reseña de el príncipe y sus guerrilleros. la destrucción de camboya

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Reseña-ensayo sobre el libro El príncipe y sus guerrilleros, publicada en Replicante 8, verano del 2006. Fui mi primera colaboración en Replicante.

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5/10/2018 Rese a de El pr ncipe y sus guerrilleros. La destrucci n de Camboya - slidepdf.com

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Volumen II, nº 8, verano del 2006.

 

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El príncipe y sus guerrilleros de

José María Pérez Gay

Manuel Guillén

Nunca se podrá hablar suficiente de la realidad camboyana durante el siglo XX —y

de todos los siglos que le preceden—. No podrá agotarse el tema, porque es el de la

condición humana desatada, salvaje, pura. Ajena a los dictados de la racionalidad

moral occidental, es su contraparte; la otredad extrema que muestra la fragilidad yla contingencia de nuestro penoso ascenso epistemológico moderno. Lo que

ocurrió en Camboya durante el siglo pasado es solamente la puesta al descubierto

de la esencialidad violenta y guerrera de la especie1; fue un claro que se abrió, se ha

abierto durante milenios, y se volverá a abrir inexorablemente.

Por medio de la cadencia narrativa de Pérez Gay, accedemos al corazón de las

tinieblas del sudeste asiático, abyecto e infame como pocos. Realizamos el safari2 

alumbrados por una añeja investigación que iniciara un cuarto de siglo atrás, y fue

retroalimentándose y creciendo con el paso de los años hasta lograr una híbrida

sustancia —mezcla de ensayo, historiografía y novela histórica— que finalmente

pudo armar con pulcritud la configuración de su objeto de estudio. Filoso poliedro

dinámico que trasmite contundente la voz y el eco de la historia camboyana

reciente, el sustrato feroz de la mente humana, la singularidad metafísica de la

guerra, y la estupefacción doliente del punto de vista occidental.

La odisea gore del Jemer Rojo (Khmer Rouge, Angkar Padevant) es una biopsia de la

organización del mundo; de la relación de la mente humana con su entorno y con

1 Confróntese “La guerra como hábitat” en Casa del Tiempo 43-44, Agosto-Septiembre del 2002,donde abundo sobre la esencialidad metafísica de la guerra en el hombre.2 Un safari macabro en el que la carnicería y los trofeos son los seres humanos, sus cuerpos yosamentas, al estilo de la propuesta del cómic Predator de Dark Horse Comics.

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sus semejantes. Exóticos cabales, con ideales restauracionistas irracionales y

perdidos en una jungla al otro lado del planeta, fueron, con todo y a pesar de todo,

reflejo de una sanguinaria parte de Occidente: la que comparte una humanidad

común con ellos.

Al mismo tiempo, es la historia de una ilusión que intentó materializarse durante el

siglo pasado, aquí y allá, a sangre y fuego: la infamia del comunismo práctico. Los

líderes del Khmer Rouge, a quienes quisiéramos ver como una banda de criminales,

pero que en realidad fueron una estructura sólida de mentes educadas3, son así el

vértice de dos cauces fatales: la irrefrenable violencia humana y la sinrazón del

maoísmo erigido en leit motiv.

Al respecto, hace notar con razón el autor que “una de las cosas que más llaman la

atención es cómo una vertiente del pensamiento crítico moderno, la teoría de Karl

Marx, convive y se transforma en una fanatismo nacionalista de tal virulencia” (p.

101). La explicación, quizá, sea abominable. Es posible que ese pensamiento crítico,

utópico y revolucionario, moderno cabal, haya entrañado la oposición extrema de

su contenido original. De la misma manera que el cristianismo engendró casi ex

nihilo (ya que en el judaísmo es prácticamente inexistente4) su cara oscura, el

satanismo, mutatis mutandis, la razón ilustrada generó, a través del marxismo, su

virulento opuesto. Marxismo y cristianismo, esquemas de pensamiento milenarista

y arquetípicamente hermanados5, construyeron sus propias némesis y antípodas.

Sólo así es posible comprender el delirio anti moderno por excelencia que han

compartido revoluciones y guerrillas de todo origen y calaña a lo largo de los

últimos cien años: la vuelta al año cero, cualquiera que éste sea, siempre y cuando

impugne la inexorable realidad burguesa y capitalista de nuestra era. “La idea de

3 Por supuesto, este hecho no exenta que hayan podido padecer diferentes trastornos psicológicos;entre los más evidentes, la paranoia, la megalomanía, dualidad de personalidad y neurosis.4 Confróntese, McGinn, Bernard, El anticristo, Paidós, Barcelona, 1994.5 Véase, Parsons, Talcott, “El simbolismo económico y religioso en Occidente” en Biografía

intelectual, UAP, Puebla, 1986.

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que un movimiento comunista puede surgir del campo, la pasión ingenua de creer 

en una república campesina” (p. 129). Puesto en estos términos, tal origen es

siempre profundamente oscurantista y, por lo mismo, deleznable: primitivo, rural,

anticivilizatorio.

Para el Khmer Rouge es Angkor Vat ese paraíso inmaculado en el que alguna vez

comenzara el tiempo jemer sin rastro de occidente, sus ideas y su tecnología. Un

lugar de leyenda en el que el hombre se hermanaba con la tierra y la raza se

mantenía pura, bendecida por los fluidos del río Mekong, a la vera de las suntuosas

formas piramidales tapizadas de jeroglíficos que loan la muerte y el conflicto. “Su

proyecto de exterminio no se entenderá si no se contempla cómo ven y viven lacivilización de Angkor: como un grandioso mito del origen” (p. 65).

La vuelta a lo arcaico impulsada de manera brutal, sistemática y sin piedad por los

jemeres rojos es el retorno a la esencia salvaje de la humanidad. Algo que hemos

olvidado en nuestra civilización, principalmente porque hemos vivido hechizados

por el mito del buen salvaje del romanticismo europeo. Pero la verdad natural es

tangible, por más que nos parezca atroz: el instinto asesino nos constituye6. Para

paliarlo, para domesticar al violento primate que yace bajo nuestras manos

prensiles y nuestra lengua con pronombres y universales, hemos generado

argumentos y normas; temores metafísicos y castigos legitimados de común

acuerdo. Cuando Angkar Padevant despedaza hasta pulverizar todo eso; cuando

denosta y ataca demencial y vertiginosamente al máximo logro de la razón humana

—Hegel dixit—, la vida y la ideología burguesa occidental, retrotrae a su pueblo a la

era de las cavernas. Abre entonces un terrible claro metafísico: la esencia de la

aniquilación irrefrenable del hombre por el hombre; el espíritu de la guerra sin

razones ni trabas: “La crueldad necesaria para exterminar familias completas tiene

6 Para una aproximación a esta realidad, confróntese, Fukuyama, Francis, “Women and the Evolutionof World Politics” en Foreign Affairs, September/October, 1998. A pesar de que Fukuyama insistecorrectamente que la violencia es básicamente masculina; teniendo en cuenta la evidencia empíricaglobal, pienso que es posible generalizar el argumento a la especie entera, aunque con diversasgradaciones.

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su origen, quizás, en las venganzas arcaicas y sangrientas que ocurren en las

montañas; muchos milicianos del Jemer Rojo han sido reclutados en esas zonas. Los

jóvenes cazadores sólo han aprendido a perseguir tigres salvajes en la jungla: se

transforman después en verdugos con ferocidad de bestias” (p. 170).

Lo que no comprenden, o no quieren comprender, los enemigos de la civilización

occidental —tanto externos como internos— es que ésta ha sido, hasta hoy, la

mejor manera de encauzar, controlar y modular la violencia ciega connatural a la

especie humana. A pesar de que se engañen quienes ven en el hombre rural y

primitivo un asomo de pureza vital, lo verdadero es que en ese estado habita casi

sin ataduras la agresión latente en esencia; disposición psico-social inmemorial quesurca el planeta de punta a cabo.

Paralelamente, Occidente ha confundido innumerables veces la pauta asesina con la

otredad; la barbarie como signo de todo lo que no le es semejante. Pero el espíritu

de la guerra es más denso, profundo y elemental que cualquier modo de ser 

geográfico, racial o lingüístico. Prueba de ello es el afán exterminador de la

humanidad que lo mismo ha recorrido, nada más durante los pasados cien años,

Rusia, Alemania y Serbia que Argentina, Chile y Paraguay, sin olvidar Ruanda, Sierra

Leona y Angola, hasta su máxima cumbre en Indochina, donde las otredades

extremas de estadounidenses y vietnamitas compartieron el goce anómalo de

saciar la sed de sangre inherente al homo sapiens.

Sin embargo, Occidente es también el único espacio vital de la historia que ha

generado el más eficaz antídoto contra todo eso. El lugar de la razón encumbrada;

de la refinación de la pulsión de vida, de la fraternidad encarnada en religión, de la

sabiduría pragmática normativa. Hegel lo vio, lo tematizó y lo elogió hace 170 años,

y seguimos esperando al valiente, incluyendo a Nietzsche, que pueda demostrar lo

contrario.

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Esa es la razón principal por la que el Jemer Rojo tiene como piedra de toque la

destrucción de las ciudades y la vida burguesa en ellas alojada; los centros de

cultura, recreo y política de cuño francés que incipientemente poblaban Camboya, y

particularmente la capital Phnom Penh, son, literalmente, dinamitados, regresados

al polvo y al barro. Por eso afirman que los núcleos urbanos occidentalizados son un

“virus”, tumores metastásicos de “perversión” y de “maldad”. La rapacidad del

instinto guerrero y asesino que Pol Pot y sus seguidores desenjaularon entiende con

razón que el modo de ser europeo es el último y quizá el único dique que puede

contener el caudal de su furia. Comienza así la vileza del maoísmo: la sistemática

destrucción de la urbanidad y el alucinante empeño de crear una nación rural viable

con base en la colectivización forzada del campo.

Sólo en Camboya, nación pírrica, olvidada y atrasada, tal delirio cobra entre un

millón y medio y dos millones de vidas. En todo el planeta, sólo en el siglo XX, 65

millones más. No que únicamente nuestro siglo, y su continuación hasta nuestros

días, sea una anomalía histórica. Sólo es que su exuberancia tecnológica le ha

permitido expandir la voluntad de imponer ideales con ahínco sanguinario. Dicha

voluntad vive en el hombre. De las conquistas de pueblos enteros para ser 

esclavizados por el Egipto faraónico, a la expansión imperial romana universal

durante 400 años en la encrucijada del monumental cambio de eras, a las invasiones

japonesas de China y Corea durante el siglo XVI, pasando por las cruzadas y las

conquistas de América —la española, la portuguesa, la anglosajona, inter alia—.

Hemos aprendido que las ideas también matan. O, más bien, que son un excelente

pretexto —porque además pueden poner a los perpetradores del lado de los

ángeles— para matar, someter, esclavizar o aniquilar a los otros.

El tema de la pureza moral es el gozne ideológico más poderoso y socorrido para

fingir una finalidad sublime de la agresión de cuño biológico; la metafísica de la

guerra envuelta en el enjambre de la moral retorcida. “Los dirigentes del Jemer 

Rojo llevan a cabo una política de exterminio de sus enemigos, porque una idea de

pureza moral gobierna sus decisiones políticas. Pero esta temible convicción no es

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original [de ellos]” (p. 139). No es original porque es originaria. Donde hay hombres,

hay agresión. Justo como refiere Cormac McCarthy en su fastuosa obra Meridiano

de sangre7: en cráneos humanoides fósiles de hace 300,000 años, encontramos ya

cabezas escalpadas.

A partir de este hecho inconmovible, nace la paradoja de los derechos humanos

universales; correcto y pertinente invento idealista moderno que para volverse

eficaz ha precisado del uso de la fuerza y la coerción. Como también ha servido de

mala conciencia para desatar el impulso guerrero de las diferentes potencias

occidentales, cuyo ejemplo paradigmático son los Estados Unidos de América,

verdadero cazador de los siete mares.

Sea como fuere, los derechos humanos constituyen actualmente el único lenguajeusado por opositores y víctimas de regímenes criminales y guerras civiles cuandolevantan su voz contra la violencia, la represión y las violaciones de su dignidadhumana (…) miden nuestra capacidad de resistirnos a lo inhumano, tanto al mal quepadecemos como al demonio que llevamos dentro (p. 241).

Dique artificial, sublime como casi todos los productos ilustrados, los derechos

universales del hombre son lo mejor que hemos imaginado hasta hoy para resistir 

nuestro innato y volcánico espíritu guerrero. No obstante, es muy posible que esta

contención artificial acabe sucumbiendo, más tarde o más temprano, ante el

incesante embate de nuestra violencia irredenta. Tal y como la bella ciudad de

Nueva Orleáns, neciamente erigida bajo el nivel de todas las aguas, terminó un mal

día arrasada por el poder del mar y sus engendros.

* Jose María Pérez Gay, El príncipe y sus guerrilleros. La destrucción de Camboya.

Editorial Cal y arena, México, 2004, 271 pp.

7 Debate, Barcelona, 2001. Inmaculada alegoría sobre la violencia humana, cuya lectura me ha llevadoa afirmar una metafísica de la guerra.