religión y nacionalismos
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RELIGION Y NACIONALISMOS
(Dios con nosotros)
Jos Luis Cardero Lpez
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- Lo nacional y la religin
El caldo de cultivo de lo identitario. Nuestro lugar en el mundo.Legitimacin y oracin: de la Iglesia Nacional a la razn religiosa de lonacional
- Nosotros y los Otros
Las coordenadas de un discurso paranoico: interrelacionar y denunciarEl juego de las oposiciones simblicas: Anglico-Demonaco, Luz-Oscuridad, Humano-Inhumano. Un juego ms interior: lo sagrado y lo
numinoso.
- Dios con nosotros
Eleccin y colaboracin: la religin dominante. Las formas de unareligin propia y los esperados nuevos tipos humanos. El hombrenuevo en la frontera.
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Introduccin
En ste trabajo intento acercarme a una fuerza social que se expresa
a travs de modelos simblico-cognitivos de gran complejidad, cuya
aparicin se remonta a etapas relativamente lejanas en la historia humana,
pero cuyas consecuencias ltimas todava no han podido ser
completamente determinadas en nuestros das. Esta fuerza presenta
adems un poder tan intenso y en ocasiones tan fuera de control, como
terribles pueden ser en ciertos momentos las consecuencias que muchos
de sus usos acarrea.
Me refiero a la energa que se manifiesta siempre en la relacinmantenida entre el poder poltico ms concretamente entre ciertas formas
de ese poder- y el poder de lo religioso, considerando a ste ltimo como
emanacin y cristalizacin histricas y culturalmente determinadas de lo
sagrado y lo numinoso.
Podran escogerse muchos ejemplos para poner de relieve las
caractersticas peculiares de esa fuerza prodigiosa a la que me refiero y ello
podra hacerse desde luego en casi cualquier lugar del planeta o encualquier periodo cronolgico. Pero por razones de economa y brevedad,
me limitar ahora a llevar a cabo un somero anlisis centrado en nuestra
propia poca y en ciertos mbitos geogrficos en los que se ha manifestado
preferentemente la cultura occidental.
A partir de ese anlisis procuraremos destacar las principales
coordenadas en las que surge una manera comn de utilizar legitimaciones
religiosas como justificacin de cierto tipo de pensamiento poltico. Estudiomnimo en razn sobre todo de la necesaria brevedad y limitacin expositiva
de ste trabajo. Espero que no por ello sea menos sugerente y capaz de
invitar, mediante la seduccin de lo que descubramos, a investigaciones
ms detalladas.
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1. Lo Nacional y la Religin.
En el nombre de la Identidad individual y grupal- y en el nombre de
Dios, se han llevado a cabo actos tan terribles, que bastaran para calificar a
la humana como una especie peligrosa y daina en grado mximo.
Respaldando esos conceptos tan etreos y poco aprehensibles de lo
identitario y lo religioso se encuentran otras figuraciones y construcciones
culturales vinculadas con ellos, igualmente difciles de entender y de
controlar racionalmente, como son Religin y Nacin. La mayor parte de las
guerras y de los conflictos que han involucrado a la humanidad dejando a
un lado por el momento en el comentario las cuestiones econmicas y de
reparto de riqueza que subyacen- han tenido en el pasado como pretexto
cuestiones religiosas o identitarias. Esas cuestiones son esgrimidas todava
hoy en las guerras de nuestros dias. As, podemos considerar
fundadamente que fantasmagoras personificadas en los colores de una
bandera y en las diversas maneras de expresar las creencias mantenidas
acerca de la hipottica existencia de un ser sobrenatural sobre el cual
sabemos poco, pueblan an los abismos de lo inconsciente colectivo en la
especie humana.
Porque Qu es, verdaderamente, una Nacin? Qu es, en
realidad, una Religin?
En cuanto a Nacin se refiere, tal vez necesitemos remontarnos
hasta los antiguos griegos cuando hablaban de ethnos o hasta la
correspondiente expresin latina de gens, para hallar algn tipo de
agrupaciones o colectividades que se pudieran corresponder en ciertamanera con esa entidad o entelequia. Pero all, a la sombra de dichas
calificaciones, nos encontraramos con que, mediante ellas, los hablantes
de la poca entendan ms bien de cuestiones tales comopueblo o familia
igualmente discutibles y generadoras de polmica- denominando con
aquellos denotativos incluso el conjunto de una multitud no demasiado bien
diferenciada, sealada con la caracterstica comn de que todos sus
miembros hubieran salido de una misma fuente o lugar. Seguramente conello no adelantaremos demasiado en nuestra bsqueda.
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Sin embargo, el trmino nacin se utiliz pronto. Y esa utilizacin fue
asimismo temprana y relativamente frecuente respecto a la religin o a
ciertos aspectos relacionados con ella. As, en el Nuevo Testamento
(Mateo, 28, 19) se habla de la necesidad de ir y bautizar a todas las
naciones, entendindose con ello a todos los individuos no judos
(circuncisos) que todava no eran cristianos.
Por su parte, Pablo de Tarso habla de las Iglesias de las naciones
(Romanos, 16,4), es decir, de todos aquellos cristianos convertidos del
mundo pagano y residentes en los diversos territorios que en ese momento
comprenda el imperio romano.
Los significados son, por tanto, bien distintos de ese que ahora
buscamos. Lo que ocurre es que por estas pocas el concepto de nacin,
tal como lo entendemos hoy, an no estaba dibujado. Y lo mismo suceda,
por tanto, con el trmino o expresin iglesia nacional, nocin ausente, por
ejemplo, en los aos de los primeros grandes concilios ecumnicos. Incluso
suceda otro tanto con el propio trmino Religin como veremos luego,
aunque por razones diferentes. El adjetivo nacional, no comienza a ser
utilizado en Europa ms que a partir del siglo XVI, cuando empiezan a
surgir soberanas fuertes que pretenden ejercer su dominio sobre la Iglesia.
Atrs haba quedado la vieja polmica de las dos espadas y las
contribuciones de Marsilio de Padua para establecer las bases del estado
laico moderno, detentador no slo del poder temporal, sino tambin del
espiritual 1. Despus del hundimiento del imperio romano, siglos y siglos de
discusin acerca de quin, verdaderamente, haba de conservar y ejercer el
poder si la Iglesia o el renaciente poder civil- desembocaron de alguna
manera en una especie de entente, pero no sin antes dar lugar a tresmovimientos importantes en cuyo seno comenz a desarrollarse el
concepto de Iglesia nacional.
Fueron stos, el anglicanismo, nacido de la ruptura protagonizada
por Enrique VIII de Inglaterra respecto a Roma (1533), el movimiento
denominado josefismo, conducido en Alemania en la misma poca por
Nicols de Hontheim coadjutor del arzobispo de Trier (Trveris)- y el
galicanismo en Francia, que, tambin por aquellos aos, pretenda lograr unpoder fuerte de la iglesia francesa y conseguir de esa forma una autonoma
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real y fundada frente al Vaticano. En los textos de la poca, los
comentaristas califican frecuentemente a la iglesia galicana como una
iglesia nacional.
Estos tres movimientos del siglo XVI ya marcado por la influencia de
la Reforma de Martin Lutero- llevaban dentro de s el germen de lo que ms
tarde habra de llamarse Iglesia nacional y que tanta importancia iba a
cobrar en siglos posteriores, justificando es preciso decirlo bien claro- un
enorme nmero de fechoras y de crmenes cometidos tanto por el poder
temporal como por el religioso, aunque tambin hay que decirlo
igualmente- propiciando algunos de los avances polticos y sociales ms
importantes de la poca 2, cuyo fruto pleno se vera luego en el momento de
la maduracin autonoma del poder civil. Sin embargo, uno de los resultados
ms negativos de tal cristalizacin dogmtica y prctica fue el desarrollo, en
muchos casos mantenido desde entonces, del nacionalismo religioso que,
casi invariablemente, exhiba la tendencia a confundir el poder terrenal con
la autoridad espiritual, con lo cual es posible comprobar como, en tal
aspecto, no se haba avanzado demasiado desde los conceptos doctrinales
mantenidos en los tiempos de Bonifacio VIII.
La Revolucin francesa de 1789 sealar una nueva etapa en el
desarrollo de las Iglesias nacionales. Aunque no ser hasta los siglos XIX y
XX en que, siguiendo la corriente de los numerosos movimientos
nacionalistas con los que cada comunidad pretenda poseer su propio
estado, se produjeron tambien los correspondientes movimentos del
nacionalismo religioso. Cada nacin tendra as su propio Estado y su
propia Iglesia, la cual, a su vez, defendera celosamente los intereses de
dicha Nacin. Por ms que semejante tendencia fue siempre discutida ycombatida por la Iglesia Catlica, celosa de su preponderancia y exclusiva
en el poder espiritual y por tanto poco propicia a la fragmentacin de los
feudos eclesisticos, ello dio lugar a los importantes fenmenos sociales
que, de una manera indeleble, dejaran su huella en el desarrollo de los
acontecimientos ocurridos en el siglo veinte.
En cuanto a la Religin, nos encontramos con una evolucin que de
alguna manera se puede corresponder tambin con los acontecimientoshistricos vinculados al concepto de Nacin, aunque quiz elaborado en
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este caso de manera mucho ms neta. Desde la implantacin del
cristianismo como religin del estado en tiempos de Constantino el Grande3, a muy pocos se les habra ocurrido discutir la validez del trmino, o su
oportunidad. A medida que pasaba el tiempo y el cristianismo se iba
consolidando como ideologa dominante, no era cuestin de hablar ms que
de una sola Religin, la nica verdadera y por tanto la nica a la que ese
trmino podra referirse.
Pero ello, que fue magnfico para lograr una unidad monoltica de la
doctrina eclesistica, no lo fue tanto o no lo fue en absoluto- para
determinar que es lo que podra entenderse por religin en un sentido
amplio, extenso, del concepto. No es que con anterioridad a la implantacin
del cristianismo dicho concepto gozase de mayor claridad, aunque tal vez
con elpaganismo (al que todos se referan ahora en tono peyorativo) exista
una mayor libertad para entender la religin como uno de los aspectos que
podra tomar la relacin del ser humano con lo sagrado, sin el impedimento
que, de una manera o de otra, iba a suponer todo el complejo entramado
dogmtico-normativo consecuente al desarrollo de los primeros y
sucesivos- grandes concilios cristianos.
Despus de experimentar una larga influencia debida a los
acontecimientos histricos en cuyo comentario no podemos detenernos,
nos encontramos, una vez llegados al siglo XX, con dos trminos (Nacin y
Religin) cuyo poder connotativo es inmenso y consecuente con la
procelosa trayectoria sufrida por ambos. Es en ese momento histrico
cuando la interaccin de ambos va a producir una primera gran
transformacin, que los afecta a ellos mismos y tambin a sus significados
futuros, pero que afecta igualmente a la propia estructura en la que ambos juegan, es decir, a las instituciones sociales, polticas y econmicas que
nacen o se establecen como resultado de la consolidacin del capitalismo
industrial como modo de produccin dominante en Europa y Amrica.
Los conceptos de Nacin y Religin actan sobre todo a nivel de los
modelos e instrumentos de socializacin, as como de los procedimientos
mediante los cuales se va a mantener y a justificar la propiedad privada de
los medios de produccin y de reproduccin del sistema (capitalista). La
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familia, en este sentido, es uno de esos mecanismos privilegiados de
condicionamiento ideolgico a los que aludimos.
La transformacin a que me refiero es la producida cuando la
estructura hasta entonces bsicamente volcada hacia lo religioso- de las
iglesias nacionales, pasa a ser sobre todo una plataforma ideolgica de
justificacin de aquello que podramos denominar la razn religiosa de lo
nacional, cuyo paradigma se da sin duda en la Alemania del perodo de
entreguerras (1920-1939), aunque no sea ste, como veremos, el nico
caso.
No cabe duda que la proliferacin y en algunos casos, el triunfo- de
las revoluciones obreras de principios del siglo veinte (en Rusia y casi en
Alemania, Hungra, Polonia y otros pases de Europa, cindonos
nicamente a nuestro mbito geogrfico ms prximo), provoc una
especie de paranoia que acentu todava ms el condicionamiento
ideolgico reaccionario de la Religin identificada casi exclusivamente con
la iglesia catlica- y contribuy tambin a su temprana alianza con los
sectores ms conservadores del movimiento nacionalista. Nacin y Religin
pudieron formar as una Santa Alianza contra el peligro revolucionario que
tuvo notables consecuencias para la futura evolucin de dichos conceptos y
sus connotaciones.
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2. Nosotros y los Otros.
Levi-Strauss apunta que la identidad es una especie de fondo virtual
al cual nos es indispensable referirnos para explicar cierto nmero de
cosas, pero sin que jams tenga una existencia real 4 y dice un poco ms
adelante que la identidad slo existe en el esfuerzo de las ciencias
humanas por superar ese misma nocin de identidad y ver que su
existencia es puramente terica. Se trata por tanto de un lmite al que no
corresponde en realidad ninguna experiencia 5.
Pero lo cierto es que, sobre ese concepto de existencia puramente
terica se han basado tiempo atrs y se basan todava hoy muchos
estereotipos autnticamente funcionantes. Tan importantes son que la
mayora de las guerras y de los enfrentamientos habidos en el mundo casi
desde que tenemos noticia, se han apoyado bien sobre la identidad y su
salvaguarda, bien sobre la religin y sus formas de interpretacin. Esto es
algo banal de tan conocido. Y sin embargo, tales estereotipos, medias
verdades y argumentos que, en realidad, tienen escaso o ningn apoyo en
la realidad, continan funcionando. Tal vez, me pregunto yo, por alguna
extraa propiedad de las maneras humanas de ver y entender el mundo a la
que algunos denominanpersistencia de cosmovisiones?.
En el proceso de individuacin del que habla Jung se integra lo
inconsciente en la consciencia. Se trata de un proceso de sntesis con el
que se supera la disociacin de la consciencia, que es un problema por el
cual sta ya no es capaz de controlar lo inconsciente 6. Algn proceso de
naturaleza semejante, aunque dedicado precisamente a conseguir todo locontrario, se puede dar en ese mecanismo que presenta un punto
incomprensible e imposible de controlar, por medio del cual y con el auxilio
de un figurado motor de dos mbolos (interrelacin y denuncia) se llevan a
cabo los trabajos de determinacin de aquello que somos o creemos ser- y
lo que son (o creemos que son) los dems.
Es necesaria, desde luego, una definicin previa. Los espaoles, o
los norteamericanos somos, o son, tal o cual cosa. Los africanos o los rusosson esto y aquello. Hay que decir que casi todos los pueblos del mundo se
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han considerado pueblos elegidos en algn momento de su historia. En
algunos casos, en el propio idioma de ciertas colectividades humanas, se
reserva el calificativo hombre o humano para los miembros de esa
colectividad. El resto del mundo o bien no existe como tales humanos o, si
finalmente se les considera porque no queda otro remedio, esa
consideracin se hace como si fueran enemigos. El mundo entero se define,
se juzga, se tiene en cuenta, en funcin de un cdigo de pertenencia a una
etnia, a una sangre, a una comunidadincluso a un estatus. Lo grande, lo
inmenso, lo infinito ms bien lo indefinido- se juzga por lo pequeo y local.
No recuerdo exactamente sus palabras, pero el general Videla,
criminal contra la humanidad y contra su propio pueblo, deca en ocasin de
uno de tantos fastos con los que se conmemoraba algun evento en medio
de la dictadura que l mismo encabezaba: Dios ha permitido que el ejrcito
argentino diera lo mejor de s mismo para salvar a nuestra patria,
amenazada de disolucin y quebranto por sus enemigos. No sera difcil
encontrar palabras semejantes en algn discurso de Franco, que empe
gran parte de su vida en luchar por igual contra enemigos internos y
externos que tambin aqu amenazaban con disoluciones y licuefacciones
patrias. l igualmente lo haca, desde luego, poniendo a Dios por testigo de
sus afanes. Podramos citar algunos ejemplos ms, pero no merece
demasiado la pena el esfuerzo.
En cualquier caso, en el discurso de estas gentes tan preocupadas
por las firmezas y las conservaciones se adivinan bsicamente dos cosas:
Una, la gran inseguridad que han alcanzado construyendo su propia
personalidad. Algo est mal articulado en la disposicin de sus coordenadas
vitales e interrelacionales, es decir, de los lazos o vnculos establecidosdesde s mismos hacia los dems que viven en el mundo. Dos, el miedo
que proporciona esa inseguridad y que nicamente es soportable, bien
diseando a su propia imagen y semejanza una figura divina y configurando
con ella o a travs de ella, una ritualidad religioso-poltica (disculpas por el
vocablo), bien decretando de una manera inapelable las coordenadas y
posibilidades de todo pensamiento, de toda capacidad de expresin,
propias y ajenas. El Otro se dibuja por lo que tiene que ocultar y por las
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conspiraciones suyas que siempre se abortan, aunque siempre se
renueven.
Convendremos que la Religin, con sus posibilidades esotricas y
con sus contactos misteriosos hacia lo alto y hacia lo incognoscible, es el
mbito perfecto para que sobre l medren tales actitudes. Los juegos de
oposiciones simblicas son el instrumento adecuado porque la propia
religin nace de uno de esos juegos: el que se da entre lo numinoso que
asalta y lo sagrado que se establece al cabo de un tiempo, ms o menos
institucionalizado. Desde ella desde la Religin- siempre va a ser posible
justificar el silencio forzado del Otro, su conformidad trucada con nuestro
rden, su abandono en nuestras manos.
Debe ser recordado que Amrica naci de progenitores morales y
fue fundada a partir de esa base enteramente moral. Sus antecesores
fueron cristianos de orden superior, purificados por el fuego y lavados por
medio de la sangre 7. Tras la definicin, la prueba de calidad. Casi
siempre el fuego y la sangre andan por medio. El fuego purificador,
naturalmente, porque el fuego del infierno queda para los Otros, para
algunos de ellos o, llegado el caso, para todos. Es curioso que estos
elementos fuego y sangre- permanezcan siempre de una manera u otra
vinculados con lo sagrado, ya casi siempre cristalizado en lo religioso: el
altar de Apolo en Delos diseado por el propio dios y en el cual la misma
deidad ense a sus sacerdotes el manejo correcto de la mkhaira, el
cuchillo de degollar a las vctimas de las hecatombes. Y resulta an ms
significativo que el fuego y la sangre estn unidos tambin con tanta
frecuencia a las esencias patrias: el fuego del sacrificio y de los memoriales
(la llama eterna), la sangre generosa de los hroesEn este caso que comentamos, no por casualidad ha pasado Apolo
de serel dios del arco tenso en la epifana o tal vez en el comienzo- de su
poder, el que atemoriza a los otros dioses en casa de Zeus al oirlo venir, la
imagen viva de lo numinoso todava no dominado, hasta convertirse en la
divinidad que construye templos y altares, pero que todava gusta del olor
espeso de la grasa y la carne quemadas en el ara. Tambin Yahveh quiere
en su templo altares en los que se quemen las carnes y de los que fluyacaliente y roja la sangre del sacrificio 8. Una fiesta pura y sangre sobre la
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mesa, dir de ello Detienne 9. Fiesta en la que muchas veces concurren
juntos y comparten ofrendas el poder civil y el poder religioso.
Una vez que tenemos la definicin de lo que somos (o creemos ser),
de lo que son o creemos que son los otros, y adems, las pruebas
tangibles, presentes, monumentales, que certifican y justifican nuestras
creencias, podemos llamar al Gran Dios de las Batallas: Ven, oh Seor,
protgenos de nuestros enemigos y danos tu gracia en esta prueba que nos
aguarda. Confunde a quienes nos acechan y muestra as nuestra verdad y
tu gloria 10. Si no nos encontramos en guerra directa, siempre es til atribuir
un carcter diablico a aquellos a los que tememos, a los que odiamos o a
los que, por algn motivo, no consideramos a nuestra altura. Pero aqu, en
estos manejos, es un poco ms difcil encontrar a los pastores de religiones
como las cristianas, que predican, segn afirman, la igualdad esencial de
todos los seres humanos. Es difcil, pero no imposible. Siempre hay alguien
que reivindica la necesidad de redefinir el Infierno o de actualizar aquello
que dice Apartaos de m, malditos e id al fuego eterno. En la Alemania de
1934, los obispos catlicos haban exhortado a sus feligreses a obedecer al
nuevo rgimen E incluso respaldaron pblicamente la actitud contraria al
bolchevismo ateo del rgimen en el punto lgido de la llamada lucha de la
Iglesia11, y reafirmaron su lealtad a Hitler. La brutalidad de los campos de
concentracin y la discriminacin creciente contra los judos (por no
mencionar el asesinato masivo de los dirigentes de la S.A. en 1934, entre
los que haba no pocos catlicos) no haban provocado protestas oficiales
de ninguna clase ni oposicin alguna. En la iglesia protestante, ocurri lo
mismo 12.
As, Joseph Goebbels pudo escribir tranquilamente meses ms tardeen su Diario: Respecto de la cuestin juda, el Fhrer ha decidido ya hacer
borrn y cuenta nueva. Profetiz a los judos que si causaban otra guerra
mundial seran exterminados. No se trataba de palabras vacasEste
asunto ser tratado sin sentimentalismos. No estamos aqu para
compadecernos de los judos, sino para defender a nuestro pueblo13.
Interrelacionar y denunciar. Esas son las etapas del discurso
paranoico. Cuando se consigue hacerlo figurar cerca de los altares el restosuele desarrollarse de una manera sencilla. Tan solo es preciso dejar que
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jueguen bien las oposiciones simblicas: anglico demonaco, luminoso
oscuro, humano no humano. Es una sencilla escalera. De fcil acceso y
resultados probados y garantizados. Tal vez en nuestros das podramos
agregar algunos peldaos ms: democrtico antidemocrtico, limpio
sucio, ganadores perdedores, ricos - pobres quiz hasta algo as como
gordo delgado, sano enfermode ste lado del muro del otro lado
Que cada uno coloque aqu lo que ms le guste o aquello a lo que ms
tema y aborrezca.
En esta escalera de sombras, lo religioso se nos muestra con otra
cara, quiz porque el juego morboso de nuestras definiciones y de nuestros
olvidos contribuye a que proyectemos ms de una luz sobre los engranajes
mejor escondidos de esa maquinaria con la que nos entretenemos, entre
vistazo y vistazo al oscuro y temeroso universo que nos rodea. Existe,
desde luego, un juego mucho ms interno y todava ms oculto: aqul que
se articula entre lo sagrado y lo numinoso.
Eliade se pregunta, a mi juicio, muy acertadamente: Si no importa
que es lo que pueda incorporar la sacralidad, en qu medida permanece
como vlida la dicotoma entre sagrado y profano?14. l se refiere, desde
luego, a la posibilidad de que cualquier cosa se convierta en una hierofana.
Pero quiz nosotros podamos dar a su cuestin terico-metodolgica un
contenido ligeramente distinto, aunque indudablemente ms siniestro. Si
desde la sacralidad puede emigrar hacia lo religioso cualquier contenido,
bien se trate de un simple objeto arbol, piedra, planta- al que se pueda
considerar como texto, bien sea algo ms contundente una manera de
pensar, un estereotipo, una costumbre o una falsa conciencia (y
recordemos el contenido tan importante que la percepcin del otro tiene enla falsa conciencia), tambien es posible que emigren aquellas formas
capaces ya no solo de borrar la dicotoma, sino de eliminar por completo de
las cabezas de la gente la posibilidad de establecer siquiera esa distincin
sagrado-profano, cuando lo sagrado ya ha sido sustituido por lo
conveniente, lo adecuado o lo necesario.
O, lo que tal vez sera peor. Que llegue hasta nosotros, desde los
dominios de algn dios ignorado y hostl, la sacralizacin de las jerarquasdiferenciadoras que dicen desde su altar o desde su trono, o desde su
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Libro- lo que es, lo que debe ser y lo que tiene que ser. Que, contra viento y
marea, esgrimen justificaciones para toda denuncia y bendiciones para todo
combate contra lo diferente, lo desigual, lo marginal y lo dispar, es decir,
contra todo aquello que se muestra como disconforme o no ajustado a la
puesta al paso global.
Al fin, como dice San Josemara Escriv: Obedeced, como en manos
del artista obedece un instrumento que no se para a considerar por qu
hace esto o lo otro- seguros de que nunca se os mandar cosa que no sea
buena y para toda gloria de Dios 15.
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3. Dios con nosotros.
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Bibliografa utilizada.
- BIESCAS, J.A.-TUON DE LARA, M., Espaa bajo la dictadura
franquista (1939-1975). Historia de Espaa. Editorial Labor, Madrid,
1985.
- CAEQUE, CARLOS, Dios en Amrica. Una aproximacin al
conservadurismo poltico-religioso en los Estados Unidos. Ediciones
Pennsula. Barcelona, 1988.
- DIAZ-SALAZAR, R.- S. GINER (Eds.), Religin y sociedad en Espaa,
CIS, Madrid, 1994
- ELIADE, MIRCEA, Trait dhistoire des religions, Payot, Paris, 1964.
- GRUNBERGER, RICHARD, Historia social del Tercer Reich, Ediciones
Destino, Barcelona 1976.
- PUJADAS, JOAN JOSEP, Etnicidad. Identidad cultural de los pueblos.
Ediciones de la Universidad Complutense, S.A., Madrid, 1993.
- VEIGA, F., La mstica del ultranacionalismo (Historia de la Guardia de
Hierro). Rumania 1919-1949. Publicaciones de la Universidad Autnoma
de Barcelona, Bellaterra, 1989
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Notas.
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1 Marsilio de Padua,Defensor pacis , 1324. La teora de las dos espadas (la espada material y la espada espiritual) haba sido
retomada por el papa Bonifacio VIII en la Bula Unam Sanctum (18 noviembre de 1302),el cual afirmaba que ambas espadas
deban estar en poder de la Iglesia (in potestate Ecclesiae).2 Por ejemplo el asociacionismo y el nacimiento de las primeras instituciones civiles (Ayuntamientos, universidades
ciudadanas, etc.)3 En el ao 313 de nuestra Era promulg el Edicto de Miln y llev a cabo el primer Concilio de Nicea que otorgaron
legitimidad legal al cristianismo en el imperio romano.4 C. Lvi-Strauss,La identidad. Seminario interdisciplinario College de France 1974-75. En Pujadas, J.J. Etnicidad.
Identidad cultural de los pueblos, p. 10-11.5 Ibid.6 C.G. Jung,Los arquetipos y lo inconsciente colectivo. Obras Completas, Vol. 9 /I. Ed. Trotta. Pp. 39 y s.7 David Kennedy, The Presbiterian, enero de 1920. En C. Caeque, Dios en Amrica, p. 62.8 Ver Jean Soler, Sacrifices et interdits alimentaires dans la Bible, Hachette, 2006. Les sacrifices p. 87 y s.9 Marcel Detienne,Apolo con el cuchillo en la mano. Akal, Madrid 2001. p. 21 y s.10 Oracin del general Patton (Ejrcito de los Estados Unidos) antes de la batalla de Bastogne contra los alemanes en las
postrimeras de la segunda guerra mundial. Pierre Miquel,La seconde guerre mondiale, Fayard, 1994.11 Es decir, de la pretendida resistencia de la Iglesia catlica frente a las medidas antirreligiosas del nuevo gobierno de
mayora nacionalsocialista, con Hitler como canciller.12 En Ian Kershaw, Hitler 1936-1945, p. 15.13 Friedlnder,Nazi Germany and the Jews, p. 146-147. En Mark Roseman, La villa, el lago, la reunin. La conferencia de
Wansee y la Solucin Final. RBA. Barcelona, 2001. p. 188.
14 Mircea Eliade, Trait dhistoire des religions, Payot, Paris 1964. p. 24.15 Josemara Escriv, Camino, cap. 28, 617.