relato i, part iv

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1 ….. En previos acontecimientos…. El horrible brujo yacía muerto en el mismo suelo tras una gran batalla, en la que el hermano oso, también pereció entregando su vida a la protección del bosque, y de la misma Diosa. El lobo anciano, parecía haberse marchado, pero se encontraba olfateando el carruaje, buscando descubrir al causante de ese mismo mal, mientras que sus hermanos yacían también muertos, al igual que los antiguos esqueletos. Una curiosa salvaje, que pudo contemplar esa lucha, se empezó a acercar….. Las luces del alba despuntaban por el horizonte como perezosas culebras y en el ambiente de la jungla se respiraba la humedad residual que había dejado a su paso la niebla que, al toque de los pálidos rayos solares, empezó a dispersarse dejando tras de sí el eco de lo que había ocurrido como una muda memoria grabada en los árboles y en el tiempo. Los animales olvidarían pronto, cuando sus corazones inquietos se calmasen y sus instintos prevaleciesen por encima de sus recuerdos, convirtiéndolos en seres que, a fin de cuentas, eran bosque, aire, agua, fuego y tierra. Eran ser. Uno con la naturaleza. Y así como la naturaleza guardaría las secuelas de aquella maligna presencia en su epicentro pero iría borrándola con el paso del tiempo, las criaturas menos inteligentes dejarían atrás lo ocurrido cuando el miedo se fuera, borrando el resto. Pero para Sazkia que estaba acuclillada tras unos arbustos observando los cadáveres herrumbrosos desperdigados por el suelo y lobos, oso y ente derribados, no iba a ser tan fácil de olvidar, ya que el olor hediondo de muerte perforaba los sentidos y sentía, sentía como brasas en la piel que pese al peligro abatido la jungla no estaba a salvo y el mundo también. Sus ojos ambarinos habían visto entre la nostalgia, la fascinación y el deseo de saltar a la lucha el final de la contienda, el oso caer quejosamente feliz de ir con la Madre y el lobo cercenar de una dentellada el destino de aquel ser que, ni humano ni hombre, había estado levantándose del abrazo demoledor de la noble bestia que lo había arrojado al suelo antes.

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1

….. En previos acontecimientos….

El horrible brujo yacía muerto en el mismo suelo tras una gran batalla, en la que el

hermano oso, también pereció entregando su vida a la protección del bosque, y de la misma

Diosa. El lobo anciano, parecía haberse marchado, pero se encontraba olfateando el

carruaje, buscando descubrir al causante de ese mismo mal, mientras que sus hermanos

yacían también muertos, al igual que los antiguos esqueletos. Una curiosa salvaje, que pudo

contemplar esa lucha, se empezó a acercar…..

Las luces del alba despuntaban por el horizonte como perezosas culebras y en el

ambiente de la jungla se respiraba la humedad residual que había dejado a su paso la niebla

que, al toque de los pálidos rayos solares, empezó a dispersarse dejando tras de sí el eco de

lo que había ocurrido como una muda memoria grabada en los árboles y en el tiempo.

Los animales olvidarían pronto, cuando sus corazones inquietos se calmasen y sus

instintos prevaleciesen por encima de sus recuerdos, convirtiéndolos en seres que, a fin de

cuentas, eran bosque, aire, agua, fuego y tierra. Eran ser. Uno con la naturaleza. Y así como

la naturaleza guardaría las secuelas de aquella maligna presencia en su epicentro pero iría

borrándola con el paso del tiempo, las criaturas menos inteligentes dejarían atrás lo

ocurrido cuando el miedo se fuera, borrando el resto.

Pero para Sazkia que estaba acuclillada tras unos arbustos observando los cadáveres

herrumbrosos desperdigados por el suelo y lobos, oso y ente derribados, no iba a ser tan fácil

de olvidar, ya que el olor hediondo de muerte perforaba los sentidos y sentía, sentía como

brasas en la piel que pese al peligro abatido la jungla no estaba a salvo y el mundo también.

Sus ojos ambarinos habían visto entre la nostalgia, la fascinación y el deseo de saltar a la

lucha el final de la contienda, el oso caer quejosamente feliz de ir con la Madre y el lobo

cercenar de una dentellada el destino de aquel ser que, ni humano ni hombre, había estado

levantándose del abrazo demoledor de la noble bestia que lo había arrojado al suelo antes.

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Ya nada quedaba, sólo el silencio de la lluvia golpear el terreno y la hojarasca del

suelo y la más tierna de los árboles, el olor de la muerte y la sangre fresca, la visión de los

muertos desmembrados y los hijos de la Diosa desperdigados sin vida por el claro. También

el carruaje, a lo lejos, volcado.

Nadie comería de la carne del oso ni el resto de animales, ese sitio estaba

contaminado por una magia oscura que podía respirarse, y aquello, en realidad, era una

especie de insulto al ciclo de la vida, pero ella tampoco se sentía especialmente predispuesta

a darle honor a los cadáveres alimentándose, porque la tierra se ocuparía de resarcirlos y

vanagloriarlos debidamente, absorbiéndolos, haciéndose uno con ellos.

Despacio emergió cuando se creyó sola en ese páramo, y sobre manos y pies,

desarmada, se aproximó a gatas cautelosamente con los tatuados del cuerpo tostado

centelleando aún, los ojos de dorado intenso con pupilas invertidas como los de un gato y un

aspecto algo más grotesco y salvaje, más animal. Los colmillos abultaban los carnosos

labios, obligando a la boca a permanecer letalmente abierta, mostrándolos, blancos y

afilados, de casi la mitad del tamaño de un meñique, dispuestos para cualquier enemigo. Por

regla general cuando los hacía crecer, no crecían tanto, pero ahora eran armas para matar

rompiendo cuellos y desgarrar carne, más casi que para beber.

Sorteó con hastío el cadáver del ente tenebroso olisqueándolo y retirándose con desagrado, y

al contrario de sus hermanos necesitaba respuestas, respuestas que le dijeran que no iba a

volver, ni ese ni ningún otro.

La tierra estaba removida en esa tierra mágica y evitó contacto con los cuerpos

desmembrados y putrefactos de soldados caídos antaño, preguntándose por qué estaban allí,

fuera del lecho donde habían estado. Los olfateó y gruñó, saltando para apartarse de ellos.

Podía ver que los lobos habían estado luchando contra ellos y no pudo comprender, no

entendió por qué lucharon contra muertos, contra muertos que habían salido de la tierra...

por sí solos.

Estremeciéndose saltó con un tirón en el vendado costado y se agarró al borde del

carruaje para escalar por éste, pegando la nariz a la pared quemada para ir acercándose al

orificio, asomándose al interior que le lanzó el aroma de la carne humana, contemplando a

un hombre allí con expresión desencajada, macilento y cara chupada, indudablemente

muerto.

Tenía el mismo aspecto casi que el que, a poco, había tenido el alfa de pelaje cobrizo

que había salido victorioso.

Metió medio cuerpo dentro y empezó a remover la ropa de aquel otro con

brusquedad, sin cortesía ni respeto, buscando algo, lo que fuera. No sabía ni leer ni

escribir... pero... pero conocía humanos que sí sabían, o que a lo mejor, quizá, tendrían a

algún miembro que supiera.

El viento fuerte que antes asoló el lugar ahora no era sino una leve brisa que se

encargaba de jugar con la hierba. La tierra estaba ahora mismo mojada, por las mismas

lágrimas de la diosa que cayeron a la tierra. El lugar donde había ocurrido la batalla no era

sino un yermo, siniestro. Los soldados, antaño orgullosos ahora caían desperdigados, de

nuevo sin vida, como deberían de estar. Algunos empuñando todavía sus armas, otros como

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si simplemente quisiesen cerrar unos ojos, ya vacíos, y continuar con el descanso eterno,

bajo la promesa de un reencuentro con sus seres queridos.

El oso yacía tirado en el suelo, un hermoso animal, majestuoso... ahora carente

completamente de vida. Su pelaje se había oscurecido hasta casi volverse negro, y sus

mismas fauces parecían dañadas. Como si hubiese metido el mismo hocico en el fuego.

Algunas piezas de sus resistentes dientes faltaban, estaban deshechos cual cera al contacto

con el fuego.

Quizás la misma presencia de la salvaje no pasó desapercibida. Pues cuando ella

creyó estar sola, alguien la estaba observando. Todavía rastreando cerca del carruaje se

encontraba el lobo alpha. Bastante más grande ahora que estaba visto de cerca. Abandonó el

carruaje, el cual estaba rodeando y posó su mirada sobre la salvaje. Su pelaje, antes blanco

completamente ahora tenía mechas negras, resto de su batalla contra el nigromante, y

prueba de la salvación del oso.

Emitió un pequeño gruñido cuando vio como la hembra se acercaba, y como estaba

pisando algo que no debía de hacer. Quizás, curiosidad, también es lo que tenía el, ya que

todavía se había quedado ahí, acompañado por los cuerpos, de sus muertos hermanos, que

ahora se encontraban danzando acompañando al gran oso. Dio algunos pasos sin dejar de

mirarla a los ojos, como si la estuviese estudiando.

Después agacho la cabeza y olfateo a uno de esos esqueletos, sobre el que había

posado una de sus patas. Emitió otro gruñido, pues incluso su mismo olor, era algo diferente

al del resto de cadáveres. Huesos, polvo, vieja armadura, unido todo eso por una magia tan

oscura como viejo era el mismo tiempo...

Grr...- Emitió de nuevo una especie de bruñido, golpeándole con la pata al esqueleto

en la cabeza. Ni siquiera valían ya como comida. Simplemente como unos restos a los cuales

ni el peor de los animales carroñeros se atrevería de acercarse.

El lobo dio algunos pasos más y correteo con rapidez para saltar encima de la mujer,

queriendo derribarla. Su propósito no era otro que gruñirle, y olfatearle. De cerca pudo

notar su hocico aspirando su aroma, moviéndose un poco por su cuerpo. Se movió, de

manera calculada y precisa, para terminar por olfatear su mismo cuello, su cara, dejando

que sienta como no tardaría demasiado en repetir lo que hizo con el brujo, y dejarla sin vida.

Quizás eso era lo normal, ambos se enseñaban los dientes, y seguramente ella debajo de él lo

estaba olfateando a él. Levantó sus orejas y su mirada posándola en un punto mismo de la

llanura, después movió levemente el rabo y gruño de nuevo. No muy lejos se encontraba el

puma de pelaje rojizo, que quería, velar por la seguridad de la hembra, y protegerla del

extraño en esa tierra que era el lobo. Diferentes como el día y la noche, hermanos como

astros en el cielo. El lobo se separó de la mujer tras rozar su cara con su morro de nuevo y

aspirar su aroma otra vez.

Nada más escuchar el primer indicio de que no se encontraba sola en aquella llanura

levantó bruscamente el torso sintiendo el ramalazo en el costado y volteó la cabeza para

clavar ojos centelleantes desde lo alto del carruaje donde había brotado un lobo de blanco

pelaje manchado en negro: El can. Aquel que había partido el cuello al Ente hace apenas

unos largos minutos, sintiendo que la densidad de la lluvia menguaba poco a poco dando

paso a un pálido arco iris a lo lejos.

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No estaba armada pero saltó del carruaje cayendo sobre manos y pies, agazapándose

para retraer más los labios con un gruñido, viéndose nítidamente su espalda contraerse y los

músculos temblar en una secuencia de estremecimientos que reproducía la imagen del lomo

de un lobo cuando amenazaba. En su lugar, respondía al gruñido recibido y, despacio se

movió hacia un lado.

Estaban tanteando el terreno, en consecuencia, bajó la guardia, y eso es lo que hizo

que no se esperase que de pronto la derribara haciéndola caer sobre su espalda con algo

parecido a un rugido estrangulado.

Allí abajo dobló los brazos con las manos tiesas y dedos abiertos, separados,

doblados, amenazando con agarrarlo del pescuezo sin hacía el menor intento de darle una

dentellada. Siseó con el morro de la bestia ante sus narices, los colmillos compitiendo en

extensión.

Para cuando empezó a olfatearla se quedó inmóvil con los ojos de pupilas invertidas

-nada natural para canes- mirándolo desde aquella escasa distancia, aguardando, tensa,

olisqueándolo en respuesta y preparada para salvar su cuello al menor indicio de muerte

inminente.

Cuando el morro pasó por su garganta ésta se marcó con venas y músculos, rígida,

estaba dispuesta a enfrentarse a esa noble criatura de ser preciso, al menos hasta hacerle

comprender que no se iba a dejar matar. Al saber que había algo entre la espesura que había

alertado al can, no miró hacia allí, y gruñó cuando supo que acababa de registrar su olor,

así que tendría que andarse con ojo a partir de ese punto.

Olfateó profundamente y se aseguró de hacer lo mismo, al menos lo olería llegar.

Cuando el paso salió de encima suyo giró y en un parpadeo estaba de cuclillas con una mano

sobre el suelo emitiendo un sonido bajo y penetrante, captando algo rojo moverse no mucho

más allá. Aun cuando no eran "conocidos" por menos habría arrancado los colmillos a ese

alpha, derribarla había sido un error y chascó los descomunales colmillos en el aire.

"No soy enemiga." Lo gruñó y rabió, en la compleja jerga de los "suyos". "

Pero puedo serlo."

El lobo movió levemente la cola y clavó sus ojos azules sobre los de ella. La sintió, como ella

mordía el mismo aire de manera amenazante, pero el simplemente entrecerró un poco los

ojos.

Una amiga no amenaza.- Dijo en el lenguaje de los humanos. O quizás fuese en el

lenguaje de la misma diosa. No había visto antes que hablase otro animal, no de ese modo.

Pero ese día, ocurrió demasiado en ese lugar. Demasiada magia que se entrelazó, confundió,

unió. Demasiadas energías. Las lágrimas de la misma diosa intentaron limpiar esa tierra, y

en parte lo consiguieron, pero hasta algunas estaciones seguirían estando esas mudas

marcas, esos mudos restos, que como carteles invisibles se encargarían de indicar lo que ahí

ocurrió.

El lobo alfa miró hacia el puma que empezó a moverse ahora de nuevo y de regreso

hacia la misma jungla. Entreabrió sus fauces para dejar que saliese su lengua y así respirar

un poco de volver a guardarla dentro de su misma boca. Continuó caminando lentamente,

rodeándola mientras que hablaba.

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Y no creo que eso sea bueno para ambos.- Movió levemente de nuevo su cola mientras

que entrecerró los ojos. Para él, eso no estaba sucediendo. No podía hablar, y ni siquiera se

daba cuenta de que lo estaba haciendo. Hablaban, en el lenguaje de la diosa, nada más.-

Eres una dos patas... Pero no hueles como una.- ¿Qué es lo que eres?- Dijo de nuevo mientras

que seguía dando vueltas alrededor de ella, cazando de nuevo su aroma.- Eres hembra.- Dijo

de nuevo mientras que seguía moviéndose. Sintiendo curiosidad por la hembra que tenía

junto a él, y cuyas zarpas y garras eran tan distintas de las suyas.

Aun así volvió a poner algo de separación entre ambos y saltó sobre algunas piedras,

quedándose sentado sobre una de ellas, examinándola.

No es momento de dicha. Han caído hermanos esta luna.- Dijo de nuevo mientras que

cabeceaba para mirar a algunos hermanos, que habían caído cerca de él. Cayeron luchando,

cayeron defendiendo a su bosque, a la misma diosa, y eso a fin de cuentas era lo que

importaba. Un orgullo para los lobos.

La más sorprendida era, desde luego, Sazkia, que arqueó asombrada las oscuras

cejas al escuchar al lobo proferir sílabas en vez de gruñidos, algo inédito incluso para ella

que pese a lo acontecido no podría haber esperado algo de esas proporciones. ¿Un lobo

hablando por muy idioma de la Diosa que fuera? Era extraño e inconcebible e incluso para

ella. Pero ahí estaba, y aquel siquiera parecía consciente de ello o bien estaba habituado a

provocar esas reacciones cuando emitía sonidos... peculiares, por no decir otra cosa.

Nunca había dicho que fuera amiga, pero de todos modos él tenía poco que

reprocharle cuando le había saltado encima gruñéndole y derribándola de modo que se

limitó a gruñirle por respuesta, reponiéndose a poco de su asombro para entrecerrar los ojos

de pupilas invertidas, siguiéndolo con la mirada mientras éste merodeaba acechando a su

alrededor, examinándola especulativo. Lo permitió, de momento, a fin de cuentas aquel había

destruido al Ente junto al oso y le debía un mínimo de respeto por el logro, pese a que ella

habría participado si hubiese llegado a tiempo.

"No será bueno para ti." Lo pensó para sí misma, un segundo antes de ser insultada

por lo que se encrespó completamente, la musculatura contrayéndose y las vendas

manchándose en sangre en el costado cuando clavó las manos en la tierra por delante, aun

en cuclillas y con la espalda tensa, en una postura sospechosamente a la de un gorila cuando

ruge marcando territorio, que es lo que hizo ella.

Emitió tal rugido que las aves a lo lejos emprendieron una retirada a toda prisa, las

venas de su cuello se marcaron, la piel relució, mojada por la lluvia que se apagaba y por el

sudor, brillando los tatuados del cuerpo y el ojo. El poder del sonido enrojeció algo su cara y

le confirió un aspecto espeluznante, macabro, con las arterias, tendones y músculos

marcándose en su garganta. Aquel era el bramido de una auténtica bestia que depredaba,

capaz de ahuyentar al más plantado y establecer que, con ella, lo justo.

Al final terminó por soltar otro rugido pero parecido a un resoplido.

¡Yo NO soy una dos patas! Vigila tus palabras. ¿Tengo aspecto de humana, lobo?- Y chascó los dientes hacia la nada. No. Una humana, ni una criada en el bosque o jungla,

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podría proferir esos sonidos y tener ese aspecto, tampoco sacar tanto colmillo ni invertir las

pupilas de sus ojos.

Lo taladró con una mirada... pero se encontró con que sonaría ridículo decir que era

una loba, justo como él. No miró a los cadáveres, pero se irguió sobre sus piernas, y había

que decirlo, tenía una envidia de pulmones mientras miraba hacia el carruaje en su lugar.

¿Cuál es tu territorio? Nunca te he visto en ésta zona.- No iba a decirle qué es lo que

era, no tenía por qué hacerlo.

El animal la observó con una calma pasmosa cuando ella empezó a gruñir, cuando

hinchó sus pulmones y deformó su cuerpo.

Mírate.- Dijo simplemente.- No eres un animal. Tus patas son distintas de las nuestras. Tus... ubres... no están donde deberían de estar.- Negó moviendo un poco su cabeza pero lo dejó

ahí. A fin de cuentas él no era nadie para decir las cosas, ni mucho menos insinuarlas.- Pero sí que yace en tu interior el alma de un animal. Y si hablas, y si gruñes, es por un motivo.- Dijo de

nuevo con calma mientras que ladeaba levemente la cabeza. Pese al olor que tenía, aún

podía notar en ella algo de aroma inequívoco a piel humana. A sudor humano, que fue lo que

le hizo decir esas cosas. Movió un poco su cola antes de mirar hacia la misma llanura.-

Vengo del bosque. Que está cerca de las montañas. Al atravesar toda esta llanura. Mis hermanos, escuchamos la llamada. Madre lloraba. Estaba turbada.

Pese a que esas acusaciones le hicieron daño no permitió mostrarse lastimada,

porque se había venido dando cuenta de que esos detalles estaban siendo más notorios a

medida que con más humanos se topaba, lo que la desesperaba.

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Ojala hubiera nacido como una bestia de pies a cabeza y no como algo que siquiera

ella misma sabía qué era. ¿Quién era? Esas preguntas eran para hombres, sabía que de ser

lo que fuera, de todos modos, era hija de la naturaleza, y no había más.

Escuchó sin un solo sonido, acuclillándose despacio para darle un respiro a su

herida y sentándose sobre su trasero en una postura puramente animal de audiencia que

plasmaba toda bestia primitiva cuando mantenían conversaciones a su forma y manera, por

regla general a veces sin emitir sonidos, manteniendo un vínculo existencial más profundo

que el tiempo y la vida, tan viejo como éstos.

¿Y ese lobo hablaba de rarezas? Madre lloraba frecuentemente, pero ésta vez había habido

miedo en ella.

Pues en un territorio que no te pertenece no deberías de saltar sobre extraños, lobo. Y para hablar de mis patas y ubres, sacude las orejas y escúchate. Estás hablando como un hombre. Yo no.- Ahora arqueó una ceja con cierta gracia, pero cansada se encaramó al carruaje

para meter parte del cuerpo y empezar a registrar, escuchándose sus gruñidos desde allí.-

De seguro el hablar no te hace leer, así que con mis zarpas raras voy a conseguir algo que tu, lobo sin pulgares, no puedes.

La tierra se estremecía, y el aire se volvía pesado. Abandonamos nuestras tierras, para venir a sofocar éste mal. Pero el daño, está hecho ya.- Dijo mientras que miraba hacia la misma

tierra emitiendo un pequeño gruñido. Quemada... muerta... pese a las lágrimas de la diosa

tardarían años y años en volver a crecer ahí la hierba.- Madre se regenera, despacio, lentamente. Ellos van a hacerle daño. Se aprovechan de la noche, y la noche es nuestra.- Dijo con

un leve gruñido otra vez antes de levantar la mirada y clavarla sobre la hembra.

Se tumbó un poco sobre la roca y empezó a lamerse lentamente el costado, como si se

estuviese acicalando. Movía su larga lengua sobre su piel queriéndose quitar ese asqueroso y

nauseabundo olor. El aroma mismo de la muerte y de la destrucción que lo envolvía todo. Al

menos en ese mismo lugar. Ladeó la cabeza cuando la hembra siguió hablando pues a

diferencia de él, ella sí que parecía articular palabras utilizando el morro.

Tú, usas el morro. Yo no.- De hecho él estaba lamiéndose el pelaje mientras que

hablaba. Apartó su mirada de ella dejándola hacer. Dejando que revisase el contenido de ese

carruaje.

En el interior, había un cuerpo. De un hombre que portaba una túnica, bastante

elaborada, aunque distinta a la que llevaba el brujo. También había algunos papeles y trozos

de tela con cosas garabateadas en ellos.

Círculos, dibujos, así como una especie de emblema. Eran dibujos, a fin de cuentas, y

nada más. Aunque en uno de éstos se encontraba el blasón de la casa del Regente y del reino

de Dhargen.

El hombre, que yacía ahora muerto, estaba desecado, como si miles de insectos le

hubiesen arrebatado su esencia final dejando sencillamente un cascarón vacío. También,

cerca de él, había algunos grilletes de metal, los cuales estaban rotos, pero en ellos, en el

metal ahora mismo partido, había en relieve una especie de dibujo. Círculos entrelazados, y

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letras extrañas. No había nada más... Sencillamente eso. Lo que dejó que suponer que

posiblemente llevaban al ente cautivo en el carruaje, por algún motivo.

¿Ellos?- Lo demás que dijera carecía de importancia excepto aquello, mientras que

estaba con el trasero en pompa fijando los pies en los bordes de la apertura del landó y el

torso metido dentro rebuscando, viéndose los objetos ser colocados minuciosamente y con

cuidado sobre la madera carcomida por el fuego. Todo, absolutamente todo, desde los

pergaminos hasta los trozos de tela con cosas garabateadas en ellos, fijando esto para que no

volara con los grilletes que al cogerlos le envió un escalofrío por la espina dorsal,

colocándolos allí.

Entonces se la vio enderezarse pero con algo que levantó por encima de su cabeza

con un gesto puramente triunfal, exento de esa intención; el cadáver del hombre. Los

músculos del brazo se mantenían en tensión pero apenas, éste que había perdido toda su

esencia pesaba realmente poco, chupado y cadavérico, de modo que no era difícil tenerlo en

esa posición sobre la apertura de la calesa mientras que le quitaba la túnica, descubriendo

que si la agarraba y lo soltaba... cogió los bajos con una mano y rápidamente con la otra.

El cuerpo se escurrió y los brazos bailotearon en el aire cuando salieron de las

mangas escuchándose el estrépito del cuerpo caer contra el fondo del carruaje casi

desarmándose, con ella quedando con la túnica entre las manos que olisqueó con gesto

arrugado, pero aun así la extendió y colocó los papeles, telas y grilletes en la tela que doblo,

plegándola a conciencia y le hizo un nudo hasta convertirla en un hatillo.

Se volvió a asomar al carruaje, por si el cadáver llevaba algo ahora que estaba

desnudo.

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En el exterior, el lobo seguía acicalándose con calma, lamiendo cada centímetro de

su pelaje como si fuese un felino. Después saltó de la roca y se alejó algunos metros, donde

de nuevo había hierba. Se tiró sobre esta y empezó a dar vueltas, a frotarse el pelaje una y

otra vez, como si estuviese jugando, aunque la finalidad propia no iba a ser esa. Al final, se

quedó boca arriba jadeando un poco, moviendo su cabeza para clavar sus ojos claros sobre

la hembra y ver qué es lo que estaba haciendo.

No comprendía por que se llevaba eso, y mucho menos, como era capaz de perturbar

ese descanso, pues para él era como un cementerio, para llevarse cosas. Se relamió y

después se puso de nuevo en pie.

Se estiró un poco y empezó a mover su pelaje, con rapidez, secándose, ahora ya

habiendo perdido ese olor que residual quedaba en ese lugar. Emitió un pequeño gruñido.

¿Por qué coges esas cosas? No hay respuesta en lo inerte. Y la respuesta no la vas a encontrar en ellas.- Dijo mientras que se relamía lentamente. Después volvió a cabecear y

miró hacia donde antes lo hizo.- Viene de donde el sol sale. Más allá de las montañas. Su olor hediondo lo envuelve todo. La tierra está muerta. Los hermanos que van allí terminan locos. Se atacan a sí mismos, y pierden cualquier instinto, que no sea matar. No tienden a acercarse.- Dijo

de nuevo mientras que se estiraba, empezando a caminar de nuevo. A alejarse ahora.-

Hembra no debe ir. Susceptible a cambio. La locura podría afectarla. Gritos... El grita. Grita desde abajo. Y madre llora.

Lo miró desde lo alto del carruaje antes de estirarse para ponerse en pie mirando

como una zarigüeya al acecho que cree haber escuchado un enemigo, tiesa y quieta, a la

distancia, especulando acerca de qué es lo que habría allí tan lejos que hacía que los

hermanos lobos enloquecieran atacando indiscriminadamente a sus propias camadas y

manadas, perdiendo sus esencias.

"El grita." ¿Quién? Sintió el impulso de saberlo, pero con lo que ya sabía podía

preguntar. Aunque aun quedaba una cosa por hacer que se negaba a llevar a cabo por lo

peligroso del acto en si, sin embargo bajó del landó despacio cargando con el hatillo que

dejó a un lado, a gatas avanzando no hacia el lobo al cual miró recelosamente antes de

ignorarlo, porque intuía que ya se marcha y de seguro no iba a gustarle que perturbara la

paz de algo peor que la vida perdida. La muerte abatida.

Se detuvo con un brazo doblado, a gatas, los colmillos retrayéndose, las pupilas

permaneciendo iguales y el viento, uno extraño cargado de un poder natural, zozobrando las

hebras de su negro pelo y haciendo tintinear las borlas de las trenzas y sacudir las plumas

que estaban manchadas de sangre pútrida entre mechones.

Llena de barro, suciedad y sangre, colocó la mano sobre el pecho del Ente mirando

sus ojos huecos desde la altura, levantando la barbilla como para mostrarle que ella estaba

viva y él no. Derrotado. Llevó los ojos más allá y aulló con fuerza, un gesto de gratitud al oso

que estaba entre los cuerpos celestes que la luz del sol apagaba, y al alpha lobo, que se

retiraba, al que observó con más calma ahora, inclinando la cabeza con gratitud.

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Entonces agachó más la testa y el pelo ocultó tanto la propia como la de aquel otro.

En la repentina oscuridad de allí los ojos ambarinos relucieron lanzando destellos sobre

aquella expresión macabra que la horrorizaba, haciéndole sentir miedo, pero sabiéndolo

muerto, y el tatuado de su rostro, en cambio, pulsó en tonos celestes hasta convertirse en un

azul eléctrico que emitió el fulgor cada vez más intenso.

Le había visto hacer una cosa... que ella podía hacer, pero de forma distinta, nunca

había drenado la vida. Entreabrió los labios sobre esa boca macabra y exhaló el aliento.

El aire no flotó invisible, sino que estuvo cargado como una nube plateada y azul que

se mezclaba como espirales, saliendo de la boca femenina para entrar en aquella otra.

Y entonces, hubo un estallido de color en los ojos de la salvaje que centellearon

poderosamente, como dos brasas, cerrando el enlace para viajar a través de las memorias

que estaban en la sangre y en el cuerpo hasta el alma de aquel, pero sólo hasta las vivencias,

sin traerlo de vuelta a su cuerpo, buscando el lugar de donde procedía. Sólo imágenes, eso es

todo.

El lobo se alejó desapareciendo en la misma llanura, corriendo de manera noble y

rápida. No miró hacia atrás. Sabía que ella sabía cuidarse por ella misma. La dejó sola, con

sus objetos. No llegó a ver lo que iba a hacer, porque seguramente de haber estado se lo

había impedido. No habría respuestas en los muertos. Los muertos no hablaban. O al menos

no era realmente lo natural.

La cabeza aplastada del brujo, su cuello partido y mordido, aún su sangre viscosa

deslizándose perezosamente por su cuerpo, desde esas mismas heridas. Ella quiso entrar,

entrar en el pasado. Remontarse algunas horas atrás.

Fugaces imágenes vinieron a su mente, confusas, que iban saltando aquí y allá.

Podía ver un ejército. Un silencioso ejército acuartelado. Con armas viejas, y oxidadas.

Animales que llegaron a la misma locura, que no eran sino esclavos y sirvientes de un poder

superior.

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Brujos, cuya carne se había desprendido de sus cuerpos y parecían desplazarse

flotando por el mismo aire, como si manos invisibles los sostuviesen y elevasen. Una ciudad,

que antaño orgullosa, ahora sus ruinas no eran sino lugar de reunión de esos seres, de esos

ejércitos. Un cielo negro cubierto por nubes de tormenta, y donde jamás daba el mismo sol.

Un... un......

Qué haces aquí??

Una voz surgió rauda en su misma mente. Una imagen apareció superponiéndose

por el resto. Sangre, dolor sufrimiento, decadencia... si... dolor. Cientos y miles de imágenes

le vinieron en un segundo a la mente. Y al final, el mismo vacío, la misma nada.

El sonido del crepitar del fuego, hacía que sintiese ella misma su carne arder como si

estuviese en un brasero, como si hubiese saltado a las llamas del mismo infierno... Un fuerte

sonido, un pitido resonó en su cabeza. Pitido que se iba volviendo más y más agudo.

Susurros, una... otra... y otra... eran voces distintas, iban cambiando, pero siempre había una

que se superponía al resto, que era mucho más fuerte.....

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Sangra..... Llama... Ven... Únete... Se volvió a escuchar en su misma mente... Al final, otra palabra...

Corre...

Y todo sonido cesó, dejando tras de sí un fuerte dolor de cabeza, tan fuerte que le hizo

sangrar involuntariamente por la nariz. Dejándole claro que si hubiese seguido haciendo

eso, habría terminado loca, o posiblemente habiendo terminado sin lo que le hacía ser... lo

que era en realidad.

Un mal mucho más fuerte que ninguno que había conocido al hombre. Un mal que

recordaba, que jamás olvidaba, y que estaba más vivo que nunca, morando en cada uno de

los corazones, de los seres, que moraban en la tierra.....

Con un bramido de agonía cortó el enlace y cayó de espaldas sobre un cadáver, sin

saber si era hombre o bestia, llevándose las manos a las orejas para acallar aquel pitido

intenso con la piel lívida en el rostro cuyo color había huido de la cara y empapada en sudor,

realmente sintiéndose caliente aún.

El dolor había sido insoportablemente intenso y paladeó el regusto de su propia

sangre en la boca procedente de la que salía de la nariz en lo que el mundo giraba en espiral

entorno a ella vertiginosamente a gran velocidad.

No podía dejar de temblar y las brasas de sus lágrimas no eran nada comparado a la

impresión de haber estado ahí dentro por unos segundos, sin saber ni tener mente en el

instante para comprender qué era lo que había ocurrido, de quien, acaso, era aquella voz. O

de qué.

"Él grita. Grita desde abajo." "Gritos."

Parpadeó y vio luces en la mañana, sin enfocar nítidamente hasta que el pulso no se

normalizó, jadeando largamente entonces. Estuvo por un largo tiempo allí y cuando se

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levantó sintió el cuerpo de gelatina, cogiendo el hatillo y decidiendo que no volvería a hacer

eso nunca más. Demasiado peligroso e intenso.

Aun mareada por la vivencia, se limpió la sangre de la nariz con el dorso de la mano,

caminando tambaleante hasta la arboleda y buscando al reducto de humanos que moraban

en la jungla.

Agrh.- Sacudió la cabeza y su cerebro casi bailoteó en el cráneo, así que, decidió

también, no volver a hacer eso durante un rato.

El rato que le llevó, demacrada y, por qué no, sobrecogida, aturdida, dolorida y

asustada, hasta donde los olores de las comidas humanas y sus defecaciones llegaron a ella.

Las pupilas invertidas se abombaron, redondeándose, y los tatuajes dejaron de brillar.

Al aparecer en el campamento supo que era el momento de "hablar". De pronto... le daba

miedo estar sola. Aquella cosa... lo que fuera de visión... había sido espeluznante.

Escrito por

Sorsha &Irasfel

Editado por:

Irasfel