resumen de la profesion docente y la comunidad escolar...... nota de lectura de toral

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M. FERNÁNDEZ ENGUITA La profesión docente y la comunidad escolar: crónica de un desencuentro Los padres: entre la indiferencia y la impotencia Los principales responsables e interesados en la educación de sus hijos, son los padres, nada les permitirá realizar mejor su derecho a controlar está e influir sobre ella que la oportunidad de intervenir en la gestión de los centros docentes. La participación no requiere otra cosa que el compromiso de los propios padres. Una mayoría silenciosa y una minoría sospechosa Los padres son personas casi siempre intensamente preocupados por, y pendientes de, la educación de sus hijos, empezando por su suerte en la escuela. Un posible motivo de esto puede ser que los padres, simplemente, no confíen, a estos efectos, en la acción colectiva. Los padres ni siquiera acuden al centro ante un problema individual de sus hijos. También existe un auténtico problema de desinterés o, al menos, de fatalismo por parte de un sector de padres; Aunque la abstención es un problema de todos los procesos electorales y de todos los colectivos, sería difícil, por no decir imposible, encontrar un caso similar al de los padres de los alumnos en las elecciones a los consejos escolares. La participación vendría a marcar la diferencia entre la instrucción y la formación, o entre la enseñanza y la educación. A veces la decisión de participar tiene su VILMA ALEJANDRA LAGUNAS LOPEZ 2º SEMESTRE LIC. EDUC. PRIMARIA Página 1

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M. FERNÁNDEZ ENGUITA

La profesión docente y la comunidad escolar: crónica de un desencuentro

Los padres: entre la indiferencia y la impotencia

Los principales responsables e interesados en la educación de sus hijos, son los padres,

nada les permitirá realizar mejor su derecho a controlar está e influir sobre ella que la

oportunidad de intervenir en la gestión de los centros docentes. La participación no requiere

otra cosa que el compromiso de los propios padres.

Una mayoría silenciosa y una minoría sospechosa

Los padres son personas casi siempre intensamente preocupados por, y pendientes de, la

educación de sus hijos, empezando por su suerte en la escuela. Un posible motivo de esto

puede ser que los padres, simplemente, no confíen, a estos efectos, en la acción colectiva.

Los padres ni siquiera acuden al centro ante un problema individual de sus hijos. También

existe un auténtico problema de desinterés o, al menos, de fatalismo por parte de un sector

de padres; Aunque la abstención es un problema de todos los procesos electorales y de

todos los colectivos, sería difícil, por no decir imposible, encontrar un caso similar al de los

padres de los alumnos en las elecciones a los consejos escolares. La participación vendría a

marcar la diferencia entre la instrucción y la formación, o entre la enseñanza y la educación.

A veces la decisión de participar tiene su origen en un incidente en el que el padre o la

madre se han visto enfrentados al centro, o cualquier miembro del profesorado.

La difícil tarea de participar

Los padres que participan, por su parte, tienen que hacer frente, con frecuencia, a la

acusación de que solo se preocupan de los problemas particulares de sus hijos, no los

problemas de todos. El deseo de los padres no es sustituir a los profesores. Su deseo se

reduce, normalmente, a poder controlar el resultado del proceso, las características del

producto fina; y, si no les complace, decirlo.

Muchos padres declaran que temen las represalias de los profesores. En todo caso, los

profesores activos atribuyen ese miedo a los que no participan. Los representantes de los

padres se autocensuran y se autolimitan, pues de nada serviría plantear problemas o

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adelantar propuestas que, además de resultar mal recibidos o inviables porque el

profesorado tiene la mayoría, pudiera crear fricciones.

Lo extraescolar y lo complementario

Las actividades extraescolares desempeñan, cuando menos, una triple función. Por un lado,

puede considerarse como una manera de cubrir la distancia que separa la enseñanza de la

educación, la instrucción de la formación, la capacitación académica del desarrollo integral.

Las actividades extraescolares son también una forma de prolongar el horario de

permanencia en los niños y jóvenes en la escuela, o en cualquier caso fuera de la residencia

familiar, por lo que resultan elemento esencial en el desempeño de la función de custodia. El

contenido de las actividades extraescolares no suelen ser motivo de conflicto entre los

padres y profesores..

La controvertida función de custodia

Se han dicho que lo centros de enseñanza se han convertido en “aparcamientos” o

“guarderías” donde depositar a los niños y jóvenes en las horas en que su familia n pueden

atenderles. Los profesores ven, a menudo, en las actividades de custodia, un atentado a su

profesionalidad y un factor de endurecimiento de sus condiciones laborales, ya que ellos se

dedican a “educar”, más no a cuidar de los alumnos. Las tutorías, que no son una actividad

de custodia pero tienen en común con las correspondientes a ésta sobrepasar los

parámetros habituales de la instrucción, presentan un problema parecido.

El alumnado, o el convidado de piedra; Delegados, pero ¿de quién?

El delegado es el representante de un grupo, es el que organiza al conjunto de estudiantes.

A la hora de elegir a los delegados siempre tratan de escoger al que es más “relajista” o al

más “tonto”, es por esta razón que no cumplen con su deber correctamente. Los estudiantes

tienen esa mentalidad que los delegados de grupo son los que se encarga de realizar

pequeños servicios como: limpiar la pizarra, ir por la tiza, llevar el parte, recolectar dinero

para comprar un balón, etc. Podríamos decir que el profesor saca ventaja de estos

problemas, haciendo que el delegado se convierta en su colaborador y que la tarea que le

toca es de ser guardián o más bien como un “policía” de respetar el orden en sus

compañeros. El delegado se convierte en el títere del profesor.

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El delegado tiene otras funciones como puede ser acudir a juntas de evaluación, ejercer de

mediador entre sus compañeros y el tutor o los profesores, etc.

Una democracia bajo tutela

Las posibilidades de participación de los alumnos están fuertemente limitas por el hecho de

que, al fin, y al cabo, en ella, y al margen de ella están sometidos a la autoridad y el poder

del profesorado. Los alumnos no consideran que el contexto escolar, y en particular la

actitud de los profesores, sean especialmente favorables a la realización de sus derechos.

En el centro de enseñanza, todos los caminos vuelven una y otra vez al profesor, que se

presenta ante el alumno como juez y parte al mismo tiempo. Los delegados están más

expuestos, ya que les corresponde ser portavoces de cualquier descontento de sus

representados. Hay profesores dispuestos a tomar represarías sobre cualquier alumno que

les molesta, pero son una minoría.

La presencia paterna, de apoyo a estorbo

La presencia de los padres en el consejo escolar, cuya justificación estriba en la inmadurez

de los alumnos, no es valorada de la misma manera por éstos a todas las edades. Al

principio, los propios padres, además de como una voz autónoma, se ven a sí mismos como

la voz de los niños. Al llegar a la enseñanza secundaria, su función aparece ante sus

propios hijos con menos claridad. Ya no se da por sentada una identidad de interés entre los

colectivos, alumnos y padres, y su desempeño en el consejo escolar pasa a ser discutido, o

claramente menospreciado. Lo primero que los padres deben perder es su función individual

como tutores y valores de sus hijos. La segunda que deben perder los padres es su lugar

como colectivo en la gestión escolar, en sustitución de los alumnos.

Los alumnos pasan ya a considerar que la comunidad escolar es cosa de dos: los profesores

y ellos.

La ineficacia de participar

El representante, que desempeña el papel del joven comprometido, no puede casi nunca

ocultar una actitud de reproche, incluso cierto desdén, hacia los representados, que son

vistos como pasivos, egoístas e insolidarios. El delegado es dejado a un lado sus funciones

de asistente y cabo, un informador del profesor, una especie de agenda relativa al grupo. El

delegado debe hacer de portavoz de las limitaciones generales. La presencia del delgado en

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el consejo no sirve de nada, o sirve de muy poco, porque no se les toma en serio o no se

cuenta con ellos, y porque casi nunca salen adelante sus propuestas.

El peso de la experiencia cotidiana

Los alumnos no son ciegos y sordos ante lo que se les enseña y aprenden. Perciben

perfectamente, por ejemplo, la falta de coordinación entre distintas asignaturas, o los

diferentes criterios de evaluación, lo cual basta para revelarles que los profesores no están

exentos de errores, o simplemente que las cosas pueden hacerse de varias maneras y que

unas son mejores que otras. Cuando un grupo de alumnos percibe esto, tiene también otra

opción, teóricamente al menos: hacer oir su voz, intentar un dialogo con el profesor. Pero lo

que la experiencia les indica es que no vale la siquiera la pena de intentarlo. A los alumnos

no se les reconoce capacidad alguna de influir en las decisiones sobre que han de aprender

y como ha de evaluarse lo aprendido.

Una constante al margen de cualquier variable

Los centros presentan una mayor disposición que los privados a recocer las competencias

de padres ya alumnos, lo cual significa que todos ellos cuentan con una asociación de

padres y buena parte con una asociación de alumnos, así como que los representantes de

estos colectivos actúan con más independencia respecto a la dirección o el profesorado.

Las necesidades y las expectativas del público llamadas a entrar en colisión con los

intereses del profesorado se desplazan en consecuencia: los horarios y las actividades

extraescolares son el principal motivo de los conflictos en la enseñanza básica.

Tipos de participación: variantes y posiciones

“Participación” es uno de esos términos manidos, tan frecuentes en el discurso sobre la

educación, que a fuerza de designarlo todo terminan por no significar nada. Lo mismo que la

“igualdad de oportunidades”, la “enseñanza activa”, la “eficacia” o la “calidad”, la

participación ha acabado por convertirse en algo que todo el mundo invoca, porque nadie

puede declararse contrario, pero que para cada cual recubre un contenido distinto.

Para los profesores, la participación de los otros debe consistir fundamentalmente en que se

acepten a sus fórmulas, sigan sus consejos, y “hagan los deberes”. Para los padres y

alumnos, o al menos para el sector más activo de ambos colectivos, significa ser parte del

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poder de decisión o, cuando menos, no dejar por entero la dirección de la educación en

manos del profesorado.

La participación regulada por la ley ofrece muchas más oportunidades de expresión y cuotas

de poder, sin lugar a dudas, a los profesores que a los alumnos o a los padres.

Los profesores cuentan con el poder con que los invisten la institución escolar: decidir qué y

cómo deben aprender los alumnos y, sobre todo, evaluar su rendimiento con las

consiguientes consecuencias para su futuro académico, profesional y social.

Participación y representación

El profesorado es más poderoso que antes de la entrada en vigor de LODE, pero no todo el

colectivo participa ya por igual de ese poder, por lo menos entre elección y elección.

En el caso del alumnado, para quien la participación debía ser también una experiencia

formativa y constitutiva de su personalidad, lo menos que puede decirse es que están

aprendiendo, fundamentalmente, a delegar, es decir, a no tomar sus asuntos en sus propias

manos. La especialización de la función representativa en unos pocos miembros del

colectivo permite al resto dedicarse a sus propios asuntos con mayor tranquilidad: los

profesores a enseñar, los alumnos a aprender y los padres a mantener el hogar.

En contrapartida, el sistema de representación, al desactivar a los colectivos representados,

sofoca otras potencialidades. Resultado de esto es que los profesores se encierran en el

cascarón de su aula, los padres se alejan de la vida cotidiana de la escuela, perdiendo ésta

la oportunidad de emplear los recursos personales e intelectuales de la comunidad entorno;

los alumnos, en fin, carecen de un espacio para el desarrollo de iniciativas grupales y

colectivas.

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