticismo, especial-mente á Byron, de quien, por lo menos desde 1823,había en Barcelona noticia, pero eligió por modelosá Horacio, Luis de León, Alfleri, Francisco Manoeló soase Filinto (de quien más adelante he de hablarcon extensión) y quizá Hugo Foseólo, al cual enmuchas cosas se parece. Gustoso aprovecho estaocasión de renovar la memoria del Andrés Cheniercatalán, pero aquéjame el temor de volver á tratarasunto ya magistralmente estudiado por el doctí-simo Milá y Fontanals. Como quiera que sea, apun-taré algo de tan excelente horaciano, uno de misvates predilectos, remitiendo á quien desee másnoticias y juicios más profundos y acabados al ar-tículo que con el rótulo de Una página de historialiteraria, antecede á las Producciones escogidas deCabanyes (Barcelona, 1858.)

Cabanyes*no juzgó oportuno dar a la estampamás que 12 odas con el título de Preludios de milira. (Barcelona, 1832.) Todas entran rigurosamen-te en el género horaciano, á excepción quizá de laúltima, titulada Colombo, que es un canto lírico ócarme por el estilo de Los sepulcros de Foseólo. Entodas ellas, á excepción de una, prescindió su autorde lá rima, anheloso de acercarse a l a pureza he-lénica.

Abre la serie La independencia de la poesía, odade asunto literario, en que la personalidad poéticay moral del escritor aparece vigorosa y de resalto.Alma sencilla y modesta, pero de recio temple, deantes quebrar que torcer, indígnase (con indigna-ción un poco retórica) contra Horacio por sus adu-laciones á Augusto, y describe en bellas y anima-das estrofas el carácter, nunca desmentido porcierto, de su propia poesía:

Como una casta ruborosa virgen

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Se alza mi Musa, y tímida las cuerdasPulsando de su arpa solitaria

Suelta la voz del canto.¡Lejos, profanas gentes: no su acentoDel placer muelle, corruptor del alma,En ritmo cadencioso hará suave

La funesta ponzoña!¡Lejos, esclavos, lejos: no sus graciasCual vuestro honor, trafícanse y se venden,No sangri-salpicados techos de oro

Resonarán sus versos.

Cabanyes, en general puro y correcto, es á vecesatrevido, pero con felices atrevimientos, en ellenguaje. El penúltimo verso lo demuestra. Y siguejustificando nuestro lírico su ausencia de galas yprimores rítmicos:

Fiera como los montes de su patria,Galas desecha que maldad cobijan...

Sobre sus cantos la expresión del almaVuela sin arte: números sonorosDesdeña y rima acorde: son sus versos

Cual su espíritu libres...

La estrofa de Francisco de la Torre, usada enesta oda, es una de las predilectas de Cabanyes.Tomóla quizá de la oda de Moratin A la Virgen, deLeudinara, 6 más bien, según creo, de las compo-siciones portuguesas de Correa Gargao y Filinto,en euya lectura parece empapado.

El poeta que tan alta idea tenía de su arte nohabía de hacerle descender á los triviales asuntos,tan de moda en el siglo pasado, ni emplearle tam-poco fastidiosamente en idénticos temas. Sus odasofrecen gran variedad de tonos y argumentos, dig-nos y elevados siempre. Maldice al Oro en el segundo de sus Preludios, y maldícelo por lina ma-nera del todo horaciana, que recuerda las invecti-vas á la navegación y á la audacia de los hombres;y como maestro en la disposición lírica alude opor-tunamente á la conquista de América:

¡Joya fatal, jamás te ornara, oh madre!

El modo como en esta pieza se combinan los ver-sos sueltos

Pacto infame, sacrilega,Con el Querub precito celebrara...

trae á la memoria una traducción de Horacio hechapor Herrera y varias composiciones lusitanas.

Superior á esta oda es la tercera Al cólera morbo-asiático, singular por el asunto y algunos detalles,

pero rica de valientes rasgos en medio de susdesigualdades.

El final, relativo á la guerra civil portuguesasrápido y dé primer orden:

Ya aullandoSobre tus torres, oh Ulysea, vaganLas furias de Montiel y las de Tobas.

La oda cuarta, poco interesante por el motivo,dado que se reduce á una felicitación do dias, es-cribióse después de una lectura del Donarem pate-ras de Horacio, cual lo indica el mismo Cabanyesen su epígrafe, y lo prueban además estos versos:

índicas tolas y chinescos vasosY candelabros de oro relucienteTu amigo ausente, en prenda de cariño,

Darte quisiera...

En las demás estrofas hay asimismo reminiscen-cias venusinas.

Vienen después unos endecasílabos A Ciniio,composición admirable y amarguísima, del génerode Leopardi, cuyos cantos de seguro no conocía elignorado poeta de Villanueva de Gellrú.

La penosa impresión que tales versos dejan enel ánimo disípase en presencia de La Misa Nueva,verdadero himno sacro digno de Manzoni, aunquecompuesto en forma horaciana. Adoptó para élCabanyes el asclepiadeo moratiniano combinadocon su hemistiquio agudo, lo cual produce un mo-vimiento lírico desusado. Para las ideas empapósederechamente en el Nuevo Testamento, dando deeste modo á su poesía un carácter de dulce majestad, muy diverso del sublime y arrebatado que os-tentan las inspiradas por objetos de la ley antigua.De la belleza incomparable de La Misa Nueva dentestimonio estas estrofas:

¡Ah! no le olvida, y un hijo escógeseEntre sus hijos, á cuya súplicaCuando en los áridos campos marchítese

La dulce vid,Romperá el seno de nubes túrgidas,Y hará de lo alto descender pródigaLluvia que el pecho del cultor rústico

Consolará.Un hijo escógese cuyas plegariasTornarán mansa la eterna cólera,Cuando ceñido de piedra y rayo

Asolador,Sobre las alas del viento lóbregasVolará el justo contra los reprobos,Y só sus plantas truenos horrísonos

Rebramarán.

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fí.° 179 MENENDEZ PELAYO. LA POESÍA HORACIANA EN CASTILLA, 139

Bien como el arco, señal de calmaQue de los montes la yerma cúspideUne á las altas salas espléndidas

Do mora el sol,Así él la tierra, mansión de angustias,juntará al trono de Dios ingénito,Y humanas preces bondoso el Numen

Escuchará...

Así está escrita toda la oda, inclusa la conclusión,que no hallo violenta, separándome en esto sólo,y quizá con error, de la opinión del Sr. Milu, quienpor lo demás considera esta pieza como una de lascuatro obras maestras del poeta.

Es asimismo uno de los ejemplos más palpablesde cuan bien se une la forma clásica con el espíritucristiano en manos de un artífice diestro.

Creyendo con el docto crítico citado que soncuatro las obras maestras del poeta, me permitocontar en esto número la oda A ni estrella, supe-rior en conjunto á La Independencia de la poesía ybajo todos aspectos una de las composiciones másperfectas, geniales y características del vate la-letano:

¡Salve, luz de mi vida,Guiadora gentil de mi carrera,Estrella mia, salve!Largo tiempo mis ojos te han buscado:En el zafir celesteClavados largo tiempo, á tus brillantesHermanas preguntaron,¿Ay! y á su voz ninguna sonreía.

Mas tú... yo te conozco,Y tú me escucharás, Ninfa del Éter;Sobre tus áureas alasA tu mortal desciende que te implora,Y así de su destinoLa ley sobre su frente, con un rayoDe tu corona escribe:«Ciencias vanas que el alma ensoberbecenY el corazón corrompen,Favor de plebe y dones de tiranosEste mortal desprecia¡Hombres! pensad, mas permitid que piense,Dejad pasar su carro,Que no ól al vuestro impedirá que marche.l)e vuestra fantasíaLos ídolos amad: ól nada anhelaDe lo que amáis vosotros.Del corazón en el altar, do tienePocos nombres inscritos,Arde una llama pura, inmensa, eterna,¡Hombres, ella le basta,Nada quiere de vos más que el olvido!»

¡Qué dignidad y qué encantadora dulzura! ¡Quéhombre y qué poeta! ¡Y esto lo escribía un estudian-te muerto á los 25 años, que pasó olvidado y desco-nocido su corta y laboriosa vida, sin que ningunavoz viniese á alentarle, sin que sospechase nadieque en un cuaderno anónimo, publicado en Barce-'ona, se ocultaba el alma de un gran poeta, capazde rejuvenecer la antigüedad y de infundirla unaliento nuevo, como Chenier, como Foseólo, comoLeopardi, como Swinburne! Y en una época que sejactaba de clasicismo, muchas veces falso y de se -gunda mano, nadie paró mientes en aquel jovencatalán á quien parecía haber trasmigrado el almado Horacio. Quintana le conceptuó superior á cuan-tos entonces hacían versos en España, lo cual noera elogio grande, por cierto, tratándose de 1830.Pero Herraosilla, sin reparar que Cabanyes era en laforma el discípulo más fiel de aquel Moratin por éltan alabado, le trató como á un principiante debuenas disposiciones, y se dignó dirigirle imperti-nentes reparos gramaticales. Y ciertamente que siHermosilla hubiera sentido de veras la belleza clá-sica, cuyos ejemplares conocía bien como filólogo,hubiórale faltado valor para sus censuras, despuésde leido este pasaje de la misma oda:

¡Yo lo veré con llanto,Poro mi pecho latirá tranquilo!Del Ida allá en la cumbre,Así al Saturnio el gran cantor nos pinta,El áspera refriegaContemplando de Téucros y de Aquivos.Caen los héroes: rojasCon la sangre las límpidas corrientesEl Janto y Simois vuelcan,La faz llorosa y suplicantes manosAl Olimpo dirigen •Las dárdanas esposas y las madres,De las Deidades mismasEl feliz corazón palpita inquieto,Y calma goza eternaEl padre de los hombres y los Dioses!

Esta maravillosa imagen de la serenidad olímpicaesta reproducción, en pequeña escala, de uno de losgrandes cuadros de Hornero, ¿no entusiasmaban altraductor de la Riada?

La oda A Marcio, escrita en dodecasílabos com-binados, con su hemistiquio agudo de esta suerte:

Por la angosta senda de Garraf riscosoCorcel desbocado dirigir sin riendas,Ó por las furentes olas del Egeo

Barquilla regir...

es composición bastante singular y extraña. Imita

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en partes el Delicia majonm y otras odas de Hora-racio; pero amalgama estas imitaciones con re-cuerdos nacionales, y termina con la jura en SantaGadea, un poco afectadamente descrita. No se aco-moda fácilmente á andar en versos lioraeianos elque en buen hora nascó.

La oda Al Estío tiene estrofas de primer ordenpor la rapidez y el número:

Hacia tí con deseos criminalesLa su vista de águila volviera

Entonces de las GaliasEl domador, cual mira

Hambriento azor en la región del éterLa que va á devorar tímida garza.

¡Astro del Orion! hermoso brillasEn las noches de Otoño; mas tu lumbre,

Nuncio de tempestadesLlena de luto el alma

Del labrador, que en torno al duro lechoEnjambre ve de nudos parvulillos.

Mensajera de mal la estrella JuliaAsí de Italia apareció en el cielo...

¡Qué frases tan horacianas: nudos parvulillos, es-trella Julia (sidus Julium/J ¡Qué lírica es la tran-sición de la segunda estrofa

¡Astro del Orion, hermoso brillas!

Lo que se echa de monos en esta pieza, es sufi-ciente enlace entre sus partes.

Distinto es el lunar de la ingeniosa oda intituladaMi navegación. La alegoría no es bastante clara,como ya advirtieron Hermosilla y Milá. Pero altasideas, generosos sentimientos y bellas estrofas com-pensan bastante tal defecto.

Á menos de trascribirla íntegra, no es posible dardea de la dulcísima poesía erótica, que comienza:

Perdón, celeste virgen,Si á tus honestos labios

Arrebató de amor costoso un sí;Si á tu inocente pecho,Si á tus sueños tranquilos

Turbó la calma plácida: perdón...

Estos versos, únicos de amores que publicó elpoeta, son la más íntima y quizá la más acabada desus producciones. No se concibe mayor pureza desentimiento y de expresión.

Y cuando al fin mi espírtuLas odiadas cadenas

Rompa, que le atan al arcilla vil,Y sus alas despliegueY á volar se aperciba

A la eterna mansión del Sumo Bien;¡Ángel mió! en los corosYo esperaré encontrarte,

0_ue himnos santos entonan al Señor;Y á tan plácida ideaSobre el muriento labio

Sonrisa celestial florecerá...

Nada diré del Colombo, que no es obra propia-mente horaciana. En la última edición de Cabanycs'figuran, (además de sus traducciones de una homi-lía de San Juan Crisóstorno, y de la Mirra de Alfle- \ri), varias poesías inéditas y no coleccionadas, por 'desdicha en corto número. Hay entre ellas dos odashoracianas, inferiores en conjunto á las que el autorpublicó, pero bastantes á acreditarle si ellas fal-tasen.

También cultivó Cabanyes la epístola al modo düHoracio. Tres suyas conocemos, bastante inferioresá sus odas, pero llenas de hermosos versos.

Harto me he detenido en la conmemoración yjuicio de las obras de este poeta excelente; hartasmuestras he presentado con el solo fin de excitarásu lectura á los verdaderos amantes de nuestramusa lírica. Para conocer á Cabanyes es preciso leer,y no una vez sola, esa serie de áureos fragmentos,cuyas bellezas no son de las que hieren y deslum-hran á ojos profanos. Su patria no se acuerda de esepurísimo ingenio que Roma y Atenas hubieran adop-tado por hijo suyo. Para él no ha llegado la posteri-dad todavía. Unos pocos admiradores y paisanos delpoeta se han deleitado con sus delicadísimos ver-sos: del Segre acá no le conoce nadie.

XII.

Retrocedamos un tanto para seguir los progresosde la escuela sevillana en. su glorioso renacimiento,comenzado á fines del siglo XVIII, y continuado enlos primeros años del presente.

No pertenece á nuestro objeto estudiar las causasde aquel movimiento de restauración herreriana, nidescribir tampoco el lamentable estado de las le-tras andaluzas cuando los poetas y críticos de Se-villa comenzaron su tarea. Sabido.es todo esto,gracias á los excelentes trabajos del Sr. Cueto, his-toriador sagaz y eruditísimo de nuestra poesía delsiglo XVIII. A mí, íiel cronista de la imitación hora-ciana, sólo me toca considerar en la escuela neo-hispalense este parcial aspecto. Los esfuerzos deOlavide y Jove-Llanos, primero; los de l'ornór, mástarde, fueron animando el mar muerto de la culturasevillana hasta producir en la juventud académicacierta generosa emulación, que se manifestó pri-mero con la fundación de la Academia Horaciana,por Arjona y Matute, y un poco más tarde, hacia

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1793, con el establecimiento de la de Letras Huma-nas, cuya influencia fue poderosa y duradera. Doallí data la moderna escuela sevillana, que aspiró yaspira á sor prolongación de la antigua do los Her-reras, de los Arguijos y de los Riojas. No es horade discutir tan nobles propósitos; basta dejar sen-tado que el moderno grupo literario de la capital deAndalucía tiene propios timbres de nobleza, aun-que en muchas cosas se aleje, por influjo de lostiempos, de sus antiguas tradiciones.

Pecó la escuela de Sevilla por demasiado escuela;dio importancia excesiva al lenguaje poético, y cayópor ende en el amaneramiento; mas dejó buenosejemplares de aquella especie de poesía artiticial yacadémica, entonces en boga, sin contar con quealguno ó algunos de sus miembros tenían verdaderoingenio lírico, y lo manifestaron en diversas oca-siones. La pléyade poética hispalense compúsose,como es sabido, de Nuñez, Roldan, Castro, Arjona,Reinoso, Blanco y Lista. Poco tengo que decir delos tres primeros. Nuñez fue poeta bíblico y herre-riano, y el indulgente entusiasmo de sus compañe-ros púsole en predicamento más alto del que mere-cía. De Roldan, grande escriturario, autor d El Án-gel del Apocalipsis hay una odita horadaría Al natalde Filis, bastante linda, aunque de ningún interéspor el asunto. Mejor es otra de Castro titulada ElArroyuelo, aunque sin novedad alguna en el pensa-miento, pecado capital de los poetas sevillanos.

Exceptúo, sin embargo, á Arjona, el más lírico detodos ellos, y el más horaciano de nuestros vates,después de Moratin y de Cabanyes. La Diosa, delBosque, La Gratitud; la oda A la memoria, son tresjoyas clásicas, en especial la primera y la última.¿Quién no recuerda las brillantes y ligeras estrofasque principian:

Hija del cielo, bella Mnemosina,Que de Jove fecunda,Diste la vida á Clío en la colinaQue eterna fuente inunda,Si yo algún día te adoró en el araQue el pincel sobrehumanoDel vencedor de Apeles te elevaraEn el jardín Albano,Báñame, ¡oh diosa! en tu esplendor risueño.Que abrasa y no devora,Y rico do tu don, mire con ceñoCuanto Creso atesora...

La Gratitud tiene bellos rasgos de estilo y mor-bidez grande de versificación:

¿No ves, bien mió, las purpúreas floresSentir las leyes á que tú has cedido?Aun esos troncos desmayar de amores

Hace Cupido.

Amor es alma de que el orbe vive,Autor celeste del ardor fecundoEn que las auras de su ser recibe

Plácido el mundo...

Pero á estas dos composiciones supera mucho laDiosa del Bosque, calificada por Hermosilla de mag-nífica y sin el menor descuido en el estilo ni en la ver-sificación. Es, además, notable por lo gracioso deartificio métrico, inventado por el autor y no se-guido por nadie, que yo sepa:

¡Oh! si bajo estos árboles frondososSe mostrase la cólica hermosura.Que vi algún dia en inmortal dulzura

liste bosque bañar,Del cielo tu benéfico descensoSin duda ha sido, lúcida belleza:Deja, pues, Diosa, que mi grato incienso

Arda sobre tu altar,Que no es amor mi tímido alborozo,Y me acobarda el rígido escarmientoQue, ¡oh Piritóo! castigó tu intento

Y tu intento, Ixion...

Esta deidad invocada por el poeta es el símbolode la serenidad y armonía clásicas,

Imagen perfectísima del ordenQue liga en lazos fáciles el mundo...

Otras odas horacianas hay en la colección de Ar-jona. Citaré la que comienza

No siempre lanza el enojado cieloEl fiero rayo de la nube horrenda...

las estrofas truncadas

Arbitro excelso á cuya voz el mundoNacer la serie de los siglos mira...

la oda Á San Fernando, y en otro género El himnoá Afrodita:

También á tí en estos sitios,Elevaremos altaros,Diosa de tierras y mares,Dulce madre del amor...

Odas morales tiene varias en metros cortos.

De nuestra frágil vidaLas glorias desparecenMás tenues ¡oh Licino!Que el vientecillo leve...

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Entre todos sus compañeros de la Academia Se-villana, Arjona fue quien más veces acertó con elclasicismo puro, y quien monos llegó á amanerarseen el estilo. Pruébanlo las Ruinos de Roma, poemaexcesivamente didáctico, artificioso y erudito, perocasi libre de las afectaciones herrerianas, y rico enprimores de buena ley; y testifícanlo más aún lasodas ya citadas, varios idilios y composicionessueltas sobremanera geniales y espontáneas, y al-gunas imitaciones de Fr. Luis de León, bastanteafortunadas. En la sátira y en la epístola, que cul-tivó algunas veces, raya sólo á mediana altura,aunque mostrándose siempre más ó menos hora-ciano.

No menor celebridad que el ilustre penitenciariode Córdoba, aunque por causas diversas, obtuvo suamigo D. José María Blanco-White. Su nombre yobras, más que á este libro, pertenecen á otro enque al presente también me ocupo, la Historia delos heterodoxos españoles. Blanco era prosista emi-nente, pero sólo mediano poeta. Algunas de lascomposiciones de su primera época son lioracianas,especialmente la oda que principia:

Torna del año la estación amena,Y ya el agudo hieloDel monte al valle corre desatado...

y la consolatoria á Fileno (Reinoso) en la muerte deNorferio (Forner). Estas trasmutaciones ridiculasde los nombres propios eran comunes on la poesíadel siglo pasado y comienzos del presente. La obramaestra de Blanco, como lírico, es Los placeres delentusiasmo, canto de materia estética, prolijo endemasía, pero elegante y bien versificado. Mas yoprefiero una breve oda horaciana, que compusonuestro descaminado sacerdote ya en los últimosaños de su vida, el 28 de Enero de 1840, en Liver-pool. No es afectada y palabrera, como casi todoslos versos de White en su primer período:

¡Qué rápido torrente,Qué proceloso mar de agitaciones,Pasa de gente en gente,Dentro de los humanos corazones!...

Mas se enfurece en vanoContra la roca inmoble del destino,Que con certera manoSupo contraponerle, el Ser divino...

No así el que sometidoA la suprema voluntad, procuraEl bien apetecidoSin enojado ardor y sin presura.

¡Deseo silencioso,Fuera del corazón nunca expresado!Tú eres más poderoso

Que el que aparece de violencia armado.Cual incienso suaveTú subes invisible al sacro trono,Sin que tus alas graboLa necia terquedad ni el ciego encono...

Aquí no hay afectaciones ni aparato de escuela, j¡Y qué interés tienen estas graves sentencias etboca de Blanco, quien, precisamente por no ajus-tarse á ellas, había apostatado de su religión y desu patria, y moría olvidado y mal querido en tierraextraña! Sólo dos veces acortó aquel gran escritorcon la inspiración poética, en la oda citada y en elsoneto inglés Misterious night, calificado por Colé-ridge de una de las cosas más delicadas que posee klengua británica.

No era Reinoso mucho más poeta que Blanco, pormás que hayan alcanzado no pequeña celebridad Uinocencia perdida y algunas de sus odas. El funda-mento real de la gloria de Reinoso está en el Exi-men de los delitos de infidelidad á lapa-tria, como lafama de Blanco estriba en las Leüers /rom Spain,que publicó bajo el pseudónimo de Doblado. Por lodemás, las poesías de Reinoso, casi siempre afecta-das, monótonas y de poco agradable lectura, abun-dan en altas ideas, propias del claro y luminoso en-tendimiento de su autor, y son modelos intachablesde lenguaje y de versificación. Es el más herrería»y el menos natural do los vates do Sevilla. Hizo al-gunas odas horacianas, como la dirigida A Albino(Blanco), sobre la firmeza de la virtud, y otro A Li-cio, acerca de los vanos deseos, escritas las dosen 1706. Ambas son ejemplos del empeño que teníaReinoso en recargar de adornos y quitar su sencillezy frescura á lo que tomaba de los clásicos:

Su heredad mira el labrador ufanoYa del dorado granoMás que los libios campos coronada,Mas luego al prado ameno,De rosa aljofaradaCubierto en copia rica,Vuelve los ojos, de tristeza lleno»Porque no en su provecho fructifica.Brilla trémulo el mar en extendidoSulco, cuando torcidoManda el rayo, subiendo por la esfera,La luna silenciosa;Mas Fábio en la riberaSuspira desvejado,Porque le aparta la región dichosaDo yace el metal rico sepultado.

Quien recuerde con qué naturalidad y sin aparatode imágenes ni figuras retóricas expresa Horacioesas mismas ideas en su sátira primera, entenderá

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cuan lejanos del clasicismo anclaban estos y otrosimitadores de la musa latina.

Las dos epístolas A Silvio y A Albino, únicas queescribió Reinoso, corresponden también á su másantigua manera, pero exceden bastante á las odascitadas, quizá porque el género, como más tem-plado y filosófico, se acomodaba mejor á la índoledel poeta. Los endecasílabos sueltos de la primerapueden servir como dechado:

En tanto le prepara en limpia mesaSobrio manjar la diligente esposa;Cíñela entorno de sabrosos frutos.Aun de la flor nativa guarnecidos.Y cuando arde el lucero, que al ganadoEn los rediles cierra, ante la choza,A par de su marido reclinada,Embelesados miran cuál se mueveTras delgado celaje el bello ArturoDe esmaltadas figuras rodeadoQue silenciosas tras Calixto giran...

En la que llamamos segunda manera de Reinoso,ganó su estilo en presision y nervio, acercándoseun poco más (siempre artificialmente) á la rapidezlírica. Tal nos le muestran unos sálicos dedicados áLista en 1829,y mejor aún las odas elegiacas en quelloró la muerte de Cean Bermudez y la de Sotólo.Gallardo criticó, tan áspera como injustamente enlo general, la primera. De la segunda son las estan-cias siguientes:

De lo futuro en el dudoso abismoJuzga el viviente ciegoLas horas entrever de su ventura;Llegan, huyen, se llevan su esperanza,É iluso en nuevas horas la afianza.

;Ah! no la alcanzará; que el bien soñadoSe desliza impalpableComo fosfórea luz en noche oscura:Siempre ansioso de goces, nuevos seresBusca para gozar nuevos placeres,

Al otro lado de la huesa umbríaLa vida verdaderaFijó inmutable su dichosa estancia:En su bordo desnuda el polvo triste,Y otro ser inmortal el hombre viste.

Este tono didáctico, noble pero seco y sin color,tiene Reinoso en sus mejores momentos. Para laexpresión del sentimiento sólo se le ocurren frasesvagas, y en cuanto á imágenes, acude á las conven-cionales y de tradición en su escuela literaria.

El más influyente de los miembros de la escuelasevillana fue sin contradicción D. Alberto Lista, no-

bilísima figura eomo maestro y como crítico. En lapoesía lírica excedió á todos sus compañeros, fuerade Arjona. Los versos de Lista son en número quizáexcesivo, porque carecen de variedad en el estilo yen los afectos. Entre las poesías sagradas, está suobra maestra La muerte de Jesús, cuyas bellezasson oratorias más que líricas. En la misma secciónhay buenas imitaciones leontinas, por ejemplo, laoda A la Providencia.

En la sección de líricas profanas entran muchasde estilo horaciano, aparte de las traducciones óimitaciones directas en otro lugar recordadas. Noson las mejores las heroicas, género que se aveníamal con la índole blanda y amorosa del poeta. Lossáficos A las ruinas de Sagunto no encierran másque pensamientos comunes. La oda A las musas esuna serie de empalagosas invocaciones de escuela.Muy superiores á esas y otras composiciones sonlas estrofas, imitación del Scriberis Vario, que principian:

Fileno cantará, Dalmiromio...

y las dirigidas A Aristo, sobre la tranquilidad de losalumnos de las musas. Pero la joya de Lista comovate horaciano es El himno del desgraciado:

¿De qué me sirve el súbito alborozoQue á la aurora resuena,Si al despertar el mundo para el gozoSólo despierto yo para la pena?...

El ámbar de la vega, el blando ruidoCon que el raudal so lanza¿Qué son ¡ay! para el triste que ha perdido,llltimo bien del hombre, la esperanza?...

-.•»

Todo lo que esta poesía tiene de bello, natural ysentido, tiénelo do amanerada y académica la odaA Ventura de la Vega, que éste, y otros siguiéndo-le, han considerado, no sé por qué, como los me-jores sáñeos-adónicos que posee nuestra lengua. Elaparato mitológico que Lista y otros poetas de suescuela y tiempo aplicaban indistintamente á todo,produce en asuntos modernos un efecto desastroso.Con otra discreción han procedido casi siempre losverdaderos secuaces ó imitadores de la antigüedad.Lista estaba de sobra enamorado de los primerosretóricos, y comprendía mal la poesía de Fr. Luisde León, puesto que en una epístola, impresa ácontinuación de esos versos, aconseja á otro discí-pulo suyo, huir el tosco desaliño del gran maestrode Salamanca.

Son bastantes las odas horacianas de Lista en elgénero moral y filosófico.

Esta moral y esta ttlosofia suelen ser las del Ve-nusino. v. gr.:

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Ultimo invierno, Licio, el hado tristeDará á tu vida acaso,El que ora en tempestad sañuda embisteLos piélagos de Ocaso.

Saber el fin que decretó el destinoNo es dado á los mortales:¿Qué vale, Tirsi, con temor mezquinoAumentar nuestros males?

Reine en tu pecho el plácido alborozo,Y el necio atan alanza,Ni pierdas, caro amigo, el cierto gozo

Por dudosa esperanza..

A cuyos epicúreos consejos se opone en otrapieza esta doctrina más elevada, que también estáen Horacio:

¡Ah! no: vierta en el mundo su venenoLa maldad orgullosa:Del varón justo el no manchado senoSerá de la virtud morada hermosa,Y aquel sagrado abrigoNo violarán el crimen ni el castigo...

La mejor de estas composiciones me parece laúltima A Fileno (Reinoso), aunque de un color epi-cúreo bastante subido:

Goza, Fileno: si el error austeroTempló en su nieve tus fogosos años,Las raras canas que en tus sienes brillan

Cubre de rosas...

Máximas de esta clase no han de tomarse en surigor literal cuando se hallan en poetas neo-clási-cos, por lo demás severos y morigerados, puesson siempre en ellos imitación de imitaciones.

Cosas muy bellas encierran las poesías eróticasde Lista, que ora imita en ellas á Calderón, ora áRioja, ora á Melendez, ora al Petrarca, ya final-mente á Horacio:

Ven, diilce amiga, ven. La vid hermosaEn su sombra se engríe:Templa Aristo la lira armoniosa,Tu Anfnso canta ya: Sileno rie.

La mesa de sus frutos deliciososEl verano rodea.Mira cómo en los vasos anchurososEl regalado néctar centellea...

Hasta en metros cortos imitó Lista á Horacio.Aparte de varios romances, citaré la oda A Museo,que es remedo del Pindarum quisquís:

Cual férvido rio

De) monte corriendo,Si acrecen sus aguasLas lluvias y el viento,Así el ditiramboDe Píndaro inmenso...

Sevillano como Lista y Reinoso, pero nada se-cuaz, antes acérrimo contradictor de la escuelapoética por ellos representada, fue el egregio tra-ductor de los Salmos y Libros poéticos de la BibliaD. Tomás J. González Carvajal. Era grande admira-dor de la sencillez sublime del Miro. León, á quiententó imitar en sus traducciones, y en el corto núme-ro de poesías originales, las más sobre asuntos re-ligiosos, recogidas en el tomo XIII de sus obras. Ex-celente hablista, pero no muy poeta, levantóseCarvajal en sus versiones, merced á la grandeza delos originales que interpretaba, y si bien amplifica-dor y parafrasta con exceso, dio á sus Salmos unhermoso color do antigüedad majestuosa y venera-ble. Algo de esto aparece también en sus poesíasoriginales, afeadas á veces con prosaísmos, y es-critas con harta llaneza, que no sostenida en Carva-jal por grandes alientos, degenera en trivialidad álas veces. Pero no faltan en sus odas pasajes querecuerden, aunque de lejos, los fervorosos acentosdel grande agustino. Así termina la oda Al RspíriHSanio en el dia de Pentecostés:

Ven, y nos fortaleceSi alguna vez nuestro valor (laquea,Y tu ley endereceEl pié, si se ladea,Si tímido se para ó titubea. '

Sople el impetuosoViento en el alto techo, y resonandoEl ámbito espacioso,Y amores derramando,Lleve tras sí las almas arrastrando.

El fuego centellanteQue sobre los Apóstoles ardía,Al pecho de diamante,Al alma soca y fríaAblande y dé calor en este dia.

Y unidos y enlazados,En tus lazos, ¡oh, Amor omnipotente!De pueblos apartadosHaz una sola gente,Un corazón, una alma solamente.

Esto vale más que casi todas las producciones dela escuela sevillana. El entusiasmo religioso, verda-dera y única ímspiracion de Carvajal, le dictó estosbellísimos versos en la oda A la vida futura, una delas más leontina* entre las diez y seis ó veinte quenos ha dejado:

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Y absorta en la hermosuraDe aquel divino sol que la raorea,Se embebe en su luz pura,Y en amarlo se emplea,Y más amar y más amar desea...

Ni en la lírica profana, ni en la sátira, ni en laepístola, géneros que alguna vez cultivó, obtuvoCarvajal grandes laureles. Citemos aquí, pues ellugar no parece inoportuno, á otro distinguidoleontina que dejó más fama como canonista asaztemerario y docto investigador, que como poeta.Fue este D. Joaquín Lorenzo Villanueva, nacido en elreino de Valencia y no en Sevilla, pero digno de co-locarse aquí, por tener con González Carvajal algunaafinidad poética. Como él, era puro y correcto en lalengua, y como él, pretendía imitar á Fr. Luis deLeón en prosa y en verso. El estro lírico de Villa-nueva era muy escaso, y quizá donde más brilla esen las odas La ausencia, La caridad, La entrada deCristo en Jerusalem, y alguna otra. No tienen colorpoético estas composiciones, pero sí un agradabledejo antiguo en la expresión, cual puedo verse enlas estancias que siguen:

Toda virtud se encierraEn el amor: por ó! alcanza vida;Todo vicio dcstierra,Todo lo bueno anidaEn su alcázar, y el mal no halla guarida.

Por amor la fe vive,Confía sin recelo la esperanza;A sufrir se apercibeEl justo á quien alcanzaAjeno dolo, envidia ó asechanza.

No suena burleríaEn su boca, ni rastro de sospechaEn su señóse cría;Ajeno mal le estrechaY hácele prorumpir en triste endecha.

Con el próspero goza,Con ei atribulado se entristece,Con el preso solloza,Y si su aliento crece,Ella también llorando desfallece...

M. MENENDEZ PELAYO.

(Concluirá.)

Y DETERMINACIÓN DE LOS MÁS EFICACES COMOPRESERVATIVOS DE LAS ENFERMEDADES.

(Continuación.) *

II.

En el aire existe otro cuerpo acerca del cual noestán conformes todos los químicos. Nos referimosal ozono, & ese estado alotrópico del oxígeno, detanta importancia patológica en opinión de algunos,de ningún interés en el sentir de otros.

El ozono, descubierto por Van Maruras, en 1785,haciendo pasar una corriente de chispas eléctricaspor el oxígeno, permaneció olvidado en la influenciade la marcha científica, hasta que SchaMnbein, en1840, observó que el oxígeno procedente de !a des-composición del agua por la pila, adquiría el mismoolor que se nota cuando se pone en actividad la má-quina eléctrica, y lo dio el nombre de ozono, voz cuyaetimología es del griego yo huelo.

Donde quiera que hay grandes desarrollos de elec-tricidad, allí existe ol ozono; poro veremos que suproducción es fácil acudiendo á otros medios. Pri-mero se creyó que era un cuerpo nuevo, y que pro-cedía de la descomposición del nitrógeno atmosfé-rico; otros supusieron que era agua oxigenada, yno faltó quien asegurase estaba formado por tresequivalentes de oxígeno y uno de hidrógeno. Perohoy, con más copia de datos, so considera al ozonocomo un estado alotrópico del oxígeno.

Los medios de producción son fáciles: en primerlugar, poniendo fósforo en fragmentos en un matrazgrande, con agua, dispuestos de manera que se en-cuentren parte, sumergidos y parte fuera del líqui-do, se consigue la ozonización de la atmósfera deaquel matraz. Houzeau, cuyos estudios acerca delozono son tan interesantes, ha indicado la posibili-dad de obtener esto cuerpo descomponiendo elsobreóxido bárico por el ácido sulfúrico.

Las circunstancias quo de un modo positivo influ-yen en sil producción en la atmófera son: un des-censo d,e temperatura, la energía de los vientos, laprecipitación del vapor acuoso, las nubes, la lluvia,y en general todos los fenómenos meteorológicosque van acompañados do gran desprendimiento deelectricidad (1).

En un principio se sirvieron los químicos para re-conocerle de un plato con un oriíicio en el centro,por el cual atravesaba un alambre, del quo pendíauna tira de papel ozonoscópico, cuyo papel tomaun color azul tanto más intenso cuanto mayor es lacantidad de ozono. Para verificar ol cálculo de esta

* Véase el número anterior, pág\ S)7.(1) Boeckel.

TOMO X. 10

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146 REVISTA EUROPEA.—29 DE JULIO DE 1 8 7 7 . N.° 17!cantidad hay una escala con los diferentes coloresque puede adquirir el papel, en donde se halla de-terminada la cantidad de ozono á que cada color serefiere: esta escala recibe la denominación de gamaownométrica. Tiene este procedimiento el inconve-niente de que hay en la atmósfera algunas sustan-cias que colorean de azul el papel ozonoscópico,por lo cual se ha ideado impregnar en disoluciónde almidón, el papel enrojecido de tornasol; perotampoco este medio se halla exento de defectos,pues el amoniaco que en el aire suele en ocasioneshaber, puede volver azul el papel rojo de tornasol.

La influencia que en el organismo ejerce el ozonoes de bastante importancia. Su actividad es mayorque la del oxígeno normal, pues descompone rápi-damente el ioduro potásico, oxida la plata y el amo-niaco y quema el hidrógeno fosforado. Se ha obser-vado que los animales obligados á respirar un aire

que contenga • de ozono, les produce una hi-2000

peremia pulmonal,dela que han sucumbido al pocotiempo, y en su sangre, muy oscurecida, se ha en-contrado mayor cantidad de fibrina que en el es-tado normal. El resultado de las observaciones deSchwarzembach en 1850, Schoeimbein en 48o 1,Bó'ckel en 4856, Desplats en 4857, Ireland en lSfiS,practicadas en diferentes animales á los que han he-cho respirar aire ozonizado por medio del fósforo,por la electricidad, ó por el oxígeno procedente deuna reacion química, ha sido el siguiente (4). Expe-rimentan en primer término una gran agitación, condisnea, una especie de embriaguez, formación deabundante espuma bronquial, temblor convulsivo, ypor último la muerte al cabo de un tiempo variable,según el volumen del animal, así como también se-gún la cantidad del ozono respirado.

Estos resultados, en unión de las observacionespracticadas por Schó'nbein en sí mismo, indujo ácreer que la abundancia del ozono en el aire coin-cidía con la frecuencia de las afecciones catarrales,hasta el punto de establecer una relación de causa-lidad entre estos dos fenómenos. Pero desde luegose ocuive observar que el considerable aumento enla cantidad, de ozono había tenido lugar precisamen-te en la estación más fria, siendo esta causa lo bas-tante para explicar las hiperemias y flegmasías delaparato respiratorio sin acudir al oxígeno alotrópi-co. Así, por ejemplo, en el ardoroso clima de Alger,sitio donde el ozono existe en proporción no esca-sa, son raras y benignas las afecciones de las víasrespiratorias. Además, las observaciones de Faberen Schorndorf, demuestran que puede existir unaepidemia grave de gripe, como aconteció en 4848,

(1) Traite elementaire d'higiene priven el publique, porA. Becquerel.

á pesar de no ofrecer el papel reactivo del ozono lilmenor indicación de oste cuerpo. I

Parece ser que se ha intentado establecer una re-gla patológica, suponiendo un antagonismo entrelas enfermedades de las vías respiratorias y lastubo digestivo, dependiente de la elevación ó dismi-nución de la cantidad de ozono en la atmósfera;poro hay un desacuerdo completo entre las diferen-tes observaciones. Asi es que mientras Mr. Spectrefiere que en una epidemia de disentería, que rei-nó en el ducado de Nassau durante los meses deAgosto y Setiembre de 4859 sin que e! ozonómelroldescendiera del grado que ordinariamente en la re-1ferida época del año presentaba, hay otros autorano menos respetables que aseguran que el terribleazote del Ganges sigue su fúnebre camino en inver-sa proporción que el ozono en el aire existente. Iotra parte, las atinadas observaciones y los experi-mentos practicados por las hábiles y entendidas ma-nos de Peter en América, de Schultz en Berlin, deWette en Bale, y de los miembros de la Academia demedicina de Viena, han puesto en evidencia que elaumento de ozono podía á veces coincidir con lapresencia del cólera, y desaparecer á medida queeste disminuía.

En las diferentes ocasiones que lia sido víctimaEspaña de tan aterradora invasión, sólo en la última,acaecida, como sabemos, en 4865, es cuando se hanpracticado experimentos para resolver ó aproximar-se á la resolución de este problema. Muy contra-dictorios han sido los resultados obtenidos por losexperimentadores, y nosotros mismos hemos obser-vado variedad en la relación de la cantidad de ozo-no y del número de atacados de cólera. Así es queno podemos, al monos por hoy, y sin que mayornúmero de experimentos lo pongan de manifiesto,afirmar que exista una exacta relación entre la can-tidad de ozono y el desarrollo del cólera.

Triste es confesarlo; el tifus asiático, que no res-peta latitudes, pues lo mismo desarrolla su mortí-fera influencia en las heladas comarcas de la Sibe-ría que sobre el calcinado suelo de la zona tórri-da, no es incompatible tampoco, por desgracia, conla presencia del ozono. Así si menos nos lo dice laquímica, que demuestra una vez más su gran im-portancia psra el médico, y de este modo opinan nopocos autores de gran nota (1).

III.

No hemos todavía terminado la cuestión del ozo-no. Es tal su importancia, y especialmente tratandode desinfección, que no creemos jamás suficiente-mente discutido cuanto en este concepto podamos

(1) Wurtz, entre ellos, en su obra demental.

Química ele-

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referir. Antes de progresar más en lo que al ozonose refiere, no debemos pasar en silencio un proce-dimiento para obtener este cuerpo, debido al cate-drático de química de la Universidad central doctorTorres Muñoz de Luna. Consiste este método enozonizar por medio de una reacción química el oxí-geno puro, obtenido por cualquiera de los procedi-mientos conocidos. En el frasco de oxígeno puro secolocan dos sustancias que reaccionen entre sí consingular energía, por ejemplo, ácido sulfúrico y po-tasa. Una vez terminada la reacción, desalójese eloxígeno por medio del agua, y dispóngase el apa-rato de modo que este oxígeno sea conducido á unbaño hidroneumático, donde por medio de probetasllenas de agua pueda recogerse. Examinado estegas, se ve de un modo notable que colorea en fuer-te azul turquí el líquido preparado con almidón yioduro potásico.

Puede este procedimiento ser muy útil en ocasio-nes en.los laboratorios, y no deja lugar á duda so-bre la ozonización del oxígeno.

Respecto á la existencia del ozono en la atmós-fera, no debe creerse que hay en los químicos ymédicos unanimidad de pareceres. Schoeinbein noduda en manera alguna acerca de la existencia dedicho cuerpo, suponiéndole exhalado por los vege-tales en la respiración; pero Cloct enérgicamente locombate, y afirma que el cambio de color que elpapel ozonoscópico experimenta, es debido á los ra-yos solares. Para llegar á esta deducción, dice quesi se colocan dos campanas de vidrio sobre uncésped á cierta altura, ambas expuestas á la luz delsol y dentro de ellas papel ozonoscópico, teniendola precaución de cubrir una de ellas con un papelnegro, se observa que en esta el papel no cambiade color, y sí en la descubierta. Además el ozono,siendo un cuerpo tan oxidante, debe fácilmente em-plearse en quemar el nitrógeno y materias orgá-nicas, y como es natural, será muy efímera su exis-tencia; pero de todas suertes debe admitirse elozono como una de las sustancias del aire, y con-siderarle asimismo en el número de sus compo-nentes.

IV.

Esta interesante función de la vida tiene más dequímica que de mecánica. Sabido es que consisteen el medio por el cual se proporciona oxígeno lasangre y elimina otros productos gaseosos, entrelos cuales figura en primer término el ácido carbó-nico. La extensa superficie de los órganos respira-torios es donde más especialmente tiene su asientoesta función.

El acto de la respiración consta do dos partos, unaen la que el aire se introduce en los pulmones, lla-

mada inspiración, y otra en la que sale de estos ór-ganos, llamada espiración. Un hombre, en laplunitudde la vida y en el estado de salud, respira 18 vecespor minuto, tiempo suficiente para dar una idea dela necesidad imprescindible en que se encuentra elorganismo de renovar el airo incesantemente. Elaire inspirado y espirado distan mucho de ser igua-les en cantidad y en composición. En cuanto á lacantidad, no puedo de un modo absoluto apreciarse,pues los procedimientos que hasta ahora se han dadose hallan sujetos á bastantes errores. Respecto á lacomposición, el aire que sale de los pulmones esmucho más pobre en oxígeno que el que penetra.Alien y Pepys, Davy, Brunnero y Valentín, Regnault,Reisct, Vierordt y otros fisiólogos y químicos hanpracticado un número crecido de experimentos,para apreciar do un modo exacto las trasformacio-nes que en la respiración el aire experimenta. Demosuna idea del aparato de Valentín y Rrunnero.

Consiste en un frasco de un litro de capacidad, ysobre él está fijo un embudo de llave lleno de mer-curio y un tubo encorvado en forma de U, que con-tiene amianto impregnado de ácido sulfúrico. Delreferido frasco parte además un tubo encorvado endos ángulos rectos, que va á sumergirse en un depó-sito de ácido sulfúrico. Además del tubo del embu-do, antes indicado, parte otro con diferentes espa-cios dilatados; en el uno hay cloruro calcico., enotros fragmentos de fósforo, y en otros algodóncardado. El experimentador aplica al tubo en U suboca, y el aire contenido en el frasco es desalojadopor el que se espira, que sale por el ácido sulfúricobajo la forma do burbujas. A los doce minutos todoel aire ha sido desalojado, y la mezcla gaseosa con-tenida en el frasco representa el producto de la es-piración. El vapor acuoso ha sido absorbido por elamianto impugnado de ácido sulfúrico. Se calientala parte que contiene el fósforo y se abre la llave delembudo, y á medida que va cayendo el mercurio,desaloja el gas del frasco, que le obliga á pasar porel fósforo donde deja su oxígeno para convertirseen ácido fosforoso y fosfórico, y se aprecia de estemodo la cantidad de oxígeno. Claro es que el volu-men do los gases que han recorrido el tubo se in-dica por el mercurio que ha descendido al frasco, yel peso del oxígeno obtenido se reduce á volumenpor un sencillo cálculo. Por este procedimiento hanencontrado Crunnero y Valentín, deduciendo unamedia proporcional de muchos experimentos, queel aire espirado contieno 16,03 por 100 en volumende oxígeno. Han desaparecido 4,87 de oxigeno du-rante la respiración. La cantidad de ácido carbónico,contenida asimismo en el aire espirado, es 4,267por 100 en volumen.

Existe una gran relación entre el ritmo respirato-rio y la cantidad de ácido carbónico de los produc-

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tos de la respiración. Si ésta es muy frecuente, dis-minuye la cantidad de ácido carbónico en el aireespirado, al paso que cuando la respiración es lentase halla notablemente favorecida la salida del ácidocarbónico. Se ha observado en último término queel aire espirado contiene 4,26 más de ácido carbó-nico que el inspirado. Entiéndase que esta cantidades un término medio, pues hay diferentes causas quepueden hacerla variar. La edad, el sexo, la tempe-ratura del ambiente, la especie de alimentación, eldesarrollo, el reposo ó movimiento, el estado devigilia ó de sueño: hé aquí otros tantos motivos dealteración en la cantidad de ácido carbónico exha-lada, y que la índole de nuestro trabajo nos vedapor completo el dilucidar cual desearíamos.

Una sola sustancia es la que puedo decirse quepermanece inalterable en el aire, en cuanto se re-fiere á la respiración, y es el nitrógeno. Los repe-tidos trabajos experimentales de Regnault y Reisethan demostrado, con excepciones ligeras, lo ante-riormente enunciado. Se ve con esto que el papelque desempeña el nitrógeno en el aire no es otroque el de regulador y moderador del oxígeno.

IV.

El elemento vital del aire es, pues, el oxígeno, alcual debemos la existencia, y por consiguiente nose concibe la vida faltando este cuerpo. Así es quesi por cualquier procedimiento se disminuyela can-tidad de oxígeno ó se impide su llegada al pulmón,no se hacen esperar un conjunto de fenómenoscuyo fatal termino, si se prolongan, es la muerte.Lo que primero tiene lugar, después de la falta deoxígeno en la sangre, es un aumento de ácido car-bónico que produce la disnea ó fatiga, y si continúafaltando el oxigeno, sobrevienen calambres, termi-nando por cesar completamente la irritabilidad delos centros nerviosos y producirse ia asfixia.

La frecuencia con que tienen lugar los casos deasfixia por la falta de oxígeno en el aire, demues-tran desde luego (s¡ la ciencia ápriori no lo hicie-ra) la vivificante acción de esto cuerpo. En cadainspiración se absorben 7 docílitrosdo aire,es decir,que en ias 18 inspiraciones que hemos dicho tie-nen lugar por minuto, resulta que cada individuoconsume por hora próximamente 700 litros de aire.En atención á lo expuesto, desde luego se ocurre elpreguntar, si las habitaciones ó locales en que sereúne un número crecid.n de personas llenan los re-quisitos que la fisiología exige. Desde luego puedocontestarse negativamente en el mayor número decasos, y suele ser causa predisponente de no escasonúmero de afecciones.

Cítase en la Historia de la guerra de los inglesesen el Indostan, el caso de haber sido encerrados 146prisioneros ingleses en un calabozo que tenía 20

pies cuadrados, donde solamente llegaba el airepor dos pequeñas ventanitas, abiertas en una estre-cha galería, y por las que se renovaba el aire de nimodo lento y difícil. No tardaron en experimentaluna sed abrasadora, calor insoportable, sofocacioiy disnea. Después de haber intentado por mediosdiversos el procurarse aire, se despojaron devestidos y agitaron con los sombreros el aire bas-tante viciado de la habitación. En tan angustiosasituación, tomaron la providencia de arrodillarsetodos, y simultáneamente levantarse pasados algu-nos instantes. Recurrieron á este medio tros vecesen el espacio de una hora, y faltándoles las fuerzas,empezaron á caer algunos que, en la desesperación,fueron pisoteados por sus compañeros. Aquellos in-felices pidieron agua, y se la disputaron cediendolos más débiles, que sucumbieron por último. Tras-curridas cuatro horas de su reclusión, se hallabansumergidos en una estupidez letárgica. A las seishoras vivian 50; todavía era, sin embargo, númerobastante crecido para que fuese compatible con lacantidad de aire que podían recibir; y á las diez ho-ras continuaba aquella lucha feroz entre la vida yla muerte, hasta que al poco tiempo la prisión seabrió, y solamente salieron de ella 23 hombres convida, pero que llevaban en su rostro impresas lashuellas de la muerte.

Un hecho análogo cita Becquerel en sus Elementalde Higiene, ocurrido en Francia. Después de la ba-talla de Austerlitz, fueron encerrados en una cueva300 prisioneros austríacos. En un corto espacio detiempo sucumbieron 260.

En todos estos casos sucede, que al propio tiem-po que la disminución de oxígeno aumenta, el ácidocarbónico, que ejerce una acción deletérea, y lafalta de renovación del aire viciado por otro puroque tenga las condiciones vitales, acelera la asfixia,que acontece más ó menos pronto, según la cons-titución y demás circunstancias del individuo.

Son numerosas las alteraciones que puede el aireexperimentar, ya sea por lamisma vida orgánica,yapor multitud de causas que incesantemente conspi-ran á variar las proporciones de los elementos cons-titutivos de este fluido. En otro capítulo do esta Me-moria trataremos do la desinfección particular docada sitio en razón á lo viciado de su atmosfera,pero sóanos permitido ahora hacer las siguientesindicaciones. Según Leblanc, cuyos trabajos mere-cen algún respeto, en las salas de los asilos de Pa-rís hay de 3 á 8 milésimas de ácido carbónico; enla de un teatro 4 milésimas; en un anfiteatro de laSorbona después de haber concurrido 600 alumnos,había disminuido el oxígeno en uno por ciento, á pe-sar de haber procurado por todos los medios posi-bles la ventilación.

Pero el aire confinado no sólo disminuye en oxf-

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geno y aumenta en ácido carbónico, sino que varíaalgo más que lo expuesto relativamente á su com-posición. La evaporación do la mucosa pulmonar yde la piel da por resultado el que se acumule cier-ta cantidad de agua en el espacio; agua que llevaen disolución una sustancia orgánica producto de lasecreción de las membranas.

Además, la acumulación de muchos gases, espon-táneamente formados los unos, producto del arte los Iotros, viene á figurar en el número de las sustanciasajenas á la verdadera y genuina naturaleza del am-biente atmosférico. Los hidrógenos carbonados, tan-to el carburo totrahídrico como el dihídrico; el fos-furo tribídrico, el amoniaco, el óxido de carbono, elsúlfido hídrico, gases que pueden producirse natu-ralmente y por medios químicos; el cloro, ácidoclorhídrico, ácidos sulfuroso, hiponítrico, fluorhí-drico, cianhídrico; he aquí los agentes que en másde una ocasión pueden penetrar en los pulmones,con riesgo á veces inminente de la vida.

Es un error la opinión, por algunos sustentada,de que el óxido nitroso, ó sea el llamado gas de laalegría, pudiera servir para sustituir al oxígeno enla respiración, porque repetidos experimentos handemostrado lo contrario.* El hidrógeno protocarbonado (carburo tetrahidri-co) se produce en la descomposición de las sustan-cias orgánicas que constituyen el légamo ó cieno delos pantanos, y en mayor cantidad en las minas decarbón de piedra. No escaso número de explosionestienen á veces lugar en estos sitios, por la mezcladetonante que con el aire forma Tal fue la que po-cos años hace aconteció en Belmez en la mina San-ta Elisa, de cuya catástrofe se ocupó extensamentela prensa periódica hasta el punto de adquirir tristecelebridad este desgraciado suceso. La humanidades deudora al inmortal Davy de la lámpara de segu-ridad que lleva el nombre de este sabio, que poreste solo hecho, si otros timbres de gloria no leenaltecieran, la ciencia y la industria lo hubieranconsagrado en sus anales glorioso é imperecederorecuerdo.

El fosfuro trihídrico (hidrógeno fosforado gaseo-so) tiene lugar su formación al descomponerse algu-nas sustancias orgánicas animales. En la atmósferade los cementerios durante el verano no os raro elobservar en la oscuridad ráfagas luminosas que áveces han dado ocasión á mil patrañas del vulgo,pero que la ciencia ha explicado su producciónatribuyéndola á este cuerpo.

Más frecuente es el súlfldo hldrieo, el gas de olorá huevos podridos, que algunas sustancias vegeta-les y muchas del reino animal desprenden en su pu-trefacción. La influencia que sobre el organismoejerce es de las más perniciosas. Como cuerpo re-ductor se apodera su hidrógeno del oxígeno de la

sangre para formar agua, so descompone la hemo-globina, produciendo primero un cuerpo semejanteá la hetuatina y después una sustancia verde (1).Así os que, en corta cantidad, produce cefalalgia,náuseas y vómitos, efectos que graduándose sucesi-vamente llegan á producir la asíixia. El cloro esindudablemente el cuerpo más antagonista que po-demos emplear para destruir los efectos del gassulfhídrico. En el capítulo donde expongamos lacrítica de los desinfectantes, haremos algunas indi-caciones respecto á la manera de obrar el cloro yá su valor ó eficacia comparativamente con otrassustancias que con igual objeto se emplean.

El amoniaco pocas veces se desprende puro; enel mayor número do casos lo verifica combinado conel súlfldo hídrico ó con el ácido carbónico. Las fer-mentaciones pútrida y amoniacal son los orígenesdo este amoniaco combinado. Los principales acci-dentes que puede determinar el amoniaco son fe-nómenos de irritación ó inflamación en las mucosasocular, nasal, bucal y laringo-brónquica.

La industria, en sus diversas manifestaciones,que son el termómetro de la civilización y culturade los pueblos, produce gases nocivos en su mayorparte, y que respirados por algún tiempo son causapredisponente de enfermedades varias. Las fábricasde hipocloritos decolorantes, donde se produce elgas cloro en cantidades enormes, ofrecen en su at-mósfera este gas en diferentes circunstancias. Laimperfección de los aparatos que para su obtenciónse emplean, puede dar lugar á fugas de gas que,mezclado con el aire atmosférico, determina unaviolenta excitación en las vías aéreas, que suele serprecursora de toses convulsivas, de hemoptisis, delaringo-bronquitis sub-agudas. Los obreros dedica-dos á esta clase de trabajos, necesario será que em-pleen precauciones para evitar los accidentes á quenecesariamente se han de ver expuestos. En casode haber respirado gran cantidad de cloro, es lomás á propósito administrar leche azucarada y hacerrespirar un aire puro y de buenas condiciones.

El ácido clorhídrico, los ácidos nítrico nitroso,sulfúrico, sulfuroso y arseniuro trihídrico tambiénpueden hallarse á veces mezclados con el aire.

Diversidad de partículas ya minerales ya orgáni-cas flotan también en la atmósfera, que ejercen ac-ción perniciosa introducidas en el aire respirado.Polvo do cobre, dé antimonio, de zinc, carbón depiedra, carbón vegetal, yeso, cal y sílice, no es raroque acuse la autopsia su presencia ó que se produz-can enfermedades que reconozcan por causa estosagentes, como lo demuestran las interesantes ob-servaciones que el profesor Bouisson comunicó ála Academia de Ciencias de París en 18G3, acerca

(1) T5r. Hermann; Fisiología,

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de la oftalmía particular que se hace sentir en losobreros dedicados á proyectar con el auxilio de unsoplete el azufre en polvo sobre las vides atacadasdel oidium.

Algunas producciones eriptogámicas; el algodón,el tabaco en polvo, pequeñísimas partículas de gra-míneas pueden determinar accidentes más ó monosgraves, como hiperemias bronquiales, conjuntivi-tis, corizas, laringitis ó bronquitis.

Por último, algunas sustancias del reino animaldeterminan fenómenos patológicos más ó monosgraves: así el polvo de cantáridas produce una irri-tación de los bronquios; las partículas de lana sus-pendidas en el aire de los telares donde se trabajaesta sustancia, asi como la seda, producen una ma-nifiesta acción irritante sobre la mucosa olfatoria, i

Los detritus orgánicos hallados por Gigot, los gér- jmenes infusorios de Pasteur, los corpúsculos de >pus que Eiset ha reconocido en el aire como los ve-hículos del contagio, son todos ellos dignos de te-nerse en cuenta al practicar minuciosamente el aná-lisis del aire de una localidad.

V.

Además de las citudas causas que pueden hacervariar la composición del aire confinado, tenernosla combustión. En efecto, la multiplicidad de apara-tos luminosos, los imperfectos medios de calefac-ción que dejan en el interior de una estancia losproductos resultantes de la combustión, son manan-tiales de ácido y óxido carbónicos, gases ambosnocivos, pero muy en especial el último. Sabidosson los peligros que lleva consigo el hallarse porespacio de algunas horas en habitaciones dondeexistan braseros mal encendidos, pues son apara-tos de constante desprendimiento de óxido de car-bono, es decir, de un cuerpo que produce en el or-ganismo los efectos de un veneno. Por desgracia,son bastante frecuentes los casos que el descuido ótal vez una intención suicida demuestran la exacti-tud de lo que acabamos de manifestar. Ya que deeste asunto aunque á la ligera nos ocúpanos, de-bemos protestar contra los muchos medios vulgaresy á todas luces erróneos que hay para impedir losmalos efectos del carbón cuando se enciende. Eneste caso ..o más oportuno es el libre acceso delaire por medio de corrientes prudentemente esta-blecidas que eliminen el ambieute mortífero del si-tio en que tal ocurra.

Citaremos los siguientei experimentos compro-bantes de lo expuesto:

Mr. Tourdes ha visto morir conejos sumergidosen un aire que contenía — de su volumen de óxidode carbono, en veintitrés minutos. Cuando la mez-cla se practicaba en la proporción do -—> la muer-

30

te tenía lugar al cabo de treinta y siete minutos. Ala dosis de un octavo perecían los conejos en sieteminutos.

Según los trabajos dé Leblanc, las aves son to-davía más impresionables á la acción deletérea delgas óxido de carbono. Un gorrión muere instantá-neamente en el aire que contenga 4 á 3 por 100 deeste gas, y basta un centesimo para determinar lamuerte al cabo de algunos minutos. Si en el mo-mento en que tiene lugar la muerte aparente se in-tenta sustraer al animal de la acción del gas dele-téreo, puede poco á poco volver á la vida, pero nosuele esto suceder sino al cabo de algunas horas enque los fenómenos de parálisis desaparecen (i).

Tampoco debemos dar al olvido la descomposi-ción (en concepto de algunos) que el aire experi-menta al obrar sobre la piel, como causa capaz dealterar el aire confinado. Lavoisier, Spallanzani, Ju-rine y otros, practicaron detalladas experiencias,de donde resulta que en la superficie de la piel des-aparece una porción de oxígeno, siendo reempla-zado por el ácido carbónico (2). Parece ser que seha deducido respecto á esto lo siguiente: 4.°, lacantidad de ácido carbónico que procede de la ac-ción del aire sobre la piel está en razón directa delvigor y actividad del individuo; 2.°, el ejercicio'muscular aumenta la cantidad de este ácido. Nos-otros creemos que más bien que á una descomposi-ción puede atribuirse este efecto á una exhalacióncutánea; una especie de difusión de gases que, altravés de toda la superficie de la piel tiene lugar,que hace el efecto de un dializador, pero de todosmodos debe siempre tenerse en cuenta esta circuns-tancia.

M. Leblanc, á cuyo valer y competencia rendi-mos en las páginas anteriores un justo tributo, hahecho interesantísimas investigaciones sobre el airoconfinado, cuyos resultados consignaremos en elmenor espacio que nos sea posible (3).

i." Es imprescindible reconocer como un hechoconsumado que la proporción de ácido carbónicoen los sitios habitados y cerrados, crece con el gra-do de insalubridad, pudiendo ser la medida de esto,Cuanto mayor es la dosis de ácido carbónico, ma-yor es también la necesidad urgente de renovarel aire.

2.° Los experimentos de ventilación practicadosbajo la dirección de Peclet é independientes de todaidea teórica preconcebida, asignan 6 á 10 metroscúbicos como ración de aire que necesita un hom-bre por hora.

(1) Wurtz,—Chiraie medícale.(2) Diccionario de Medicia-a y Cirua ía prácticas, artículo

escrito por Carlos Londo.(3) Tomados del Tratado de Química general, de Pelouce

y Fremy última adición.

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3." La pureza del aire en un sitio ventilado puedeno depender únicamente de la cantidad que afluyeen un tiempo dado, sino del modo que penetre ysalga el airo á consecuencia de su distribución. Elmejor sistema de ventilación será aquel en que elaire espirado se elimine por un movimiento aseen-sional del espacio inmediato á la zona de respi-ración.

4." En general, el aire destinado á la ventilaciónse procura que tenga la temperatura más baja posi-ble, por lo cual se hace llegar de las cuevas ó si-tios que so hallan en la parte más baja de los edi-licios.

S.° Cuando se trata de sitios habitados y despro-vistos de medios de ventilación , la experienciaaconseja que no hay que contar con una gran reno-vación de aire á beneficio de las junturas de laspuertas y ventanas. Lo general es que no lleguená reducir la alteración sino á una mitad de lo quehubiese sido en un espacio rigorosamente cerrado.

6." Las análisis de alinósferas artificiales tien-den á establecer que la dosis de ácido carbónicopuro que podría soportar un hombre sin sucumbirinmediatamente'es bastante considerable, á juzgarpor los efectos producidos en los animales. La vidade un perro puede prolongarse algunos instantesen una atmósfera que contenga 30 por 100 de airenormal, y el gas tiene, por consiguiente, 16 por 100de oxigeno.

7." La resistencia á la asfixia bajo la influenciade esta causa es tanto menor, cuanto más elevadaes la temperatura propia del animal.

8.° En un espacio que contenga 5 á 6 por 100de ácido carbónico, producido á consecuencia de larespiración ó de la combustión, se apaga la llamade una bujía; pero puede continuar la vida, aunquela respiración es muy penosa.

En el extenso Tratado de Química general, dePelouce y Fremy, verdadera enciclopedia de losconocimientos químicos, siempre con fruto consul-tada por todo el que á este género de estudios sededica, se inserta un cuadro' interesante sobre lasanálisis ejecutadas en atmósferas de limitada exten-sión, de cuyo notable trabajo tomamos los siguien-tes datos:

AIRE DEL ANFITEATRO DE QUÍMICA DE LA SORBONA,

EN 1.000 PARTES.

Despuésde laleccion.

Antesde la lección.

Oxígeno 224,3Acido carbónico 6,5

219,610,3

Estos datos fueron tomados en una lección queexplicaba M. Dumas, teniendo 900 oyentes, quepermanecieron en el local por espacio de hora ymedia.

CANTIDAD DE ÁCIDO CARBÓNICO QUE SE FORMA EN PARÍS

CADA VEINTICUATRO HORAS POR SÓLO LA COMBUSTIÓN

(TRABAJOS DK BOUSSINGAULT).

Acidocarbónico.

Metros cúbicos.

Carbón vegetal 1.250.700Leña 855.385Hulla 314.215Aceite 58.401Sebo 25.722Cera 1.071

TOTAL 2.505.494

Respecto á la aecion que ejerce en el organismoel ácido carbónico, citaremos lo siguiente:

M. Boussingault refiere que, habiendo entrado enla galería de una mina de Nueva-Granada, sintióuna impresión de calor sofocante y un fuerte picoren los ojos. La temperatura del sitio no excedía de10 grados, y sin embargo, la calculaba Boussin-gault en 40. Estos efectos se deben á la inhalaciónde una atmósfera fuertemente cargada de ácido car-bónico.

El ácido carbónico puede penetrar en la econo-mía, no sólo por las vias respiratorias, sino tambiénpor la piel. Se han envenenado algunos pájaros su-mergiendo su cuerpo en una atmósfera de ácidocarbónico, quedando libre la cabeza para que pu-dieran respirar el aire atmosférico. Estos baños deácido carbónico determinan fenómenos de excita-ción, á los que siguen, si la acción es muy prolon-gada, síntomas de parálisis ó insensibilidad.

Por lo demás, sabidos son. los desgraciados acci-dentes producidos por las cubas donde fermenta elmosto, y los hornos donde se calcina el carbonatocalcico para la preparación" de la cal viva.

Con lo referido creemos suficiente para formarexacta idea de las impurezas en el aire contenidasy que los medios de desinfección propuestos han detener por objeto eliminar estos agentes ó neutrali-zarlos. Tal será el fin que nos propongamos en ca-pítulos posteriores.

JOAQUÍN OLMEDILLA Y PUIO.

(Continuará.)

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VIAJE SOBRE UNA BALLENA.AVENTURAS DEL CAPITÁN ROBERTO KINCARDY.

(Continuación.) *

C A P Í T U L O I I I .

SALEM. — EL Peerless.—TONY HOOG. — ENGANCHE.—

UN SECRETO BIEN GUARDADO.--LOS PRIMEROS TEMORES

DE PJCOU.

Kincardy, una vez convencido del apoyo de Máxi-mo de Montgeron, y acariciando su famoso pro-yecto que guardaba en el más profundo secreto,recobró el buen humor de otras veces y carac-terístico entre los marinos. Se lo vio sonreír ymostrar en su rostro esa dulce alegría que anun-cia la satisfacción del alma. Abandonó sus largos ysolitarios paseos por la bahía de Massachussets,pero en cambio hizo repetidas excursiones á Salem.

Aunque el nombre es bíblico, Salem es una pobla-ción moderna que adquirió los derechos de ciudaden 1836. Situada á 20 kilómetros Nord-este de Bos-ton, es, por decirlo así, su vanguardia, y hace ungran comercio, á pesar de tener á la capital por ri-val. Está pintorescamente colocada en un cabo ro-deado de dos brazos de mar, llamados Riadel Nortey Ria del Sud. La una forma su puerto, y sobre laotra han construido un magnífico puente de 500metros que conduce al tomnship (1) de Bevesley.

Pero no era el aspecto pintoresco lo que llevabaal capitán Roberto á Salem, ciudad que conocía hastaen sus menores detalles. Salem, uno de los princi-pales puertos de armamento para la pesca del ba-calao y la ballena, está habitada por una porción demarinos, gente atrevida, robusta, duros á la fatiga,y la mayor parte de ellos antiguos compañeros delcapitán Kincardy. Este iba á Salem con el pro-pósito de embarcarles á bordo del Peerless, únicobuque que le quedaba, y el cual arrendaba á las ar-madores de Boston, Salem ó New-Bedford desdeque había renunciado á sus excursiones marítimas.

El Peerless (sin par) merecía bien tal nombre,aunque fuese algún tanto pretencioso. Jamás buquemás velero ni mejor condicionado ballenero habíaafrontado las poderosas olas de los mares glaciales;pero como con el tiempo todo pas?. y se destruye, elPeerless comenzaba á resentirse de su prolongadaestancia en el agua salada, y de los efectos de losgolpes de viento, los granizos y las tempestades.Sin embargo, los ingenieros aseguraban que conalgunas reparaciones podría desafiar de nuevo lasolas del Océano y navegar durante muchos años. Se

• Véase el número anterior, pág. 124.(1) Plaza de la ciudad.

llevó el ballenero á un graving dock, en el que sele limpió, restauró y calafateó convenientemente,y cuando salió recionpintado, con aparejo y velasnuevas y con la bandera de los Estados-Unidos des-plegada al viento, tenía un aire tan elegante, tangracioso y atrayente, que Tony Hogg, un verdade-ro lobo de mar, muy renombrado en la bahía deMassachussets, declaró en alta voz que el Peerlessfascinaba y daba gana de embarcarse en él. TonyHogg había navegado durante mucho tiempo encompañía de Kincardy: era un excelente marinoy uno de los más diestros arponeros para perse-guirlas ballenas ó cachalotes.

Aunque era pequeño y rechoncho, y su rostrodemasiado encendido por el abuso del wiskey,su mi-rada penetrante, sus expresivos gestos y su andarvivo y acompasado, denotaban un hombre valiente,de resolución y de fuerza. En una palabra, era unverdadero marinero yanqui, sin temor á nada, au-daz, sereno y con sangre fría durante el peligro;aficionado á aventuras, bebedor y camorrista, conuna fuerza hercúlea, lo que hacía fuese malo paraenemigo. Los boxeadores más renombrados de Sa-lem le tributaban una gran deferencia mezclada detemor y admiración. Así que se hallaba á bordo TonyHogg, perdía todas sus malas cualidades; tan borra-cho y camorrista como era en saltando á tierra, seconvertía en grave, serio y reflexivo en pisando elpuente de un navio. Jamás hubo que reprenderle lamenor falta en el servicio, y los capitanes ballene-ros con los que había navegado le colmaban de elo-gios. Kincardy conocía á esto hombre, y sabíaque no debía desperdiciarse su experiencia. Ade-más, con el ascendiente de su talento y de su inteli-gencia, dominaba por completo la ruda naturalezade Tony Hogg, y hacía do él lo que quería. Era,pues, una excelente adquisición que había que con-seguir á cualquier precio.

Así las cosas, Un dia, después de haber examina-do el aparejo del Peerless, Roberto buscó al arpo-nero y le encontró en una taberna disponiéndoseá beber una pinta de brandy con algunos compañe-ros de su especie.

—¡Qué miro, voto al diablo! Es el capitán Kin-cardy,—exclamó gozoso Tony Hogg al apercibir

| á su antiguo jefe.—Capitán, ¿nos haréis el honor debeber con nosotros?

—Ya sabéis que no bebo nunca brandy.—Y tenéis razón, capitán; el brandy solo es bue-

no para los borrachos y gentes de nuestra ralea;pero podéis tomar alguna otra cosa... ¡Eh, mozo...en, tabernero maldito, trae dos botellas de cerveza!

Llenó de ella su vaso el capitán, y le chocó conel de Tony Hogg y su compañero: sabía que esteproceder halagaría al arponero.

—Vamos, capitán, otro vaso; esta cerveza se

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bebe tan suavemente, que se estaría uno bebiendohasta mañana.

—Tony, no he venido para beber, sino para ha-blarte.

—Pues bien, capitán, no os incomodéis; ya osescucho.

—Tony, ¿estás libre? ¿puedes engancharte con-migo para un viaje de tres años?

—Libro como el aire, capitán; y con tal que laspagas sean regulares por si la pesca no da resulta-dos, habremos terminado el enganche bien pronto.

—No es para la pesca para lo que te busco, y encuanto á la paga, la fijarás tú en lo que quieras.

—¿Os burláis acaso? Soy un borracho que vende-ría la vida por unas cuantas botellas; pero no unimbécil. ¿Para qué habéis restaurado el Peerless,sino para sacar partido de él? Un americano, porrico que sea, no hace nada por nada.

-Perfectamente pensado, Tony; pero, ¿qué teimporta lo que me propongo si te pago bien? Tengonecesidad de un hombre atrevido, diestro, experi-mentado, conocedor de las costumbre de lít balle-na, habituado á los rigores de los parajes que ellafrecuenta, y habituado a las habilidades y peligrosde la pesca. ¿Quieres ser de los míos, sí ó no?

—Sin embargo, capitán, es preciso saber...—Todo lo sabrás,-pero más tarde.—Pero...—Vaya, adiós. Cuando me hablen de tí, diré que

el-brandy te ha embrutecido y que no eres el TonyHogg de otro tiempo; que temes el mar: que eresun imbécil, pues desechas las mejores proposicio-nes que te han hecho en la vida; y, por último, queprefieres morir en una cama de un hospital y serenterrado en un palmo de tierra como lo sería unperro, á tener por sepultura el vientre de un tibu-rón, sepultura que envidia todo buen marino. TonyHogg, adiós.

Y Kincardy se dirigió hacia la puerta.—Capitán,—gritó Tony,—ya sabéis que os res

peto, pero que nadie impunemente me injuria comoacabáis de hacerlo. A fe de Tony, si otro que vos lo

' hubiese hecho, le aplastaría como aplasto esto.Y Tony Hogg dio un puñetazo á un banco, ha-

ciéndolo astillas.—Pero,—continuó volviéndose á sentar tran-

quilamente,—es preciso que un cristiano sepa loque se exige de él. Vamos, capitán, decidme el des-tino del Peerless y el papel que me está reservadoá bordo. Si me agrada, asunto concluido, y seré delos vuestros.

—No te embarcarás en el Peerless ; por lo tantoes inútil que conozcas su destino.

—No os comprendo!—Irás al mar de Behring, y yo estaré á tu lado.

Es cuanto puedo decirte por ahora.

—¿Me aseguráis, capitán, que os acompañaré,que navegaremos juntos y que no nos separaremos?

—Sí.—Pues bien, entonces estoy á vuestras ordenes.

Desde el momento que he de estar con vos, no pidomás explicaciones; eso me basta, y podemos ir has-ta el polo si queréis. En cuanto á la paga, lo quevos queráis; me fío de vuestra generosidad.

Tony Hogg firmó un enganche por tres años, yesperó las órdenes de su capitán.

Tan pronto como el Peerless fue reparado y pudolanzarse al mar sin peligro, un piloto lo condujo áBoston. Allí Roberto Kincardy, ayudado por TonyHogg, completó la tripulación, nombró comandanteal capitán Phipps, uno de sus compañeros, y empe-zó el embarque del cargamento. A pesar de la pers-picacia y curiosidad de los marineros, ningunopudo averiguar de qué se componía. Todos los bul-tos iban cuidadosamente envueltos y ocultos á todamirada indiscreta.

El 10 de Noviembre el Peerless abandonó á Bos •ton y se trasladó á Nueva-York.

En esta ciudad embarcó Kincardy multitud decajas, fardos y objetos diversos, haciendo, por úl-timo, una buena provisión de víveres. Cumplidosestos requisitos, dispuso que el barco se diese á lamar el -1.° de Diciembre do 1872.

—Hó aquí vuestras instrucciones,—dijo al capitánPhipps:—costeareis la América, doblareis el cabode Hornos y subiréis hasta la isla de Silka, y ancla-reis en el puerto de Nuevo-Arcángel. Allí cargareismaderas, tableros y clavazón, y esperareis nuevasinstrucciones. Tengo confianza en vuestra experien-cia; el buque es seguro y velero; la tripulabion es-cogida: efectuad el viaje lo más rápidamente posi-ble, y quedareis contento de mi.

El Peerless se dio á la mar con un tiempo mag-nífico.

Roberto Kincardy, acompañando de Tony Hogg,volvió á Boston por el camino de hierro.

El arponero estaba curioso, y sentado en el wa-gón, revolviéndose á un lado y á otro, se agitaba,se movía, no podía estar quieto y parecía vivamentepreocupado. Por fin, la curiosidad pudo más que suprudencia, y dio rienda suelta á su lengua.

—Ya que enviáis el cargamento á Nuevo-Arcángel,que es un punto del Océano pacífico, ¿por qué no ha-béis escogido la via de tierra por el Central PacificRailnay hasta San Francisco, ó bien la vía de Pa-namá? Hubierais economizado mucho dinero y ga-nado bastante tiempo.

—Ya lo sé, y cuando nesotros vayamos á reunir-nos con el Peerless lo haremos tomando la vía Cen-tral Pacific Bailway.

—Vuestro cargamento hubiera podido seguir elmismo camino.

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—Es que tendré necesidad del Peerless.—¿Faltan acaso navios en la costa Occidental?—No, seguramente; pero como no son de mi pro-

piedad, no puedo disponer en absoluto de ellos.—¿Quó queréis hacer del Peerless?—Echarlo á pique.—¡Qoodgod! ¿echarlo á pique?—Sí.Este sí, pronunciado con un tono seco y claro,

terminó la conversación; pero mientras duró el viajeTony Hogg hablaba entre dientes, haciéndose lasmás extrañas reflexiones. Su monólogo concluyó deesta manera.

—Cuando uno compone sus buques es para con-servarlos, pero para el capitán Kincardy esta reglano es general. Consiento en no probar en mi vidauna gota de brandy, si entiendo nada de esto.

Si Tony Hogg estaba perplejo, ¿quó diremos deAntonio Picou? El buen servidor no sabía á quósanto encomendarse. En el momento en que le son-reían las esperanzas más halagüeñas; en el momentoen que iba á alcanzar la dignidad de mayordomo,su suprema dicha, y navegar voluptuosamente entodas las dulzuras del descanso, estas bellas ilusio-nes de pronto habían desaparecido ó al menos sehabían alejado. Ahora sentía que su amo so hubiesefijado en miss Victoria: se arrepintió de los epítetosque la había dado, y en su interior la llamaba domi-nante y coqueta. Sin embargo, la filosofía y bondadi|uo caracterizaban á Picou dominaron su despechoy su disgusto. Después de todo, tres años prontopasan, y Picou era bastante joven y robusto parapoder esperar. Se prometió á sí mismo ganar eltiempo perdido y descansar á su gusto así que suamo se casase.

Pero cuando supo que se preparaba una expedi-ción á lejanos países, de la que debía formar parte;cuando supo que irían á invernar en el mar deBehring, sus adormecidos miedos volvieron á aco-meterle, torturando su espíritu. Habiendo pasadoun invierno en San Pctesburgo y otro en Halifax,on la Nueva Escocia, había tomado profundo horrorá todo país en que el frió se siente con rigor, y nopodían tranquilizarle tales recuerdos. Y ¿acaso puedecompararse el frió de esos dos puntos con el quese siente en los lugares hiperbóreos?

Antonio Picou se veía convertido en un sorbete,atacado por los osos blancos, perdido on los bancosde hielo, devorado en alguna cueva, aplastado poralgún témpano, sujeto, en iin, á todos los acciden-tes descritos por los exploradores de las regionespolares. A cada instante preguntaba á Tony Hogg:«Señor Tony Hogg,--le decía, pues sus inquietudesle hacían llevar el respeto al último límite: señorTony Hogg, ¿está lejos el mar de Behring?—SeñorTony Hogg, ¿el hielo es espeso?—Señor Tony Hogg

por aquí, señor Tony Hogg por allá... Y no concluíajamás. El marino sonreía con sorna y aumentaba susrelatos con todos los peligros que su imaginación lesugería, pero á veces estaba de mal humor, y unabrusca contestación cortaba toda discusión.

Con aire duro ó impolítico, le dijo un dia:—Eres una gallina en pollos, Antonio.—No, Sr. Tony Hogg, replicó con serenidad ül

tímido Picou,—soy simplemente un hombre friolero.

CAPITULO IV.

ODISEA nu UN NEGRO.™ EL Swan.—EXPLORACIONESDIVERSAS. LA BAHÍA DE lilíISTOL. —11N PUERTO BUS

GADO CON AI'AN f ENCONTRADO CON FORTUNA.

Roberto Kincardy dejó pasar el invierno y aguardócon calma la llegada do la primavera. Así que elprimer ra» o do sol alumbró los campos y empezóel deshielo, previno á su hermana, Máximo Mont-geron, Tony Hogg y Antonio Picou que se aproxi-maba la hora de partir. Estos terminaron sus pre-parativos y se pusieron á las órdenes del capitán.

Miss Victoria suplicó á su hermano la dejase lle-var consigo á uno de .sus criados, á un negro lla-mado Tarquín, y que la adoraba, en cambio de losbeneficios que de ella había recibido.

La historia de Tarquín era semejante á la de todoslos esclavos. Un monarca de Guinea le cambió porunas cuantas fruslerías, y le embarcaron en un bu-que negrero, llevándole, todavía niño, á la Caroli-na del Sur, donde fue vendido á un hacendado, quele vistió con una túnica de lanilla, le alimentó maly le obligó á trabajar como una bestia de carga,sin dejar de pegarle y castigarle. La infancia y laadolescencia de Tarquín pasaron en la miseria, elsufrimiento y la opresión. Por fin, se revolvió con-tra la injusticia de la suerte, y se cansó de trabajarrecibiendo latigazos como único salario. Un diatomóla puerta y corrió á reunirse con los negroscimarrones que acampaban en 'as montañas Apa-laches.

En el entretanto (1860), Charleston se sublevócontra la Union, y comenzó la guerra separatista.Tarquín se batió bizarramente contra los del Sur.

Aunque el Congreso abolió la esclavitud, nopudo desgraciadamente borrar las diferencias y pre-venciones que los blancos tenían á los negros, y es-tos siguieron experimentando toda suerte de veja-ciones. No se contentaban con ridiculizarlos y re-bajarlos, sino que se los despreciaba abiertamenteHoy dia gran número de americanos, llenos, segúncreen, de caridad cristiana y filantropía, colocan alnegro por bajo del bruto y le hablan siempre conuna dureza insultante.

Para vivir, Tarquín se bizo pescador de perlas ybuzo; pero el trabajo del buzo es muy penoso , ylos hombres que le ejercen, tanto en indias como

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N.M79 A. BB.OWN. VIAJE SOBRE rUNA

BALLENA. 155

en América, enferman y no hacen los huesos vie-jos. A pesar de su robustez, el antiguo esclavo pagósu tributo al mal. Fue trasportado á Nueva-York yentregado á los cuidados de la casualidad. Débil,desfallecido y medio muerto, el pobre negro gastóbien pronto las pocas economías que lenia ahorra-das. Entonces, errante por los campos, mendigan-do en las haciendas, viviendo de limosna, fue deciudad en ciudad, llegando, por último, á Boston.Vino el invierno con su cortejo de nieve, viento yhielos, y se aumentaron los sufrimientos de Tar-quin, le abandonaron las fuerzas y no le quedabamás que morir.

Un dia, jamás el termómetro había bajado tanto,el negro, cansado de tanta miseria y privaciones,resolvió concluir con su vida. La nieve caia conge-lada, grandes nubes oscurecían el espacio y elviento Noroeste, seco, duro y helado, soplaba congran violencia. Tarquín, temblando por la calenturay por el frío, se sentó en e! quicio de la puería deuna casa deshabitada. Se envolvió en sus despeda-zados vestidos, se acurrucó y esperó. Con seme-jante tiempo, no se necesitaba mucho pava helarse,y, sin embargo, á pesar do todos los dolores quehabía experimentado, á pesar do tantas penas comole habían atormentado, tuvo un momento de pesar,instante rápido como el relámpago, pero que le re-eoi'dó su pasado, sus luchas y victorias con la ad-versidad, su valor en la desgracia, los horizontesinfinitos de su tierra nata!, de aquella África tanbien provista de luz y do calor, de aquella Áfricacon su espléndido sol y de que todavía so acorda-ba. Entonces dos lágrimas se escaparon de susojos y corrieron por sus salientes pómulos...

En aquel momento, miss Victoria Kincardy pasabapor allí. Venía de visitar á miss Clara Ana Halland.Cómodamente instalada en su trineo, cubierta deforradas pieles que la resguardaban de los rigoresdel frió, la joven notó la profunda añieeion de Tar-quín. Si en cuanto americana no debia condolersegran cosa de la suerte del negro, ora buena, y sa-bía que la verdadera caridad manda socorrer aldesgraciado, cualquiera que sea la raza á que per-tenezca y la condición en que se halle. Hizo parar eltrineo y mandó á uno de sus criados preguntase alnegro por qué lloraba.

—Tengo frío,—contestó éste ,— tengo hambre,sufro mucho y quiero morir.

Esta respuesta conmovió á miss Victoi'ia, que en-vió al negro una do las pieles con que se abrigabael cochero, y desapareció.

Algunos instantes después el trineo volvió vacío,y Tarquin,-casi desvanecido, sin fuerzas y medio he-lado, fue subido al vehículo y trasportado á la opu-lenta casa do Mulchigson, Kineardy y compañía,colocándosele en una abrigada habitación de las

destinadas á los criados. Allí, al abrigo de la in-temperie, confortablemente alojado, bien alimenta-do y cuidado, el negro se restableció poco á poco yllegó á ser el servidor más adepto de su bien-hechora.

Entre los humildes y desheredados de la tierra,el reconocimiento no es una palabra vana. Era pre-ciso ver á Tarquín cuando miss Victoria le daba al-guna orden ó se dignaba dirigirle la palabra. Susexpresivos ojos brillaban, su boca sonreía, su fiso-nomía indicaba alegría infinita.

—Yo estoy aquí,—parecía decirla,—para velarpor tí, querida bienhechora, para protegerte y que-rerle. Mi vida te pertenece: dispon do ella á tuantojo.

Ahora ya no puede extrañarnos que miss Victoriamanifestase el deseo de llevar consigo al africano,puesto que podía contar con su cariño y adhesión.Roberto Kincardy consintió con gusto en ello,esperando sacar provechoso partido del vigor delhombre y de la habilidad del buzo.

Picou se alegró mucho de esta decisión, porquehacía largo tiempo apreciaba las excelentes cuali-dades del negro. Con él, al menos, era posible ha-blar, sin exponerse alas bruscas é impolíticas sali-das del Sr. Tony Hogg, aquel oso marino, bebedorde brandy y borracho incorregible. Además, Tar-quin era un mozo de seis pies, con unos músculoscomo un Hércules, bravo entre los bravos, y sinmiedo ante el peligro, uniendo á esto la dulzuradel cordero, y estando dispuesto siempre á prestarsu auxilio á los débiles y tímidos: y Picou, ya lo sa-bemos, era tímido en alto grado; así es que admi-raba á Tarquín y no le hablaba más que colmándolede pomposos elogios: para él, era Tarquín el fuerte,Tarquín e^ágil, Tarquín el grande, Tarquín «1 mag-nífico, y'cl bueno de Tarquín mostraba sus dientesblancos y reía como un bienaventurado.

El 20 de Marzo do 4873 Roberto Kincardy, missVictoria, Máximo Montgeron, Tony Hogg, AntonioPicou y Tarquín abandonaron á Boston y tomaronasiento en un wagón que los llevó al Oeste. Ensiete ú ocho dias atravesaron Norte-América y lle-garon á San francisco sanos y salvos. En la capi-tal de California, Roberto, que habia expedido susórdenes á una agencia de armamentos marítimos,encontró á su disposición un paquebot de vapor, deochocientas toneladas, perfectamente aparejado,aprovisionado y equipado, dispuesto' en una pala-bra á hacerse á la mar.

El mejor camarote del Sroan (1), así se llamabael paquebot, lo ocupó miss Victoria. Los otros via-jeros so arreglaron como mejor pudieron con losmarineros de á bordo. Picou escogió sitio al lado

(1) El Cisne.

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de la máquina, para gozar cuanto más pudiera delsuave calor que de ella se escapaba. El capitánKincardy, inútil es decirlo, tomó e! mando del Snan,y elevó á la categoría de segundo del buque á TonyHogg.

El S de Abril el Snan abandonaba los muelles deSan Francisco, franqueaba la Puerta de Oro (Qol-den-Oaíe), pequeño estrecho que comunica la marcon la bahía, y surcó las aguas del gran Océano Pa-cífico.

El viaje comenzaba bien. En el cielo no habíanube alguna, la brisa soplaba suavemente y la olaera tranquila. Roberto Kincardy se alejó de tierra ypuso francamente la proa al Norte. Durante algu-nos dias costearon la América, después el Domi-nion-of-Canadá, y, por fin, las numerosas islas querodean el Nuevo-Cornouailles y el Nuevo-Norfolk yque forman el archipiélago del príncipe de Galles yalgún otro. Ningún accidente notable marcó esterápido viajo. Solamente la temperatura bajó bas-tante para hacer necesarios los vestidos de invier-no. Entre los 50° y los 60° latitud Norte, fuertesturbonadas de lluvia, nieve y granizo cayeron so-bre el buque; pero á bordo no hubo novedad. Losmarineros, provistos de alimento fresco y sano, yde vestido y calzado á propósito, desafiaban la in-temperie y ejecutaban las maniobras haciendo re-sonar al aire sus alegres canciones. Solo Picou es-taba triste y afectado, á pesar de los consuelos quele prodigaban Máximo Montgeron, Tarquín y missVictoria. Es verdad que Tony Hogg no dejaba deasustarle, pintándole las regiones hiperbóreas conlos más negros colores.

Enfrente al monte Saint-Elie, gigantesco volcan(o.400 metros) que se eleva como un limite entrelas posesiones americanas ó inglesas, Kincardyhizo apagar las calderas del Swan, le puso á la velay se aproximó al escarpado litoral de Alaska. Des-de este momento avanzaba el barco lentamente ycon excesiva prudencia. Muchas veces Roberto des-cendía á tierra ó se embarcaba en un bote para ins-peccionar los golfos que penetraban tierra adentro yrecorrer todas sus sinuosidades.

¿Buscaba un mar seguro y espacioso, un abrigopara el invierno ó un terreno á propósito para es-tablecer una pesquería? Nadie lo sabía. Repitió nu-merosas veces sus exploraciones, y sin duda noencontró nada que lo conviniese, porque despuésde haber visitado el golfo del Príncipe-William,una parte del de Cook, el estrecho de Cheligoff ylos alrededores de las islas de Kenaitskala.'Alfog-naek y Choummagin, dejó bruscamente la Penínsu-la de Alaska, penetró en el mar de Behring por elestrecho de Isdnotski, y condujo al Snan á una en-senada de la bahía de Bristol, no lejos del fuerteAlejandro.

La bahía, ó más bien el golfo de Bristol, es la partedel mar de Behring comprendida entre el cabo Ne-wenham y la casi isla Alaska. Las tierras que lecierran están violentamente corladas por la acciónde las aguas, y presentan una larga serie de puer-tos y radas naturales; abrigos que la industria hu-mana hubiera aprovechado, si el rigor del clima nofuese un obstáculo invencible para el estableci-miento de colonias y factorías. Sin embargo, lamar no se helaba, los hielos fijos se detenían en elestrecho de Behring. Cuando el frío era rigurosísi-mo, los bancos dé hielo se extendían alguna vezhasta la isla de Nounivok (60" latitud Norte); perojamás pasaban de allí. En cambio, al llegar á estalatitud ya era frecuente el encuentro de témpanosde hielo conducidos por las corrientes. Las riberasde la bahía do Bristol están habitadas por algunastribus de Tchouktchis, que tienen los usos, costum-bres y caracteres físicos de los Esquimales. Inútiles buscar en aquellos sitios ni una ciudad, ni si-quiera una aldea de apariencia europea. Los caza-dores de pieles se alojan en los Jorts, construccio-nes groseras que sirven de almacenes y depósitos,en los que se amontonan los productos de la cazay pesca, los víveres, municiones, pieles, etc., etc.Separados los unos de los otros por inmensidad deterreno, éstos fuertes no tienen comunicación conel mundo civilizado mas que durante el verano,muy corto en aquellas regiones, es decir, cuandoel deshielo ha desembarazado todos los lados y unbuque puede pasar sin riesgo alguno.

Roberto Kincardy y los tripulantes del Swan entra-ron en relaciones directas con los habitantes delfuerte Alejandro y con el factor principal que estabaal frente del mismo. Picou se tranquilizó por com-pleto, y aun se permitió hacer rabiar al señor TonyHogg. En efecto, el sol de Junio derretía las nievesy hielos y calentaba la atmósfera: la vegetaciónempezaba á aparecer, aunque muy mísera y re-ducida á algunos chaparros, brezos, pinos, saucesy abedules, que no pasaban de ser unos raquíticosarbustos; pero el verde cubría la árida roca, almismo tiempo que borraba las negras impresionesdel criado francés.

El capitán Kincardy descendía frecuentemente átierra ó inspeccionaba aquellos contornos, siguien-do, durante dos semanas, sus investigaciones conuna perseverancia y una actividad que sorprendían álos marinos del Swan, y al mismo Tony Hogg, por-,que nadie sabía lo que se proponía. Por fin, en losprimeros dias del mes de Julio examinó atenta-mente una regular ensenada situada á media leguaal Norte del fuerte Alejandro: calculó aproximada-mente su superficie y su profundidad, estudió lanaturaleza del agua, del fondo de las rocas que laformaban; preguntó á los comerciantes y Tchoukt-

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chis una porción de noticias acerca de aquel sitio;se informó de los pescados que se cogían en aque-llas ensenadas, de los moluscos que en la mismahabía, de las plantas acuáticas que la poblaban, desu temperatura ordinaria durante el invierno; seaseguró de que jamás la obstruían los hielos, y ex-clamó gozosamente:

—¡Al fin la encontró!La tarde misma de aquel memorable dia Roberto

Kincardy, miss Victoria, Máximo Montgeron, AntonioPicou, Tony Hogg y Tarquín se instalaron en elfuerte Alejandro. El Sfoan se alejó con rumbo alpuerto de Nuevo-Arcángel, para llevar instruccio-nes al capitán Phipps, que, según se le había preve-nido, debía haber anclado allí.

A. BROWM.(Continuará).

LA SORTIJA.

ESCENA PRIMERA.

Son las cuatro de la tarde. El teatro representael gabinete de tocador de la condesa de Montes-Altos, hermosa mujer de cuarenta años.

La condesa.—A la verdad, Jorge mío, preciso esque yo te amo mucho para olvidar hasta este puntomis deberes conyugales. ¡Ah! ¡Déjame que ocultemi rubor ea tu seno!

Su Jorge.—Oculta, hija, oculta.La condesa. — ¡ Parece que estás preocupado,

Jorge.mió! ¿Qué es lo que arruga tu frente? ¡Oh,Dios! ¡Alguna desgracia te amenaza!

Su Jorge.—No tal.La condesa.—Es que, ya tú ves, cualquier cosa

me asusta; ¡te quiero tanto!Su Jorge (aparte).—¡Y Adela que me aguarda en

mi casa á las cuatro y media!La condesa.—,Quó bello eres, Jorge mió! ¡Qué

distinguido! No hay quien como tú sepa llevar unacorbata de color de rosa, üuiero enviarte una do-cena.

Su Jorge.—Nada de gastos. (Aparte.) ¡Las cuatroy veinte!

La condesa.—No haces más que mirar al reloj.Acabaré por creer que mi Jorge tiene una cita.

Su Jorge.—¿Una cita?... Si tal, tengo una citapara tratar de negocios con mi banquero, que viveen la calle del Pcdrusco. Conque permíteme...

La condesa.—¿Qué has hecho del reloj que te re-galé?

Su Jorge.—fiemo1! ¿No le traigo? Se me habráquedado colgado junto á mi cabecera.

La condesa suspirando).—Anda á tu cita, amigo

mió; vé á tratar de tus negocios. ¡Ah! ¡Si fuera unamujer quien te aguardase!

Su Jorge.—No hay peligro.La condesa.—Si alguna rival intentara arrebatarte

á mi cariño, no sé lo que haría. ¡Aun no me cono-ces! ¡Cuidado conmigo! ¿Poro qué estoy diciendo?Tú no amas á nadie mas que á mí y nunca amaras á nadie mas que á mí, ¿no es verdad, noble Jor-ge mió?

Su Jorge.—Naturalmente.La condesa.—Jorge es de su Herminia, como Her-

minia es de su Jorge.Su Jorge (aparte).—¡Qué pesadez! (Alto.) Adiós.La condesa. -Aguarda, Jorge, hoy estamos á 8 de

Noviembre.Su Jorge.—¿Y qué?La condesa (con emoción).—¿No te recuerda nada

esta fecha?Su Jorge.—Creí que estábamos á 9.La condesa.— ¡Olvidadizo! Hoy es el aniversario

de nuestro conocimiento, de nuestras culpables re-laciones.

Su Jorge.—¡No es posible!La condesa. —Acepta esta sortija como recuerdo

de un dia que no podremos borrar de nuestra me-moria.

Su Jorge.— ¿Una sortija?La condesa.—Muy sencilla. Quiero colocártela yo

misma. ¡Si esta sortija no puede desposarnos antelos hombres, que nos despose ante Dios!

Su Jorge (aparte).—No podré ya evitar un enfadode Adela.

La condesa.—Y ahora, vete, Jorge; vé á tus ocupa-ciones. No quiero ser un obstáculo en tu vida; noquiero que se diga de mí: «Esa mujer ha destruido elporvenir d* eso joven.» ¡Ah! Es que yo note amo conamor egoísta. Volverás el sábado á la misma hora.

Su Jorge.—Yo hubiera preferido volver el lunes.La condesa.—¡fot qué?Su Jorge.—Por nada... vendré el sábado... Pero

¿y tu marido?La condesa.—Nada temas; haré que se marche,

como siempre.Su Jorge.—Hasta el sábado, pues. Adiós, hermosa

condesa. (Sale.)La condesa (asomándose á la ventana para verle

salir).—¡Qué gracioso es mi Jorge! ¡Y qué elegante!El conde de Montes Altos (que entra diez minutos

después).—Buenos dias, amiga mia. ¿No ha venidonadie mientras he estado fuera?

La condesa. — Sí tal... Ahí ha estado ese jovenque tiene tantas ganas de verte... M. Jorge Mac*Interlop.

El conde.—¡Es extraño! Hace diez y ocho mesesque ese caballero tiene una carta de recomendaciónpara mí y aun no ha conseguido entregármela.

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La condesa (con indiferencia).—Nunca te encuen-tra en casa.

ESCENA II .

Son las cinco y media de la tarde. El teatro repre-senta la habitación de Jorge en una fonda de segun-do orden. Adela, joven modista, se encuentra solaen el momento de comenzar la escena.

Jorge (entrando muy sofocado).—¡Te juro que noha sido por mi culpa la tardanza, Adela mia! ¡Uf!

Su Adela.—¡Gracias mil! Habré tenido yo la culpaentonces. ¡Nada menos que una hora de retraso!¿Qué dirá la maestra cuando me presente en elobrador?

Jorge.—¡Si supieras lo que he corrido! Estoyaplastado, hija.

Su Adela.—1 para correr de un lado para otro tevistes con traje de baile. ¡A otra con esa!

Jorge.—lie ido al entierro de un amigo.Su Adela (cantando)

Eres turco,No te creo.

Si hubieras ido á un entierro, olerías á vino...Acércate, hazme el favor. ¿A qué diablos hueles? Yagastas almizcle como las viejas.

Jorge (aparte).—¡El perfume que Herminia prefie-re! ¡Profanación!

Su Adela.—Bien sabes que te he prohibido usarmás perfumes que el patchouly.

Jorge.—Perdóname, que no lo haré más: perdó-name, Adela de mis entrarlas.

Su Adela.—No me da la gana. Tú me tratas comoá una cualquiera. Estamos ya á principios de invier-no y no me has desempeñado el mantón.

Jorge.—¿Acaso he desempeñado yo mi reloj? Va-mos, abrázame. (La coge las manos y pretende sen-tarla sobre sus rodillas.)

Su Adela.—¡Que me haces daño! ¿Qué tienes enla mano? ¡Una sortija nueva!

Jorge (aparte).—Me pescó.Su Adela.—¡Pues si es un brillante!Jorge.—¡Qué ha de ser! Un pedazo de vidrio.Su Adela.—Déjame que me la pruebe. Me está

como si se hubiera hecho para mí, ¡Gracias, Jorge!Jorge.—¡Basta de bromas! Trae esa sortija.Su Adela.—Si dices que no es más que un peda-

zo de vidrio, bien puedes regalármela. ¿Qué sediría si no?

Jorge.—Esa sortija es de mi madre.Su Adela.—¡le veo! ¿Y cómo tu madre ñola lleva?Jorge.—Me la ha dado para que mande grabar

en ella...Su Adela.—Sus iniciales, ¿no es verdad? Yo sé

de un grabador que te llevará poco dinero. Adiós,que se me hace tarde.

Jorge.—¿Quieres devolverme la sortija?

Su Adela.— La maestra debe estar furiosa. Segu-ra estoy de que me echará una buena peluca. Y tútendrás la culpa. (Se arregla el peinado frente á unespejo.)

Jorge.—Vamos, niña, sé razonable. Tú no quer-rás que yo me enfade.

Su Adela.—Quisiera verlo. (Se dirige hacia lapuerta.)

Jorge (impidiéndola el paso).—Adela: á la una,álas dos... ¡Vamos!

Su Adela. - Que no, te digo (corriendo por lahabitación). Antes me romperás el dedo. ¡Ay! ¡Miraque grito! Mañana te la devolveré; ¡de veras!

Jorge. •-¿De veras?Su,Adela.—Pero déjame. ¡Qué monstruo! Me has

hecho un cardenal. (Abre !a puerta.) Tengo capri-cho por la sortija. (Desaparece.)

Jorge (persiguiéndola.)— ¡Adela!Su Adela (en la escalera).—Adiós.Jorge (solo).—Después de todo, tanto peor para

la condesa. Ya encontraré una excusa.

ESCENA III .

Son las seis y media. El teatro representa la tras-tienda de la señora Baltasara, prestamista.

Adela (entrando).—¿Está usted sola?Baltasara.—Si, chiquita, sí. ¿Qué me mandas?Adela (quitándose la sortija)—¿Cuánto vale esto?Baltasar a.—¡Caramba, chica, y qué guijarros re-

coges! Que sea enhorabuena. Parece que la costuraproduce.

Adela.—Conque ¿cuánto vale?Balíasara.—A mí no me engañas. Tú sales ahora

de casa del joyero y sabes el precio de la alhaja.Adela.—¿Y qué mal hay en ello?Baltasara.—Es que yo no puedo dar por la sor-

tija lo que daría por ella el joyero.Adela.—¿Pero cuánto da usted?Baltasara.—Por ser cosa tuya, daré hasta veinte

duros.Adela (colocándose en el dedo la sortija).—¡Cui-

dado no se pierda usted!Baltasara.- Sí, sería preferible tratar con el jo-

yero, que es mucho más generoso, más espléndido;pero el joyero es curioso; quiere saberlo todo;exige documentos, y á veces pasa, á domicilio ápagar loque compra; mientras que yo nada pregun-to... nada quiero saber...

Adela.—Es que no es lo que usted se figura. ¡Estasortija procedo de Jorge!

Baltasara.—¡Oh! Entonces es muy sencillo. Quete acompañe Jorge á casa del joyero. (Momento desilencio.)

Adela (turbada). —• ¿Conque no hacemos nada,señora Baltasara?

Baltasara.—Yo no he dicho eso, hija mia.

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N.° 179 C. MONSELET.—LA SORTIJA. 159Adela.—¡Veinte duros! Más darían en el Monte de

Piedad.Ba.ltasara.~-Entendámonos. Tú rae debes cuaren-

ta y ocho reales por el empeño de tu mantón; ¿noes eso? Bien. Treinta y dos por tu vestido escocés.Cuarenta y ocho y treinta y dos hacen ochenta. Masuna onza de oro por el empeño del reloj de tu hom-bre. Total, cuatrocientos reales.

Adela.—Sí, pero...Baltasara.—Déjame acabar. Te devuelvo el man-

tón, el vestido y el reloj. Además... ya ves si soybuena, te regalaré un sombrero muy bonito que noha sido puesto dos veces siquiera, y que he de ir ábuscar dentro de un rato con otras cosas á casa deElisa Torcaz, mi mejor parroquiana. Además, podráselegir dos pares de botinas entre las que tengoaquí. ¡Me parece que sé portarme bien!

Adela.—Y diez duros en dinero.Baltasara.— Eso si que no.Adela.—Entonces me voy.Baltasara.—VQVO ven acá, desagradecida, ¡si no

gano nada!Adela.—¡y qué tengo yo que ver con eso?Baltasara.— Sois duros, y no se hable más del

asunto.Adela.— No, señora.Baltasara.— Pues bien, vete; prefiero que ' te

vayas.Adela.—Déme usted ocho, y ahí va la sortija. ¡Ballasara (cogiéndola).— Ya no están de moda

los diamantes: nadie los lleva. Voy á buscarte tusprendas... Y tu niño, ,<,cómo sigue?

Adela. — Le tengo criándose en Saint-Denis,señora Baltasara. Estos clias ha estado bastantemal.

Baltasara.—Eso es la dentición.

ESCENA IV.

Son las doce de la noche, dadas. El teatro repre-senta un gabinete reservado del restaurant delboulevard, donde la célebre Elisa Torcaz cena convarias amigas suyas.

Uti mozo (entrando).—El señor marqués del Azarquiere entrar á saludar á las señoras.

Elisa.—Pepo, ya te hemos prohibido que dejosentrar á ningún hombre, üue perdone el marqués yque nos deje en paz.

Blanca, Camila, Ernestina. — Eso es, nada dehombres. ¡Mueran los hombres!

Nancy.— No sirven más que de estorbo.Elisa.—¡Pepe! ¡Un sorbete!Camila.—¡Pepe! ¡Cigarros!Blanca. — ¡ Pepe! ¡Una botella de Champagne

frappé!Ernestina. — ¡Pepe! ¡El cafó! ¡Los licores! ¡La

chartreuse!

Camila (á Elisa). — ¡Qué diamante tan bonito!¿Desde cuándo lo tienes?

Elisa.—Desde esta noche.Camila (tristemente).—¡Tú sí que tienes suerte!Elisa.—Se lo he comprado á la prendera. Tengo

cuenta abierta con ella. ¡Pepe! (Se lleva al mozo alrincón del gabinete.) Vendrás á casa mañana por lamañana con la cuenta.

Til mozo.—Está bien, señora.Elisa.—A las once.El mozo.Sí, péñora.Elisa.—Insistirás para que yo te reciba. Uuizá

esté un señor conmigo.El mozo.—La señora puede contar con mi dis

crecion.Elisa.—Eres un necio. Hablarás muy alto, por

el contrario. Dirás que me llevas esta sortija quete he dejado en prenda. Tómala. ¿Me has entendido?

El mozo.—Sí, señora.Elisa.—¡Gracias á Dios! Tráeme ahora tabaco

turco.El mozo (vacilando).—Señora...Rlisa. -¿Qué?El mozo.—Es que está en el pasillo el señor de

Chapines que solicita el favor...Elisa (con severidad).—¿üuó te he dicho, Pepe?Todas.—¡Abajo los hombres!

ESCENA V.

Son las once de la mañana siguiente.El teatro representa el dormitorio de Elisa Tor-

caz, donde se halla de visita el señor conde doMontes-Altos.

íü conde. -¡Ah! ¡Si estuviera seguro de tu amor,Elisa!

Elisa.—¿Y puedes dudarlo, Pablo, después de lossacriOcios_f¡ue lie hecho por tí?

Una doncella (entrando).—Señora...Elisa.—¿Qué pasa, Victoria?La doncella. — Es que...Elisa.—Habla. Ya sabes que no tengo secretos

para el señor conde.La doncella.—Pues bien, señora, ahí está un mozo

de la Maison Dorée.Elisa.—-¡Ab! Sí, ya sé lo que es. Que pase.El conde (con asombro).—¿La Maison Dorée?Elisa.—¿Vas ya á tener celos? Pues es muy sen-

cillo lo ocurrido. Ayer noche, al salir de Variedades,convidé á tres ó cuatro amigas mias á tomar un bo-cado. Tomamos unas frioleras. Había olvidado miporta-monedas y dejó en prenda lo primero que seme ocurrió. Ahora lo traerá el mozo, probable-mente.

El conde.—¡Siempre loca! (El mozo entra.)Elisa.—¡Ah! ¿Eres tú? (Al conde.) Pablo, dale

quince duros.

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160 REVISTA EUROPEA. 2 9 DE JULIO DE 1 8 7 7 . N.° 179

El conde (haciendo un gesto).—¡Quince duros defrioleras! ¡Diantre!

Elisa.-^Quince ó diez y seis; no lo sé á puntofijo. ¿Traes la cuenta, mozo?

El mozo.—Aquí están la cuenta y la sortija, se-ñora.

El conde (después de pagar).—Veamos esa sorti-ja. Es bonita, sí, señor, muy bonita.

Elisa.—¿La quieres?El conde.—¿Qué quieres en cambio?Elisa.—Demasiado lo sabes, el pañuelo de ca-

chemira... ¿Eh?El conde.—¡Oh! ¡Oh!Elisa.—No te arruinarás por eso.El conde.—¡Con tal que estuviera seguro de tu

amor, Elisa!Elisa.—¿Y puedes dudar, Pablo, después de los

sacrificios que he hecho por tí?

ESCENA VI Y ÚLTIMA.

Las doce y media del mismo dia. El teatro repre-senta el gabinete de tocador de la señora condesade Montes-Altos. La decoración de la escena pri-mera.

El conde.—Felices dias, amiga mia. ¿Qué tal es-tás? ¡Tanto mejor! A propósito... Siempre me estásreprendiendo por mi falta de galantería. Quieroprobarte hoy que he sido sensible á tus reconven-ciones. Dígnate aceptar esta joya.

La condesa (con estupor, aparte).—¡Mi sortija!

CARLOS MONSELET.

MISCELÁNEA

Fuerza de los volcanes.El monte más elevado de la cordillera de los

Andes, el Cotopaxi, en 1738 arrojó sus bocas defuego á 3.000 piós de elevación sobre su cráter,mientras que en 1744 las materias combustiblespugnaban en busca de una salida, rugían con tanformidable estrépito, que sus detonaciones se oíaná más de 600 millas de distancia.

En 1797, el cráter de Tunguragua, otro de losmás elevados pieos de los Andes, arrojó raudalesde betún, abrió lagunas, y en valles anchos de1.000 pies practicó honduras de 6.000 piós.

La corriente de hirvienle lava que brotó del Ve-subio en 1737, pasando por Torre del Greco, contu-vo 33.600.000 piós cúbicos de materia sólida. Y en1794, cuando por segunda vez quedó destruida lamisma torre, la masa de lava ascendió á 45.000.000de pies cúbicos. En 1679, el Etna despidió un rau-dal que se extendió en un espacio de 80 millas cua-

dradas, midiendo próximamente 100.000.000 depies cúbicos: en esta ocasión el amontonamiento delas arenas y la escoria formó ti Monte Rosi, cercade Nicolosi, un cono de dos millas de circunferen-cia en su base y 4.000 pies de elevación.

El raudal emanado del Etna en 1810 adelantó ga-nando terreno á razón de una vara cada dia sin in-terrupción por espacio de nueve meses.

Echando una mirada retrospectiva á edades másremotas, recordaremos que en la erupción del Ve-subio, A. D. 79, las escorias y cenizas amontona-das sobrepujaron el volumen de la actual montaña.

Es pasmoso, casi increíble, si bien histórico, queel Vesubio ha lanzado á veces sus cenizas á fabulosas distancias, habiendo llegado hasta Constantino-pía, Siria y Egipto; ha despedido piedras de 8 librasde peso hasta el mismo Pompeya, distante seismillas, mientras que peñas igualmente considera-bles subían por los aires, ascendiendo á 2.000 piesde superficie.

El Cotopaxi ha llegado á proyectar una canterade 109 varas cúbicas de volumen á distancia denueve millas.

El Sumbawa en 1815, durante una erupción delas más horrorosas que recuerdan los mortales,arrojó sus cenizas hasta Java, una distancia de30% millas; y de una población do!2.000 habitantes,sólo escaparon 20 personas.

Por último, el Stromboli, en 1830, anunció una desus grandes erupciones, precedida de ruidos muyextraños y estrepitosos, con acompañamiento deviolentas sacudidas de tierra; después de haber lan-zado por espacio de veinte dias su candente lava,tuvo una trasformaeion instantánea para comenzará arrojar á increíble distancia chorros de una aguacaliente y cenagosa once dias consecutivos, causan-do desgracias en algunas aldeas que se hallabanbastante apartadas de aquellos contornos.

Estos grandes desahogos que de vez en cuandotiene la tierra que pisamos, es lo que nos ha libradode haber saltado como una bomba por el aire.

***

Un pozo extraordinario.

Existe un pozo artesiano muy curioso en Cherry-tree, del Estado de Indiana. Mide 260 pies de pro-fundidad, el agua es ligeramente catártica, limpiaperfectamente, suaviza la piel, es fria y muy clara.Cuando se la revuelve en un vaso, es blanca comoleche. También se escapa del agua un gas que lue-go que se recoge, arde con llama brillante de doscolores distintos, una giratoria azul, la otra en for-ma de pequeñas lenguas amarillas.