reflexiÓn inicial - universidad católica de córdoba · es capaz de comprender y vivir aquellas...

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REFLEXIÓN INICIAL

«Al contrario, cuando des un banquete, invita a los pobres…»

Vivimos en un mundo y en una sociedad en los que todo se compra y se vende, en los que por todo hay que pagar. Y en los que además, todo tiene que tener una “utilidad”, todo tiene que “servir para algo” o dar algún tipo de rédito o beneficio…

Por eso mismo, este mundo y esta sociedad en los que vivimos, generan con frecuencia un tipo de persona egoísta, insensible, insolidaria, consumista, de cora-zón mezquino y horizonte estrecho, incapaz de amar o de dar y darse con auténtica generosidad.

Es difícil ver gestos verdaderamente desinteresados y gratuitos. Con frecuencia, hasta la amistad y el amor aparecen directa o indirectamente enturbiados (y des-virtuados) por el interés y el egoísmo.

Por eso resulta muy duro a nuestros oídos escuchar la desconcertante invitación de Jesús: «Cuando des un almuerzo o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos, no sea que ellos te inviten a su vez, y así tengas tu recom-pensa. Al contrario, cuando des un banquete, invita a los pobres…».

Jesús no critica ni se opone a la amistad, a las relacio-nes familiares ni al amor gozosamente correspondido. Pero nos invita a reflexionar sobre la verdad última de nuestra conducta y sobre el sentido más profundo de nuestras relaciones interpersonales.

Amar al que nos ama, ser amable con el que lo es con nosotros, puede ser todavía el comportamiento nor-mal de una persona egoísta, comportamiento en el que el propio interés sigue siendo el criterio principal de nuestras preferencias y nuestra predilección.

Sería una equivocación creer que uno sabe amar de verdad y con generosidad por el simple hecho de vivir en armonía y saber desenvolverse con facilidad en el círculo de sus amistades y en las relaciones familiares. También la persona egoísta «ama» mucho a quienes la aman mucho.

Saber amar no es simplemente tratar cordialmente a aquél a quien estoy unido por lazos de amistad, por simpatía o mediante una relación social. Saber amar es no pasar de largo ante alguien que me necesita cerca.

Jesús pensaba en una sociedad en la que cada uno y cada una se sintieran servidores de los demás, y muy especialmente de los más necesitados. Soñaba con una sociedad muy distinta de aquella en la que le tocó vivir

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MONICIÓN INICIAL

A: Jesús vivió un estilo de vida diferente. Quien quiere seguirlo con sinceridad, se siente invitado a vivir de una manera nueva y revolucionaria, en contradicción con el modo «normal» de comportarse que observa-mos habitualmente a nuestro alrededor.

¿Cómo no sentirse desconcertado e interpelado cuando se escuchan estas palabras enormemente claras y sen-cillas? «Cuando des un almuerzo o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos, no sea que ellos te inviten a su vez, y así tengas tu recompensa. Al contrario, cuando des un banquete, invita a los pobres… ¡Feliz de ti, porque ellos no tienen cómo retribuirte…!».

Jesús nos invita a actuar desde una actitud de gra-tuidad y de comunión con todos, pero especialmente con el pobre, opuesta totalmente a la lógica de quien busca acumular, aprovecharse y excluir a los demás de la propia riqueza.

Jesús piensa en unas relaciones humanas basadas en un nuevo espíritu de libertad, gratuidad y amor. Un espíritu que está en contradicción con la práctica y el comportamiento normal del sistema establecido, y que deseamos que se acreciente en nosotros cada día más…

ACTO PENITENCIAL

A: «Si te invitan a un banquete de bodas, no te co-loques en el primer lugar… Cuando des un almuerzo o una cena…, invita a los pobres, a los lisiados, a los paralíticos, a los ciegos…».

Al comenzar nuestra celebración, y a la luz de estas palabras de Jesús en el Evangelio, nos abrimos al per-dón y la misericordia de Dios…

y también de la actual, en la que los seres humanos aprendiéramos a amar no a quien mejor nos paga sino a quien más nos necesita.

A la luz del Evangelio de hoy, sería bueno que nos pre-guntáramos con sinceridad qué buscamos cuando nos acercamos a los demás. ¿Buscamos dar o buscamos re-cibir? ¿Buscamos servir al otro o servirnos de él? ¿Bus-camos compartir o aprovecharnos de la otra persona? Porque en realidad, sólo ama de verdad la persona que es capaz de comprender y vivir aquellas palabras de Jesús: «Hay más felicidad en dar que en recibir» (Hch 20, 35).

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Señor y Dios nuestro, «padre de los huérfanos y defensor de las viudas»que instalas «en un hogar a los solitarios» y haces «salir con felicidad a los cautivos».

Ayúdanos a ser verdaderamente libres y humildes,para que no vivamos buscando el aplauso y el halago de los demás,ni pendientes de nuestra imageny del propio prestigio.

Y haz que no seamos sordos a la invitación que Jesús nos hace hoya vivir en actitud permanente de gratuidad y comunión con todos,pero especialmente con el pobre y el que sufre,para gestar esa Humanidad Nuevacon la que sueñas.

Te lo pedimos a Ti,que vives y haces vivir.

Amén.

ORACIÓN COMUNITARIA (COLECTA)

C: Porque con frecuencia hacemos cosas sólo para ser reconocidos y buscando el aplauso de los demás, y nos preocupa demasiado el propio prestigio… Señor, ten piedad.

R: Señor, ten piedad.

C: Porque no tenemos el coraje de vivir según esa manera nueva y revolucionaria que nos propones: en actitud permanente de gratuidad y de comunión con todos, pero especialmente con el pobre… Cristo, ten piedad.

R: Cristo, ten piedad.

C: Porque muchas veces, en nuestras relaciones inter-personales, actuamos movidos por intereses egoístas y mezquinos disfrazados de generosidad… Señor, ten piedad.

R: Señor, ten piedad.

C: Danos tu perdón, Padre bueno, y acrecienta en nosotros ese espíritu de libertad, gratuidad y amor, con el que Jesús nos invita a vivir.

Te lo pedimos por el mismo Jesús, tu Hijo y nuestro hermano. Amén.

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LA PALABRA DE DIOS HOY

PRIMERA LECTURA

Lectura del libro del Eclesiástico.

Hijo mío, realiza tus obras con modestia y serás amado por los que agradan a Dios. Cuanto más grande seas, más humilde debes ser, y así obtendrás el favor del Se-ñor, porque el poder del Señor es grande y él es glorifi-cado por los humildes. No hay remedio para el mal del orgulloso, porque una planta maligna ha echado raices en él. El corazón inteligente medita los proverbios y el sabio desea tener un oído atento.

Es Palabra de Dios.

SALMO RESPONSORIAL

R. ¡Señor, tú eres bueno con los pobres!

Los justos se regocijan, gritan de gozo delante del Señor y se llenan de alegría. ¡Canten al Señor, entonen un himno a su Nombre! Su Nombre es “el Señor”. R.

El Señor en su santa Morada es padre de los huérfanos y defensor de las viudas: Él instala en un hogar a los solitarios y hace salir con felicidad a los cautivos. R.

Tú derramaste una lluvia generosa, Señor: tu herencia estaba exhausta y tú la reconfortaste; allí se estableció tu familia, y tú, Señor, la afianzarás por tu bondad para con el pobre. R.

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SEGUNDA LECTURA

Lectura de la carta a los Hebreos.

Hermanos: Ustedes no se han acercado a algo tangi-ble: “fuego ardiente, oscuridad, tinieblas, tempestad, sonido de trompeta, y un estruendo tal de palabras”, que aquéllos que lo escuchaban no quisieron que se les siguiera hablando. Ustedes, en cambio, se han acerca-do a la montaña de Sión, a la Ciudad del Dios viviente, a la Jerusalén celestial, a una multitud de ángeles, a una fiesta solemne, a la asamblea de los primogénitos cuyos nombres están escritos en el cielo. Se han acer-cado a Dios, que es el Juez del universo, y a los espí-ritus de los justos que ya han llegado a la perfección, a Jesús, el mediador de la Nueva Alianza y a la sangre purificadora que habla más elocuentemente que la de Abel.

Es Palabra de Dios.

EVANGELIO

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lu-cas.

Un sábado, Jesús entró a comer en casa de uno de los principales fariseos. Ellos lo observaban atentamente. Y al notar cómo los invitados buscaban los primeros puestos, les dijo esta parábola: “Si te invitan a un ban-quete de bodas, no te coloques en el primer lugar, porque puede suceder que haya sido invitada otra per-sona más importante que tú, y cuando llegue el que los invitó a los dos, tenga que decirte: ‘Déjale el sitio’, y así, lleno de vergüenza, tengas que ponerte en el último lugar. Al contrario, cuando te inviten, ve a colo-carte en el último sitio, de manera que cuando llegue el que te invitó, te diga: ‘Amigo, acércate más’, y así quedarás bien delante de todos los invitados. Porque todo el que se eleva será humillado, y el que se humi-lla será elevado”. Después dijo al que lo había invita-do: “Cuando des un almuerzo o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos, no sea que ellos te inviten a su vez, y así tengas tu recompensa. Al contrario, cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los paralíticos, a los ciegos. ¡Feliz de ti, porque ellos no tienen cómo retribuirte, y así tendrás tu recompensa en la resurrección de los justos!”.

Es Palabra del Señor.

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PRIMERA LECTURA:

Eclo 3,19-21.30-31

Este libro, conocido como Sirácida - por su adjudicación en el prólogo griego a “Jesús, hijo de Sirá” -, o también como Eclesiástico - por el título en la Vulgata latina “Liber Ecclesiasticus” -, es una obra deuterocanónica, es decir, pertenece al canon de los libros sagrados de la iglesia católica, pero no al de las confesiones protestantes ni al del judaísmo. Su denominación “Eclesiástico” responde al uso frecuente que, al menos desde el siglo III, se hacía de él en la iglesia para la formación de los catecúmenos y neófitos.

Es una obra que, escrita en tiempos de una fuerte helenización del pueblo judío (comienzos del siglo II a.C.), ofrece la reacción de un sabio israelita en defensa de sus tradiciones y de sus enseñanzas seculares; haciendo de ellas una recopilación para herencia de los más jóvenes que corren el peligro de menospreciarlas y perderlas.

Los primeros capítulos se centran en la grandeza y bondad de la sabiduría que Israel ha recibido de Dios, y de sus grandes beneficios. Recogen consejos sobre la fidelidad a Dios, la sinceridad, la paciencia, el respeto a los padres, la humildad, la justicia, etc. Nuestro texto está precedido por unas enseñanzas sobre el trato que ha darse a los padres en su ancianidad; y trata sobre la humildad, a la que se opone el orgullo.

Del texto completo se han entresacado, tan solo, algunos versículos. Los primeros nos recomiendan obrar, en todos los asuntos de la vida, con sencillez. Humildad y soberbia son dos contrarios que se oponen, en la enseñanza de los libros sapienciales, como la noche y el día. Nada más agradable para Dios y los hombres como la primera, ni nada más rechazable como la segunda.

De ellas nos dirá San Agustín: “No te alabes cuando practiques alguna obra buena, porque alabándote como bueno te haces malo. Bueno te había hecho la humildad y malo te hace la soberbia”.

La humildad nace del reconocimiento de saberse y sentirse pequeño y necesitado. Por eso, el creyente que no cae en la necedad, reconoce que todo cuanto tiene viene de Dios, y a él le expresa su gratitud. Y el Señor recompensa esta actitud con sus abundantes dones, que ayudan al creyente en su superación, y lo encaminan hacia esa plenitud de vida a la que está llamado.

PARA COMPRENDER MEJOR LA PALABRA DE DIOS HOY

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SEGUNDA LECTURA:

Hb 12,18-19.22-24

Dado que decimos que la Biblia es Palabra de Dios, pero aceptando y asumiendo que también es palabra humana, y lejana de nosotros en el tiempo y el espacio, debemos tener presente siempre que hay pasajes en ella – también en el Nuevo Testamento – muy ligados a la cultura y sensibilidad de un determinado contexto histórico y sociocultural, y que por eso mismo nos pueden resultar muy extraños en cuanto a sus expresiones. Estos pasajes abundan en la carta a los Hebreos, y el de hoy es sin duda uno de ellos, por lo que resulta preciso profundizar mucho para llegar a captar su contenido fundamental y su sentido.

Una línea, muy presente en todo el escrito, es la comparación del nivel religioso del cristianismo con el de la antigua alianza. De ahí que el autor aluda a la experiencia religiosa fundacional de la religión judía, tal como se describe en el libro del Éxodo especialmente, y en la tradición posterior, con menciones de elementos típicos de la teofanía del Sinaí. Para subrayar que así como esa experiencia produjo frutos importantes entre los judíos, con mayor razón debe producirlos entre los cristianos la revelación de Dios en Jesús.

No conviene olvidar, en la línea que se apuntaba más arriba, que se trata de metáforas y símbolos que nunca han de tomarse literalmente sino tan sólo como aproximaciones, en un intento de hablar de algo que en realidad es un misterio inefable.

Lo esencial es la visión de la nueva alianza y de su Mediador Jesús que nos posibilita un acceso a Dios mucho más profundo e íntimo que cualquier otro.

La razón última y principal de la nueva situación es precisamente Jesucristo y a Él hay que referirse continuamente para comprender en toda su profundidad en qué consiste nuestra condición cristiana.

EVANGELIO:

Lc 14,1.7-14

Nos encontramos ante otra comida de Jesús. Esta vez tiene lugar en sábado en la casa de un fariseo importante, sin que sepamos la población en que sucede. La narración resalta que lo están espiando, como en otras ocasiones (7,39), mientras los convidados no pierden el tiempo: sin reparo alguno se afanan por colocarse en los primeros puestos, para ser vistos en primera fila.

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Los vv.8-11 contienen una parábola propia de Lucas, que podemos titular así: los primeros puestos en las bodas. Con ella se ilumina el auténtico comportamiento que ha de mantenerse en situaciones semejantes. El resto de los versículos (12-14) ofrecen una pertinente reflexión, que nos sirve a todos, al hilo de la enseñanza que se desprende de la parábola.

1. Ésta contiene un mensaje claro, que cualquier persona de buena voluntad puede entender y que aparece al final: Porque todo el que se enaltece será humillado; y todo el que se humilla será enaltecido. Cuando nos apartamos de Dios y de sus designios salvadores, buscamos las meras apariencias, mostrarnos ante los demás como los destacados por antonomasia, sin preocuparnos de las preferencias de los otros, sólo atendiendo a las propias conveniencias egoístas. Pero ése nunca fue el comportamiento de Jesús y el sentido de sus enseñanzas. Y ésa tampoco puede ser la conducta de sus seguidores que atienden a sus consignas y comparten su estilo de vida.

Para el maestro de Nazaret, en la actuación del discípulo estorba la simple apariencia; lo que importa de verdad consiste en ser en el Padre y en los hermanos. El que adopta esta actitud de profundidad existencial no se preocupa en modo alguno por ocupar los primeros puestos, sino por presentarse como agradable a Dios, entregándose a los hermanos con coherencia. Y a la vez, mantener una postura sencilla y humilde, sin pretender nunca sobresalir por encima de los demás, ya que este proceder está en contra de la voluntad divina. La regla dada por Jesús no puede considerarse como mera expresión de cortesía o buena educación, sino como una seria llamada a la humildad, propia de aquellos que acogen el reino, comparten su forma de desarrollarse y viven sus valores con todas las consecuencias.

Quien desee entrar en el Reino está llamado a hacerse pequeño y a comportarse como los sencillos, que no asumen la postura del prepotente sino del servidor. Quien ha entendido la parábola, ha comprendido también algo esencial en la dinámica del Reino. ¡Cuánto necesitamos atender a esta llamada de atención del maestro nazareno en una sociedad que vive de la fachada exterior, de las apariencias, de la exaltación de la belleza física, pero sin preocuparse de la verdad interior, de las actitudes y motivaciones internas!

2. Las últimas palabras de Jesús, dirigidas a su anfitrión (vv.12-14), contienen una espléndida lección y se muestran en plena consonancia con el comportamiento de Jesús a lo largo de su ministerio público. No hay que invitar a los que nos pueden corresponder; más bien hay que hacerlo con los que de verdad tienen necesidad: los pobres, los lisiados, los paralíticos y los ciegos. La razón no puede ser más convincente, cuando se conocen los valores por los que apuesta Jesús: no hay que buscar la recompensa humana, sino la retribución divina en el día final. En la vida presente hay que darse a los últimos, de los que nada se puede esperar y con

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los que no constituye un aliciente humano sentarse a la mesa y además compartir la comida.

Quien está informado por el verdadero amor a los demás, que se desprende de la participación en el Reino y de la asimilación de sus valores, busca sobre todo el provecho de los necesitados, porque son ellos los que más dependen de nuestra ayuda para liberarse del mal que los atenaza. Si en algo resplandece la voluntad de Dios es precisamente en la ayuda al marcado por la necesidad del tipo que sea, que le impide ser persona de verdad. Por eso, en sus buenas obras el auténtico discípulo se preocupa sobre todo por cumplir los designios divinos, que están en total correspondencia con las necesidades humanas. En el momento oportuno recibirá del mismo Dios el reconocimiento debido y, cómo no, también el premio prometido por practicar la compasión y la misericordia, conforme a aquellas palabras de Jesús: «Busquen primero el Reino de Dios, y todo lo demás vendrá por añadidura».

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1er. Momento: apertura, escucha, acogida…

Busco una postura corporal cómoda, y que me permi-ta ir serenándome y centrándome… Puedo cerrar los ojos unos instantes... Tomo conciencia de que estoy en presencia de Dios… Respiro profundamente varias veces... Dejo que el silencio vaya creciendo en mí...

Leo y releo la Palabra de Dios (quizá te convenga ele-gir un solo texto y centrarte en él).

¿Qué dice el texto en sí mismo? ¿De qué habla? ¿Hay algo que me llame la atención en forma especial? ¿Qué preguntas me surgen ante el texto?

¿Qué “me” dice el texto? ¿Cómo “me” veo reflejado en él? ¿Qué ecos, qué resonancias, suscitan en mí estas palabras...?

¿Tiene algo que ver conmigo, con lo que me pasa, con lo que estoy viviendo? ¿Me dice algo acerca de mí mis-mo? ¿Me aclara algo acerca del misterio que soy yo mis-mo? ¿Qué siento al respecto?

¿Qué me dice del misterio de Dios? ¿Qué rasgo o as-pecto del misterio de Dios se me revela? ¿Qué siento ante eso?

Estoy atento a los pensamientos, sentimientos, ideas, recuerdos, deseos, imágenes, sensaciones corporales… acojo serenamente todo lo que va surgiendo en mí, todo lo que voy descubriendo…

En todo ello el Espíritu me hace “ver y oír”… y de al-guna manera (que puede resultarme no tan clara en este momento), me hace experimentar el amor de Dios...

2° Momento: diálogo, intercambio, conversación...

Hablo con Jesús, como un amigo habla con otro ami-go, con plena confianza, con toda franqueza y liber-tad: le expreso mis sentimientos…, le cuento lo que me pasa..., le manifiesto mis dudas…, le pregunto…, le agradezco…, le pido..., le ofrezco...

3er. Momento: encuentro profundo, silencio amo-roso, comunión...

Después de haber hablado y de haber expresado todo lo que tenía que decirle al Señor, procuro permanecer en silencio… Trato de estar, simple, sencilla y amorosamente en pre-sencia del Señor... Trato de que cese toda actividad interior, de que cesen los pensamientos y las pala-bras; a lo sumo, me quedo repitiendo alguna frase que se hubiera quedado resonando en mi interior, o reviviendo alguna imagen que me hubiera impactado especialmente…

PARA LA ORACIÓN PERSONAL

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PARA EL DIÁLOGO ENTRE TODOS

(si ayuda… y si no, podemos hablar de lo que cada uno “ha visto y oído” en el rato de oración personal)

El estilo de vida y convivencia al que Jesús nos invita hoy nos descubre el secreto para saber es-tar y vivir con los otros, conociendo y aceptando nuestras limitaciones, caminando con verdad y sencillez, y compartiendo desinteresada y gene-rosamente con los demás. Este es un camino más seguro para la realización personal y la felicidad humana que la trampa de la altanería, del engrei-miento, del cálculo y del competir para ser más que los otros, inclusive tratando de aparentar algo que en realidad no somos.

Lo que sucede es que la humildad no está de moda ni tiene buena prensa. Sin embargo, es indispen-sable para testimoniar hoy día el talante del Reino de Dios. Sin duda, una conducta evangélicamente humilde y acogedora, al estilo de Jesús, resulta diferente, chocante y hasta incómoda para la mentalidad al uso, que es la contabilidad del mé-rito para la recompensa y el ascenso. La humildad auténtica no está de moda, ni lo estará nunca, porque se ve como actitud propia de personas dé-biles, indigna del hombre y la mujer actual que idolatran su propia imagen, su autonomía, su prestigio y su dignidad, cosa que se confunde con ocupar y disfrutar los primeros asientos en la mesa de la vida excluyendo a otros.

El éxito de los triunfadores se ha convertido en patrón de conducta; por eso los primeros pues-tos atraen siempre la mirada y el deseo de todos. También los discípulos de Jesús, en un principio, ambicionaban los primeros puestos en el que ellos imaginaban reino político del mesías, y discutían sobre quién era el más importante. Pero Jesús les advirtió: “Entre ustedes, el que quiera ser el primero, que se haga el último y el servidor de todos”. Haciendo eco a esta enseñanza, en la Didascalía de los Apóstoles (escrito del s. III) se exhortaba al obispo, que preside la asamblea, a ceder el puesto a un pobre que entrara ocasional-mente en la iglesa.

Si fuéramos capaces de entender y practicar el evangelio de hoy “sin glosa ni comentario”, al es-tilo de san Francisco de Asís, empezaríamos a pro-gresar en el camino del Reino de Dios.

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Creemos en Jesús de Nazaretamigo de publicanos y prostitutas,de mendigos y marginados,que predicó el Reino de Dios,en el que resplandece la dignidad de la persona,la igualdad en la fraternidad,la disposición al servicio,el universalismo que supera toda barrera,y el deseo de una justa distribución de los bienes.

Creemos en Jesús de Nazaret,concebido a la sombra del Espírituen el seno de María,que no se identificó con el sacerdocio saduceoni con el escriba fariseo, dueño de las leyes,sino que fue maestro de sabiduría popular,profeta descubierto por el pueblo,servidor sufriente asesinado,hijo de los hombres y de Dios,Mesías, Cristo y Señor.

Creemos en Dios, Padre de Jesús y Padre nuestroque resucitó a Jesús y nos regala a todosla posibilidad de resucitar a una vida nueva y definitivadespués del segundo nacimiento,pero que también nos ofrece vida en abundanciaaquí y ahora.

Creemos en la presencia salvadora y liberadora de Diosen la historia humana,por medio del Espíritu de Jesús,que inspira a todos los que trabajanpor la paz y la justicia,y se esfuerzan por construir un mundo mejor.

Creemos que el ser humanoha sido creado a imagen y semejanza de Dios,y que por eso mismo está llamadoa un destino de eterna felicidad y plenitud,disfrutando de la visión del rostro del Padrey del gozo de una nueva creación,definitivamente reconciliada y en paz.

Amén.

PROFESIÓN DE FE

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ORACIÓN DE LOS FIELES

A: Al presentarte algunas de las inquietudes y deseos que traemos a esta celebración, te pedimos, Padre bueno, que nos enseñes a caminar en la verdad y a compartir gratuitamente con nuestros hermanos los dones de tu amor.

A cada intención respondemos: ¡Te lo pedimos, Señor!

- Por la Iglesia, para que sepa renunciar a las grande-zas humanas que la alejan del mensaje de Jesús y de su misión entre los más pobres y olvidados. Oremos.

- Para que quienes ostentan el poder en la sociedad no olviden que su responsabilidad es servir al bien común, y trabajen por los derechos básicos de los más desfa-vorecidos. Oremos.

- Para que las naciones más poderosas y ricas del mun-do no se desentiendan de las más pobres y necesita-das, y se decidan a compartir generosamente sus bie-nes. Oremos.

- Para que nuestra sociedad sepa dar a las cosas su ver-dadero valor, sin caer en nuevas formas de idolatría. Oremos.

- Por todos los cristianos, para que asumamos el de-safío de vivir en humildad y verdad, y con una ac-titud permanente de gratuidad y de comunión con todos, pero especialmente con el pobre y el que su-fre. Oremos.

C: Escucha, Padre bueno, nuestra oración, y acre-cienta en nosotros ese espíritu de libertad, gratui-dad y amor con el que Jesús nos invita a vivir.

Te lo pedimos por el mismo Jesús, tu Hijo y nuestro hermano. Amén.

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ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS

Te damos gracias, Dios nuestro,por este pan y este vino que tus manos generosas nos regalany que ahora ponemos sobre la mesa;ellos alegrarán nuestra reuniónpermitiéndonos anticipar simbólicamenteel banquete definitivo de tu Reino.

Que tu Espíritu descienda abundantemente sobre estos dones,para que transformados en Cuerpo y Sangre de Jesús,nos ayuden a vivir en humildad y verdady nos hagan cada día más capaces de amarno sólo a quienes pueden correspondernos, sino también y sobre todoa los que no pueden hacerlo, para dar testimonio de que eres nuestro Padrey de que todos somos hermanos.

Te lo pedimos por Jesús,Maestro y Amigo.

Amén.

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ORACIÓN DE ACCIÓN DE GRACIAS

PREFACIO DE LA PLEGARIA EUCARÍSTICA

C: El Señor esté con ustedesR: Y con tu espíritu

C: Levantemos nuestros corazonesR: Los tenemos levantados hacia el señor

C: Demos gracias al Señor, nuestro DiosR: Es justo y necesario

Todos juntos:

En verdad es justo y es necesariodarte las gracias, Dios nuestro, porque continuamente te preocupas por todos y cada uno de nosotros.

Te damos gracias tambiénporque a pesar de las rupturas, de las tensiones, de los permanentes conflictos entre los seres humanos,Tú no pierdes la esperanzaen una Humanidad Nueva,reconciliada y en paz.

Y porque aunque sufres lo indecibleante tantas situaciones de opresión y de injusticia que se dan en nuestro mundo; y te entristece la indiferencia y la falta de solidaridad de muchosde tus hijos e hijas,no dejas por eso de acompañarnosy de soñar que otro mundo es posible.

Por eso mismo nos animas a trabajar por tu Reino; a instaurar la fraternidad entre los seres humanos; a invertir nuestra vida apostando por tu causa, que es la de la paz y la justicia;para que así podamos recogerla un día convertida en vida plena, en vida sin fin, en vida llena de amor y de felicidad junto a Ti, y junto a todos nuestros hermanos y hermanas. Por todo esoy por el amor absolutamente incondicional con el que nos amas, queremos cantar ahora un himno a tu gloria:

Santo, Santo, Santo…

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Celebrante:

Santo eres, en verdad, Dios nuestro,porque por medio de tu Hijo Jesúsnos enseñas la sabiduría que encierra la humildad,y el gozo de vivir en actitud permanente de gratuidad y comunión con todos,pero especialmente con el pobre y el que sufre.

Derrama tu Espíritu abundantementesobre este pan y este vino ( + )que aquí te presentamos,y sobre esta comunidad que se reúne en el nombre de Jesús,el Crucificado-Resucitado.

Él mismo, la noche en que iba a ser entregado,estando a la mesa con sus amigostomó un pan, te dio gracias, lo partió y se lo dio diciendo:

Tomen y coman todos de él, porque esto es mi cuerpo que se entrega por todos.

De la misma manera, después de comer, tomó una copa, dio gracias y se la pasó diciendo:

Tomen y beban todos de ella, porque esta es la copa de mi sangre; sangre de la Alianza nueva y eterna, que será derramada por ustedesy por todos los hombres y mujerespara el perdón de los pecados. Hagan esto en memoria mía.

Y desde entonces, éste es el Misterio de nuestra fe.

Todos:

Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven, Señor Jesús!

Celebrante:

Al proclamar la Resurrección de Jesúsy expresar nuestro deseo de que Él vuelva pronto,te damos gracias nuevamente, Padre bueno,porque has querido revelar los secretos de tu amor, sobre todo a los sencillos.

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Tú ves, Señor, cómo en nuestras reuniones no hay muchos sabios y poderosos de este mundo.

Tú convocas a los débileso a los que el mundo no suele tener en cuenta, para que resplandezca a través de ellos la fuerza de tu Palabra y de tu Espíritu.

Que este Espíritu, Espíritu de amor y de fortaleza, transforme a la comunidad cristiana en signo y anuncio de tu Reino.

Queremos, Señor, que al menos aquí, no haya distinción entre pobres y ricos, entre sabios e ignorantes, entre marginados y bien situados.

Concédenos saber mirar siempreal hermano y a la hermana como portadores de tu Espíritu, para que podamos ser signo de amor,de igualdad y de unidad.

Haz que todos los seres humanos, creados por tu amor, nos reunamos un día en tu Casapara celebrar la fiesta de la fraternidad universal.

Allí, donde los últimos serán los primeros; y donde los humillados y despreciados de este mundo: los pobres, los que sufren,los que están solos,los que peor lo pasan en la vida y los perseguidos por causa de la justicia, ocuparán los puestos de honor.

Acuérdate de tu servidor el Papa Benedicto,de nuestro Obispo Carlos,y de aquellos que en la comunidad cristianatienen la misión de acompañar y animar a sus hermanos;haz que no busquen el primer lugar,y ayúdalos a vivir siempre en humildad y verdad;para que puedan brindarse a todos,pero especialmente a los pobres y a los que sufren.

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ORACIÓN FINAL

Termina nuestra celebraciónpero la vida continúa, Padre bueno,y volvemos a nuestras actividades cotidianaspara dar testimonio de tu amory de todo aquello que «hemos visto y oído»en nuestra oracióny en el compartir fraterno.

Ayúdanos a vivir en humildad y verdady a no pasar de largoante quienes nos necesitan,para ser merecedoresde la Bienaventuranza que Jesús dirigea quienes son capaces de dar sin esperar recibir: «¡Feliz de ti, porque ellos no tienen cómo retribuirte, y así tendrás tu recompensa en la resurrección de los justos!».

Te lo pedimos por el mismo Jesús,primero de los bienaventurados.

Amén.

Acuérdate tambiénde nuestros hermanos difuntos y de todos los que han muerto en tu misericordia; admítelos a contemplar la luz de tu rostro y llévalos a la plenitud de la vida en la resurrección.

Todo esto te lo pedimos…

Levantando el pan y el vino consagrados

Por Cristo, con él y en él, a ti, Dios Padre misericordioso, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos.

Amén.

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SUGERENCIAS PARA SEGUIR TRABAJANDO EN LA SEMANA

PARA REFLEXIONAR

1. El sitio del hombre

Los textos evangélicos de hoy se enmarcan en un cua-dro amplio, todo él relacionado con el Reino de Dios. Sobre el signo general del banquete - típica expresión del Reino - se desarrollan varios momentos: la cura-ción de un hidrópico en sábado (no aparece en el texto de hoy), la exhortación a la humildad, la exhortación a dar sin esperar recompensa y, finalmente, la parábo-la de los invitados al banquete del Reino.

Toda la escena se desarrolla estando Jesús en casa de un fariseo y rodeado por fariseos que espiaban todos sus actos y palabras, lo que nos da una pista general para interpretar estos textos: fundamentalmente, Je-sús vuelve a contraponer la postura farisaica ante el Reino de Dios - expresado en la presencia del mismo Jesús - y la de los pobres y humildes que son los pri-meros en recibir los beneficios de una acción de Dios abierta a todos, y principalmente a la parte más des-favorecida de la sociedad.

La actitud farisaica está caracterizada por varios ele-mentos significativos: el cumplimiento de la ley por encima de la necesidad del prójimo; el orgullo y la presunción ante Dios por su mejor cumplimiento de la Ley, lo que los lleva a sentirse con derecho a exigir re-compensa; y por último, las excusas para no acceder al auténtico Reino de Dios por su apego al pasado y a sus amadas tradiciones.

La liturgia de hoy nos invita a reflexionar sobre dos de estos elementos, a los que Jesús contrapone, como es obvio, dos actitudes fundamentales: la humildad y el desinterés. «Porque todo el que se eleva será humilla-do, y el que se humilla será elevado».

Al ver Jesús cómo los invitados elegían los mejores puestos del banquete, convencidos de su propia dig-nidad e importancia, para ser depuestos después por el dueño de casa que tenía una visión más integral de los invitados y de su dignidad, tuvo la oportunidad de resolver un problema que también interesaba a sus discípulos: quién sería primero en el Reino de Dios o quién merecería un premio más abundante.

El tema está relacionado con el del domingo pasado: no sólo están los que preguntan quiénes se salvarán, sino también los que se preocupan de «salvarse más» que los otros, repitiendo en el Reino de Dios las ca-tegorías sociales que dividen a las personas en más dignas y menos dignas.

Ante tan ridícula pretensión Jesús afirma la primacía de la humildad, continuando con la más pura tradición religiosa de su pueblo, como lo recuerda la primera lectura de hoy del libro del Eclesiástico: «Cuanto más grande seas, más humilde debes ser, y así obtendrás el

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favor del Señor, porque el poder del Señor es grande y él es glorificado por los humildes».

Pero, nos preguntamos: ¿en qué consiste esta humil-dad? El concepto correspondiente a la virtud de la hu-mildad ha sido uno de los que más se ha deteriorado ante la mentalidad moderna y, debemos reconocer que, en gran medida, justamente deteriorado.

En efecto, la humildad fue presentada como una vir-tud eminentemente negativa en oposición al orgullo. El hombre no puede empeñar sus energías «para no ser orgulloso», expresión que a su vez fue a menudo usa-da para impedir el desarrollo del pensamiento crítico en las comunidades cristianas, propiciándose al mismo tiempo una obediencia servil que hacía del cristiano un perpetuo «menor de edad».

El desarrollo de una antropología positiva tendente a poner de manifiesto las grandes virtualidades que el hombre tenía que desarrollar en sí mismo, tanto en el plano individual como en el social, trajo como conse-cuencia el total desprestigio de la tradicional humil-dad, considerada como una anti-virtud ya que, como comúnmente se la presentaba, disminuía al hombre y lo empobrecía psíquicamente. Estos hombres así de humildes poco podían servir para construir un mun-do nuevo que exige, por el contrario, audacia, fuerza, cierta ambición, empuje y, ¿por qué no?, cierto orgu-llo de ser hombre.

De más está decir que este concepto de humildad, propio de un cristianismo decadente y semimaniqueo, muy difícilmente podría ser aplicado al mismo Jesús, modelo supremo de humildad, si tomamos en cuenta los datos evangélicos que nos lo presentan en los es-casos años de su vida pública como muy dueño de sí mismo, seguro frente a sus adversarios, duro y hasta hiriente en sus ataques verbales, firme y recio ante un Pilato o un Herodes; un Jesús que, como narra el evangelio de hoy, come con los fariseos y allí mismo les echa en cara sus vicios sin muchos miramientos.

Santa Teresa decía que «la humildad es la verdad», y difícilmente encontraremos una mejor definición de tan discutida virtud. En efecto, la humildad, por ser una postura religiosa, define la situación del hombre ante Dios y el lugar que ocupa dentro de la creación. En este sentido el hombre debe sentirse orgulloso de ser hombre, creado a imagen del mismo Dios, dotado de inteligencia, amor, voluntad, creatividad, etc. Or-gulloso de poder servir a una causa tan maravillosa como es la construcción de la historia humana, his-toria de liberación, desarrollo y crecimiento. Si Dios nos ha creado y puesto aquí en el mundo, no es para que anulemos nuestras capacidades ni para que le presentemos como obsequio la pobreza de nuestra mente, o un cuerpo degradado por las enfermedades, unos sentimientos reprimidos o una voluntad endeble e infantil.

Al contrario, todas las reflexiones sobre la vigilancia cristiana han urgido al hombre a desarrollar todo lo posible el don de su vida porque de ello debía dar

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cuenta a Dios, como tan bien puntualiza la famosa parábola de los talentos y del siervo perezoso.

La humildad, entonces, es la postura interna que el hombre adopta frente al Reino de Dios: simplemente, la de un hombre. En la parábola de Jesús es interesan-te observar que mientras se critica a los que acapa-ran los primeros puestos por su propia cuenta, se pone bien en claro que el dueño de la casa, y solamente él, puede dar a cada uno el puesto que le correspon-de. De otra manera: que cada uno mire por sí mismo para hacer las cosas lo mejor posible; el juicio queda en manos de Dios que conoce hasta lo íntimo de cada uno.

En la parábola de los trabajadores de la viña (Mt 20,1-16) el dueño de la misma paga tanto al que trabajó todo el día como al que llegó hacia el final de la tarea, pues así él lo había convenido. Es como decir: que cada uno se ocupe de su vida y de desarrollarse según sus capacidades. Dios hará su parte, un poco mejor de lo que haríamos nosotros.

En una actitud humilde es el mismo hombre el que confiere dignidad a las cosas que hace o que usa; la dignidad del hombre nace de dentro, de la intenciona-lidad, de la rectitud de corazón, como pone de mani-fiesto el final de este evangelio. La humildad es como la hermana de la sinceridad, así como el orgullo es hermano de la hipocresía y del fariseísmo.

Una vez más, por lo tanto, Jesús marca bien el lími-te del hombre frente a la acción del Reino de Dios. Inmiscuirse en el terreno de Dios y pretender dictarle normas o condiciones es lo que Jesús denuncia, po-niendo en guardia a sus discípulos para que no mezclen los criterios del hombre con los de Dios, o para que no transformen el Reino en una caricatura de la Iglesia. La óptica cristiana es inversa: es la Iglesia la que debe reflejar el modelo del Reino; es ella la servidora.

En síntesis: nuestro cometido es desarrollar toda nues-tra potencialidad como seres humanos. Allí está la humildad. Por lo demás: dejemos de fantasear sobre cómo Dios tiene que hacer las cosas, qué premio tie-ne que darnos o cómo organizar el cielo y el infierno. Humildemente volvamos a nuestro sitio y no preten-damos actuar ahora como los consejeros del Reino de Dios.

2. Los que no pueden pagar

Que la humildad y la rectitud en las intenciones deben ir juntas, es lo que parece sugerir Jesús cuando le dice a su anfitrión: «Cuando des un almuerzo o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos, no sea que ellos te inviten a su vez, y así tengas tu recompensa. Al con-trario, cuando des un banquete, invita a los pobres, a

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los lisiados, a los paralíticos, a los ciegos. ¡Feliz de ti, porque ellos no tienen cómo retribuirte, y así tendrás tu recompensa en la resurrección de los justos!».

En el texto hay dos perspectivas: una, la que es desa-rrollada en la parábola de los invitados a las bodas. El Reino de Dios, desechado por los que primero fueron llamados, se abrirá a los que hasta ahora habían per-manecido al margen de la historia de la salvación.

La otra perspectiva nos interesa más de cerca: estamos cerca del Reino de Dios cuando no actuamos en fun-ción del premio o del castigo, sino por un amor puro y desinteresado. También eso es obrar con humildad.

De esta manera, las relaciones dentro de la comunidad se van dando a imagen de la manera como obra Dios en su Reino; y la comunidad se va transformando en un signo y reflejo del banquete del Reino.

O la religión es un bien en sí mismo, o no es un bien sino una conveniencia... A menudo tratamos de vi-vir en la virtud porque así está mandado, o lo pide la religión, o lo manda la Iglesia, o nos “asegura” un lugar en el cielo. Esa virtud aún no ha crecido en la medida de Cristo. A menudo se oye: «Si no fuera peca-do..., si el Papa dijese lo contrario...», etc., dándose a entender que nuestra ética cristiana no tiene más fundamento que cierto contrato legal por el que se-remos retribuidos o condenados según vivamos de una manera o de otra.

Madurar nuestra fe implica revisar a fondo esa forma de obrar tan extendida en nuestros países cristianos. Basta observar cómo, cuando se levantan ciertas cen-suras, inmediatamente cambia la vida de mucha gente que no tiene actitudes internas que rijan su conducta sino que solamente saben adaptarse externamente a una ética formalista y exterior.

Finalmente, el texto de Jesús tiene también una inci-dencia para la vida de la Iglesia y de cada comunidad: no pueden ser las conveniencias sociales las que mue-van las relaciones de los cristianos, sino únicamente el servicio a los más necesitados. Dar y servir a los que tienen para poder recibir de ellos después la paga co-rrespondiente es un viejo vicio en la historia de nues-tra Iglesia. El acercamiento a los ricos y a los podero-sos tuvo su alto precio para la pureza de la fe cristiana y para la evangelización de los pobres y de los más desfavorecidos. Hoy lo vemos más claro, pero ya había sido dicho por Jesús: Invitemos a los que no pueden pagarnos. Entonces sí que se pone de manifiesto que esa invitación se hace en nombre de Jesucristo.

Una vez más llegamos a una conocida conclusión: la evangelización de los pobres y su lugar de privilegio dentro de la Iglesia son el signo más claro de que el Reino de Dios ha tendido su mesa en medio de los hombres y mujeres.

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PARA LA ORACIÓN PERSONAL

Las lecturas de este domingo ponen ante nuestros ojos el tema de la humildad. Podemos verlo en el texto del Eclesiástico, en el salmo y en el evangelio. El Señor prepara casa y mesa a quienes el mundo se las niega. Y el evangelista insiste: además de sentar a su mesa a los humildes, el discípulo debe vivir como uno de ellos. El pasaje de la carta a los Hebreos nos sugiere la razón: ustedes se han acercado a Jesús, el mediador de la Nueva Alianza; su vida y su muerte no nos pueden dejar indiferentes.

Como discípulos en camino, nos preparamos para escuchar la palabra del Maestro dejando que transforme nuestra vida, nuestra historia y nuestro mundo.

LEEMOS Y COMPRENDEMOS

Las enseñanzas y la vida de Jesús son para los primeros cristianos el anuncio de un cielo y una tierra nuevos. Esta novedad comienza con una profunda inversión de valores que, vividos en la tierra por el discípulo, son anticipo del Reino que un día se manifestará en plenitud. La incomprensión que éste recibe por su estilo de vida va acompañada de los primeros frutos de la felicidad eterna.

Podemos volver a leer el Evangelio, muy lentamente y tratando de saborear las palabras. Luego, tras unos momentos de silencio, intentamos descubrir qué nos dice el texto.

- La invitación a un banquete por parte de uno de los jefes de los fariseos da pie a Jesús para hablar de otro banquete, el del Reino. El presente pasaje recoge dos enseñanzas: una sobre el momento de escoger los puestos a la mesa (Lc 14, 7-11), y otra sobre la selección de los invitados a un banquete (Lc 14,12-14). Estas enseñanzas no tienen como principal objetivo proponer normas de urbanidad: su intención es proclamar el banquete del Reino y, como consecuencia de ello, el estilo de vida que debe imperar en la comunidad cristiana, anticipo de la definitiva mesa compartida. En ambas instrucciones se repite un mismo esquema: se comienza con una enseñanza sobre cuestiones de la vida diaria y al final se pasa a proponer una conclusión que trasciende lo meramente cotidiano. Leamos de nuevo el pasaje intentando descubrir este esquema.

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- Conviene que recordemos una vez más la enorme importancia que tenía el honor en la sociedad de aquel tiempo. Las comidas tenían su ritual y, a la hora de colocarse en la mesa, los invitados de mayor prestigio, de mayor estatus social, se situaban más cerca del anfitrión. Igualmente, el anfitrión recibía honor de los invitados a su mesa: cuantos más personajes ilustres respondieran a su invitación, más reconocimiento social adquiría.

- En la primera enseñanza, Jesús se dirige a los invitados que estaban escogiendo los mejores puestos. Les propone una situación que bien podría darse y que les acarrearía una gran vergüenza (“tengas que ponerte en el último lugar”). Para conseguir lo contrario, es decir, para adquirir honor delante de los demás, lo conveniente es ocupar el último lugar, a la espera de que el anfitrión te invite a acercarte más. A primera vista, la enseñanza puede parecer frívola y utilitarista, pero, a la luz del versículo 11, se va más allá de lo que son meras convenciones sociales y se llega a un sentido nuevo, a una profunda inversión en la jerarquía de valores. El honor o el prestigio son desplazados por el valor de la humildad, los valores del mundo dejan paso a los valores del Reino. ¿Cuál es el mensaje para los cristianos a los que se dirige el texto? ¿Recuerdo otros pasajes de la Escritura en los que se proponga esta idea del humilde que será ensalzado?

- La segunda de las enseñanzas es igualmente subversiva. Los excluidos de la vida social y religiosa pasan a ser los invitados de honor. La dinámica del Reino da vuelta todas las cosas: los excluidos y despreciados son incluidos y sentados a la mesa, los pobres y los enfermos prevalecen sobre los familiares y los ricos. La búsqueda de prestigio deja paso al valor de la gratuidad: “Felíz de ti porque ellos no tienen como retribuirte”. Y lo que aparentemente es un camino arduo y socialmente inconveniente se convierte, paradójicamente, en la senda de la felicidad. ¿Cuándo se comienza a alcanzar la dicha? ¿Dónde estará la recompensa?

- Los cristianos a los que Lucas dirige su evangelio, integrados en la sociedad de su tiempo, participaban de aquella forma de comprender las relaciones humanas, de valorar el prestigio social. Sus banquetes se regirían por las mismas convenciones que denuncia Jesús con sus palabras. Tuvieron que comprender que el seguimiento de Jesús genera una nueva forma de relacionarse, distinta del parentesco o de la búsqueda de prestigio; una forma de relacionarse

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que está en la base de la nueva familia cristiana y que es anticipo de la comunidad del Reino. Los cris-tianos de las primeras comunidades escucharon esta enseñanza iluminada por el modelo de Jesús, que ocupó “el último lugar” en la encarnación o en la humillación de la cruz, y Dios lo resucitó y lo llenó de gloria. Su vida fue cercana a todos los marginados de la sociedad (enfermos, pobres, pecadores...) y compartió mesa con ellos.

MEDITAMOS Y ACTUALIZAMOS

El pasaje que hemos leído tiene plena actualidad. Seguir a Jesús hoy nos impulsa, como a los primeros cristianos, a vivir los valores del Evangelio, contrarios tantas veces a los de este mundo. La comida diaria, la mesa de la eucaristía y el banquete del Reino no son realidades que puedan comprenderse por separado.

- “El que se humilla será elevado”: ¿En qué nos invita Jesús a creer en este pasaje del evangelio?

- Además de hablar en favor de los pobres y los que sufren, Jesús se acercó a los enfermos, pecadores y marginados de su época: ¿Qué nos están diciendo de Dios sus palabras y su comportamiento?

- Como seguidores de Jesús, nuestras opciones han de ser las suyas: ¿Quiénes son los pobres, los lisiados, los paralíticos y los ciegos a los que nos cuesta sentar a la mesa de nuestra vida? ¿Qué compromiso podemos concretar en este sentido?

- A nosotros, que vivimos en un mundo que tanto admira a los famosos y en el que se compite por alcanzar siempre los mejores lugares, Jesús nos invita a vivir a contracorriente: ¿Creemos sinceramente en el valor de la humildad? ¿Cómo podemos expresar este valor en nuestra vida cotidiana?

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- “Y así tendrás tu recompensa...”: ¿Qué signos de esperanza descubrimos en el pasaje evangélico que hemos contemplado?

- Las enseñanzas de Jesús apuntan al Reino. En nuestros días, muchos hombres y mujeres son marginados de la sociedad y viven la desesperanza y la frustración de que eso va a ser siempre así. Según lo que hemos leído en el evangelio, ¿podemos ofrecerles la esperanza de que su situación va a cambiar?

ORAMOS

Desde la humildad le pedimos a Dios que nos ayude a vivir como discípulos de su Hijo, el que nació en un pesebre, el que murió en la cruz. Traemos a la oración a todos los marginados de nuestra tierra, a aquellos que no son invitados a compartir ninguna mesa…

Espontáneamente, con mis propias palabras, y dejando que hable mi corazón:

¿Qué le digo al Señor…?

BUENA SEMANA!