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CICLOTURISMO SOBRE LA NIEVE

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Experiencia cicloturista extrema narrada en primera persona. El ciclismo sobre la nieve.

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CICLOTURISMOSOBRE LA NIEVE

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Redacción y fotografía: Pedro M. LabradaEdición y Maquetación: Jorge Matesanz

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« Estamos en invierno y noexisten bromas ni para losDioses de las cumbres »

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EL PRÓLOGO« Pedro, el claro ejemplo delcicloturismo bien entendido »

« Pedro no ha faltado asu cita con DLC desdesu fundación »

« Encarna los valoresdel compañerismo, laamistad y el respeto yamor por el entorno »

Vais a disculpar que por una vezsea yo y no el gran maestro Matxin elque abra nuestra publicación. La razónes sencilla y es hablar sobre mi buenamigo Pedro.Nos conocimos al inicio de estaaventura de Desde la Cuneta, harápoco más de año y medio. Tiene graciael hecho de que lo hiciéramosprecisamente en el lugar del que tratael reportaje viviendo prácticamente allado el uno del otro. Como sabéis,Pedro no ha faltado en su cita con

DLC desde su creación y es justo quese le conceda este pequeño homenaje,extensible a muchos otros que hacenposible este ilusionante proyecto.He tenido la suerte de poder compartircon « Gamoniteiro » muchas risas yconversaciones sobre ciclismo.Imposible no aprender de todas ellas.

Incluso he tenido la suerte (él no tanto)de compartir cicloturismo con él. Sinforma alguna decidí dejar de ser por undía ciclista de sofá para ascender elpuerto de Abantos. Como anécdota hede decir que pude completar la subida,pero que tuve serios problemas con losfrenos en la bajada. ¡Qué paciencia,Pedro!Aquel día pude comprobar en ciclistalo que ya conocía en persona: losvalores del compañerismo y la amistadmontados en bicicleta. Una personaque pese a poder ir más deprisaprefiere esperar para no dejar sin ruedaa su compañero de torturas, que notiene reparos en parar a contemplar lasvistas, en conectar con el paisaje desdeel más absoluto respeto por lanaturaleza y el ciclismo. Ése es elespíritu del puro cicloturismo. Gracias,Pedro.

Jorge Matesanz

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Miro por la ventana y encuentro un pequeño resquicio de sol.El día es frío, muy frío. Estamos en pleno invierno y no existenbromas para los Dioses de las Cumbres. Me animo, meapresuro a vestirme (maillot APM), preparo la pelirroja y meencamino al tren.

11.00. Poca gente en elferrocarril. Pocos valientes que sedirigen a la montaña. Ya iniciado elviaje aún no tengo decidido dondeir ni lo que hacer. ¿Navacerrada?¿Fuenfría? ¿Abantos? De repenteme viene a la mente una ruta circu-lar por El Escorial, ascendiendoCruz Verde, Robledondo, Santa Ma-ría y Abantos por Peguerinos. Alpasar por El Pardo me doy cuentade que voy de cabeza a la boca dellobo. Mirando por la ventana mecercioro de que hoy la Sierra no estápara dar muchas concesiones. Unavez que estoy en marcha no megusta dar mi brazo a torcer. Prosigocon mi idea, calculando horarios,porcentajes, formás de acortar laruta y sin casi darme cuenta llego ala estación de El Escorial.

12.30. Salgo de la estación y meencamino hacía mi primer objetivodel día: Cruz Verde. La temperaturaronda los cinco grados y el día estámuy cerrado. Una gran capa denieve a ambos lados de la carreterame sorprende. Para ser domingo yuna carretera muy transitada porcoches y motos, ruedo prácticamen-te en solitario. Sin ninguna prisaasciendo las revueltas de este peque-ño puerto, pero con unas rampasnada desdeñables en torno al 6% yque en frío se hacen notar. Sinmucho esfuerzo, rodeado de nieve,corono mi primer objetivo.

Una breve pausa en el mirador parahacer unas fotos será el preludio delsiguiente check point del día: laascensión al pueblo de Robledondo.

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Son 4000 metros de subida muyllevadera y con muy buen firme. Porraro que parezca, la nieve va dismi-nuyendo cada vez que subo más metros, aunque desde sus primerasherraduras aún puedo contemplar elbello paisaje cubierto del blancoelemento. En poco más de 15 minu-tos me hallo recorriendo las callesde este pequeño y coqueto pueblo.En él me paro a repostar los bidonesy comer algo. Casi no he desayuna-do y no me gustaría nada que mediera una "pájara" yendo yo sólo ypor unas carreteras que nunca anteshabía transitado.

Tras el breve descanso continuo conmi lento cabalgar. No me cruzo connadie en el pueblo. Únicamente, ysaliendo de él, me encuentro defrente con un cicloturista con el cualtengo una interesante conversación.El chico me confirma que voy porbuen camino para realizar la rutaque tengo en mente, pero me instaa que me dé la vuelta.

Me comenta que a partir de Pegue-rinos y el cruce de Los Leones esimposible continuar debido a la nie-ve y el hielo. Yo, incauto de mí, y

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tras agradecerle su preocupación,sigo con mis planes. Pasarán 20años y seguro que aún recordaréaquellas palabras. Le debí hacer ca-so.

14.00. Bajando Robledondo. Almeterme entre montañas y en plenodescenso, la temperatura bajaostensiblemente. Ya no tengo másropa que ponerme y comienzo asopesar las palabras del cicloturista.Llegado al río Aceña mi decisión esfirme e irrevocable: nada detendrámi propósito de culminar la ruta. Losmúsculos no están muy por la laborde ponerme las cosas fáciles. Lasprimeras rampas de subida al pueblode Santa María se   me hacendurísimas y ninguna pasa del 6% deinclinación. Son 6 kilómetros deascenso. A mí me parecen 15. Voybien de tiempo y no quiero forzarmucho las piernas. Espero y deseoque entren pronto en calor ytomarme el resto del viaje contranquilidad. Sin prisa y disfrutandode nuevo de un entorno bordado enblanco continúo mi ascensión. Conun día tan oscuro y unas nubes tanbajas la visibilidad es muy reducida.Levantando un poco la mirada,

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consigo divisar unas casas. El pueblo está a escasos 500metros desde mi posición actual y parece que cada vez mevoy encontrando mejor. Animado y con buenas piernas (alfin) transito sin detenerme por Santa María en busca delpueblo de Peguerinos. Cinco kilómetros después ya estoyrodando por sus calles.

15.30. El pantano helado de Peguerinos me da la bienveni-da. El móvil me dice adiós. La temperatura no llega a los 0grados. Desde este punto y hasta la cima del MonteAbantos me separan 10 kilómetros, 10 kilómetros intermi-nables. Rodando por un denso y precioso bosque inicio miúltima ascensión del día. Ni el frío helador ni las rampasimpedirán que alcance mi meta. Rodeado de vacas y nievepor sendos lados de la calzada y pedaleando sin muchoesfuerzo, voy sorteando rampas y descansillos. Cuandollego al cruce con el Collado de la Mina me viene a la menteel ciclista que me encontré en Robledondo. Una densísima capa de nieve cubre toda la carretera. Ni las ruedasgordas, ni el gran esfuerzo de mis piernas por avanzarhacen eficaces mis pedaladas. En un principio no me asusto,es más ,disfruto. Montar en bicicleta sobre la nieve es unagozada, pero no yendo solo y con temperaturas tan extre-mas.

16.30. A menos dos grados y al ritmo de subida que llevome entran las primeras dudas. Pasa una ranchera y estoy apunto de pedirle que me suba, pero el ser tan cabezón meimpide decir nada. La ranchera pasa y en pocos segundosya no lo veo. Este será el último coche que vea en todo loque me queda de aventura.

La ascensión la hago en gran parte empujando la bicicleta.Según mis cálculos no me pueden quedar más de 3 kilóme-

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tros para coronar el puerto y no tengo mucho tiempo antesde que anochezca. Tras el penúltimo intento de subirmontado en mi "gordita" me doy cuenta de que es imposi-ble. Me veo pasando la noche allí en el monte, a muchosgrados bajo cero, sobre nieve y con una ropa no muyadecuada para pernoctar en medio del bosque.

La preocupación se torna en agonía. La visibilidad se vareduciendo. Son ya casi las 17.30 horas y el espíritu desupervivencia me puede. Me vuelvo a montar en la bici y alpasar una zona con mucho hielo tengo varios sustos queme hacen temer con una caída. Al tercer o cuarto sustodesisto de mi empeño. Quedan menos de 1000 metros ycomienza mi carrera contra el reloj y la montaña. Casicorriendo, empujando la bici sobre grandes capas de nievey hielo alcanzo la cima. Arriba no hay tiempo para nada.Un trago de agua, una barrita y a descender.

17.30. Si la subida estaba mal, imaginaros el descenso:más nieve, más hielo, baches, más frío, oscuridad… En elprimer kilómetro de descenso estoy apunto de salirme dosveces. Sumémosle el miedo al cóctel que os he mencionadoantes. Aún muy abajo ya diviso El Escorial, iluminado y apunto de irse a dormir. Un nuevo bache hace que me tragueliteralmente un árbol. Gracias a Dios no llego a caerme y,aunque el susto no se olvida, puedo proseguir rápidamentela marcha. Cuanto más bajo, más limpia está la carretera,y eso hace que me anime y espante todos los miedos a unacaída. Cuando entro en la población del Escorial ya es denoche. Helado, con los dedos de las manos insensibles ycon la musculatura completamente agarrotada, consigollegar a la estación de tren. Tras llamar a la familia paratranquilizarla me dispongo a regresar a casa.

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Según mis cálculos no me pueden quedar más de 3kilómetros para coronar el puerto y no tengo mucho tiempoantes de que anochezca. Tras el penúltimo intento de subirmontado en mi "gordita" me doy cuenta de que es imposi-ble. Me veo pasando la noche allí en el monte, a muchosgrados bajo cero, sobre nieve y con una ropa no muyadecuada para pernoctar en medio del bosque.

La preocupación se torna en agonía. La visibilidad se vareduciendo. Son ya casi las 17.30 horas y el espíritu desupervivencia me puede. Me vuelvo a montar en la bici y alpasar una zona con mucho hielo tengo varios sustos queme hacen temer con una caída. Al tercer o cuarto sustodesisto de mi empeño. Quedan menos de 1000 metros ycomienza mi carrera contra el reloj y la montaña. Casicorriendo, empujando la bici sobre grandes capas de nievey hielo alcanzo la cima. Arriba no hay tiempo para nada.Un trago de agua, una barrita y a descender.

17.30. Si la subida estaba mal, imaginaros el descenso:más nieve, más hielo, baches, más frío, oscuridad… En elprimer kilómetro de descenso estoy apunto de salirme dosveces. Sumémosle el miedo al cóctel que os he mencionadoantes. Aún muy abajo ya diviso El Escorial, iluminado y apunto de irse a dormir. Un nuevo bache hace que me tragueliteralmente un árbol. Gracias a Dios no llego a caerme y,aunque el susto no se olvida, puedo proseguir rápidamentela marcha. Cuanto más bajo, más limpia está la carretera,y eso hace que me anime y espante todos los miedos a unacaída. Cuando entro en la población del Escorial ya es denoche. Helado, con los dedos de las manos insensibles ycon la musculatura completamente agarrotada, consigollegar a la estación de tren. Tras llamar a la familia paratranquilizarla me dispongo a regresar a casa.

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18.45. Dormitando y entrando en calor muy lentamentevoy dándole vueltas a la cabeza. He pasado muy malosmomentos, momentos en los que decidir si dar la vuelta ono, si pedir auxilio o seguir con la ruta, si tirar la toalla ybuscarme un sitio para pasar la noche en la montaña (si lahubiera podido llegar a pasar entera). Realmente he temidopor mi vida, pues no se qué hubiera sido de mí pasando unanoche a menos 6 grados en pleno bosque, sin cobijo y sinropa de abrigo. Pero he sacado una conclusión muy impor-tante: la montaña es para disfrutarla, pero nunca, nunca sela puede subestimar.

Hasta la próxima aventura..... Un abrazo.

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La cercanía a Madrid y la conexión por vía ferroviaria con elEscorial en poco menos que 40 minutos hace de Abantos undestino muy transitado por los amantes del cicloturismo.Aunque es un puerto muy duro y cuenta con rampas deentidad, no se trata de un coloso imposible, por lo queañadiendo los paisajes y el escaso tráfico, se define como unidilio natural en el que se produce la perfecta conexiónciclista-entorno.

Uno de los destinos preferidospara el cicloturista

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