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Page 1: Revista

Revista

de Educación

Número 25

Enero-Abril 2012

El Valor

de Educar Nuevo Libro: “El Valor de Educar”.

Fernando Savater.

Page 2: Revista

DIRECCIÓN REDACCIÓN

Presidente: Amalia Gómez Sanz. Directora: Ana Pérez Sánchez

Vicepresidente: Jorge Pérez Gil Secretaria: Óscar García Cobo

Revista Cuatrimestral

Publicaciones: Educación Planeta, S.A.

ISBN: A549-89-2587-7541-7

Depósito Legal: R-54874-5847

Impreso en España por: REVISTA Mundo Word.

Tren, 95-97

Valladolid

(España)

La Revista no comparte necesariamente las opiniones y juicios expuestos en los trabajos

firmados.

Número 25 Enero-Abril 2012

No se permite la reproducción total o parcial de esta revista, ni su

incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por

cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros

métodos, sin el previo consentimiento y por escrito del editor. La infracción de los

derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual.

Page 3: Revista

El libro que vamos a presentar en esta edición de nuestra revista pertenece al filósofo,

activista y escritor Fernando Fernández-Savater Martín, nacido en San Sebastián en

1947.

Con este ensayo titulado “El Valor de Educar”, Savater

pretende plantearse aspectos fundamentales relacionados

con la educación, tales como si ésta consiste en la mera

transmisión de conocimientos o debe formar para la

ciudadanía.

“Tener autoridad no consiste en mandar, sino

en ayudar a crecer”.

Empieza hablando Savater de la gran importancia de la profesión del

maestro, describiéndole como el gremio más necesario, más esforzado y

generoso, más civilizador de cuantos trabajan para cubrir las demandas de un estado

democrático. Porque piensa que todos los que intentan formar e ilustrar a los ciudadanos,

(periodistas, catedráticos de universidad, escritores,…) dependen necesariamente del

trabajo previo de los maestros.

Y que la educación es un tema demasiado serio para que lo abandonemos

exclusivamente en manos de los políticos.

Recoge que hay que romper con este fatalismo

extendido de que la enseñanza escolar

fracasa siempre, y pensar que aunque nosotros

no hayamos sido muy bien educados, si seremos

capaces de educar bien.

Habla también de que la educación siempre ha

estado en crisis, pero que el problema actual no

sólo es que no se consigan los objetivos sociales

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propuestos, sino que no sabemos cuáles son esos objetivos que debe cumplir y hacia

dónde debe orientar sus acciones.

En general plantea unas preguntas que se podrían resumir en si la educación debe hacer

lo posible por mantener lo que en ese momento se considere “normal” o si podrá formar

libre pensadores, originalidad, renovadora rebeldía, neutralidad ideológica, religiosa,…

evaluar a todos igual. Y si la educación es un asunto público o cuestión privada de cada

uno.

En este ensayo también expone Savater que cada disciplina tiene sus tecnicismos, y se

hace muy difícil para alguien que quiera enterarse de algo sobre educación los conceptos

de la “pedagogía moderna” (microsecuenciación curricular, segmento de ocio,…

El autor piensa que para dedicarse a la educación

hay que ser optimistas. Porque educar es creer en la

perfectibilidad humana, en la capacidad innata de aprender,

en que los hombres podemos mejorarnos uno a otros por

medio del conocimiento. Los cobardes, recelosos y

pesimistas, no se pueden dedicar a la educación.

Da mucha importancia a que la posibilidad del ser humano sólo se realiza efectivamente

por medio de los demás, lo cual llevamos a cabo a través de la Imitación,

diferenciando la ocasional de la forzosa, siendo esta última la que al parecer sólo se da

entre los humanos.

Savater recoge en este ensayo la importancia de la ignorancia en los procesos

educativos, es decir, a que en la dialéctica del aprendizaje no sólo es importante lo que

saben los que enseñan, sino también que éstos han de saber lo que no saben los que

deben aprender.

Enseñar es siempre enseñar al que no sabe.

Y quien no indaga, constata y deplora la ignorancia ajena no puede ser maestro.

Lo propio de la humanidad es la compleja combinación de amor y pedagogía. Y de

todo se deduce lo absurdo de los movimientos antieducativos que se han dado a lo largo

de la historia, bien por ejemplo por preferir la fe al saber.

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Es tan importante la educación, que el hombre llega a serlo a través del aprendizaje. Lo

propio del hombre no es tanto el mero aprender como el aprender de otros hombres, ser

enseñados por ellos.

Nos dice Savater que lo primero para educar es haber vivido algo antes que a los que se

va a enseñar, por lo que se puede admitir que en la función de la enseñanza cualquiera

puede enseñar. Se enseñan los niños entre sí, los jóvenes adiestran en la actualidad a

sus padres en el uso de sofisticados aparatos, los ancianos inician a sus menores en el

secreto de artesanías,…

Y el aprendizaje siempre es mutuo y

obligatorio en toda comunidad humana.

Pero esto no significa que como cualquiera es capa de enseñar algo, cualquiera es capaz

de enseñar cualquier cosa, y no sea por tanto necesaria la instrucción educativa. La

institución educativa aparece cuando lo que ha de enseñarse es un saber científico, no

meramente empírico y tradicional, como las matemáticas superiores, la gramática,…

Pero estas instituciones docentes tampoco podrán monopolizar la función

educativa, sino que tienen que convivir con las otras formas menos formalizadas y más

difusas de aprendizaje social, tan imprescindibles como ellas.

Nos dice que saber qué es lo que puede enseñarse y debe aprenderse es una tarea

bastante complicada porque para saber los fines de la educación deberíamos saber el

destino del hombre, sobre el puesto que ocupa en la naturaleza y sobre las relaciones

entre los seres humanos.

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Los padres

Savater arriesga en este ensayo y se atreve a decir que actualmente los padres sienten

desánimo o desconcierto ante la tarea de formar en sus hijos las pautas mínimas de su

conciencia social y las abandonan a los maestros, mostrando luego tanta mayor irritación

ante los fallos de éstos, cuanto que no dejan de sentirse oscuramente culpables por la

obligación que rehúyen.

Y la causa de todo esto está en un auténtico fanatismo por lo juvenil en los modelos

contemporáneos de comportamiento. Son los ideales de nuestra época. Y es que ser viejo

o incluso la madurez y la responsabilidad está mal visto. Sin embargo, para que una

familia funcione educativamente es imprescindible que alguien en ella se resigne a ser

adulto y consiga tener autoridad, que no consiste en mandar, sino en ayudar a crecer.

Pero no sólo hay cambios en la familia, sino también en los propios niños, debidos

fundamentalmente a la televisión, la cual considera Savater fuente principal de

todos nuestros males educativos. Y no por no educar, sino por educar demasiado.

Savater va más allá y nos habla de…

- La religión: dice que este tipo de instrucción deberán hacerla aquellos que deseen que

la reciban sus hijos, pero fuera de la escuela y sin coste alguno para el estado.

Hay que enseñar la verdad, la enseñanza racional, dejando de lado la fe.

- La educación sexual: dice que es necesaria una buena instrucción en los aspectos

biológicos, pero que el sexo es algo más.

- Las drogas: opina que es el punto más difícil de tratar, pero que en la escuela sólo se

puede enseñar los usos responsables de la libertad, no aconsejar a los alumnos que

renuncien a ella.

- La violencia: es algo completamente natural en el ser humano. Y que hay que enseñar

a los alumnos a hablar de sus tendencias agresivas, para así llegar a afrontarla

constructivamente.

Ningún niño quiere aprender aquello que le cuesta trabajo asimilar y que le quita tiempo

para dedicarse a sus juegos. Nos dice Savater que es aquí cuando tiene que entrar en

juego la disciplina de la libertad, porque dice que no partimos de la

libertad sino que llegamos a ella.

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El educador debe ofrecer un modelo racionalmente adecuado al niño, porque si crece sin

modelos, terminará identificándose con los que propone la televisión.

Nos dice que no es posible ningún proceso educativo sin algo de disciplina.

El Juego

Aunque está de acuerdo con que hay que educar a través del

juego, la mayoría de las cosas que la escuela debe enseñar no pueden aprenderse

jugando.

Si los alumnos carecen de ella pueden

deformarse hasta lo monstruoso. La primera autoridad debe ejercerse sobre

ellos de modo continuo primero en la familia y luego en la escuela. Pero aún

así, y aunque el maestro debe impedir en sus alumnos la rebeldía arrogante,

deben también apreciar las virtudes de una cierta insolencia en ellos.

Nos habla del

conflicto de las humanidades, donde los letrados claman contra la cuadrícula

inhumana de la ciencia, y los científicos se burlan de la ineficacia palabrera

de sus adversarios. Pero dice que lo que verdaderamente importa es que se

despierte en los alumnos la curiosidad y el gusto por aprender.

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Los profesores pecan de una ineficacia

docente, siendo su causa principal la pedantería pedagógica. Y el

maestro tiene que ser humilde.

Explica en este ensayo el autor que educar es Porque la

enseñanza no es una mera transmisión de conocimientos o habilidades, sino

que se acompaña de un ideal de vida y de un proyecto de sociedad.

Dice que la educación nunca es neutral; elige, verifica, presupone, convence,

elogia y descarta. Intenta favorecer un tipo de hombre frente a otros.

Hay un ideal básico que la educación debe conservar y promocionar que es

la UNIVERSALIDAD DEMOCRÁTICA, donde se ponga al hecho humano

por encima de sus modismos. Y no excluya a nadie por su origen.

Le escribe, dice, porque ve en la sociedad en general que la educación falla.

En parte se debe a la incapacidad de muchos padres para educar a sus

hijos, pudiendo llegar a entender, aunque no lo comparta, que en otros

países haya una cierta objeción o insumisión contra la enseñanza obligatoria.

Aprovecha aquí para pedir libertad política, donde los ciudadanos nos

veamos libres de la tiranía de los que nos oprimen políticamente.

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Porque para ser libres hay que dejar de ser ignorantes. Donde reina la

miseria no hay libertad.

La democracia no es solamente respetar los derechos iguales de los

ciudadanos, sino también es enseñar a cada ciudadano lo imprescindible

para llegar a serlo de hecho. Por eso la educación no es

opcional, sino es una obligación, que el

estado debe garantizar y vigilar, quieran los

padres o no.

El objetivo de este ensayo ha sido una consideración general de la

educación desde el punto de vista de la libertad democráticamente instituida.

Con motivo del actual cambio de ley en educación, en concreto desde el

punto de vista de la asignatura de Educación para la Ciudadanía, hemos

querido preguntar al señor Fernando Savater cuál es su opinión al

respecto. Y esto es lo que nos ha dicho:

“Bueno, parece ser que apoyar esta asignatura es colaborar con el mal o

que los que la defendemos pretendemos en nuestros alumnos un

adoctrinamiento totalitario o un lavado de cerebro.

No entiendo porque tanto revuelo, puesto que todos sabemos que lo que la

escuela pretende es formar ciudadanos conscientes de lo que implica

serlo.

Pero, ¿quién está en contra? Por un lado los que pretenden que esta

asignatura se sustituya por la de religión. Esto es imposible.

Después están los que argumentan que hay un fondo de adoctrinamiento

sectario. Precisamente es lo contrario. Intenta formar ciudadanos, no

miembros de tal o cual bandería.

Y por último están los que argumentan que esta asignatura interfiere con

el derecho constitucional de los padres de elegir la formación moral que

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prefieran para sus hijos. Pero es que la educación pública tiene la

obligación de asegurarse que los niños y adolescentes reciban formación

en valores que toda la comunidad debe compartir, más allá de las

preferencias de sus respectivos progenitores”.

Decir a los futuros lectores de la obra que hemos presentado, que el

escritor termina su libro recogiendo textos de varios pensadores sobre

educación: Homero, Platón, Aristóteles…

Valladolid, Ángela Velázquez Pascual.