relaciones internacionales entre los dos bandos

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Ma de los Angeles Egido LenRelaciones internacionales de los dos bandos. La intervencin extranjera en la guerra civil espaolaSin duda, Ja guerra civil espaola ha sido uno de los acontecimientos que ms polmica ha levantado entre los historiadores contemporneos, que la han interpretado desdej como una cruzada contra el comunismo, hasta como una lucha contra eljfascis-mo, pasando por considerarla como antecedente inmediato de la se;gunda guerra mundial o como un suceso puramente interno. Sin adentrarnos en esta polmica, que excedera con mucho los lmites de este trabajo, la hiptesis ms acertada parece ser, coimo en la mayora de los casos, la que conjuga unos y otros elementos, es decir, lo que se inici como un suceso interno, derivado de causas especficamente espaolas, degener, al amparo de las circunstancias internacionales y de la ayuda exterior a uno y otro banjdo, en un acontecimiento internacional. Precisamente, este ltimo aspecto, el de la intervencin extranjera, ha sido y es uno de los ms controvertidos, si bien, a la luz de las ltimas investigaciones, ya resulta posible plantear sin eufemismos un estado bastante! aproximado de la cuestin. I. AntecedentesEn cualquier caso, para comprender la actitud de las potencias ante la guerra, amn de las circunstancias internas de cada una y los condicionamientos derivados de la coyuntura internacional, es preciso valorar el alcance de los compromisos contraidos por los gobiernos republicanos o la ausencia de ellos. Por ejemplo, ha solido destacarse el desamparo en que el recin elegido gabinete frentepopulis-ta francs dej a su vecino espaol, si bien, la explicacin de esta actitud, aparte de en la situacin interna de la propia Francia, tal vez haya que buscarla en la oportunidad perdida por Azaa al no tomar en serio la visita del entonces jefe del gobierno francs, Herriot, a Espaa en noviembre de 1932. Algunos historiadores as lo han subrayado, aunque Tun, por ejemplo, apunte lo contrario. En cuanto a Gran Bretaa, la actitud adoptada por Espaa a propsito de las sanciones a Italia tras su agresin a Etiopa, haba puesto en entredicho la tradicional adscripcin espaola al bloque franco-britnico. Espaa noCuenta y Ra:n, nm. 21 Septiembre-Diciembre 1985estaba dispuesta a ir ms all de los compromisos del Pacto de la S.D.N. y, an en ese marco, la postura republicana se mostraba remisa a aceptar cualquier otro que pusiera en peligro lo que en la poltica internacional espaola haba sido casi una religin: la neutralidad.Si la Repblica no poda esperar una gran respuesta de Francia y Gran Bretaa, que haban sido sus modelos como ejemplos prcticos de democracias occidentales, menos an habra de hacerlo de los pases con regmenes totalitarios. En el caso de Italia, la posicin espaola de ceirse al Pacto, an con los intentos desviacionistas de los miembros cedistas del gobierno, haba molestado tambin a Mus-solini, que hubiera querido un reconocimiento explcito de su derecho a actuar libremente en Abisinia. La visita de Herriot, por otra parte, haba levantado las sospechas del Duce, temiendo que preludiase una colaboracin hispano-francesa en el Mediterrneo -concretamente la utilizacin de Baleares y el paso de tropas coloniales francesas por Espaa en caso de conflicto europeo. Las Baleares eran uno de los objetivos ms apetecidos por Mussolini en su relacin con Espaa, que ha de entenderse siempre en funcin del elemento francs. El Duce, por tanto, no poda ser un aliado potencial del gobierno republicano. Haba para ello motivos ideolgicos, regmenes opuestos, temores a un avance del comunismo; polticos, la Repblica no haba considerado la peticin italiana de renovar el tratado de arbitraje talo-espaol de 1926; pero sobre todo haba consideraciones tradicionales de poltica exterior: Mussolini tema la colaboracin hispano-francesa en el Mediterrneo.En cuanto a Alemania, a pesar de que la llegada de Hitler al poder marc el inicio de un aflojamiento de las relaciones hispano-alemanas, lo cierto es que, si dejamos al margen las tiranteces consecuentes a la divergencia de regmenes polticos, ms clara en la opinin pblica que en los propios gobiernos, Espaa y Alemania mantenan unas relaciones fructferas firmemente asentadas en intereses econmicos recprocos. La presencia de un Frente Popular en Espaa, no pareci enturbiar este panorama, pero en el marco: de la poltica internacional, Hitler no tena ningn inters en Espaa. Por tanto, no haba, a priori, motivps para esperar una intervencin alemana en Espaa ni una especial predisposicin antirepublicana.Con Portugal la situacin era distinta. La Repblica no haba tenido una especial consideracin hacia el vecino luso, aunque las relaciones oficiales se haban mantenido en el tono tradicional de amistad y cooperacin que, preciso es reconocerlo, nunca pasaba de las palabras. En cambio, para Portugal, la presencia de un rgimen contrario, el fantasma del federalismo y la ayuda de destacadas figuras republicanas a los conspiradores portugueses, haban reavivado el sempiterno temor al peligro espaol. Sala-zar no ocult desde el principio sus simpatas hacia los sublevados, es ms, Sanjurjo vivi en Portugal durante todo el periodo de preparacin del Alzamiento, y Gil Robles y Juan March establecieron sus cuarteles generales en Lisboa, coordinando desde all, junto con Nicols Franco, el apoyo financiero a la rebelin. El gobierno portugus trat ms con ellos que con el embajador oficial, Snchez Alborjnoz, y durante la guerra, Portugal se convirti en una base, apenas disfrazada, de suministros para los insurgentes.Finalmente, con la URSS, a pesar de lo que suele creerse, el Frente Popular o haba contrado ningn com-premiso concreto. El avance dpi comunismo en Espaa fue ms una consecuencia del desarrollo de la guerra,que del triunfo en s del Frente Popular,iEn definitiva, la Repblica no estaba asegurada internacionalmente, aunque hubiera cabido esperar un apoyo mayor del que tuvo por parte de Francia y de Gran Bretaa y sobre todo de la Sociedad de Naciones, donde s desempe un papel efectivo, si bien el alcance de la Liga ya haba sido significativamente puesto a prueba por la crisis etope y la remilitarizacin de Renania. Precario refugio para los gobiernos frentepopulistas.Por el contrario, los rebeldes s haban mantenido contactos previos con Italia y Alemania, bien entendido que aunque esto no supone un cpnoci-miento previo en ambos pases de los planes del Alzamiento ni una participacin directa de sus gobiernos en los preparativos de la insurreccin, s se haban establecido unos cauces que seran posteriormente eficazjmente utilizados. En el caso de Italia, ija hostilidad inicial del Duce hacia el rgimen republicano, le haba llevado ya a colaborar con los partidarios de San-jurjo para derrocarlo. En abril de 1932, talo Balbo, Ministro del Aire, recibi en Roma al conspirador monrquico Juan Ansaldo, asegurndole ayuda italiana para el pronunciamiento de Sanjurjo. El material -preparado y embarcado- no lleg nunca a los rebeldes por fracasa^ rpidamente la insurreccin. Jos Antonio Primo de Rivera tambin fue a Roma en el verano de 1933, plero ni ste ni otros contactos con grupos filo-fascistas espaoles -Ansaldo volvi a Roma con Calvo Sotelo en el otoo de 1933- dieron resultados prcticos a corto plazo.Sin embargo, el precedente ms aireado de esta conspiracin italiana contra la Repblica, fue el acuerdo con los monrquicos de marzo de 1934. Antonio Goicoechea, lder de Renovacin Espaola, Antonio Li-zarza Iribarren y Rafael Olazbal, dirigentes tradicionalistas, y el general Barrera -que haba estado en Roma en 1932 en busca de ayuda para la Sanjurjada- solicitaron el concurso de Mussolini para derrocar a la Repblica. Este acuerdo sali a la luz pblica en 1937, y ha constiuido un argumento generalmente esgrimido para demostrar la complicidad italiana en el Alzamiento, siendo, en cambio, una prueba de que ms que motivaciones ideolgicas -el acuerdo se firm tras la victoria electoral de la CEDA- el inters del Duce por Espaa provena de razones estratgicas y consideraciones de poltica internacional: en el acuerdo se inclua la garanta de que Espaa mantendra el statu quo en el Mediterrneo occidental y de que se denunciaran, si exista, el tratado secreto franco-espaol. Ya a tenor de las conversaciones Balbo-Ansaldo, se haba apuntado al Duce la posibilidad de conseguir Melilla para reforzar la posicin mediterrnea italiana.Con todo, este acuerdo fue el principio del fin. Entre febrero y julio de 1936 no se haban restablecido los contactos de grupos derechistas, interrumpidos en 1934. Coverdale demuestra que el Duce no conoca los preparativos del Alzamiento, aunque s se le envi un mensaje que no pudo salir de Barcelona.Este desconocimiento era an ms acusado en el caso alemn. Vias ha subrayado, no slo la indiferencia de Hitler hacia Espaa, sino la espontaneidad de la ayuda alemana, decidida personalmente por el Fhrer, y cuyas motivaciones derivan tambin ms de las necesidades de la poltica exterior alemana y de consideraciones estrag-gicas, que de motivos econmicos,como generalmente se vena admitiendo, tcticos o polticos.Se haban solido destacar tambin las visitas de personajes polticos espaoles a Alemania. La ms conocida es la de Gil Robles que, desde el punto de vista alemn, tuvo escasa importancia a pesar del alcance poltico que se le dio en Espaa. Ms significado tuvo, en cambio, la de ngel Herrera, director de El Debate, aunque, como Gil Robles, tambin abandonara Berln sin ver a Hitler, y sobre todo la de Jos Antonio Primo de Rivera, que s consigui entrevistarse con el dictador, aunque no obtuvo subvencin para su partido. Ahora bien, de todas estas visitas, la nica que puede relacionarse con los preparativos del Alzamiento es la de Sanjurjo, en la primavera de 1936. Sin embargo, Vias demuestra que, aunque en ella se fraguaron indiscutiblemente los cauces por los que posteriormente se canaliz la ayuda alemana a Espaa, esto no ha de confundirse con una participacin oficial alemana en los preparativos del 18 de julio. La tesis de Vias es que Sanjurjo no entr, o lo hizo slo marginalmente, en contacto con los crculos oficiales alemanes -de ah la ausencia de rastros de esta visita en la documentacin oficial, consultada por Vias- y que, en cualquier caso, del viaje no deriv una ayuda material inmediata. Subraya especialmente Vias el papel jugado por Veltjens -expulsado del partido nazi por el propio Hitler- a travs del cual Mola obtendra despus material alemn.II. Primeros contactosAs las cosas, el primer Gobierno al que se dirigi la Repblica fue al de Francia. En la noche del 19 al 20 de julio de 1936, es decir, casi dos das despus de que se anunciara el Alzamiento, el recin nombrado Jefe del Gobierno espaol, Jos Giral, dirigi un telegrama al Primer Ministro francs, Len Blum, solicitando ayuda para la Espaa republicana. Era de esperar que un Gobierno frentepopulis-ta defensor de los mismos principios democrticos apoyase a su vecino en apuros. Sin embargo, factores internos y ^consideraciones de poltica internacional dificultaron esta intervencin. En efecto, el Gobierno frentepo-pulist francs estaba dividido internamente y su situacin era precaria; a esto hay que aadir un argumento de poltica exterior: haca slo cuatro meses que Alemania haba ocupado Renania sin oposicin y Francia no poda permitirse el lujo de enfrentarse aislada a una Alemania rearmada. Su seguridad dependa de Gran Bretaa, y sta haba aceptado la disculpa alemana ^la violacin francesa de Locar-no al pactar con la URSS en mayo de 1935- para su accin renana. Si Francia no se haba arriesgado por el Rhin a una guerra con Alemania, por qu haba de hacerlo por Espaa?El 2$ de julio -a pesar de la reunin de Blujm el da anterior con Fernando de los Ros, enviado por Giral, que desconfiaba del embajador espaol Crdenas- el Consejo de Ministros francs anunci que rechazara la solicitud de armas presentada por el Gobierno espaol el 19 de julio y que Francia haba decidido no intervenir en modo alguno en el conflicto interno de Espaa, si bien ese mismo da se busc un nuevo cauce, acudiendo a una clusula secreta del tratado comercial que en 1935 haban firmado Francia y Espaa. De este modo, aunque oficialmente no se enviaran armas a Espaa, privadamente nada impeda que se comprasen pertrechos a las fabricas militares francesas. El da siguiente el Ministro del Aire, PierreCot, reciba el encargo de gestionar los envos de material militar a travs de Mxico, y en la embajada espapla en Pars se mont un comit para canalizar la ayuda. Pronto se hizo innecesaria la ficcin del envo a travs de Mxico, y al menos 37 aviones franceses llegaron entre fines de julio y el 17 de agosto a Barcelona. Tambin se reclu-taron tcnicos y estrategas.Respecto a Gran Bretaa, el 26 de julio de 1936 Lpez Olivan, que das antes haba presentado sus credenciales como nuevo embajador de la Repblica en Londres, visit a Edn, con instrucciones concretas de su Gobierno, y le pregunt si habra inconveniente en que la Repblica adquiriese armas a Gran Bretaa. La respuesta fue que el Gobierno britnico no se opondra a la venta de aviones civiles y que cualquier solicitud de compra de armas sera considerada corj inters. Sin embargo, desde el primer momento Gran Bretaa quiso manifestar su intencin de neutralidad, y de hecho las exportaciones de material blico britnico a Espaa fueron mnimas.Los factores que hay que barajar para comprender la actitud britnica son diferentes a los franceses. En Efecto, Gran Bretaa, ms fuerte militarmente que Francia, tena fuertes intereses econmicos en Espaa, y tampoco hay que olvidar sus intereses estratgicos en el Mediterrneo. Ahora bien, aunque la opinin pblicaingle-sa estaba fuertemente dividida, la clase poltica ofreca un bloque ms compacto que en el caso francas. En efecto, ni siquiera los laboristas apoyaron con decisin la intervencin. El Gobierno conservador de Baldwin no tena ninguna intencin de abandonar la poltica de apaciguamiento que haba sido la tnica de la accin britnica durante la dcada de los treinta, era instintivamente favo- rable a los insurgentes y gozaba, en contraste con Francia, del apoyo de las clases adineradas que tenan grandes inversiones en ambas zonas. Todo ello propici la poltica oficial de no compromiso que encubra, segn Jackson, un disimulado deseo de victoria rpida de los generales, porque los conservadores britnicos tendan a asumir que los volubles espaoles necesitaban una mano firme que los gobernara.En cuanto a la actitud de la Unin Sovitica, se ha dicho que aunque sin Rusia, la Repblica espaola no hubiera podido resistir; con Rusia, no fue capaz de vencer. Tal vez esta frase sirva para resumir la actitud de un Estado con el que la Repblica, no se olvide, ni siquiera haba mantenido relaciones diplomticas oficiales. Realmente, a pesar de la polmica que ha rodeado este aspecto, la actitud de Stalin no fue muy distinta de la de los restantes gobiernos occidentales, es decir, vio en Espaa un pen ms en su juego de poltica internacional, si bien tuvo que matizarlo por las simpatas que se le suponan hacia un gobierno frentepopulista y por las actividades de la Komintern. En efecto, si la actitud oficial pas sucesivamente de la neutralidad de hecho, si bien con manifestaciones de solidaridad y apoyo econmico, a la ayuda militar paulatinamente creciente desde 1936 y a la inversa a partir del verano de 1938, hasta el abandono total, la Komintern y el Profintern se mostraron, en cambio, mucho ms activos desde los primeros momentos. El 21 de julio de 1936, representantes de ambos se reunieron en Mosc y decidieron apoyar urgentemente a la Repblica. Cinco das despus, en Praga, se acord constituir un fondo de 1.000 millones de francos franceses y crear un ejrcito rojo internacional -procedente de las brigadas- de 5.000 hom-bres. Un comit compuesto por Tho-rez, Togliatti, Largo Caballero, Dolores Ibrruri y Jos Daz se encargara de la administracin. De este modo el Gobierno de .Madrid recibi, de la Komintern, una ayuda no solicitada, desde los primeros momentos.Los nacionales, por su parte, acudieron en primer lugar a Italia, mediante dos gestiones encargadas por Franco a Mola. En efecto, el 19 de julio de 1936, ante la presencia de unidades de la flota republicana en el Estrecho que impedan el paso de las tropas rebeldes a la Pennsula, Franco entreg a Luis Boln una nota en la que le autorizaba a gestionar en Gran Bretaa, Alemania o Italia la compra de aviones y material, concretamente 12 bombarderos, 3 cazas con bombas (y lanzabombas) de 50 a 100 kilos, 1.000 de 50 y 100 de unos 500. Boln haba encargado el alquiler del avin -el Dragn Rapide- que traslad a Franco de Canarias a Tenerife para ponerse al frente del Alzamiento. El mismo da 19, y en el mismo avin, Boln vol a Lisboa, donde se entrevist con Sanjurjo, que dio el conforme a la nota de Franco. Sanjurjo prefiri volar a Pamplona en un avin ms pequeo, y esto le cost la vida. El 20 de julio, Boln vol a Biarritz, donde se entrevist con Lea de Tena y con el conde de los Andes, que prometi hablar con Alfonso XIII. Al da siguiente sali para Italia, donde se le unira el marqus de Viana, enviado por el rey para allanar con sus amistades romanas el camino hacia el Duce. Franco, no obstante, haba logrado antes convencer al cnsul de Italia en Tnger para que enviara un telegrama a Mussolini solicitando los 12 bombarderos, pero la respuesta fue negativa. Finalmente, el 23 de julio-segn Schwartz- o el 22 -segn Coverdale-Ciano recibi a Boln, prometindole una ayuda que al da siguiente, por boca de su secretario Filippo Anfuso, le neg. Coverdale explica esto por el carcter irreflexivo y oportunista de Ciano.Paralelamente, se haba puesto en marcha la gestin de Mola con la reunin en Biarritz, en casa de Juan March, de los lderes monrquicos Antonio Goicoechea, Pedro Sinz Rodrguez y Luis Zunzunegui, a quienes Mola enviara a Roma. Schwartz desmiente que esta gestin se iniciase ante el fracaso de la de Boln, y lo hace basndose en las fechas: segn Schwartz, la primera entrevista de Boln con Ciano fue el da 23, y la misin de Goicoechea fue decidida por Mola el 22. Si la versin de Coverdale es la cierta, este argumento no se sostiene. En cualquier caso, ambos coinciden en que fue la gestin de Mola la que decidi la ayuda, inclinndose Schwartz por pensar que Mola, ms que interferir, lo. que quiso fue reforzar la gestin de Franco, enviando a Goicoechea que ya era conocido en los crculos fascistas. El 25 de julio (Schwartz) o el 24 (Coverdale) Ciano recibi a los enviados de Mola, que le confirmaron el vnculo entre los sublevados y los firmantes del acuerdo de 193J4, y entonces Mussolini acept enviar los 12 bombarderos, que salieron el 30 de Cerdea rumbo a Melilla, con Boln a bordo de uno de ellos. De su financiacin se encarg Juan March.En cuanto a los motivos que determinaron la decisin italiana, aunque se mantienen los de carcter poltico e ideolgico generalmente admitidos, Coverdale insiste en los estratgicos y los tradicionales de poltica internacional (Mediterrneo/Francia) frente a los econmicos, a los que da prioridad Schwartz. Hoy por hoy, no obstante, parecen decisivos, si no exclusivos, los comprobados por Coverdale, a los que ya nos hemos referido.Por otra parte, ante la demor^ italiana, Franco encarg al coronel Beig-beder que se pusiera en contact con el cnsul alemn en Tnger y que solicitara de Hitler los aviones que Mus-solini no acababa de enviarle. El cnsul mand un telegrama al general Kuhlental, agregado militar alemn en Francia y Portugal, solicitando el envo de 10 aviones a Franco. La peticin lleg a la Wilhemstrasse el da 23 de julio, pero sta decidi no arriesgarse a complicar ms la situacin internacional. El da anterior, a 1^ vez que el telegrama, haban salido de Te-tun el capitn Francisco Arranz y dos negociantes alemanes, Langheim y Bernhardt, para entrevistarse con Hitler y conseguir la ayuda. Lo hicieron y en muy pocos das. En efecto, el 24 estaban en Berln y haban conseguido concertar la entrevista. En la noche del 25 al 26 de julio tendra lugar la reunin de Bayreuth, estando presentes Gring, el ministro de la Guerra, von Blumberg, y el almi|rante Canaris. Hitler envi 20 Junkers-52 que llegaron a Marruecos el 28. Al mismo tiempo, se form un grupo turstico, al mando de von Scheele, integrado por ochenta hombres que salieron hacia Cdiz con 6 aviones Heinkele combate el 31 de julio, llegando el 5 de agosto a su destino^ Ms tarde fueron enviados ingenieros, mecnicos y ms pilotos. En septiembre se enviaron otros aviones de combate, dos compaas de tanques, una batera area y algunos aviones de reconocimiento. A partir de ese momento cada semana enviaron 4 aviones de transporte, y cada cinco das un barco de carga.En cuanto a los motivos de la decisin, tomada personalmente por Hitler, de intervenir en la guerra de Espaa, Vias ha demostrado que, como en el caso italiano, los decisivos seran los de carcter estratgico y tctico, descartando los de orden tcnico y militar, porque aunque Gering se refiriera a ellos en el proceso de Nrem-berg, se ha comprobado que el material enviado a Espaa no fue especialmente novedoso; el factor ideolgico, aunque importante, tampoco fue decisivo; y el econmico, generalmente subrayado como en el caso de Italia, insistiendo en el inters alemn por el mercurio, el hierro, las piritas y otros minerales espaoles necesarios para la industria de guerra, Vias ha demostrado que la guerra no alter bsicamente los acuerdos comerciales existentes entre Alemania y Espaa y claramente ventajosos a nuestro pas. No obstante, reconoce que la evidente importancia de la exportacin de piritas espaolas -en cantidad y calidad-explica la primaca que han dado a este factor otros autores.III. La Polticade no intervencinA finales de julio ya se saba en Francia que los rebeldes reciban ayuda de Italia. El 1 de agosto L 'Echo de Pars public el aterrizaje forzoso en el Marruecos francs de un Savoia y el accidente de otro -ambos formaban parte de los 12 que Mussolini envi a Francia-. Ese mismo da se reuni el Consejo de Ministros francs y mientras el ministro del Aire, Pierre Cot, reciba la orden de empezar a enviar a Espaa la ayuda prometida, el Gobierno anunci que, ante la evidencia de que otros pases ayudaban a los rebeldes, haba decidido urgir a Gran Bretaa e Italia para que se llegase a un acuerdo sobre las reglas comunes de no intervencin.El 2 de agosto, el embajador francs en Londres visit a Edn, quien acogi la idea con satisfaccin, proponiendo que se extendiera a Mosc,Berln y Lisboa. El 3, el embajador francs en Roma hizo a Ciano la misma propuesta, que tambin se llev a Alemania. Alemania acept siempre que se extendiese a la URSS. El 6 de agosto Italia -que haba entregado a Espaa ese mismo da 17 aviones De-woitine-, despus de consultar con Alemania, decidi adherirse al acuerdo, siempre que se evitase tambin la intervencin ideolgica. No se liego a un acuerdo sobre este punto, y se aplazaron las conversaciones. Ese mismo da la URSS contest afirmativamente, pero poniendo la condicin de que se hiciera tambin la propuesta a Portugal y rechazando toda responsabilidad sobre las actividades de las organizaciones proletarias con sede en Mosc, del mismo modo que Francia y Gran Bretaa se inhiban de los reclutamientos de fondos y voluntarios que se efectuaban desde Pars. En estas condiciones, el acuerdo de no intervencin era de hecho un intento de regularla.As las cosas, se produce repentinamente un cambio en la actitud del Gobierno francs, que el 7 de agosto decide prohibir totalmente la exportacin de material blico a Espaa, cerrando las fronteras al da siguiente. Qu haba ocurrido? Blum lo explic por el fracaso de una gestin ante el Almirantazgo britnico, pero parece que el factor decisivo fue la presin interna. Los radicales, puntal decisivo para el sostenimiento del Gobierno Blum, se oponan a la intervencin y la prensa de derechas haba desatado una violenta campaa contra ella. Si a esto unimos la actitud de Gran Bretaa, que no estaba dispuesta a dar motivos para que el conflicto se extendiese, la decisin francesa cobra sentido: Francia tema hallarse sola en un conflicto con Alemania, y a la vez tema provocarlo si apoyaba abiertamente a la Repblica. Tambin tema que la intervencin alemana e italiana en Espaa proporcionase a ambas bazas importantes (Baleares en el caso de Italia, Canarias en el de Alemania, aunque esto resulta bastante improbable) de cara a un conflicto con Francia. A este respecto, se ha especulado mucho acerca de la presin britnica sobre Francia: Gran Bretaa la dejara sola en caso de que su intervencin en Espaa provocase un conflicto con Alemania. Esta es la opinin de Giral, sostenida tambin por Thomas y por Jackson, pero parece que no hubo tal coaccin o que, en todo caso, pes ms la inestabilidad de la situacin interna! francesa.Finalmente, el Quai d'Orsay elabor una nota que defina los trminos de la no intervencin, que en los das 7 y 8 de agosto fue sometida a los principales gobiernos interesados. Madrid, ante la actitud de los amigos franceses del Frente Popular, no pudo ms que 'acatar la decisin y limitarse a solicitar que la poltica de abstencin se aplicase rgida y unni-mem^nte.Sin embargo, an quedaban cabos sueltps. Portugal puso tantas condiciones a la aceptacin del acuerdo que de hecho qued prcticamente al margan, aunque oficialmente lo aceptase. Gran Bretaa lo acept, pero empez a considerar sus posibilidades en caso de que fracasara. Alemania, en principio remisa, lo acept al prevalecer la opinin de Welczeck: la negativa de Alemania perjudicara a los rebeldes, puesto que Blum encontrara justificacin para apoyar decididamente a la Repblica. Italia accedi tambin, pero reiter sus reservas sobre la intervencin ideolgica y espiritual. La redaccin de su nota esconda de hecho su derecho a intervenir de ese modo. En cuanto a la URSS, aunque el 23 de agosto Litvi-nov comunic al embajador francsen Mosc a adhesin al acuerdo para evitar complicaciones internacionales, Stalin dio por hecha su poltica de contrarrestar la ayuda italiana y alemana. Se trataba no de asegurar la victoria de la Repblica, pero s de impedir la de los nacionalistas. As se iniciaba el doble juego de la no intervencin. El 3 de septiembre se haban adherido a la declaracin francesa 27 naciones: Gran Bretaa, Italia, Alemania, Rusia, Portugal, el Benelux, Irlanda, Yugoslavia, Bulgaria, Checoslovaquia, Hungra, Albaniaj Rumania, Austria, Estonia, Lituania, Polonia, Grecia, Turqua, Dinamarca, Noruega, Suecia y Finlandia.Para aplicar el Acuerdo se form un Comit de No Intervencin, con sede en Londres, al que se adhirieron todos los pases firmantes, excepto Portugal que, aunque finalmente envi su representante, pronto rompi sus relaciones diplomticas con el Gobierno republicano y si no reconoci antes a Burgos -lo hara el 1 de mayo de 1938- fue por las presiones britnicas. El Comit, desde el principio, tuvo ms un valor simblico que real, puesto que todos los pases estaban decididos a continuar su propia poltica, de ah que resulte acertada la valoracin de Thomas respecto a un Comit que haba de evolucionar del equvoco a la hipocresa y a la humillacin, durante toda la guerra civil.El Comit fue, en efecto, desde los primeros momentos una pura falacia, y sus intentos para controlarla no hicieron sino poner en evidencia a intervencin. Su constitucin sirvi adems para amparar legalmente la abstencin de la Sociedad de Naciones. La Repblica, que haba participado activamente en este organismo, crey tener derecho a un mayor apoyo por su parte. Sin embargo, dos consideraciones invalidaban su papel en la regulacin de la aplicacin del Acuerdo de No Intervencin: primera, que el Comit no era ejecutivo y la Liga, tericamente, s, y segunda, que en la SDN no estaban dos pases decisivos: Alemania e Italia. No obstante, el Gobierno republicano se dirigi a la Sociedad de Naciones que, a pesar de su desprestigio tras Abisinia y Rena-nia, conservaba an su carcter de excelente tribuna internacional. El 25 de septiembre de 1936 Julio Alvarez del Vayo, ministro de Estado del Gobierno Largo Caballero, que acababa de sustituir a Giral, habl ante la Asamblea solicitando su intervencin en Espaa, porque la guerra civil constitua una amenaza para la paz mundial, y denunciando la ayuda descarada que los rebeldes estaban recibiendo de Alemania, Italia y Portugal, amparados en la monstruosidad jurdica de la No Intervencin. Pero la Asamblea remiti al Comit de Londres.En cuanto a la actitud de los Estados Unidos, su poltica, que podramos definir de apaciguamiento aislado, encubra en realidad un seguimiento de la poltica franco-britnica, y especialmente de esta ltima. Bo-wers, el embajador americano en Espaa, haba anunciado la guerra, por lo que su estallido no sorprendi. Sin embargo, dadas las circunstancias, mantenerse al margen pareca lo ms adecuado. No obstante, los Estados Unidos no se adhirieron expresamente al Acuerdo de No Intervencin, pero s impusieron un embargo moral sobre las exportaciones de material blico a Espaa, lo que supona de hecho que si un particular quera ayudar econmica o militarmente a cualquiera de los dos bandos, no cometa delito alguno al hacerlo. La precariedad del embargo moral permiti que las ayudas particulares se incrementaran alarmantemente para el Gobierno norteamericano durante todo el ao36, provocando que el 6 de enero de 1937 quedase prohibida legalmente toda exportacin de material blico a Espaa. Ahora bien, la gasolina -como en el caso etope- no fue considerada material de guerra, por lo que de hecho el Gobierno no hizo ningn esfuerzo para interrumpir los envos de la TEXACO a la Espaa insurgente.En cuanto a Mxico, fue el nico pas que se puso abiertamente del lado de la Repblica, cooperando desde el principio en el esfuerzo blico. La colaboracin lleg hasta el foro de Ginebra, desde donde el delegado mexicano envi a su secretario general el 19 de abril de 1937 una nota declarando que la no intervencin, tal como se practicaba, era una forma indirecta de ayuda a los nacionales y estaba en flagrante contradiccin con el espritu del Pacto. Mxico sirvi tambin ini-cialmente de intermediario del Gobierno de Madrid para la compra de aviones norteamericanos, pero el embargo moral estorbaba el comercio, impidiendo que alcanzase el volumen deseado. En todo caso, el monto total de la ayuda mexicana nunca podra compararse en cantidad y en calidad a la que reciban los insurgentes de Italia y Alemania.IV. La intervencin extranjeraA) Apoyo a los republicanosComo ya se ha indicado, la ayuda rusa fue importante, pero no temprana. Stalin, que debi verse sorprendido por el Alzamiento, titubeaba ante sus intereses internacionales-la seguridad rusa frente a Alemania- y sus obligaciones morales con el proletariado espaol e internacional. Parece que fue una conjuncin de ambos factores lo que decidi la intervencin, quedando descartado el conocido argumento poltico: no resulta probable que Stalin quisiera hacer de Espaa su satlite, mxime cuando el PCE era muy dbil y los sectores marxistas ms fuertes (el POUM cataln) eran de inspiracin trotskista. Precisamente abandon a la Repblica a partir de 1938^ cuando el PCE adquira mayor fuerza.La intervencin finalmente se decidi en noviembre y los rusos enviaron a Espaa periodistas como Koltsov y Ehrejnburg; diplomticos como Ro-semberg y Krivitski; militares como Malinovski, Voronov (que dirigi la actuacin de los famosos tanques rusos), Kuznetsov (que intervino en la direccin de la flota), Prokofiev (aviacin) y Orlov (polica); abundante material de guerra, especialmente aviones y sobre todo tanques -prcticamente todos los utilizados por la Repblica eran de origen sovitico- que resultaron ser de gran maniobrabilidad y cuyo empleo fue decisivo en batallas como la de Guadalajara. Hubo adems ingenieros y tcnicos que cubrieron las necesidades del material.El costo total de la ayuda rusa se ha calculado en unos 2.650 millones de pesetas, inferior al italiano y superior, en cambio, al alemn, pero la importancia de la ayuda rusa ha de calibrarse eni funcin de la canalizada a travs de las brigadas internacionales y tambin por su repercusin en la poltica interna del bando republicano. En este ltimo sentido, se ha valorado su influencia en los polticos espaoles como un arma de doble filo y como un factor de desequilibrio por su capacidad para minar ciertas autoridades -Azaa, Largo Caballero-. Tambin exista la impresin de que los rusos hacan un poco la guerra por su cuenta. Sin embargo, las leccionesaprendidas en Espaa no fueron demasiadas: la experiencia de los tanques no pudo aplicarse a las inmensas llanuras rusas, aunque la tcnica empleada en la defensa de Madrid se aplic con xito en la de Stalingrado.En relacin con la ayuda sovitica se plantea el conocido problema del oro enviado a Mosc. Realmente los clculos sobre la ayuda rusa son muy variados, segn se consulte a unos u otros autores. Como ejemplos podemos citar: Thomas, que calcula 85 millones de dlares; Tamames, que da 120 millones, mientras que la cifra enviada a Mosc ascendera a 578; Salas calcula que el dinero depositado en Mosc alcanz las 510 Tm d oro (entre 479,3 y 517 millones de dlares); Schwartz da 500 millones, etc. Pero tal vez los datos ms fiables jsean los de ngel Vias, que se ha ocupado a fondo del tema. Vias cree que no todo el oro del Banco de Espaa se envi a Mosc. De las 703 Tm de que dispona, 193 se remitieron a Francia y 510 se depositaron en Mosc. De stas, una parte se destin a liquidar pagos de suministros y otras se transferan a Pars para hacer frente a los nuevos. En 1938 los fondos se hatfran agotado y la Repblica hubo de recurrir al crdito sovitico.Respecto a las brigadas internacionales, este es sin duda uno de loS aspectos ms atractivos, y controvertidos, de la intervencin extranjera en la guerra de Espaa, lo que ha provocado al menos dos versiones opuestas del tema: una romntica, la ms generalizada, y otra, dirigida a desmitifcar la anterior, que las ha presentado como un ejrcito de mercenarios, fruto del paro europeo, formado especialmente por comunistas.Si estudiamos la composicin de las brigadas observamos que en ambas hay algo de verdad. En efecto, en ellas militaron intelectuales, polticos o simplemente idealistas que hallaron en Espaa el marco adecuado para librar su propia batalla contra el fascismo. Es preciso reconocer que la coyuntura europea se prestaba a esto y a mucho ms. Sin embargo, tambin es cierto que entre ellos haba numerosos lderes, comisarios y dirigentes de partidos comunistas y socialistas europeos, especialmente franceses, italianos, alemanes y soviticos, pero fueron pocos, aunque influyentes. Tambin intelectuales liberales y socialistas, de procedencia fundamentalmente anglosajona (USA, Gran Bretaa y Canad). Los ms numerosos fueron, en cambio, los trabajadores y proletarios franceses y belgas, muchos de ellos sin empleo y en una gran proporcin mercenarios. Tambin vinieron sindicalistas y otros miembros activos de partidos de izquierda, huidos a Francia desde Alemania, Italia, Hungra y Polonia. Finalmente, una abigarrada minora de aventureros de las ms variadas nacionalidades, indisciplinada y fcil a la desercin.La iniciativa de su creacin fue rusa. La idea surgi en la reunin de la Komintern y el Profintern celebrada en Praga el 26 de julio de 1936, aunque no lleg a cuajar porque la embajada espaola en Pars ya haba iniciado el reclutamiento de voluntarios. No obstante, el Secretario del PCF, Maurice Thorez, mont en la capital francesa a finales de septiembre la primera oficina de reclutamiento, a la que se unieron pronto otras similares que surgieron en Lille, Perpignan, Marsella, Lyon y Oran. Togliatti se encarg del reclutamiento de italianos y Josef Broz (el futuro Tito) del de yugoslavos. Los extranjeros as recluta-dos se encuadraron en el llamado 5 Regimiento, y su base de concentracin se fij en el acuartelamiento de Albacete. El 22 de octubre, de modoformal y solemne, nacieron las Brigadas Internacionales.A este foco central de reclutamiento hay que aadir los cerca de 4.000 trabajadores y sindicalistas extranjeros que estaban en Espaa al estallar la revolucin (haban venido para participar en una Olimpiada del Pueblo que, por oposicin a la de Berln, iba a celebrarse en Barcelona el 20 de julio), los oficiales, suboficiales y milicianos contratados por la embajada espaola en Pars y organizaciones colaboradoras, y los hombres recluta-dos, antes de la creacin de las Brigadas, por una organizacin clandestina de la Komintern que funcionaba en Pars.Su nmero, como ocurre siempre al hablar de cifras, es controvertido, oscilando entre los 40.000 de Thomas y los 100.000 de Salas y Schwartz; Cas-tells da 60.000, aunque parece difcil que hubiera en los frentes en cada momento ms de 15.000 extranjeros. Se organizaron en cinco brigadas. La numeracin empezaba en la XI y terminaba en la XV, y cada una constaba de 3 a 4 batallones, con unos 5.000 hombres cada uno. Las tres primeras se formaron en los ltimos meses de 1936, la XV en febrero de 1937 y la ltima en julio de ese mismo ao. Su intervencin ms decisiva suele admitirse que fue en la defensa de Madrid, aunque la versin de Vicente Rojo y los estudios de Martnez Conde la han desmitificado. En cualquier caso, hay que tener en cuenta que no se trataba de un ejrcito regular, que tenan problemas de lengua y de disciplina y que su aportacin fue ms moral que real. Con todo, cuando en 1939 la Asamblea General de la SDN propuso la retirada de los brigadistas, a tenor del acuerdo negociado por el Comit de Londres sobre la retirada de extranjeros de ambos frentes, las Brigadas fueron despedidas en Barcelona (15-XI-1938) con todos los honores.Finalmente, subrayar la actitud de Mxico, a la que ya nos hemos referido, y que contrasta notablemente con la de los principales gobiernos sudamericanos (Argentina, Brasil, Chile y Per), que simpatizaron ms o menos abiertamente con los insurgentes.B) Apoyo a los nacionalesSin duda la ayuda ms importante recibida por el bando nacional fue la italiana, que cubri aire, mar y tierra. La decisin de intervenir la tom Mussolini, como ya vimos, por motivos fundamentalmente estratgicos y tradicionales de poltica exterior italiana. Coverdale insiste en que sus objetivos eran ms negativos que positivos, es decir, se trataba ms de impedir que Francia tomase posiciones en Baleares, por ejemplo, que de tomarlas l mismo. Igual cabe decir de los motivos ideolgicos. La llegada al poder del Frente Popular en Francia aadi una nota ms a la rivalidad franco-italiana en el Mediterrneo, y el giro izquierdista de la poltica espa-olai acentuaron el temor al peligro comunista. Sin embargo, el objetivo del Duce, amn de los motivos de prestigio, era tambin en este caso ms negativo -evitar que se instalase un rgimen comunista- que positivo -extender el fascismo a Espaa-, aunque este extremo se alentase en la propaganda italiana. El factor prestigio, inseparable de un rgimen como el de Mussolini, se volvi a la larga contra l, porque al ser la cuestin espaola casi poltica personal del Duce sus vaivenes e indecisiones se convirtieron, a partir de 1938, en peldaos para su cada.El monto de la ayuda italiana, canalizada a travs de una cobertura comercial (SAFNI), se ha calculado en unos 6.000 millones de liras en total (4.200 en el Ministerio de la Guerra y1.800 en el Aire). Los italianos lo evaluaron en 14.000 millones de liras, reducidos a 7.500 en 1941, de los cuales Franco slo acept 5.000 (parte de esa deuda se pag en mineral de hierro, piritas, manganeso y aceite de oliva durante la segunda guerra mundial). Coverdale considera que el valor total del material proporcionado por Alemania se sita entre la mitad y las tres cuartas partes de los 6.000 millones de liras, pero, aunque el material italiano era inferior en calidad al alemn, valorando tambin la cantidad cree tambin probable que Italia contribuyese tanto como Alemania; a la victoria de Franco.Con todo, lo ms caracterstico de la ayuda italiana fue el gran nmero de hombres que envi, sobre todo pilotos (la mayor parte de las fuerzas areas espaolas haban permanecido feles a la Repblica), tambin artilleros, que instruyeron a los espaoles (en marzo de 1937 los oficiales italianos establecieron varias escuelas de capacitacin de cadetes, tanquistas, artilleros, ingenieros y especialistas en guerra qumica, que arrojaron un balance de 35.000 soldados y oficia jes al acabar el conflicto). Coverdale, en cambio, no valora excesivamente la infantera italiana, sobre todo en comparacin con las Brigadas. En cuanto al nmero de hombres, Salas ha calculado unos 100.000, aunque nunca estuvieron en Espaa ms de la mitad. La cobertura naval tampoco es desdeable. Hubo unos 38 submarinos italianos en aguas espaolas, casi todos en el Mediterrneo, y se cedieron tambin cuatro barcos. Los republicanos tuvieron serias dificultades para controlar la costa mediterrnea, ya que sus puertos eran hostigados por los buques italianos y tambin desde el aire. Por ejemplo, en Valencia y Barcelona intervinieron entre 600 y 700 aviones, actuando en la toma de Mlaga, en Baleares, en Guadalajara y en la campaa del Norte, aunque con desigual fortuna.La intervencin italiana se ha valorado tambin desde la perspectiva de la poltica internacional, considerando el apoyo diplomtico italiano decisivo para la victoria de Franco: si los rebeldes no hubieran recibido ayuda de, al menos, una gran potencia, es probable que Francia no se hubiera mostrado tan remisa a intervenir ni Alemania tan dispuesta a hacerlo. En un plano comparativo, y desde el punto de vista poltico-ideolgico, se ha destacado tambin que la intervencin talo-alemana no interfiri tan decisivamente en la poltica interna del bando nacional como la sovitica en el republicano. Franco conserv siempre la hegemona en la planificacin de las operaciones y en la toma de decisiones frente a los jefes y oficiales italianos y alemanes, cosa que no ocurri con los soviticos. En cuanto a las lecciones de la guerra, Coverdale opina que Mussolini, por falta de planificacin y racionalidad, no supo aprovechar la oportunidad que como campo de entrenamiento le ofreca Espaa de cara a la segunda guerra mundial.La ayuda alemana, decidida por el propio Hitler como ya vimos, se canaliz a travs de la inevitable cobertura comercial (HISMA-ROWAK) que encubra una autntica ayuda de Estado a Estado. En Berln se haba formado a tal efecto un comit conocido como Estado Mayor W. Respecto a su contenido, aunque de Hamburgo sala cada cinco das un barco, cuyos suministros se complementaban con varios vuelos semanales, lo ms importante fueron los aviones. La Legin CndoD>, creada oficialmente en Sevilla el 6 de noviembre de 1936, comprenda 4 escuadrones de bombarderos (con 12 Junkers-52 cadauno), 4 escuadrones de aviones de caza (con 12 Heinkel-51 o Messersch-mitt-109 cada uno) y un escuadrn de reconocimiento. Adems contaba como apoyo con unidades de bateras antiareas y antitanques y con dos unidades de cuatro compaas de carros de combate (con 4 tanques cada una). A esto se unira ms tarde un grupo martimo de especialistas de explosivos, seales y artillera que operaba desde los cruceros Deutschland y Admiral Scheer.A diferencia del caso italiano, no vinieron soldados, slo pilotos y equipo tcnico de aviacin. Respecto al nmero hay divergencia: Schwartz ha calculado 16.000, Tamames 30.000 y Salas unos 20.000 (en tres turnos de 6.500 cada uno). Hay que tener en cuenta tambin que los efectivos alemanes en Espaa fueron incrementndose durante la guerra. En cuanto al costo total de la ayuda alemana, se ha evaluado en unos 1.600 millones de pesetas. Vias da exactamente 1.666.957.561,63, de los cuales Espaa acept en 1941 unos 1.280, habindose satisfecho ms de la mitad en 1939 con suministros de alimentos durante la segunda guerra mundial. Los alemanes intervinieron inicial-mente en el paso del Estrecho (el 30 de julio ya hay aviones alemanes en frica), en la batalla del Ebro y sobre todo en la campaa del Norte, donde protagonizaron el tristemente clebre bombardeo de Guernica.Franco tambin cont con la ayuda portuguesa, que no fue nada desdeable. En efecto, aunque no se produjo una I intervencin armada directa, en Espaa actuaron unos 7.000 portugueses -la Legin Viriato- encuadrados en divisiones espaolas, aunque en el nmero tambin hay divisin: Tho-mas y Tamames dan 20.000, Salas l.OO entre portugueses e irlandeses. Sin embargo, lo ms importante fue el apoyo logstco, dado que en los puertos lusos desembarcaban sin ninguna traba municiones, alimentos o medicinas con destino a la zona nacional; en el mismo sentido se utilizaron los aeropuertos portugueses y la frontera lusa, que estuvo siempre abierta.En cuanto a la ayuda marroqu, fue decisiva sobre todo en los primeros momentos; despus, los soldados marroques, belicosos y temerarios, sembraron un especial temor en la zona republicana. Su nmero oscila entre los 70.000 y.los 100.000.Independientemente de la ayuda real, no es posible ignorar que la guerra de Espaa fue un campo privilegiado de encuentro para intelectuales, polticos y hombres de toda Europa, movidos por un ideal antifascista o por un espritu contrario. Espaa fue, entre 1936 y 1939, an a su pesar, la encrucijada de los destinos de Europa.A. E. L.** Profesor de Historia Contempornea (UNED).BibliografaAZCARATE, P. de: Mi embajada en \Lon-dres durante la guerra civil espaola. 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