revista el6a nº 1
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Cultura Independiente Cuentos, Microcuentos, Cuentwitos, FotografiaTRANSCRIPT
I S S N 0 7 1 8 — 9 5 4 0 C U L T U R A I N D E P E N D I E N T E
EL6A R E V I S T A
N° 1 / Año 1 Edición Trimestral
Septiembre-Octubre-Noviembre
EN ESTE NÚMERO:
Sebastián Aguirre
Juan Pablo Arias
Frank Bilderberg
Christian Bravo
Ysabel Briceño
Juan Pablo Cozzi
MAC Dibujante
Eloísa Echeverría
Vifube
Alejandro Flores
Jaime Henríquez
Manuel Gatica Holtmann
Rodrigo Honores
Cristian Lagunas
Dilou Mafuag
Alma Maldonado
Minda
Leonor Monnez
Santiago Ocampos
Serenade
Óscar Rodríguez
Rosibel Palomera
Leopoldo Vidal
ARTÍCULO ESPECIAL Las tesis: un primer acercamiento al mundo
de la investigación
LITERATURA Cuentos
Poesía y más
FOTOGRAFÍA
ARTE VISUAL
Equipo DIRECTOR GENERAL Matías Fuentes A. EDITOR DE CONTENIDOS Sebastián Aguirre H. REPRESENTANTE LEGAL Víctor Fuentes B. ASESOR LEGAL Jaime Henríquez M.
Revista EL6A
CULTURA INDEPE
NDIENTE
ISSN 07
18-9540
N° 1 - Año 1
Edición Trimestral
Septiembre
Octubre
Noviembre
REVISTA E
L6A
— I
nformación G
eneral
CONTACTO
E-Mail: editorial.los.se
FACEBOOK: EDITORIAL LOS
SEIS ANTONIO
TWITTER: @edlos6antonio
WEB/BLOG: http://editorial
losseisantonio.blogspot.
com
AGRADECIMIENTOS Revista EL6A agradece de antemano a sus colaboradores y lectores por creer en
esta aventura. También a Ignacio Fuenzalida, Alejandro Oñate, Camilo Provoste,
al blog http://concursosliterarioschile.blogspot.com y a todos quienes difundie-
ron la convocatoria anónimamente vía redes sociales. A Lissa Lagos por la incon-
dicionalidad. A Ulises Aguirre y Cecilia Hernández por la acogida, además de
permitir las reuniones de trabajo hasta altas horas de la noche y a
―DieguitoooxxX‖ por su asesoría en el diseño.
STAFF EDITORIAL VICTOR FUENTES BESOAÍN Director General XIMENA ZAPATA RODRÍGUEZ Directora Proyectos ALEJANDRO FLORES PINTO Director Creativo MAC Director Arte TATIANA BESOAÍN NAVARRO Directora Traducciones MATÍAS FUENTES AGUIRRE Director Nuevas Tecnologías
Colaboradores de este número - R
EVISTA E
L6A
Poesía Manuel Gatica Holtmann
Obra: "Se nos acabó el berrinche"
Contacto: [email protected]
Santiago Ocampos
Obra: El peregrino de la luna creciente
Contacto: [email protected]
http://www.elserafodelplata.blogspot.com
Eloísa Echeverría (Magdalena Cortes) Obra : "Tiempo persiguiendo soles."
Contacto: [email protected]
http://www.echeverriaeloisa.blogspot.com
Cuentos
Serenade (Cecilia Ananías) Obra: “Cómprelas o cómpresela”
Contacto: [email protected]
http://nopiensoniexisto.tumblr.com
Cristian Lagunas Obra: Consumĕre
Email: [email protected]
http://decrepitoverdorimaginado.wordpress.com
Rodrigo Honores Obra: Amor Intelectual
Contacto: [email protected]
http://bajounaservilleta.blogspot.com/
Juan Pablo Cozzi Obra : Boceto
Contacto: [email protected]
http://bastardillas.blogspot.com
Cuentwittos
Ysabel Briceño Romero Obra: Segundos bajos
Contacto: [email protected]
http//laciberguenza.blosgpot.com
Rosibel Palomera Martin
Obra : La Mentira
Contacto: [email protected]
Minda Obras: Rojo Tinto Sangre - Olvido
Contacto: [email protected]
http://monologobohemio.blogspot.com/
@elecktrapink (Alma Maldonado) Obras: “Nubes Grises” y” Miedos”
Contacto: http://
magicastarbling.blogspot.com
Leonor Monnez (Denise Montes) Obra: A Felipe
Contacto: [email protected]
Microcuentos
Frank Bilderberg (Franco Espinoza) Obra: “Pánico y Locura en la Vega Chica”
Contacto: [email protected]
http:/www.drogokulturadiktiva.blogspot.com/
Óscar Rodríguez (El Desapercibido) Obra: El Traidor
Contacto: [email protected]
http://pasaba-desapercibido.blogspot.com
Leopoldo Eric Vidal Meyer Obra: “El Presente”
Contacto: [email protected]
Christian Moisés Bravo Vargas Obra: Jenny Wren
E-mail : [email protected]
Fotografía
Juan Pablo Arias Obras: "Fluio" y “Agua”
Contacto: [email protected]
http://www.flickr.com/agujerodegusano
REVISTA E
L6A
— S
UMARIO
6 - Artículo Especial
La Tesis
10 - Cuentos
24 - Poesía
29 - Microcuentos
36 - Cuentwittos
ARTES V
ISUALES
5
CÓMIX PAGE
por Mac.
Artículo Especial
Un primer acercamiento al mundo de la investigación
Convencionalmente, el grado académico que se agrega al títu-lo profesional debería indicar las capacidades investigativas que posee la persona que accede a los mismos, con la cumbre del doctor, como un potencial destacado estudioso y generador de nuevos conocimientos.
Licenciados (en ciertos países) y magísteres (su equivalente en otras naciones), se entiende son personas con un dominio me-nor de las artes investigativas de tipo científico.
Tradicionalmente, esto se podía notar en que a un abogado no
se le laureaba como licenciado en leyes, sino licenciado en ciencias jurídicas y sociales; un periodista no resultaba licen-ciado en periodismo, sino en ciencias de la comunicación. Se puede notar el intento de vincular el grado académico a una ciencia, porque de eso se trata el asunto.
Para ser abogado, periodista, o el profesional universita-rio que sea, se estudia durante cinco años una serie de asigna-turas y se hace alguna práctica. Pero para ser licenciado o magíster había que aprender algo diferente, porque sino entregar esos grados es simplemente usarlos como anzuelos para atraer clientes: cuál universidad otorga más beneficios a la clientela por los mismos estudios.
Entonces ahí entraban en funciones las tesis o memorias,
donde los estudiantes durante un año realizaban un estudio ri-guroso, preferentemente empleando el método científico, lo cual les permitía hacer una especie de práctica investigativa, si se permite la expresión.
Estas tesis, reforzadas con algunos cursos previos de meto-dología de la investigación, justificaban entonces que el fla-mante profesional, aparte de ser sociólogo (su profesión) fue-ra licenciado en sociología (su grado dentro de una disciplina científica).
El tiempo pasado que usado en el párrafo anterior se debe a
que, en buena medida, tal lógica se ha desnaturalizado bastante por el uso arbitrario de los grados académicos, transformados en incentivos para elegir una u otra de las empresas de servi-cios (universidades) que titulan gente en Chile.
Y, aunque parezca insólito, el grado académico se ha trans-formado en un símbolo de estatus, más allá de los reales aportes que signifiquen para la persona los conocimientos adquiridos. Esto lleva a una desvalorización de los grados y a la necesidad (social) de ir por más. En conclusión, los estudios de posgrado están a la orden del día y son negocio redondo.
Aún quedan programas de estudios de pregrado donde se man-
tiene la idea original de enseñar algo especial para ser un graduado (aparte de un profesional): saber de métodos y técnicas de investigación, especialmente si tales títulos caben dentro de una disciplina científica. Tesis y memorias deben seguir siendo el primer ejercicio metódico y riguroso a través del cual algu-nas personas pueden descubrir su interés por la investigación científica. Aún en un país tan pobre en investigación científica.
Artículo E
special
7 La tesis
Alejandro Flores P.
Fotografía
8
SANTIAGO TRAS EL LENTE
Juan Pablo Arias
Cuentos
Mírame bien, ¿me estás viendo?
La noche no dejaba de destrozar sus pensamientos, los es-
parcía por su cama como pedazos de un cristal destrozado y
vuelto a destrozar: se repartían perdidos y sin conexión, su
mente era una marea de ideas sueltas y sin sentido común que
fluía hacia la realidad convirtiéndose en un torbellino frag-
mentado de gotas autónomas y agónicas.
¿Qué somos?... bueno, no mucho.
La verdad es que somos nada ante un todo máximo y sublime,
contra quien todos a veces hemos querido atentar pero que a la
larga termina domando nuestro espíritu (si no lo hace, bueno,
te hará desaparecer).
Me cansas con tus meditaciones… sólo abrázame
Te abrazaría si pudiera, pero estás tan lejos. Mis brazos
te alcanzan ¿pero podré alcanzarte yo? Conectarme contigo es
una tarea casi imposible (por no decir utópica)… cada uno de
nosotros vive su realidad y en verdad nadie se entiende, nadie
se comprende. Están todos tan preocupados de sí mismos que no
son (y no somos capaces) de compenetrarnos con el otro y asu-
mir su condición como personas, como iguales… me siento como
vedado de entenderte… siento que hay algo que no puedo sen-
tir, porque se me ha prohibido. El individualismo: la soledad
de estar en sociedad…
¿Has visto la luna?...
Silencio, quiero dormir.
Y yo quiero morir…
Cuentos
11
Jaime Henríquez Mella
Mírame bien
No es la misma cara por la que había sentido antes la brisa en el delgado abanico de sus pestañas. Tampoco son los mismos ojos. No es la boca, ni el cuello, ni el dorso de su nariz marmórea. Pero sí es proyección, perspectiva, equinoccio, línea de fuga. ¿Qué hay en este modelo vivo que no hubo antes en otros, o quizás sí había en Ella? Trazado a carbón, el retrato parece tener más vida que la flaca osamenta sobre la cual se
sostenía una cara perfecta. Su pose de gato azuzado blandea el pelo oscuro sobre un hombro y sostiene unos cuántos músculos tiesos. Nadie puede aguantar en esa posición más de diez minu-tos. Ella sí.
Me distraigo en el detalle del paisaje. Aquí, donde no lle-ga mi mano a rozar el cálido hielo de la modelo desnuda, no hay paisaje: el cuarto silencioso la rodea, las caras serias de los
dibujantes, la música hueca de la carbonilla y el roce perma-nente de las miradas austeras. Pero en la hoja, detrás de la estatua viva hay un palco, un coliseo, un arroyo, el Palatino y el cielo nublado con la luz diagonal que había imaginado Leo-nardo. Si existieran, de hecho, habría ángeles y querubines so-brevolándola excelsos. Pero no los hay. Y es cierto que la cara del retrato no es la misma cara del modelo. Aunque sí la curva-tura del hombro y el cuello agazapados.
Un timbre opacado por paredes de concreto da por finalizada la hora y la modelo recupera lentamente su movilidad. Busca sin mirar su bata. Nadie la mira ahora. Yo, finjo extraviar algo, procuro demorarme más que el resto de los retratistas, que ya guardaron sus hojas en carpetas y maletines, sus lápices en mo-rrales pardos, sus ojos en pares de lentes oscuros, y volaron a la calle. La veo tomar su ropa con cuidado, no tiene frío, pero hace frío. Ya sin excusas para retrasar mi salida, junto mis
cosas y abandono la habitación. La modelo queda atrás, ponién-dose un saco largo y grueso, apagando la estufa y cobrando su salario. Yo, escalones abajo, no volveré a voltear para verla una vez más. En mi carpeta está todo lo que quise de ella y to-do lo que querré siempre.
El tren tarda en llegar. Una persona me pregunta la hora.
Le contesto con un susurro apenas. El viento llega ahora desde el andén y hace instantes decidí no volver a pisar la escuela.
Con el tiempo, sé que haré cientos de copias de el retrato que hice minutos antes de abandonarla, y cada nueva copia será más
infiel que la anterior, resguardando aquella cara perfecta en ese rincón de la memoria al que no podré volver nunca más.
Cuentos
12 Boceto
Juan Pablo Cozzi
La veo muy sentada, ignorando la lluvia que arrecia, rodea-
da de un campo magnético propio (un paraguas). Viste de blanco, con un delantal a cuadrillé rojo y que combina con el activista que pasó raja corriendo, perseguido por un guardia, aún llevan-do la lata de spray en la mano (el activista, no el guardia). Ella tiene una pañoleta blanca atrapando la cabellera, no por-que se crea rockera o pirata, sino que pa’ no echarle pelos a la comida. Ella vende empanadas:
- Calentitas, de pino y de queso mis niños. Llévelas ¡que se acaban!
Es una figura incólume entre el laberinto de pasillos, ca-minos tejados y no tejados, pastos, facultades, cafeterías y baños. Su pelo es cano, lleva lentes. Aparenta la edad de mi abuela (la que conversa con sus figuras de porcelana y pone bi-lletes en una figura de elefantito), pero es más delgada, menos blandita. Y está ahí sentada sobre el frío concreto, en una uni-versidad cualquiera y vendiendo como si nada.
Los estudiantes pasan. Uno, dos, tres, diez, doce, diez de nuevo y me aburro de contar. Lluvia y viento, Concep-ción es tropical, pero sin el calor; también es antártico, pero sin la nieve; además es costa, pero sin el olor a mar.
Siento lástima por ella, que no debe sentir el trasero arriba del supuesto asiento y ni para el pastito le alcanza (sólo barro nos deja el invierno). Más allá, unos rastas ven-diendo hamburguesas y brownies con “yapa”: los comes y terminas hablando de cerdos volando en vez de dar la disertación (me han contado).
- Niños, apúrense en comprar, están calentitas. Por el otro lado del camino pasa una mina llorando, despe-
dazada por algún profesor incierto, en algún certamen indefini-do, de un ramo random.
- ¡Segunda vez que me lo echo!- rabea sola en voz alta. Pero ella no me da pena. Vuelvo la mirada a la abuela de
las empanadas a $250, lleve 3 en $600, que están calentitas y se van a acabar. Y que pare de llover, Dios!
- Se me pasaron las zapatillas, tengo una pecera en las pa-tas- comenta el estudiante uno.
- ¿Cómo no? ¡Si mira como llueve!- responde el estudiante dos.
- ¿De arriba pa’ abajo? Los obreros no paran de meter ruido y, a pesar de estar a
su buena distancia, dejan un sabor a pasta muro en el aire. Los constructores y sus estúpidos arreglines para dejar semi-parados los edificios devastados: un día de estos inventarán un parche curita lo suficientemente grande como para pegárselo a la Facultad de Educación…
- Deja de divagar, por la oh! Me meto la mano al bolsillo: un par de monedas, dos boletos
de micro, mi pase, una pelusa, un chicle abandonado. Suficien-te. Me acerco hacia ella…
- ¿Me da dos de pino?- pregunto. Sonríe con esas sonrisas que sólo las abuelitas tie-
nen: - Gracias hijito, están calentitas!- me repite.
Cuentos
13 Cómprelas o cómpreselas
Están realmente buenas o yo realmente cagado de hambre. Disfruto
cada sabor entre mi lengua: cebolla, carne, más cebolla y algún aliño inidentificable. Luego de comprarle, me siguen un par de es-tudiantes más. Genial, he salvado a la abuelita y ya puedo volver tranquilo a mis estudios para el certamen final (ligeramente ten-tado por la presencia de navegados que preparan los estudiantes de Sociología, un par de hectáreas de pasto más allá).
Estudio. La importancia de Sigmund Freud radica en descubrir el
inconsciente… - ¿Sigmund Freud tuvo el primer apagón etílico de la historia? Olor a vino caliente y naranjas. Tienen una olla gigante y un
cucharón ídem pa’ revolver. También está pasao’ a sopaipas y cho-ripán. Estúpidos sociólogos que me tientan, quieren enseñarme lo que es estar realmente inconsciente. No importa, porque el psico-análisis…
- ¿Qué? ¿Entraste a sicología para ver si te podías arreglar la cabeza?
Pasa una chica corriendo sin polera y hasta allí llega mi estu-
dio. No sé qué le echarán a ese vino, pero definitivamente está más fascinante que el certamen. Tendría que estar loco (y es-tar estudiando con los de Periodismo) si dejara desperdiciar la oportunidad de pasarlo la raja. Aunque por otro lado, no voy a aprobar el ramo… le echo una última mirada a la vendedora, como buscando una señal divina, no sé…
Se ha retirado a una esquina retirada (valga la redundancia),
pero aún así la alcanzo a ver: se quita la pañoleta, también el pe-lo… y como hay más pelo abajo, deduzco que es una peluca. En rea-lidad es rubia y de pronto se ve más alta. Se saca las ropas y tiene una buena figura. Y ropa cara, de esas que vale la pena ex-poner la marca. Se cambia los lentes por unas gafas de diseñador. Saca el perro celular. Ah, no, perdón… un Blackberry. Y dice así a su interlocutor:
- Terminé con mi experimento social. Ven a retirarme. Dicho y hecho se estaciona un Mercedes Benz negro (como si se
hubiera teletransportado, como si hubiera caída con la lluvia) y ella se sube.
Retiro la mirada hasta la última línea de mis apuntes y leo: ...la realidad es subjetiva. La construimos nosotros mismos. Y creo que al fin estoy de acuerdo con mis libros. …y se me quitaron las ganas de tomar.
Cuentos
14
Serenade
15
CÓMIX PAGE — MAC DIBUJANTE
Fotografía
16
SANTIAGO TRAS EL LENTE
La ambición me mató, me arrastró aquí. Alcanzo a ver un ra-yito de luz filtrándose en la celda y busco algún objeto al cual sujetarme. Es muy curioso como desde niña tuve un extraño aferramiento a las cosas nuevas. Cada que recibía regalos, una sensación placentera me subía desde las puntas de los pies has-ta el cerebro. Como la única hija, me dieron regalos únicos, escogidos especialmente para mí. Mis hermanos, que eran cuatro, se conformaban con recibir un par de aburridos pantalones, o camisas del mismo modelo. Por eso siempre supe que mi madre escogió mis obsequios con cierta delicadeza. Era imposible ob-tener algo repetido, ya que, como mujer, la posibilidad de compras es infinita. En mi infancia, fueron fundamentales los juguetes y los vestidos de holanes, que en cuestión de tiempo eran reemplazados por otros nuevos. Cuántos cadáveres de vesti-dos había en mi clóset para cuando tenía nueve. En ese entonces, no me atrevía a tirarlos, ni a permitirle a mi madre que los regalara. «Vamos a regalarlos, al fin tú ya no te los pones» «No mamá, si no son nuevos, no valen… Qué van a decir de noso-tras». Tiempo después, la vida me recordaría lo inválido en mis palabras.
En la adolescencia, acostumbraba decirle a mi padre que
tomaría clases de corte y confección por las tardes, y con eso lograba sacarle unos cuantos pesos. Mientras un grupo de muje-res cortaba tela, como idiotas, yo iba a probar, con el dine-ro, distintas clases de maquillaje. Me decían: «Señorita, ese no es de su tono» «No importa, me lo llevo, y también aquel, el más oscuro». Qué bien me sentía en cada tienda. Con el tiempo, los dependientes se acostumbraron a mi presencia.
Compré llaveros que se repitieron hasta tres veces entre
mis llaves, porque sentía que ellos también tenían la capacidad de envejecer. El impulso me llevó a adquirir lápices labiales corrientes y discos piratas que escuchaba acostada sobre la cama. Fue entonces cuando comencé a fumar, y mis tardes se vie-ron envueltas en humo. Ver cada cajetilla nueva me provocaba una emoción sin igual. Me mordía los labios, nerviosa, mientras retiraba el delgado celofán que envolvía cada paquete. Descu-brir la promesa blanca y ahumada en cada una de ellas, provocó que coleccionara encendedores que terminaron en un cajón. El descubrimiento más grande que alguna vez hizo el ser humano, fue el de cambiar cosas por dinero. Lo maravilloso de mi ju-ventud fue descubrir que te da un poder excepcional, pero lo que te hace reina es verte rodeada de objetos que completan tu espacio, que rellenan ese hueco que es la vida.
A los veintiuno, cuatro años después de que comenzaran mis
supuestas clases, mi madre acudió a mí para pedirme que le ayu-dara a coser un pantalón que se había rasgado. Pero yo no sabía ni ensartar el hilo en la aguja.
-No te preocupes –le dije. Y ella se fue contenta, mien-tras yo no encontraba paz por ningún lado.
La impotencia me consumió y los cigarrillos no lograron
quitarla. Mi idea más brillante fue ir con la vecina de al lado a pedirle ayuda. Toqué varias veces a la puerta, y practiqué una cara de niña enferma. La escuché acercarse, sus pasos pe-queños.
-¿Qué se te ofrece?
Cuentos
18 Consumere
-Buenos días, disculpe que la moleste. Mire, es que mi mamá no está y me siento muy mal. Me pidió que cosiera este pan-talón, pero las manos me tiemblan y no puedo hacer nada. Si no lo coso, me va a regañar, y mi papá no tendrá nada que ponerse.
La vecina accedió a coser el pantalón, y me dio unas aspirinas. Como pasa en muchas películas, me invitó a tomar té en tacitas de porcelana y se puso a contarme su juventud. En-tonces me enteré de que su marido había muerto dos años después de la boda, y que le había heredado una enorme cantidad de di-nero.
- ¿Más o menos cuánto? –le pregunté, víctima de la ambición. -Muchísimo, hija, miles, miles, pero no tengo con quién com-
partirlos. Su casa estaba bien amueblada, y ella vestía ropa de tem-
porada. Fácilmente reconocí los cortes Chanel, tan finos, y al-cancé a percibir la delicadeza de su fragancia. Asumí que su historia era cierta. Cuántas cosas me compraría esta vieja, pensé, y en cuanto me dejó ir, me prometí regresar al día si-guiente.
La segunda vez, le pedí una taza de azúcar, y aproveché para
quedarme un rato con ella. Pensé que el dinero se me había aca-bado, pero que mi madre había quedado tan satisfecha con el pantalón que me permití pedirle que me pagara otro trimestre del curso. Por supuesto, aceptó, y esas fueron las tardes en que visité a la vieja y le conté mentirillas sobre “mi triste pasado”. Obviamente, para causarle lástima, comencé por decirle cosas simples, como que de niña había tenido una rara enferme-dad que no me permitió caminar sino hasta los siete años, y que mis padres lo vendieron todo para pagarle a un terapeuta. La mujer, conmovida, se enjugaba las lágrimas y decía:
-Hija, ve por mi cartera. La vieja acostumbraba llamarme así con ternura. Casi todas
las tardes salía de su casa con un fajo de billetes en mi bol-sillo. Comencé a comprarme cosas más caras, como perfumes de Dior y ropa que nunca en mi vida me había imaginado. Aprovecha-ba cada oportunidad para hacerme la víctima y que ella me en-viara por su cartera. Una vez le dije que mis padres ya no tenían más dinero para pagar la hipoteca de la casa, y que muy pronto no tendríamos donde vivir. Sus manos arrugadas me dieron falso consuelo, y en ese momento me comunicó una noticia que cambió el rumbo de las cosas:
-Esta mañana fui al notario para que te agregaran a mi tes-tamento.
Me tragué el sollozo que pretendía escaparme por la boca, todavía presa de mi mentira. Aunque la felicidad se estrelló contra las paredes de mi cuerpo, mi exterior mostraba gran se-renidad.
-¡Oh, mil gracias! –le dije entre abrazos y besos a toda su
frente amplia. Pero en pocos días la felicidad se extinguió para dar paso a
la pobreza. Quizá mis mentiras se hicieron cada vez menos creí-bles. «Mi hermano está en la cárcel y tenemos que pagarle una pequeña fianza» «No tengo con qué comprarle un regalo de cum-pleaños a mi mamá». Las cantidades de dinero proporcionadas fueron disminuyendo considerablemente, y un par de días lo úni-co que me dijo fue algo como «Pobre de ti, ya Dios dirá». Cuan-do quise comprarme más ropa, me di cuenta de que sólo me alcan-zaba para la usada. Mis deseos de estrenar fueron demasiado grandes, y no me resistí a comprar una enorme cantidad de pren-das viejas y agujereadas.
Cuentos
19
En mi cuarto se estancaron junto con las cosas que tenía desde la niñez. Pensaba en lo estúpida que era la vieja al no darme más dinero, y mis atenciones fueron en aumento. La acom-pañaba a todas partes, le hacía la comida, le compraba un tipo especial de té traído de África, pero nada parecía complacerla. Un día me dijo:
-Regresa mañana, estoy cansada. Llena de rabia por la falta de dinero y atención, me fui a
casa resoplando. En mi cuarto, con un cigarro apagado entre los labios, recordé que la vieja estaba dispuesta a heredarme todo, y se me ocurrió la maravillosa idea de matarla.
Pensé tantas cosas, fumando, escupiendo el humo contra el vidrio de la ventana. «Triturar el medicamento y mezclarlo con el té... No» «Apuñalarla, no, tampoco» «Asfixiarla… Asfixiarla, sí, asfixiarla, perfecto» Aplastando las colillas que había ti-rado en el piso, comencé a dar saltitos, emocionada. Muy pronto tendría mi dinero.
Creí que no sería difícil. Me acuerdo que eran como las cinco de la tarde, y ofrecí poner té en la estufa. Me había ase-gurado de cerrar puertas y ventanas, excusándome con el intenso frío. Fue tan fácil abrir un poquito la llave del gas.
-¡Se nos acabó el té! Voy por más a mi casa, no tardo –le dije.
Entonces le di un besito en la frente y tomé disimuladamente las llaves de su bolsillo. Cerré triunfan-te la puerta y esperé como idiota en la calle, pensando en que pocos minutos después estaría muerta. Estaba meditando en lo estúpida que fui por no haber tomado algún objeto de valor, cuando escuché sirenas acercándose. Dos patrullas se detuvieron enfrente de la casa, y la ventana a mi lado se abrió, sorpresi-vamente.
-¡Ella es, ella me quiso matar! Intenté huir, corriendo hacia la esquina, pero dos ofi-
ciales lograron acorralarme y con facilidad me esposaron. -¡Suéltenme, malditos, ahorita van a ver! Mis palabras se escucharon por toda la calle. Todos los
vecinos salieron, incluida mi madre, que desesperada, arremetió contra los oficiales. Nuestros esfuerzos fueron absolutamente inútiles. Me recuerdo esposada, mirando hacia atrás, mi madre y la vieja perdiéndose al final de la calle.
Ahora estoy aquí, encerrada en una celda sucia y húmeda. De vez en cuando mi mamá me trae regalitos que reavivan el gozo. Pero mis compañeras de celda me los roban, y nunca vuelvo a verlos. Quizá los venden, no sé. Lo único que me dicen es que aquí no necesito nada de eso. Es probable que me roben este cuaderno que me llegó hace pocos días, y esta historia se pier-da dentro de la prisión. Paso mis días en completa soledad, es-perando paciente el día de visita, en el que mi madre me traerá algo nuevo. Si bien, los objetos ya no se amontonan en este lugar, como en la habitación de mi casa, por lo menos me dan un momentito de felicidad, me hacen sentir que sigo viva.
Cuentos
20
Cristian Lagunas
PRIMERA PARTE (I)
La mina quedó tirada en la cama, sonriéndome y observándo-
me con una mirada mezcla de ternura y pasión. Yo quería huir, pero fui -soy- muy cobarde. Solo me quedé parado frente a ella, desnudo, con mi miembro flácido. Sin energía. Vacío. - Te entregué lo más preciado que tenía, lo sabes. Espero que lo valores - Sí. Lo sé - respondí cínicamente. En mi interior sabía que des-pués de esto no la volvería a ver. No me importaba mucho tampo-co, pero aún así, disfrutaba observar su inocencia y me provo-caba placer pensar que en poco tiempo yo ya no estaría allí y que toda su entrega había sido en vano. Perverso. Lo sé. Me senté al borde de la cama y tomé su pequeño rostro entre mis manos. Al poner mi pecho sobre el suyo sentí que su corazón latía a mil por hora. La besé como nunca. Ella me besó como nun-ca. Nunca lo supe, pero creo que a partir de ese instante se enamoró de mi. Le cagué la vida. Siempre lo hago. Cuando la terminé de besar le acaricié el pelo y le prometí el cielo y la tierra. Y lo que no tenía. Se veía feliz, eso aparentaba al me-nos. Me vestí, pasé al baño y me refresqué la cara. Cuando entré en el cuarto nuevamente ella me miró con dulzura: - ¿Ya te vas? Yo quería que te quedaras esta noche conmigo - Debo estudiar. Tengo examen y me queda poco tiempo. - ¿Nos veremos mañana? - Sí. Por supuesto - Le mentí. - Te adoro. Por eso hago todo esto. Me estás salvando de la vi-da, y eso te lo agradezco. Creo que te amo. Un nudo se formó en mi garganta. Sufrí, pero solo un poco. Quizá sentí un poco de angustia, pero se me pasó luego. Siempre era así. Soy incapaz de sentir algo por alguien. Aunque quizá esta vez fue - debió- ser distinto. Le di un beso en la frente y me fui. Ella quedó mirándome con felicidad, tirada en la cama. Se veía linda. Tierna. Obviamente no la volví a ver. Huí. Era lo que siempre hacía. Ahora, mien-tras escribo esto, miro a la cama: Ella duerme. Su cabello pe-lirrojo le cubre su pálido rostro. Se ve hermosa. Está agotada, pero se le nota feliz. Ya es tarde, creo que quizá es hora de vestirme y salir sin que nadie se dé cuenta. Hay que seguir con la rutina.
(2)
Quedamos de juntarnos en el café y libros de la calle Mos-queto. Llegué media hora antes de lo acordado, me senté y pedí un jugo de frambuesa. Lo típico. El café estaba casi vacío. Cerca mío, bajo a una estantería re-pleta de libros de Bukowski y Parra, discutían acaloradamente dos huevones con pinta de intelectualoides fracasados. Que la esencia, que la forma, que la materia, que sé yo... Hablaban tan fuerte que era imposible dejar de escucharlos. El tiempo avanzaba imperturbablemente. El café era bastante cómodo, esta-ba repleto de espejos en donde pude notar que mi rostro brilla-ba. Estaba feliz, obvio, por fin había encontrado a alguien que me valoraba por lo que era. Me quería y yo sentía que me estaba enamorando.
Cuentos
21 Amor Intelectual
Puta la huevona ingenua pienso ahora. Lo conocí en una fiesta. En el cumpleaños de la Rocío Plaza. El estudiaba Sociología en la Chile. Yo estaba conversando con el Pedro cuando él se acercó. Nos quedamos hasta tarde hablan-do, me fascinaba su mundo. Esa mezcla entre Hippie e intelec-tual me volvía loca. Esa noche me invitó a su departamento que quedaba cerca de la plaza Los Dominicos. Vivía solo. Su depar-tamento estaba lleno de posters y afiches de Queen, Pink Floyd, Axl Rose. Su pieza era bastante grande y en el fondo había un retrato de él con su madre. Nunca le pregunté, pero al parecer jamás conoció a su papá.
Apenas entramos a su departamento nos empezamos a comer escandalosamente. Fue mi primer beso. Siempre fui bastante tímida y los hombres no se acercaban mucho a mi. Con el fue distinto. Me enganché apenas lo vi. Era mi complemento, relle-naba todas mis carencias. Esa noche no pasó nada importante. Conversamos mucho, nos reímos y quedamos de vernos al otro día en el parque forestal. Me acuerdo que esa mañana me levanté temprano, me arreglé mucho y llamé a la Pau y a la Cote Correa para contarles que había conocido al hombre de mi vida. Mis amigas se pusieron felices. Éramos siempre las tres, pero de un tiempo a esta parte ellas estaban consumidas por sus rela-ciones sentimentales y yo me había quedado sola. Eso me estaba cagando un poco la psiquis. Siempre fui la violinista, ahora las cosas estaban cambiando. Nos juntamos fuera del museo de bellas artes y fuimos a comer a un café del Lastarria. Él amaba ese barrio. Me habló toda la tarde de literatura y autores under que yo no cachaba. Pero igual me fascinaba hablar con el. Tenía tanto mundo, tanta vida. Llamé a mi casa y les dije que no volvería esa noche, que me iría a la casa de la Cote a estudiar. Nos fuimos al Parlamento, un hotel que estaba al frente del forestal. Era piola. Nos atendió un tipo que era bastante jo-ven pero aún así tenía una incipiente calva. Pidió una habitación. Tercer piso. Subimos y desde ese momento todo se volvió idílico. La habitación era gigante, colgaban unas lámparas azules, de vidrio que iluminaban el cuarto tenuemente. No estaba del todo oscuro pero la luminosidad escaseaba. La cama estaba salpicada con pétalos de flores, onda motel de película gringa. Apenas entramos el me comenzó a besar. Yo me entregué. Sentí que me daba tanto cariño que tenía que aprovechar. Fue todo tan perfecto, me desvistió con cuidado y nos acostamos. Fue mi primera vez. No me dolió ni nada por el estilo, quizás fue así porque estaba tan obnubilada que olvidé todo lo que pasaba. Se vistió y yo quedé allí tirada. Se tenía que ir a estudiar. Igual me dio lata, porque yo quería quedarme con el toda la noche. Nunca voy a olvidar que le dije que lo amaba. Lo conocía solo hace tres días pero consideré que tenía que expresarle lo que sentía. Él no me respondió. Se dio la media vuelta y se fue.
Quedamos de juntarnos hoy. Aquí y ahora. Mi vaso estaba vacío. Llamé al tipo que estaba atendiendo, un huevón medio chascón y que se le notaba mucho que era gay. Le pedí otro jugo de frambuesa. La discusión de los otros dos tipos había alcanzado otro nivel y ambos estaban rojos. Ya no conversaban. Gritaban.
Cuentos
22
El tiempo siguió corriendo. Diez minutos. Media hora. Una hora. Tomé mi celular y lo llamé. Nadie contestó. Volví a intentar. Lo mismo. Me angustié. ¿Que le habrá pasado? ¿Y si lo asaltaron? ¿Y si no pudo venir y no tiene como avisarme? Me desesperé y seguí llamándolo. No hubo respuesta. De repente, como en el intento número treinta, me contesta. Mi corazón se acelera. Hola flaca, sorry por no avisarte pero no pude ir. Me quedé dormido y ahora me voy a juntar con una amiga. Creo que no ca-chaste bien la onda, pero igual fue genial lo que pasó anoche, pero quedó ahí, ¿Cachai?, onda, yo no estoy para comprometerme ni mucho menos. Igual prefiero que dejemos de vernos para que no te inventes expectativas. Si querís, después tan amigos como siempre. Cuídate flaca. Igual estuvo bueno el polvo. Quizás algún día se repita. Todo se volvió oscuro. Mi garganta se apretó y algo comenzó a subir. Sin prevenirlo, las lágrimas comenzaron a correr. Pri-mero despacio, luego con desesperación. No podía creerlo. No podía estar pasando. Saqué cinco lucas y las dejé en la mesa. Los huevones que estaban discutiendo se pararon justo cuando yo estaba saliendo. Se profirieron algu-nos insultos y cada uno siguió su camino. Yo salí llorando y caminé, caminé y llegué a una plaza, al frente del MAC. Uno de los huevones que estaba en el café me siguió y me habló. No sé que me dijo, pero lo abracé y lloré desconsoladamente. Me tiré al pasto y comencé a vomitar. El se quedó allí, parado mirándome. De repente, se dio media vuelta y se fue. Me quedé sola allí embargada por una amalgama de odio y frustra-ción. Llamé a la Cote, necesitaba a alguien que me socorriera. No me contestó.
¡Vida de mierda! Grité. Y me fui caminando entre medio de los árboles esperando que alguien me rescatara. Como en los cuentos. Nunca pasó. ¿Y a ese huevón? No lo volví a ver. Pero hoy más que nunca, siento que jamás me olvidaré de él.
Cuentos
23
Rodrigo Honores
Poesía
El peregrino de la luna creciente
por la tierra recién anochecida
con el corazón a cuestas
en la espesura poética de la palabra justa
mira el cielo roto en el último aliento del sueño
la madera huele a amor prometido
el golpe de frío le hace temblar las manos
como una paloma cuando sale del nido
todo su cuerpo es la penumbra
de una caricia que se juega la vida
como si fuera una estrella tardía aferrada a un resto de luz
y roza entonces con la yema de los dedos
lo que va dejando caer el silencio
que recorre en voz alta la vida toda del hombre
como si una paloma se confundiera entre las flores
de un poeta antes de dar batalla a la palabra
y atrapada en la acrobacia poética
querer volar sin empeñar el plumaje
el peregrino piensa en la noche
como un oleaje violento contra el papel
y la vuelve en un solo golpe oración, ruego, súplica, amor
intimidad, fuego, confesión, cruz,
la vocación del náufrago
lo obliga a salir de si mismo y
el poema que ya es un eco que rueda por el vacío
arrastra consigo al peregrino de la luna creciente
que ve, violentamente, los ojos del Nazareno sobre los su-
yos
tomando las palabras caídas en el jardín del cielo
pidiendo que empiece de nuevo, otra vez el poema
porque los días necesitan ser nombrados para que pasen
porque una poesía necesita del poeta para quedarse.
Poesía
25 El Peregrino de la Luna Creciente
Santiago Ocampos
Solo de soledad
soledad de no me importa
giro y giro atornillado
a la sonrisa homicida
de mis pasos
cada vuelta es la exhibición
de un coma temporal propio
en el que intento olvidarme
de mí y de los míos
mientras la voz de fondo dice
no sirve cerrar los ojos
no sirve que se revuelva el estómago
hay labios en los besos de las huellas
que no te van a dejar olvidar
Y se acerca el ir
como huracán rabioso oculto bajo la almohada
no hay sueño que pueda negarlo
con él se irán los juramentos
atragantados juramentos
Entonces, pienso
yo nunca
tú nunca
siempre muertos
no hubo mucho
que pudiéramos decir
Entonces, pienso
deformes las miradas
que urdidas en la piel
no quieren cicatrizar.
Poesía
26 El Caos del Cero
Sebastián Aguirre
Tiempo enredado en el pórtico de mis pestañas.
Cicatrices que intento esconder para olvidarlas
porque entre más las veo más duelen y sangran.
Y entre más las intento esconder más a flote reescalan.
¡Si hasta se burla el tiempo en mis desgracias!
Tanta cabeza loca en las estaciones desarticulada
que engendró distancias y dispares metáforas.
Mi cabeza perturbada que no logró ver las verdades
que amontonaban heridas que ahora se desaguan.
Y el tiempo roedor detrás burlándose de mí prosperar,
me persigue con pasos agigantados e inoportunos.
Me viene gritando, advirtiendo en cada esquina
del reloj de mis canas, arrugas y várices
que pasará a dejarme un día cualquiera
en las puertas de un sendero con otro espiral
que me llevará a distintos tiempos
pero estos que tengo aquí jamás regresarán.
Y que cargaré las cicatrices en mi corazón
pues aquí no tuve el valor de hacerlas sanar.
Cobardía rastrera de vivir sin valentía en el andar.
Poesía
27 Tiempo Persiguiendo Soles
Eloísa Echeverría
El berrinche, por fín, se nos pasó
y los pulmones agotados de tanto grito
ya no sirven para correr.
La rabía un día se nos acabó
y las causas mágicamente desaparecieron
como si solo hubiese sido cosa de sonreir.
En el fondo, sabemos que es mentira,
que hemos optado por las versiones oficiales,
las versiones publicitarias de Realidad Corp.
donde todo es mármol, luz y estilo,
el poder es el objetivo, el dinero el medio
y nosotros el mundo.
Las nuevas tendencias comienzan a fruncirte el ceño
mientras olvidamos los mohicanos y bototos de años tem-
pranos.
pero poca culpa parece hasta tus de ayer héroes lo han
hecho.
Los ateos andan encomendándose,
los anarquistas gerenciando proyectos millonarios,
los rockeros cambiaron las consignas por slogans.
Tanto grito,
tanta discusión,
tanto riff...
No sé si prefiero olvidar el pasado
o el hecho de haberlo abandonado.
Despues sigo, debo ir al banco.
Poesía
28 Se nos acabó el berrinche
Manuel Gatica
Microcuentos
Sandias cuadradas a mitad de precio son la nove-
dad. Una anciana timadora en el puente Loreto actúa como
lisiada para que la ayuden a tomar un taxi en avenida
Santa María, mientras le roba a sus ingenuos escoltas. Y
detrás, un bus del “Transantiago” a punto de colisio-
nar.
El vendedor de sandias arroja una carreta llena de
su fruta para mermar la hecatombe. En segundos, la es-
quina se inundó de un rojo intenso con pepas negras. La
veterana ensangrentada pregunta “¿desde cuándo la sangre
es dulce?". Desde que la justicia es amarga, le respon-
de un carabinero.
Pánico y Locura en la Vega Chica
Damián Hernández
Microcuentos
30
Cuando Jesús me convenció de besar a Tomás en el Mon-
te de los Olivos para salvarse él, pensé que no era
justo, pero finalmente accedí aceptándolo como un sa-
crificio necesario para la defensa de nuestros ideales.
Pero, que ahora me venga a pedir la mitad de mis dena-
rios de plata, realmente me parece una conducta impro-
pia de un Mesías.
Microcuentos
31 El Traidor
Óscar Rodríguez
Los seis caminaban por la vereda. Se veían tranqui-
los, con excepción de Segundo. Aunque no conocía al pa-
dre de su novia, no podía asegurar que ella no le hubie-
ra mostrado sus fotos. El frío hacía que la noche fuera
más silenciosa y, por lo mismo, la voz del viejo les re-
tumbó. Frente a la pregunta, “¿Quién de ustedes es To-
ño?”, el sexteto respondió al unísono: “Yo”. El anciano
los dejó seguir creyéndolos confabulados. Jamás supo que
en esa familia todos se llamaban Antonio. Sólo entre
ellos se distinguían. Al mayor le decían Primero y al más
pequeño lo llamaban Sexto.
Los Seis Antonio
Vifube
Microcuentos
32
Posterior a la bienvenida y a las recomendaciones de
qué hacer en caso de réplicas, el docente se aprestaba
para hablar de la uva y el vino en los ritos dionisia-
cos, costumbre en él, para introducir a su cátedra de
Grecia. A pesar de los hechos acontecidos, los nuevos
alumnos contestaban emocionados a la ayudante que pasaba
lista y comprobaba que el número de asistentes era menor
al de la nómina oficial. “Debe ser un error de sistema”,
fue la explicación, mientras se tachaban los nombres de
aquellos que para siempre, su desaparición pasó desaper-
cibida en la carrera y en universidad.
Microcuentos
33 Primera Clase
Dilou Mafuag
Una suave brisa otoñal remeció su ser; por vez
primera sentía todo distinto, novedoso. Caminó horas por
el Parque Forestal, su estado emocional era pacífico,
en su mente logró comprimir el tiempo, vivía un extraño
presente, no había espacio para anclarse en el pasado,
ni menos proyectar un ilusorio futuro, sólo deseaba re-
encontrase consigo misma; se sentó en un banco del par-
que a releer el diagnóstico médico: “Tumor cerebral ma-
ligno, con una ventana probable de dos años de vida”.
Sofía a sus treinta y tres años, entendía conscientemen-
te desde lo hondo de su corazón: “el milagro del aho-
ra”.
El Presente
Leopoldo Vidal
Microcuentos
34
El sol se escondía tras los edificios cuando los pri-
meros acordes comenzaron a sonar mientras bajaba las
escaleras. La señal se perdía y pensé en detener-
me. Pero desobedecí a mi instinto y tres peldaños más
abajo sólo había ruido en mis audífonos. Voy atrasado…
pero tengo pánico de no volver a escucharla jamás. Me
detengo, dejo pasar al tumulto, vuelvo mis pasos y el
dial recobra nitidez. Subo el volumen y mientras el
viejo Paul susurra la historia de Jenny Wren, un pequeño
chincol cruza la boca del metro y se posa calmo a mirar
la ciudad.
Microcuentos
35
Jenny Wren
Christian Bravo
Cuentwittos
En la noche se escucha el llanto de un amor que se perdió.
A Felipe
Cuentwittos
37
Rosibel Palomera
La Mentira
Un hombre camina muy despacio por el pasi-llo que lo conduce a su trabajo. Su autoesti-ma lo aguarda en el escritorio y él lo sabe. Tic tac.
Ysabel Briceño
Leonor Monnez
Segundos Bajos
La mentira se vistió de traje, caminó has-ta el fondo del salón. Dictó clase magis-tral y se marchó.
Conciencia
Se despertó sin saber dónde estaba. Con razón no quería dejar aquel sueño donde su- nombre guindaba del póstigo ¿y si toca la puerta?
Cuentwittos
38
Rojo Tinto Sangre
Sus ojos se poblaron de nubes grises, su pelo encaneció y la piel acartonada dibujo trazos de su sabiduría...
Fabiola Minda
Nubes Grises
Pasó el rojo tinto a ser rojo san-gre. De la copa a la boca, de la boca a las venas, y de las venas, a la locura.
Alma Elena P.
Sus fantasmas lo rodeaban gritándole en silen-cio lo que su corazón se negaba a decir, aturdiéndolo hasta salir despavorido.
Miedos
Olvido
Cruzaba el río en canoa, con su pe-rro, su gato y sus sueños. Huía, Creyó que llevaba todo; Falso, se le quedó olvidado el amor
ARTES V
ISUALES
39
CÓMIX PAGE
por Mac.