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REVISTA EUROPEA. NÜM. 96 26 DE DICIEMBRE DE 1875. AÑO LA DEMOCRACIA ANTE LA MORAL DEL PORVENIR. US HUEVAS TEORÍAS ACERCA DEL DERECHO NATURAL. (Conclusión.) * III. Nadie se extrañará de que el espiritualismo haga sus reservas, y de las más graves, acerca de los principios y las aplicaciones de esta nueva moral social; pero deberá admirarse, si en ello se reflexio- na, de la acogida favorable, por no decir entusias- ta, que esta ha encontrado en Francia y aun en la Europa, en el partido de la democracia avanzada. Parécenos que hay aquí un error curioso de acla- rar, sino es que hay más aún, una idea preconcebi- da, de la que es interesante buscar las causas. La democracia radical (y de ello sería fácil dar la prueba desenvuelta) es por esencia racionalista; lo es en sus orígenes, en su historia y en sus princi- pios. Es una aplicación de la razón pura; parte de lo absoluto y vuelve á él, y descansa sobre ól apriori de ciertas ideas que no provienen de la experiencia, de ciertos axiomas de que en vano ne- garía el carácter y el origen. Verdaderamente, es la hija de Rousseau, ha nacido con el Contrato social. Todavía hoy la vemos aceptar sin discusión los tér- minos en que Juan Jacobo ha planteado el proble- ma: «halhr una forma de asociación que defienda y proteja de toda la fuerza común la persona y los bienes de cada asociado y por la que cada uno, uniéndose á todos, no obedezca, sin embargo, más que á sí mismo y quede tan libre como antes.» Si hay un problena de geometría social, seguramente es éste. Con \ousseau, establece esa escuela que la soberanía -eside en la voluntad general y que las leyes no s>n otra cosa que los actos auténticos de esta volurtad. Con él, asienta en principio dicha escuela, que la voluntad de todo un pueblo es infa- lible, queno puede delegarse ni trasmitirse parte de ella, n someterse á otra soberanía. Con él, cree en la equvalencia de todos los ciudadanos, con de- recho igial de participar de la expresión de la vo- luntad geieral. Con él, cree, en fin, en la bondad virginal cel hombre, que no puede querer más que el bien c<mun, salvos los casos en que la razón se * Véase \ número anterior, pág. 255» COMO VI. halle extraviada por preocupaciones ó errores que es preciso combatir á lodo trance y á todo precio desarraigar de la república.—¿No es este el mismo programa, exceptuando el estilo, que se encuentra en lo que no hace mucho proclamaba uno de los je- fes de la democracia avanzada, á saber: «realización y seguridad mutuas déla libertad y de la igualdad por la participación igual de todos en el poder, por la participación casi constante de la voluntad nacio- nal..., menoscabo del poder ejecutivo, mandatario respetuoso y modesto, ante el poderlegislativo, único soberano..., separación de cuanto tienda á tener en jaque la voluntad nacional, á paralizarla de cerca 6 de lejos por la creación de fuerzas antagonistas?» ¿Es otra cosa este programa que la traducción del Contrato social en el lenguaje de las controversias contemporáneas? Vese, pues, que desde Juan Jaco- bo no ha innovado nada esta escuela, que no hace más que repetir la lección del maestro. Nadie con más autoridad y fuerza que Edgar Quinet, que no es un testimonio sospechoso, nadie mejor que él ha definido el carácter a priori de la revolución francesa, que continúa siendo como el gran ejemplo, la gran escuela de la democracia ra- dical. Este carácter aparece claramente desde 1789. «El pueblo, nos dice aquel escritor, no circunscri- bía entonces la revolución á una cuestión puramente material; seguía no un interés inmediato, sino una especie de religión de la justicia... tenía entonces más luces interiores que nociones adquiridas..., y se ^fentía, al nacer, igual á las clases superiores en todo lo que interesa al hombre.»—¿Qué hay de más contrario á los métodos positivos que el pre- tender detener bruscamente el curso de la historia en un momento dado, torcer su camino á viva fuerzia en un sentido opuesto á su secular inclinación? Esto es, no obstante, lo que aquí trata de hacer la revo- lución, que ha intentado destruirlo todo y reempla- zarlo todo al mismo tiempo. Este fue su error: esta su gloria, según otros. «La revolución ha querido perfeccionar al hombre de un solo golpe, en un momento.»—¿Qué hay, en fin, más conforme con el a priori que la declaración de los derechos del hombre, del hombre universal, idéntico á sí mismo, en todas las latitudes, en todas las razas, en todos los grados de la civilización? Todo esto es, una vez más, del racionalismo puro, á la manera de Rous- seau. Quinet lo establece terminantemente para la convención, que procede por intuición y por de- 22

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REVISTA EUROPEA.NÜM. 96 2 6 DE DICIEMBRE DE 1 8 7 5 . AÑO

LA DEMOCRACIAANTE LA MORAL DEL PORVENIR.

U S HUEVAS TEORÍAS ACERCA DEL DERECHO NATURAL.

(Conclusión.) *

III.

Nadie se extrañará de que el espiritualismo hagasus reservas, y de las más graves, acerca de losprincipios y las aplicaciones de esta nueva moralsocial; pero deberá admirarse, si en ello se reflexio-na, de la acogida favorable, por no decir entusias-ta, que esta ha encontrado en Francia y aun en laEuropa, en el partido de la democracia avanzada.Parécenos que hay aquí un error curioso de acla-rar, sino es que hay más aún, una idea preconcebi-da, de la que es interesante buscar las causas.

La democracia radical (y de ello sería fácil dar laprueba desenvuelta) es por esencia racionalista; loes en sus orígenes, en su historia y en sus princi-pios. Es una aplicación de la razón pura; parte delo absoluto y vuelve á él, y descansa sobre ólapriori de ciertas ideas que no provienen de laexperiencia, de ciertos axiomas de que en vano ne-garía el carácter y el origen. Verdaderamente, es lahija de Rousseau, ha nacido con el Contrato social.Todavía hoy la vemos aceptar sin discusión los tér-minos en que Juan Jacobo ha planteado el proble-ma: «halhr una forma de asociación que defienda yproteja de toda la fuerza común la persona y losbienes de cada asociado y por la que cada uno,uniéndose á todos, no obedezca, sin embargo, másque á sí mismo y quede tan libre como antes.» Si hayun problena de geometría social, seguramente eséste. Con \ousseau, establece esa escuela que lasoberanía -eside en la voluntad general y que lasleyes no s>n otra cosa que los actos auténticos deesta volurtad. Con él, asienta en principio dichaescuela, que la voluntad de todo un pueblo es infa-lible, queno puede delegarse ni trasmitirse partede ella, n someterse á otra soberanía. Con él, creeen la equvalencia de todos los ciudadanos, con de-recho igial de participar de la expresión de la vo-luntad geieral. Con él, cree, en fin, en la bondadvirginal cel hombre, que no puede querer más queel bien c<mun, salvos los casos en que la razón se

* Véase \ número anterior, pág. 255»

COMO VI.

halle extraviada por preocupaciones ó errores quees preciso combatir á lodo trance y á todo preciodesarraigar de la república.—¿No es este el mismoprograma, exceptuando el estilo, que se encuentraen lo que no hace mucho proclamaba uno de los je-fes de la democracia avanzada, á saber: «realizacióny seguridad mutuas déla libertad y de la igualdad porla participación igual de todos en el poder, por laparticipación casi constante de la voluntad nacio-nal..., menoscabo del poder ejecutivo, mandatariorespetuoso y modesto, ante el poderlegislativo, únicosoberano..., separación de cuanto tienda á tener enjaque la voluntad nacional, á paralizarla de cerca 6de lejos por la creación de fuerzas antagonistas?»¿Es otra cosa este programa que la traducción delContrato social en el lenguaje de las controversiascontemporáneas? Vese, pues, que desde Juan Jaco-bo no ha innovado nada esta escuela, que no hacemás que repetir la lección del maestro.

Nadie con más autoridad y fuerza que EdgarQuinet, que no es un testimonio sospechoso, nadiemejor que él ha definido el carácter a priori de larevolución francesa, que continúa siendo como elgran ejemplo, la gran escuela de la democracia ra-dical. Este carácter aparece claramente desde 1789.«El pueblo, nos dice aquel escritor, no circunscri-bía entonces la revolución á una cuestión puramentematerial; seguía no un interés inmediato, sino unaespecie de religión de la justicia... tenía entoncesmás luces interiores que nociones adquiridas..., yse ^fentía, al nacer, igual á las clases superioresen todo lo que interesa al hombre.»—¿Qué hay demás contrario á los métodos positivos que el pre-tender detener bruscamente el curso de la historiaen un momento dado, torcer su camino á viva fuerziaen un sentido opuesto á su secular inclinación? Estoes, no obstante, lo que aquí trata de hacer la revo-lución, que ha intentado destruirlo todo y reempla-zarlo todo al mismo tiempo. Este fue su error: estasu gloria, según otros. «La revolución ha queridoperfeccionar al hombre de un solo golpe, en unmomento.»—¿Qué hay, en fin, más conforme con ela priori que la declaración de los derechos delhombre, del hombre universal, idéntico á sí mismo,en todas las latitudes, en todas las razas, en todoslos grados de la civilización? Todo esto es, una vezmás, del racionalismo puro, á la manera de Rous-seau. Quinet lo establece terminantemente parala convención, que procede por intuición y por de-

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duccion geométrica y que es la expresión más com-pleta de una metafísica intolerante, á la manera delContrato social: «Voltaire había gobernado al si-glo XVIII, Montesquieu reinó en la Constituyente,Rousseau en la Legislativa y la Convención...liousseau es el Esdras de la revolución francesa; éltrae del desierto el Libro de la ley. A medida que larevolución se desenvuelve, parece una encarnaciónde Juan Jacobo (1).» ¿Se quiere otro testimonio?Entre muchos, citaré á M. Henri Martin, resumiendosu juicio acerca de la obra de la revolución: «Nadahay comparable en la historia del género humano.Hasta entonces habíase visto perecer la mayoría delas sociedades, ó de muerte violenta ó de desfalle-cimiento, cuando su organismo se disolvía; se habíavisto algunas trasformar progresivamente sus ór-ganos; pero nunca se había visto una nación em-prender la obra de reconstituirse apriori á nombredel derecho absoluto y de la razón pura... La revo-lución renueva en el orden social la obra realizadapor Descartes en la filosofía... ha querido suprimirel tiempo y la tradición.» Constituir «el hombre per-fecto en la sociedad perfeccionada,» he aquí lo queKousseau y la Convención han intentado sucesiva-mente, el primero en una sola página, la segundaen un solo decreto. ¿Qué hay más contrario que estoá los métodos científicos, que excluyen todo métodoque no sea el de la experiencia, todo factor que nosea el tiempo, toda idea que no sean las ideas posi-tivas derivadas de la biología y que han creado esapalabra evolución precisamente para oponerla porsu carácter y por sus efectos, á las revoluciones queellas niegan absolutamente en la historia de la tierray del hombre y de las que denuncian, en el ordenpolítico y social, las improvisaciones superficiales yla estéril violencia?

¿De dónde nace el singular afecto de la democra-cia contemporánea por esas nuevas teorías? ¿En quéy por cuáles lados ésta se aproxima á los métodos yá las doctrinas positivistas, que preconiza con unaespecie de inconciencia, que no es uno de los me-nores signos de la ligereza con que en nuestrostiempos se dan y se trasmiten en los partidos lasórdenes? A algunos de los jefes de la escuela demo-crática ha parecido conveniente prestar su adhesión•j esas nuevas doctrinas, y todo el partido se haapresurado á hacer su profesión de fe, que ahora esuna fórmula recibida en el lenguaje corriente de latribuna y de la prensa. La joven democracia seproclama asimismo en todas las ocasiones «positivay científica;» es decir, que excluye todo aprioriáela doctrina que le sirve de base, no reconoce pormétodo más que el de las ciencias naturales, y noadmite por leyes más que las comprobadas en este

|1) M. Ed. Quine!, la Revolución.

orden de hechos. Ó esta fórmula significa eso, ó nosignifica nada. No quiero saber si en el pensamientode los que he puesto delante no hay una Jeclara-cion de guerra á la metafísica y á las religionespositivas, alguna táctica secreta, una oferta dealianza al partido numeroso y potente de las cien-cias positivistas, que se le adula y se le busca comouno de los poderes del dia. Yo tomo esa deiomina-cion tal como se la emplea diariamente, y ms admi-ro de que haya podido hacer fortuna y de que hayapodido ilusionar á nadie, y, sobre todo, á los quetan hábilmente la han puesto en moda, que parecenmuy discretos para, á este respecto, engañarse á símismos.

¿No han desconocido nada, esos jefes del nuevopartido democrático, de las empresas, de los méto-dos y de las doctrinas de la revolución francesa? Loque ellos llaman á cada instante en sus progra-mas y en sus discursos «las grandes reivindicacio-nes políticas y sociales de la revolución,» ¿no supo-ne desde luego una justicia absoluta que frecuente-mente interpretan á su' capricho, pero que no dejade ser el pretexto de esas reivindicaciones? Y esto,¿no es proceder de una manera completamente in-tuitiva y racional, por ningún concepto experimen-tal, más bien que plantear en principio la existenciaindiscutible de esta justicia? ¿Hacen más :as escuelasmetafísicas con sus afirmaciones de las verdadestrascendentes? Afirmar esa justicia independiente-mente de toda experiencia, superior á todo conve-nio humano, anterior á todo pacto socisl, ¿qué es,pues, sino hacer metafísica? ¿De dónde viene estajusticia y qué títulos produce ante el tribunal de lasciencias positivas? Hó aquí !o que en buen métodoexperimental no dejarían de preguntar M. Darwin yM. Sponcer á sus inexperados auxiliares. ¿La justi-cia? Sabemos lo que es para ellos: fuera de los pre-juicios y del dogmatismo, representa el ^rado másalto del instinto de la sociabilidad; es la expresiónde una multitud de sensaciones, de imágenes, deideas nacidas sucesivamente de diversa.! circuns-tancias, aglomeradas y como soldadas eitre sí porla fuerza del hábito y por la acción del tbmpo en elcerebro. ¿Reconocemos aquí esta justica absolutaen que las reivindicaciones están tan presentes yson tan imperiosas, y á cuyo nombre se destruyenlos tronos y se conmueven las naciones? «Los atri-butos del hombre no soa constantes.» ío puede,pues, haber ahí más que una justicia rehtiva á losdiversos grados de la civilización, aprmiada á lasdiversas fases de la educación de la himanidad;pues si la democracia radical represena algo detangible y puro, es precisamente el principio d3 underecho absoluto, á cuyo nombre se presnta comola emancipadora universal.

La igualdad de derecho es otra quimen, nos di-

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cen asimismo MDarwin y M. Spencer y todos losescritores de oa escuela que se ocupan do los fe-nómenos sociaís. Con esta quimera es con la quese conduce á lo pueblos á la más peligrosa embria-guez y á vocesi la locura. La naturaleza, á la quees siempre preiso consultar, establece la propor-cionalidad, queto la igualdad del derecho. No tienecada cual de deecho más que la parte que merezcapor sus fuerzasó por sus facultades, que son otrogénero de fueras, no siendo ni una usurpación niuna ficción lo qe ha establecido las desigualdadessociales, por lope es absurdo quererlas destruir,y todo llamaminto á una nivelación brutal es uncrimen contra !s leyes naturales. La soberanía delnúmero es la ms baja y la más miserable de las so-beranías. Las lases escogidas, elaboradas por laselección, sontas que verdaderamente parecen in-dicadas para 1 única soberanía digna de un Es-tado civilizado ellas son las iniciadoras del pro-greso y las vedaderas guías de la humanidad.—Hay aquí un grmen que ya se muestra muy clara-mente y que cecorá, no hay que dudarlo, con esasdoctrinas; elgérmen de un despotismo de nuevaclase, el dedotismo científico, único ministro yúnico mandalrio del progreso, designado y consa-grado do antmano por la naturaleza, que deberápenetrar y aficar las leyes. No insisto en ésto portemor de e.ponerme á inevitables repeticiones;pero con razo se pregunta cómo la democracia,tan celosa déla libertad, puedo acomodarse al ca-rácter esencilmente autoritario de esas doctrinas;cómo los prijeipios de igualdad que tan alto pro-clama en el juindo, se conforman con la ley de se-lección que restablece las desigualdades socialesen todo su igor, y cómo la condición absoluta delprogreso st aviene con la sanción de una inexora-ble fatalida!!

Sobre tolos los puntos hay antipatía de tempera-mento cono de doctrina. Sise quiere de ello unaprueba bailante patente, léase el admirable capí-tulo del lib'o de M. Spencer, intitulado Preparaciónó, la eiencw social por la psicología, y se encon-trará en óMa más sangrienta ironía á la sutileza dela ilusión lemocrática que consiste en depositaruna confiara absoluta en la difusión de la instruc-ción y en lis efectos morales que ésta debe inme-diatamentéproducir. Hó aquí, nos dice, uno de loserrores deínduccion en que con más frecuencia secae. Se lem en los diarios comparaciones entre elnúmero dolos criminales que saben leer y escribiry el de los criminales ignorantes; y viendo que elnúmero de «stos excede mucho al de aquéllos, se ad-mite la comlusion de que la ignorancia es la causadel crimen;no ocurriéndose á esas personas pre-guntarse si otras estadísticas, formadas según elmismo sis;c¡ma, no probarían de un modo tan conclu-

yente que el crimen es causado por la falta de lavadoy ropa limpia, ó por el mal aire y la mala ventila-ción de las habitaciones, ó por falta de dormitoriosseparados. Si bajo estos puntos de vista se exami-nase la cuestión de la criminalidad, llegaríamos áver que existe una relación real entre el crimen yun género de vida inferior; que este género de vidaes ordinariamente la consecuencia de una inferio-ridad originaria de naturaleza, y, en íin, que la ig-norancia sólo es una circunstancia concomitanteque no es más que las demás causa del crimen. Y,continuando su irónica demostración, añado mon-sieur Spencer: La confianza en los efectos morali-zadores de la cultura intelectual, que los hechoscontradicen categóricamente, es, en suma, absurdaapriori. ¿Qué relación puede haber entre aprenderque ciertos grupos de signos representan determi-nadas palabras, y adquirir un sentimiento más ele-vado del deber? ¿Cómo la facilidad do formar decorrido signos que representen les sonidos podráfortificar la voluntad de obrar bien? ¿T)e qué manerael conocimiento de la tabla de multiplicación ó lapráctica de las divisiones, pueden desenvolver lossentimientos de simpatía hasta el punto do reprimirla tendencia de perjudicar al prójimo? ¿Cómo losdictados de ortografía y el análisis gramatical pue-den desarrollar el sentimiento de la justicia, ó lasacumulaciones de noticias geográficas acrecentarel respeto por la verdad? No hay más relacionesentre esas causas y esos efectos que las que existencon la gimnástica que ejercita las'manos y fortificalas piernas. La fe en los libros de clase y en la lec-tura es una de las supersticiones de nuestra época.—Nosotros no discutimos, sino que exponemos; pero-si tales son las lecciones do la ciencia positiva, te-nemos curiosidad de saber si «la democracia cientí-fica» las acepta.

Aceptará también estas lecciones que el severopensador da á los revolucionarios? Como es preciso,nos dice éste, para que la vida social siga su curso,que lo viejo subsista hasta que lo nuevo esté dis-puesto, un convenio perpetuo acompaña indispen-sablemente á un desenvolvimiento normal. Com-prendemos la necesidad de ese convenio observan-do que tiene lugar igualmente durante toda la evo-lución de un organismo individual. Se inferiría tantodaño á una sociedad destruyendo sus viejas institu-ciones antes que las nuevas estén lo bastante bienorganizadas para ocupar su puesto, como se haría áun anfibio amputándole sus branquias antes de quesus pulmones estuviesen bien desarrollados. La ne-gación de esta verdad es el rasgo característico delos reformadores políticos y sociales de nuestrotiempo. La ciencia social, fundada sobre las leyesnaturales, es, pues, á la vez radical y conservado-ra;—radical, más allá de todo lo que concibe el ra-

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diealismo actual; conservadora, más que cuantoentienden los conservadores del presente; radical,porque se halla convencida de que el porvenir leja-no tiene reservadas formas de vida social superio-res á todo lo que hemos imaginado; conservadora,por el conocimiento que tiene de la necesidad delas diversas formas transitorias que la evolución haimpuesto á las sociedades, del absurdo que resul-taría juzgándolas con nuestros pensamientos ynuestros sentimientos modernos; conservadora, enfin, por el menosprecio que siente por las violen-cias y por su convicción razonada de que las modi-ficaciones bruscas en un estado social nunca produ-cirían un efecto ni saludable ni duradero.

Resumiento todo lo dicho en una palabra, no veomás que oposiciones entre la escuela de la evolu-ción y la de la revolución. La democracia pretendeen vano ligarse á esas nuevas teorías. Ha conser-vado su carácter racionalista, su método geométricode axiomas y de deducciones, y continúa siendo loque la han hecho Rousseau, su abuelo, y sus padresde la Convención: radical, no sólo para el porvenir,sino también para el momento presente, lógicaá todo trance, sin matices, sin temperamento sinnimgun instinto de los compromisos con el pasadoni de las necesidades de transición, corriendo átravés de los obstáculos hacia su único fin: la rea-lización á toda costa del modelo ideal que ha con-cebido apriori para el hombre y la sociedad. ¿Quéhay aquí de común con la teoría positiva que niegatodo lo que afirman esos demócratas; lo absolutodel derecho, lo absoluto de la igualdad, lo absolutode la libertad y la necesidad de rehacer inmediata-mente al hombre sobre el tipo de esos tres abso-lutos?

Pero dejemos á la «democracia científica» arre-glar sus cuentas con las nuevas teorías, pues esbajo otro punto de vista como debemos indicarnuestras reservas respecto de la filosofía social quese nos pretende imponer.

Lo que primeramente sorprende al espíritu enesla tentativa sistemática para aplicar las leyes dela historia natural á las relaciones y á los fenóme-nos sociales, es el sacrificio del derecho individualante el derecho social, que no es otra cosa que elinterés específico. Nunca se ha hecho, en ningunaotra escuela, tan poco caso, ni se ha tenido menosen cuenta la persona humana. En esto, lo sabemos,la moral de la evolución imita á la naturaleza, quesólo parece tener solicitud por la especie, si seme-jante expresión puede aplicarse á su obra incons-ciente. En efecto, parece completamente indiferenteá la ciega fuerza creadora que, en el desenvolvi-miento exuberante de la vida, perezcan millares degérmenes ó individuos, con tal de que algunos, másdichosos, trasmitan, á través de las edades, el tipo

de esas oscuras multitudes, presassacrificadas á lamuerte: eso sólo le parece que val la pena de serpreservado. Lo restante perteneces los vientos, álos rios, á todas las fatalidades delexterior, al ex-terminio incesante y mutuo, á todo los azares de lagran arena sangrienta que se contiiúa desde las ci-mas de los Alpes hasta las profuncdades del Océa-no. Familiarizados por la ciencii con semejantesespectáculos, con esos juegos gigaíescos de la viday de la muerte, en los que el indviduo nada es ysólo la especie tiene su valor, noes maravilla queesos nuevos moralistas traigan á ls teorías socialeslos hábitos de su espíritu. Ellos imian la naturaleza)é imitándola, piensan estar en la vrdad; en la ver-dad biológica, sea, pero no en la vrdad social, quese llama la justicia, y que es aquíuna de las opo-siciones manifiestas que estallan ntre la historianatural y la moral, entre el reino aimal y el reinohumano. Para ellos, el bien generl, la utilidad dela especie es la única regla, la sla que se con-cibe fuera de las quimeras de la meafísica ó de lasreligiones. La moralidad consiste n comprenderese principio y conformarse con él.-Para nosotros,mejor dicho, para los hombres de tda escuela, detodo partido, de toda raza (aparte délos sistemas),hay una garantía inviolable de la pesona humana,que se llama derecho, y este dereco es sagradoporque no es un convenio humano loque la esta-blece, y porque otro convenio no I puede arre-batar.

¿Dónde se halla, en esta moral que?e funda en lahistoria natural, la garantía del indivduo? En nin-guna parte la vemos, pues que tienepor principionegar el origen superior de la idea dejusticia, des-truir tanto como lo está en ella el carfeter augustoy sagrado, y no hay en ella más dereho naturalque el derecho correspondiente á las le;es implaca-bles de la biología. Sin temblar por las conse-cuencias que inteligencias tan exclaresdas comoMM. Darwin y Spencer pudieran sacai de seme-jantes principios, es lícito asustarse délas aplica-ciones que pueden hacer inteligencias más vulga-res y más lógicas. Si la utilidad social onstituye lajusticia, no encontrará más que en un pincipio dis-tinto y superior á ella su regla y su meada. Lo queaparece como útil á un grupo dado, se declara poresto mismo justo, y desde entonces lama/or suma debienestar general está siempre en el cas> de recla-mar el sacrificio del bienestar partícula1. Véase loque puede contener de horrores para el porvenir óde justificaciones para los crímenes del pasado unaproposición tan sencilla como esta: «si elinterés ge-neral exige el sacrificio de algunos individuos ó deuno solo, no titubeéis.» Todo se reduce, pues, á unaoperación bien sencilla de aritmética: el bienestarde ese individuo es al de una nación como una unidad

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es á 36 millones de unidades. La aritmética socialle condena.—Protestad contra semejantes conse-cuencias, en buen hora; nosotros os libertaremosde buen grado; pero convenid con nosotros en quela utilidad social no prescribe contra el derecho deuno solo; y si esto es verdad, lo es, pues, aparente-mente que hay un principio superior y de justiciacontra el que nada prevalece, ni aun las exigenciasmomentáneas de la especie. El individuo tiene elderecho de inmolar su derecho en bien de todos, encuyo caso es un héroe ó un santo, según las cir-cunstancias; pero ni la especie, ni la nación, ni latribu pueden imponerle aquel sacrificio sin sublevarnuestras conciencias, y si por la fuerza se lo impo-nen, el individuo se convierte en un mártir, en elmártir de su derecho, ó, mejor dicho, del derechohumano inmolado en su persona. Recordemos estasbellas palabras de Mad. Staél, con las que, á pocoque se las cambiase, tendríamos una refutación di-recta de la moral de la evolución: «Se dice: la saluddel pueblo es ia suprema ley. No, la suprema ley esla justicia. Cuando se hubiese probado que se serviaá los intereses de un pueblo mediante una injusti-cia, el que la cometiese sería igualmente vil ó cri-minal, pues la integridad del derecho importa másque los intereses del pueblo... La especie humanapide á grandes voces que todo se sacrifique á su in-terés...; y es preciso decirle que su bienestar mis-mo, del que todos se sirven como pretexto, sólo essagrado en su relación con la justicia, porque sinésta ¿qué importarían todos á cada uno? Desde elmomento en que se ha dichoque es preciso sacrificarel derecho al interés nacional, se está de dia en diamás cerca de hacer más estrecho el sentido de lapalabra nación y de hacerla consistir para cada cualprimero en sus partidarios, después en sus amigos,luego en su familia, lo que no es más que un térmi-no decoroso para designarse á sí mismo.»

De esta misma fuente, del menosprecio del dere-cho individual, es de donde procede la señalada an-tipatía de esos nuevos moralistas contra todas lasobras de la filantropía y de la caridad , que, segúnellos, dificultan la obra bienhechora de la naturale-za. ¿Qué hay más saludable y más claro en los re-sultados, se nos dice, que ese admirable trabajo deelección y de eliminación que se opera en todas lasespecies vivientes, y que del mismo modo se ope-raría en la especie humana para su mayor bien, sino se llegara á cada instante á suspender su acciónsaludable y á turbar la fatalidad reguladora? Admí-tase que de una vez para siempre se renuncia á«esas medidas inconsideradas que tienen por objetola conservación artificia) de los miembros más débi-les,» y la sociedad, viviendo bajo las mismas leyesque las otras especies, se purificará continuamenteá si misma. Los más fuertes sobrevivirán solos en

la concurrencia vital, y serán germen de fuentes,mientras que los otros desaparecerán y llevarán con-sigo á la nada, de la que nunca debieron haber sali-do, su triste posteridad, que al presente nos colmanhoy de enfermedades de todas clases, imperfeccio-nes físicas y mentales, miserias, cretinismo y críme-nes. Dejad morir todo lo que pertenece á la muerte;no ayudéis á vivir á ese triste residuo de la humani-dad, y sobre todo, impedid por cuantos medios seaposible esas uniones deplorablemente fecundas, queforman un contraste tan extraño con la esterilidadrelativa de las clases superiores, y que por la pro-digalidad de la vida sembrada al azar, y la negli-gencia de los que la siembran, amenaza á la socie-dad con una verdadera decadencia. No olvidéis quehay entre vosotros multitud do seres que sólo tienende hombre la figura y el nombre , y que una «infe-rioridad original de naturaleza» condena á desapa-recer; si vais en su auxilio, veréis prepararse con-tra vosotros y descender una nusva invasión debárbaros ; pero bárbaros indígenas que vosotrosmismos habréis conducido, salvando la inútil exis-tencia de sus padres.

lié aquí lo que se nos dice en pleno siglo XIX,en este siglo y en esta sociedad cuya gloria máspura ha sido sin duda un admirable espíritu de cari-dad para los unos, de solidaridad para los otros, quehace y que ha hecho siempre milagros. No quieroechar un anatema común y sin restricción sobre to-das las partes de esa requisitoria. Darwin mereceser escuchado cuando pregunta por qué «legislado-res ignorantes cierran obstinadamente su espírituá los principios de la reproducción y á las leyesde la herencia, y rechazan con desden un plandestinado á comprobar si los matrimonios consan-guíneos son ó no perjudiciales á la especie» (1).M. Maudsley merece también ser escuchado, comotestigo considerable en una grave cuestión, cuan-do reclama, en nombre de los mismos principios,que en defecto de la prudencia personal ó dela opinión, sea la ley la que impida ciertas uniones,condenadas de antemano á no producir más queidiotas ó locos; pero es muy otra cosa, en verdad,lo que exige M. Spencer y que M. Darwin parece in-dicar en ciertos pasajes do su libro. Esa es una ex-clusión en masa del derecho al matrimonio, pro-nunciada por una legislación racionalista contra«todos los débiles de cuerpo, todos los pobres deespíritu, los indiferentes, los que parecen destina-dos por estado á una abyecta pobreza, y que nosamenazan con un número siempre creciente de im-béciles, de perezosos y de criminales.» ¡Gran Dios!¿dónde se detendrá la enumeración? Y ante cate-

( t ) Las investigacionei recientes de M. Darwin, hijo, han dado unresultado negativo.

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gorías tan numerosas, ¿quién no ve que es la utopiasola la que las forma, y sólo un abominable despotis-mo quien podrá satisfacerlas? Los moralistas de laevolución tienen constantemente fija ante la vistauna idea, la de la selección; y cuando no es la selec-ción natural, es la artificial, la de los ganaderos, delos dueños de yeguadas, de los agricultores y de losjardineros que, entorpeciendo y favoreciendo cier-tas alianzas, evitando las circunstancias contrariasy escogiendo las condiciones favorables, conclu-yen por producir las más bellas variedades de ce-reales, de flores ó de ganado. ¿Es, pues, este elmodelo supremo de la civilización científica? ¿Notiene acaso la humanidad otros fines que el me-joramiento de su bienestar, de sus formas y desus tipos? En tal concepto, el ideal del progre-so será una yeguada humana. ¿Es esto lo que sequiere? ¡Qué concepción tan estrecha del fin de lavida y de la sociedad! Este íin es realmente eldesenvolvimiento estético y moral del hombre,pues si seguramente el desarrollo físico no perju-dica á aquél, interviene sólo como auxiliar, comomedio. ¿No existen para el hombre otros fines quepara las otras especies vivientes, y para alcanzar-los, para realizarlos le es absolutamente necesarioobtener por la selección metódica una raza calcadasobre el Apolo de Belvedere? Seria, sin duda, unabella cosa en el orden natural que una poblaciónsana y vigorosa reprodujese sin alteración un tipoescogido y del que determinados precedentes hu-bieran excluido todas las fealdades, las deformida-des y las flaquezas que de ordinario desfiguran ánuestra pobre especie; pero tened cuidado: entreesos seres innumerables que excluís del derechodo vivir ó de perpetuarse á causa de su endeblez decuerpo ó de alguna debilidad de los órganos, puedeser que hayáis rechazado, negándole una inteligen-cia superior, un alma de escogido, algún genio quesolo podría haber dado á su patria y á su siglo másbrillo que todos esos bellos productos obtenidoscon tanto trabajo y cuidado por la aplicación re-flexiva «de los principios de la reproducción y delas leyes de la herencia.» Y ¿quién sabe si en unasociedad constituida según las reglas de esta cien-cia, Pascal, el endeble y enfermizo Pascal, habríaobtenido el derecho á la existencia y al genio?

¿Puede estar la verdad social en semejantes teo-rías, que chocan tan justamente con los hábitos denuestra inteligencia, mejor dicho, con nuestras con-ciencias? ¿Será, pues, verdad que la caridad sea unagravio contra las leyes derivadas de la naturaleza?La caridad, en efecto, va precisamente á lo opuestode la selección, en cuanto que tiene por fin ayudará los débiles, hacerles vivir á despecho de la natu-raleza que los condena á morir, y arrancarlos á laconcurrencia vital que los destruye. Y es porque ve

en esos cuerpos débiles y dolientes otra cosa que unorganismo impropio para la vida, y descubre enellos una inteligencia capaz de concebir lo necesa-rio y lo infinito, una sensibilidad capaz de las afec-ciones más ideales, y una voluntad que por noblesesfuerzos puede elevársela hasta el heroísmo. Todoesto es lo que la caridad busca con admirable soli-citud á través de los sufrimientos y de las deformi-dades de esos pobres cuerpos; las semillas de almasbellas es lo que recoge piadosamente y se esfuerzapor cultivar; y cuando lo ha logrado, ha hecho másy mejor que la ciencia de la evolución, que sólosabe seguir á la naturaleza é imitarla. La caridad oscomo el arte: no imita á la naturaleza, sino que latransforma; como el escultor que toma una piedra yla sella con la efigie do su pensamiento, la caridadcoge á la humanidad paciente, y la cincela, si puededecirse así, la transfigura imprimiéndola una graciasuperior, en un principio la que saca de sí misma, ydespués la que consigue sacar de todas esas inteli-gencias que se marchitarían sin ella, de todos esoscorazones que, no sintiéndose amados, no amarían.

Hé aquí algunas de las razones por que los mora-listas de la evolución, á pesar de sus títulos incon-testables á la atención de los sabios, podrían equi-vocarse creyendo que el porvenir les pertenece.La humanidad no quiere de ellos, y rechaza unateoría que sacrifica al individuo negando la realidaddel derecho, y abandona la persona sin garantías álas exigencias de la especie. Se siente herida en sunobleza nativa y en la dignidad de sus aspiracio-nes cuando se ve subordinada á las leyes biológicasque no atienden más que al mejoramiento del bien-estar y del tipo. En fin, ella tiene horror á una filo-sofía que suprime sistemáticamente esas virtudessublimes, ese bello ornato de la vida, la abnegacióny la caridad, y que reduce todo el arte social alperfeccionamiento del animal humano.

E. CARO,de la Academia francesa.

(Bevae de Dewx mondes.)

AGRICULTURA MODERNA.

ANÁLISIS DE LAS PLANTAS.

Las plantas están compuestas de materia orgánicay de materia mineral. De los elementos que forman lamateria orgánica, nos hemos ocupado solamente delázoe, toda vez que el carbono, el oxígeno y el hidró-geno lo suministran los orígenes naturales.

Al examinar las diferentes opiniones de los químicosy fisiólogos sobre fa asimilación del ázoe, hemos dichoque Liebig deduce de una manera tan evidente que no

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N.° 96 L. M. UTOR. ANÁLISIS DE LAS PLANTAS. 287

deja lugar á duda, que las plantas toman el ázoe delamoniaco y del ácido nítrico que en cantidad sufi-ciente se encuentra en el aire y en el agua de lluvia.

Liebig, al hacer esta afirmación, supone que sedevuelven al suelo en forma de estiércol todos losrestos de vegetales en cada cosecha, y con éstos, elázoe que han extraído del suelo: el ázoe que asimilael grano, lo suministran con exceso los orígenes natu-rales. De modo que en este caso la restitución de esteelemento es completa.

En efecto, este sabio ha demostrado en un grannúmero de plantas, que la cantidad de ázoe que asimilael grano es siempre menor que la contenida en elamoniaco y ácido nítrico que existen, ya en el aire, yaen el suelo arrastrado por las aguas de lluvia; asi,pues, para la restitución total de todos los elementosorgánicos é inorgánicos que la planta necesita para sualimentación, basta únicamente agregar, además delestiércol, los elementos minerales del grano.

Pero este procedimiento que seria el más racional,no se practica ni en España, ni en ningún país de Eu-ropa: los labradores no aprovechan, según ya hemosconsignado repetidas veces, todos los restos de vege-tales. En muchas de nuestras provincias se dejandescansar las tierras para que los agentes naturalesvayan conviniendo los principios nutritivos que elsuelo contiene en estado de poder ser asimilados porlas plantas.

Este sistema de cultivar los campos, ya lo hemosdicho, es el más perjudicial para los intereses mismosdel labrador; es el que conduce al esquilmo de lastierras y á la ruina de la Agricultura.

En el casa de que el labrador no emplee el estiércolpara abonar sus tierras, la ciencia y la experiencia leaconsejan para que el suelo conserve indefinidamentesu fertilidad, agregar: 1.', el amoniaco que contiene lapaja, 2." los principios minerales de la misma, y 3.°los principios minerales del grano. El ázoe del granolo suministran gratuitamente los orígenes naturales.

Para que el labrador pueda conocer los principiosque debe agregar en cada cultivo, hemos hecho elanálisis de la parte mineral del grano y la paja (i),que, como sabemos, las constituyen las cenizas. Igual-mente hemos determinado el ázoe que contiene lapaja.

Las cenizas de todos los vegetales están formadasen general de los mismos principios, aunque en pro-porción variable. Así, mientras que en las de loscereales se encuentran grandes cantidades de ácidofosfórico, en las de las leguminosas, patata, almen-dros, etc., el principio dominante es la potasa.

En una misma planta, según ya hemos manifestado,varía la proporción de principios nutritivos que asimila

(1) Entendemos Rqut por paja los restos de vegetal, como raíz,

tallo, hojas, etc., que no se aprovechan para alimento del hombre ni

para usos industriales.

con la naturaleza del suelo y del abono, según nos lodemuestra el análisis.

El análisis de las cenizas que á continuación inser-tamos, ha sido hecho de plantas que han sido culti-vadas empleando el abono mineral, el guano, elestiércol y demás abonos orgánicos. La relación entrela calidad del grano ó fruto, y de los principios fijosen él contenidos, puede darnos alguna luz sobre lascausas probables que puedan influir en su mejor ópeor calidad.

COMPOSICIÓN DE LAS CENIZAS DEL GRANO DE TRIGO.

Abonomineral.

Potasa 2b ,60Sosa 0,45Cal 8,80Magnesia 17,23Oxido de hierro 2,86Acido fosfórico 43,14Ídem sulfúrico 1,18ídem silícico 2,22Pérdidas (1) t ,80

Cenizas del grano100,00

2,84

Estiércol.

28,362,424 ,80

14,103,80

42,841,144,601,84

100,002,2» por 100.

COMPOSICIÓN DE LAS CENIZAS DE LA P A J A SECADEL TRIGO.

Abonomineral.

Potasa 14,40Sosa 0,22Cal 3,04Magnesia ib,16Acido fosfórico 7,24ídem sulfúrico 2,50ídem silícico 88,41Hierro y pérdidas.... 2,03

Estiércol.

12,bO1,123,04

10,066,183,48

61,322,33

Cenizas de la paja

100,001,546,20

100,001,80 por 100.8,90 —

COMPOSICIÓN DE LAS CENIZAS DEL GRANO DE CEBABA,

Abonomineral.

Potasa 20,18Sosa 1,84Cal 8,24Magnesia 8,16Acido fosfórico 38,00ídem sulfúrico 1,80ídem silícico 22,76Oxido de hierro, cloro

y pérdidas l ,78

Cenizas del grano. . . .100,00

2,30

Estiércol.

18,685,146,328,32

38,421,94

28,37

1,84

100,002,14 por 100.

(1) El cloro, alúmina, óxido de manganeso y algunos otros cuerpos

que accidentalmente se encuentran en algunas plantas, no han sido do-

»adoa y están incluidos en las pérdidas.

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288 REVISTA EUROPEA.—26 DE DICIEMBRE DE 1 8 7 5 . N.°96COMPOSICIÓN DF. LAS CENIZAS DE LA PAJA SECA

DE LA CEBADA.

Abonomineral. Estiércol.

Potasa 10,84 4,50Sosa 1,15 6,96Magnesia 7,45 4,56Cal 8,12 14,86Acido sulfúrico 2,24 2,36ídem fosfórico 17,26 15,20ídem silícico 52,69 50,22Oxido de hierro, cloro

y perdidas 3,25 1,34

100,00 100,00Cenizas 8,28 4,46 por 100.Ázoe 4,25 1,21 —

COMPOSICIÓN DE LAS CENIZAS DEL GRANO DE LA AVENA.

Abonomineral. Estiércol.

Potasa 25,20 12,50Sosa 2,30 6,64C.d 4,50 8,82Magnesia 7,75 7,42Oxido de hierro 0,40Acido fosfórico 14,00 12,28ídem sulfúrico 1,00 2,40ídem silícico 44,25 50,15Pérdidas 0,60 2,79

100,00 100,00Cenizas 2,50 2,28porl00.

COMPOSICIÓN DE LAS CENIZAS DF. LA PAJA DE AVENA.

Abonomineral. Estiércol.

Potasa 10,65 7,18Sosa 8,84 11,21Cal 8,18 9,25Magnesia 4,24 6,32Oxido de hierro 1,00 1,00Acido fosfórico 9,15 7,32ídem sulfúrico 2,48 2,76Ídem silícico 84,12 83,46Pérdidas 1,37 1,53

100,00 100,00Cenizas 6,57 6,48 por 100.Ázoe 1,14 1,12 —

COMPOSICIÓN DE LAS CENIZAS DEL GRANO DE CENTENO.

Abonomineral. Estiércol.

Potasa 30,12 24,70Sosa 3,10 12,10Cal 5,15 2,24Magnesia 10,65 6,15Acido fosfórico 48,13 40,68ídem sulfúrico 1,24 3,86ídem silícico 1,14 7,07Oxido de hierro y pér-

didas 3,47 3,80

100,00 100,00Cenizas 4,78 4,87 por 100.

COMPOSICIÓN DE LAS CENIZAS DE LA PAJA DE CENTENO.

Estiércol.Abono

mineral.

Potasa 14,80Sosa 3,28Cal 9,00Magnesia 2 ,S0Acido fosfórico 4,00Itlem sulfúrico 0,50ídem silícico 63,78Oxido de hierro y pér-

didas 2,80

100,00

Cenizas 6,84Ázoe 1,14

10,247,508,752,2S3,952,45

62,26

2,60

100,00

6,75 por 100.1,16 —

COMPOSICIÓN DE LAS CENIZAS DEL GRANO DEL MAÍZ.

Abonomineral.

Potasa 24,18Sosa 2,64Cal 3,80Magnesia 17,40Oxido de hierro 2,64Acido fosfórico 46,84ídem sulfúrico 1,04ídem silícico l ,24Pérdidas 0,52

100,00

Cenizas 1,28

Estiércol.

21 ,0615,043,84

12,251 ,80

42,241,861,240,67

100,00

1,90 por 100.

COMPOSICIÓN DE LAS CENIZAS DE LA PAJA DEL MAÍZ.

Abonomineral. Estiércol.

Potasa 12,66 10,24Sosa 8,16 7,18Cal 3,14 8,24Magnesia 2,15 2,74Oxido de hierro 1,60 1,64Acido fosfórico 12,26 10,16ídem sulfúrico 1,86 1,20ídem silícico 89,72 89,78Pérdidas 1,48 1,82

100,00 100,00

Cenizas 5,24 4,98 por 100Ázoe 1,28 1,24 —

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N.° 96 L. M. ÜTOR. ANÁLISIS DE LAS PLANTAS. 289Experiencias del arroz cultivado en este año

último.

COMPOSICIÓN DE LAS CEMZA8 DEL GUANO

CON LA CASCARA.

PotasaSosaCalMagnesiaOxido de hierro. .Acido fosfórico...ídem sulfúrico. . .ídem silícicoPérdidas.

TOTALFS. . .

Cenizas del granocon la cascara...

ARONO MINERAL.

Alcira.

20,802,487,54

10,147,08

30,844,42

16,100,60

100,00

8,10

Sueca.

20,002,287,28

11 ,128,24

30,10a,02

15,660,30

100,00

b,20

Alcira.

10,7012,24

8,208,488,00

30,754,84

16,060,73

100,00

4,4

Suei

10,66'13,(1410,107,327,12

30,265,12

16,030,35

100,00

4,54

COMPOSICIÓN DE LAS CENIZAS DF. LA PAJA.

Abonomineral. Guano.

PotasaSosaCalMagnesiaOxido de hierro.Acido fosfórico.ídem sulfúrico.

8,00 1,502,48 2,242,34 3,606,14 6,483,08 4,005,84 4,751,42 4,84

ídem silícico 73,10 72,06Hierro y pérdidas... . 0,60 0,53

100,00 100,00Ázoe 0,25 0,26por100.Cenizas 12,22 11,28 —

La composición de las cenizas del grano de los ce-reales nos enseña que el principio nutritivo que do-mina es el ácido fosfórico, después sigue la potasa y lamagnesia que en general se encuentra en mayor pro-porción que la cal. Entre los elementos que forman lapaja, el principio nutritivo dominante es el ácido silí-cico ó la sílice.

Si observamos ahora que cada una de las plantasabonadas con abono mineral, coa estiércol ó guano,han sido cultivadas en una misma clase de tierra, yque hasta se ha dividido un campo en dos parcelaspara buscar igualdad de condiciones, habrá que atri-buir la mayor ó menor producción, y la mejor ó peorcalidad del grano á los elementos nutritivos que alsuelo se han incorporado, ó lo que es lo mismo, á laclase de abono empleado.

En efecto, la acción del calor, de la luz, de loselementos del aire, del agua de lluvia ó de riego, hasido igual en ambas parcelas, y sin embarga de que elsuelo ha sido igualmente fértil para los dos ensayos,se nota que el peso de las cenizas de las plantas abo-

nadas con abono mineral excede de uno por ciento,término medio, al de las plantas cultivadas con otroabono, y que los principios á los que es debido esteexceso, son el ácido fosfórico, la potasa y la magnesia,que en realidad son los que se encuentran en estadoasimilable en mayor proporción que en los demásabonos.

La acción fisiológica del ácido fosfórico y de lapotasa, según ya hemos dicho, no es completamenteconocida, por más que algunos autores opinan que laacción del primero obra sobre ios principios albumi-nóideos y la del segundo sobre los principios no azoa-dos. Respecto á la magnesia, muchos son los autoresque han analizado los granos de cereales y han notadoque son de mejor calidad aquellos cuyas cenizas con-tenían mayor proporción de esta base.

La composición de las cenizas, de los altramuces, delcacahuete y de los pimientos, se diferencia poco de lade los cereales. Se observa igualmente que el princi-pio dominante es el ácido fosfórico, y después lapotasa y la magnesia, aunque ésta última en menorproporción. El carácter que distingue á estas tresplantas de las de los cereales, es que estos asimilangrandes cantidades de sílice, y forman la mayor partede las cenizas de la paja; en aquellas es muy reducida laproporción de este principio, según podemos observarpor los análisis que á continuación insertamos.

COMPOSICIÓN DE LAS CENIZAS r>El FRUTODE LOS ALTRAMUCES.

Abonomineral. Estiércol.

20,8217,344,105,008,14

34,417,502.240.2S

100,003,63 por 100

COMPOSICIÓN DE LAS CENIZAS DE LA PAJADE LOS ALTRAMUCES.

PotasaSo3aCal

Oxido de hierroAcido fosfórico,ídem sulfúricoídem silícicoPérdidas

Cenizas

24,0613,15

5,604,036 ,48

38,546,011 ,510,62

100,003,75

Abonomineral.

Potasa 23,80Sosa 14,54Cal 6,41Magnesia 4,02Oxido de hierro 6,05Acido fosfórico 34,52ídem sulfúrico 5,84ídem silícico 4,26Pérdidas 0,86

100,008,902,06

Cenizas.Ázoe...

Estiércol.

20,1216,107,846,266,48

31,548,266,840,56

100,005,81 por 1002,04 —

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290 REVISTA EUROPEA. 2 6 DE DICIEMBRE DE 1 8 7 5 . N.° 96

COMPOSICIÓN DE LAS CENIZAS DEL GRANODE CACAHUETES.

Abonominera!. Guano.

Potasa 22,07 14^66~Sosa 12,60 20,04Cal 8,41 9,64Magnesia 6,02 4,84Oxido de hierro 3,04 3,24Acido fosfórico 33,18 31,14ídem sulfúrico 4,61 8,26Riera silícico 8,12 9,14Pérdidas 1,98 2,04

100,00 100,00Cenizas 8,24 4,60 por 100

COMPOSICIÓN DE LAS CENIZAS DE LA P A J ADE CACAHUETES.

Abonomineral. Estiércol.

Potasa 21,14 10,14Sosa 14,04 21,84Cal 9,64 13,64Magnesia... 6,18 4,88Oxido de hierro 3,84 4,22Acido fosfórico 32.28 30,82Ídem sulfúrico 4,62 8,28ídem, silícico 8,04 9,16Pérdidas __°_±2?_ 0,68

100,00 100,00Cenizas 6,24 8,88 por 100Ázoe , 2,80 2,48 —

COMPOSICIÓN DE LAS CENIZAS DE LOS PIMIENTOS.

Abonominera!. Estiércol.

Potasa 30,00 24,92Sosa 6,08 12,84Cal 8,12 10,64Magnesia 9,18 8,28Acido fosfórico 38 ,11 32,71Ídem, sulfúrico 4,00 4,14ídem silícico 8,14 6,84Oxido de hierro 2,13 2,28Perdidas 0,27 0,38

100,00 100,00Cenizas 3 ,60 3 ,20 por 100

COMPOSICIÓN DE LAS CENIZAS DE LA PAJA

DE LOS PIMIENTOS.

Abonomineral. Estiércol.

Potasa 24,64 22,82Sosa 12,14 10,28Cal 10,16 12,32Magnesia 6,84 8,38Acido fosfórico 30,28 28,14ídem sulfúrico 4,87 6,68ídem silícico 8,96 9,03Oxido de hierro 1,28 3,11Pérdidas 1,46 2,24

100,00 100,00Cenizas 6,82 6,04 por 100Ázoe 1,80 1,82 —

El análisis de las cenizas del cáñamo y del lino nosenseña quo el ácido fosfórico, la potasa y la cal, sonlos principios que más dominan, y por esta razónproducen tan excelentes resultados los abonos ricos ensuperfosffltos, es decir, en ácido fosfórico y cal, jun-tamente con las sales potásicas.

La col asimila igualmente estos principios aunqueen menos proporción.

COMPOSICIÓN DE LAS CENIZAS DE LAS COLES.

Abonomineral. Estiércol.

Potasa 18,68 12,84Sosa 13,92 19,68Cal 30,87 31,76Magnesia 8,96 4,82Acido fosfórico 10,46 9,80ídem sulfúrico 6,98 7,14ídem silícico 10,48 11,28Oxido de hierro, cloro

y pérdidas 2,68 3,01

100,00 100,00Cantidad de cenizas... 21,682 21,898 por 100.Ázoe 0,94 0,92 —

COMPOSICIÓN DE LAS CENIZAS DEL CÁÑAMO.

Abonomineral. Fstiércol.

Potasa 32,18 31,14Sosa 4,82 6,28Cal 22,84 24,82Magnesia 3,28 2,87Oxido de hierro 1,24 1,32Acido fosfórico 32,84 30,29ídem sulfúrico 0,28 0,27Ídem silícico 2,02 2,44Pérdidas 1,10 1,17

100,00 100,00Cenizas 8,06 8,04 por 100.

COMPOSICIÓN DE LAS CENIZAS DEL LINO.

Abonomineral. Estiércol.

Potasa 30,12 26,14Sosa 1,08 1,06Cal 20,23 19,84Magnesia 4,11 4,87Oxido de hierro 1,00 1,30Acido fosfórico 40,18 34,64ídem sulfúrico 1,41 4,68ídem silícico 1,00 6,83Pérdidas 0,93 1,84

100,00 100,00Cenizas 4,02 4,03 por 100.

La composición de las cenizas de las plantas que ácontinuación insertamos, nos demuestra que, si biencontienen cantidades notables de ácido fosfórico, elprincipio dominante es la potasa.

Teniendo presente la cantidad notable de potasaque asimilan estos vegetales, deben emplearse abonos

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N.° 96 L. M. UTOR. ANÁLISIS DE LAS PLANTAS. 294

potásicos, es decir, abonos ricos en este álcali, sin quepor esto dejen de contener el ácido fosfórico y los de-mas principios nutritivos que indica su composición.

COMPOSICIÓN DE LAS CENIZAS DE LAS

ALMENDRAS (CON CASCARA).

PotasaSosaCalMa cinesiaAcido fosfórico.. . .Ídem sulfúricoÍdem silícicoOxido de hierro . ,Pérdidas

Cenizas

Abonomineral.

50,1410,282,141 ,08

24,063 61b ,282,3b1,06

100,00b,2b

Estiércol.

49,1412,083,232,14

20,164,14b,242,0b1,80

100,00

4,90 por 100

COMPOSICIÓN DE LAS CKMZAS DE LAS HOJASSECAS Y TALLOS DEL DOGAL.

Abonomineral.

Potasa 30,14Sosa 10,18Cal 9,B4Magnesia 8,72Acido fosfórico 24,14ídem sulfúrico 4,64ídem silícico 10,17Oxido de hierro 1 ,4bPérdidas 1,02

100,00Azoo 1,7bCenizas 6,32

Estiércol.

28,1512,878,335,24

25,84b,02

10,482,921,4b

100,001,80 por 100b,7S —

COMPOSICIÓN DE LAS CENIZAS DEL GUANO DE ALUVIAS.

Abonomineral. Esliércol.

Potasa 49,10 4S,84Sosa » 4,10Cal 5,86 8,12Magnesia 14,41 10,24Oxido de hierro 1,02 2,06Acido fosfórico 26,30 25,48ídem sulfúrico 1,70 1,96ídem silícico 1,21 1 ,84Pérdidas 0,40 0,36

100,00 100,00Cenizas 3,20 3,14 por 100

COMPOSICIÓN DE LAS CENIZAS DE I A PAJADE ALUVIAS.

Abonomineral. Estiércol.

Potasa 40,16 38,12Sosa 7,24 9,13Cal 8,13 7,13Magnesia 9,77 8,15Oxido de hierro 2,22 3,66Acido fosfórico 22,38 21,90ídem sulfúrico 4,12 4,87ídem silícico 4,72 5,64Pérdidas 1,26 1,38

100,00 100,00Cenizas 5,28 5,04 por 100Ázoe 2,50 2,54 —

COMPOSICIÓN DE LAS CENIZAS DE LOS GUISANTES.

Abonomineral. Guano.

Potasa 40,00" 3b ,30Sosa 0,7b 2,45Cal 9,12 10,16Magnesia 10,1» 11,94Acido fosfórico 3b ,10 30,10ídem sulfúrico 1,11 4,64ídem silícico 1,00 2,04Oxido de hierro 1,70 1,00Pérdidas 1,07 2,37

100,00 100,00Cenizas 2,07 1,9b por 100

COMPOSICIÓN DE LAS CENIZAS DE LA P A J A

DE LOS GUISANTES.

Abonomineral. Estiércol.

Potasa 36,84 31 ^TSosa 6,*b 10,14Cal 8,14 7,24Magnesia 7,56 0,b6Acido fosfórico 2b ,84 26,49ídem sulfúrico 4,64 4,68Iton silícico 4,27 5,17Oxido de hierro 3,b4 4,08Pérdidas 2,42 1 ,43

100,00 100,00Cenizas 5,24 5,00 por 100Ázoe 2,14 2,20 —

COMPOSICIÓN DE LAS CENIZAS DEL GRANO

DE LAS HABAS.

Abonomineral. Estiércol.

Potasa 38,80 32,40Sosa 1,00 3,50Cal 7,21 7,10Magnesia 8,30 5,16Oxido de hierro 2,20 7,84Acido fosfórico 37,40 35,00ídem sulfúrico 3,00 8 ,64ídem silícico 1,05 1,20Hierro y pérdidas. . . 1,04 2,16

100,00 100,00Cenizas 3,00 2,90 por 100.

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292 REVISTA EUROPEA. 2 6 DE DICIEMBRE DE 1 8 7 5 . N.° 96

COMPOSICIÓN DE LAS CENIZAS DE LA P A J ADE LAS HABAS.

Abonomineral. Estiércol.

Potasa 36,64 26,14Sosa 10,18 12,28Cal 6,46 8,18Magnesia 10,12 9,84Acido fosfórico 22,64 22,84ídem sulfúrico 4,81 6,24Ídem silícico 4,17 6,18Oxido de hierro 3,40 '6,86Pérdidas, 1,61 1,77

100,00 100,00Cenizas 7,00 6,4b por 100.

COMPOSICIÓN DE LAS CENIZAS DEL GRANODE LAS LENTEJAS.

Abonomineral. Estiércol.

Potasa 37,84 38,24Sosa 10,18 12,26Cal 6,40 6,80Magnesia 6,18 7,26Oxido do hierro 3 ,84 3,18Acido fosfórico 26,14 28,32Ídem sulfúrico 4,64 tí ,01ídem silícico 3,86 4 ,02Pérdidas 0,98 0,94

100,00 100,00Cenizas 3,64 3,48 por 100.

COMPOSICIÓN DE LAS CENIZAS DE LA PAJADE LAS LENTEJAS.

Abonominera]. Estiércol.

Potasa 24,06 28,14Sosa 16,48 13,84Cal 10,84 9,48Magnesia 7,26 8,84Oxidio de hierro 4,18 4,18Acido fosfórico 28,48 26,14Ídem sulfúrico 4,13 8,04ídem silícico 6,48 6,32Pérdidas . 1,42 1,62

100,00 100,00Conizas 3,84 8,12 por 100.Ázoe 2,28 2,20 —

COMPOSICIÓN DE LAS CENIZAS DE LOS GARBANZOS.

Abonomineral. Estiércol.

Potasa 36,32Sosa 4,46Cal 6,88Magnesia 12,04Oxido de hierro 2,64Acido fosfórico 28,80Ídem sulfúrico 4,48Idím silícico 3,57Hierro y pérdidas i ,11

100,00Cenizas 3,81

30,1410,286,80

11,903,24

27,548,024,071 ,31

100,003,87 por 100

COMP0S1CIOH DE LAS CEHIZAS DE LA P A J A

DE GAKBAHZOS.Abono

mineral. Estiércol.

Potasa 36,14Sosa 14,12Cal 7,13Magnesia 1,04Oxido de hierro 3,24Acido fostórico 24,16ídem sulfúrico 4,22Ídem silícico 6,04Pérdidas 3,91

31 ,6414,218,241,004,01

28,038,087,043,78

Cenizas.Ázoe

100,008,862,30

100,005,10 por 100.2,24 —

COMPOSICIÓN DE LAS CENIZAS DEL TUuERCÜLODE LAS PATATAS.

Abonomineral. Estiércol.

Potasa 40,68 40,18Sosa 6,12 6,14Cal 11,68 13,18Magnesia 11,14 4,84Oxido de hierro 4 ,o2 S ,00Acido fosfórico 12,68 10 ,48ídem sulfúrico 1,90 3,40ídem silícico 10.86 14,86Pérdidas 1,28 2,22

100,00 100,00Cenizas 3,90 2,28 por 100.Ázoe 1,87 1,38 —

COMPOSICIÓN DE I A S CENIZAS DE LA PAJA DELAS PATATAS.

Abonomineral. Estiércol.

Potasa 30,18 28,18Sosa 4,62 7,42Cal 18,28 14,90Magnesia 5,84 4,80Oxido de hierro 0,60 0,40Acido fosfórico 9,84 8,50ídem sulfúrico 2,48 3,96ídem silícico 30,18 31,12Pérdidas 1,04 1,05

100,00 100,00Cenizas 21,48 21,48 por 100.Ázoe 1,04 1,00 —

COMPOSICIÓN DE LAS CESIZA8 DEL FRUTO DEL NARANJO.

Estiércol. Estiércol.

Potasa 20,15 15,28Sosa 10,22 12,14Cal 30,12 30,24Magnesia 9,02 8,10Acido fosfórico 20,04 18,24ídem sulfúrico 1,08 4,14ídem silícico 4,80 8,82Oxido de hierro 4,25 4,75Pérdidas 0,62 1,29

100,00 100,00Cenizas 3,87 3,48 por 100.

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N.°96 L. M. ÜTOR.—ANÁLISIS DE U S PLANTAS. 293COMPOSICIÓN BE LAS CEWIZAS DEL TRONCO, RAMAS

Y HOJAS (PAJA) DEL HARAHJO (1).

Troncoy ramas. Hojas.

Potasa 14,1S 10,18Sosa ló,67 10,82Cal 31,87 41,22Magnesia..., 10,64 6,84Acido fosfórico 18,82 19,47ídem sulfúrico 4,89 4,83ídem silícico 2,82 8,48Hierro y pérdidas. . . . 0,44 1,76

100,00 100,00Ázoe 1,87 1,60 por 100.Cenizas 6,32 6,20 —

COMPOSICIÓN DE LAS CENIZAS DEL FRUTO I>El LIMÓN.

Estiércol. Estiércol.

Potasa 18,06 19,06Sosa 12,14 10,14Cal 30,00 29,88Magnesia 12,08 10,24Acido fosfórico 20,13 20,B7ídem sulfúrico i ,28 2,32ídem silícico 4,68 8,36Oxido de hierro 1,24 1,84Pérdidas 0,48 0,62

100,00 100,00Cenizas 3,72 3,64 por 100.

COMPOSICIÓN DI LAS CENIZAS DEL TRONCO, RAMASY HOJAS.

Troncoy ramas. Hojas.

Potasa 10,21 10,18Sosa 0,13 4,32Cal 32,08 34,48Magnesia 10,18 8,78Acido fosfórico 20,07 10 ,64ídem sulfúrico 10,68 12,88ídem silícico 12,42 11,32Oxido de hierro 4,09 6,89Pérdidas 0,20 0,87

100,00 100,00Cenizas 8,78 8,36 por 100.Ázoe 1,32 1,28 —

Los elementos fijos que asimilan las plantas debecontenerlos el suelo, y si éstos faltan, la vida vegetalno puede realizarse; por esta razón es preciso resti-tuir á la tierra los principios que pierde en cada co-secha .

(1) Estos análisis han «ido hechos de naranjos fruidos de Alcira:nuestro amigo D. José Dolz nos remitió este año un naranjo pequeño en-tero para determinar con exactitud la proporción de principios nutritivos.

El cálculo para determinar las sustancias que enforma de abono hay necesidad de agregar al suelo, esen extremo sencillo.

Veamos los casos que pueden ocurrir:1.* El labrador aprovecha todo el estiércol produ-

cido por los restos de vegetales de cada cosecha; en-tonces debe agregar sol? mente los principios fijos delgrano; ya hemos dicho que el ázoe del grano ó delfruto lo suministra el amoniaco del aire y del que sefija en el suelo arrastrado por las aguas de lluvia.

Para investigar en este caso la cantidad de princi-pios nutritivos que tiene que incorporar al suelo, debeconocer el peso del grano que, término medio, reco-lecta en cada año; con este dato y con el peso de lascenizas puede resolverse este sencillo problema, comoya hemos indicado en el artículo Asimilación de ve-getales {i).

2." El labrador no utiliza en sus tierras la paja, ósea los restos vegetales do cada cosecha; en este casodebe agregar: primero, los principios fijos del grano;segundo, los principios fijos de la paja, y tercero, lacantidad de ázoe de la paja.

Un cálculo análogo al anterior le dará á conocer lasuma de principios nutritivos que tiene que agregaren forma de abono.

3.° El labrador utiliza solamente una parte de losrestos vegetales. Conociendo la cantidad total de pajaque ha obtenido en cada cosecha, puede por diferen-cia determinar la paja ó restos vegetales que no de-vuelve á la tierra, y con este dato calcular igualmentela suma de principios nutritivos que debe agregarse,que serán:

1." Los principios fijos del grano.2." Los principios fijos de la parte de paja que no

utiliza.3." La parte de ázoe que contiene la paja que no

utiliza como abono.vfiste problema es sencillo en Inglaterra, donde todo

agricultor pesa siempre el grano y la paja que reco-lecta cada año. Nosotros nos atreveríamos á aconsejará los labradores de nuestro país que practiquen cadaaño la operación de pesar el grano y la paja.

ANÁLISIS DE LOS ABONOS.

Los diversos abonos que se encuentran en el co-mercio están sujetos á falsificaciones que son en ex-tremo perjudiciales para los intereses del labrador.Es, pues, de la mayor importancia dar á conocer mé-todos sencillos para reconocer y determinar con al-guna aproximación el verdadero valor de un abono.

Ya hemos dicho cuáles son los principios nutritivosindispensables para el desarrollo de todos los vege-tales. De estos principios, los que son asimilados porlas plantas en mayor cantidad son el ácido fosfórico,

( i ) Véase el ndm. 62, correspondiente al 2 de Mayo, páginas337 y 338.

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REVISTA EUROPEA . - 2 6 DE DIC1EMBBE DE 1875. N." 96la potasa y el amoniaco, y por esta razón los abonosque en general más efecto producen son los más ri-cos en estos tres principios nutritivos.

El agua se encuentra en los abonos, ya naturales,ya artificiales, en mayor ó menor proporción. Entrelas sales que los forman hay unas que son hlgromé-tricas, y otras que contienen el agua al estado de com-binación. Es muy importante conocer la cantidad deagua higromótrica que tienen los abonos comerciales.

Para apreciar el valor comercial do un abono es,pues, preciso determinar:

i.' El agua.

2.* El ácido fosfórico.3." El ázoe.4.° La potasa.La cal y la magnesia no lo determinamos, porque

como sustancias de poco valor, no se encuentran endefecto en los abonos artificiales.

Antes de proceder al análisis de los abonos se to-man dos ó más sacos, que se vierten en un suelo bienlisio, se mezclan bien con una pala, se separan unascuantas libras que se reducen á polvo fino, y de aquíse van tomando los pesos necesarios para hacer losdiversos ensayos.

DF.TERMINACIÓN DKL AGUA. Se toman 10 gramosdel abono reducido á polvo fino, y se introducen enuna estufa de aire provista de su correspondiente ter-mómetro. Se calienta por espacio de una hora, pro-curando que la temperatura no exceda de 125 grados;se vuelve á pesar, y la pérdida de peso representa lacantidad de agua contenida en el abono. Este métodoes exacto, y solamente es preciso hacer una correc-ción cuando el abono contiene carbonato de amoniacoque se volatiliza en parte con el agua.

DETERMINACIÓN DEL ACIDO FOSFÓRICO. Se encuen-tra en los abonos el ácido fosfórico en dos estadosdiferentes; en estado de fosfato soluble, y en estadode fosfato insoluble.

Para determinar el ácido fosfórico en estado de fos-fato soluble se toma un gramo del abono, si es con-centrado, y si es otro abono, por ejemplo, el estiér-col, so toman 10 gramos. Se disuelve primero en elagua fria y después en el agua hirviendo; se filtra yse lava hasta que )as aguas del lavado no dejen residuoalguno, evaporadas en una lámina de platino; se agre-ga á ia disolución nitrada, primero citrato de magne-sia, y después amoniaco, y el ácido fosfórico se preci-pita a! estado de fosfato amónico-magnesiano. Sevuelve á filtrar y se lava con agua un poco amoniacal;se deseca el precipitado y se calcina al rojo para tras-formarlo en pirofosfato de magnesia. Se pesa y semultiplica el peso en gramos por el número 0,6339,y el resultado que obtengamos nos da la cantidad deácido fosfórico.

Para determinar el ácido fosfórico en estado de fos-fato insoluble, se toma el residuo que ha quedado en

el filtro cuando hemos separado el ácido fosfórico alestado de fosfato soluble, y se trata por el ácido clor-hídrico diluido, se calienta hasta la ebullición y sevuelve á filtrar. El líquido filtrado contiene ya todo elácido fosfórico en estado soluble, y se determina lacantidad como antes hemos dicho.

Como medio de comprobación, se puede dosar almismo tiempo el ácido fosfórico en estado soluble yen estado insoluble; para ello se toma» como anteshemos dicho, uno ó diez gramos, y se trata porel ácido clorhídrico diluido ó hirviendo, y todo elácido se encuentra ya en estado soluble y se deter-mina la cantidad por el procedimiento ya descrito. Sila operación está bien hecha, se debe encontrar ahorala suma del ácido fosfórico en los dos estados.

DETERMINACIÓN DEL ÁZOE. LOS principios nutriti-vos que suministra el ázoe á las plantas son el amo-niaco y el ácido nítrico; el amoniaco se encuentra enlos abonos combinado con los ácidos, formando salesamoniacales, y el ácido nítrico se halla al estado denitratos.

Siendo los nitratos y las sales amoniacales sustan-cias de un precio bastante elevado , se agregan en laconfección de los abonos materias orgánicas azoadas,susceptibles de descomponerse en la tierra y dar, en-tre los productos de su descomposición, el amoniacoque necesitan asimilar las plantas.

El procedimiento que hemos de emplear para de-terminar el ázoe es variable, según la forma en quese encuentra este elemento; por esto vamos á indi-car la marcha que hemos de seguir para su reconoci-miento.

Se disuelve una corta cantidad de abono, y ellíquido nitrado se divide en dos porciones: á la pri-mera se agrega una disolución de potasa, y se re-conoce el amoniaco por los vapores blancos que seforman al aproximar nna varilla de vidrio mojada deácido clorhídrico.

Se reconoce si tiene nitratos tomando la segundaporción, agregándole ácido clorhídrico y unas gotasde disolución de añil; al cabo de algunos instantes deebullición se decolora el líquido.

Si se toma una nueva porción de abono y se calientaen una cápsula de platino, no tarda en aparecer un co-lor negro, debido ala presencia de ia materia orgánica.

Si suponemos que el ázoe está bajo la forma de ma-teria orgánica sola ó mezclada con una sal amoniacal,se determina la cantidad total del ázoe por el pro-cedimiento que generalmente se emplea en los labora-torios de química agrícola, y está fundado en que todamateria orgánica azoada, como toda sal amoniacalcalentada en contacto con la cal sodada, desprendetodo el ázoe al estado de amoniaco, que se disuelveen un volumen determinado de ácido sulfúrico gra-duado ó titulado, y se dosa por medio de un licor al-calímetro.

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N.° 96 L. M. ÜTOR.—ANÁLISIS DE LAS PLANTAS.

La cal sodada no se encuentra frecuentemente enel comercio: su preparación es muy sencilla, pues estáreducida á tomar dos partes de cal viva que se apaganpor medio de una disolución concentrada de una partede sosa cáustica. Se calienta esta mezcla en un crisolá la temperatura del rojo intenso: la materia calcinadadespués de fría se conserva en frascos de vidrio bientapados.

El liquido titulado ó la disolución normal de ácidosulfúrico se prepara lomando el equivalente, ó sean49 gramos de ácido sulfúrico monohidratado, y sediluye hasta el volumen de un litro. Este ácido, cuan-do hierve á la temperatura de 328°, da por destilaciónel ácido sulfúrico monohidratado; así, pues, será siem-pre fácil preparar esta disolución norma!. Para ello setoma una cierta cantidad de ácido del comercio y se3omete á la destilación, teniendo cuidado de no reco-ger ninguna porción hasta que la temperatura sea de325°. Se pesan ahora 49 gramos de este ácido reciente-mente destilado, que se diluye hasta que se obtengaexactamente el volumen de un litro, y se guarda enfrascos bien tapados.

El licor alcalimétrico ó disolución normal de sosacáustica se prepara disolviendo el equivalente, ó sean40 gramos de sosa cáustica químicamente pura, quese diluye hasta que ocupa el mismo volúmon de unlitro. Este licor alcalimélrico se conserva en los labo-ratorios de modo que no absorba ni la humedad ni elácido carbónico.

No entramos en más detalles sobre la preparacióny conservación de estos líquidos graduados, porquesuponemos en el que haga este análisis los conoci-mientos químicos indispensables en esta clase de tra-bajos; pero siempre aconsejaremos que se compruebenestos líquidos titulados, viendo si un centímetro cú-bico de la disolución acida neutraliza exactamente elmismo volumen de la disolución alcalina.

Vamos á indicar cómo se procede al dosado del ázoe.Se toma un tubo de combustión abierto por un lado

y cerrado por la extremidad afilada: se deseca estetubo por medio de una varilla de vidrio que lleva ensu extremidad un pedazo de papel de filtro: se intro-duce primero una corta cantidad de una mezcla deácido oxálico y cal sodada, que tiene por objeto des-prender al fin de la operación hidrógeno para desalo-jar los últimos restos de amoniaco que pueda contenerel tubo de combustión: después se agrega una cortacantidad de cal sodada, y luego se introduce la mez-cla de cal sodada y del abono que se trata de ensayar,de modo que ocupe la parte media del tubo, y se aca-ba de llenar con cal sodada: en la extremidad se poneun poco de vidrio machacado, lavado y bien seco, ó untapón de amianto; y por último, se cierra con un ta-pón de corcho: se arrolla sobre el tubo de combustiónuna cinta metálica clinquan, que se sostiene por me-dio de un hilo de latón.

Preparado ya el tubo de combustión, se vierte enel tubo de bolas de Liebig 10 centímetros cúbicos dela disolución normal que contienen 490 miligramos deácido sulfúrico monohidratado, y que pueden neutra-lizar 170 miligramos de amoniaco: el peso del abonoque debemos emplear para el ensayo no debe produ-cir mayor cantidad de amoniaco que los 170 miligra-mos: asi, pues, si os un abono concentrado se debeemplear un gramo, y si es el estiércol ú otro abonopoco amoniacal, es preciso tomar "ocho ó 10 gramos.

En vez üe! tubo de bolas de Liebig se emplea hoyen los laboratorios un tubo de brazos comunicantes^que lleva cada uno de los brazos una especie de ma-tracito bastante alargado: esta forma de tubo tiene laventaja de poder agregar directamente los 10 centí-metros cúbicos do la disolución normal acida, por me-dio de una bureta graduada..

Se quita ahora el tapón que hemos puesto en el tubode combustión, y se reemplaza por el tapón que llevael aparato de bolas de Liebig ó el tubo de brazos co-municantes, y se coloca en un hornillo largo especialpara esta clase de combustiones.

Se empieza por calentar la parte del tubo máspróxima al tapón, y se va agregando carbón para ca-lentar todo el tubo, excepto la parte primera donde seencuentra la mezcla de oxalato y cal sodada; la tem-peratura se va elevando procurando conducir el fuegode modo que las burbujas se vayan desprendiendolentamente y no levanten tumultuosamente el líquido,porque un desprendimiento demasiado rápido podríahacer perder un poco de amoniaco: á medida que vaterminando la operación se va aumentando la tempe-ratura hasta el rojo, condición indispensable para te-ner la seguridad de la descomposición total de la ma-teria azoada. Al fin déla operación se calienta la mez-cla de cal sodada y de ácido oxálico para que el des-prendimiento de hidrógeno expulse todo el amoniacoy lo*conduzca á la disolución de ácido sulfúrico.

Cuando ha cesado el desprendimiento de gases es-tando todo el tubo al calor rojo, se separa el tubo debolas que contiene el líquido normal y se vierte sobreun vaso de precipitar, teniendo cuidado que no sepierda ni una sola gota, y se lava dos ó tres veces hastaque el agua del lavado no tenga reacción acida.

En este vaso de precipitar se agrega una corta can-tidad de disolución de tornasol, y se procede despuésá neutralizar el ácido con el licor alcalimétrico, ó seala disolución de sosa cáustica.

Supongamos ahora que haya sido preciso emplearcuatro centímetros cúbicos en disolución de sosacáustica para neutralizar el exceso de ácido; es evi-dente que 10—4=6 serán los centímetros cúbicos quehan sido neutralizados por el amoniaco, y la determi-nación de éste se practicará formando la proporciónsiguiente:

10«c : neutralizan 170 miligramos de arnonia-

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2 9 6 REVISTA EUROPEA. 2 6 DE DICIEMBRE DE 4 8 7 5 . N.° 96

co :: 6CC, que son los empleados, ¿cuántos miligra-mos de amoniaco neutralizan?

40cc : 0,gW70 : 6CC: x = 0,102, es decir, que elgramo de abono que hemos ensayado contiene O,P 102;luego los 100 gramos contienen 10,20 de amoniaco, ósea el 4 0,20 por 100.

S¡ quisiéramos encontrar la cantidad de ázoe cor-respondiente al 10,20 por 100 de amoniaco, seríafácil determinarla sabiendo que 17 de amoniaco cor-responden á 14 de ázoe.

17 : 14 :: 10,20 : x=-8,4O.El abono ensayado contiene 10,20 por 100 de amo-

niaco, que corresponde á 8,40 por 100 de ázoe.Vamos ahora á dosar el ázoe cuando además de

la materia azoada contiene nitratos. En este caso nose puede trasformar en amoniaco toda la materiaazoada, y es preferible determinarlo al estado de ázoe,lo que se consigue procediendo de la manera si -guíente:

Se toma un tubo de análisis de 80 á 60 centímetrosde longitud, cerrado por un extremo á la lámpara, yse introduce en el fondo de este tubo una cantidad debicarbonato de sosa que ocupe una longitud de tresó cuatro centímetros; después se agrega una columnade cinco á seis centímetros de óxido de cobre prepa-rado tostando torneaduras de cobre en el aire y pul-verizándolo después en un mortero de bronce: semezcla en seguida el abono que se va á analizar conel óxido de cobre, y se introduce todo en el tubo, te-niendo cuidado que no se pierda la menor porción.Se añaden aún algunos centímetros cúbicos de óxidode cobre, y luego una columna de 10 centímetros detorneaduras de cobre, primero tostadas, y después re-ducidas por el hidrógeno.

Se acaba de llenar el tubo con vidrio machacado y secierra por medio de un tapón. Se envuelve el tubocon una cinta metálica del mismo modo que antes he-mos dicho, y por último se ajusta bien un tapón decorcho con su tubo abductor para recoger el gasázoe en la cuba de mercurio.

El tubo de análisis ya preparado se coloca en elhorno de combustión y se empieza por calentar, porespacio de 10 minutos, la parte del tubo que contieneel bicarbonato de sosa, con el objeto de que el ácidocarbónico que se desprende desaloje el aire que con-tiene el tubo. Psra investigar si se ha desalojado todoel aire, se recogen unas burbujas en una campanallena de mercurio, en la cual se han introducido algu-nas gotas de disolución de potasa cáustica; si no haymás que ácido carbónico, será absorbido por esta diso-lución alcalina, pero si queda aire, aparecerá en lacampana y será preciso seguir calentando algunosminutos más, hasta que, repetida la experiencia, todoel gas que se desprenda y se recoga en la probetade mercurio sea absorbido completamente por la di-solución potásica.

Una vez desalojado si aire, se calienta la parte deltubo donde está la mezcla de abono y óxido de co-bre, y se va gradualmente elevando la temperaturahasta el rojo; la materia que constituye el abono sedescompone y por el tubo abductor se desprende elázoe puro, que se recoge en una campana llena demercurio, en la cual se ha introducido una eierta can-tidad de disolución de potasa; se calienta igualmentetoda la parte del tubo en donde está el óxido de co-bre, hasta que no se desprenda ninguna burbuja deázoe. Después que ha cesado el desprendimiento degas, se vuelve á calentar la parte del tubo donde seencuentra el bicarbonato de sosa, para originar nuevodesprendimiento de ácido carbónico con el fin dedesalojar el ázoe que puede aún existir en el tubo.Si todo el ácido carbónico que ahora se desprende osabsorbido de una manera completa por la disoluciónde potasa contenida en la probeta, es señal de que yaso ha desalojado todo el ázoe y queda terminada laoperación.

Para medir el volumen de ázoe, se agrega agua ála cuba de mercurio, se levanta ligeramente la cam-pana para que caiga inmediatamente el mercurio quees reemplazado por agua, y se trasvasa este gas á untubo graduado lleno de agua y provisto de un em-budo, á fin de facilitar el trasvase; este tubo graduadose introduce en la cuba de agua hasta que el nivel in-terior sea el mismo que en el exterior.

Se anota el volumen de gas que marca el tubo gra-duado, pero conviene, antes de pasar adelante, com-probar si el ázoe e.« puro ó si contiene alguna canti-dad de bióxido de ázoe, cosa que ocurre algunas ve-ces. Para ello se introduce en el tubo graduado unpedazo de sulfato de cobre, que tiene la propiedadde absorber el bióxido de ázoe, y se agita durantealgunos instantes. Si el nivel queda constante, el ázoees puro; pero si ha disminuido, es prueba que con-tenia bióxido de ázoe que ha sido absorbido por elsulfato ferroso, y se hace preciso entonces aumentaral nuevo volumen observado la mitad del volumen delgas que ha desaparecido, porque el bióxido de ázoecontiene la mitad de su volumen de ázoe.

Conocido ya el verdadero volumen para encontrarsu peso, no habría más que multiplicar por su densi-dad, si la presión del barómetro en el instante de laexperiencia fuese de 760 milímetros y la temperaturadel agua fuera de cero grados, pero como esta con-dición no se realiza, es preciso hacer las correccionesde presión y de temperatura, lo que se consigue pormedio de la siguiente fórmula:

Peso del ázoe:

h—f l=F.XO,97lxO,OO13-~-x760 l-H),00377XÍ

en cuya fórmula V representa el volumen en centí-metros cúbicos observado la temperatura í y o la

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presión ft del barómetro; 0,971 la densidad del ázoe;0,0013 el peso de un centímetro cúbico de aire; / lafuerza elástica del vapor de agua á la temperatura ty 0,00367 el coeficiente de dilatación de los gases.

DETERMINACIÓN DE LA POTASA Y SOSA. Se toma un

gramo de abono si es concentrado, se le agrega unacorta cantidad de ácido clorhídrico, se calienta y sefiltra. El líquido filtrado se hierve, y después se agre-ga una disolución de acetato de plomo para precipitartodo el ácido fosfórico y sulfúrico en estados de fos-fatos y sulfatos de cal insolubles. Se filtra, y el líquidofiltrado se evapora hasta sequedad. Este residuo sedisuelve en el agua, y se agrega amoniaco y carbonatode amoniaco hasta que deje de dar precipitado. Sefiltra nuevamente, se evapora á sequedad y se calcinaal rojo. Este residuo se trata por ácido clorhidrico, secalcina do nuevo y se pesa: este peso nos representala potasa y sosa b:ijo la forma de cloruros.

Si se quiere ahora saber la cantidad de potasa quecontiene el abono, se disuelven los dos cloruros en lamenor cantidad posible de agua, se agregan unas go-tas de ácido clohídrico y después una disolución decloruro de platino; se evapora casi hasta sequedad y sele agrega una cierta cantidad de alcohol, y al cabo dealgunas horas se filtra y queda separada la potasa enestado de cloruro doble de platino y potasio. Se lavabien el filtro, se deseca en la estufa y se calcina alrojo; el cloruro doble de platino y potasio se descom-pone en platino y cloruro de potasio. Este residuo sedisuelve en el agua, se filtra para separar el platino yqueda solamente la disolución de cloruro de potasio.Se evapora hasta sequedad, y se determina el peso decloruro de potasio y se multiplica por el núm. 0,6309,y el producto resultante nos dará la cantidad de po-tasa que contiene el gramo de abono, y multipli-cado por ciento, nos dará el tanto por ciento de po-tasa.

Luis MARÍA UTOR

BENITO ESPINOSA.

NOVELA

DE

BERTH0LD AUERBACH.

1.A C O S T A .

Corrían los últimos dias del mes de Abril del añode gracia de 1647. En el cementerio judío de Oude-kesk, próximo á Amsterdam, trabajaban afanosamen-te un viernes por la tarde los sepultureros en relle-nar de tierra una sepultura para tapar un ataúd queacababan de bajar á ella. Nadie lloraba al pié de esta

TOMO VI.

tumba. Agrupados en corrillo los que habían acom-pañado al difunto hasta su última morada, conver-saban entre sí acerca de la vida y la muerte de aquelcuyos despojos acababan de ser entregados á latierra. Los que habían bajado el ataúd á la sepulturase alejaban silenciosos é indiferentes, observandola puesta del sol y pensando en el próximo sábado.Tan sólo quedaba al pié de la sepultura un joven depálida fisonomía que observaba con atención cómocaían sordamente las paletadas de tierra negrasobre el ataúd. Distraídamente arrancaba con lamano izquierda las retamas que empezaban á bro-tar en el vallado.

—Amigo mió,—le dijo en español un extranjeroque estaba cerca de él;—¿sois el único pariente deldifunto? Vuestra cara me dice que le habéis cono-cido, y, en tal caso, podréis decirme quién fue ésteque acaban de arrojar precipitadamente en esta se-pultura como si fuera un herido de peste, sin que leacompañe una lágrima, ni un recuerdo, ni un senti-miento. Soy extranjero y...

—No me unía con el difunto ningún lazo de pa-rentesco,—dijo el joven después de titubear unpoco.—Aunque usted parece ser de la tribu deIsrael, preciso es que sea extranjero y venga deremotos países cuando nada sabe de la suerte deeste desgraciado, dejado de la mano de Dios y delos hombres. ¡Ah! era noble y muy superior alcomún de los hombres; pero ¡cuánto ha bajado porel camino de perdición!

—Os ruego,—replicó el extranjero,—que no ha-gáis lo que los demás á quienes he preguntado; re-feridme...

—¿Conocéis la familia da Costa d'Oporto?—pre-guntó el joven.

—¿Y quién que haya vivido en España no ha oidocelebrar la fama de ese nombre? Los más célebresguarreros lo han usado. Miguel da Costa, que erauno de los más valientes caballeros de los torneosde Lisboa, fue largo tiempo uno de los más celosospartidarios de nuestra perseguida religión.

—Hijo suyo era el difunto,—contestó el joven;—y, según mi padre me repetía, era la viva imagendel aspecto y fisonomía de Miguel. Se llamaba Ga-briel, no le igualaba nadie en los ejercicios ecues-tres, era muy entendido en todas las ciencias, ymuy especialmente en la del derecho. Aunque ator-mentado por dudas sobre la religión, aceptó á los28 años el cargo de tesorero de la Iglesia católica;al fin se despertó en él el celo por la pura religiónde sus padres, y abandonó, en unión de su madre yhermanos, el país en que descansan los huesos detantos mártires de nuestra religión, y en el cual seven numerosos judíos prosternados delante de lasimágenes y besándolas cuando...

Se detuvo repentinamente el joven para oir la23

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298 REVISTA EUROPEA, 2 6 DE DICIEMBRE DE 4 8 7 5 . N.° 96conversación de los que estaban igualando el pisoalrededor del sepulcro.

— Que Dios me perdone mis pecados,—decíauno,—pero sigo en mis trece de que éste incrédulono merecía ser enterrado el viernes por la tarde,porque se va á hallar entregado á los primeros tor-mentos de la putrefacción al comenzar el sábado.Como encontrará preparado el festín al presentarsesu alma á las puertas del cielo, no entrará en se-guida en el infierno, porque se les da á los conde-nados descanso en sus sufrimientos el sábado. Poresto me empeñaba yo en que no se le debía enterrarhasta el lunes por la mañana, y aún hubiera sidodemasiado pronto para lo que le espera; así, quizáy sin quizá, nos hará violar el sábado; démonosprisa á concluir.

—Sí, sí,—dijo el otro,—cuando llegue á lo alto ylos ángeles le golpeen con sus varitas de fuego,tendrá que creer que existe otro mundo, ya que hasido tan pertinaz en negarlo durante su vida. ¡Eh!¿Qué piensas tú de esto?

—Continuad vuestro relato, os lo suplico,—dijo elextranjero.

—Ya ha oído usted lo que dicen esas gentes,—replicó el joven;—pues aquel jorobado que ustedve allí y que le insulta con tanta inquinia, le debomuchos favores, porque no reconocía límites subondad. Vino Gabriel á establecerse aquí, á Amster-dam; como decía á usted, se sometió voluntaria-mente á todos los ritos que se le exigieron y entróen nuestra religión. Tomó el nombre do Uriel Acos-ta y siguió á la letra el precepto^«Meditarás mi leydia y noche.» Me han contado varias veces que eraedificante ver áeste hombre tan distinguido, que nose creía rebajado recurriendo á un niño para que leenseñara el hebreo y las Santas Escrituras. Prontose apoderó de él un espíritu maligno que le obligóá burlarse de nuestros piadosos rabinos. Ustedacaba de oir que era de los que niegan nuestrosdogmas fundamentales; ha hecho públicos por es-crito los pecados de su alma y pretendido apoyarlosen la palabra divina. El rabino Salomón de Silva,nuestro célebre médico, ha refutado sus falsas doc-trinas. Delatado á la comunidad se retractó Acosta;pero, no dejándole descansar el espíritu de contra-dicción, á más de mostrarse contrario á nuestra re-ligión, según contó su mismo sobrino, violando elsábado, comiendo manjares prohibidos, y disuadien-do con sus consejos á dos cristianos que que-rían hacerse israelitas, blasfemó públicamente con-tra todas las religiones. En el espacio de siete añosse negó á vivir dentro de los preceptos de nuestrareligión, y muy especialmente á someterse á la pe-nitencia que se le había impuesto. Se trató dedesterrarle y rechazarle para siempre del seno dela comunidad. Gracias á los ruegos de su amigo el

piadoso rabino Naphtali Pereira, se sometió ala de-cisión del Beth-Din (1), y sufrió todos los castigosque se le impusieron. Mi padre lo decía frecuente-mente: «Acosta hubiera perdido de buena voluntadla vida por nuestra religión, pero no podía vivir enolla.» Acabó de perturbarse su alma con las disen-siones domésticas y la ruptura de su matrimo-nio con una de las hijas de Josué de León. A modode testamento, ha dejado un bosquejo de su vida enque procura justificarse; si permanecéis algún tiem-po en Amsterdam, ya llegareis á saber más de esteasunto. Hacía ya tiempo que, contra sus antiguoshábitos, no hablaba casi con nadie; creyeron en suarrepentimiento, pero cometía nuevos sacrilegios.Esquivaba la compañía del rabino Naphlalí Pereira,á quien imputaba ser el autor de sus sufrimientos ysu desgracia. Ayer mañana, cuando el rabino volvíade la sinagoga y pasaba por delante de la casa deAcosta, le disparó Acosta un pistoletazo. Era muybuen tirador y gozaba de tal reputación en su paísnatal; es milagroso que no haya matado á tan santovarón; sin duda un ángel del cielo ha contenido subrazo. Como todo lo tenía dispuesto el desgraciado,cogió en seguida una segunda pistola que tenía allado y se la descargó en la boca, saltándose, segúndicen, todo el cerebro. Hé ahí, por qué se le ha en-terrado de ese modo y sin honores...»

—¡Baruch!—interrumpió uno que se acercaba;—Baruch, ven, que todo ha concluido y nos volvemoscon nuestro maestro.

—Heme aquí, Chisdaí,—contestó Baruch, que,después de saludar al extranjero, se unió á los queestaban presentes y que recitaban en aquel mo-mento, en lengua armenia, la oración prescrita parala resurrección de los muertos y la reconstrucciónde Jerusalen.

A la salida del cementerio, cada cual arrancó portres veces yerba del suelo, la arrojó hacia atráspor cima de su cabeza y pronunció estas palabrasen hebreo: «Que surjan del seno de la ciudad comola yerba de enmedio de los campos» (Ps. LXXII, 16).Fuera del cementerio se lavaron tres veces las ma-nos en agua preparada, con el fin de purificarse delcontacto con los demonios que residen en la mo-rada de los muertos, y recitaron al mismo tiempoel versículo: «Desaparecerá para siempre la muer-te, etc.» (Jerom. xxv, 8). Entonces cada uno sedirigía á su casa, pero al marcharse era precisorepetir aún tres veces los versículos de los sal-mos xc, xv y xci. Era costumbre comenzar cadaversículo sentándose en una piedra ó sobre el cés-ped y después se seguía recitando y andando.

Así caminaban Baruch y Chisdaí y su maestro elrabino Saúl Morteira, que iba en medio. «Perezcan,

[i) Gran Tribunal de los Rabino».

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señor, todos tus enemigos» (Jueces v, 31), dijo porfin Chisdal. La justa condenación de Dios se ha ma-nifestado de nuevo en todo su poder contra esteorgulloso, continuó. Tú no has visto su penitencia,Barueh; deseo no volver á presenciar semejantesespectáculos. Al principio se me despertó una pie-dad culpable, hasta que reconocí que el deber dolos hombres es armarse con la vara de la justiciadivina. Nunca olvidaré esto; parece que veo aún alapóstata, con la camisa con que debía ser sepultado,leyendo en plena sinagoga la confesión de sus peca-dos; falto de la voz imperiosa de otras veces, nollevaba la frente tan alta como acostumbraba; hainclinado su cabeza lo mismo que un rosal, segúnlas palabras del profeta Isaías. Me lo representotambién como si le viese, cuando, conducido á unrincón del templo, adhirieron sus vigorosos brazosá una columna y fue atado su largo cuello. El mace-ro, que estaba á su laclo, recitaba el versículo 38del salmo LXXVIH: «Dios, todo misericordioso, per-dona los pecados, desvía con su mansedumbre sucólera y aminora su ira.» Dijo estas palabras trosveces y cada una de ellas golpeaba el sacristán lasespaldas desnudas del apóstata. No se le oyó que-jarse, y aun no se movía después de haber acabadode recibir el número marcado de golpes; permane-cía inánime, besando el suelo, que se había desde-ñado de pisar. Vestido de nuevo, fue conducido á lapuerta de la sinagoga, donde se arrodilló y le bajóla cabeza el sacristán, para que pisaran en su nuca,llena de heridas, todos los que salían de la Sinago-ga; yo procuré hacerme más pesado cuando le pisépara que sintiera el peso de mi pié. Ya te lo dijo,fue una lástima que tu y tu padre estuvieseis deviaje aquel dia. Observé que se levantó despuésque se había ido la gente, volvió á entrar en la si-nagoga, abrió impetuosamente el tabernáculo y sofijó durante mucho tiempo en los libros santos,hasta que el sacristán le aconsejó que se retirase.¿Están abiertas de nuevo las puertas del cielo paramí? preguntó, y me parece que se sonrió de un modoinfernal. Se embozó en su manto y volvió furtiva-mente á su casa. ¡Cuan justos son los designios deDios! Ha caido en la sepultura que había abiertopara otro; así perecerán todos. Se ha perdido eneste mundo y en el otro.» Chisdaí miró oblicua-mente á su preceptor, buscando en su mirada unsigno de benévola aprobación como recompensa ásu celo piadoso; pero éste movió con aire pensa-tivo la cabeza y continuó rezando por lo bajo.

Barueh había intentado dos veces replicar á sucondiscípulo, pero se había callado temiendo le lle-vase demasiado lejos su conmiseración hacia el pe-cador. Se atrevió, sin embargo, cuando notó la tá-cita desaprobación del maestro: «Parece que quie-res imitar,—le dijo,—á la mujer del rabino Mejir.»

Aludía á la narración del Talmud, en la cual una mu-jer, al leer el versículo del Salmo civ, 35: «Que des-aparezcan los pecadores de la tierra para que seananiquilados los impíos,» cambió la palabra pecado-res en pecados. Barueh continuó: «¿Dónde existe eljusto que haga sólo el bien y nunca peque?» (Eele-siastes, vii, 20). También yo detesto las doctri-nas que han llevado á Uriel al error y á la men-tira.

—No debes pronunciar su nombre, está borra-do,—interrumpió Chisdaí.

—Él mismo ha refutado sus doctrinas, pues lehan conducido al suplicio. Durante su vida le hanjuzgado los hombres; ahora que ha muerto, á Diossólo corresponde su juicio.

El rabino bajó la cabeza en señal de aprobaciónsin pronunciar una palabra, porque estaba recitandoel Salmo.

«Pero está escrito también,—replicó violenta-mente Chisdaí,—que «mancha el nombre del impío.»(Prov. x, 7.)

Siguieron los tres silenciosamente, agitados cadacual con pensamientos distintos. Por último, hablóel maestro y declaró que la ley revelada no tolerabala apostasía, porque ha escrito Dios la ley con supropia mano y nos la ha prescrito para que viva-mos según sus mandatos; que aquel que pretendevivir según las aspiraciones de su razón, niega lanecesidad de la revelación y de su verdad, insultan-do la ley que ha de castigarle. «Hay gentes,—dijoel rabino al concluir,-—que os dicen: Dejad á cadacual bajo su responsabilidad personal pensar lo quemejor le plazca; esos son necesariamente apóstatas.No nos es permitido abandonar á ninguno de losque han nacido en nuestra creencia, porque al per-derse ellos nos perderíamos también. Si podemosinducirle con nuestros consejos á hacer penitencia,cantemos una aleluya; pero si permanece sordo ánuestros consejos ó insiste en sus errores, rompa-mos nuestras vestiduras; ha muerto, es preciso quemuera ó que mate al demonio que lleva dentro desí. Debemos obligarle á ello con todas las fuerzasde que Dios nos ha dotado.

—Se le obliga hasta que diga «lo quiero,»—inter-rumpió Chisdaí con las palabras del Talmud, y elrabino continuó:

«Cuando no se pueda separar de su alma el espí-ritu del mal, hay que destruirle á él con el demo-nio de que está poseído. Para cuando no basta lapalabra, nos ha dado Dios la piedra para apedrear.No os dejéis seducir por los que se compadecen delapóstata y dicen que se le ha debido cuidar y noprecipitar á tal extremo. Sé obra muy bien impi-diendo que peque más.

Se habían despertado ideas muy particulares enel alma de Barueh, pues preguntó después de un

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300 REVISTA EUROPEA.- DE DICIEMBRE DE 1875. N.°96

momento: ¿En qué pasaje de las santas Escriturasestá prohibido el suicidio?

—¡Qué pregunta!—contestó el rabino con un tonoya agrio;—y Chisdaí añadió: «Está prohibido en elmandamiento «no matarás», que quiere decir ni álos demás ni á tí mismo.

—Son hoy muy singulares tus preguntas,—dijo elrabino á Baruch con tono de cierta reprensión.-^liste no podía explicarse á causa de su inquietud.Distraído por el extranjero de los pensamientosmelancólicos que le dominaban al pié de la sepul-tura del herético, y fijos ávidamente sus ojos en latumba, donde bajaban el cuerpo, se imaginaba queenterraban su propio cuerpo y que su alma errantepor el mundo y llorosa preguntaba: ¿Se reduce lasuerte del que protesta á ser arrojado en el abismo?¿Quién puede obligar á otra alma, ni aun á la pro-pia, á seguir el camino previamente marcado? ¡Cuanindestructible debía ser el pensamiento que ani-maba á los restos del enterrado, cuando por é\ fuecapaz de atentar á la vida de los demás y de ma-tarse á sí mismo! ¿Quién se atreve ni á juzgar ni ácondenar?

Habían las preguntas del extranjero interrum-pido el curso de estas tristes meditaciones, y laspalabras del rabino habían hecho renacer la con-tradicción de que era presa el alma del joven: ental ocasión se despertó en su mente un recuerdode la infancia. La melancolía había penetrado en elcorazón del niño, hacía muchos años, la primeravez que había ido al cementerio, cuando fue enter-rado su lio Manuel, que, enfermo siempre y sin salirde casa, sólo se ocupaba de cuidar los niñosy expre-sar por mediadores sus deseos al mundo exterior.Después de abandonar todos el cementerio, unospor la escuela, otros por el puerto ó la bolsa, otrospor el taller ó por sus quehaceres, volviendo la ac-tividad á su estado habitual como si nada hubieraacontecido, se conmovió el corazón del niño, queno comprendía que las cosas volvieran á tomar suaspecto ordinario como si su tio estuviera en casa.El pequeñuelo lloró al difunto largas horas en suhabitación abandonada, cuyas ventanas estabanpor primera vez abiertas de par en par, y se indig-naba al ver que las gentes habían dejado debajo detierra al difunto. Procuró su madre,—porque nuncase hubiera atrevido á confiar sus penas á su pa-dre,—tranquilizarle, asegurándole que su tio, yabueno y sano, lejos de estar solo y abandonado,estaba allá en lo alto, cerca de Dios, de todossus antecesores y de todos los hombres de bienque le habían precedido. No comprendiendo estoel niño, seguía replicando: «No le has visto, le hancolocado en una honda sepultura, han arrojado mu-cha tierra sobre el ataúd en que dormía y de se-guro que no podrá salir cuando despierte.» La ma-

dre intentó convencerle de que sólo el cuerpo ha-bía sido enterrado, mientras que el alma estabacerca de Dios. Aunque algo más tranquilo, no dejóel niño durante algunos dias, especialmente cuandollovía y azotaba el viento, de pensar: ¿Cómo se en-contrará ahora mi tio debajo de la tierra?

Después había llorado en la tumba de su madrey recordado sus consoladoras lecciones; pero to-das las reminiscencias relativas á la muerte de sutio se le habían despertado aquel dia al lado de latumba de Acosta. Igual temor había tenido siempreá la muerte el apóstata que acababan de enterrar.

¿Por qué asedia la misma pregunta á los niños y álos incrédulos? ¿Consistirá en que mientras los unosignoran las doctrinas reveladas, las rechazan losotros, en la persuasión de que podrán resolver esta&cuestiones con sus propios esfuerzos? ¿Quién seatreverá á condenarlos por haber empeñado seme -jante lucha?

«No seas excesivamente rígido y sutil, porquequieres tu pérdida.» Dijo mentalmente Baruch esteversículo del Eclesiastes (vn, 47), y se tranquilizó.

Al llegar á la puerta de la casa del rabino, ésterecordó con tono solemne á sus discípulos que eldia siguiente era el dia sexto. Se separaron, cadacual entró en su casa para mudarse en seguida detraje y asistir á la sinagoga.

Se desarrolla el espíritu humano de una maneratan misteriosa como el grano de trigo, que, al caeren el surco y adherirse á un pedazo de tierra, ger-mina y echa raíces sin que nadie pueda penetraren su misterioso crecimiento. Tal vez son aún mássecretas las leyes del espíritu, del cual sólo puedeser comprendido el pasado, pero no el porvenir,sirviendo cuando más para indicarnos un númerode puntos fijos en este desenvolvimiento. Además,ningún fruto se produce de un modo enteramenteigual á otro; es preciso que la simiente renueve lasevoluciones de la vida, que germine y brote, quellegue á ser el tallo vegetal, el arbusto y el árbolpara centuplicar la producción del fruto, que debeconstantemente alimentar la vida.

II.

LA NOCHE DEL VIERNES.

En una casa próxima á la sinagoga y situada enla muralla, ricamente adornada de ventanas ojiva-les, se había desplegado aquella noche un lujo in-usitado. En una lámpara de plata, colgada en mediodel cielo raso de uno de sus salones, lucían hastasiete candeleras que alumbraban varias maravillas.El respaldo de las sillas, despojado de sus habi-tuales cubiertas, con un gran lujo de color y re-vestido de bordados de seda que figuraban pája-ros y flores, casi oscurecía el mérito del preciosotapiz que cubría el suelo. Los vasos y copas simó-

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N.'96 B. ADERBACH. BENITO ESPINOSA. 301tricamente colocados reflejaban caprichosamentelos rayos de luz. Por toda la habitación, que eramuy espaciosa, se extendía un ligero perfume desándalo. En el centro del salón, debajo de la lám-para, había una mesa redonda, cubierta con unpaño lleno de dibujos rojizos, figurando llores. Lascopas y vasos de plata indicaban que eran espera-dos unos cuantos convidados. A uno de los ladosestaba colgada una pintura hecha en un pergaminoamarillo, debajo del cual se leía en hebreo la si-guiente inscripción: «De aquí procede la vida.» Unmareo empañado por la acción del tiempo rodeabalos contornos casi borrados de esta pintura, querepresentaba una ciudad antigua. En ella se hallabantambién escritas en hebreo las palabras siguientes:«Y todos los de los pueblos circunvecinos reconoce-rán que yo soy el Señor, que reconstruyo loqueha sido destruido y que planto de nuevo lo que hasido devastado. Yo, el Señor, lo digo y lo hagoverdaderamente» (Ez. xxxvi). Representábala anti-gua ciudad santa de Jerusalen. ¡Cuánta mirada, apa-gada ya para siempre, llena de esperanzas y delágrimas de tristeza se habría fijado en aquel per-gamino amarillo! No había más cuadros en estasparedes, adornadas con magníficas colgaduras. Unajoven se hallaba allí tendida en una otomana ó in-móvil, con la cabeza blandamente apoyada en sumano derecha, cuyos dedos se ocultaban entre losbucles de su negra cabellera. Su mirada errante,separada del libro de oraciones que tenía abierto,vagaba sin fijeza alguna. ¿Descansaba su alma ab-sorta en la devoción y pensando en Dios? ¿Habíasurgido en ella la bruma dorada do algún recuerdo,ó hacia brotar alrededor de sus labios de rosa algunailusión soñada del porvenir, un deseo vago, que pre-cipitaba al corazón en sus latidos? ¿ Era quizá presade esta situación indecisa del alma, entre el sueñoy la vigilia, que sorprende habitualmente á la mu-jer, y que despierta y excita en ellas los deseos sinobjeto y las aspiraciones sin nombre? Reinaba enlos alrededores el silencio legendario del sábado.

—No me extraña que estés cansada, Miriam,—dijouna voz gangosa mientras se abría la puerta. Miriamse incorporó en seguida, recogió su cabello, besófervientemente el libro de oraciones, le puso en elborde de la ventana y se apresuró á colocar bien losalmohadones del diván.

—«¿Qué significa semejante sorpresa? ¿Acaso es laque entra una bruja? Verdad es que con mirarme esbastante para asustarse; pero no he tenido tiempopara mudarme mi traje de diario, ocupada constan-temente en trabajar.» Así habló la vieja Chaje, cuyotraje ridículo cuadraba perfectamente con el nombreque se había aplicado á sí misma. Un gorro, enne-grecido por el humo, cubría su cabellera gris; al-gunas trenzas, las más indomables y rígidas, caían

á lo largo do su rostro lleno de arrugas como hijodel otoño; afanosamente procuraba la vieja delantedel espejo limpiarse una mancha de carbón que lacogía desde la mejilla izquierda hasta la mitad de lanariz. «Has hecho muy bien,—continuó la vieja,mientras se limpiaba con su delantal de cocina,—has hecho muy bien en echarte un rato. ¿Para quése quiere este mueble que está aquí todo el año sinservir para nada? De buena gana me acostaría sincomer, pues estoy muy cansada; cuando se cuentacomo yo diez y ocho años de servicio, se empieza áflojear. También tú debes estar cansada, pues no esuna bagatela lo que has hecho, subiendo y bajandodiez veces las escaleras, colocándolo todo por tímisma y haciendo la cama del huésped; pero todoestá muy bien, de seguro que se admirará. Es unafelicidad que hayas comprado pescado. Vino, pes-cado, carne, el más pobre entre nosotros tiene todoesto el sábado; sin pescado no puede santificarse elsábado; así está escrito en el Pentateuco. Eres tanhacendosa, que pronto podrás casarle, me invitarásal menos á la boda. ¿No lo harás? Procura no elegirun charlatán como tu hermana Rebeca. ¿Has obser-vado hoy el aspecto de tu hermano Baruch? Pareceun desenterrado. Temo, temo que tanto estudiaracabe—¡Dios no lo consienta!—por dañar su salud.¿Qué resultará de este afán de no hacer más que es-tudiar noche y dia? Mi hermano Abram tenía un hijo,que esludió mucho y llegó á ser tan sabio como Aris-tóteles; pero se volvió loco. Pero, calla, ya acabanen la sinagoga, preciso es que me marche, no quieroque me vea de esta suerte ningún respetable israe-lita; ya suben la escalera.» Al acabar de decir estaspalabras salió precipitadamente.

Miriam se alegró de verse libre de tan insoporta-ble charlatana. Baruch, el extranjero que hemosvisto ya hablando con él en el cementerio, y el pa-dre de Baruch entraron en la sala. Miriam se arro-dilló delante de su padre, que puso las dos manossobre la cabeza de su hija y la bendijo en voz baja,diciendo: «Que el Señor te haga semejante á nues-tras primeras madres, Rebeca, Rachel y Lea!» Enseguida bendijo á su hijo Baruch, diciendo tambiénen voz baja: «Que el Señor te haga semejante áEfrain y Manases.» (Gón. xvni, 20). Baruch y su pa-dre entonaron un cántico breve para saludar la le-gión de ángeles que visitan todos los sábados la casade los israelitas. Vibró melancólicamente la voz delpadre, cuando, según costumbre, cantó con Baruch:(Prov. Sal. chap. xxxi, v. 10). «Aquel que ha encon-trado una mujer virtuosa, etc.» Aunque seguíanreinando la belleza y la paz en la casa, fuertementeconsolidadas ppr el celo de la madre, había sido éstaarrebatada á la familia por la muerte, y el dolor detan triste recuerdo se acibaraba más y más con lasalegrías del sábado.

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Al mirar el extranjero el cuadro colgado en lapared, le dijo el padre de Baruch: «No le reconoces,es una antigua herencia. Estaba colgado en la cuevaque nos servía de Sinagoga en Guadalajara. Lo hesalvado á costa de grandes peligros.»

Mientras los dos amigos hablaban de sus recuer-dos, se habían reunido al otro extremo del salónBaruch y Miriam.

—¡Qué sombrío aspecto tienes hoy!—dijo Miriam,arreglando cariñosamente á su hermano los cabe-llos, que le cubrían la frente.—Acércate y mírate alespejo.

Baruch cogió la mano de su hermana, la retuvoentro las suyas, y sin decir una palabra se dispuso áoir lo que hablaban su padre y el huésped.

—No me canso de dar gracias á Dios,—decía elpadre,—por haberte reconocido al pasar. Así, yaconoces á Baruch. Hé aquí la más joven de mis hi-jas. ¿Qué edad tienes, Miriam?

—Un año menos que Baruch,—contestó Miriamruborizándose.

—Tiene, según creo,—replicó el padre,—catorceaños. Tengo además otra hija mayor, Rebeca; queestá casada aquí.

—También yo tengo dos hijos, queridos ami-gos,—dijo el extranjero.—Mi Isabel es casi de tuedad, Miriam. Mi hijo va á cumplir veinte años. Sivienen acá mis hijos, no dudo que les dispensareisuna buena acogida y que cuidareis de ellos, princi-palmente en lo que concierne á nuestra santa reli-gión, que no conocen aún.

—Pero oye,—prosiguió el extranjero, cruzándosede brazos delante de Baruch,—cuando observo áeste jovencito, no me explico por qué no le he re-conocido al primer golpe de vista en el cementerio:osa tez morena, esas largas cejas negras, ligera-mente sombreadas, enteramente iguales á las de tujuventud, y ese pliegue en esta frente desigual,todos son rasgos tuyos; por el contrario, esos ca-bellos negros encrespados, esos labios divididoscon ese ligero bozo que los rodea, recuerdan la di-vina sonrisa de los labios de Manuela. Además,cierta audacia insistente de su fisonomía le da airede morisco, semejante al de su madre. ¡Ah! cuangrande sería su alegría, si viviera, al verme aquí!

Había escuchado Baruch la descripción de su fí-sico con disgusto y hasta con temor, pero cuandooyó hablar de su origen semi-morisco recordó queChisdai se había mofado de él por lo mismo un di aen la escuela. Nada habla dich'o de esto hasta en-tonces á su padre. Éste notó la preocupación de suhijo y dijo al extranjero:

—No puedes negar, Rodrigo, que eres discípulode Silva Velazquez y que has contribuido en lacorte de los Felipes á que las damas descubran lasbellezas y las faltas de las demás. Mañana, Baruch,

enseñarás tus dibujos al señor. No seas tímido, puescreo que no te ha ocurrido ninguna desgracia.

—No, no,—replicó el extranjero, acariciando aljoven,—espero que seremos buenos amigos. ¿Hasconocido á mi primo, el sabio Jacobo Casseres?

—Personalmente no,—dijo Baruch;—pero conoz-co su libro Los siete días de la creación.

Sentados á la mesa, se bendijo el pan y el vino yquedó inaugurado el sábado.

—Es cosa singular lo que me acontece,—dijo elpadre después de la última oración:—todos losdiasme falta tiempo para encender el cigarro tan prontocomo acabo de comer; pero el sábado parece quecambian mis inclinaciones; ni aun me ocurre eldeseo de fumar, de modo que no me cuesta trabajoobedecer la ley. Nada contestó el extranjero.

«¡Bendito sea Dios!—dijo el padre á poco rato,—veo que conservas aún la costumbre de tu país demezclar el agua y el vino. A poco que habites connosotros en estas brumas del Norte, en esta tierraviolentamente arrancada al Océano, contra el cuales preciso defenderse á cada momento; en esto país,en el cual la mitad del año está endurecido el sueloy el firmamento cubierto de nubes, en donde se res-pira humedad en vez de aire embalsamado; aquí,en esta nuestra ciudad, donde no corre ningunafuente y donde hay que buscar muy lejos el aguaque bebemos, donde el clima hace al hombre flemá-tico y donde la previsión y la prudencia, que hancreado y conservan el suelo, son igualmente lasvirtudes capitales de los hombres; en tal país ha-brías de acostumbrarte, créeme, á verter en tu san-gre perezosa y envejecida, para que corriera másrápidamente, el vino puro. ¡Oh! qué bello y admira-ble país es nuestra España, pero está habitada pordemonios. Aunque voy muy pronto á bajar á latumba, veo que no es esta la patria que debieraguardar mis restos.

—Eres injusto,—dijo el extranjero,—mientras es-tás tranquilamente sentado á tu mesa, sin temor deque un amigo ó uno de tus hijos vaya mañana á de-latar que adoras secretamente al Dios de Israel, ol-vidas que, en vez de este vino generoso, podría elfuego de una hoguera calentar tus miembros enve-jecidos. Como no recuerdas más que las alegrías dela patria, no consideras la muerte atroz que nosamenaza por todas partes. Ni las sombras de losfrondosos castaños nos convidaban al descanso, nilas ricas selvas nos incitaban al placer de la caza;porque, cualquier dia, estos árboles podían alimen-tar nuestra propia hoguera, y nosotros mismos lle-gar á ser las bestias salvajes cogidas por el caza-dor. Cuando oigo hablar así, daría de buen grado larazón á esos celadores indiscretos que atribuyentodos nuestros sufrimientos á nuestro excesivoamor á la patria, al orgullo y á la voluptuosidad

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que sentimos al encontrarnos en medio de los go-ces, con la fama que en ella hemos adquirido.

—Sí, sí,—contestó el padre;—pero no echemos áperder la fiesta con tristes reflexiones; varaos, be-bamos; Miriam, danos esos vasos venecianos: quete alumbre Chaje á la cueva, y tráenos las dos bote-llas que últimamente me ha enviado Castro.

—Exquisito,—dijo el extranjero, después de ha-ber probado el vino que le acababan de servir;—eslegítimo Valdepeñas; ¿quién te lo ha proporcionado?

—Como te decía, Ramiro de Castro me lo ha en-viado de Hamburgo; se ha criado con nosotros, hafortalecido con la edad, mientras que nosotros...

—Hemos vivido también, consuélate. Este vinodespierta en mí recuerdos disipados há largo tiem-po, ¿te acuerdas? Cierta tarde bebimos este mismovino en la posada próxima á la casa de doña Inés,que to había hecho esperar en balde; diste un pu-ñetazo en la mesa y juraste no volver á verla más,y al dia siguiente todo eran murmuraciones indis-cretas: ¡Querido Alfonso! ¡querida Inés! ¡ah! ¡ah!

Advirtió el padre por lo bajo á su amigo de lapresencia de sus hijos; pero el extranjero siguió sinhacer caso, al parecer, gustando el vino de su paísnatal.

—¿Te acuerdas,—replicó,—de aquellas divinasnoches de verano, cuando paseábamos por la alame-da en Guadalajara? Recuerdo, como si lo viera, quecuando á las nueve se tocaba el Ángelus y lodos sedetenían como por encanto para rezar un Padre-nuestro, cogías convulsivamente el sombrero en tusmanos y echabas chispas de tus ojos como si hubie-ras deseado poner fuego á todo el mundo, y no sóloal corazón de doña Inés; tú has sido siempre uncaballero peligroso. ¡Dios del cielo!—continuó des-pués de beber una nueva copa—aún se cubre mifrente de sudor cuando recuerdo el dia en que nosencontramos en Toledo delante de la iglesia deNuestra Señora del Tránsito. ¿Ves,—me decías re-chinando los dientes,—ves este magnífico monu-mento? Fue en otro tiempo una sinagoga de nuestrosantecesores. El que la construyó, Samuel Leví, lo-gró envilecer una potencia, y sin embargo, ha sidoun milagro que hayamos podido salvar nuestravida.

Asi se engolfaban los dos amigos en sus recuer-dos juveniles, cuando se atrevió á decir Baruch: «Noconcibo que se eche de menos un pais, en el cualamenazan á cada paso la traición, la vergüenza y lamuerte.

—Eres demasiado joven para ello,—dijo el ex-tranjero.—Créeme, aun cuando te fiscalicen el aireque respiras, hay horas y aun dias en que se puedeuno considerar dichoso y olvidarlo todo; aun cuan-do te envuelvan en el oprobio, aunque te arrojen átí y á los tuyos al lodo, hay un santuario que no

puede violar ningún poder de la tierra, la concien-cia de tí mismo y el círculo íntimo de los tuyos.Aun acumulados todos aquellos tormentos sobrenosotros, hemos sido dichosos.

—Pero es intolerable un cisma eterno en el alma,aparentando ser cristianos para el mundo y siendojudíos en el fondo del corazón.

—En eso ha consistido nuestra desgracia. Prác-ticamente lo he visto en tu tio Jerónimo.

—¿Por qué no abandona lo sombrío de su cel-da y se viene 4 vivir con nosotros?—preguntó Ba-ruch.

—Ya ha abandonado su celda, pues ha muerto...Sien tu juventud hubieras sido testigo de esta his-toria lamentable, hubieras adquirido una saludableesperanza para toda la vida.

—Referidnos tal historia, os lo suplico,—dijo enseguida; y Miriam, que se acercó á la mesa, uniósus ruegos á los de su hermano.

III.UN JUDÍO DOMINICO.

Después de beber de nuevo, Rodrigo Casserescontó lo siguiente: «Hará ocho meses recibí unacarta de Felipe Capsoli, de Sevilla; me asusté alleer el sobre, que decía: «A Daniel Casseres en Gua-dalajara.» Sólo un israelita imprudente podía usarmi nombre judío; pero, ¡cuál fue mi admiración,cuando me enteré de su contenido! «Daniel, decía,llegó el dia de la muerte y de la venganza, quieromorir entre los filisteos. ;Ah! es necesario que se-pan lo que es morir quemado... Ven á verme, es-toy vigilado por alguaciles de la Santa Hermandad.¡En nombre de Dios tres veces santo, por los res-tos de nuestros hermanos asesinados! te conjuroá que vengas cerca de tu hermano, que agoniza.Jerónimo Espinosa.»

No había lugar á dudas, el mismo Jerónimo habíaescrito esta carta; los rasgos finos y paralelos y elsigno reverenciado del Dios único debajo de la (Ir-ma, me convencieron de ello. Comuniqué a mis hi-jos mi resolución de ir á Sevilla, pero tuve la debi-lidad de dejarme enternecer por sus súplicas ylágrimas y renuncié al viaje. Casi olvidado del po-bre Jerónimo, tuve un dia un sueño horrible queme decidió á ponerme en camino al día siguiente.Con gran tristeza en el corazón abandoné á mis hi-jos, á los cuales hice creer que iba á Córdoba á verá su tia. Aunque pasé por esta ciudad, no fui á verá mi hermana, un impulso invisible me arrastrabaviolentamente hacia adelante. Llegué a Sevilla...Cuando pasaba por Triana, tocaban la campana delÁngelus. «Aquí vives, ardiente Jerónimo, decía enmí una voz interior; marcha hacia la capilla, mur-murando oraciones y maldiciendo en tu corazón.¿No tientas á Dios, atreviéndote, tú, israelita, á foiv

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mar parte del Consejo de la inquisición para ayudará tus hermanos? Entré en la capilla, me arrodilléhasta que terminó la misa, miré detenidamente álos monjes y pregunté á un .familiar por Jerónimo.Me contestó que Jerónimo estaba hacía dias entrela vida y la muerte y que no hacía más que delirar,hablando con Daniel en la cueva de los leones. Meguió á su celda. Dormía el enfermo con la cara vuel-ta á la pared, por cima de su cama había un Cruci-lijo, á su cabecera rezaba un monje, que me rogóno metiera ruido. El silencio sepulcral de la estan-cia era sólo interrumpido por la trabajosa respira-ción del enfermo y por el rezo del fraile. Por fin, elenfermo se levantó; no le reconocí: aquellos ojoshundidos en sus órbitas, aquellas mejillas escalda-das y aquellos labios pálidos habían trasformadopor completo la fisonomía de Jerónimo. Me recono-ció, sin embargo, y casi sin mover los labios, medijo: «¿Aún estás ahí, Daniel? Haces bien en no aban-donarme, nada tienes que temer; tú estás tambiénen la cueva de los leones, pero Dios te ayudará ásalir como ayudó en otro tiempo á nuestro profetade Babilonia. Sólo á mí me han chupado la sangre yla. médula y no puedo salir. ¿Me abandonarás?»

Abrigaba el temor de que mi visita precipitase sumuerte. No me explicaba que hablase como si yanos hubiésemos visto, y como si no le hubiesenunca abandonado. Hizo señas al que oraba á su ca-becera , cogió éste su libro debajo del brazo, ysalió.

—¿Se ha marchado?—preguntó entonces Jeróni-mo.—Pronto, dame lo que traes debajo del manto,que lo oculte en la cama. Cuando todos duermanesta noche , prenderemos el fuego y ofreceremoscon todo un gran holocausto para que gocen enello los ángeles en el cielo. Estoy atado , no puedosalir. Es necesario prender fuego por los cuatrocostados á la vez; pero apresurémonos, no sea queel Guadalquivir salga de su cauce para apagar lasllamas. Socórreme, que me va á ahogar el agua. ¡Se-ñor, Dios! he pecado, he renegado de tu santo nom-bre; ya que otras veces te has hecho ver por mediode milagros, cumple ahora uno, destruyelos; á mítambién, que he pecado.

Decía todo esto rápidamente, mientras se golpea-ba, sin que yo pudiera impedirlo , hasta que cayóhacia atrás casi sin aliento. Temí que hubieramuerto; iba á llamar, cuando de repente se dirigióá mí, y me dijo llorando: «Ven, dame tu manopura... pura de sangre de tus hermanos. Ha sidoinspiración de Satán, que yo, gusano de tierra, hayaquerido roer un árbol gigantesco, y expío mi orgu-llo. He renegado de mi Dios, y tengo una muerteinútil como la vida. ¿No ves ahí á mi padre? Vieneá socorrernos. ¿No oyes á los cautivos allí abajocantar aleluya? Si os libertamos, podéis morir. No

me miréis con tanta cólera, reconozco mi falta.»Volvió á caer, y fijó en mí sus ojos. Le supliqué poramor á Dios y á nosotros mismos que se tranquili-zase ; le referí que había venido, obedeciendo loque me decía en su carta; le dije que se calmase,que había salvado á muchos, y que Dios en su mise-ricordia, sólo tenía en cuenta la buena intención.

Me habló entonces con gran presencia de ánimo,de su muerte próxima y de lo que se alegraba deella; pero de nuevo apareció el delirio con más vio-lencia. Me pidió agua bendita, porque decía que mi-tigaba sus sufrimientos.

Al llegar la noche, se imaginó Jerónimo que lellevaban á un calabozo, que le ponían en el tormentoy gritaba incesantemente: «No soy judío, no sédónde se ocultan. Daniel, no me abandones.» Sedurmió, adelantaba la noche, yo me había resig-nado á morir, pues una sola palabra que nos hubie-ran oído bastaba para que me llevasen al suplicio;pero por fortuna toda la comunidad estaba aqueldia ocupada en la pesquisa de luteranos. Roguó áDios fuese misericordioso con Jerónimo y lo en-viase la muerte. ¡Hijos mios! es muy doloroso tenerque pedir á Dios la muerte de un amigo de la infan-cia; pero ¿á qué conducía prolongar su martirio? Sinembargo, estaba escrito que yo tenía que ser testigode cosas más horribles. Cuando estaba absorto enmis meditaciones, entró un familiar y me mandó quele siguiera á casa del inquisidor. Me arrodilló de-lante de él y le pedí su bendición. Me la concedió yme dijo en seguida: «Tú, que eres amigo de Jeró-nimo, si eres verdadero cristiano,—y me dirigióuna penetrante mirada,—procura convencerle paraque reciba los Santos Sacramentos antes de morir.»

Volví al lado del moribundo; aún dormía; me in-clinó hacia él y despertó. «Ven, dijo levantándose,aún hay tiempo. Ves, ya llega Gedeon con sus 300

j hombres al campo de los Medianitas. Silencio... notoquéis aún las trompetas, dejadnos cantar la misamayor.» Cruzó las manos y se santiguó tres veces.

Le roguó, le supliqué, lloró de miedo... Le hablóde nuestra infancia, diciéndole que trabajaba por mimuerte si se negaba á confesarse.

—¿Por qué no me confiesan,—dijo tranquilamen-te,—no soy sacerdote? Ven, lava mis manos impu-ras para recibir los Sacramentos.

Volví á casa del inquisidor y le dije que, aunqueseguía en su delirio, el mismo enfermo había pe-dido la Comunión. Reunió el inquisidor toda la or-den, y cuando todos iban recitando por el largo cor-redor los cantos fúnebres, Jerónimo unió su voz ála de los demás. Al terminar cantó él solo un Deprofwtdis con las manos cruzadas; después separóde repente sus manos, se cubrió la cabeza y cantóen hebreo: Santo, Santo Jehová, Dios de los ejérci-tos. Ave María grada plena, añadió casi maqui-

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nalmente. El inquisidor aprovechó este instantepara ofrecerle la hostia, que Jerónimo tragó conavidez.

—«El cáliz! el cáliz!—-gritó,—soy sacerdote.» Elinquisidor le ofreció el cáliz, lo cogió el enfermocon sus dos manos y comenzó á recitar sobre él labendición judía del sábado; al poco rato se pusoenérgicamente en pió y gritó: «A mí, Gedeon ¡rom-ped los cántaros! fuego! fuego!» Llevó el cáliz á loslabios, lo separó y lo arrojó violentamente contrala pared. Después cayó tendido y murió.

El extranjero se cubrió el rostro con las manos;nadie dijo una palabra para no perturbar la emociónde los demás. Reinó un silencio sepulcral. Al pocorato siguió:

«Yo estaba casi desvanecido al lado de la camade Jerónimo; á mis pies estaba el cáliz que nome atreví á levantar, temiendo encontrar mi ver-dugo. «Levántate, me dijo uno bruscamente; ¿cómote llamas?» Dudó,, lleno de angustia; ¿oculto mi ver-dadero nombre? La mentira me hace merecer lamuerte. Dije la verdad; me pidieron una prueba.«Nadie me conoce aquí, contesté, pero en Córdoba,mi cuñado D. Juan Malveda puede atestiguar queen la casa de los Casseres en Segovia, en casa demis abuelos, celebró su primera sesión la Inquisi-ción.» Me admiro aún del valor con que habló alinquisidor en aquel momento para mí decisivo. «Jú-rame, dijo después de una breve pansa; nó, no mejures nada; pero si dices solo una palabra de lo quehas visto, mueres en la hoguera con tus dos hijos.Te tengo cogido con lazos invisibles que no puedeseludir.» Mandó á un familiar que me acompañarahasta la puerta del convento. Si se toma á la letrala historia de Jonás, debieron ser iguales á las miassus sensaciones cuando se vio fuera del vientredel monstruo marino. Me pareció estar siempreoyendo el canto fúnebre, y sin embargo, me ro-deaba un silencio no interrumpido. Elevó mi vistaá la bóveda celeste; su luz penetró en mi inte-rior y me reanimó; y Dios, el Dios de los ejércitosveló por mí. Llegué á mi casa, ensilló mi caballoy salí a galope como arrastrado por el huracán;hasta el caballo parecía impulsado por una fuerzainvisible; galopaba por montes y valles, resoplan-do y echando espuma. Quizá, pensaba yo, ha en-trado en el cuerpo de este animal el alma de algúnenemigo feroz de los judíos, tal vez la misma deldifunto gran inquisidor, que está condenado á li-brarme esta noche de mis enemigos.

Seguía teniendo miedo hasta de mi sombra, y nodejaba de clavar mis espuelas en los ¡jares del ca-ballo... Vosotros los que habéis nacido libres y vi-vís con libertad ignoráis el trastorno que traen á lavida tales sucesos; la tierra desaparece, el cielo seoculta y la imaginación se puebla de fantasmas

TOMO VI.

Todo es entonces milagro, todo llega á ser incom-prensible, y más que todo, la propia existencia...Llegué á casa de mi hermana, en Córdoba, muy fa-tigado. Cuando fui por la mañana á la cuadra á bus-car mi caballo, le encontré muerto. Seguí mi cami-no en un corcel andaluz de mi cufiado, y al llegar ámi casa había perdido por completo mi antigua se-guridad y mi descanso. En cada amigo que me sa-ludaba eordialmente, en cada extraño que me mi-raba en la calle creía ver un emisario de ese horribletribunal, y esperaba que me enseñarían debajo desu manto é inscrita en su pecho la temible 1 rojiza.Dormido ó despierto, nunca me abandonaba la ima-gen de Jerónimo. Vendí todos mis bienes y partírodeado de mil peligros, pues ya sabéis que nadiepuede abandonar España sin un permiso especialdel rey. Envió mis hijos delante y por caminos ex-cusados. No quiero contaros lo que he pasado hastallegar aquí, porque es tarde.

—Sí, las lucos están gastadas y mañana es el diasexto, y es preciso madrugar. Vamos á acostar yque Dios os guarde.—Así habló el padre, y lodos sesepararon.

La vieja Chaje dormía hacia ya mucho tiempo,soñando con el matrimonio de Miriam, cuando la jo-ven entró y la despertó. «¿Qué ocurre?» preguntóla vieja, frotándose los ojos. «Roncas tan fuerte yhablas tanto al dormir, que me has infundido miedo,»dijo Miriam. En realidad, el temor procedía de quele parecía á la joven ver próxima á ella el fantasmade su tio. Chaje lo contó su sueño: «Puedes reir loque quieras, decía ésta, pero no olvides que tancierto es que lo que se sueña el viernes por la no-che se realiza al poco tiempo, como que hoy es sá-bado para todos.»

Miriam se alegró al encontrar de tan buen humorá la vieja, y logró que la siguiera hablando de sus^oño hasta que se durmió, despertando al dia si-guiente sin miedo ya al fantasma.

Baruch despertó muy preocupado. Aunque nohabía visto en la oscuridad el fantasma de su tio,no se había separado su pensamiento de la historiadel extranjero. Con voz fuerte y desde el fondo delalma pronunció Baruch la oración nocturna, y repi-tió hasta tres veces la fórmula del Exorcismo: «Ennombre de Jehovah, el Dios de Israel, á mi derechaMiguel, á mi izquierda Gabriel, delante de mí Uriel,detrás Rafael y á mi cabecera el Santo Espíritu deDios.» Se echó, cerró los ojos, pero tardó muchotiempo en dormirse; tan viva era su agitación inte-rior. Hacía poco que se había dormido, cuando ledespertó su padre para ir á la sinagoga.

BERTHOLD AUERBACH.

(Continuará.)

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ATENTADOCOMETIDO POR EL PUEBLO DE LONDRES EN 1688

CONTRA LA EMBAJADA ESPASOLA.

El fanatismo religioso y la arbitrariedad políticade Jacobo II de Inglaterra costaron el trono á estemonarca de triste memoria, valieron á la Gran Bre-taña su libertad religiosa y política, y ocasionaron áEspaña, en la persona de su representante, unaafrenta cual registran pocas los anales diplomáti-cos. Nuestros historiadores, ó por ignorancia ó porrubor, apenas si la mencionan: los ingleses la dedi-can tan sólo algunas líneas en son de excusa.Nada, por consiguiente, más natural y justo, á finde depurar la verdad histórica, que recurrir, paraexplicar este atentado tan interesante como pococonocido, y tan injusto como impropio de la renom-brada sensatez del pueblo inglés, á la correspon-dencia del mismo embajador español.

Años hacía que D. Pedro Ronquillo, experimen-tado y hábil diplomático (1), desempeñaba con no-table acierto y suma prudencia el cargo de embaja-dor de España en la corte de Inglaterra, cargo:i la sazón tanto más difícil, cuanto que atravesabaentonces esta nación el período más laborioso,trascendental y fecundo en sucesos políticos de suhistoria. El estado de España, tan impotente y aba-tido como el de su monarca, y el abandono en quesus ministros tenían á Ronquilllo (2), así en materiade instrucciones como de pagas, contribuían pode-rosamente á hacer más angustiosa y difícil la yaharta precaria situación de nuestro representante.Para el buen desempeño de anteriores embajadas ysufragar los gastos de largos y dispendiosos viajes,

U) Con motivo de su «MÍ31011 secreta al reino de Polonia en 1674»,tuve ocasión de ocuparme ya (le él en esta misma RSVISTA.

(2) Muchos párrafos de cartas suyas inéditas podría citar para de-mostrar la apurada situación de Ronquillo, poro basta el siguiente de suenría al marqués de los Balbases, fecliada en Londres á 8 de Agosto deKÍ88: «Yo lo paso de la calidad que V. E. puede conocer en. el tamaño<k> mis tíabajos los propios Sos produce la necesidad y los del amo elcelo con que le amo. Con esperanzas he engañado y me he empeñado enesta ocasión, y débole decir ast, poique lo que ha sido necesario, ajusta-(lamí ¡jte me cuesta la mhad más, creciendo las deudas y no satisfacién-doseme e! alcance, no comprendiéndose en él los desperdicios que oca-piona la falta de dinero, pues no se ha pasado un maravedí, porque nolos he incluido en mia cuentas ni tampoco los reiterados hospedajes.»

Al final de la enría, escribe en la antefirma de su propia letra: «Hallegado la congoja á no poder escribir, y si esto no viene mejor, será me-jor morir que perder el juicio. Confieso á V. E. que ya se me turba y micorazón desmaya sólo con estas pocas letras.»

Es muy interesante por otros conceptos el siguiente párrafo de lamisma carta: «Con mucho gusto recibo la enhorabuena que V. E. se sir-ve darme del nacimiento del Príncipe de Wallcs (hijo de Jacobo), que hade ser el que con ei tiempo adelante nuestra Santa religión católica, taunión de este reino y puede aer que nuestras conveniencias; y digo con eltiempo, porque por ahora nada de esto está próximo.»

había tenido Ronquillo que malvender ó empeñar suhacienda y hasta sus condecoraciones y coches,y tanto llegaron á apurarle sus acreedores en Lon-dres, que se vio en la necesidad de mantenerse en-cerrado en su casa por no exponerse en palacio óen la calle á ser escarnecido y ultrajado. Como sino bastase este cúmulo de fatales circunstancias,empeoraba aún más su posición la índole misma dolas negociaciones diplomáticas, el estado de lospartidos ingleses y la desacertada é impopular polí-tica de Jacobo II. Ministro de una nación católica,obligábale el interés político y la torpeza del parti-do jesuítico, que dominaba á aquel monarca, á incli-narse del lado del gran partido inglés, amante de sureligión y de sus libertades. Encerrado el rey Ja-cobo en una red de halagos, dádivas y promesas porel astuto Luis XIV, prefería la amistad y alianza deeste ostentoso monarca á los verdaderos interesesde su patria; y á trueque de ejercer despóticamentesu autoridad, ensalzar á sus fanáticos secuaces ó im-poner sus creencias á la mayoría de su nación, pres-tábase de buen grado á secundar los ambiciosos pro-pósitos del infatigable enemigo de la casa de Austria.Esforzábanse los buenos católicos, y aun el mis-mo Ronquillo, á quien distinguía sobremanera, enapartarle de tan funesta política; pero, ciego en supropósito, avanzaba de dia en dia por el precipicioque había de arrebatarle el trono (-1). El arduo óimportantísimo papel que en aquella gravísima cri-sis y en los trascendentales sucesos que ocasiona-ron su solución desempeñó Ronquillo, claramentese deduce, entre otras cosas, por la gran autoridadque los más eminentes historiadores modernos in-gleses reconocen en sus despachos, buscándoloscon avidez y citando como elocuente testimoniohistórico párrafos enteros de su correspondencia.Su acreditada experiencia política, el profundo co-nocimiento que tenía de todas las cortes europeas,las noticias fidedignas que de todas ellas recibía, suclaro talento y extremada sagacidad, le permitíanejercer saludable influencia en los más encumbra-dos personajes, así de uno como de otro partido.

Previendo el resultado fatal de aquella angustiosacrisis, escribía á su más querido amigo el marquésde los Balbases, el dia 11 de Octubre de 1688 (2).«...Cuando me librare de un insulto popular por ca-tólico, puede ser que no pueda evitar el del vulgode los acreedores de oficio, cuando habiéndolospagado pudieran ser la mayor defensa, y continuán-

(1) «La tema de S. M. Británica á seguir imprudentes consejos, per-

dió á los católicos aquella quietud en que les dexó Carlos II (de Ingla-

terra). V . E . asegure a Su Santidad que más sacaré del Príncipe (de

Orange) para los católicos, que pudiera sacar del Key (Jacobo II).» Carta

de Ronquillo del 8-18 Febrero de 1689.

(2) Archivo del Excmo. seflor marqués de Alcañíces y de los Balba-

ses. Correspondencia original é inédita de D. Pedro Ronquillo.

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N.° 96 A. R. VILLA. EL PUEBLO DE LONDRES, EN 1 6 8 8 . 307

dose el no haber entre todos los de esta casa unmaravedí, como dije el correo pasado, dejo conside-rar á V. E. qué prevención podré hacer ni para es-tar en casa ni para salir, que será indispensable porel servicio de Dios y del Rey; pero debo á Su Di-vina Majestad el hallarme en toda la buena disposi-ción que permiten los achaques habituales, pudion-do asegurar que en estas dos últimas semanas jamáshe vuelto á casa hasta las tres de la tarde y las docede la noche.» Son tan preciosas y poco conocidaslas noticias que á continuación inserta en esta carta,y muestran tan á las claras el completo conoci-miento que tenía, así de los planes y fuerzas que enHolanda disponía secretamente el príncipe Guillermode Orange, como de los del rey Jacobo, que porser muchas de ellas aún ignoradas de los historia-dores ingleses, las trascribimos á continuación:

«Ya se han aclarado mis prevenidas sospechas doque todo el armamento de los holandeses es paradesembarcar en esta isla, y se tiene noticia de quepara el -14 ó 15 de este mes, á más tardar, se em-barcará el príncipe de Orange: la más moderada dosu exército le compone de S.OOO caballos y 10.000infantes, y muchos le hacen de 22.000 hombres. Lamayor parte de la caballería es la que se compróal elector de Brandembourg y el cuerpo de curian-dos que sirve en Holanda con las guardias de á ca-ballo del Príncipe. La infantería se compone de losseis regimientos de esta nación, muy reforzados delas guardias de á pié del Príncipe y lo demás de ex-tranjeros, y todos los rebeldes refugiados se embar-carán. Ahora verá V. E. el motivo de la repugnanciade entregar los regimientos, pues todos son com-puestos de rebeldes. La armada consiste entre 60 y70 navios de guerra y más de 200 velas, en que vienela caballería y gran cantidad de forraje, y otros mu-chos pertrechos de levantar tierra. También vienenembarcadas 4.000 sillas, 4.000 pares do pistolas,4.000 carabinas y 60 piezas de artillería; y última-mente no se ha visto muchos años há tan grandearmamento de mar... Dicen que el motivo es con-quistar este reino de golpe, y entrar luego en la con-quista del de la Francia; pero lo más conocido es quelo público será por defender la Iglesia anglicana, ypor ser este Rey aliado del de Francia, pero el finprincipal mantener la suposición del Príncipe de Ga-les, ser este Rey incapaz de la corona por ser católicoy querer entrar el Príncipe de Orange en sucesión...S. M. B. está á toda prisa aprestando su armada, yasegura el General que en esta semana podrá nave-gar con 40 navios de bonísima calidad y de granfuerza y 20 brulotes, que si sale á la mar antes queel arribo de los holandeses, se verá un dia bien ca-liente. Hánse reclutado diez hombres en cada com-pañía de infantería y caballería, que compondrán elnúmero de más de 4.000 infantes y 600 caballos, y

esta recluta está ya acabada y se está trabajandoen la leva de tres regimientos más de infantería yotro de caballería, y se dan á soldados viejos y ex-perimentados, y en uno de infantería está nombradoel maestre de campo Gagos (1), que lo es en Flan-des del regimiento de escoceses; y antes de publi-carlo me habló este Rey, pidiendo al señor marquésdo Gastañaga (2) le diese licencia; y se cree que des-pués de prevenidas las pocas plazas que hay en In-glaterra y 2.000 hombres en Londres, podrán luegosalir á campaña más de 14.000 á lo menos. Y se dis-puta mucho si el Rey se quedará en Londres ó sepondrá á la cabeza del ejército; y bien considera-rá V. E. que para lo uno y otro hay grandes razonesy contradicciones, porque la persona real no sólo in-fundirá valor á las tropas y las hará fieles, perocontendrá mucho á los pueblos, que es adonde estáel mayo riesgo.» Las congojas y penas de este ce-loso ministro español se sienten mejor que en nin-guna otra parte en el siguiente párrafo, escrito ácontinuación de la carta anterior y después de lafecha, do mano del primer secretario de la emba-jada D. Francisco Antonio Navarro: «Antes de me-dio dia, cuando se ponía S. E. á hacer los despa-chos para el Rey, llegó el correo de España, y nohabiendo traído más que deshauoios en cuanto áasistencias y unas esperanzas tan dilatadas comolas del arribo de la flota, cayó en tal melancolía ycongoja, que no ha sido posible hacerlo formar des-pachos ni firmar las cartas que estaban escritas, ysólo ha hablado con un hombre que le vino á buscará cosa de las siete; y á poco rato, sin haberse des-ayunado desde ayer á medio dia, si no es con untrago de cordial por una congoja que le dio, tomóuna silla de alquiler, y con un lacayo, quitada la li-brea, salió de casa. Creo que será á algún negociode estos tan grandes y tan peligrosos en que estávt$>do, y siendo cerca de las doce y no habiendovuelto, he juzgado que tendrá á bien V. E. que nose vaya la posta sin esta carta y que en su nonnbrela firme, asegurando á V. E. que esto ha llegadotan á los últimos términos de la necesidad, que yaes imposible subsistir (3).»

(1) E! mismo que en tiempo de Felipe V llegó á ser uno de los másilustres generales españoles.

(2) Gobernador de los Pfllses-Bajos españoles.(5) Por este mismo tiempo escribía el Mayordomo mayor de la

Reina de España á otro distinguido personaje, residente en Italia y muyamigo suyo, lo siguiente, que copiamos de cartas autógrafas: «Los Reyespasaron el sábado al Retiro, y el lunes se fue el Rey á Aranjuoz, con qunahora es continua mi asistencia. Hubo en las fiestas de Páseua una fa-mosa comedia representada toda de camaristas, que salió cosa muy bue-na, y sarao, nHisiea y intermedios, que ba despertado á las damas dehacer otra, y la Reina de entrar en ella: la ha hecho nueva y apropiad-un valenciano. El primer papel de galán, la Reina; segundo galán, la seañora Pimentel; gracioso, la Figucroa; primera dama, Francisca Ewriquez;segunda, creo la Cardona; graciosa, Emanuela, hija de Abrantfis. Haysu música, torneo, sarao y cosas grandes, su teatro y todo recado.» En

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Estando la embajada española en este angustiosoy tristísimo estado, ocurrió la vergonzosa fuga delrey Jacobo II y los desórdenes y alborotos consi-guientes en la ciudad de Londres. Oigamos al mismoRonquillo la relación de sus desventuras: «Yo heexperimentado ya cuanto no se puede creer ni es-perar de los efectos de estas revoluciones. El mar-tes se juntó toda la canalla de este pueblo, y aco-metió la capilla que había sido de los Padres de SanFrancisco, que estaba vecina á mi casa; y despuésde haberla echado por tierra y quemado cuanto ha-bía en ella, que todo consistía en maderaje, vinie-ron en tan furioso tropel á la mia, que sin poderlesresistir forzaron las puertas, entraron en ella, y meobligaron á abandonarla y ponerme en salvo, comotambién lo hizo mi familia, esparciéndose cada unopor donde pudo, sin tener tiempo ni más elecciónque de salvar la vida. A un mismo tiempo acometie-ron la capilla y la casa, é hicieron en ambas tan fu-rioso destrozo, que por último han quedado con so-los los cimientos, y robaron y quemaron cuantohabía en ella desde lo más mínimo hasta lo másprecioso, sin reserva de cosa chica ni grande, siendoen mí lo más sensible mis papeles y secretaría (1).Yo anduve escondido toda aquella noche de unacasa en otra, porque en parte ninguna hallaba se-guridad; á mi familia le sucedió lo mismo, hastaque por la mañana nos encontramos todos en el pa-lacio de la reina viuda, en el aposento de un cape-llán suyo, en donde también luimos mal recibidosde la reina; y no hallando donde estar seguros, mepareció recurrir á la autoridad del milord meyre deLondres, como quien tenía la primera y la mayoren la ciudad, á cuyo fin le escribí, y la respuesta seredujo á negarme absolutamente la acogida que lepedía. A este tiempo vino en busca mia el maestrode ceremonias de parte del Consejo, que ya se jun-taba en 'Whitehall, á manifestarme de su parte elsentimiento que tenían todos de la atrocidad que lacanalla tumultuada había usado conmigo, y hacién-dome ofrecimientos de su asistencia para mi mayorseguridad. Y en repuesta de la que yo di al maes-tro de ceremonias, agradeciendo esta atención,volvió á decirme que el Consejo había resuelto queyo viniese á Whitehall y que se me diese aloja-miento para mí y mi familia en el cuarto del duquede York, donde quedo muy asistido del camareromayor del rey, milord Mulgrave, á quien el Consejo

olra carta poco posterior del mismo, se lee: «La comedia de las damas seprosigue, y todo es ensiyos, bailes, músicas y intermesesVA...»

(\) Perdió también Ronquillo en esta ocasión su rica y escogida bi-blioteca, reunida con tanto trabajo como celo en sus muchos viajes,«sirviéndole sólo de consuelo el haber tenido prevención de poder consu-mir el Santísimo» que estaba expuesto en su capilla. Los magníficos or-namentos de la del rey, que hablan sido depositados en Wild-House,cerca de Lincoln's-Inn-Fitílds, residencia de Ronquillo, fueron igual-mente pasto de las llamas.

encargó este cuidado, pasando la demostración áhaberme por mayor decencia puesto guarda de ar-cheros y ordenado que los oficiales del rey me asis-tiesen y tuviesen prevenido hospedaje en nombredel gobierno, donde estoy hasta ver en que paraesto, quedando tan en la calle, que nadie salvó másque lo que tenía en el cuerpo. Poro debo decirá V. E. que si bien lodos los hombres de juicio, deporte y aun los mismos tenderos sienten y abomi-nan extremadamente el desacato y dicen que esmenester que se me dé la reparación y satisfaccióncondigna, es menester que para que esto llegue átener una muy efectiva execucion, se sirva S. M.de mandar hacer en España lo que V. E. verá quelo represento, que es el prender, cuando no á to-dos, á mucha parte de los ingleses que hay, embar-gándoles sus efectos hasta la cantidad de ochocien-tos mil escudos, ó bien que se les saque fianzasabonadas, cuando no se quisiere pasar á la demos-tración de la prisión y del embargo de esta canti-dad, que será menester largamente para el reparode la casa y de la capilla, que desde los fundamen-tos necesitan fabricarlas de nuevo, y para la pagade las alhajas y dinero propio, y de muchos defuera, hasta de protestantes, que sin noticia mia ha-bían refugiado sus haciendas como en una casa quetodo el mundo tenía por la más segura de todo ellugar. Y esto aseguro á V. E. que insta tanto más áque S. M. lo mande executar, cuando viendo ya quelos mercaderes de España y de Canarias que hanvenido en cuerpo á hablarme, los reconozco en eljusto recelo y último miedo de lo que se puedeobrar en España en esta ocasión, y el riesgo quecorren sus haciendas por este caso, ellos clamarány serán los primeros que obliguen al gobierno ó alParlamento á que se me dé la reparación que todosgritan y que tienen por más que precisa; porque siesta gente llega á ver que este negocio no se tomaahí como ellos mismos temen que se tome, no seha de conseguir nada de cuanto hoy quieren elloshacer, y esto vendría á redundar en grave perjuiciodel Rey y deshonor nuestro, no dudando que estedesacato se ha cometido en mi casa más por el odiode la religión que por ningún otro pretexto de losque se quisieren ponderar, respecto de que la ca-nalla cuando empezó el tumulto gritaron y dixeronque venían, no á la casa del embaxador de España,sino es á la casa de las misas (1).»

En la postdata de esta misma carta (2) añade: «Yovoy cada dia padeciendo más, porque sobre la ne-cesidad que V. E. puede conocer que pide una dis-posición pronta para siquiera poder pasar en una

( 1 ) Está fechada esta carta en Whitehall á 24 de Diciembre

de 1688.

(2) Fechada igualmente en Whitehall S 27 de Diciembre.

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casa de posadas, se inquietan los acreedores y sehace su satisfacción más necesaria hacia lo públicoque hacia mí mismo, y que se tome la resolución quepropongo con los ingleses, haciéndome creer y nosin fundamento que de aquí se ha despachado correopara España y que esta es una de las razones de nopermitir que parta el mió, porque como han vistola atrocidad del exceso, saben que cabe en la razónla resolución fuerte que se tomare.» En otra cartadel 3 de Enero de 1689 se expresa así: «...A mi en-tender, el mismo Príncipe de Orange no esperaba loque experimenta, y yo no me atrevo á decii- á V. E.que estamos sin Rey, aunque se ha ausentado, por-que es posible que vuelva mañana, aunque yo creoque ahora (1) ha tomado más seguras medidas. Esmenester establecer un gobierno suficiente para ha-cer un Parlamento y hay disputas de quien le puedehacer, y ya se ven grandísimas para cuando estéjunto, muchas opiniones y parcialidades, un exércitovagamundo y ahora con más parciales por el Reyque cuando le abandonaron: y todo esto se ha deajustar antes de hacer una guerra; y yo dejo al jui-cio de V. E. si está más á mano el que sea civil quecontra Francia. Esta confusión pide más previamentela demostración que he consultado por la violenciarecibida, y entibiándose el fervor del escándalo conlas ocupaciones propias, es muy fácil que no haganestos hombres en el Parlamento la satisfacción yreparación que deben; y asi es preciso que los in-gleses de España lo acuerden con sus clamores. ElPríncipe de Orange se ofrece todo, mas no repruebaque de ahí venga el movimiento, pues como él dicehay sobrado paño en España para abrigar la desnu-dez y reparar competentemente las injurias. El Prín-cipe de Orange gustó de que yo quisiese verle ente-ramente incógnito, y de esta manera he estado unavez con él. Yo no sé qué figura haré no habiendoRey: no me toca discurrirlo, porque no quiero tenermás parte que la de obedecer. La desolación en queme hallo espero que V. E. la habrá visto por lo quele escribí hoy hace ocho dias. Más he sentido la dehabérseme levantado con las letras mi mercader:sólo dice que de una manera ó de otra he menesterpagar mis deudas, que en la forma que lo participopuede hacerlo con conveniencia, si acaso aquí no seatrepellan las sediciones, los insultos y las vio-lencias.»

Perdió á Ronquillo en esta ocasión la excesivaconfianza en su conducta como embajador y en lasbuenas relaciones que entre las dos cortes, es-pañola é inglesa, había, no creyendo necesariopor estos motivos pedir guardia para la defensa desu casa, como otros embajadores hicieron. De mu-cho tiempo atrás estaba asociado el nombre de Es-

Se refiere á la segunda evasión.

paña en el espíritu público inglés, así con la Inqui-sición y la famosa Armada invencible, como con lascrueldades de la reina María y las conspiracionescontra Isabel. Añádanse á todas estas prevencionespopulares los muchos enemigos que personalmentese había creado Ronquillo entre los mercaderes ycomerciantes, porque prevaleciéndose de su privi-legio pasaba sin pagar sus deudas, y se tendrá unaidea de los verdaderos motivos que á más del reli-gioso impulsaron al pueblo do Londres á cometersemejante desacato.

A pesar délas reiteradas manifestaciones de Ron-quillo al rey de España y á sus secretarios de Esta-do pidiendo, como era justo y debido, una repara-ción solemne á la nación española, al mismo tiempoque una indemnización á su ministro representante,el Consejo de Estado desechó con orgullo esto úl-timo, fundado en que «habiendo sido este hecho porun furor de pueblo, sin consentimiento del Gobier-no y antes contra su voluntad, como lo ha mostradola satisfacción que le han dado y le han prometido,parece que no hay juicio humano que pueda acon-sejar que se pare á semejante remedio,» y confor-mándose respecto á lo primero con las simples de-claraciones de buena amistad del nuevo Gobierno ycon el espléndido alojamiento, suntuosa mesa yregio ceremonial otorgado á Ronquillo en el de-sierto palacio de los reyes de Inglaterra. Así iter-minó este gravísimo atentado al derecho interna-cional, que da á conocer por sí solo la increíble de-cadencia de la nación española en el reinado deCarlos 11 y el abatimiento y letargo de aquella in-dómita floreza y brava altivez característica de me-jores tiempos.

A. RODRÍGUEZ VILLA.

LA NUEVA CALEDONIA.

DE UBATCHE A BALADE,

El interés de actualidad que resulta de las depor-taciones políticas que el Gobierno francos acuerdacon frecuencia á la Nueva Caledonia, habría debidoinspirar mayor número de publicaciones destinadasá dar á conocer detalladamente y en términos con-cretos aquel lejano país.

De algunos años á esta parte no han faltado ex-ploradores, y muchos de ellos, antiguos plantadoresde la Reunión, han sido personas muy competentesé instruidas, y es lástima que no hayan pensado enseguir el consejo de Miguel de Montaigne de «escrirece qu'ils scavaient,-» contribuyendo por tal modo ádar á conocer las regiones utilizables de aquel paístropical de salubridad excepcional.

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En cuanto se ha publicado sobre la Nueva Cale-donia se hallan con frecuencia las contradiccionesmás extrañas: no llueve jamás, dicen unos; las tem-pestades son cuotidianas, añaden otros; y, sin em-bargo, tales contradicciones no son con frecuenciasino aparentes, pues lo escritores, tomando la partepor el todo, escriben la Nueva Oaledonia sin de-signar el sitio, la región ó la tribu, y como aquellatierra es tan larga como de París á Lyon, tiene unasuperficie de 1.830.000 hectáreas (cuatro veces ladel departamento de los Altos Pirineos), está pobladapor dos razas indígenas física y moralmente dife-rentes, y se divide en las regiones: del viento, bajoel viento, Norte, Sur, tiene diferencias climatológi-cas diversas, grados de fertilidad no menos distin-tos, y lo mismo de todo lo demás.

Comencemos por el puerto de Ubatche, situado ála orilla del mar en el extremo Sudeste de un valleformado por cuencas costaneras, encerradas entrelas derivaciones Noroeste del cabo Colnett, por elcual principió el ilustre Cook el 4 de Setiembre de1774 la exploración de la tierra que á él debe sunombre europeo.

El establecimiento de Andrew Henry, colono eu-ropeo atacado dos veces por los salvajes, dio ori-gen á la creación en 1869 de un puesto militar cercade su morada y encargado de defenderla, compues-to de una treintena de hombres mandados por unolicial, á cuyo puesto se añadió luego un taller deunos cincuenta obreros de la transportación, eufe-mismo usado por el gobierno local para designar álos presidiarios transportados á Nueva Caledonia.

El valle, de una superficie cultivable de cuatrokilómetros cuadrados, ó 400 hectáreas, es suma-mente agradable, y la feracidad de su suelo con-trasta muchísimo con la mayor parte de los terrenosáridos del Norte de la isla. Ubatche está llamada átener gran importancia agrícola en porvenir no muylejano; pero para conseguirlo necesita brazos acti-vos y experimentados que sepan sacar partido de suhoy inculto suelo.

Como todas las islas montuosas de la zona inter-tropical donde soplan vientos generales, Nueva Ca-ledonia tiene una región, abundante en lluvias, lla-mada del viento.

Las altas montañas dominadoras, como el caboColnett, de la vertiente oriental de la isla, contralas cuales los vientos de alta mar hacen chocar unacapa de atmósfera tibia, cargada de evaporación delOcéano, condensan, ónfriándolos, los vapores dedicha capa, resolviendo en lluvia la mayor parte desu humedad, y no permitiendo pasar al otro lado delos montes, bajo el viento, sino una corriente deaire relativamente seco. De todo esto resulta que,en la región donde se levanta Ubatche, las lluviasson frecuentísimas y cuotidianas durante los cuatro

meses invernales; y, de consiguiente, es considera-ble el número de corrientes de agua; cuyas aguas,venidas de un terreno granítico cubierto de espesosbosques, son de una limpidez completa y de unafrescura tonificadora.

La región forestal de Ubatche parte desde las al-tas crestas de las cercanías y desciende por términomedio hasta la mitad de su altitud. Tras los bosquessigue, en mesetas intercaladas, una zona, comple-tamente irrigable, de terrenos de pastos. Al pié deésta se extiende una tercera faja de llanuras culti-vables, formada por los aluviones de los rios y arro-yos venidos de los bosques, sumamente rica enmateria vegetal disgregada ó humus. Una cuartabanda de terreno, pocas veces interrumpida, formauna hermosa cortina de cocoteros, los cuales ocul-tan, por dicha del plantador, el aspecto melancólicode la quinta y última zona de [ospaletuvios, especiede bosques marítimos de color sombrío y tristeelecto.

El hermoso valle solamente cuenta al presenteunos 150 á 160 habitantes indígenas; pero no siem-pre ha sucedido lo mismo, como puede comprobarel menos atento observador, poseído de asombro alcontemplar los ingeniosos sistemas de riego por es-calones construidos con arto por todos lados. Aquíun arroyo, obligado á torcer su curso para ir porun collado á regar los escalones de la vertienteopuesta; allí un murallon ó un gigantesco sumideroreúnen, con el mismo objeto, las aguas de un valle-cilio formado por pendientes cubiertas de arbo-lado.

EstQí trabajos hidráulicos alimentaban grandesespacios cultivados, y son testimonio irrecusable deuna población en otro tiempo numerosa, inteligentey trabajadora, la cual ha desaparecido, ó cuyadescendencia degenerada son los Canacos actua-les (1).

Saliendo de la estación de M. Andrew Henryy dirigiéndose hacia el Noroeste paralelamente á lacosta, se llega á Balade, á 25 kilómetros de Ubat-che, pasando por Puebo, á 10 kilómetros, dondehay una misión marista y un puesto militar, uno ácada lado de un hermoso rio, sobre el cual hay unpuente construido con troncos de cocoteros, puen-tes comunísimos en un país en el cual cada 500metros corre un rio. Cuando se trata de un cursode agua de cierta extensión es necesario ser algoequilibrista para no tomar un baño; por ejemplo, elrio Gauric tiene 85 metros en el sitio donde estáel puente, formado por diez y nueve caballetes enforma de X, en cuya abertura superior están colo-cados horizontalmente, unos á continuación de otros,

(1) Llámase Canaco, 6 Kanak, palabra de ortgen tahitiano, de la

lengua maori, que significa hombre, á lodo natural de la Oceanla.

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N.°96 i. PARQUET. LA NUEVA CALEDONIA. 311

para servir de tablero, veinte cocoteros sin cuadrar,ó naturales, cuyo balanceo es más fastidioso quesu pequeña anchura.

La primera mitad del itinerario de Ubatche á Ba-lade es espléndida; y cuando por primera vez seguíaquel camino, era una de esas mañanas hermosas ycortas, cuya existencia no es posible sino en las is-las de los trópicos. Un aire fresco y vivificante, em-balsamado por una vegetación que solamente deseavivir, llenaba mi corazón de un sentimiento debienestar que de buen grado llamaría confianza enla vida. Nada faltaba á aquel cuadro encantador,alegrado por el canto matinal de una tropa con va-riado plumaje, entre la cual sobresalía un pequeñogorrión de un verde metálico y cabeza escarlata,cantor infatigable de escalas amorosas.

Después de mi paso, aquel hermoso paisaje hasido teatro de sucesos trágicos, y ya no podrá pro-nunciarse el nombre de L'vanu sin asociar el re-cuerdo del asesinato del brigadier Bailly, coman-dante del puesto de Puebo en 1867, el cual no fuepor desdicha la única víctima.

Napoleón Varebate, gran jefe (1) de la tribu delos Muelebes, católico ferviente, vio con disgustola instalación en el territorio de su tribu de algunoscolonos europeos, unos protestantes y otros católi-cos indiferentes, colonos que, sin embargo, no ocu-pan sino algunas hectáreas; pero la intolerancia re-ligiosa y el temor de ver invadir su país por losblancos eran los motivos impulsivos de los Muele-bes para cometer acciones criminales no justificadaspor las pequeñas antedichas usurpaciones.

Desdichadamente los misioneros católicos de lasociedad de María no quisieron ó no pudieron inter-venir en favor de los colonos, y su silencio sola-mente sirvió de estímulo á los Canaeos. NapoleónVarebate quizás no hubiera obrado con tal pronti-tud sin su primer ministro Jerónimo Muhoira, espe-cie de Bismark color de chocolate, solapado diplo-mático, al contrario de su jefe, naturaleza másabierta, y aficionado á jugar á cartas vistas.

Verificóse un gran pilu-pilu ó meeting, y en éldecidieron los Muolebes la necesidad de purgar deblancos al país.

La autoridad de los jefes es grandísima en sustribus, y raras veces son desobedecidas sus órde-nes, sobre todo si á la expresión de la voluntadañaden la entrega del medio de realizar la orden,el cual no puede ser devuelto sino después de eje-cutado el mandato. Napoleón designó dos Canaeosrecientemente castigados por el brigadier Bailly,

(1) En caledonío Tenma, ó por abreviación Tea; por ejemplo. Tes •

Puma, jefe de la tribu de Puma. Las denominaciones de Aliki ó Ariki de

la lengua maori sólo se usan en la Nueva Caledonia para designar á los

jefes entre una porción poco numerosa inmigrada de la isla Uvea, del

archipiélago polinesio de las Wallis.

los cuales eran hermanos, y ciertamente no ha-bían olvidado el castigo, y les dijo dándoles dosrompe-cabezas: «Demene y Ven-urini, os doy estosrompe-cabezas para que matéis al jefe del puesto.»

La mejor prueba de que ambos ejecutores pensa-ban efectuar un acto meritorio, bajo el punto devista religioso, es que los dos comenzaron por co-mulgar. El 1 de Octubre de 1867 fueron ejecutadaslas siniestras órdenes de Napoleón Varebate, en-sangrentándose Uvanu con la sangre de sus víc-timas.

Pido al lector perdón por esta digresión lúgubre,y vuelvo á mi excursión á Balade.

La segunda mitad del camino tiene también her-mosos paisajes; pero poco á poco la aridez se ex-tiende las altas; montañas, descuajadas por el in-cendio, no alimentan fuentes, las aguas son me-nos y naturalmente también los cultivos.

De esta comarca decía Cook (1): «Las plantacio-nes exigen extraordinarios cuidados por causa delpoco fondo del suelo, y por eso no he visto en nin-guna otra isla del mar del Sur cavar á los isleñoscomo cavan los Neo-Caledonios.» Lo mismo ocurreahora.

Balade, llamado Uebunu por los naturales, fueel primer punto visitado por el ilustre descubridor,y también el primer puesto establecido por el con-tralmirante Febvrier-Despointes, quien construyóen 1854 allí un cuartel fortificado por medio deblockaus, uno y otros arruinados ya hace tiempo.

Creyóse por mucho tiempo ser Balade el nombreindígena de la isla, siendo el de una pequeña por-ción de la tribu de los Puma, con la cual entablóCook sus primeras relaciones.

Como todos los pueblos primitivos, los Neo-Cale-donios acostumbran á nombrar al país con el nom-bre de sus habitantes; por cuya razón la isla tienetantas denominaciones como tribus, es decir, unascuarenta.

Diez años antes de tomar Francia posesión (de laisla Balade había sido visitada por misioneros an-glicanos y católicos; y en 1843 el Bucéfalo, ga-barra del Estado, mandada por M. de La Ferrierc,desembarcó á los primeros padres maristas.

Ala distancia de una milla marina, 1.882metros,hay un islote de arena, llamado Pudiue por los Pu-mas, donde fue enterrado el caballero Huon deKermadec, capitán de navio y comandante de laEsperanza, venida con la Recherche, bajo las órde-nes de Brnny de Entrecasteanx, á permanecerveinte dias en el mismo fondeadero ocupado porCook veinte años antes.

Huon de Kermadec sucumbió á las fatigas de lacampaña. T.úvose mucho cuidado de que los natu-

Viaje de Co»k en 1174.

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rales ignorasen la triste ceremonia, pues ya se sos-pechaba acerca de su canibalismo.

El comandante de la corbeta Heroína plantó unacruz sobre la tumba en 1846; los misioneros la qui-tHi'on en 1847, cuando fueron expulsados por losisleños, para no atraer, por medio de la señal de lapaz, á los navegantes á aquella costa de comedoresde hombres.

Durante veintitrés años un montón de coralessirvió de monumento á Huon de Kermadec, hastaque en 1870 se colocó una tabla de mármol con unainscripción conmemorativa, en honor del distingui-do navegante, merced á los cuidados de la marina.

La misión marista de Huaga, fundada en 18S6por el R. P. Rugeyron, gozó de aparente tranqui-lidad hasta 1862; pero desde entonces comenzó lamala inteligencia entre los naturales neófitos y lastribus no convertidas de las cercanías. A las contes-taciones sucedieron muy pronto los actos abierta-tamente hostiles; y, por fin, los Canacos pusieronsitio á la misión. Para someter á los agresores, en-vióse una expedición, fundándose en Huagap unpuesto de treinta hombres mandados por un oficial.

El penúltimo comandante de este punto, tenienteTonmot, hombre muy valiente, se distinguió por lacaptura del jefe Ootidu, especie de ogro que habíallegado á ser legendario en el país. Lanzadas inútil-mente sobre su pista expedición tras expedición,jamás los blancos pudieron cogerle, y entonces31. Tonnot adoptó el partido de ponerse al frente detrescientos guerreros Neo-Caledonios, sin ningúneuropeo, para buscar por sí mismo al monstruosoantropófago, quien, no creyendo capaz á un blancode semejante audacia, no tuvo tiempo de huir.

151 puesto de Huagap está situado á 75 kilómetrosal Sureste de Ubatche, cerca del cabo Tuo y dela embocadura del rio Tiucca, al cual el Journalofliciel ha mencionado particularmente por ser másancho que el Sena en Paris; pero esto es una exa-geración, pues el punto de aquel rio donde el aguadeja de ser dulce, durante la baja marea, tiene 63metros de ancho entre las dos orillas, es decir, lamitad del Sena; después el estuario se extiendemás, pero ya no es aquello el rio.

Los grandes nos son imposibles en una isla tanpequeña, y el único de alguna importancia, nom-brado Diaot de Bonde, la tiene por correr por unvalle paralelo á la mayor extensión de la isla.

Afortunadamente, y en compensación, si los ver-daderos rios son raros, en cambio hay una prodi-giosa cantidad de arroyos, todos importantes parala agricultura, y algunos, por su estuario, tambiénpara la navegación costera.

La importancia de la vegetación de aquella tierratropical, rebajada por unos, ha sido exagerada-mente enaltecida por otros, y como la exageración

del valor de una cosa le hace perder el que tieneealmente, hemos visto volver desencantados á

muchos exploradores por esta sola razón.Mis ocupaciones técnicas me proporcionaron oca-

siones de seguir paso á paso las tentativas hechaspor varios plantadores, los cuales, imparcialmentejuzgados, me convencieron de que, sin realizar lasquiméricas esperanzas de algunos soñadores, pue-den conseguirse excelentes resultados prácticos,no saliendo de los tres productos de la agriculturatropical: azúcar, café y algodón.

En cuanto á la geografía antropológica, la NuevaCaledonia ha sido clasificada, entre las tres grandesdivisiones o'ceánicas, en la denominada Melanesia,la cual ocupa el inmenso espacio comprendidoentre el ecuador y el grado 45 de latitud Sur, y losgrados 110 y 180 de longitud oriental de Paris.

Esta división ocupa parte de las islas de la Aus-tralasia de los ingleses y de la Australhiklades delos alemanes.

Otros más autorizados discutirán el fundamentode estas distintas clasificaciones en cuanto á la tier-ra en cuestión aquí, pues los estudios acerca delorigen de los pueblos oceánicos presentan dificulta-des ante las cuales los eruditos no están de acuerdo.Yo me limitaré á dar al lector la parte menos hipo-tética de mis notas sobre la población autóctonaNeo-Caledonia.

Las cuarenta tribus indígenas forman dos gruposmuy distintos, procedentes ambos del cruzamientode las dos razas, papuasia y polinesia.

Este doble origen se apoya en dos razones geo-gráficas de gran peso; respecto á los papuas, lascadenas de islas que se extienden al Nordeste deNueva Caledonia por las Nuevas Hébridas, islas deLaperuse y de la Luisiada, hacia la Nueva Guinea óPapuasia, aparecen como los arcos rotos de unpuente gigantesco, y despiertan naturalmente laidea de un paso de una á otra por medio de la na-vegación costera de las piraguas, pues, por perfec-cionadas que estén, bajo el aspecto náutico, es im-posible admitir la hipótesis de un viaje directo,contra las corrientes y los vientos generales, porel inmenso espacio entre Nueva Caledonia y Pa-puasia, como piensan algunos viajeros.

En cuanto á los polinesios, las corrientes maríti-mas y los vientos alisios, han debido desempeñarun papel importantísimo, siendo una ventaja para lainmigración polinesia lo que era desventaja y obs-táculo para la papuasia. Esta circunstancia explicala presencia de los Uveas venidosde las islas Wallisá Nueva-Caledonia (después de haber hecho unaetapa en la más septentrional de las islas Loyalty, ála cual dieron su nombre), si dicha presencia nofuera relativamente reciente, según indica una tra-dición muy probable.

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N.° 96 J. PARQUET. LA NUEVA CALED0N1A. 313

Débese al cruce de los Uveas con los primitivoshabitantes Papuas los bellos hombres no rarosde hallar entre los Aramas, Pumas, Cumacs y en lamisión de Puebo, convertidos estos, pues aún exis-ten Uveas a quienes el bautismo no ha limpiado delpecado original, sin que la reputación de antropó-fagos, gozada por estos infieles, impida á los Uveascristianos mantener con ellos relaciones de comer-cio y amistad; por eso no pasa un día sin que algu-nos de estos comedores de carne humana aparez-can en el pueblo, acompañados con frecuencia de subronceada mitad.

Un puñado de pelos de ruseta (1), un rompe-cabezas de madera de palo santo para trocarlos portabaco, pipas, anzuelos ó tela encarnada , es casisiempre el motivo de su visita.

Si el salvaje visitante ha logrado por su industriaprocurarse un pantalón ó una camisa, ¡oh! entoncesentra triunfalmente en la casa de sus bautizadoscongéneres; pero esto es raro, sin embargo, y porlo común aparece en medio de ellos vestido á la mo-da de su tribu, es decir, en una desnudez que seríamás decente si fuera completa.

Algunas veces, sin duda, para atenuar la exce-siva sencillez de su traje, se cubre el cuerpo de ne-gro de humo y aceite de coco , y adorna su peludacabeza con una hoja de heliconia, alada en formade turbante con el mismo cordón que le sirve dehonda. Este atavío se completa constantemente conuna pipa, raras veces ociosa , pues los Canaques deambos sexos son fumadores apasionados.

La compañera del indígena, la popine, le sigue,vestida un poco menos sencillamente, con la cintu-ra rodeada por un cinturon fabricado con fibras depandanus, y llevando á su pequeñuelo en una espe-cie de estera sujeta al cuello y echada sobre la es-palda, cuando marcha.

La aparición de estos hijos de la naturaleza searmoniza mal con la heterogénea decoración de unpueblo de neófitos, y están mejor colocados en losbosques, donde interesa más el Neo-Caledonio enplena maleza.

Esta suerte tuve una vez en Febrero de 1870, en-tre los Qomenes, al pié del monte C'aala, yendo conel R. P. Empreint, misionero marista, y cuatro Ca-nacos de la tribu pagana de los Pumas. Estábamosdespachando un frugal almuerzo á la orilla de unfresco arroyo, en un sitio delicioso sombreado porun grupo de cocoteros de los más hermosos, cuandode pronto tuvimos la sorpresa de ver salir del bos-que seis naturales, cinco varones en traje de guerra

(1] La rusela Neo-Caledonia difiere poco de ]a de las islas Tonga,

Pteropus tongantts. descrito por los naturalistas del Astrolabio, Quoi y

Gaimard. Los indígenas fabrican cordones con el pelo de este animal,

los cuales llevan las mujeres como nuestras señoras llevaban no hace

mucho los sigúeme, pollo.

y una hembra. Nada más extraño que aquella socie-dad muy poco vestida, pero en cambio ampliamentepintarreada, hablando en alta voz y gesticulandoextraordinariamente. Acostumbrado largo tiempohabía á aquellas apariciones, la desnudez de aque-llas hermosas personas me parecía infinitamente

preferible á la mayor parle de los disfraces ridicu-los con que se cubren los pueblos á quienes el cli-ma obliga á vestirse. Es necesario hacer justicia alNeo-Caledonio del interior, al no inficionado por elcontacto con los mercaderes de la costa, el cual esmuy pudibundo, y sabe ocultar con gran cuidadolas enfermedades y deformidades con que la natu-raleza aflige al hombre.

En un santiamén estuvieron en medio de nos-otros, y mientras el reverendo padre, conocedor desu idioma, se informaba del objeto de su visita, nosentregaron sus pipas vacías, las cuales nos apresu-ramos á llenar.

El traje de aquellos tayos (1) era el arriba descri-to, más un hilo á guisa de cinturon, en reemplazodel pantalón y la camisa; y la honda, como todoslos Neo-Caledonios, la llevaban sujetando su adornode cabeza en forma de turbante. Cada uno tenía enlas manos un rompe-cabezas y una ó dos zagayas.

La expresión de sus fisonomías estaba llena dehonradez, y en vano busqué en ellos el sello ferozy solapado atribuido generalmente á los comedoresde hombres.

Mientras tanto, mi piadoso compañero de viaje lespreguntaba acerca de su inesperada aparición á talhora, á lo cual respondieron: «Blackmen pulluéto Ubatche, look Teama belong men-oui-oui, speaklo him Tea-Gomene all same tayo tayo.» Traducciónlibre: «Somos embajadores enviados por el granjefe de la tribu de los Gomenes al comandante su-perior de las circunscripciones del Norte (2).»^luchas veces traté de obtener de los Neo-Cale-

donios no cristianos algunas noticias acerca de suscreencias religiosas; pero sus contestaciones sobreeste punto me dejaron constantemente en la mayorconfusión. Sin embargo, creo poder asegurar queson antropomorfistas, y el gran jefe Cunna de Bnlu-pari me citó á uno de sus antepasados, el cual ha-bía conocido mucho á un potente personaje quetrasportó sobre sus hombros el monto Vitiambo,precioso piloncito de azúcar de granito de 700 me-tros de altura. Por estos rasgos se conoce álos héroes y semi-dioses de todos los paganismos;

(11 Tayo, expresión familiar, por medio de la cual se designa ha-

bilualmenle á los Neo-Caledonios. Esta palabra pertenece á la lengua

maori, y ha sido importada de Tahiü, donde significa amigo.

12) No se haga responsable al traductor español, ni del original,

soi-dismnt Neo -Galcdonís y en realidad medio inglés, ni déla traduc-

ción de la respuesta dada por los embajadores. Nadie como los franceses

para (empeí.—(N. del T.)

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el citado parece ser el Hércules Neo-Caledonio.Dudo que tengan un sistema teogónico, y no he

hallado sino supersticiones, algunas de las cuales,no obstante, manifiestan'cierto sentido místico com-binado con el instinto de observación de los fenó-menos astronómico-meteorológicos.

l'or eso entre los Payac las mujeres son tapiz, (1)durante la luna nueva, y la repetición de las tem-pestades en la neomenia por toda la extensión ha-bitada por dicha tribu, los ha inclinado a atribuir eltrueno al conjungo del Sol con la Luna, por cuyomotivo temerían cometer un sacrilegio peligroso siimitaran, durante aquel espacio, á las celestes po-testades.

Para concluir estas líneas acerca de un país deque tanto podría decirse, no puedo dejar de ex-presar mi sentimiento por contemplarle sacrificadopor los bandidos y asesinos.

Gomo antes dije, aunque situada en la zona tór-rida, la isla debe á su hermoso cielo, á su aire puro,á la dulzura de su clima, á la abundancia de susaguas, y sobre todo á la finura de sus brisas, ungrado excepcional de salubridad. Su suelo cultiva-ble es extraordinariamente fértil. Los animales do-mésticos se aclimatan perfectamente, y existe yaun tipo de caballo Neo-Caledonio, como monturapara los terrenos quebrados, muy preferible á loscaballos importados de Australia.

El país posee hermosos bosques, que no deseansino protección contra los incendiarios.

A. las ventajas y recursos ya enumerados se unen.,en cuanto al reino mineral, la malaquita, el hierroespecular y el oro.

(1) Tíipu ó Tabú, expresión familiar de cierto número de tribus oceá-nicas, cuyo origen es el mismo de los oiaoris, usado, sobre todo, enTaliiti, Haiatea, Bora-Bora, en las islas (le los Navegantes, etc., etc , y¡reneralmente empleada por los viajeros europeos para designar un estadode interdicción, durante el cual las personas ó las cosas protegidas ó con-denadas por ella se encuentran, según las creencias de los indígenas, bajola inmediata dependencia del Gran Espíritu.

No se puede quebrantar tal interdicción sin exponerse á las conse-cuencias más funestas, á menos de desunir su acción por medio de cier-ias 'ceremonias, exclusivamente dedicadas á los niños y á les an-cia rj os.

Existe e\ tapu involuntario, resultado de acontecimientos parciales,comió nacimientos, muertes, ciertas indisposiciones periódicas, etc., elcual sufren las personas á quienes ocurren los acaecimientos, ó los pa-rientes de Ia3 mismas.

El otro tapa es el facultativo, y se emplea con frecuencia para hacerinviolables los objetos cuya posesión se quiere asegurar; un campo (le¡guamas, una choza, una red de pesca dejada junto á un camino, etc.En tal caso, ios Neo-Caledonios plantan delante del objeto tapuado unavara, á la cual atan un puñado de yerba seca, y, si pueden, un girónde tela encarnada.

En Nueva-Caledonia casi cada tribu tiene sus términos propios paradesignar los varios tapus; en la costa Occidental los más usados son te ytonii.

Loe colonos llaman tabus á las chozas redondas de los jefes, casi comolos argelinos emplean la palabra marabnt para designar ciertas construc-ciones del culto musulmán.

No hay la menor exageración optimista en cuantoprecede, y opino que lo impuesto como pena á losforzados, pudiera ser una recompensa envidiadapor muchos hombres de bien.

JULIO PARQUET.

APUNTES PARA LA HISTORIA

TEATRO ESPAÑOL ANTIGUO.

Al Sr. D. Manuel Cañete.Cuando yo empezaba á manifestar mis aficiones

literarias, ya usted, Sr. D. Manuel, pasaba por elprimero de los críticos dramáticos españoles.

Cuando yo comencé á hombrearme—como aca-démicamente se dice en lo moderno—con algunosde nuestros distinguidos escritores, entre ellos conel más maestro de todos, con D. Aureliano Fernan-dez-Guerra y Orbe, supe por conducto de éste queal leer, ú oír leer, una carta que yo dirigía al autorde El libro de Santoña, usted había pronunciadopalabras que me honraban sobremanera; y hé aquíel motivo de dedicarle este mi primer artículo so-bre el teatro antiguo.

El Juicio critico del drama Don Francisco deQuevedo, de D. Eulogio Florentino Sanz, lo dediquéal sapientísimo Sr. D. Aureliano, al cual respetocomo á un padre y venero como á un maestro. ¿Aquién mejor que al ilustrador de Quevedo podíadedicar mi primer estudio sobre el teatro españolmoderno? Y después de todo, le debo tantos favo-res, que con mi agradecimiento, que es inmenso,jamás podré pagar la más insignificante de sus bon-dades. Él fue para mí padre cariñosísimo cuando,conociendo mi aíicion al estudio, pero también mifalta de títulos, me propuso para individuo corres-pondiente de la Academia de la Historia (1). Es ver-dad que con ello consiguió el discreto D. Aurelianoque yo, por tratar de corresponder á sus favores,escribiera dos ó tres tomos sobre la historia ó insti-tuciones de este país, que verán la luz públicacuando las cosas de por acá estén más tranquilas.

A usted, que si competente es en el teatro mo-derno lo es muchísimo más en el antiguo, sobre el

(1) La propuesta en mi favor de individuo correspondiente de la RealAcademia de la Historia fue firmada por los Sres. D. Aureliano Fer-nandez-Guerra y Orbe, D. José Amador de los Rios y D. Eduardo Saa-vedra y Moragas. Aprovecho esta ocasión para darles ligerísima pruebade mi agradecimiento, por la merced que recibí de dos varones taneminentes que con ellos se honra el nombre español y la Academia quelos cuenta en su seno. Tampoco deseo mostrarme ingrato con esta cor-poración; pero á ella quisiera dedicar, en prueba de mi afecto, algúnlibro que mereciera la pena de ser aceptado.

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cual se que tiene usted escritos cinco hermosos vo-lúmenes; á usted, á quien yo debo frases que nomerecía, debo dedicarle estos Apuntes del teatroespañol antiguo, para darle una prueba de mi agra-decimiento.

Explicada la osadía de mi dedicación, lea ustedahora el motivo de haberlos principiado á escribir.

Gústame, sobre toda ponderación, estudiar y dis-currir sobre el teatro, y tengo singular complacen-cia en hablar detenidamente de él con personascompetentes y que juzgo superiores á mi en lamateria.

Entre las muchas que hay en todas partes—por-que yo calzo poquísimos puntos, no sé si por faltade instrucción ó de talento, pero si que no de vo-luntad—hay aquí una que descuella notablementeentre las más entendidas en el asunto. Es el señordon Juan Aldama, bibliófilo consumado, erudito á sumanera, de gusto escogido, pero tan modesto y aga-zapado en su conejera, que no hay medio humanode que se lance por esos mundos de Dios para en-señanza de ignorantes.

He dicho que es entendido, y tanto, que si le die-ra por escribir, además de quitarnos la vez á los re-buscadores, había de haeerse un buen lugar entreHartzenbusch, Cañete, Mesonero Romanos y Guerra,que á tanto y á todo llegan sus fuerzas, contrares-tadas y vencidas por su exagerada modestia.

Uno de los últimos dias del mes de Diciembre delaño 1874 fuíle á visitar, y después de admirar losmagníficos cromos de las Mujeres célebres, y laCrónica de la corona de España, magnífica obra delsiglo XVII, tan magnífica, que ninguna de las mo-dernas la iguala; y de leer unos curiosos manuscri-tos autógrafos de Macanáz, Alberoni, etc., que otrodia publicaré comentariados, porque no dejan detener importancia para la historia del reinado deFelipe V; y de leer y hojear la edición del Quijotede López Fabra, encuadernada en pergamino al usode la época de su primera impresión, y la de Cle-mencin, y la fotográfica, y la de D. Jerónimo Morany Dorregaray, y... qué se yo cuántas más, que estaes su pasión favorita y principalmente la mia, tocó-les el turno á unas cuatro mil y pico comedias anti-guas que, por ser de Calderón y Lope muchas deellas, no podían sufrir con paciencia tan inexplica-ble olvido.

Habíamos llegado al lado fuerte de D. Juan Alda-ma. Brotaban de sus labios las observaciones curio-sas sobre todos los autores; hacía comparaciones deobras de distintos dramaturgos con acierto especial;apenas citaba un autor, cuando se le ocurría otro, yluego otro, y luego un montón de ellos y un montónde sus obras que hallaba siempre oportunidad dedecir; y cuando hubo barajado á su gusto todas lasobras y todos los autores con gran asombro mió y

de un joven escritor alemán, simpático á primeravista, y á primera y segunda para mí, por la granafición que á Cervantes mostraba , y más enteradode nuestras cosas de lo que su juventud prometie-ra, me preguntó con una naturalidad que me dioenvidia:

—Fermín, ¿por qué no se dedica usted al estudiodel teatro antiguo? Aquí tengo muchas obras queestán renegando do no encontrar crítico que las sa-cuda el polvo del olvido.

—Los honores le corresponden al dueño de laeasa,—le dije.—Hago causa común con esas obras;sus quejas me parecen fundadas, y no acierto ácomprender cómo usted, que tanto las conoce, noha echado á volar sus bellezas , hoy que hasta lasbellezas del alma á son de pregón se anuncian.

> —A la vejez viruelas, podría yo exclamar conTirso,—dijo él.

—Y nunca más peligrosas ni con más fuerza.,—contéstele yo.

—Es que yo no estoy en su edad de usted parapoder escribir.

—Ha pasado usted de ella , y nunca es viejo unescritor que tiene la mente sana y fresca.

—Gracias, Fermín; pero dejemos esto: yo gozomucho tóon hablar de mis obras, y quiero que ustedescriba sobre ellas.

—Por Dios, Sr. D. Juan, que fuera para mí placerinmensísimo el trabajar en unión de usted.

—No, el trabajo será de usted ; yo le daré lasobras que usted no tenga y...

—Y las observaciones, y la dirección, y...—Esto sería comerme lo que no he guisado.—Aquello sería adornarme con plumas de pavo

real.—Bueno, bueno, yo le ayudaré en todo cuanto

usted quiera.0»~Y yo lo manifestaré así en mis artículos.

—Se lo prohibo á usted terminantemente, y siasí lo hace, le retiro mi ayuda.

—Se acata, pero no se obedece. Su bondad mesalvará.

Y hé aquí de qué modo, y aun á costa de que elSr. D. Juan me niegue sus luces, he creído debermió referir á usted todo lo que sucedió entre mibuen maestro y un discípulo que aspira á ser bueno.

Discutimos el plan de mis Apuntes; el de autoresnos pareció impropio para mi trabajo; el de génerosdifícil, y quedamos sujetos al capricho, que es elmás caprichoso de todos los métodos. Autores pocoilustrados, obras desconocidas, paralelos convenien-tes, comparaciones oportunas y orígenes ignorados,todo esto será lo que dé materia para mis Apuntes,que, si Dios me da salud, formarán unos cuantostomos. Ojalá pesen mucho, aunque abulten tan sólocomo un librillo de papel de fumar.

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Para explicación basta lo dicho; para mostrarlemi gratitud, deseo que lo que sigue valga algo; pero,•aunque fuere malo y poco valiese, no quilate porello mi afecto y consideración, que para probarleuuán su admirador y servidor suyo soy, ocasionesse lian de presentar, porque, como dice una obra delteatro antiguo que usted conoce mejor que yo,No hay plato que no se cumpla, ni deuda qv¡e no sepague.

Vilorta.—Diciembre de! afio 1874.

ANTONIO ENRIQUEZ GÓMEZ.

I.

Enriquez frisaba ya en los sesenta años.Débil de cuerpo, aunque no de espíritu, vacilaba

tembloroso por las calles do Amsterdan, y en su malreprimida exacerbación notábase la presencia la-tente de ciertos dolores morales que apesadumbra-ban su alma y de ciertas tristezas cuyo recuerdo leafligía de cuando en cuando.

Con uno se encontró, cuando discurría por lascalles, que debía ser muy su amigo á juzgar por elconiocimiento que del tal paciente manifestaba tenery déla pregunta, que prontamente tuvo respuesta.

Así encontrados, entablaron la siguiente conver-sación :

—¡Oh, señor Enriquez! Yo vi quemar vuestra es-tatua en Sevilla.

Y el aludido, que en aquellas circunstancias nopodía ser otro que Antonio Enriquez Gómez, con-testó prestamente con risa, como dice Adolfo deCastro:

—Allá me las den todas.—¿Y cómo por acá quien tantos aplausos obtuvo

en los más celebrados corrales?—¡Ay, amigo mió! Bien joven entré á servir á mi

patria, abandonando, en Segovia donde nací, á mitimante padre. No obtuve mala recompensa por misservicios militares, y una capitanía, puesto muypreferido por mí, fue suficiente premio á misafanes.

—Cuentan que sois también caballero de la ordenportuguesa de San Miguel, y que esta merced la de-béis á Juan IV, nuevo rey de Portugal. Por ciertoque no dejan de extrañar que no habitéis y prestéisel apoyo de vuestros talentos al rey de la que fuepatria de vuestros antepasados.

—Debíla á mi Triwnfho Lusitano, y por muchoque yo ame á España y Portugal, no volveré, quede ambos países me alejan mis creencias reli-giosas.

—Pues gran aplauso merecisteis en vuestras mo-cedades de vuestros compañeros literarios; y á lapar que obteníais el primer laurel poético en la ciu-

dad de Cuenca, eran aplaudidos El Cardenal de Al-bornoz y Fernán Méndez Pinto, y tomabais parte enla Fama postuma á la vida y muerte de Lope de Vegaen 1635.

—Preciso fuéme para ello cambiar mi verdaderonombre Enrique Enriquez de Paz por, el de AntonioEnriquez Gómez con que me conocen.

—Todavía hay más: suponen algunos que habéisadoptado el de Fernando de Zarate para escribirlas obras dramáticas, en algunas de las cuales de-fendéis doctrinas bien contrarias á las que abri-gáis.

—¡Por Abrahan! que esos badulaques me conocenpoco y mal. ¿De dónde han sacado los de los índicesexpurgatorios que yo soy Fernando de Zarate nique El Capellán de la, Virgen, San Ildefonso es obramia? ¿No he dicho bien claramente que las comediasmías son veintidós, y he dado también sus títulos?Mis obras dramáticas, que formarán dos volúmenes,son: El Cardenal de Albornoz (dos partes), Engañospara reinar, Diego de Camas, El Capitán Chinchi-lla, Celos no ofenden al sol, El rayo de Palestina,Las soberbias de Nembrol, A lo que obligan los celos,Lo quepasa en media noche, El Caballero de Gracia,La fuerza del heredero, La casa de Austria en Espa-ña, El trono de Salomón (dos partes), El Sol parado,Contra el amor no hay engaños, La prudente Abigail,A lo que obliga el honor, Amor con vista y cordura,Fernán Méndez Pinto (dos partes). Por mis opinio-nes judaicas abandonó España, y bien recibido fuien Francia por mi rey Luis XIII, á quien he servidode consejero y mayordomo, con verdadero amor yrespeto. Aquí vivo retirado, entre los de mi secta,y como la muerte se me acerca con paso rápido, nosé si tendré tiempo de rendir el último tributo degratitud al rey Luis y á las muchas amistades queen Francia tengo.

—¿Y cuándo daréis al público vuestras obras,como lo anunciáis en el prólogo de Sansón Nazare-no de 1656?

—Mucho me temo que mis ocupaciones lo retra-sen y la muerte me lo impida; cuando ésta se acerca,por pronto que sea el pensamiento, suele ser tardala realización.

—Pues que Dios os llame, cuanto más tarde me-jor, á su santa morada.

—Lo mismo os deseo, aunque por lo que miro,muy mozo sois para emprender tan pronto el viajeeterno.

—La guadaña que siega, lo mismo corta la yerbafresca que la seca. Soy muy vuestro, señor donAntonio Enriquez Gómez.

—Disponed de mí pronto, porque, si no, la muertehará inútiles mis ofrecimientos, mi amable desco-nocido.

Y aquí se separaron.

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N.° 96 F . HERRAN. EL TEATRO ESPAÑOL ANTIGUO. 317

II.

A 1,0 QUE OBLIGA EL HONOR.

Dice el Sr. D. José Amador de los Ríos en LaCrónica del 1." de Julio del año 1857, que «logranen todas las literaturas ciertos ingenios el muy en-vidiable privilegio de llamar exclusivamente laatención de la crítica, anulando su personalidad yeclipsando su gloria la gloria y la personalidad deaquellos escritores que, ó no alcanzaron tan altanombradía durante su vida, ó no tuvieron la fortunade hallar quien los patrocinara en la posteridad porgrande que fuere realmente su mérito. Mas, ya seanastros menores, cuyo brillo no ilumina á larga dis-tancia, ya pueda repetirse respecto de sus obras elhabent sua fata libelli, no por esto debe descono-cerse que tienen dichos ingenios, aunque de se-gunda clase, verdadera significación en la historiade las letras, resplandeciendo en sus produccionesmuy excelentes dotes y avalorándolas con frecuen-cia espontáneas bellezas y flores de extraordinariafragancia,» y esto puede aplicarse con sin igualoportunidad, á la vez que a otros muchos ingenios,al que es conocido con el nombre de Antonio Enri-quez Gómez; así eomo también puede y debe de-cirse, con el Sr. D. Antonio Gil de Zarate, que «elsiglo actual se presenta come gran reparador deobras inmortales que permanecen ocultas bajo mon-tones de escombros ó en sitios ignorados hasta quellega un dia en que la investigación de atrevidosarqueólogos y laboriosos eruditos las sacan á luz.»

Es, en efecto, Enriquez un poeta de más que me-diano mérito, sobre todo como poeta lírico y escri-tor filosófico, aunque algo amanerado y empapadohasta la médula de los huesos del culteranismo ygongorismo.

Entre sus otras obras dramáticas, las hay de tandiversa índole, que muchas veces se duda que pue-dan ser del mismo autor.

Á lo que obliga el honor, que no es de las peores,es un drama trágico con pretensiones de históri-co,—aunque en aquellos tiempos la llamasen come-dia famosa como á casi todas las producciones dra-máticas,— de argumento poco interesante, auncuando su final sea trágico. Este mismo argumentolo recuerdo en otro drama cuyo título no viene á mimemoria.

Argumento. El Re> D. Alfonso XI conoce el amorque su hijo el Príncipe D. Pedro tiene hacia doñaElvira de Siarte, y para hacerle desaparecer todaesperanza la casa con I). Enrique de Saldaría, impo-niendo de este modo la acción del drama. Nadaconsigue, porque el Príncipe, con una terquedadmuy natural en su carácter, la asedia, y D. Enriquellega á convencerse de que su mujer tiene relacio-nes amorosas con D. Pedro; desesperado y creyén-

dose ultrajado en su honor, concibe el pensamientode asesinar á doña Elvira, y lo lleva á cabo en unacacería, despeñándola. La acción pasa en Sevilla ySierra-Morona, y en ella toman parte algunos per-sonajes de la corte.

El amor concebido por el Príncipe, á pesar de serpertinaz y artero, sin nobleza, no es de esos queobligan á remedios tan extremos como el tomadopor I). Enrique de Saldaña. Ningún sentimientogrande y noble. Ni la pasión del Príncipe es verda-dera, ni mucho menos está bien pintada. La mitadde la obra se halla sin justificar. Escenas hay depuro lujo, y otras que parecen aisladas y que mere-cen más meditación. Sus personajes no merecen eltítulo de caracteres. La dama es débil y combatida.Ni aun el mismo Saldaña, que es exagerado y nomuy bello, á pesar de ser el más elevado y sos-tenido.

En la primera escena parece adivinarse que elmóvil que guía al Rey al casar á Saldaña con doñaElvira es el de libertar á su hijo do la pasión quepor ésta siente; pero luego se ve esto á oscuras.

Versos buenos y de conceptos elevados. De losmejores trozos de versificación son estas quejas dedoña Elvira:

Aquí acabó mi esperanza:qué horror! qué desasosiego!qué pérdida! qué fortuna!qué adversidad! qué tormento!qué muerte! qué error! qué pena!qué castigo! qué desprecio!qué dolor! qué pesadumbre!y sobre todo, ¡qué fuegotrajo una palabra solapara mí, que en un momentoalma, corazón y vida,majestad, amor, sosiego,

^ poder, valor y cordura,ser, albedrío y deseoarruinó con una acción,taló con un casamiento,heló con sola una vistay abrasó con un desprecio!

Y la contestación del Príncipe D. Pedro:Tú con llanto, hermoso dueño?

quién dio disgusto á tus ojospara parecer más bollos?quién á tus hermosas niñas,conchas lucientes del cielo,sacó perlas, á pesarde los nácares de adentro?

Simón, que es el gracioso plebeyo, papel escude-ril, necesario, indispensable en todas las obras delos ingenios de aquel teatro, tiene una relación quecausaría envidia al más remilgado de nuestros rmo-zalvetes, que á los veinte años pretenden estar can-

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sados de las mujeres. Dice á Leonor, doncella dedoña Elvira, que pretende llevarle á las horcas ma-trimoniales:

Porque todas las mujerescarecen de condición:si es altiva, es intratable;si es necia, es impertinente;si es hermosa, nada siente;si es fea, es irremediable;si es celosa, es atrevida;si es noble, nadie la agrada;si es pobre, desconfiada;si es rica, desvanecida;si es limpia, muy melindrosa;si es necia, es un Satanás;si es soberbia, un Barrabás;si habla poco, es maliciosa;si habla mucho, es un molino;si es liberal, es perdida;si es avara, mal nacida;si es loca, es un desatino;si el marido es algo bueno ,ella luego es algo mala;si no hay cada mes su gala,hay cada dia un veneno.Si no la quieren, se emperra;y si la quieren, no quiere;si no hay paseo, se muere;y habiéndole, es todo guerra;la más fina, es más ligera;la más cuerda, más taimada; (1)la más sabia, más errada;la más dócil, más entera.De modo que es, en rigor,si lo quieres entender,para un hombre la mujer,la ninguna es la mejor...

Y á medida que adelantamos en el examen deeste drama, más nos convencemos de que lo mejorque tiene son los versos, y de éstos no todos, y ex-cluyendo por supuesto dos malos sonetos que elautor pone en boca de D. Enrique y D. Pedro.

Preciosas son algunas de las quintillas de doñaMaría de Padilla:

Enternecióse de suerte,que con valerse, señor,de su valor firme y fuerte,poco á poco la coloriba llamando la muerte.

Los ojos, que recelabanser fuentes para vivir,tan en secreto lloraban,que acordaron de partir

Las perlas que adentro estaban (1).Pero como su dolor

era efecto del penar,á pesar de su valorel uno quiso llorar,y el otro enjugar su honor.

Temerosas se asomaronpor las pestañas dos perlas,y apenas se descolgaron,cuando quisieron beberíaslos mismos que las echaron.

Pero, como las seguíanotras, y entramo podían,por no darse á conocer,se quisieron resolveren el fuego que traían.

Pero, como el llanto hacíainstancia y nunca cesaba,tanta cantidad venía,que apenas una acababacuando otra luego salía.

Aún dejamos un buen romance do D. Enrique enla terminación que es semi-trágica, semi-bufa.

¿A. qué el casamiento de Simón y Leonor—nom-bre demasiado elegante para una doncella?— Elmismo autor se contesta:

porque la comediano acabe sin casamiento.

De todas maneras me parece un pegote.Hallo innecesario el papel de doña María.Debo confesar que Simón es de los graciosos más

valientes del teatro antiguo; pero se parece á Gilotey Riaño.

III.

A LO QUE OBLIGAN LOS CELOS.

Esta comedia es de alguna intriga, pero se des-cubre el enredo, que es muy rebuscado en la esce-na entre el Rey y Octavio.

La escena pasa en Hungría en una casa del montey en el palacio real. Básase el enredo en ser des-conocidos una madre y su hijo, producto de un en-lace inverosímil. El Rey de Hungría es padre deLisardo, y luego esposo de la madre de éste. Ter-mina la obra reconociéndose el Rey y Laura, du-quesa de Belflor, que es un carácter noble, y des-hace el agravio en la dama Anarda, con la cual secasa su hijo Lisardo. Al cabo el título se justifica.Tiene bellas situaciones. La obra es regular.

Después del carácter de Laura, el de Anarda essostenido, y en su pasión, altiva y celosa. El criadoGilote es el gracioso enredador y cobarde, y tanmal servidor como hablador importuno, que endilga

En una edición del siglo XVII dice:

La más cuerda, es taimada.(1) En la misma edición citada del siglo XVII dicedentro en vez de

adentro, y dos versos después en vez de efecto, afecto.

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N.° 96 E. NAPIAS. PASEOS DE UN BOTÁNICO. 319á lo Sancho Panza cuentos y anécdotas a pelo ycontrapelo; él haco el enredo de la fábula, ó, di- 'ciendo mejor, embrolla el argumento con sus men-tiras á trocho y moche.

La versificación es más dura y rebuscada que lade A lo q%e obliga el honor; tiene, sin embargo, al-gunas tiradas de versos buenos y otras regularos.En la escena del primer acto, entre Laura y elRey, los hay buenos en boca de éste. En el segun-do, una regular relación de Gilot.

lió aquí unos versos tan propios, á pesar de susrecargos, como impropios son los de las quejas dedoña Elvira en el drama que anteriormente hemosjuzgado. Dice Anarda á Lisardo:

Ah, traidor,robador de toda el alma,falso, atrevido, alevoso,sin nobleza, ni palabra,mal caballero, villano,sin honor, honra ni fama;amanto vil, novelero,sin firmeza, ni constancia,sin verdad y sin amor,tirano siempre á mis ansias,ladrón sin piedad ni ley,cruel, aleve

La escena con que termina este acto segundo —jornada—es la más hábil del drama, interesante,animada y viva. No conozco ninguna otra de estegénero, superior á ella en las obras de EnriquezGómez. En Tirso de Molina sería la peor.

El tercer acto, que es el mejor y más dramático,tiene movimiento y hay peripecias bien combinadas.

FERMÍN HERIUN,

de la Academia cervántica española.

(Continuará.)

PASEOS DE UN BOTÁNICO.

LA VIÑA.

El viajero á quien las circunstancias obligan áatravesar durante el invierno los campos borgoño-nes, experimenta un penoso sentimiento de tristezaal aspecto de las laderas grises del país, sobrelas cuales suben en líneas regulares los esque-letos negros y disformes de la viña. Por escasapiedad que tenga, cualquiera se conmueve al verla pobre y querida planta, afligida por la esclavituddel cultivo, retorcer desesperadamente en el airehelado su nudoso tronco y sus brazos delgados, ydejar correr amargas lágrimas por las tijeras delpodador. Pero en cuanto el sol acaricia sus secas y

duras ramas, y sonríe la primavera, todo cambia depronto; un verde amarillento alegra aquellas lade-ras poco há desoladas, y cada botón, al abrirse alfin de cada rama, produce anchas hojas ó racimos deolorosas ñores. Estos floridos racimos serán mástarde racimos de frutos, y, cuando sean cogidos*las laderas, sonriendo con los últimos soles delotoño, se colorearán de tintas calientes, rojas 6doradas, las cuales conservarán hasta que la viñahaya dejado caer á sus pies sus postreras hojas.

Estos fértiles campos, de paisajes á cada instantevariados, vamos hoy á pasear, por si en ellos.en-contramos á los dichosos vendimiadores, entonandoeste año sus más sonoros cantares, pues la recolec-ción será abundante y el vino excelente, según di-cen. As! sea.

La viña pertenece á la familia de las ampelideas,del vocablo griego ampelos, que quiere decir viña;y es una planta de tallo sarmentoso, cuya corteza,al envejecer, se hiende y se separa en largos fila-mentos; sus hojas son anchas y palmeadas. Flo-rece en Junio, y sus flores, de color verdoso, oloro-sas, y reunidas en racimos, se componen de un ca-licillo con cinco dientes, una corola con cincopétalos, soldados entre sí por sus extremos supe-riores, y saliendo de una sola pieza; cada flor tienecinco estambres, en el centro de los cuales se en-encuentra un pistilo globuloso, el cual constituirála uva, hinchándose y llenándose de un líquido azu-carado.

Los pámpanos de su tallo indican que la viña esuna planta trepadora, y, con efecto, solamente leson necesarios un punto do apoyo y libertad paraadquirir un gran desarrollo. Los pámpanos, decíaPlinio, crecen sin cesar. Sin embargo, pocas vecesadquiere, contenida y enfrenada por el cultivo, lascolosales dimensiones otras veces por ella alcan-zadas cuando libremente crecía en bosques todavíavírgenes, y de las cuales la historia nos ha guarda-do algunos ejemplos en verdad prodigiosos. La es-calera, cuyos peldaños llegaban al techo del tempilode Efeso, se componía de una sola cepa. Las colunn-nas del templo de Juno, en Hetaponte, estabanconstruidas de madera de viña y eran de una solapieza, y délo mismo era la gran estatua de Júpiter,existente en tiempo de Plinio en la ciudad de Po-pulonio.

¿A quién debemos el descubrimiento de la viña?A Baco, responde la mitología griega; á Orisis, loatribuyen los egipcios, y á Noó, según la Biblia,entre cuyas afirmaciones no es posible decidirsepor uno de los tres importantes personajes, porcarecer de documentos fehacientes. Lo, al parecer,indudable es que la viña es originaria de los paísesorientales, y ser los fenicios, aquellos primeros yvalientes navegantes, quienes la trasportaron con

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320 REVISÍA EUROPEA.—26 DE DICIEMBRE DE 1 8 7 5 . N.° 96

ellos en sus viajes y dotaron con ella las islas delMediterráneo, Grecia, Italia y su colonia de Marse-lla. Nuestros hermanos los galos no fueron los úl-timos en hacer de ella el merecido caso, y, porhaber probado el buen vino abundantemente reco-lectado en el Norte de Italia, algunas tribus galasdel país de Chartres, Auvernia y Berry, atravesa-ron los Alpes para establecerse en el país productordel precioso licor. A estos galos oenófllos debemosla útil invención de los toneles, sustitutos de lospellejos antiguamente usados.

La viña se aclimató con rapidez en la Galia, y sucultivo no tardó en extenderse. Julio César encon-tró cubiertos de magníficas viñas los alrededores deMarsella y Narbona, y los majuelos se habían ex-tendido y multiplicado aún más, cuando en el si-glo I de nuestra era tuvieron los romanos el tirá-nico capricho de hacerlos arrancar todos. Hasta 28ila Galia se halló de nuevo sin un pié de viña; pero enaquella época el emperador Robus concedió á losgalos la tan deseada libertad de este cultivo, y hastaempicó en él á sus soldados durante el descanso dela paz. Importáronse cepas de África, Italia y Grecia,y poco á poco se plantaron cuantas laderas hubo pro-pias para la viña. La extensión de tal cultivo pareceno sin influencia sobre la civilización. Valmont detiomare nota ingeniosamente que hasta después dela universal multiplicación de la viña no han cesadoen sus emigraciones los pueblos de Europa.

Los botánicos enumeran en el género viña unaveintena de especies, cuya mitad son originariasdel antiguo continente, y las demás han sido traídasde América: el número de variedades es incalcula-ble, pues en Francia solamente se conocen más dedoscientas setenta.

Hablar de los productos de la viña es casi ocioso,pues todo el mundo sabe que su fruto, la %va, nosda el vino, y accesoriamente el alcohol y el vina-gre, sin contar los derivados químicos de uno yotro. Todo el mundo sabe también que la cualidadd«l vino varía, no solamente según la especie de lavid productora, sino también según la naturalezadel suelo y del clima. Lo que no es tan sabido en ge-neral es la extensión del cultivo de la viña en Fran-cia, su producto medio, y el movimiento comercialque produce; vamos, por tanto, á citar algunascifras.

El cultivo de la viña ocupa en Francia dos millo-nes de hectáreas, produciendo anualmente cuarentamillones de hectolitros de vino, con un valor dequinientos millones de francos. Si á esto se añadeque nuestros toneleros fabrican cada año por valorde ochenta millones de francos; que la suma gas-tada en trasportes asciende á treinta millones, yque los derechos sobre los líquidos producen lomenos ciento veinticinco millones al Estado y

ochenta millones á los ayuntamientos, puede calcu-larse el movimiento comercial producido por laviña en Francia en más de un millar de millones.

El producto más importante, después del vino, essin contradicción el alcohol. La manera de prepa-rarlo es tan conocida y parece tan sencilla, que fá-cilmente cree cualquiera que ha de haber sido co-nocida desde la más remota antigüedad; y, no obs-tante, no es así, pues solamente se la conoce desdeel siglo XIII, en el cual descubrió el alcohol unmédico francés llamado Arnault de Villeneuve, quí-mico ingenioso, hombre sabio para su época, cuali-dades que no impidieron los anatemas de la facul-tad de Teología de Paris, por cuyo motivo se vioobligado á abandonar su patria después de haberladotado con tan gran descubrimiento.

Otros países producen abundantemente vino, yentre ellos los vinos licorosos de España é Italia soncelebrados con justicia. Sabemos apreciar conequidad los productos fuertes y aromáticos de lasorillas del Rhin y de Hungría; pero podemos conderecho enorgullecemos de los vinos franceses, conlos cuales ninguno extranjero puede entrar en com-paración. Además tenemos para todos los gustos,desde los vinos blancos, secos y claros, hasta elfuerte producido en Auvernia y Rosellon, sin hablardel trasparente Beaujolais que brilla en los vasoscon destellos de rubí. Pero, sobre todo, tenemos elBurdeos, que calienta á los viejos y cura á los en-fermos; el BorgQña, que da al par alegría, fuerza yvalor, y hace florecer en las mejillas su fresco ber-mellón; el Champagne, que hace relampaguear dealegría á los ojos y reir á los labios.

Dn. ENRIQUE NAPIAS.

Las últimas novedades poéticas en los Estados-Unidos son: La máscara de Pandora y otras poe-sías, por H. W. Longfellow; La Nave en el De-sierto, por Joaquín Miller; Nerón, drama histórico,por el escultor, músico, poeta y actor, W. W. Story,y Pastorales del hogar, baladas y otras composicio-nes Úricas, por Bayard Taylor.

***En San José de Costa-Rica se ha empezado á pu-

blicar una Revista trimestral, titulada La Ratón. Ladirige D. José María Aguirre, conocido allí comoperiodista y poeta.

**#D. José de Jesús Zubriceta ha presentado en la

Exposición de Chile un nuevo sistema de músicaque elogian los periódicos: la República termina asíun artículo que le consagra:

«Este solfeo está fundado sobre la escala de donatural, y constituye una serie de más de 300 lec-ciones progresivas, principiando por la más senci-lla y terminando con la más complicada, interca-lando en él de la manera más sencilla las principalesdificultades de la música.»